LLEVEMOS NUESTRA CRUZ CHRISTOPH FRIEDRICH BLUMHARDT
Luego dijo Jesús a sus discípulos:Si alguien quiere ser mi
discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Mt 16:24
Un sermón predicado en agosto de 1914, en los primeros
días de la Primera Guerra Mundial, es tan relevante hoy como en aquel entonces.
Cuando creemos en Jesús con firmeza, podemos llevar
nuestra cruz. Lo que generalmente se conoce como tribulación, temor, aflicción y muerte, lo llama el Salvador ‘la cruz,’ tomando en cuenta su propia crucifixión y sabiendo que él mismo tendrá que dejarlo todo, renunciar a todo, hasta las cosas más sagradas que tiene aquí en la tierra. Él debe rendirlo todo, experimentar una muerte dolorosa y vergonzosa y entregarse a las manos de su Padre.
En cada situación de la vida, siempre debemos recordar todo
lo que Jesús renunció cuando se murió. Hasta en los días más felices, debemos considerar cómo necesitamos llevar nuestra cruz y negarnos a nosotros mismos.
Cada discípulo de Jesús lleva dentro de sí una cruz, y debe
pensar particularmente en sus días buenos: “Mi cruz se me revelará con el tiempo, y yo tendré que sufrir y últimamente morir.” ¿Estamos dispuestos hoy a renunciar completamente a este mundo, para darle al Salvador portadores de la cruz para seguirle? Aquellos que él ha tocado ya no están superficialmente felices, sino decididos para negarse y sufrir tribulación, quieran o no. Cuando has decidido seguir a Jesús, ¡no te preocupes!—llegará tu cruz y tendrás que negarte. Entrega todo lo que tienes: cuerpo, alma y espíritu pertenecen al Padre que está en el cielo; y llegamos a él por seguir a Jesucristo. A muchas personas no les gusta este concepto. Quieren que Jesús esté cerca para ayudar, y quieren verle constantemente haciendo milagros, pero esto es una tontería. ¡Es imposible! Aun si pasan muchos años buenos y cómodos, recuerda esto: ¡Tu cruz vendrá!
Cuando Jesús habla de la cruz, él quiere decir, “Tú mismo
preparas tu propia cruz con tu pecado, tus maldades, tu indiferencia. Tu vida no siempre puede resultar tranquila. Debes pasar por el horno; debes lavarte en la sangre del Cordero.” Si ganáramos todo y nos volviéramos grandes en el mundo, ¿en qué nos beneficiaría? ¿Qué podríamos hacer para la redención de nuestra alma? ¡No! Al contrario, debemos hacernos personas que llevamos nuestra cruz, siguiendo a Jesús el Salvador. Su salvación tiene el primer lugar, no la liberación política ni militar. Hoy se debe valorar y honrar su salvación. ¡Alégrense en Jesús, nuestro Salvador!
Recuerden esto cuando la cruz se revela sobre las naciones
en guerra, porque la guerra consiste en la muerte violenta de miles de personas. No es ni una liberación, ni la victoria humana. Al contrario, es la cruz.
Ahora mismo nos encontramos en un momento de juicio y
tribulación, bajo la cruz. Todos los necesitados deben aceptar su cruz como una invitación a Jesucristo. Los ángeles de Dios tendrán que ayudar. Cuando miles de moribundos están tendidos en el campo de batalla, oramos a nuestro Padre que está en el cielo: “¡Que vengan tus ángeles! Estas almas a punto de fallecer, llévatelas, Padre celestial; que ni la muerte, ni la maldad venza sobre esta gente. Que tu poder de la vida se haga realidad en medio de nuestro desastre, en medio de toda la muerte.”
Y ¿qué de nosotros que vivimos todavía? Sí, debemos llevar
nuestra cruz para poder ver a los ángeles y poderes de Dios que nos preparan para todo lo que la vida pueda conllevar. No sabemos qué pasará; es posible que sobrevenga gran tribulación para nosotros y para toda gente. ¿Merecemos otra cosa? Hemos ocasionado tantos problemas para otros; ahora debemos llevar nuestra cruz. A pesar de todas las dificultades que tengamos, ya alcanzamos a divisar vívidamente el futuro con Jesucristo: el Salvador vendrá y cumplirá con todas las promesas. Él dirige sus propias batallas, que dan honor a Dios ante todas las naciones para que todos digan: “¡Gracias a Dios quien nos ha dado un héroe, un vencedor, Jesucristo el conquistador! Gracias a Dios, que Jesús dirige aquellas batallas por las que finalmente podremos experimentar una renovación aquí en la tierra.” Sobre el autor
Christoph Friedrich Blumhardt
nació en Möttlingen, Alemania en 1842. Siguiendo los pasos de su padre, emprendió estudios en la universidad con el fin de un puesto pastoral en la Iglesia Reformada. Sin embargo, se desilusionó con la iglesia y la teología en general, y decidió volver a Bad Boll para ayudar con la obra de su padre. Cuando falleció el Blumhardt mayor, Christoph Friedrich se encargó de la responsabilidad de ‘padre de la casa’.
Con el paso del tiempo, el
Blumhardt menor llegó a ser bien conocido como evangelista de masas y sanador por fe. No obstante, después de una ‘cruzada’ especialmente exitosa en Berlín en 1888, él acortó radicalmente las dos actividades diciendo, “No quiero sugerir que sea poca importante que Dios sana a los enfermos; al contrario, eso está pasando a escondidas aún más que antes. Pero no se debe promover los milagros como si el reino de Dios consistiera en la curación de enfermos. Es mucho más importante ser limpiado que ser curado. Es más importante tener un corazón que arde por la causa de Dios; más importante no encadenarse al mundo sino quedar libre para poder actuar para el reino de Dios.”
Los intereses de Blumhardt giraron paulatinamente “hacia el
mundo,” o sea, se enfocaron más y más en los grandes asuntos socioeconómicos de su día. Impelido por esta preocupación él escogió— de manera pública y visible-- echar su suerte con el Socialismo Democrático, el difamado movimiento laboral que luchaba con uñas y dientes por los derechos de los trabajadores. Aunque le ganó la ira de tanto la base civil como la eclesiástica, se dirigía a mítines de protesta, se postuló como candidato del partido y fue elegido para un término de seis años en la legislatura de Württemberg. Tuvo que renunciar su carga ministerial en la iglesia. Blumhardt empezó su término como un legislador muy enérgico y activo, pero con el paso del tiempo él acortó la mayoría de estas actividades y se rehusó incondicionalmente de postularse para un segundo término. Es evidente que siguió el patrón de su pasado retiro de evangelismo de masas y curación por fe. La desilusión de Blumhardt con el Socialismo Democrático—en específico con la política, no las metas e ideales del movimiento—y la desilusión aún más profunda que llegó al final de su vida en los años terribles de la Primera Guerra Mundial—le llevaron a una posición final expresada en el lema dialéctica “Espera y Apura.” Creyó que la llamada de un cristiano es entregarse completamente a la causa del reino de Dios y hacer todo en su poder para ayudar al mundo hacia esa meta. No obstante, al mismo tiempo un cristiano debe permanecer tranquilo y paciente, impávido aun si sus esfuerzos no parezcan resultar en frutos, dispuesto a esperar para que el Señor establezca su reino en su propio tiempo y de su propia manera. Y, según Blumhardt, este tipo de espera no es la inactividad, sino mejor un apresuramiento del reino muy poderoso y creativo.
Blumhardt sufrió un derrame cerebral en 1917 y falleció el 2 de