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23 DE FEBRERO DE 1984

De la Muerte…

Hoy al llegar a mi casa me encontré con la devastadora y demoledora noticia, comunicada claro,
como en todos estos casos, por la persona que se atreve a romper el silencio que vuelve mudos a
las víctimas de una tragedia ¡Tu hermana está muerta!, es la frase exacta que pronuncio mi madre
desconsolada, con el acaudalado cause de un rio en sus mejillas y con una expresión que recuerdo
fotográficamente pues produjo en mi ¡tanta ternura! Ver a mi madre llorando tan
desconsoladamente la hizo parecer tan frágil, tan delicada que me hizo olvidar por unos segundos
que mi hermana ya no pertenencia a este mundo para abandonarme en la compasión que el
rápido rostro de mi madre me producía. Después de eso me invadió, el conocido por todos, dolor
abdominal, ese angustioso ataque de tu hígado cuando se irrita o molesta por algo. Era
incontrolable, como la peor ansiedad. Mi corazón empezó a latir como el zumbido que produce el
latido del corazón de un pequeño ratón. Y yo solo me podía ver ahí parado sin expresión alguna
pero sintiéndolo todo. Mi alma se sentía quebrantada porque su otra mitad le había sido
arrebatada como el pensamiento. A pesar de que la situación me indicaba que hacer, que decir y
cómo actuar, como un manual específico con normas que indican que hacer en estos casos, yo
simplemente las desobedecí para permanecer inmóvil, intacto y perplejo. Estoy desorientado, no
se enfrentarme a la muerte ajena, en el colegio no me han enseñado que hacer en estos casos y
en los pocos libros que he leído no he encontrado nunca la inspiración sobre la naturaleza de la
muerte que en este momento tanto necesito.

Como el llanto al igual que la risa se contagia fácilmente y siendo el llanto de mi madre tan
profundo y desconsolado me deje contagiar por su sentimiento y por fin sucumbí al llanto y a la
tristeza más aguda, fue allí cuando empecé a imaginar el cuerpo de mi hermana muerta, su
estancia en un frio y tétrico ataúd, la autopsia que le hacen a quienes mueren en circunstancias
violentas, su cuerpo encerrado debajo de una gruesa capa de arena o en un hueco vacío y sombrío
o consumido por el fuego de un horno sin compasión y en el mas allá, ese incomprendido vocablo
que tantas imaginaciones ha desencadenado y cuya esencia se la disputan tantos estudiosos o los
hombres simplemente reflexivos.

Aunque mi descripción parece extensa, su transcurrir fue efímero y escurridizo como el más frágil
minuto.

Cuando me reencontré con el sentido de la realidad y su más cruda simpleza fue cuando empecé
a pedir explicaciones de lo ocurrido y es allí cuando mi madre me narra la naturaleza violenta de la
muerte de mi hermana. Un hombre de tez morena, contextura gruesa y baja estatura que mi
madre vio por la ventana caminar detrás de mi hermana afanosamente con una clara maliciosa
intención, la empujo contra la pared de forma violenta, le exigió dinero y este invadido por el
nerviosismo, miedo y precaución de todo inocente ladrón al ver que su víctima no tenía lo que
este exigía e impulsado por la fingida seguridad e insensibilidad de cualquier asaltante decidió
sacar de su chaleco viejo y roído un arma de fuego y disparar contra la vida de mi hermana
despojándola de respirar, de sentir, de amar, de odiar, de mentir, de reír, de llorar, de enfermar
para solo morir, solo dejar de existir aquí, afuera de su propia casa, bajo la ventana de su cuarto y
frente la presencia de su propia madre.

Cuando mi madre término de narrarme la trágica tragedia yo no podía dejar de sentirme perplejo
y sorprendido pues la normalidad de mi día cualquiera había sido quebrantada abruptamente por
un acontecimiento que amenazaba mi futuro y mi estabilidad normal. Mi vida ha sido dividida en
dos hemisferios, el del antes y el de después de esta frustrante tragedia. Siento un dolor en el
pecho que no se va de mí, que me tortura y me amenaza con empeorar. Ver a mi hermana ahí en
el gran salón de mi casa encerrada en el vehículo de la muerte y rodeada de gente incomprensiva
que no entiende, que habla, juega y ríe mientras beben café es curioso, extraño y enfadoso y todo
esto ocurre mientras yo estoy igual de muerto que mi hermana pero sentado a su lado.

Cuando la enterraron empecé a imaginármela encerrada en esa, una caja maldita y bajo la tierra, y
al compás de “dale dios el descanso eterno” repetido varias veces fue cuando comencé a
desesperarme y a gritar por dentro, un fuerte grito que se exclamaba dentro de mí con tal fuerza y
que nadie escuchaba y que no era más que mi urgencia por saltar sobre el ataúd, abrirlo y
despertar a mi hermana para prevenirla y liberarla del encierro y la soledad de su ahora tumba.
Pero mi desesperación no sirvió de nada porque no me atreví a perder la compostura, permanecí
al derecho del féretro parado y sin expresión, inanimado y marchito. Las lágrimas emergían de mi
alma pero estando ahí jamás mojaron una sola pestaña, además y muy probablemente algo en mi
interior, la parte más racional, esa que se quebranta con facilidad cuando hay tristezas o se
involucra el corazón de por medio, me impidió con su insuficiente racionamiento lógico
comportarme como el hermano triste y solitario que acababa de perder a su hermana ingenua y
feliz.

Cuando regresamos a la casa y entramos por la puerta inmediatamente sentí su ausencia, un vacío
que se palpaba en el aire, una soledad que nos invadía a todos a pesar de estar acompañados y
una lógica tristeza que combinaba con la solitaria morada en la que jamás se escucharía de nuevo
a su residente más radiante y encantadora.

Yo solo me fui a mi cuarto, me acosté en la cama y trate de forzar lágrimas pero mi mente estaba
tan invadida de recuerdos que me fue imposible, solo podía evocar memorias y nada más. Mi
cabeza me aturdía con imágenes de su risa, su forma de hablarme y los momentos felices que
vivimos juntos, momentos que nunca aprecie o recordé sino ahora que se me cruzo el peor motivo
para hacerlo.

Sentía la sensación de impotencia, de no poder creer lo que sucedía, lo que acababa de ocurrir, en
ese momento todo es tan sorprendente y efímero que no te deja tiempo para digerirlo, en cierto
instante no sabes cómo interpretar el papel de víctima, debería ser sencillo para cualquiera
simplemente dejarse invadir por la angustia y la tristeza y llorar y lamentarse, pero yo no podía,
solo podía imaginarme a mi hermana encerrada para siempre y devorada sin compasión por el
animal de la muerte. Era muy infantil y básica mi interpretación de todo, pero no podía evitar
imaginarlo, era como si le diera vida y espíritu a un cadáver, me preocupaba su estado, cuando la
vida misma ya había salido de su cuerpo para siempre.
Me quede en cama hasta las 6 de la tarde cuando mi madre en un intento por recuperar la
normalidad me preparo algo de comer, cosa que rechace, pues el apetito se me había ido, solo
quería recordar, mutilarme, cercenarme emocionalmente para convencerme a mí mismo que
amaba profundamente a mi hermana y que el dolor que sentía por su perdida era la llama
encendida que no se apagaría sino hasta cuando mis recuerdos dejaran de evocar con nostalgia su
alma, mi dolor era ahora su vida que dejo de morar en su cuerpo para habitar en el de los que la
conocimos.

24 de febrero de 1984

Ayer intente dormir, conciliar el sueño, sugestionarme con un ritual previo a cerrar los ojos para
penetrar en el mundo de los sueños y reencontrarme con mi hermana, ahí donde las imágenes
parecen reales y los sentimientos son igualmente estremecedores como en la vida real, pero no lo
conseguí, lo único que mi mente visualizo fue un gato blanco y negro que corría hacia mi
gritándome algo que inmediatamente desperté se borró de mi memoria inmediata. Cuando
desperté trate en un intento desesperado de relacionar de alguna manera ese gato con mi
hermana pero en cierto modo me tranquilizo que un sueño tan extraño y de cierta manera
espantable no tuviera que ver con ella y con su paradero ahora desconocido.

Ha pasado un día desde lo que sucedió y yo sigo tratando de encontrar respuestas que me
tranquilicen, reflexiones que me conduzcan hacia un orden en el caos de mi cabeza y me ofrezcan
un sentido de la muerte que me deje satisfecho y me permita interpretar de forma madura la
situación. Pero creo que es muy pronto, además no conozco tanto, ni he leído lo suficiente, ni he
vivido tanto como para ofrecerme a mí mismo una respuesta lo suficientemente estructurada y
compleja pero satisfactoria. Estoy solo en esto, me tendré que basar en mis propios sentimientos,
y dejar que la emoción que me producía toda mi hermana hable por mí. Supongo que es una
forma honesta de hacerlo, una forma pura con resultados igualmente puros. Estoy en lo que se
conoce como el luto, una situación que, supongo, nadie está preparado a enfrentar.

¿Dónde estará? Y por qué inconscientemente la mayoría cree que sigue con vida pero en otro
plano u otra realidad, otro lugar. Me gusta imaginar y pensar que es así pero ella ya no está aquí,
deje de verla, de escucharla, de olerla, de sentirla y mi practicidad y razonamiento más básico no
me permite imaginarla como un fantasma o una sombra o un espectro de luz que abandono su
cuerpo y ahora es otra cosa sino como ausencia, la más contundente y completa ausencia,
ausencia de todo. De que me sirve saber que existe en otro lugar sino existe aquí, donde tengo el
alcance de sentirla en todo su esplendor, ¿Cómo me puedo sentir conforme con eso? Necesito
todo y lo quiero todo, soy un perro adolorido que necesita a su amo. Me niego a solo
conformarme con la figura angélica de un ente piadoso que ahora solo sirve para ayudarme desde
“el mas allá” y que no puedo disfrutar ni compartir nada con él. ¡¡Vida!! Estoy inconforme con tu
final, con ese desenlace que tienes preparado para todos y que solo goza el que lo atraviesa y
lamenta el que lo observa.

Quiero entregarme a la figura conveniente de la muerte, la católica, la cristiana y la budista, eso


me da fe, me reconforta, me anima y me alegra, pero inmediatamente después que sueño con eso
aparece mi pesimismo y me desanimo al pensar en la nada y en su totalidad, en esa siesta eterna
sin sueños. No sé qué pasara después que concluyes tu existencia pero lo que si se es que es
irreversible y que mientras llega mi turno de enfrentarme a ella, nunca de los nunca volveré a ver
a mi hermana y probablemente ella tampoco vuelva a verme a mí. Somos ahora el reencuentro
imposible, el dedo separado por un abismo que jamás toca el otro.

Si mi hermana esta en ese paraíso prometido y anunciado ¿Qué va a hacer ahí eternamente?, ¿con
que se entretiene el que deja esta modesta vida para ascender a la superior? y ¿Cuánta gente hay
ahí si llevamos años en este mundo y son tantos los que ya hacen parte del pasado y del final
irreversible? Definitivamente le encuentro muchas lagunas a esa visión de la muerte pero sin lugar
a dudas es bonito imaginarla feliz y por lo menos acompañada.

Intentaba acostado en mi cama y mirando hacia la pared de arriba reflexionar aún más, no me
conformaba con nada, era un pensamiento tras otro. Buscaba inspiración en las cosas que
llenaban mi cuarto, el color de las sabanas y las paredes, el afiche de Ralph Bakshi colgado en la
pared derecha de mi cuarto justo arriba de mi escritorio e iluminado por la tenue luz que emanaba
mi pequeña lamparita de gato negro que me habían regalado.

Mientras pensaba me agitaba y me movía revoltosamente por mi cama invadido por una fuerte
molestia en mi abdomen, era un vértigo eterno que no cesaba y que me angustiaba y me
incomodaba a sobremanera, yo supongo que es como un miedo, como una ansiedad que
justamente aparece cuando tu cuerpo se siente amenazado por un agente externo, un problema o
estado emocional critico o preocupante. Daba vueltas por la cama intentando liberarme de esa
sensación pero no lo conseguía, ahora mismo hasta me he olvidado de pensar, de recordar y de
reflexionar por este simple y normal malestar.

Después de una hora transcurrida me siento más tranquilo, el dolor misteriosamente seso y yo
vuelvo a mi estado de tristeza natural pero sin estar más acompañado por su síntoma físico, solo
se ha quedado conmigo la sensación de la mente, del espíritu y del alma, esa que no duele
físicamente pero sabes que está ahí y es palpable y sufrible pero de otra manera.

Solo me encuentro aquí en mi cuarto e iluminado solamente por la luz tenue que emana mi
lamparita. Pensé en poner algo de música por supuesto triste pero no quería agravar la sensación
mental que me abordaba además no tengo muy claro que tipo de melodía es la indicada para
acompañar mi dolor y combinar con mi ambiente así que por el momento mejor no enciendo
música, creo que estoy mucho mejor así, acompañado únicamente por mi sentimiento de tristeza
y melancolía.

Mientras me despojaba de mi camisa para sentirme más cómodo en medio de todo vi debajo de
mi cama y cerca de la pata de la cama una pequeña revista religiosa de, supongo, alguna secta
religiosa. Era el artículo más preciso que podía tener cerca en ese momento, me anime al verlo y
me anime aún mucho más cuando empecé a abrirlo y a ojear su contenido. Era como si una
entidad divina e invisible hubiese puesto la pequeña revista debajo de mi cama mientras estaba
desprevenido, todo como un mensaje divino de consuelo y de ayuda o una maniobra de mi
hermana como parte sus ahora nuevas responsabilidades como difunta. Pero ahora que me
acuerdo la revista la trajeron unos testigos de jehová que tocaron a la puerta de mi casa un día
antes de la muerte de mi hermana y como no respondió nadie a su llamado más que un obligado
yo, me vi en la situación de tener que escucharlos hasta que me decidiera en una acto de valentía
y descortesía a decirles que estaba ocupado y tenía que irme. Y creo que de hecho fue así pero me
dejaron conmigo una muestra de su preocupación por el futuro de la humanidad y del hombre y
de su destino blanco y pintoresco otorgado solo a quienes los escuchan y a los que pagan la cuota
mensual a su iglesia y comparten el mensaje con otros para incrementar el número de seguidores
y por ende de nuevos eximidos y absueltos de la vida mundana para recibir a Dios como estado del
alma y vivir más placidos y contentos en este infierno que a veces es la vida, es como andar alado
por un camino de lava. Eso es lo que te prometen y lo que te aseguran los que ya las usan y los que
en un intercambio justo con la interesada pero al final “noble y compasiva” iglesia reciben la
comprensión, el entendimiento y la paz mental a través del conocimiento que las respuestas
divinas resuelven, o al menos a ellos.

Empecé a leerlo animado, esperando recibir de su lectura un consuelo que me hiciese sentir
mejor, después de todo más de mil millones de prójimos respaldan el librito este.

Empecé a leerlo desde el inicio pero me aburrió el génesis, yo quería la muerte, con ese tema era
con el que más me identificaba en ese momento, así que decidí saltarme un par de hojas y llegar a
los últimos días y me encontré con que Jesús o Dios, llámenlo como quieran, quita el aliento, esa
chispa de vida y lo vuelve todo al polvo, ese estado físico ultimo al que todos estamos destinados a
convertirnos y el alma simplemente deja de ser hasta que Dios viene de nuevo en la resurrección y
nos devuelva la vida. En ese momento el polvo y el aliento de vida son reunidos y entonces tienes
una vida, una persona viviente o un alma viviente nuevamente.

Morir según sus ideas combinadas con mi reflexión es como ir a dormir y tu próximo pensamiento
consciente – que parecerá como el próximo momento – es cuando Dios te resucita y te da tu vida
de vuelta.

Es curioso imaginarlo pero creo entonces que la muerte puede durar millones de años pero
despertar nuevamente es algo que ocurre inmediatamente cierras tus ojos para morir. Esa
resurrección tan lejana y remota pero que al mismo tiempo ocurre tan rápido. Es algo curioso pero
si la promesa se mantiene firme, también sorprendente.

Me pregunto incansablemente y curiosamente ¿Dónde estará mi hermana? No sé por qué su


nueva estancia me preocupa tanto, me siento tan infantil, porque no puedo ver la muerte como
algo natural como lo hace mi madre, que parece no discutir con la naturaleza, ni preocuparle el
alma de mi hermana, ni parece estar desesperadamente inconforme. Parece llorar y sentirse triste
y todo eso, pero al mismo tiempo su luto es tan distinto al mío. Siento su ausencia como una
piedra que debes arrastrar hasta cuando ya tengas la fuerza suficiente para no sentir la pesada
carga sobre tu espalda.
Todos sus recuerdos me parecen como puñaladas que entran en mi alma pero eso sí, que
prometen dejar de hacerlo algún día. Aún tengo esa esperanza, por más decepcionante y
angustiosa sea mi sensación.

Cuando estaba acostado en mi cama, boca arriba y abrazando mi almohada vi entrar por la
ventana de mi cuarto a una pequeña mariposa de color azul, en medio de la nostalgia de mi
estado pude ser testigo fiel de ese momento, me siento preso de la melancolía, esa que te deja ver
y apreciar hasta el más hermoso de los detalles cuando se cruza por tu vida. Ver a esa mariposa
azul me hizo imaginar a mi hermana, sé que no deja de sonar infantil pero me imagine que quizás
esa pequeña mariposa era mi hermosa hermana reencarnada en ese fastuoso insecto y que venía
a exhibirse delante de mí y hacer alarde de su ahora extrema belleza y envidiable libertad. Sin
embargo la mariposa solo se posó un instante sobre el closet de mi cuarto e inmediatamente
después se fue por donde entro, su estancia fue tan efímera que me dejo inconcluso y sediento de
sueños, fantasías, ilusiones e imaginaciones que solo un animal tan simple pero melancólicamente
tan hermoso puede otorgar a una triste víctima de la a veces insensible e implacable vida.

Inmediatamente después escuche a mi madre escuchando música, Salí de mi cuarto esperando


encontrarme con una madre más cuerda que yo y fue ahí cuando la vi, mirando fijamente el
enorme reloj encima de la pared de la sala, lo miraba inmutablemente sin lágrimas en sus ojos
pero con una tristeza perene, la melodía era de una mujer, no sabía exactamente quien cantaba
pero lo que llamaba mi atención era la letra de la canción pues hablaba sobre muerte. En ese
momento mi madre giro su cabeza hacia mí y me dijo – que bello canta Violeta- ¿no te parece
hijo?, su canción es tan bella como mi hija, como tu hermana, dijo mi madre. Los dos minutos que
duró la canción me sirvieron para sentir a mi madre e igualarme con su dolor, para hacernos
compañía mutua en un padecimiento que aseguraba su mejoría si se soportaba con alguien y para
reencontrarme por unos minutos con la cordura y la sensatez que en un cuarto oscuro,
desordenado y melancólico no encontraría.

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