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la pintura occidental
Premisas lacanianas
El esquema de Febrero
En la sesión del 24 de Febrero del seminario de 1954, Lacan realizó la introducción
de un ‘modelo’ tomado del físico francés Henri Bouasse, el cual le permitió metaforizar
ciertos elementos relativos al estadio del espejo (Le Gaufey, 2001). Esta se funda
precisamente en los componentes que ofrece la experiencia de Bouasse, la cual se puede
sintetizar de la siguiente manera: el modelo se compone por un espejo cóncavo, un
observador y una caja. Esta última contiene en su parte superior un florero, el cual está
expuesto a la observación, y en la parte inferior, de manera imperceptible, un ramillete de
flores. Estos componentes interactúan mediante la formación, a través del espejo cóncavo,
de una ‘imagen real’ del ramillete de flores, y la combinación de esta imagen junto con el
florero. La implicancia de lo anterior consiste en que el ramillete de flores se vuelve
susceptible de visión bajo ciertas condiciones relativas a la ubicación del observador -
denominada cono de visibilidad-, así como la posibilidad para éste de ver la combinación
de los dos elementos: ramillete y florero (Le Gaufey, 2001).
(Lacan, 2009)
El esquema de Marzo
(Lacan, 1981)
El esquema óptico
Las elucidaciones presentadas hasta este punto pueden sintetizarse como una
interacción entre los elementos del estadio del espejo, y lo real, lo simbólico y lo
imaginario. Sin embargo, en el texto “Observación sobre el informacie de Daniel Lagache:
Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, Lacan introduce un elemento que excede
los planteamientos antes presentados, el cual consiste en lo que podríamos denominar: ‘el
giro del niño’. Este evento, en términos de Lacan (2009) corresponde a aquel “por el que
el niño en el espejo, volviéndose hacia aquel que lo lleva, apela con la mirada al testigo
que decanta, por verificarlo, el reconocimiento de la imagen del jubiloso asumir donde
ciertamente estaba ya” (p. 645). La implicancia cabal de este evento se revela en su
capacidad de incidir sobre la estructura del sujeto en su relación al Otro (Le Gaufey,
2001).
La intelección de la ‘incidencia’ antes enunciada no se comprende, sin embargo, sin
antes recorrer los cimientos de la misma, los cuales refieren a las ‘problemáticas’
heredadas de las formulaciones anteriores del modelo. En los esquemas predecesores,
podríamos sintetizar, se han obtenido fundamentalmente tres planteamientos: la
metaforización de la aprehensión imaginaria de la unidad del cuerpo, por medio de la
imagen real de este en el plano virtual -en relación al esquema de 1954-; la mediación de
la voz del Otro, representada en el espejo, en la precisión (mayor o menor) de dicha
aprehensión; y la notación de lo real, lo imaginario y lo simbólico en el esquema -
destacándose en particular la posición del sujeto, en tanto simbólico, para la captación de
la imagen real del florero-. Estas premisas, no obstante, articulan un problema sustancial:
las ‘fugas’ de las enunciaciones de sujeto y objeto. Esto se explicita al contrastar ciertos
elementos del esquema óptico entre sí: el objeto ha sido, desde las primeras formulaciones
de Lacan sobre el estadio del espejo, el objeto narcisista, en el sentido de la imagen en el
espejo, vale decir, el otro -lo cual, como se ha estipulado anteriormente, se subordina a un
posicionamiento del sujeto, y a una inclinación del espejo (Le Gaufey, 2001). No obstante,
si el sujeto, como ha sido comprendido hasta este punto, es subsidiario de lo simbólico -
vale decir, si se enuncia como sujeto barrado-, significa que este no puede inscribirse en
el esquema “en una única dependencia de la imagen” (Le Gaufey, 2001, p. 105) -en otros
términos, el sujeto no depende exclusivamente de la imagen-. En esta tensión se inscribe
la pregunta por aquellas coordenadas a las que se vincula el sujeto más allá del objeto en
un sentido imaginario, o en otras palabras, la cuestión del sujeto -barrado- fuera del
narcisismo, es decir, ajeno al nudo de servidumbre imaginaria, y con ello, al espejo (Le
Gaufey, 2001). La salida a esta problemática es dada por la presentación de un objeto que
precisamente escapa a las limitaciones antes descritas. Este objeto será, entonces,
caracterizado como no especular, es decir, no narcisista; pero tendrá también una
propiedad de particular interés: será ‘parcial’, siendo esto entendido aquí como la
imposibilidad de recibir toda imposición de unidad (Le Gaufey, 2001). Este objeto Commented [1]: aclarar en la primera parte que uidad,
imginario, especularidad, narcisismo, otro
denominado por Lacan como ‘a’, no obstante tiene por andamio un desarrollo paralelo
Commented [2]: aclarar en la primera parte que uidad,
bastante complejo el cual no será abordado aquí por escapar a nuestros objetivos. imginario, especularidad, narcisismo, otro
La relevancia del objeto a para este escrito está dada per se, empero, también nos
permite dilucidar ‘el giro del niño’, al articularse con las nociones de ideal del yo y yo
ideal, lo cual se realizará en el siguiente apartado. Commented [3]: em el apartado de antecedentes
colocar lo de yo ideal
La reflexión de este autor se inscribe en una pregunta que este se realiza sobre ‘qué
es asemejarse’; no obstante, la reflexión a la que referimos puede extraerse de manera
individual de la pregunta en cuestión. Esta se expone de la siguiente manera: durante el
siglo del cogito el retrato se expandió en cuanto a producción; dejando a entrever lo que
el autor considera su ‘logro’; este consiste en la coagulación de un conjunto de rasgos en
torno a una unidad de expresión que permite al rostro retratado obtener su carácter singular
(Le Gaufey, 2001). Es decir, el retrato no trata sobre una copia del original (Le Gaufey,
2001). Este argumento es articulado con la postura de Hegel (1989) sobre esta temática,
la cual estriba en la noción de que el retrato debe presentar la significación espiritual y el
carácter de su personaje (Citado en Le Gaufey, 2001); esta pretensión es planteada en
otros términos por Le Gaufey (2001) como la captación de una singularidad sin
equivalente. De estas consideraciones Le Gaufey (2001) obtiene el argumento que
consideramos para este escrito: “el mejor retrato será entonces aquel que muestre hasta
qué punto lo que pinta es inimitable y fugaz” (p. 122)
Los planteamientos que se han empleado hasta este apartado, han tenido por
propósito servir a la articulación de una posible aplicación de la reflexión de Le Gaufey,
es decir, la demostración del argumento “el mejor retrato es el que muestra lo inimitable
y lo fugaz”, a través del esquema óptico y el aporte de Manet. Por lo mismo, tendremos
por premisa que en Manet es posible encontrar un retrato que cumpla con las exigencias
de Le Gaufey.
Los argumentos Lacanianos de los que nos serviremos corresponden
fundamentalmente a la limitación que representa para el sujeto la aprehensión imaginaria
-de la unidad del cuerpo, así como de lo que se aliena sobre ella-; la consideración por una
alteridad que excede la mencionada aprehensión imaginaria, así como del objeto que le
pertenece; y el asentamiento del gran Otro. Estas premisas permiten comprender las
innovaciones que rodean la figura de Manet que hemos mencionado, vale decir: la
superación de una pintura limitada a la pretensión de una idea o imagen de lo bello; la
consideración por una materialidad que excede, pero a la vez compenetra la pintura; y la
pretensión por pintar la experiencia de una realidad transitiva y perceptual. Estos
argumentos nos permiten dilucidar por qué Manet permite pensar sus retratos como
posibles paradigmas de la pretensión de Le Gaufey.
Lo “inimitable y fugaz” pretenden, en la reflexión de Le Gaufey, evocar la
posibilidad de lo ‘inaprehensible’. Esto remite, en el esquema óptico, precisamente a la
alteridad introducida por el signo asentamiento del gran Otro. Mientras que, en oposición,
el ‘retrato mismo’ pretende entregar la posibilidad de captar una unidad de expresión,
conjugada a través de una variedad de rasgos. Esta posibilidad de aprehensión resulta
posible, precisamente, en lo imaginario, la dimensión donde surge la captura de la
‘imagen primera’, donde deviene la alienación de las imágenes posteriores. Estas
relaciones encuentran su expresión en la obra de Manet por medio de la subversión que
implica rechazar la subordinación de la pintura a ciertos cánones, así como la introducción
de la materialidad. Estos dos elementos permiten evocar en su obra ‘lo inimitable y fugaz’,
debido a que el autor nos permite pensar la pintura como excedida por una ‘alteridad’, por
medio de la materialidad del lienzo; así como, en la pintura misma, desafía la captación
de la singularidad, al considerar la realidad ‘transitoria y relativa a la percepción’; en otros
términos, Manet sugiere en sus retratos que las imágenes ahí representadas son siempre
excedidas, ya sea por la materialidad del lienzo, ya sea por la imposibilidad de agotar una
realidad cambiante en la imagen de lo ‘bello’. Estos argumentos, aplicados a los retratos
de Manet, permiten comprenderlos a la manera de la enunciación de una singularidad que
escapa al retrato; es decir, los elementos vertidos técnicamente por Manet en sus obras
explicitan lo inimitable y fugaz de aquello que fue retratado.
Para finalizar, si consideramos la figura misma de Manet en términos del esquema
óptico; podríamos atribuirle el rol de un ‘espejo plano’, que permite la aprehensión de lo
vertido de en sus obras -representando aquí el plano virtual-. Si tomamos esto por premisa,
tendríamos que concluir, por todo lo expuesto anteriormente, que Manet, de manera
intencional, se inclina de modo tal que nunca permite una perfecta aprehensión de la
imagen.
Conclusión
Bibliografía