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LAGO
DE
6ENE5AKT
CARLOS MESTERS
MARÍA,
LA MADRE DE JESÚS
3.a edición
EDTCrONES PAULINAS
© Ediciones Paulinas 1981
(Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid)
© Editora Vozes Ltda., Petrópolis/Río de Janeiro 1977
Título original: María, a Mae de Jesús
Traducción del portugués: Teófilo Pérez
ISBN: 84-285-0860-7
Depósito legal: M. 22.735-1987
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid)
I m n n > s n pn Ferina PrintpH in Qr-»ain
1
Llevando las andas
de Nuestra Señora
EL NOMBRE DE MARÍA
9
Jesús, que se llamaba María. Era ella una mucha-
cha pobre y humilde. Vivió hace unos dos mil
años, pero hasta hoy al pueblo le gusta llevar ese
nombre. Le gusta mirarla e invocarla con una bre-
ve oración, ya muy antigua, llamada abreviadamen-
te y en una sola palabra: avemaria.
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EL AVEMARIA (*)
11
ser la Madre de Dios. Entrando en su casa, el
ángel dijo:
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rosario incluye cincuenta veces la misma plegaria.
Es muy difícil encontrar entre nuestro pueblo his-
panohablante alguien que no haya rezado nunca o
que ya no sepa el avemaria. La mamá o la abue-
lita se la enseñan a los pequeños. Cuando uno
quiere decir que de religión o de rezos no sabe
ni jota, confiesa: «Ya no sé ni el avemaria.» Para
muchos, saber rezar el avemaria es el principio de
la instrucción religiosa.
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LAS ANDAS DE NUESTRA SEÑORA
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del pueblo sencillo. Una historia que no ha ter-
minado aún. Sigue, hasta hoy, en las pequeñas y
grandes historias de este pueblo que va escondido
bajo las andas, rezando sin parar el avemaria.
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LOS GRANDES Y LOS PEQUEÑOS
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Si aquel día alguien hubiera avisado al empe-
rador: «¡Señor emperador!, allá en Palestina una
joven acaba de recibir la visita de un ángel. Con-
vendría tomar medidas, pues la cosa parece muy
seria. Esa joven anunció que iba a ser proclama-
da bienaventurada por todas las naciones del mun-
do. Dijo también que los poderosos van a ser
derribados de sus tronos (cf Le 1,52)»...
¿Cuál hubiera sido la respuesta del emperador?
Quizá dijera: «¡No sea ridículo, por favor! Un
ángel y una muchachita no son ninguna amenaza
para mí ni para mi trono. ¡Soy yo al que están
llamando feliz todas las naciones del mundo! Mi
trono está bien firme, ¡no se preocupe! Tengo ene-
migos más serios que combatir.»
¡Y, sin embargo, la joven de Nazaret tuvo ra-
zón! Muchos años después, el trono de Augusto
cayó podrido; y en el lugar donde estaba el tem-
plo de la diosa Roma surgió una iglesia en honor
de Santa María de la Victoria.
¿Cómo se explica todo esto, si cabe una expli-
cación?
17
2. MARÍA...
SER DE DIOS Y DEL PUEBLO
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tercer retrato, la Biblia muestra cómo María supo
unir, en su vida, su amor a Dios y al pueblo.
Vamos a abrir ahora el grande álbum de la Igle-
sia para contemplar a las claras estos tres retratos
de nuestra Madre. Abrir el álbum de la Iglesia
para mirar los retratos de María es como mirar a
la luz del día las imágenes de Nuestra Señora.
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LA IMAGEN DE MARÍA ES POBRE
Y MORENA (*)
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¡presente del pueblo! Exactamente. Pues al pue-
blo le gusta adornar y enriquecer lo que ama. Sólo
que el manto rico ha acabado por esconder gran
parte de la imagen de María, imagen pobre y
morena. Sólo mirando con detención la gente per-
cibe que la Virgen es pequeña, y morena. El
manto es bonito, precioso; nadie podría llevarlo
así por la calle. Pero la gente no puede olvidar
que esa imagen de Nuestra Señora es atezada, jus-
to como el rostro de tantas «Marías» que encon-
tramos por la calle.
Lo que sucedió con su imagen, pasó con la
misma María. Glorificada por el pueblo y por la
Iglesia como Madre de Dios, ha recibido un man-
to de gloria. Pero éste acabó escondiendo gran
parte de la semejanza que ella tiene con nosotros.
Hizo de ella una persona diferente, y la gente
casi olvida que fue, y es todavía, una pobre y
sencilla muchacha del pueblo. Sólo mirando a las
claras los tres retratos que la Iglesia conserva en
su álbum percibe la gente que María, en la Bi-
blia, es pobre y sencilla, muy parecida a la mayo-
ría de nuestro pueblo.
La Biblia habla muy poco de Nuestra Señora,
pero lo poco que dice es muy importante. Es lo su-
ficiente para que la gente pueda conocer la gran-
deza de su sencillez y la riqueza de su pobreza.
Es lo suficiente para que la gente pueda descubrir
su mensaje a nosotros.
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2
Los tres retratos
de la Madre de Dios
que la Biblia nos ha conservado
PRIMER RETRATO:
MARÍA ERA DE DIOS
25
do Gabriel le presentó la palabra de Dios, María
no dudó. Creyó y se puso a disposición de Dios:
«Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí
lo que has dicho» (Le 1,38). O sea: «Que esta
palabra de Dios se realice en mí.» Por eso la
alabó Isabel: «Dichosa tú que has creído, porque
lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Le
1,45).
26
mostró muy de acuerdo y dedicó otro elogio a su
madre: «¡Felices sobre todo los que escuchan la
palabra de Dios y la practican!» (Le 11,28).
La causa de la grandeza de María no estribaba
en el hecho de ser la madre de Jesús, de haberle
llevado nueve meses en el seno y de haberle ali-
mentado a sus pechos. Eso era una consecuencia.
La causa estaba en que María había escuchado la
palabra de Dios, cumpliéndola en su vida. Por esta
su obediencia a la palabra de Dios, ella dijo al
ángel: «¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» (Le
1,38). Así llegó a ser Madre de Dios.
Y conviene recordar aún que Jesús no dijo: «Fe-
lices los que leen la Biblia y la llevan a la prác-
tica», sino: «Felices los que escuchan la palabra
de Dios y la practican.» La palabra de Dios no
está sólo en la Biblia. Se revela tanto en la Biblia
como en la vida.
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«¡Tranquilízate, María!» (Le 1,30). Otras veces
se quedaba admirada; por ejemplo, cuando el vie-
jo Simeón le dijo que Jesús era la luz de las na-
ciones (cf Le 2,32-33). Y debió preocuparse gran-
demente cuando el mismo Simeón le anunció: «Una
espada te atravesará el alma» (Le 2,35). Se quedó
sin entender el ofrecimiento del ángel a ser la
madre de Jesús (cf Le 1,34) y tampoco entendió
las palabras que el mismo Jesús le dirigió después
que ella estuvo buscándole durante tres días y le
encontró en el templo en medio de los doctores
(cf Le 2,50). Tuvo que sufrir horriblemente cuan-
do, por su fidelidad a la palabra de Dios, provo-
có la duda en san José (cf Mt 1,18-19).
La Biblia dice que María escuchaba todo, y lue-
go conservaba el recuerdo de ello, meditándolo en
su corazón. Se quedaba rumiando, remembrando
y meditando las cosas, las cosas grandes y peque-
ñas de la Biblia y de la vida (cf Le 2,19.51). No
lo entendía todo. Había mucha oscuridad. ¡La luz
se hace en la travesía!
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Estas palabras son como un resumen de la vida
de María. En fuerza de eso, ella ya no pertenecía
a sí misma. Pertenecía a Dios. ¡Era de Dios, to-
talmente! «El Señor está contigo», decía el ángel.
Dios no era apenas una idea bonita, sino Al-
guien sin el que ella ya no podía vivir. Ella se
ancló en Dios, declarándose su criada o sierva (cf
Le 1,38.48). Dios tomó la responsabilidad de la
vida de María, y ella le dejó hacerlo. No opuso
resistencia alguna, nunca, ni siquiera un ápice.
Igual que para Abrahán, el padre del Pueblo al
que pertenecía, también para María no resultó fá-
cil aceptar y vivir la palabra de Dios en su vida.
Al contrario, le fue motivo de mucho sufrimiento
y duda, de mucha tristeza y oscuridad. Pero ella
permaneció firme, como se había mantenido el pa-
dre Abrahán. De tal padre, tal hija.
29
y radicalmente. Nunca hubo en ella nada que fue-
se contrario a Dios. Dios reinaba en María. En
ella, el Reinado de Dios era ya un hecho. El pecado
de Adán, por el que el hombre se separó de Dios,
nunca tuvo parte alguna en María.
Esto es lo que celebramos, cada año, en las dos
grandes fiestas: la Inmaculada Concepción de Nues-
tra Señora, el 8 de diciembre, y la solemnidad de
Nuestra Señora de la Asunción, el 15 de agosto.
30
SEGUNDO RETRATO:
MARÍA ERA DEL PUEBLO
31
dijo así: «Me avergüenzo. Cuando voy a visitar a
mi madre, llego diciendo que me quedaré poco
tiempo. ¡Pobre viejecita, que ya no puede ni atro-
par la leña! La próxima vez voy a hacer como
Nuestra Señora y quedarme más tiempo para ayu-
darla.»
Otra vez María fue invitada a una boda en Cana
(cf Jn 2,1). Estaba también allí Jesús. La fiesta de
bodas era entonces la gran ocasión de comer y
beber a saciedad. Llegó un momento en que Ma-
ría se dio cuenta de la falta de vino, y en seguida
tomó las debidas medidas y se fue a hablar con
Jesús: «¡No les queda vino!» (Jn 2,3). Y así con-
siguió que Jesús hiciera su primer milagro en favor
de unos novios pobres, para que no quedasen aver-
gonzados y la fiesta se estropease (cf Jn 2,6-11).
Resumiendo, en vez de hacerla encerrarse en sí
misma y pensar en su propia salvación, la pala-
bra de Dios hizo que María saliese de sí y se
olvidase de sus problemas para poder pensar en
los demás.
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que había perdido el juicio (cf Me 3,11). Querían
llevárselo por la fuerza a casa (cf Me 3,21) y
habían logrado que María estuviera allí para man-
darle ese recado (cf Me 3,31-32). Pero Jesús no
picó y dio a entender a sus parientes que no tenían
autoridad ninguna sobre él. Sólo Dios la tenía, y
lo importante era hacer su voluntad (cf Me 3,33-
35). En otra ocasión, los parientes querían que
Jesús fuera un poco más osado y se presentase
en seguida en Jerusalén para ganarse mayor fama
(cf Jn 7,2-4).
Al fin y al cabo los parientes no creían en
Jesús (cf Jn 7,5). Eran oportunistas. Querían sólo
aprovecharse de su famoso primo. Lo que Jesús
había dicho: «Los enemigos de uno serán los de
su casa» (Mt 10,36), estaba aconteciendo con él
mismo, dentro de su propia familia. ¡Mucho de-
bió sufrir María por ello!
Pero cuando al final Jesús fue apresado como
subversivo (cf Le 23,2) y condenado como hereje
(cf Mt 26,65-66), los parientes desaparecieron to-
dos y ninguno daba la cara a no ser algunas mu-
jeres. Pero María aguantó. No huyó, no tuvo mie-
do. Incluso los apóstoles, excepto Juan, se eclip-
saron (cf Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús
y le apoyaba. Estuvo con él hasta en el Calvario
y allí permaneció, asistiéndole en su agonía (cf
Jn 19,25). Eso formaba parte de su misión, asu-
mida ante el ángel: «Soy la esclava del Señor;
que se haga en mí lo que has dicho» (Le 1,38).
Las autoridades condenaron a Jesús como anti-
33
3. MARTA...
Dios y anti-pueblo. A María no le importó; fue
la única de la familia que no retrocedió. Ella no
abandona a las personas en la hora del aprieto.
¡Va con ellas hasta el final!
Lo mismo hizo con los apóstoles. Aunque había
sido abandonada por ellos, no les dejó. Se quedó
con ellos, perseverando en la oración por nueve
días para que la fuerza de Dios les ayudase a supe-
rar el miedo que les acoquinaba y les hacía huir
(cf He 1,14).
•¡.A
Pero hay pobres que a pesar de serlo están
del lado de los ricos y poderosos, despreciando
a sus compañeros. María no era así. Su cántico
en casa de Isabel muestra muy bien de qué lado
quiso quedarse: del lado de los humildes (Le 1,52),
de los que pasan hambre (Le 1,53), de los que
temen a Dios (Le 1,50). Además, se despegó cla-
ramente de los orgullosos (Le 1,51), de los pode-
rosos (Le 1,52) y de los ricos (Le 1,53). Para
María, ser del pueblo de Dios significaba vivir
una vida pobre y asumir la causa de los pobres,
que es la causa de la justicia y de la liberación.
Estas cosas pueden chocar a los ricos y a los
poderosos que gustan de ir tras las andas de Nues-
tra Señora, llevadas por el pueblo humilde. Pero
ésta es la verdad. Si alguien no lo cree, dé una
ojeada al cántico de María (Le 1,46-55).
Por fin, María era del pueblo porque llevaba
en sí misma la esperanza de todos, la misma fe
y el mismo amor. Todo el pasado, desde Abra-
hán, corría por su sangre y la empujaba a actuar
(cf Le 1,54-55).
TERCER RETRATO:
REZA CON NOSOTROS
¿De dónde sacaba María la fuerza para ser siem-
pre de Dios y del pueblo? Hay dos pasos en la
Biblia que dan una respuesta a esta pregunta.
Primer paso
1/L
«Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas bue-
nas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del
cíelo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan»
(Le 11,13). Gracias a la oración de María, hecha
juntamente con los apóstoles, el Espíritu Santo
descendió con abundancia y fundó la Iglesia el
día de Pentecostés (cf He 2,1-4; 4,31).
Segundo paso
37
3
Ave, María,
llena de gracia
i
!
LA VIDA EN NAZARET
El lugar
El trabajo
A /.
LA VIDA EN FAMILIA.
Aa
mujeres habrán comentado el hecho. ¿Y los pa-
rientes? Todos, pueblo y parientes, han debido
desconfiar, pensando que iba a ser una madre sol-
tera. «¡Y ese viajecito de tres meses al sur! ¿Será
verdad que sólo fue a visitar a su prima Isabel?»
La lengua de la gente en un lugar pequeño corta
más que la navaja y las tijeras.
A tanto debió llegar el chismorreo, que José,
cuando tuvo que ir a Belén a causa del empadro-
namiento, prefirió llevarse consigo a María en vez
de dejarla en Nazaret (cf Le 2,4-5). Podía haber
ido él sólito a Belén. Sólo él era de allí. María
se podía haber quedado en Nazaret, junto a los
parientes. De ese modo le hubieran ayudado las
mujeres a la hora del alumbramiento. Hubiera sido
lo normal. Pero María prefirió la compañía de
José, que había aceptado la gravidez a deshora,
más que la de las mujeres de Nazaret, quienes pro-
bablemente la machacaban con su desconfianza y
sus habladurías. Prefirió las dificultades de un lar-
go viaje y de un alumbramiento lejos de casa a la
comodidad de Nazaret, sin el apoyo de José.
Para poder ser la madre de Jesús, el liberta-
dor del pueblo, María corrió un doble riesgo: per-
der su honra en el decir del pueblo y tener que
pasar el resto de la vida como madre soltera, en
caso que José no la aceptase en su casa. Pero José
aguantó la situación, recibió a María en su casa
como esposa (cf Mt 1,24) e impidió así que la
honra de María anduviese de boca en boca. Tal
vez los amigos le lanzasen sus pullas: «¡Dónde
sn
se ha visto! ¡Casarse con una futura madre solte-
ra!» Pero José hizo oídos sordos y asumió plena-
mente su misión. ¡Fue grande de veras! Por amor
a su novia, a Dios y al pueblo aguantó la incom-
prensión de ese mismo pueblo.
^1
persona interesada, a María, para que ésta dé una
respuesta libre.
Dios es libre, actúa libremente, y allí donde
se manifiesta su libertad las ideas y los planes de
los hombres tienen que modificarse. Así fue como
José y María tuvieron que cambiar los suyos para
que sus vidas pudieran entrar en el plan de Dios.
María llega a ser la madre de Jesús por obra y
gracia del Espíritu Santo; y José asume, ante la
ley judía, la paternidad de Jesús (*).
^T
mos con la palabra hermano en la lengua de Jesús. Si
vas a preguntar a san Marcos: «Entonces, ¿aquellos cua-
tro hermanos de Jesús son todos hijos de José y María?»,
él respondería: «¡Nada de eso! Son hijos de una prima
o una hermana de la m a d r e de Jesús.» Efectivamente, el
mismo Marcos dice que Santiago es hermano de Jesús
(cf Me 6,3) e hijo de otra María (cf Me 16,1). San Mateo
aclara muy bien que se trataba de «otra María» (Mt 28,1).
[De este Santiago, «hermano del Señor» (cf Gal 1,19), se
habla a menudo porque ocupaba cargos de importancia
en la primitiva Iglesia]. Así que las personas llamadas
hermanos o h e r m a n a s de Jesús eran en realidad primos
y primas. Por otra parte, si Jesús hubiera tenido más her-
manos y hermanas, ¿cómo a la hora de morir en la cruz
iba a confiar a su madre al apóstol Juan, que era u n
extraño y n o pertenecía a la familia? (cf Jn 19,27). ¿Pode-
mos pensar que esos hermanos y, sobre todo, las herma-
nas iban a permitir semejante cosa?
De cualquier modo, tanto los católicos como los protes-
tantes esgrimen sus argumentos. Pero no es el caso de
pelearse por eso, ni conviene perder tiempo en tales dis-
cusiones, ¡nadie va a conseguir convencer al otro! Cada
cual se quedará con su idea, que en el fondo no de-
pende de los argumentos sino del amor. ¡Lo que importa
es imitar el ejemplo de María!
•SI
LA VIDA DE LOS «POBRES DE DIOS»
KA
Su único apoyo era Dios
55
sonas en medio de ese «pueblo humilde y pobre»
para poder realizar con ellas su plan de salvación.
Los pobres reciben de Dios una misión importante.
¿Se darán cuenta de ello? ¿Estarán asumiendo su
misión?
María y José y la mayor parte de los apóstoles
pertenecían a esos pobres de Dios. El mismo Je-
sús crece y se forma en medio de ellos, partici-
pando del desprecio con que los grandes y los
sabios trataban a ese pueblo.
Y cuando llegó el momento de proclamar la
Buena Nueva, gritó a los cuatro vientos: «Dicho-
sos vosotros los pobres, porque tenéis a Dios por
Rey» (Le 6,20). Y uno de los signos de que ha-
bía llegado el Reinado de Dios era el anuncio de
la Buena Nueva a los pobres (cf Mt 11,5). Feliz
quien no se queda desilusionado ante este proce-
der de Dios (cf Mt 11,6). En el plan del Señor,
los pobres tienen voz y vez: ¡Dios está con ellos!
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«EL SEÑOR ESTA CONTIGO, MARÍA»
57
Nadie debe pensar que el amor, la fidelidad y
el compromiso de Dios sean una especie de re-
compensa por el buen comportamiento de uno. ¡Ni
hablar! No se trata de un merecimiento del pue-
blo, pues en tal caso ya no sería gracia. Dios ama
porque le gusta amar y querer bien al pueblo.
Y lo hace para que el pueblo «humilde y pobre»
recuerde y descubra su propio valor como perso-
nas. Dios ama para que también el pueblo em-
piece a amar con un amor verdadero y empiece
a liberarse de todo cuanto impide la manifesta-
ción de ese amor.
En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre
fue objeto de esta fidelidad amorosa de Dios. Ma-
ría lo sabía, pues conocía la historia de su pueblo.
Y mira por dónde, ahora, según las palabras del
ángel, toda esa carga de amor fiel de Dios hacia
su pueblo y todo el compromiso de liberar a los
oprimidos iban a concentrarse en su persona. Ella,
María, era «la favorecida de la gracia». ¡Estaba
llena de la gracia con que Dios quería beneficiar
a su pueblo! <
58
con Jeremías (cf Jer 1,8.19) y con tantos otros.
Ahora, el ángel declara que ese mismo Dios liber-
tador estaba con María.
Iba a acontecer algo de gran importancia. Toda
la historia, guiada por Dios con tanto amor y con-
ducida adelante por el pueblo con tanto esfuerzo
y sufrimiento, desembocaba en María y parecía
estar llegando a su punto decisivo. ¡En aquel mo-
mento, ella era la representante de todo el pue-
blo! Nada de extraño, pues, que María, persona
humilde y pobre, se haya turbado e impresionado
ante el saludo del ángel.
•ÍQ
«NO TEMAS»
60
otra: «¿Cómo podré ser madre, si no tengo rela-
ción con ningún hombre?» (Le 1,34). María no
estaba casada todavía. ¿Cómo ser madre del liber-
tador del pueblo en tal caso?
Esta dificultad la expuso porque pensaba que
los planes de Dios se realizarían dentro de las co-
munes normas de la lógica humana. Pensaba que
el niño nacería como todos los niños, mediante la
unión del padre y la madre.
Sólo que la lógica humana no basta por sí sola
para comprender los caminos de Dios. ¿Por qué?
Porque quien realiza las cosas de Dios es el Espí-
ritu Santo. Sólo el mismo Espíritu de Dios es ca-
paz de hacernos entender los caminos de Dios
(cf 1 Cor 2,10-14).
«EL ESPÍRITU SANTO BAJARA SO»BE TI»
A?
prochándola: «¿Hay algo difícil para Dios?» (Gen
18,14). Lo mismo tiene que oir ahora María:
«¡Para Dios no hay nada imposible!» (Le 1,37).
Lo que el ángel aseguraba estaba fuera de la
comprensión de María, como estaba fuera de la
comprensión de Abrahán la orden de sacrificar a
su hijito (cf Gen 22,1-2). Pero Abrahán creyó y
obedeció. María hizo como Abrahán. No se echó a
reír como Sara; aceptó con fe la invitación del
ángel, se puso a disposición de Dios y respondió
muy sencillamente: «Soy la esclava del Señor; que
se haga en mí lo que has dicho» (Le 1,38).
En ese preciso momento, por la fe y la fideli-
dad de María, la Palabra de Dios se realizó, «se
hizo hombre y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
Llegó la plenitud de los tiempos (cf Gal 4,4). El
plan de Dios entró en su fase final. ¡Dios se hizo
hombre! ¡Un hombre llegó a ser Dios!
En la hora en que el ángel preguntaba a Ma-
ría si quería ser la madre del libertador del pue-
blo, fue como si la historia toda de la humanidad
quedase parada un momento, suspendida ante la
respuesta de aquella joven Miriam. Dios permi-
tió que la respuesta libre de una muchacha «hu-
milde y pobre» decidiera el futuro de la huma-
nidad. ¡Y no fue una decepción!
A*
MARÍA, MADRE Y VIRGEN,
RETRATO DEL PUEBLO DE DIOS
¿4
aconteciendo hoy en nuestro país con el pueblo
humilde, que como ella se abre a la palabra de
Dios y procura vivirla.
¿•>
Hoy, en seno al pueblo pobre, nace y crece la
Iglesia como fuerza y esperanza de liberación. Mu-
cha gente intenta explicar esta «gravidez» con ar-
gumentos sacados sólo de la ciencia, y no lo con-
siguen. Son como José, gente honesta. Otros, en
cambio, son maldicientes y esparcen calumnias:
«Esa Iglesia llamada de los pobres —así se ex-
presan—, ¡eso es comunismo, amasado con dine-
ro extranjero!»
¡Tales explicaciones no explican nada! Son de
gente que no cree en quien es humilde y débil.
Apuesta sólo por sus propias ideas, y lo que no
encaja con ellas lo aparca o lo niega sin más. Se
consideran «doctores de la ley», dueños de la ver-
dad. Justo por eso no pueden ser alumnos del
Espíritu Santo, que enseña con la fuerza nacida
de la debilidad, con la vida nueva nacida de una
virgen, con la Iglesia servicial que surge del pue-
blo humilde.
¡Como en María, así hoy! El Espíritu Santo
llena el mundo. Hizo nacer a Jesús de la virgen
María y hace nacer a la Iglesia del pueblo pobre
como de una virgen.
¿<
Cuando Dios actúa siempre produce algo nuevo.
Lo que él hace no cabe en ninguno de nuestros
esquemas. Dios es creador. ¡Actúa sin recursos!
No depende de nosotros, ni viene a consultarnos
si estamos o no de acuerdo con él o si su acción
encaja en los esquemas de nuestra ciencia. Nos-
otros sí dependemos de él, porque nos amó pri-
mero. Es siempre él quien toma la iniciativa. Cuan-
do él entra en escena, ¡arrumba con todo! Sor-
prende siempre. El es libre. Y donde existe el
Espíritu del Señor, ahí comienza a existir la li-
bertad (cf 2 Cor 3,17).
¡No es fácil entender los caminos de Dios! El
pide la conversión, y no sólo en el comporta-
miento. Hasta ahí la cosa no sería difícil. Basta
tener una voluntad fuerte. ¡Pero él pide un cam-
bio en el modo de pensar: hay que caer del ca-
ballo, como san Pablo! Hay que creer incluso que
Dios es capaz de hacer lo imposible, lo mismo hoy
que ayer. Se debe reconocer que él supera nuestra
ciencia, «que está por encima de nuestra concien-
cia» (1 Jn 3,20).
Sólo cuando uno empieza a desconfiar un poco
de sus propias ideas y a reconocer que lo que
nace del pueblo supera lo que su lógica es capaz
de explicar, sólo entonces está en condiciones de
comenzar a entender lo que la Biblia quiere de-
cir cuando afirma que María concibió por obra y
gracia del Espíritu Santo (cf Mt 1,18).
ha incomprensión del propio pueblo
M
4
Lucha entre la mujer
y el dragón maligno
EL N A C I M I E N T O DE JESÚS
Era pobre , ¡ ,
Era chocante
77
HERODES Y LOS REYES MAGOS
7R
no tuvieron dificultad en • adorarle cuando le en-
contraron humilde y pobre allá en Belén (cf Mt
2,10-11). Porque eran humildes; es decir, tenían
más amor a la verdad que a sus propias ideas.
En ellos se realizó la palabra de Jesús: «El que
está por la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37).
Percibieron la presencia de Dios en la pobreza
de aquella casa, escucharon su voz, descubrieron
la falsedad del plan de Herodes y regresaron a su
país por otro camino (cf Mt 2,12).
Dándose cuenta de que su plan había quedado
burlado, Herodes echó mano al arma de los dé-
biles que es la fuerza bruta y mandó matar a los
niños de Belén. José y María tuvieron que coger
al niño y huir de prisa a Egipto (cf Mt 2,13-18).
Así empezó la fase final de lucha entre la bendi-
ción y la maldición, entre la vida y la muerte,
entre la mujer y el dragón (cf Ap 12,1-6).
79
LAS DOS SEÑALES EN EL CIELO:
LA MUJER Y EL DRAGÓN
¿Quién es la mujer?
01
está indefensa, sin poder luchar, pues mira exclu-
sivamente a dar vida a un nuevo ser humano.
Pero justamente por eso es fuerte, ¡el ser más fuer-
te del mundo! Sin las mujeres frágiles, con su valen-
tía de dar a luz, ya hubiera acabado la vida sobre
la faz de la tierra y nosotros no hubiéramos na-
cido.
Pues bien, aquella lucha, anunciada por Dios
desde la primera página de la Biblia, alcanza ahora
su punto culminante en María que da a luz el niño
Jesús. María representa a todas las madres que en-
gendran hijos y garantizan así el futuro de la hu-'
manidad. Las madres que luchan para transmitir
a los hijos su esperanza, su enorme voluntad de
ser personas. María representa a todos cuantos
creen en el bien y en la vida, que luchan para
que la vida pueda vencer la maldición entrada
en el mundo por la serpiente. Representa sobre
todo al «pueblo humilde y pobre, un resto de Is-
rael que se acogerá al Señor» (Sof 3,12).
¿Quién es el dragón?
O 1
ra, que es una cifra humana, y su número es seis-
cientos sesenta y seis» (Ap 13,18).
Y bien, quien sabe hacer los cálculos que ellos
hacían sabe que este número indicaba exactamente
al emperador romano, al perseguidor de los cris-
tianos. En efecto, sumando los números de cada
letra del nombre César-Nero, se logra la suma
exacta de 666. César-Nero (en latín, Nerón en cas-
tellano) era el nombre del emperador de Roma que
perseguía por entonces a los cristianos.
De este modo la Biblia muestra que el poder
del mal no existe sólo en la estratosfera, sino den-
tro de las personas y de las instituciones que ellas
organizan para luchar contra la vida y contra la
esperanza. En concreto, para la Biblia, la bestia
feroz que recibió el poder del dragón es la poten-
cia organizada del imperio romano, un poder anti-
Dios y anti-Cristo, anti-vida, anti-esperanza, el po-
der del mal y de la maldición.
¿QUIEN GANARA ESTA LUCHA?
85
es dolor de parto, sino un estertor de muerte,
¡el anuncio del fin!
La enemistad que hay entre la mujer y el dra-
gón viene desde el principio. Existió siempre. Am-
bos contrincantes saben que la paz entre ellos no
es posible. No es posible un tratado de paz entre
la bendición y la maldición, entre la vida y la
muerte, entre la justicia y la injusticia, entre el
bien y el mal. Esta enemistad entre los dos sólo
quedará superada y anulada por la victoria comple-
ta del uno sobre el otro.
¿Quién va a ganar esta lucha: la mujer o el
dragón, la vida o la muerte, la bendición o la
maldición, María que da la vida a Jesús o Herodes
que quiere matarle, los cristianos o el imperio ro-
mano, la debilidad o la fuerza? Humanamente ha-
blando, irá a perder la mujer...
8A
DIOS INTERVIENE A FAVOR DE LA VIDA
87
combatiéndose aún hoy día. Dios tomó partido y
definió su posición. ¡El dragón de maldad caerá
derrotado!
Esta lucha titánica comenzó muy humildemente
con la visita del ángel a casa de María, allá en
Nazaret, y con el nacimiento tan pobre de Jesús
en Belén. Cuando vino el ángel, Augusto, el em-
perador, no se enteró de nada. Nadie se enteró.
Es que las cosas grandes de Dios suelen aconte-
cer en el escondimiento de la vida de las personas
humildes que creen que para Dios nada hay impo-
sible. Personas que se merecen el elogio de Isabel
a Nuestra Señora: «¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá»
(Le 1,45). Así se realizan las cosas verdaderamen-
te grandes que carecen de apariencias.
88
grandeza del poder de Dios presente en la debili-
dad de las cosas humanas. Jesús mismo decía al
Padre: «Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te
alabo porque has mantenido ocultas estas cosas a
los sabios y prudentes y las has revelado a la gente
sencilla. Sí, Padre, gracias porque así te pareció
bien» (Mt 11,25-26).
Por eso mismo los pobres pueden considerarse
felices, porque es grande la misión que deben des-
empeñar. Han de descubrir y anunciar a los de-
más la Buena Nueva de la liberación que viene
de Dios.
Ahí está la razón de que el pueblo humilde lleve
las andas de Nuestra Señora por las calles y se
recate bajo el nombre de María. Es en ésta en
quien los pobres se reconocen, como en un espejo
que Dios pone ante ellos. En tal espejo de la vida
de María, el pueblo descubre su rostro humano
y la misión que debe cumplir. La historia de este
pueblo pobre es igual a la historia de María, que
sigue hasta hoy. Hasta hoy continúa entre nos-
otros la lucha de la mujer contra el dragón de la
maldad, llenando el corazón de todos de una nueva
esperanza. ¡La mujer va a vencer, porque Dios está
con ella!
Veremos ahora algunos de estos hechos de hoy
en día, continuadores de la historia de María. Ello
nos ayuda a percibir la importancia de nuestra
vida y de nuestra historia dentro del plan de
Dios.
89
5
La historia de María
que sigue hasta hoy
UNA VÍSPERA DE NAVIDAD GRÁVIDA
DE JESÚS
Q'C
horribles dolores, que en este caso eran de parto.
¡Cuántas pequeñas luchas por el estilo se tra-
ban diariamente dentro de las personas! Nadie lo
percibe; el rostro no lo da a entender. Pequeñas
luchas victoriosas, como las pequeñas raíces que
alimentan y hacen crecer el árbol de la libertad.
NAVIDAD: D I O A LUZ UN N I Ñ O
Cíff
BELÉN: ACOSTÓ AL N I Ñ O EN UN PESEBRE
qq
a ella allá arriba (y señaló el cielo). A visitar a
la madre y a la criatura, el día del bautizo, sólo
había gente pobre, como lo eran los pastores de
Belén. De reyes magos, ya más ricos e instruidos,
sólo tenía a Luisita y a mí. La estrella... era la
alegría del pueblo allí reunido.
LA H U I D A A E G I P T O :
HERODES SIGUE M A T A N D O A LOS NIÑOS
mi
«—No ha muerto, no. Hace poco dio todavía
un respingo.
—¿Nació enferma?
—¡Ni hablar! Nació fuerte.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Hace unos días le dio una colitis, y por eso
está así.
— ¿ Y qué le estás dando?
—La gente da lo que tiene, un poco de leche
en polvo.
—¿Sólo eso?
—Sólo.»
1 m
ayer se le podía acusar porque su crimen era pa-
tente. El Herodes de hoy pasa como libre y
honrado; nadie le acusa, porque su crimen no apa-
rece. Perdió el nombre, pero sigue vivo, actuando
en el mundo entero, matando niños, esterilizan-
do a las mujeres pobres, privando al pueblo po-
bre de los recursos más elementales en cuestión
de higiene y salud. ¿Quién es el responsable de
la muerte de María del Socorro? ¿Quién es el
Herodes infanticida? Es el salario de hambre, es
el tiranuelo que oprime al pueblo y le quita la
tierra, es el progreso que sólo mira a la ganancia
y no se preocupa del hombre que ha construido
el progreso con la fuerza de su trabajo, es la
abundancia, de los ricos robada a los pobres, es el
sistema que margina al pueblo como ignorante, sin
voz y sin vez, ¡son tantas cosas...!
103
LA ESTRELLA DE BELÉN:
LOS MAGOS OFRECEN SUS DONES
104
Y debo decir que los pobres perdonan ¡setenta
veces siete!»
La estrella apareció en la vida de María del
Carmen cuando ésta se alejó de donde moraba He-
rodes. Justo como sucedió a los reyes magos (cf
Mt 2,9). Volvió a encontrar la estrella del perdón
y de la paz junto a los pobres, a quienes ahora
ofrece sus dones (cf Mt 2,11). Avisada por Dios,
ya no regresó adonde Herodes sino que sigue por
otro camino, indicado por Dios y por su concien-
cia (cf Mt 2,12).
m^
NAZARET: EL N I Ñ O CRECÍA
Y ESTABA SUMISO A SUS PADRES'
109
ció un nombre raro, pero José insistió: «Se lla-
mará Nazareno, porque tiene que vivir.»
Tras el nacimiento de Nazareno, María no gozó
ya de sosiego. Vive para el niño, con una preocu-
pación constante, día y noche. Las hijas, peque-
ñas aún, la ayudan. Y Nazareno está creciendo en
edad y sabiduría, ante Dios y ante los hombres,
vivaracho y fuerte, allá en el caserío (cf Le 2,52).
110
AL P I E DE LA CRUZ:
A H Í TIENES A TU MADRE
111
su madre y junto a ella al discípulo ( = e l pueblo)
más querido, dijo: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo.'
Después dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu ma-
dre.' Desde aquel momento el discípulo se la llevó
a su casa» (Jn 19,26-27).
Desde que Jesús, en lo alto de la cruz, poco an-
tes de morir, pronunció esas palabras, el pueblo
humilde no ha vuelto a separarse nunca de Nues-
tra Señora. La lleva consigo, dentro del corazón,
dentro de su casa, doquiera que vaya. ¡Jesús lo
mandó! Fue su última voluntad.
PASCUA: LA EXTRAÑA FUERZA
DE LA RESURRECCIÓN
1 i t
Ese tal empieza a entender que de quienes opri-
men la vida no puede venir la fuerza de la vida.
De ésos viene sólo la muerte, pues ellos mismos
están muertos, atollados en pensamientos muer-
tos, sin vida. Ellos mismos necesitan redención y
liberación, que podrán venir sólo de los débiles
y oprimidos. Porque la fuerza de la vida única-
mente nace y aparece allí donde se la crucifica,
se la oprime, se la tortura y se la persigue. ¡Sólo
allí aparece la fuerza de la Resurrección! Sólo re-
sucita quien primero muere.
A muchos les gustaría que el pueblo no se de-
tuviese en el viernes santo, sino que pasara en
seguida al domingo de Pascua. Pero ¿cómo pa-
sar, si el viernes santo se prolonga hasta hoy en
la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario an-
tes de hora y dejar solos a los hermanos sufrien-
do en la cruz? Por el simple hecho de que el pue-
blo permanece al pie de la cruz, junto a Nuestra
Señora, está anunciando a todos su fe en la resu-
rrección y en la vida. Sí no creyese, ¡la vida habría
terminado ya hace mucho tiempo sobre la faz de
la tierra!
Hablar así parece «locura y escándalo» (cf 1 Cor
1,23). Pero hay un motivo para ello. Igual que el
«pueblo humilde y pobre» del tiempo de Sofonías
(cf Sof 3,12), así nuestro pueblo ya no parece
creer en ideas y promesas humanas, por muy bue-
nas que sean. Le engañaron durante siglos. Sufrió
en demasía para poder confiar aún en los hombres
que prometen un futuro mejor Sólo cree en Dios
mismo y en la vida, y sólo con ellos dos, Dios y
la vida, se compromete. El pueblo ha adquirido
una sabiduría, una sabia desconfianza, que no se
deshace con peroratas y discursos políticos. Para
poder creer, los pobres exigen pruebas y testimo-
nios concretos. Únicamente así aceptan y se com-
prometen. Antes de pretender alguien que el pue-
blo le crea, debe merecer esta fe del pueblo con su
testimonio. ¡María la mereció!
Precisamente por eso, aunque oprimido, este
pueblo es libre. Libre tanto frente a sus opreso-
res, cerno frente a sus libertadores, ¡juzga a unos
y a otros!
11 s
6
El homenaje del pueblo
a la Madre de Jesús
LOS NOMBRES QUE EL PUEBLO
D I O A MARÍA
119
rias, Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Seño-
ra de la Asunción, Nuestra Señora del Rosario,
Nuestra Señora de la Alegría...
Ella tiene nombres para todos los momentos
de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte.
Nuestra Señora acompaña al pueblo en el «des-
tierro» y en la «soledad», en los «dolores» y en
la «muerte». Va con él en toda circunstancia, ali-
mentándole la esperanza con su «ayuda», con sus
«consejos», con su «consolación». Ella «ayuda» y
«ampara», «guía» y «socorre», «remedia» y «li-
bera», conduce a la «victoria» e introduce en la
«gloria». ¡A todos comunica su «alegría»! Tiene
nombres emparentados con los lugares en que vi-
vió y donde se la venera: Nuestra Señora de Na-
zaret, Nuestra Señora de Belén, Nuestra Señora
de Loreto, Nuestra Señora de la Peña, Nuestra
Señora de Fátima, Nuestra Señora de Lourdes,
Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de
Montserrat, Nuestra Señora de Covadonga, Nues-
tra Señora del Rocío, Nuestra Señora del Camino,
Nuestra Señora de Lujan, Nuestra Señora de Gua-
dalupe, Nuestra Señora del Pilar...
Decenas de municipios y centenares de pobla-
ciones en todas las regiones y países de España e
Iberoamérica tienen nombres relacionados con el
de la madre de Jesús, como el de santa Ana, ma-
dre de Nuestra Señora, y con el de san José, el
esposo de María.
La imagen de Nuestra Señora con el Niño en
brazos o la de la Inmaculada Concepción pisando
120
la cabeza de la serpiente, se encuentra en casi to-
das las casas de nuestro pueblo, pintada o copiada
de mil maneras. ¡Es la imagen de las madres que
engendran sus hijos creyendo en la vida y derro-
tando al dragón!
121
LAS FIESTAS DEL PUEBLO
EN H O N O R DE NUESTRA SEÑORA
1??
asiste al rito de la coronación o participa en la
tradicional rifa.
Son muchas las maneras que el pueblo usa para
manifestar su devoción. Novenas y rosarios, mes de
las flores y coronaciones, romerías y procesiones,
cantos y fiestas, imágenes y andas, letanías y ben-
dición, santuarios y rifas, sin hablar de la devoción
personal de cada uno.
Regiones enteras se reúnen, en miles de luga-
res, para homenajear a la Madre de Dios en sus
fiestas. Dicen que debajo de algunos montes hay
un río subterráneo que, de aprovecharse, daría agua
para transformar el páramo en un jardín florido
y verdeante. ¡Tan inmenso es el río! Hay en el
pueblo un río subterráneo que aflora aquí y allá.
Aflora en esta devoción inmensa de siglos que el
pueblo tiene a Nuestra Señora. Sólo que sus aguas
no están aún bien aprovechadas. Si fuese posible
canalizarla, esta agua de Dios y todo lo que re-
presenta para el pueblo, la vida de éste se trans-
formaría en un jardín verdeante y florido, y el
pueblo cantaría hoy el himno de Nuestra Señora
como se cantó la primera vez.
Sería la llegada del Reinado que Dios prometió,
para cuya realización él quiso y todavía quiere
depender no del consentimiento del emperador
romano o del gobierno, pero sí del consentimien-
to del pueblo humilde y de aquella muchacha bien
pobre de Galilea, llamada María.
193
LA IMAGEN D E NUESTRA SEÑORA
1?zt
María nos legó de su fe en Dios y de su entrega
a la vida.
Renovarla de tal modo que se transformase en
un espejo límpido y sin empañar, para que el pue-
blo pudiera contemplar su propia faz de personas,
de hijos de Dios, y descubrir en ella la propia
misión en el mundo de hoy.
¡Si fuera posible limpiar este espejo...!
Un día tal sueño se hará realidad. Aunque por
ahora todavía no seamos capaces de ver toda la
belleza de la «imagen» de Nuestra Señora, la gente
sabe que hay tal belleza en' ella e intuye en la
misma un secreto muy importante para nuestra
vida. Por eso el pueblo la lleva consigo doquiera
que vaya, protegiéndola con su devoción. No juzga
externamente lo que aún no entiende. Sabe que la
vida es más grande de lo que se comprende. Es-
pera el día en que alguien le ayude a descubrir
todo el secreto de la «imagen» de Nuestra Se-
ñora.
Ese día, cuando llegue, será el día del gran mi-
lagro, nunca visto aún, que hará coincidir el vier-
nes santo con el domingo de Pascua y transfor-
mará la gran procesión del Señor muerto en el
cortejo festivo de Resurrección y de Vida.
¡Nuestra Señora de la Liberación, ruega por
nosotros! ¡Nuestra Señora de las Victorias, ruega
por nosotros!
125
índice
LLEVANDO LAS AMDAS DE NUESTRA SE-
ÑORA 5
El nombre de María 9
El avemaria 11
has andas de Nuestra Señora 14
Los grandes y los pequeños 16
Ser de Dios y del pueblo 18
La imagen de María es pobre y morena 20
Primer paso 36
Segundo paso 37
La vida en familia 47
En casa de los padres 47
Como las otras muchachas del lugar 48
El noviazgo con José 48
El sufrimiento de José y María 49
Dios no pide permisos 51
^^o
La vida de los «pobres de Dios» 54
La decepción frente a los grandes 54
Su único apoyo era Dios 55
Dios escoge a los pobres 55
«No temas» 60
«El Espíritu Santo bajará sobre ti» 62
María, Madre y Virgen, retrato del pue-
blo de Dios 64
¿Cómo entender la acción del Espíritu
Santo en María? 64
La acción del Espíritu Santo en María
y en el pueblo 65
María, Madre y Virgen, retrato del pue-
blo de Dios 66
La incomprensión del propio pueblo 68
MALIGNO 71
El nacimiento de jesús 75
Era pobre 75
Era chocante 76
m
Herodes y los reyes magos 78
Las dos señales en el cielo: la mujer y
el dragón 80
¿Quién es la mujer? • 81
¿Quién es el dragón? 82
1 X7
6. E L HOMENAJE DEL PUEBLO A LA MA-
DRE DE JESÚS 117
1 22