27.01.2016/03:34 En la actualidad, debemos considerar el desarrollo del saber como algo deseable en el ser humano. En ello, la articulación entre ciencias y humanidades es necesaria. La ciencia debe actuar con mayor previsión, con una visión de conjunto y de proyección hacia el futuro de la humanidad. No hacerlo así, ha llevado a generar múltiples problemas: congestionamiento urbano, sobrepoblación, proliferación de armamentos, daños ecológicos irreversibles, entre otros. En México, los modelos educativos de las últimas décadas, han desdeñado la formación humanística. Si bien el plano discursivo dice lo contrario en relación a que la ciencia y tecnología deben estar al servicio del hombre, en realidad parece lo contrario. La filosofía, sociología, literatura, ética, entre otras asignaturas, han sido relegadas a un segundo plano o en el peor de los casos eliminadas de planes y programas de estudio. Ante este panorama, es preciso empezar la búsqueda de soluciones. Nos preguntamos ¿cómo hacer para que el espíritu y maquinaria bélica frene su avance en el mundo y en su lugar se promuevan y consoliden los valores de paz? ¿De qué manera reencauzar a la humanidad, cada vez más dividida y amenazada por la destrucción bélica? ¿De qué modo ha de actuar el hombre frente a las múltiples contradicciones entre las normas ético jurídicas y la conducta familiar, social y política? Lo que caracteriza a nuestro tiempo es el desquiciamiento de los valores culturales; la incertidumbre del despertar cada mañana por el mundo en que vivimos; la discrepancia entre las aspiraciones humanas y la realidad; el escepticismo de las nuevas generaciones por el desarrollo humano; la corrupción política y moral; los contrastes violentos entre la pobreza de los muchos y la opulencia de unos pocos; el privilegio de la técnica sobre el saber y ser; todo ello se debe, a una falta de visión de conjunto, que se agrava por la separación entre las humanidades y las ciencias. En este contexto, los docentes no podemos permanecer escépticos en ningún sentido, pues negaríamos la esencia de nuestra misión: la educación. Educar es actuar positivamente para el desarrollo del pensamiento, la voluntad y el actuar de los hombres. Los maestros tenemos la posibilidad de ser catalizadores de las fuerzas innovadoras, animador en la transformación de las condiciones de vida y promotor de las mejores causas de la humanidad. El humanismo es una posición integral que nos hace ver que todos los hombres somos iguales en esencia y capaces de crear y evolucionar, a pesar de las diferencias individuales. Educación y humanismo deben ser, la primera, el medio; el segundo, el fin. Pero un fin que no termina, porque mientras haya vida, habrá capacidad de evolución. El fin supremo de la educación, es conducir a las nuevas generaciones, mediante la correcta interpretación de los fenómenos que influyen en su circunstancia, hacia la resolución de los problemas que han impedido fijar la actitud histórica de cada pueblo en un ambiente de seguridad y de adecuada satisfacción de su necesidades de justicia, de paz, de libertad y de creación. En este sentido, tomando en cuenta los más altos ideales del ser humano, es necesario hacer una revisión ordenada y minuciosa de los planes y programas de estudio vigentes. Que subsista todo lo que la experiencia aconseje como válido; que se corrija lo equivocado y que se articulen con los progresos de la ciencia a fin de servir al hombre en la paz, la libertad y la justicia social. Para ello, se requiere de la participación social de todos aquellos que puedan aportar su saber y su virtud. Si como sociedad somos capaces de desarrollar esta encomienda y los objetivos de articular educación y humanismo, las nuevas generaciones podrán constituirse en los mejores ejemplos de futras generaciones que heredaran un mundo en el que interés preponderante sea el hombre en toda su plenitud, con todos sus valores (CONALTE, 1967)