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ID A JOŚE

© Editorial traditions Monastique, 2004

Abadía de San José de Clairaval

21150 Flavigny-sur-Ozerain-Francia

Fax:00 33 3 80962529

e-mail: abadia@clairaval.com

titulo de la obra original francesa: Saint Joseph, époux de Marie

impreso en Francia

ISBN: 2-87810-046-8

ID A JOSÉ

PRÓLOGO

Este librito pretende únicamente servir de alimento espiritual a las personas deseosas de
conocer un poco mejor la vida y las virtudes del casto Esposo de la Madre de Dios. Leyendo
estas páginas, podrán hacerse una idea más precisa de su influencia y poder, siempre
dispuesto a socorrer a las almas de buena voluntad.

Los textos proceden sobre todo de las obras de los santos y doctores, pero también de los
escritos de los autores admitidos en la Iglesia, y pueden servir de gran ayuda a la meditación.

Por lo que respecta a las historias que cuentan favores recibidos por intercesión de este gran
santo, nos habría gustado poder presentar muchas más relacionadas con conver-siones u otros
favores espirituales, pero los beneficiarios de tales gracias prefieren a menudo guardarlas en
secreto... No obstante, los relatos más conocidos que aquí se cuentan tie-nen como objetivo
hacer brotar o aumentar la confianza en San José, así como alentar a los lectores para que lo
invoquen en las situaciones que, desde un punto de vista humano, parecen no tener solución.

Todos los textos se han dispuesto en forma de mes de San José, es decir, un escrito-
meditación y un relato de favor recibido para cada uno de los días del mes de marzo,
consagrado especialmente por la Iglesia al culto de este santo.

A ello se añade una corta resolución práctica y una oración : escogida de entre las que se han
recopilado al final del libro.

1
El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por la Santa Sede en 1992, nos exhorta a
«prepararnos para la hora de nuestra muerte », a pedir a la Madre de Dios que ínterceda por
nosotros y «a confiarnos a San José, patrono de la buena muerte» ( n. 1014 ). Esperamos que
las páginas que siguen animen al lector a llevar, junto a San José, una vida verdaderamente
cristiana y a corresponder cada vez más al designio de Dios sobre él, con el fin de ser
merecedor mediante su protección de una muerte dulce y preciosa ante Dios.

Expresamos nuestro agradecimiento a todas las personas que nos han ayudado a redactar este
libro, en especial a la Reverenda Madre General de las Hermanitas de los Pobres.

Hacemos votos para que, desde lo alto del Cielo, San José continúe protegiendo y guiando a
la Sagrada Familia que es la Iglesia Católica.

8 de septiembre de 1993
+ fr. Agustín María, osb
Fundador de San José de Clairval

1 DÍA PRIMERO

Testimonio de Santa Teresa de Jesús

La famosa Santa del Carmelo cuenta, en la historia de su vida, el episodio de una enfermedad
que iba a ponerla a prueba durante tres años. Veamos con qué palabras nos habla de San José.

«El extremo de flaqueza no se puede decir, que sólo los huesos tenía ya. Digo que estar así
me duró más de ocho meses ; el estar tullida, aunque iba mejorando, casi tres años. Cuando
comencé a andar a gatas, alababa a Dios. Todo lo que estuve tan mala me duró mucha guarda
de mi conciencia, cuanto a pecados mortales. ¡Oh, válame Dios, que deseaba yo la salud para
más servirle, y fue causa de todo mi daño!. Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad,
y cual me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para que
me sanasen, que todavía deseaba la salud, aunque con mucha alegría lo llevaba; y pensaba
algunas veces, que si estando buena me había de condenar, que mejor estaba así ; mas todavía
pensaba que servía mucho más a Dios con la salud. Este es nuestro engaño, no nos dejar del
todo a lo que el Señor hace, que sabe mejor lo que nos conviene.

Comencé a hacer devociones de Misas, y cosas muy probadas de oraciones, que nunca fui
amiga de otras devociones que hacen algunas personas, con ceremonias que yo no podía
sufrir, y a ellas les hacían devoción, y tomé por abogado y señor al glorioso San José, y
encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de
honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó, con más bien que yo le sabía pedir.

No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que
espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo,
de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les
dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo, tengo experiencia
que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender, que así como le fue sujeto en
la tierra ( que como tenía nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar ), así en el cielo hace

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cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas a quien yo decía se encomendasen a él,
también por experiencia y aun hay muchas que le son devotas de nuevo, experimentando esta
verdad.

Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad que de
espíritu, queriendo se hiciese muy curiosamente y bien, aunque con buen intento; mas esto
tenía malo, si algún bien el Señor me daba gracia que hiciese, que era lleno de imperfecciones
y con muchas faltas. Para el mal y curiosidad y vanidad, tenía gran maña y diligencia: el
Señor me perdone.

Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia
que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea
devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque
aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme, ha algunos años,
que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la
petición, él la endereza para más bien mío. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir,
de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso
santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas
seré corta, más de lo que quisiera; en otras, más larga que era menester. En fin, como quien
en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no
me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca
y tenerle devoción. En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que
no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el
niño Jesús, que no le den gracias a San José, por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no
hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso santo por maestro, y no errará en
el camino. Plega al Señor no haya yo errado en atreverme a hablar en él; porque aunque
publico serle devota, en los servicios y en imitarle, siempre he faltado; pues él hizo, como
quien es, en hacer de manera que pudiese levantarme y andar, y no estar tullida, y yo, como
quien soy, en usar mal de esta merced » ( Santa Teresa, Libro de su vida, cap. 6 ).

En su piedad Santa Teresa de Jesús no cesará nunca de llamar a San José : Señor y padre
mío.

En honor de San José:

Hacer los actos con una confianza siempre creciente en San José, quien hace posibles las
cosas más imposibles.

El lector leerá con mucho provecho, cada día del mes, una de las plegarias que se encuentran
en la p. 156 y siguientes.

Un obispo misionero irlandés, Mons. O. Hair, estuvo ejerciendo el apostolado durante


muchos años en Sudáfrica, en un territorio tan extenso como Inglaterra.

De vez en cuando, visitaba su rebaño muy desesperado. En una de sus caminatas, se pierde.
No sabiendo qué hacer, invoca a su ángel de la guarda, a San José y a Nuestra Señora del
Buen Consejo y sigue su camino completamente desorientado. Al fin, llega a un grupo de
casas. Precisamente, un Campesino está en este momento trabajando cerca de su morada.

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«Usted llega en buen momento, le dice al recién llegado, en la casa vecina un hombre se está
muriendo ».

El obispo se presenta en casa del moribundo. A su vista, este se pone a llorar de alegría y
exclama : ¡Oh San José!; “Yo sabía que antes de morir me enviarías un sacerdote”, ¿cómo es
esto? » le pregunta el misionero. Entonces, el enfermo le cuenta : « Yo soy irlandés. Cuando
era niño, mi madre me enseñó a rezar a San José : "Oh San José, obtenedme la gracia de una
santa muerte ". He rezado esta plegaria durante todos los días de mi vida. A los 21 años,
después de haber participado en la guerra contra los Cafres, me quedé en África. Cuando caí
enfermo, le recé a San José con más fervor aún y ahora me manda un padre de forma
inesperada ». Al día siguiente, el enfermo murió en la paz del Señor.

2 DÍA SEGUNDO

¿El día o la noche ?

La cuestión es saber cuál de los dos es más elocuente, si el día o la noche. El día es magnífico,
pero ! la noche es tan solemne !. El día nos ilumina la tierra, la noche nos descubre los cielos.
Estos pensamientos nos vienen a propósito de San José.

Uno se sorprende de las sombras oscuras que envuel-ven a este incomparable santo... Se
conocen con precisión los actos y la historia de un gran número de hombres célebres en
diversas actividades. De San José no se dice casi nada. Algunas líneas en el Evangelio, donde
ni una palabra propia de él se refiere, eso es todo. Se nota que este hombre está en la noche.
Su vida es para el mundo una noche oscura y verdadera, como lo es la noche, profunda,
majestuosa y religiosamente conmovedora. Hasta tal punto que uno termina por encontrar
esta existencia tan escondida, más bella, más grande, más interesante, sin comparación, que
las que son completamente diáfanas.

La profundidad que esconde un matiz tan poco delineado crece a medida que se la sondea, y
el alma termina sintiéndose en presencia de un abismo. Entonces, se encuentra como
insensiblemente elevada por encima del mundo ordinario de sus pensamientos. Respira un
aire más puro, más embriagador. Se diría que le llega una brisa de la patria eterna. Pacificada
en sí misma, siente como una cierta vecindad con Dios. Esta impresión, cuando uno se acerca
interiormente a San José, es la que se acostumbra sentir al entrar en un santuario. Un santuario
es la paz, es el silencio, es una cierta oscuridad que hace volver a entrar el espíritu en sí
mismo. Es un lugar grave, profundo y suave que pide e inspira respeto, que inclina a la
humildad, hace olvidar el mundo y produce un sabor anticipado del Cielo. De hecho, un
santuario, cualquiera que sea, es un lugar donde Dios reside. Dudo que se pueda pensar en
San José sin alguno de estos sentimientos. San José es, por su estado, la morada y el
revestimiento del más grande de los misterios : el de Dios hecho hombre en el seno de una
Virgen; el de Jesús y María.

Las santas reglas de la liturgia prescriben que la Eucaristía conservada en nuestros sagrarios
permanezca en un copón de oro y plata y que el mismo copón sea recubierto con un velo de
oro, plata o seda. En el misterio del Verbo Encarnado, la hostia consagrada es Jesús, el copón

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es María Santísima, el velo es San José. Del mismo modo que el copón está destinado
únicamente a la hostia, así mismo el velo está solamente destinado a la hostia y el copón. Así
como María no existe, no vive más que para Jesús, José no existe, no vive más que para Jesús
y María ( Monseñor Gay ).

En honor de san José :

Con la ayuda de San José, esforzarme en amar el silencio y la vida escondida, sin querer
distinguirse a los ojos de los hombres.

Oración, pág. … y siguientes.

A finales del siglo XIX, el Padre Juan, Abad de la Abadía de Fontfroide ( Francia), fue testigo
de un favor particular, concedido por San José a un alma que tenía la costumbre de invocarlo.
He aquí cómo cuenta el hecho :

«Durante mi estancia en la abadía de Sénanque, me paseaba un atardecer, en contra de mi


costumbre, por un prado cercano a la puerta de la entrada. El hermano portero se acercó :

-Un señor pregunta por Usted.

-¿Por mí ?... ¿Me conoce ?

– Sí, sin duda, lo ha visto y lo ha señalado.

Voy a su encuentro. Era un hombre apuesto, bien vestido, de modales distinguidos, pero
parecía muy turbado. A pocos pasos de él, pastaba un soberbio caballo negro, el más hermoso
que yo había visto en mi vida. ¡Oh ! ¡Qué hermoso animal !

-Señor, me dice el visitante, yo no lo conozco a Ud. Le he visto de lejos y lo he hecho llamar.


Mi caballo me llevé por las rocas y se ha detenido delante de su puerta. ¿Dónde estoy ? ¿Qué
casa es esta ? ¿Una de campo ?

– No, un monasterio.

-No he visto nunca un monasterio. Y ¿por qué va Usted vestido de blanco y negro como un
payaso ?

-Es el hábito de nuestra Orden. Pero, dígame ¿quién es Usted ?

– Soy el director del circo imperial de Lyon.

-¿Y está arruinado ?

-No, tengo una fortuna de un millón por lo menos : mis negocios van de maravilla. Tengo
bajo mis órdenes un personal numeroso, pero estoy atormentado por la idea de suicidarme.

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Yo lo tomé del brazo y le dije sonriendo :

– No, Usted no irá a tirarse al río, el agua está demasiado fría. Le cuidaremos su caballo. Me
contará su historia y luego decidiremos.

El singular personaje empezó enseguida este relato extraordinario :

“Yo nunca conocí a mi padre. A la edad de 7 años, perdí a mi madre. Murió un atardecer.
Una procesión se la llevó. Primero llegó a la casa un cura con unos niños vestidos de rojo,
solideo, cinturón y vestido rojo con una especie de camisa de encaje encima.

Eso me impresionó. Más tarde me dijeron que era para llevar la primera comunión a mi
madre. Después de su muerte, cogí el poco dinero que encontré en casa y me fuí a un circo
vecino. Estaba completamente solo, no tenía ni parientes ni amigos. Le pregunté al dueño del
circo si me aceptaba.

-Eres demasiado joven. Dile a tu padre...

– No tengo.

-A tu madre...

-La hemos enterrado hoy.

-¿Dónde vives ?

Se lo dije.

-Regresa mañana, ya veremos.

Regresé ; me admitió ; formé parte de su compañía. Me trató siempre como a un hijo suyo y
al morir me dejó su circo. Anduve por todas partes ; gané mucho dinero. Pero desde hace un
tiempo no sé lo que me pasa : me siento desgraciado, me quiero ahogar.

-¿Tiene fe ?

-No sé lo que es.

-¿Cree en Dios ?

-Sí, vagamente ; pero no sé tampoco lo que es.

-¿Sabe hacer la señal de la cruz ?

-Mi madre la hacía y me la mandaba hacer. No la hice más desde entonces. Ella me enseñó
también una oración que me hacía recitar todos los días. Se la voy a decir. Y me recitó la
oración : Dios te salve, José (véase pág. 175 ).

-¿Usted la dice algunas veces?

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-Nunca dejé de decirla cada noche antes del descanso.

-¿Sabe Usted quién es San José ?

-No.

-¿Y por qué es usted desdichado ?

-No sé. El aburrimiento se apoderó de mí, el disgusto de todo, últimamente de la vida misma.
Llevé mi caballo a orillas del Ródano ; pero saltó hacia atrás y escapó. Por primera vez en
mi vida no he sido dueño de mi animal.

-¡Muy bien ! Es la Providencia la que lo guió hasta aquí.

-¿Qué es la Providencia ?

-Es la mano de Dios hecha sensible. Es ella la que lo condujo aquí, porque Dios quiere
salvarlo. Usted fue bautizado; él no quiere dejarlo morir como un pagano. No es en el
Ródano, es en las aguas de la gracia donde tiene que sumergirse. Trabajaremos juntos en eso.
Nunca bajo al jardín a esta hora. Inspirándome venir allí, el Maestro bueno me envió hacia
Usted. Lo compadezco con toda mi alma ; permítame abrazarlo.

Lo abracé con efusión ; él se sintió conmovido.

– Usted cenará con nosotros esta noche, agregué. dormirá sobre el duro suelo, y mañana, en
vez de regresar, pasará la jornada aquí.

Se quedó no sólo el día siguiente, sino tres días enteros. Lo instruí sobre las verdades
fundamentales. Era muy inteligente y Dios le había mostrado que ni los placeres, ni la fortuna
dan la felicidad. Se confesó y comulgó. Nos despedimos muy a su pesar. Regresó a Avignon
totalmente transformado, ordenó sus negocios, vendió su circo, distribuyó dinero a los pobres
y se hizo religioso. Algunos años más tarde, se sintió aquejado de fiebres altas, y murió como
un santo, joven aún y desconocido.

Vean, agregaba el buen Padre, lo que le vale a un alma la protección de San José. Fue fiel a
la oración, incluso sin comprender lo que decía, ni saber a quién se dirigía. Por eso recibió
su recompensa ».

3 DÍA TERCERO

El deseo de agradar a Nuestra Señora

No sabemos casi nada de la vida de San José. Incluso un antiguo autor ha observado que,
entre las tres o cuatro acciones suyas que trae el Evangelio, no se encuentra ni una sola de
sus palabras. Quizás la atención de los Evangelistas totalmente ocupada o más aún apremiada
por las maravillas que tenían que decir del Salvador del mundo, no pudo extenderse al resto:

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quizás el Espíritu Santo ha querido que ese silencio nos trazara de alguna manera los
principales rasgos del carácter de San José, su humildad, su amor por la soledad y por la vida
escondida. Sea como sea, este suave esbozo nos dice poco en comparación con lo que nos
hubiera mostrado el detalle de la vida de este gran santo : ¡cuántos ejemplos conmovedores
perdidos para siempre, cuántas excelentes máximas sepultadas en un eterno olvido! Pero,
aunque tengan motivo para lamentar esta pérdida sobre todo los que están comprometidos en
el matrimonio, me parece que no es más que por su propio interés por lo que deben
lamentarla, y no por interés de San José. Incluso si los Libros Santos no dijeran de él más
que esta sola palabra, virum Marine, fue el esposo de María, nos hubieran dicho lo suficiente
para darnos la idea más favorable de su santidad, suficiente como para ejercitar la elocuencia
de los oradores cristianos.

Para mí, lejos de lamentarme hoy de la esterilidad de mi tema, confieso que esas dos únicas
palabras me parece que encierran un significado tan amplio, que me encuentro abrumado por
el número y por la excelencia de las cosas que ellas significan. Si yo pudiera presentar ante
vuestros ojos toda la amplitud de ese significado, no dudo que haría el elogio más completo
de este esposo incomparable, pero en la certeza de no poder satisfaceros más que
imperfectamente, ¿qué otra cosa debo hacer sino dirigirme a la Santísima Virgen ?

Espero que ella se interesará en la gloria de un santo al que los lazos más sagrados le hicieron
tan amado por ella; espero que ella os obtendrá las luces que reemplazarán la debilidad de
mis palabras y de mis pensamientos.

Aunque no hubiera razón de publicar las alabanzas de San José, debería hacerse por el único
deseo de agradar a María. No se puede dudar que ella participa mucho en los honores que se
tributan a este santo y que ella misma siente que redundan en su beneficio. Además de que
ella lo reconozca por su verdadero esposo, y que como tal siempre tuvo para con él todos los
sentimientos que debe conservar una mujer virtuosa hacia aquel a quien el Señor la ha unido
tan estrechamente, ¡qué reconocimiento debió inspirarle la manera como este santo esposo
ejerció su autoridad, el respeto que tuvo por su pureza virginal ! Este reconocimiento fue
igual al amor que ella tenía por esta virtud y en consecuencia, nada puede ser más vivo que
su celo por la gloria de San José ( San Claudio La Colombiére ).

En honor de san José

Hacerse ardiente propagador de la devoción a San José, en la convicción de que esta práctica
es muy querida del Corazón Inmaculado de María.

Oración, pág. 156 y siguientes.

En la noche del 2 de enero de 1885, un anciano se presentó en la casa de un sacerdote para


pedirle que fuera a ver a una agonizante, e indicarle la dirección a la cual quería llevarlo.

La calle indicada tenía mala fama, el anciano era un desconocido, la noche avanzaba, se podía
temer una trampa y el sacerdote dudaba ; pero el anciano le urgió encarecidamente.

-Tiene que ir sin tardar, se trata de administrar los sacramentos a una pobre anciana
moribunda.

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Ante un deber sagrado, el sacerdote dejó de dudar y siguió al mensajero. La noche era glacial,
el anciano no parecía darse cuenta de ello; iba delante y decía al sacerdote para tranquilizarlo:

-Yo lo esperaré en la puerta.

Esa puerta delante la cual se detuvo era la de una de las casas más miserables de ese barrio,
y el sacerdote que llevaba el Santísimo Sacramento, tuvo de nuevo un movimiento de
aprensión ; pero, pensando que Nuestro Señor vino para salvar a los pecadores, siguiendo la
indicación del guía, tocó vigorosamente la campanilla. Ninguna respuesta.

Llamó varias veces y se produjo el mismo silencio. El fano se mantenía a cierta distancia y
el sacerdote le dijo finalmente:

-Ya ve que es inútil, no vienen a abrirme...

-Déjeme llamar, respondió el misterioso personaje adelantándose, mientras que el ministro


de Dios retrocedía un poco, y tan pronto como la puerta se abra, entre rápidamente, suba
hasta tal piso, abra la habitación del fondo y allí encontrará a la agonizante.

Estas singulares palabras estaban dichas con tanta autoridad que su interlocutor no puso
ninguna objeción. El anciano golpeó de una manera extraña, la puerta se abrió
inmediatamente y el sacerdote, sin dudar esta vez, entró, subió, abrió la habitación indicada
y se encontró frente a una mujer extendida en su lecho de dolor y que, en su abandono, repetía
en medio de gemidos :

-¡Un sacerdote ! ¡Un sacerdote ! ¡Me dejarán morir así un sacerdote !

El ministro de Dios se acercó :

-Hija mía, aquí hay un sacerdote.

Pero ella no quería creerlo.

-¡No! exclamó, nadie, en esta casa, querría buscarme un sacerdote.

– Hija mía, un anciano me llamó para que viniera.

– Yo no conozco a ningún anciano, respondió la agonizante.

Sin embargo, el sacerdote logró poco a poco convencerla que él era el ministro de Dios que
ella llamaba, y le ofreció los sacramentos.

Entonces, se acusó de los pecados de su larga vida de pecadora, que pesaban gravemente
sobre su conciencia y manifestó una contrición tan viva que el sacerdote, sorprendido de
encontrar tanta fe en una persona tan separada de Dios, le preguntó si había observado alguna
práctica de devoción.

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— Ninguna, dijo, salvo una oración que recitaba todos los días a San José para obtener una
buena muerte.

El sacerdote preparó todas las cosas para los últimos sacramentos y durante ese tiempo varias
personas entraron en la habitación y salieron de ella sin parecer darse cuenta de lo que allí
ocurría.

El ministro de Dios dio a la pecadora arrepentida el Santo Viático que había traído, así como
la Unción de los enfermos, y no la dejó hasta que, llena de paz, entregó su alma purificada
en las manos de Jesucristo.

Volvía a reinar la misma soledad en aquel lugar; el sacerdote volvió a la puerta y a su casa
sin encontrar a nadie; pero, reflexionando sobre el acontecimiento de esa noche, sobre el
ministerio consolador que había ejercido, sintió nacer en su corazón la convicción de que el
caritativo anciano no era otro que el glorioso y misericordioso San José, patrono de la buena
muerte.

4 DÍA CUARTO

La preparación de la gracia

Dios, que es el Ser perfecto por excelencia, es también, para sus criaturas, la fuente de todo
bien. Pero, como es infinitamente sabio, distribuye sus bienes según los preceptos que Él
mismo tiene determinados desde toda la eternidad en sus consejos supremos. Esta clara visión
de los acontecimientos del mundo, unida a la voluntad de hacerlos cumplir en el tiempo, es
lo que llamamos la Providencia; pero, cuando se trata de una criatura racional, dotada de libre
albedrío y destinada por Dios a gozar de Él en el Cielo, se llama predestinación.

En el lenguaje teológico, la predestinación, expresión de la caridad infinita de Dios por el


ángel y por el hombre, se define así : «La preexistencia en Dios del orden o del plan que
regula el acceso de las criaturas racionales a este fin especial que se llama la vida eterna»
(Santo Tomás de Aquino). La predestinación comprende, en su concepto formal, no
solamente la gloria celestial, que es su término, sino también todo lo que, en la vida de un
individuo, puede conducir a tal fin.

Así, pues, como la elección de San José a la dignidad de Esposo de María y Padre nutricio
de Jesús debía ser la razón formal de su gloria futura, se sigue que, desde toda la eternidad,
fue predestinado a esta dignidad, así como Jesucristo mismo había sido predestinado a ser
Hijo de Dios, y María a ser la Madre del Verbo Encarnado. San José tendrá, pues, entre los
elegidos un lugar de preferencia al lado de la Virgen María y este lugar no le será quitado
por nadie, porque lo que está establecido en los designios divinos no puede ser alterado. El
orden de la predestinación no cambia.

La predestinación de San José a la dignidad de Esposo de la Madre de Dios fue enteramente


subordinada al decreto de la Encarnación del Verbo, no de cualquier manera, sino

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precisamente en tanto en cuanto la Encarnación estaba ordenada a la salvación de la
humanidad.

De hecho, según la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, que concuerda admirablemente


con la Sagrada Escritura y la liturgia, si el hombre no hubiera pecado, el Verbo no se habría
encarnado. Por eso, la predestinación de San José, como la de Cristo y la de su Madre, tuvo
por objeto formal la redención del género humano.

Ahora bien, aquí es donde aparece, en toda su belleza, la aureola que, desde toda la eternidad,
estaba destinada a ceñir la cabeza del glorioso Patriarca.

En la Redención, que no debía cumplirse sino por el sacrificio de Jesucristo en la Cruz, San
José fue predestinado, primeramente para ser el testigo auténtico del nacimiento sobrenatural
del Salvador e inmediatamente después para convertirse en el guardián de la Virgen y de su
Hijo, cuidando de ellos con una fidelidad a toda prueba, proporcionándoles el alimento y
satisfaciendo sus necesidades mediante el trabajo de sus manos.

Por eso se puede decir que San José fue predestinado por Dios para ser, de una manera
especial, el cooperador del Salvador y de su Madre en la obra de la Redención y es esa
precisamente la misión tan sublime que realza a nuestros ojos la dignidad de nuestro santo
Patriarca.

Nosotros nos regocijamos, ¡oh glorioso Patriarca! por la elección que el Altísimo hizo de vos
para una dignidad tan sublime. Porque, siendo pecadores, nosotros osamos acudir a vos con
confianza, pensando que nuestras faltas han sido, en cierta forma, el motivo de vuestra
predestinación, porque habéis sido elegido para ser el "ministro de nuestra salvación"
(Himno de Laudes de la fiesta de San José ). Sed nuestro guía hacia Jesús, el príncipe de los
predestinados, e interceded por nosotros cerca de Aquella que posee la llave de todas las
gracias y que llamáis con toda verdad vuestra Esposa muy amada ( Cardenal Lépicier ).

En honor de San José

Ofrecer a Dios nuestras oraciones y nuestras acciones por manos de San José.

Oración, pág. ... y siguientes.

No hace mucho tiempo, un desdichado, víctima de sus desórdenes y sumido en una espantosa
miseria, estaba agonizando. La caridad cristiana, tratando de aliviar su triste posición, no
había logrado nada de este infortunado, resuelto a rechazar todo socorro espiritual.

En vano se le mostraban las desgracias irreparables a las cuales se exponía. No contestaba


más que con una sonrisa despreciativa verdaderamente diabólica. Esto sucedía en el mes de
San José : alguien tuvo la buena idea de recurrir al gran Patriarca. El 19 de marzo se redoblan
las oraciones, se recuerda a San José que Santa Teresa de Jesús aseguró que nunca se le
invoca en vano, sobre todo el día de su fiesta. i Oh poder de la oración ! Ese día bendito, el
enfermo pide él mismo los auxilios espirituales, y quiere que le lleven el sacerdote al que él
más ha injuriado ; echa mano de las pocas fuerzas que le quedan y hace una confesión general
de toda su vida con grandes sentimientos de contrición. Unas horas después, hubiera sido

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demasiado tarde. Bien lo sabía San José. Antes del fin del día en que se celebra la solemnidad
del glorioso Esposo de María, ese pobre penitente privilegiado se presentaba delante de Dios
infinitamente bueno que quiere recompensar a los obreros llegados a última hora.

¡Gloria y reconocimiento a San José !

Testimonios tan frecuentes como recientes prueban que aún hoy San José sabe consolar a los
desdichados interviniendo en su favor.

He aquí un ejemplo:

17 de febrero de 1991 Reverendo Padre :

Por favor, ¿tendría Ud. la amabilidad de hacer celebrar una Misa de acción de gracias en
honor de San José ?

En efecto, mi hijo mayor, Juan, debe a este buen Padre el haberle conservado su trabajo que
estaba amenazado por temibles adversarios: Juan tiene a su cargo los libros en un gran
negocio; como se oponía a vender toda lectura obscena, ocultista o de alguna manera
reprensible, se le dió a elegir : "o no hay censura o no hay trabajo". Rezamos a San José,
¡cuánto rezamos a San José !

Resultado: al día siguiente, las personas en cuestión le ofrecieron sus sinceras disculpas
rogándole que se quedara.

Sencillamente milagroso, en vista del carácter desesperado de la situación.

Reciba, Padre, etc.

5 DÍA QUINTO

Grandeza de San José

María es el bien de Dios; ella es la escalera de oro por la cual Dios quiere bajar hacia los
hombres y atraer a los hombres hacia Él. Pero, !cosa extraña! a esta Virgen, que es el bien
que Dios se reservó, el aposento nupcial que su Hijo eligió para desposar la naturaleza
humana, el Señor se complace en convertirla en el bien de un hombre mortal, y ese hombre
es San José.

¿Dios tendría en sus designios dar a un hombre mortal un derecho, y un derecho de propiedad,
sobre esta criatura bendita, sobre esta Virgen sagrada ? Sí, sin duda : y esta voluntad divina
nos sumerge en una especie de estupor.

¿Quién es, pues, este José, este elegido del Cielo, este privilegiado entre todos los hombres,
al cual Dios se complace en entregar aquella que él creó con tanto amor, aquella que él hizo
suya con una especie de celo amoroso ? Es un hijo de David : es un pariente cercano de esta
Virgen. María, siendo una criatura celestial, pero estando destinada a vivir sobre la tierra,

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necesita un apoyo terrenal, un brazo de carne que la proteja y que la defienda. José la
protegerá, la defenderá como suya; por-que ella será su verdadera esposa.

Pero el desprendimiento de corazón de este hijo de David es tal, que, por ser totalmente de
él, María no dejará por eso de ser totalmente de Dios. Ellos no realizarán juntos la unidad de
un verdadero matrimonio sino para ser uno y otro más de Dios, y, debemos decirlo, el uno
por el otro. La concupiscencia estaba extinguida en él y su alma había pasado toda entera a
una luminosa pureza, cuando apareció ante la presencia de la Santísima Virgen. Ella no podía
ser amada con un amor que no fuera perfectamente casto.

San José se nos presenta, pues, como el alma enteramente pura, en la cual el pecado ha
perdido todo su poder. San Agustín, al proclamar que nadie está exento de pecado en esta
vida y que hasta los mismos santos deben decir : "Perdona nuestras deudas", reconoce que
Dios puede, si le place, por vía de excepción y de privilegio, «extinguir enteramente la
vetustez del hombre, la cual le hace pecar y revestirlo de incorruptibilidad ya en esta vida, de
manera que contemple a Dios presente en todo, como los santos lo contemplan en el cielo
pero sin ningún velo1». ¿Acaso este hermoso privilegio no le fue concedido a San José,
llamado a ser virgen en el matrimonio, y que veía al Hijo de Dios continuamente presente
ante sus ojos ? ¿No estaba, siguiendo la expresión de San Agustín, atrapado y absorbido por
la contemplación ininterrumpida de su Dios ? ¿Cómo hubiera podido pecar? En la santa casa
de Nazaret, no había lugar para el pecado.

¡Oh José! Nosotros entrevemos vuestra santidad en su misterioso brillo: María puede ser
vuestra, sin ser por eso menos de Dios; más aún, siendo vuestra, ella es todavía más que antes
el bien de Dios ; y es precisamente cuando María se hizo vuestra, cuando se cumplió en ella
el gran misterio para el cual fue creada.

¡Qué admirable es esta disposición de Dios! ¡Qué bien hace resaltar la excelente pureza de
alma de San José, que no retiene para él nada de los afectos de la criatura, y que remite todo
a Dios !

¡Qué lección nos dais, oh gran santo! No queríais nada que no fuera en Dios y para Dios. En
María no amabais sino a Dios, como María no amaba más que a Dios en vos. !Oh ! que
nosotros podamos imitar tal pureza de corazón, obtenednos esta gracia ¡oh gran Santo! ( Dom
Bernardo Maréchaux ).

En honor de San José:

Imitar la vigilancia del Santo Patriarca en cumplir la voluntad divina, guardando nuestra
conciencia pura de todo pecado por la recepción frecuente del sacramento de la penitencia.

Oración, pág. … y siguientes.

1
De Spiritu et litt., XXXVI, 66. Este pensamiento de San Agustín, que aplica la exención del pecado a un estado
de con-templación ininterrumpida, análoga a la de los habitantes del cielo, es muy interesante y rico en preciosas
consecuencias.

13
En una modesta casa de Burdeos, vivía, en el siglo XIX, una mujer joven cuya vida triste y
abandonada era lamentada por todos, y con razón. Su marido, arrastrado por las malas
compañías, abandonaba el hogar doméstico y no volvía sino para maldecir la miseria y las
privaciones que lo esperaban allí.

Su esposa lloraba y rezaba, pero no murmuraba. Para consolarse tenía una niñita cuya ternura
angelical la compensaba del abandono en que la dejaba su marido. De noche, durante las
largas veladas que pasaba sola, la pobre madre, antes de poner a la niña en su cuna, le
enseñaba sus oraciones. Luego, la dormía repitiéndole los dulces nombres de Jesús, María y
José.

Un día, sin embargo, su marido, no habiendo encontrado a sus compañeros de diversión,


decidió volver a su casa a terminar la velada apenas comenzada. En el momento en que iba
a entreabrir la puerta, se detiene : la voz de su mujer lo impresionó : « ¿Con quién puede
hablar?» se pregunta, el corazón preso ya de injustas sospechas. Empujó la puerta
suavemente. !Qué espectáculo se ofrece entonces a su vista! La joven mujer está de rodillas,
tiene a su hija en sus brazos y termina con ella la oración de la noche. «Hija mía, dice,
roguemos ahora por tu papá al que amo tanto y al que tú amarás mucho también, seguramente.
Encomendémoslo a San José, su patrono ». Entonces, la niña aprieta más fuerte sus manitas
cruzadas sobre su pecho y vuelve a decir con su madre la oración de cada día: «!Oh Dios
mío! ¡Oh San José ! ¡Bendícelo!

El marido, enternecido por esta escena, no puede resistir. Viene a arrodillarse cerca de la
cuna, reza con su esposa y su querida hija y Dios le da a cambio de esta plegaria el amor de
la familia así como un corazón purificado. Luego, buen cristiano y padre feliz, dijo adiós a
las malas compañías y encontró su encanto en el hogar doméstico.

6 DÍA SEXTO

Alta dignidad de San José

Hay una figura profética, que expresa admirablemente la grandeza de nuestro Santo; y según
San Bernardo, José, hijo del patriarca Jacob, es como la sombra que prefiguraba las sublimes
prerrogativas del esposo de María en los siglos más remotos.

Vosotros recordáis el sueño maravilloso en el que el pri-mer José vio postrados a sus pies al
sol, la luna y once estrellas. Ese sueño no fue uno de esos que la imaginación errante forma
durante el descanso, sino una visión extática, formada por Dios mismo en el alma de José, a
fin de expresar no sólo la próxima elevación de aquel joven dormido, sino también la
grandeza futura de nuestro santo.

Dejo a vuestro cuidado el reflexionar sobre el destino maravilloso del primer José, que vio
postrados a sus pies, no solamente a su padre, a su madre y a sus hermanos sino incluso a
todo Egipto; y yo me sirvo de esta sombra para medir la alta dignidad del segundo.

14
Dios de Majestad, ¿quién podrá alguna vez llegar a comprenderlo ? ¿Creéis que fue poca
cosa para San José ver a sus pies a Jesús y María, como vasallos, con las muestras del respeto
más tierno ? Eso es lo que m hace decir audazmente que, antes de convertirse en el esposo
de María, era necesario que José ya fuera el alma más grande que haya aparecido en el mundo
después de la Santísima Virgen. No hablo aquí de esa grandeza de la cual se enorgullece el
vanidoso que hace ostentación de los títulos más gloriosos, para atraer la vana estima de los
hombres. Y, sin embargo, esa misma grandeza no le falta a nuestro santo; si consideráis su
genealogía, veréis que él puede vanagloriarse de tener por antepasados a catorce reyes, y la
misma cantidad de patriarcas y conductores de pueblos, sin embargo todos menos excelsos
que él, a pesar de sus cetros y de sus coronas. Nobleza tan ilustre, que, elevándose mediante
tantos profetas y patriarcas casi hasta el Cielo, José dio la nobleza temporal al mismo Verbo,
según expresión de San Bernardino de Siena.

Y, sin embargo, no es esa la grandeza de la cual se jacta; y si él es grande en sí mismo, no es


porque lo fue en sus antepasados. Su oficio de carpintero le es tan querido como el título de
príncipe, y para él el cetro de los reyes no es más que el martillo del obrero. Su grandeza le
viene sobre todo del nombre glorioso de JUSTO : este es el tesoro que más le agrada; porque
es por eso por lo que será admirado en todos los siglos, y llevará grabado sobre su frente este
elogio que resume todas sus glorias : !qué justo era José !

Si queréis conocer la grandeza de José como justo, analizad esa palabra. Expresa el
compendio de todas las virtudes y la suma de todas las perfecciones cristianas. El santo doctor
Máximo nos dice lo mismo : «¿Queréis saber por qué José es llamado justo ? Porque poseía
la perfección de todas las virtudes ». ¿Qué más se puede decir de un

hombre, que decir que posee todas las virtudes en un grado perfecto ? ¿No es ese un elogio
sublime ? ¿Y quién podría compararse en grandeza a aquel que lo mereció ? Que Adán
inocente se presente con los animales postrados a sus pies ; que Moisés aparezca, gobernando
a su pueblo con su vara, que Abraham se nos muestre con su posteridad, como un sol en
medio de las estrellas. Recordad a Josué, deteniendo al sol con su voz; a Salomón viendo a
las reinas postradas al pie de su trono. Y vosotros, taumaturgos, mostradnos la naturaleza
sometida a vuestra palabra; con todo, sabed que todas esas prerrogativas tan nobles no pueden
igualaros a San José; porque esos privilegios y esas virtudes que os han sido distribuidos por
partes, José los ha poseído todos y en grado perfecto. Caed, pues, a sus pies, profetas,
patriarcas, apóstoles, mártires, taumaturgos, todos vosotros dignidades del cielo y de la tierra,
como en otros tiempos el sol y la luna y las estrellas se inclinaron delante del primer José
para hon-rarlo ( San Leonardo de Puerto Mauricio ).

En honor de San José:

No dejar de rogar a San José, nuestro poderoso protector, al menos una vez al día.

Oración, pág. 156 y siguientes.

15
TN abogado de origen judío, convertido por convicción, es detenido por los nazis en 1939 y
deportado al campo de Buchenwald. Tres semanas más tarde, es dejado en libertad con la
condición de abandonar el país, desamparando a su esposa Gertrudis y a su hija Irene, de 10
años de edad.

Después de su partida, los nazis importunan a su joven mujer, no judía, y le proponen


convertirse en "madre de honor" del Gran Reich. Ella rechaza el ofrecimiento y declara
querer permanecer fiel a su esposo. Amenazada con sanciones, su situación se torna crítica.
Llena de confianza, acude a María y decide huir. Aunque desprovista de papeles oficiales,
consigue una plaza para ella y su hija en un avión, el i de septiembre de 1939.

Poco después, en plena noche, la despierta una voz. Oye claramente su nombre : « Gertrudis,
no tomes ese avión, sino el anterior ». Se pregunta si ha soñado... A punto de volver a
dormirse, oye la misma voz que insiste : «No tomes ese avión, sino el que sale antes ».

Por la mañana, ella sigue el consejo. Pero, ¡Ay! ¡En el avión indicado todos los asientos están
ocupados! Decepcionada, Gertrudis vuelve a su casa. Apenas llega, el teléfono suena : « Dos
personas desisten de su viaje. Si le interesa aún... – Claro, por supuesto, responde Gertrudis...

Hela ahí con su hija en el avión, pero sin papeles. Ella se preocupa un poco. Un señor, sentado
delante de ella, se da cuenta. « Ud. parece muy triste, le dice. ¿Puedo serle útil en algo ? »
Gertrudis le confía su problema. «Muy bien, contesta el extranjero, en ese caso, Ud. y su hija,
son mis huéspedes ».

Después del aterrizaje, el señor se dirige hacia la salida acompañado de Gertrudis y de su


hija. Mientras los pasajeros son controlados severamente por los empleados de la aduana y
la policía, nuestros tres viajeros pasan desapercibidos y llegan a la gran sala de espera.

En el momento en que Gertrudis quiere dar las gracias al amable viajero, éste ha desaparecido
entre la multitud. En vano lo busca. ¿La Madre de Dios habría enviado a su Esposo San José
para asistir a las dos fugitivas; él que conoció la huida y el exilio ? Uno se siente inclinado a
creerlo...

¡Y el segundo milagro! Al día siguiente se entera de que el avión del 1 de septiembre de 1939
no pudo despegar a causa del comienzo de la guerra.

A continuación, María y José ayudaron a Gertrudis a reencontrarse con su esposo. Los tres
se refugiaron en un convento de religiosas, y al final de las hostilidades pudieron volver a
Alemania sanos y salvos...

7 DÍA SÉPTIMO

San José, nuestro modelo en la prueba

Aunque todos los Justos sean justos e iguales en justicia, sin embargo hay una gran
desproporción entre los actos particulares de su justicia [...].

16
Los santos sobresalieron tanto, unos en una virtud, otros en otra, que todos se salvaron : sin
embargo, ellos lo son de una manera muy distinta, habiendo tantas santidades diferentes
cuantos santos existen.

¡Oh! ¡Qué santo es el glorioso San José ! Él no es solamente Patriarca, sino Príncipe de todos
los Patriarcas ; él no es simplemente Confesor, sino más que confesor2 porque en su confesión
está encerrada la generosidad de los Mártires y de todos los otros santos. Las palabras "justos"
y "justicia" significan a menudo "santos" y "santidad".

Y, entre las virtudes que se han encontrado en un grado eminente en San José, destacó el
valor, la perseverancia, la constancia y la fortaleza. Pero hay mucha diferencia entre la
constancia y la perseverancia, la fortaleza y el valor. Nosotros llamamos constante al hombre
que se mantiene firme y se prepara a sufrir los asaltos de sus enemigos, sin sorprenderse ni
perder ánimo durante el combate; mas la perseverancia concierne principalmente a un cierto
hastío interior que nos invade cuando nuestras penas se prolongan, ese es uno de los enemigos
más poderosos que poda-mos encontrar. Ahora bien, la perseverancia hace que el hombre
desprecie ese enemigo, de manera que triunfe sobre él por una continua igualdad y sumisión
a la voluntad de Dios.

La fortaleza es lo que hace que el hombre resista poderosamente a los ataques de los
enemigos; en cambio, el valor es una virtud que hace que no solamente se esté preparado
para el combate y para resistir cuando se presente la ocasión, sino que se ataque al enemigo
en el mismo momento en que se manifiesta.

Así, pues, nuestro glorioso San José estuvo dotado de todas estas virtudes y las puso en
práctica maravillosamente bien. En lo relativo a su constancia, cuánta mostró cuando vio a
Nuestra Señora encinta sin saber cómo podía ocurrir eso (¡Dios mío!, Qué angustia, qué
disgusto, qué aflicción de espíritu tenía ).

Sin embargo, no se queja, no es más áspero ni más malhumorado con su esposa, no la ofende
por eso, permaneciendo tan suave y respetuoso en su lugar como quería serlo. Pero qué valor
y qué fortaleza testimonia la victoria que obtuvo sobre los dos más grandes enemigos del
hombre: el diablo y el mundo, y eso por la práctica exacta de una humildad muy perfecta,
como lo hemos observado a lo largo de su vida...

En cuanto a la perseverancia, contraria a ese enemigo interior que es el hastío que nos
sobreviene durante la monotonía de las cosas bajas, humillantes, penosas, los infortunios, por
decirlo así, o bien durante las diversas contradicciones que nos suceden, i oh ! i cuánto fue
pro-bado este santo por Dios y por los mismos hombres !... ( San Francisco de Sales ).

En honor de San José:

2
Por "confesor", se entiende habitualmente el hecho de haber vivido a la vista de todos la fe
en todas sus exigencias y con frecuencia hasta un grado heroico.

17
Tomar la resolución de ser valiente en la adversidad al igual que en la lucha contra sí mismo,
sobre todo en lo relacionado con la ira. Nunca hablar ni obrar bajo el efecto de la ira.

Oración, pág. …. y siguientes.

Un renombrado cirujano danés termina su oración de la mañana con esta jaculatoria : "!San
José, ruega por nosotros! " Viendo mi mirada atónita me dice sonriendo « Siempre tenemos
necesidad de este gran taumaturgo3».

Por la noche, le ruego a mi huésped que me cuente algunos hechos en los cuales San José
intervino en su vida... Luego de un momento de indecisión, me dice : «No me gusta hablar
de hechos vividos sobre todo cuando se refiere al dominio religioso... Pero quizás le sirva
para hacer saber a otros que San José ayuda siempre, si confiamos en él plenamente.»

Por eso, escuche lo que he visto con mis propios ojos y lo puedo afirmar bajo juramento,
como también el crimina que expía sus crímenes en prisión, arrepentido por la gracia de Dios.

Una noche de invierno, tomo el tren de Th. a V. En el compartimiento tenuemente iluminado,


estoy solo con una gruesa suma de dinero destinada a la construcción de una clínica. Debí
dormirme o al menos adormilarme como consecuencia del cansancio debido a mis viajes
nocturnos o a operaciones urgentes. Yo no recobro la conciencia sino cuando una sombra
silenciosa se lanza sobre mí y el individuo me aprieta la garganta. ¡Imposible alcanzar la
alarma! ¡Imposible deshacerme de él para pedir auxilio! Es un coloso que trata de meterme
una mordaza en la boca...

Pienso en San José. A mi llamada, siempre ha venido en mi ayuda. ¿Qué sucederá ahora ?
En ese mismo momento, un formidable puñetazo venido del exterior de la ventanilla del tren
golpea a mi agresor, que me suelta. Nuestras miradas se vuelven a un mismo tiempo hacia el
cristal donde aparece un rostro... ¡este rostro! ( y el médico muestra la estatua de San José
que se encuentra sobre su escritorio ). El hombre que me aplasta bajo su rodilla, lanza un
grito y desaparece. Como saliendo de un sueño, miro a mi alrededor. El departamento está
vacío».

Abre el cajón de su escritorio y continúa «Solamente esta mordaza y esta navaja se


encontraban e mi lado sobre la banqueta. Yo había decidido callarme, pero he aquí que, algún
tiempo más tarde, el mismo hombre por su cuenta se presenta en la prisión de reclusos para
expiar sus crímenes. Lo hace como un verdadero cristiano arrepentido.

Dígame, ¿no tenemos suficientes motivos para honrar a San José, que ha intervenido en
tantos casos delicados? Diga a los que están apenados que pongan su confianza en San José,
quien encontrará una solución a las situaciones más desesperadas ».

3
Un taumaturgo es una persona que ha recibido del Seño: el don de hacer milagros.

18
8 DÍA OCTAVO

Los misterios de San José

Los misterios de San José proceden de la Santa Infancia y se elevan como una nube de
incienso. Él pertenece exclusivamente a esta época. Fuera de ella, no sabemos nada de él.
Perece ser esa la única finalidad para la cual Dios lo creó y adornó con una santidad tan
maravillosa, la única obra que le fue asignada. José permanece completamente al margen de
la Pasión, la cual ni siquiera proyecta sobre él las sombras que extiende por anticipado sobre
la Madre de los Dolores. ¿Qué digo? Aun antes de que hubiera dejado la santa casa de Nazaret
para ir a ejercer su ministerio público, José ya había ido a reunirse con sus padres en la tumba.
Consumido en la llama del amor divino, había muerto en un dulce éxtasis, apoyado sobre el
pecho de Jesús, teniendo a María a su lado, y, para decirlo todo en una palabra, en presencia
de lo más hermoso, más santo, más celestial que había sobre la tierra... Su infancia se pierde
en la oscuridad. Pero ¿quién puede dudar de que todo haya sido dispuesto para que fuera una
preparación digna de la alta dignidad que Dios debía conferirle ? ¿Quién puede dudar de que
todo haya tendido a formarlo y a darle la consagración que convenía al padre nutricio del
Verbo encarnado? .Como él pertenece exclusivamente a la Santa Infancia, no nos
sorprenderemos de encontrar que el espíritu de devoción hacia él es también el espíritu de
devoción de la santa Infancia, si bien con circunstancias que lo hacen más conmovedor aún.

Y, primeramente, es por San José por el que estamos presentes en el establo de Belén, en su
estancia en Egipto, en la casa de Nazaret. Toda esta intimidad y esta familiaridad a la cual el
Salvador niño se digna darnos un derecho y un título por su encarnación, todos estos
pequeños servicios que él condesciende en recibir de nuestro amor y de nuestra devoción,
toda esta alegría y esta serenidad que la vista de su debilidad derrama en nuestro corazón, en
fin, toda esta adoración inmersa en santo temor que la presencia de su divinidad nos exige,
todas estas cosas, José está allí para recibirlas o darlas, sentirlas o mostrarlas y, por decirlo
de algún modo, en nuestro nombre. El esposo de María está allí como el representante de
todas las generaciones futuras de fieles y sobre todo de aquellos cuyos corazones, en virtud
de un atractivo particular, tienden a dirigirse hacia los primeros misterios de Jesús.

San José está en Belén, en Egipto, en el desierto y en Nazaret, como la sombra del Padre
Eterno. Es eso lo que constituye su sublime dignidad. La incomunicable y siempre bendita
paternidad de Dios le es comunicada de una manera figurativa. Él es el padre putativo de
Jesús : a los ojos del mundo exterior, pasa por su verdadero padre. El ejerce la autoridad y
cumple con el niño todos los deberes del afecto y de la solicitud de padre. ¿Qué digo ? en su
naturaleza humana, nuestro Señor está subordinado a San José, Él que, en su naturaleza
divina, no podía estar nunca subordinado al Padre Eterno. Los inefables tesoros de Dios,
Jesús y María, son confiados al cuidado de San José; y él mismo es un tesoro, al mismo
tiempo que es el guardián de los tesoros de Dios. Él ocupa un lugar en el plan de la Redención.
Como Jesús y como María, tiene sus personajes típicos, sus precursores y sus profetas en el
Antiguo Testamento. José presta su concurso a Dios para guardar secreto el misterio de la
Encarnación; y, en su calidad de representante del Padre Eterno, él nos hace presente
constantemente, en su ministerio junto al Santo Niño, el recuerdo de su divinidad. Por las
funciones que cumple, San José nos impide olvidar que Jesús es verdadero Dios e Hijo del
verdadero Dios. Por eso, enseñándonos la más tierna familiaridad hacia Jesús, nos enseña al

19
mismo tiempo el más profundo respeto. Por un lado, nos anima a acercar-nos y a venir a
besar los pies de Jesús ; y por otro, nos manda caer de rodillas y adorar profundamente al
eterno Recién Nacido ( P. Faber ).

En honor de San José:

Ser fiel a la meditación de los misterios de nuestra fe por el rezo diario del Rosario.

Oración, pág. … y siguientes.

UN el siglo XIX, un sacerdote, dedicado durante muchos años al ministerio de las almas en
Francia, era consultado frecuentemente por la superiora de un gran establecimiento
penitenciario dirigido por religiosas. Este centro, situado en el campo y sostenido por la
generosidad de varias damas nobles, contaba en aquel momento con más de ochocientas
mujeres arrepentidas que se habían refugiado allí para escapar del vicio y de la vergüenza y
que, aparte de las contribuciones voluntarias de personas caritativas, no tenían más recursos
que el trabajo de sus manos. La superiora recibía encargos de varios grandes almacenes de
París y eso era lo que le permitía mantener a tanta gente.

«Entre nuestras ochocientas chicas, decía ella a este sacerdote, hay unas cuatrocientas que
viven como verdaderas santas ». En un momento dado, las industrias que proveían de trabajo
al establecimiento cesaron los pedidos durante cierto tiempo. Se buscó en otro lado un
proveedor, pero fue en vano. Ya casi todos los recursos estaban agotados, no se podía
continuar más así. «Si no nos llegan auxilios, dijo la Superiora al sacerdote director suyo,
hay que resignarse a morir de hambre, o despedir a nuestras pobres muchachas. Y si las
despacho, ¿acaso no volverán a caer en el vicio y se perderán para siempre ? ¿Qué hacer ?
Se lo ruego. – Diríjase a San José, le respondió el sacerdote, comience una novena en su
honor con toda su comunidad ».

La Superiora siguió el consejo. Por esos mismos días precisamente, un compañero del
sacerdote tenía que ir a una ciudad de provincia, donde estaba invitado a predicar un sermón
un día de gran solemnidad. Su amigo le había hablado de la estrechez de la pobre comunidad
y de la novena a San José que acababan de comenzar para lograr algunos recursos. Cuando
llegó a dicha ciudad, nuestro misionero se dirigió al hotel. A la mañana siguiente, después de
las cinco, oye llamar a su puerta; abre y ve delante de él a un criado con traje de librea que le
ruega se digne ir a ver a su señora, una condesa X., que desea encarecidamente hablar con él.
A pesar de su sorpresa, el misionero no duda y sigue al instante al criado. Encontró a la señora
que lo había llamado en un estado de agitación extrema.

Permítame, Padre, le dijo, contarle lo que me ha sucedido esta noche y pedirle consejo. He
visto aparecer a un anciano venerable que, con un gesto amenazador, me ordenó ir en auxilio
de un cierto convento. Desde ese momento, no tengo descanso y estoy presa de una gran
agitación. Dígame, pues, Padre, lo que debo pensar de todo esto.

El sacerdote empezó a sonreír, sabiendo perfectamente de qué se trataba, porque su


compañero le había informado sobre la novena en honor de San José.

20
-¡Qué ! ¿Se ríe Ud., le dijo la dama, cuando yo estoy completamente fuera de mí y no sé qué
hacer?

-Yo sonrío, señora, le contestó el misionero, porque ya estoy al corriente de todo y estoy en
condiciones de darle un buen consejo.

Y le contó todo lo que sabía por su compañero respecto a la aflicción del establecimiento
penitenciario y sobre el recurso de las jóvenes a San José.

-¿No piensa Ud., dijo al despedirse de la señora, que San José oyó la oración de esas pobres
chicas y quiso elegirla a Ud. como instrumento de sus misericordias ? Sería Ud. digna de
lástima si no quisiera comprender las amenazas del santo.

Luego de haber dado todas estas explicaciones a la dama, el misionero se marchó y volvió a
su hotel. Pronto oye nuevamente golpear a su puerta. Abre. Es el mismo criado de librea que
se presenta y le entrega de parte de la condesa un sobre sellado diciéndole que su señora le
envía su contenido. El Padre abre el sobre y encuentra la suma exacta que necesitaban las
religiosas. Era la respuesta de San José a la invocación que le habían hecho.

9 DÍA NOVENO

Un santo matrimonio

¿Cuáles eran los pensamientos de María y José al estar juntos ante la presencia de Dios ? i
Ah ! Sus pensamientos estaban sin duda alguna dirigidos a Cristo, próximo a venir, al Mesías
prometido: la espera del Mesías ocupaba el corazón de todo buen israelita; los patriarcas, al
contraer matrimonio, se proponían como finalidad principal propagar la raza de la cual debía
salir el Mesías.

Pero María prometió permanecer virgen y ella valora esta promesa por encima de todo.
Acepta desposarse con José, pero entiende que debe conservar su virginidad. Y he aquí que
San José es puesto en presencia de María: inmediatamente, por una luz del Espíritu Santo,
por una unción deliciosa, su alma tan pura comprende que María debe permanecer virgen,
que la virginidad es inherente a su persona, inseparable de ella. María no inspira más que
pensamientos castos; ella no puede ser amada si no es con un amor virginal. Desde el primer
momento, José es elegido para la salvaguardia de la santa virginidad; y el matrimonio entre
María y él se concluye sobre ese pacto, se darán el uno al otro su virginidad en depósito.

La virginidad de María será el bien de José, como la de José el bien de María. Lo que José
ama sobre todo en María es que ella es virgen; por eso todo su amor hacia ella consiste en
guardar su virginidad como el bien más precioso.

¡Oh! ¿Quién podrá cantar las delicias de tal unión que no es en absoluto terrenal? Las dos
almas de María y José se encuentran y se compenetran en la inefable luz de una fusión
totalmente divina, en los perfumes espirituales de la santa virginidad.

La virginidad es la ley de este matrimonio, y sin embargo, siendo matrimonio, reclama un


fruto. Ahora bien, ese fruto, declara San Agustín, Dios se lo da en la persona de su propio

21
Hijo encarnado en el seno de María. En los secretos designios de Dios, la unión de los dos
esposos tendía al Mesías; el Mesías se hace su hijo. Sí, afirma el gran doctor, Jesús puede ser
llamado con justo título el fruto del matrimonio virginal de María y José; Jesús les es dado,
no a María separadamente, sino a ella y a su esposo, les es dado para ser su bien común.

Si a José no se le comunica inmediatamente la Encarnación del Hijo de Dios en su casta


esposa, es porque ella guarda respecto a él una preeminencia de elección y de santidad, es
también porque la turbación de José debía resaltar como testimonio de la concepción virginal
del Salvador. Considérense las palabras del ángel a San José. No le atribuye un derecho sobre
el niño, derecho que él no habría tenido; el ángel le advierte simplemente que María ha
concebido del Espíritu Santo, y que ella sigue siendo su esposa en su misma maternidad
divina. El lazo matrimonial no es destruido por la intervención del Espíritu Santo, que leda
su fruto; sino que se fortalece por la venida del Niño Dios.

José era el esposo de la Virgen María ; él es ahora el esposo de la Madre de Dios; es invitado
a ejercer sobre el niño un derecho paternal, imponiéndole el nombre de Jesús.

i Oh José, esposo de la Madre de Dios ! i Qué grandeza deslumbrante está encerrada en este
título incomparable ! Y esta grandeza se deduce de la pureza exquisita de vuestra alma. Sois
el esposo de la Virgen Madre de Dios, porque sois virgen vos mismo, virgen de alma y de
cuerpo. i Ah ! Obtenednos algo de la celestial pureza que os hizo tan grande, dejándoos tan
humilde ( Dom Bernardo Maréchaux ).

En honor de San José:

Amar mucho la santa virtud de la pureza y huir de las ocasiones peligrosas, sobre todo de los
malos espectáculos. Vigilar la guarda de los ojos : "Vendrán modas que ofenderán mucho a
Nuestro Señor" ( Ntra. Señora de Fátima ).

Oración, pág. … y siguientes.

La estrechez de la calle, en frente del jardín, era tal que el ancho semirremolque cargado de
viguetas de hierro para la armadura de la futura capilla de un establecimiento religioso no
tuvo el espacio necesario para girar y entrar por el portal.

Contrariado, el chófer resolvió cruzar un erial para acometer la obra por otro lado. La
tentativa era arriesgada, dado el peso del cargamento. En efecto, a los pocos metros, el
camión se hunde hasta la mitad de las ruedas en la tierra movediza, empapada por las
recientes lluvias.

Esto ocurría al comienzo de la tarde. Durante cuatro horas, un equipo de obreros se esfuerza
por sacar el camión. Hacia las seis, no más adelantados que al comienzo, fueron a advertírselo
a las Hermanas, que no estaban al corriente de nada.

La Superiora va al lugar, anima a los obreros y concluye : «Hay que rezar a San José ».
Actitud escéptica de los obreros... El capataz deja entrever que él no es católico.

22
Delante de la pequeña estatua de San José, nueva sorpresa. Explicaciones breves... Nuevas
sonrisas escépticas. « En todo caso, dice uno de los presentes, no es esta estatua la que va a
sacar el camión...!No lo sacaremos de allí si no es con mucho esfuerzo! »

La buena Madre no respondió. Los intentos comenzaron de nuevo, sin conseguir otra cosa
que hacer girar las pesadas ruedas en el mismo lugar con su ganga de barro. Los maderos
puestos debajo del vehículo cedieron. Los gatos que no se podían usar, fueron puestos de
lado. Descorazonados, los obreros pensaban abandonar el trabajo hasta el día siguiente.

Silenciosamente, la Madre Superiora tomó la estatuita de San José y la ató a la tela roja que
colgaba de la viga más larga del cargamento; hecho esto, pidió probar un nuevo intento por
última vez. El capataz se negó. «Vamos, dijo el chófer, si no lo hacemos nosotros... la
Hermana va a intentarlo ella misma ».

Y salta a su asiento, pone el motor en marcha. El vehículo se pone en movimiento, las ruedas
salen de las rodadas, dos minutos después el camión está en la carretera. Entonces, haciendo
callar las exclamaciones de los asistentes, el capataz se acerca a la Reverenda Madre:«
¡Gracias, Madre, es a San José a quien se lo debemos ! »

10 DÍA DÉCIMO

La Trinidad de la tierra

No está en el poder de una lengua mortal expresar el sumo honor al cual fue elevado nuestro
Santo, recibiendo por esposa a Aquella que apareció en el mundo como aurora naciente, y
que, creciendo siempre de virtud en virtud, se hizo una rica dote que entregó a San José su
esposo... La augusta Virgen no quiso otras condiciones en el contrato matrimonial sino que
su esposo fuera en todo y para todo semejante a Ella, y en la pureza de costumbres y por la
pureza del alma. Y si el contrato pasó en cierto modo por las manos del mismo Espíritu Santo,
¿quién podría creer que la Santísima Virgen no haya sido escuchada y que San José no haya
sido enriquecido con dones, cualidades y virtudes semejantes en todo a las de María? «Dios,
dice San Bernardino de Siena, no pudo unir al alma de una Virgen tan grande más que una
operación y una virtud muy semejantes a ella ».

La más bella prerrogativa de José, como Esposo de María, es que, por esa razón, es
considerado y honrado como jefe de esta Santa Familia, que un autor no temió en llamar
trinidad terrestre. «Yo querría, os diré con el piadoso Gerson, ser lo suficientemente
elocuente como para describiros aquí esta admirable trinidad de Jesús, José y María... »

¡Jesús, María, José! Eran tres, y sin embargo parece que no eran más que uno : uno en una
unidad tan maravillosa, unidad que de tres no hacía sino uno, y que sin embargo, permanecían
tres...

¡Honrad pues con frecuencia a esta trinidad que fue visible para nosotros sobre la tierra
¡Jesús, José, María ! i Grabad en vuestro corazón, en letras de oro, esos tres nombres
celestiales, pronunciadlos a menudo, escribid-los en todos los lados: !Jesús, José, María !...

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¡Repetid muchas veces al día esos nombres sagrados y que estén también en vuestros labios
en el último suspiro! ( San Leonardo de Puerto Mauricio ).

**

Que sea para nosotros un deber honrar a San José, ¿Quién puede dudar de ese deber desde
que el mismo Hijo de Dios quiso honrarlo con el nombre de Padre ?

Y, en verdad, los Evangelistas no dudaron en darle ese nombre : Su padre y su madre, dice
San Lucas, se admiraban de cuanto se decía de él ( Lc 2, 33 ). Es también el nombre que le
dio la divina Madre: Tu padre y yo te buscábamos desconsolados de haberte perdido (Lc 2,
48 ).

Si, pues, el Rey de los reyes quiso elevar a José a un honor tan grande, es muy conveniente
y muy justo que nosotros busquemos honrarlo tanto como podamos.

«¿Qué ángel o qué santo, dice San Basilio, mereció jamás ser llamado padre del Hijo de
Dios?» [...] José ha sido más honrado por Dios que todos los Patriarcas, los

Profetas, los Apóstoles, los Pontífices; todos ellos tienen el nombre de servidores, José tiene
el de padre.

Así, pues, he aquí a José, como padre, designado jefe de esta pequeña familia, pequeña por
el número, pero grande por los dos grandes personajes que albergaba, a saber: la Madre de
Dios y el Hijo único de Dios hecho hombre. En esta casa, José manda y el Hijo de Dios
obedece. « Esta sujeción de Jesucristo, dice Gerson, demostrándonos con ella la humildad
del Salvador, nos hace ver la gran dignidad de San José ». Y ¿qué mayor dignidad, qué mayor
encumbramiento que mandar en Aquel que impera sobre todos los reyes ? ( San Alfonso
María de Ligorio ).

En honor de San José:

Todo por Jesús, todo por María, todo imitando a San José, tal será nuestro lema en la vida y
en la muerte.

Oración, pág. …. y siguientes.

Santa Teresa de Jesús se había ido de Valladolid para ir a fundar un monasterio en Beas, en
Andalucía, cuando atravesando los desfiladeros de Sierra Morena, los conductores de los
carros se extravían. Avanzan imprudentemente a lo largo de un pasaje tan estrecho que pronto
no pueden ni avanzar ni retroceder. Teresa y sus compañeras permanecen suspendidas
encima de precipicios y barrancos; al menor movimiento, van a rodar al fondo con los demás
viajeros.

-¡Recemos, hijas mías!, dice la santa; pidamos a Dios por la intercesión de San José que nos
libre de este peligro.

En ese mismo momento, una voz semejante a la de un anciano les grita con vigor :

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-¡Deténganse, deténganse! Si avanzan, están perdidos.

– Pero ¿cómo salir de este peligro ?, preguntan.

– Inclinen los carros hacia este lado concreto, prosigue la voz, y den marcha atrás.

Se siguen las indicaciones; los guías, con gran sorpresa, vuelven a hallar inmediatamente un
camino excelente, y, llenos de reconocimiento hacia su salvador, se lanzan hacia el lugar de
donde les hablaba, a fin de darle las gracias. Teresa los sigue con la mirada, viéndolos correr
a toda prisa y buscar en vano:

-Verdaderamente, dice a sus hijas, no sé por qué dejamos partir a esa buena gente, porque es
la voz de mi Padre San José la que nosotros oímos y ellos no lo encontrarán.

Dos padres franciscanos navegaban cerca de las costas de Flandes, cuando se levantó una
furiosa tempestad que hizo naufragar al navío con trescientos pasajeros. Los dos religiosos
se sujetaron a uno de los restos del barco y se sostuvieron así sobre las olas. En esta situación
tan angustiosa, se encomendaron a San José y permanecieron tres días entre la vida y la
muerte. Por fin, al tercer día, el Santo vino en su auxilio. Se les apareció de pie, sobre la tabla
que los sostenía, bajo el aspecto de un joven lleno de gracia y majestad. Los saludó de la
manera más amable : lo que bastó para llenar sus corazones de un consuelo indecible y
comunicar a sus miembros un vigor milagroso. Después, desempeñando el oficio de piloto,
los guió a través de las aguas y los dejó en la costa.

« Yo soy San José, les dijo. Si queréis agradarme, recitad siete veces el Padre nuestro y el
Ave María en memoria de los siete Dolores y Gozos que experimenté mientras vivía en la
tierra, en compañía de Jesús y de María ». Dicho esto desapareció, dejando a los dos
religiosos rebosantes de ale-gría y reconocimiento.

11 DÍA UNDÉCIMO

Tentación de San José

José, su esposo, como era justo y no quería denunciar a María, se propuso dejarla en secreto.
Con toda razón, osé no quiso acusarla, puesto que era justo. En efecto, no habría sido justo,
si hubiera disimulado el adulterio. Así mismo, ¿podría ser justo condenando a aquella cuya
inocencia conocía ? Siendo pues justo y no queriendo exponer a María al oprobio, prefirió
abandonarla en secreto.

¿Por qué quiso dejarla? Escuchad esto, que no es mi pensamiento, sino el de los Padres. La
razón por la cual José quiso separarse de María es la que alegaba el mismo San Pedro para
alejar de él al Señor: Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador, así como también el
centurión para alejarlo de su casa: Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa. Lo mismo
ocurría con San José quien, juzgándose él también indigno y pecador, se decía en su fuero

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íntimo: «Ella es tan perfecta y tan grande que no merezco que me conceda por más tiempo
compartir su intimidad; su dignidad admirable me supera y me atemoriza ». Con temor
religioso, percibía que ella llevaba la señal muy nítida de la presencia divina y, como no
podía penetrar el misterio, prefería abandonarla. El miedo se apoderó de Pedro ante la
grandeza del poder, el miedo se apoderó del centurión ante la majestad de la presencia. Un
temor muy natural se apodera de José, como de todo hombre, ante el carácter inaudito de ese
milagro extraordinario, ante la profundidad del misterio: y he aquí por qué quiso dejarla en
secreto.

¿Puede uno sorprenderse de que José se considerara indigno de vivir en comunidad con la
Santísima Virgen, cuando se nos dice que la misma Santa Isabel no pudo permanecer en su
presencia sino con temblor y respeto? He aquí sus palabras: ¿De dónde a mí que la Madre de
mi Señor venga a mi casa? He ahí por qué San José quiso abandonarla. Pero ¿por qué en
secreto y no a la luz del día? Para evitar toda averiguación sobre el motivo de la separación
y eludir la obligación de rendir cuenta. Si él hubiera expresado su sentir y la prueba que tenía
de la pureza de María, los judíos ¿no hubieran ido al instante a zaherirlo y apedrear a María?
Esos judíos, ¿cómo hubieran creído en la Verdad aún silenciosa en el seno maternal, siendo
así que más tarde despreciaron sus clamores en el templo ? ¿Qué habrían hecho a Cristo aún
invisible, ellos que después pondrían sobre él sus manos sacrílegas cuando brillaba por la
grandiosidad de sus milagros? Es, pues, con mucha razón que José, el hombre justo, para no
verse obligado a mentir o a exponer al vituperio a una inocente, quiso separarse de Nuestra
Señora en secreto ( San Bernardo ).

En honor de San José:

Tener gran confianza en la paternal bondad de San José y confiarle realmente todas nuestras
preocupaciones.

Oración, pág. … y siguientes.

A comienzo de Febrero, cuenta una comunidad de religiosas de Estados Unidos, nosotras


habíamos colocado junto a la estatua de San José en el vestíbulo de la entrada, la foto de un
pequeño coche, con una nota explicativa de nuestra necesidad. Llegó marzo sin traer
respuesta... pero, el miércoles de la última semana, un señor llamó por teléfono, diciendo que
quería regalarnos un coche. Preguntaba si una Hermana podía acompañarlo al comercio, a
fin de traérselo a su convento. Cuando el vendedor presentó el coche en cuestión, era
exactamente el modelo representado en la foto ; ¡un pequeño Ford azul oscuro!

La bendición del vehículo tuvo lugar algunos días más tarde, y vamos a hacer celebrar una
Santa Misa de acción de gracias en honor de San José. ¡No había sido él, en cierto modo, el
que había "firmado" su respuesta!

La colecta habitual del mes de septiembre en Kerala debió ser suspendida ese año, dicen las
Hermanitas de los Pobres de una casa del sur de la India. Ellas acudieron a San José con gran
fervor, y esa inmensa confianza que comparten todas las Hermanas de la Congregación,

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pidiéndole que les solucionara ese problema, porque la gente de este Estado aprecia la obra
en favor de las personas de edad y es muy generosa.

Apenas había sido tomada la decisión, nuestro buen Santo comenzó a enviarles sorpresas.
Una de las más inesperadas fue una ofrenda de 1.500 dólares, de parte de una persona
desconocida de las religiosas.

Algún tiempo después, otra persona, que no había oído hablar jamás de la congregación,
realizó la venta de un terreno en condiciones ventajosas. Hablando con un funcionario de
Kotagir, ciudad bastante alejada de la de las Hermanas, expresó su deseo de hacer algo por
los pobres. Este funcionario, que antes había trabajado en la ciudad de las religiosas, le dijo
que conocía una institución en la cual su contribución sería bien utilizada. El bienhechor las
visitó sin dar razón de su presencia allí. Muy impresionado por los residentes y por todo lo
que había visto, puso en manos de la Madre Superiora, en el momento de despedirse, un
cheque de 750 dólares. Como ella le preguntaba a nombre de quien debía hacer el recibo, él
respondió: «Alguien que os quiere bien ».

12 DÍA DUODÉCIMO

Prueba y tentación

José se levantó enseguida, y, siguiendo la orden que había recibido, tomó al niño y a su madre
durante la noche y partió a Egipto. Consideraré aquí la obediencia de este hombre justo y me
propondré imitarlo, porque tal obediencia encierra los cuatro grados que constituyen la
perfección de esta virtud.

José obedece con entera sumisión de juicio. A la pri-mera palabra del ángel, acepta sin
discutir la orden divina. El podría decirle al Señor que hay vías más fáciles y más suaves para
librar a su Hijo; que si la huida es necesaria, al menos le ordene ir a Arabia, o a Samaria, y
no a Egipto. Pero, lejos de este corazón recto el pensamiento de una objeción aun plausible.
San José se somete respetuosamente y calla. El embajador celestial cumplió su misión ante
él y no tiene la curiosidad de saber más. No le hace, pues, ninguna pregunta, y así cumple al
pie de la letra el consejo que nos da el Espíritu Santo en el libro del Eclesiástico: No busquéis
lo que está por encima de vosotros: no tratéis de penetrar lo que sobrepasa vuestras fuerzas,
sino pensad siempre en lo que Dios os ha ordenado hacer y no examinéis curiosamente todas
sus obras.

José obedece con valor y magnanimidad. La ejecución del mandato es difícil. Se trata de
abandonar su casa y su país, renunciar a todo trato con los suyos, ir al exilio en una región
lejana y desconocida, y todo ello sin ningún auxilio humano. Pero el deseo que tiene de
cumplir la (Voluntad divina, le hace sacrificar generosamente la luya. ¿Osaré decirlo? Su
obediencia supera a la de Abraham, porque este santo patriarca salió, es cierto, de su país y
olvidó la casa de su padre para ir adonde Dios lo llamaba; pero llevaba con él inmensas
riquezas y lo acompañaba gran número de servidores.

San José obedece puntualmente y sin dilación. No prolonga su sueño hasta la mañana; no se
queda en la cama el resto de la noche, sino que se levanta inmediatamente, manifiesta a su
santa esposa la revelación del Ángel y en el mismo momento, parten sin preocuparse de llevar

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nada consigo. Están, pues, en camino antes del amanecer, para cumplir exactamente la orden
que les ha sido dada, huir en secreto: y eso lo pueden hacer gracias las sombras de la noche.

María y José obedecen con satisfacción y alegría. Las jornadas son largas y penosas; están
desprovistos de todos los cursos que podrían aliviar el cansancio del viaje. Pero ellos casi no
piensan en esas privaciones; la alegría interior que sienten les quita todo sentimiento de pesar;
dos pensamientos ocupan su mente: Dios quiere que sufran, y la voluntad divina es para ellos
el más sólido consuelo; además, tienen con ellos al divino Niño. Su dulce compañía es más
que suficiente para llenar de encanto su soledad; ésta ocupa para ellos el lugar de todo, en
medio del más completo abandono. Por eso, no buscan fuera de él los auxilios y las
distracciones que se procuran comúnmente con tanta diligencia los otros viajeros.

¡Oh Dios todopoderoso!, que inspiráis a María y a José los sentimientos de una obediencia
tan perfecta, os suplico, por sus méritos, me los concedáis a mí, a fin de que os obedezca
como ellos, con una total sumisión de juicio, con valor, prontitud, alegría, animado del único
deseo de hacer vuestra voluntad, y lleno de confianza en que vuestra Providencia no me
abandonará jamás, mientras yo ponga todos mis cuidados en conformar mis deseos con los
vuestros ( Venerable Luis de la Puente ).

En honor de San José:

Guardarse de los juicios temerarios que nos llevan demasiado fácil-mente a desestimar a
aquellos que nos rodean. Por el contrario, más bien confiar a San José toda persona que nos
tiente, y rezar por ella.

Oración, pág. ... y siguientes.

La escena transcurre en Rusia, en una casa en donde toda señal religiosa ha desaparecido.
Sólo la Babouchka (abuela), en la habitación de arriba, permaneció fiel a Cristo.

Un día, ella saca de su escondite el icono de San José y enciende dos cirios, y es entonces
cuando Michailo, su nieto, la sorprende rezando. El niño hace mil preguntas a Babouchka y
se interesa por todo lo que le dice.

En seguida, se apresura a contar a su madre que él ha rezado a San José con la Babouchka...
Matrjona, una atea implacable, reacciona como una víbora herida: «Pequeño imbécil, tú
repites lo que las viejas cuentan. En Rusia, no hay Buen Dios, no hay santos y tampoco San
José». Luego, con un tono más calmado: «Dime, Michailo, ¿has visto ya al Buen Dios? ¿Has
encontrado alguna vez a San José ? ¿O bien, el Niño Jesús te ha dado algo ?... ¡Querido niño,
eso son cuentos en los cuales creen aún las viejas mujeres sin instrucción! ¡Desgraciado de
ti, si crees en lo que dice la abuela! Los soldados vendrán y nos llevarán a todos como se
llevaron al tío Iván. Entonces, llamarás a Dios en vano... ¡A Él no le importará nuestra suerte
! ¿Entendido ?

Jelissay, el padre, asiste a la escena con el alma inquieta. Unos cascabeles de troica lo vuelven
a la realidad. Unos amigos y paisanos de Matrjona se quedan por varios días con ellos. Son
acogidos con la hospitalidad proverbial de los rusos. La vida en esa hacienda aislada será
menos monótona. Gracias a la magnífica troica, organizan grandes excursiones. Los días

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pasan rápidos. Llega la fiesta de San José que, antes, era celebrada con solemnidad y al
repique de campanas.

En ausencia de la familia y de sus huéspedes, la Babouchka enciende los cirios delante del
icono de San José y ora a este gran santo en unión con los numerosos corazones rusos que
han permanecido fieles a la fe de sus padres.

Al día siguiente, Matrjona vuelve con el niño enfermo. Por la noche, todo su cuerpo tiembla.
La fiebre sube, los padres están enloquecidos. Los visitantes se van y prometen enviar un
médico desde la ciudad más próxima. La madre vela día y noche a la cabecera de la cama del
niño. Cuando por fin el doctor llega, mueve la cabeza y declara que el niño está perdido.
Propone a los padres quedarse con ellos si así lo desean, hasta el desenlace fatal. El padre
acepta el amable ofrecimiento y espera contra toda esperanza. En cuanto a Matrjona,
desesperada, sube a la habitación de su suegra y le suplica que encienda los cirios: «Quiero
orar contigo, Babouchka, le dice. Michailo no tiene más que unas horas de vida. Si sana,
creeré y no me burlaré más». Prorrumpe en llanto y repite las oraciones rezadas por la
anciana. Luego vuelve al lado de su niñito y no le quita los ojos de encima, moviendo los
labios como si rezara...

El enfermito delira. Puede morir en cualquier momento. No ocurre así. Después de


medianoche, Michailo está más tranquilo y poquito a poco se duerme. Al mismo tiempo, la
fiebre baja. Con la mayor naturalidad, el médico se levanta y dice : «No tengo nada que hacer
aquí. El diablo debe de haber intervenido, no puedo explicarlo de otra manera. Adiós.
¡Felicidades!

Matrjona sigue al médico con la mirada perdida. Pero Jelissay no entiende el comportamiento
de su esposa que le dice : «Querido Jelissay, no sé qué decir: ve a la habitación de tu madre,
ella te lo explicará todo». Y sollozando se arrodilla y murmura: «Dios mío, yo creo... San
José, os doy gracias ».

Enterado de lo que había pasado, Jelissay se pone de rodillas al lado de su esposa y oran
juntos. Luego, la besa y va al encuentro de su madre, cuya fidelidad a la fe alcanzó este
milagro y la felicidad de la familia.

A la mañana del día siguiente, Michailo abre los ojos y mira a sus padres con sorpresa. Pidió
algo para comer. Su convalecencia llenó de gozo a sus padres, pero la alegría de haber
recobrado la fe fue aún más grande.

13 DÍA DECIMOTERCERO

La huida a Egipto

Cuando los santos Magos informaron a Herodes que el Rey de los Judíos acababa de nacer,
este príncipe bárbaro ordenó matar a todos los niños que se encontraban entonces en los
alrededores de Belén. Ahora bien, como Dios quería preservar, de momento, a su Hijo de la
muerte, envió a un ángel para advertir a José que tomara al Niño y a su Madre y que huyera
a Egipto.

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Considerad aquí la pronta obediencia de José, quien, tinque el ángel no le prescribiera el
instante de la parada, no opuso ninguna dificultad, ni en cuanto al tiempo, ni en cuanto al
modo de realizar semejante viaje, ni en cuanto al lugar en donde podrían establecerse en
Egipto, sino que se dispuso a partir. Así, pues, en el mismo instante, se lo comunicó a María.

¡Cuánta debió de ser la pena de San José en ese viaje cuando veía sufrir así a su querida
esposa, poco acostumbrada a los caminos, llevando en sus brazos al querido Niño que,
mientras huían, se pasaban el uno al otro, con el temor constante de encontrar a cada paso a
los soldados de Herodes, y todo eso en el más riguroso tiempo de invierno, con la
incomodidad del viento y de la nieve!

¿Con qué podrían alimentarse durante ese viaje, como no fuera con un pedazo de pan que
habían traído de su casa o que habían recibido de limosna?

De noche, ¿dónde podrían descansar como no fuera en alguna mala choza, o al campo raso,
o a lo sumo, bajo algún árbol? José estaba muy resignado a la voluntad del Padre Eterno que
quería que su Hijo comenzara a sufrir desde su infancia para expiar los pecados de los
hombres; pero el corazón tierno y amante de San José no podía dejar de sentir una pena muy
viva oyendo a Jesús llorar a causa del frío y de las otras incomodidades que experimentaba.

Considerad, finalmente, cuánto debió sufrir José durante su estancia de siete años en Egipto,
en medio de una nación idólatra, bárbara y desconocida, puesto que no tenía allí ni parientes,
ni amigos que pudieran ayudarlo. Por eso, San Bernardo decía que, para alimentar a su esposa
y a ese Divino Niño que provee el alimento a todos los hombres y a todos los animales de la
tierra, el Santo Patriarca estaba obligado a trabajar día y noche ( San Alfonso de Ligorio ).

El ángel le ordenó partir rápidamente y llevar a Nuestra Señora y a su Hijo muy querido a
Egipto; inmediatamente José parte sin decir palabra.

No pregunta: ¿Adónde iré? ¿Qué camino tomaré? ¿Con qué nos alimentaremos ? ¿Quién nos
recibirá? Parte sin planes, con sus herramientas al hombro, a fin de ganar su pobre sustento
y el de su familia con el sudor de su frente. ¡Oh! ¡Cuánta pesadumbre le tenía que causar esta
preocupación de la que hablamos, teniendo en cuenta que el ángel no le había dicho el tiempo
que deberían quedarse allí!; no podía instalar ninguna morada estable puesto que no sabía
cuándo le ordenaría el ángel regresar. El ángel no le dijo hasta cuándo se quedaría en Egipto
y San José no se lo pre-guntó. Allí se quedó mucho tiempo, sin preguntar sobre su vuelta,
seguro de que Aquel que le había mandado que partiera, le ordenaría nuevamente cuándo
tendría que regresar, a lo cual estaba siempre dispuesto a obedecer. Estaba en tierra no
solamente extranjera, sino enemiga de los israelitas; tanto que los egipcios estaban aún
resentidos porque se habían ido, y habían sido la causa de que una gran parte de ellos
murieran ahogados, cuando los perseguían.

Pensad qué deseos tendría San José de volver a causa de los continuos temores que padecería
entre los Egipcios. El disgusto de no saber cuándo saldría de allí, sin duda debía afligir
enormemente y atormentar su pobre corazón; sin embargo, siempre es el mismo, siempre
manso, tranquilo y perseverando en su total sumisión a la voluntad de Dios, por la que se
dejaba conducir plenamente; porque, como es llamado justo, tenía siempre su voluntad
ajustada, adaptada y conforme a la de Dios.

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Ser justo, no es otra cosa que estar unido perfectamente a la voluntad de Dios, y estar siempre
conforme con ella en toda clase de acontecimientos, sean prósperos o adversos. Que San José
haya estado en toda ocasión siempre perfectamente sometido a la voluntad divina, nadie
puede ponerlo en duda. Pero ¿es que no os dais cuenta? Mirad cómo el ángel lo pone a prueba
sin temor. Le dice que hay que ir a Egipto, y parte; le ordena que regrese, y vuelve (San
Francisco de Sales).

En honor de San José:

Aceptar gustosamente de las manos de Dios todas las pruebas y soportarlas sin murmurar.

Oración, pág. … y siguientes.

He aquí el testimonio de una madre de familia a propósito de la fidelidad de San José en


favor de aquellos que confían en él en todas sus necesidades.

El 19 de marzo de 19.. Muy queridos Hermanos :

Hoy, 19 de marzo, fiesta de San José, tengo la dicha de hacerles saber que este gran santo
acaba de escuchar una vez más las oraciones que le he dirigido desde el 1 de marzo y que, en
la situación dolorosa en que me encontraba, no ha cesado de darme cada día ayuda,
protección y consuelo.

Tanto es así que ayer, cuando yo rezaba con total confianza, recibí la visita de mis padres que
no me hablaban desde hace varias semanas, es decir, desde el día que les anuncié mi
embarazo. Este niño que llevo desde hace tres meses no era aceptado, porque molestaba tanto
a mi familia como a mi marido y a mis padres.

Esta persona ya había hecho a San José una novena para lograr de él una gran gracia. Y San
José se mostró nuevamente muy generoso ante tanta confianza en él concediendo incluso
más de lo que le había sido pedido...

En silencio, pedí a San José poder soportar este sufrimiento, esta hostilidad y le supliqué que
suavizara el cora-zón de mis familiares.

Anoche, víspera de su fiesta, vi a mis padres llegar a mi casa y preguntarme si podrían


quedarse para cenar. Les invité, pues, a quedarse con nosotros. Al final de la comida, cuando
se disponían a partir, me propusieron, a mí y a mi esposo, ir a pasar el domingo a su casa
para ver a toda mi familia y agregaron que eso les agradaría mucho. Vi el arrepentimiento en
sus ojos y sentí que se habían arrepentido de haber querido la muerte de mi hijo tan
amenazado por tantos parientes que querían que lo hiciera abortar.

Creí entonces que San José había finalmente tocado su corazón y estaba conmovida. i Tantas
veces este padre nutricio de Jesús, que es también el nuestro, se había mostrado tan pródigo
en gracias!. Me había sostenido siempre en los momentos difíciles, tanto en mi trabajo diario
como en mi vida privada.

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Yo les había confiado a Uds. mis problemas familiares y mi difícil situación. Es cierto que
les debo a todos ustedes esta gracia y ahora espero que el más grande de todos los santos
después de María Santísima convierta finalmente a todos aquellos que no creen en Dios y
desesperan, sin el auxilio de la fe. Esta gracia es la que deseo a mis familiares, a fin de que
su alma y su corazón estén en paz así como en armonía con el Padre Todopoderoso, en unión
con el Espíritu Santo para toda la eternidad.

14 DÍA DECIMOCUARTO

Un gran favor

No pensemos que el nombre de padre sea en José un título sin consecuencia y sin realidad.
José manda y el que ha creado la aurora y el sol y al que adoran las estrellas de la mañana
obedece. José habla, y ese divino Niño ante cuyo nombre toda rodilla se dobla en el cielo, en
la tierra y en los infiernos, se inclina ante él; ese Dios, cuya voz todopoderosa abate los cedros
y recrea o derriba a su voluntad toda la naturaleza. Atento a todas las necesidades de ese
padre terrenal, se anticipa a sus deseos, le ayuda en sus trabajos, le alivia en sus penas.

Sin embargo, tal fue, y, yo me atrevo a decir, tal debió ser la conducta de Jesucristo con
respecto a San José, que quien había venido para cumplir la ley hasta la última tilde y quien
respetó hasta en príncipes y gobernantes paganos el poder que les había sido dado de arriba,
estuvo muy lejos de faltar a deberes surgidos del seno de la natu-raleza, y de los cuales el
mismo Dios no puede dispensar. Que el evangelista San Juan publique, pues, por toda la
tierra que tuvo una vez el honor de reposar sobre el pecho de Jesús; era un favor hacia él,
pero ese fue un derecho para San José; y se puede decir que lo que le sucedió una sola vez al
discípulo amado, le sucedió mil veces, ya sea a José, quien en su vejez, gozaba de un delicioso
alivio a la sombra de las alas del divino Salvador; ya sea a Jesús quien, en su infancia, se
recostaba amorosamente sobre José.

Pero San José gozó un favor mucho más digno de tenerse en cuenta. Tuvo la primera y la
mejor parte en el cáliz de su hijo y en las aflicciones que lo embriagaron. Esta afirmación
que nos sorprenderá al principio, porque mide el amor de Dios en razón de las penas que hace
sufrir a sus elegidos, esta proposición, digo, resultará muy normal, si consideramos que las
cruces son el patri-monio de los santos, que el camino que los conduce al cielo es un camino
de lágrimas y de tribulaciones y que los más queridos son los más probados. Ahora bien, José
es uno de esos justos que, en el vasto camino de la piedad y de la religión, por donde él
siempre caminó, jamás recogió flores sino en medio de espinas, y al cual Dios se complació
en probar en la virtud por medio de las prue-bas más desagradables y más inquietantes.

Id a José, decía el Faraón a sus súbditos que empezaban a sentir los golpes del hambre y de
la miseria : Ite ad Joseph (Gn 45, 55 ). Id a José, vosotros a quienes la indigencia de bienes
espirituales reduce a la más desoladora necesidad ; pronto os encontraréis en la abundancia :
Ite ad Joseph, et quidquid dixerit vobis, facite — Id a José y haced lo que él os diga. Id a
José, vosotros que en la oración no sentís más que disgusto y aridez. Que todo el que no sepa
rezar, se dirija a este gran maestro y será plena-mente instruido : Ite ad Joseph. Id a José,
vosotros que, destinados a seguir paso a paso al Dios de las vírgenes, sentís en ese cuerpo de
muerte el aguijón de la carne y los vergonzosos ímpetus de la concupiscencia : Ite ad

32
Joseph. Id a José, vosotros que no sabéis aún si vuestra conducta es conforme a la voluntad
de Dios o no; que por una pequeña aflicción, estáis dispuestos a dejar su servicio para volver
al mundo; y vosotros aprenderéis por su constancia a permanecer firmes en medio de las
tormentas que tratan de apartaros de la virtud : Ite.

Id a él vosotros que sois los ministros de su Hijo. Vosotros le debéis una parte de la sustancia
del mismo Jesucristo que os nutre; y esa sangre adorable que, con la vuestra, corre por
vuestras venas, está formada con su trabajo y sus sudores. Finalmente, id a él, vosotros todos,
cristianos de nombre, que queréis también serlo de hecho ; porque, además de encontrar en
él un poderoso protector, encontraréis también un modelo de ese amor sólido, tierno,
agradecido, que es la plenitud de la ley y la sustancia del cristianismo ( P. Collet, sacerdote
de la Misión ).

En honor e San José:

A imitación de San José, trabajar para crecer en la humildad, recibiendo con dulzura las
humillaciones — fracasos, burlas, críticas —para hacerse semejante a Jesús, manso y
humilde de corazón.

oración, pág. 156 y siguientes.

Una madre cristiana tenía una hija cuya conducta era deplorable. Esta madre afligida nunca
entraba en la Iglesia sin caer de rodillas delante de un cuadro de San José, plorando con
lágrimas la conversión de su hija.

Al fin, sintió una inspiración: «Si le diera una estampa de San José », se dijo, y, aprovechando
la ausencia de su hija, entró en su habitación. Sobre la mesa había un libro, pero ¡qué libro!

¡Oh San José! dijo la madre, perdóname si pongo aquí vuestra estampa, pero es necesario.

Al regresar, la joven reanudó su lectura.

-¿Qué es esto ? dijo: ¡Una estampa!

Le dió la vuelta y leyó maquinalmente una oración impresa en el reverso. Allí le esperaba la
gracia divina. Se puso a llorar en señal de arrepentimiento y tiró al fuego el libro malo: estaba
convertida.

Una joven llamada Filomena, de diecinueve años de edad, guardaba cama desde el 5 de
septiembre. Una enfermedad nerviosa, con sus secuelas comunes, minaba sus fuerzas al
punto de que todo movimiento se le hacía inso-portable y el estómago no toleraba ni siquiera
una cucha-rada de caldo. No quedaba otro recurso más que Dios, y todos los que se acercaban
a la joven paciente le rogaban que tuviera piedad de tanta miseria y recompensara tanta
resignación, pusiera término a su martirio y llamara a esta joven alma a las alegrías inefables
del cielo. Tal era su triste estado cuando, el 28 de febrero, Filomena recibió de una religiosa,
su exsuperiora, una carta en la cual ésta la com-prometía a no descorazonarse y a empezar,

33
el 10 del mes siguiente, una novena a San José, novena que debía terminar el mismo día de
la fiesta del gran Patriarca. La confianza de la superiora era tan grande que la carta terminaba
con estas palabras: «Tengo una esperanza tan firme, que le digo: Hasta pronto, hasta el 19,
espero que después de Dios, tendré su visita, nuestra casa está bajo el patrocinio de San José».
Esta confianza era compartida por la enferma, quien anunciaba con seguridad su curación
para el 19. Durante la novena, el mal no hizo más que aumentar. El 1, la joven tenía terribles
dolores; pero el 18, se sintió aliviada. El 19, tuvo la felicidad de recibir la santa comunión, y
algunos minutos después se levantó súbitamente y se arrodilló delante de una imagen de San
José, que se encontraba a algunos pasos de distancia, sobre una mesa. La curación era tan
completa como instantánea. Todos los síntomas de la enfermedad habían desaparecido,
todos, sin exceptuar ninguno; y el estómago tan debilitado retuvo y digirió el alimento que le
sirvieron. ¡Gracias sean dadas a San José!

15 DÍA DECIMOQUINTO

Amor de San José a Jesús y María

José era santo ya antes de su matrimonio, pero aún hizo muchos más progresos en la santidad
después del matrimonio con la Santísima Virgen María. Los ejem-plos de su santa Esposa
bastaban para santificarlo. Pero si María, como dice San Bernardino de Siena, es la
dis-pensadora de todas las gracias que Dios concede a los hombres, i con qué profusión había
enriquecido a su esposo, al que amaba tanto, y del cual, a su vez, era tan amada ! i Cuánto
más debemos creer que creció la santi-dad de José por el trato continuo y la familiaridad que
tuvo con Jesucristo durante todo el tiempo que vivieron juntos ! Si los dos discípulos que
iban a Emaús se sintie-ron abrasados de amor divino en el poco tiempo que acompañaron al
Salvador y lo oyeron hablar, i qué lla-mas ardientes de santa caridad debieron iluminar el
corazón de José después de conversar durante treinta años con Jesucristo, después de oír las
palabras de vida eterna que salían de su boca, y observar los maravillosos ejemplos de
humildad, paciencia y obediencia que le daban mostrándose tan diligente en ayudarle en
todos sus trabajos y servirle en todas las necesidades del hogar!

¡Qué incendio de amor divino debían obrar todos eso dardos inflamados de caridad en el
corazón de José, corazón desapegado de todos los afectos de la tierra! cierto que amaba
también mucho a su Esposa María, pero este amor a María no dividía su corazón, como dice
Apóstol que el hombre casado tiene su corazón divido. No, el corazón de José no estaba
dividido, porque amor que tenía a su Esposa le colmaba de amor divino todavía más. Así, sin
lugar a dudas, José, mientras vivió con Jesucristo, acrecentó sus méritos y su santidad hasta
tal punto que podemos ciertamente decir que sobrepasó los méritos de todos los otros santos.

Considerad en primer lugar el amor que José tuvo a santa Esposa. Ella era la mujer más bella
de toda la creación ; más aún, era la más humilde, la más dulce, la mas pura, la más obediente
y la más aventajada en el amor de Dios que haya habido jamás entre todos los hombres y
todos los ángeles: de tal manera que merecía todo el amor de José que amaba tanto la virtud.
Agregad también a esto que José veía cuánto le amaba a él María, quien ciertamente prefería
en su corazón a su esposo antes que a todas las otras criaturas. Por otra parte, San José la

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consideraba la predilecta de Dios, elegida para ser a Madre de su Hijo único. Ahora bien, por
todas estas Consideraciones, reflexionad cuál debía ser el afecto que conservaba en su
corazón el justo y agradecido José para una esposa tan amable.

Considerad, en segundo lugar, el amor que José tenía a Jesús. Cuando Dios eligió a este santo
para hacer las veces de padre de Jesús, ciertamente debió grabar en su corazón el amor que
convenía a un padre, al padre de un hijo tan amable, al padre de un Niño-Dios. Así, el amor
de José no fue un amor puramente humano, como es el amor de los otros padres, sino un
amor sobrehumano que le hacía encontrar en la misma persona a un hijo y a Dios. José sabía
bien, por la revelación cierta y divina que había tenido del ángel, que este niño, que lo
acompañaba siempre, era el Verbo divino, quien se había encarnado por amor a los hombres
y en particular a él. Sabía que él mismo lo había elegido entre todos para ser el guardián de
su vida, y quería ser llamado su hijo. Ahora bien, considerad qué incendio de amor santo
debía arder en el corazón de José cuando pensaba en todo esto y cuando veía a su divino
Maestro servirlo como un aprendiz: ora abrir, ora cerrar el taller, ora ayudarlo a cortar madera
o usar la garlopa y el hacha; ora recoger las virutas y barrer la casa; en una palabra, obedecerle
en todo lo que le mandaba, y, más aún, no hacer nada sino bajo la dependencia de la autoridad
que José ejercía como padre.

La prolongada familiaridad de las personas que se aman a veces enfría el amor, porque cuanto
más tiempo conviven entre ellos, más se conocen los defectos unos de otros. No ocurría así
respecto a San José: cuanto más convivía con Jesús, más conocía su santidad. ¡Juzgad por
esto cuánto amaba a Jesús! ( San Alfonso de Ligorio ).

En honor de San José:

" Sobrenaturalizar" nuestro amor hacia los que nos son más queri-dos; amarlos por Dios y no
por sí mismos.

Oración, pág. … y siguientes

EL terremoto de 1985 en Chile destruyó el gran estable-cimiento de las Hermanitas de los


Pobres de Santiago, ubicado cerca de la basílica de Nuestra Señora de Lourdes. Poco tiempo
después, la Madre General visitaba Chile.

Las personas mayores evacuadas de la casa siniestrada estaban, una parte, en una segunda
casa de Santiago y un gran número, repartidas en diversas instituciones. Ellas rezaban
encarecidamente para que la casa de Santiago "Nuestra Señora" se reconstruyese, sufrían por
su situación, y una numerosa delegación había ido a suplicar a la Madre General que la hiciera
reconstruir a fin de poder regresar a "su" casa. El Cardenal de Santiago, por su parte, abogó
ardientemente en favor de la reconstrucción.

Después de oraciones y consultas al Consejo General, se tomó la decisión de reconstruir la


casa, haciendo un acto de total confianza en San José, agente de la Providencia, porque las
Hermanitas no tenían dinero. Dos meses después, por una vía no habitual completamente
inesperada, les fue brindado un donativo muy importante para una casa pobre ( fundación o
reconstrucción ). Esta suma imprevista permi-tió enfrentarse a las obras y el 30 de Agosto de
1992, la casa fue inaugurada.

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16 DÍA DECIMOSEXTO

La sencillez de San José

Dios ordenó al justo José recibir a la Santísima Virgen como a su fiel Esposa, mientras que
el embarazo parece acusarla; mirar como a su propio hijo, a un niño que no le pertenece sino
porque mora en su casa ; reverenciar como a su Dios a Aquel al que está obligado a servir de
protector y guardián. En estas tres cosas, hermanos míos, donde hay que tener sentimientos
delicados que la naturaleza no puede dar, lo único que puede hacer el corazón dócil y afable
es tener una extrema sencillez. Veamos lo que hará San José. Advirtamos, aquí, que con
respecto a su Santa Esposa, nunca la sospecha fue más moderada, ni la duda más respetuosa:
pero en último término él era tan justo, que no podía salir de su temor sin que el cielo
interviniera. Y por ello un ángel le dice, de parte de Dios, que ella concibió por obra y gracia
del Espíritu Santo. Si su intención hubiera sido menos recta, si su entrega a Dios sólo hubiera
sido incompleta, no se habría rendido enteramente; habría quedado en el fondo de su alma
algún resto de sospecha mal curada, y su afecto por la Santísima Virgen habría sido siempre
dudoso y vacilante. Pero su corazón, que busca a Dios en simplicidad, no sabe dividirse con
Dios: no tiene dificultad en conocer que la virtud incorruptible de su santa Esposa merecía el
testimonio del cielo. San José sobrepasa la fe de Abraham, aunque éste nos sea presentado
en las Sagradas Escrituras como el modelo de la fe perfecta. Abraham es alabado en las
Santas Escrituras, por haber creído en el alumbramiento de una estéril: José creyó en el
alumbramiento de una virgen y reconoció con sencillez ese gran e impenetrable misterio de
la virginidad fecunda.

Pero he aquí algo más admirable. Dios quiere que recibáis como hijo vuestro, a ese niño de
la pureza de María. !Oh San José! No compartiréis con esta Virgen el honor de darle el
nacimiento, porque en ese caso la virginidad quedaría herida, pero compartiréis con ella esos
cuidados, esas vigilias, esas inquietudes mediante las que educará a ese querido hijo:
ocuparéis el lugar de padre de ese santo niño, el cual no lo tiene en la tierra : y aunque no lo
seáis por la naturaleza, es necesario que lleguéis a serlo por el afecto. Pero ¿cómo se realizará
obra tan grande? ¿De dónde sacará él ese corazón paternal si la naturaleza no se lo da ? ¿Esas
inclinaciones pueden adquirirse por elec-ción, y no dudaremos de esas mociones prestadas y
de esos afectos artificiales, que acabamos de resumir hace unos instantes ? No, no temamos.
Un corazón que busca a Dios con sencillez, es una tierra blanda y húmeda que recibe la forma
que Él quiera darle; lo que Dios quiere pasa a su naturaleza. Por consiguiente, si es la voluntad
del Padre celestial que San José ocupe su lugar en este mundo, y que haga las veces de padre
respecto a su Hijo, sentirá, no lo dudemos, por este santo y divino niño, esa inclinación
natural, todas esas suaves emociones, todas esas tiernas solicitudes de un corazón de padre.

En efecto, durante los tres días en que el Hijo de Dios se había escondido, para quedarse en
el templo con los doctores, José está tan conmovido como la misma Madre, y ésta sabe
reconocerlo muy bien : Pater tuus et ego dolentes qucerebamus te — Vuestro padre y yo
estábamos afligidos (Lc 2, 48 ). Vemos que ella lo une consigo en el dolor compartido. Yo

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no temo en llamarlo aquí vuestro padre, y no pretendo dañar la pureza de vuestro nacimiento:
se trata de cuidados, de inquietudes; y es por eso por lo que puedo decir que él es vuestro
padre, puesto que tiene verdaderamente inquietudes paternales.

Veamos cómo este hombre santo adopta con sencillez y de buena fe los sentimientos que
Dios le ordena. Pero amando a Jesucristo como a un hijo ¿podrá reverenciarlo como a su
Dios? Sin duda, y no habría nada más difícil, si la santa simplicidad no hubiera hecho su
espíritu dócil, para obedecer sin dificultad a los mandatos divinos ( Bossuet ).

En honor de San José:

No juzgar a nuestros superiores, sino más bien encomendarlos al Señor.

Oración, pág. … y siguientes.

Sucedió en medio de una epidemia que devoraba toda una región, y que hacía estragos de
modo especial entre los pobres. Un sacerdote caritativo entra en una caballeriza baja y
húmeda donde sufría una víctima del contagio. ¿Qué ve? Un anciano moribundo tendido
sobre harapos asquerosos. Estaba solo; un haz de heno le servía de cama. Ni un mueble, ni
una silla; había vendido todo los primeros días de su enfermedad para procurarse algunas
gotas de caldo. De las paredes negras y desnudas pendían una hacha y dos sierras: ahí estaba
toda su fortuna junto con sus brazos, cuando podía moverlos. Pero en ese momento, no tenía
ya fuerzas para levantarlos.

— Valor, amigo mío, le dice el confesor, es una gran gra-cia la que el Señor os hace hoy :
Ud. va a salir pronto de este mundo donde no tiene más que penas. — ¡Penas! replicó el
moribundo con voz apagada, Ud. se equivoca; yo tomé a San José por mi patrono y mi
modelo, y como él, nunca me quejé de mi suerte. No he conocido ni el odio, ni la envidia; mi
sueño era tranquilo. Me cansaba de día, pero descansaba de noche. Las herramientas que
usted ve me procuraban el pan que comía con deleite. Era pobre, en verdad, pero San José lo
era tanto como yo y estuve bastante bien hasta hoy. Si recupero la salud, lo que no creo, iré
al taller y continuaré bendiciendo la mano de Dios que me ha cuidado hasta el presente.

El sacerdote, sorprendido, no sabía qué responder a .semejante enfermo. Sin embargo, le


habló así:

- Amigo mío, puesto que la vida no os ha sido penosa, no debe por eso dejar de disponerse a
dejarla, porque hay que someterse a la voluntad de Dios.

-He sabido vivir, prosiguió el moribundo con voz firme; sabré morir. Doy gracias a Dios por
haberme dado la vida y por hacerme pasar por la muerte para llegar a El; noto que llega el
momento, aquí está... ¡Adiós, hermano mío!

Así vivió y murió, lleno de paz, este piadoso obrero, este hombre justo, que había tomado a
San José por su patrono y su modelo. Seamos nosotros también, durante este mes y siempre,
los imitadores de este gran Santo.

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17 DÍA DECIMOSÉPTIMO

La castidad de San José

El espíritu, en San José, estaba sometido a Dios por una perfecta justicia, que, identificada
de hecho con la castidad, adornada con el don de sabiduría, le hacía sentir y seguir la voluntad
de Dios en todas las cosas y lo hacía admirablemente dócil a los mandatos del Espíritu Santo.
En consecuencia, la carne de este elegido de Dios estaba perfectamente sometida al espíritu:
José el justo, fue el más casto de los hombres.

Hay como una repercusión lógica de las disposiciones del espíritu sobre la carne, que se
verifica con el rigor de una ley promulgada por Dios mismo. En la medida en que el espíritu
se retira de la sumisión que debe a Dios, la carne se retira de la sumisión que debe al espíritu.
El hombre encuentra el castigo de su orgullo, que le rebela contra Dios, en la rebeldía de sus
pasiones, que se sublevan contra la razón y le hacen avergonzarse de sí mismo. ¡Feliz, cuando
la humillación que le sobreviene a causa de esto, por una acción particular de la gracia que
saca el bien del mal, contribuye a hacerle volver a Dios !

Ningún hombre fue más justo que San José, y más humilde en su justicia; por eso ninguno le
aventajó, o más aún, nadie lo igualó en castidad. El hecho de haber sido elegido por Dios, de
entre la humanidad entera, para ser el esposo de María, atestigua una pureza más brillante
que el sol.

Reflexionemos en esto: el corazón de San José fue forado por Dios para amar a la purísima
Virgen María. Por o podemos tener por cierto que, aunque San José haya nido el pecado
original, por un privilegio especial de la gracia no le rozó jamás ningún deseo impuro. Dios
concedió a algunos santos este favor angelical, que la concupiscencia estuviera como
extinguida en su carne; el futuro poso de María gozó de tal favor en grado sumo; esto nos
parece incuestionable. Fue llevado sin interrupción a estado que Santo Tomás de Aquino
califica como "estado de1 alma purificada", en el cual ésta ignora las apetencias terrestres.
En una palabra, la castidad de San José no era una castidad de lucha y de combate, sino una
castidad natural y de reposo total; era necesario que tuviera ese carácter, para capacitarlo en
orden a las bodas con María, purísima Virgen.

En una palabra, María encontró el corazón de San José en tan perfecta armonía con el suyo,
que ella se entregó a él, para permanecer virgen, con una seguridad total.

Dios se complació en trazar una imagen de la castidad San José en la persona del antiguo
José, hijo de Jacob de Raquel. Este gran patriarca posee un horror innato vicio impuro.
Resiste a las seducciones de la mujer de amo, el egipcio Putifar ; acepta ser hecho prisionero
y exponerse al último suplicio por amor de la castidad. Esta alma luminosa prefigura el alma
de nuestro José.

La castidad del antiguo José le predispone a las comunicaciones divinas: es instruido sobre
el porvenir por unos sueños misteriosos. «Así, dice San Bernardo, el nuevo José fue hecho
depositario de los secretos celestiales»: los ángeles vienen familiarmente a su cabecera. ¡Oh
santo verdaderamente angélico y seráfico!¡Oh alma elevada por encima de las
concupiscencias de la tierra! Inspirad a todos los que confían en vos, oh gran santo,

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pensamientos castos y celestiales; obtened para los esposos cristianos no unirse jamás sino
por intenciones santas. En vos, la carne vivía únicamente de la vida del espíritu: ¡qué bien
puesto está en vuestras manos el lirio de las vírgenes! Este lirio perfuma a la vez la Iglesia
del Cielo y la Iglesia de la tierra: que su aroma nos comunique el gusto y el amor de la pureza
(Dom Bernardo Maréchaux).

En honor de San José:

Recurrir continua y tranquilamente a San José, especialmente en todas las tentaciones contra
la pureza.

Oración, pág. … y siguientes.

Una buena religiosa, cuenta el P. de Barry, era atormentada por tentaciones violentas e
importunas, sobre todo durante la oración. Estaba tanto más turbada cuanto que la
pusilanimidad y la desconfianza se adueñaban de su corazón; ella se persuadía de que nunca
podría llegar a esa preciosa libertad de espíritu que es, aquí abajo, el celestial atributo de los
hijos de Dios. Sumida en esas angustias, recorrió a María, como a su buena Madre, a fin de
encontrar, de nuevo la calma y la paz. « ¡Oh Virgen ! – exclamó –, si vos misma juzgáis que
no os concierne el darme esta gracia, dignaos al menos indicarme de entre los santos que os
más queridos, un protector al cual pueda acudir con fianza y éxito ».

Apenas hubo terminado esta oración, se sintió inundada de consolaciones. San José apareció
a los ojos de su alma como el Santo más querido de la Virgen, tanto en su calidad Esposo
como en razón de sus eminentes virtudes. Sin dar un solo instante, se puso en manos de este
augusto protector. San José le hizo sentir, en el mismo instante, la eficacia de su intercesión
librándola de sus penas. A partir de ese momento, tan pronto como era asaltada por el
demoño, recurría al digno Esposo de la Virgen María y recuperaba inmediatamente la paz
del corazón y la libertad de conversar apaciblemente con Dios...

Una joven había hecho el voto de castidad. Habiendo tenido la desgracia de ser infiel a este
compromiso, no tuvo la valentía de confesarse de su pecado. Desde entonces, con la
profanación de los sacramentos, comenzó para ella una vida remordimientos y tormentos. Se
le ocurrió acudir a San José; durante nueve días, recitó devotamente el himno y la oración
del Santo. Terminada la novena, la falsa vergüenza apareció, y, como lo escribió ella misma
al P. Barry rogándole que publicara este favor de San José, lejos de costarle, la confesión
fue para ella una verdadera felicidad. «Convencida: esta experiencia del poder y de la bondad
de San José, llevo siempre su imagen sobre mi pecho con la resolución de no separarme de
ella ni de día ni de noche. A partir de ese momento, he podido vencer las tentaciones impuras,
y he recibido tantas gracias que no sé cómo agradecerlas».

19 DÍA DECIMOCTAVO

Humildad y virginidad

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Si San José tenía cuidado de mantener guardadas sus virtudes bajo el amparo de la santísima
humildad, tenía una solicitud particular para esconder la preciosa perla de su virginidad; es
por eso por lo que consintió en casarse, a fin de que nadie pudiera saberlo, y para que bajo el
santo velo del matrimonio pudiera vivir más oculto.

De ahí se desprende que las vírgenes y aquellos que quieran vivir castamente conocen que
no es suficiente ser vírgenes, si no son humildes y no encierran su pureza en el vaso precioso
de la humildad, porque de otra manera, les sucederá como a las vírgenes necias, las cuales,
faltas de humildad y de caridad misericordiosa, fueron expulsadas de las bodas del Esposo,
y al partir fueron obligadas a ir a las bodas del mundo, donde no se observa el consejo del
Esposo celestial que dice que hay que ser humilde para entrar a las bodas, quiero decir, que
hay que practicar la humildad: «Y así nos lo indica, al ir a las bodas, o al ser invitados a las
bodas, ocupad el último lugar».

En consecuencia, vemos cuán necesaria es la humildad para la conservación de la virginidad,


puesto que indudablemente nadie entrará en el banquete celestial y en el festín nupcial que
Dios prepara a las vírgenes en la morada celestial, si no viene acompañado de esta virtud de
la humildad.

No se tienen los objetos preciosos, sobre todo los ungüentos fragantes, al aire; porque además
de que los ornas se disiparían, las moscas los dañarían, y les harían arder su precio y su valor.
Lo mismo ocurre con las almas atas, las cuales, por temer perder el precio y el valor de .8
buenas obras, las encierran ordinariamente en un vaso pero no en un vaso común como
sucede con los ungüentos celosos, las ponen en un vaso de alabastro (como el que santa
Magdalena derramó o vació sobre la cabeza sagrada; Nuestro Señor ).

Ese vaso de alabastro es, pues, la humildad, en la cual debemos, a imitación de Nuestra
Señora y de San José, guardar nuestras virtudes y todo lo que nos hace dignos de la estima
de los hombres, contentándonos con agradar a Dios, y permaneciendo bajo el velo sagrado
del aprecio de nosotros mismos, esperando que Dios, al venir a llevarnos al lugar seguro, que
es la gloria, haga Él mismo brillar nuestras virtudes para su honor y gloria.

Pensemos hasta qué grado de virtud llegó San José en virginidad, en esta virtud que nos
asemeja a los ánge1, si la Santísima Virgen no fue solamente virgen completamente pura y
totalmente blanca, sino que Ella era la virginidad misma. Pensemos que aquel que fue
desinado por el Padre Eterno como guardián de su virginidad, o, mejor dicho, como
compañero, puesto que Ella necesitaba ser protegida por nadie que no fuese Ella misma,
debía ser muy grande en esta virtud.

Los dos habían hecho voto de guardar la virginidad durante toda su vida, y he aquí que Dios
quiere que estén unidos por el lazo de un santo matrimonio, no para hacerlos desdecirse ni
para que se arrepientan de su voto, sino para volver a confirmarlos y fortalecerse el uno al
otro en la perseverancia de su santa empresa; es por eso por lo que hicieron nuevamente el
voto de vivir virginalmente juntos todo el resto de sus vidas.

Así, pues, muy al contrario de que José fuera puesto más alto que Nuestra Señora para hacerle
romper su voto de virginidad, él le fue dado a ella por compañero, y para que la pureza de

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Nuestra Señora pudiera ser preservada más admirablemente en su integridad bajo el velo y
la sombra del santo matrimonio y de la santa unión en que vivían.

Si la Santísima Virgen es una puerta, dice el Padre Eterno, nosotros no queremos que sea
abierta; porque es una puerta Oriental, por la cual nadie puede entrar ni salir: al contrario,
hay que protegerla y reforzarla con madera incorruptible, es decir darle un compañero en su
pureza, que es el gran San José, el cual para tal misión debía aventajar a todos los santos, aun
a los mismos Ángeles y Querubines, en esta virtud tan recomendable de la virginidad (San
Francisco de Sales).

En honor de San José:

No despreciar ninguna de las precauciones requeridas para guardar la castidad de su estado,


a fin de parecerse más a San José (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2520 y siguientes ).

Oración, pág. …. y siguientes.

Sucedió en Shangai en 1934. El abogado Lo Pa Hong, cristiano ferviente y padre de nueve


hijos, vuelve a su casa. Es casi de noche. Ve a un chino acostado en el suelo. ¿Borracho? i
No ! El pobre hombre se desplomó agotado, abandonado. Lo Pa Hong llama a un coolí para
trasladarlo hospital más próximo. ¡Allí, rechazo! Después de eso, el collí deja su carga y
desaparece. Entonces el buen samaritano carga al enfermo sobre sus hombros y lo lleva a su
la... Allí, lo cuidará y lo sanará.

Esa noche, Lo Pa Hong no podrá dormir. Un pensamiento le obsesiona. ¡Si pudiera construir
un hospital de unas cuarenta camas, algunos pobres enfermos podrían sanar! Conoce un
cementerio abandonado que actualmente ve para depurar aguas residuales. Es allí donde a la
caída la noche, las mujeres sin corazón dejan sus bebés, que, tracia la noche, serán
despedazados y devorados por los cros. Entonces compra el terreno. El consejo municipal
muestra generoso cediéndole las piedras de un muro de ciudad. Apenas Lo Pa Hong comenzó
la primera construcciones debe interrumpir las obras por falta de dinero. No quedan más que
8o $. ¿Qué hacer? Compra una estatua San José y la coloca en el medio del terreno. Luego
se dirige al gran Santo: "Querido San José, si quieres que allí se levante una casa de caridad
y misericordia, ¡ayúdame, no tengo nada más!

Y se pone a pedir. ¿Encontrará manos y corazones abiertos?... ¡Ciertamente se diría que San
José le acompaña! Lo Pa Hong recibe tanto dinero que puede acabar su primera construcción.
¡Más aún! Construye otros dieciséis grandes edificios, entre ellos varios hospitales, un
orfelinato para niños abandonados, un hogar para albergar a las mujeres perdidas; un centro
para ciegos, otro para inválidos, una escuela profesional para jovencitas; una escuela de artes
y oficios. Luego treinta y tres iglesias o capillas para la región. Todo esto se transformó en
una pequeña ciudad, obra de Caritas... En cinco meses, Lo Pa Hong bautizó doscientas
personas entre ellas algunos condenados a muerte, bautizados justo antes de la ejecución.

Lo Pa Hong habló, pidió, rezó y se sacrificó hasta el 30 de diciembre de 1937. A los 64 años,
murió mártir de la caridad. Dos hombres a sueldo le asesinaron.

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¡Un santo de nuestro tiempo! San José le permitió realizar una obra de caridad sin igual. No
hay amor más grande que dar la vida por sus amigos (Jn 15, 13).

19 DÍA DECIMONOVENO

El espíritu de silencio de San José

La prudencia de San José había llegado al más alto grado que se pueda alcanzar, en el cual
no se ve más que el aspecto divino de las cosas, "sola divina intueatur "( Santo Tomás de
Aquino, la q. 61, a. 5 ). Su prudencia dominaba el curso fugaz de las cosas temporales. San
José se nos presenta como un contemplativo absorto en Dios, como el hombre del silencio y
del misterio, que pasa por la tierra sin ser de ella, y al que nada puede distraer un solo
momento del pensamiento de la eternidad. ¡Admiremos!, por tanto, en él al hombre del
silencio: saber callarse es una parte eminente de la virtud de la prudencia. Las Santas
Escrituras comparan al que no sabe refrenarse en la lengua con una ciudad abierta y sin
murallas (Pr 25, 28 ). José calla; es una ciudadela que guarda los tesoros que contiene detrás
de sus muros impenetrables. Su silencio, hecho de espíritu de religión y de oración, había
pasado a formar parte de su naturaleza. El Evangelio no menciona una sola palabra que haya
salido de sus labios; nos dice solamente que impuso al Niño Dios el nombre de ( Jesús). Por
consiguiente, José dijo Jesús, y esto es todo. Pero, diciendo Jesús, dijo todo; dijo la palabra
que ilumina todos los misterios, la palabra de la que vive y que dará vida a la humanidad
hasta el fin de los tiempos. Después de él, repitamos todos: Jesús. José no solamente callaba,
sino que en su actitud nada traicionaba el secreto de la divinidad de Jesús. Se comportaba de
tal manera que todos lo creían padre del adolescente que crecía delante de sus ojos, y actuaba
así de un modo perfectamente natural, sin ninguna coacción, por una alta y como instintiva
prudencia que regulaba sus menores gestos, por un sentimiento de fidelidad a la misión que
había recibido del cielo.

Penetremos hasta el fondo de esta actitud de San José con respecto al Verbo Encarnado;
descubriremos en ella luminosas enseñanzas.

Es un hecho de altísima virtud que la fe y la adoración se incrementan en la intimidad con


las cosas divinas. Muy a menudo, ¡ay! la costumbre disminuye el respeto. José trataba y debía
tratar a Jesús con familiaridad en todos los instantes; ahora bien, esta familiaridad no
disminuía en absoluto sus sentimientos de adoración hacia el Hijo de Dios; al contrario, lo
impregnaba de una impresión constantemente viva, lo sumergía en un anonadamiento de sí
mismo cada vez más profundo. En contacto con las humillaciones del Verbo Divino, la
humildad de José adquiría proporciones inconmensurables. De la majestad divina, escondida
bajo un velo de carne, jamás hubo un adorador más grande y más humilde que San José. ¡Ah!
sacerdotes que consagráis, fieles que comulgáis, imitad la fe, el respeto, la adoración, el amor
seráfico de este gran santo en sus relaciones con el Verbo hecho carne.

Inspirémonos también en su prudencia totalmente celestial, para actuar siempre de


conformidad con la voluntad de Dios. Obedezcamos, como José, al Espíritu Santo, soberano
consejero de nuestra alma; cubramos como él con un velo de silencio los dones que Dios nos
hace; a través de las vicisitudes de esta vida, tengamos los ojos fijos en los bienes eternos, y

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dirijamos todos nuestros esfuerzos a conquistarlos. Así es la prudencia de los santos (Dom
Bernardo Maréchaux ).

En honor de San José:

No hablar jamás inútilmente de sí mismo.

oración, pág. …. y siguientes.

En una casa de Hermanitas de los Pobres, la Hermana cocinera apenas tenía manzanas,
escasas y caras este año. En un gesto de humilde confianza, deposita una a los pies de San
José. Pocos días después, otra casa de la misma congregación recibía una llamada telefónica,
y se les comunicaba que un camión de manzanas había volcado en un accidente su carga en
la carretera, se les rogaba que fueran a buscar manzanas... y la Comunidad de las Hermanas
recibía una camioneta llena.

Un joven hacía sus estudios en la casa del cura de su pueblo, como aspirante al sacerdocio.
Deseaba consagrar su vida al servicio de Dios y a la salvación de las almas.
Desgraciadamente, tenía tantas dificultades con la lengua latina, que su generoso maestro
perdió la paciencia y temió de momento por su éxito. Las lágrimas del estudiante, su
aplicación y su piedad contribuyeron, sin embargo, a prolongar la prueba. "Mi querido hijo,
dijo el venerable pastor, no veo más que un medio para salir de esta situación: es ponerte bajo
la protección de San José, rogarle y suplicarle ardientemente que te conceda los talentos que
no tienes; de otra manera nos quedaremos en el camino. Vamos, anímate, yo uniré mis
oraciones a las tuyas y tengo la firme confianza de que seremos escuchados, porque todo lo
consigue la oración perseverante ".

El estudiante se arrojó en los brazos de San José y rogó con tanto fervor, que el buen Patriarca
lo tomó bajo su amparo de una manera maravillosa. La inteligencia del joven se abrió poco
a poco, sus talentos se desarrollaron y terminó sus clases con éxito. Cuando entró en el
seminario mayor, se distinguió por sus luces tanto como por sus virtudes, y recibió el
sacerdocio con honor. Nombrado sucesivamente profesor de teología dogmática y de teología
moral, superior y finalmente vicario general, fue durante muchos años la luz y el consejo de
la mayoría de los sacerdotes que dirigió a su vez. Lo que se notaba por encima de todo en
este hombre de Dios, era su confianza y su reconocimiento hacia San José, su generoso
bienhechor. Aprendamos de esto cuán poderosa es ante el corazón de Dios la oración humilde
y perseverante que se le dirige por intercesión del Santo Esposo de María.

20 DÍA VIGÉSIMO

Primacía de la vida interior

El clima de silencio que acompaña todo lo que se refiere a la figura de San José se extiende
también a su trabajo de carpintero en la casa de Nazaret. Sin embargo, es un silencio el que

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revela de una manera especial el perfil interior de esta figura. Los Evangelios hablan
exclusivamente de lo que " hizo " San José ; pero permiten descubrir en sus acciones,
rodeadas de silen-cio, un clima de profunda contemplación. José estaba tan diariamente en
contacto con el misterio escondido desde hacía siglos, que estableció su morada bajo su
techo. Eso explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del
Carmelo contemplativo, se hizo la promotora de la renovación del culto a San José en la
cristiandad occidental.

El sacrificio absoluto que San José hizo de toda su existencia ante las exigencias de la venida
del Mesías a su casa, encuentra su justo motivo en su insondable vida interior, de donde le
vienen las órdenes y los consuelos completamente especiales y de donde fluyen para él la
lógica y la fuerza, propias de las almas simples y transparentes, las grandes decisiones, como
la de poner inmediatamente a disposición de los designios divinos su libertad, su vocación
humana legítima, su felicidad conyugal, aceptando la condición, la responsabilidad y el peso
de la familia y renunciando, en beneficio de un amor virginal incomparable, al amor conyugal
natural que la constituye y alimenta.

Esta sumisión a Dios, que es prontitud de la voluntad para consagrarse a todo lo que concierne
a su servicio, no es otra cosa que el ejercicio de la devoción que constituye una de las
expresiones de la virtud de religión.

La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva a considerar también el misterio de la
Encarnación precisamente bajo el aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de
la divinidad para la santificación de los hombres : en virtud de la divinidad, las acciones
humanas de Cristo han sido salvadoras para nosotros, al producir en nosotros la gracia tanto
en razón del mérito como por su eficacia verdadera.

Entre las acciones, los evangelistas resaltan las que conciernen al misterio pascual, pero no
omiten el subrayar la importancia del contacto físico con Jesús a propó-sito de las curaciones
( Mc i, 41) y la influencia que ejerce sobre Juan Bautista cuando ambos estaban en el seno
materno ( Lc 1, 41-44 ).

El testimonio apostólico no dejó de narrar el naci-miento de Jesús, la circuncisión, la


presentación en el Templo, la huida a Egipto y la vida escondida en Nazaret, y ello en razón
del " misterio" de gracia contenido en tales "gestos", todos salvíficos, porque participan de
la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo.

Si este amor a su humanidad irradiaba sobre todos los hombres, los primeros beneficiarios
eran evidentemente aquellos que la voluntad divina había colocado en su intimi-dad más
cercana : María, su madre, y José, su padre nutricio.

Puesto que el amor "paternal" de José no podía dejar de influir sobre el amor "filial" de Jesús
y puesto que, recíprocamente, el amor "filial" de Jesús no podía dejar de influir sobre el amor
" paternal " de José, ¿cómo llegar a conocer en profundidad esta relación totalmente singular?
Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con justo título en José un
ejemplo luminoso de vida interior.

44
Además, la aparente contradicción entre la vida activa y la vida contemplativa es superada
en él de manera ideal, como ocurre en el que posee la perfección de la caridad. Según la
distinción bien conocida entre el amor de la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor
(necessitas caritatis), podemos decir que José experimentó tanto el amor de la verdad, es
decir, el puro amor de con-templación de la Verdad divina que irradiaba de la humanidad de
Cristo, como la exigencia del amor, es decir el amor, puro también, de servicio, requerido
por la protección y el desarrollo de esta misma humanidad (Su Santidad el Papa Juan Pablo
II ).

En honor de San José:

A pesar de las numerosas ocupaciones, consagrar cada día un cuarto de hora a la meditación
del Evangelio o de los escritos de los santos, para percibir mejor la voluntad divina.

Oración, pág. …. y siguientes.

EL 7 de junio de 1660, mientras Luis XIV está en la frontera de España para recibir a la
infanta María Teresa, la nueva reina de Francia, un pastor, Gaspar Ricard d'Estienne, como
hacía un día muy caluroso, se refugió con sus animales bajo la sombra de los árboles del
Cerro del Bessillon en el corazón de la provincia de Var, en el municipio de Cotignac. Está
muy sediento porque hace mucho tiempo que agotó el agua de su cantimplora. De pronto, un
hombre de contextura imponente surgió delante de él y, señalando una roca, le dijo : «Yo soy
José. Levanta esa roca y beberás ». Gaspar evalúa con la mirada el peso de la enorme roca y
contesta sencillamente: «No podré, es demasiado pesada ». Pero el misterioso visitante reitera
su orden. Entonces el pastor se acerca y, con gran sorpresa, mueve la roca al primer intento.
Nueva sorpresa: una fuente de agua viva comienza a fluir en el lugar. Gaspar se arroja sobre
el agua que corre y bebe con avidez. Cuando se levanta para expresar su sorpresa y su
gratitud, el hombre había desaparecido.

El pastor corre a anunciar la novedad al pueblo, donde, por supuesto, nadie quiere creerle.
Pero, al fin, algunas personas se deciden a seguirlo hacia el lugar que todos saben que no
tiene manantial. A su llegada, gritan de alegría porque el agua corre en abundancia, desde
hace tres horas, y todos constatan que la roca que Gaspar movió tan fácilmente él solo, no se
mueve, si no la empujan ocho hombres juntos. Gaspar adquiere entonces conciencia de la
fuerza que le fue dada por el cielo y exclama: «El que estaba ahí era San José; es él el que
me dio la fuerza». Todos se arrodillan como él y dan gracias a San José. Posteriormente, las
curaciones obtenidas por la aplicación del agua milagrosa atraen a las multitudes hacia el
Cerro del Bessillon. El culto de San José, inexistente hasta entonces en la comarca, toma un
impulso extraordinario, y se extiende rápidamente más allá de la Provenza.

Con los donativos que los peregrinos depositan al lado del manantial, o entregan a los
habitantes de Cotignac, los concejales municipales deciden construir, con la aprobación del
obispo de Fréjus, una capilla en ese lugar, en honor de San José.

Todos estos hechos no tardan en ser conocidos hasta en París, donde el nombre de Cotignac
es muy famoso desde el tiempo del voto de Luis XIII. Entonces interviene el gesto piadoso

45
de Luis XIV hacia San José. Probablemente sorprendido por la misteriosa coincidencia entre
su entrada en Francia, de regreso de España, con la mujer con quien iba a casarse dos días
después y la aparición de San José en Cotignac, el rey, que ya debía a Nuestra Señora de las
Gracias4 su propia existencia, no podía sino acceder a la petición conjunta de su madre y de
su futura esposa5, de decretar que a partir de ese momento la fiesta de San José sería día
festivo en el reino. Después, el 19 de marzo de 1661, el rey consagró Francia a San José,
como su padre lo había hecho a María veintitrés años antes6.

Renunciamos a contar todas las gracias obtenidas por la intercesión de San José, sobre todo
en favor de los esposos, que, deseosos de ver al fin el hogar alegrado por la presencia de un
niño, se dirigen a él con confianza pidiéndole les conceda la gracia de la fecundidad.

21 DÍA VIGÉSIMO PRIMERO

La paciencia de San José

Destinado por el mismo Dios para cubrir y esconder el inefable misterio de la Encarnación,
José lo protegió con su humildad y su caridad como bajo un velo de tela de fino lino, azul
cielo, escarlata y púrpura, luego lo cubrió con su paciencia invencible como bajo un tejido
más consistente e impenetrable a los deterioros del aire.

Admiremos la paciencia de este gran santo: la Iglesia, llamando a esta paciencia un espejo,
nos invita a contemplar en ella la eminencia de su virtud.

Ser paciente es soportar, sin quejarse ni desanimarse, los males que nos oprimen, por
prolongados que sean: adversidades provenientes de las circunstancias, procederes injustos
o malos tratos de parte de las criaturas, insultos interiores y a veces también exteriores de los
demonios, y hasta aparentes desatenciones de Dios, quien, nos dice Job, se complace en poner
a prueba a sus servidores hasta atormentarlos de una manera extraordinaria: «Mirabiliter me
crucias» ( Jb ro, i6 ).

Ser paciente, dice Santo Tomás de Aquino, es también reaccionar victoriosamente contra la
tristeza queocasiona la actual presión del mal, y en consecuencia mantener en el corazón una
santa alegría. Bajo ese doble punto de vista : i qué paciente fue San José ! No sabemos nada
de lo que sufrió en Egipto, y lo mismo en tierras de Nazaret que eran para él un exilio : pero

4 A petición de la Santísima Virgen, en efecto, fue edificado un santuario en 1519 sobre otra colina, no lejos de Cotignac,
bajo la advocación de Nuestra Señora de las Gracias. Los favores que la Madre de Dios dispensó allí movilizaron
rápidamente a las multitudes, tanto más cuanto que el Papa León X concedía por bula indulgencias a los peregrinos,
reco-nociendo así la realidad de las apariciones.

5 María Teresa de Austria.

6 Durante la Revolución, el santuario de Nuestra Señora de las Gracias fue saqueado y demolido. Reconstruido en 18 ro;
hoy es atendido por una comunidad de los Hermanos de San Juan. La capilla de San José, que había dejado de ser cuidada
es restaurada a partir de 1978 por una comunidad de religiosa: benedictinas a las cuales sirve de capilla conventual.

46
estamos seguros de que sufrió mucho, tanto por las privaciones del exilio como por la acción
de los hombres y de los demonios. Ahora bien, su preocupación constante era cargar sobre sí
todas las penas y angustias, y no dejar que pasaran éstas a María y a Jesús. Su paciencia era
un escudo que recibía y amortiguaba todos los dardos enemigos ; su vocación, su felicidad
consistía en inmolarse diaria-mente en beneficio de Jesús y María.

Al ver a San José penar como un obrero en su tarea y sufrir como un perseguido, la gente no
se daba cuenta fácilmente de la eminencia de su virtud, como tampoco de los tesoros que
albergaba su vida humilde y laboriosa, sus convecinos no sabían que el alma de ese pobre
obrero estaba llena de resplandores y de éxtasis y que su morada era un cielo anticipado.

Saludemos la paciencia de este gran santo, e imité-mosla tanto como podamos.

Hoy, libre de las oscuridades de la vida presente, res-plandece con un brillo maravilloso ;
reivindica la ala-banza especial que la Iglesia le otorga.

Santiago el menor nos advierte que la paciencia pone sobre el bien que se hace el sello
definitivo de la perfec-ción ( Sgo I, 3-4 ).

Es cierto que el diablo busca por todos los medios posibles abrumar y cansar la paciencia de
los servidores de Dios, de manera que abandonen y no prosigan hasta el final la obra
emprendida para la cual Dios los colocó en tal lugar, en tal concurso de circunstancias. Son
ellos,

conscientes de la voluntad divina, los que deben mante- j Bessillon para pedirles
que rogaran insistentemente con

ner invenciblemente su ánimo, por la confianza, y resis- ¡ ella. En efecto, esperaba


el cuarto hijo y a su vez estaba ata‑

tir sin desfallecer. I cada por una grave enfermedad. Los médicos la habían des‑

Sed pacientes, dama Santiago, hasta la venida del hauciado, diciéndole que el único medio
de salvar su vida

Señor... que se aproxima de día en día ( Sgo 5, 7-8 ). De

. era recurrir al aborto, agregando incluso que esta conducta

este modo, la duración de la paciencia es la de la vida era uneducar. deber para ella,
puesto que ya tenía tres niños para

humana ; i pero ésta es tan corta ! y cada día nos acerca- Ante este consejo, inaceptable
para ella, fue a consultar a

mos más a la venida del Señor. Seamos, pues, pacientes. i un sacerdote, quien le dijo
: «Asista durante nueve días a

47
Por otra parte, el Apóstol ( Rm 5, 4-5) ve surgir la Misa en San José del Bessillon ».

paciencia de la tribulación, de la paciencia la virtud pro‑

bada, de la virtud probada la esperanza : ahora bien, 1 Obedeció


inmediatamente y, enferma, hizo durante

dice, la esperanza no engaña. Así, la paciencia consolida ¡ . nueve días consecutivos


más de 15o Km para suplicar a San

la esperanza y ésta sostiene a la paciencia, mostrándole la1 José en el lugar de su aparición.

corona segura. El niño nació a su debido tiempo, sin problemas. Actual-

I mente, es un magnífico muchacho de quince años, muy

i Ah ! i Qué mirada tan profunda lanzaba San José

sobre la brevedad de esta vida! i Y qué inmensa esperanza inteligente y lleno de vida. Le
siguieron dos hermanitos.

Los tres forman una alegre banda... surgía en su corazón ! Pero, si hubiera tenido que sufrir

sin descanso y sin fin por Jesús y María, José habría acep- En otra ocasión, las religiosas del
Monte Bessillon reci‑

tado sufrir así. Sufrir por amor a seres tan amables era su bieron una llamada telefónica de
una persona que no se dio

vida, era su felicidad ( Dom Bernardo Maréchaux ). i a conocer y les dejó este
mensaje : «Estoy al borde de la

( quiebra financiera, moral y espiritual, y en plena depresión,

les ruego que supliquen a San José por mí ».

En honor Tomar la resolución de no murmu- Sane José rar jamás contra la


Providencia Tres años más tarde, el mismo señor les escribió para

de ,i

' decirles : « Salí de mis tinieblas, volví a encontrar una situa-divina, principalmente
cuandoción agradable, mi esposa volvió a vivir conmigo y espera estamos inmersos en
grandes difi-

I. un tercer hijo y, juntos, descubrimos hasta qué punto Dios

48
cultades. nos ama, Él que nos vino a buscar en nuestra miseria. Den il t

Oración, pág. 1 56 y siguientes. gracias a San José con nosotros ».

I t., * *

T TN día, una mujer joven, madre de tres niños, se pre- i

U sentó en el Monasterio de las religiosas de San José del it

DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO

Amante de la pobreza

L gran San José conoció la pobreza, e incluso la indi-gencia, la privación ; tuvo que vivir al
día, de su propio trabajo, debió buscar trabajo en condiciones duras y humillantes, debió
esperarlo a veces con inquie-tud, y a pesar de su esfuerzo constante, a pesar de las
pri-vaciones que él se imponía, a menudo no pudo apartar de María y de Jesús las molestias
de la pobreza.

Fue pobre, pero amó la pobreza, y no hubiera querido cambiarla por los tesoros y el lujo
oriental de su antepa-sado el rey Salomón. Si Moisés prefirió la vida ruda y atormentada de
sus hermanos los hebreos, en la cual estaba representado proféticamente el oprobrio de Cristo
que iba a venir, a toda la opulencia y a las delicias de la corte corrompida de los egipcios,
San José también, y más que Moisés, iluminado por el Espíritu Santo, estimó y abrazó la
pobreza como un tesoro inapreciable.

Los bienes de la tierra están en oposición con los bie-nes del cielo ; las almas santas no
quieren entrar en con-tacto con las riquezas, más que para distribuirlas genero-samente entre
los pobres, no pueden resignarse a gozarcómodamente de las facilidades de la vida, cuando
hay tantos seres humanos a quienes les falta lo necesario.

El Hijo de Dios, al venir a este mundo, habría podido usar los bienes de aquí abajo, sin que
su alma tres veces santa hubiera tenido que temer la contaminación de su uso : Él quiso
alejarlos de su vida terrena y no tener trato con ellos. Nació pobre, vivió pobre y murió pobre.

Entre el pesebre de su nacimiento y el patíbulo de su último suspiro, la pobreza ocupa todos


los instantes de su existencia en la tierra. Dio con ello el ejemplo necesa-rio del desprecio de
los bienes de este mundo, y además es su caridad adorable la que lo impulsó a ponerse al
nivel de los pobres y de los desheredados. Habiendo abrazado la pobreza, la hizo amable y
llena de atractivos victoriosos. Había imprimido por anticipado, en las almas de María su
madre y de José su padre adoptivo, el amor de la pobreza que, desde su venida, atrae a tantas

49
almas en su seguimiento. San José se regocija de tomar una esposa pobre : era María ; y
María se regocija de tomar un esposo pobre : era José. i Oh ! santa alianza de dos pobrezas
como de dos virginidades, en la cual se manifestaron tanto de una parte como de la otra las
riquezas incomparables del alma, de la cual surge un afecto más sincero que la luz. Si alguna
vez hubo esposos que se amaron puramente el uno al otro y en Dios, sin ninguna
consideración de las ventajas de este mundo, éstos fueron María y José.

Esta pobreza, que era uno de los signos distintivos de su alianza con María, San José la
conservó amorosa-mente. Sintió sus espinas, durante la huida a Egipto ; soportó sus
magulladuras bajo el humilde techo de Nazaret. Pero amó esas espinas y esas magulladuras
;y

las espinas florecieron y las magulladuras se transforma-ron en alegrías.

Nada iguala el encanto del pesebre de las Órdenes Religiosas, porque generalmente allí se
refleja la pobreza de Belén y de Nazaret; más adelante, vienen las comodi-dades, se tienen
buenas residencias, buenos alimentos, no falta nada ; pero la alegría de servir a Dios decrece
y la pureza de las vocaciones deja que desear. Es por eso por lo que Dios dispone catástrofres
que restablecen bruscamente en las Órdenes la pobreza primitiva.

i Oh San José ! Derramad en la Iglesia y en las almas el amor de la pobreza. Sois el padre
nutricio de los pobres : en la pobreza tan grande en la que vivíais con Jesús y María, habéis
provisto a sus necesidades ; no dejáis de auxiliar a las familias religiosas que aman la pobreza
de verdad, sobre todo es a la hora de favorecerlas cuando vuestra Providencia se muestra
admirable. La pobreza no debe asustar a los verdaderos hijos de San José.

Proteged también a todos los pobres, aquellos que tie-nen a la pobreza como una condición
de vida, una nece-sidad, enseñadles a santificarla por la resignación, a sua-vizarla por una
perfecta confianza en Dios ; hasta llegar a un sincero desprecio de los bienes de la tierra.
Porque es por el desprecio de los bienes de la tierra como se llega a los bienes celestiales (
Dom Bernardo Maréchaux ).

En honor Soportar todas las contrariedades

de San José del día por amor de Dios, como ocasión de practicar la pobreza espiritual.

Oración, pág. 156 y siguientes.

T A fuerte lluvia que cae sin parar desde le «

voca, al comienzo de la tarde, inundacion

barrio sur de una ciudad de los Estados Unidos : los con. ductos de agua se desbordan, las
alcantarillas están atasca-das, de tal manera que el agua inunda las calles, transforma-das en
ríos, e invade los subsuelos; las familias deben evacuar sus habitaciones. La electricidad y el
teléfono son cortados hasta el día siguiente, el aeropuerto debe ser cerrado.

50
En la calle, delante de nuestra casa, el agua alcanza 90 cm. de altura...

En nuestra casa, el sótano está inundado también ; por prudencia, los ascensores se ponen
fuera de servicio. Una vez más, San José responde a nuestra confianza : poco des-pués de
haber colocado su estatua en el exterior, y otra sobre el borde de una ventana y una lamparita
a sus pies, el nivel del agua comienza a bajar... y finalmente la lluvia cesa. »

Lacónica pero conmovedora, esta carta muestra cómo saben las Hermanitas de los Pobres ser
agradecidas a su Poderoso Protector, tratando por este medio de transmitir su fe a las almas
humildes que confían más en la gracia divina que en sus propias fuerzas.

DÍA VIGÉSIMO TERCERO

Obediencia de Jesús a San José

, solo ejemplo de Jesucristo en su vida terrena, que quiso dar prueba de tanto respeto y
obediencia a San José, debería bastar para animarnos a todos a ser defensores celosos y
fervientes de la devoción hacia este gran santo.

Jesús, desde el instante en que su Padre celestial le asignó a José para ocupar su lugar en la
tierra, lo miró siempre como a su padre, y, como tal, lo respetó y obede-ció durante treinta
arios : "Et erat subditus illis " : y les estaba sometido ( Lc 2, 51). Lo que significa que durante
todo ese tiempo, la única ocupación del Redentor fue obedecer a María y a José. Durante
todo ese tiempo, le correspondió a José mandar, como quien había sido constituido jefe de
esa pequeña familia; y a Jesús, obede-cer, como subordinado ; hasta tal punto que Jesús no
realizó jamás una sola acción, ni dio un solo paso, ni tomó jamás su alimento, ni se entregó
al reposo, sino siguiendo las órdenes de San José...

Esta humilde obediencia de Jesucristo nos hace cono-cer que la dignidad de José es superior
a la de todos los santos, excepto la de la divina Madre.

De este modo, con razón un autor erudito ha dicho : «Tiene derecho bien ganado a ser
honrado por los hom-bres, aquel al que el Rey de los reyes quiso elevar tan alto ». Por eso el
mismo Jesucristo recomendó a Santa Margarita de Cortona «tener devoción especial a San
José, por ser el que le había procurado el alimento durante su vida» ( San Alfonso María de
Ligorio ).

« José no solamente tuvo el nombre de padre de Jesús, sino que ejerció dicha misión, tanto
como un hombre puede hacerlo », dice San Juan Damasceno.

La paternidad no la constituye únicamente la procre-ación sino también la autoridad y los


cuidados del gobierno...

51
¿Existe una sola de las funciones del mejor de los padres que no haya sido ejercida
gloriosamente por este servidor fiel y prudente, al que el Señor encargó el gobierno de su
familia ? ¿ No fue José el que recibió al Niño Jesús y lo acostó sobre la paja en el pesebre ?
¿No fue José el que enrojeció con la sangre más preciosa el instrumento de la Circuncisión,
cuando circuncidó a Jesús ? Porque, como se sabe, eran los padres los encar-gados de conferir
ese sacramento a sus hijos. ¿No fue José, el que lo salvó de la furia de Herodes, su
persegui-dor ? ¿No fue él, el que le proporcionó, durante treinta años, con el trabajo de sus
manos y el sudor de su frente, el alimento, la ropa y el alojamiento ? i Cuántas veces los
brazos de San José sirvieron de cuna al Niño Jesús ! i Cuántos tiernos besos le prodigó ! i
Cuántas veces le dio de comer con su mano, lo vistió, le enseñó a hablar y a trabajar ! i
Cuántas veces, cuando este divino Niño se hizo mayor, José descansó sobre su corazón !

Ahora bien, si José ha sido un padre tan tierno para Jesús, ¿cómo debió ser Jesús para José ?
No dudemos de

que haya sido para él el mejor de los hijos, y que le haya estado sometido, siéndole obediente
y respetuoso, en todas las cosas, como a su Padre ( San Leonardo de Puerto Mauricio ).

En honor Obedecer a sus superiores en todo

de San José lo que no sea pecado, siguiendo el ejemplo de San José, como si fuera Dios el
que manda.

Oración, pág. r56 y siguientes.

, orfelinato San José, a orillas del gran lago de los 'Esclavos, en Canadá, estaba amenazado
de un hambre inminente en marzo de 1917. Cien huérfanos, diez religio-sas y otros tantos
padres y hermanos sentían dolorosamente los retortijones del hambre. En los « caribúes » (
renos ) no había ni que pensar : indios llegados de 50o km habían dicho que los bosques
favoritos de los renos para su inver-nada estaban desprovistos. Los hermanos habían pescado
cuatro truchas en ocho días con sus setenta anzuelos tirados juntos, sobre un largo espacio,
en lo profundo de las aguas bajo el hielo.

Una noche, el Padre Dupont, superior de la misión, lleno de inquietud, fue al refectorio,
donde encontró a los niños sentados a la mesa alrededor de pequeños trozos asa-dos de los
últimos pescados.

Con cierto aspecto de disgusto, dijo :

– Niños, si estamos en la miseria, no es por culpa de nuestros hermanos ; ellos lo han


intentado todo ; ni de vuestras religiosas : ellas han sacrificado todo por vosotros.i Vosotros
sois los culpables ! Varios creyeron que se les reprochaba comer demasiado y se pusieron a
sollozar.

52
⦁ No es eso, continuó el Padre superior. Si estoy enojado, muy enojado, es porque no
rezáis a San José con suficiente fervor. He aquí lo que quería deciros.

Ante esta explicación, todos los niños se levantan y pro-meten rezar " con todas sus fuerzas
". La superiora, apre-miada a fijar el número de caribúes necesarios para salvar la misión,
responde que se necesitan « cien, ni uno menos ».

⦁ i Pues bien, hijos míos, de rodillas !

Una nueva novena comienza sin dilación, para requerir a San José que proporcione los cien
caribúes necesarios.

El Padre Dupont hace venir a los dos cazadores " contra-tados " de la misión :

⦁ Atad enseguida los perros y partid. Los indios alzan los hombros.

⦁ Pero tú sabes tan bien como nosotros, Padre, que no hay nada. Es imposible.

– Partid, insiste el Padre, id a matar los cien caribúes, ni uno menos. San José nos los debe,
porque los necesitamos, y porque se los pedimos. El nos los enviará.

Completamente seguros de que iban a un fracaso, pero pagados para eso, los dos hombres
parten. No han cami-nado aún dos días, distancia corta para ese país, cuando un ejército
innumerable de renos aparece delante de ellos, viniendo del este, en contra de todos los
hábitos seguidos por esos animales nómadas, desde los tiempos más remotos.

Estupefactos de ver tan repentinamente, y en esos luga-res, más caribúes de los que nunca
habían encontrado jun-tos, los cazadores recobran el dominio de sí mismos, toman posición
y disparan sobre la manada que corre a toda prisa. A cada bala de sus potentes carabinas, un
reno cae, y a veces

dos. Dispersada la manada, los indios van a contar los muertos. Hay ciento tres. Era el mismo
instante en que las hermanas y sus huérfanos, reunidos en la capilla para rezar la novena,
suplicaban a San José, «con una oración que par-tía el alma », que les diera rápido los cien
caribúes, ni uno menos.

DÍA VIGÉSIMO CUARTO

Director de la Sabiduría encarnada

¿N

o es el hijo de ese obrero ? decían los judíos refirién-dose a Jesús. Sí, responde San Pedro
Crisólogo, es el hijo de un obrero, pero ¿de qué obrero ? Del que construyó el mundo, no con
el martillo, sino por una orden de su voluntad; el que combinó los elementos, no por un efecto
del ingenio, sino por un simple mandato; el que iluminó al sol, no con un fuego terrenal, sino
con un calor superior ; ésta es la labor de un obrero, cuya palabra creó todo de la nada. Tenéis

53
razón, santo Doctor ; porque en efecto, Jesús es el Hijo del gran Obrero que construyó el
universo. Pero permitid que, para gloria de José, digamos también que es el hijo de ese pobre
artesano, que en su pequeño taller maneja la sierra y la garlopa : y, puesto que la misma
Santísima Virgen da a José ese hermoso título de padre de Jesús... decid también que es el
hijo de este humilde car-pintero, y que, como tal, le está sumiso, y que es el compa-ñero de
sus trabajos. i Oh ! i Qué maravilla con sólo pensar en ello !

Jesús ayudó a este artesano a trabajar la madera, como ayudó al Creador a edificar el mundo.
i Oh maravillosa dignidad de José !, exclama Gerson. i Sublime grandeza que nos presenta a
José como el émulo del mismo Dios !

i Un pobre carpintero, que trabaja la madera, convertido en émulo de Aquel que ha creado el
mundo ! i Qué más queréis para proclamar a José como el más grande de todos los hombres,
como padre, si el mismo Dios no puede hacer un padre más grande que el que tiene a Dios
por hijo !

Hay tres cosas, dice el Doctor Angélico, que son tan grandes que Dios no puede hacer otras
mayores, a saber : la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, causa de su unión hipostática
con el Verbo ; la gloria de los elegidos, en su género, a causa de su objeto principal, que es
la esencia infinita de Dios ; y la Madre incomparable de Dios, de la cual se ha dicho : "
Majorem quam Matrem Dei non potest facere Deus " : Dios no puede honrar más a una
persona que convirtiéndola en su propia Madre.

Podéis agregar, para gloria de José, que Dios no puede hacer un padre más grande que el que
tiene a Dios por hijo ( San Leonardo de Puerto Mauricio ).

En honor Acostumbrarse a hacer diariamente

de San José una obra de caridad : pequeña mortificación voluntaria del gusto, renuncia a sus
preferencias para agradar al prójimo, atender a las personas que sufren, oración por los más
necesitados...

Oración, pág. 156 y siguientes.

mediados de marzo de 1867, llevaban a una señora paralítica, protestante, a una casa de
beneficencia de Canadá, puesta bajo el patrocinio de San José. Ella buscaba allí un alivio a
sus sufrimientos, y no pensaba en un cambio de religión. Hasta llegaba a comentar con una
de sus ami-gas : « i Muy hábil sería el que me atrapara ! » No conocía a

San José, menos aún todos sus recursos para ganar un alma. Cada día, las religiosas dedicadas
a la atención de la casa hacían el mes de marzo, y rogaban a San José por la pobre paralítica.
Sin que lo supiera, habían cosido en uno de los pliegues de su vestido dos medallas, una de
la Santísima Virgen y otra de San José.

54
Un día, una religiosa hizo que la conversación girara sobre San José.

– San José, continuó la protestante, yo no conozco a ese hombre, no lo he visto nunca. –


¿Cómo, replicó la Hermana, usted está en una casa y no conoce al dueño ? Y abriendo su
libro de oficios, le presentó una estampa de San José. – i Oh, qué bien está ! Dijo
contemplándolo ; pero ¿quién es ?

La buena Hermana se lo explicó lo mejor posible; y he aquí que, para gran sorpresa suya, la
señora toma la estam-pita, la besa con respeto y pide que se la den para guardarla. A partir
de ese día, no tenía más consuelo que oír hablar de San José, que le contaran la vida que
había llevado, las virtu-des que había practicado. Ella tenía un hijo joven a quien unos amigos
piadosos le guiaban al catolicismo. Éste vino a solicitar a su madre autorización para abjurar
del error el próximo uno de mayo ; ella aceptó con gran firmeza. Apenas él había partido,
hizo llamar al capellán de la casa.

– i Señor, le dijo, quiero ser católica, quiero ser bautizada al mismo tiempo que mi hijo !
Tenga la bondad de ins-truirme.

La instruyeron, la prepararon y el i de mayo, se vio a la madre y al hijo al pie del altar de San
José, mezclando sus lágrimas con el agua santa que corría sobre sus frentes. Y el último día
del mes, nuestros nuevos católicos hacían su pri-mera comunión y recibían el sacramento de
la Confirmación.

i Felices los que hacen conocer, felices los que conocen bien a San José !

DÍA VIGÉSIMO QUINTO

Modelo de los obreros

QUÉ beneficioso favor de la Providencia al dar a San

José como modelo a los obreros ! San José fue obrero, el mismo Jesús fue obrero, bajo los
ojos de su padre adoptivo, hasta el punto de que lo llamaban comúnmente el hijo del
carpintero, el hijo del obrero ( Mt 13, 55 ; Mc 7, 3 ).

i Qué lección para humillar el orgullo humano !

El Hijo de Dios vino a la tierra a la vez para servir de ejemplo a los hombres, y para derramar
en ellos su gracia; y encerró su gracia en los ejemplos que les dio. Las accio-nes humanas de
Jesús no son simples gestos que hay que imitar, son además depósitos de gracias que son
sobrea-bundantemente suficientes para la humanidad, y ésta los puede extraer de allí
continuamente. Era necesario que las acciones del Hijo de Dios pudieran ser imitadas por
todos los hombres ; es por eso por lo que se complació en elegir, para él y su familia humana,
la vida más común y más modesta que es la de los artesanos.

55
Adoptando esta vida para él mismo y los suyos, la santificó para todos los que la practican,
depositó allífuentes vivas de gracias que son accesibles a los más humildes y a los más
pequeños.

Ahora bien, Jesús, en la sabiduría y la dulzura de su Providencia, decidió volver a poner


especialmente en las manos de San José, su padre adoptivo, bajo cuyos ojos aprendió su vida
de obrero, todas las gracias que acu-muló en ésta durante treinta años, para que él las vierta
de nuevo sobre la inmensa multitud de los seres huma-nos a los que la necesidad de ganar el
pan de cada día mantiene la frente doblada sobre el surco del labrador o sobre el banco del
artesano.

José obrero es el modelo y el patrono de los obreros, el dispensador de las gracias de Jesús
obrero sobre ellos, a las cuales él añade la preciosa contribución de sus pro-pios méritos.

Cuando el obrero es fiel a Dios, éste derrama sobre su hogar bendiciones especiales, y no es
raro que de él Dios saque santos sacerdotes, salvadores de almas, como sacó a Jesús, el
Salvador del mundo, del taller de San José.

i Ah ! Ojalá la sociedad contemporánea, desengañada de los sofismas y de las promesas


falaces, reconozca que en ninguna parte la vida de trabajo oscuro es honrada tanto como en
la Iglesia. La Iglesia no podría desesti-marla sin renegar de sus orígenes, porque salió de la
casa de Nazaret, donde José, María y Jesús vivían del trabajo de sus manos.

i Oh San José ! Suscitad apóstoles del mundo obrero, y que éste vuelva a Dios bajo el augusto
patrocinio de vuestros ejemplos !

Reconozcamos aquí un admirable designio de la Providencia. La vida de José obrero fue una
vida de humildad, y por esa razón, estaba condenada al olvido. Y

he aquí que de esta vida de humildad, precisamente por-que es de humildad, Dios hace surgir
un patrocinio que se extiende a miles de millones de seres humanos, y se puede decir, a la
humanidad entera que está sometida a la ley del trabajo. Por encima de las imágenes barrocas
de los fun-dadores de imperios, de los legisladores y de los conquis-tadores, emerge la
fisionomía suave e inspirada de San José artesano, iluminado por la irradiación de la
divinidad de Jesús. Saludad en él al modelo incomparable del mundo obrero.

i Es así como Dios glorifica a los humildes ! ( Dom Bernardo Maréchaux ).

En honor En unión con San José, cumplir el

de San José propio deber de estado con un mayor espíritu de fe ; santificarlo por medio de
oraciones cortas y fervorosas.

Oración, pág. .t 56 y siguientes.

**

56
E

STE relato histórico fue extraído de « Las escaleras inex- plicables » de la Hermana M.
Florián. En 1873, las reli-giosas de la Academia de Loreto de Nuestra Señora de la Luz, en
Santa Fe, sur de los Estados Unidos ( Nuevo Méjico), contrataron carpinteros mejicanos para
la cons-trucción de una capilla gótica siguiendo el modelo de la Sainte Chapelle de París.
Concebido por el arquitecto P. Mouly, este edificio fue construido en cinco años y su coste
ascendió a 30.000 $. Medía 22,5o m. de largo por 7,5o m. de ancho y 25,5o m. de alto. Casi
acabada la construcción, se descubrió un error o una omisión : no había ningún medio

para subir al coro que se encontraba al fondo de la capilla. Se llamó entonces a varios
carpinteros, pero sus respuestas fueron todas idénticas : en razón de la altura, resultaba
imposible construir una escalera. Ocuparía demasiado lugar en la nave ; habría, pues, que
usar una escalera de mano o reconstruir completamente el coro. Consternadas, las her-manas
de Loreto resolvieron confiar a San José, cuya fiesta estaba próxima, esta dificultad
humanamente insoluble. Comenzaron entonces una novena en su honor.

El último día de la novena, un hombre de cabellos entre-canos, acompañado de un asno y


llevando una caja de

herramientas, se detuvo en la Academia. Pidió hablar con la Madre Magdalena, superiora a


cargo del convento en aque-lla época, y le ofreció sus servicios para la construcción de una
escalera. Encantada, la Madre Magdalena aceptó inme-diatamente. La construcción duró
cerca de seis meses. Algunas religiosas que presenciaron los trabajos, notaron que el
misterioso artesano había usado únicamente una sie-rra, una escuadra y un martillo.
Recuerdan haber visto unas cubas repletas de tajos de madera. Cuando la Madre Magdalena
buscó al obrero para pagarle, le fue imposible encontrarlo. Se ofreció una recompensa ; nadie
la reclamó. Incluso el taller de manufactura de la madera no tenía nin-gún documento de
compra de la madera utilizada.

La obra es una escalera circular de 33 escalones y 2 espi-rales completas de 36o°, sin ningún
soporte central. Se apoya arriba sobre el coro y abajo sobre el piso que la sos-tiene
completamente. Unas tarugos de madera sirven de clavos.

A lo largo de los años, arquitectos y constructores de numerosos países extranjeros


inspeccionan esta obra maes-tra de la arquitectura. Todos se admiran de ver que esta escalera
exista aún. Algunos pensaban que se derrumbaría al poco de usarla, pero a pesar de su empleo
diario continúa resistiendo desde hace más de un siglo.

En la Academia, la Hermana Mary, en aquel entonces de trece años, fue una de las primeras
en subir por la escalera con sus amigas, pero asustadas la bajaron de rodillas. No resulta
dificil de comprender, pues la escalera carece de pasa-manos.

Algunos expertos en la materia afirman que los largueros de la combadura han sido instalados
con precisión. En el interior, la madera está empalmada en siete lugares diferentes y en nueve
lugares en el exterior, formando cada pieza una curva

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perfecta. Además, esa madera es dura y no sería originaria de Nuevo Méjico. Dónde fue
adquirida, es todavía un misterio.

El señor Carl R. Albach, encargado de la instalación eléc-trica, debió subir varias veces esta
escalera para llegar al con-tador que se encuentra en lo alto del coro. Sintió cada vez un cierto
movimiento vertical, como si las dos vueltas de 36o° formaran un ancho resorte. No es el
único que lo sintió. La actual Madre Superiora, Madre Ludavina, tuvo también la misma
sensación subiendo la escalera. Quizá sea ese el secreto de su construcción.

¿El mismo San José es el autor de esta magnífica escalera milagro ? Cualquiera que sea la
respuesta, las Hermanas de la Academia de Loreto están seguras de que la escalera fue una
respuesta a sus oraciones confiadas al glorioso Esposo de Nuestra Señora, el modelo de los
artesanos y el consolador de los afligidos.

DÍA VIGÉSIMO SEXTO

Modelo de santidad

AS familias que quieren ser cristianas deben valerse del patrocinio de San José ; recibirán
auxilios muy particulares para realizar su noble ideal.

«José nos lleva directamente a María, y María a la fuente de toda santidad, a Jesús, quien por
su sumisión a José y a María consagró las virtudes familiares. Ahora bien, nuestro deseo es
ver a todas las familias cristianas renovarse teniendo como modelos a tan hermosos ejem-plos
de virtud. Así, a partir del momento en que la comunidad del género humano descanse sobre
el funda-mento de la familia, el día en que la sociedad doméstica adquiera más estabilidad,
en que la santidad conyugal, que no admite de ningún modo la contracepción o el aborto, la
concordia y la fidelidad sean salvaguardadas en ella más religiosamente, en el mismo instante
se verá como una fuerza nueva, una sangre nueva, derramarse sobre todos los miembros de
la sociedad humana y la virtud de Cristo penetrar en ella hasta sus últimos repliegues : ese
día, veremos florecer la reforma no sólo de las virtudes privadas, sino también de la vida
social y nacional» (Benedicto XV ).,

Estas palabras son para meditar : nos rey ' secreto del poder de intercesión y de influencia de
Sin José : él actúa conjuntamente con María y Jesús. Tiene su influencia personal, que hay
que reconocer que es muy eminente ; pero es además " intermediario " de las incomparables
influencias de gracia que emanan de María, su esposa, y de las gracias que fluyen de la fuente
de todas las gracias que es Jesús, su hijo adoptivo.

San José es invocado en tanto que es el jefe augusto de la Sagrada Familia; actúa en calidad
de tal, su acción se refuerza por decirlo así con la de María y arrastra con ella la acción
todopoderosa de Jesús. La unión de las tres personas de la Sagrada Familia es tal, que no
podría separarse su obrar. José, como jefe, la representa toda entera; y bajo ese punto de vista,
su intervención nos parece decisiva.

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Dirijámonos, pues, a él con confianza, para que reme-die los males y las desastrosas heridas
que desfiguran la familia contemporánea, para que haga volver la ley impía del divorcio a los
tragaluces del infierno de donde fue vomitada; para que corrija también y haga desapare-cer
de las almas de los esposos el divorcio latente de las voluntades y de las tendencias
contradictorias que hacen imposible la buena educación de los niños ; para que res-tituya a
los esposos la noción de su dignidad de procrea-dores.

i Oh San José ! Haced habitar bajo el techo conyugal esposos unidos en el mismo
pensamiento, "unanimes in domo" unidos en la fe, en el amor de Dios, en el afecto de sus
voluntades santas, de manera que la familia sea un semillero de cristianos y de elegidos.

Se trata de devolver a las almas el sentido cristiano que las hace entrar en el sentido verdadero
de la vida presente, vida de trabajo y de prueba, no de gozo, sino vida de esperanza y de
mérito ; a partir de aquí, las codi-cias se apagan, las inquietudes se calman ; las almas,
aceptando el orden querido por Dios, caminan en una paz que nada turba y que repercute
sobre la sociedad. Sin duda, esta infusión de sentido cristiano constituye un gran milagro de
gracia : recemos con confianza a San José para que lo realice, no está por encima de su poder.
Tenemos que recurrir, pues, a San José, él, el ministro de los decretos del Altísimo, que ha
sido proclamado Protector de la Iglesia Universal ( Dom Bernardo Maréchaux ).

En honor Acostumbrarse a consultar a Dios

de San José antes de comenzar cada acción importante : « Señor, ¿esta acción es conforme a
tu voluntad ?»

Oración, pág. 156 y siguientes.

**

TN hombre de cuarenta y siete años, devorado por una sórdida avaricia, se contagia de
sarampión. Solicita un lugar entre los pobres de un hospital. Pronto la religiosa encargada de
la sala donde se encuentra, lo visita, le pre-gunta si es buen cristiano.

– Poco importa, contesta con rudeza, con tal que sea ur hombre honesto.

– Pero ser un hombre honesto no basta para ir al cielo. – Yo asisto a Misa todos los domingos.

– Hace falta más aún ; un buen cristiano tiene otros deberes.

El enfermo, molesto por esta conversación, se vuelve del lado de la pared y permanece mudo.
La religiosa se retira, y como no hay indicios de estado grave, decide esperar una ocasión
mejor. Hasta difiere el regalarle una medalla de San José, aunque este pensamiento le viene
varias veces a la mente.

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Sin embargo, el estado del enfermo se agrava, la fiebre sube, queda afectado el pecho. El
capellán acude, y se esfuerza por inspirar sentimientos cristianos en ese pobre hombre. El
desdichado responde con groserías a sus expre-siones caritativas y vomita toda clase de
invectivas contra los sacerdotes. La religiosa encargada de la sala de los hom-bres
encomienda ese pecador a San José y logra, si bien no sin esfuerzo, ponerle su medalla al
cuello. Pronto el mori-bundo, feliz de poseer este objeto de piedad, pide conser-varlo
siempre, y hasta llevarlo consigo, si un día tiene que salir del hospital. Desde ese instante una
transformación se opera en él. A esa rudeza que lo hacía inabordable, la susti-tuyen modales
respetuosos; y cuando de nuevo le hablan de confesión, no opone ninguna resistencia y se
confiesa con los sentimientos del más vivo arrepentimiento.

– i Oh ! mi buena hermana, decía a la religiosa que lo cuidaba, después de su entrevista con


el Señor Capellán. 1 Qué feliz soy ! Esta vez, he confesado todos mis pecados ; me ha costado
mucho, es cierto, pero no he pagado dema-siado caro la alegría que siento. i Cuánto me
arrepiento de haber cumplido tan mal mis deberes en el pasado ! Si sano, con la protección
de San José, viviré de modo muy distinto.

La enfermedad avanzaba rápidamente; se creyó necesa-rio darle los sacramentos, que recibió
con las disposiciones más consoladoras. Hasta el final de su vida, edificó a sus

allegados por sus sentimientos verdaderamente cristianos. « Morir después de haber hecho
tanto mal y tan poco bien ; es terrible », decía.

Media hora antes de entregar su alma a Dios, tenía aún todo su conocimiento y repetía con
un acento que emocio-naba a los que lo rodeaban : « i Dios mío, tened misericordia de mí !...
i Santa María, rogad por mí, pobre pecador !... i San José, ayudadme a bien morir ! » Expiró
sin agonía ; esperamos firmemente que el cielo había tenido considera-ción de su
arrepentimiento.

DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO

Servidor bueno y fiel

s una regla general aplicada a todas las gracias extra-ordinarias concedidas a una criatura
dotada de razón : cada vez que la bondad divina elige a alguien para elevarlo a una gracia
particular o a un estado sublime, da a la persona así elegida los carismas necesa-rios para su
misión, lo que realza considerablemente su prestigio.

Este principio se verifica sobre todo en el gran San José, el padre adoptivo de Nuestro Señor
Jesucristo y el verdadero esposo de la Reina del mundo y de la Soberana de los Ángeles.
Elegido por el Padre Eterno como fiel nutricio y guardián de sus más preciados teso-ros, su
esposa y el Hijo de Dios, él cumplió esta tarea con toda fidelidad. Por eso, el Señor le dijo :
« Servidor bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor ».

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Si relacionamos a San José con toda la Iglesia de Cristo, ¿no es este el hombre elegido y
privilegiado, con cuya colaboración y bajo el amparo del cual Cristo fue introducido en el
mundo conforme al orden y al honor ? Así, pues, si toda la Iglesia es deudora de la Virgen

Madre, puesto que por María la Iglesia fue digna de reci-bir a Cristo, sin ninguna duda,
después de la Virgen, es a San José a quien la Iglesia debe un reconocimiento y una
veneración únicos. Es él, en efecto, la clave del Antiguo Testamento, en la cual la dignidad
de los patriarcas y de los profetas recogió el fruto de la promesa. Además, él solo posee
corporalmente lo que la condescendencia divina les prometió.

Es, pues, prefigurado con razón por el patriarca José, que reservó el trigo candeal para los
pueblos. Pero nues-tro santo lo aventaja aún, porque no es solamente a los Egipcios a quienes
procuró el pan de la vida material, sino que el Pan del Cielo que da la vida celestial es para
todos los elegidos, a los que él alimentó con una extre-mada solicitud.

Con toda seguridad, no hay que ponerlo en duda : la familiaridad, el respeto y la dignidad
muy elevada con que Cristo colmó a San José durante su vida terrena, como un hijo a su
padre, no se los retiró en el cielo ; más bien se los completó y llevó al grado más alto. Con
razón, pues, el Señor añade a las palabras citadas más arriba : «Entra en el gozo de tu Señor
». Por eso, aunque más bien sea el gozo de la eterna beatitud el que entra en el corazón del
hombre, sin embargo, el Señor prefirió decirle : « Entra en el gozo. » Con estas palabras,
quiso insinuar misteriosamente que esta alegría no está sola-mente dentro de él, sino que lo
rodea por todos lados, lo absorbe, lo sumerge en un abismo insondable.

Acordaos, pues, de nosotros, bienaventurado José, inter-ceded por nosotros mediante la


ayuda de vuestra oración junto a Aquel que fue considerado como vuestro hijo ; al mismo
tiempo, hacednos propicia a la bienaventurada

Virgen, vuestra esposa y Reina de los cielos, donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo reinan
en lo infinito por los siglos de los siglos ( San Bernardino de Siena ).

En honor Obtener de San José un amor más

de San José grande a la Iglesia y confiarle todas sus necesidades, para que cumpla fielmente
su tarea evange-lizadora respecto a la salvación de las almas.

Oración, pág. 156 y siguientes.

NA familia de Lyon tenía un hijo que parecía iba a ser su corona a los ojos de los hombres y
a los ojos de Dios. Ese joven piadoso se sintió llamado a dejar el mundo y a consagrarse al
Señor en la vida religiosa. Contrariados por esta determinación, sus padres se arrojaron a su
cuello, derramaron tantas lágrimas y le pusieron tantos reparos que lograron debilitar su
resolución; obtuvieron al menos una demora.

61
Ellos lo lanzaron entonces al mundo para modificar sus gustos, y el joven se dejó caer en la
trampa demasiado fácil-mente. Pronto despreció sus prácticas de piedad, se alejó de los
sacramentos y se entregó a todos los desórdenes.

Para escapar a la vergüenza de los escándalos y a los reproches de sus padres, se alejó de su
tierra y se alistó en el ejército. Su padre y su madre estaban desolados, abrumados por los
remordimientos y la pena ; casi no se animaban a dirigirse a Dios, después de haberle
arrebatado su hijo para entregarlo al demonio. Pensaron en dirigirse a San José para obtener
a la vez su perdón y la conversión de su hijo.

Comenzaron entonces una novena con varias personas pia-dosas y rogaron con el fervor más
intenso.

Apenas llevaban unos días rezando, cuando el pródigo llamó a la puerta de la casa paterna y
se arrojó humillado y llorando a los pies de sus padres. Estaba completamente cam-biado. El
padre y la madre estallaron en sollozos y abrazaron y perdonaron a este hijo ingrato, que de
nuevo quería vivir como verdadero cristiano, y la alegría volvió con él al hogar. Se lo debían
a San José y le rindieron solemnes acciones de gracias.

Aprendamos con este ejemplo qué importante es escu-char la voz de Dios y responder a la
gracia de nuestra voca-ción. Dirijámonos a San José, él nos dará la fuerza para ven-cer todas
las aversiones de la naturaleza.

DÍA VIGÉSIMO OCTAVO

La resurrección de San José

AN José ha sido resucitado ? ¿Está en el cielo en cuerpo y alma ? Extraigamos la respuesta


a esta pregunta que importa en sumo grado a la gloria de San José y a nuestra piedad respecto
a él, de la deliciosa plá-tica que el doctor de la devoción, San Francisco de Sales, dedicó a
las virtudes de San José.

« Qué más nos queda por decir sino que no debemos dudar de ninguna manera respecto a que
este glorioso santo tiene mucha influencia en el cielo cerca de Aquel que lo favoreció tanto,
que lo llevó al cielo en cuerpo y alma : lo que es tanto más probable cuanto que no tene-mos
ninguna reliquia de él aquí abajo, en la tierra, y me parece que nadie puede dudar de esta
verdad. Porque ¿cómo hubiera podido negar esta gracia a San José Aquel que le había sido
tan obediente todo el tiempo de su vida en la tierra ?

Sin duda, cuando Nuestro Señor descendió al limbo, fue abordado por San José de esta
manera : « Señor mío, recordad, por favor, que cuando vos vinisteis del cielo a la

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tierra, yo os recibí en mi casa, en mi familia ; recibidme ahora en la vuestra, puesto que vais
allí ; yo os llevé en mis brazos, ahora tomadme en los vuestros ; y como yo cuidé de
alimentaros y conduciros durante el curso de vuestra vida mortal, cuidadme y conducidme a
la vida inmortal ».

Es cierto que en virtud del Santísimo Sacramento nuestros cuerpos resucitarán el día del
juicio, pues ¿cómo podremos dudar de que Nuestro Señor hizo subir al mismo tiempo que Él
al cielo, en cuerpo y alma, al glorioso San José que había tenido el honor y la gracia de
llevarlo tan a menudo en sus brazos benditos, en los cuales Nuestro Señor se complacía tanto
? i Oh ! Cuántos besos le daría muy tiernamente de su boca bendita para recompensar de
alguna manera su trabajo ! »

Él nos conseguirá, si tenemos confianza en él, un santo acrecentamiento de todas las virtudes,
pero espe-cialmente de la santísima pureza de cuerpo y de espíritu, la amabilísima virtud de
la humildad, la constancia, la fortaleza y la perseverancia ; virtudes que nos darán la victoria
sobre nuestros enemigos, en esta vida, y que nos merecerán la gracia de ir a gozar, en la vida
eterna, de las recompensas que están preparadas a los que imitaron el ejemplo que San José
les dio en esta vida ; recompensa que no será menor que la felicidad eterna, en la cual
gozaremos de la visión clara del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. i Bendito sea Dios ! El
Evangelio nos narra que en el momento de la muerte y de la resurrec-ción de Nuestro Señor,
las tumbas se abrieron y que muchos santos resucitaron. ¿Cómo podría Jesús, al esco-gerse
una escolta de resucitados para afirmar más su pro-pia resurrección y dar más esplendor a su
triunfo, nohaber incluido entre ellos y colocado en primer lugar a San José, su padre adoptivo
? San José tenía todos los títulos posibles para conseguir este favor : títulos análo-gos a los
que hicieron a María merecedora de su Asunción gloriosa.

La eminencia de la virginidad de José, que es la base de su unión purísima con María, Madre
de Dios, reclama para su cuerpo, más que un simple privilegio de incorrupción, a saber, pide
una vuelta a la vida antes de la hora de la resurrección general. Su calidad de esposo de María
requiere que sea asociado, resucitado él tam-bién, a María resucitada. Su calidad de padre
adoptivo, de padre nutricio de Jesús, postula su glorificación com-pleta al lado de Jesús. La
unidad íntima de la Sagrada Familia exige que el jefe, José, esté en plena armonía gloriosa
con los otros dos miembros que la componen, María y Jesús. No se puede pensar que sólo el
alma de José esté en el cielo, y que la ausencia, aunque sea tem-poral de su cuerpo, ponga
una nota discordante en el aspecto triunfal de la sagrada Familia.

Repitamos con San Francisco de Sales : " San José, pues, está en el cielo en cuerpo y alma;
no cabe duda."

Observemos que la eficacia de la intercesión de San José está relacionada con su resurrección
anticipada. En el cielo, Jesús ofrece a su Padre sus llagas sagradas y atrae por ellas sobre el
mundo misericordias infinitas ; María presenta a su Hijo el seno que lo concibió y trajo al
mundo, y así hace descender sobre las almas una lluvia de gracias renovadas continuamente
; del mismo modo José alza a Jesús los brazos que lo lleva-ron y nutrieron, y procura de tal
modo a sus fieles devotos innumerables favores. El gesto del cuerpo no

63
es superfluo en la intercesión mediadora (Dom Ber-nardo Maréchaux).

En honor Encomendar a San José a los moribun‑

de San José dos que van a comparecer hoy ante el tribunal de Dios ; hacer sacrifi-cios por la
conversión de los peca-dores.

Oración, pág. .z - 56 y siguientes.

**

N hombre indiferente, incrédulo, iba a morir con la blas- femia en los labios y la
desesperación en el corazón. Su mujer rezaba y lloraba y Dios parecía no oírla.

Sin embargo, la muerte llegaba a grandes pasos.

Apresúrese, dijo el ministro de la Iglesia a la esposa del enfermo, vaya a buscar a un pobre y
dele limosna en nom-bre de San José por la conversión de su marido.

Ella corrió por las calles y encontró a un anciano cubierto de harapos, le dio una limosna
generosa, dicién-dole que rezara por la conversión de un pecador... En ese momento, el
moribundo había tomado la mano del sacer-dote, se la había besado bañado en lágrimas y
había pedido perdón con arrepentimiento de sus pecados. La conversión fue sincera y
edificante. Algunas horas después, este hom-bre entraba en la eternidad, salvado por la
limosna dada en nombre de San José y por la oración del pobre...

Una joven, educada en una casa del Sagrado Corazón, fue elegida por Dios para una gran
obra. Desde la más tierna edad, se hacía a menudo esta pregunta : "Dios es nuestra
Providencia, ¿cómo podemos nosotros llegar a ser su instru-

mento ?" Y la gracia puso en su corazón esta respuesta : "Pagando la deuda del Purgatorio".

El 2 de noviembre de 1853, se concibió el proyecto de establecer una congregación religiosa;


su principal finali-dad será acudir en auxilio de estas pobres almas, mediante el trabajo, la
oración y el sufrimiento. El santo Cura de Ars, maravillado por la idea, aportó toda su ayuda
a la obra, dando a menudo consejos y avisos a esta piadosa fundadora.

Prometieron a San José, si la obra se establecía, que la primera estatua colocada en la primera
casa de las personas que iban a consagrarse enteramente al alivio de las almas del Purgatorio,
sería la suya. San José tuvo cuidado de no olvidar esta promesa. La Providencia les
proporcionó el adquirir una casa en París ; y las religiosas tomaron el nom-bre de
Auxiliadoras de las almas del Purgatorio. Al día siguiente, un empleado llega y deposita una
estatua del santo, de parte de una persona que desconoce todo, tanto el piadoso deseo como
la misma adquisición. San José había querido de este modo declararse protector de esta obra
heroica que, en medio de la gran ciudad de París, se ocupa de un ministerio escondido.

64
DÍA VIGÉSIMO NOVENO

San José,

Patrono de la Iglesia Universal

A Iglesia es una reproducción de María ; es el cuerpo místico de Jesucristo. Es una expansión


en el espa-cio y el tiempo de la casa de Nazaret. Estaba dentro de la armonía de las obras de
Dios el que ella fuera puesta bajo la tutela de San José, entre cuyas manos Dios puso y
depositó a María y a Jesús, y al que constituyó en jefe de la Sagrada Familia. En este sentido,
San Ambrosio (in Luc. Lib. II, I) nos descubre un pensamiento admirable. Este gran doctor
llama a María "el modelo de la Iglesia" ; y ve en San José, esposo de la Santísima Virgen y
guardián de su virginidad, el modelo del episcopado, que es de modo semejante el esposo
temporal de la Iglesia y guardián de su preciosa virginidad.

Él estableció este paralelismo : en una esfera sobresa-liente, María y José; en una esfera
dependiente de la pri-mera : la Iglesia y el episcopado. José representa eminen-temente el
episcopado y a aquel en el que el episcopado se resume, el Papa. Lo mismo que la Iglesia es
sumisa a la influencia de María que, como dice San Ambrosio, es sumodelo, así el episcopado
y el Papa que expresa su uni-dad, reciben la influencia de San José. El Papa y los obis-pos,
en sus preocupaciones respecto de la Iglesia y de las iglesias, deben inspirarse en la ternura,
el respeto y la abnegación de ese gran santo para con María, su virginal esposa. ¿Existe un
modelo más divinamente hermoso ? Si buscamos enumerar las formas en que se ejerce ese
glo-rioso patrocinio, diremos que San José cuida de la Iglesia, con un esmero celoso, contra
las influencias deletéreas del mundo, en medio del cual vive, pero al que no pertenece ( Jn
17,14 ); la defiende contra los ataques de los demo-nios y de los hombres perversos que son
sus instrumentos ( Ep 6, 12 ); la alimenta con auxilios exteriores y sobre todo interiores,
procurándole las más preciosas infusiones de la gracia divina, manteniendo en ella la
tranquilidad y la paz, a despecho de los asaltos furiosos con que es ata-cada continuamente.
Finalmente, San José amplía la Iglesia. ¿Véis a José llevando al Niño Jesús a Egipto ? San
León dice, sobre este tema ( Sermo II, de Epiphania ), que "esta nación entregada a viejas
supersticiones fue predis-puesta en ese momento por una gracia secreta para la sal-vación
que estaba próxima."

José, introduciendo a Jesús en Egipto, depositó allí una semilla de gracia que fructificó a su
debido tiempo y de una manera maravillosa. He aquí cómo contribuye a la extensión de la
Iglesia : él, como hemos dicho, representa al episcopado, esposo de la Iglesia, y colabora en
secreto, pero con eficacia, en las labores de los misioneros que dilatan sus confines. Por él
Jesucristo penetra en los dominios del demonio que aún permanecen cerrados.

Honremos a San José con toda nuestra alma, con toda la alegría de nuestro corazón ;
rindámosle el culto más 'grande que se pueda rendir a un santo : ésta es la

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intención manifiesta de la Iglesia. Vayamos a San José en nuestras necesidades, en nuestras
indigencias, en nues-tras inquietudes, en nuestros temores. Su patrocinio res-ponde a todo, él
es el ministro de la Providencia divina.

Pero abstengámonos de ir a él solamente motivados por una necesidad física, vayamos a él


para el creci-miento de nuestra vida interior, para su afianzamiento en Dios. San José es por
excelencia el patrono de la vida interior : es el alma más armoniosamente ordenada en el
ejercicio regular de sus poderosos favores, el alma más adoradora, de mayor oración, la más
sumisa a la volun-tad divina. Vayamos a él, para impregnarnos de sus dis-posiciones
santísimas respecto a Dios, de sus afectos delicadísimos a María y Jesús. Vayamos a él, para
obte-ner por su intercesión, sobre las familias cristianas, sobre las familias religiosas y sobre
la Iglesia entera, todas las bendiciones y especialmente la bendición de la fecundidad ( Dom
Bernardo Maréchaux ).

En honor Rezar todos los días por el Soberano

de San José Pontífice y la Santa Iglesia ; y pedir a San José que haga florecer numerosas
vocaciones sacerdotales y religiosas.

Oración, pág. 156 y siguientes.

**

OR doquier, el querido San José manifiesta su bondad. 1. Una pequeña árabe que había
perdido a sus padres, había crecido como una hierba silvestre, sin encontrar afecto alguno.
Las personas que la habían recogido la

hacían trabajar sin darle mucho alimento. Era golpeada constantemente, por lo que se ponía
más insoportable. Varias veces se había escapado, pero la habían atrapado. Llegó un día en
que, no aguantando más, decidió arrojarse a un pozo en pleno campo.

Tiró sus sandalias al agua, para no dejar rastros. En el momento en que iba a tirarse, oyó unos
pasos detrás de ella. Se dio la vuelta y vio a un hombre que le dijo : " i Aun con todo, eso
jamás ! " Le devolvió sus sandalias y le dijo : "Ve, yo te ayudaré ", luego desapareció. La
niña partió a la aven-tura. Cerca de una ciudad, fue acogida por un grupo de jóvenes que
trabajaban en un campo. Le dieron de comer porque estaba hambrienta.

Al visitar su casa, la pequeña se detuvo emocionada delante de una estatua diciendo : "Es el
Señor que me dijo : i Ve, yo te ayudaré" ! Era una estatua de san José, y la casa era la del
Buen Pastor de E. B.. La niña quiso conocer quién era ese señor que ella había visto y que
volvía a encontrar en ese momento. Después de San José, y con él, descubrió a la Santísima
Virgen María, y luego a Jesucristo y a la Iglesia.

Al Bautismo le siguió la vocación religiosa y la toma de hábito con el nombre de hermana


Magdalena de San José. Fue a reunirse con su Protector después de muchos años de vida feliz
en la verdadera fe.

66
DÍA TRIGÉSIMO

San José, nuestra confianza

AN Bernardino de Siena decía : "No se puede dudar : en el cielo Jesucristo no solamente no


niega a San José esas pruebas de familiaridad y de respeto que le daba durante su vida terrena
como un hijo a su padre, sino que llega al colmo con nuevas deferencias." Observemos estas
dos palabras : familiaridad y respeto. Este mismo Señor que sobre la tierra honró como padre
a San José, ciertamente no le negará en los cielos nada de lo que él le pida.

A lo que hay que añadir que si sobre la tierra San José no tuvo ninguna autoridad sobre la
humanidad de Jesucristo, como padre natural, la tuvo sin embargo ( al menos en cierta
manera) como Esposo de María, quien, como Madre natural del Salvador, tenía autoridad
sobre él. El que tiene el dominio del árbol, tiene también el domi-nio del fruto que lleva. De
ello resulta que Jesucristo sobre la tierra respetaba a José y le obedecía como a su superior;
de ahí resulta también que, ahora en el cielo, las oraciones de San José son vistas por
Jesucristo como órdenes. Este pensamiento procede de Gerson : « Cuando un padre ruega a
su hijo, sus deseos son verdaderos mandatos ».

Escuchemos a San Bernardo proclamar el poder de que goza San José en favor de los que
ponen en él su confianza : «Hay santos que tienen el poder de proteger en ciertas
cir-cunstancias; pero a San José le ha sido dado el de auxiliar en toda clase de necesidades y
defender a todos los que acu-den a él con sentimientos de piedad ».

Lo que San Bernardo decía para expresar su modo de ver, Santa Teresa lo confirmó por su
propia experiencia, y dijo : « Soy del parecer de que Dios no ha otorgado a los otros santos
más que el poder de socorrernos en una sola necesidad; pero nosotros comprobamos por
expe-riencia que San José puede auxiliamos en todas. »

No lo podemos dudar, puesto que del mismo modo que Jesucristo quiso estar sometido a José
sobre la tierra, del mismo modo hace en el cielo lo que el Santo le pide. Imaginémonos, pues,
que el Señor, viéndonos en la tris-teza, nos dice a todos las palabras que el Faraón dijo al
pueblo en tiempos de esa gran hambruna que desoló a Egipto : «Ite ad Ioseph ! i Id a José, si
queréis ser consola-dos ! »

Por gracia de Dios, no hay en este momento ningún cristiano que no tenga devoción a San
José; pero, entre todos, los que reciben ciertamente más gracias de él son los que lo invocan
más a menudo y con más confianza. Por tanto, no dejemos nunca, cada día y varias veces al
día, de encomendarnos a San José que, después de la Santísima Virgen, es de todos los santos
el más poderoso ante Dios... Pidámosle gracias : él nos las alcanzará todas, en tanto en cuanto
éstas sean útiles a nuestras almas. Sobre todo, yo os exhorto a pedirle tres gracias especiales
: el perdón de los pecados, el amor a Jesucristo y una buena muerte (San Alfonso María de
Ligorio ).

67
Y podemos concluir con San Leonardo de Puerto Mauricio : «Dios ha querido que los
hombres de todo estado y de toda condición tuvieran algo en común con San José, a fin de
que todos tuvieran una confianza particular en él, y que todos recurrieran a él como a su
abogado especial. En la casa de María y de Jesús, los otros piden y José manda; los otros
santos ruegan y José ordena; y ordenando, obtiene lo que quiere.

Por eso, los religiosos de todas las órdenes deben tener una gran devoción a San José y
reconocerlo por su fundador ; porque, siguiendo la opinión de muchos, él fue el primero en
hacer los santos votos.

Sacerdotes, a la cabeza de vuestra jerarquía, encontra-réis a San José, el primero en


administrar el patrimonio de Jesucristo, y estáis, en consecuencia, obligados a profe-sarle una
devoción muy particular. Seglares, podéis tam-bién contarlo entre los vuestros; él vivió
virgen, es cierto, pero casado y fuera del templo, aunque su casa fuera un santuario. Y
vosotros, hombres del pueblo, artesanos, pobres e indigentes, debéis tener confianza en San
José, que vivió como vosotros en un taller, y se ganó la vida con su trabajo y con el sudor de
su frente. Todos, en una pala-bra, vivos y muertos, deben esperar en San José, que vivió y
murió con Aquel que es la Vida. San José es el abogado de todos los cristianos. El que no es
devoto de San José es peor que un infiel y un bárbaro. Esforcémonos, pues, por una santa
emulación, en amarlo y honrarlo con fervor.»

En honor Poner toda nuestra confianza en la

de San José solicitud paternal de San José, tanto en lo que concierne a lo temporal como en
lo referente a lo espiritual ;

en los acontecimientos del mundo, como en los sufrimientos de la Iglesia ; en lo relativo a


nuestra vida terrena como en nuestro paso a la eterna. Pedirle que alcancemos las virtudes de
nuestro estado.

Oración, pág. 156 y siguientes.

**

RACIAS a la amabilidad de los bienhechores que prestan sus camiones por turno, las
Hermanitas de los Pobres de la casa de Amiens ( Francia) hacen colectas abundantes en el
campo. Un miércoles, día dedicado a San José, previe-nen a la Superiora que su gira será más
larga y probable-mente no volverán antes de las seis de la tarde. He aquí que al mediodía
están de vuelta. Desde la segunda granja el camión se ha llenado : hay que descargar rápido
y volver a salir sin tardanza hacia otras granjas donde los están espe-rando.

«Está bien – dice el chófer – pero mi patrón no contaba con dos viajes de ida y vuelta y no
cargué el combustible necesario.

68
– No se preocupe, responde la Hermanita, voy a buscar un bidón, mida por favor para ver
cuánto necesita. »

[ El chófer introduce la varilla en el tanque y se queda estupefacto : está lleno como al partir,
a pesar de los ioo km ya recorridos. Este prodigio lo emocionó hasta tal punto que rechazó
cargar el bidón de gasóleo que le proponían He‑

, var por precaución. Efectivamente, el contenido del tanque aseguró sin inconveniente
alguno el segundo trayecto. i Gracias sean dadas a San José !

DÍA TRIGÉSIMO PRIMERO

Epílogo

uÉ diré aquí de este hombre escondido con

Jesucristo ? ¿Dónde encontraré luces lo suficien-temente penetrantes para traspasar las


oscuridades que rodean la vida de San José ? ¿Y qué empresa la mía, que-rer exponer a la
luz lo que la Escritura cubrió de un silencio misterioso ?

Si es un decreto del Padre Eterno, que su Hijo esté escondido al mundo, y que San José lo
esté con él, adore-mos los secretos de su Providencia, sin querer investigar, y que la vida
escondida de José sea objeto de nuestra veneración y no materia de nuestros discursos. Sin
embargo, hay que hablar de él, porque será útil a la salva-ción de las almas meditar un tema
tan hermoso, puesto que, si no tengo nada que decir, diré al menos que José tuvo el honor de
estar a diario con Jesucristo, que parti-cipó junto con María de la parte más importante de sus
gracias ; que, no obstante, San José estuvo escondido, que su vida, sus acciones, sus virtudes
eran desconocidas. Quizá aprendamos, de un ejemplo tan bello, que se puede ser grande sin
brillo, que se puede ser feliz sin ruido, que se puede tener la verdadera gloria sin elauxilio
del renombre, nada más que por el testimonio de su conciencia : Gloria nostra hcec est,
testimonium conscien-tice nostrce (2 Co I, 12 ) ; y este pensamiento nos incitará a despreciar
la gloria del mundo.

Pero, para entender en profundidad la grandeza y la dignidad de la vida escondida de José,


vayamos al prin-cipio, y admiremos, ante todo, la variedad infinita de los planes de la
Providencia en las diferentes vocaciones. Entre todas las vocaciones, observo dos en las
Escrituras que parecen directamente opuestas : la primera, la de los apóstoles, la segunda, la
de San José. Jesús se reveló a los Apóstoles y asimismo se reveló a José pero con unas
con-diciones muy distintas : se reveló a los apóstoles para que lo anunciaran por todo el
universo ; se reveló a José para que lo tuviera en silencio y lo escondiera. Los após-toles son
focos de luz para que el mundo vea a Jesús ; José es un velo para cubrirlo, y bajo ese velo
misterioso se nos esconde la virginidad de María y la grandeza del Salvador de las almas.
Por eso leemos en las Escrituras que, cuando querían despreciarlo, decían : ¿No es el hijo de
José ? Así, pues, Jesús, en manos de los apóstoles, es la Palabra que hay que predicar :
Prcedicate Verbum Evangelii hujus. Predicad la Palabra de este Evangelio ; y Jesús, en manos
de San José, es la Palabra escondida, Verbum absconditum, y no está permitido descubrirla.

69
En efecto, fijaos en lo que sucedió a continuación. Los san-tos apóstoles predican tan
excelsamente el Evangelio, que la fama de su predicación llega al Cielo : y San Pablo tuvo
la acertada audacia de decir que los planes de la sabiduría divina llegaron al conocimiento de
las poten-cias celestiales por la Iglesia, y por el ministerio de los predicadores ; y José, al
contrario, oyendo hablar de las maravillas de Jesucristo, escucha, admira y calla.

Amemos, pues, esta vida oculta, en la que Jesús se escondió con José. ¿Qué importa el que
los hombres nos vean ? Aquel a quien los ojos de Dios no bastan, es terri-blemente ambicioso
: y es hacerle a Dios demasiada inju-ria, el no contentarse con tenerle a Él por Testigo. Y, si
estamos en los altos cargos, y en los empleos importan-tes, si es una necesidad el que nuestra
vida sea abierta-mente pública, meditemos al menos seriamente que nuestra muerte será
privada, puesto que todos esos honores no nos seguirán. Que el ruido que los hombres hacen
a nuestro alrededor no nos impida escuchar las palabras del Hijo de Dios. Él no dice : i Felices
los que son alabados ! Sino que en su Evangelio dice : i Felices los que son maldecidos por
amor de mi nombre ! ( Bossuet ).

En honor Pedir a Dios la gracia de perseverar

de San José en nuestras resoluciones y en la devoción a San José ; consagrarse a su poderoso


patrocinio y asimismo consagrarle toda nuestra familia, nuestros amigos y nuestros
intere-ses.

Oración, pág. 156 y siguientes.

**

ARÍA REPETTO ( beatificada por el Papa Juan Pablo II en 1998) había nacido el 5 de enero
de 1807 en Voltaggio, al norte de Génova. A los veintidós años, entre en el convento de las
Hijas de Nuestra Señora del Refugie en Bisagno. Siendo de salud precaria, la emplean en la
cos. tura, luego pasa a la enfermería y finalmente a la portería

Como portera, manifiesta su gran devoción a San José ; a los visitantes, les aconseja acudir
al Esposo de María. Si alguien viene al locutorio a pedirle consejo y ayuda, ella pide al
visitante que espere un instante, luego va a rezar delante de la estatua de San José en el
corredor inmediato. Después de un momento, regresa y da la respuesta espe-rada.

En otra ocasión, una esposa pide a la Hermana oraciones por su marido condenado a la
ceguera. La religiosa le acon-seja rezar a San José, luego va a su habitación y coloca mirando
a la pared el cuadro del santo Patriarca a la par que le dice : «Probad un poco, vos también,
lo que es estar a oscuras. »

Al día siguiente, la mujer vuelve y anuncia que su marido recobró la vista. Enseguida, la
Hermana María corre a su habitación a dar la vuelta al cuadro y dice : ¿Os habéis dado cuenta
de lo que es permanecer en la oscuri-dad ?

70
Luego, con sencillez, añade : « i Gracias, San José !

UN GRAN SERVIDOR DE SAN JOSÉ

El Beato Hermano Andrés, del Oratorio San José de Montreal

Homilía de Juan Pablo II, con ocasión de la beatificación del Hermano Andrés, el 23 de mayo
de 1982. (AAS, 74, P. 825)

Veneramos en el beato Hermano Andrés Bessette a un hombre de oración y a un amigo de


los pobres, pero de un estilo, a decir verdad, sorprendente.

La obra de toda su vida, su larga vida de noventa y un años, es la de un servidor pobre y


humilde : Pauper, ser-vus et humilis, como se escribió sobre su tumba. Trabajador manual
hasta los veinticinco años, en la granja, en el taller, en la fábrica, entra luego en los Hermanos
de la Santa Cruz que le confían, durante casi cuarenta años, el cargo de portero en su colegio
de Montreal, y finalmente, durante casi otros treinta años, permanece como custodio del
Oratorio San José en las proximidades del colegio...

¿De dónde le viene entonces su prestigio inaudito, su renombre ante millones de personas ?
Diariamente una multitud de enfermos, afligidos, pobres de toda clase,

discapacitados o heridos por la vida, encontraban en él, en el locutorio del colegio, en el


Oratorio, acogida, escu-cha, consuelo y fe en Dios, confianza en la intercesión de San José,
en suma, el camino de la oración y de los sacra-mentos y con ello la esperanza y a menudo
el alivio manifiesto del cuerpo y del alma. De igual modo ¿los pobres de hoy no tendrían
necesidad de un amor seme-jante, de una esperanza igual, y de una similar educación en la
oración ? Pero ¿qué es lo que le capacitaba para esto al Hermano Andrés ?

Dios se complació en dotar de un atractivo y un poder maravillosos a este hombre sencillo,


que, en sí mismo, había conocido la miseria de ser huérfano entre doce hermanos y hermanas,
se había quedado sin dinero, sin instrucción, con una salud precaria, en una palabra,
des-provisto de todo, menos de una gran confianza en Dios. No es sorprendente que se haya
sentido muy próximo a la vida de San José, el trabajador pobre y desterrado, tan familiar del
Salvador, que Canadá y especialmente la Congregación de la Santa Cruz siempre han
honrado mucho. El Hermano Andrés debió soportar la incom-prensión y la burla a causa del
éxito de su apostolado. Pero él se mantenía sencillo y jovial. Acudiendo a San Fosé y delante
del Santísimo Sacramento, él mismo prac-ticaba, durante largos ratos y con fervor, en nombre
de Los enfermos, la oración que les enseñaba. ¿Su confianza Dri la virtud de la oración no es
una de las enseñanzas más preciosas para los hombres y las mujeres de nuestro :iempo,
tentados de resolver sus problemas sin Dios ?

ORACIONES

71
Oración de San Francisco de Sales a San José

LORIOSO SAN JosÉ, esposo de María, otorgadnos vues-tra protección paternal ; os lo


suplicamos por el Sagrado Corazón de Jesucristo. Vos, cuyo poder infinito abarca todas
nuestras necesidades y puede hacernos posi-bles las cosas más imposibles, abrid vuestros
ojos de Padre a las necesidades de vuestros hijos. En los trastornos y las penas que nos
agobian, recurrimos a vos con confianza ; dignaos tomar bajo vuestra caritativa protección
este asunto importante y difícil, causa de nuestras inquietudes. Haced que su resolución feliz
redunde en gloria de Dios y en el bien de sus amantes siervos. Amén.

Oración de San Pío X a San José,

modelo de los obreros

LORIOSO SAN JosÉ, modelo de todos los que se consa- gran al trabajo, otorgadme la gracia
de trabajar con espíritu de penitencia por la expiación de mis numerosos pecados ; de trabajar
en conciencia, anteponiendo el culto del deber a mis inclinaciones ; de trabajar con
reconoci-miento y con alegría, considerando como un honor poderemplear y desarrollar
mediante el trabajo los dones recibi-dos de Dios ; de trabajar con orden, paz, moderación y
paciencia, sin retroceder jamás ante el agotamiento y las dificultades ; de trabajar sobre todo
con pureza de intencio-nes y con desapego de mí mismo, teniendo siempre pre-sente la
muerte y que tendré que dar cuenta del tiempo per-dido, de los talentos inutilizados, del bien
omitido y de las vanas complacencias en el éxito, tan funestas para la obra de Dios. i Todo
sea por Jesús, todo por María, todo por imi-taros, patriarca José ! Este será mi lema en la vida
y en la muerte. Amén.

Letanías de San José

Señor, ten piedad de nosotros. Cristo, ten piedad de nosotros. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, Ten piedad de nosotros.

Dios Hijo, Redentor del mundo, Ten piedad de nos-otros.

Dios Espíritu Santo, Ten piedad de nosotros. Santa Trinidad, un solo Dios, Ten piedad de
nos-otros.

Santa María, Ruega por nosotros.

San José, 33

Ínclito descendiente de David, 31

72
Lumbrera de los Patriarcas, Ruega por nosotros.

Esposo de la Madre de Dios, >I

Custodio casto de la Virgen, 33

,,
55
55
,,
Padre nutricio del Hijo de Dios, Solícito defensor de Cristo
Jefe de la Sagrada Familia, José justísimo, José castísimo, José prudentísimo,

José fortísimo,
José obedientísimo,
José fidelísimo, Espejo de paciencia,
Amante de la pobreza,
Modelo de los obreros,
Honra de la vida doméstica, Custodio de las vírgenes, Amparo de las familias, Consuelo de
los desgraciados, Esperanza de los enfermos, Abogado de los moribundos, Terror de los
demonios, Protector de la Santa Iglesia,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,
Escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Ten misericordia de nosotros.
y7. Dios le ha constituido señor de su casa. /. Y dispensador de todos sus bienes.
Oremos : Oh Dios que, con inefable Providencia te dig-naste elegir a San José para esposo
de tu Madre Santísima, te rogamos nos concedas que, pues le veneramos como pro-tector en
la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en el cielo : Tú que vives y reinas por los siglos
de los siglos. Amén.
Salutaciones de San Juan Eudes a San José Dios te salve, José, imagen de Dios Padre.
Dios te salve, José, padre de Dios Hijo.
Dios te salve, José, santuario del Espíritu Santo.
Dios te salve, José, bienamado de la Santísima Trinidad. Dios te salve, José, fidelísimo
coadjutor del gran consejo. Dios te salve, José, dignísimo esposo de la Virgen Madre. Dios
te salve, José, padre de todos los fieles.
Dios te salve, José, guardián de todos los que han abrazado la santa virginidad.
Dios te salve, José, fiel observante del silencio sagrado. Dios te salve, José, amante de la
santa pobreza. Dios te salve, José, modelo de dulzura y de paciencia.
Dios te salve, José, espejo de humildad y de obediencia. Sois bendito entre todos los hombres.
Y benditos sean vuestros ojos que vieron lo que vos habéis visto.
Y benditos sean vuestros oídos que oyeron lo que vos habéis oído.
Y benditas sean vuestras manos que tocaron al Verbo hecho carne.
Y benditos sean vuestros brazos que llevaron al que sostiene todas las cosas.

Y bendito sea vuestro pecho, sobre el cual el Hijo de Dios descansó dulcemente.

73
Y bendito sea vuestro corazón abrasado por Él del amor más
ardiente.
Y bendito sea el Padre Eterno que os eligió.
Y bendito sea el Hijo que os amó.
Y bendito sea el Espíritu Santo que os santificó.
Y bendita sea María, vuestra esposa, que os amó como a un esposo y un hermano.
Y bendito sea el ángel que fue vuestro guardián.
Y benditos sean por siempre todos los que os aman y os ben‑
dicen. Amén.
Himno de súplica
Salve, José, guardián piadoso, Esposo de la Virgen María, Maestro sin igual.
Por tu oración, obtenga la salvación, y alcance el perdón de sus pecados el alma pecadora.
Que seamos librados por ti,
de todas las penas tan merecidas por tantos crímenes culpables.
Que obtengas
todas las gracias que te suplicamos, sobre todo, la salvación de nuestra alma.
Que tu intercesión un día una
nuestras almas a los espíritus bienaventurados en la patria eterna.
Que todos los corazones turbados Sean librados por tu oración De todas sus angustias.
Que tu intercesión ante Cristo procure al universo la paz, a los enfermos la salud.
José, hijo excelso del Rey David i Ay ! Piensa en el día del juicio, en los que creen en Cristo.
Suplica al único Salvador de todos que venga a librarnos
en el momento de nuestra muerte.
Protégenos en esta vida
y haz gozar a los difuntos
del cielo de los bienaventurados. Amén.
Oración a San José
(Sobre todo, para el mes del Rosario)
A
ti, recurrimos en nuestras tribulaciones, i oh bienaven- turado San José ! Y después de
implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio.
Por el afecto que te unió con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios y por el amor
paternal con que trataste al Niño Jesús, te suplicamos que nos auxilies para llegar a la
posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre, nos asistas con tu poder
y nos socorras en nuestras necesidades. Protege, i oh prudentí-simo guardián de la Sagrada
Familia ! a la estirpe elegida de Jesucristo. Presérvanos i oh padre amantísimo ! de toda
mancha de pecado y corrupción ; asístenos desde lo alto del cielo i oh poderosísimo libertador
nuestro ! en nuestro

combate contra el poder de las tinieblas ; y, así como libraste en otro tiempo al Niño Jesús
del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra las asechanzas del
enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección, a fin de que, animados
por tu ejemplo y sostenidos por tu auxilio, podamos santa-mente vivir, piadosamente morir
y alcanzar la eterna felici-dad en el cielo. Amén.
Meditación de los siete dolores y gozos
de San José
( para obtener la gracia de una santa vida

74
y una buena muerte)
i Oh castísimo esposo de María, glorioso San José ! Tan terrible fue para vos el dolor y la
angustia de vuestro cora-zón cuando creísteis que debíais separaros de vuestra inma-culada
Esposa, cuán vivo fue el gozo que experimentasteis cuando el ángel os reveló el misterio de
la Encarnación. Os suplicamos, por este dolor y por este gozo, que os dignéis consolar
nuestras almas ahora y en nuestros últimos momentos, obteniéndonos la gracia de llevar una
vida santa y de morir con muerte semejante a la vuestra, en los brazos de Jesús y de María.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
2 i Oh felicísimo Patriarca, glorioso San José, que fuisteis elevado a la excelente dignidad de
padre adoptivo del Verbo Encarnado ! El dolor que tuvisteis viendo nacer al Niño Jesús en
tan gran pobreza, se trocó bien pronto en gozo celestial, cuando pudisteis contemplar y
abrazar al Niño Jesús y cuando conocisteis, por los pastores el canto de los ángeles y fuisteis
testigo de los gloriosos acontecimientos de aquella resplandeciente noche. Os suplicamos,
por este dolor y por este gozo, nos obtengáis, después de esta vida, lagracia de ser admitidos
a escuchar los sagrados cánticos de los ángeles, y gozar del esplendor de la gloria celestial.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
3 i Oh perfecto modelo de sumisión a las leyes divinas, glorioso san José ! La vista de la
preciosa sangre que el Niño-Redentor vertió en su circuncisión, atravesó vuestro corazón con
el más vivo dolor, pero la imposición del nom-bre de Jesús lo reanimó, llenándolo de
consuelo. Obtenednos, por este dolor y por este gozo que, después de haber extirpado
nuestros vicios durante la vida, logremos morir santamente, invocando con nuestro corazón
y con nuestros labios el santo nombre de Jesús. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
4 i Oh siervo fiel, glorioso San José, que fuisteis confi-dente de los misterios de nuestra
Redención ! Si la profecía de Simeón acerca de lo que debían padecer Jesús y María os causó
mortal dolor, os colmó también de santo gozo al anunciaros que estos sufrimientos serían
seguidos de la sal-vación de innumerables almas. Por este dolor y por este gozo, alcanzadnos
ser del número de aquellos que, por los méritos de Jesús y la intercesión de la Virgen María,
resuci-tarán para ir a la gloria. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
5 i Oh vigilante custodio del Verbo Encarnado, glorioso San José ! i Cuánto sufristeis para
servir al Hijo del Altísimo, particularmente durante la huida a Egipto ! Pero, i cuánto
asimismo debisteis regocijaros de tener siempre a vuestro lado al Hijo de Dios, y ver
derribados a su llegada los ídolos de los egipcios ! Alcanzadnos por este dolor y por este
gozo, que sepamos mantener lejos de nosotros al tirano infernal, huyendo siempre de las
ocasiones de pecar, que merezcamos ver desaparecer de nuestros corazones todos los ídolos
de las pasiones terrenales, y que consagrados del todo al servicio de Jesús y de María,
tengamos la dicha de

vivir sólo para ellos y morir felizmente en su amor. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
6 i Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que visteis con admiración al Rey de los Cielos
sumiso a vuestras órde-nes ! El consuelo que sentisteis al volver de Egipto fue tur-bado por
el temor de Arquelao : mas, tranquilizado por un ángel, permanecisteis gozoso en Nazaret
con Jesús y María. Obtenednos, por este dolor y por este gozo, que, libre nues-tro corazón de
todo temor nocivo, gocemos de la paz de la conciencia, vivamos seguros en unión de Jesús
y María, y entreguemos nuestras almas en sus manos en la hora de nuestra muerte. Padre
Nuestro, Ave María y Gloria.
7 i Oh modelo de santidad, glorioso San José ! Que des-pués de haber perdido sin culpa
vuestra al Niño Jesús y haberle buscado durante tres días con profundo dolor,

75
experimentasteis la mayor alegría de vuestra vida al encon-trarle en el templo en medio de
los doctores. Os suplicamos de lo más íntimo de nuestro corazón, por este dolor y por este
gozo, que os dignéis interceder ante Dios por nosotros, para que no perdamos jamás a Jesús
por algún pecado grave ; y que, si por desgracia, le perdiésemos, le busque-mos de nuevo
con profundísimo dolor, hasta que le volva-mos a encontrar propicio, y sobre todo en la hora
de nues-tra muerte, para poder gozar de El en el Cielo, y cantar eternamente allí con vos sus
infinitas misericordias. Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Oración a San José para obtener
el amor de la vida interior
AN José, vos habéis vivido en una intimidad tan grande O con el Verbo hecho carne, con el
Verbo por quien todas las cosas fueron hechas, y por quien, encarnándose, todas
las cosas fueron restauradas en su principio. Este Verbo vive en nuestros corazones creados,
salvados, santificados por Él en el Espíritu Santo para gloria del Padre. Él habla en nosotros,
al Padre. Él actúa en nosotros por el Espíritu Santo. Por nosotros, Él querría abrazar este
mundo, santifi-carlo y llevarlo a su glorificación. El Verbo está en nosotros, que hemos sido
transfigurados en sus miembros por el bau-tismo. Pero lo conocemos tan poco. Lo olvidamos
tanto. Nos alejamos con tanta frecuencia de Él. Lo exterior nos domina, nos acapara, nos
oscurece, porque no vivimos del Verbo que habita en nosotros. Así, en lugar de dominar este
mundo con amor para llevarlo al Padre, nos dejamos domi-nar por el mundo para ser
arrastrados lejos de Dios.
San José, el Evangelio nos muestra cuánto iluminó la fe la mirada de vuestra alma. Todas
vuestras acciones, tal como se perciben en la Revelación, parten de un silencio profundo que
escucha respetuosamente lo que Dios os dice, parten de una reflexión pacífica que considera,
juzga y decide delante de Dios, parten del alma perfectamente pacificada en Dios. Vuestro
exterior es el espejo verdadero, el resultado lógico, la consecuencia fiel de la vida interior.
Vivíais de Dios, de ese Dios hecho visible, que os guiaba desde lo interior para dejarse
conducir por vuestra mano. Toda vuestra rica activi-dad estaba dominada y penetrada de esta
vida interior vivida tan intensamente, semejante a la de vuestra Esposa Inma-culada, en el
misterio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, misterio que ilumina, santifica, fortalece
vuestra alma, para que pueda realizar los actos más ricos y más perfectos. San José,
enseñadme a vivir de Dios que vive en mí, a vivir del Verbo por el Espíritu Santo en la gloria
del Padre, como vos. Amén.

San José, quiero ser como vos : un hombre que no busca y no hace sino la voluntad de Dios,
un hombre que no mira sino a Dios, un hombre que ama el silencio y obra en silen-cio, que
piensa, que habla delante de Dios, que no discute jamás con Dios, que vive de lo interior, de
un interior unido a Dios, que se eleva sin cesar hacia Dios con toda su mente, con toda su
alma, con todo su corazón, con todas su fuerzas, que eleva el mundo hacia su Creador, un
hombre que ama ardientemente a Jesús, que vive y muere por Él, que honra a su Madre
Virginal y sabe respetar a cada mujer por amor a ella !
Oración a San José,
Patrono de la Iglesia Universal
(León XIII - 1885)
H ¡bienaventurado José ! a quien Dios eligió para cum-
plir la misión de padre con respecto a Jesús, Dios os hizo esposo castísimo de María siempre
virgen y jefe de la Sagrada familia en la tierra, el Vicario de Cristo os eligió como Patrono y
Abogado de la Iglesia Universal fundada por el mismo Cristo Nuestro Señor; con la mayor

76
confianza, imploro vuestro auxilio poderosísimo en favor de esta misma Iglesia que lucha en
la tierra. Proteged, os suplico, con solici-tud particular y amor verdaderamente paternal y
ardiente, al Romano Pontífice, a todos los obispos y sacerdotes unidos a la Santa Sede de
Pedro. Sed el defensor de todos los que sufren para salvar las almas en medio de las angustias
y adversidades de esta vida. Haced que todos los pueblos se sometan espontá-neamente a la
Iglesia, que es el medio absolutamente necesario para conseguir la salvación. Tened también
la amabilidad de aceptar y recibir, queridísimo San José, la entrega de mi ser que yo os hago
plena y totalmente. Me consagro a vos, a fin de
que queráis ser siempre para mí un padre, un protector y un guía, en el camino de la salvación.
Obtenedme una gran pureza de corazón, un amor ardiente a la vida interior. Haced también
que yo siga vuestros ejemplos y dirija todas mis accio-nes a la mayor gloria de Dios
uniéndolas a los afectos del Divino Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de la Virgen
Madre. Finalmente, rogad por mí, a fin de que pueda participar de la paz y del gozo que vos
tuvisteis muriendo tan santamente. Amén.
Novena a San José para preparar su fiesta
AN JOSÉ, padre nutricio tan fiel al Niño Dios, esposo 1.3 virginal de la Madre de Dios,
protector poderoso de la Santa Iglesia, a vos recurrimos para encomendarnos a vues-tra
especial protección. Vos no habéis buscado en este mundo, sino la gloria de Dios y el bien
del prójimo. Lo dis-teis todo al Salvador; vuestro gozo era rogar, trabajar, sacri-ficaron, sufrir
y morir por Él. Erais desconocido en este mundo y sin embargo erais conocido de Jesús. Sus
miradas se posaban complacientes sobre vuestra vida sencilla y escondida en Él.
San José, ya habéis ayudado a muchos hombres. Venimos a vos con una gran confianza. Vos
veis a la luz de Dios lo que nos falta, conocéis nuestras preocupaciones, nuestras dificultades,
nuestras penas. Encomendamos a vuestra solicitud paternal esta necesidad particular... La
ponemos en vuestras manos que salvaron al Niño Jesús. Pero, ante todo, implorad para
nosotros la gracia de no sepa-rarnos jamás de Jesús por el pecado mortal ; de conocerlo y
amarlo siempre más, así como a su Santa Madre, de vivir siempre en presencia de Dios ; de
hacerlo todo para su gloria

y el bien de las almas, y de que lleguemos un día a la visión beatífica para alabarlo
eternamente con vos. Amén.
Oración de la mañana a San José
G
LORIOSO SAN JosÉ, todopoderoso cerca de los Corazones de Jesús y María, concedednos
vuestra pro-tección al comenzar este día, a fin de que, cuando venga la noche, dirijamos con
un corazón puro nuestras acciones de gracias a la Divina Majestad. Recordad •que fuisteis
en la tierra el jefe de la Sagrada Familia, alcanzad el pan para los que tienen hambre, un techo
para los que carecen de él, la paz y la prosperidad para los que os invocan. Acordaos tam-bién
de que sois el Patrono de la Iglesia Católica. Que, por vuestra intercesión de nuestro Papa,
nuestros cardenales, nuestros obispos, que todos aquellos que sirven a la causa de Pedro, se
beneficien con las gracias que necesitan en el cumplimiento de su misión.
Oración de una religiosa a San José
S
AN JosÉ, vos me conocéis bien, puesto que soy la prome-tida de vuestro Jesús. Pero, como
lo conozco aún tan poco, lo amo también muy poco. Hay aún en mí muchas cosas que no son
enteramente suyas. Vos habéis conocido 1 Jesús muy bien, nadie como vos, salvo María;

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haced que yc lo conozca. Vos lo habéis amado mucho, comunicadme vuestro amor. Vos, que
gozabais de un trato íntimo con Él dadme un poco de vuestra intimidad respetuosa respecto
Él. Vos, que erais el casto esposo de la Inmaculada, hacec de mí una esposa toda casta de
vuestro Jesús. Vos, que viví ais la pobreza con Jesús, hacedme toda pobre con Él. Vos que
erais tan obediente a la Providencia divina, hacedmt
perfectamente obediente con respecto a mis Superiores como el mismo Jesús lo era para con
vos.
Oración de un joven para elegir a San José
como guía y protector de su vida
S
AN JosÉ, el mismo Hijo de Dios os eligió para ser su padre, su guía y, protector en su
infancia, su adolescen-cia y su juventud. El quiso ser guiado por vos en todos los caminos de
su joven existencia terrena. Vos cumplisteis vuestra misión con total fidelidad. Yo también
quiero con-fiaros mi juventud. En nombre de Jesús, os ruego encareci-damente que seáis mi
guía y mi protector, me atrevo a decir mi padre, en la peregrinación de mi vida. No permitáis
que me aleje del camino de la vida que está en los Mandamientos de Dios. Sed mi refugio en
las adversidades, mi consuelo en las penas, mi consejero en las dudas, hasta que llegue
finalmente a la tierra de los vivientes, al cielo, donde gozaré en Jesús mi Salvador con vos,
vuestra santí-sima esposa María y todos los Santos. Amén.
Oración de una joven a San José
S
AN JOSÉ, Dios os confió la joven más santa y más bella, la Virgen María. Ella pudo
abandonarse a vos con total confianza, con su alma y su cuerpo, sabiendo que respetarí-ais
fielmente todos los designios de Dios en Ella. En nom-bre de María, vuestra esposa virginal
e inmaculada, os ruego que seáis mi protector, que guardéis mi alma y mi cuerpo para los
designios de Dios. Si Dios me ha destinado a la misión admirable de la maternidad según la
carne, elegid para mí un novio que se os parezca, que sepa respetarme, que sepa amarme con
amor auténtico en Dios, que me guarde íntegra para el feliz día de nuestra boda, que camine

conmigo en los senderos de un amor conyugal verdadera-mente cristiano y santificador, que


ame en Dios a nuestros hijos, frutos de nuestro amor, y los eduque conmigo para Dios, que
proteja en ellos a vuestro Jesús y que me ame un poco como vos habéis amado a María. Pero,
si Dios me ha destinado a la vida religiosa, a ese matrimonio con el Verbo hecho carne en la
pobreza, la obediencia y la continencia perfecta, guardadme totalmente para Jesús como
habéis guardado a María. Proteged mi alma, proteged mi cuerpo para Jesús, conducidme muy
cerca del que quiso ser como vuestro hijo y retenedme siempre muy cerca de El. Amén.
Oración a San José para hacer
una buena comunión
H hombre verdaderamente feliz, San José ! a quien
fue dado no solamente ver y oír a ese Dios a quien muchos reyes desearon ver y no vieron,
oír y no oyeron, sino, más aún, llevarlo, abrazarlo, vestirlo y protegerlo. ¿Pero acaso no soy
tan feliz como vos, puesto que puedo recibir a ese mismo Jesús realmente presente bajo las
apa-riencias de pan ?
Ciertamente, no lo veo, no lo oigo. Sin embargo, es, en verdad, a Él a quien recibo en mí
mismo, es Él a quien puedo comer, de una manera tan bella y tan verdadera, sin agotar jamás
este alimento por excelencia. San José, obte-nedme una fe profunda, cada día más lúcida y
más firme en esta admirable presencia real de Cristo en la Eucaristía. ¿No sois vos quien

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guardó este pan maravilloso en los gra-neros de la Iglesia para el pueblo elegido ? Sois vos
quien cumplió y realizó a la perfección lo que vuestra figura en el Antiguo Testamento hizo
por los hombres de su tiempo : José en Egipto. Preservad, San José, preservad la fe de los
miembros de la Iglesia en la Eucaristía.
Oración a San José
para la santificación del día del Señor
(San Pío X - 1905)
i H GLORIOSO PATRIARCA SAN JOSÉ! OS suplicamos que
imploréis de Nuestro Señor Jesucristo las más abun-dantes bendiciones sobre todos los que
santifican el día del Señor. Haced que los profanadores reconozcan, mientras están en esta
vida, qué gran mal cometen y qué castigos se atraen en la vida presente y futura. Alcanzad
su pronta conversión.
i Oh fidelísimo San José ! vos que fuisteis todos los días de vuestra vida tan fiel observador
de la ley de Dios, haced que llegue pronto el día en que todo el pueblo cristiano se abs-tenga,
en los días de fiesta, de todo trabajo prohibido, que se ocupe seriamente de la salvación del
alma y glorifique a Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Oración a San José para obtener la pureza
(oración que Santa Teresita
recitaba todos los días)
i H GLORIOSO SAN JOSÉ ! Padre y custodio de las vírge‑
nes, fiel guardián a quien Dios confió a Jesús, la misma Inocencia, y a María, la Virgen de
las vírgenes, os ruego y suplico, por Jesús y María, las dos preciadísimas prendas que os
fueron tan queridas, que hagáis que, limpio de toda man-cha, puro de espíritu y de corazón y
casto de cuerpo, sirva constantemente a Jesús y María con perfecta pureza... Amén.
Oración a San José para conocer su vocación
ESPOSESPOSO SANTÍSIMO de la Inmaculada, vos salvasteis a su O divino de las manos
impías de Herodes, vos desem-peñasteis el cargo de guía suyo y padre en Belén, Egipto y

Nazaret. Por los cuidados que le prodigasteis, obtenedme la gracia de conocer el estado que
el Señor quiere que yo abrace, no permitáis que la sensualidad, el interés, el amor propio, el
espíritu del mundo tengan influencia en mi elección, sino que yo busque solamente la gloria
de Dios, el bien del prójimo y mi salvación eterna. Amén ( San José tuvo una duda
mortifi-cante sobre la voluntad divina en cuanto a la última elección que debía tomar respecto
a la Virgen María. Toda su verda-dera vocación dependía de esta decisión. i Cuánto debe
ayudar a los que tratan de conocer su vocación ! )
San José, un verdadero padre
S
AN José, Dios Padre colmó vuestro corazón con una sabi- duría y un amor paternal sin igual.
Porque debía haceros capaz de cumplir el oficio de un verdadero padre respecto al Hijo de
Dios. Vos le buscasteis el primer refugio, le cons-truisteis una casa, le salvasteis de la mano
de Herodes, le lle-vasteis a Egipto, le trajisteis a Israel, trabajasteis para Él, lc protegisteis, le
guiasteis, le enseñasteis vuestro oficio de car-pintero. ¿Quién podrá reseñar vuestra
paternidad ? Tenec piedad de todos los padres de la tierra, a fin de que se der cuenta del gran
valor de la paternidad y aprendan a honrar 3 amar en sus hijos al mismo Jesús. Amén.
" Memento " de un gran devoto de San José
(San Bernardino de Siena)

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A CORDAOS de nosotros, bienaventurado José, e interce .ded con el auxilio de vuestra
oración ante vuestro hija adoptivo ; pero también volvednos favorable a la muy bic
naventurada Virgen, vuestra esposa, que es la Madre d Aquel que vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo pe los siglos de los siglos. Amén.
Para obtener una vida santa y una buena muerte
(San Pío X -1906)
¡
OH JosÉ ! Padre virginal de Jesús, purísimo esposo d, la Virgen María, rogad cada día por
nosotros a mismo Jesús, el Hijo de Dios, a fin de que, provistos con la armas de su gracia, y
luchando como se debe en la vida, sea mos coronados por El en la muerte.
i Jesús, María y José, os doy el corazón y el alma mía ! i Jesús, María y José, asistidme en
mi última agonía !
i Jesús, María y José, con vos descanse en paz el alma mía !
Para pedir la gracia de una buena muerte
S
AN JOSÉ, padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo, padre tan rico en gracias, esposo de la
bienaventurada Virgen María, toda vuestra vida fue santa y justa, por eso ningún temor podía
turbar, en el momento de la muerte, vuestro deseo del cielo. San José, especial patrono de los
moribundos, os encomendamos nuestra última hora aquí abajo. Cuando nuestra alma tenga
que abandonar este mundo, implorad para nosotros, en unión con María, vues-tra santa
Esposa y nuestra Madre, la gracia de vuestro Hijo divino a fin de que, provistos de una fe
firme, una espe-ranza inconmovible y una caridad ardiente, podamos ven-cer las tentaciones
del enemigo maligno y entregar nuestra alma en la paz más dulce, en las manos del Padre,
después de haber recibido dignamente a Jesús en la Santísima Eucaristía. Amén.
Invocaciones a San José
Q AN JOSÉ, padre de Nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Virgen María, rogad
por nosotros ( y por

todos los agonizantes de este día, de esta noche ). Haced i oh San José ! que llevemos una
vida sin mancha y que esté siempre segura bajo vuestro patrocinio.
San José, un verdadero esposo
SAN
JosÉ, vos habéis sabido honrar y amar como esposo a la SAN mujer bendita entre todas ;
Dios llenó vuestro corazón con el afecto más ardiente y más puro hacia ella. Implorad
para todos los hombres un respeto profundo hacia el sexo femenino, una actitud caballeresca
que proteja la dignidad de las mujeres. Implorad para todos los esposos un afecto digno y fiel
hacia su esposa, el sentido de ese amor cristiano que res-peta los valores eternos, que cuida
no solamente el cuerpo sino el alma y que sabe guiar hacia el bien supremo, la pose-sión de
Dios. Amén.
Oración de San Alfonso María de Ligorio
O
H GLORIOSO PATRIARCA JOSÉ ! Me regocijo de la dicha y la gloria que gozáis por haber
sido hecho digno de mandar, como padre, a Aquel a quien obedecen la tierra y los cielos.
Puesto que fuisteis servido por Dios, yo también quiero ponerme a vuestro servicio ; quiero
de ahora en ade-lante serviros, honraron y amaros como a mi maestro. Acogedme bajo
vuestro patrocinio, y mandad lo que que-ráis, yo sé de antemano que todo será para mi bien
y para gloria de nuestro común Redentor.

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San José, rogad a Jesús por mí. Ciertamente, Él no os negará jamás nada, pues en la tierra
obedeció a todos vues-tros mandatos. Decidle que me perdone las ofensas que le he hecho ;
decidle que me desprenda de las criaturas y demí mismo, que me inflame en su santo amor,
y luego que haga de mí lo que sea de su divino agrado.
Y vos i oh María ! En nombre del amor que os tuvo José, acogedme bajo vuestra protección,
y rogad a vuestro santo Esposo que me acepte como su servidor.
Finalmente, vos, Jesús mío, quien, para expiar mis deso-bediencias, quisisteis humillaros
hasta obedecer a un hom-bre, os suplico por los méritos de la obediencia que practi-casteis
sobre la tierra respecto a San José, concededme la gracia de obedecer desde ahora a todos
vuestros mandatos divinos, y en nombre del amor que habéis tenido a San José, y que él os
tuvo a vos, concededme amar siempre a vuestra bondad infinita, a Vos que merecéis ser
amado con todo el corazón. Olvidad mis ultrajes y tened piedad de mí. i Os amo, oh Jesús,
amor mío ! i Os amo, oh Dios mío ! Y quiero amaros siempre. Amén.
Dios te salve, José
D
ios te salve José, lleno de la gracia divina, bendito seas entre todos los hombres y bendito es
Jesús, el fruto de tu virginal Esposa. San José, destinado a ser padre del Hijo de Dios, ruega
por nosotros en nuestras necesidades fami-liares, de salud y trabajo y dígnate socorrernos en
la hora de nuestra muerte. Amén.
El " Acordaos " de San José
(Pío IX -1863)
A
CORDAOS, oh castísimo esposo de la Virgen María, mi amable protector, San José, que
jamás se oyó decir que ninguno que haya invocado vuestra protección y pedido vuestro
auxilio, haya sido abandonado de vos.

Animado por esta confianza, acudo a vos y me enco-miendo con todo el fervor de mi alma.
No desechéis mi ora-ción, vos que sois llamado el Padre del Redentor, antes bien dignaos
acogerla benignamente. Amén.
Oración en forma de ofrenda
P
ADRE ETERNO, os ofrecemos la Sangre, la Pasión y la Muerte de Jesucristo, los dolores de
la Santísima Virgen y de San José, para la remisión de nuestros pecados, la salvación de las
almas del Purgatorio, las necesidades de nuestra santa Madre la Iglesia y la conversión de los
peca-dores.
Oración de Santa Teresa
D
ios TODOPODEROSO y lleno de misericordia, que disteis a la Virgen María, vuestra.
Santísima Madre, por esposo, al hombre justo, el bienaventurado José, hijo de David, y le
elegisteis por vuestro padre nutricio, conceded a vuestra Iglesia, por las oraciones y los
méritos de este gran santo, la paz y la tranquilidad, y otorgadnos la gracia de gozar un día de
la felicidad de verlo eternamente en el cielo ; vos que, siendo Dios vivís y reináis con Dios
Padre, en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

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