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Este sábado, 13 de septiembre, se cumplen los 100 años del nacimiento del que fuera nuestro
primer Pastor Diocesano, monseñor Jorge Kemerer. Y me alegra que, con este motivo, ya han
sido varios los que han evocado su memoria y le están rindiendo un merecido homenaje.
Sobre todo, por lo que, leído y oído, recordando a Kemerer como a un gran educador y
promotor de instituciones de tanto prestigio, como las que conocemos todos en nuestra
provincia de Misiones. Todo lo que se diga, en este sentido, es poco. Ciertamente que Kemerer
se merece nuestro reconocimiento y, como lo dije varias veces, fue uno de estos obispos que
merecidamente pasará a la historia.
Pero yo quiero fijarme en otros aspectos que quizá no se han destacado tanto. Porque Jorge
Kemerer, antes que nada, fue un gran Pastor. Y quiero enumerar siquiera algunos aspectos de
su pastoreo.
Su primera preocupación, sin duda, fue la evangelización. Los que llevamos aquí unos cuantos
años, (yo más de 40), no podemos olvidar aquel enorme esfuerzo que se puso en el "Año de la
Evangelización", que en realidad no fue un año, sino una constante. Sobre todo, el entusiasmo
con que volvió del Concilio Vaticano II, que quiso aplicar cuanto antes en nuestra Diócesis. A
mí, personalmente me había encargado la difusión de los documentos del Concilio, a través de
los "Medios" que disponíamos en aquel tiempo. (Recuerden que, en 1966, finalizado el
Concilio, no había todavía televisión en la provincia)
Como buen hijo de San Arnoldo Janssen, puso un énfasis especial en la Pastoral Bíblica, con
diferentes iniciativas. Fue, sobre todo, un gran catequista. Catequista de alma. Recuerdo, en
particular, la celebración de las Confirmaciones. Las miles y miles que habrá hecho en sus casi
30 años de episcopado, y que raras veces delegaba en otros porque la gente, decía, quiere ver
al Obispo. Y aprovechaba la ceremonia para hacer una buena catequesis. (¿Recuerdan aquellas
preguntas, que cambiaba cada año, y que los catequistas temblaban porque querían que sus
catequizados contestaran bien?) Y admiraba en él que, después de tantos años, las hacía con
tanto entusiasmo como el primer día.
Minucioso y exigente hasta en los detalles. Porque, al mismo tiempo, era un gran liturgista, del
que aprendimos muchos de nosotros. Tenía intuiciones que marcaron un estilo en el modo de
confirmar. Estilo que me sabría mal que se perdiera entre nosotros.