Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
CONOCERSE
Y
COMPRENDERSE
Una introducción al ecumenismo
RIALP
CONOCERSE Y COMPRENDERSE
This One
JUTTA BURGGRAF
CONOCERSE
Y
COMPRENDERSE
Una introducción al Ecumenismo
Segunda edición
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 2003 ¿y JUTTA BURGGRAF
© 2003 by EDICIONES R ialp, S. A., Alcalá, 290, 28027 Madrid
ISBN: 84-321-3456-2
Depósito legal: M-45.213-2003
Impreso en España - Printed in Spain
Impreso en Gráficas Rógar, S. A., Navalcarnero (Madrid)
ÍNDICE
Parte I
ORIENTACIONES BÁSICAS
Parte II
LAS IGLESIAS ORIENTALES
Parte III
LAS IGLESIAS PROVENIENTES
DE LA REFORMA OCCIDENTAL
Parte IV
EL MOVIMIENTO ECUMÉNICO
Capítulo I. P r e c e d e n t e s d e l m o v im ien to e c u m é
n ic o .......................................................................... ..251
I. La Asociación para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos..................................................................251
II. La solicitud ecuménica del Papa León X I I I ............ ..253
III. Las Conversaciones de M alinas.................................255
Capítulo II. El desarrollo del movimiento ecumé
nico .......................................................................... .258
I. El estallido del escándalo por la división ..................258
II. La institucionalización del ecumenismo ..................260
1. El movimiento Life and Work (Vida y Acción) . . . 260
2. El movimiento Faith and Order (Fe y Consti
tución) .................................................................263
3. El Instituto de Bossey......................................... .265
III. El Consejo Ecuménico de las Iglesias (= Consejo
Mundial de Iglesias) ............................................... .266
1. Constitución y organización del CEI (1948) . . . . 266
2. La respuesta de la Iglesia católica (1 9 4 9 )............ .267
3. La Declaración deToronto (1950) ......................268
4. Ulteriores desarrollos........................................... .270
IV. La Iglesia católica a favor del ecumenismo.............. .272
1. Iniciativas personales........................................... .273
2. Decisiones del Magisterio................................... .275
3. El Consejo Pontificio para la Promoción de la
Unidad de los Cristianos..................................... .276
Parte V
LOGROS Y DESAFÍOS
I. El escándalo de la división
1 Cfr. LG 48.
2 Jn 17,21. Cfr. UUS 99. RMa 88.
3 G. THILS afirma: «En otros tiempos hablaban los católicos de regreso y ape
nas nada de arrepentimiento.» El Decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano
II Comentario doctrinal, Bilbao 1968, p. 39.
labras de San Juan —afirma el Concilio Vaticano II— : “Si de
cimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su
Palabra ya no está en nosotros.”»4 Es preciso arrepentimos y
pedir perdón.5
Los últimos Papas han lanzado, cada vez con más fuerza, un
grito a los católicos y a los demás cristianos «para que, definiti
vamente, entren en vías de reconciliación».6 Es significativo que
el beato Juan XXIII dijo ya en 1958 con respecto a las divisio
nes en la Iglesia de Cristo: «Las responsabilidades están reparti
das. Unámonos...»7 Siguiendo la misma línea, Pablo VI confesó
durante el Concilio Vaticano II (1962-1965): «Si alguna culpa
se nos puede imputar por esta separación, nosotros pedimos
perdón a Dios humildemente y rogamos también a los herma
nos que se sientan ofendidos por nosotros, que nos excusen.
Por nuestra parte nosotros estamos dispuestos a perdonar las
ofensas de las que la Iglesia católica ha sido objeto y a olvidar el
dolor que le ha producido la larga serie de disensiones y separa
ciones.»8Juan Pablo II afirmó con audacia desde el principio
de su pontificado: «La culpa, donde se encuentre, debe ser re
conocida en cualquier parte en la que esté.»9
La llamada universal a la santidad está unida al anuncio
constante de la conversión. No hace falta negar los propios de
4 U U Sl.Jn 1,10.
5 La advertencia que el Concilio Vaticano II hace de que «quienes ahora nacen
en las Iglesias Separadas no pueden ser acusados de pecado de separación», no sig
nifica que todos los cristianos, también los católicos de ayer y de hoy estén excul
pados de las responsabilidades que la persistencia de la división plantea.
6 J. SÁNCHEZ VAQUERO, ¡Cristianos: reconciliaos', Salamanca 1985, p.13.
7 JUAN XXIII, Discurso al ser elegido Papa (28-X-1958).
8 PABLO VI, Discurso en la Segurula Sesión del Concilio Vaticano II (1962-65).
9 JUAN PABLO II, Discurso sobre Lutero en su primer viaje por Alemania Fe
deral (1982).
fectos, ni los lados sombríos de la historia de la Iglesia. Dios
ofrece siempre un nuevo comienzo.10 Por esto, la Iglesia, que
predica el perdón de los pecados, puede confesar las culpas de
sus propios hijos confiando en la magnanimidad de Dios. Así,
el Papa Juan Pablo II ha pedido perdón al mundo por los peca
dos pasados y presentes de los cristianos, en un acto solemne,
durante el gran jubileo del año 2000." Este acto fue un servi
cio a la verdad. «Los cristianos no pueden minusvalorar el peso
de las incomprensiones ancestrales que han heredado del pa
sado, de los malentendidos y prejuicios de los unos contra los
otros. No pocas veces, además, la inercia, la indiferencia y un
insuficiente conocimiento recíproco agravan estas situacio
nes.»12 La Iglesia no tiene miedo a afrontar las culpas de sus hi
jos, cuando se da cuenta de sus errores.
Aquella petición pública de perdón fue a la vez un testimo
nio de amor13y un excelente servicio a la unidad. «Para los cris
tianos, estos son los días del perdón y de la reconciliación. Sin
este testimonio, el mundo no creerá. ¿Cómo podemos hablar
de modo creíble sobre Dios, que es Amor, si no hay tregua en la
contraposición? Sanad las llagas del pasado con el amor. Que el
sufrimiento común no genere separación, sino que suscite el
milagro de la reconciliación.»14 Esta actitud ha marcado fuerte
mente las relaciones con los seguidores de las otras confesiones,
10 Cfr. UUS 3.
11 La solemne petición de perdón tuvo lugar el 12-111-2000 en la basílica de
San Pedro en Roma. Juan Pablo II se refirió especialmente a los pecados que fue
ron cometidos contra la dignidad humana en el servicio de la verdad, contra la
unidad de los cristianos, en relación con el pueblo de Israel y contra el amor y la
paz. Cfr. Memoria y reconciliación: la Iglesia y las culpas del pasado, Madrid 2000,
pp. 47-138.
12 UUS 2.
13 «El Señor es tierno y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor.» Sal 103
(102), 8. Cfr. Ex 34,6-7.
14 JUAN PABLO II afirmó esto en otra ocasión, durante su viaje a Rumania,
en «Aceprensa» 30 (1999/5), pp.1-4.
como lo han confirmado explícitamente, por ejemplo, los líde
res de la Iglesia evangélica de Alemania.15
El arrepentimiento es, según Guardini, «una de las más po
derosas formas de expresión de nuestra libertad.»16 Cuando de
jamos caer las máscaras y «deponemos las armas», cuando pedi
mos perdón con un corazón humilde, entonces se empiezan a
deshacer los nudos del pasado. Nos sanamos mutuamente las
heridas que nos hemos causado. Somos liberados de nuestras
faltas y errores —y también de nuestra indiferencia— y pode
mos trabajar con una nueva ilusión para el bien de la Iglesia de
Cristo.17
18 UUS 99.
La labor ecuménica es una «fuente eficaz de evangeliza-
ción».19 Los cristianos deberíamos dar «un testimonio común
del amor de Cristo en el mundo de hoy.»20 Hace pensar lo que
el Papa Pablo VI dijo en Bombay (1964), al dirigirse a los
representantes de las diferentes comunidades cristianas: «No
debemos tomar iniciativas aisladamente. Esperamos, por el
contrario, que nuestros esfuerzos puedan acompañar a los vues
tros, que puedan unirse a los vuestros, de tal manera que, en
humildad, caridad y comprensión mutua, podamos conjun
tamente buscar y encontrar los caminos por los que un día pue
da realizarse plenamente la voluntad de Cristo: Que todos sean
uno — para que el mundo crea.»2'
Aquí se ve que el ecumenismo forma parte inseparable de la
fe y es inherente a la propia comprensión de la Iglesia. Creer en
Cristo significa querer la unidad de sus seguidores. Por estas ra
zones podemos afirmar: cuanto más católica es una persona,
tanto más ecuménica será.
19 JUAN PABLO II, El Concilio, un gran don del Espíritu a su Iglesia. Discurso
ante el Congreso sobre el Vaticano II, 7, en «Zenit», 5-III-2000.
20 COMISIÓN EPISCOPAL DE LAS RELACIONES INTERCONFESIO-
NALES, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el Ecumenismo
(Madrid 1995), en «Origins» 24/40 (1995), p.657. Cfr. AG 36.
21 PABLO VI, Discurso, en OR, 4 de diciembre de 1964. Cfr. Jn 17,21.
PARTEI
O R IEN T A C IO N ES BÁ SICA S
Capítulo I
¿QUÉ ES EL ECUMENISMO?
I. La casa de Cristo
1 A/t28,19.
2 ES 27.
3 La palabra «ecuménico» puede significar:
1. perteneciente a la tierra (habitada);
2. perteneciente al Imperio Romano: cfr. Le 2,1;
do para hablar de la Iglesia, la gran casa de Cristo. La labor ecu
ménica se refiere a todos los que viven en esta casa, y fomenta
su unidad, «de acuerdo con las diversas necesidades... y las po
sibilidades de los tiempos.»4
1. L as COMUNIDADES CRISTIANAS
La fe nos dice que hay una única Iglesia verdadera que en
contramos con su esplendor completo en la Iglesia católica: en
ella se conserva toda la Revelación y allí podemos recibir toda la
gracia divina. Pero también los miembros de las otras Iglesias
cristianas comparten (grandes) verdades de nuestra fe y están
santificados por la gracia de Dios. Esta doble realidad la expresa
el Concilio Vaticano II cuando afirma solemnemente que la
única Iglesia de Cristo «subsiste tn la Iglesia católica.»17 No dice
que «es» la Iglesia católica, para dejar espacio a la vida eclesial de
las otras comunidades cristianas: la Iglesia de Cristo está reali
zada en su plenitud en ésa y en parte también en las otras comu
nidades cristianas, en las que se encuentran importantes elemen
tos de verdad y bondad (elementa Ecclesiaé)\ porque «las partes
desprendidas de una roca aurífera son también auríferas.»18
El Papa Juan Pablo II explica: «La Iglesia católica se alegra
cuando otras comunidades cristianas anuncian con ella el Evan
gelio, sabiendo que la plenitud de los medios de salvación le
han sido confiados a ella. En este contexto debe ser entendido
el subsistitác la enseñanza conciliar.»19 Quiere decir que, ade
más de los bienes que conjuntamente dan vida a la Iglesia y que
pertenecen a nuestro patrimonio común, «pueden encontrarse
algunos, más aún, muchísimos y muy valiosos, fuera del recinto
visible de la Iglesia católica: la Palabra de Dios escrita, la vida
de la gracia, la fe, la esperanza, la caridad y otros dones interio
res del Espíritu Santo y elementos visibles.»20 Estos y otros ele
17 LG 8; UR4; DH1.
18 PÍO XI: Discurso, 10-1-1927, citado en «Irenikon» 2 (1927), p.20. El Papa
se refería a las «venerables cristiandades orientales».
19 JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Barcelona 1994,
p.147. Cfr. UUS13.
20 UR3. Cfr. UUS 11.
mentos de la Iglesia existen realmente, con su fuerza salvadora,
en las comunidades cristianas no católicas;21 y puede ser que, a
veces, hayan estado «más eficazmente puestos de relieve» en
ellas.22
La Iglesia invita a mirar a nuestros hermanos en la fe no sólo
bajo la perspectiva negativa de lo que «no son» (los no católi
cos), sino bajo el prisma positivo de lo que «son» (los bautiza-
dos). Son los «otros cristianos», como Juan Pablo II suele lla
marles con gran sensibilidad, sin negar lo que les separa todavía
de la perfecta comunión eclesial.23
Según el Vaticano II se distinguen diversos modos de perte
necer a la casa de Cristo.24 La pertenencia es plena si una per
sona ha entrado formalmente —mediante el bautismo— en la
Iglesia y se une a ella a través de un «triple vínculo»: acepta toda
la fe, todos los sacramentos y la autoridad suprema del Santo
Padre. Es el caso de los católicos. La pertenencia, en cambio, es
no plena, si una persona bautizada rechaza uno o varios de los
tres vínculos (totalmente o en parte). Es el caso de los cristianos
ortodoxos y evangélicos.25
Sin embargo, para la salvación no basta la mera pertenencia
al Cuerpo de Cristo, sea plena o no. Todavía más necesaria es la
33 JUAN PABLO II: «Si el mundo no es católico desde el punto de vista con
fesional, ciertamente está penetrado, muy profundamente, por el Evangelio. Se
puede incluso decir que, en cierto modo, está presente en él de modo invisible el
misterio de la Iglesia, Cuerpo de Cristo.» Cruzando el umbral de la Esperanza, cit.,
p.124. Cfr CyRll.
34 Cfr. CyRl8. La inclusión «no ha de entenderse... en términos de vínculos
(formales) de mayor o menor intensidad, sino en términos de participación en el
misterio edesial.» J. MORALES: Cristianismo y religiones, en «Scripta Theologica»
30 (1998/2), p.428.
35 «Por tanto, las Iglesias y comunidades separadas, aunque creemos que son
deficientes, no carecen de sentido y peso en el misterio de salvación. Pues el Espí
ritu Santo no rehúsa usarlas como medio de salvación, cuya fuerza deriva de la
misma plenitud de gracia y de verdad confiada a la Iglesia Católica.» UR 3.
36 Cfr. LG 15. UUS1 y 84.
37 Cfr. J.-C. PÉRISSET, Johannes Paul II. Kein Zurück aufdem Wegder Einheit
der Christen, en Johannes Paul II., Zeuge des Evangeliums, ed. por S. O. HORN
SDS y A. RIEBEL, Würzburg 1999, p.139.
su pontificado, han sido también impresionantes actos ecumé
nicos que han puesto de manifiesto nuestras esperanzas comu
nes. «El mundo tiene necesidad de los locos de Dios —dijo el
Papa en una de estas ocasiones— de este tipo de locos que atra
viesan la tierra como Cristo, como Adalberto, como Estanislao
o Maximilian Kolbe y tantos otros.»38
1. La Iglesia co m o M adre
42 JUAN PABLO II: Hay que continuar con intensidad el diálogo con los ortodoxos.
Carta al Cardenal Edward Idris Cassidy, Presidente del Pontificio Consejo para la
Promoción de la Unidad de los Cristianos, Ciudad del Vaticano 4-VI-1999.
43 Según la eclesiología anterior al Concilio Vaticano II y quedando con nues
tra imagen, la Iglesia pensaba realmente «salir» de su casa para invitar a los cristia
nos separados al «retorno». Hoy, en cambio, se evita el término «retorno» de los no
católicos, porque nadie «retorna» a la casa en la que está viviendo. Para más pro-
fundización cfr. J. R. VILLAR, El Decreto conciliar sobre el Ecumenismo y la Encí
clica «Ut unum sint»> en «Scripta Theologica» 28 (1996/1), p.100.
44 JUAN XXIII: Alocución para la apertura del Vaticano 11, 22-X-1962. Ya el
25 de enero de 1959, el beato Juan XXIII anunciaba su intención de convocar un
Concilio ecuménico que tuviera por fin «no solamente el bien espiritual del pue
blo cristiano (¡sic!), sino también una invitación a las comunidades separadas para
la búsqueda de la unidad.» IDEM, Discurso, en OR, 26-27 de enero de 1959. Y el
CONCILIO VATICANO II afirma: «Promover la restauración de la unidad entre
todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sa
crosanto Concilio Vaticano II.» UR1.
res de sus hijos «desconocidos» para que le muestren todo lo
que de bueno y bello hay en ellos. Toma asiento en sus salones
y habla en serio con estos hijos suyos; busca su amistad y trata
de comprenderles. Es incluso capaz de reconocer todos los bie
nes que descubre en ellos: admira sinceramente, por ejemplo,
los preciosos muebles y cuadros que se encuentran en esos pisos
casi «olvidados» durante largas temporadas.
La Iglesia ve, sobre todo, la necesidad de mejorar el recinto
que ocupan sus hijos más cercanos.45 Sigue profundamente
convencida de que estas zonas de su casa son las más firmes y
bellas; pero no puede ni quiere negar que el polvo de los tiem
pos ha restado algo de su esplendor inicial. Por esto, invita a to
dos sus hijos a hacer una limpieza profunda y renovar conjun
tamente la gran casa en la que viven, empezando cada uno en
su propia habitación. Después se podrá ofrecer a todos un lugar
realmente acogedor y pedir a los hijos separados que eliminen
algunos muros interiores que artificialmente han construido,
en beneficio de toda la gran familia.46
2. UN CAMBIO DE FORMAS
45 Cfr. UR 4.
46 El Papa Juan Pablo II presenta a una Iglesia acogedora de los hermanos se
parados. Su preocupación por la unidad se nota especialmente en sus catequesis
edesiológicas. Cfr. las exposiciones de la primera y de la última de estas catequesis,
AuG (10-VTI-1991) y AuG (30-VTII-1995), en Cat, pp.17 y 676.
Sin embargo, no en todas las épocas ha estado la Iglesia dis
puesta a dialogar en serio con los que llamaba «herejes». Al con
trario, les perseguía y castigaba, según el estilo y las costumbres
comunes de los tiempos pasados. Partía, no pocas veces, del
principio de que «el error no tiene derechos,» interpretando se
veramente que las personas que consideraba en el error —entre
ellos, los no católicos— no deberían disponer de una legítima
defensa. Actuaba, sin duda, con buena intención, y sería una
injusticia (y gran hipocresía) juzgar con nuestra mentalidad de
hoy los acontecimientos de ayer.
La Iglesia misma reconoce desde hace varias décadas que sus
hijos, también en este aspecto, no siempre han actuado bien.
Ha profundizado en el hecho de que la violencia, la tortura y el
terror no son medios lícitos en absoluto, y menos para defender
o propagar la fe. «En efecto, Cristo,... manso y humilde de co
razón, atrajo e invitó pacientemente a los discípulos. No quería
ejercer coacción sobre ellos.»47
El Concilio Vaticano ha condenado, en consecuencia, «todo
tipo de acciones que puedan tener sabor a coacción o persua
sión deshonesta o menos recta, sobre todo cuando se trata de
personas incultas o necesitadas.»48 Y ha declarado con firmeza:
«La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad,
que penetra en las almas con suavidad y a la vez con firmeza.»49
Juan Pablo II sigue fielmente estas enseñanzas. No tiene re
paro en afirmar que la Iglesia lamenta haber empleado «méto
dos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la
verdad» que oscurecieron no poco la luz de Cristo.50
Si consideramos los documentos y las actuaciones de los úl
timos Papas, podemos constatar que las formas de expresión del
51 G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit., p.17.
Hay, sobre todo, tres documentos conciliares, que hablan directamente sobre el
respeto y la comprensión con todos los hombres:
1. El Decreto Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo.
2. La Declaración Dignitatis humarute, sobre la libertad religiosa.
3. La Declaración Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con la reli
giones no cristianas.
52 J. SÁNCHEZ VAQUERO, /Cristianos: reconciliaos/, cit., p. 13.
53 Cfr. UR 6.
54 Cfr. UR 4.
des que quizá no hayamos desarrollado lo suficiente.55 En este
sentido, la Iglesia católica no sólo quiere orientar y ayudar a los
demás: quiere también aprender de ellos.
3. UN ÚNICO MOVIMIENTO
55 Cfr. UR 3; UUS2.
56 JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza, cit., p. 153.
57 El ecumenismo es llamado con frecuencia «movimiento», porque se trata de
un conjunto de iniciativas, actividades, gestiones de todo orden (espiritual, social,
doctrinal) e instituciones a todos los niveles cuyo fin consiste en promover la uni
dad entre los cristianos.
58 Los diálogos ecuménicos entre los representantes de dos Iglesias se llaman
bilaterales; y aquellos en los que participan representantes de varias Iglesias, se lla
man multilaterales.
En este movimiento participa cada una de las comunidades
cristianas desde su perspectiva propia. No hay varios «ecume-
nismos» (católico, ortodoxo, luterano...), sino un movimiento
esencialmente universal en el que los católicos participan desde
la fe católica. Por esta razón, el Concilio Vaticano II no habla
de «principios del ecumenismo católico», sino de «principios
católicos del ecumenismo».59
Según una expresión de San Cipriano, toda la Iglesia se pre
senta como «un pueblo unido bajo la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.»60 Esto significa que, en el fondo, ya
existe la unidad: ¡estamos en la misma casa!61 Pero en la situa
ción actual en que nos encontramos, esta profunda unidad no
puede manifestarse por los obstáculos que ponemos los mismos
hombres.
Como el pecado es la razón última de las separaciones, la ta
rea más importante del ecumenismo consiste en pedir la gracia
de Dios para que se derrumben los muros de piedra que ro
dean, en primer lugar, nuestros propios corazones.62 Oramos
por esta intención, de un modo comunitario, en la «Octava de
Oraciones por la Unidad», que se remonta a una iniciativa del
Papa León XIII. Fue fijada entonces en los días que preceden a
Pentecostés. San Pío X la trasladó a los días 18 a 25 de enero
(conmemoración de la conversión de San Pablo), para hacer
coincidir las fechas con una iniciativa surgida en la Iglesia an
59 Cfr. URy el título del cap. 1, y las explicaciones de G. THILS, El decreto so
bre el ecumenismo del Concilio Vaticano IIycit., pp.43s.
60 SAN CIPRIANO, De oratione dominica, 23.
61 Según el Concilio Vaticano II, la unidad de la Iglesia se percibe en su enrai-
zamiento trinitario, en su plenitud cristológica y espiritual, como un misterio ya
realizado, pero aún no acabado. Juan Pablo II explica: «La fe nos dice que la uni
dad de la Iglesia no es solamente una esperanza del futuro; ya existe.» AuG (30-
VIII-1995), en Cat, p.675.
62 Cfr. JUAN PABLO II: «Abramos las puertas de nuestras mentes y de nues
tros corazones.» Liturgia Ecuménica: estamos llamados a edificar la unidad, Ciudad
del Vaticano, 10-VI-1999. También UUS102.
glicana.63Así, esta costumbre se extendió poco a poco a las otras
Iglesias cristianas y hoy en día, durante esta Semana, muchos
cristianos del mundo entero rezamos juntos para que nuestra
unidad realy sacramental sea. también visible y existencial.
63 Cfr. G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, cit.,
pp. 131, 133s.
64 Cfr. UR4. UUS77.
65 El ecumenismo se refiere, al menos directamente, a las comunidades y no a
los individuos. Los diálogos ecuménicos se realizan «entre peritos bien prepara
dos». UUS 4.
66 JUAN PABLO II, Discurso (29-VI-1999), Vatican Information Service, 29
de junio de 1999.
67 Cfr. Y. CONGAR: «El primer deber de la Iglesia y el mejor servicio que
puede prestar al mundo es el ser verdaderamente Iglesia.» La Iglesia, Madrid 1973,
p. 376.
mentó histórico, estos teólogos manifiestan, no pocas veces,
que las actividades relacionadas con el gobierno de la Iglesia
constituyen una misión de servicio a toda la humanidad.
Por otro lado, la gracia del Espíritu Santo produce en todos
los bautizados una íntima unión con Dios en Cristo. Así, de
modo misterioso, cada uno de ellos es Iglesia y ha de hacer suya
la preocupación por la unidad de los cristianos. Todos debemos
participar en la labor ecuménica, aunque lo hagamos de modos
distintos.68 El Concilio Vaticano II declara: «La preocupación
por el restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia..., y
afecta a cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida
cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas.»69
¿Cómo puede entonces un cristiano corriente ocuparse del
ecumenismo? Antes de enumerar algunas actuaciones concre
tas, vamos a considerar las actitudes básicas que son necesarias
para que una persona pueda —allí donde esté— preparar la
unidad de los bautizados.70
Estas actitudes no sólo afectan al ambiente, sino también, en
un segundo paso, a la vida pública de la Iglesia y a todas sus
instituciones.71
Según afirma Pablo VI, las organizaciones eclesiales —como
todos los demás lugares en los que se unen los hombres— «ja
más» son suficientemente perfectas, suficientemente santas,
como las quiere Dios.72
Pero cada uno de nosotros puede contribuir a que lo sean un
poco más.
68 Cfr. CIC755: Es tarea de toda la Iglesia promover la unidad entre los cris
tianos.
69 UR 5. Cfr. UUS101.
70 Cfr. UR. cap. 2.
71 Cfr. UR6.
72 Cfr. ES 3.
Capítulo II
¿QUÉ ACTITUDES REQUIERE
LA LABOR ECUMÉNICA?
14 JUAN PABLO II: «La unidad del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo es el
fundamento supremo de la unidad de la Iglesia», al que «es preciso imitar». Aug
(28-VI-1995), en Cat, p.653.
15 Para la Iglesia «no hay griego o judío, circuncisión o no circuncisión, bár
baro o escita, siervo o libre, sino que Cristo es todo en todos.» CW3,11.
16 G. THILS, El eiecreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit., p.97.
17 Consideramos esto con más detenimiento en la Parte II de este libro.
18 JUAN PABLO II, AuG 28-VI-1995, en Cat.yp.652. Cfr. UUS 50.
es «multiforme».19 Por esto, tenemos que actualizar constante
mente la catolicidad auténtica; esta es «una de las más profundas
intenciones, y sin duda la mayor, del ecumenismo.»20
Debe haber unidad en lo necesario, en lo fundamental. Des
pués se puede admirar una gran variedad de matices en las formas
de relacionarse los diferentes grupos con Dios, en la liturgia, en los
usos y costumbres cotidianas de nuestros hermanos separados.21
Como Dios es Uno y Trino, un cristiano ama a la vez la uni
dad y la pluralidad. Defiende la legítima libertad propia y la de
los demás. «¿Por qué el Espíritu Santo ha permitido todas estas
divisiones?», pregunta el Papa Juan Pablo II en una ocasión, y
da una respuesta sorprendente: «¿No podría ser que las divisio
nes hayan sido también una vía que ha conducido y conduce a
la Iglesia a descubrir las múltiples riquezas contenidas en el
Evangelio de Cristo y en la redención obrada por Cristo? Quizá
tales riquezas no hubieran podido ser descubiertas de otro
modo.»22 Dios, en su omnipotencia, puede sacar el bien incluso
del mal, de nuestras debilidades humanas.
«Es necesario que el género humano alcance la unidad me
diante la pluralidad —continúa reflexionando Juan Pablo II—,
que aprenda a reunirse en la única Iglesia, también con ese plu
ralismo en las formas de pensar y de actuar, de culturas y de ci
vilizaciones.»23 Esta manera de entender las separaciones, ¿no
podría estar en gran armonía con la sabiduría de Dios, con su
Bondad y Providencia?
El Vaticano II se dirige especialmente a los católicos e in
tenta abrirles los ojos acerca de «las riquezas de Cristo» presen
tes entre los hermanos separados. Los católicos deben «recono
19 1 PA, 10.
20 G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit., p. 108.
21 Cfr. UR 4. JUAN XXIII, Ene. Ad Petri Cathedram (29-VI-1959). IDEM,
Alocución en la inauguración del Sínodo Romano (24-1-1960): «//* necessariis unitas,
in dubiis libertas, in omnibus caritas.»
22 JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza* cit., p.159.
23 JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la Esperanza, cit., p.160.
cer con alegría» estos valores realmente cristianos, «apreciarlos»
equitativamente, darse cuenta de «la poderosa eficacia de
Cristo» entre los otros cristianos.24 Sin esta actitud abierta ante
los aspectos de bondad y verdad que se encuentran entre todos
los cristianos, el ecumenismo estará lastrado en el corazón. «Lo
que de verdad es cristiano, no puede oponerse en forma alguna
a los auténticos bienes de la fe, antes al contrario, siempre
puede hacer que se alcance más perfectamente el misterio
mismo de Cristo y de la Iglesia.»25
La pluralidad en la Iglesia constituye ciertamente un bien.
Todo uniformismo, en cambio, asfixia a la vida y no crea sino
una apariencia de armonía, mientras que la verdadera unidad
potencia las diferencias. Esto no significa que siempre resulte
fácil vivir la unidad en la diversidad; pero, al menos, tenemos la
certeza de que este desafío se halla en la misma línea que «el ca
mino, la verdad y la vida» de Jesucristo.26
24 Cfr. UR 4.
25 UR 4.
26 Cfr. Jn 14,6.
27 Cfr. DH 3.
28 Cfr. R. BUTTIGLIONE: Zur Philosophie von Karol Wojtyla, en Johannes
Pasd II., Zeuge des Evangeliums, ed. por St. HORN SDS y A. RIEBEL, Würzburg
1999, pp.36 y 39.
Esta actitud de profundo respeto manifestó, por ejemplo, el
último rey polaco de la estirpe de los Jajhelloni. En los tiempos
en que tenían lugar en Occidente los procesos de la Inquisición
y se encendían hogueras para los herejes, este rey dio pruebas
de la tolerancia cuando aseguró a sus súbditos: «No soy rey de
vuestras conciencias.»29
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la actitud de res
peto es más que mera tolerancia. Mientras la tolerancia propor
ciona solamente el margen (necesario) para una convivencia po
sible entre los hombres, el respeto apunta a la relación misma
entre ellos y al desafío que supone la vida de uno para los de
más. El hecho de que «la verdad se conoce por la fuerza de la
misma verdad», no significa sólo la descalificación de todos los
actos contrarios a la libertad y al aprecio de las decisiones del
otro. Implica igualmente la grave responsabilidad, para todas las
personas, de buscar el sentido verdadero y completo de la exis
tencia, cada una en la medida de sus posibilidades individuales.
Pero en lo relativo a los demás, el primer deber consiste en
respetar las decisiones que ellos toman acerca de su vida. No
debemos reprocharnos mutuamente estrechez de ánimo, hipo
cresía o infidelidad al mensaje de Jesucristo. Según la parábola
del buen samaritano, el prójimo no sólo es el que sufre, sino
también el extraño.30 Es el que pertenece a otro grupo social, a
otra profesión, otro partido político, otra cultura o confesión
religiosa. No debemos poner etiquetas ni clasificar a nadie.
«Dios me ha mostrado que no hay que llamar profano o im
puro a ningún hombre,» dice San Pedro.31
Sólo cuando uno trata de comprender al otro, se puede crear
un clima de confianza. Y sólo cuando uno se muestra abierto
hacia las personas que piensan de modo distinto, que hablan
otras lenguas, que creen, rezan y celebran los misterios de la fe
32 UR 4.
Capítulo III
LA PRÁCTICA DEL ECUMENISM O
I. Conocimiento mutuo
8 W. KASPER, Ein Herr; ein Glaube, eine Taufe, en «Stimmen der Zeit»
(2002/2), p.75.
9 G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit., p. 142.
sus matices y dimensiones, en toda la grandeza de su misterio.
Como son complejas, no conviene tratarlas de modo simplista.
Se muestra aquí que la labor ecuménica requiere numerosas
cualidades: una información completa, el rechazo de esquemas
rígidos y de expresiones abstractas, sensibilidad a las resonan
cias afectivas y religiosas de las fórmulas que se usan, y una di
sociación neta de lo esencial y lo accidental.
Hay un relieve orgánico de las verdades que pertenecen al
conjunto de nuestras creencias. Muchas de ellas han sido for
malmente reveladas («Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo»),
otras han sido promulgadas por la Iglesia («María fue conce
bida sin pecado original»), y otras —que pueden ser más o me
nos ciertas— pertenecen a la especulación teológica (como, por
ejemplo, las concreciones sobre el purgatorio). Si tomamos en
cuenta este hecho, es evidente que no todas las afirmaciones
pueden ser colocadas en un mismo plano, como si cada una en
trañase la misma relación con Cristo. No se trata tampoco de
rechazar en bloque todas las verdades que no sean directamente
reveladas, sino de examinar cada una con detenimiento y ver su
(posible) unión con el fundamento de nuestra fe.10 «Una discu
sión seria entre cristianos separados que quieren ser fieles al Se
ñor, implica, en primer lugar, que se sepa exactamente lo que el
Señor pide y hasta donde se extiende su testimonio divino.»11
De lo contrario, se correría el riesgo de exigir a una persona
adherirse a una escuela teológica para ser salvada, pensando que
sólo allí se encontraría la voluntad de Dios.12 Pero el tener una
20 Cfr. Hch 17,26: «Él fijó las estaciones y los confines de las tierras por ellos
habitables.»
21 El teólogo luterano D. BONHOEFFER, Predigten, Auslegungen, Meditatio-
nenl, 1984, pp. 196-202.
22 Cfr. Rm 8,22.
25 Cfr. G Sl.
riores, y también reacciona afectivamente de otra manera. Por
esta razón, es tan importante saber escuchar, pues sólo así po
dremos prestar una ayuda eficaz.24
Referente a la labor ecuménica, los cambios de mentalidad
invitan a exponer las propias creencias de un modo distinto que
antes.25 A este respecto comenta un escritor español: «Natural
mente, yo no estoy dispuesto a modificar mis ideas por mucho
que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas
las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por sim
ple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un
lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis
ideas y sin comunicarme con nadie.»26
Conviene hablar de la propia fe serena y humildemente. He
mos visto que la Iglesia católica posee objetivamente la plenitud
de la verdad, pero esto no quiere decir, de ninguna manera, que
yo, subjetivamente, la haya realizado en mi vida. Como los ca
tólicos no tenemos conciencia plena de todas las riquezas de la
propia fe, podemos (y debemos) avanzar, con la ayuda de los
demás. La verdad nunca se posee entera. En última instancia,
no es algo, sino alguien, es Cristo. No es un doctrina que posee
mos, sino una Persona por la que nos dejamos poseer. Es un
proceso sin fin, una «conquista» sucesiva.27
Viene a la memoria lo que se cuenta del Papa Juan Pablo II.
Ocurrió durante el Concilio Vaticano II. En una de las sesiones
plenarias del Concilio, el entonces joven obispo Wojtyla pidió
la palabra en el aula conciliar e, inesperadamente, hizo una
aguda crítica al proyecto de uno de los documentos más im
portantes que se habían propuesto. Midiendo las palabras, dio
24 Cfr. NM I45.
25 El Decreto sobre el ecumenismo menciona el modo de exponer la doctrina
entre los elementos de la continua reforma. Cfr. UR 6. UUS 18.
26 J.L. MARTÍN DESCALZO, Razones para la alegría, 8a ed., Madrid 1988,
p.42.
27 Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración
Mysterium Ecclesiaey5.
a entender que el proyecto no servía nada más que para la pa
pelera. Las razones eran las siguientes: «En el texto presentado,
la Iglesia enseña al mundo. Se coloca, por así decirlo, por en
cima del mundo, convencida de su posesión de la verdad, y
exige del mundo que le obedezca.» Pero esta actitud hoy en día
ya no es eficaz. «La Iglesia no ha de instruir al mundo desde la
posición de la autoridad, sino que ha de buscar la verdad y las
soluciones auténticas de los problemas difíciles de la vida hu
mana junto al mundo.»28 Sólo así el mundo puede encontrar la
(plena) verdad y hacerla suya. El modo de expresar la fe católica
no debe convertirse nunca en un obstáculo para el diálogo con
los demás.
En este sentido advierte San Agustín: «Que ninguno de no
sotros diga que ya ha encontrado la verdad. Vamos a buscarla
de tal manera, como si fuera desconocida para los dos. Enton
ces podemos buscarla con suma diligencia y caridad. Para ello
es necesario que nadie piense arrogantemente que ya ha en
contrado la verdad.»29 Es enriquecedor conocer los pensamien
tos de los otros. Así se pueden corregir algunas posturas pro
pias que tal vez se han vuelto exageradamente rígidas. Y se
puede comprender, además, las propias convicciones con más
profundidad.
En su Carta a los artistas, Juan Pablo II señala tres actitudes,
que deben caracterizar a un cristiano frente a los hombres que
le rodean, y a la cultura en la que está inserto: «apertura, diá
logo y amistad».30 Estas tres actitudes describen, a su vez, una
espiritualidad auténticamente ecuménica.
37 UUS 29.
38 G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit., p.82.
39 PABLO VI, Alocución, en OR, 9-10 de marzo de 1964.
40 «Bonum potest inveniri sine malo; sed mal um non potest inveniri sine
bono.» SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiael-U* q.109, a.l, ad 1.
pues, es «una verdad que se ha vuelto loca» (Chesterton). Y la
verdad, la diga quien la diga, sólo puede proceder de Dios.41
Por tanto, no sólo debemos transmitir la verdad que —con la
gracia de Dios— hemos alcanzado, sino que estamos también
llamados a profundizar continuamente en ella y a buscarla allí
donde pueda encontrarse, esto es, en todas partes. En otras pa
labras, un cristiano está dispuesto a dialogar con los demás y a
aprender de ellos. Esta actitud —aparte de hacerle fidedigno
ante los demás— le facilita crecer y avanzar descubriendo as
pectos de su fe que no ha considerado antes. La situación es
comparable a la de una persona que vive algún tiempo en el ex
tranjero. Cuando vuelve al propio país, se da cuenta de que ha
aprendido mucho: ve lo mismo de siempre, pero lo ve con otros
ojos; puede distinguir ahora mejor entre lo esencial y lo acci
dental y ha adquirido cierta flexibilidad para adaptarse a nuevas
situaciones. Por esta razón, en muchas empresas se prefiere dar
el empleo a personas que tengan «experiencia en el exterior»; e
incluso, muchas veces da lo mismo en qué país hayan vivido.
Lo importante es que hayan estado fuera de su patria y hayan
regresado... De un modo análogo, los otros cristianos pueden
ampliar nuestra visión y ayudarnos efectivamente a ser mejores
católicos.
***
I. El Oriente cristiano
4 O LI.
5 JUAN PABLO II, Discurso después del Via crucis del Viernes santo (1-IV-
1994), en OR, 8 de abril de 1994.
6 OL 3.
7 Cfr. UR 1.
8 TERTULIANO, Apologeticum 39 (Patrología Latina 1,47). Cfr. Hch 1,14.
y otro lugar a causa tanto de la diversidad de mentalidad, como
de las condiciones de vida.»9
Para facilitar el gobierno y la cooperación entre los cristianos,
se nombraron arzobispos, metropolitanos10 y Patriarcas en las
diversas Iglesias nacientes. Los Patriarcas tenían potestad sobre
todos los obispos de la región que presidían, también sobre los ar
zobispos y metropolitanos. Así, en los primeros siglos del cristia
nismo, las comunidades cristianas quedaron organizadas en cinco
grandes Patriarcados: cuatro en Oriente (Jerusalén, Alejandría,
Antioquía, Constantinopla) y uno en Occidente (Roma).
Todos los Patriarcados tienen en común el haber sido funda
dos por alguno de los apóstoles (o por sus inmediatos colabora
dores o sucesores).11
1. Jerusalén: es una ciudad de capital importancia en la
época romana, tanto para el pueblo judío como para los cristia
nos y, posteriormente, para el Islam. Es santa para las tres reli
giones monoteístas.12 Es aquí donde Jesucristo «padeció, mu
rió, fue sepultado, resucitó y ascendió a los cielos», como
confesamos en el Símbolo de la Fe. En ella se constituyó la pri
mera comunidad cristiana. En y desde Jerusalén comenzó la
predicación apostólica, y aquí tuvieron lugar también las pri
meras persecuciones; fueron martirizados San Esteban13 y el
apóstol Santiago14 que estaba al frente de la primitiva Iglesia.
2. Antioquuv. esta ciudad, entonces capital de Siria,15 revis
tió también una gran importancia en la antigüedad cristiana.
Su relevancia en el ámbito civil pronto se extendió también al
9 Cfr. UR 14.
10 Los metropolitanos son «arzobispos superiores» que están al frente de varios
arzobispados.
11 Cfr. C. de FRANCISCO VEGA, Las Iglesias orientales católicas, Madrid
1997, pp.25-34.
12 Para el Cristianismo, el Judaismo y el Islam.
13 Cfr. Hch 8,1 .
14 Cfr. Hch 12,1-2.
15 Actualmente, Damasco es la capital de Siria.
eclesiástico. El origen de la comunidad cristiana se atribuye a San
Pedro. Es aquí donde —según los Hechos de los Apóstoles— los
discípulos de Cristo por primera vez reciben el nombre de cris
tianos.16Y es aquí donde San Pedro y San Pablo discuten sobre la
necesidad de la circuncisión y de cumplir la Ley mosaica para
salvarse, y ponen fin a la obligatoriedad de esta antigua ley de los
judíos.17 Hasta el siglo V, el arzobispado de Chipre (fundado por
Pablo y Bernabé) dependía del Patriarcado de Antioquía.18
3. Alejandría: la importancia de la ciudad de Alejandría (en
el norte de Egipto) nace con la cultura helenística que la con
vierte en un foco cultural de primer orden (junto con Atenas y
Antioquía). La tradición atribuye el origen de su comunidad
cristiana al evangelista San Marcos.19Alejandría tuvo una parti
cipación destacada en los primeros Concilios.20
4. Constantinopla-. es la ciudad oriental más sobresaliente de
la antigüedad cristiana. En el año 330, Constantino convierte
la antigua colonia griega de Bizancio en la capital del Imperio
romano de Oriente, donde reside el propio emperador. Por esta
razón, es llamada «nueva Roma» o «Roma del Oriente». En ho
nor a su fundador, la ciudad será conocida más tarde como
Constantinopla. Tras la división del Imperio romano, a la
muerte de Teodosio (a principios del siglo V ), se convierte en
capital del Imperio bizantino.21 La comunidad cristiana que
22 Cfr. Rm 16,9.
23 Cfr. ]n 1,40s.
24 En el año 451 (Concilio de Calcedonia), Roma es el Patriarcado más im
portante; le siguen Constantinopla, Alejandría, Antioquía y, al final, Jerusalén.
También fuera de los límites del Imperio romano existían algunas Iglesias cristia
nas —en Armenia y en Persia— , que se desarrollaron según estructuras análogas.
Su primer obispo tuvo el título Catholicós. Cfr. JOHANN-ADAM-MÓHLER-
INSTITUT (ed.), Kleine Konfessionskunde, 2a ed. Paderborn 1997, p.83.
Cristo. Hubo unidad en la fe, junto a una gran variedad en las
formas; y «esa unidad, realizada al inicio de la vida de la Iglesia,
no podrá desaparecer nunca en su valor esencial,» recuerda Juan
Pablo II.25
Sin embargo, a lo largo de la historia tuvieron lugar en el
Oriente dos categorías de escisiones: en primer término, al no
aceptar las fórmulas dogmáticas de los Concilios de Éfeso (431)
y de Calcedonia (451), algunas comunidades se separaron de la
pentarquía; más tarde, se rompió la comunión eclesiástica entre
los cuatro Patriarcados orientales y la Sede Romana.26
l. E l rech a zo d e lo s C o n c il io s
DE ÉFE SO Y DE CA LCEDO N IA
2. ¿C u á l e s s o n la s a n t ig u a s Ig l e s i a s
de O r ie n t e se p a r a d a s?
35 El Patriarca (desde 1971) S.S. Shenuda III, firmó en 1973 una Declaración
común con el Papa Pablo VI y, en 1988, otra con el Papa Juan Pablo II, donde
afirma su fe en «la divinidad del Hijo de Dios encarnado» y rechaza explícitamente
«tanto la doctrina de Nestorio como la de Eutiques.» Cfr. La Declaración comúm
Papa Pablo VI y S.S. Shenuda III, Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San
Marcos (10 de mayo de 1973), en GM I, pp.l 180-1187. El Comunicado de la
Comisión Mixta internacional y Fórmula cristológica de la Iglesia católica y de la
Iglesia Copta Ortodoxa (12 de febrero de 1988), en GM II, pp.l 125-1126.
Sin embargo, además de la Cristología, se encuentran hoy divergencias con la
fe católica también en el campo de la Escatología, de la Mariología, sobre las in
dulgencias y otros temas.
36 Referencia bíblica: el etíope bautizado por Felipe. Cfr. Hch 8,26-40.
en Etiopía (conocida también bajo el nombre de Abisinia). Está
muy unida a la Iglesia copta de Egipto. Su Patriarca reside en Ad-
dis Abeba; cuenta aproximadamente con 14 millones de fieles.37
41 Las respectivas Bulas Exsukate Deo y Cantóte Domino tienen títulos expresi
vos: manifiestan gran alegría. Pero el acta de unión nunca llegó a ser efectiva.
les, las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica, aunque sólo la
Iglesia armena lo haya declarado explícitamente.42
Las Iglesias separadas de Roma se entienden ellas mismas,
hoy día, como Iglesias ortodoxas y son miembros del Consejo
Ecuménico de las Iglesias.43Allí se las denomina Iglesias ortodo
xas orientales (« Oriental Orthodox Churches»); a las Iglesias orto
doxas que surgieron al romperse la comunión entre los Patriar
cados, en cambio, se las llama Iglesias ortodoxas del Este
(«Eastem Orthodox Churches»).44
48 Uno de los discípulos de Focio era San Cirilo, que el Papa Juan Pablo II
nombró —junto con su hermano Metodio— patrono de Europa. Ambos herma
nos evangelizaron los eslavos en el siglo IX.
49 Con el Filioque tratamos de expresar el misterio de que el Espíritu Santo
procede del Padre y del Hijo como de un único principio. Por insistencia del em
perador Enrique II, se había introducido esta fórmula — proveniente del 3. y 4.
Concilio de Toledo (años 589 y 633)— en el año 1.040 en Roma en el Credo ni-
ceno-constantinopolitano (formulado en 381).
50 En aquellos tiempos, Cirilo y Metodio enseñaron también el Símbolo de la
Fe sin el Filioque. Además, adaptaron los textos de la liturgia bizantina a la lengua
eslava — ni griega ni latina— y enseñaron el derecho grecorromano. En su síntesis
original entre Oriente y Occidente respetaron las costumbres del pueblo que evan
gelizaron y mostraron una fidelidad completa a la doctrina de la Iglesia.
En el mismo año (867), un enemigo político, Basilio de Ma
cedonia, ejecutó al emperador Miguel III y subió al trono.51
Nombró a Ignacio otra vez Patriarca. Focio fue depuesto, redu
cido al estado laical y excomulgado. Sin embargo, algún tiempo
más tarde, este hombre sumamente inteligente logró ganar la
confianza del emperador Basilio, que le confió hasta la educa
ción de su hijo. Y cuando Ignacio murió, Focio llegó de nuevo
a ser Patriarca de Constantinopla, esta vez con el consenti
miento del Papa Juan VII.
Sin embargo, el sucesor del emperador, León VI, le depuso
definitivamente en 886. Diez años más tarde, Focio murió en
el monasterio de Armeniaki solitario e inadvertido. La Iglesia
ortodoxa le celebra como santo.52
Uno de sus sucesores, el patriarca Antonio Kauleas de Constan
tinopla (893-901) restableció formalmente la unión con Roma. Es
otro santo de la Iglesia ortodoxa. El nombre del Papa volvió a ocu
par su lugar en el canon de la Misa, pero las relaciones eran frías y
protocolarias, sin cordialidad ni ganas de superar las disensiones.
Externamente, las Iglesias del Oriente y del Occidente estu
vieron unidas durante todo el siglo X ; pero no se restableció
una relación íntima y cálida entre ellas. No hubo colaboración
real, sino más bien una marcha paralela y llena de tensiones. Lo
que desgarró el tejido de la unidad de la Iglesia de Cristo no fue
sólo una cuestión de preeminencia, sino un progresivo aleja
miento entre el Oriente y el Occidente cristianos, que hizo de
la diversidad ajena no una riqueza común, sino una incompati
bilidad. Un teólogo ruso advierte: «En las mutuas relaciones
entre la Iglesia oriental y occidental... se puede encontrar todo
menos la caridad que todo lo soporta, que es misericordiosa,
que no tiene envidia, ni altanería, ni egoísmo.»53
2. L a r u p t u r a d e f in it iv a b a jo M ig u e l C e r u l a r io
73 Esta Iglesia formó parte de la Iglesia ortodoxa serbia. En 1967, ella misma
se declaró autocéfala.
74 En el Occidente se habla de diócesis, en el Oriente de eparquía, para desig
nar una Iglesia particular.
75 Desde 1970, esta Iglesia es considerado por el Patriarcado de Moscú como
una Iglesia autocéfala, en contra de las declaraciones del Patriarcado de Constanti
nopla. El arzobispo de Washington es el metropolitano de toda EE.UU y Canadá.
76 La situación de esta Iglesia es parecida a la de la Iglesia ortodoxa de Amé
rica: desde 1970, el Patriarcado de Moscú la considera como una Iglesia autó
noma, pero el Patriarcado de Constantinopla no acepta esta decisión.
77 La Iglesia autónoma de Ucrania depende del Patriarcado de Moscú y es acep
tada por toda la Ortodoxia. En fuerte oposición a ella se encuentran la Iglesia auto
céfala de Ucrania y el Patriarcado de Kiev, ambas Iglesias no son aceptadas como le
gítimas. No se conoce oficialmente el número de sus fieles.
78 Se trata de la única Iglesia ortodoxa de rito occidental. Esta pequeña Iglesia
nació en 1937, cuando un grupo de «católicos antiguos» (que no aceptan el Con
cilio Vaticano I), se convirtieron a la Ortodoxia. Pertenece jurídicamente a la Igle
sia ortodoxa rumana; el único obispo reside en París.
ría de libertad y fundaron la nueva Iglesia rusa en el extranjero.
Sus fieles son, sobre todo, emigrantes rusos en Occidente, y sus
descendientes. El metropolitano reside actualmente en Nueva
York. En 1981, canonizó como mártires a muchos cristianos
ortodoxos que habían perdido su vida durante la revolución
rusa, y en los tiempos posteriores, entre ellos también al último
zar y su familia. Actualmente, la Iglesia en el extranjero cuenta
con 150.000 fieles distribuidos en doce eparquías y exarcados,
que se encuentran tanto en América del Norte y del Sur, como
en Europa (tres de ellas están en la misma Rusia) y en Australia.
2 OE 24.
3 Para simplificar la lectura, sigo hablando de «Iglesias orientales».
4 El término uniatismo es despectivo y expresa una especie de centralismo ro
mano.
— En 1895, el Papa León XIII escribió la Carta Apostólica
Orientalium dignitas. Desde entonces comenzó un camino de
acercamiento entre los cristianos católicos «occidentales» y
«orientales».
— En 1917, el Papa Benedicto XV instituyó la Sagrada
Congregación para las Iglesias orientales5 y subrayó la necesi
dad de fomentar los estudios orientales.6
— En 1928, el Papa Pío XI publicó la Encíclica Rerum
orientalium, por la que se instituyó el Pontificio Instituto
Oriental para la investigación científica.7
— En 1946, el Papa Pío XII escribió la Encíclica Orientales
omnes sobre las Iglesias orientales.8
10 Cfr. G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit.:
«Ahora bien, hay en todo esto una fachada exterior e incluso una centralización
condicionada por la historia, y que no es más que una consecuencia de la fe de la
Iglesia que ve en el obispo de Roma el sucesor de Pedro y el Vicario de Jesucristo.
Pero esta fachada romana de la Iglesia y un cieno ambiente de centralización, cuyo
valor reconocemos, no son con todo una forma indispensable e invariable de la
Iglesia de Jesucristo.» p.99.
11 J.L. WITTE, Die Katholizitàt der Kirche, en «Gregorianum» (1961),
pp.239s.; cit. en G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano //,
cit., p.100.
12 1 />4,10.
La catolicidad es un don para la Iglesia; y es también una ta
rea para todos los cristianos. En una casa amplia y libre, cada
persona puede hacer lo que le parezca mejor. Y cada una dis
fruta de la originalidad de los demás, convencida de que ésta
enriquece la convivencia. El comportamiento no está regulado
autoritariamente por el padre (o la madre) de la familia, en co
sas accidentales. Así, en la Iglesia los cristianos debemos aceptar
plenamente la variedad que existe entre nosotros, pero no como
si se tratase de un mal menor o de una concesión, sino con ale
gría y por fidelidad al mismo Jesucristo.13 En este sentido, el
Vaticano II ha dado un gran ejemplo al destacar firmemente
que las Iglesias orientales unidas a Roma son tan «enteramente»
católicas como las de Occidente.14
Cuando se aseguró solemnemente esta «maravillosa diversi
dad... de sensibilidades religiosas»15 que hay en la Iglesia, en el
fondo no se hizo más que recordar el precepto del Señor de in
tegrar plenamente a «todas las gentes». Cristo no ha destinado
su casa sólo para los habitantes de Occidente. Por esto, es tarea
de la Iglesia procurar que cada uno de sus fieles, provenga de
donde provenga, no sólo se sienta «amablemente acogido» en
ella, «con una sonrisa o con palabras, incluso sinceras», sino que
realmente se sienta a gusto, «en su casa.»'6Así actuaron los após
toles en el Concilio de Jerusalén, cuando se dirigían a los cristia
nos provenientes del paganismo. Proclamaron entonces muy
alto este principio de amplia diversidad que mantiene la unidad
17 Hch 15,28.
18 Cfr. OE2.
19 «La Sede de Pedro preside toda la comunidad de amor, defiende las diferen
cias legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo
no perjudiquen a la unidad, sino que más bien la favorezcan.» LG 13.
20 PABLO VI, Alocución a las Iglesias ortodoxas, con ocasión de su visita a la
abadía de Grottaferrata (18-VIII-1963), en OR 19-20 de agosto de 1963.
21 El Concilio Vaticano II afirma que las Iglesias de Oriente poseen desde el
principio un tesoro del que la Iglesia de Occidente ha tomado muchas cosas en
materia litúrgica. Cfr. UR 14.
22 Esta expresión aparece en varios documentos del pontificado de JUAN PA
BLO II. Los tres más representativos son RMa (34), UUS (54), y la Constitución
Apostólica Sacri cánones (18 de octubre de 1990) por la que se promulga el CCECh
AAS 82 (1990).
23 Cfr OE 92: «Sepan y tengan por seguro todos los orientales que pueden y
deben conservar siempre sus propios ritos litúrgicos y su disciplina, y que no se de
ben introducir cambios sino por razón del propio progreso orgánico.»
Las Iglesias orientales se distinguen de las occidentales por
tener una liturgia propia y una jerarquía autónoma. Mientras
la liturgia es el elemento más fácilmente perceptible, el derecho
(según el cual se constituye la jerarquía) es el factor más deci
sivo e importante. Vamos a ver, en un primer paso, las diversas
tradiciones litúrgicas, y después consideramos el significado del
derecho común y particular que tienen estas Iglesias.
24 C fr./« 17,4.
25 Cfr. CCE 1069.
26 Cfr. Le 22,19 y 1 Co 11,26.
Espíritu Santo, los modos más apropiados para celebrar este
gran misterio.
A lo largo de los siglos se desarrollaron, a partir de un núcleo
original, diversas plegarias eucarísticas. Bajo la influencia de
factores teológicos, culturales, lingüísticos y también psicoló
gicos, se crearon diferentes textos, en un lento y laborioso pro
ceso de gestación, y se distribuyó el año litúrgico de manera
también diversa.27 Tanto en Oriente como en Occidente sur
gieron varias tradiciones distintas, que tienen una parte común
(lo esencial) y otra propia (lo accidental). Todas gozan de la au
torizada memoria de santos obispos.
En Occidente, encontramos, por ejemplo, la liturgia gali
cana, que no superó el siglo VIII en Francia, la ambrosiana, que
se celebra tan sólo en el norte de Italia en torno a Milán,28 la
hispana, más reducida aún, a algunas parroquias españolas y,
sobre todo, la romana, que pronto fue universalmente cele
brada. Esta última destaca por su sobriedad frente a la gran vis
tosidad que encontramos en Oriente.
Las Iglesias orientales están agrupadas en cinco ritos distin
tos, nacidos al calor de otras tantas tradiciones litúrgicas:29 cal
l . Ig l e s i a s d e r it o c a l d e o
2. Ig l e s ia s d e r it o a n t io q u e n o
3. Iglesia s d e r it o a le ja n d r in o
4. Ig lesia s d e r it o a r m e n o
41 Hay varias referencias en el Nuevo Testamento: los griegos quieren ver a Je
sús (cfr. Jn 12,20); la revelación que recibió el apóstol San Juan en Patmos (cfr.
y4/>l,9); los Hechos de los Apóstoles presentan el mundo griego como la apertura de
los gentiles al Evangelio.
42 En uno de sus viajes a Polonia, en junio de 1999, el Papa Juan Pablo II rindió
testimonio a los mártires greco-católicos. Cfr. Ciudad del Vaticano, 10-VI-1999.
43 A partir de 1972, el obispo latino de Skopje-Prizren fue el visitados apostó
lico para los 5000 macedonienses. Cfr. JOHANN-ADAM-MÓHLER-INSTI-
TU T (ed.), Kleine Konfessionskunde, cit., p.26.
racteriza por su extraordinaria espiritualidad. La Divina Litur
gia bizantina es presentada como la alabanza celestial en la tie
rra, o como la alabanza de la Iglesia que llega hasta la Jerusalén
celestial. Las celebraciones son siempre solemnes.
En el templo bizantino sobresale una bóveda por encima de
una o más torres. En su interior y bajo la cúpula está pintado el
Cristo pantocrator o Creador de todo, rodeado de ángeles y san
tos. El iconostasio es una pared (o una cortina) que separa el
santuario del resto del templo, separando el cielo de la tierra.
La puerta del iconostasio significa a Cristo que es la Puerta,
Mediador e Intercesor entre Dios y los hombres. El sacerdote es
su representante, y el diácono realiza el oficio del ángel. Todo
está cargado de simbolismo.
El año litúrgico comienza el 1 de septiembre y termina el 31
de agosto. Cada día de la semana tiene su especial dedicación, y se
prevén las siguientes conmemoraciones: el domingo a la Resu
rrección, el lunes a los ángeles, el martes a San Juan el precursor,
el miércoles y viernes son días penitenciales y están dedicados a la
Virgen Madre de Dios y a la Cruz, el jueves a los santos apóstoles
y San Nicolás de Myra, y el sábado a los santos y difuntos.
Podemos decir, en general, que para los cristianos orientales
la Divina Liturgia es «el cielo en la tierra». Quien participa en
ella, celebra la gloria de Dios, —expresada en las luces, los can
tos, el incienso— y se siente transportado a otro mundo. Todas
las tradiciones litúrgicas orientales anticipan y representan, de
alguna manera, la Jerusalén celestial.
1. I g l e s i a s s u i iu r is
47 «Nadie puede pasar validamente a otra Iglesia sui iuris sin consentimiento
de la Sede apostólica.» CCEO 32.1. Cfr. C IC 112.1,1.
4,1 Cfr. CCEO 31.
49 Cfr. C /C 846.2 y CCEO 674.2.
Las Iglesias orientales católicas tienen plena autonomía. Pue
den vivir sus tradiciones y decidir ellas mismas sobre sus asun
tos. Sólo han de mantener la comunión eclesial y la colegiali-
dad episcopal con la Iglesia de Roma y el Santo Padre. Su
situación es parecida a la de las Iglesias orientales en el primer
milenio, antes de las grandes separaciones.
Los católicos orientales se organizan, en concreto, en Iglesias
patriarcales, que están a la cabeza de las demás circunscripcio
nes del mismo rito. El Patriarca es un obispo que ostenta la po
testad sobre todos los obispos y los demás fíeles de la Iglesia que
preside. Gobierna de modo colegial con el Sínodo de los obis
pos de la Iglesia patriarcal, que goza del derecho exclusivo de
dar leyes para su Iglesia, es tribunal supremo para ciertas causas
y elige también al Patriarca.
En un rango inferior están las Iglesias metropolitanas, con
un metropolita al frente. Luego están las circunscripciones sen
cillas, las diócesis normales, que —como hemos visto— en el
ámbito oriental se llaman eparquías.51 Si están en un territorio
alejado de la sede patriarcal, se llaman exarcados.
Los obispos son nombrados por el Sínodo de los obispos de
la Iglesia patriarcal, de una lista aprobada de Roma. El Papa
confirma la elección canónica. En la Iglesia latina es al revés: la
Santa Sede elige a un nuevo obispo de una lista de candidatos
presentada por el Episcopado correspondiente.
Con respecto a los sacramentos, las Iglesias orientales católi
cas tienen una disciplina que es común a todas ellas, y una dis
ciplina particular a cada comunidad.
A la disciplina común pertenece, por ejemplo, que el bau
tismo, la confirmación (llamada «crismación») y la Eucaristía se
administren, habitualmente, en un único acto, tanto a los adul
tos, como a los niños. Además, cualquier sacerdote puede admi
nistrar la crismación a todos los fieles. Existe libertad de elec
ción con respecto al celibato eclesiástico: los clérigos no pueden
contraer matrimonio después de la ordenación diaconal, pero se
permite que hombres casados reciban el sacramento del orden.
Los obispos viven siempre en celibato. Y los que reciben la un
ción de enfermos, deben haber cumplido al menos siete años.
La disciplina particular es variadísima. En las Iglesias ar-
mena, copta y siria, por ejemplo, se denomina la unción de en
fermos con el nombre de «celebración de la lámpara»: cada
presbítero (siete entre los ármenos y coptos, cinco entre los si
rios) enciende una lámpara y hace la unción con el aceite que la
alimenta. Siempre existen dos oraciones importantes: una para
bendecir el óleo, y otra para ungir al enfermo.52 La Iglesia bi
zantina tiene otro rito semejante para administrar este sacra
mento y prescribe también siete presbíteros —porque siete son
los dones del Espíritu Santo— , con siete oraciones y siete lec
turas bíblicas.53 Según la liturgia copta, además, se administra
el sacramento de la penitencia con un «rito del incienso», que
es parte sustancial de la acción sacramental. En la Iglesia ar-
mena existe la costumbre de no mezclar un poco de agua en el
vino eucarístico54 y se usa pan ácimo para la Divina liturgia.
Sin embargo, hay algunos sacramentos, que los cristianos ca
tólicos del Este y del Oeste pueden recibir, en caso de necesi
dad, en cualquier Iglesia sui iuris. la penitencia, la Eucaristía y
la unción de los enfermos.
Para concluir este tema podemos constatar: de modo aná
logo a como la Iglesia de Cristo trasciende los límites de la Igle
sia católica, también la Iglesia católica va más allá de las «fron
teras» de la Iglesia latina.
3 Cfr. UR 17.
4 Cfr. el cap. 1 de la Pane II de este libro.
5 Tanto el II Concilio de Lyon (1274) como el Concilio de Florencia (1438-
39) afirman que el Espíritu Santo «procede eternamente del Padre y del Hijo como
de un único principio y una única espiración.»
Si nos mantenemos atentos al principio de que se pueden con
siderar los misterios divinos desde diversas perspectivas, no pode
mos afirmar, de ningún modo, que los especialistas católicos ha
rían, siempre y necesariamente, una teología mejor que sus
colegas de las otras confesiones cristianas.6 Al contrario, estamos
dispuestos a aprender mutuamente y ampliar nuestro horizonte
al contemplar los «otros» puntos de vista, que tienen los demás.
l . T eo lo g ía a po fática y m ístic a
6 Sin embargo, los teólogos católicos pueden contar con una luz especial, con
una ayuda extraordinaria que proviene del Magisterio eclesiástico: a éste le compe
ten las últimas decisiones sobre la interpretación auténtica de la fe.
guna imagen. Siempre queda una diferencia abismal entre Él y
lo que podemos comprender de su ser insondable.7 El cristia
nismo es una religión de misterios.
Esta tradición teológica se basa en diversos textos de la Sagrada
Biblia. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, encontramos un
pasaje en el que Moisés pide un conocimiento más íntimo de
Dios: quiere ver su gloria, es decir, su naturaleza, su misma reali
dad divina. Pero esto es imposible para una criatura limitada.
Dios permanece oculto mientras habla a Moisés: «No podrás ver
mi rostro, pues ningún ser humano puede verlo y seguir vi
viendo.»8 En el Nuevo Testamento, Dios es llamado el «invisi
ble»,9 el «indecible»,10el «inescrutable»11y el «inaccesible»12en las
Cartas de San Pablo. Quien quiere relacionarse con Él, debe re
conocer la propia pequeñez y recorrer el camino de la humildad.
La tradición oriental jamás ha distinguido entre mística y
teología, entre la experiencia personal de los misterios divinos y
el dogma afirmado por la Iglesia. Toda teología comienza y ter
mina alabando a Dios por su majestad y omnipotencia. No sólo
el entendimiento debe ser empleado cuando se estudia una
ciencia que, al fin y al cabo, trata del amor de Dios a los hom
bres. El amor como respuesta del hombre es un elemento signi
ficativo en esta ciencia. Si se desatiende esto, se corre el riesgo
de no hablar de Dios que es el Amor y al que, por ende, sólo
nos podemos acercar con amor; sólo podemos confesar
amando. Si falta esta orientación fundamental, quedarán algu
nas fórmulas vacías, tal vez hasta teorías brillantes que, tarde o
temprano, serán desveladas como tales.
13 Arrio, un escritor del siglo IV, dio nombre a la herejía arriana que invadía la
Iglesia durante casi un siglo, y que fue condenada en el primer Concilio de Nicea
del año 325.
trado plenamente en nuestra realidad humana. Ha dicho un sí
insuperable a esta tierra de la que hemos sido hechos; ha dicho
un sí a un mundo limitado y a una situación imperfecta. Desde
entonces, el tiempo y la historia, la alegría y el dolor, el trabajo
y el descanso están penetrados hasta lo más hondo por la pre
sencia del Redentor. La gloria de Dios se expresa a través del
Cuerpo luminoso de Cristo.
Los iconos de los santos nos recuerdan que todos vivimos y
sufrimos —como los que nos han precedido al cielo— en un
cuerpo de barro; pero este cuerpo es elevado y santificado por
la gracia que Dios infunde en nuestros corazones. «Lo que re
presenta el icono es el cuerpo transformado, transfigurado por
la gracia de un santo. Constituye así un testimonio de vida cris
tiana orientada hacia la paz interior absoluta, hacia la libera
ción de todas las pasiones.»14
Hay, además, un rasgo común a casi todos los iconos de la
Virgen en Oriente. María es representada como Madre de Dios
que lleva al Niño Jesús en los brazos. Estas imágenes confiesan
la fe en la maternidad divina de María —contra los errores de
Nestorio— y a la vez exaltan la Humanidad del Señor.
Todo tiene una importancia simbólica, también los colores:
el oro refleja la gloria misma (está en las aureolas y coronas y
también en los bordes de las vestiduras del Señor y de la Vir
gen); el blanco representa la transfiguración y resurrección de
Jesucristo y la vida celestial; el ocre con aspecto de tierra se re
serva para los rostros y partes del cuerpo humano —indicando
que ha sido sacado de la tierra—, y es signo de humildad, junto
con el amarillo-, el negro, es signo del pecado; el rojo indica el sa
crificio y el verde la regeneración.
Como estas imágenes constituyen vías para dar a conocer la
fe, los orientales conceden una inmensa importancia a la ico
18 Ex Id,A.
19 La palabra latría proviene del término latín latría y éste del griego latreía
(adoración) y significa la reverencia, el culto y la adoración que sólo se debe a Dios.
20 La palabra dulía proviene del griego dulcía (servidumbre) y significa el culto
que se puede dar a personas y cosas que «sirven» a Dios para relacionarnos con Él.
21 Cfr. también CCE, n.476.
22 La tradición oriental señala a San Lucas, además de médico y evangelista,
como pintor de la Virgen María en unos tres iconos, aunque los iconos atribuidos
a él son muchos más: uno en Siria, dos en Egipto, varios en Athos e incluso en
Roma.
man su obra. La imagen es ungida con crisma en sus cuatro es
quinas y, desde entonces, es signo de la presencia de Dios.
3. T eo l o g ía d e la d iv in iz a c ió n
23 Cfr. COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000, El Espíritu del Señor,
Madrid 1997, pp.44-45.
24 ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, III, 8.
25 SAN BASILIO, Homilías sobre el Hexdmeron, VI, 1.
26 Capadocia fue evangelizada muy pronto. Cfr. 1 P 1,1. Durante el siglo IV,
se encontraban allí muchos ilustres teólogos, entre los más eminentes figuran los
tres Padres Capadocios que llegaron a ejercer una gran influencia en la Iglesia uni
versal.
imagen y semejanza de Dios»,27 participa de un modo muy sin
gular de la luz y de la fuerza del Espíritu Santo.28 Desde el pri
mer momento de su existencia, tiene una estrecha relación con
la Tercera Persona divina, porque es quien imprime en él la
imagen divina: le hace ser icono de Dios. El Espíritu Santo es
llamado, según una tradición de la Iglesia oriental, el gran «Ico
nógrafo».
El hombre puede entrar en contacto directo con su Creador,
conociendo y amándole con sus fuerzas naturales. Sin embargo,
Dios tiene para él planes todavía más grandes. Quiere «elevarle»
y hacerle participar de su propia vida interior; le llama hacia la
amistad. Por esto, cuando los Padres de la Iglesia querían defi
nir a la persona humana, no decían (como Aristóteles y los filó
sofos de la antigüedad): «El hombre es un animal racional.»
Afirmaron más bien: «El hombre es un ser viviente capaz de ser
divinizado.»29
Con cada pecado se rechaza el amor de Dios, y se destruye la
«imagen divina»; mejor dicho, el hombre se destruye a sí
mismo, ya que es, todo él, icono de Dios. Sin embargo, Dios
no cesa de llamarle continuamente hacia Él. Lo hace a través de
su Espíritu, cuya acción consiste en restaurar en el ser humano
la divina imagen y llevarla a su plenitud.
Es, principalmente, por medio de los sacramentos de la
Iglesia, como Dios nos comunica su Espíritu, y el amor divino
se derrama en nuestros corazones.30 De este modo, el cristiano
llega a ser santuario de Dios.31 «Nosotros —escribe San Atana-
sio— sin el Espíritu somos extraños y lejanos de Dios. Si, por
37 Cfr. Jn 14,15.
38 SAN JUAN CRISÒSTOMO, HomiUas sobre el Evangelio de Matto, I.
» Cfr. Jn 6,42.
40 Cfr. Jn 5,11-12.
41 015.
l. C e l e b r a c ió n d e la l it u r g ia
47 La vida monacal propiamente tal, con vida común, pero también adap
tando otras formas ascéticas y eremíticas, la vivirán los camaldulenses (fundados
por San Romualdo, que murió 1027) y los cartujos (fundados por San Brunode
Colonia, que murió 1101).
48 Cfr. H.-D. DÓPMANN, Die orthodoxen Kirchen, cit., p.279.
tros angustiados de menores, rostros de mujeres ofendidas y
humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran
digna acogida, rostros de ancianos sin las mínimas condiciones
para una vida digna.»49
Cuando se produjo la ruptura entre los Patriarcados orienta
les y la Sede Romana (1054), el monacato oriental siguió total
mente vinculado a sus pastores. Permaneció, en consecuencia,
en las Iglesias ortodoxas. Las comunidades orientales que se
unieron de nuevo con Roma —las Iglesias orientales católi
cas— en un comienzo no contaron con el apoyo de los monas
terios. Pero una vez constituidas, el monacato y otras formas de
espiritualidad no tardaron en aparecer, si bien de forma aislada.
En su mayoría se trata de órdenes masculinas, como los basilia-
nos, los antonianos50 o los mechitaristas51. Los basilianos for
man la orden más numerosa y más representativa de las Iglesias
orientales católicas y constan de cinco grandes filiales.52 En uno
de sus viajes a Polonia, en 1999, el Papa Juan Pablo II visitó a
los padres basilianos greco-católicos de rito bizantino, y les pi
dió que conservaran su tradición en fidelidad al testimonio de
sus antepasados.53
Los cristianos orientales destacan, generalmente, por su
fuerte sentido de autoridad y de paternidad espiritual. Los es
critos de los Padres de la Iglesia gozan también hoy de especial
importancia en el pueblo: son fuentes primordiales para la vida
de oración. Asimismo, muchos fieles acostumbran a buscar
* Cft. OE6.
57 OL 28.
58 Horologion, himno Akáthistos a la Santísima Madre de Dios, Ikos 5.
59 Ibid.
60 Horologion, Completas del domingo (primer tono) en la liturgia bizantina.
61 OL 28.
A modo de resumen —y simplificando los hechos— pode
mos decir que en Oriente los cristianos tienden a mirar más a
Dios que al mundo, más a la alegría que al dolor. Celebran la
fiesta de la Resurrección, tanto en la Divina Liturgia como du
rante toda su vida. Las Iglesias y comunidades que surgieron de
la Reforma en Occidente, en cambio, tienden a fijarse especial
mente en nuestro mundo concreto. Están prontas para organi
zar actividades sociales, meterse en la política y ayudar a los ne
cesitados. Para muchos protestantes, la fiesta más grande es
Viernes Santo. Su peligro consiste en sobrevalorizar las fuerzas
humanas y «olvidar el cielo».
De hecho, es digno de considerar que el cisma de Oriente
—aparte de las cuestiones políticas y sociales— estaba unido a
las discusiones en torno a la Santísima Trinidad —el Filioque—,
mientras la Reforma de Lutero se inició a raíz de una pregunta
muy concreta sobre el hombre: ¿Cómo puedo salvarme?62
62 Cfr. A. EHRHARD, Die griechische und lateinische Kirche, 1937: «Las ora
ciones griegas denen un contenido predominantemente cosmológico y trinitario;
las latinas, antropológico y soteriológico (referente a la salvación). Estas diferencias
radican en el hecho de que, en la celebración griega de la misa, ocupa el primer
plano el misterio divino, el acto objetivo de salvación, y en la latina, la aproxima
ción subjetiva de la salvación.» p.127.
LAS IGLESIAS PRO VENIEN TES
D E LA REFORM A O CCID EN TA L
* Agradezco al Prof. Dr. José Morales sus valiosas orientaciones en este tema, y
especialmente dos conferencias inéditas sobre el protestantismo, que pronunció en
enero de 2002 en Vitoria, y que ha puesto generosamente a mi disposición para
elaborar la parte IV de este capítulo.
1 La obra abarca, en las ediciones de Weimar (=WA), 90 volúmenes en folio de
600-700 páginas cada uno, por término medio. A esto, hay que añadir aún 20 vo
lúmenes de comentarios.
2 Hay una inmensa obra literaria en este campo. La colección Lutherbiblio-
graphie nombra, por ejemplo, para la época de 1939-1982, 19.000 títulos.
3 Esta cita de Albert HYMA (1893-1978) se encuentra en la obra del autor in
glés J. M. TODD, Luther. A lifiyLondon - New York 1982, p. XVI.
4 Cfr. H. FINK, Martin Luther. Der widersprüchliche Reformator, München
1983, p. 61.
I. Historia de una imagen
l. L u t e r o en la litera tu r a r elig io sa
2. E l n u e v o c o m ie n z o d e 1983
14 Cfr. R. FRIEDENTHAL, Luther: sein Leben und seine Zeit, 1967; 7a ed.
1983. Traducción inglesa 1970; traducciones húngara y japonesa 1973.
15 Cfr. P. MANNS (ed.), Martin Luther, Reformator und Vater im Glauben,
Stuttgart 1985.
16 Cfr. W. ECKERMANN y E. PAPP (eds.), Martin Luther. Annäherung und
Anfragen, Vechta 1985.
17 Cfr. G. BESIER et. al., Martin Luther. Ein Arbeitsbuch, Göttingen 1984.
18 Cfr. H. BARTEL et al. (eds.), Martin Luther. Leistung und Erbe, Berlin
1986.
derna de Lutero, tanto para los cristianos como para los no cris
tianos, y hasta para algunos grupos marxistas.19
Alrededor del jubileo de 1983 apareció, además, un sinnú
mero de nuevas biografías sobre el reformador. El teólogo
Karl-Heinz zur Mühlen observa en ellas, en general, una ten
dencia a considerar a Lutero como un precursor de los tiem
pos modernos y una figura ideal para la gente de hoy.20 El his
toriador luterano Helmar Junghans valoró las más influyentes
de ellas.21 Las agrupó según unos criterios un tanto arbitra
rios, distinguiendo entre biografías «periodísticas»,22 «católi
cas»,23 «ecuménicas»,24 «nacionales»,25 «marxistas»,26 «kerig-
pío, sobre la guerra de los campesinos o las discusiones entre los «conservadores» y
los «progresistas» durante el siglo XVI, y prescinde casi completamente de cuestio
nes teológicas; contiene citas de Friedrich Engels y mucha documentación actual
27 El teólogo protestante H. MAYER, por ejemplo, quiere, con la ayuda de
Lutero, acercar a los lectores a Jesucristo. Cfr. Martin Luther. Leben und Glaube,
Gütersloh 1982.
28 Destacan las obras de W. von LOEWENICH, Martin Luther. Der Mann und
das Werk* München 1982, y de G. WENDELBORN, Martin Luther. Leben und re-
fbrmatorisches Werk* Berlin 1983, y sobre todo las interpretaciones originales e intere
santes de H. A. OBERMAN, Luther. Mensch zwischen Gott und Teufel* Berlin 1982.
29 La obra de M. BRECHT, Martin Luther. Sein Weg zur Reformation 1483-
1521, Stuttgart 1981, demuestra que, con respecto a los comienzos de la Reforma,
hay todavía muchas cuestiones para la investigación.
30 Hay pocas biografías que tratan detenidamente de la vida del reformador
después de 1525, como la obra de M. U. EDWARDS (Jr.), Luthers Last Battles.
Politics and Polemics 1531-46* London-Leiden 1983.
31 Cfr. H. JUNGHANS, Lutherbiographien zum 500. Geburtstag des Reforma
tors 1983, cit., 406 y 437s.
32 Cfr. H. JUNGHANS (ed.), Leben und WerkMartin Luthers von 1526-1546.
Festgabe zu seinem 500. Geburtstag* I-II, Berlin 1983.
colecciones, de Gerhard Ebeling33 y de Erwin Mülhaupt,34 reú
nen varios estudios de un mismo autor y muestran cómo al
guien puede, a lo largo de varias décadas, profundizar en la per
sonalidad rica del monje agustino.
El teólogo protestante Gottfried Marón analizó detenida
mente algunas de las «biografías católicas»35 que tienen una im
portancia especial en Europa Central.36Advierte que ofrecen, en
principio, una visión cada vez más positiva del reformador y con
servan una gran serenidad al tratar las controversias teológicas.37
Relaciona esta actitud con la visita del Papa Juan Pablo II a Ale
mania en 1980, que fiie según él, en lo referente al diálogo ecu
ménico, una aprobación formal de la posición de Joseph Lortz.38
3. P o st e r io r e s pu b lic a c io n es
1. E L DRAMA INTERIOR
57 M. LUTERO, WA 40,1,298.
La vida monástica le había proporcionado al principio paz y con
suelo.58 Pero cuanto más avanzaba, tanto más perdía su serenidad
en una inquietud creciente. Los rasgos enérgicos y oscuros de su
visión de Dios, unidos a su modo de ser marcadamente subje
tivo, le produjeron gran preocupación por la propia santidad. El
joven monje quería alcanzar una meta muy alta de perfección,
con la ayuda de la gracia y mediante su firme voluntad; por esto,
se esforzaba mucho. Cuando, sin embargo, se daba cuenta de
que, en cada una de sus acciones intervenía —sutilmente— el
egoísmo, se creía lejos de Dios y no podía soportar su debilidad.
Cuanto más trabajaba consigo mismo, tanto más reconocía que
el hombre se encuentra siempre bajo la ley del pecado: el orgullo
se inmiscuye, de alguna forma, en todo obrar humano. Bajo este
aspecto, el hombre esy permanece siemprepecador.
Gracias a una introspección constante y una gran dedicación
al propio «progreso espiritual», Lutero conoció cada vez más
claramente la fragilidad humana. Debió afrontar múltiples ten
taciones durante su época en el convento, que se referían, sobre
todo, a fracasos en su anhelo hacia aquel alto grado de santidad
que se había propuesto como meta. Con el tiempo, le acarrea
ron ansiedades, tristezas y también una especie de escrúpulos,
sin que pueda hablarse de síntomas clínicos. Parece que vivía
con una fuerte sensación de permanente agobio.
Con el tiempo, Lutero llegó a la convicción de que ningún
hombre es realmente justo ante Dios y, por tanto, la salvación
es un asunto inseguro y poco probable para todos. Su preocu
pación más profunda era el problema del Dios clemente:
¿puede Jesucristo mostrar misericordia hacia una persona tan
poco digna, que no puede ofrecerle ningún «mérito», sino tan
sólo la inmensa insuficiencia de su obrar cotidiano?
En un principio, el monje, tan aplastado por su modo de en
tender la Majestad divina, pensó que podría superar su angus
2 . P r im e r a s r e a c c io n e s d e Lutero
61 WA I, pp. 557ss.
62 Hoy en día disponemos de dos libros que se ocupan con todo rigor cientí
fico de la persona y obra de Staupitz. Uno es del teólogo protestante M. WRIEDT
(Gnade una Erwählung. Eine Untersuchung zu Johann von Staupitz und Martin
Luther, Mainz 1991); el otro es del monje católico A. ZUMKELLER OSA {Johan
nes von Staupitz und seine christliche Heilslehre, Würzburg 1994).
contraba no era signo de alejamiento de Dios, sino expresión
de una mayor proximidad a Él.
Estas alusiones eran un alivio para Lutero. Pero no le pro
porcionaban lo que él buscaba, es decir, la plena solución al
problema de cómo la justicia divina actúa respecto al carácter
pecaminoso de todo nuestro obrar. Llegó a convencerse de la
completa corrupción de la naturaleza humana, y exigía cada
vez más imperiosamente una respuesta a la pregunta: ¿Cómo
puedo encontraryo a un Dios clemente? Buscaba al Dios miseri
cordioso y la certeza de la propia salvación.
El problema que sufría Lutero lo puede tener cualquiera per
sona, y de hecho no pocas lo tienen, también en nuestros tiem
pos. Es la pregunta sobre cómo puedo soportarme a mí mismo,
con mis límites, debilidades, fracasos y pecados. ¿Cómo debo
vivir, sin caer, por un lado, en la desesperación o resignación, ni
dejarme vencer, por otro lado, por un voluntarismo, forma
lismo o perfeccionismo agotadores e infructuosos? La solución
es sencilla y profunda a la vez. Consiste en confiar plenamente
en Dios, atreverse a vivir en estrecha relación con un Padre
lleno de bondad, que siempre nos ama «primero», aún cuando
nunca seremos «dignos» de su amor.63
El estudio intenso de la Biblia, especialmente de las Epísto
las de San Pablo, llevó a Lutero, por fin, a encontrar la respuesta
a sus interrogantes. No se sabe hoy en día cuándo el monje
agustino tuvo su gran iluminación, que para él fue el pensa
miento salvador, el verdadero pensamiento fundamental de la
Reforma. En aquellos momentos creía, como él mismo afirma
posteriormente, «ver en el corazón de Dios».64 Lo que ocurrió
se llamó después en la literatura «el acontecimiento de la torre»,
porque él mismo afirma que fue en una torre de su monasterio
donde tuvo su iluminación.
63 Cfr. 1 Jn 4,7-10.
64 Cfr. H. HIRSCHLER, Luther ist uns weit voraus, cit., p. 29. J. LORTZ, Ra
íces históricas del luteranismo, 2a ed., Madrid 1976, p. 173.
3. E l m ist e r io d e la ju st if ic a c ió n
72 Rm 1,17.
logia de la Edad Media. Y se creía en completa armonía con
este gran Padre de la Iglesia, cuando afirmaba el carácter gra
tuito de la gracia divina: la gracia debe prevenir toda acción
humana. La precede, la acompaña,, la sostiene y la lleva a feliz
término.73
Pero según la doctrina católica, Dios es sumamente miseri
cordioso y justo a la vez. Quiere de alguna manera una activa y
libre cooperación del hombre con la gracia. Ciertamente es
Dios mismo quien inicia esta cooperación por medio de su gra
cia iluminante y fortaleciente —nuestra respuesta a la gracia es
ya gracia—; pero la santidad personal sólo se alcanza mediante
una progresiva y misteriosa colaboración del hombre con su
Salvador. Parece que es aquí donde Lutero afirmó tesis opues
tas, según las interpretaciones tradicionales.
Efectivamente, en la tardía Edad Media, esta doctrina de la
gracia no era conocida por la mayoría del pueblo cristiano, sino
sólo por unos teólogos eruditos. Es más, había innumerables
costumbres y prácticas de piedad exterior que repugnaban a
este monje sensible: supersticiones, venta de beneficios, abuso
de autoridad. Según él, no sólo oscurecían la doctrina de la
gracia, sino también se contraponían a ella. Lutero llegó a pen
sar que Roma había inventado doctrinas, que había corrom
pido el Evangelio y desarrollado nuevos aspectos de la fe que
no están en la enseñanza originaria de Jesucristo. Por eso em
pezó a luchar contra un cristianismo aburguesado y autosufi-
ciente; y destacó la completa corrupción de la naturaleza hu
mana por el pecado. Aunque su lenguaje no pocas veces es
brusco y lleno de exageraciones, el núcleo de su mensaje sobre
la justificación puede interpretarse en un sentido profunda
mente evangélico: el hombre no se salva, en primer lugar, por
sus obras exteriores, sino por una actitud interior fundamen
tal: la apertura a la gracia.
1. E l e s t a l l id o d e la Refo rm a
78 Cfr. M. LUTERO, An den christlichen Adel deutscher Nation von des christli
chen Standes Besserung, WA 6,381-469.
79 Cfr. IDEM, De captivitate Babylonica ecclesiae (original latín), WA 6,484-573.
tesis sobre las indulgencias, desarrolladas ya desde varios años,
y apela a la libertad de la conciencia.80
1. C o n f l ic t o d e d o c t r in a s
Jesucristo en la Iglesia
99 Cfr. SC6.
100 Cfr. LG1.
cia que Cristo nos ganó en la cruz nos es comunicada por la ac
tuación de la Iglesia para que toque realmente nuestro corazón.
La Iglesia es, misteriosamente, Cristo salvando hoy, Cristo sa
nando hoy. Todo su ser remite originariamente a Cristo, como
a su propio y único centro y fundamento. La Iglesia nos dice
cómo actuó Jesucristo hace dos mil años cumpliendo la volun
tad de su Padre. A través de la Iglesia, Cristo sigue comunicán
donos hoy la voluntad de su Padre.
Fe con obras
101 GS43.
102 Cfr. 5f 2,18.
103 1> 4 ,16.
104 Cfr. 1 / » 2,3-6; 9-11; 3,10-12; 4,7-16.
105 Ga 5,6; cfr. 5,22; Mt 12,33-35; Le 6,43-45; Rm 2,13; 8,5-8; £¡f2,8.10; 1
Pe 1,3-9.
La práctica cristiana, por otro lado, confirma la certeza de
la fe. Cuando se obra la verdad es cuando se la conoce real
mente.106 Por esto, para crecer en la fe es necesario vivir de
modo coherente con lo que Dios nos dice en la Revela
ción.107 Sólo entonces, la gracia transforma al creyente y toda
su vida.
Escritura y Tradición
3. C o n f l ic t o d e pe r c e p c io n e s d e f o n d o
2 El hermano del padre era párroco; el hermano de la madre era monje y más
tarde sería abad. Los padres de Zwinglio tuvieron diez hijos: tres varones se hicie
ron sacerdotes, y dos hijas abrazaron la vocación religiosa. Para profundizar en la
vida de Zwinglio, cfr. U. GÄBLER, Huldrych Zwingli: his life and work, Edin
burgh 1987. J.V. POLLET, Zwingli: biografía e teología, Brescia 1994.
3 Para lo que sigue, conviene tener en cuenta la «imagen de Zwinglio» en la li
teratura teológica, que ha sido ampliamente estudiada. Cfr. K. GUGGISBERG,
Das Zwinglibild des Protestantismus, Leipzig 1934. F. BÜSSER, Das katholische
Zwinglibild Von der Reformation bis zur Gegenwart, Zürich 1968. J.V. POLLET,
Uimage de Zwingli dans Vhistoriographie contemporaine, 1984.
4 Algunos autores sostienen que a partir de 1518 Zwinglio leyó los escritos de
Lutero y quedó captado por ellos.
la ineficacia de los méritos. Algunas investigaciones sostienen
que esta evolución, aunque similar a la de Lutero, no se debería
a los escritos de este último, sino que procedería de la reflexión
independiente y autónoma del reformador suizo.5No obstante,
aunque no sabemos con certeza si Zwinglio leyó o no los libros
de Lutero, fue influenciado, al menos indirectamente, por sus
ideas que, en estos tiempos, ya estaban difundidas por Europa
Central.
1. L a r u p t u r a c o n la Ig l e s ia c a t ó l ic a
5 Así, por ejemplo, E BÜSSER, Das katholische Zwinglibild. Von der Reforma
tion bis zur Gegenwart* cit., p. 412.
6 Las obras completas de este reformador están recogidas en U. ZWINGLI,
Huldreich Zwinglis Sämtliche Werke* ed. por E. EG LI et al., CR, vols. 88-101, Zü
rich 1905ss. La bibliografía sobre el reformador se puede ver en G. FINSLER
(ed.), Zwingli Bibliographie: Verzeichnis der gedruckten Schriften von und über Ul
rich Zwingli* Nieuwkoop 1968.
al Magisterio y rechazan la doctrina de la Misa como sacrifìcio.
Después de convencer al Consejo municipal de Zurich de sus
ideas, el reformador publicó una importante obra que resume
su posición: la Explicación y justificación de las tesis. Este es el
primer tratado de dogmática protestante en lengua alemana.
Da una nueva interpretación de la fe, basada en Lutero, pero
más radical y subjetivista: interpreta la «Cena del Señor» de un
modo puramente simbólico, como banquete conmemorativo
de la muerte de Cristo, o un acto confesional de la comunidad
religiosa. Considerando las palabras de la Institución «Este es
mi Cuerpo», Zwinglio atribuye al término «es» el sentido de
«significa».
El reformador atacó además la presencia de imágenes en las
iglesias, puesto que —según él— provocarían la idolatría y se
rían contrarias al Decálogo. Hizo Uegar a los obispos suizos y al
gobierno de la Confederación Helvética una Breve instrucción
cristiana sobre la justificación, la libertad del cristiano, la Misa
y las imágenes. Acto seguido, en el cantón de Zurich fueron re
movidos todos los relicarios; las imágenes sagradas fueron vela
das y, con frecuencia, destruidas por el pueblo. Y —a diferencia
de las comunidades luteranas— también los toques de campa
nas, los órganos y hasta los himnos y cánticos fueron suprimi
dos. En esta decisión influyó un cierto intelectualismo. En
efecto, Zwinglio temía que la emoción primara sobre la refle
xión. Según él, sólo la palabra debe obrar, en última instancia
la Palabra de Dios, que el predicador ha de interpretar con so
briedad en el momento principal del culto.
Los conventos fueron cerrados y sus bienes destinados a es
cuelas. Las rentas del cabildo de la catedral fueron asignadas a
un nuevo seminario de teología, que se dedicaba sobre todo a
la exégesis. Cinco veces por semana, se exponía a los ciudada
nos los resultados de sus investigaciones. Las Misas (católicas)
cotidianas se reemplazaron por una meditación en la mañana
temprano. Así se intentaba edificar una comunidad popular
centrada en la Biblia.
2. La c o n s t it u c ió n de UNA «TEOCRACIA»
EN ZURICH
I. L a p r im e r a f o r m a c ió n d e C a l v in o
2 . C a l v in o en G in e b r a : e x p u l s ió n y r e g r e s o
18 Cfr. W.F. DANKBAAR, Calvin. Sein Weg und sein Werk, Neukirchen 1959.
19 Cfr. J. CAUVAIN (=CALVINO), Opera Selecta (=OS) I, ed. por P.
BARTH, W.NIESEL, D.SCHEUNER, 2‘ ed. Munich 1952, 378-417.
20 OS 1,418.
21 Cfr. ibidem.
11 Cfr. CR 22,85.
año 1537, la Confessiofidei de Eucaristía,23 en la que, como los
otros reformadores protestantes, rechazó la verdad de la tran-
sustanciación y la presencia real de Cristo bajo las especies con
sagradas. Sostenía una presencia virtual y no sustancial del Se
ñor: el Espíritu Santo nos alimenta —según Calvino— por
medio de los signos de la Carne y la Sangre de Cristo. Frente a
Lutero, rechazó la teoría de la consustanciación, y frente a Zwin-
glio afirmó que habría una real comunión con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo, aunque éstos no estarían presentes bajo las es
pecies de pan y vino: serían dados a los comulgantes «con el pan
y el vino».
Todos los esfuerzos de Calvino se orientaban a procurar que
la ley de Dios imperase efectivamente en la vida privada y so
cial de los ciudadanos. Las autoridades procedían con extremo
rigor contra toda violación de la moral: hubo padres, por ejem
plo, que perdieron sus derechos civiles por no llevar a sus hijos
a la escuela. Se cuenta que una modista que había hecho a una
señora un llamativo arreglo de pelo, fue castigada con dos días
de prisión.
Al principio, el reformador contó con el apoyo del Consejo
municipal. Pero el pueblo, de un espíritu algo más liberal, ter
minó rechazando el sistema. Pronto se organizó la resistencia
contra las disposiciones de Calvino. Los consejeros municipales
cedieron a las peticiones y protestas de los ciudadanos. Por esta
razón, en el curso de las polémicas, el ferviente reformador los
llamó desde el púlpito, «colegio de Satanás». Aquel acto pro
vocó tanto escándalo que fue expulsado de la ciudad, junto con
Farel.24
Calvino marchó a Basilea y luego a Estrasburgo, donde se
hizo cargo del cuidado espiritual de la comunidad de los protes
tantes franceses allí refugiados. Trabajando en colaboración con
23 Cfr. OS 1,435ss.
24 W. F. DANKBAAR, Calvin. Sein Weg und sein Werk, cit.
otros reformadores, especialmente con Martín Bucero,25 adqui
rió la experiencia pastoral que le había faltado en Ginebra. En
esta temporada, se encontró con destacadas personalidades del
protestantismo alemán, sobre todo con Melanchthon. Pero no
conoció nunca personalmente a Lutero. En 1540, se casó con
una viuda, Idelette de Bure.
Entretanto, después de muchas tensiones, la atmósfera en
Ginebra había cambiado completamente, gracias a la intensa
actividad de los sectores protestantes. El Consejo de la ciudad
pidió a Calvino que volviese. Tras larga resistencia, éste regresó
a Ginebra en 1541.
Calvino fue recibido solemnemente en la ciudad. La carta de
acompañamiento, que los predicadores de Estrasburgo enviaban
a los de Ginebra, contenía frases como éstas: «Por fin, os llega
ahora ese instrumento incomparable de Dios: nuestra época no
conoce a un segundo que se pueda comparar con él.»26
A partir de este momento, todos los esfuerzos de Calvino se
orientaron a constituir en Ginebra una teocracia, que desde
aquí debería propagarse a otras regiones. Su ilusión era crear un
reino terrestre de Dios, en el que toda la vida cultural y social
estuviese regulada exteriormente, hasta en los más mínimos de
talles, por una ley moral y eclesiástica.
3. F o r m a c ió n d e la c o m u n id a d
REFORMADA EN GIN EBRA
1. E L PROBLEMA DE LA PREDESTINACIÓN
34 OS, 1,23.
la gloria de Dios. A pesar de su dureza, respira un aire de recti
tud y de grandeza. Se basa en el firme convencimiento de la in
finita soberanía de Dios, que opera todo en todas las cosas, y
puede hacer siempre y en cada momento lo que Él quiere.
Si la justificación del pecador es obra exclusiva de Dios y el
hombre no puede «colaborar» para adquirirla, ¿cómo es posible
que unas personas se salven y otras no? ¿Es que Dios quiere a
unos y rechaza a otros? ¿Predestina a unos, desde antes de nacer,
al cielo, y otros al infierno?
Lutero rehuye estas preguntas. Apela al Dios absolutamente
bueno con todos, cuya justicia permanece oculta a nuestro co
nocimiento. Calvino, en cambio, con la inflexibilidad que le
caracteriza, no repara en llevar hasta el final el pensamiento se
gún el cual Dios es el Señor del mundo y determina, sin necesi
dad de nadie, el curso de la historia.
Así, el reformador suizo expone, sin dar lugar a diversas in
terpretaciones, su doctrina sobre la «doble predestinación», al
cielo o al infierno. Según él, ya antes de la creación del mundo,
Dios ha elegido a unas personas para estar eternamente felices
con Él, y ha rechazado a otras. «Nosotros afirmamos que Dios
ha establecido, con un decreto eterno e inmutable, a quiénes
concederá un día la participación de la vida bienaventurada y a
quiénes los consagrará para la perdición.»35
En esa perspectiva, no cabe hablar evidentemente de coope
ración a la gracia, sino sólo de eventuales signos de que estamos
predestinados al cielo. Calvino afirma que la razón de nuestra
certeza de salvación es el mismo Jesucristo. En Él, Dios ha esta
blecido una alianza con nosotros. El signo de que hemos sido
elegidos es la aceptación del Evangelio y la comunión con
Cristo en la fe y en la Cena. También las obras, como frutos de
la llamada, pueden tener cierta importancia para el conoci
miento de nuestra llamada al cielo.
2. « O p t im is m o » c a l v in is t a y «p e s im is m o »
LUTERANO ANTE EL M U N D O
44 Los Pilgrim Fathers que llegaron a las costas de América a finales de 1620, a
bordo del famoso Mayflower, pertenecían a esta comunidad.
2. A l g u n o s d esa rr o llo s po st er io r es
DE LA TEOLOGÍA PROTESTANTE
idealismo alemán con sus tres principales representantes: Johann Gottlieb Fichte
(1762-1814), Friedrich Wilhelm Josef Schelling (1775-1854) y Gottfried Frie-
drich Wilhelm Hegel (1770-1831), y el movimiento de la critica a la Biblia, con
David Friedrich Strauss (1808-1874) y Adolf Harnack (1851-1930).
48 Los más influyentes seguidores de Barth son hoy en día Eberhard Jüngel:
1934— , que subraya la divinidad (Calvino: el honor) de Dios, y también Jürgen
Moltmann: 1926— , que ha desarrollado una teología política y ecológica. Hay
fuertes procesos de secularización junto con el deseo de revitalización.
protestantismo: la visión del hombre como ser situado ante la
palabra de Dios.
49 Los principios comunes de todas estas comunidades son, según algunos teó
logos, «formalmente» la Sagrada Escritura y «materialmente» la doctrina de la justi
ficación. Cfr. ED.E. SCHLEIERMACHER, Der christliche Gaube I-II, 1821-22.
50 El Acuerdo fue adoptado en marzo de 1973, en Leuenberg (Suiza), como re
sultado de un proceso que se había iniciado en 1967.
Capítulo III
LA IGLESIA ANGLICANA
1. El c is m a b a jo E n r iq u e VIII
1 Desde el siglo XIV se notaban en Inglaterra, cada vez más, ciertas tendencias
hacia una Iglesia nacional del Estado. El humanismo del siglo XV y comienzos del
siglo XVI desencadenó un movimiento antieclesiástico.
2 Enrique VIII necesitaba la dispensa papal, porque estaban prohibidos los
matrimonios entre parientes políticos cercanos y Catalina era la viuda de su her
mano Arturo de Gales.
nacida en 1516, que más tarde sería reina de Inglaterra. Con el
tiempo, el rey perdió la esperanza de tener un hijo varón que he
redase el trono; a la vez, se enamoró de Ana Bolena, una dama de
la Corte. Quiso entonces anular su matrimonio con Catalina,
pero el Papa no le concedió el decreto de nulidad, ya que este ma
trimonio era válido: los cónyuges habían recibido una dispensa
explícita del impedimento puramente eclesiástico de afinidad.
Sin embargo, todo el Episcopado inglés —con excepción del
obispo Juan Fisher, de Rochester— declaraba soluble el matri
monio con Catalina. Agentes del rey compraron 200 sentencias
favorables entre autoridades de dentro y fuera del país. La causa
fue apoyada con especial entusiasmo por Thomas Cranmer, un
profesor de teología y amigo del rey. En recompensa, Enrique
VIII le nombró arzobispo de Canterbury. En 1533, Cranmer re
cibió la consagración episcopal, con el asentimiento del Papa.
Poco después declaró válido el matrimonio de Enrique VIII con
Ana Bolena,3y ésta dio luz a una hija, la futura reina Isabel I.
Cuando el Papa Clemente VII amenazó al rey con la exco
munión, Enrique VIII promulgó en 1534 una serie de leyes
que rompieron las relaciones normales de la Iglesia católica del
país con Roma. Él mismo se hizo «la suprema cabeza terrena de
la Iglesia de Inglaterra». Las protestas del clero y varias revueltas
populares en el oeste y el norte del país fueron reducidas al si
lencio. El rey trató de persuadir a sus súbditos con promesas,
amenazas y severos castigos. Hubo centenares de mártires, sa
cerdotes y laicos, entre ellos el obispo Juan Fisher y el ex Lord
Canciller Tomás Moro, que se negaron a reconocer la suprema
cía del rey sobre la Iglesia.4 Pero Enrique VIII logró finalmente
2. E d u a r d o VI y la in fl u e n c ia calvinista
7 Se exigió la implantación de estos artículos con tanto celo, que Cranmer — que
se había casado en el extranjero— tuvo que enviar a su mujer e hijos a Alemania.
8 Bucero, con quien Calvino había vivido en Estrasburgo, fue exiliado de esta
ciudad, y se refugió en Inglaterra, donde se desempeñó como profesor en Cam
bridge. Influyó poderosamente en Cranmer y, por consiguiente, en el Common Pra-
yer Book. Reprimió las ideas luteranas, promovidas anteriormente por el arzobispo
de Canterbury y, sobre todo, por William Tyndale (+1536), discípulo de Lutero.
Ahora se prohibieron las ceremonias tradicionales y los orna
mentos usuales de la Iglesia católica; fue destruido un sinnú
mero de obras de arte. En 1549 fue abolida la obligación del ce
libato eclesiástico. Y en 1552 se impuso a la Iglesia el Common
Prayer Book (Libro de Oración Común), compuesto por el mismo
Cranmer. Este libro, que ha conservado su importancia hasta
hoy, fue prescrito como libro litúrgico oficial —y como libro
único de oraciones— para toda Inglaterra. En poco tiempo
quedó dibujado el fundamento doctrinal de la nueva confesión
del país: la Biblia era la única norma de la fe; sólo el bautismo y
la Cena (entendida la Cena en el sentido de Calvino) se recono
cían como sacramentos; y se conservaba la estructura episcopal
con el rey como cabeza suprema de la Iglesia.
El movimiento anticatólico fue, en suma, obra de un grupo
de personas. Ni la mayoría de los obispos, ni el pueblo de In
glaterra lo aprobaron.
3. M aría T u d o r y el r e t o r n o
a la I g lesia c a tó lic a
4. I sa bel I y la c o n s t it u c ió n fo rm a l
d e la Ig lesia a n g lic a n a
1. U n a I g l e s i a d e c a r á c t e r n a c io n a l
12 Para profundizar mis, cfr. A H . RESS, The Faith in England, Londres 1941.
P. FERRIS, The Chunk o f England, Londres 1964. A D . TOLEDANO, Elangli-
canismo, Andorra 1966. S. NEIL, Anglicanismo, Barcelona 1967.
los tiempos de la reina Isabel I, era concebida como una Iglesia
estatal. En cuanto tal, estaba estrechamente unida con la admi
nistración política del país. Los cargos del Estado y del Parla
mento sólo podían ser desempeñados por personas de confe
sión anglicana.
Pero las cosas han ido cambiando profundamente en el curso
de la historia. A partir de 1828, en Inglaterra ya no es un delito
ser católico. Es cierto que los cristianos que se encontraban en
aquel momento en comunión con Roma y seguían viviendo en
este país, eran escasos en número y de poca influencia en la vida
social. Sin embargo, entraron cada vez más personas de otras con
fesiones, religiones y culturas que se establecieron en Inglaterra.
Un teólogo de la Universidad de Cambridge afirma: «Hace
varios siglos, la Iglesia de Inglaterra podía ser considerada como
la nación inglesa en su aspecto espiritual. Pero hoy, tal idea no
tiene ni sombra de realidad. Hoy la Iglesia de Inglaterra es una
minoría, siquiera sea la mayor. Y el Parlamento está abierto a
hombres de cualquier confesión religiosa o de ninguna.»13
En la actualidad, solamente al monarca, al heredero del
trono, y al Lord Canciller (el jefe del poder judicial) les es exi
gido pertenecer a la Iglesia de Inglaterra.
2. C o n s t it u c ió n episco pal
14 £1 palio, una banda de lana blanca en la que están bordadas seis cruces de
seda negra, constituye el símbolo de los lazos que unen con la Sede de Pedro a los
metropolitanos, aquellos obispos colocados al frente de provincias eclesiásticas
compuestas por varias diócesis.
15 Cfr. LEÓN XIII, Bula Apostolicae curae (13-IX-1896).
bertad para especulaciones heterodoxas. El teólogo Sanders ex
plica: «Para quien no sea inglés, le resultará difícil comprender
a la Iglesia de Inglaterra. La reforma inglesa fue más política
que teológica. Aunque algunas minorías exaltadas intentaron
llevar a cabo una reforma teológica a fondo, la gran masa de los
ingleses, ajena a la especulación y conservadora entonces como
siempre, permaneció sin ser afectada por los vientos que sopla
ban desde Wittenberg y Ginebra.»16
Una vez consumado el cisma, los teólogos anglicanos tuvie
ron que buscar razones intelectuales para justificar la existencia
de una Iglesia sin doctrina propia, pero separada de Roma. Pen
saron encontrar esta justificación en las mismas fuentes que la
Iglesia ortodoxa oriental; es decir, en la apelación no sólo a la
Sagrada Escritura, sino también al testimonio de los Santos Pa
dres y de los primeros Concilios de la Iglesia antigua.
Con respecto al protestantismo, se ha dicho que el pueblo in
glés es, en general, demasiado realista y empírico para los plante
amientos de Lutero, que pueden parecer sentimentales —o in
cluso místicos— a una persona pragmática. A los ingleses les
atrajo, en cambio, la unión dinámica entre religión y vida social
al estilo del protestantismo reformado. Pero por su inclinación al
humor y a la alegría de vivir, rechazaron los elementos «tristes» y
«fríos» de la doctrina de Calvino. El resultado consiste en un ca
mino medio entre Roma, el Renacimiento y la Reforma.
A pesar de ello y considerando las confesiones esenciales, la
comunidad anglicana puede llamarse una Iglesia protestante
particular, con una orientación fundamentalmente calvinista
moderada. El Common Prayer Book es su ritual oficial desde
1559. Los XXXIXArtículos de 1571, en cambio, son de poca im
portancia en la actualidad, y su interés es más bien histórico.17
2. M o v im ie n t o s d e r en o v a ció n
1 Las páginas siguientes son ante todo descriptivas. Trato del proceso de equi
paración de las mujeres a los varones en un ministerio pastoral que es concebido
de manera diferente a cómo se concibe en la Iglesia católica. No pretendo emitir
un juicio sobre las razones que llevan a los cristianos protestantes a la ordenación
de mujeres, ni mucho menos concluir su validez para la cuestión del sacerdocio
ministerial en la perspectiva católica. El análisis de este punto exigiría una refle
xión por sí misma, que ahora no pretendo efectuar.
Los que no son ordenados comunican el Evangelio de un modo
personal y sin ejercer todas las funciones edesiales; los ordena
dos, en cambio, lo hacen públicamente, cumpliendo todas las
funciones: predican la palabra de Dios con autoridad y admi
nistran los sacramentos.2 Reciben facultades a través de la orde
nación. Lutero dice que todos los bautizados son sacerdotes,
pero no todos son pastores o ministros.3 En sus textos latinos,
emplea el término sacerdos para designar el sacerdocio común,
y muy raras veces también para referirse a las personas ordena
das. Reserva, sin embargo, el término minister exclusivamente
para las personas ordenadas.4
Para los protestantes, a diferencia de los católicos, la ordena
ción no es un sacramento;5 pues el único sacramento que con-,
fíere el sacerdocio es el bautismo.6 La ordenación no transfiere
una cualidad personal, por la que el ordenado se distingua de
los demás cristianos. No imprime un carácter indeleble. Trans
mite más bien una «autoridad»7, y es para Lutero una cuestión
de orden público.8 Se la puede considerar como la delegación
de una tarea, necesaria para la Iglesia, a un miembro de la co
munidad evangélica. Hasta aquí hay unanimidad entre las Igle
sias luteranas.
42 Cfr. Gn 2,18 y 22: «Dijo Dios, el Señor: No es bueno que el hombre esté
solo; hagámosle una ayuda que sea semejante a él... Y de la costilla que había sa
cado de Adán formó el Señor Dios una mujer; la cual puso delante de Adán.»
43 Cfr. P. BRUNNER, Das Hirtenamt und die Frau, cit., p. 319s.
44 Cfr. 1 Co 11,3: «Quiero, pues, que sepáis que la cabeza de todo hombre es
Cristo, la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.» E f 5,23:
«Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia que
es su cuerpo, del cual él mismo es salvador.» 1 Tm 2,13 s.: «Ya que Adán fue for
mado el primero, y después Eva. Y además Adán no fue engañado, mas la mujer,
engañada, fue causa de la prevaricación.»
leza y la naturaleza del hombre. En este contexto, Brunner re
cuerda el mandato de callar, de la primera Carta a los Corin
tios: «Las mujeres deben callar en las iglesias, pues no se les per
mite hablar, sino que deben estar sumisas, como también dice
la Ley. Si desean instruirse en algún punto, pregúntenselo
cuando estén en casa a sus maridos.»45 El mismo Lutero invocó
expresamente ese mandato y lo interpretó de modo literal.46
Brunner añade que una mujer, por su esencia, representa la Igle
sia, mientras que un hombre representa a Cristo, la cabeza de la
Iglesia.47 Por estas razones, se explica la decisión de Cristo de lla
mar a hombres, y no a mujeres, a ser pastores, lo que quiere de
cir, servir a las comunidades cristianas y dar la vida por ellas. Los
apóstoles seguían el ejemplo de Cristo, y hasta hoy se ordenan
exclusivamente hombres. Se rompería la sucesión apostólica si
se procediera de otra manera. Brunner presupone una jerarquía
en la comunidad cristiana y parte de una cierta autonomía del
ministerio pastoral frente al sacerdocio común.
Algunos años más tarde, Georg Günter Blum profundizó la
argumentación de Brunner.48 Afirmó que, según los datos de
los Evangelios, Cristo no elegió a mujeres como apóstoles, aun
que les trataba de un modo nuevo y liberador. En las primitivas
comunidades cristianas, las mujeres participaron activamente
en la vida de la Iglesia. Algunas ayudaron a los apóstoles como
diaconisas, pero ninguna predicaba en su lugar y con su autori
dad. Blum se refiere también al mandato de callar, y destaca su
importancia fundamental. Vale para todos los tiempos y luga
res, y tiene como consecuencia práctica que las mujeres no pue
45 1 Co 14,34-35.
46 Cfr. M. LUTHER, Von den Schleichern und Winkelpredigem, WA 30 III,
524,27ss. Cfr. WA 50, 633,23s.
47 Trece años más tarde, P. BRUNNER rechaza claramente esta comprensión
de la representación de Cristo. Cfr. Sacerdotium et ministerium, en Kerygma und
Dogma 18 (1972), pp. 101-117.
48 Cfr. G. G. BLUM, Das Amt der Frau im Neuen Testament, en Novum Testa-
mentum 7 (1964/65), pp. 142-161.
den ser ordenadas, ya que no pueden predicar en las asam
bleas.49 Igual que Brunner, fundamenta ese mandato en la teo
logía de la creación. La mujer fue creada en segundo lugar y
está, por su propia naturaleza, subordinada al hombre.50Todos
los afanes de emancipación son heréticos. Además, Blum pone
de relieve que la unidad de las Iglesias evangélicas exige ur
gentemente un rechazo decidido de la ordenación de mujeres.
En caso contrario se tendrían, además, graves dificultades en la
labor ecuménica con la Iglesia católica.51
49 En este contexto, Blum citaTt 2,5: «A que sean prudentes, castas, sobrias,
cuidadosas de la casa, apacibles, sujetas a sus maridos, para que no se hable mal de
la palabra de Dios.»
50 Blum cita Gn 3,16: «Dijo asimismo a la mujer: Multiplicaré tus dolores en
tus preñeces; con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad de tu marido, y
él te dominará.»
51 Cfr. G. G. BLUM, Das Amt der Frau im Neuen Testament, cit, p. 160. También
H.-E RICHTER (ed.), Die kommende Ökumene, Wuppertal 1972, pp. 147-162.
52 Cfr. la carta pública de la teóloga A. PAULSEN a Brunner: Das Hirtenamt
und die Frau. Ein Antwortbriefzu dem gleichnamigen Aufsatz von Peter Brunner, en
Die Theologin 20 (1960/61), pp. 12-14.
53 Otros representantes son E. KÄHLER (cfr. Die Frau in den Paulinischen
Briefen unter besonderer Berücksichtigung des Begrijfs der Unterordnung, Zürich
Frankflut 1960), H. BRUNOTTE (cfr. Das Amt der Theologin, en Deutsches Pfa
rrerblatt 9 [1962], pp. 193ss.). I. BERTINETTI, Frauen im geistlichen Amt. Die
theobgische Problematik in evangelisch-lutherischer Sicht, Berlin 1963.
54 Cfr. H.-D. WENDLAND, Das geistliche Amt der Frau, Die Theologin 20
(1960/61), pp. 1-12. IDEM, Das geistliche Amt der Frau in der heutigen Kirche,
Kirche in der Zeit, 1962, pp. 81-85. IDEM, Die Frau und das geistliche Amt der
Kirche, Quatember 26/27 (1962/63), pp. 63-70.
un rechazo total de la subordinación de la mujer como una in
terpretación falsa y anti-cristiana del Génesis. A partir de la Re
velación de Cristo, se puede admitir solamente una subordina
ción mutua del hombre y de la mujer, en el amor. Wendland
apela al primer relato de la creación en el Génesis (1,27)55 y a
otros párrafos de las cartas paulinas (sobre todo, a Ga 3,2856 y
E f 5,21).57 El hombre y la mujer, según él, constan de una
igualdad radical. Tienen el mismo valor y la misma dignidad,
aunque su naturaleza se exprese de manera diferente. Ambos
tienen una relación inmediata con Dios. El dominio del hom
bre y la consiguiente degradación de la mujer, que se pueden
observar en la historia, son consecuencias del pecado. La Iglesia
no debe fomentar esta perversión sino tiene que esforzarse por
recuperar la igualdad original de los sexos. Cumple la voluntad
del Creador, si libera a las mujeres de su situación humillante y
les permite hacer lo que los hombres están haciendo desde hace
siglos. Gobernar una parroquia, con todo lo que esto implica,
es completamente acorde a la naturaleza femenina. El mandato
de callar debe entenderse como una amonestación en un mo
mento concreto de la historia, no como una regla universal e
intemporal. Asimismo, hay que considerar también las alusio
nes paulinas a las mujeres que profetizan en las celebraciones
eucarísticas (1 Co 11, 5s.), y no se puede hacer una exégesis bi-
blicista y arbitraria.
Con respecto al ministerio eclesiástico, Wendland presu
pone que el «ser sacerdote» —propio de todos los cristianos—
no se distingue esencialmente del «ser pastor» que, además, se
puede dividir en varios oficios.58 La representación de Cristo se
85 Karl Rahner ha explicado estas ideas en una carta pública, que se leyó du
rante un Sínodo de la Iglesia evangélica de Baviera, en 1974. Cfr. M. FLESCH-
THEBESIUS, Frauen bereichern die Kirche, dt., p. 447. Cfr. K. RAHNER, Pries
tertum der Frau?en Stimmen der Zeit (1977/5), pp. 292-300.
86 Cfr. H. KÜNG, Thesen zur Stellung der Frau in Kirche und Gesellschaft, en
Theologische Quartalschrifr 156 (1976), pp. 129-132. También J. N EU
MANN, Die Stellung der Frau in der Sicht der katholischen Kirche heute, ibid.,
pp. 111-128.
87 Cfr. P. HÜNERMANN, Roma locuta — causa finita? Zur Argumentation
der vatikanischen Erklärung über die Frauenordination, en Herder Korrespondenz
31 (1977/4), pp. 206ss.
88 También el CONSEJO ECUMÉNICO DE LAS IGLESIAS animó públi
camente a ordenar a las mujeres. Cfr. The Community ofWomen and Men in the
Church. A Study by the World Council of Churches, en The Ecumenical Review 27
(1975), pp. 386-393. También R. FRIELING, Rom gegen Frauenordination, en
LM 16 (1977/3), p. 131.
89 Si una teóloga quería casarse, sólo podía ejercer su profesión siendo miem
bro de un consistorio o consejera eclesiástica, tareas para las cuales no se necesita la
ordenación, sino tan sólo una bendición especial. Cfr. H. MEHRGARDT, Pasto
rin oder Kirchenrätin? En LM 6 (1967/2), pp. 81-83.
90 Cfr. el comentario de H. WEGERER, Kirchliche Spielwiese? en Evangelis
che Kommentare 21 (1988), pp. 705-707.
91 Lutero se refiere a la prohibición de casarse, no a una Ubre decisión de quedar
soltero. Cfr. M. LUTHER, Vom ehelichen Leben (1522), WA 10 II, pp. 267-304.
tanto, no se le debe exigir a ninguna persona.92 Como el refor
mador habla muy claro en este punto, no hubo nada que dis
cutir. En los años setenta, prácticamente todas las Iglesias re
gionales de Alemania permitieron casarse a las pastoras.
108 Cfr. H.-J. THILO, Heilige in einem Glashaus? Pfarrerehen dürfen nicht zur
Selbstverleugnungfuhren, en LM 19 (1980/10), pp. 587-590.
109 Cfr. H. WEGENER, Kirchliche Spielwiese?du p. 705s.
110 Cfr. G. BARTSCH, Jeder zehnte Bruder im Amt ist eine Schwester; en G.
BARTSCH et al., Theologinnen in der Männerkirche, cit., p. 128-132. Entre todas
las personas que desempeñan en 1996 un oficio parroquial, sólo un 11% eran mu
jeres.
111 Ya en los años setenta y ochenta, unas pocas mujeres desempeñaron cargos
de especial autoridad. Cfr. H. OHNESORGE, Vision der Emanzipation?^ LM
16 (1977/2), p. 116. I. LUKATIS, Frauen in Kirche und Theologie, Hannover
1988, pp. 27-36. Hay cierto empeño por parte de algunos organismos oficiales de
promover a las mujeres a tener más influencia en la Iglesia. Cfr. B. BOUEKE-
VON WALDTHAUSEN, Was soll sich ändern, wenn Frauen in der Kirche ans Ru
der kommen?en Reformierte Kirchenzeitung 135 (1994), pp. 111-117.
112 Cfr. la conversación con Maria Jepsen, la obispa de Hamburgo, en LM 31
(1992) pp. 264-267.
problemas de las pastoras junto con los problemas de los pasto
res.113Ambos han pasado por una crisis de identidad.114 Pero
—a diferencia de lo ocurrido en la Iglesia anglicana— las co
munidades evangélicas de Alemania se han acostumbrado rápi
damente a la nueva situación y, en principio, piensan haber he
cho buenas experiencias con las mujeres ordenadas.115
120 Hay muchos intentos para realizar esta tarea. Cfr. los comentarios en el li
bro El sacramento del orden y la mujer. De la Inter insigniores a la Ordinatio sacerdo-
talis,, publicado por la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE,
Madrid 1997.
EL MOVIMIENTO ECUMÉNICO
Capítulo I
PRECEDENTES DEL MOVIMIENTO
ECUMÉNICO
11 Cfr. ibid.
12 Cfr. LEÓNXIII, Enc. Orìentalìum dignitas (30-XI-1894).
13 Cfr. LEÓN XIII, Buia Apostolicae curae (13-IX-1896) y la Parte III, cap. 3,
11,2 de este libro.
14 G. THILS, El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit., p. 9.
ambas Iglesias. Especial mención merecen las Conversaciones de
Malinas (1921-1926) que fueron iniciadas en tiempos de Be
nedicto XV, y se prolongaron en los primeros años del pontifi
cado de Pío XI. Se realizaron mediante una serie de cordiales
encuentros entre representantes de la Iglesia católica y de la
Iglesia anglicana, presididos por el Cardenal belga Mercier (ar
zobispo de Malinas)15y el inglés Lord Halifax.16
El objetivo de estos encuentros era bien definido: no se tra
taba de entablar negociaciones, sino simplemente de «aprender
a conocerse». Los participantes no habían recibido mandato
oficial alguno, ni de Roma ni de Canterbury, pero se sabían de
acuerdo con la autoridad suprema, que los bendijo y estimuló.
El Cardenal Mercier tuvo que soportar muchas incompren
siones de parte de algunos teólogos católicos. Conocía bien las
objecciones a sus diálogos con los anglicanos, y las manifestó en
una carta a sus sacerdotes: «Algunos —dijo— juzgan inoportuna
e ineficaz nuestra intervención. Inoportuna, porque es mejor, se
gún ellos, dejar que las Iglesias separadas vayan a una completa
descomposición, y señalar así más palpablemente el contraste en
tre el error y la verdad: llegado a sus extremos, el mal espantará; y
entonces habrá llegado la hora del triunfo de la verdad. Ineficaz,
porque, según parece, no empleo un buen método de aposto
lado, es decir, el de las conversiones individuales.»17A pesar de
ello, el Cardenal expresó con firmeza: «Por nada del mundo, qui
18 Ibid.yp. 13.
19 Cfr. G. THILS, El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit.,
p. 12.
20 Cfr. G. THILS, El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit,
P- 13.
21 Cfr G. THILS, El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano //, cit.,
p. 14.
EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO
ECUMÉNICO
1. E l m o v i m i e n t o L if e a n d Wo rk
( V id a y A c c i ó n )
3. E l I n s t i t u t o d e B o s s e y
l. C o n s t itu c ió n y o r g a n iz a c ió n
DEL CEI (1948)
— Fe y Testimonio.
— Justicia y Servicio.
— Educación y Renovación.
2. La r esp u e st a d e la Ig l e s ia c a t ó l ic a (1949)
3. La D e c l a r a c ió n d e T oronto (1950)
4 . U l t e r io r e s d e s a r r o l l o s
“ PABLO VI, en «La Doc. Cath.» 66 (1969), cit. por P. RODRÍGUEZ, IgU-
sia y EcumenismOy cit., p. 73s.
27 Después de la integración de Faith and Order en el Consejo Ecuménico de
las Iglesias, sus trabajos son llevados a cabo por la comisión de «Fe y Constitución».
Ha celebrado otras grandes Conferencias, en Lund (1952), Montreal (1963), Lo-
vaina (1971), Salamanca (1973), Accra (1974), Lima (1982) y Stavanger (1985).
Actualmente, la comisión está formada por 120 miembros que se reúnen tres o cua
tro veces al año y representan una gran variedad de perspectivas teológicas.
— Justicia, Paz y Creación: en ella están aseguradas buena
parte de las funciones del antiguo movimiento Life and Work.
— Participación y Servicio: aquí se encuentran las restantes
intenciones de Life and Work.
Se han celebrado las siguientes Asambleas generales:
1. Amsterdam (1948)
2. Evanston (1954)
3. Nueva Delhi (1961)
4. Upsala (1968)
5. Nairobi (1975)
6. Vancouver (1983)
7. Canberra (1991)
8. Harare, Zimbabwe (1998)
Hoy se pueden descubrir en el CEI considerables influencias
de la teología de la liberación, de la teología feminista y de otras
corrientes liberales.28 En la Asamblea general de Canberra, por
ejemplo, apareció una pastora protestante invocando al «Espí
ritu de los mares».29 Hay ambigüedades doctrinales y un riesgo
real de relativismo en la concepción de la Iglesia; se tiende, a
veces, a una interpretación meramente política-social del men
saje cristiano. En 1995, el Secretario General del CEI, Konrad
Raiser, propuso el abandono de un ecumenismo basado en
cuestiones teológicas. Afirmó que ya era hora de realizar un
«cambio de paradigma» en la labor ecuménica, de «olvidar las
luchas pasadas y de dedicar todas las energías a tratar de forma
conjunta las cuestiones sobre la vida y la supervivencia del pre
sente y el futuro a la luz del Evangelio de Cristo.»30 Raiser ad
36 Algunos de estos documentos son, por ejemplo. ¿Hacia una mismafe euca
ristica* Para una reconciliación de los ministerios; El ministerio episcopal; El espíritu
Santo; La Iglesia y los sacramentos; El ministerio de la comunión en la Iglesia univer
sal; Pour la conversión des EgUses.
37 Una documentación muy completa de los primeros cincuenta años de su
trabajo está publicada en Para la comunión de las Iglesias: la contribución del grupo
de Dombes (1937-1987).
38 Cfr. la Pane III, cap. 1 ,1 de este libro.
A partir de los umbrales del Concilio Vaticano II, los Papas
apoyaron la labor ecuménica cada vez con más claridad, pro
fundidad y urgencia. Disponemos hoy de un sinnúmero de do
cumentos y manifestaciones favorables al ecumenismo. Baste
destacar, a título de ejemplo, algunos acontecimientos.
En 1960, el Papa Juan XXIII (1958-63) creó el Secretariado
para la Promoción de la Unidad de bs Cristianos.39 Su objetivo con
sistió en «mostrar nuestro amor y nuestra benevolencia hacia los
que llevan el nombre de cristianos, pero se hallan separados de
esta Sede Apostólica, a fin de que puedan seguir los trabajos del
Concilio.»40 En efecto, durante los años de esta gran Asamblea
(1962-1965), más de un centenar de observadores oficiales de las
otras comunidades cristianas estuvieron permanentemente en
Roma. Tanto los orientales como los occidentales quedaron satis
fechos cuando escucharon las nuevas metas que proclamó la Igle
sia católica: «Promover la restauración de la unidad entre todos
los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el
sacrosanto Concilio Vaticano II.»41 Y las últimas palabras de Juan
XXIII, pronunciadas en su lecho de muerte, impresionan todavía
hoy a cristianos de todas las confesiones: «Ofrezco mi vida por la
Iglesia, por la continuación del Concilio Ecuménico, por la paz
en el mundo y por la unión de los cristianos... Mis días en este
mundo han llegado a su fin, pero Cristo vive y la Iglesia debe con
tinuar con su tarea. Ut unum sint, ut unum sint.»42
39 Cfr. JUAN XXIII, Motu proprio Superno Dei nutu (5-VII-1960). Este Se
cretariado tiene como precedente la Comisión Pontificia para favorecer la reconci
liación de los disidentes con la Iglesia, creada en 1895 por León XIII, que fue abo
lida en los tiempos de San Pío X. Ahora es el Consejo Pontificio para la Promoción
de la Unidad de los Cristianos.
40 Ibid
41 UR 1. Cfr. S C 1.
42 Juan Pablo II citó las últimas palabras de Juan XXIII el 8 de octubre de
1983. Cfr. JUAN PABLO II, Prayers and Devotions, ed. por P.C. J. van Lierde,
New York 1994, p. 213. El texto original está en OR (9-X-1983), pp. 1,5.
En el terreno doctrinal, el gran documento normativo para
los católicos es el Decreto sobre el Ecumenismo, Unitatis Re-
dintegratio (1964),43 que da un sí pleno a la búsqueda de la uni
dad de todos los cristianos: «Este sacrosanto Concilio advierte
con gozo que la participación de los fíeles católicos en la acción
ecuménica crece cada día, y la recomienda a los obispos de todo
el mundo, para que la promuevan con diligencia y la dirijan
prudentemente.»44
El Papa Juan Pablo II subrayó la centralidad de la labor ecu
ménica como «una de las prioridades pastorales» de su pontifi
cado»:45 «En los umbrales del tercer milenio de la era cristiana,
el compromiso ecuménico debe animarse con vigor renovado y
ardiente.»46 En la Encíclica Ut unum sint aclaró que la preocu
pación por la unidad no es una cuestión tangencial ni opcional
para los fieles católicos, sino que pertenece a la misma y propia
esencia de su vida cristiana.47
3. E l C o n s e j o P o n t i f i c i o pa r a l a P r o m o c i ó n
d e la U n id a d d e l o s C r is t ia n o s
I. Ecumenismo espiritual
1. L a S em ana d e o r a c ió n po r la u n id a d
2. E n c u e n t r o s in t e r n a c io n a l e s d e c r is t ia n o s
3. G est o s d e a m ista d y r e c o n o c im ie n t o
29 Además, el Papa dejó claro, con una gran sensibilidad política-social, que
los greco-católicos tienen el derecho de tener sus iglesias; pero no hace falta devol
verlas inmediatamente, sino poco a poco.
30 JUAN PABLO II, El diálogo entre cristianos no tiene marcha atrás, en «Ze
nit» (12-V-1999).
31 Cfr. «Aceprensa-Reportaje» 30 (1999/5), pp. 1-4.
a principios del Año Santo 2000, Juan Pablo II, el Patriarca or
todoxo Athanasios de Constantinopla y el arzobispo de Can
terbury, George Carey, presidente de la Comunión anglicana,
abrieron juntos la Puerta Santa de la Basílica romana de San
Pablo Extramuros. En el encuentro estaban presentes práctica
mente todas las Iglesias ortodoxas; y el mundo protestante se
hallaba ampliamente representado por los anglicanos, la Fede
ración Luterana Mundial y muchas otras comunidades.
En definitiva, ha surgido un nuevo modelo de diálogo ecu
ménico, hecho no sólo de palabras, sino sobre todo de gestos
fraternos.
Una vez tomada mayor conciencia del fondo común que les
une, los cristianos quieren, mediante el ejercicio del ecume
nismo, manifestar su unidad, inacabada pero real.32 Desean ha
cerjuntos la voluntad de Dios.
1. I n f l u i r ju n t o s e n e l m u n d o a c t u a l
32 Cfr. UR 5.
nión pública, por ejemplo a través de los medios de comunica
ción social (prensa, radio, televisión, internet). Pueden colabo
rar también en la defensa y promoción de la dignidad de la per
sona y de los derechos fundamentales. Así, en enero de 1999,
algunos representantes de asociaciones católicas y protestantes
se manifestaron en Francia juntos contra el «Pacto Civil de So
lidaridad» y las uniones de hecho.33
Los cristianos están llamados a influir también en las investi
gaciones científicas y a emprender la búsqueda de soluciones a
los nuevos problemas que se plantean al pensamiento humano.
Pueden colaborar en el desarrollo de las artes liberales —pin
tura, escultura, música, arquitectura— y de los caminos que
ellas siguen, como también en proyectos sociales o cuestiones
de ética aplicada. La Pontificia Academia de las Ciencias,34 la
Pontificia Academia de Ciencias Sociales35 y la Pontificia Acade
mia para la Vida?6 agrupan a investigadores pertenecientes a di
versas confesiones.37 Su objeto consiste en llevar a las institu
ciones e impregnar las costumbres con las orientaciones
espirituales del Evangelio, tanto en la vida pública como en la
privada, tanto en la familia como en el vasto campo del trabajo
y del descanso.
En Padua nació, por ejmplo, un «Fórum de cristianos com
prometidos en el mundo del espectáculo» que busca contribuir
a la formación cristiana de los profesionales del circo y de los
parques de atracciones. La institución tiene por objetivo favo
2. R e a l iz a r ju n t o s o b r a s d e c a r id a d
45 NA 2.
46 Si el ser humano busca a Dios, «todas las religiones dan testimonio de esta
búsqueda esencial de los hombres. (Hch 17,27).» CCE 2566.
47 «En las religiones se expresa algo del ser del hombre, que no puede ser igno
rado ni eliminado sin daño para el mismo hombre: su apertura natural a Dios.»
LXX ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ES
PAÑOLA, Dios es Amor, cit., n. 23.
48 J. M. MEJÍA, To be together to pray, en OR (13-X-1986), p. 8.
Del 24 al 29 de octubre de 1999, los líderes religiosos cele
braron un segundo gran encuentro en Roma, en el que partici
paron doscientos representantes de diferentes religiones (cris
tianos, judíos, musulmanes, budistas y otras), para promover
los valores del Evangelio y los valores humanos.49
El tercer encuentro fue celebrado el 24 de enero de 2002.
Entonces, las grandes Iglesias cristianas, junto con representan
tes de otras religiones de todo el mundo, publicaron El Decá
logo para la paz en el que todos juntos afirmaron que no se
puede matar en nombre de ninguna religión: «¡Nunca más vio
lencia! ¡Nunca más guerra! ¡Nunca más terrorismo! En el nom
bre de Dios, toda religión difunda en la tierra justicia y paz,
perdón y vida, amor.»50
Signos de esperanza
63 JUAN PABLO II, Homilía en la Catedral de Ereván, « Ved: qué dulzura, qué
delicia convivir los hermanos unidos (Sal 133,1)», 26 de septiembre de 2001.
64 JUAN PABLO II, Discurso en Sofía durante su encuentro con el Patriarca
Maxim y el Santo Sínodo, 24 de mayo de 2002.
65 Cfr. ibid.
66 Sin embargo, la propia Iglesia ortodoxa tiene numerosas diócesis para sus
fieles que viven fuera del territorio tradicional, en regiones de mayoría católica.
Cfr. D. CONTRERAS, Nueva crisis en las relaciones entre católicosy ortodoxos rusos,
en «Aceprensa-Panorama» 33 (2002/2), pp. ls.
Teoctist retribuyó la visita que Juan Pablo II le había hecho, en
1999. El Papa quiso que el primer saludo a su huésped tuviera
lugar en el contexto multitudinario y caluroso de la audiencia a
los participantes en la canonización de San Josemaría Escrivá
de Balaguer, y recordó al Patriarca que, desde el histórico en
cuentro entre Pablo VI y Atenágoras I, «nuestra comunión, y
pienso que puedo decir nuestra amistad, ha aumentado gracias
a un recíproco intercambio de visitas y de mensajes.»67 El Papa
añadió con realismo que «no podemos negar algunas dificulta
des surgidas a lo largo del camino común... La paz de la Iglesia
es un bien tan grande, que cada uno debe estar dispuesto a rea
lizar sacrificios para lograrla.» Y continuó con unas palabras
muy claras: «La Iglesia católica reconoce la misión que las Igle
sias ortodoxas están llamadas a cumplir en los países donde es
tán enraizadas desde hace siglos», y como prueba de ese reco
nocimiento afirmó que «la Iglesia católica ha intentado siempre
sostener y ayudar a la misión de las Iglesias ortodoxas en sus
países de origen, así como la actividad pastoral de las muchas
comunidades que viven en la diáspora junto a las comunidades
católicas.»68
Por su parte, el patriarca Teoctist observó que desde la caída
del ateísmo totalitario «una de las preocupaciones principales
de nuestra Iglesia es volver a descubrir y poner en práctica la
misión cristiana en la sociedad actual,» especialmente frente a
la indiferencia religiosa y el «surgir de valores que no son ta
les.» Y subrayó que esa misión no atañe sólo «a una sola Iglesia
cristiana, sino a todos los cristianos por igual... Si las Iglesias,
en más de una ocasión, han sido capaces de aunar sus esfuer
zos para sobrevivir al período comunista, hoy en día la unidad
en el testimonio del Evangelio de Cristo se hace todavía más
necesaria.»69
2. D iá lo g o s e n t r e lo s c a t ó lic o s
Y LOS CRISTIANOS ANGLICANOS
70 Ibid.
71 D. CONTRERAS, Visita oficial del Patriarca ortodoxo rumano Teoctist a
Roma, en «Aceprensa-Panorama» 33 (2002/10), p. 1.
que, contrariamente a la ruptura con los cristianos luteranos y
reformados del continente, entre Roma y la Iglesia inglesa no
mediaba ninguna dificultad doctrinal, ya que, en gran medida,
la división del siglo XVI había sido provocada por un conflicto
político.
Esperanzas posconciliares
Comisiones internacionales
74 Muy notables han sido, en cambio, las declaraciones de siete Iglesias orien
tales autocéfalas que parecen reconocer la validez de las ordenaciones anglicanas:
Constantinopla (1922), Jerusalén (1923), Chipre (1923), Alejandría (1930), Ru
mania (1936) y Grecia (1939). No obstante, en la actualidad la intercomunión en
tre las comunidades orientales y anglicanas no es una práctica normal.
que no quedaba claro que se hubiese llegado a un verdadero
consenso acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía,
la naturaleza del sacerdocio ministerial y la estructura de la Igle
sia. Pero había esperanzas para considerar que se llegaría a un
acuerdo.75
El sacerdociofemenino
78 Ibid., p. 107.
79 Cfr. ibid., pp. 109-111.
80 Los trabajos más recientes sobre la Reforma en Inglaterra muestran que la
ruptura con la Iglesia católica, en el siglo XVI, fue mucho más profunda que lo que
creían los defensores de la via media Cfr. E. DUFFY, The Stripping of the Altars:
Traditional Religion in England, New Haven-Londres 1992.
Nuevos acercamientos
3. D iá lo g o s e n t r e lo s c a t ó lic o s y lo s c r ist ia n o s
LUTERANOS Y REFORMADOS
Lucesy sombras
9 Para los luteranos, el mayor progreso ecuménico del estudio sobre las conde
nas del siglo XVI consiste en el hecho de que los católicos, a partir de ese momento,
consideraron la justificación también como el tema central de la doctrina. Cfr.
Lehrverurteilungen. Ojfizielle evangelische Stellungnahmen, en «Herder Korrespon-
denz» 45 (1991/12), p. 552.
10 Fue editado en español, con un prefacio informativo, hecho por los dos co-
presidentes de aquella Comisión mixta, los obispos P.-W. Scheele v J. R. Crumley
jr. COM ISIÓN MIXTA CATÓLICO ROMANA/ EVANGELICO LUTE
RANA, Iglesia y justificación, ed. por A. GONZÁLEZ M ONTES, Salamanca
1996.
11 COMISIÓN MIXTA CATOLICO-LUTERANA, Iglesia y justificación. La
concepción de la Iglesia a la luz de la justificación, Salamanca 1996, n.108, 61 s.
embargo, según explica Pedro Rodríguez, se da un paso ade
lante hacia una concepción común de la justificación, acla
rando cómo se relacionan la Iglesia y el Evangelio en el aconte
cimiento de la salvación.12 La cuestión es: ¿recibo la gracia, en
primer lugar, a través de la Iglesia o a través del Evangelio?
¿Cuál de las dos realidades es superior a la otra, la Iglesia o el
Evangelio? Según una fórmula de Lutero, la Iglesia es «creatura
evangelii»13, subordinada a éste. ¿Lo puede un católico admitir?
Rodríguez explica que en este contexto no se puede interpre
tar Evangelio como sinónimo de predicación, en cuanto distinta
e incluso contrapuesta al sacramento: «Esta lectura, que podría
mos llamar “intelectualista”, del término “Evangeliuni', es la que
gravita en ciertas formulaciones típicas —y tópicas— de la “tra
dición cultural”: las Iglesias evangélicas serían “iglesias de la pa
labra” y sus ministros predicadores; la Iglesia Romana sería “igle
sia de los sacramentos” y sus ministros, hombres del altar. La
doctrina de la Iglesia, “creatura evangelii” sería, en consecuen
cia, típicamente luterana, y no dejaría lugar al sacramento en la
comprensión del permanente originarse de la Iglesia.»14
Estas posturas han sido ya superadas, en el ámbito teológico
de ambas confesiones. El concepto Evangelio se entiende, en la
expresión de Lutero, en un sentido mucho más amplio que pre
dicación: la predicación no es el Evangelio, sino su proclama
ción por la palabra. El Evangelio es, en definitiva, la potencia o
fuerza de Dios que nos salva en Cristo por la fe. «Es la “dyna-
mis” de que habla San Pablo, “dynamis” que también se comu
nica en el bautismo, en el sacramento... Más sintéticamente
aún, “Evangeliurn es el acontecimiento mismo de Cristo. Es el
LOGROS Y DESAFÍOS
Capítulo I
PRIMADO Y AUTORIDAD
2 Cfr. Le 22,32.
3 Se pueden nombrar, por ejemplo, el conciliarismo, el absolutismo de Estado,
el galicanismo y el josefinismo.
a la perenne estructura de la Iglesia por voluntad de Cristo, ma
nifestada en el Nuevo Testamento.4 Su finalidad es la unidad en
la fe de todos los creyentes.
El Concilio Vaticano II buscó revivir las creencias y actitu
des de la Iglesia primitiva tratando de armonizarlas con las del
Vaticano I. Lo hizo introduciendo dos elementos importantes:
por una parte, la necesidad de situar el Primado papal dentro y
no frente al Colegio episcopal, y por otra, la necesidad de consi
derar el Primado romano como garante de las legítimas y diver
sas tradiciones de todas las Iglesias locales.5
Aunque no se puede aplicar el modelo democrático a la Igle
sia, tampoco se debe ver de un modo unilateral y exagerado el
modelo jerárquico. El Vaticano II recuerda que Pedro era «uno
de los Doce».6 La relación entre la función primacial del Papa y
la de los otros obispos ha de estar en una esencial y originaria
armonía. El Obispo de Roma pertenece a su colegio y ellos son
sus hermanos en el ministerio. A todos los obispos está con
fiado el cuidado de todas las Iglesias en cuanto son miembros
del Colegio episcopal. Esta dimensión universal del Episcopado
es inseparable de la dimensión particular relativa a los oficios
que han sido confiados a los obispos. En el caso del Obispo de
Roma, el cuidado universal adquiere una fuerza particular, por
que va acompañado de la suprema potestad de la Iglesia: una
potestad realmente episcopal, plena y universal y además inme
diata sobre todos los fieles. Es decir, el ministerio del sucesor de
4 Para recordar los aspectos esenciales de la doctrina católica acerca del pri
mado papal, conviene tener en cuenta las consideraciones de la Congregación para
la Doctrina de la Fe en relación con las Actas del Simposio sobre el Primado de Pedro
en el misterio de la Iglesia* desarrollado en Roma, del 2-4 de diciembre de 1996.
5 «Dentro de la comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particula
res con sus propias tradiciones, sin quitar nada al primado de la Sede de Pedro.
Ésta preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias legítimas y al
mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la
unidad, sino que más bien la favorezcan.» LG 13.
6 Cfr. UR2.
Pedro no es un servicio que alcance solamente a toda Iglesia
particular desde fuera, sino que está inscrito en el corazón de
cada Iglesia particular, y por esto mismo, lleva en sí la apertura
al ministerio de la unidad.
Después del Concilio se ha tratado de iluminar el hondo sig
nificado de estas enseñanzas a través de una «eclesiología de co
munión».7 Este enfoque ha ganado reconocimiento, y hoy la
realidad de una auténtica comunión es considerada como meta
común del movimiento ecuménico.
8 Cfr. LG 18-24.
mera suma de Iglesias particulares. Las Iglesias particulares y la
Iglesia universal están íntimamente unidas. Comparten la
misma existencia. Viven unas en la otra. La Iglesia no se ase
meja a una federación de varios Estados ni tampoco a un Es
tado gobernado centralmente. Su estructura constitucional es
única; ninguna ciencia social puede explicarla. Su unidad es fi
nalmente un misterio. Se constituye según la imagen de la Tri
nidad: un Dios en tres Personas.9
1. U N A DIFERENCIA ON TO LÒGICA
2 . LA AUTORIDAD CO M O SERVICIO
12 Cfr. L G 10.
13 Le 10,16.
14 Cfr. Me 10,44s.
15 2 G>4,5. Cfr. Me 10,45.
16 Cfr. Jn 10,11.
17 Mt 23,1-4.
18 SANTO TOMÁS DE AQU1NO, Summa theologiaell-ll, q.185 a.l ad 1.
En una reflexión profunda, Juan Pablo II une el servicio pa
pal a la solicitud por la unidad de los cristianos: «El Señor Jesús
confirió a Pedro tareas pastorales, que consisten en mantener la
unidad de la grey. En el ministerio petrino está también el mi
nisterio de la unidad, que se desarrolla en particular en el
campo ecuménico... Es significativo que Cristo haya pronun
ciado estas palabras cuando el apóstol iba a renegar de Él. Era
como si el Maestro mismo hubiese querido decirle: “Acuérdate
de que eres débil, de que también tú tienes necesidad de una
incesante conversión. Podrás confirmar a los otros en la medida
en que tengas conciencia de tu debilidad. Te doy como tarea la
verdad, la gran verdad de Dios, destinada a la salvación del
hombre; pero esta verdad no puede ser predicada y realizada de
ningún otro modo que amando.”»19
3. La o b e d ie n c ia c o m o a pertu ra a D io s
V. La labor ecuménica
21 Rm 8,21.
22 ¿^4,11-14.
23 Cfr. Parte III, cap. 2, IV, 1 de este libro.
desarrollado, a lo largo de la historia, doctrinas variadas sobre
la autoridad que se relacionan, en general, con los tres títulos
de Jesús: profeta, rey, sacerdote. Los ministerios cristianos giran,
por tanto, en torno a la palabra (ministeriosproféticos), a la aten
ción de los fieles (ministeriospastorales) y al culto divino (minis
terio sacerdotal).24 En este terreno, se puede encontrar cierta
conformidad en la organización exterior de la vida cristiana en
las diversas comunidades. ¿Pero se puede afirmar que la autori
dad que el mismo Jesús reclama para sí, se transmita a los após
toles y a sus sucesores? ¿Se puede admitir que éstos, en medio
de la comunidad, gozan de una potestad específica, «derivada»
de la el Señor? ¿Y se puede proclamar que hay una instancia úl
tima, el Papado, que goza de una asistencia especial del Espí
ritu Santo cuando habla solemnemente sobre la doctrina y la
moral? La Iglesia católica responde afirmativamente a estos in
terrogantes, pero rechaza a la vez, de modo explícito, el modelo
de las estructuras mundanas de los poderosos de la tierra.25 No
interpreta la responsabilidad del «pastor universal» a través de
filtros políticos o jurídicos, sino a través del encargo de Cristo a
Pedro: «Confirma a tus hermanos.»26
28 UUS 88.
29 í/í/595.
30 W. KASPER, Ein Herr, ein Glaube, eine Taufe, ökumenische Perspektivenfür
die Zukunft, en «Stimmen der Zeit» (2000/2), p. 85.
31 JUAN PABLO II, Invitación a reflexionar sobre el ministerio petrini, en «Va
dean Information Service» (26-11-2000). Cfr. IDEM, Homilía en la Catedral de
Ereván, « Ved: qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos (Sal 133,1)», 26
de septiembre de 2001.
Entonces, ¿hasta qué punto puede ser admitido el Primado
papal por nuestros hermanos separados?
2. D iá lo g o s c o n o tr a s I glesia s c r istia n a s
34 Le 10,1.
35 JUAN PABLO II, Homilía por la solemnidad de San Pedro y San Pablo, en
OR (5-VII-1995), pp. 6-7. Con esto, conviene tener en cuenta que, entre los diri
gentes de las diversas Iglesias ortodoxas, el Patriarca de Constantinopla ostenta la
primacía entre iguales. Política y teológicamente, su situación difiere bastante de la
del Papa. El gobierno turco, que exige su condición de ciudadano turco nacido en
el país, también reclama un papel en la selección del Patriarca de Constantinopla,
y muchas veces ha interferido en ella, no mediante el veto a una elección, sino ex
presando su descontento con determinados candidatos antes de que empiece la vo
tación. En cuanto a su papel eclesiástico, las tradiciones de gobierno de la Ortodo
xia dictan que el Patriarca sólo puede actuar con el consenso de su sínodo y la
aquiescencia, cuando menos tácita, de los cabezas de otras Iglesias ortodoxas que
se gobiernan a sí mismas. Por lo tanto, el campo de acción del Patriarca es mucho
más limitado que el del Papa, a causa de la situación peculiar del Patriarcado de
Constantinopla y de las propias tradiciones de autoridad de la Ortodoxia.
lenio. Los católicos no pueden ignorar el Concilio Vaticano I
con su definición del Primado papal de jurisdicción, que forma
parte de su patrimonio irrenunciable. Además, el Concilio de
1870 no pretendió innovar, sino expresar, con una terminolo
gía propia, un aspecto de la fe que en el primer milenio ya se
vivía de un modo implícito.
Con respecto a los anglicanos, merece destacarse el Informe
Final de la Comisión católico-anglicana titulado La autoridad de
la Iglesia (ARCIC I, 1981) y, sobre todo, el documento El don
de la autoridad (ARCIC II, 1999),36 en el que se acepta la nece
sidad de una primacía universal ejercida por el obispo de Roma
como un signo y salvaguarda de la unidad de una Iglesia reu
nida. El Papa tendría que ejercer su ministerio en asociación
colegiada con otros obispos.
En muchas comunidades anglicanas, no hay dificultad en
aceptar una primacía espiritual del Papa, bajo la fórmula de
«Primado de Amor y Unidad» o como «Primado de Servicio».
De hecho, los Papas —siguiendo a San León Magno— tradi
cionalmente se han entendido a sí mismos como «siervo de los
siervos de Dios», de manera que el oficio del Obispo de Roma
es «ser el primero entre los servidores de la unidad» y «asegurar
la comunión de todas las Iglesias.»37
Con respecto a los luteranos y reformados, conviene recordar
que la separación es más profunda. No se refiere solamente a la
aceptación del Primado del Papa, sino a la comprensión de los
ministerios en la Iglesia, la distinción entre sacerdocio común y
ministerial y a la sucesión apostólica de los obispos. Merecen
destacarse, lentre otros textos, el denominado El Evangelio y la
Iglesia (Relación de Malta, 1972), producto del diálogo interna
cional católico-luterano, y El Primado del Papa. Puntos de con-
1. E n t r e e l r e c h a z o y e l a p r e c io
2 Cfr. DE 144.
a que aspiran los cristianos. Realmente, la diferencia de confe
sión puede tener un efecto fructífero para la fe de los esposos.
Si ambos aportan su propia herencia espiritual al matrimonio y
a la familia, aprenden el uno del otro y profundizan y enrique
cen así su vida común.3 Posibilitan asimismo el encuentro ecu
ménico entre miembros de las dos familias y de los pastores de
ambas comunidades cristianas. Por estas razones, el Consejo
Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos habla
de estos matrimonios con especial aprecio.4
2. La p u e s t a a l d ía d e l a s n o r m a s c a n ó n ic a s
3 Cfr. DE 145.
4 Cfr. DE 145.
5 Cfr. el Motu proprio Matrimonia mixta (31 -III-1970).
6 Cfr. C IC 1124-1129. Algunas disposiciones recibieron, en parte, una nueva
redacción.
miso de la autoridad eclesiástica competente.7 El contrayente
católico necesita una «licencia expresa»,8 que se le concede si
hay una causa justa y razonable. Este permiso presupone que el
contrayente esté dispuesto a vivir en su matrimonio como cris
tiano católico, a dar testimonio de su fe y a poner todos los me
dios a su alcance para bautizar y educar a sus hijos en la fe cató
lica.9 Como la educación es asunto de los dos padres y ninguno
de los esposos puede ser inducido a actuar contra su concien
cia, el deber del cónyuge católico consiste en hacer «lo posible»
en la situación concreta según su mejor saber y entender.
Hoy no se exige al otro cónyuge ninguna promesa escrita ni
oral. Pero el contrayente no católico debe ser informado de la
responsabilidad de la persona católica.
l. Ac er c a d e la sa c r a m e n t a l id a d
2. A c e r c a d e la in d is o l u b il id a d
21 Mt 19,3.
22 Mt 5,32.
23 Cfr. C. de FRANCISCO VEGA, Los matrimonios mixtos. Cristianos separa
dosy unidos en matrimonio, cit., p. 214.
24 Lutero y Calvino sostienen que el divorcio está permitido en caso de adulte
rio (Mt 5,32 y 19,9), así como en caso de abandono del hogar (1 Co 7,15); Me-
lanchthon añade los malos tratos. El Concilio de Trento trata de este tema en los
cánones 5 y 7 del sacramento del matrimonio. Cfr. Conciliorum Oecumenicorum
Decreta, Bolonia 1973, 754-755.
sarse de nuevo. Prácticamente todas las Iglesias protestantes
aceptan el matrimonio de divorciados que, además, está abierto
a todo tipo de personas: ninguna comunidad se opone a que el
nuevo matrimonio lo integren miembros divorciados de otras
Iglesias, sean ortodoxos o católicos.
Un caso particular constituye la Iglesia anglicana. Permite el
divorcio desde siempre, ya que fue justamente el motivo de la
separación entre Inglaterra y Roma. El problema se plantea
hoy, cuando el divorciado contrae un nuevo matrimonio. En
este caso, las posturas están divididas: hay comunidades en las
que se oficia la misma ceremonia que si se tratara del primer
matrimonio; en otras comunidades se tiene un servicio especí
fico que consiste en una petición de perdón por el pecado co
metido y una bendición para la nueva unión; y no faltan las co
munidades que se niegan a celebrar estos matrimonios. En el
fondo están latentes las distintas corrientes en el seno del angli-
canismo.25
En general, las distintas Iglesias no católicas dan una interpre
tación amplia a algunos pasajes evangélicos, en los que funda
mentan la tolerancia frente al divorcio. Parecen querer buscar en
la Sagrada Escritura una justificación de la ruptura de una unión
que, por graves razones, «ya no existe», sin tener en cuenta la
nueva ley que Cristo estableció perfeccionando las antiguas cos
tumbres y devolviendo al matrimonio su sentido original.
1. LA FORMA CANÓNICA
1. U N A PASTORAL CO M Ú N
2. L a e d u c a c ió n d e l o s h ijo s
36 Cfr. UR 3.
37 DE 148.
38 Cfr. DE 149.
39 En el próximo capítulo hablamos de la Eucaristía en perspectiva ecuménica.
de los esfuerzos, los hijos no son bautizados en la Iglesia cató
lica, el cónyuge católico no cae bajo la censura del derecho ca
nónico, como ocurría en el pasado. Sin embargo, no cesa su
responsabilidad en la educación cristiana. Esta responsabilidad
puede exigirle, por ejemplo, que juegue un papel activo en crear
un ambiente cristiano en el hogar; que haga todo lo posible con
su ejemplo y su palabra para ayudar a los demás miembros de
la familia a apreciar los valores específicos de la tradición cató
lica; que tome todas las disposiciones necesarias para que, es
tando bien informado de su propia fe, pueda ser capaz de expo
nerla y dialogar sobre ella con los demás; que rece con su
familia para pedir la gracia de la unidad de los cristianos.40
En general se puede decir que el cónyuge de la otra confe
sión, en la que los hijos no han sido bautizados, puede transmi
tir lo común de la fe cristiana, la práctica de la caridad y, sobre
todo, puede unirse en la oración con todos los miembros de la
familia.
Sin embargo, no debe haber —ni es posible— una educa
ción que esté «por encima de las confesiones», ajena a cualquier
práctica concreta de la fe cristiana. Un niño tiene que familiarse
primero con la confesión en la que ha sido bautizado. Sólo
quien conoce la propia posición puede comprender y aceptar a
otra.
La actitud ecuménica es ajena a todo relativismo e indiferen
tismo; es apertura hacia el otro. Los hijos que crecen en fami
lias interconfesionales y toman en serio su fe cristiana, podrán
contribuir algún día con especial eficacia a la labor ecuménica.
En este sentido, los matrimonios interconfesionales pueden ser
puentes para unir las diferentes comunidades cristianas. Son
«Iglesias domésticas» en las que la meta del ecumenismo se pre
senta particularmente cercana y experimentable.
40 Cfr.£>£151.
Capítulo III
LA EUCARISTÍA
1 UR 22.
2 Cfr. 1 Co 10,17. Con esto, hay que tener claro que la Eucaristía es a la vez
«banquete pascual» y «sacrificio sacramental»: es el memorial o la re-presentación
del único sacrificio de Cristo. Cfr. CCE 1356-1390.
3 OL 19. Cfr. UR 4.
La Iglesia católica considera una triple fuente de unidad: el Es
píritu Santo, que mueve a los fieles desde dentro hacia Cristo; el
Papa, que les orienta desde fuera hacia Él; y la Eucaristía que es el
mismo encuentro amoroso entre Dios y el hombre;4 es —según
San Pío X— «símbolo, raíz y principio de la unidad católica.»5
4 Cfr. UR2.
5 SAN PÍO X, Const. Tradita ab antiquis, en AAS 4 (1912), p. 615.
6 LG 26. Un elenco de los textos eucarísticos del Concilio Vaticano II ha sido
presentado por J. SOLANO, La Eucaristía, Madrid 1969, pp. 37-98.
7 Cfr. PABLO VI, Ene. Mysteriumfidei (1965). UR 2. AG 39.
8 Cfr. H. DE LUBAC, Meditation sur VEglise, Paris 1968, p. 101.
9 P. RODRÍGUEZ, Iglesia y EcumenismOy cit., p. 304. Cfr. LG7 y 9.
La Iglesia tiene raíz eucarística. Se puede afirmar asimismo
que sin la Iglesia no hay Eucaristía.10 Cristo dejó el sacramento
a su Iglesia, y es ella, por tanto, quien lo confecciona y lo admi
nistra. En otras palabras, la Iglesia determina la validez y la lici
tud de la celebración eucarística.
Acerca de este tema crucial, se pueden destacar dos hechos
importantes:
1. Sólo un ministro ordenado puede celebrar la Eucaristía.
El Cuerpo de Cristo no está en el Altar como fruto de una ini
ciativa espontánea y privada de algunos hombres que quieren
ser «una sola cosa», sino que es el efecto del ejercicio de un po
der ministerial conferido por Cristo.
2. Sólo una persona debidamente dispuesta puede recibir la
comunión. San Justino lo afirma claramente: «Este alimento es
llamado por nosotros Eucaristía, de la que a nadie es lícito par
ticipar, sino al que cree ser verdaderas nuestras doctrinas, y se
ha lavado en el baño de la remisión de los pecados, y la regene
ración, y vive conforme a lo que Cristo enseñó.»11
El requisito más radical para poder comulgar es el Bautismo.
Según Santo Tomás de Aquino, «todo cristiano, por el hecho de
estar bautizado, tiene el derecho de ser admitido a la mesa del
Señor.12 Sin embargo, se puede perder la gracia del Bautismo
por el pecado. Por esto, la Iglesia católica ha establecido unas
normas exteriores para custodiar el sacramento de la Eucaristía:
quien comulga debe estar en comunión con la fe de la Iglesia y
frecuentar el sacramento de la penitencia, según las normas es
tablecidas.
III. La intercomunión
23 Cfr. Informe oficial: The Third World Conference on Faith and Order held at
Lund, 1953, p. 55; en G. THILS, El decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vati
cano //, cit., p. 137.
Sienten de una manera profunda y permanente la presencia del
Espíritu Santo que les une en una comunidad auténtica, el pue
blo de Dios. Mediante ello adquirimos una nueva y maravillosa
unidad que exige ser sellada por el único pan y el único vino re
cibidos como el Cuerpo y la Sangre de Cristo.»24 Estas palabras
nos muestran con claridad cuán dolorosa es la situación. Simul
táneamente, han producido una cierta confusión, pues han ser
vido de impulso para que, en muchas parroquias, la intercomu-
nión sea aceptada cada vez con más frecuencia.
En no pocos ambientes, la proyección de un cierto oscureci
miento de la verdadera relación entre la Iglesia y la Eucaristía
ha conducido lamentablemente a algunas «experiencias de in-
tercomunión» que se encuentran al margen de la doctrina y de
la autoridad de la Iglesia católica.
2. L a a c t it u d d e la Ig lesia c a t ó lic a
24 Cfr. Vtrbum Caro, 1962, pp. 145s.; cit. en G. THILS, El decreto sobre el ecu
menismo del Concilio Vaticano II, cit., pp. 137s.
25 OE 26.
Si se considera la Eucaristía como expresión y signo de la
unidad ya existente, no se puede permitir la intercomunión.26
Sin embargo, es posible mirar este gran sacramento también
desde otra perspectiva: es un alimento necesario para los cristia
nos, una participación real en la gracia que Cristo nos ganó en
la Cruz. La necesidad o el deseo de recibir la gracia pueden en
ciertas ocasiones hacer legítima e incluso recomendable la co
munión en otra Iglesia.27
Se presentan así algunas excepciones de la prohibición de re
cibir los sacramentos en otra Iglesia que no sea la católica, o de
administrar los sacramentos de la Iglesia católica a personas no
católicas; se refieren a determinados casos admitidos por la au
toridad episcopal. Las excepciones se justifican teológicamente
no desde la significación de la unidad (que todavía no existe en
plenitud), sino desde la urgente necesidad de la gracia, según el
principio tradicional: «Los sacramentos son para los hombres.»
Podemos distinguir, también en este tema, entre las relacio
nes de la Iglesia católica con la Ortodoxia, por un lado, y con
las Iglesias protestantes, por el otro.28
3. R ela c io n e s e n t r e c a t ó lic o s y o r t o d o x o s
30 Cfr. DEX22.
31 Cfr. UR15.
32 Cfr. OE27. 0/0844,2-3. 000671,1-2. £>£125.
33 Cfr. Unitatis redintegratio, n.3.
34 Cfr. R.G. STEPHANOPOULOS, Implications for the Ecumenical Move-
ment, en «Ecumenical Review» 44 (1992), p. 19.
35 G A. GALITIS, Le problème de Vintercommunion sacramentelle avec les non-
Orthodoxes dun point de vue Orthodoxe, en «Istina» 14 (1969), p. 206.
36 Cfr. £>£123.
confesión y los ayunos son condiciones previas para la comu
nión.37 Si los fieles desean comulgar durante la Divina Litur
gia se acercan al ministro con los brazos cruzados sobre el pe
cho, dicen su nombre de bautismo y una breve confesión de fe
contenida en una fórmula prescrita: «Comulga el siervo (la
sierva) de Dios... (nombre) con el precioso y santo Cuerpo y
Sangre de nuestro Señor y Dios Jesucristo para obtener el per
dón de sus pecados y la vida eterna.»38 Entonces reciben la co
munión bajo las dos especies.
En varias comunidades ortodoxas, los fieles comulgan sólo
algunas veces al año y únicamente en las grandes fiestas. Nos
podemos imaginar que, si unos visitantes católicos piden «es
pontáneamente» recibir la Eucaristía en una celebración litúr
gica, pueden producir escándalo. Por eso es importante hablar
antes con el ministro sagrado y —si los admite— él puede dar
unas explicaciones a los fieles ortodoxos.
5. Un e c u m e n is m o f u n d a d o e n la v e r d a d
43 Cfr. £ « 4 .
UNA REFLEXIÓN FINAL
4 Cfr. G S 10.
mirada puesta en la meta: «No se trata de una perspectiva utó
pica: su realización puede y debe llevarla a cabo cada persona,
día a día, siglo tras siglo, cualquiera que sea la duración de la
historia y la variedad de sus vicisitudes.»5
La unidad, cuando exista algún día, será obra de Dios, «un
don que viene de lo alto.»6 Es preciso no olvidar nunca que el
verdadero protagonista del movimiento ecuménico es el Espí
ritu Santo, «a quien corresponderá decidir en qué momento el
proceso de unidad estará suficientemente maduro.»7 Es aconse
jable, por tanto, que una persona que quiere trabajar para la uni
dad de los cristianos, tome a la Virgen María como maestra y
compañera en el camino: su docilidad al Espíritu puede consi
derarse el «núcleo íntimo» de una auténtica actitud ecuménica.8
Las debilidades y los defectos humanos no pueden destruir
el plan de Dios para el mundo y la humanidad. Si sabemos va
lorar los acontecimientos y aprender de ellos, podemos mirar al
futuro con un cierto optimismo. Él que ha iniciado la obra
buena, la llevará a su cumplimiento.9
I. C o n c il io V a t ic a n o II
II. J u a n Pa b l o II
III. C o n g r e g a c ió n pa ra la D o c t r in a d e la Fe
B. Otros Autores
I. O bras g e n e r a le s
II. I g l e s i a s o r ie n t a l e s
Monografías
CONOCERSE Y COMPRENDERSE
La preocupación por la unidad de los cristianos pertenece al
corazón mismo de la Iglesia. No es un capricho de unos teólo
gos modernos, responde a la oración de Cristo al Padre: «que
todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti» (Jn 17,21).
Este afán ha existido siem pre en la Iglesia, aunque desde el
Concilio Vaticano II se ha hecho sentir m ás claramente su ur
gente necesidad. Al comienzo del tercer milenio de la era cris
tiana -afirm a Juan Pablo II- «el compromiso ecuménico de
be anim arse con vigor renovado y ardiente».
Este libro quiere ser una modesta contribución que ayude a
conocer y comprender mejor a nuestros hermanos en la fe.
----------------------------- # -----------------------------------
9 788432 134562