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Esto hace que, para concebir cualquier sistema de influencias educativas, se haga
requisito ineludible establecer una caracterización general de la etapa del desarrollo
que en el caso de la que va desde el nacimiento hasta los 6 años ha recibido
numerosas denominaciones: primera infancia, edad inicial o temprana, edad infantil,
por sólo nombrar algunas.
Es por ello que dedicar un tiempo a señalar aunque sea de manera sucinta las
particularidades más generales del desarrollo de los niños de 0 a 6 años y sin pretender
hacer su análisis pormenorizado, es condición básica para iniciar cualquier texto que
trate sobre la formación de un educador para el trabajo educativo en estas edades.
La primera infancia, considerada como aquella etapa del desarrollo que abarca
desde el nacimiento hasta los 6 ó 7 años, y que en la mayor parte de los sistemas
educacionales coincide en términos generales con el ingreso a la escuela, es
considerada por muchos como el período más significativo en la formación del
individuo, pues en la misma se estructuran las bases fundamentales de las
particularidades físicas y formaciones psicológicas de la personalidad, que en las
sucesivas etapas del desarrollo se consolidarán y perfeccionarán.
Esto se debe a múltiples factores, siendo uno de los más significativos el hecho de que
en este periodo de la vida las estructuras biológicas, fisiológicas y psicológicas están en
pleno proceso de formación y maduración, lo que hace particularmente significativa a
la estimulación que se pueda ejercer sobre dichas estructuras, y por lo tanto, de las
cualidades, procesos y funciones físicas y psíquicas que dependen de las mismas. Es
quizás el momento de la vida del ser humano en el cual la estimulación, la educación,
es capaz de producir la acción más determinante sobre el desarrollo, precisamente
por actuar sobre formaciones que están en franca fase de maduración y desarrollo.
Es conocido que la infancia del ser humano transcurre en una serie de etapas
cualitativamente diferentes, que permite caracterizar las particularidades de cada
una de ellas, establecer sus principios fundamentales y determinar sus actividades
directrices. Este proceso por supuesto, no es regular, y durante el transcurso del
desarrollo se dan períodos de relativa estabilidad en que los logros y adquisiciones son
poco perceptibles y relevantes, y otros en que se dan cambios espectaculares en un
breve espacio de tiempo, y que transforman totalmente la actividad del organismo y
le confieren una cualidad cualitativamente superior.
Este rápido e intenso desarrollo no es igual en todos los niños, dándose similitudes entre
unos y otros que determinan índices de desarrollo variables dentro de una misma
etapa, lo que tiene que ser igualmente considerado en el proceso docente –
educativo en estas edades.
El ritmo de desarrollo físico y psíquico en esta edad es elevado, el más rápido del ser
humano, pero la conformación de todos los órganos y sistemas aún no es completa ni
marcha a la par. Así, el hecho de que muchas estructuras anatomofisiológicas del niño
estén aún en plena maduración, confiere a la enseñanza, al decir de L. S. Vigotski, una
mayor importancia, por ejercer influencias sobre estructuras que están en un definido
proceso de conformación, y determina la posibilidad de actuar directamente sobre las
funciones y cualidades que dependen de estas estructuras. Ello no hace más que
confirmar la enorme trascendencia que tiene la primera infancia para el ser humano.
Una característica típica del sistema nervioso y la actividad nerviosa superior de los
niños de cero a seis años, consiste en la poca resistencia de sus células nerviosas, su
limitada capacidad para soportar una actividad irritante de determinada fuerza, y
que si excede las posibilidades del organismo infantil, es capaz de producir
alteraciones de su comportamiento y originar una notable fatiga. Es decir, la falta de
resistencia de las neuronas conduce a un rápido agotamiento de las mismas, que se
expresa en una disminución de su capacidad de trabajo y perturbación de la
conducta.
Unido a esto se da una relativa facilidad para formar nuevos reflejos, y de los
estereotipos que se conforman por su sistematización, pero a su vez es igualmente fácil
su pérdida, por lo que a estos niños resulta relativamente fácil enseñarles a realizar
diversas acciones, a formar hábitos específicos, a observar ciertas costumbres, pero de
igual manera se pierde lo adquirido, si no existe un reforzamiento que lo sedimente y lo
vuelva más estable.
Esta es la causa de que en la educación de estos niños sea indispensable una gran
dosis de paciencia y comprensión, pues hábitos aparentemente incorporados en un
período relativamente corto, se pierden fácilmente por cualquier causa. Los
estereotipos dinámicos que se forman en la infancia temprana, se establecen y
desaparecen con idéntica celeridad, y exigen de la educación un concienzudo
trabajo de consolidación para garantizar su permanencia.
La ley próximo – distal indica que la organización de las respuestas motrices, a nivel de
los miembros, se efectúa desde la parte más próxima del cuerpo a la parte más
alejada: el control del hombro se efectúa antes que el de la mano. Así, el niño es
capaz de tocar un objeto y agarrarlo con toda la mano ante de ser capaz de usar sus
dedos en forma de pinza para tomarlos más delicadamente y realizar acciones más
complejas con los mismos.
Existen factores que influyen directamente en el desarrollo físico que han sido
clasificados para su estudio de múltiples formas, tales como el peso, la talla y
su relación, y que tienen una particular importancia en la primera infancia.
El peso también puede ser considerado como indicador del estado nutricional. En el
primer año de vida los niños aumentan entre 6 y 7 kg., en el segundo entre 3 y 4 kg., y
a partir de ese momento el ritmo de crecimiento hasta la adolescencia es de 2 a 3,5
kg. por año.
La talla está supeditada al mensaje genético transmitido, pero a su vez está bajo la
influencia de los factores externos. En general, el niño en esta etapa crece 24 cm.
durante el primer año, 12 cm. en el segundo, y desde esta edad, a razón de 6 cm. por
año.
La relación peso-talla se considera con valor hasta los cinco años, permitiendo evaluar
el estado nutricional del niño, si bien luego es conveniente utilizar la evaluación del
índice corporal. También son utilizados otros indicadores del desarrollo físico como son:
los pliegues cutáneos (tricipital, subescapular y suprailiático), las circunferencias
(cefálica, del brazo, del muslo y de la pierna) y los diámetros (biacromial e ilíacos).
Los músculos aumentan su tamaño, la fuerza y la inervación, pero a estas edades son
muy irritables y lábiles. Los músculos más pequeños, se desarrollan lentamente, y solo
es hasta finales de la primera infancia que logran su total desarrollo.
A partir de los doce meses, gracias al dominio de la marcha, los movimientos del niño
se desarrollan de una forma más activa e independiente. En la etapa entre los uno y
dos años, es donde los niños adquieren las habilidades primarias mediante las cuales
“iniciarán” el largo camino en la educación del movimiento.
En el grupo final de la primera infancia, entre los cinco a seis-siete años, los niños
dominan todas las acciones motrices fundamentales y debido a esto tratan de realizar
cualquier tarea motriz sin considerar sus posibilidades reales. Diferencian los diferentes
tipos de movimientos y demuestran interés por los resultados de sus acciones motrices,
observándose un marcado deseo de realizarlas correctamente.
Desde este punto de vista, la educación constituye la guía del desarrollo. El desarrollo
no es posible sin actividad. El niño asimila distintas formas de esta actividad, y
conjuntamente, todos los procesos y cualidades psíquicas que son necesarios para su
realización. En esta asimilación de las distintas formas de actividad, que siempre ocurre
por la influencia de la enseñanza, el niño no solamente asimila las acciones de
carácter ejecutivo que permiten llevarla a cabo, sino que también asimila las acciones
de orientación dirigidas al conocimiento de este mundo externo. Y en la interacción
de estas acciones de orientación, que deviene psíquicas en el plano interno, es que
tiene lugar el desarrollo psíquico del niño.
De este planteamiento surge la concepción de que el desarrollo psíquico siempre
ocurre bajo la influencia de la enseñanza, que la educación va delante y conduce el
desarrollo. En esta relación educación – desarrollo la primera tiene un carácter rector,
si bien para su dirección tiene que tener en cuenta, necesariamente, las propias leyes
del desarrollo, interrelación dialéctica que impide un enfoque mecanicista, y que
limitaría el alcance conceptual de este principio.
Los recién nacidos tienen al nacer miles de millones de células cerebrales o neuronas,
entre las cuales se establecen conexiones, llamadas sinapsis, que se multiplican
rápidamente, al entrar en contacto el neonato con la estimulación exterior, y que
alcanzan el increíble número de mil billones. Estas sinapsis dan lugar a estructuras
funcionales en el cerebro, que van a constituir la base fisiológica de las formaciones
psicológicas que permiten configurar las condiciones para el aprendizaje. No sería
posible la creación de estos miles de millones de conexiones nerviosas si el cerebro
estuviera ya cargado de dichas interconexiones neuronales, si no tuviera la posibilidad
de la plasticidad, concepto que es básico en la concepción de la estimulación en las
primeras edades.
Esto hace necesario apoyar la labor educativa con medios materiales que refuercen
lo que el educador transmite mediante la palabra, en especial en los tres primeros
años de vida. En la medida en que el lenguaje va desarrollando su función reguladora,
la palabra paulatinamente cobra mayor significación y posibilita un mejor control y
organización de la conducta del niño, si bien el apoyo material va a constituir una
particularidad vigente en casi toda la primera infancia.
El conocimiento de la base fisiológica del fenómeno psíquico es fundamental para
una exacta comprensión de las particularidades psicológicas en las primeras edades,
y sobre todo para la planificación de la labor pedagógica. A veces la deficiente
adquisición de un hábito o una destreza no radica en una incorrecta dirección
educativa, sino en la no consideración de los factores fisiológicos y psicológicos que
caracterizan la edad.
Uno de los hechos más significativos y que reflejan la importancia de esta edad para el
transcurso de todo el desarrollo de la personalidad, como ya se dijo, lo constituye la
presencia de innumerables períodos en su devenir evolutivo. Por período sensitivo del
desarrollo se denomina aquel período en el cual un determinado proceso o cualidad
psíquica encuentra las mejores condiciones para su formación, y que luego
transcurrido ese momento ya no es tan fácil, con la misma calidad, posibilitar su
formación.
Todos estos momentos cruciales del desarrollo son definitorios en alcanzar un sano
desarrollo de la personalidad, y la educación en estas edades tiene que partir de estas
condiciones, por sus implicaciones futuras. N. M. Aksarina la define de la siguiente
manera: “Los retrasos en el desarrollo durante estos primeros años de la vida son muy
difíciles de compensar posteriormente, ya que a cada dirección del mismo
corresponde una edad óptima de realización, y pasado ese momento no se presentan
de nuevo condiciones iguales”.
A la par con esto debe distinguirse un hecho de gran relevancia, y que caracteriza al
niño en las primeras edades: su alta emocionalidad, que impregna todo su proceso
educativo. Las particularidades de sus emociones: breves, intensas, con una notable
labilidad y fuerza, obligan a una orientación educativa muy cuidadosa, que permitan
el mantenimiento de un estado emocional positivo que garantice su educación. No es
posible que el niño aprenda, y aprenda bien, si se siente mal, si tiene hambre o sed, si
presenta un estado anímico desfavorable.
Ahora bien, si esto es así, entonces, ¿qué tipo de enseñanza es la que desarrolla, a qué
le podemos llamar una enseñanza verdaderamente desarrolladora? A aquella que ha
de proporcionarle al niño la posibilidad de buscar por sí mismo las relaciones
esenciales, de construir su propia base de orientación y que le permita de manera
adecuada la realización de una actividad, sobre los elementos y condiciones que el
adulto organiza de forma propicia.
Este programa educativo, y que se dirige a conseguir el máximo desarrollo de todas las
potencialidades físicas y psíquicas del niño de esta edad, trae aparejado como
consecuencia de este desarrollo una determinada preparación para la escuela, su
objetivo fundamental es el desarrollo armónico e integral, y su consecuencia resultante
es un nivel apropiado de preparación para el aprendizaje escolar. Esta concepción,
por supuesto, conlleva el considerar a la edad de 0 a 6-7 años como una etapa en sí
misma, con sus correspondientes logros y adquisiciones, y no como un período
preparatorio o en función de la edad escolar, lo cual, decididamente implica una
variación de sus enfoques, sus métodos y procedimientos, sus objetivos, y
consecuentemente, sus programas.
En esto tuvo mucho que ver el conocimiento del anterior concepto analizado de
período sensitivo del desarrollo, al comprobarse que muchos de estos no comenzaban
a mediados de la primera infancia, sino mucho antes, como sucede, por ejemplo, con
el período sensitivo del lenguaje, o el de la percepción, o el de la función simbólica de
la conciencia, por nombrar algunos.