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LA PROVISION SOCIAL
[Cartas publicadas en The New Era in Home and School, enero de 1944, a raíz de un
articulo de Winnicott aparecido en mayo de 1943]
Granja Fincham,
Rougham,
King's Lynn, Norfolk.
Nota:
1) En algunos casos, no muchos, el hogar del menor es bueno. En tal caso lo mejor es
dejar al menor en ese hogar, donde unos padres fuertes y unidos están dispuestos a
manejarlo y pueden hacerlo. Cuando un menor se mete en dificultades en tales
circunstancias, suele ser porque algún otro niño o adolescente menos afortunado lo ha
descarriado. Aunque rara vez se puede recurrir a esta solución, siempre debemos
recordar que es la mejor y que los padres son los custodies adecuados de sus propios
hijos.
2) Con mucha mayor frecuencia, el menor pertenece a un hogar que apenas si es lo
bastante bueno para dejarlo en él bajo el cuidado personal de un buen agente de
vigilancia judicial, quien se convierte en la persona que "establece la diferencia" al
proveer algo que faltaba en el hogar: el amor respaldado por la fuerza (en este caso, la
fuerza de la ley). No debemos olvidar que el agente de vigilancia judicial sólo puede
tomar a su cargo un determinado número de casos, debido al excesivo esfuerzo y
tensión emocionales a que lo somete su trabajo; tampoco debemos olvidar su
necesidad indudable y forzosa de tener horas libres y vacaciones.
3) A menudo el hogar del menor no es lo bastante bueno como para dejarlo en él, ni
siquiera con la ayuda de un agente de vigilancia judicial. Hay que buscar un buen
albergue, capaz de proporcionar el cariño y el manejo enérgico que estos menores
claramente necesitan. En la actualidad, los albergues establecidos para los niños
evacuados difíciles de alojar son casi los únicos adecuados. En mi opinión, es
importante y significativo que estos albergues sean patrocinados por el Ministerio de
Salud Pública y no por el Ministerio del Interior, lo cual significa que aquí no interviene
la venganza pública.
4) Cierto porcentaje de los menores que comparecen ante la justicia han llegado
demasiado lejos en su conducta y escapan a las posibilidades de un manejo de un
albergue; sólo se los puede controlar con mano dura, y esto sería muy nocivo para los
menores que no estén tan enfermos. Aquí interviene la venganza pública y el Ministerio
del Interior debe responsabilizarse por ellos.
El psicólogo debería ser capaz de prestar ayuda práctica al magistrado en la tercera
alternativa (alberques), por cuanto está en condiciones de formular los principios en
juego y brindar sugerencias prácticas con respecto a la organización y manejo del
alberque.
Yo les aconsejaría encarecidamente a los magistrados que participaran en la
organización y manejo de un alberque similar a los ya existentes para niños evacuados
difíciles de alojar, pues sólo así podrán familiarizarse con los problemas reales que se
plantean en las escuelas de readaptación social adonde deben enviar, en cierto modo a
ciegas, a tantos muchachos y chicas que quedan bajo la jurisdicción de su tribunal.
Podrían asignar a ese tipo de albergue a algunos de los menores comprendidos en la
tercera categoría de la clasificación precedente.
Quienes hemos tenido experiencia práctica con tales albergues y hemos pasado de los
fracasos (totales o parciales) a los éxitos relativos podemos ayudar al magistrado a
seguir adelante con cierta posibilidad de éxito inmediato, lo cual significa salvar a
algunos niños de su derivación a una escuela de readaptación social recurriendo a los
albergues.
No quiero decir con esto que todas las escuelas de readaptación social sean malas,
pese a que inevitablemente estas instituciones son propagadoras de una educación
delictiva (igual que las cárceles), pero la lista de espera es muy larga y no hay nada
peor para un niño o adolescente que permanecer por tiempo indefinido en un Hogar de
Derivación.
Podemos decir desde ya que un albergue debe ser pequeño (de 12 a 18 menores) para
que resulte útil, que su política debería ser mantenerlos allí hasta su egreso de la
escuela y que todo depende del director. Este debería ser casado y ambos cónyuges
deberían ser codirectores del albergue. Tendrán la fortaleza suficiente para poder
manifestar un cariño profundo; el sentimentalismo quedará absolutamente prohibido.
El psicólogo debe visitar el albergue y entrevistarse con el director y la totalidad del
personal; es indispensable que mantenga conversaciones informales sobre los
menores internados. Sólo así el personal podrá pensar en cada menor como un ser
humano cabal, con una historia de desarrollo, un ambiente hogareño y un problema
actual.
La selección del cocinero y jardinero sólo es inferior en importancia a la elección del
director. En verdad, todo miembro del personal—incluida la criada por horas—es una
gran ayuda o un gran estorbo.
Hay que seleccionar cuidadosamente a los menores antes de derivarlos al albergue; un
solo menor inadecuado para estar allí puede arruinarlo todo y provocar la rápida
degeneración de una situación interna por lo demás bien controlada. La mejor base
para una clasificación es una evaluación del hogar al que pertenece el menor, que
contemple su existencia o inexistencia y la estabilidad relativa de la relación conyugal
de sus progenitores. Más vale guiarse por esto que por la malignidad de los síntomas o
por las faltas que hayan motivado la remisión del menor ante la justicia.
Salta a la vista que al magistrado le seria imposible hacerse enteramente responsable
del albergue, por cuanto los intereses de éste no serian idénticos a los del tribunal y
sus fracasos no deben empañar la dignidad del mismo. No obstante, pienso que el
Ministerio del Interior apoyaría con gusto la idea de que los magistrados se interesaran
por este tipo de albergue patrocinado por el Ministerio de Salud Pública, pues así cada
juez podría integrar la Comisión Directiva de "su" albergue.
Estos principios generales, y muchos otros, podrían asentarse fácilmente por escrito.
Este es, a mi juicio, el modo en que el psicólogo puede ofrecerle al sagaz magistrado
de un Tribunal de Menores una ayuda definida y práctica.
Atentamente,
D. W. Winnicott
20. LAS BASES DE LA SALUD MENTAL
Aun siendo una prolongación del trabajo corriente en materia de salud pública, la
higiene mental va más allá que ésta, por cuanto altera el tipo de personas que
componen el mundo. Resulta significativo que el informe de la segunda sesión del
Comité de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (1)
se ocupe principalmente del manejo de la infancia y la niñez, dando por sentado algo
que los médicos quizá no habrían aceptado cincuenta años atrás: las bases de la salud
mental del adulto se echan en su infancia y niñez y, por supuesto, en su adolescencia.
La introducción al informe comienza con la siguiente enunciación: "El principio
individual más importante a largo plaza para el futuro trabajo de la OMS en el fomento
de la salud mental, contrapuesto al tratamiento de los trastornos psiquiátricos, es
alentar la incorporación al trabajo de salud pública de todo lo conducente a promover
tanto la salud física como la salud mental de la comunidad". A continuación, el informe
examine los servicios de maternidad, el manejo del bebé y el niño en edad preescolar,
la dependencia de éste respecto de su madre, la salud escolar en sus aspectos más
amplios y los problemas emocionales derivados de la discapacidad física y el
aislamiento de los niños afectados por enfermedades infecciosas, como la lepra y la
tuberculosis. El Comité reconoce que el asistente de salud mental en formación tiene
más por hacer que por aprender. Afronta "un problema emocional a causa de la
naturaleza misma del tema, con total independencia de cualquier dificultad intelectual
para comprender los hechos. Su primer impacto emocional es mucho mayor que el
provocado por la sala de disección o el quirófano".
La publicación de este informe va acompañada de la edición de una monografía de la
OMS sobre el cuidado materno y la salud mental escrita por el doctor John Bowlby,
asesor de salud mental de la OMS, como aporte al programa de Las Naciones Unidas
para el bienestar de los niños sin hogar.(2) En su trabajo en la Clínica Tavistock, el
doctor Bowlby ya ha demostrado que reconoce la necesidad de presentar los
conceptos psicológicos de manera tal que induzcan al asistente científico con
formación profesional a adoptar el enfoque estadístico. Podemos decir desde ya que su
informe posee interés y valor notables. Las investigaciones que dan resultados bien
definidos son pocas y muy espaciadas, en comparación con la magnitud alcanzada en
todo el mundo por la práctica de la psicoterapia individual; quizás haya algunos
aspectos de la psicología que no pueden arrojar resultados utilizables por el
investigador estadístico.
El éxito de la monografía se debe en parte al tema elegido: el efecto que provoca en el
desarrollo emocional de los bebés y niños la separación del hogar y, específicamente,
de la madre. Como dice el doctor Bowlby, esas criaturas "no son pizarrones de los que
se puede borrar el pasado con un plumero o esponja, sino seres humanos que llevan
consigo sus experiencias previas y cuya conducta actual se ve profundamente afectada
por los sucesos pretéritos". Bowlby logra demostrar, citando cifras convincentes, cómo
la separación puede aumentar la tendencia a desarrollar una personalidad psicopática.
Ha descubierto que casi todos cuantos han trabajado en este campo llegaron a la
misma conclusión: "Se cree que el requisito esencial para la salud mental es que el
bebé y el niño de corta edad experimenten una relación cálida, íntima y continua con la
madre (o su sustituta permanente), que proporcione a ambos satisfacción y goce". Esto
no es una novedad: es lo que sienten las madres y padres, y lo que han descubierto
quienes trabajan con niños. Lo novedoso de este informe es su intento de traducir la
idea en cifras.
Hay tres fuentes principal es de información: los estudios que parten de la observación
directa de los bebés y niños de corta edad; los estudios basados en la investigación de
las historias tempranas de personas enfermas; los estudios de seguimiento de grupos
de niños deprivados, clasificados en varias categorías. El resultado más importante de
estas investigaciones— en especial cuando hayan sido confirmadas y ampliadas será
quizá servir la lección para la profesión médica, incluidos los administradores. Por
fuerza, a los especialistas en salud física siempre les será difícil tener presente el
hecho de que la salud mental es más importante. Es tan fácil perturbar el desarrollo
emocional!... Tal vez sea encantador tener en una sala de hospital a un niño internado
que ha olvidado a su madre y ha llegado a una etapa en que traba amistad con el
primero que venga, pero está comprobado que un niño, sobre todo si es de corta edad,
no puede olvidar a un padre sin que su personalidad resulte dañada. Por suerte, hoy en
día se tiende a permitir la visita diaria a los niños internados en sales u hospitales
pediátricos. Reconocemos que esta política ocasiona grandes inconvenientes a las
enfermeras, pero aun el pequeño volumen de trabajo, meticulosamente controlado, que
Bowlby puede presentar con referencia a este aspecto limitado del tema indica hasta
qué punto vale la pena tomarse esta molestia adicional.
El efecto que provoque en el niño la separación de su madre dependerá, por supuesto,
del grado de deprivación y la edad del niño. Saltaba a la vista la necesidad de reformar
los métodos de cuidado de los bebés criados en una institución desde sus primeros
días de vida. En nuestro país, la opinión pública respaldó con firmeza a la Comisión
Curtis y la siguiente Ley de Menores de 1948. Está ganando creciente aceptación la
idea de que en lo posible no se debe apartar a ningún niño del cuidado de su madre.
Esta enunciación simple no debe ser empañada por el hecho secundario de que una
minoría de padres sean personas enfermas desde el punto de vista psiquiátrico y, por
ende, nocivas para sus hijos.
Seria una larga tarea enseñar a los padres y madres del mundo a ser buenos padres,
sobre todo porque la mayoría de ellos ya lo saben... y sus conocimientos al respecto
son mucho mejores que los que nosotros podríamos impartirles jamás. Resulta, pues,
apropiado que la OMS emprenda su estudio de la salud mental por el polo opuesto,
donde la enseñanza puede dar resultados. Se llega así a dos conclusiones
importantes: 1) la crianza impersonal de los niños tiende a producir personalidades
insatisfactorias y aun caracteres antisociales activos; 2) cuando existe algo parecido a
una buena relación entre el bebé o niño en desarrollo y sus padres, se debe respetar la
continuidad de esta relación y no interrumpirla nunca sin motivos justificados. Bowlby
compara la aceptación de estos hechos con la de ciertas realidades de la pediatría en
su faz física (p. ej., la importancia de las vitaminas en la prevención del escorbuto y el
raquitismo). La aceptación del principio señalado por las estadísticas de Bowlby podría
derivar en una reducción de las tendencias antisociales—y del sufrimiento que se
esconde tras ellas—exactamente del mismo modo en que la vitamina D ha disminuido
el porcentaje de casos de raquitismo. Tal resultado constituiría un gran logro de la
medicina preventiva aun sin tener en cuenta los aspectos más profundos del desarrollo
emocional, tales como la riqueza de la personalidad, la fuerza del carácter y la
capacidad de alcanzar una autoexpresión plena, libre y madura.
Notas:
Como introducción al tema que trata del cuidado que debe dispensarse al niño que se
ha vista deprivado de una vida familiar, es importante no perder de vista que la
comunidad debe ocuparse, básicamente, de sus miembros sanos. Debe dárseles
prioridad a los hogares buenos, por el simple motivo de que los niños criados en su
propia familia serán miembros útiles de la comunidad: el cuidado de estos niños es, por
lo tanto, provechoso para la sociedad.
Si aceptamos esto, deducimos dos consecuencias. Primero, debemos preocuparnos
ante todo de que el hogar corriente cuente con los medios indispensables en cuanto a
vivienda, alimentos, ropa, educación y recreación, así como también con los medios
adecuados para desarrollar su culture. Segundo, no debemos inmiscuirnos en la vida
privada de un a familia, que es una empresa en marcha, ni siquiera en su propio
beneficio. Los médicos tienen particular tendencia a interponerse entre las madres y
sus bebés, o entre padres e hijos, siempre con la mejor de las intenciones, y con el fin
de prevenir la enfermedad y promover la salud; y los médicos no son los únicos en
cometer ese error. Por ejemplo:
Una madre divorciada me pidió consejo en la siguiente situación. Tenía una hija de seis
años, y una organización religiosa, con la que el padre de la niña estaba vinculado,
deseaba separar la niña de la madre y ubicarla como pupila en una escuela, incluso
durante el periodo de vacaciones, porque dicha organización no aprobaba el divorcio.
De modo que era preciso pasar por alto el hecho de que la niña se sintiera bien y
segura junto a su madre y a su nuevo padrastro, y sumirla en un estado de deprivación
nada más que para obedecer un principio que sostenía que una criatura no debe vivir
con una madre divorciada.
Numerosos niños deprivados son en la práctica manejados de una u otra manera, y la
solución radica en evitar el mal manejo.
No obstante, debo aceptar que yo mismo, como tantos otros, soy un decidido
destructor de hogares. Son múltiples las ocasiones en que apartamos a los niños de
sus familias. Por ejemplo, en mi clínica tenemos todas las semanas casos en los que
es preciso sacar urgentemente al niño de su hogar, si bien es cierto que rara vez se
dan estos casos en niños menores de cuatro años. Todos los que trabajamos en este
campo conocemos el tipo de caso en que, por un motivo o por otro, se ha creado una
situación tal que, a menos que el niño se aleje durante unos días o semanas de la
casa, la familia se desintegrará o el niño terminará compareciendo ante un tribunal de
menores. A menudo es posible pronosticar que el niño se beneficiará lejos de la casa y
que lo mismo ocurrirá con la familia. Hay muchos casos angustiosos que se resuelven
por sí mismos si podemos tomar estas medidas con suficiente rapidez, y seria
lamentable que todo lo que estamos realizando por evitar la destrucción innecesaria de
buenos hogares significara, de alguna manera, menoscabar los esfuerzos de las
autoridades que son responsables de proporcionar alojamiento, a corto o a larga plaza,
para el tipo de niños que considero aquí.
Cuando digo que tenemos casos como éstos todas las semanas en mi clínica, me
refiero a que en la gran mayoría de los casos logramos ayudar al niño dentro del marco
ya existente. Esta es, desde luego, nuestra meta, no sólo porque resulta económica,
sino también porque cuando el hogar es suficientemente bueno, constituye el logar más
adecuado para asegurar el crecimiento del niño. La gran mayoría de los niños que
requieren ayuda psicológica padecen trastornos relacionados con factores internos,
trastornos en el desarrollo emocional, que en gran medida se deben al simple hecho de
que la vida es difícil. Tales trastornos pueden tratarse sin separar al niño de su familia.
EVALUACION DE LA DEPRIVACION
a) Según la edad del niño, y también la edad que tenia cuando ese media
suficientemente bueno dejó de existir.
b) Según el temperamento y la inteligencia del niño.
c) Según el diagnóstico psiquiátrico del niño.
Tratamos de evitar toda evaluación del problema basada en los síntomas del niño, o en
el grado en que el niño se convierte en una molestia, o en los sentimientos que su
situación despierta en nosotros, pues tales consideraciones suelen inducir a error. A
menudo la historia es incompleta o deficiente en sus aspectos esenciales. Además, y
con suma frecuencia, la única manera de determinar la existencia de un medio
temprano suficientemente bueno consiste en proporcionar un medio bueno y ver de
qué manera lo utiliza el niño.
Aquí conviene hacer un comentario especial sobre el significado de las palabras "de
qué manera utiliza el niño un medio bueno". Un niño deprivado es un niño enfermo, y el
problema nunca es tan simple como para que la mera readaptación ambiental baste
para que el niño recupere la salud. En el mejor de los casos, el niño que puede
beneficiarse con un simple cambio ambiental comienza a mejorar, y a medida que ello
ocurre se vuelve cada vez más capaz de experimentar rabia por la deprivación pasada.
El odio contra el mundo está allí, oculto en el interior del niño, y la salud no se alcanza
hasta haber experimentado ese odio. En no pocos casos, se llega efectivamente a
experimentar odio, e incluso esta pequeña complicación puede provocar problemas.
Sin embargo, este resultado favorable sólo sobreviene si todo es relativamente
accesible para el selfconsciente del niño, cosa que rara vez sucede, puesto que, sea en
pequeña o en gran medida, los sentimientos correspondientes a la falla ambiental no
son accesibles a la conciencia. Cuando la deprivación tiene lugar luego de una
temprana experiencia satisfactoria puede sobrevenir ese resultado favorable y es
factible llegar a sentir el odio correspondiente a la deprivación, como se ilustra en el
siguiente ejemplo:
Se trata de una niña de siete años, cuyo padre murió cuando ella tenía tres, a pesar de
lo cual superó exitosamente esa dificultad. La madre la cuidaba muy bien y volvió a
casarse. Fue un matrimonio feliz y el padrastro quería mucho a la niña. Todo anduvo
bien hasta que la madre quedó embarazada, momento en que el padre modificó su
actitud con respecto a la hijastra. Se dedicó por completo a su propio hijo futuro y retiró
a la niña todo el afecto que había depositado en ella. Las cosas empeoraron después
del nacimiento del bebé, y la madre se encontró en una difícil situación de lealtades
conflictivas. La niña no podía prosperar en esa atmósfera pero, como pupila en una
escuela, posiblemente pueda progresar e incluso comprender las dificultades surgidas
en su hogar.
Una madre me trae a su hijo de dos años y medio. El niño tiene un buen hogar y sólo
se siente feliz cuando cuenta con la atención personal del padre o de la madre. No
puede separarse de ésta y, por lo tanto, no puede jugar por su cuenta, y siente terror
frente a los desconocidos. ¿Qué sucedió en este caso, considerando que los padres
son personas normales y corrientes? El hecho es que el niño fue adoptado cuando
tenía cinco semanas de vida y ya por ese entonces estaba enfermo. Existen algunas
pruebas de que la encargada de la institución en que nació le dedicaba particular
atención, ya que intentaba ocultarlo de las parejas que acudían en busca de un niño
para adoptar. El traspaso a las cinco semanas de vida provocó un severo trastorno en
el desarrollo emocional del niño, y sólo ahora los padres adoptivos están comenzando
a superar gradualmente las dificultades, que sin duda no esperaban, teniendo en
cuenta que el niño que adoptaron era casi un recién nacido. (De hecho, trataron por
todos los medios de conseguir un bebé que tuviera aun menos tiempo de vida, digamos
de una o dos semanas, porque sabían que podían surgir complicaciones.)
Debemos saber qué cosas ocurren en el niño cuando un buen marco se desbarata y
también cuando ese marco adecuado jamás existió, y ello implica estudiar todo el tema
del desarrollo emocional del individuo. Algunos de los fenómenos son bien conocidos:
el odio se reprime o bien se pierde la capacidad de amar. Otras organizaciones
defensivas se establecen en la personalidad infantil. Puede haber una regresión a
algunas fases tempranas del desarrollo emocional que fueron más satisfactorias que
otras, o bien un estado de introversión patológica. Con mucho mayor frecuencia de lo
que generalmente se cree, se produce una disociación de la personalidad. En su forma
más simple, ello hace que el niño presente una fachada exterior, sobre la base del
sometimiento, mientras la principal parte del self que contiene toda la espontaneidad se
oculta y está permanentemente enfrascada en relaciones misteriosas con objetos
idealizados de la fantasía.
Aunque resulta difícil hacer una formulación simple y clara de estos fenómenos, es
menester comprenderlos a fin de poder distinguir cuáles son los signos favorables en
los casos de niños deprivados. Si no entendemos qué sucede cuando el niño es muy
enfermo, no percibimos, por ejemplo, que una depresión en un niño deprivado puede
constituir un signo favorable, sobre todo cuando no está acompañada de intensas ideas
persecutorias. En todo caso, una simple depresión indica que el niño ha conservado la
unidad de su personalidad y tiene un sentimiento de preocupación, y que sin duda está
asumiendo la responsabilidad de todo lo que le ha salido mal. Asimismo, los actos
antisociales, como mojarse en la cama y robar, indican que, al menos por el momento,
existe todavía alguna esperanza de redescubrir una madre suficientemente buena, un
hogar suficientemente bueno, una relación entre los padres suficientemente buena.
Incluso la rabia puede indicar que hay esperanzas y que, por el momento, el niño es
una unidad capaz de sentir el choque entre lo que tal vez imagine y lo que
concretamente encontrará en eso que denominamos realidad compartida.
Consideremos el significado del acto antisocial, por ejemplo robar. Cuando un niño
roba, lo que busca (me refiero al niño en su totalidad, incluyendo al inconsciente) no es
el objeto robado, sino a la persona, la madre, a quien el niño puede robarle con todo
derecho, precisamente porque es su madre. En realidad, cada criatura puede
inicialmente afirmar de buena fe su derecho de robarle a su madre porque fue él quien
la inventó, la ideó, la creó a partir de una capacidad innata de amar. Por el solo hecho
de estar allí, la madre le fue entregando a su hijo, poco a poco y en forma gradual, su
mismísima persona como material para que el niño creara, le diera forma, de modo que
al final, la madre subjetiva creada por él se parece bastante a la que todos podemos
ver objetivamente. De la misma manera, lo que busca el niño que se moja en la cama
es la falda de la madre, que está allí para que él la moje en las primeras etapas de su
existencia.
Los síntomas antisociales son tanteos en busca de una recuperación ambiental, y lo
que indican es esperanza. Fracasan, no porque estén erróneamente dirigidos, sino
porque el niño no tiene conciencia de lo que sucede. El niño antisocial, por lo tanto,
necesita un medio especializado que posea una meta terapéutica, capaz de ofrecer
una respuesta real a la esperanza que se expresa a través de los síntomas. Con todo,
para que esto produzca un resultado terapéutico eficaz, es necesario que se lo
desarrolle durante un periodo prolongado, puesto que, como ya dije, gran parte de los
sentimientos y los recuerdos del niño permanecen en un nivel inconsciente. Además, el
niño debe también adquirir un considerable grado de confianza en el nuevo medio, en
su estabilidad y su capacidad para mostrarse objetivo, antes de decidirse a renunciar
a sus defensas contra la intolerable angustia que cada nueva deprivación puede volver
a desencadenar.
Sabemos, entonces, que el niño deprivado es una persona enferma, con una historia
de experiencias traumáticas y una manera personal de hacer frente a las consiguientes
angustias y también una persona con una capacidad de recuperación mayor o menor
conforme al grado en que ha perdido toda conciencia del odio pertinente y de su
capacidad primaria para amar. ¿Qué medidas prácticas pueden adoptarse para ayudar
al niño deprivado?
i) Padres adoptivos, que quieren dar al niño una vida familiar como la que le hubieran
ofrecido sus verdaderos padres. En general se acepta que ésta es la solución ideal,
pero debemos apresurarnos a agregar que es esencial que Los niños puedan en estos
casos responder a todo lo bueno que se les ofrece. Esto significa, en la práctica, que
en algún momento de su pasado hayan tenido una vida familiar suficientemente buena
y hayan podido responder a allá. En su hogar adoptivo encuentran la oportunidad de
redescubrir algo que tuvieron y perdieron.
ii) En la segunda categoría figuran pequeñas instituciones a cargo, de ser ello posible
(pero no necesariamente), de matrimonios, cada una de las cuales alberga niños de
diversas edades. Estas instituciones pueden agruparse, lo cual resulta ventajoso tanto
desde el punto de vista administrativo como desde el punto de vista de los niños, que
adquieren así primos, por así decirlo, además de hermanos. También aquí se intenta
alcanzar el resultado óptimo, por lo cual resulta esencial descartar a los niños que no
pueden aprovechar algo tan bueno. Un niño inadecuado para ese medio puede destruir
la labor de todo un grupo. Debe recordarse que una buena labor resulta
emocionalmente más difícil que otra no tan buena, y si se fracasa, los que han tomado
a su cargo esa tarea tienden automáticamente a adoptar tipos de manejo más fáciles y
menos valiosos.
iii) En la tercera categoría los grupos son más numerosos; el albergue tal vez pueda
hospedar hasta dieciocho niños. Los encargados o custodios pueden mantener
contacto personal con todos ellos, pero cuentan con ayudantes y el manejo de estos
últimos constituye una parte importante de su labor. Las lealtades están divididas, y los
niños tienen oportunidad para enemistar a los adultos entre sí y explotar los celos
latentes. Aquí el nivel de manejo ya no es tan bueno. Pero, en cambio,
nos ofrece el tipo de manejo indicado para lidiar con el tipo menos satisfactorio de niño
deprivado. La forma en que se manejan las cosas es menos personal, más dictatorial, y
las exigencias con respecto a cada niño también son menores. Una criatura que vive
en una institución de este tipo tiene menos necesidad de contar con una experiencia
favorable previa que le sea posible revivir; en ella hay menos necesidad que en las
instituciones pequeñas de que el niño adquiera la capacidad de identificarse con la
institución, al tiempo que conserve su impulsividad y espontaneidad personal. El nivel
intermedio de eficacia es suficiente para estas instituciones más amplias, es decir, una
fusión de la identidad con los otros niños del grupo, lo cual implica pérdida de la
identidad personal y pérdida de la identificación con el marco hogareño total.
iv) En nuestra clasificación se ubica luego el albergue de mayor tamaño, donde los
encargados se dedican sobre todo al manejo del personal y sólo indirectamente al
manejo minucioso de los niños. Aquí existen ventajas, en tanto es posible hospedar a
un número mayor de criaturas. El hecho de que el personal sea más numeroso significa
que hay más oportunidades de que sus miembros intercambien ideas, y también de
que los niños formen equipos y desarrollen así una saludable competencia. Pienso que
este tipo de albergue apunta a una forma de manejo capaz de lidiar con Los chicos
más enfermos, es decir, aquellos que tuvieron muy pocos experiencias buenas en el
comienzo de su vida. El director, una figura bastante impersonal, puede mantenerse en
un segundo plano como representante de la autoridad que estos niños necesitan,
porque son incapaces de conservar a un mismo tiempo la espontaneidad y el control
sin ayuda exterior. (O bien se identifican con la autoridad y se convierten en pequeños
colaboracionistas, o bien actúan en forma impulsiva, dejando completamente el control
en manos de la autoridad externa.)
v) Tenemos, por último, la institución aun más amplia, que hace lo que puede por los
chicos en condiciones realmente intolerables. Durante algún tiempo seguirá siendo
necesario contar con este tipo de instituciones. Es preciso dirigirlas con métodos
dictatoriales, y lo que es provechoso para el niño individual ocupa aquí un papel
secundario, debido a las limitaciones impuestas por lo que la sociedad puede
proporcionarle en forma inmediata. Constituyen una excelente forma de sublimación
para los dictadores en potencia; y hasta podríamos encontrar otras ventajas en esta
indeseable situación pues, al poner el acento en los métodos dictatoriales, es posible
impedir, durante períodos bastante prolongados, que los niños muy difíciles se vean
envueltos en dificultades con la sociedad. Los niños verdaderamente enfermos pueden
ser más felices aquí que en instituciones mejores, y pueden llegar a jugar y aprender,
tanto que el observador no informado se sentirá indudablemente impresionado. En
tales instituciones resulta difícil reconocer a los niños que ya están en condiciones de
pasar a un tipo de manejo más personal, que fomente su creciente capacidad de
identificarse con la sociedad sin perder su propia individualidad.
Terapéutica y manejo
Quisiera ahora comparar los dos extremos del manejo, el hogar adoptivo y la institución
de grandes dimensiones. En el primero, como ya dije, la meta es verdaderamente
terapéutica, pues se confía en que el niño, con el correr del tiempo, se recuperará de la
deprivación que, sin ese manejo, no sólo le dejaría una cicatriz sino también una
verdadera invalidez psíquica. Para que ello ocurra, se necesita mucho más que la
respuesta del niño frente a su nuevo ambiente.
Es probable que al comienzo el niño responda sin demora y que quienes se ocupan de
él lleguen a pensar que ya no habrá más problemas. Pero cuando el niño adquiere
mayor confianza, evidencia una creciente capacidad para experimentar rabia con
respecto a la falla ambiental previa. Desde luego, no es demasiado probable que las
cosas tomen exactamente este cariz, sobre todo porque el niño no tiene conciencia de
los cambios revolucionarios que tienen lugar en ese momento. Los padres adoptivos
comprobarán que periódicamente se convierten en el blanco del odio del niño, y
tendrán que hacerse cargo de la rabia que poco a poco el niño está comenzando a
poder sentir y que corresponde a la falla de su verdadero hogar. Es importante que los
padres adoptivos comprendan esta situación a fin de que no se sientan
descorazonados, y los inspectores encargados de supervisor las condiciones de vida
del niño también deben estar advertidos con respecto a tal situación, pues de lo
contrario censurarán a los padres adoptivos y creerán las historias de los chicos acerca
de que allí se los castiga y se los mata de hambre. Si Los padres adoptivos reciben la
visita de un inspector dispuesto a encontrar todo tipo de defectos, tal vez se sientan
excesivamente ansiosos y traten de seducir al niño para que se muestre alegre y
cordial, con lo cual lo privarán de una parte muy importante de su recuperación.
A veces un niño se las ingenia para lograr que lo castiguen o lo traten con crueldad, en
un intento de introducir en la realidad presente una maldad que le permita enfrentarla
por medio del odio; entonces el progenitor adoptivo que se muestra cruel es en realidad
amado debido al alivio que el niño experimenta al poder transformar el "odio versus
odio" encerrado en su interior en un odio que sale al encuentro del odio externo. Por
desgracia, es probable que el grupo social al que pertenecen los padres adoptivos
juzgue erróneamente esta situación.
Pero hay maneras de encontrar una salida. Por ejemplo, algunos padres adoptivos
trabajan sobre el principio del rescate. Para ellos, los verdaderos padres del niño fueron
realmente malos y lo repiten una y otra vez para que el niño lo oiga, con lo cual logran
desviar el odio que aquél siente contra ellos. Este método puede resultar bastante
eficaz pero pasa por alto la situación de la realidad y, de cualquier manera, perturba
algo que es característico de todo niño deprivado, esto es, la tendencia a idealizar su
propio hogar. Sin duda, es más conveniente que los padres adoptivos puedan soportar
las oleadas periódicas de hostilidad y sobrevivir a ellas, e ir estableciendo una nueva
relación con el niño, cada vez más segura, porque es menos idealizada.
En cambio, el niño ubicado en una gran institución no es objeto de un manejo que tiene
como meta curarlo de su enfermedad. Los objetivos son, en primer lugar, proporcionar
techo, comida y ropa a los niños abandonados; segundo, establecer un tipo de manejo
a través del cual los niños vivan en una situación de orden y no de caos; y tercero,
evitar que el mayor número posible de niños entren en conflicto con la sociedad hasta
el momento en que sea necesario devolverlos al mundo, es decir cuando tengan
aproximadamente dieciséis años. De nada sirve falsear las cosas y tratar de crear la
impresión de que en este extremo de la escala se hace algún intento por formar seres
humanos normales. En tales casos, lo que se impone es un manejo estricto, y si a esto
se le puede añadir cierta dosis de humanidad, tanto mejor.
Debe recordarse que incluso en las comunidades muy estrictas, en tanto haya
congruencia y justicia en el manejo, los niños pueden descubrir rasgos humanos entre
ellos y hasta llegar a valorar la actitud estricta porque implica estabilidad. Las personas
comprensivas que trabajan con este tipo de sistema pueden encontrar diversas
maneras de introducir momentos de mayor humanidad. Por ejemplo, una de ellas
consistiría en seleccionar algunos niños apropiados y permitirles que periódicamente se
pusieran en contacto con el mundo exterior, a través de visitas a tíos sustitutos en los
que se pueda contar. Siempre se encontrarán personas dispuestas a escribir al niño en
el día de su cumpleaños e invitarlo a sus casos para tomar el té tres o cuatro veces por
año. Estos son sólo algunos ejemplos, pero nos dan una idea del tipo de cosas que
pueden hacerse, y que de hecho se hacen sin perturbar el marco estricto en que viven
los niños. Debe recordarse que si la base del sistema es la severidad, les creará
confusión a los niños que ese marco tan riguroso presente excepciones y fisuras. Si es
inevitable que el marco sea estricto, entonces también debe ser congruente, confiable y
juste, a fin de poder encerrar valores positivas. Además, siempre hay niños que abusan
de los privilegios, de modo que a veces no existe otro remedio que suprimirlos,
sacrificando con ello a los niños que sabrían aprovecharlos bien.
En este tipo de institución en gran escala, y para asegurar la paz y la concordia, se
acentúa la importancia del personal directivo, como representante de la sociedad.
Dentro de este marco, es inevitable que, en mayor o menor grado, los niños pierdan su
propia individualidad. (No paso por alto el hecho de que en las instituciones de tipo
intermedio se puede permitir el crecimiento gradual de los niños que son bastante
sanos como para crecer, a fin de que les sea posible identificarse cada vez más con la
sociedad, sin perder la identidad.)
Habrá también algunos niños que, precisamente por ser lo que yo llamaría dementes
(aunque se supone que no deberíamos emplear esa palabra), constituyen siempre
fracasos, por más que se les ordene lo que tienen que hacer. Para esos niños debería
existir algún equivalente del hospital psiquiátrico para adultos, y creo que aún no
hemos logrado determinar qué medidas debe adoptar la sociedad para ayudar a esos
casos extremos. Son niños tan enfermos que el solo hecho de comenzar a mostrarse
antisociales indica en su caso un principio de mejoría.
Quiero concluir esta sección refiriéndome a dos cuestiones de gran importancia en lo
relativo a las necesidades del niño deprivado.
Fenómenos transicionales
Nota:
1) Para un examen más detenido de este tema, véase "Transitional Objects and
Transitional Phenomena", en D. W. Winnicott, Collected Papers, Londres, Tavistock
Publications, 1958, cap. XVIII, y Hogarth Press, 1975.
22. LAS INFLUENCIAS GRUPALES Y EL NIÑO INADAPTADO: EL
ASPECTO ESCOLAR
Me propongo estudiar aquí algunos aspectos de la psicología de los grupos, la cual tal
vez nos ayude a comprender mejor los problemas inherentes al manejo grupal de los
niños inadaptados. Consideremos en primer lugar al niño normal, que vive en un hogar
normal, tiene metas y asiste a la escuela con el deseo de aprender, y que es capaz de
encontrar su propio ambiente e incluso ayudar a mantenerlo, desarrollarlo o modificarlo.
En cambio, el niño inadaptado necesita un medio donde se ponga el acento en el
manejo más que en la enseñanza la cual constituye algo secundario y a veces
especializado, que se asemeja más a la enseñanza diferencial que a la instrucción en
asignaturas escolares. En otras palabras, en el caso del niño inadaptado, "escuela"
tiene el significado de "alberque"; y por tal motivo los que se ocupan del manejo de
niños antisociales no son maestros que caprichosamente añaden un pequeño toque de
comprensión humana, sino psicoterapeutas de grupo que aprovechan la ocasión para
enseñar algo. Por lo tanto, los conocimientos sobre la formación de grupos son de gran
importancia para su trabajo.
Los grupos y la psicología de los grupos constituyen un tema muy amplio, del que he
seleccionado una tesis central: la base de la psicología grupal es la psicología
individual, y en particular la de la integración personal del individuo. Por ende,
comenzaré con una breve descripción de la tarea que significa la integración individual.
LA FORMACION DE GRUPOS
i) Unidades superpuestas.
ii) Protección.
ii) Utilizando el otro método, un grupo de albergues trabaja en forma conjunta. Cada
uno de ellos es clasificado conforme a la naturaleza de la tarea que realiza, y conserva
su tipo. Por ejemplo:
Los niños conocen los diversos albergues que constituyen el grupo a través de visitas
intencionalmente planeadas, y se realizan asimismo intercambios de personal. Cuando
un niño en un alberque de tipo A alcanza cierto grado de integración personal, pasa al
que le sigue en la escala. Así, los niños que evolucionan llegan finalmente a un
albergue de tipo E, que está en condiciones de proteger al adolescente que se lanza al
mundo.
En tal caso, el grupo de albergues está protegido a su vez por alguna autoridad y por
una comisión especial.
Lo embarazoso del segundo método es que los miembros de los distintos albergues no
lograrán comprenderse recíprocamente a menos que se reúnan y se los mantenga
plenamente informados en cuanto al método utilizado y su eficacia. El albergue de tipo
B que ofrece un 90 por ciento de protección y se encarga de las tareas más
desagradables será objeto de cierta desvalorización; en él habrá escapadas y
momentos de alarma. El alberque de tipo A estará en mejor situación porque allí no
existe la libertad individual; todos los niños parecerán felices y bien alimentados, y los
visitantes los seleccionarán como la mejor entre las cinco categorías. Su director se
verá obligado a ser dictatorial, y sin duda pensará que los fracasos en los otros
albergues obedecen a una falta de disciplina. Pero los niños que viven en el albergue
de tipo A ni siquiera han emprendido la marcha; simplemente se están preparando para
iniciarla.
En los albergues de tipo B y C, donde los niños están tirados en el suelo, no pueden
ponerse en pie, se niegan a comer, se hacen caca en los pantalones, roban toda vez
que experimentan un impulso amoroso, torturan a los gatos, matan ratones y los
entierran para poder tener un cementerio adonde ir a llorar, debería haber un aviso: no
se admiten visitas. Los directores de estos albergues tienen a su cargo la permanente
tarea de proteger almas desnudas, y son testigos de tanto sufrimiento como el que
puede observarse en los hospitales mentales para adultos. Qué difícil resulta conservar
un buen personal en semejantes condiciones!
RESUNIEN
Entre todo lo que podría decirse acerca de los albergues como grupos, he preferido
referirme a la relación que existe entre el trabajo grupal y el mayor o menor grado de
integración personal de los niños individuales. Creo que se trata de una relación básica:
en el caso positivo, los niños traen consigo sus propias fuerzas integradoras; en el
negativo, el albergue proporciona protección, que es algo así como proveer de ropa a
un niño desnudo y sostener en forma humane y personal a un bebé recién nacido.
Si existen confusiones en cuanto a la clasificación del factor de integración personal, es
imposible que un albergue cumpla eficazmente su tarea. Las enfermedades de los
niños inadaptados predominan, y los más normales, que podrían contribuir al trabajo
grupal, no cuentan con una oportunidad para hacerlo, ya que es necesario proporcionar
protección todo el tiempo y en todas partes.
Creo que esta excesiva simplificación del problema se verá justificada si puedo ofrecer
un lenguaje simple para una mejor clasificación de los niños y de los albergues.
Quienes trabajan en estos últimos se convierten en blanco permanente de la venganza,
ante hechos provocados por innumerables fallas ambientales tempranas en las que no
tuvieron la menor intervención. Para que puedan resistir el tremendo esfuerzo que
significa tolerar esto e incluso, en algunos casos, corregir las fallas pasadas gracias a
su tolerancia, deben al menos saber qué es lo que están haciendo y por qué no
siempre tienen éxito.
Partiendo de la base de que se aceptan las ideas que he propuesto, podemos entonces
internarnos gradualmente en la complejidad del problema de los grupos. Concluiré con
una clasificación esquemática de los distintos tipos de casos.
a) Los niños que están enfermos en el sentido de que no han logrado integrarse en
unidades, por lo cual no pueden aportar nada a un grupo.
b) Los niños que han desarrollado un falso self, cuya función es establecer y mantener
contacto con el medio y, al mismo tiempo, proteger y ocultar el verdadero self. En estos
casos, hay una integración aparente, que se pierde en cuanto se la acepta como real y
se le exige una contribución.
c) Los niños que están enfermos en el sentido de mostrarse retraídos. Aquí se ha
alcanzado la integración y la defensa consiste en una reorganización de las fuerzas
benignas y malignas. Estos niños viven en su propio mundo interno, que es
artificialmente benigno aun que alarmante debido a la acción de la magia. Para ellos el
mundo externo es maligno o persecutorio.
d) Los niños que conservan una integración personal mediante un énfasis exagerado
en la integración, y una defensa frente a la amenaza de desintegración que consiste en
establecer una personalidad fuerte.
e) Los niños que han contado con un manejo temprano suficientemente bueno y han
podido utilizar un mundo intermedio con objetos que asumen importancia porque
representan, a un mismo tiempo, objetos valiosos externos e internos. No obstante, han
experimentado una interrupción de la continuidad en el manejo al punto de impedir el
uso de esos objetos intermedios. Estos niños son las criaturas "complejas deprivadas"
habituales, cuya conducta desarrolla cualidades antisociales toda vez que vuelven a
abrigar esperanzas. Roban y anhelan recibir afecto y pretenden que aceptemos sus
mentiras. En el mejor de los casos, hacen una regresión general o localizada, como
mojarse en la cama, lo cual representa una regresión momentánea en relación con un
sueño. En el peor de los casos, obligan a la sociedad a tolerar sus síntomas de
esperanza, aunque no pueden obtener beneficios inmediatos de sus síntomas. No
encuentran lo que anhelan a través de los robos pero, eventualmente, y debido a que
alguien tolera esos robos, en cierta forma pueden renovar su convencimiento de que
tienen derecho de reclamarle algo al mundo. Este grupo incluye toda la gama de la
conducta antisocial.
f) Los niños que han tenido un comienzo pasablemente bueno pero sufren los efectos
de figuras parentales con quienes seria inadecuado que se identificaran. Aquí
encontramos innumerables subgrupos, algunos ejemplos de los cuales son:
i) Madre caótica.
ii) Madre deprimida.
iii) Padre ausente.
iv) Madre ansiosa.
v) Padre que a parece como una figura severa sin haberse ganado el derecho a serlo.
vi) Progenitores que se pelean, a lo cual se le suma el hacinamiento y el hecho de que
el niño duerma en la habitación de los padres, etc.
g) Niños con tendencias maniaco-depresivas, con un elemento hereditario o genético, o
sin él.
h) Niños que son normales excepto cuando se encuentran en fases depresivas.
i) Niños con temores de persecución y una tendencia a dejarse avasallar o a avasallar
a los demás. En los varones, esto puede constituir la base de actividades
homosexuales.
j) Niños que son hipomaníacos, en los que la depresión está latente o bien encubierta
por trastornos psicosomáticos.
k) Todos los niños que están suficientemente integrados y socializados como para
padecer, cuando enferman, las inhibiciones, compulsiones y organizaciones defensivas
contra la angustia y que, en general, se clasifican bajo el término de psiconeurosis.
1) Por último, los niños normales, por los que entendemos aquellos que, frente a
anormalidades ambientales o situaciones de peligro, pueden utilizar cualquier
mecanismo de defensa, pero que no se ven llevados a utilizar un tipo particular de
mecanismo de defensa debido a distorsiones en el desarrollo emocional personal.
23. LA PERSECUCION QUE NO FUE TAL
Como aficionado a las autobiografías le doy la bienvenida a este libro por sus valores,
que hacen de él una buena lectura. Como clínico note con alivio que Sheila Stewart,
esa hija de la desgracia, descubrió que el mundo la iba modelando gradualmente hasta
transformarla en una persona feliz. En su historia se observan todas las espantosas
condiciones ambientales que persiguen y acosan a tantos hijos ilegítimos dándoles
buenos motivos para quejarse, pero también se advierte que por alguna razón esas
persecuciones no acosaron a Sheila. De ahí que la autora no desvíe al lector por la
senda atormentadora de las lamentaciones y, en cambio, lo deje en libertad para
espigar verdades de los episodios más insignificantes y de la secuencia de incidentes.
Por ejemplo, el paulatino desarrollo sexual de Sheila, hasta convertirse en una relación
amorosa real que la condujo al matrimonio, es sumamente instructivo. Mucho de esto
dependió del tipo de cuidado parental, a menudo áspero, que le brindó la directora del
internado religioso donde se crió; no podría pedirse mejor publicidad para cierta
sociedad religiosa. *
Los pequeños incidentes son, a mi juicio, los que dan veracidad a la historia. Veamos
un ejemplo. Durante la guerra, Sheila y los demás niños fueron evacuados a Ascot, y
ella describe así cómo recolectaban fondos para el internado: "No me importaba pintar
los cartelones que anunciaban ESTACIONAMIENTO POR 10 CHELINES, pero me
sentía una mendiga vendiendo a todos esos caballeros y damas distinguidos
nuestros ramilletes de flores frescas y ramitas floridas para llevar en el ojal, de
confección casera (...), y cuando ellos me decían '¡Oye, toma esto para tu alcancía!', yo
tomaba el billete estrujado y lo retenía con fuerza en mi mano ardiente de
resentimiento, hasta que todos los vehículos partían (... ). Sabía que el billete de cinco
libras no era mío, sino que pertenecía a la 'alcancía' de la Familia, y lo entregaba a la
directora junta con las demás propinas".
Compárese este relato con el incidente narrado por Robert Graves ante la Escuela de
Economía de Londres (justamente!) en el Discurso Anual Conmemorativo de 1963, que
él tituló "Mammón": "Me viene a la memoria un incidente ocurrido durante unas
vacaciones cuando, de niño, vivía en Gales del Norte. Nos habíamos detenido a tomar
el té en una granja a orillas del logo. Vi que llegaba un birlocho con más visitantes y
corrí a abrir la puerta de entrada. Uno de los viajeros me arrojó una moneda de seis
peniques y, aunque no la devolví, me chocó que tomaran mi cortesía desinteresada por
una búsqueda de propina". Los comunes denominadores pueden ser unidades muy
simples.
En mi carácter de clínico debo añadir una opinión sobre las razones por las que los
elementos persecutorios no acosaron a Sheila, como era de esperar. Sheila tuvo una
experiencia inicial básicamente buena en la costa norte de Devon junto a su "mamá
danesa", que recogía caracoles marinos, y su "papá danés", que era pescador,
gozando de la libertad de las playas. Por eso el final feliz es un eco de la frase con la
que principia el libro: "Me senté tranquilamente en la escollera, balanceando los pies
descalzos. Estaba cansada de recoger caracoles y correr por la arena mojada, para
dejarlos en los baldes que Danma había traído a la playa..."
Nota:
Este informe, que me parece muy valioso, da la impresión de haber sido redactado tras
una investigación a fondo del tema. He leído con especial agrado el comentario franco
sobre el tráfico de tabaco que formuló un preso, cuya trascripción con todos sus errores
gramaticales le da visos de veracidad.
Deseo hacer cinco observaciones con respecto al informe, la primera de ellas de
carácter general:
1) En otro escrito he llamado la atención acerca del peligro real que encierra la
tendencia moderna a caer en el sentimentalismo, toda vez que se consideran los
castigos a aplicar a los delincuentes. Como psicoanalista me siento inclinado a ver en
cada delincuente a una persona enferma y acongojada, aunque su congoja no siempre
es evidente. Desde este punto de vista, podría decirse que es ilógico castigar a un
delincuente, pares lo que necesita es un tratamiento o un manejo reparador. Pero lo
cierto es que ese individuo ha cometido un delito y la comunidad tiene que reaccionar,
de un modo u otro, ante la suma total de delitos cometidos contra ella en un lapso
dado. Una cosa es ser un psicoanalista que investiga por qué se roba y otra, muy
distinta, es ser la persona a quien le han robado la bicicleta en un momento crítico.
De hecho hay un segundo punto de vista: el psicoanalista es también un miembro de la
sociedad y, como tal, participa de la necesidad de manejar las reacciones naturales de
la persona perjudicada por el acto antisocial. No podemos apartarnos del principio de
que la función primordial de la ley es expresar la venganza inconsciente de la sociedad.
Es muy posible que un delincuente en particular sea perdonado y, sin embargo, exista
un acervo de venganza y miedo que no podemos permitirnos pasar por alto. No
podemos pensar únicamente en el tratamiento individual de los criminales, olvidando
que la sociedad también necesita un tratamiento para los agravios o daños recibidos.
En la actualidad, somos muchos los que nos sentimos inclinados a ampliar cuanto sea
posible la gama de delitos que se tratan como enfermedades. La esperanza en tal
ampliación me induce a afirmar de plano que la ley no puede renunciar de pronto al
castigo de todos los malhechores. Si los sentimientos de venganza de la sociedad
fueran plenamente conscientes, ella podría tolerar que se los tratase como enfermos,
pero la parte inconsciente de esos sentimientos es tan grande, que en todo momento
debemos posibilitar que se mantenga (hasta cierto punto) la necesidad de castigo, aun
cuando éste no sea útil para el tratamiento del delincuente.
Aquí hay un conflicto que no podemos eludir simulando que no existe. Tenemos que
ser capaces de percibirlo como algo esencial en cualquier examen serio del tema del
castigo. Es importante que mantengamos constantemente estas cuestiones en primer
plano, pares de otro modo la sociedad reaccionará contra la idea de tratar al
delincuente como enfermo aunque se puedan demostrar las bondades de este
procedimiento, como sucede en el caso de la delincuencia infantil.
Hoy en día se tiende a hacer todo lo posible por el niño delincuente o antisocial, en vez
de vengarse de él. Los adolescentes y adultos jóvenes también entran en esta
categoría, salvo que hayan cometido crímenes realmente graves. Tal vez, con el
tiempo, otros sectores de la comunidad antisocial podrán tratarse como enfermos, más
que como individuos sujetos a castigo. El informe que nos ocupa menciona que la
mayoría de los médicos considerarían casos psiquiátricos (y, en especial, maníaco-
depresivos) por lo menos al 5% de la población carcelaria actual.
En suma, quienes nos esforzamos por difundir el principio de que es preferible tratar al
delincuente, antes que castigarlo, no debemos cerrar los ojos al gran peligro de
provocar la reacción de la sociedad al pasar por alto su necesidad de ser vengada, no
por un crimen en particular, sino por la criminalidad en general.
El informe describe con mayor claridad la necesidad de protección que experimenta el
público y el miedo de la sociedad, que el acervo inconsciente de venganza. Me doy
cuenta perfectamente de que este punto de vista es muy impopular en la actualidad.
Cada vez que lo postulo, sé que me comprenderán mal y creerán que pido el castigo
de esos enfermos —los antisociales—más que su tratamiento.
2) Como ya he dicho, lo más valioso del informe es quizá la declaración del preso
acerca del tabaco que, según creo, da pie a un comentario sobre la necesidad de
fumar. No hace falta ser psicoanalista para saber que no se fuma por mero placer.
Fumar es un acto may importante en la vida de muchas personas, al que no se puede
renunciar sin sustituirlo por otra cosa. Puede tener una importancia vital para los
individuos, sobre todo en una comunidad en la que reina la desesperanza. El
psicoanalista está en condiciones de observar de cerca el consumo de tabaco y, en
verdad, hay mucho por investigar al respecto antes de que se lo pueda comprender
clara y adecuadamente. No obstante, ya es dable afirmar que es uno de los medios de
que se valen los individuos para aterrarse a duras penas a la cordura en circunstancias
en que, si dejaran de fumar, perderían el sentido de la realidad y su personalidad
tendería a desintegrarse. (Esto se aplica en especial a quienes se abstienen de ingerir
alcohol u otras drogas.) Por supuesto, el hecho de fumar implica mucho más que esto,
pero pienso que quienes manejan el tema del consumo de tabaco en las cárceles
deberían tener en cuenta que la persistencia de un gran tráfico de tabaco, pese a todas
las reglamentaciones y a cuanto hagan las autoridades por restringirlo, confirma una
teoría: los criminales en general padecen un gran desasosiego y un miedo constante a
volverse locos.
Quienes no han experimentado el miedo a la locura—y son muchos—no logran
imaginarse lo que puede significar para un individuo verse privado de una ocupación
digna por un largo período de su vida y estar siempre al borde del delirio, las
alucinaciones, la desintegración de la personalidad, los sentimientos de irrealidad, la
pérdida del sentido de que el cuerpo de uno sea de uno, etc.
La investigación superficial no revelará estas cosas, sino tan sólo la euforia que
acompaña la adquisición de tabaco, y la habilidad y astucia con que actúa toda la
pandilla de traficantes. Sin embargo, no hace falta calar muy hondo para descubrir el
miedo a la locura. Aunque nunca he investigado a presos adultos, el estudio minucioso
de muchos niños que, con el tiempo, engrosarán la población carcelaria me ha
enseñado que el miedo a la locura está siempre presente y que la predisposición
antisocial, tomada en su totalidad, es un complejo mecanismo de defensa contra los
delirios de persecución, Las alucinaciones y la desintegración sin esperanza de
recuperarse. Hablo de algo peor que la desdicha; en general, deberíamos sentirnos
complacidos cuando un niño o un adulto antisocial llega hasta la etapa de infelicidad,
porque en ella hay esperanza y la posibilidad de prestarle ayuda. El antisocial
empedernido tiene que defenderse hasta de la esperanza, porque sabe por experiencia
que el dolor de perderla una y otra vez es insoportable. De un modo u otro, el tabaco le
suministra algo que le permite ir tirando y posponer la vida para más adelante, cuando
el hecho de vivir vuelva a tener sentido.
De esto se infiere una sugerencia práctica. El informe da a entender que debería
aumentarse el salario de los presos, aduciendo que ha habido un alza real en el precio
del tabaco, en tanto que los salarios se han mantenido estacionarios. Empero, el
incremento propuesto en el salario individual no posibilitará el consumo de 30 gramos
de tabaco por semana. Hay una cantidad mínima (que podría determinarse) que haría
la vida soportable para el preso; en mi opinión, hay mucho que decir en favor de una
acción que le posibilite a cada preso disponer, por lo menos, de esta cantidad mínima.
Ante la posible existencia de algunos no fumadores, parecería más sensato permitir la
venta franca del tabaco igual que en la Marina, que aumentar los salarios. En teoría,
una mayor paga colocaría inevitablemente al no fumador en condiciones muy
favorables para convertirse en un "magnate del tabaco", porque sería un hombre rico
dentro de la comunidad carcelaria. Si nadie propone la venta franca del tabaco en las
cárceles es, tal vez, porque el público podría creer que de ahí en adelante los presos
vivirán estupendamente bien y, por lo expresado en el primer punto, es obvio que me
doy cuenta de que el público debe saber que no se los mima. Aun así, debería
intentarse esta solución en la medida en que se pueda educar al público. Creo que si
se le señala este hecho, la mayoría de la gente comprenderá que, para el individuo
condenado a largos años de prisión, el hábito de fumar hace que la vida le resulte
simplemente soportable, en vez de convertirse en una tortura mental constante.
Nota:
En este trabajo me veo obligado a abordar el tema que me ha sido asignado desde el
punto de vista teórico, pares no poseo una experiencia directa de las escuelas
progresivas ni como alumna ni como docente.
Mi especialidad es la psiquiatría del niño basada en el psicoanálisis. Por consiguiente,
debo examinar el tema de las escuelas progresivas teniendo en cuenta el trabajo que
he llevado a cabo con un sinnúmero de niños enfermos y, a veces, con sus
progenitores enfermos.
DIAGNOSTICO
Toda atención médica basa su acción en el diagnóstico. Esta es una verdad indudable
tanto en la psiquiatría general como en la psiquiatría del niño. En ambas el diagnóstico
individual del paciente va acompañado de un diagnóstico social.
En este trabajo, que someto a la consideración de ustedes, sostengo la tesis de que
nada puede decirse con respecto a la Educación Progresiva sin basarse en un
diagnóstico bien fundado.
Se podrá decir, quizá, que la educación propiamente dicha consiste en enseñarle al
niño a leer, escribir y hacer cálculos, presentarle los principios de la física o exponerle
los hechos de la historia, si bien aun dentro de este campo limitado el maestro debe
aprender a conocer al alumna. La educación especial, sea cual fuere, es otra cosa. La
finalidad de las escuelas progresivas trasciende la enseñanza común y corriente y
entra en el campo más amplio de las necesidades individuales. Por lo tanto, se admitirá
fácilmente que quienes tratan el tema de las escuelas progresivas se interesan
forzosamente por estudiar la índole de cada alumna.
Empero, no podemos presumir que un pedagogo disponga de una base teórica para
establecer diagnósticos, y es aquí, tal vez, donde el psiquiatra de niños puede prestarle
ayuda.
Por si hiciera falta un ejemplo, tomaré como caso ilustrativo otro problema: el del
castigo corporal. A menudo oímos hablar de los aspectos beneficiosos o perjudiciales
del castigo corporal, o leemos acerca de ellos, y sabemos que su discusión seguirá
siendo irremediablemente inútil, porque nadie trata de clasificar a los niños por el
estado de crecimiento emocional en que se encuentran. Tomemos dos casos extremos:
en una escuela para niños normales, provenientes de hogares normales, la cuestión de
los castigos corporales se considerará, quizá, junta con otros temas de mediana
importancia; en cambio, en una escuela para niños con trastornos de conducta,
muchos de ellos provenientes de hogares deshechos, el castigo corporal debe
encararse como una cuestión de vital importancia y, en verdad, como una técnica de
manejo siempre nociva para el alumna.
Sin embargo—y esto es bastante curioso—en ocasiones una comisión directiva puede
prohibir, por mandato, la aplicación de castigos corporales como parte del método de
manejo del primer grupo de niños, pero en el segundo grupo tal vez haya que
mantenerla como una posibilidad, como un recurso que se podría emplear si las
circunstancias parecieran justificarlo (en otras palabras, no se lo prohíbe por mandato
de una comisión directiva).
Este es un problema relativamente simple, comparado con el amplio tema de las
escuelas progresivas y el logar que ocupan en la comunidad, pero quizá podamos
utilizar la analogía en la introducción. Será preciso ir paso a peso, partiendo de la
premisa de que el niño es físicamente sano.
CLASIFICACION A
y también:
Tal vez se admitirá que en una comunidad la mayoría de los niños son:
Sanos y su vida tiene por base una familia intacta, integrada a un grupo social (si bien
este grupo puede ser reducido o aun presentar algún aspecto patológico).
Las escuelas destinadas a estos niños se evaluarán por su capacidad para facilitar:
Hay que tener en cuenta la existencia de un porcentaje de niños que pueden calificarse
de normales o sanos, pese a que provienen de familias deshechas o con conexiones
sociales "difíciles". La categoría de niños sanos incluye, asimismo, a aquellos que son
enfermos en el sentido de que padecen de:
Psiconeurosis.
Trastornos anímicos.
Interacción psicosomática patológica.
Personalidad con estructura esquizoide.
Esquizofrenia.
Nota:
1) D W. Winnicott, The Child and The Family, Londres, Tavistock Publications, 1957;
The Child, the Family, and the Outside World, Londres, Penguin, 1964.
DIAGNOSTlCO DE DEPRlVACION
Hay una forma de clasificación que tiene importancia vital para quienes abordan la
cuestión pensando en los sistemas educacionales y que, sin embargo, no siempre
ocupa el lugar debido. Implica un carta transversal de la clasificación por tipo de
organización defensiva neurótica o psicótica y, en un extremo, incluye hasta a algunos
niños potencialmente normales. Tal clasificación se basa en la deprivación.
El niño deprivado (ya sea en forma total o relative) ha tenido un suministro ambiental
suficientemente bueno que posibilitó la continuidad de su existencia como persona
diferenciada. Luego se vio deprivado de él, en un estadio de su desarrollo emocional en
el que ya podía sentir y percibir el proceso. Este niño queda atrapado entre las garras
de su propia deprivación (adviértase que no me refiero a una privación), y a partir de
entonces debe hacerse que el mundo reconozca y repare el daño; pero como gran
parte del proceso se desarrolla en el inconsciente, el mundo fracasa en su intento... o
paga caro su éxito.
Calificamos a estos niños de inadaptados y decimos que son presa de la tendencia
antisocial. El cuadro clínico se observa en:
Primera parte
a) Tener una base firme en cuanto a la conciencia de lo actual en términos del aquí y
ahora.
b) Añadir a esta actualidad (a este aquí y ahora efectivos) un avance firme y constante.
(La determinación de los principios ya ganados debe quedar a cargo de la escuela,
pero el rebelde creativo puede encargarse de vigilar su propia conducta al acecho de
posibles reincidencias.)
c) El significado de la palabra avance depende en parte de:
1) el aquí y ahora efectivos;
2) e] temperamento del pionero.
Para el movimiento "progresivo", el "avance" podría tener que ver con los siguientes
factores:
Positivos
A. La dignidad del individuo por derecho propio y como base de la dignidad social.
1) el potencial heredado;
2) el proceso de maduración (heredado);
3) el hecho de que el desarrollo del proceso de maduración depende de la existencia
de un ambiente que lo facilite;
4) la evolución DE LA DEPENDENCIA A LA INDEPENDENCIA, combinada con la
evolución del ambiente, que primero se adapta y luego falla en su intento de seguir
adaptándose (cambio graduado).
C. Una teoría de las fallas humanas (en personalidad, carácter o conducta) que tenga
en cuenta:
1) Las anormalidades del ambiente; y
2) Las dificultades inherentes al crecimiento humano, al establecimiento del self, y a la
autoexpresión.
Corolario: suministrar los medios necesarios para aplicar la psicoterapia individual.
Negativos
medio rural,
equipamiento,
contacto con la industria local,
para la prestación de servicios locales, etc.
Problemas
Interrogantes
Segunda parte
Axioma: No conviene hablar del control, salvo un comentario sobre el diagnóstico del
niño o el adulto que puede quedar bajo control (cf. el párrafo pertinente en mi trabajo
para la conferencia).
La madurez (relativa) del individuo, tal como se detecta en la historia y la calidad de su
relación con el objeto de amor primario que él ha establecido, será un factor importante
cuando se considere la cuestión del diagnóstico de las personas bajo control. Sugiero
que la siguiente especulación podría resultar provechosa:
¿Qué puede hacer un ser humano con un objeto? Al principio la relación es con un
objeto subjetivo. Sujeto y objeto se separan y apartan poco a poco; luego aparece la
relación con el objeto percibido de manera objetiva. El sujeto destruye al objeto.
Este proceso se divide en tres fases:
1) el sujeto conserva al objeto: 2) el sujeto usa al objeto; 3) el sujeto destruye al objeto.
1) Esta es la idealización.
2) Uso del objeto: es una idea compleja y sofisticada, un logro del crecimiento
emocional sano que sólo se alcanza con el tiempo y la buena salud.
1) deteriorar el objeto bueno para hacerlo menos bueno y, por ende, menos sujeto a
ataques; y,
Esta última clase de destrucción no necesita ser controlada. Lo que hace falta, en este
caso, es suministrar las condiciones que posibiliten el constante crecimiento emocional
del individuo, desde su más temprana infancia hasta que, en su búsqueda de una
solución personal, pueda disponer de las complejidades de la fantasía y el
desplazamiento.
En cambio, las acciones compulsivas de denigrar, ensuciar y destruir—que
corresponden a la destrucción que está en la raíz de la relación de objeto—implican
una alteración del objeto con la intención de hacerlo menos excitante y menos digno de
ser destruido. Estas acciones requieren la atención de la sociedad. Por ejemplo, la
persona antisocial que entra en una galería de arte y tajea un cuadro de un gran
maestro antiguo no actúa impelida por el amor a ese cuadro ni, en realidad, es tan
destructiva como el amante del arte que preserve el cuadro, lo usa plenamente y lo
destruye una y otra vez en sus fantasías inconscientes. No obstante, el primero ha
cometido un acto de vandalismo aislado que afecta a la sociedad, obligándola a
protegerse. Este ejemplo casi obvio sirve, quizá, para demostrar que existe una gran
diferencia entre la destructividad inherente a la relación de objeto y la destructividad
derivada de la inmadurez de un individuo.
Del mismo modo, la conducta heterosexual compulsiva tiene una etiología compleja y
no se asemeja ni de lejos a la capacidad de un hombre y una mujer de amarse
sexualmente, cuando han decidido fundar un hogar para su eventual prole. El primer
caso incluye el elemento de deteriorar lo perfecto, o de ser deterioradlo y perder la
cualidad de perfecto, en un esfuerzo por reducir la angustia.
En el segundo caso, dos personas relativamente maduras han hecho frente a la
destrucción, la preocupación y el sentimiento de culpa que llevan dentro, y han
quedado en libertad de programar el uso constructivo del sexo, sin negar por ello los
elementos en bruto que rodean la fantasía del acto sexual total.
Uno descubre sorprendido cuán poco saben el amante romántico y el adolescente
heterosexual acerca de la fantasía del acto sexual total, consciente e inconsciente, con
su rivalidad, su crueldad, sus elementos pregenitales de destrucción cruda y sus
peligros.
Quienes enarbolan la bandera de la educación progresiva tienen que estudiar estas
cuestiones. De lo contrario, caerán con excesiva facilidad en el error de confundir la
heterosexualidad con la buena salud, y aquélla les parecerá conveniente cuando la
violencia no asoma o se muestra tan sólo como el pacifismo irracional y reactivo de los
adolescentes, que tiene poco que ver con las crudas realidades del mundo actual en el
que, algún día, esos adolescentes entrarán como adultos competitivos.
26. LA ASISTENCIA EN INTERNADOS COMO TERAPIA
Gran parte del crecimiento es un crecimiento hacia abajo. Si vivo lo suficiente, espero
consumirme y empequeñecerme hasta poder pasar por ese agujerito que llamamos
morir. No necesito ir muy lejos para encontrar un psicoterapeuta vanidoso: ése soy yo.
En la década de 1930, durante mi formación como psicoanalista, tenia la sensación de
que con un poco más de preparación, habilidad y suerte podría mover montañas
haciendo las interpretaciones correctas en el momento oportuno. Eso seria practicar la
terapia, una terapia por la que valdría la pena afrontar las cinco sesiones semanales,
su costo y el efecto disruptivo que el tratamiento de un miembro de una familia puede
causar en el resto de ella.
Al ir adquiriendo mayor perspicacia, descubrí que también yo—como mis colegas—
podía trabajar en forma significativa el material de los pacientes a medida que lo
presentaban durante las sesiones; podía infundirles mayor esperanza y, por ende,
inducirlos a comprometerse más y a acrecentar constantemente su valiosa cooperación
inconsciente. En verdad, todo aquello era muy bueno y yo pensaba pasar el resto de mi
vida profesional practicando la psicoterapia. En un determinado momento expresé mi
opinión de que no había otra terapia que la practicada sobre la base de cinco sesiones
semanales de 50 minutos y por el tiempo necesario (que podría abarcar varios años),
por un psicoanalista formado en su especialidad.
Lo dicho parecerá una tontería, pero ésa no ha sido mi intención; sólo quiero decir que
es una especie de comienzo. Tarde o temprano se inicia el proceso de
empequeñecimiento; al principio es doloroso, hasta que uno se acostumbra. En mi
caso, creo que empecé a empequeñecerme cuando vi por primera vez a David Wills.
David no se permitiría enorgullecerse de su trabajo en un viejo asilo de pobres de
Bicester. El suyo fue un trabajo notable y estoy orgulloso de él.
El lugar tenia dos características principales: baños grandes, construidos para que los
viajeros pudieran bañarse con comodidad (originariamente, el conjunto de edificios
habla sido destinado a hotel estatal en la rota de Oxford a Pershore), y por el ruibarbo
de color champaña que crecía silvestre, el que era más apreciado por el personal del
establecimiento (en el que me incluía como psiquiatra visitante) que por los mu-
chachos.
Era apasionante participar en la vida de ese alberque para menores evacuados con
problemas de conducta, creado a raíz de la guerra. Por supuesto, a él iban a parar los
muchachos más indóciles de la región y era muy común oír la siguiente secuencia de
ruidos: se acercaba un auto a cierta velocidad; alguien tiraba de la campanilla,
desencadenando un estruendo de campanillazos, y abría la puerta de entrada; luego se
ala un portazo y el rugido de un auto que había quedado con el motor en marcha y
ahora arrancaba como si lo persiguiera el demonio. Íbamos hasta la entrada y
descubríamos que habían introducido rápidamente a un niño o adolescente, a menudo
sin previo aviso telefónico. Acababan de encajarle un nuevo problema a David Wills...
Tal vez el muchacho sólo había prendido fuego a una parva de heno u obstruido las
vías del ferrocarril, pero estas travesuras eran mal vistas en la época de Dunquerque,
cuando vivíamos sobre el filo de la navaja con respecto al cariz que tomaría la guerra.
Fueran cuales fueren las circunstancias, detrás de aquella puerta violentamente
cerrada siempre había un nuevo huésped.
¿Qué papal desempeñé allí? Bueno, aquí es donde trataré de describir el crecimiento
hacia abajo. Al principio, en mis visitas semanales veía a uno o dos menores, en
entrevistas individuales donde ocurrían las cosas más sorprendentes y reveladoras. A
veces conseguía que David y algunos miembros del personal especializado
escucharan mi relato de la entrevista y mis estupendas interpretaciones, basadas en un
insight profundo, del material presentado atropelladamente por chicos ansiosos de
recibir ayuda personal. Empero, me daba cuenta de que mis pequeñas semillas caían
en suelo pedregoso.
Aprendí bastante pronto que en aquel albergue ya se hacia terapia. La practicaban sus
mures y techos; los vidrios del invernadero, que servían de blanco a los ladrillazos; los
baños absurdamente grandes, en los que debía quemarse una cantidad enorme de
carbón—tan escaso y costoso en tiempos de guerra—para que los chicos pudieran
chapotear y nadar en las bañeras con agua caliente hasta el ombligo.
La practicaban el cocinero; la regularidad con que llegaba la comida a las mesas; los
cobertores suficientemente abrigados y quizá de colores cálidos; los esfuerzos de
David por mantener el orden pese a la escasez de personal y a un sentimiento
constante de futilidad absoluta, porque la palabra "éxito" era ajena a la labor que
cumplía aquel asilo de pobres de Bicester. Por supuesto, los muchachos se escapaban,
robaban en los casos de la vecindad y se empeñaban en romper vidrios, hasta que la
comisión directiva del albergue empezó a preocuparse en serio. El ruido de vidrios
rotas adquirió proporciones de verdadera epidemia. Por suerte el ruibarbo de color
champaña crecía muy lejos de los pabellones, hacia el oeste, en un lugar tranquilo
donde los agotados miembros del personal podían quedarse a contemplar la puesta del
sol.
Cuando empecé a investigar más a fondo lo que sucedía en el albergue, descubrí que
David estaba hacienda cosas importantes, basándose en determinados principios que
todavía hay estamos tratando de establecer y relacionar con una estructura teórica. Tal
vez sea una forma de amar, sobre la que me explayaré más adelante. Por ahora
tenemos que examinar las prácticas naturales en un medio hogareño, para poder
imitarlas deliberadamente y adaptarlas, de manera económica, a las necesidades
individuales de los niños o a la atención de las situaciones particulares que se
presenten.
Sigo hablando de David Wills no sólo porque esta conferencia lleva su nombre, sino
también porque verlo trabajar fue para mi uno de los primeros aldabonazos educativos
que me hicieron comprender la existencia de un aspecto de la psicoterapia que no se
puede describir en términos de hacer la interpretación correcta en el momento
adecuado.
Naturalmente, necesité aquella década de estudios en la que exploré a fondo el uso de
la técnica que deriva realmente de Freud y que él ideó para investigar lo inconsciente
reprimido; por supuesto, este objeto de investigación no admitía un enfoque directo. Sin
embargo, empecé a percatarme de que en la psicoterapia es preciso que, al cabo de la
entrevista individual, el niño o adolescente pueda regresar a un tipo de cuidado
personal, y que hasta en el psicoanálisis propiamente dicho— y por tal entiendo el
tratamiento basado en un régimen de cinco sesiones semanales, que estimula el pleno
desarrollo de la transferencia—se necesita un aporte especial del paciente, que podría
describirse como cierto grado de confianza en las personas y en el cuidado y ayuda
disponibles.
Por ejemplo, David había organizado una especie de sesión semanal en la que
participaban todos los muchachos y podían hablar con entera libertad. Como se
supondrá, su conducta era desordenada y a menudo exasperante: daban vueltas por el
salón; se quejaban de esto y de aquello; cuando se les pedía que juzgaran a un
infractor, sus veredictos solían ser muy duros y hasta crueles. No obstante, en la
atmósfera de extremada tolerancia que David lograba crear, algunos menores
expresaban cosas muy importantes. Uno percibía de qué modo cada muchacho trataba
de afirmar una identidad sin lograrlo en realidad, salvo, quizá, por media de la violencia.
Podría decirse que cada niño clamaba por una ayuda personal (lo mismo harían las
niñas en igual situación), pero ese tipo de ayuda no está disponible para todos y en
aquel albergue se trabajaba a partir del manejo grupal.
Sé que muchos han hecho este trabajo antes que Wills y después de él; David diría
que él mismo lo hizo mucho mejor en otros lugares. Aun así, desde mi punto de vista,
en Bicester se llevó a cabo una labor excelente, imposible de medir con la vara de los
éxitos y los fracasos superficiales. También es cierto que aquel grupo de varones era
excepcionalmente difícil de tratar, por cuanto estaban a medio camino entre la
esperanza y la desesperanza. En general no habían abandonado las esperanzas, pero
tampoco podían ver hacia dónde debían orientar su búsqueda de ayuda para obtenerla.
El modo más fácil de conseguir ayuda es recurriendo a la provocación y la violencia,
pero los niños del albergue tenían esta otra alternativa, tan diferente, que les permitía
guardar sus quejas para sus adentros y expresarlas en las reuniones de los martes a
las cinco de la tarde.
A esta altura de mi disertación, es preciso examinar con detenimiento la terapia que
suministran las instituciones asistenciales de internados. Empero, desearía advertir
ante todo que dichas instituciones no son una mera necesidad planteada por la
insuficiencia de personal con formación adecuada para brindar tratamiento individual.
La terapia de internado se creó para suplir la falta de dos condiciones esenciales para
la terapia individual, o bien de una de ellas. La primera es disponer de un medio que
posibilite el tratamiento adecuado a los pacientes como individuos; en el caso de estos
niños, el único medio apto para ese tratamiento es el internado. La segunda es que el
niño posea un ambiente interno, como lo denominó Willi Hoffer, (1) o sea una
experiencia de suministro ambiental suficientemente bueno que haya sido incorporada
y adaptada a un sistema de confianza en aquello que lo rodeo; los niños inadaptados
traen consigo una baja cuota de ambiente interior. Cada caso requiere un doble
diagnóstico, personal y social.
Los internados pueden suministrar ciertas condiciones ambientales que, de hecho,
necesitamos comprender para practicar el psicoanálisis, aun en su forma más clásica.
Empero, psicoanalizar a un paciente no significa tan sólo verbalizar el material que él
aporte, listo para ser verbalizado, en una forma de cooperación inconsciente—aunque
sabemos que cada vez que esto se logra, disminuye proporcionalmente el esfuerzo del
paciente por mantener reprimido algo, el cual entraña siempre un desperdicio de
energía y genera síntomas—. Aun en un caso adecuado para el psicoanálisis clásico, lo
principal es suministrar condiciones que posibiliten este tipo especial de trabajo y
permitan obtener la cooperación inconsciente del paciente para producir el material que
se verbalizará. En otras palabras, el requisito previo para que una interpretación clásica
y correcta resulte eficaz es que el paciente adquiera confianza (o como quiera
llamársela).
Cuando trabajamos en internados podemos prescindir de la verbalización y del material
listo para su interpretación porque allí se hace hincapié en la provisión total, que es el
media, pero salta a la vista que hay ciertos elementos imprescindibles. Solo enumeraré
algunos:
1) Si el internado es bueno, hay en él una actitud general que lleva implícita una
confiabilidad inherente. Ustedes querrán que me apresure a advertir que esta
confiabilidad es humana y no mecánica. Podría ser mecánica, en el sentido de que el
servicio puntual de las comidas ayuda a crear esa confiabilidad, pero, sean cuales
fueren las reglas establecidas, ella será relativa porque los seres humanos no son
confiables. Un psicoanalista puede serlo durante las cinco sesiones semanales de 50
minutos, aunque en su vida privada sea tan poco confiable como cualquier otra
persona; esto es importantísimo, y se aplica igualmente a una enfermera, un asistente
social o quienquiera trate a otros seres humanos. El punto esencial de la asistencia en
internados, cuando se la encara como terapia, es que los niños comparten la vida
privada de los asistentes sociales y, por ende, "se contagian" esa falta de confiabilidad
tan humano. No obstante, hasta en un servicio de 24 horas hay cierta orientación
profesional y, en todo caso, se debe alentar al personal especializado a que se tome un
tiempo de descanso, además de darle la oportunidad de desarrollar una vida privada.
Si examinamos los fundamentos del papel terapéutico de la confiabilidad, vemos que
un alto porcentaje de los menores que son candidatos a ingresar en un internado se
han criado en un ambiente caótico, ya sea de modo general o en una fase específica
de su vida (pueden darse ambas cosas). Para un niño un ambiente caótico es sinónimo
de imprevisibilidad, en el sentido de que él siempre debe estar preparado para un
trauma y esconder el sagrado núcleo de su personalidad donde nada pueda tocarlo,
para bien o para mal. Un ambiente atormentador confunde la mente y el niño puede
desarrollarse en un estado de constante confusión, sin organizarse nunca en cuanto a
su orientación. En el lenguaje clínico decimos que estos niños son inquietos, carentes
de todo poder de concentración e incapaces de perseverar en algo. No pueden pensar
en lo que serán cuando lleguen a la edad adulta. En realidad, se pasarán la vida
ocultando lo que podríamos denominar su verdadero self. Quizá lleven algún tipo de
vida en la periferia del falso self, pero su sentido de estar existiendo estará vinculado
con un self verdadero central e inaccesible [un-get-at-able:l. Si acaso se les da la
oportunidad de quejarse, se lamentarán de que nada les parece real, esencialmente
importante o una verdadera manifestación del self. Quizás encuentren una solución en
el sometimiento, con una violencia siempre latente y a veces manifiesta. Detrás de su
aguda confusión mental está el recuerdo de la angustia impensable que
experimentaron cuando, por una vez al menos, encontraron el núcleo de su self y lo
lastimaron. Esta angustia es física e intolerable para el individuo que la padece. La
describimos como una caída perpetua, desintegración, falta de orientación, etc., y
debemos saber que Los niños que llevan encima el recuerdo de semejante experiencia
difieren de los niños que, habiendo recibido un cuidado suficientemente bueno en los
inicios de su infancia, no tienen que habérselas siempre con esta amenaza oculta.
Con el tiempo, la confiabilidad humane suministrada en un internado puede poner fin a
un grave sentimiento de imprevisibilidad, por lo que podemos describir en estos
términos gran parte de la acción terapéutica ejercida por la asistencia brindada en el
internado.
4) Aún quedarían por mencionar muchos otros grandes principios. Uno de ellos tiene
que ver con la gratitud. Yo diría que ustedes no esperan recibirla, en la medida en que
su lema sea practicar la terapia. Todo cuanto hacen en tal sentido son actitudes
profesionales deliberadas, fundadas en cuestiones propias del hogar natural, y si un
progenitor da por sentado el agradecimiento del bebé está abrigando falsas
esperanzas. Como es sabido, los padres esperan largo tiempo antes de hacer que un
niño diga "gracias" y, cuando lo hacen, no pretenden que ese "gracias" signifique
"gracias" (Los Beatles ridiculizaron muy bien esta idea en su canción "Muchas
gracias"). Los niños descubren que decir "gracias" forma parte del sometimiento y pone
de buen humor a las personas. La gratitud es algo muy refinado, que puede aparecer o
no según el rumbo que tome el desarrollo de la personalidad del niño. Podríamos decir
con frecuencia que siempre recelamos de la gratitud, en especial si es exagerada, pues
sabemos cuán fácilmente puede ser una manifestación de aplacamiento. Por supuesto,
no le estoy pidiendo a nadie que rechace un regalo; tan sólo estoy diciendo que
ustedes no hacen su trabajo con miras a recibir el agradecimiento de los niños. En una
reciente asamblea de asistentes sociales, el director del colegio de Derby citó la
siguiente exhortación de San Vicente de Paúl a sus discípulos: "Rogad a Dios que los
pobres los perdonen por ayudarlos". Creo que esta frase contiene la idea que estoy
formulando; cabría esperar que nosotros diéramos gracias a los niños por estar
necesitados de asistencia, aunque al usar la terapia que les suministramos puedan
fastidiarnos y agotarnos.
5) Cuando les va bien, los niños se descubren a sí mismos y se vuelven molestos; ésta
es una parte importante del aspecto terapéutico de nuestra labor. Esos niños atraviesan
por fases en que la violencia y el robo son las únicas formas posibles de manifestar su
esperanza. Todo niño que recibe tratamiento terapéutico en un internado pasa
inevitablemente por una fase en la que se convierte en candidato a chivo emisario. ("Si
tan sólo pudiéramos librarnos de ese chico, estaríamos muy bien"). Este es el periodo
crítico. Creo que coincidirán conmigo en que en tales períodos la tarea de ustedes no
es curar los síntomas, predicar la moral u ofrecer sobornos, sino sobrevivir. En este
medio, "sobrevivir" significa no sólo salir del trance vivos e indemnes, sino también no
verse provocados a adoptar una actitud vengativa. Si sobreviven, y sólo entonces, tal
vez se sientan utilizados (de manera muy natural) por ese niño que se está
transformando en persona y que recién ha adquirido la capacidad de manifestar un
gesto de cariño bastante simplificado.
Hasta es posible que de vez en cuando le oigan decir "gracias", pero por cierto las
habrán merecido, porque han tratado de hacer algo que debería haber sido hecho
cuando el niño se hallaba en una etapa temprana de su desarrollo y que se perdió a
causa de las rupturas de la continuidad de la vida del niño en su hogar natural. Ustedes
deben tener por fuerza cierto porcentaje de fracasos, y también deberán sobrevivir a
esto para poder disfrutar de los éxitos ocasionales.
Espero haber puesto en claro que, desde mi punto de vista, la asistencia en internarlos
puede ser un acto de terapia muy deliberado, hecho por profesionales en un medio
profesional. Puede ser una manera de manifestar cariño, pero a menudo debe parecer
una forma de odio, y la palabra clave no es "tratamiento" o "cura", sino más bien
"supervivencia". Si ustedes sobreviven, el niño tiene una probabilidad de crecer y
transformarse en algo parecido a la persona que habría sido, si el derrumbe de su
ambiente no hubiese acarreado el desastre.
Nota:
1) Véase W. Hoffer, The Early Development and Education of the Child Londres,
Hogarth Press, 1981.
Cuarta parte
TERAPIA INDIVIDUAL
El primer capitulo de esta Cuarta parte, hasta ahora inédito, contiene una breve
descripción del psicoanálisis y expone, en un lenguaje sencillo, Las diferencias entre
las necesidades terapéuticas del individuo psicótico, el psiconeurótico y el antisocial.
El segundo capítulo se refiere específicamente al tratamiento individual de los
trastornos del carácter, vincula a éstos con la deprivación y establece la relación entre
la terapia del individuo antisocial y las dos orientaciones principales de la tendencia
antisocial. Este trabajo, que incluye dos ejemplos clínicos, muestra de manera muy
clara cómo se inserta la teoría de Winnicott sobre la tendencia antisocial en la teoría
sicoanalítica, tal como se había desarrollado hasta ese momento.
Por último, ofrecemos la descripción completa de una consulta terapéutica acerca de
una niña de 8 años que robaba en la escuela. Ella nos demuestra de qué manera la
mentira está estrechamente ligada al robo y, por medio de los dibujos espontáneos de
la niña, revela del modo más vivido y dramático la índole de una deprivación específica.
27. VARIEDADES DE PSICOTERAPIA
Ustedes habrán oído hablar con mayor frecuencia de variedades de enfermedad que
de variedades de terapia. Naturalmente, ambas están relacionadas y tendré que
referirme primero a la enfermedad y luego a la terapia.
Soy psicoanalista y no se molestarán si les digo que la formación psicoanalítica es la
base de la psicoterapia. Ella incluye el análisis personal del analista en formación.
Aparte de esta capacitación, la teoría y la metapsicología psicoanalíticas influyen en
toda psicología dinámica, sea cual fuere su escuela.
Con todo, hay muchas variedades de psicoterapia. Su existencia no debería depender
de las opiniones del profesional, sino de los requerimientos del paciente o del caso.
Digamos que en lo posible aconsejamos el psicoanálisis, pero cuando éste es
imposible o hay razones para desaconsejarlo, puede idearse una modificación
adecuada.
Aunque trabajo en el centro mismo del mundo psicoanalítico, tan sólo un porcentaje
muy pequeño de los muchos pacientes que, de un modo u otro, llegan hasta mí reciben
tratamiento psicoanalítico .
Podría hablar de las modificaciones técnicas requeridas para los pacientes psicóticos o
fronterizos, pero éste no es el tema que deseo tratar ante ustedes.
Me interesa especialmente la forma en que un analista profesional puede utilizar con
eficacia otra técnica que no sea el análisis. Esto es importante cuando se dispone de
un tiempo limitado para el tratamiento, como sucede tan a menudo. Con frecuencia
esas técnicas parecen ser mejores que los tratamientos que, en mi opinión, causan un
efecto más profundo (me refiero a los psicoanalíticos).
Ante todo, permítanme enunciarles una característica esencial de la psicoterapia: no se
la debe mezclar con ningún otro tratamiento. Por ejemplo, si adquiere importancia la
idea de una posible aplicación de la terapia por electroshock o shock insulinico, será
imposible trabajar con el paciente porque se altera todo el cuadro clínico. El paciente
teme y/o anhela secretamente el tratamiento físico y el psicoterapeuta nunca llega a
habérselas con su problema personal real.
Por otro lado, debo dar por sentado que se suministra una adecuada atención física al
organismo del paciente.
El siguiente paso consiste en preguntarnos cuál es nuestra meta. ¿Queremos hacer lo
más o lo menos que se pueda? En el psicoanálisis nos preguntamos: ¿cuánto
podemos hacer? En el hospital donde trabajo adoptamos la posición opuesta, ya que
nuestro lema es: ¿qué es lo mínimo que necesitamos hacer? Nos induce a tener
siempre presente el aspecto económico del caso, a buscar la enfermedad central o
social de una familia para no malgastar nuestro tiempo (y el dinero de alguien) tratando
a .os personajes secundarios del drama familiar. Lo expresado hasta aquí nada tiene
de original, pero quizá les guste oírselo decir a un psicoanalista, ya que los analistas
son especialmente propensos a empantanarse en tratamientos prolongados, en cuyo
transcurso pueden perder de vista un factor externo adverso.
Por lo demás, entre las dificultades que tiene un paciente, ¿cuántas se deben al simple
hecho de que nadie los ha escuchado nunca de manera inteligente? Descubrí muy
pronto, hace ya cuarenta años, que la recepción de la historia clínica de la boca de la
madre es de por sí una forma de psicoterapia, si se efectúa correctamente. Debemos
adoptar con naturalidad una actitud no moralista y darle tiempo a la madre para
expresar lo que tiene en mente. Cuando concluya su exposición, tal vez añadirá:
"Ahora comprendo de qué modo los síntomas actuales encajan en la pauta global de la
vida familiar de mi hijo. Ahora puedo manejarlo, simplemente porque usted me dejó
relatar toda la historia a mi modo y tomándome mi tiempo". Esta cuestión no atañe
únicamente a los padres que traen a sus hijos a la consulta. Los adultos expresan otro
tanto acerca de sí mismos, y podría decirse que el psicoanálisis es una larga,
larguísima recepción de una historia.
Por supuesto, ustedes están al tanto del tema de la transferencia en el psicoanálisis.
En el medio psicoanalítico los pacientes traen muestras de su pasado y de su realidad
interior, y las exponen en la fantasía correspondiente a su relación siempre cambiante
con el analista. Así, poco a poco, lo inconsciente puede hacerse consciente. Una vez
iniciado este proceso y obtenida la cooperación inconsciente del paciente, siempre hay
mucho por hacer; de ahí la extensión de los tratamientos corrientes.
Es interesante examinar las primeras entrevistas. El analista se cuida de ser
demasiado "inteligente" al comienzo de un tratamiento, por una buena razón. El
paciente trae a las primeras entrevistas toda su fe y su recelo con respecto al analista,
quien debe posibilitar que estos sentimientos extremos encuentren su expresión real. Si
hace demasiadas cosas al principio del tratamiento, el paciente huirá o, impelido por el
miedo, adquirirá una estupenda fe en su terapeuta y quedará casi hipnotizado.
Antes de seguir adelante debo mencionar algunas otras premisas. No puede haber
ninguna área reservada en el paciente. La psicoterapia no formula prescripciones con
respecto a la religión, intereses culturales o vida privada del paciente, pero si éste
mantiene bajo llave (por decirlo así) una parte de sí mismo está evitando la
dependencia inherente al proceso terapéutico. Como verán, esta dependencia lleva
implícita la correspondiente confiabilidad profesional del terapeuta, aun más importante
que la confiabilidad del facultativo en la práctica médica corriente. Es interesante
señalar que el juramento hipocrático, que echó las bases del ejercicio de la medicina
reconoció este hecho con brutal claridad.
Por otra parte, según la teoría en la que se funda todo nuestro trabajo, un trastorno que
no tiene causas físicas (y que, por ende, es psicológico) representa una traba en el
desarrollo emocional del individuo. La meta de la psicoterapia es para y exclusivamente
deshacer esa traba para posibilitar el desarrollo ahí donde, hasta entonces, éste fue
imposible.
En un lenguaje diferente, aunque paralelo, el trastorno psicológico es sinónimo de
inmadurez, específicamente de inmadurez en el crecimiento emocional del individuo,
que incluye la evolución de su capacidad para relacionarse con las personas y con el
ambiente en general.
Para ser más claro, debo presentarles un panorama del trastorno psicológico y las
categorías de inmadurez personal, aunque ello implique una burda simplificación de un
tema muy complejo. Establezco tres categorías. La primera trae a la memoria el
término "psiconeurosis". Abarca todos los trastornos de los individuos que en las etapas
tempranas de su vida recibieron cuidados suficientemente buenos como para hallarse,
desde el punto de vista de su desarrollo, en condiciones de afrontar las dificultades
inherentes a una vida en plenitud y de fracasar, hasta cierto punto, en sus intentos de
contenerlas. (Por vida en plenitud se entiende aquella en la que el individuo domina sus
instintos, en vez de ser dominado por ellos.) Debo incluir en esta categoría las
variedades más "normales" de la depresión.
La segunda categoría nos recuerda la palabra "psicosis". En este caso algo anduvo mal
en los detalles más tempranos de la asistencia del bebé, provocando una perturbación
en la estructuración básica de su personalidad. Esta falta básica, como la denominó
Balint, puede haber producido una psicosis durante la infancia o la niñez; también es
posible que dificultades ulteriores pongan en evidencia una falta (fault) en la estructura
yoica que hasta entonces había pasado inadvertida. Los pacientes comprendidos en
esta categoría nunca fueron lo suficientemente sanos como para volverse
psiconeuróticos.
Reservo la tercera categoría para los casos intermedios. Son individuos que
empezaron bastante bien, pero cuyo ambiente les falló en un momento dado, o en
forma reiterada, o durante un período prolongado. Son niños, adolescentes o adultos
que podrían afirmar con razón: "Todo marchó bien hasta... y mi vida personal no puede
desarrollarse, a menos que el ambiente reconozca que está en deuda conmigo". Por
supuesto, no es habitual que la deprivación y el sufrimiento consiguiente sean
accesibles a la conciencia; por lo tanto, en vez de un reclamo verbal, encontramos
clínicamente una actitud que manifiesta una tendencia antisocial y que puede cristalizar
en la delincuencia y la reincidencia en el delito.
Así pares, por ahora, están observando las enfermedades psicológicas desde el
extremo equivocado de tres telescopios. A través del primero ven la depresión reactiva,
relacionada con los afanes destructivos que acompañan los impulsos amorosos en las
relaciones entre dos cuerpos (básicamente, entre el bebé y la madre) y la
psiconeurosis, relacionada con la ambivalencia, o sea con la coexistencia del amor y el
odio, propia de las relaciones triangulares (básicamente entre el niño y los padres).
Desde el punto de vista experiencial, estas relaciones son a la vez heterosexuales y
homosexuales en proporciones variables.
A través del segundo telescopio ven cómo el cuidado defectuoso del bebé deforma las
etapas más tempranas del desarrollo emocional. Admito que algunos bebés son más
difíciles de asistir que otros, pero como nuestra intensión no es hechar culpas,
podemos atribuir la enfermedad a una falla en la asistencia del bebé. Vemos una falla
(failure) en la estructuración del self personal y en la capacidad del self para
relacionarse con objetos que forman parte del ambiente. Me gustaría excavar más este
rico filón, junto con ustedes pero no debo hacerlo.
Este segundo telescopio nos permite ver las diversas fallas que dan origen al cuadro
clínico de esquizofrenia o a las ocultas corrientes psicóticas que perturban el flujo
parejo de la vida en muchos de nosotros, que nos ingeniamos para conseguir que nos
rotulen de personas normales, sanas y maduras.
Cuando observamos las enfermedades de esta manera, sólo vemos exageraciones de
elementos de nuestro propio self, no vemos nada que justifique la segregación del
enfermo psiquiátrico. De ahí el gran esfuerzo y la tensión que exige el tratamiento o
atención psicológicos de los enfermos, cuando se lo prefiere a las drogas y a los
denominados “tratamientos físicos”.
El tercer telescopio nos aparta de las dificultades inherentes a la vida y nos encamina
hacia perturbaciones de otra naturaleza, por cuanto la persona deprivada no puede
llegar hasta sus propios problemas inherentes a causa de cierto rencor, de una
exigencia justificada para que se remedie un agravio casi recordado. Probablemente,
los aquí presentes no entramos en absoluto en esta categoría. La mayoría de nosotros
podemos decir: “Nuestros padres cometieron errores, nos frustraron constantemente y
les tocó en suerte introducirnos en el Principio de Realidad, archienemigo de la
espontaneidad, la creatividad y el sentido de lo Real, pero nunca realmente nos dejaron
caer. Es este dejar caer el que constituye la base de la tendencia antisocial. Por mucho
que nos desagrade ser despojados de nuestras bicicletas o tener que recurrir a la
policía para prevenir la violencia, vemos y comprendemos por qué ese niño o
adolescente nos obliga a afrontar un desafío, ya sea mediante el robo o la
destructividad.
He hecho todo cuanto las circunstancias me permitían para erigir un fundamento
teórico que sirva de base a mi breve descripción de algunas variedades de
psicoterapia.
Nota:
CATEGORIA I (psiconeurosis)
2) aquellos cuyo único objeto es mantener en orden a sus menores para proteger a la
sociedad, hasta que esos muchachos y chicas sean demasiado grandes para seguir
internados y salgan al mundo convertidos en adultos que se meterán en dificultades
una y otra vez. Si se actúa con sumo rigor, estas instituciones pueden funcionar a la
perfección.
¿Se dan cuenta de que es muy peligroso basar un sistema de cuidado del menor en la
labor realizada en hogares para inadaptados y, especialmente, en el manejo "exitoso"
de los delincuentes en los centros de detención?
Fundándonos en lo antedicho, tal vez podamos comparar los tres tipos de psicoterapia.
Se sobrentiende que el psiquiatra clínico tiene que ser capaz de pasar fácilmente de un
tipo de terapia a otro y, si es preciso, de aplicarlos todos a la vez.
En el caso de las enfermedades psicóticas (categoría Il) debemos organizar un
"sostén" complejo que, de ser necesario, incluya la atención física. El terapeuta o la
enfermera profesional intervienen cuando el ambiente inmediato del paciente no logra
hacer frente a la situación. Como dijo un amigo mío ya fallecido, John Rickman: "La
locura es la incapacidad de encontrar a alguien que nos aguante". Aquí entran en juego
dos factores: el grado de enfermedad del paciente y la capacidad de tolerancia de los
síntomas que manifieste el ambiente. Esto explica por qué andan sueltos por el mundo
individuos más enfermos que algunos de los internados en manicomios...
El tipo de psicoterapia al que me refiero puede parecerse a la amistad, pero no lo es
porque el terapeuta cobra honorarios y sólo ve al paciente por un tiempo limitado, en
sesiones concertadas de antemano. Además, lo trata por un lapso limitado, por cuanto
el objetivo de toda terapia es llegar a un punto en el que acaba la relación profesional:
la vida del paciente (en todos sus sentidos) toma el timón y el terapeuta pasa a atender
otro caso.
El terapeuta observa en su trabajo unas normas de conducta más elevadas que en su
vida privada (en esto se asemeja a otros profesionales). Es puntual, se adapta a las
necesidades de sus pacientes y, en su contacto con ellos, no hurga en sus propias
ansias frustradas.
Es obvio que los pacientes muy graves de esta categoría someten la integridad del
terapeuta a una gran tensión, por cuanto necesitan realmente el contacto humano y la
manifestación de sentimientos reales, pero también necesitan confiar absolutamente en
una relación que los coloca en una situación de máxima dependencia. Las mayores
dificultades surgen cuando el paciente ha sido seducido en su infancia, pues en tal
caso, durante el tratamiento, experimentará por fuerza el delirio de que el terapeuta
está repitiendo la seducción. Su recuperación depende, por supuesto, de que se
deshaga esta seducción de la infancia que sacó prematuramente a ese niño de su vida
sexual imaginaria, para llevarlo a una vida sexual real, arruinando así el juego ilimitado,
requisito primordial de todo niño.
En la terapia para enfermedades psiconeuróticas (categoría I) se puede obtener con
facilidad el medio psicoanalítico clásico ideado por Freud, pues el paciente aporta al
tratamiento cierto grado de fe y capacidad de confiar en su analista. Cuando todo esto
se da por sentado, el analista puede dejar que la transferencia se desarrolle a su modo
y, en vez de los delirios del paciente, entrarán en el material de análisis sueños, ideas e
imaginaciones expresados en forma simbólica, que podrán ser interpretados conforme
se vaya desarrollando el proceso mediante la cooperación inconsciente del paciente.
Esto es todo cuanto puedo decir, por razones de tiempo, acerca de la técnica
psicoanalítica. Se puede aprender y es bastante difícil, pero no es tan agotadora como
la terapia destinada a tratar los trastornos psicóticos.
Como ya he señalado, la psicoterapia para el tratamiento de una tendencia antisocial
sólo da resultado si el paciente está casi en los inicios de su trayectoria antisocial, o
sea, antes de que se hayan afianzado los beneficios secundarios y las habilidades
delictivas. Tan sólo en estas etapas iniciales, el individuo sabe que es un paciente y, de
hecho, siente la necesidad de llegar hasta las raíces de su perturbación. Cuando se
puede aplicar este método de trabajo, el terapeuta y su paciente emprenden una
especie de investigación policial valiéndose de cualquier pista disponible, incluido
cuanto sepan acerca de los antecedentes del caso. Trabajan en una delgada capa
situada en un nivel intermedio entre lo inconsciente profundamente enterrado, por un
lado, y la vida consciente y el sistema de la memoria del paciente, por el otro.
En las personas normales esta capa intermedia entre lo inconsciente y lo consciente
está ocupada por los intereses y aspiraciones culturales. La vida cultural del
delincuente es notoriamente escasa, porque sólo tiene libertad cuando huye hacia el
sueño no recordado o hacia la realidad. Cualquier intento de explorar la zona
intermedia no conducirá al arte, la religión o el juego, sino a una conducta antisocial
compulsiva, de por si nada gratificante para el individuo y dañina para la sociedad.
28. LA PSICOTERAPIA DE LOS TRASTORNOS DEL CARÁCTER
[Trabajo leído en el 11° Congreso Europeo de Psiquiatría del Niño, celebrado en Roma
en mayo y junio de 1963)
Cabe preguntarse si existe algún análisis que no sea un "análisis del carácter". Todos
los síntomas son el resultado de actitudes especificas del yo, que en el análisis
aparecen como resistencias y que han sido adquiridas durante los conflictos infantiles.
Así es en verdad y, hasta cierto punto, todos los análisis son realmente análisis del
carácter.
Y añade:
Los trastornos del carácter no constituyen una unidad nosológica. Los mecanismos en
los que se fundan pueden ser tan diferentes como aquellos en los que se basan las
neurosis sintomáticas. Por ende, un carácter histérico será más fácil de tratar que uno
compulsivo y, a su vez, éste será más fácil de tratar que un carácter narcisista.
Salta a la vista que la expresión "trastornos del carácter" es demasiado amplia para ser
útil, o bien tendré que utilizarla de un modo especial. Si opto por la segunda alternativa,
debo indicar qué uso le daré en este trabajo.
Ante todo, la confusión será inevitable a menos que se reconozca que Los tres
términos—carácter, buen carácter y trastorno del carácter—traen a la memoria tres
fenómenos muy diferentes. Tratar simultáneamente a los tres sería caer en lo
artificioso; sin embargo, los tres están interrelacionados.
Freud escribió que "un carácter moderadamente confiable" era uno de los requisitos
fundamentales para el éxito del análisis, pero aquí nos estamos refiriendo a la no
confiabilidad como rasgo de la personalidad y Fenichel pregunta: ¿esta inconfiabilidad
puede ser tratada? Podría haber preguntado: ¿cuál es su etiología?
Al observar los trastornos del carácter, me doy cuenta de que estoy observando a
personas totales. La expresión "trastornos del carácter" implica cierto grado de
integración que es de por sí una señal de buena salud, desde el punto de vista
psiquiátrico.
Los trabajos que precedieron al mío nos han enseñado muchas cosas y han fortalecido
en mí la idea de que el carácter es algo relacionado con la integración. El carácter es
una manifestación de una integración lograda; un trastorno del carácter es una
deformación de la estructura yoica, si bien se mantiene la integración. Quizá convenga
recordar que en la integración entra el factor tiempo: el carácter del niño se ha formado
sobre la base de un proceso evolutivo constante y, en este sentido, el niño tiene un
pasado y un futuro.
Parecería oportuno utilizar el término "trastorno del carácter" para describir el intento de
un niño de adecuar sus propias anormalidades o deficiencias en el desarrollo. Siempre
suponemos que la estructura de la personalidad es capaz de soportar la tensión y el
esfuerzo impuestos por la anormalidad. El niño necesita avenirse a su pauta personal
de angustia, compulsión, modalidad temperamental, recelo, etc., y relacionarla con los
requerimientos y expectativas del ambiente inmediato.
En mi opinión, el valor del término radica específicamente en una descripción de una
deformación de la personalidad que se produce cuando el niño necesita adecuar cierto
grado de tendencia antisocial. Esto nos lleva de inmediato a una enunciación del uso
que le doy al término.
Las palabras que utilizo nos permiten centrar la atención no tanto en la conducta, sino
más bien en Las raíces de la mala conducta que abarcan toda el área intermedia entre
la normalidad y la delincuencia. Ustedes pueden estudiar la tendencia antisocial en su
propio hijo sano que a los 2 años toma una moneda de la cartera de su madre.
La tendencia antisocial siempre nace de una deprivación y representa el reclamo del
niño de volver, por detrás de ella, a la situación reinante cuando todo iba bien. Me es
imposible desarrollar el tema en este trabajo, pero debo mencionar lo que yo llama
"tendencia antisocial" porque se la encuentra con regularidad al hacer la disección de
los trastornos del carácter. Al adecuar su propia tendencia antisocial, el niño tal vez la
oculta, desarrolla una formación reactiva contra ella (p. ej., se vuelve escrupuloso), se
siente agraviado y adquiere un carácter quejumbroso, o bien se especializa en tener en
sueños diurnos, mentir, orinarse en la cama, chuparse el pulgar o frotarse los muslos
en forma compulsiva, evidenciar una masturbación crónica leve, etc. Asimismo, puede
manifestar periódicamente su tendencia antisocial por intermedio de un trastorno de la
conducta, siempre compulsivo y asociado a la esperanza, que consiste en robar o en
agredir y destruir.
Por consiguiente, desde mi punto de vista, los trastornos del carácter se refieren
principalmente a una deformación de la personalidad intacta provocada por los
elementos antisociales que contiene. El elemento antisocial es el que determina la
intervención de la sociedad (o sea, de la familia del niño, etc.) la cual debe hacer frente
al desafío y sentir agrado o desagrado por ese carácter y su trastorno.
Aquí tenemos, pues, el comienzo de una descripción:
Los trastornos del carácter no son sinónimo de esquizofrenia. En ellos hay una
enfermedad oculta, dentro de una personalidad intacta. De algún modo, y hasta cierto
punto, involucran activamente a la sociedad.
El éxito o fracaso del individuo cuando su personalidad total intenta ocultar el elemento
de enfermedad. En este contexto tener éxito significa que la personalidad, pese a su
empobrecimiento, ha adquirido la capacidad de socializar la deformación del carácter
para encontrar beneficios secundarios, o bien para hacerla compatible con una
costumbre social. Fracasar significa que el empobrecimiento de la personalidad va
acompañado de una falla en el establecimiento de una relación con la sociedad en
general, debida al elemento de enfermedad oculto.
Aquí tenemos una base para la psicoterapia, porque ella se relaciona con el sufrimiento
del individuo y su necesidad de ayuda. Empero, en los trastornos del carácter, el
sufrimiento interviene tan sólo en las etapas tempranas de la enfermedad; los
beneficios secundarios pronto prevalecen, alivian el sufrimiento e interfieren en el
impulso del individuo de buscar ayuda o aceptar la que le ofrezcan.
Debemos admitir que en lo pertinente al "éxito" (o sea, al ocultamiento y socialización
del trastorno del carácter) la psicoterapia enferma al individuo, porque la enfermedad
ocupa una posición intermedia entre la defensa y la salud del individuo. En cambio,
cuando el individuo "fracasa" en su intento de ocultar su trastorno, en una etapa
temprana puede experimentar un impulso inicial de buscar ayuda pero, a causa de las
reacciones de la sociedad, esta motivación no lo impele necesariamente a buscar un
tratamiento para su enfermedad más profunda.
El indicador con respecto al tratamiento de los trastornos del carácter es el papal que
desempeña el ambiente en la cura natural. El ambiente puede "curar" Los casos muy
leves porque la causa del trastorno fue una falla ambiental en el área del seporte del yo
y la protección, producida en una etapa de dependencia del individuo. Esto explica por
qué los niños suelen "curarse" de un trastorno incipiente en el curso evolutivo de su
propia niñez mediante el simple uso de la vida doméstica. Los padres tienen una
segunda oportunidad de sacar a flote a sus hijos e incluso una tercera, pese a las fallas
(en su mayoría inevitables) habidas en su manejo en las etapas más tempranas de su
vida, cuando el niño es muy dependiente. La vida familiar es, pues, el medio que ofrece
la mejor oportunidad para investigar la etiología de los trastornos del carácter. A decir
verdad, es en esa vida familiar (o en su sustituto) donde va formándose de manera
positiva el carácter del niño.
Nota:
Cuando se estudia la etiología de estos trastornos hay que dar por descontados, por un
lado , el proceso de maduración del niño, la esfera libre de conflictos del yo (Hartmann)
y el movimiento de avance impulsado por la angustia (Klein) y, por el otro, la función
ambiental que facilita los procesos de maduración. En todos los casos, la maduración
efectiva del niño requiere una provisión ambiental suficientemente "buena".
Teniendo presentes estas premisas, podemos decir que hay dos deformaciones
extremas y que ellas se relacionan con la etapa de maduración durante la cual la falla
ambiental sometió, en verdad, a un esfuerzo excesivo a la capacidad de organización
defensiva del yo:
Entre el estado clínico del niño así dañado y la reanudación de su desarrollo emocional
(con todas sus connotaciones desde el punto de vista de la socialización) se interpone
la necesidad de inducir a la sociedad a reconocer y reparar el daño. Detrás de la
inadaptación de un niño siempre hay una falla del ambiente, que no se adaptó a las
necesidades absolutas de ese niño en un momento de relativo dependencia (falla que
es al principio una falla en la asistencia y el cuidado). A ella puede añadírsele
ulteriormente una falla de la familia, al no curar los efectos de las fallas anteriores, y
otra de la sociedad, cuando ocupa el lugar de la familia. Permítaseme subrayar que, en
este tipo de casos, es posible demostrar que la falla inicial ocurrió en un momento en
que el desarrollo del niño acababa de posibilitarle la percepción de la falla como hecho
real, así como de la índole de la inadaptación ambiental.
El niño muestra ahora una tendencia antisocial. Como ya he dicho, en la etapa previa a
la adquisición de los beneficios secundarios, dicha tendencia siempre es una
manifestación de esperanza. Puede mostrarla de dos maneras:
1) Planteando reclamos a los otros respecto a: tiempo, preocupación por él, dinero, etc.
(manifestados mediante el robo).
Esta teoría de la etiología de los trastornos del carácter me servirá de base para
examinar el tema de la terapia.
1) Hacer una disección profunda, que llegue hasta la enfermedad oculta que sale a la
luz en la deformación del carácter. Puede haber un período preparatorio, durante el
cual se invita al individuo a convertirse en paciente, o sea, a enfermarse en vez de
ocultar la enfermedad.
2) Responder a la tendencia antisocial que, desde el punto de vista del terapeuta,
evidencia la esperanza que alienta el paciente. Se responderá a ella como si fuera un
S.O.S., un grito del corazón, una señal de socorro.
3) Hater un análisis que tome en cuenta la deformación del yo y la explotación, por el
paciente, de las mociones del ello durante sus tentativas de autocuración.
Posibilitar sus reclamos de que tiene derechos con respecto al amor y confiabilidad de
una persona.
Suministrarle una estructura de sostén del yo, relativamente indestructible.
1) El psicoanálisis puede tener éxito, pero el analista debe prever que encontrará una
actuación en la transferencia, comprender su significado e importancia y ser capaz de
asignarle valor positivo.
2) El análisis puede tener éxito pero a la vez resultar difícil por las características
psicóticas que posee la enfermedad oculta, que obligan a que el paciente se convierta
en un enfermo (p.ej., en un psicótico o esquizoide) antes de empezar a mejorar el
analista deberá echar mano a todos sus recursos para tratar los característicos
mecanismos de defensa primitivos.
3) El análisis puede ir bien encaminado pero, si la actuación no queda confinada a la
relación de transferencia, el paciente será apartado del analista y mantenido fuera de
su alcance, ya sea por la reacción de la sociedad ante su tendencia antisocial o por la
aplicación de la ley. Este caso puede presentar muchas variantes, dada la variabilidad
con que reacciona la sociedad, que va desde la venganza brutal hasta mostrarse
dispuesta a darle al paciente la oportunidad de una socialización tardía.
4) Muchos casos de trastorno incipiente se tratan con éxito en el hogar del niño, ya sea
mediante una o varias fases de manejo especial (en las que se "malcría" al niño) o
mediante un cuidado especialmente personal (o un control estricto) a cargo de una
persona que ama al niño. El tratamiento no psicoterapéutico de los trastornos
incipientes o tempranos, por medio del manejo grupal, es una extensión del método
anterior. La misión de estos grupos es suministrarle al niño un manejo especial que su
familia no le puede dar.
5) A veces un paciente llega al consultorio del terapeuta manifestando ya una tendencia
antisocial arraigada y una actitud empedernida, fomentada por los beneficios secunda-
rios. En tales casos no se recurre al psicoanálisis, sino que se procura suministrar un
manejo firme por personas comprensivas, a modo de tratamiento y antes de que se
suministre uno correctivo por orden judicial. La psicoterapia individual podría servir de
tratamiento adicional, si fuera accesible.
6) Un caso de trastorno del carácter puede presentarse como caso judicial; aquí, la
reacción de la sociedad está representada por la orden judicial que dispone la libertad
vigilada del menor, o bien, su reclusión en una escuela de readaptación social o un
establecimiento carcelario.
Cuando se imparte en una fase temprana del trastorno del carácter, la orden judicial de
reclusión puede contribuir de manera positiva a la socialización del paciente. Una vez
más hallamos un paralelo entre la reacción de la sociedad y la cura natural que suele
aplicar la familia del paciente: para éste, dicha reacción es una demostración práctica
del "amor" que le tiene la sociedad, o sea, de su buena disposición para "sostener" su
self no integrado y enfrentar la agresión con firmeza (con el fin de restringir los efectos
de los episodios maníacos) y al odio con el odio (en la medida adecuada y bajo
control). Esta última es la mejor forma de manejo satisfactorio que recibirán jamás
algunos niños deprivados; muchos menores deprivados, antisociales y revoltosos se
transforman de fierecillas ineducables en chicos educables bajo el régimen estricto de
un hogar de derivación.* Esta mejoría, obtenida en una atmósfera dictatorial, encierra
un doble peligro: que tal sistema produzca dictadores y aun persuada a los pedagogos
de que una atmósfera de severa disciplina, con reglas y deberes que ocupen hasta el
último minuto del día, es un buen tratamiento educativo para los niños normales...
cuando, en realidad, no lo es.
Nota:
* En inglés: remand home; es una especie de hogar de tránsito para menores que
serán derivados a otras instituciones. (N. del T.)
LAS NIÑAS
En términos generales, todo lo dicho hasta aquí se aplica tanto a los varones como a
las niñas. Empero, en la etapa de la adolescencia, la naturaleza del trastorno del
carácter difiere por fuerza de un sexo a otro. Por ejemplo, las muchachas tienden a
manifestar su tendencia antisocial ejerciendo la prostitución, y uno de los peligros de la
actuación es que tengan hijos ilegítimos. En la prostitución hay beneficios secundarios.
Uno de ellos es el descubrimiento, por las adolescentes, de que prostituyéndose
pueden contribuir con algo a la vida de la sociedad, cosa que no pueden hacer por
ningún otro medio. Encuentran a muchos hombres que se sienten solos, que buscan
una relación más que el placer sexual y están dispuestos a pagar por ella. Asimismo,
estas muchachas esencialmente solitarias logran establecer contacto con otras
adolescentes prostitutas. El tratamiento de las adolescentes anti social es que han
empezado a experienciar los beneficios secundarios de la prostitución presenta
dificultades insuperables. En este contexto, tal vez no tenga sentido pensar en un
tratamiento. En muchos casos ya es demasiado tarde para aplicarlo. Lo mejor es
desistir de todo intento de curar la prostitución y, en cambio, concentrar los esfuerzos
en darles a estas muchachas techo, comida y la oportunidad de mantenerse sanas y
limpias.
EJEMPLOS CLINICOS
Un caso común
Un niño de 8 años empezó a robar. Tenia un buen hogar. A los 2 años había sufrido una
deprivación relativa, cuando su madre quedó embarazada y fue presa de una angustia
patológica. Los padres lograron atender las necesidades especiales del niño y casi
habían llevado a cabo una cura natural. Los ayudé en esta larga tarea haciéndoles
comprender, en alguna medida, lo que estaban haciendo. En una consulta terapéutica,
efectuada cuando el niño tenia 8 años, pude hacerle “palpar" su deprivación. En un
salto regresivo, el niño volvió a una relación de objeto con la madre buena de su
infancia y dejó de robar.
Cierta vez me trajeron en consulta a una niña de 8 años, a cause de sus robes. Tenía
un buen hogar y entre los 4 y 5 años había sufrido en él una deprivación relativa. En
una sola consulta psicoterapéutica, la niña retrocedió a su contacto infantil temprano
con una madre buena y, a partir de entonces, cesaron sus robes. También se ornaba y
se ensuciaba; esta manifestación leve de su tendencia antisocial persistió por un
tiempo.
Un niño de 13 años, pupilo en una escuela privada muy distante de su hogar (que, por
lo demás, era bueno), estaba cometiendo robos en gran escala, tajeando sábanas y
alterando el orden por diversos medios: metía en líos a sus condiscípulos, escribía
obscenidades en los baños, etc. En una consulta terapéutica pudo comunicarme que a
los 6 años había pasado por un periodo de tensión intolerable, cuando lo enviaron a la
escuela de pupilos. Llegué a un acuerdo con los padres para que este niño, que era el
segundo de tres hermanos, pudiera tener un periodo de “cuidado mental" en su propio
hogar. Lo utilizó para hacer una fase regresiva y luego concurrió a una escuela diurna.
Más adelante ingresó como pupilo en una escuela de la vecindad. Sus síntomas
antisociales cesaron bruscamente después de esta única entrevista conmigo y el
seguimiento indica que le ha ido bien. Ya ha egresado de la universidad y se está
afianzando como hombre adulto. En este caso resulta particularmente cierto que el
paciente trajo consigo la comprensión de su problema; sólo necesitaba que los hechos
fueran reconocidos y que se intentara remediar, en forma simbólica, la falla ambiental.
Comentario. En estos tres casos, en los que se pudo prestar ayuda cuando los
beneficios secundarios aún no habían adquirido importancia, mi actitud general como
psiquiatra hizo posible que cada niño declarara un área especifica de deprivación
relative. El hecho de que esto fuera aceptado como algo real y verdadero capacitó al
niño para saltar hacia atrás, por encima de la brecha, y renovar una relación con
objetos buenos que había sido bloqueada.
Un muchacho lleva ya varios años bajo mi cuidado, aunque sólo lo he visto una vez. La
mayoría de mis contactos han sido con la madre, en tiempos de crisis. Muchas
personas han tratado de prestar ayuda directa al joven, que ahora tiene 20 años, pero
él pronto se vuelve reacio a cooperar.
Su cociente intelectual es alto y todos aquellos a quienes ha permitido que le enseñen
algo han dicho que podría ser un actor, poeta, pintor, músico, etc., excepcionalmente
brillante. Concurrió a varios escuelas, siempre por períodos breves, pero como
autodidacto se mantuvo muy por delante de sus pares; en la adolescencia temprana su
método consistía en ayudar a sus amigos en sus tareas escolares, como lo haría un
preceptor, y luego mantenerse en contacto con ellos.
Durante el periodo de latencia fue hospitalizado. Le diagnosticaron una esquizofrenia,
pero él nunca aceptó su condición de paciente y emprendió el "tratamiento" de otros
muchachos. Por último se fugó del hospital y pasó un largo periodo sin instrucción
escolar. Solía tenderse en la cama y escuchar música lúgubre, o encerrarse con llave
en su hogar para que nadie pudiera llegar hasta él. Amenazaba constantemente con
suicidarse, sobre todo a causa de sus violentas aventuras amorosas. De tiempo en
tiempo organizaba fiestas interminables, en cuyo transcurso a veces se cometían
daños contra la propiedad.
El muchacho vivía con su madre en un departamento pequeño. La mantenía siempre
sobre ascuas, sin darle nunca la menor posibilidad de salir de esa situación, por cuanto
no estaba dispuesto a marcharse del hogar, ni a ir a la escuela, ni a concurrir a un
hospital, y era lo bastante listo como para hacer exactamente lo que quería sin caer
jamás en el delito, con lo cual se mantenía fuera de la jurisdicción judicial.
He ayudado a la madre en varias oportunidades, poniéndola en contacto con la policía,
el servicio de libertad vigilada y otros organismos de asistencia social. Cuando el
muchacho se declaró dispuesto a concurrir a determinada escuela secundaria, “tiré de
algunos hilos" para posibilitar su ingreso. Los profesores lo encontraron muy
adelantado con respecto de su grupo etario y lo alentaron mucho, entusiasmados por
su talento... pero él abandonó el colegio antes de terminar sus estudios y obtuvo una
beca en una buena escuela de arte dramático de nível terciario. A esa altura decidió
que su nariz respingada era deforme y acabó por persuadir a su madre de que le
costeara una operación de cirugía plástica para enderezarla. Luego encontró otras
razones que le impedían avanzar y triunfar en la vida, sin darle a nadie, empero,
oportunidad alguna de ayudarlo. Esta situación persiste. En la actualidad, el joven está
internado en observación en un hospital psiquiátrico, pero ya hallará el modo de salir de
él y establecerse una vez más en su hogar.
La historia temprana de este joven nos da la pista para explicar la parte antisocial de su
trastorno del carácter. En realidad, él fue el producto de un matrimonio que tuvo un
comienzo desdichado y un rápido fin; a poco de separarse de la madre, el padre se
volvió paranoide. La pareja se había casado inmediatamente después de una tragedia
y su unión estaba condenada al fracaso, porque la mujer todavía no se había
recuperado del golpe. Esa tragedia había sido la muerte de su adorado novio, que ella
achacaba a un descuido del hombre con quien se casó enseguida.
Este muchacho podría haber recibido ayuda a edad temprana, quizás a los 6 años,
cuando lo llevaron por primera vez al consultorio de un psiquiatra. En esa ocasión, el
niño podría haber guiado al psiquiatra hasta el material de su deprivación relative y, a
su vez, el profesional podría haberle explicado el problema personal de su madre y por
qué mantenía con él una relación ambivalente. Pero, en vez de esto, el psiquiatra
dispuso su hospitalización. De ahí adelante el niño se endureció hasta convertirse en
un caso de trastorno del carácter, en una persona que atormenta compulsivamente a
su madre, sus maestros y sus amigos.
Me propongo tomar y discutir un detalle del cuadro clínico antisocial, cuya importancia
deriva de la regularidad con que se reitera en las historias clínicas. Para ejemplificar lo
que quiero decir, describiré una entrevista psicoterapéutica a una niña de 8 años que
después de esa sesión puso fin a sus robos reiterados, de lo que cabría inferir que fue
significativa. El detalle que sirve de tema a este estudio aparece hacia el final. El lector
deberá tener presente esto, mientras asimile todo el contenido de una prolongada
entrevista en la que se trataron otras cuestiones.
TEMA EN DISCUSION
En los casos que relatan los padres y maestros, reaparecen una y otra vez
declaraciones como ésta: "El muchacho negó haber robado objeto alguno. No parecía
manifestar el menor sentimiento de culpa, ni de responsabilidad. Sin embargo, al verse
confrontado con sus huellas digitales y tras un interrogatorio persistente, admitió haber
robado las mercaderías". Por lo común, a esta altura de las circunstancias el muchacho
sospechoso empieza a cooperar con el investigador y da muestras de que en todo
momento supo lo que negaba saber. Lo mismo da que el menor bajo sospecha o
investigación sea varón o niña.
FORMULACION PRELIMINAR
FORMULACION ADICIONAL
Si desarrollamos aun más esta idea, tendremos que formular o reformular la teoría
sobre la conducta antisocial.
Vale la pena postular la existencia de una tendencia antisocial. El valor de esta
expresión radica en que abarca no sólo aquello que convierte a un niño en un individuo
de temperamento antisocial, sino también los actos delictuosos, leves y graves, propios
de la vida hogareña corriente. En toda familia siempre se cometen delitos leves; es casi
normal que un niño de 2 años y media robe una moneda del monedero de la madre, o
que un niño de más edad hurte de la despensa algún producto muy especial. Por lo
demás, todos los niños cometen daños contra pertenencias domésticas. Estos actos
sólo se tildarían de conducta antisocial si el niño viviera en un internado.
También debemos incluir en este rubro la enuresis, la encopresis y la pseudologia (una
tendencia muy cercana al robo). No existe una separación neta entre estos actos
delictuosos y la tendencia del niño a dar por sentado que le permitirán hacer un poco
de barullo, desgastar su ropa y su calzado, lavar mal las cosas, descuidar su higiene
personal y, en el caso de los bebés, ensuciar un sinnúmero de pañales.
La expresión "tendencia antisocial" puede extenderse hasta abarcar cualquier reclamo
de la energía, el tiempo, la credulidad o la tolerancia maternos o parentales que exceda
los límites razonables. Claro está que un mismo reclamo puede parecerle razonable a
un padre e irrazonable a otro...
Puede aceptarse como un hecho que no hay una clara línea demarcatoria entre la
conducta antisocial compulsiva de un individuo que reincide en el delito, en un extremo,
y, en el otro, las exigencias exageradas casi normales que se les hacen a los padres en
la vida diaria de cualquier hogar. Por lo general puede demostrarse que los padres que
tratan a un hijo con excesiva indulgencia practican con él psicoterapia, habitualmente
útil, de una tendencia antisocial del niño—salvo que lo malcríen por razones propias y
no por las derivadas de las necesidades de la criatura—.
Debe hacerse hincapié en que la tendencia antisocial está fundada en una deprivación
y no en una privación. Esta última produce otro resultado: si la ración básica de
ambiente facilitador es deficiente, se distorsiona el proceso de maduración y
el resultado no es un defecto en el carácter, sino en la personalidad.
La etiología de la tendencia antisocial comprende un periodo inicial de desarrollo
personal satisfactorio y una falla ulterior del ambiente facilitador, que el niño siente
aunque no la aprecie intelectualmente. El niño puede conocer esta secuencia de
hechos: "Me iba bastante bien; después, no pude seguir desarrollándome. Sucedió
cuando vivía en... y tenía... años, y ocurrió un cambio". En condiciones especiales
(p.ej., en psicoterapia) puede hacerse actual en un niño este entendimiento basado en
la memoria. Mentiríamos si dijéramos que el niño suele sostener estas ideas
conscientemente, pero así sucede a veces y es común que un niño tenga un
conocimiento claro de la deprivación en una versión posterior de la misma: por ejemplo,
un período de soledad insoportable, experienciado a los 7 años de edad y asociado con
la congoja ante una muerte o el ingreso en una escuela de pupilos, con el consiguiente
alejamiento del hogar.
Es obvio que la deprivación no distorsionó la organización del yo del niño (psicosis),
pero sí lo movió a obligar al ambiente a reconocer el hecho de su deprivación. A menos
que se sienta desesperanzado, el niño siempre debe tratar de saltar hacia atrás por
sobre el área de zozobra intolerable y llegar hasta el periodo anterior recordado,
cuando él y sus padres daban por sentada su dependencia y el niño hacía a sus padres
una demanda apropiada a su edad y a la capacidad de ellos para adaptarse a las
necesidades de cada hijo.
Así pues, la tendencia antisocial puede ser una característica de los niños normales,
así como de los niños de cualquier tipo o diagnóstico psiquiátrico, salvo la
esquizofrenia, por cuanto el esquizofrénico vive en un estado de distorsión asociado
con la privación y, por ende, no está lo bastante maduro como para padecer una
deprivación. La personalidad paranoide encuadra muy fácilmente la tendencia
antisocial dentro de la tendencia general a sentirse perseguido; de ahí la posibilidad de
que contenga una superposición de dos tipos de perturbación: de la personalidad y del
carácter.
La mejor forma de estudiar la tendencia antisocial es observando al niño menos
enfermo, al que se siente verdaderamente perplejo al descubrir que lleva a cuestas una
compulsión a robar, mentir, causar daño y provocar diversas reacciones sociales. Si
esta investigación se combina con una labor terapéutica—como se debería hacer
siempre—, es indispensable tomar las medidas necesarias para establecer un
diagnóstico temprano y actuar con la mayor eficacia y rapidez posibles.
De hecho, es preciso que el investigador se mantenga en contacto con una escuela o
un grupo privado y que éstos le deriven los niños ante la primera manifestación de un
defecto del carácter, o de síntomas que provoquen una reacción social, antes de que
entre en juego el castigo. No bien se produce un forcejeo entre la tendencia antisocial y
la reacción social, comienzan los beneficios secundarios y el caso en cuestión se
encamina hacia ese endurecimiento que relacionamos con la delincuencia.
Le pregunté si robaba y ella me respondió: Bueno... en una sola ocasión, cuando tenia
7 años, pasé por un periodo en el que agarraba constantemente los peniques y
cualquier otra cosa de ese tipo que encontraba por ahí, en mi caso. Siempre me he
sentido muy culpable por esto y nunca se lo he contado a nadie. En realidad es muy
tonto de mi parte (guardar el secreto). ¡Fue una falta tan pequeña!
A esta altura de la entrevista hice una interpretación. Le dije que la dificultad radicaba
en que ella no sabia realmente por qué habla robado esas monedas; en otras palabras,
habla actuado bajo una compulsión. Le hablé del tema. Ella se mostró muy interesada
y comento: "Sé que los niños roban cuando han sido privados de algo, pero hasta
ahora nunca se me había ocurrido que, por supuesto, mi problema era que tenía que
robar y no sabia por qué. Lo mismo sucede con las mentiras. Verá usted, es
patéticamente fácil engañar a la gente, y yo soy una estupenda actriz. No quiero decir
con esto que podría actuar sobre un escenario, pero en cuanto me meto en un engaño
puedo llevarlo a cabo tan bien, que nadie se da cuenta. El problema está en que a
menudo son engaños compulsivos y no tienen sentido".
LA ENTREVISTA PSICOTERAPEUTICA
Entrevista: Vi a la niña sin entrevistar antes a la madre, que me la habla traído. Actué
así porque a esta altura del caso no me interesaba obtener un relato fiel de sus
antecedentes, sino lograr que la paciente me abriera su corazón, primero lentamente, a
medida que adquiriera confianza en mí, y luego en profundidad, si descubría que podía
arriesgarse a hacerlo.
Nos sentamos ante una mesita sobre la que había dispuesto varias hojas de papel de
tamaño pequeño, un lápiz negro y una caja con algunos lápices de colores.
Estaban presentes dos asistentes sociales psiquiátricos y un visitante.
Ada respondió a mi primera pregunta diciéndome que tenía 8 años; tenía una hermana
mayor de 16 años y un hermanito de 4 años y medio. Luego dijo que le gustaría dibujar,
pues era "su pasatiempo favorito". Dibujó varias flores en un florero (fig. 1), una
lámpara que colgaba del techo frente a ella (fig. 9) y la hamaca instalada en el patio de
recreo, con el sol y algunas nubes (fig. 3; obsérvense las nubes).
Comentario: Estos tres dibujos tenían poco valor como tales y carecían de imaginación;
eran figurativos. No obstante, las nubes incluidas en el tercero poseían un significado,
como se verá hacia el final de la serie de figuras.
Ada dibujó luego un lápiz (fig. 4). "¡Oh, Dios mio! exclamó—. ¿No tiene una goma de
borrar? Es cómico... algo anda mal en él". Le contesté que no tenia ninguna goma de
borrar y que si estaba mal hecho podría modificarlo; así lo hizo y acotó: "Es demasiado
gordo".
Comentario: Cualquier analista que lea esto ya habrá pensado en varios tipos de
simbolismos y en diversas interpretaciones posibles. En este trabajo las
interpretaciones son escasas y, como se verá, se reservan para los momentos
significativos. Por supuesto, uno tenía en mente dos ideas: un pene erecto o el vientre
de una mujer embarazada. Hice algunos comentarios pero ninguna interpretación.
A continuación dibujó una casa con sol, nubes y una planta florecida (fig. 5; obsérvense
las nubes). Le pregunte si podía dibujar una persona. Ada respondió que dibujaría a su
prima (fig. 6) pero, mientras lo hacia, dijo: "No puedo dibujar manos".
A esta altura de la sesión yo confiaba cada vez más en que saldría a relucir el tema de
los robos, por lo que pude apoyarme en el "proceso" de la propia paciente. De allí en
adelante, lo importante no era precisamente lo que yo dijera o no dijera, sino que me
adaptara a las necesidades de la niña y no le pidiera que ella se adaptara a las mías.
El ocultamiento de las manos podía relacionarse con el tema del robo o el de la
masturbación; ambos se relacionaban entre sí, por cuanto el robo sería una actuación
compulsiva de fantasías de masturbación reprimidas. (El dibujo de la prima contenía
una nueva indicación de embarazo, pero este tema no
adquirió significación en esta sesión. Nos habría conducido al embarazo de la madre
de Ada, cuando la niña tenia 3 años.)
Ada le buscó una explicación lógica al ocultamiento de las manos, y dijo: "Está
escondiendo un regalo". «¿Puedes dibujar el regalo?», le pregunté. El obsequio era
una caja conteniendo pañuelos (fig. 7). “La caja está torcida”, comentó Ada. «¿Dónde
compró el regalo?", inquirí Ella dibujó el mostrador de John Lewis, una de las
principales tiendas de Londres (fig. 8; adviértase la cortina que cae en el centro del
dibujo y véase la fig. 21).
Le pregunté por qué no dibujaba a la señora que compraba el regalo, con la evidente
intención de poner a prueba su capacidad para dibujar manos. Ella volvió a dibujar una
mujer con las manos ocultas, vista desde atrás del mostrador (fig. 9).
El lector habrá advertido que los dibujos tienen trazos más fuertes desde que la
imaginación entró a participar en su concepción.
"Me gustaría mucho ver a la señora de espaldas", dije, y Ada dibujó la fig. 10. La niña
quedó sorprendida ante su dibujo, y exclamó: ";Oh! Tiene brazos largos como los míos;
está tanteando en busca de algo. Lleva un vestido negro de mangas largas; es el que
tengo puesto. En otro tiempo perteneció a mamá".
Ahora, la persona que aparecía en las figuras representaba a la misma Ada. En la fig.
10 la niña había dibujado las manos de una manera especial: los dedos me recordaban
el lápiz demasiado gordo. No formulé ninguna interpretación.
Yo no sabia con certeza cómo evolucionaría la sesión; quizás, esto seria todo cuanto
obtendría de Ada. Durante una pausa, la interrogué acerca de las técnicas que utilizaba
para dormirse—o sea, para hacer frente al cambio del estado de vigilia al sueño—, y a
las dificultades por las que pasan los niños que tienen sentimientos conflictivos
respecto a la masturbación.
“Tengo un oso muy grande”, dijo Ada. Mientras lo dibujaba con cariño (fig. 11) me contó
su historia. También poseía un gatito de carne y hueso, que encontraba en su cama
cuando despertaba por la mañana. Me habló de su hermano, que se chupaba el pulgar,
y dibujó la mano del niño con varios pulgares para chupar (fig. 12).
Obsérvense los dos objetos, parecidos a los pechos maternos, que ocupan el mismo
lugar donde había nubes en dibujos anteriores. Tal vez esta figura incluía recuerdos del
hermano cuando era bebé, tendido sobre el cuerpo de la madre, cerca de sus pechos.
No hice interpretación.
Luego de este relato, Ada hizo varios dibujos más. He olvidado qué representaba el
primero de ellos (fig. 14).
A continuación dibujó una aspidistra (fig. 1 5) y pensó en ella mientras me hablaba de
arañas y de otros sueños que había tenido, en los que "bajaban ejércitos enteros" de
escorpiones punzantes "y había uno enorme en mi cama". También hizo un dibujo
confuso que mostraba algo así como una mezcla de casa común (morada fija) y casa
rodante (hogar móvil, que le recordaba las vacaciones familiares; fig. 16). Por último,
dibujó una araña venenosa (fig. 17).
La araña tenia ciertas características que la vinculaban con la mano. Probablemente,
en este caso simbolizaba a la vez la mano masturbadora y los genitales femeninos, así
como el orgasmo. No hice interpretaciones.
Le pregunté cuál seria un sueño triste y Ada respondió: "Alguien resultó muerto... mamá
y papá, pero los dos volvieron a ponerse bien”.
Luego dijo: "Tengo una caja con 36 lápices de colores". (Fue una alusión a los pocos
lápices que le había suministrado yo y, supongo, a mi mezquindad.)
Hablamos llegado al término de la fase central, si bien debe recordarse que yo no sabía
si acontecería algo más. No obstante, me abstuve de formular interpretaciones y
esperé que operara el proceso preestablecido. Tal vez tomé la alusión de Ada a mi
tacañería (referencia a los lápices) como una señal
de que ése seria el momento oportuno para que saliera a relucir su impulso de robar.
Sin embargo, continué absteniéndome de toda interpretación y me mantuve a la
expectativa, por si acaso Ada deseaba seguir adelante.
Ada hizo otro dibujo y dijo: "Un hombre negro está matando a una mujer. Detrás de él
hay alga, una cosa con dedos o algo así" (fig. 18). Después dibujó al asaltante con el
cabello erizado; era una figura más bien cómica, parecido a un payaso (fig. 19). "Las
manos de mi hermana son más grandes que las mías—dijo . El ladrón está robando las
joyas de una señora rica, porque quiere hacerle un lindo regalo a su esposa. No podía
esperar hasta ahorrar el dinero necesario”.
Estas cortinas y el moño reaparecen en la fig. 20, que muestra el regalo. Ada miró lo
que había dibujado y añadió: “El ladrón lleva una capa. Su cabello parece unas
zanahorias, un árbol o un matorral. En realidad es muy bondadoso”.
Aquí intervine yo y le pregunté acerca del moño. Ada dijo que pertenecía a un circo.
(Nunca había estado en uno.)
Dibujó un malabarista (fig. 21), en lo que podría interpretarse como un intento de
convertir el problema no resuelto en una profesión, y reaparecieron una vez más la
cortina y el moño. Pensé entonces que este último simbolizaba la represión y me
pareció que Ada estaba preparada para que alguien se lo desatara. Así pues, le
pregunté: “¿Alguna vez sacas (robas) cosas tú misma?".
"¡NO!", contestó Ada y, al mismo tiempo, tomó otra hoja de papel, dibujó un manzano
con dos manzanas y le añadio pasto, un conejo y una flor (fig. 22).
En ese momento hice el siguiente comentario: "¡Oh, ya veo! Las cortinas eran la blusa
de mamá; ahora las has atravesado y has llegado hasta sus pechos".
En vez de responderme, Ada hizo otro dibujo (fig. 23) y explicó: "Este es el vestido de
mamá que más quiero. Todavía lo tiene".
El vestido databa de cuando Ada era una niña pequeña. Lo dibujó como lo vería un
niño cuyos ojos quedaran, aproximadamente, a la altura de la parte media de los
muslos maternos. El tema de los pechos se continúa en las mangas abullonadas. Los
símbolos de fertilidad son los mismos que aparecieron en el dibujo de una casa (fig. 5);
además, están transformándose en números.
El trabajo realizado en la entrevista había terminado. Ada gastó un tiempito en "volver a
la superficie", entregándose a un juego que continuaba el tema de los números como
símbolos de fertilidad (fgs. 24, 25 y 26).
La niña estaba lista para marcharse y, como se mostraba feliz y satisfecha, pude
dedicarle diez minutos a la madre, que había esperado durante una hora y cuarto.
En esta breve entrevista me enteré de que Ada se había desarrollado
satisfactoriamente hasta los 4 años y 9 mesas. A Los 3 años y media había asumido el
nacimiento del hermano sin alterarse, si bien manifestó cierta preocupación exagerada
por él. Cuando Ada tema 4 años y 9 mesas, su hermano (de 20 meses) contrajo una
enfermedad grave y nunca recuperó la salud.
La hermana mayor de Ada le había dispensado muchos cuidados maternales, pero
cuando el hermanito enfermó transfirió toda su atención a él, causándole una grave
deprivación a la niña. Pasó un tiempo antes de que los padres se percataran de que el
cambio en la conducta de la hermana había afectado gravemente a Ada. Hicieron todo
cuanto pudieron por remediar el daño, pero transcurrieron unos dos años antes de que
Ada diera señales de recuperarse.
Por entonces, cuando tenía ya 7 años, Ada empezó a robarle cosas a la madre y,
luego, a cometer hurtos en la escuela. Esta conducta se había convertido
recientemente en un problema grave; no obstante, Ada nunca podo admitir de plano
sus robos. Llegó al extremo de llevarle a su maestro dinero robado y pedirle que se lo
fuera entregando de a poco, demostrando con ello que aún no se había dado cuenta de
todas las implicaciones de sus hurtos.
El desempeño escolar de Ada se había vista afectado no sólo por estos robos
compulsivos, sino también por su incapacidad para concentrarse en las tareas. Se
sonaba la nariz constantemente y se había transformado en una niña gorda, torpe y
desgarbada (recuérdese la fig. 4 y el comentario: "El lápiz es demasiado gordo: Algo
anda mal en él").
En suma, pese a vivir en su propio hogar y con una buena familia, a los 4 años y 9
meses Ada había sufrido una deprivación relativa que la dejó en un estado de
confusión. Cuando redescubrió un sentimiento de seguridad, empezó a robar impelida
por una compulsión disociada que no podía reconocer como propia.
No cabe duda de que la entrevista fue significativa pues, si bien Ada continuaba
robando en el momento en que se efectuó, no cometió más robos en los tres años y
medio transcurridos desde entonces. Su trabajo escolar mejoró rápidamente. (En
cambio, la enuresis nocturna no se resolvió hasta un año después de la entrevista.)
La madre me informó que desde el momento en que habían salido de la clínica Ada
entabló un nuevo tipo de relación con allá, una relación íntima y desenvuelta, como si le
hubieran quitado un obstáculo. Esta recuperación de una vieja intimidad ha persistido; y
parece indicar que durante la entrevista se restableció de veras el contacto perdido
cuando la hermana mayor, en un desplazamiento súbito, volcó hacia el hermano
enfermo los cuidados maternales que hasta entonces había dispensado a la niña.
Aquí tenemos, pues, un ejemplo detallado de la disociación a la que me refiero en este
trabajo. Ada no podía admitir que robaba. Cuando le pregunté si alguna vez lo hacía,
me respondió con un "¡No!" rotundo pero, al mismo tiempo, indicó que ya no necesitaba
robar porque había encontrado lo perdido: el contacto simbólico con los pechos
maternos.