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Función y Campo de la palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis

El discurso que se encontraraá aquíá merece ser introducido por sus circunstancias. Porque lleva sus
senñ ales.

El tema fue propuesto al autor para constituir el informe teoá rico usual, en la reunioá n anual que la
sociedad que representaba entonces al psicoanaá lisis en Francia proseguíáa desde hacíáa anñ os en una
tradicioá n que se habíáa vuelto venerable bajo el tíátulo de “Congreso de los Psicoanalistas de Lengua
Francesa” extendido desde hacíáa dos anñ os a los psicoanalistas de lengua romance (y en el que se
comprendíáa a Holanda por una tolerancia de lenguaje). Ese Congreso debíáa tener lugar en Roma en el mes
de septiembre de 1953.

En el intervalo, ciertas disensiones graves acarrearon en el grupo franceá s una secesioá n. Se habíáan
revelado con ocasioá n de la fundacioá n de un “instituto de psicoanaá lisis”. Se pudo escuchar entonces al
equipo que habíáa logrado imponer sus estatutos y su programa proclamar que impediríáa hablar en Roma
a aquel que junto con otros habíáa intentado introducir una concepcioá n diferente, y utilizoá con ese fin
todos los medios que estaban en su poder.
No parecioá sin embargo a aquellos que desde entonces habíáan fundado la nueva Sociedad Francesa de
Psicoanaá lisis que debiesen privar de la manifestacioá n anunciada a la mayoríáa de estudiantes que se
adheríáan a su ensenñ anza, ni siquiera que debiesen renunciar al lugar eminente donde habíáa sido
proyectada.

Las simpatíáas generosas que vinieron en su ayuda del grupo italiano no los colocaban en situacioá n de
hueá spedes inoportunos en la Ciudad universal.

En cuanto al autor de este discurso, pensaba estar asistido, por muy desigual que hubiese de mostrarse
ante la tarea de hablar de la palabra, por alguna connivencia inscrita en aquel lugar mismo.

Recordaba en efecto que, mucho antes de que se revelase allíá la gloria de la maá s alta caá tedra del mundo,
Aulio Gelio, en sus Noches AÁ ticas, daba al lugar llamado del Mons Vaticanus la etimologíáa de vagire, que
designa los primeros balbuceos de la palabra.

Si pues su discurso no hubiese de ser cosa mejor que un vagido, por lo menos tomaríáa de ello el auspicio
de renovar en su disciplina los fundamentos que eá sta toma en el lenguaje.

Esta renovacioá n tomaba asimismo de la historia demasiado sentido para que eá l por su parte no rompiese
con el estilo tradicional que situá a el “informe” entre la compilacioá n y la síántesis, para darle el estilo iroá nico
de una puesta en tela de juicio de los fundamentos de esa disciplina.

Puesto que sus oyentes eran esos estudiantes que esperan de nosotros la palabra, fue sobre todo
pensando en ellos como fomentoá su discurso, y para renunciar en su honor a las reglas que se observan
entre augures de remedar el rigor con la minucia y confundir regla y certidumbre.

En el conflicto en efecto que los habíáa llevado a la presente situacioá n, se habíáan dado pruebas en cuanto a
su autonomíáa de temas de un desconocimiento tan exorbitante, que la exigencia primera correspondíáa
por ello a una reaccioá n contra el tono permanente que habíáa permitido semejante exceso.

Es que maá s allaá de las circunstancias locales que habíáan motivado este conflicto, habíáa salido a la luz un
vicio que las rebasaba con mucho. Ya el solo hecho de que se haya podido pretender regular de manera
tan autoritaria la formacioá n del psicoanalista planteaba la cuestioá n de saber si los modos establecidos de
esta formacioá n no desembocaban en el fin paradoá jico de una minorizacioá n perpetuada.
Ciertamente, las formas iniciaá ticas y poderosamente organizadas en las que Freud vio la garantíáa de la
transmisioá n de su doctrina se justifican en la posicioá n de una disciplina que no puede sobrevivirse sino
mantenieá ndose en el nivel de una experiencia integral.

Pero ¿no han llevado a un formalismo decepcionante que desalienta la iniciativa penalizando el riesgo, y
que hace del reino de la opinioá n de los doctos el principio de una prudencia doá cil donde l autenticidad de
la investigacioá n se embota antes de agotarse?

La extrema complejidad de las nociones puestas en juego en nuestro dominio hace que en ninguá n otro
sitio corra un espíáritu, por exponer su juicio, maá s totalmente el riesgo de descubrir su medida.

Pero esto deberíáa arrastrar la consecuencia de hacer nuestro propoá sito primero, si no es que uá nico, de la
liberacioá n de la tesis por la elucidacioá n de los principios.

La seleccioá n severa que se impone, en efecto, no podríáa ser remitida a los aplazamientos indefinidos de
una coopcioá n quisquillosa, sino a la fecundidad de la produccioá n concreta y a la prueba dialeá ctica de
sostenimientos contradictorios.

Esto no implica de nuestra parte ninguna valorizacioá n de la divergencia. Muy al contrario, no sin sorpresa
hemos podido escuchar en el Congreso Internacional de Londres, al que, por no haber cumplido las
formas, veníáamos como demandantes, a una personalidad bien intencionada para con nosotros deplorar
que no pudieá semos justificar nuestra secesioá n por alguá n desacuerdo doctrinal.¿ Quiere esto decir que una
asociacioá n que quiere ser internacional tiene otro fin sino el de mantener el principio de la comunidad de
nuestra experiencia?

Sin duda es el secreto de Polichinela que hace un buen rato que ya no hay tal, y fue sin ninguá n escaá ndalo
como al impenetrable senñ or Zilboorg que, poniendo aparte nuestro caso, insistíáa en que ninguna secesioá n
fuese admitida sino a tíátulo de debate cientíáfico, el penetrante senñ os Waä lder pudo replicar que de
confrontar los principios en que cada uno de nosotros cree fundar su experiencia, nuestros muros se
disolveríáan bien pronto en la confusioá n de Babel.

Creemos por nuestra parte que, si innovamos, no estaá en nuestros gustos hacer de ello un meá rito.

En una disciplina que no debe su valor cientíáfico sino a los conceptos teoá ricos que Freud forjoá en el
progreso de su experiencia, pero que, por estar todavíáa mal criticados y conservar por lo tanto la
ambiguä edad de la lengua vulgar, se aprovechan de esas resonancias no sin incurrir en malentendidos, nos
pareceríáa prematuro romper la tradicioá n de su terminologíáa.

Pero me parece que esos teá rminos no pueden sino esclarecerse con que se establezca su equivalencia en
el lenguaje actual de la antropologíáa, incluso en los uá ltimos problemas de la filosofíáa, donde a menudo el
psicoanaá lisis no tiene sino que recobrar lo que es suyo.

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