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08/03/2019 - 22:30

Un eccema en todo el cuerpo la había empujado a la casa de sus padres


para que la ayudaran a curarse. Pero ellos se fueron de vacaciones y la
dejaron sola. Era 1992, tenía 23 años y hacía muchos que no vivía con
su familia. Era alcohólica, solo conseguía trabajos marginales que
combinaba ocasionalmente con la prostitución para sobrevivir. De
manera que ese mes, mientras la dermatitis iba desapareciendo, ella,
Virginie Despentes, escribió su primera novela, Baise-moi (Fóllame,
en la traducción al español de Madrid). El libro es duro: dos
mujeres jóvenes, que se parecen a la autora en un juego de
espejos que deforman y reflejan, escapan después de
asesinar a alguien. Una es una prostituta. La otra, una actriz porno.
Y la huida fue muchas veces comparada con la de Thelma & Louise, la
road movie de Ridley Scott. Pero los personajes de Manu y Sabine no
tienen nada de Susan Sarandon o Geena Davis. Están rabiosas y
devuelven violencia contra la violencia. Fóllame está escrito desde las
tripas de una veinteañera francesa harta de todo. “Para la crítica fue
un shock descubrir que estos pensamientos sobre el sexo podrían salir
del cerebro de una mujer. Era demasiado para ellos”, dice ahora, casi
30 años después de aquello.

Pero antes de que los comentaristas tuvieran ocasión de leerlo, el libro


fracasó. Fracasó en serio. Desde la casa tomada en la que vivía en París
después de abandonar a sus padres, después de ser internada en un
psiquiátrico en la adolescencia y de ser violada, Despentes intentó
publicarlo. Hizo copias pero nueve editoriales la rechazaron. Sin
embargo, las versiónes de su manuscrito conocían un éxito
singular: pasaban de mano en mano entre sus amigos del
ambiente post-punk. Uno de ellos fue el enlace con un
editor. Fue un boom. Generó pasiones, odios y escándalos en igual
medida. Sexo, violencia, mujeres y una autora punk marginal salvada
de la droga y la prostitución por la literatura. Porque el sistema
literario francés, frente a tanta intensidad, necesitaba de una moraleja.

Pero a Virginie Despentes las moralejas la agobian. Y lo dejó en claro


en cuanto los medios se acercaron a entrevistarla. “No veo
diferencia entre prostituirme y someterme a las preguntas
de los periodistas”, exageró. Era una chica dura. Lo sigue siendo.
A pesar de que vende miles de libros, de que dirigió la versión
cinematográfica de su primera novela en dupla con la actriz porno
Coralie Trinh Thi, a pesar también de que integra desde 2016 la
Academia Goncourt (la crème de la crème literaria francesa que cada
año catapulta a la fama mundial a un premiado), y a pesar, incluso, de
que el año pasado, finalmente, se compró un departamento. A los 49
años. En el camino, desde los 30 dejó de tomar y es lesbiana.

Fóllame llegó esta semana a las librerías argentinas,


reeditada por Penguin Random House, junto al ensayo
feminista que la volvió bestséller mundial: Teoría King
Kong. Su trilogía completa Vernon Subutex también será parte del
corpus en los siguientes meses. De esta manera, la obra de Despentes
se podrá conseguir en el país tres décadas después de su lanzamiento
pero con una actualidad sorprendente.

Despentes reside en París pero va seguido a Barcelona: prefirió


responder las preguntas de Ñ en castellano y por escrito. Y aunque sus
explicaciones conservan la estructura de su francés nativo, el
salvajismo de su expresividad cruza las fronteras de cualquier lengua:
“Tenemos que abrir centros de aborto en cada calle. Que los
heteros se esterilicen masivamente. ¿Siete mil millones de esta
mierda de humanos? Hay que pararlo urgentemente”, anota.

–Fóllame irrumpió con una temática y una música muy


disruptivas para la sociedad francesa de los años 90. ¿Por
qué el aspecto político de la novela fue tan poco comentado y
todo parece reducirse al sexo?

–Creo que es porque soy mujer. Cuando publiqué esta novela, yo era
joven y a la crítica literaria no le parecía esperable que una mujer
tuviera opinión política. Sobre todo, si no había pasado por la
universidad. Por todo eso, fue un shock imaginar en aquel momento
que estos pensamientos sobre el sexo podrían salir del cerebro de una
chica. Era demasiado. También hay que considerar que la gran
mayoría de las críticas y entrevistas fueron hechas por cerebros
masculinos. Y he observado que cuando se trata de sexo, la luz
desaparece de los cerebros de los machos. No quieren oír hablar de sus
propias prácticas. Y aún menos verlas desde el punto de vista de una
autora. Es por eso que el silencio de la prostituta es fundamental. De
todos modos, cuando escribí el libro, yo no pensaba en el lado
escandaloso o sexual. Estaba en ese momento muy centrada
en una rabia proletaria, y muy consciente de lo que me
pasaba. En Fóllame intento describir un mundo donde cuidarte es
imposible porque la violencia económica y política te pesa demasiado
y te come la imaginación hasta el punto en que la única respuesta
posible es un baño de sangre y de nihilismo. Lo más difícil, tal como lo
pienso en el libro, es asumir que no puedes tampoco cuidar a los que
amas. Los ves caer uno detrás de otro. Y eso es lo que te hace perder la
dignidad.

–También su ensayo Teoría King Kong causó un enorme


impacto. Era el año 2006 y la obra fue presentada como un
“manifiesto del nuevo feminismo”. ¿Ese nuevo feminismo ya
llegó?

–En la época de Teoría King Kong, se hablaba de la cuarta ola


feminista. Supongo y espero que lo que llega hoy en día sea más un
tsunami internacional que otra ola más. Y lo espero porque, si se
tratara solamente de una ola, el backlash será fatal, mientras que un
tsunami no dejaría nada de las viejas creencias, imposibilitando la
venganza.

–En ese libro usted señalaba que los hombres también


padecen el patriarcado. ¿Cómo es eso?

–Pues para empezar, trabajan para un orden patriarcal del que


disfruta un determinado porcentaje de la población mientras que
todos los demás son tratados como esclavos modernos. Los hombres
se obsesionan con la autoridad y la autoridad no la tienen ellos: la
tiene los grandes jefes de empresas o sus accionistas. Los hombres se
someten a un orden que no es un orden justo y son capaces de morir
para defender fronteras o valores que no son beneficiosos para ellos.
Son los máximos tontos, se comen las migas de los
poderosos y disfrutan en casa de una pequeña autoridad y
de la posibilidad de la violencia doméstica. Eso no es una vida,
es una sumisión absurda. Y por eso, por ser obedientes y cargar con lo
que el patriarcado espera de ellos, aceptan mutilarse de la posibilidad
de sentirse vulnerables, de la posibilidad de tener deseo propio. Es una
lástima. Y lo siento mucho por ellos, que creen que luchan por sus
propios intereses.

–A los 30 años dejó de beber y a los 35 abandonó la


heterosexualidad para “transformarse en lesbiana”, según
explicó. ¿Cuál de esas decisiones fue más difícil y qué
resultado han tenido en su vida personal y profesional?

–Parar de beber es extremamente difícil. Abandonar la


heterosexualidad es una fiesta. La ausencia de castigo en estos
últimos diez años fue una fiesta deliciosa. Parar de beber es
otro asunto, es un luto temible y una confrontación brutal contigo
misma.

–¿El lesbianismo permite entender mejor el feminismo?

–El lesbianismo no te ayuda a entender mejor el feminismo, sino a ser


feminista en la alegría. Lo veo mucho más difícil para las pobres
heterosexuales que tienen que tener en cuenta sus propios
problemas y además encargarse con toda la mierda de la
masculinidad heterosexual, que es una catástrofe internacional
extrema.

–¿Cómo es su vínculo con la maternidad?

–Afortunadamente no he tenido hijos. Ahora que tengo casi cincuenta


años, me parece una catástrofe la experiencia de ser padres. Odio la
estructura familiar. Odio el sentimiento de pertenencia que tienen los
padres hacia sus niños. Odio la transferencia de neurosis de padres a
hijos. Odio la manera en la que tener hijos te obliga a trabajar el doble
para conseguir el dinero y tener una vida de mierda para mantenerlos
porque nadie te ayuda para nada cuando eres padre. Y más que todo,
odiaría tener ahora un adolescente en mi casa y decirle: “Este es el
mundo en el que vas a vivir”. Es un mundo feísimo, brutal,
absurdo, grotesco, violento, asesino. Es urgente que las
mujeres y los hombres dejen de dar a luz. Y paradójicamente,
nunca la idea de “ser padres” –y más específicamente de “ser madre”–
fue tan glorificada. ¡Más de 7 mil millones de putos humanos! ¡Peor
que las cucarachas! Agresivos, destructores, crueles. ¡Más de 7 mil
millones! Y seguimos con la propaganda idiota de “qué maravilla dar a
luz”. Qué horror.
–En su país, Francia, ha surgido un grupo de mujeres que
publicaron un manifiesto en contra de algunas prácticas,
como el escrache, y credos del movimiento MeToo: entre
ellas, Catherine Deneuve y Catherine Millet. Ellas disienten
en que toda mujer es, por definición, una víctima, y además
alertan contra el puritanismo sexual que conllevan las
denuncias de acoso. ¿Qué piensa sobre esas críticas?

–Lo más difícil para las francesas no fue la presencia en la lista de


Catherine Deneuve y Catherine Millet: ahí estaba también la
maravillosa Brigitte Lahaye, presentadora de radio y antigua actriz
porno, y eso sí ha sido doloroso... No puedo decir que haya entendido
muy bien el texto. Denuncian la sexofobia dentro del ámbito cultural y
también que es más y más difícil escribir sobre pornografía o trabajar
en películas con sexo explícito, fuera del gueto del porno. Sin embargo,
no me pareció que las feministas tuvieran demasiado que ver con esta
situación. Primero, lo analicé como algo propio de la clase alta. Eran
todas mujeres heterosexuales, hijas y esposas de poderosos que venían
a defender los derechos de los más poderosos y su derecho a abusar de
sus poderes. Justo estamos en una época de Europa en la que los
poderosos no soportan los límites. Al final creo que se trata
también del temor. Estos hombres de clase alta piensan que
merecen las más dóciles putas del mundo y así enseñan que tienen
poder.

–Vivimos con la impresión de que impera una gran libertad


sexual. Pero usted dice que “el problema es la sexofobia”. ¿A
qué se refiere?

–Me refiero al hecho de que puedes vomitar tu odio en las redes


sociales mientras no muestres una teta. Hay robots
cazatetas... Como si fuera lo único capaz de poner en peligro
el orden social. Tetas. Eso es sexofobia. Miedo irracional al cuerpo
de la mujer y de la sexualización que conlleva. Me refiero al hecho de
que miles de adolescentes han sufrido acoso online o en la vida real
porque habían chupado una pija o se habían dejado grabar mientras
cogían. Si hubiera una gran libertad sexual, seríamos incapaces en
2019 de llamar a una chica “puta” por tener deseos. Y sería impensable
tratar mal a alguien porque le guste el sexo. La libertad sexual no
puede pasar si no viene con una desestigmatización de la sexualidad
de las calentonas, de las sinvergüenzas, de las que disfrutan de coger
sin tener que justificarse con motivaciones románticas o
reproductivas. No hemos salido de la sexofobia que ha caracterizado a
los monoteísmos. Y no saldremos si no hacemos una revolución de
género total, con la abolición de la idea misma de géneros.

–¿La joven que usted fue en sus comienzos literarios


hubiera imaginado que se transformaría en miembro de la
Academia Goncourt?

–No he sentido una metamorfosis radical cuando entré en ella. No me


han invitado a formar parte del jurado para que cambiara lo que soy.
Lo que me ha cambiado, y mucho, fue vender tantos libros con
Apocalypse bebe y Vernon Subutex porque hace casi diez años que la
cuestión del dinero se convirtió para mí en una no-cuestión. He
comprado, el año pasado, el departamento en el que vivo.
Convertirme en propietaria, esto sí me ha cambiado mucho.
Me da una sensación de tranquilidad económica profunda,
que cambia todo mi sistema de pensamiento aunque no puedo
dejar de ver que los refugiados se mueren literalemente en la miseria a
doscientos metros de mi casa y eso hace que no me sienta cómoda con
esta posición de nueva proprietaria. No sé lo que la joven que fui
habría pensado de Virginie Despentes... Las escritoras me parecían
muy lejanas. Pero me acuerdo que me parecía muy gracioso leer el
Hollywood de Bukowski, cuando el pobre hombre empezaba a pensar
en invertir para no pagar impuestos. Y no me parecía mal. Porque sus
libros no habían perdido el tono. Espero no perder mi tono tampoco.

–En un mundo fuertemente institucionalizado, usted


desarrolló una formación sobre todo autodidacta. ¿No
sirven la escuela/universidad en la actualidad?
–Sirven un montón, sí. Puedes hacerlo sin formación universitaria,
pero te costará más. El trabajo de escritor pide disciplina, y ésta la
aprendes en la universidad. Es genial pasar tu juventud en los
bares escuchando punk rock y hardcore pero no te prepara
para nada en lo que respecta al trabajo de la escritura. La
formación universitaria también te prepara para ser juzgada todo el
tiempo y soportarlo. Y te enseña a respetar las estructuras de la
autoridad, y a tragar las injusticias sin gritar como una rabiosa. Todo
esto he tenido que aprenderlo muy tarde, y me cuesta.

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