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El arte es reflejo del desarrollo de los pueblos y al hacer referencia a los procesos
del Arte en Boyacá, necesariamente ha de traerse a la mente el trabajo de muchos
artistas que en su anonimato, han promulgado y consolidado tanto sus ideales como
prospectivas de mundos posibles. Muchos, han forjado su camino contraviniendo el
establecimiento, manifestando permanentemente sus dinámicas como escenario
para la vida, haciendo del arte, el extraordinario pretexto para propiciar el
intercambio simbólico entre los pueblos, como razón última para el equilibrio y la
armonía de los hombres.
El Premio Vida y Obra, otorgado por la Alcaldía Mayor de Tunja al Maestro Eduardo
Aguirre hace parte, ojalá, de más exaltaciones a su prolífica obra.
Con esta semblanza, se presenta hoy la vida y obra del Maestro Eduardo Aguirre,
reconocido en el medio regional como un artista abstraccionista por excelencia.
Nacido en la capital del departamento de Boyacá en el año 1956, es el cuarto de
cinco hermanos: Gloria Cecilia, Luís Felipe, Héctor Manuel, Jorge Eduardo y María
Eugenia. Sus padres, Bárbara Montañez y Felipe Aguirre mantuvieron
extraordinaria vena artística; su bisabuelo Leonídas y su hijo Luís (Padre de Bárbara
y abuelo de Eduardo) llegaron a Miraflores – Boyacá a principios del Siglo XX,
provenientes de Zaragoza -Norte de España- y traídos por la Iglesia Católica para
trabajar como orfebres en oficios especiales para el clero como hacer copones,
candelabros, custodias, lámparas, etc.
En este paisaje urbano brindado por la capital, la familia Aguirre Montañez se instala
en uno de sus tradicionales barrios de la ciudad, una vivienda ubicada en cercanías
del Bosque de la República, lugar que para la época, aún conservaba como
característica ser generosa en espacios y locaciones, corredores y pasillos amplios,
jardines y huertos en los que los dueños de casa podían convivir con la naturaleza,
árboles frutales, animales domésticos y de las exquisitas tradiciones culinarias. Allí
también nacieron sus hermanos Manuel y María Eugenia, la menor.
Sin embargo, su vida continuó en medio de los cuadernos, libros, juegos amigos,
tareas, haciendo que su adolescencia transcurriera como la de cualquier otro
estudiante, hasta la llegada del día de su graduación como bachiller en el Colegio
Salesiano Maldonado, época trascendental porque tomó la decisión de asumir las
artes plásticas como su carrera profesional.
Por entonces transcurría el año de 1974, y él, con la venia de su familia, acoge el
comedor de su casa como lugar para el taller de arte. De esta manera, dos años
más tarde reúne una serie de obras y prepara su gran odisea, asistir a la
convocatoria de NUEVOS NOMBRES de la Biblioteca Luís Ángel Arango del Banco
de la República en Bogotá. Pasados quince días, el joven Eduardo recibe una
misiva de parte de la dirección de la biblioteca, en la que se informa que debe asistir
a una reunión en una de las salas de conferencias.
Muerte
Eduardo Aguirre
Témpera Sobre Tela
1975
Acude al llamado y con sorpresa ve que son más de doscientas personas las
participantes que provenían de todas las regiones del país; “Acudimos al llamado
del sabio crítico y curador, para recibir tremenda vaciada, llena de regaños y
reproches que con palabras casi proféticas decía: “No me vengan a decir que todos
ustedes son artistas, sería un fenómeno mundial si Colombia tuviera en éste
momento más de doscientos artistas plásticos, lo mejor es que recojan sus trabajos
y se regresen a sus casas y dedíquense a otra cosa, busquen oficio y ni piensen
jamás en ser artistas, éste es un trabajo muy serio y de mucha responsabilidad.””
Ante esta experiencia, Aguirre recoge sus trabajos y queda tan afectado que piensa
seriamente en replantear su decisión de ser pintor al acordarse de cada una de las
palabras del crítico; pero inexplicablemente, el encuentro con los paisajes de lado
y lado del camino de regreso a su hogar le confirmaron su disposición de continuar
siendo artista.
Vida
Eduardo Aguirre
Témpera Sobre Tela
1974 - 1975
Abstracto
Eduardo Aguirre
Acrílico sobre Lienzo
1977
La Dulce Deserción
Aguirre enfatiza que: “la delincuencia común que hacía presencia en el campus
universitario, la prostitución, el homosexualismo, la drogadicción, el bienestar
estudiantil que también estaba untado de corrupción y las mafias impuestas por los
empleados de la universidad y, para completar estaba el marcado regionalismo de
los estudiantes”. Pero quizás, uno de los fenómenos de violencia que marcó
definitivamente su estancia en la universidad fue la denominada AVALANCHA, una
violenta estampida provocada por encapuchados al momento en que los
estudiantes hacían fila para el almuerzo, “y estudiante que tropezaba iba a dar al
piso y le marcaba desgracia, aproximadamente unos quinientos estudiantes
pasaban por encima del pobre desgraciado, pisábamos gafas, libros y cuadernos,
muchachas y muchachos, el objetivo era correr y llegar al recinto sanos y salvos”.
Después de acudir a sus recuerdos, de muchos de estos episodios de barbarie,
Eduardo Aguirre considera que esos actos grotescos detonaron su decepción,
evidenciada con estas palabras:
“Salí a la plaza CHE, el cielo negro, ya casi, hacia las tres e de la tarde,
y como en el día en que el Señor Jesucristo fue crucificado, bajo los
rayos, truenos y relámpagos que iluminaban la sabana, resaltando los
Cerros de Monserrate y Guadalupe con su fulgurante luz y con los
primeros goterones de lluvia que mojaban mi rostro a lo cual, yo no sabía
si era agua o eran mis lágrimas, abandoné la universidad. En la pared
de la plaza, el muñeco que representa al Che Guevara me observaba y
con risita socarrona me siguió con su mirada hasta que desaparecí por
la esquina opuesta a la plaza. Había cumplido su cometido,
definitivamente este siniestro personaje me acababa de expulsar de la
Universidad Nacional de Colombia.”
Al comenzar la década de los 80, Eduardo ya había contraído nupcias con Martha,
una tunjana con quien tuvo tres hijos, Adriana Marcela, Leonardo y Fernando. En
esta condición siempre se mantuvo atento a sus posibilidades de expresión plástica
y por casualidades de un trabajo común con su hermano Manuel y Francisco
Toledo, se contactan con el maestro José Ignacio Zambrano Yepes “Pepe” y el
pintor Jorge Alberto Casas Ochoa con quienes deciden conformar un colectivo
experimental de artistas, alejados totalmente de toda intención académica o de
conjunción estilística y por el contrario, mantener incólumes sus propuestas
artísticas personales. Zambrano Yepes, quizá el artista de mayor experiencia y
reconocimiento por sus connotadas condiciones como acuarelista prodigioso,
pintor versátil de temáticas arraigadas en el paisaje y el costumbrismo. Francisco
Toledo “Pacho”, apuntaba hacia temas más expresionistas y con una propuesta
plástica también alejada de la academia. Muy pronto dejó el grupo para atender
asuntos personales y para cursar sus estudios de Artes Plásticas en la Universidad
Nacional de Bogotá. Por otro lado, su hermano Manuel era más meticuloso con la
figuración y con algunas exploraciones en la abstracción y la tridimensionalidad.
Jorge Casas el menor del grupo tenía una línea de trabajo más figurativa con
especiales condiciones para el retrato, el dibujo con temáticas de profundo
contenido social y crítico. Eduardo, en el grupo, mantuvo una línea de trabajo
eminentemente abstraccionista, aproximándose a la experimentación con
materiales y objetos que terminaron en constructuras y ensamblajes. Allí produjo
varias series de dibujos a la pluma de meticulosa factura. Asimismo, su trabajo con
el color da cuenta de varias series de trabajos con técnicas mixtas lo que permitió
proyectar su obra con especial significación e influir en otros artistas aficionados.
A nivel institucional, entre finales de los años setenta y comienzos de los ochenta,
el Instituto Cultura y Bellas Artes de Boyacá – ICBA estaba en pleno proceso de
reestructuración, tanto de la parte de infraestructura como de sus líneas de
extensión a la comunidad en diferentes servicios y proyectos de formación artística
y cultural. Gustavo Mateus Cortes, su director, tenía como uno de sus proyectos
bandera la construcción y puesta en marcha de la Escuela Superior de Artes
Plásticas y para ello había contratado como asesor al maestro César Gustavo
García Páez, escultor chiquinquireño formado en la Unión Soviética, quien por su
experiencia podría orientar este proyecto. Es así que para el año de 1983, el ICBA
abrió un curso libre en escultura, con el fin de implementar los primeros ejercicios
pedagógicos en el campo de las artes plásticas orientado por el maestro García
Páez. De esta manera, los primeros inscritos en el programa fueron los integrantes
del colectivo, a lo que Aguirre comenta: “nos reclutó, con una disciplina casi militar,
de línea Marxista quiso enmarcar nuestro ideario y nuestro pensamiento a lo cual
nos opusimos rotundamente y el grupo tomó la decisión de renunciar en masa.
Hasta allí llegaron nuevamente mis pretensiones, estaba demostrado
definitivamente que la academia no estaba hecha para mí, conclusión: la academia
y la libertad de expresión no van de la mano”. Hacia finales de 1984, el grupo se
desintegró y cada uno de los artistas tomó rumbos distintos que les permitiera
consolidar sus prácticas artísticas de manera independientemente.
El Camino en Solitario.
Con este aval, Aguirre se traslada ese año a Bogotá junto con su hermano Manuel
e instala su taller en pleno centro de la capital, en el barrio la Perseverancia,
espacio que le permite mantener contacto permanente con artistas, curadores y
expertos en arte; allí trabaja arduamente y consigue preparar una exposición que
finalmente pudo emplazar en el Centro Cultural de Cundinamarca, dependencia de
la Gobernación. Al cabo de dos años regresa a Tunja y, en compañía de su
hermano, trabaja en un proyecto artístico para el Aguinaldo boyacense, lo que hace
que instale nuevamente su taller en la calle 13, junto al Bosque de la República.
Entrada la última década del siglo XX, su vida artística dio un giro inesperado;
empezó a incursionar en el mundo del teatro e hizo parte de colectivos de este
género artístico, primero como escenógrafo, luego como actor, asistente de
dirección y por último director, junto a connotadas figuras del teatro boyacense
como los maestros Carlos Sánchez y Carlos Salcedo. Así, en 1993 hace parte del
montaje de las obras “Historia de un amor In…posible”, “Alicia en el País de Nunca
Jamás”, “Juicio en el Cielo”, “Navidad en mi Pueblo”, “Villa Tristeza”, “El
Maravillosos Viaje de Enrique y Ana”.
Junto a estas obras, Aguirre trabajó de manera independiente con otros proyectos
como el grupo de muñecos El Baúl, culminando con el musical de Peter Pan en el
que hace como el antagónico Garfio. En esta faceta artística, Eduardo se ha
mantenido activo por cerca de quince años en diferentes roles, actividades que
para él no tendrían significación de no ser porque a su vida sentimental llegara
quien es hoy su compañera Sandra Patricia Valero de cuya relación nacieron sus
dos hijos, Diego y Adrián Eduardo. En palabras de Eduardo, Sandra terminó
involucrada en sus proyectos artísticos de teatro y “fue la mujer que me devolvió,
por Gracia de Dios, el amor y el afecto, dos sentimientos que me han impulsado y
han sido el motor de mi vida artística.” En la actualidad, las actividades en el arte
se han venido consolidando con una faceta diferente pero igualmente importante
como es la Educación Escolar de infantes, orientada y coordinada por Sandra
Patricia.
De su Obra Plástica.