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selk’nam
Daniel Hopenhayn
05 Febrero, 2015
Tags: Columnas y entrevistas, españa, indígena, jose menedez, Magallanes, selk’nam
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Al asturiano José Menéndez (1846-1918) le bastaron su codicia y sus contactos para hacerse
dueño de casi toda la Patagonia y propiciar el exterminio de los selk´nam. Cacerías y remates
de indios, matanzas de jornaleros, complicidad de las autoridades chilenas y argentinas,
urden la trama de uno de los libros de historia más exitosos del 2014. Aquí su autor, José Luis
Alonso Marchante, explica cómo fue posible la tragedia y se sorprende por la lentitud con que
la memoria oficial de Magallanes ha asumido el verdadaro talante de algunos de sus
prohombres.
A los 14 años y solo, José Menéndez se subió a un barco para probar suerte en América. Había
nacido en un hogar pobre en un remoto pueblo de Asturias, al norte de España, condenado a ser
un don nadie. Tras desembarcar, vivió dignamente en La Habana y Buenos Aires durante unos
15 años, pero quería más. Así llegó, en 1875, a Punta Arenas. Unas décadas después, la Patagonia
era prácticamente suya y su fortuna era, literalmente, incalculable.
Hace unos pocos años, otro asturiano, el historiador José Luis Alonso Marchante, llegó a la
Patagonia siguiendo sus pasos. Le intrigaba que un coterráneo suyo, de escasa educación,
hubiese convertido aquella tierra de leyenda en su imperio familiar. No sabía que iba a
encontrarse con una historia trágica cuyo saldo había sido, entre otras cosas, la desaparición de
los selk’nam, habitantes milenarios de una isla cuyas señales de humo –para alertar la presencia
de extraños– vio Hernando de Magallanes en 1520, por lo que llamó a esa isla Tierra del Fuego.
“Los selk’nam fueron los últimos en tener contacto con la civilización, porque estaban más
retirados de las costas. Hasta que llega precisamente José Menéndez”, dice Alonso, quien
revolvió archivos durante años entre Chile, Argentina y España para contar, basándose en los
propios testimonios de la época, quién fue y qué hizo Menéndez, El Rey de la Patagonia, como se
titula el libro que ya va por la tercera edición. “Un testimonio de gran valor es el de los
salesianos, que tenían una misión al lado de las estancias de Menéndez –explica Alonso–. Ellos
hacían recorridos y encontraban a los selk’nam muertos con un tiro en la frente. A partir de esos
registros me di cuenta de que era un tema realmente trágico”.
Desde la experiencia de los propios selk’nam, ¿cómo crees que vivieron la llegada de Menéndez?
Con una perplejidad absoluta. Los selk’nam sabían lo que les había pasado a los otros pueblos y
no se exponían, mucho menos las mujeres, porque te puedes imaginar lo que los marineros
hacían con ellas. Pero cuando Menéndez instala sus primeras haciendas en Tierra del Fuego, el
territorio de los selk’nam de repente se ve surcado por alambradas, lo que provoca el inmediato
éxodo del guanaco, su alimento clave. En cambio, aparecen de la nada miles y miles de ovejas,
un animal que nunca habían conocido y cuyas pezuñas además destruyeron las madrigueras del
cururo, un roedor del que también se alimentaban. Entonces su hábitat cambia completamente.
Es como si mañana empezara a desaparecer el Metro, los edificios, los semáforos, los autos y se
nos sustituyen por otras cosas. Y era solo el comienzo, porque una vez que empiezan a
alimentarse de las ovejas, los colonos empiezan a cazarlos a ellos directamente.
En tu libro hay muchas escenas que reflejan el nivel de brutalidad que llegó a
existir.
Sí, muchísimas. Un caso especialmente trágico fue cuando el gobernador de Magallanes, Manuel
Señoret, medio espoleado por los terratenientes Menéndez y Braun, organizó una “cacería de
indios” de varias semanas y capturaron a casi 200 selk’nam, casi todos mujeres y niños porque
los hombres se resistían y los mataban. ¿Qué hizo Señoret con esos 200 selk’nam? Los llevó a
Punta Arenas y organizó un remate de indígenas, donde se repartió indiecitos a las familias que
los quisieran. Los relatos son realmente sobrecogedores: todas esas familias en un galpón, los
niños llorando, cómo se los arrancaban a sus padres… No podemos ver algo que sucedió hace
125 años con ojos de ahora, pero todo esto fue criticado en ese momento y no solo por los
salesianos, sino también por policías, militares, periodistas…
¿Los selk’nam intentaron dar la pelea?
Muy poco, tenían arcos y flechas y los otros tenían rifles de repetición. Además, otra estrategia
para sacarlos del medio fue llevarlos a las misiones salesianas, la primera de las cuales se
estableció en la Isla Dawson. “Es el modo más barato de deshacernos de ellos, más corto que
dispararles”, decía en una carta Mauricio Braun, yerno y socio de Menéndez. Como tenían
hambre, los atraían a esas “reducciones” dándoles alimento. Pero eso fue también su final,
porque vivían hacinados y ahí se propagaron, o les propagaron los propios misioneros de
manera involuntaria, infecciones: tuberculosis, tisis, y desaparecieron rápidamente. Luego los
últimos grupos ya se van hacia el interior –porque acercarse a las tierras ganaderas implica la
muerte– y terminan en el centro de Tierra del Fuego, en la zona del lago Khami, donde
desaparecen los últimos. De los entre 3 mil y 4 mil que había cuando llegan los colonizadores,
hacia 1920 quedaban 100.
Sobre eso, hablas de un registro muy triste que encontraste en el archivo de los
salesianos de Buenos Aires.
Me impresionó muchísimo. Era una hoja en la que ellos iban anotando, a medida que iban
muriendo los indígenas en sus misiones, una línea por cada fallecido. Y en los arcos de edad de 0
a 5 y de 5 a 10 años, hay más de 380 rayitas, niños que morían allí. Es estremecedor porque en
esa hojita del 1900 realmente se estaba documentando el final de un pueblo entero.
Dueños de todo
¿Cómo podríamos dimensionar el imperio económico que levantó Menéndez?
Si quisiéramos traducirlo a dólares actuales, es imposible, no puedes calcularlo. Llegó a tener
más de un millón de ovejas, que necesitan casi dos millones de hectáreas para pastar; todas las
tierras de la Patagonia y Tierra del Fuego aptas para la ganadería, eran suyas o de sus grupos
familiares, que se cruzaron entre ellos económica y familiarmente y eran los propietarios de
todo, pero de todo.
En el libro desmitificas la figura del pionero visionario, dices que era un tipo más
bien mediocre.
Claro, no es una idea mía, el escritor argentino Ernesto Maggiori dice que no fueron hombres
excepcionales: lo excepcional fueron las circunstancias, el lugar y el momento. Si Menéndez
hubiera ido a Nueva York iba a tener un par de cafeterías, pero ese imperio solo es posible ahí y
en ese momento, ni 50 años antes ni 50 años después. Fueron gente normal que supo mover
muy hábilmente sus contactos. Cada vez que nombraban un gobernador nuevo en Magallanes,
iba a Punta Arenas y decía “cómo es posible que tres o cuatro personas tengan todas las tierras
en su poder”, pero inmediatamente los hacían cambiar de opinión. Piensa que un momento
cumbre en la historia de Punta Arenas es el Abrazo del Estrecho en 1899, cuando los presidentes
Roca y Errázuriz llegan a a firmar el tratado de límites entre Argentina y Chile. Bueno, esa noche
Roca durmió en casa de Menéndez y Errázuriz en casa de Braun, el yerno de Menéndez. Así
lograban las tierras saltándose toda la legislación que existía.
¿Alguna vez encontraste algo de Menéndez, quizás entre sus cartas, donde él se
cuestionara lo que había hecho?
No, todo lo contrario, siempre tuvo un desprecio por los demás. Y con “los demás” no me refiero
a los indígenas, que para él no eran ni personas, sino a los chilotes por ejemplo, que eran los
jornaleros de sus estancias en condiciones laborales terribles. Y eso no lo digo yo en el año 2015,
lo dicen los que visitaron las estancias de Menéndez en 1890 o 1900. Años más tarde los
jornaleros se rebelaron pidiendo condiciones básicas y sencillamente los mataron.
El lavado de imagen
Cuando estuviste en Punta Arenas, ¿cómo había permanecido Menéndez en la
memoria histórica de la gente?
Es un tema muy interesante, porque una vez que él murió, los mismos hijos que le disputaron su
fortuna organizaron todo un apuntalamiento de su memoria, y ahí es donde aparece el mito del
pionero. Toda la historia oficial de Magallanes parecer girar en torno a esos pioneros
clarividentes que repartieron la riqueza a manos llenas. Uno camina por las calles de Punta
Arenas y se encuentra con ese mito.
El apuntalamiento funcionó.
Pero a nivel oficial, porque luego hablas con la gente común y es más ajena a esa historia. Y en el
lado argentino directamente son militantes en contra de esos mitos. A nadie en Río Gallegos se
le ocurriría ponerle “José Menéndez” a una calle, mientras que Punta Arenas la tiene y es de las
más importantes. La puso en la época de Pinochet un nieto suyo, Enrique Campos Menéndez,
que estaba al frente de la DIBAM y fue Premio Nacional de Literatura. En el centro de Punta
Arenas solo hay una calle muy pequeñita a nombre de una mujer, se llama Julia Garay, una
maestra, y todo lo demás son los grandes prohombres, próceres. Esa memoria me sorprende
mucho.
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35 comentarios Ordenar por Más antiguos
Luis Fierro
Nada nuevo, esto ya se sabía y estaba publicado en otros libros que fueron
comprados todos como Patagonia Trágica...
Me gusta · Responder · 2 · 3 años
Gilda Vidal
YO LE PONDRIA " EL GRAN ASESINO DE LA PATAGONIA" EN EL GRAN
LIBRO "LA PATAGONIA SANGRIENTA" Y/O " LA PATAGONIA REBELDE"
SE VE LA FAZ DE ESTE ASESINO, QUE CONTRATO SICARIOS PÁRA
EXPANDIR SU IMPERIO CON LA VENIA DE GOBIERNOS DE LA EPOCA.
PIENSOI QUE EL ESTADO ALGO TIENE QUE DECIR. ENRIQUE CAMPOS
MENENDEZ, NIETO DE ESTE ASESINO, LO VALORO OTRO DE LOS
MISMOS
Me gusta · Responder · 3 · 3 años
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