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“La revolución tecnocientífica

crea el tecnocapitalismo,
diferente al capitalismo
industrial”
Los señores del aire, los dueños de la informática, son los nuevos
señores feudales en una época tecnocientífica. De las diez mayores
empresas del mundo, siete están relacionadas con tecnologías de la
información y la comunicación.

por Patricio Porta

Javier Echeverría se considera a sí mismo un pionero en el estudio de las


nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Su libro Los
señores del aire: Telépolis y el tercer entorno, publicado en 1999, era una
suerte de apuesta para el nuevo siglo que comenzaba. Su precisión lo
convirtió rápidamente en una obra de lectura obligatoria para los
académicos españoles y latinoamericanos. Invitado por la Universidad de
Lanús y por el Centro Cultural de España en Buenos Aires, el filósofo,
matemático, ensayista y profesor del Instituto de Filosofía del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas dialogó con Página/12 sobre las
relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad.
Su obra tiene un fuerte impacto en el mundo académico de nuestra región.
–¿Usted nació en México?
–Mi padre emigró a México a los 19 años huyendo de la guerra de
Marruecos. Cuando mi padre se fue a México quedó como desertor hasta
que en 1936 la República le amnistió. Volvió a España, se casó con una
mujer del pueblo y se la llevó a México. Hoy parece algo asombroso, pero
en esos tiempos eran historias muy típicas las de los indianos, que eran
aquellos que hacían las Indias por estrictas cuestiones económicas. Mis
hermanos nacieron en México, pero mi madre decidió que yo naciera en
España porque había perdido dos niños por falta de atención médica.
–Los señores del aire: Telépolis y el tercer entorno fue publicado en
los umbrales del siglo XXI. ¿Cómo evalúa los cambios producidos por
las nuevas tecnologías de la información a casi dos décadas de ese
trabajo?
– En aquellos momentos los señores del aire eran Microsoft, Nokia y
Ericsson. Nokia y Ericsson han desaparecido. Todas las grandes
compañías del hardware, el software, las telefonías móviles, los videojuegos
y las tarjetas de crédito irían creciendo, y ese sistema de las nuevas
tecnologías de la información se extendería por todos los países, como ha
sucedido. Quienes controlaran esas tecnologías tendrían un poder
creciente. Los señores del aire era una metáfora de los señores de la tierra
en el medioevo. Los que tenían el control de la tierra tenía el poder. En el
siglo XXI, los que controlaran el aire, internet y las redes telemáticas son los
que tendrían el poder. Basta mirar las diez empresas con mayor
capitalización en bolsa para saber que siete son del sector de tecnologías
de la información y la comunicación. Hace 16 años eran las empresas
petroleras, industriales, de automóviles. Amazon, Google, Facebook y
Twitter no existían. Los señores del aire han tenido sus batallas, sus
conflictos y evoluciones, pero lo fundamental era lo que yo proponía, la
metáfora feudal, y lo sigo afirmando radicalmente. Internet o el tercer
entorno está en una etapa neofeudal. Hay una especie de dependencia o
servidumbre. Cualquier usuario de un software o una red social llega a un
momento clave que es el del “acepto”. Uno acepta o no. Si no lo haces no
accedes a las redes sociales, y quedas excluido de ese ámbito social,
ámbito ciudadano, te quedas sin nada. Y si aceptas, has firmado un contrato
donde aceptas todas las condiciones que te impone el señor del aire y que
nadie lee. Eso es lo típico de un poder feudal. El origen de sometimiento en
la relación es total. Uno pertenece entonces al señor feudal, depende de él,
se tiene que atener a sus normas, tiene que actualizar continuamente sus
productos. Somos súbditos de estas grandes empresas.
–En su momento, usted usó la expresión “neofeudalismo cibernético”.
¿Estamos más cerca de ser una “democracia electrónica” ahora?
–Esa era la idea de Telépolis, hacer una ciudad democrática en este mundo
digital. En 1994, cuando lo publico, esto era utópico, porque estas
tecnologías estaban surgiendo. El tercer entorno no es sólo internet. Aparte
están las redes digitales, telemáticas, militares y financieras, presentes
desde los años 80. Las redes financieras son las que generaron la crisis del
2009. Ahora mismo los Panamá papers es un ejemplo clarísimo de por
dónde circulan los grandes dineros. Circulan por redes financieras, que son
telemáticas. De la misma forma se mueven las guerras. Antes de organizar
una guerra, los países tecnológicamente desarrollados montan la red
telemática correspondiente. En la guerra de Irak esto fue clarísimo. Estados
Unidos tardó un mes en llegar hasta Saddam Hussein, porque estaba
montando toda la red para saber dónde bombardear. El tercer entorno es
una estructura diferente de la tierra y de las ciudades, porque no es
territorial. Quien domine las redes, sean militares, financieras, científicas,
mantenidas por las comunidades científicas y las grandes industrias, o
civiles, como internet, tiene el poder. Esto configura un nuevo espacio, el
tercer entorno o mundo digital. Ha habido grandes novedades, como
Facebook y las redes sociales, y Apple ha superado a Microsoft. En
cualquier caso, no ha habido más que cambios en las relaciones de poder
entre los señores del aire. Ahora los llamo los señores de las nubes. La
metáfora es casi la misma. Puede haber nubes huracanadas, de cenizas,
nucleares. Las nubes pueden generar nubarrones y puede ocurrir un
huracán, verdaderamente devastador, como le ha sucedido a las redes
militares y financieras. Si en algún momento Google quebrara, porque otro
señor del aire le bombardeara, cuando comiencen las tecnoguerras,
muchas redes caerían.
–¿La masificación creciente en el acceso a internet puede desembocar
en una mayor democratización?
–Para nada. En el 99 decía taxativamente que ese espacio no era
democrático, y ahora lo es menos que antes. Que haya mucha gente en un
sitio no significa que sea una democracia. Una condición sine qua non
requiere, en el sentido griego de democracia, que haya un espacio público,
el ágora, de acceso universal y libre a todos los ciudadanos. Esto no
sucede, pues para acceder a internet tengo que usar un navegador, un
portal, una conexión wi-fi. Si internet fuera el ágora, habría un montón de
filtros, de señores que me cobran o me controlan por acceder. No hay
acceso libre en absoluto. El segundo argumento, más convincente todavía,
es que no hay democracia sin división de poderes. Si hay sólo un poder
ejecutivo, esto es tiranía. ¿Hay un Parlamento en Facebook, en Twitter? Lo
que hay es un consejo de administración cuyos miembros ignoramos todos
y que no se elige democráticamente. Si se quiere democratizar, ya no el
tercer entorno pero uno de los dominios feudales, pido que elijamos al
presidente de Google los usuarios. Mark Zuckerberg, que es tan
democrático y anarco, que se someta a la elección de sus usuarios. El
concepto de democracia se ha devaluado, se lo confunde con mucha gente.
Lo que sí sucede, sobre todo en las ciudades, es que la masificación
produce un incremento de valor. Cuando hay un trending topic o un
bloguero con mucha audiencia, entonces la publicidad le llega, aumenta el
valor de su dominio, el valor bursátil de la red correspondiente y el poder
económico.
–¿Qué piensa de las llamadas “revoluciones 2.0”, este matrimonio
entre redes sociales y las calles, como lo sucedido en Egipto, Brasil y
España?
–En los países árabes todo ha acabado como el rosario de la aurora.
Incluso Túnez, que es la única democracia que ha sobrevivido, está
completamente controlado y limitado.
–Durante las revueltas del 2011 en Londres, David Cameron apuntó a
Twitter.
–Si lo pide Cameron, Twitter negocia. Lo que no se sabe es qué pudo haber
obtenido Twitter de Cameron. En esta misma fase, se produjo la revuelta de
Wall Street. De eso ha quedado Trump.
–También Bernie Sanders.
–Bueno, pero personajes como Trump son típicos del tercer entorno, de
esta nueva modalidad de lucha por el poder, donde triunfa la demagogia y la
política del espectáculo. Incluso Putin, que va de serio y riguroso. O del
dictador de Corea del norte, que organiza espectáculos, hace ensayos
nucleares, tira misiles, sólo para tener publicidad en la prensa. Hitler fue un
gran líder de masas. El equivalente al ciudadano clásico es el usuario de las
nuevas tecnologías. Democratizar una red es dar el voto libre y secreto a los
usuarios. Puede ser democracia directa o parlamentaria, que el Parlamento
dicte unas leyes, que el presidente del consejo de administración se atenga
a las reglas que han impuesto otros y que gestione la red sin poner las
normas él o sus hombres de confianza. A mí me resulta alarmante que se
piense que porque hay mucha gente en una red social es democracia.
–Quizás el problema es que se analiza un escenario relativamente
nuevo con viejas categorías, como si se tratara del tema de los medios
de comunicación tradicionales.
–La tesis de Castells es que los políticos están controlados por los medios
de comunicación y éstos están dominados directamente por el sistema
financiero. Esa es la estructura del mundo en la actualidad. Pensar hoy en
día que los gobernantes mandan es tiempo pasado. Precisamente por eso
hay una crisis profunda de las democracias. Estas elecciones entre Hillary
Clinton y Trump son un ejemplo de cuánto se ha deteriorado la democracia
en un país donde ha habido presidentes como Jefferson o Lincoln. La
política se ha convertido en tecnopolítica. Los partidos políticos se han
convertido en empresas que compiten en un mercado de los votantes y que
capitaliza en las urnas. Un movimiento social importante como el 15M ha
acabado en un partido político normal y corriente como cualquier otro que
manifiesta su fuerza capitalizando votos. Dudo que eso aumente la calidad
de la democracia. Si ha cambiado el concepto de democracia, entonces que
se explicite. Si no hacen falta constituciones ni repúblicas, y hay redes
privadas como Facebook, que se diga. Google no es una institución pública.
Es propiedad privada de unos señores que son muy liberales, tolerantes y
sofisticados. No estoy criticando a las personas, sino a la estructura, que es
muy alarmante.
–La expansión de internet se asocia con globalización. ¿Cómo
impactan estas nuevas tecnologías en las identidades?
–Surgen nuevas formas de identidad. El sujeto pasa a tener una identidad
plural. Frente a la noción clásica de sujeto político, por ejemplo, uno puede
tener una nacionalidad o a lo sumo dos. En el segundo entorno uno tiene
una patria y punto. En el tercer entorno, en cambio, uno puede tener
múltiples identidades, porque se es súbdito de varios señores del aire. El
ser súbdito de Facebook no me impide serlo de Google. Al revés. Como
esas son tecnoidentidades, o identidades tecnológicas, tengo que adquirir
competencias y mi mente tiene que estar troquelada para manejar esas
tecnologías. Estoy hablando de identidades mentales. El tercer entorno es
básicamente una identidad mental y se puede venir abajo en cualquier
momento. Y cuando uno se queda sin conexión insulta y pierde los nervios.
Un padre quiere que un señor del aire controle las fotos que su hijo sube a
Flickr o Instagram o las locuras que hace en las redes sociales. Es decir,
está controlado por una empresa. El anonimato es perfectamente posible
desde un punto de vista tecnológico, pero esto no les interesa a los señores
del aire. Les interesa conocer al detalle los gustos e intereses de sus
usuarios, porque al saber sus usos están haciendo un estudio de mercado
gratis, del actual y del futuro, en el caso de los jóvenes. Han descubierto la
fórmula de la coca cola. Hacer un estudio de mercado es muy costoso e
impreciso, bien lo saben los expertos en econometría. Los jóvenes lo ven
desde otra perspectiva. Ya veremos quién tiene la razón.
–¿Qué cambios produce este nuevo paradigma en la educación y en el
trabajo, dos pilares de los Estados modernos?
–En los 90 yo hablaba elogiosamente del teletrabajo, lo consideraba una
gran oportunidad para muchos oficios, para gente con mucha movilidad.
Ahora el empleo, el trabajo asalariado está menguando en todo el mundo.
El valor económico lo generan los propios usuarios en la medida que sean
millones de usuarios o telespectadores los que contemplan un partido de
fútbol o un atentado como el del 11 de septiembre. Eso genera un valor
incalculable, y lo previeron los terroristas, que sabían que dos aviones
impactando en las torres impactarían a su vez en las mentes. Yo no olvidaré
esas imágenes. Ese es el poder de los señores del aire. El señor feudal
antes te marcaba con un hierro caliente. Es mucho más grave que te
marquen la mente. El consumo de la información y el uso de las tecnologías
son algo productivo si es masivo, si produce riqueza y genera valor
económico. Por lo tanto, la producción de riqueza en la economía del
conocimiento y de la información está evolucionando de manera distinta a lo
que era la generación de valor en las economías industriales, donde lo
trabajadores eran los que generaban valor. Ahora lo hacen los usuarios, los
consumidores. La consecuencia es que uno se tiene que buscar la vida en
la red como sea, de autónomo y de modo precario. Los empleos asalariados
en la red son los diseñadores de software, los que controlan la seguridad en
las redes, los administradores, pero la gente de base tendrá un dinerito
puntual por haber hecho tal trabajo, como creativo o modificando una
fotografía. Esto me preocupa mucho porque vamos a sociedades sin
empleos. Yendo a la educación, quienes marcaban las mentes en el
medioevo europeo eran los sacerdotes, la familia y los vecinos, hasta que la
revolución francesa, tremenda, con miles de muertos, instituyó la
escolarización obligatoria y un Estado laico. Eliminó el poder religioso del
ámbito educativo, arrancó a los hijos de las familias y los vecinos
determinadas horas del día y los llevó a la educación pública. Hoy en día los
procesos de aprendizaje se hacen a través de la red, la televisión y los
videojuegos. Los padres y los maestros ni se enteran. En lo que a los niños
les interesa de verdad, saben bastante más ellos que los profesores. Por
eso no los respetan. La inversión del conocimiento en el ámbito educativo
tiene consecuencias tremendas. En la escuela se mantiene una educación
que a los chicos y a las chicas les interesa muy poquito. Encima en España
se les prohíben los móviles en las aulas. Es como prohibir el fútbol o el
hablar. Instituir la prohibición de cosas que los chicos y las chicas quieren
hacer en el tercer entorno no es la vía. Se aprende más en el tercer entorno
que en el primero o en el segundo. La inmensa mayoría de los niños
empieza a saber lo que son los animales y las plantas a través de la
televisión o de internet. Son nativos digitales, su mundo es ese.
–¿Cree que la tecnociencia puede superar su funcionalismo al sistema
capitalista?
–La tecnociencia es una revolución. Pero las revoluciones pueden ir hacia la
izquierda o hacia la derecha. La revolución tecnocientífica crea una nueva
modalidad de capitalismo, el tecnocapitalismo, muy diferente al capitalismo
industrial. Las crisis del capitalismo actual son grandes crisis tecnológicas,
casi apocalípticas. Como lo que ocurrió en Japón con la central nuclear de
Fukushima y el tsunami. La crisis del corralito fue estrictamente de fuga de
capitales por las redes telemáticas. Una tecnosociedad es aquella en donde
las personas, para relacionarse, deben hacerlo mediante algún sistema
tecnológico. Hay personas que son más tecnopersonas que otras. La
revolución tecnocientífica comenzó en física, en matemáticas, en biología
con el ADN y la secuenciación del genoma, y ha llegado a las ciencias
sociales, a las personas y ha transformado al capitalismo. Las
nanotecnologías son decisivas, más que las tecnologías de la información.
Con los nanoscopios, los científicos han podido ver la materia orgánica e
inorgánica a escala diez elevado a la menos nueve. Este estrato de la
naturaleza nunca se había visto. Estamos acostumbrados a ver el medio
ambiente con nuestra percepción que es de diez elevado a la menos tres
milímetros. A una micra no llegamos. A la escala diez elevado a la menos
nueve pasan cosas importantísimas, como la interrelación entre las
neuronas o el origen de los virus, que se descubrieron a partir del año 2000.
Es la tecnonaturaleza. Todos los países están volcados a las
nanotecnologías. A uno lo ametrallarán con nanopartículas y ni se enterará.
–Todo esto ligado al imperativo de la innovación.
–En su origen, la ciencia estaba para comprender y explicar el mundo. El
mayor ejemplo es Galileo. Comprobamos que la tierra no se mueve y todos
lo tenemos clarísimo. Cuando llega la tecnociencia, importan más la
transformación y la innovación que la cuestión de la explicación. Hoy vale
más el conocimiento científico que genera tecnologías, y si produce
innovación uno pasa a tener la financiación. La tecnociencia genera
innovación, como el grafeno o Twitter. Steve Jobs es el innovador por
antonomasia. Todos los señores del aire son grandes innovadores. Cuando
se está hablando de innovación no se está hablando de algo bueno.
Schumpeter fue el primer gran teórico de la innovación, y dijo que la
innovación es destrucción creativa. Si innovas, destruyes. En el siglo XIX la
innovación era rechazada totalmente. Ser innovador social era ser un
revolucionario. Proudhon, Owen y Marx eran innovadores sociales. Esto ha
cambiado completamente en los años 80 cuando surge la tecnociencia en
Estados Unidos, en Silicon Valley, con la innovación como el objetivo
principal. Si eres innovador, pasas a ser más competitivo como empresa y a
obtener mayores beneficios. Schumpeter lo dijo: la innovación es la esencia
del capitalismo.
–¿Qué políticas se deberían seguir para democratizar la producción
científica, para mejorar los vínculos con los ciudadanos?
–Un país es tecnocientífico cuando más del 50 por ciento de la inversión en
investigación viene del sector privado. Por lo tanto el pensar que son los
Estados los líderes en la tecnociencia, ni hablar. La tecnociencia la
promueven básicamente Monsanto, por ejemplo. Cualquier gran empresa
farmacológica es tecnocientífica y altamente innovadora. Los Estados son
sus clientes. Cuando viene el zika se forran de dinero. Todos estarán
investigando salvajemente para ver quién consigue la vacuna.
Independientemente de eso, es cierto que el sector público todavía produce
conocimiento y algunas innovaciones, aunque pocas. La idea clave es que
los científicos, los investigadores en concreto, nos hemos convertido en
trabajadores del conocimiento. En la economía del conocimiento habrá
empresarios y trabajadores. Un investigador es un trabajador del
conocimiento. El científico no se ha convertido en una mercancía pero su
paper o artículo académico sí. En mi gremio los papers no se leen, sino que
se miran el índice de impacto y el número de citas que has tenido. Nadie lee
filosofía. Uno se puede pasar dos o tres años leyendo a Hegel. En una
sociedad de consumo rápido y fácil, de titulares, pildoritas y tags, uno no se
va a poner a leer a Kant. La filosofía mengua entonces su relevancia,
justamente porque no se ha hecho tecnofilosofía. En cambio, a los
tecnocientíficos les va maravillosamente bien. Lo que valen son las
mediciones y las encuestas.
–¿Cuál es la relación entre ciencia y política, o ciencia e ideología?
–Sectores amplísimos de la sociedad miran con desconfianza, y hasta con
rechazo, a múltiples líneas de investigación y a múltiples innovaciones. Los
que hacen política científica intentan promover vías de comunicación entre
la ciencia y la sociedad, con las revistas de divulgación científica para elevar
el nivel de conocimiento científico en la sociedad, intentando además que
los ciudadanos participen en la toma de decisiones en la actividad científica.
Ojalá sucediera en el campo de la tecnociencia, y los ciudadanos
participaran en el diseño de Google. Pero no sucede. Google se diseña en
los laboratorios de una empresa privada y ahí no hay quien entre. Es
confidencial. Apoyo la decisión de la Unión Europea de dar acceso abierto a
todo el conocimiento científico que se genere allí. No es cierto que sea todo
el conocimiento pero es un avance muy importante. Si uno tiene una
financiación de la Comisión Europea, está obligado a hacer público su
conocimiento. Hay muchos investigadores a los que mucho no les gusta
esto, porque piensan que todo el mundo les va a copiar. El conocimiento de
financiamiento privado es inaccesible por completo. Ahí está el cogollo de la
cuestión. Las políticas públicas deberían regular el proceso de producción
de conocimiento en las propias empresas privadas, sean de software,
farmacológicas o telemáticas.
–¿Hacia dónde avanza el tercer entorno?
–La utopía de Telépolis la concebía simplemente como un ayuntamiento de
redes, no como un Estado. Hace 20 años ya había muchas redes, con su
propia administración, su propia autonomía. Son tecnologías que generan
poder. Y donde hay poder hay conflicto. El poder tecnocientífico es una
nueva modalidad de poder, y no podemos pensar en arcadias ideales. Pero
sí podemos palear los conflictos. Sobre todo, evitar que haya súbditos y un
sistema de dominación de unos sobre otros. Es una lucha contra la
esclavitud. Por eso citaba a Jefferson y a Lincoln. Con que no seamos
esclavos de los señores del aire me daría por contento.

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