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Silencio en la Iglesia: por amor de Dios

El silencio del alma nos lleva a una conversación interior con Dios, que nos eleva hasta mostrarnos, aunque
solo sea durante unos instantes, ese cielo que nos espera. Son esos momentos de calma total en los que
repetimos como lo hicieron los Apóstoles, “Señor que bien se está aquí”. No obstante, esa paz interior, se
quiebra fácilmente hoy en día y no tanto por nuestra voluntad de querer salir de ese estado de bienestar, sino
por el ruido exterior, ese que se ha apoderado de nuestras Iglesias y que rompe de manera absoluta el
“silentium” que debería reinar
¿Qué es el silencio? Según el diccionario, no es más que “la abstención de hablar, falta de ruido”
Cuando entramos en una Iglesia, con un solo golpe de vista o de oído, podemos catalogarla inmediatamente
en el grupo de “ruidosa” o “silenciosa” y ciertamente es una pena, que tengamos que hacer estas
clasificaciones.
Barullo, ruido, conversaciones, ¿Donde tenemos la cabeza cuando estamos en el Templo?
Hablamos antes, durante y después. Entramos hablando, continuamos hablando y salimos hablando…Pero no
hablando con Dios, ese es el problema.
El otro día, diez minutos antes de empezar la Santa Misa, las personas que estaban detrás de mí, hablaban
distendidamente, como quien se sienta en el parque, ve la vida pasar y comenta todo…hasta lo que no tiene
comentario. Me llamó la atención, algo de lo que dijeron “mira, el del alzacuellos debe ser un cura”. Es decir,
nos aburrimos tanto en la Iglesia, que hablamos hasta de lo que es evidente. ¡Que absurdo! No pensamos en
Dios, no pensamos en los que están a nuestro alrededor, pero, es que ni siquiera pensamos en nuestra propia
alma. Cuánto diálogo con el Señor nos falta hoy en día y en vez de eso, preferimos gastarnos y molestar con
absolutas tonterías a los que están a nuestro lado. ¡Somos un mal ejemplo tantas veces!
Entramos en la Iglesia como elefantes, rompiendo ese silencio Divino, saludando a todo el mundo, menos a
nuestro Dios. Contamos nuestra vida allí, sentados, de pie, da igual, con el primero que se nos pone a tiro,
disertamos de lo que sea. Hablamos, hablamos y no paramos de hablar, pero no hablamos con Jesús
Observo en algunas Iglesias cuando empieza a sonar la música, antes de que salga el Sacerdote, como la
expresión hablar cambia a gritar, ya que el volumen de la música, entorpece la conversación. Las voces, esas
mismas que repiten en tono apenas audible las oraciones del Sacerdote, se elevan por encima de los
instrumentos musicales…Ni Tarzán en la selva y todo para contar, lo caro que está el pescado hoy en día.
Habría que sugerirle al Sacerdote, que por favor, nada de músicas, ya que impiden terminar tan brillantes
discursos.
Solo hay ruido y más ruido. Empieza la misa y siguen las puertas abriéndose y cerrándose, los móviles
sonando, como si siguiéramos en la calle, incluso los más osados contestan y se atreven a decir “estoy en
Misa”. Sí, estamos, pero no participamos. Estamos por estar.
Llega la homilía del Sacerdote, para algunos, “el momento papel”, abrimos los caramelos, revolvemos en el
bolsillo, en el bolso e incluso revisamos la factura del Supermercado. A eso llega la osadía de algunos, a hacer
la contabilidad casera en la Iglesia. Después están los que necesitan mejorar su circulación y no pueden estar
tanto tiempo en el mismo sitio y ni cortos ni perezosos antes de la Consagración, se acercan al lampadario a
encender las velas a los Santos. Falta haría una intercesión, para frenar estos atentados.
Lo importante es romper el silencio. ¿Falta de educación, falta de amor a Dios, falta de amor a la Comunidad
Parroquial? Un poco de todo, así es la cosa.
Estamos convirtiendo nuestras Iglesias en centros de recreo, lugares a los que vamos a pasar un rato, a matar
el tiempo, a hablar de trivialidades, incluso a criticar, se escuchan aunque uno quiera, conversaciones de todo
tipo, impropias de un Católico.
Necesitamos recuperar el silencio en nuestras Iglesias para que nuestro diálogo con Dios, nos lleve a un
encadenamiento total de nuestra alma con la de Él. Tenemos que ser capaces de marcarnos metas tan simples
como apagar el móvil, juntar las manos una con otra en actitud orante, sellar nuestros labios y simplemente,
mirar a Dios y dejarnos consumir por Él. ¿Objetivo alcanzable o inalcanzable?
“El silencio interior y exterior es imprescindible para abrir la profundidad del ser de cada uno a Dios”
(Benedicto XVI).

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