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El virreinato argentino
Al llegar al momento de la creación del virreinato, los textos comienzan
a realizar con mayor facilidad la traslación al pasado del principio de
nacionalidad. La estructura narrativa establecida postula div ersas y sucesivas
fundaciones de una entidad esencial, la nación, que sin embargo es concebida
como completa antes de esos momentos fundantes. De acuerdo con ella, la
organización administrativa de 1776 le da a la nación una nueva partida de
nacimiento; a partir de ese momento, el territorio se asocia con un principio
jurídico-político para conformar una unidad invulnerable. Debido al carácter
eminentemente político de estos relatos del pasado, la autoridad centralizada
en Buenos Aires permite sostener el mito de los orígenes de un modo más
sólido y natural. Para Fernández Arlaud, la creación de “nuestro virreinato”
supone la definitiva implantación del principio de “integridad geográfica”
(71, 73) que se refuerza por la definitiva incorporación de las zonas del
Tucumán y Cuyo. “Evidentemente. la cordillera separaba de Chile a los
cuyanos y Carlos III, al crear el virreinato, así lo comprendió” (Fernández
Arlaud, 40). La unidad territorial es previa al acto de creación de la unidad
administrativa, y en todo caso, esta última se concretó naturalmente apenas
tal evidencia fue reconocida por quienes tenían la capacidad para definir
límites administrativos en América.
Esta nueva fundación de la nacionalidad vuelve también sobre la visión
de la extranjeridad agresiva de ingleses y portugueses: se insiste en que las
razones geopolíticas y las amenazas territoriales extranjeras fueron
determinantes para la decisión de la corona. La materialidad jurídica de la
nación argentina nace de un gesto de sospecha hacia los ext ranjeros: en el
texto de Rampa, la sección correspondiente se titula “Fundación del Río de
la Plata: una medida impuesta por la geopolítica” (288, bastardilla nuestra).
En este punto se abre una nueva dificultad que se manifestará
plenamente en los apartados siguientes: la identificación del virreinato con
la Argentina, en un esquema en que la tensión por el territorio es tan marcada,
expande de un modo por demás arbitrario los límites nacionales, que hasta
ese momento habían permanecido dentro de las front eras actuales. El
virreinato con sede en Buenos Aires ofrece una primera realidad jurídica al
mito territorial, pero esta realidad incluye territorios de otros futuros estados:
en términos generales, los textos aceptan esta repentina expansión con
natural orgullo, y esto se transformará en la base de un nuevo mito, que se
desplegará a raíz del estallido revolucionario.
En varios manuales, la creación del virreinato es la ocasión en que se
desarrollan algunos puntos, breves y marginales, sobre economía y cultura.
En ellos puede observarse la aparición de ciertos rasgos también atribuidos
a la nacionalidad, en particular la aparición de la economía pastoril y de la
figura del gaucho. Pero, a tono con los ejes eminentemente políticos de estos
textos, se trata de elementos secundarios.
Sobre finales del período, otro manual que trata a Rosas con simpatía
asegura:
'La ciega desesperación del indio por resistir en defensa de lo que cr eían
eran sus tierras y sus derechos impuso, no obstante, enormes esfuerzos (...)
solución dura pero quizás más acorde con los tiempos que se vivían y las
necesidades inmediatas del país...” (Miretzky, 158).
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