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H I S T O R I A D E L A

B I B L I A

H E N D R I K W I L L E M
V A N L O O N

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HISTORIA DE LA BIBLIA

1
Una herencia literaria

Las pirámides tenían mil años de edad. Babilonia y Ní-


nive se habían convertido en centros de vastos imperios.
El valle del Nilo, el del ancho Eufrates y el del Tigris,
estaban ocupados por enjambres de personas laboriosas,
cuando una pequeña tribu de vagabundos del desierto deci-
dió, por razones propias, abandonar su hogar, a lo largo de
los eriales arenosos del desierto árabe, y comenzó a viajar
rumbo al Norte, en busca de campos más fértiles.
En lo futuro, a estos vagabundos se los iba a conocer
con el nombre de judíos.
Siglos más tarde, nos darían el más importante de todos
los libros: la Biblia.
Más tarde aún, una de sus mujeres iba a dar a luz al ma-
yor y más bondadoso de todos los maestros.
Y, sin embargo, curioso es decirlo, nada sabemos del
origen de esas extrañas gentes, que vinieron de un sitio des-
conocido, jugaron el papel más grande jamás asignado a la
raza humana y luego abandonaron la escena histórica, para
convertirse en exilados entre las naciones del mundo.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Lo que les contaré en este capítulo es, por lo tanto, algo


vago en su carácter general y no muy seguro en cuanto a sus
detalles.
Pero los arqueólogos están cavando afanosamente el
suelo de Palestina. A medida que transcurre el tiempo,
aprenden más y más.
Disponemos, pues, de algunos hechos, de los cuales
trataré de proporcionar a ustedes un relato fiel.
Dos anchos ríos surcan la parte occidental del Asia. Na-
cen entre las elevadas montañas del Norte y se pierden en las
aguas del golfo Pérsico.
A lo largo de las márgenes de esas dos corrientes barro-
sas, la vida era muy agradable y absolutamente tranquila. Por
consiguiente, las gentes que habitaban las frías montañas del
Norte o el calcinante desierto del Sur, trataban de establecer-
se en los valles del Tigris y del Eufrates. Siempre que se les
brindaba la oportunidad, abandonaban sus hogares y deam-
bulaban hacia la fértil planicie.
Luchaban y conquistábanse unos a otros, fundando una
civilización sobre las ruinas de la que la había precedido.
Erigieron grandes ciudades como Babilonia y Nínive, y hace
más de cuarenta centurias convirtieron a esa parte del mun-
do en un verdadero paraíso, cuyos habitantes eran la envidia
de todos los demás hombres.
Pero, cuando ustedes miren el mapa, verán muchos mi-
llones de pequeños campesinos, cultivando afanosamente los
campos de otro territorio poderoso. Viven a orillas del Nilo
y su país se llama Egipto. Están separados de Babilonia y de
Asiria por una angosta franja de tierra. Necesitan muchas

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HISTORIA DE LA BIBLIA

cosas y sólo pueden obtenerlas en los países distantes de la


feraz planicie. Muchos son los objetos que precisan los ba-
bilónicos y los asirios, y que únicamente Egipto fabrica. Por
lo tanto, las dos naciones comercian, y la carretera de dicho
comercio corre a través de la angosta faja de tierra que ya
hemos mencionado.
A esa parte del mundo la llamamos actualmente Siria.
En épocas antiguas, se la conoció por diversos nombres.
Está formada por pequeñas montañas y amplios valles. Po-
see poca vegetación y la tierra está abrasada por el sol; pero,
cierto número de lagunas y muchos arroyuelos, le imprimen
un acento de hermosura a la sombría uniformidad de las
colinas rocosas.
Desde los primeros tiempos, esa región de las viejas ca-
rreteras ha estado habitada por diferentes tribus, trasladadas
desde el desierto árabe, y pertenecientes a la raza semítica.
Hablan el mismo idioma y adoran los mismos dioses. Pero
combaten entre ellas con frecuencia. Luego, hacen tratados
de paz, mas vuelven a luchar. Se hurtan mutuamente sus
ciudades, sus esposas y sus ganados, y, en general, se condu-
cen como lo hacen las tribus nómades cuando no existe más
autoridad que la violencia de su propio albedrío y la fuerza
de sus espadas.
En forma vaga, reconocen la autoridad de los reyes de
Egipto, Babilonia o Asiria. Cuando los recaudadores de
contribuciones marchan camino abajo, con su comitiva. ar-
mada, los pastores pendencieros se tornan muy humildes.
Reconócense, con grandes reverencias, obedientes servido-
res del faraón de Menfis o del rey de Accad. Pero, una vez

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

que Su Excelencia el gobernador se retira, junto con sus sol-


dados, la vida guerrera de las tribus continúa con tanta li-
bertad como antes.
Mas, por favor, no se tomen muy en serio estas luchas,
pues constituían el único deporte al aire libre de que podían
disfrutar estas gentes; además, los daños causados eran, por
lo general, muy superficiales. Al mismo tiempo, mantenían a
los jóvenes en buenas condiciones.
Los judíos, que iban a jugar un papel tan importante en
la historia de la humanidad, comenzaron su existencia como
una de estas pequeñas tribus guerreras, nómades, pendencie-
ras, rapaces, que trataban de afianzarse en la tierra de los
Altos Caminos. Por desgracia, no sabemos, en realidad, casi
nada del comienzo de su historia. Muchos hombres ilustra-
dos han formulado ilustradas conjeturas. Pero una suposi-
ción plausible no llena una laguna histórica. Y, cuando nos
enteramos de que los judíos vinieron originariamente de la
tierra de Ur, en el golfo Pérsico, el hecho puede ser exacto,
mas también puede ser falso. Antes que narrar muchas cosas
equivocadas, no contaré nada, limitándome a mencionar tan
sólo algunos hechos, acerca de los cuales todos los historia-
dores están contestes.
Los antepasados más antiguos de los judíos vivieron,
probablemente, en el desierto de Arabia. Ignoramos en qué
siglo abandonaron sus antiguos hogares, para penetrar en la
feraz planicie del Asia occidental. Pero estamos al tanto, en
cambio, de que deambularon durante muchas centurias, tra-
tando de apoderarse de un pedazo de tierra a la que pudieran
llamar propia; mas la senda que siguieron se ha perdido.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

También sabemos que, en una u otra época, los judíos cruza-


ron el desierto del monte Sinaí y que vivieron durante un
tiempo en Egipto.
Sin embargo, desde ese instante en adelante, los textos
egipcios y asirios comienzan a arrojar cierta luz sobre los
hechos que se enumeran en el Viejo Testamento.
El resto de la historia se convirtió en un cuento familiar:
la forma en que los judíos abandonaron a Egipto y, luego de
interminables jornadas a través del desierto, se concentraron
en una poderosa tribu; cómo conquistó esta tribu una pe-
queña fracción de tierra de los Altos Caminos, llamada Pa-
lestina, en la cual fundaron una nación, y de qué manera
luchó esta nación por su independencia y sobrevivió durante
varios siglos, hasta que fue absorbida por el imperio del rey
de Macedonia, Alejandro, y luego convertida en parte de una
de las provincias menores del gran Estado Romano.
Pero, cuando menciono estos sucesos históricos, ténga-
se presente una cosa: esta vez no estoy escribiendo un libro
de historia. No voy a contarles lo que, de acuerdo con la
mejor información histórica, ocurrió en realidad. Trataré de
mostrarles cómo ciertas gentes, llamadas judíos, creyeron
que habían sucedido ciertas cosas.
Como todos ustedes saben, existe una gran diferencia
entre las cosas que "son hechos" y las que nosotros "cre-
emos que son hechos". Todos los textos de historia de todo
el mundo narran la historia del pasado, según el pueblo de
cada país cree que es exacta; pero, cuando uno cruza la
frontera y lee el texto de historia del vecino más cercano,
encontrará allí un relato muy diferente.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

No obstante, los chicos que leen esos capítulos creerán,


hasta el fin de sus días, que son ciertos.
De cuando en cuando, por supuesto, un historiador, un
filósofo u otra persona extraña; leerá todos los libros de to-
dos los países y quizá llegue a una apreciación de algo que se
aproxime a la verdad absoluta. Pero, si desea llevar una vida
pacífica y feliz, guardará para sí la información.
Lo que es exacto del resto del mundo, lo es también en
cuanto a los judíos. Los hebreos de hace treinta siglos, los de
veinte centurias atrás y los de hoy, son comunes seres hu-
manos lo mismo que ustedes y yo. No son mejores - como
ellos a veces lo pretenden,- ni peores - como manifiestan a
menudo sus enemigos - que cualesquiera otros. Poseen cier-
tas virtudes que son muy poco comunes y también tienen
algunas faltas que lo son enormemente. Pero, tanto se ha
escrito acerca de ellos, bueno, malo e indiferente, que resulta
muy difícil arribar a una correcta apreciación de su exacta
ubicación en la historia.
Experimentamos la misma dificultad al tratar de cono-
cer el valor histórico de las crónicas conservadas por los
propios judíos y que nos cuentan sus aventuras entre los
hombres de Egipto, los de la tierra de Canaán y de Babilonia.
Los forasteros son raramente populares. En la mayor
parte de los países que visitaron los judíos, durante sus in-
terminables años de peregrinación, eran forasteros. Los anti-
guos habitantes establecidos en los valles del Nilo y en los
pequeños valles de Palestina, y los que residían a lo largo de
las riberas del Eufrates no los recibían con los brazos abier-
tos. Por el contrario, decían: "Apenas tenemos sitio para

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HISTORIA DE LA BIBLIA

nuestros hijos. Que esos extranjeros se vayan a otro lado".


Entonces surgían disturbios.
Cuando los historiadores judíos echaron su mirada hacia
esos viejos días, trataron de colocar a sus antepasados en la
mejor posición posible. Actualmente nosotros hacemos lo
mismo. Ponderamos las virtudes de los colonizadores puri-
tanos de Massachusetts y describimos los horrores de aque-
llos primeros años, en que los pobres hombres blancos
estaban expuestos, en todo momento, a la flecha cruel del
salvaje. Pero rara vez mencionamos la suerte del piel roja,
expuesto a la bala igualmente cruel del trabuco del hombre
blanco.
Una historia fiel, escrita desde el punto de vista de los
indios resultaría sumamente interesante de leerse. Pero los
pieles rojas están muertos, de manera que nunca sabremos
en qué forma los impresionó la llegada de los extranjeros, en
1620, lo que es, en verdad, una lástima.
Durante muchas centurias, el Viejo Testamento fue la
única historia de la vieja Asia que pudieron descifrar y com-
prender nuestros abuelos. Mas, hace un siglo, comenzamos a
aprender a leer los jeroglíficos de Egipto y hace cincuenta
años descubrimos la clave de la misteriosa escritura con
punzón, de Babilonia. Ahora sabemos que existía un aspecto
muy diferente de las historias relatadas por los antiguos cro-
nistas judíos.
Los hemos visto cometer los errores de todos los histo-
riadores de su propia patria y comprendemos en qué forma
tergiversaron la verdad para acrecentar la gloria y el esplen-
dor de su propia raza.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Sin embargo, todo esto, lo repito, no pertenece esen-


cialmente a mi libro, pues no estoy escribiendo una historia
del pueblo judío, ni defendiendo o atacando sus hechos. Me
estoy limitando tan sólo a repetir su propia versión, de la
antigua historia asiática y africana. No estudiaré, pues, los
textos críticos de historiador eruditos. Una pequeña Biblia,
adquirida por la suma de diez centavos, me proporcionará
todo el material que, tal vez, pueda necesitar.
Si ustedes hubieran empleado la palabra "Biblia" ante un
judío del siglo primero de nuestra era, no habría sabido a qué
se referían, pues el vocablo es relativamente nuevo: fue in-
ventado en el siglo IV, por Juan Crisóstomo, patriarca de
Constantinopla quien se refería a la colección de los Libros
Santos de los judíos como la "Biblia" o los "Libros".
Esta colección ha estado creciendo en forma constante
durante casi mil años. Los capítulos, exceptuando algunos
pocos, han sido escritos en hebreo. Pero este idioma ya no
se hablaba cuando nació Jesús. El arameo - mucho más sim-
ple y de mayor divulgación entre la gente común - había
ocupado su lugar, y varias de las expresiones proféticas del
Viejo Testamento fueron escritas en esa lengua. Mas, por
favor, no me pregunten cuándo se escribió la Biblia, pues no
podría responder.
Cada aldehuela judía y cada pequeño templo poseía
ciertas narraciones propias, que habían sido copiadas, en
cueros de animales o en trozos de papiro egipcio, por viejos
hombres piadosos que se interesaban en tales cosas. A veces
se hacían pequeñas colecciones de diferentes leyes y de pro-
fecías para uso de los que visitaban el templo.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Durante el siglo VIII a. de J. C., cuando los judíos se


habían establecido en Palestina, aquellas compilaciones au-
mentaron de más en más. En un período u otro, entre los
siglos III y I de nuestra era, fueron traducidas al griego y
llevadas a Europa. Desde entonces han sido vertidas a todos
los idiomas del mundo.
En cuanto al Nuevo Testamento, su historia es absolu-
tamente simple. Durante los primeros dos o tres siglos des-
pués de la muerte de Cristo, los partidarios del humilde
carpintero de Nazareth estuvieron siempre en peligro de
dificultades con las autoridades romanas. Se juzgaba que las
doctrinas de amor y caridad eran muy peligrosas para la se-
guridad del Estado, que había sido fundado por la fuerza
bruta de la espada. Por consiguiente, los primeros cristianos
no podían dirigirse a una librería y decir: "Por favor, déme
La vida de Cristo y una narración de los hechos de sus
apóstoles". Obtenían su información de los pequeños folle-
tos secretos que circulaban de mano en mano. Miles de estos
folletos eran copiados y vueltos a copiar, hasta que la gente
perdió todo rastro de la verdad de su contenido.
Entretanto, la Iglesia había logrado triunfar. Los perse-
guidos cristianos se convirtieron en los dominadores del
viejo Estado Romano. Ante todo, llevaron cierto orden al
caos literario ocasionado por tres siglos de persecución. El
jefe de la Iglesia reunió a un grupo de hombres ilustrados,
quienes leyeron todos los relatos que eran populares, dejan-
do de lado muchos de ellos. Decidieron conservar algunos
pocos evangelios, y cartas que habían sido escritas por los

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Apóstoles a los miembros de congregaciones distantes. Las


demás historias fueron suprimidas.
Luego siguieron varios siglos de discusiones y querellas.
Celebráronse muchos sínodos famosos en Roma, y en Car-
tago - nueva ciudad, construída sobre las ruinas del famoso y
antiguo puerto de mar - y en Trullo, y, setecientos años des-
pués de la muerte de Cristo, el Nuevo Testamento - tal co-
mo lo conocemos- fue adoptado en forma definitiva por las
iglesias de Oriente y Occidente. Desde entonces, se han
efectuado innúmeras traducciones del original griego; mas,
en el texto, no han tenido lugar cambios de mayor importan-
cia.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

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La creación

La más vieja de las preguntas es ésta: ¿de dónde proce-


demos?
Algunas personas lo preguntan hasta el día mismo de su
muerte. No aguardan, en realidad, obtener una contestación;
pero se sienten felices con el valor que las hace enfrentar la
realidad de la vida y, como valientes soldados arrostrando
una empresa desesperada, rehusan rendirse y pasan a la eter-
nidad con las orgullosas palabras "¿por qué?" en sus labios.
Sin embargo, este mundo está lleno de toda clase de
hombres y mujeres. Muchos de ellos insisten en obtener una
plausible explicación de las cosas que no entienden. Cuando
no hay a mano una, inventan una de su propia creación.
Hace cinco mil años era común, entre el pueblo del Asia
occidental, una historia que contaba la creación de este
mundo en siete días. Y ésta era la versión judía de ella.
Atribuían, con vaguedad, la creación de la tierra, del
mar, de los árboles, de las flores, de los pájaros y del hombre
a sus diferentes dioses.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero ocurrió que los judíos fueron los primeros en re-


conocer la existencia de Un Solo Dios. Luego, cuando ha-
blemos de los días de Moisés, les contaré cómo ocurrió esto.
En un principio, sin embargo, la tribu semítica, que lue-
go se convertiría en la nación judía, adoraba varias divinida-
des, tal como todos sus vecinos lo habían hecho antes,
durante innúmeras épocas.
No obstante, las historias de la creación, que hallamos
en el Vicio Testamento, fueron escritas más de mil años des-
pués de la muerte de Moisés, cuando los judíos habían
aceptado, como un hecho establecido, la idea de Un Dios y
el dudar de Su Existencia significaba el exilio o la muerte.
Ustedes comprenderán ahora cómo el poeta que dio al
pueblo hebreo la versión última del comienzo de todas las
cosas, llegó a describir la gigantesca faena de la creación co-
mo la súbita expresión de una sola voluntad todopoderosa y
como la obra del propio Dios de su tribu, a quien llamaron
Jehová o Dominador de los Altos Cielos.
Y en esta forma se contaba la historia a los adoradores
en el templo.
Al comienzo, el globo terráqueo flotaba a través del es-
pacio, en el silencio y la oscuridad sombríos. No había tierra,
sino interminables aguas del océano profundo, que cubrían
nuestros vastos imperios. Luego, apareció el Espíritu de Je-
hová sobre el mar, cavilando y contemplando cosas maravi-
llosas. Y Jehová dijo:
- Hágase la luz - y los primeros rayos de la aurora sur-
gieron en medio de la oscuridad.- A esto - añadió - le llamaré
Día.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero pronto se extinguió la luz vacilante y todo quedó


tal como había estado antes.
- Y esto - dijo Jehová - se llamará Noche.
Luego, descansó de sus faenas y, en esa forma, terminó
el primero de los días.
Después Jehová dijo:
- Que haya un Cielo, que extienda su vasta bóveda a tra-
vés de las aguas de abajo; que pueda haber un sitio para las
nubes y para los vientos que soplan a través del mar.
Eso se hizo. Una vez más, hubo un atardecer y una ma-
ñana, y finalizó el segundo día.
Luego Jehová dijo:
--Que haya tierra en medio del agua.
De inmediato, las escarpadas montañas asomaron sus
goteantes cabezas sobre la superficie del océano y pronto se
elevaron vigorosamente hacia los altos cielos, y a sus pies se
extendieron, por todas partes, las planicies y los valles. Lue-
go, Jehová dijo:
- Que la tierra sea fértil, con hierba que dé simiente y
árboles que den flores y frutos.
Y la tierra adquirió un color verde por la suave alfombra
de, pasto y los árboles y los arbustos gozaron de la apacible
caricia de la temprana aurora. Y, una vez más, la mañana
siguió a la caída le la tarde y terminó el trabajo del tercer día.
Luego, Jehová dijo:
- Que los cielos se llenen de estrellas para marcar las
estaciones, los días y los años. Y que el sol señoree en el día;
pero que la noche sea hora de descanso, en que sólo la luna

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silenciosa, señale el verdadero camino hacia el albergue, al


errante rezagado a través del desierto.
Eso también se hizo y terminó el cuarto día.
Luego, Jehová dijo:
- Que las aguas se llenen de peces y el cielo se pueble de
pájaros.
E hizo las grandes ballenas, las diminutas mojarras, el
avestruz y el gorrión; les dio la tierra y el océano para que
moraran y les dijo que se reprodujeran, para que las diminu-
tas mojarras, las ballenas, los avestruces y gorriones, pudie-
ran gozar de las bendiciones de la vida. Y, esa noche, cuando
los pájaros escondieron sus cansadas cabezas debajo de sus
alas y los peces se dirigieron hacia la oscuridad de las pro-
fundas aguas, terminó el quinto día.
Luego, Jehová dijo:
- No es suficiente. Que el mundo se llene de criaturas
que se arrastren y caminen según su especie. E hizo las va-
cas, los tigres y todas las bestias que conocemos hasta hoy, y
muchas otras que, desde entonces, han desaparecido de la
tierra. Y, una vez realizado esto, Jehová tomó un poco de
barro del suelo y moldeó una imagen a Su semejanza; le dio
vida, lo llamó Hombre y lo colocó a la cabeza de toda la
creación. Así terminó el trabajo del sexto día. Jehová quedó
contento con lo que había forjado y el séptimo día descansó
de su faena.
Llegó luego el octavo día y el hombre encontróse en
medio de su nuevo reino. Su nombre era Adán y vivió en un
huerto lleno de hermosas flores y animales mansos, que le
llevaban sus cachorros para que pudiera jugar con ellos y

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HISTORIA DE LA BIBLIA

olvidar su soledad. Pero, aun así, el hombre no era feliz. A


todas las otras criaturas se les habían brindado compañeros
de su propia especie; mas el hombre estaba solo. Por consi-
guiente, Jehová tomó una costilla de Adán y, con ella, creó a
Eva; luego de lo cual, la pareja se lanzó a conocer su hogar,
llamado Paraíso.
Por fin, Adán y Eva llegaron frente a un vigoroso árbol,
y Jehová se dirigió a ellos y les dijo:
- Escuchadme, porque es muy importante. De todo ár-
bol del huerto comeréis para contento de vuestro corazón.
Pero éste es el árbol de ciencia del Bien y del Mal. Cuando el
hombre come la fruta de este árbol, comienza a comprender
la virtud o la perversidad de sus propios hechos. Esto signi-
fica el fin de la paz de su alma. Por lo tanto, no debéis tocar
la fruta de ese árbol, o, de lo contrario, aceptar las conse-
cuencias, que son muy terribles.
Adán y Eva escucharon, prometiendo obedecer. Poco
después, Adán durmióse, mas Eva permaneció despierta y
comenzó a errar. De pronto, oyóse un crujido en el pasto, y
he aquí que era una astuta serpiente.
En aquellos días, los animales hablaban un lenguaje que
los hombres podían entender, de manera que la serpiente no
tuvo dificultad en decirle a Eva que había alcanzado a oír las
palabras de Jehová y que sería una tonta si las tomaba seria-
mente. Eva también opinó así. Cuando la serpiente le entre-
gó la fruta del árbol, comió un trozo y, una vez que Adán
despertó, le dio el pedazo que quedaba.

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Jehová fue presa de ira. Echó de inmediato del Paraíso a


Adán y Eva, quienes vinieron al mundo para ganarse la vida
en la mejor forma que pudieron.
A su debido tiempo, tuvieron dos hijos, ambos varones.
El mayor se llamaba Caín y el menor, Abel.
Caín y Abel prestaban ayuda a su padre. El primero tra-
bajaba en los campos y el otro cuidaba los rebaños. Desde
luego que disputaban como todos los hermanos lo hacen.
Un día, ambos le llevaron tributos a Jehová. Abel había
matado un cordero y Caín había colocado unos granos sobre
el rústico altar de piedra que habían construido como sitio
de adoración.
Los niños se muestran siempre inclinados a sentirse ce-
losos unos de otros y les agrada jactarse de sus propias vir-
tudes.
La leña ardía alegremente en el altar de Abel, mas Caín
experimentaba dificultades con su pedernal.
Caín creyó que su hermano reíase de él, a pesar de que
Abel le dijo que no lo hacía, sino que se limitaba a estar pa-
rado y mirar.
Caín le pidió que se fuera, a lo cual su hermano le repu-
so que no lo haría. ¿Por qué debía hacerlo? Entonces Caín lo
golpeó.
Pero lo castigó con tal fuerza, que Abel cayó muerto.
Caín fue presa del terror y huyó.
Mas Jehová, que supo lo que había acaecido, lo halló
oculto detrás de unas matas. Le interrogó dónde se encon-
traba su hermano. Caín, en actitud, malhumorada, no repu-

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HISTORIA DE LA BIBLIA

so. ¿Cómo podía saberlo? No era una niñera, de quien se


esperase que cuidara de Su hermano menor, ¿no es cierto?
Pero, por supuesto que ese embuste no le produjo nin-
gún provecho. Así como Jehová había echado del Paraíso a
Adán y Eva, obligó a Caín a que abandonara el hogar, y,
aunque vivió muchos años, su padre y su madre nunca lo
volvieron a ver.
En cuanto a Adán y a Eva, sus vidas fueron muy desdi-
chadas, pues su hijo menor había muerto y el mayor, huído.
Tuvieron muchos hijos más y murieron cuando llegaron
a ser muy viejos y encorvados por los interminables años de
faenas y sinsabores.
Los hijos y los nietos de Adán y Eva comenzaron gra-
dualmente a poblar la tierra. Marcharon hacia el Este y hacia
el Oeste; rumbo al Norte, hacia las montañas, y se perdieron
en medio de las extensiones de arena del desierto sureño.
Mas el crimen de Caín imprimió una marca en la primi-
tiva raza. La mano del hombre se levantó por siempre contra
su vecino. Las gentes se mataron unas a otras y hurtáronse
los rebaños. No existía la seguridad de que una muchacha
abandonase su hogar sin que fuera secuestrada por los jóve-
nes de las aldeas vecinas.
El mundo se encontraba en un triste estado, pues había-
se iniciado en forma pérfida. Era necesario, pues, empezar
todo de nuevo. Quizás una nueva generación demostraría ser
más obediente a la voluntad de Jehová.
En aquellos días, vivió un hombre llamado Noé, nieto
de Matusalén - quien vivió novecientos sesenta y nueve años

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- y descendiente de Set, hermano menor de Caín y Abel, y


nacido después de que tuvo lugar la tragedia familiar.
Noé era un buen hombre, que trataba de estar en paz
con su conciencia y con sus congéneres. Si la raza humana
tenía que comenzar de nuevo, Noé seria un antepasado ex-
celente.
Por lo tanto, Jehová decidió que murieran todas las
otras personas, pero que sobreviviese Noé, a quien le ordenó
que construyera un barco. La nave tendría cuatrocientos
cincuenta pies de largo, setenta y cinco de ancho y cuarenta y
tres de profundidad. Estas dimensiones son casi tan grandes
como las de un moderno transatlántico y resulta difícil com-
prender cómo construyó Noé semejante buque enteramente
de madera.
Mas él y sus hijos se abocaron al trabajo con voluntad
decidida. Los vecinos observábanlos y reían. ¡Qué extraña
idea la de construir un barco cuando a mil millas a la redon-
da no había río ni mar!
Pero Noé y sus fieles trabajadores perseveraban en su
faena. Derribaron los vigorosos cipreses, construyeron la
quilla y los costados, y los cubrieron con pez para imper-
meabilizarlos. Cuando terminaron la tercera cubierta, hicie-
ron un techo, con duros troncos, para que resistiera la
violencia de la lluvia que iba a caer sobre la perversa tierra.
Luego, Noé y su familia, sus tres hijos y sus esposas, se
aprestaron para el viaje. Dirigiéronse a los campos y a las
montañas, reuniendo todas las bestias que pudieron hallar,
con el objeto de tener animales para alimentarse y sacrificar
cuando retornaran a tierra firme.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Cazaron durante toda una semana. Y luego el Arca -


porque así fue llamado el barco - estaba llena con el ruido de
extrañas criaturas, a las cuales no les agradaba su estrecha
vivienda y que mordían los barrotes de sus jaulas. Por su-
puesto que no recogieron a los peces, pues ellos podían cui-
darse solos.
Al atardecer del séptimo día, Noé y su familia subieron a
bordo, retiraron la planchada y cerraron la puerta.
Avanzada la noche, comenzó a llover. Llovió durante
cuarenta noches y otros tantos días, al cabo de lo cual toda la
tierra estaba cubierta de agua. Noé, su familia y los animales
del Arca fueron los únicos sobrevivientes de ese terrible di-
luvio.
Jehová tuvo luego piedad. Un huracanado viento barrió
las nubes. Una vez más, los rayos del sol descansaron sobre
las agitadas olas, como lo habían hecho cuando el mundo
fue creado.
Noé abrió cuidadosamente la ventana y atisbó afuera.
Pero su barco flotaba en forma placentera, en medio del
inmenso océano, y no se divisaba la tierra.
Soltó un cuervo, pero el pájaro retornó al barco. Luego
hizo lo propio con una paloma. Las palomas pueden volar
durante mucho más tiempo que cualquier otra ave; mas la
pobrecita no pudo hallar una sola rama para posarse a des-
cansar, de manera que también regresó al Arca. Noé la tomó
y la puso en la jaula.
Tras aguardar durante una semana, liberó de nuevo a la
paloma, que permaneció afuera todo el día, pero volvió al

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atardecer, con una rama de olivo recién cortada en el pico.


Aparentemente, las aguas se estaban retirando.
Transcurrió otra semana antes de que Noé soltase por
tercera vez la paloma, que no regresó, lo que constituía un
buen signo. Poco después, un súbito golpe le hizo saber que
el barco había tocado tierra. El Arca había llegado a la cima
del monte Ararat, en el país que hoy se llama Armenia.
Al día siguiente, Noé bajó a tierra. Tomó de inmediato
algunas piedras, construyó un altar y mató algunos pájaros y
bestias, y ofreció un sacrificio. Y he aquí que el cielo brillaba
con los colores de un espléndido arco iris. Era una señal de
Jehová a su fiel servidor; la promesa de la futura felicidad.
Noé, sus hijos Sem, Cam y Jafet, y sus esposas, volvie-
ron a ser campesinos y pastores, viviendo felices entre sus
descendientes y sus rebaños.
Pero, sin embargo, es muy dudoso que el peligro, a tra-
vés del cual acababan de pasar, les haya dado una lección;
pues ocurrió que Noé, que poseía un viñedo, había fabricado
un vino muy agradable y, cuando tornó más de lo conve-
niente, se puso beodo, comportándose como tal. Dos de sus
hijos sintieron compasión por su viejo padre y observaron
una actitud muy decente. Mas el tercero, Cam, juzgó que el
hecho constituía un gran chiste, rió estruendosamente y no
se mostró recatado en lo más mínimo.
Cuando Noé despertó de su sueño, mostróse muy enfa-
dado, echando de su casa a Cam. Los judíos creen que éste
dirigióse al Africa, y es el primer antepasado de la raza negra,
por la cual se siente un desprecio enorme e injusto.

22
HISTORIA DE LA BIBLIA

Después de esto, no sabemos mucho acerca de Noé.


Uno de sus descendientes, llamado Nimrod, conquistó fama
como cazador; mas la Biblia no dice qué fue de Sem y de
Jafet.
Sus hijos, no obstante, hicieron algo que desagradó mu-
chísimo a Jehová. Durante un tiempo, según parece, se tras-
ladaron al valle del Eufrates, donde erigieron, más tarde, la
ciudad de Babilonia. Les agradó vivir en esa feraz región, de
manera que decidieron construir una elevada torre, que ser-
viría de punto de reunión de todas las tribus de su propia
raza. Cocieron ladrillos y echaron los fundamentos de una
enorme obra.
Mas Jehová no deseaba que residiesen por siempre en
un sitio, pues todo el mundo debía poblarse, y no un solo
valle pequeño.
Mientras la gente se hallaba ocupada, como abejas, en la
torre babilónica, Jehová hizo, de pronto, que todos hablaran
diaIectos diferentes. Todos olvidaron, pues, su idioma co-
mún, y en el andamiaje surgió un balbuceo ininteligible.
No se puede construir una casa cuando los obreros, los
capataces y los arquitectos comienzan, de súbito, a hablar
chino, holandés, ruso y polinesio. Por lo tanto, la gente
abandonó la idea de tener una sola nación, agrupada al pie de
una torre sola, así es que, en breve lapso, se diseminó hacia
los más distantes puntos de la tierra.
Tal es, en pocas palabras, la historia del comienzo del
mundo. De aquí en adelante sólo narraremos las aventuras
de la raza humana llamada judía.

23
HENDRIK WILLEM VAN LOON

3
Los patriarcas

ABRAHÁN fue un patriarca. Murió hace muchos miles


de años; pero la historia de su vida nos recuerda la de los
hombres y mujeres valientes que conquistaron los llanos y
las montañas del oeste de nuestro país durante la primera
parte del siglo XIX.
Su familia procedía de la tierra de Ur, situada en la mar-
gen occidental del río Eufrates.
Todos sus miembros habían sido pastores, desde que su
bisabuelo, Sem, abandonó el Arca. Habían marchado bien en
este mundo y el propio Abrahán era un campesino rico, que
poseía miles de ovejas. Para el cuidado de sus rebaños, em-
pleaba más de trescientos hombres y muchachos, que eran
muy leales para con su amo, por quien darían sus vidas en el
instante requerido. Constituían un pequeño ejército privado
y fueron de mucha utilidad cuando Abrahán tuvo que luchar
por nuevas praderas, en la tierra hostil próxima a la costa
mediterránea.

24
HISTORIA DE LA BIBLIA

Al cumplir setenta y cinco años, oyó la voz de Jehová,


quien le ordenó que abandonara la casa de su padre y busca-
se un nuevo hogar en Canaán, antiguo nombre de Palestina.
Sintióse contento de emprender el viaje, pues los cal-
deos, entre quienes vivía a la sazón, estaban siempre en gue-
rra con sus vecinos, y este ilustrado y viejo judío era un
hombre de paz, de manera que no juzgaba nada buena esa
inútil brega.
Ordenó, pues, desmantelar sus tiendas. Sus hombres re-
cogieron los rebaños. Las mujeres envolvieron las mantas y
prepararon alimentos para el viaje a través del desierto. Y así
comenzó la primera gran migración del pueblo judío.
Abrahán era casado con una mujer llamada Sara. Por
desgracia, no tenía hijos. Por consiguiente, llevó a Lot, su
sobrino, como segundo de la expedición. Luego, impartió la
orden de salida y tomó un sendero que conducía directa-
mente hacia la puesta del sol.
Su caravana no penetró en la gran ciudad del valle ba-
bilónico, sino que se mantuvo próxima a las cercanías del
desierto de Arabia, donde los soldados del feroz ejército
asirio no pudieron hallar a los judíos y hurtar sus rebaños y,
quizá, sus mujeres. Llegaron, sin contratiempos, hasta las
praderas del Asia occidental.
Hicieron alto cerca de la aldea de Sichem, donde
Abrahán construyó un altar para Jehová, próximo a un valle
llamado Moreh. Luego marchó hacia Betel, donde descansó
un tiempo, con el objeto de decidir sus planes futuros. Pero,
¡ay!, la tierra de Canaán no era tan rica como él lo había es-
perado.

25
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Cuando Abrahán y Lot aparecieron de manera tan sú-


bita, con todos sus rebaños, pronto extinguióse el pasto de
las laderas. Sus pastores comenzaron a luchar entre ellos
para lograr las mejores praderas y pronto la expedición ame-
nazó con terminar en un tumulto general. .
Este proceder era enteramente contrario a la naturaleza
de Abrahán. Llamó a su sobrino a su tienda y le habló, pro-
poniéndole dividir el país y vivir en paz, como los buenos
parientes deben hacerlo siempre.
Lot era también un joven sensible, así es que llegó a un
acuerdo con su tío, sin la menor dificultad.
El sobrino prefirió permanecer en el valle del río Jor-
dán, en tanto que Abrahán ocupó el resto del territorio, que
ahora se llama generalmente Palestina. Como había pasado la
mayor parte de su vida bajo el sol calcinante del desierto, no
es de extrañar que se haya apresurado a hallar un sitio que le
ofreciera la fresca sombra de árboles vigorosos.
Estableció su carpa en el alcornocal de Mamre, cerca de
la vieja ciudad de Hebrón. Allí construyó otro altar para de-
mostrar su gratitud porque Jehová lo había guiado, sin tro-
piezos, hasta su nuevo hogar feliz.
Mas no se le permitió vivir en paz durante mucho tiem-
po, pues su sobrino volvió a tener dificultades con sus veci-
nos y Abrahán se vio obligado a ir a la guerra para proteger a
su familia.
El más peligroso de todos los monarcas nativos era el
acaudalado rey de Elam, cuyo poder era tal que podía hacer
frente al de los gobernantes de Asiria. Precisamente en esa

26
HISTORIA DE LA BIBLIA

época estaba tratando de exigir un tributo a las ciudades de


Sodoma y Gomorra.
Cuando ambas se rehusaron a pagarlo, el rey de Elam
marchó contra ellas, con su ejército.
Desgraciadamente, la lucha tuvo lugar en el valle que
había ocupado Lot. Cuando los soldados están excitados no
siempre se detienen a formular preguntas. Al copar a los
hombres y mujeres de Sodoma y Gomorra con el objeto de
llevárselos como prisioneros, hicieron lo propio con Lot y su
familia.
Por intermedio de un vecino que había logrado huir,
Abrahán se enteró de ello. De inmediato reunió a sus pasto-
res y él en persona se puso al frente de sus tropas. A media-
noche llegó al campamento del rey de Elam, atacando, de
súbito, a los somnolientos elamitas y, antes de que los amo-
dorrados guardias se percataran de lo que acaecía, Abrahán
había liberado a Lot y estaba en camino de regreso al río
Jordán.
Huelga decir que el hecho lo convirtió en un grande
hombre ante los ojos de las tribus vecinas.
El rey de Sodoma, que había escapado a la matanza,
marchó a su encuentro, acompañado por Melquisedech,
monarca de Saleni o Jerusalén, ciudad muy antigua de la tie-
rra de Canaán, que había existido centenares de años antes
de que los judíos se dirigieran rumbo a Occidente.
Melquisedech y Abrahán forjaron una sólida amistad,
pues ambos reconocían a Jehová como autoridad en todo el
universo. Pero a Abrahán no le agradaba el rey de Sodoma,
quien adoraba extraños dioses paganos, de manera que,

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

cuando le ofreció la mayor parte del botín que había captu-


rado a los elamitas, se rehusó a aceptarla. Sus hambrientos
hombres habían comido algunas ovejas; pero todo el resto
pasó, de nuevo, a manos de sus legítimos propietarios de la
ciudad de Sodoma.
Mas, ¡ay!, éstos no hicieron buen uso de ello.
Los pueblos de Sodoma y Gomorra tenían una reputa-
ción muy mala en la parte occidental de Asia. Eran perezo-
sos e indolentes, y cometían toda clase de crímenes
perversos, aunque nunca llevaban a los culpables ante la jus-
ticia.
Se les había advertido, con frecuencia, que ese estado de
cosas no podía continuar eternamente. Mas se limitaban a
reír y continuaban siendo una vejación para todas las perso-
nas decentes de esa parte del mundo.
Ahora bien; un atardecer, cuando el rojo sol se había
ocultado detrás del azul oscuro de las montañas, Abrahán
estaba sentado frente a su tienda. Hallábase contento de la
vida, pues ahora, por fin, estaba por cumplirse la promesa
que Jehová le había hecho en los viejos días de la tierra de
Ur. El anciano, que nunca había tenido un hijo, esperaba que
su esposa Sara se lo diera.
Pensaba en ésta y en muchas otras cosas, cuando tres
extraños avanzaron por el camino. Se hallaban cansados y
llenos de polvo, de manera que Abrahán los invitó a entrar y
reposar un rato. Llamó a Sara, quien preparó de inmediato la
comida. Luego, todos permanecieron conversando, debajo
del árbol donde habían comido.

28
HISTORIA DE LA BIBLIA

Cuando se hizo tarde, los forasteros manifestaron que


debían retirarse. Abrahán se ofreció a mostrarles el camino
más cercano, enterándose de que sus huéspedes se dirigían a
Sodoma y Gomorra. Y no tardó en percatarse de que había
sido anfitrión de Jehová y de dos de sus ángeles.
Pudo imaginar, desde luego, cuál era la misión de los
viajeros, y, siempre leal para con su propio pueblo, solicitó
que se tuviera piedad con Lot, su esposa e hijos.
Jehová lo prometió. Es más: dio su palabra de que per-
donaría las dos ciudades, si podía hallar, en alguna de ellas,
cincuenta, treinta o aún diez personas decentes.
Mas no parece haber tenido mucho éxito.
Porque en las últimas horas de esa tarde, Lot fue adver-
tido de que debía poner su familia a salvo, de inmediato,
pues Sodoma y Gomorra serían convertidas en cenizas antes
de la mañana. Se le dijo que hiciese todo lo posible por apre-
surarse, sin darse vuelta a mirar lo que ocurría.
Lot obedeció. Despertó a su esposa e hijos, y marcha-
ron durante toda la noche con la rapidez que les fue posible,
para poder llegar a la aldea de Zoar antes de la mañana.
Pero, antes de arribar a un sitio seguro, había perdido a
su esposa.
La mujer era demasiado curiosa. El cielo estaba rojo y
ella sabía que todos sus vecinos estaban muriendo quema-
dos. Atisbó, pues, una sola vez.
Mas Jehová la vio y convirtió a la mujer en una estatua
de sal dejando viudo a Lot, con dos hijas jóvenes. Poco des-
pués, una de ellas dio a luz a Moab de cuyo nombre deriva el
de la tribu de los moabitas; el hijo de la restante era Ben-

29
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Ammí, quien, a su vez, fundó la bien conocida tribu de los


ammonitas.
La triste experiencia de Lot había deprimido muchísimo
a Abrahán. Decidió abandonar también su paradero y alejar-
se de las ruinas ennegrecidas de las ciudades perversas y de
su vil recuerdo.
Dejó, pues, el bosque y las planicies de Mamre, y una
vez más, se encaminó rumbo al Oeste, hasta que llegó casi a
las costas del Mediterráneo.
La región que se extendía a lo largo de la costa estaba
habitada por una raza que había llegado de la distante isla de
Creta. Su ciudad capital, Cnosa, había sido destruida por un
enemigo desconocido, mil años antes de los días de
Abrahán. Los que habían huido trataron de establecerse en
Egipto, pero fueron desalojados por los ejércitos del Faraón.
Entonces habían navegado rumbo al Este y, como estaban
mucho mejor armados que los cananeos, les había sido posi-
ble conquistar una angosta faja de tierra a lo largo de la costa
del inmenso mar.
Los egipcios habían llamado filisteos a estas gentes,
quienes, a su vez, denominaron Filistea a su país, o, tal como
decimos hoy, Palestina.
Los filisteos estaban siempre en guerra con todos sus
vecinos. Ellos y los judíos no dejaron nunca de disputar,
hasta que llegaron los romanos y pusieron punto final a su
independencia. Sus antepasados habían sido el pueblo más
civilizado del mundo occidental, en tanto que los hebreos
eran aún pastores. Habían aprendido a fabricar espadas de
hierro, en la época en que los campesinos de la Mesopotamia

30
HISTORIA DE LA BIBLIA

se mataban con bastos y hachas. Esto explicará porqué -


unos pocos filisteos pudieron defender sus propiedades,
durante tantos siglos, contra miles de cananeos y judíos.
A pesar de todo, Abrahán y su ejército de adherentes
marcharon con valentía hacia la tierra de Filistea y se estable-
cieron cerca de Beer-seba, donde erigieron un altar a Jehová.
Cavaron un pozo profundo para tener agua fresca a todas
horas y plantaron un bosque, con el objeto de que sus hijos
gozaran de la sombra de los árboles.
Era un hogar en verdad agradable; allí nació el hijo de
Abrahán y Sara. Sus padres lo llamaron Isaac, que significa
"risa"; porque sin duda era una felicidad tener un heredero
cuando el padre y la madre habían perdido toda esperanza.
En realidad, durante los años de espera, cuando parecía
que no habría descendientes, Abrahán había tomado otra
esposa, según la costumbre de la época y del país. Aun hoy,
en Asia y el Africa, a las personas que pertenecen a la reli-
gión mahometana, les está permitido poseer dos o tres cón-
yuges.
La segunda esposa de Abrahán no era judía, sino una
esclava egipcia llamada Agar. Naturalmente, Sara no gustaba
de ella, y cuando Agar dio a luz un niño, llamado Ismael,
comenzó a odiarla y a tratar de terminar con ella.
Por supuesto que era natural que Ismael y su medio
hermano jugaran juntos en el huerto. Con mayor frecuencia,
sin embargo, peleaban y no dudo de que se trababan en di-
vertidas riñas.
Todo esto lo recibía Sara de mala gana.

31
HENDRIK WILLEM VAN LOON

La mujer era mucho mayor que Agar y no poseía ni la


mitad de su belleza. Deseaba deshacerse de esta peligrosa
rival, para contar con el cariño de su cónyuge en todo mo-
mento, y lo ansiaba en forma vehemente.
Se apersonó a su esposo y le insistió en que echara a
Agar y a Ismael. Abrahán se rehusó a hacerlo. Al final de
cuentas, este muchacho era su hijo y él lo amaba. Eso no
sería justo.
Pero Sara mostróse firme y, por fin, el propio Jehová le
dijo a Abrahán que era preferible que siguiese los deseos de
su esposa. Era inútil discutir.
Una mañana muy triste, el paciente Abrahán, en obse-
quio a la paz, despidió a su fiel esclava y a su hijo, diciéndole
a Agar que retornase junto a su propio pueblo. Pero el viaje,
desde la tierra de los filisteos hasta Egipto, era largo y peli-
groso. Antes de una semana, Agar y su hijo Ismael casi ha-
bían perecido de sed. Se extraviaron por completo en el
desierto de Beer-seba y habrían muerto de sed si Jehová no
los hubiera salvado a último momento y mostrado el sitio en
el cual hallaron agua fresca.
Eventualmente, Agar llegó a orillas del Nilo. Ella y su
hijo hallaron un hogar, entre sus parientes, en el cual fueron
bien recibidos, y cuando el niño creció se hizo soldado. En
cuanto a su padre, nunca volvió a ver a Ismael, y poco des-
pués casi pierde a su segundo hijo. Sin embargo, esto suce-
dió en una forma muy diferente.
Por sobre todas las cosas, Abrahán había obedecido
siempre la voluntad de Jehová. Se enorgullecía de su virtud y

32
HISTORIA DE LA BIBLIA

piedad. Finalmente, Jehová decidió ponerlo a prueba nue-


vamente, y, esta vez, el resultado fue casi mortal.
Jehová apareció de pronto frente a Abrahán y le dijo
que llevase a Isaac al monte de Moria, lo matara y luego
quemase su cuerpo en holocausto.
El anciano fue fiel hasta el final. Ordenó a dos de sus
hombres que se aprestasen para efectuar un corto viaje. Car-
gó leña sobre el lomo de su asno, recogió agua y provisiones,
y se introdujo en el desierto. No le había comunicado a su
esposa lo que iba a hacer; mas Jehová había hablado, lo cual
era suficiente.
Después de tres días, Abrahán e Isaac, que habían mar-
chado alegremente a la vera del camino, llegaron al monte
Moria.
Abrahán dijo a sus criados que aguardaran y tomó a
Isaac de la mano, trepando a la cima de la colina.
Por entonces, Isaac comenzaba a sentirse curioso, pues
con frecuencia había visto hacer ofrendas a su padre. Sin
embargo, esta vez era algo diferente. Reconoció la piedra del
altar y vio la leña. Su padre llevaba el cuchillo de larga hoja
que usaba para cortar el cuello del cordero para el holo-
causto. Mas, ¿dónde estaba el animal?, interrogó a su padre.
- Jehová proveerá el cordero cuando llegue el momento
- repuso Abrahán.
Luego, tomó a su hijo y lo colocó sobre la rústica piedra
del altar.
Extrajo después su cuchillo.
Le agachó la cabeza al muchacho para cortarle la arteria
del cuello con mayor facilidad.

33
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Y en ese instante oyóse una voz.


Jehová habló una vez más.
Ahora sabía que Abrahán era el más leal de todos sus
servidores, de modo que no insistió en que el anciano le
proporcionase otras pruebas de su devoción.
Isaac fue puesto de pie. Y un enorme carnero negro,
que había sido capturado por sus cuernos, en un zarzal cer-
cano, fue en cambio sacrificado.
Tres días más tarde, padre e hijo estaban de nuevo con
Sara.
Pero Abrahán parecía haberle tomado aprensión al te-
rritorio en el cual había experimentado tanta felicidad, de
manera que abandonó Beer-seba, donde todo le recordaba a
Agar, a Ismael y el terrible viaje hasta el monte Moria. Re-
tornó, pues, a las viejas planicies de Mamre, donde había
vivido cuando llegó por vez primera vez al Oeste, y constru-
yó un nuevo hogar.
Sara era demasiado vieja para resistir las dificultades de
otro viaje. Falleció y fue sepultada en la cueva de Macpela,
que Abrahán había adquirido, por cuatrocientos siclos, a un
campesino hitita llamado Efrón.
Abrahán sintióse luego muy solo.
Había vivido una vida muy activa; había viajado, traba-
jado y luchado duramente. Sentíase, pues, fatigado, y deseaba
descanso.
Mas el futuro de Isaac lo preocupaba, pues el muchacho
se casaría, sin duda. Pero todas las jóvenes de la vecindad
pertenecían, a la tribu de los cananeos, y Abrahán no desea-
ba tener una nuera que enseñara a sus nietos a adorar extra-

34
HISTORIA DE LA BIBLIA

ños dioses, a quienes él no aprobaba. Se había enterado de


que su hermano Nacor, que había permanecido en el viejo
país cuando el anciano había marchado al Oeste, contaba
con una larga descendencia. Y le agradaba la idea de que
Isaac casase con una de sus primas, pues así mantendría uni-
da a la familia y no existirían todas estas molestias acerca de
una mujer extranjera.
Abrahán llamó, pues, a uno de sus criados más viejos,
quien durante muchos años administraba todas sus posesio-
nes, y le dijo lo que debía hacer. Explicóle qué clase de mu-
chacha deseaba para Isaac; debía ser versada en el arte de
cuidar un hogar; ayudar en el huerto, y, por sobre todas las
cosas, debía ser buena y generosa.
El criado repuso que había entendido.
Tomó una decena de camellos y los cargó de obsequios.
Porque Abrahán, su amo, había trabajado con provecho en
la tierra de Canaán, y el pueblo del viejo hogar debía com-
prender la importancia de su antiguo conciudadano.
Durante varios días viajó el criado rumbo al Este, si-
guiendo la misma ruta que Abrahán había tomado casi
ochenta años antes. Al llegar a la tierra de Ur, marchó con
más lentitud, tratando de descubrir el sitio en que vivía la
familia de Nacor.
Una tarde, cuando el calor del día cedía su sitio a la fres-
cura de la noche del desierto, se encontró cerca de la ciudad
de Arán.
Las mujeres salían de ella, con el objeto de llenar sus
cántaros con agua para preparar la comida.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

El mensajero hizo arrodillar a sus camellos. Tenía calor


y experimentaba cansancio, de manera que pidió a las mu-
chachas que le dieran de beber. Una de ellas le contestó
afirmativamente y mostróse jovial. Cuando el hombre sin-
tióse satisfecho, la joven le solicitó que aguardase un mo-
mento para dar de beber a los pobres camelos. El criado le
interrogó si sabía de algún sitio en el cual pudiera pernoctar,
a lo cual ella replicóle que su padre se sentiría satisfecho de
ofrecerle su casa, alimentar sus camellos y permitirle que
descansase hasta el momento de continuar su viaje. Todo
esto parecía demasiado maravilloso para ser cierto. Ante sí se
hallaba la imagen perfecta de la mujer a quien Abrahán le
había descripto; era vivaz, joven y hermosa.
Tenía que formularle una pregunta más. ¿Quién era la
muchacha?
Se llamaba Rebeca y era hija de Betuel, el hijo de Nacor.
Tenía un hermano, Labán, y había oído hablar de un tío,
llamado Abrahán, que habíase trasladado a la tierra de Cana-
an muchos años antes de que ella naciera.
Entonces el mensajero se enteró de que había hallado a
la joven que buscaba. Se dirigió a Betuel y le explicó su mi-
sión. Le narró la historia de su amo, explicándole que era
uno de los hombres más ricos y poderosos del territorio
cercano al mar Mediterráneo. Y, una vez que hubo impre-
sionado a la gente de Ur con una exhibición de las alfom-
bras, los pendientes y los vasos de oro que había llevado de
Hebrón, interrogó a Rebeca si lo acompañaría para ser la
esposa del joven Isaac.

36
HISTORIA DE LA BIBLIA

Tanto el padre como el hermano sentíanse gustosos de


que se formalizara esa alianza. En aquella época, raramente
se consultaba a las muchachas en estas cuestiones. Mas Be-
tuel era un hombre razonable, que deseaba la felicidad de su
hija, de manera que preguntó a Rebeca si estaba dispuesta a
marchar a un país extranjero y a casarse con su primo, a
quien nunca había visto.
La joven repuso:
- Iré - y se aprestó para viajar de inmediato.
La acompañaron su vieja nodriza y sus doncellas. Ca-
balgaron en los camellos, preguntándose qué extraño país
sería el descripto con tan vivos colores por el mensajero.
La primera impresión que recibieron fue feliz.
Era cerca del atardecer.
Los camellos - marchaban con dificultad a través del
polvo del camino. A la distancia, se divisó la silueta de un
hombre que caminaba por el campo, quien, al oír el tañido
de las campanas, se detuvo.
Reconoció a sus propios animales, precipitándose para
contemplar el rostro, cubierto por un velo, de la mujer que
sería su esposa.
En pocas palabras, el criado narróle al joven amo todo
lo que había hecho y que Rebeca era tan buena como her-
mosa.
Isaac consideróse un hombre feliz - lo que en realidad
era - y casó con Rebeca. Poco tiempo más tarde falleció
Abrahán y fue sepultado junto a su esposa, en la cueva de
Macpela. Isaac y Rebeca heredaron los campos, los ganados
y todo lo que perteneció a Abrahán; eran pues, jóvenes y

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felices. Por las tardes acostumbraban a sentarse frente a sus


tiendas, con sus hijos, que eran mellizos; el mayor se llamaba
Esaú, que significa "peludo", y el más chico, Jacob. Ambos
iban a experimentar aventuras extrañas, que ahora les narra-
ré.
Porque Esaú y Jacob se parecían tan poco como jamás
ha ocurrido entre dos hermanos.
El mayor era un muchacho tosco y honesto, tan more-
no como un oso. Poseía brazos vigorosos y velludos, y era
tan veloz como un caballo. Pasaba todo el tiempo al aire
libre, cazando y armando lazos, viviendo con los animales y
los pájaros en los campos.
Jacob, por el contrario, raramente se alejaba de su ho-
gar. Era el predilecto de su madre, quien lo echaba a perder.
Corpulento y bullicioso, Esaú, que siempre olía a came-
llo y a cabra y llevaba a su casa los cachorros del establo, no
agradaba en absoluto a su madre, la cual opinaba que era
obtuso y se interesaba sólo en las cosas comunes. Mas Jacob,
con sus maneras suaves y su agradable sonrisa, impresionaba
a su madre como un muchacho muy inteligente, y lamentaba
que no hubiese nacido antes que Esaú, pues en esa forma
habría sido el heredero de su padre. Ahora, en cambio, toda
la riqueza de Isaac pasaría a manos de un rústico patán, que
odiaba los finos tapices y los muebles elegantes, la molestia
de ser rico y pertenecer a una familia célebre, y que no era
mejor que cualesquiera de los pastores.
Pero los hechos eran hechos, aún en aquellos días, y Ja-
cob tuvo que conformarse con el humilde papel del hijo
menor, en tanto que el corpulento e indiferente Esaú era

38
HISTORIA DE LA BIBLIA

conocido por doquier como uno de los hombres más im-


portantes del país.
La historia del complot de Rebeca y su hijo Jacob, así
como la de la manera en que madre e hijo trataron final-
mente de despojar, con engaños, al hermano mayor, de su
herencia, no constituye una lectura agradable. Como tiene
gran influencia sobre el resto de nuestra narración, debemos
contarla, aunque ahorraré gustosamente los detalles.
Tal como hemos dicho, Esaú era un cazador, granjero y
pastor, que pasaba la mayor parte de su tiempo al aire libre.
Era tranquilo, como acostumbran a ser las personas dedica-
das a esas labores. Para él, la vida constituía un asunto sim-
ple, ligado al sol, al viento, y a los rebaños de ovejas, cosas
ellas que, más o menos, se cuidan solas. No se interesaba por
las discusiones eruditas. Cuando sentía apetito, se alimenta-
ba; bebía, si experimentaba sed, y siempre que tenía sueño,
acostábase.
¿Por qué preocuparse por algo más?
Jacob, por el contrario, permanecía siempre en su hogar
y reflexionaba. Era ambicioso y anhelaba poseer algunas
cosas. Pero, ¿cómo podía apoderarse de lo que pertenecía,
en realidad, a su hermano mayor?
Sin embargo, un día se le brindó su oportunidad.
Esaú llegó a su hogar, de una excursión de caza, con el
apetito de un lobo. Jacob hallábase en la cocina, haciendo un
guiso de lentejas.
- Déjame comer un poco, y hazlo de inmediato - le rogó
Esaú.
Su hermano fingió no haberlo oído.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

- Me muero de hambre - dijo Esaú -; dame un plato de


lentejas.
-¿Qué me darás en cambio? - interrogó Jacob.
- Cualquier cosa - repuso Esaú, pues deseaba comer en
seguida, y, en el momento, le resultaba difícil pensar en dos
cosas.
-¿Me darás tu primogenitura?
- Con mucho gusto. ¿De qué me servirá si debo perma-
necer aquí y morir de hambre? Dame un plato de tu guiso y
quédate con la primogenitura.
-¿Lo juras?
-¡Juraré cualquier cosa! Dame un poco de lentejas.
Desgraciadamente, los judíos de aquella temprana época
eran muy formales. Otra gente podría haber juzgado que esa
conversación entre dos jóvenes no pasaba de ser una broma
de un muchacho hambriento, que promete cualquier cosa
por una comida.
No obstante, para Jacob una promesa era una promesa,
de manera que le contó a su madre lo ocurrido. Esaú le ha-
bía cedido, voluntariamente y por un plato de lentejas guisa-
das, su primogenitura. Ahora sólo restaba hallar la forma de
que Isaac diese su consentimiento oficial, con el objeto de
que se formalizara el contrato.
La oportunidad se presentó bien pronto.
Isaac sufría una dolencia muy común entre la gente del
desierto: estaba perdiendo la vista. Además, acababa de pasar
por un período muy difícil, pues habían sufrido una sequía
prolongada las planicies de Mamre, de modo que Isaac vióse

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HISTORIA DE LA BIBLIA

obligado a trasladar sus rebaños más hacia el Oeste, en el


corazón de la tierra de los filisteos.
Por supuesto que ellos habían tratado de evitarlo. Llena-
ron las fuentes que Abrahán había cavado una generación
atrás en el desierto de Beer-seba. El viaje había resultado
fatigoso y las dificultades envejecieron a Isaac, quien anhela-
ba su antiguo hogar.
Ahora, por fin, se hallaba en la tierra de Hebrón. Como
experimentaba la sensación de que no viviría mucho tiempo,
deseó ordenar sus asuntos para morir en paz. Llamó a Esaú,
su hijo mayor, y le pidió que se dirigiese a los bosques, caza-
ra un venado y lo guisase en la forma que a él le agradaba.
Luego lo bendeciría y otorgaríale sus propiedades, según la
ley.
Esaú asintió; tomando su aljaba y su arco, abandonó la
casa. Pero Rebeca había alcanzado a oír la conversación y se
apresuró a contarle a Jacob.
-¡Rápido! - le musitó -, ha llegado el momento. Tu padre
se siente hoy muy mal. Teme morir y quiere bendecir a Esaú,
antes de acostarse, esta noche. Deseo que te disfraces y ha-
gas creer al anciano que eres tu hermano mayor, así te dará
todo lo que posee, que es lo que ambos ansiamos.
A Jacob no le agradó la idea, pues parecía arriesgada.
Con su cutis suave y su voz aguda, ¿cómo podía confundirse
con el velludo Esaú? Sin embargo, Rebeca tenía todo pre-
visto.
- Es simple - le dijo -; te enseñaré.
Se apresuró a matar dos cabritos y a asar la carne, como
acostumbraba a hacerlo Esaú. Luego tomó el cuero de los

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

animales muertos y se los ató alrededor de las manos y los


brazos a su hijo menor. Le colocó sobre los hombros una
chaqueta vieja y transpirada, que pertenecía al mayor de los
muchachos, y le ordenó que hablara con tono áspero y se
comportase tal como lo hacía Esaú en esas ocasiones.
Isaac fue engañado, pues oyó la voz familiar, percibió la
fragancia de los campos, que siempre despedían las ropas de
su primogénito, palpó los brazos velludos de Esaú, y, una
vez que hubo comido, hizo que el impostor se arrodillara, lo
bendijo y le otorgó la herencia de todas sus posesiones.
Pero, tan pronto como Jacob hubo abandonado la ha-
bitación de su padre, he aquí que retornó Esaú. Sucedióse
entonces una escena terrible. La bendición había sido impar-
tida, de manera que Isaac no podía retractarse de sus pala-
bras. Le expresó a su hijo mayor el amor entrañable que
experimentaba hacia él; mas el acto perverso había sido ya
cometido. Jacob era un ladrón, pues había hurtado todo lo
que pertenecía a su hermano mayor.
En cuanto a Esaú, presa de cólera, juró matar a Jacob
tan pronto como se le presentara la oportunidad, lo cual
atemorizó a Rebeca, pues sabía que su hijo preferido, echado
a perder por ella misma, no podía medirse con este hombre
enfurecido, al cual la ira tornaba más vigoroso aún.
La madre le aconsejó a Jacob que huyera y se dirigiese al
Este, donde vivía el hermano de ella, Labán; y que le conve-
nía permanecer allí, hasta que en su hogar se apaciguaran un
poco las cosas. Entretanto, podría casar con una de sus pri-
mas y establecerse en el pueblo de su tío.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Jacob no tenía nada de héroe, de manera que procedió


tal como su madre se lo indicara.
Pero lo acompañó el remordimiento, aunque experi-
mentó varias aventuras extrañas, antes de atreverse a volver
a su hogar y enfrentar al hermano que había engañado de
manera tan pérfida.
Sin mayores dificultades, dio con el país de su tío; pero,
durante el viaje, tuvo un extraño sueño. Había quedado
dormido en el desierto, cerca de un sitio llamado Bethel.
Según lo dijo más tarde, de pronto se abrió el cielo. Luego
vio una escala que se erguía desde la tierra hasta el cielo, en
la cual se hallaban muchos ángeles de Jehová, y en cuyo pri-
mer escalón se encontraba el propio Jehová. Jehová le había
hablado, prometiéndole que sería amigo del fugitivo y lo
ayudaría durante su exilio.
Ignoro si es esto realmente cierto; creo, más bien, que
Jacob contó esta historia para mitigarla propia certeza de su
culpa y hacer que la gente opinase que él no era, en realidad,
tan malo como pensaba, puesto que aun continuaba conser-
vando el favor de un dios tan poderoso.
En cuanto a la ayuda que le iba a llegar del cielo, muy
poca es la que se advierte, pues, cuando llegó a la tierra de
Ur, encontró a su tío dispuesto a brindarle un hogar; mas al
solicitarle la mano de su prima Raquel, que era joven y her-
mosa, Labán hizo primero que su sobrino trabajara gratui-
tamente durante siete años y luego le dio su hija mayor, Lea,
que no gustaba a Jacob, ni él la quería. Cuando éste se lo
manifestó a su tío, el hombre le repuso que era costumbre
del país dar en matrimonio a la hija mayor antes de que la

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

más joven abandonase el hogar, y, si Jacob deseaba también


a Raquel, tendría que trabajar otros siete años. Recién enton-
ces podría poseer a ambas.
¿Qué podía hacer Jacob? En su casa, Esaú lo aguardaba
con un basto. No poseía ningún sitio que le perteneciese.
Además, amaba a Raquel y sentía que le era necesario po-
seerla si deseaba ser feliz. Por consiguiente, cuidó fielmente
los rebaños de su tío durante otros siete años, al cabo de los
cuales creyó haber cumplido su estipulación.
Pero, aun entonces, estaba a merced del pariente de su
madre, pues no poseía ganados, ni le era dado fundar un
hogar propio. Una vez más, llegó a un acuerdo con Labán:
trabajaría a lo largo de un nuevo período de siete años, al
término del cual recibiría los corderos negros y las cabras
manchadas y rayadas que hubiera en la tierra de Labán. Este
sería un buen principio, conducente a su independencia.
Era un convenio curioso. Labán sabía que los corderos
negros son tan raros como las cabras manchadas y rayadas.
Por lo tanto, no esperaba perder muchas, y para prote-
gerse aún más, reunió todos los machos cabríos y las cabras
manchadas y rayadas, y los envió a otra pradera, donde fue-
ron cuidados por sus propios hijos, quienes velarían por que
ninguno cayese en manos de Jacob.
Se trataba de un juego de ingenio entre el tío y el sobri-
no, mas, al final de cuentas, éste demostró ser el más perspi-
caz de los dos.
Jacob era, en realidad, un excelente pastor. Conocía su
labor y había aprendido una serie de tretas. Sabía cómo

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HISTORIA DE LA BIBLIA

cambiar el agua y el alimento de sus rebaños para aumentar


el número de ciertas cabras y ovejas extrañamente pintadas.
Por otro lado, Labán, que confiaba la mayor parte del
trabajo de granja a sus hijos y esclavos, no estaba familiariza-
do con esos nuevos métodos de producción ganadera. Antes
de enterarse de lo que ocurría, Jacob había logrado posesio-
narse de la mayor parte de sus rebaños. Cuando se hubo
percatado de ello, encolerizóse; mas ya era demasiado tarde:
Jacob se había ido, llevándose consigo todas las ovejas ne-
gras, las cabras manchadas y rayadas, sus dos esposas y sus
once hijos. Y, como buena medida, había penetrado en la
casa deshabitada de Labán y hurtado todos los efectos que
pertenecían a su suegro.
Cierto es que nunca llegó a establecerse una abierta
contienda entre Labán y Jacob, lo cual, de cualquier manera,
habría llegado a convertirse en una especie de guerra civil.
Pero Jacob abandonó para siempre la tierra de Ur, y, como
no tenía dónde ir, decidió arriesgarse y retornar a Canaán. A
lo mejor Esaú lo perdonaba; además, en caso de que Isaac
muriera, existiría la herencia.
Si es que vamos a creer una vez más la historia de Jacob,
su viaje a través del desierto fue acompañado por un extraño
sueño. En una ocasión - así lo aseguró Jacob -, luchó a brazo
partido con un ángel de Jehová, quien le quebró el muslo al
derribarlo y le dijo que, desde ese momento, se llamaría Is-
rael y sería un príncipe poderoso en su tierra natal.
Pero, cuando se acercó a Mamre, no se sentía muy segu-
ro de sí mismo. Al enterarse de que Esaú avanzaba con mu-

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

chos hombres y camellos, temió que hubiera llegado el día


de ajustar cuentas.
Hizo, pues, todo lo posible para ganarse la buena vo-
luntad de su hermano. Le ofreció darle todo lo que poseía.
Dividió sus rebaños en tres partes y las envió, una cada día,
de regalo a Esaú. Mas éste era tan bondadoso como tosco.
Nada deseaba de lo que pertenecía a Jacob, a quien había
perdonado hacía tiempo; así es que, al encontrarlo, lo abrazó
con ternura, olvidando lo pasado. Su padre, según le contó
su hermano, vivía aún, a pesar de que estaba muy viejo; y
experimentaría gran felicidad de ver a sus nuevos nietos.
Cuando Jacob llegó a Hebrón, contaba once hijos; mas,
al llegar a la granja de su .familia, había nacido otro más.
Durante largo tiempo, entre Raquel y Lea había existido
odio profundo. Lea, la doméstica esposa a quien Jacob no
amaba, tenía diez hijos. Pero la pobre Raquel contaba con
uno solo, llamado José. Y luego falleció, al dar a luz su se-
gunda criatura: Benjamín.
Era ése un triste retorno a su hogar. Raquel fue sepulta-
da en Belén, y, luego, Jacob guió a sus rebaños rumbo al
Oeste, hasta que llegó a Hebrón.
Isaac era aún lo suficientemente fuerte como para dar la
bienvenida a su hijo, perdido por largo tiempo. Sin embargo,
poco después expiró, siendo sepultado junto a su padre,
Abrahán, y a su madre, Sara, en la cueva de Macpela.
Y Jacob, que ahora se llamaba Israel, heredó la hacienda
de su padre, y se estableció, para gozar de los frutos de una
existencia basada enteramente en el fraude y el hurto. No
obstante, una vida semejante rara vez constituye un éxito.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Antes de que transcurriese mucho tiempo, pues, Jacob fue


obligado, una vez más, a abandonar su viejo hogar. Pasó los
últimos días de su vida en la distante tierra de Egipto, lejos
de las tumbas de sus antepasados.
Pero, acerca de esto debo hablarles en el capítulo pró-
ximo.

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Rumbo al Oeste

RECORDARÁN ustedes que el Viejo Testamento es,


en realidad, una colección de historias breves e indepen-
dientes, reunidas en un libro, cuando los fundadores de la
nación judía hacía casi mil años que habían desaparecido.
Abrahán, Isaac y Jacob habían sido sus héroes originales, que
se atrevieron a penetrar en el yermo y se parecen, por su
valor, por su perseverancia y su lealtad hacia pus ideales, a
nuestros Padres Peregrinos1.
Mas vivieron en una época en la cual el pueblo judío no
había aprendido aún el empleo de las letras. La historia de
sus aventuras pasaba, por tradición oral, de padres a hijos, y
cada nueva generación le agregaba algunos detalles para
exaltar la gloria de sus antepasados.
En esta relación de los acontecimientos, no siempre re-
sulta fácil conservar su hilo principal. Sin embargo, una cosa

1El autor se refiere a los cien puritanos que, tras inenarrables peripecias,
desembarcaron, el 11 de diciembre de 1620, del Mayflower, en el puerto
de la costa oriental de Massachusetts, al que denominaron Plymouth, en
homenaje al puerto británico desde el cual se habían hecho a la vela. – N.
Del T.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

nos sacude con gran fuerza: los judíos de hace treinta siglos
se vieron obligados a arrostrar un problema que nos es fami-
liar a todos los estudiosos le la historia americana. Eran
pastores, y, como tales, estaban
constreñidos a ir en busca siempre de nuevos campos de
pastoreo. Abrahán abandonó su hogar y viajó rumbo al
Oeste para hallar praderas para sus crecientes rebaños. A
menudo creía haber encontrado un hogar que le brindaría
sustento. Por consiguiente, lo vemos construir una casa,
cavar fuentes y limpiar la tierra para pequeñas granjas. Mas,
¡ay!, luego de algunos años, se sucedía un período de sequía,
y el hombre era compelido a deambular, una vez más, por el
Asia occidental.
Durante la vida de Isaac, la tierra de Canaán era consi-
derada, con mayor asiduidad, el definido sitio de residencia
de las tribus hebreas. Mas esa era de paz y prosperidad no
duró mucho tiempo. El propio Jacob nunca permaneció en
un mismo sitio durante un lapso muy dilatado. Cuando llegó
a una edad muy avanzada, las prolongadas sequías habían
tornado a Palestina poco menos que inhabitable, de manera
que los judíos se vieron obligados a abandonar el Asia y
marchar rumbo al Africa. Esta vez, su ausencia de la tierra de
su agrado fue larga. Mas nunca perdieron de vista el viejo
hogar, al cual retornaron en la primera oportunidad que se
les brindó.
Y ésta, era la forma en que se narraba la historia, cuando
los viejos reuníanse en torno a los muros de la ciudad y de
los pequeños pueblos judíos, y hablaban de los hechos gran-
diosos de sus abuelos.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Como ustedes recordarán, Jacob había casado con dos


hermanas. La mayor llamábase Lea y tenía diez hijos. Raquel
era el nombre de la más joven, la cual sólo había dado a luz
dos: Benjamín y José.
Ahora bien; ocurría que a Jacob le agradaba muchísimo
Raquel, mas sentíase muy poco inclinado hacia Lea. Por su-
puesto que amaba a los hijos de Raquel con mayor ternura
que a los de su hermana, y, según parece, demostraba su
preferencia de manera abierta cuando todos los hijos se ha-
llaban sentados a la mesa o en los campos; proceder éste que
no era muy prudente. Pues no constituía un buen ejemplo
para los niños, el comprender que su padre los quería más
que a sus hermanos, sino, más bien, era una forma de
echarlos a perder.
Como José era un chico muy vivaz y más inteligente que
sus medio-hermanos, pronto se convirtió en la gran molestia
de la casa. No ignoraba que no se lo castigaría, cualquier
cosa que dijera o hiciese, así es que sacaba el mejor partido
de sus oportunidades. Por ejemplo, una mañana, durante la
hora del desayuno, manifestó que había tenido un sueño
maravilloso.
-¿A qué se refería el sueño? - le interrogaron los otros
muchachos.
-¡Oh!, nada de importancia - repuso -. Soñé que estába-
mos en el campo atando gavillas. La mía estaba parada jus-
tamente en el centro, pero las de ustedes la rodeaban
formando un grano e inclinándose a ella. Eso fue todo.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Los hermanos pueden no haber sido muy listos, pero


comprendieron lo que José deseaba significar, lo cual no
contribuyó a que lo quisiesen más.
Pocos días más tarde, José hizo una segunda prueba;
mas esta vez fue demasiado lejos, pues hasta disgustó a su
padre, quien, por regla general, juzgaba que todo lo que su
hijo decía y hacía era muy divertido y sólo revelaba su inteli-
gencia.
- He tenido otro sueño - dijo José.
-¿Sobre qué fue esta vez? - le interrogaron los otros
miembros de la familia, un tanto hastiados -. ¿Algo más
acerca de las gavillas?
-¡Oh, no! Esta vez fue respecto a las estrellas. Once de
ellas, se hallaban en el cielo, y, junto con el sol y la luna, se
inclinaban ante mí.
Los once hermanos no se sintieron halagados, como
tampoco su padre, quien pensó en la desaparecida madre del
muchacho, y advirtió que no estaría mal un poco más de
modestia.
Pero no podía dejar de echar a perder al muchacho,
pues poco más tarde le compró una hermosa chaqueta de
varios colores, y, por supuesto, José se la debía poner y pa-
searse para demostrar a sus hermanos su superioridad.
Bueno, ustedes podrán imaginar con facilidad lo que
ocurrió al final.
En un principio, los hermanos se limitaban a reírse de
José; luego se enfadaron y, por fin, llegaron a odiarlo. Un
día, cuando todos se hallaban en el campo, cerca de Sichem,
y mientras el padre encontrábase lejos, tomaron a José, le

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

arrancaron su chaqueta a tiras y lo echaron, lanzando alari-


dos y resistiéndose, dentro de una profunda cisterna.
Luego, sentáronse a pensar. Después de todo, no po-
dían matar a su hermano. Eso sería ir demasiado lejos. Pero
tampoco lo querían ver en la casa.
Judá tuvo, después, una idea brillante.
Los judíos vivían cerca del camino que conducía del va-
lle del Nilo al de la Mesopotamia, por el que pasaban fre-
cuentemente caravanas de mercaderes.
- Vendamos a José - sugirió Judá - y luego tomaremos
sus ropas, las rasgaremos, les echaremos algunas manchas de
sangre y diremos a nuestro padre que vino un león o un tigre
y se lo comió; nos dividiremos después el dinero y entonces
ninguno será más inteligente que otro.
Poco tiempo después pasó una caravana de medianitas,
que dirigía de Galaad a Egipto, transportando especias y
mirra para embalsamadores del Nio.
Los hermanos les dijeron que tenían un joven esclavo
para vender. Después de algunos regateos, negociaron a José
por veinte piezas de plata.
Así fue cómo José marchó al oeste. Los hermanos, sin
embargo regresaron a su hogar; se ajustaron fielmente a la
historia que habían fraguado, y los once mintieron como un
solo hombre.
Durante los siguientes veinte años, Jacob lamentó la de-
saparición de su joven hijo, que había sido muerto por bes-
tias salvajes cuando era todavía un muchacho, mientras que
José - absolutamente ignorado por su familia - gobernó la

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HISTORIA DE LA BIBLIA

tierra de Egipto, luego algunas de las aventuras más extrañas


que jamás ha registrado el mundo.
Tal como lo he contado antes, José era muy vivaz. A
veces, por desgracia, se pasaba de listo y su lengua incisiva lo
colocaba en toda clase de aprietos.
Pero la experiencia de Sichem le enseñó una lección.
Todavía le era posible advertir muchas cosas que escapan a
la atención de otras personas; mas no siempre expresaba
todo lo que sabía.
Los medianitas habían comprado al esclavo judío para
hacer negocio, así es que, tan pronto como les fue posible, lo
vendieron, con provecho, a un tal Putifar, capitán del ejér-
cito egipcio.
De tal manera, pues, se convirtió en esclavo de la casa
del citado militar y, antes que transcurriese mucho tiempo,
era el brazo derecho del capitán; le llevaba las cuentas y hacía
de mayordomo de todos los trabajadores de su hacienda.
Desgraciadamente, la esposa de Putifar juzgó que el
hermoso muchacho de negros cabellos constituía una com-
pañía mucho mejor que la su propio obtuso esposo egipcio.
Mas José, que sabía que una familiaridad demasiado excesiva
entre amos y sirvientes llevaba, invariablemente, a que sur-
giesen inconvenientes, se mantuvo a una distancia respeta-
ble.
Bueno, la esposa del capitán no era mejor de lo que de-
biera haber sido. Se había sentido herida en su vanidad, de
manera que pronto le manifestó a su esposo que el nuevo
mayordomo era un individuo muy insolente, y que, por la

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honestidad de su cónyuge... bueno, ella tenía sus dudas, et-


cétera, etcétera.
En el antiguo Egipto, un esclavo era un esclavo, de ma-
nera que el amo no se molestó en investigar estas acusacio-
nes, sino que llamó a la policía y José fue encerrado en la
cárcel, a pesar de que no se lo podía culpar de nada. Pero, allí
también, sus buenas maneras lo colocaron en excelente si-
tuación.
El carcelero, deseoso de que el establecimiento fuese di-
rigido, en su lugar, por una persona fiel y de confianza, le
entregó en sus manos todos los presos. Siempre que no
abandonase la puerta de calle, estaba en libertad de hacer lo
que deseara, y, por puro aburrimiento, pasó buena parte de
su tiempo con sus compañeros de cautiverio.
Entre ellos, había dos que le interesaron más. Uno había
sido copero del palacio real y el otro, panadero de Faraón.
De una u otra manera, ambos habían desagradado a Su Ma-
jestad, lo cual, por supuesto, constituía una grave ofensa en
una época en que un monarca era considerado como un
dios. Los egipcios, particularmente, guardaban un respeto
tan tremendo hacia el soberano, que jamás lo mencionaban
por su nombre. Lo denominaban Faraón, que, en realidad,
significa "Gran Casa", así como nosotros decimos a menudo
"la Casa Blanca", cuando queremos referirnos al Presidente
de los Estados Unidos.
Ambos hombres eran servidores de la "Gran Casa" y
aguardaban su sentencia. Nada tenían que hacer y pasaban
las hastiadas horas en la mejor forma que podían. Uno de
sus entretenimientos favoritos era contarse mutuamente sus

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HISTORIA DE LA BIBLIA

sueños. Los pueblos antiguos experimentaban gran respeto


hacia los sueños, de manera que la persona que podía expli-
carlos, adquiría ante sus ojos enorme importancia.
José hizo de su viveza una virtud. Cuando el panadero y
el copero se le acercaron y le narraron sus visiones, acordó
de inmediato explicárselas.
- Esto es lo que vi - dijo el copero.- Yo estaba de pie
cerca de una vid; de pronto, crecieron en ella tres sarmientos
llenos de uvas; yo las arrancaba y las exprimía dentro del
vaso de Faraón, colocando después el mismo en manos del
amo.
José pensó durante un momento y luego contestó:
- Eso es muy simple. Dentro de tres días serás libre y te
restituirán a tu antiguo puesto.
El panadero lo interrumpió anhelante:
- Escucha mis sueños, pues yo también he visto cosas
extrañas. Yo llevaba tres canastillos blancos sobre mi cabeza,
llenos de pan. Pero, de pronto, una bandada de pájaros re-
voloteó desde lo alto del cielo y comióse mi pan. ¿Qué signi-
fica esto?
- Eso también es simple - repuso José.- Serás colgado
dentro de tres días.
Y he aquí que, llegado el tercer día, Faraón celebró su
cumpleaños y ofreció una gran fiesta a todos sus servidores.
Luego recordó al panadero y al copero, que aún se hallaban
en la prisión. Ordenó que el primero fuese colgado, lo cual
se hizo, y que al otro se lo pusiera en libertad, reincorporán-
doselo a su puesto.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

De más está decir que el copero sintióse muy feliz, y


cuando abandonó la celda le prometió a José montañas de
oro, por haberle pronosticado su suerte. Les hablaría a Fa-
raón y a todos los funcionarios para que se le hiciera justicia
y fuese liberado, y recordaría siempre sus buenos oficios.
Mas, tan pronto como volvió a ponerse el uniforme oficial,
parado detrás de la silla del monarca listo para llenar el vaso
real a pedido de su amo, el buen hombre se olvidó por com-
pleto que el muchacho judío había sido su compañero du-
rante tantos meses, y nunca pronunció una sola palabra
acerca de él.
Fue bastante duro para José, pues se vio obligado a
permanecer en la prisión durante dos años más y habría
muerto allí, si Faraón no hubiera tenido un sueño que lo
turbó enormemente.
Cuando el rey soñaba, el hecho era importante y solem-
ne; todo el pueblo hablaba de ello y todas las personas se
esforzaban en adivinar lo que los dioses habían tratado de
revelar al monarca. Era algo semejante a un mensaje presi-
dencial en la actualidad.
La pesadilla real era así: Faraón había visto siete espigas
llenas y gordas, que surgían de una sola caña; de pronto,
igual número de espigas, menudas y enjutas, devoraban a las
anteriores. Luego, siete vacas feas y magras se precipitaban
sobre otras tantas gordas y hermosas, que pacían tranquila-
mente a lo largo de las riberas del Nilo, devorándolas sin
dejar ni restos de su cuero o de sus huesos.
Eso era todo. Pero bastaba para trastornar la paz de la
mente de Su Majestad. El soberano solicitó, pues, una expli-

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HISTORIA DE LA BIBLIA

cación a toda la gente inteligente de la comarca. Mas, ¡ay!,


nadie podía brindársela. Fue entonces cuando el copero re-
cordó al muchacho judío que había sido tan perspicaz como
para aclararle tales cosas, y le sugirió a su amo que lo manda-
ra buscar. Lo encontraron aún en la cárcel, lo lavaron, lo
afeitaron, le cortaron el cabello, proporcionándole nuevas
ropas para llevarlo a palacio.
El hastío de la vida en la prisión no había entorpecido la
rapidez del pensamiento de José, de manera que explicó el
sueño del soberano, con suma facilidad. He aquí su veredic-
to:
"Se sucederán siete años de abundantes cosechas, los
cuales estaban representados por las siete vacas gordas e
igual número de espigas, creciendo en una sola caña. A ellos
seguirán otros siete de hambre, durante los cuales se agotará
el grano cosechado en el curso de los siete buenos años. Por
lo tanto, que Su Majestad se provea de un hombre prudente
para administrar el abastecimiento alimenticio del país, ya
que grande será la necesidad cuando llegue el momento de
crisis".
Faraón quedó muy impresionado, pues el joven parecía
haber hablado con sensatez. Era un momento de tomar de-
terminaciones rápidas.
De inmediato, Faraón lo nombró ministro de agricultu-
ra.
Con el correr del tiempo, los poderes de este puesto
fueron aumentados considerablemente. Al cabo de siete
años, el hijo de Jacob era el dictador de Egipto y la suprema
autoridad en la tierra. Resultó ser un fiel servidor de su real

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amo. Construyó graneros y los llenó con el sobrante de gra-


nos, para precaverse contra la llegada de la época de pobre-
za.
Cuando, por fin, la crisis se enseñoreó de la tierra, José
estaba bien preparado.
Los campesinos egipcios, que desde el comienzo del
tiempo vivieron de manos a boca, nunca habían ahorrado
nada. Por consiguiente, para obtener alimentos para ellos y
sus familias, se vieron obligados a entregarle a Faraón, pri-
mero sus casas, luego sus ganados y por fin sus tierras.
Al final de los siete años, habían perdido todo, y el rey
estaba en poder de toda la tierra, desde la costa mediterránea
hasta los montes de Moom.
En esa forma, extinguióse la vieja raza de egipcios libres.
Era el comienzo de una esclavitud, que se mantuvo durante
casi cuarenta siglos y que, eventualmente, ocasionó más mi-
seria que una docena de crisis. Por otro lado, mantuvo alerta
al pueblo e hizo que Egipto fuese el centro comercial del
mundo civilizado. Porque la crisis fue internacional y ese país
era el único que hallábase preparado para afrontarla.
Babilonia, Asiria y la tierra de Canaán sufrieron en la
misma forma la sequía, los destrozos de la langosta y otras
plagas de insectos. La gente moría por doquier. Regiones
enteras se despoblaban y los niños eran vendidos como es-
clavos para salvar la vida de sus padres.
El anciano Jacob, sus hijos y sus familias, también sin-
tieron pronto los tormentos del hambre, hasta que, por fin,
en su desesperación, decidieron enviar a alguien a Egipto
para solicitar granos. Benjamín, hermano de José, permane-

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HISTORIA DE LA BIBLIA

ció en el hogar, en tanto que los otros diez hermanos toma-


ron sus asnos y sus sacos vacíos, y marcharon rumbo al
Oeste en busca de ayuda.
Cruzaron el desierto de Sinaí y llegaron a las orillas del
Nilo, donde los detuvieron los funcionarios egipcios y los
llevaron a presencia del virrey.
José reconoció de inmediato a los sucios vagabundos,
mas guardó el secreto, fingiendo no entender el idioma de
los judíos. Le dijo a su intérprete que les interrogara quiénes
eran.
- Pacíficos campesinos de la tierra de Canaán, en busca
de alimentos para su anciano padre - fue la contestación.
-¿Están seguros de que no son espías enviados para en-
terarse de las defensas de Egipto, con el objeto de que un
invasor extranjero irrumpa en el país? - se les interrogó.
Juraron ser inocentes. Eran tan sólo lo que habían de-
clarado. Pertenecían a una familia de pacíficos pastores; eran
doce hermanos que vivían con su viejo padre en la tierra de
Canáan.
-¿Dónde están los otros dos?
- Uno, ¡ay!, ha muerto y el otro quedó en casa para cui-
dar al padre.
José fingió no estar convencido. Era mejor que regresa-
ran al sitio de donde provenían y llevasen al otro hermano
para probar sus palabras, pues el gobernador de Egipto abri-
gaba sus dudas acerca de la veracidad de su historia. Por una
cosa u otra, no parecía muy exacta.
Los diez muchachos hallábanse muy angustiados. Per-
manecieron cerca de la tienda de José, hablando rápidamente

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

en hebreo. Su viejo crimen estaba patente en sus mentes. Sin


duda, constituía un crimen terrible el haber vendido a su
hermano José a un traficante de esclavos extranjero. Ahora,
aparentemente, estaban a punto de perder a su segundo
hermano. ¿Qué diría su padre cuando se enterara de ello?
Le imploraron a José que fuese misericordioso, mas él
rehusóse. Había alcanzado a oír su conversación y sentíase
muy agrado de su arrepentimiento, pues los últimos treinta
años parecían haberles enseñado una lección a sus herma-
nos. Pero todavía no estaba seguro de ello. Debía ponerlos a
prueba, una vez más, antes de perdonarlos por lo que le ha-
bían hecho cuando era joven.
Y así, pues, decidióse que Simeón permanecería como
rehén, tanto que los otros retornarían para buscar a Benja-
mín.
Esto no resultó tarea fácil. Jacob hallábase acongojado.
Pero su familia padecía hambre, sus sirvientes morían, y ca-
recían de semillas para la próxima siembra. En consecuencia,
se vio obligado a ceder Benjamín y los otros hermanos re-
gresaron a Egipto y Jacob permaneció solo.
La última vez, ellos habían sido arrestados tan pronto
como cruzaron la frontera; ahora, empero, los funcionarios
se mostraron muy corteses, y los hermanos fueron conduci-
dos directamente al palacio del gobernador, donde se les
asignó habitaciones, atendiéndoselos según el uso real.
Mas a ellos no les agradó mucho todo esto.
Después de todo, no eran exactamente unos mendigos.
Eran pobres, pero habían ido preparados a pagar todo lo que
se les vendiese. No deseaban caridad. Mas cuando ofrecieron

60
HISTORIA DE LA BIBLIA

su oro a cambio del grano, se les dijo que podían obtener


todo el que quisiesen sin desembolso alguno. No obstante,
insistieron en pagarlo, aunque luego se percataron de que el
dinero les había sido devuelto y ocultado en sus sacos.
Esa noche, mientras descansaron de la fatiga del día de
viaje, hablaban de ese extraño episodio.
De pronto, oyeron agudas voces en la oscuridad, de la
cual surgió un grupo de soldados egipcios, que habían sido
enviados para alcanzar a los judíos y arrestarlos.
Los hermanos interrogaron qué habían hecho y formu-
laron protestas de inocencia. Empero, el capitán egipcio ha-
bía recibido sus órdenes. Había sido hurtado el vaso del
virrey y nadie había estado cerca suyo ese día, excepto algu-
nos visitantes judíos. Por lo tanto, todos los extranjeros de-
bían ser registrados; así es que los hermanos se sometieron a
lo inevitable. Uno tras otro, abrieron sus sacos. ¡Y he aquí
que, en el fondo de uno de ellos, que llevaba Benjamín y que
fue abierto en último término, se hallaba el vaso de José!.
La prueba era abrumadora. Los judíos regresaron, pues,
como prisioneros a Egipto, y fueron llevados a presencia del
virrey. Desesperados, trataron de explicar lo inexplicable.
Juraron no ser culpables; mas José permaneció firme, ceñu-
do y los acusó de ingratitud. Por fin, se sumieron en el aba-
timiento. Narraron a José todo lo que había ocurrido; que
una vez habían cometido un acto perverso y que ahora da-
rían todo lo que poseían si pudieran enmendar lo hecho.
Entonces José ya no pudo refrenar sus sentimientos durante
más tiempo y les explicó que, por orden suya, habían colo-
cado el vaso en el saco de Benjamín.

61
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Ordenó luego que todos los egipcios abandonaran la


habitación, y, una vez cumplida la orden, descendió de su
trono, abrazó a Benjamín y, ante los aterrorizados hijos de
Jacob, el hombre más poderoso de Egipto se reveló como el
hermano a quien ellos habían tratado de asesinar y al cual
vendieron, por rivalidad, a los traficantes de esclavos media-
nitas.
Por supuesto, una historia tan extraña atrajo a todas las
gentes, desde las más encumbradas a las más bajas. El rey
proporcionó varias de sus carrozas para llevar a Jacob a
Egipto, y José entregó algunas de las tierras de pastoreo,
recién adquiridas - situadas en iría provincia llamada Gosén,-
a su familia.
En esta forma abandonaron los judíos a Canaán y mar-
charon hacia Egipto. Mas, espiritualmente, permanecieron
fieles a su viejo hogar, pues cuando Jacob estaba muriendo,
pidió que su cuerpo fuese llevado a la cueva de Macpela,
donde estaban sepultados su padre, su madre y abuelos.
Y se cumplió su deseo. El propio José trasladó el cadá-
ver a Canaán, retornando luego a Egipto, donde vivió du-
rante muchos años rodeado del amor de su pueblo, pues
había sido tan bueno como generoso.

62
HISTORIA DE LA BIBLIA

5
Un hogar en Egipto

HASTA hace un siglo no sabíamos leer el lenguaje de


los egipcios. Tan pronto como se descubrió la clave de los
jeroglíficos o sagradas escrituras, se nos reveló una mina de
informaciones históricas. Ya no dependemos, pues, de los
relatos del Viejo Testamento para nuestro conocimiento de
ese periodo.
En el siglo XV a. de J. C., parece que Egipto había sido
conquistado por una tribu de pastores árabes llamados hic-
sos, pertenecientes al mismo tronco semita de los judíos.
Tan pronto como los hicsos se adueñaron de toda la tierra,
construyeron una nueva capital, situada a muchos kilómetros
del viejo centro egipcio de Tebas. Luego se establecieron
para gozar de su conquista, y durante casi trescientos años,
permanecieron siendo los amos indiscutidos del valle del
Nilo.
José fue a Egipto cuando Apepa era faraón; mas este rey
ha sido el último de los soberanos de la dinastía de los hic-
sos. Después de muchos intentos infructuosos, los egipcios
lograron finalmente liberarse de sus opresores. Bajo un rey

63
HENDRIK WILLEM VAN LOON

propio, llamado Asmes - nativo de la antigua capital de Te-


bas,- desalojaron a los hicsos, apoderándose de nuevo del
control de su propio país, lo cual, por supuesto, colocó a los
judíos en una situación muy difícil, pues habían sido amigos
íntimos de los conquistadores extranjeros y José, una cons-
picua figura en la corte de los reyes pastores, habiendo ocu-
pado un alto cargo oficial y prestado su auspicio a sus
propios parientes a expensas de los nativos. Todos los egip-
cios recordaban estos pormenores mucho después de haber
olvidado la forma cómo José había salvado del hambre a sus
abuelos. Y, por supuesto, lo demostraron en su conducta
hacia los judíos, a quienes trataban con odio y desprecio.
En cuanto a los descendientes de Abrahán, la dilatada
permanencia en el valle del Nilo había resultado una bendi-
ción muy compleja.
Hasta entonces, los judíos habían sido pastores, acos-
tumbrados a la vida simple del campo. Mas ahora se habían
puesto en contacto con gentes que preferían vivir en las ciu-
dades. Conocieron el lujo y la magnificencia de los palacios
de Menfis, Tebas y Sais, de manera que pronto comenzaban
a despreciar las rústicas tiendas en que habían vivido sus
antepasados alegremente durante tantas centurias.
Vendieron, pues, sus rebaños; abandonaron sus granjas
en la tierra de Gosén y emigraron hacia las ciudades. Pero
éstas ya se hallaban repletas de gente.
Los advenedizos no fueron bien recibidos, pues los
egipcio consideraban que iban a quitarles el pan de la boca.
Por consiguiente, pronto nacieron malos sentimientos entre

64
HISTORIA DE LA BIBLIA

los judíos y los egipcios, que se tradujeron en desagradables


disturbios raciales.
A los judíos se les hizo elegir entre convertirse en egip-
cios o abandonar el país. Por supuesto que ellos trataron de
transigir, como lo habría hecho cualquiera en tales circuns-
tancias. Pero esto, resultó peor, de manera que la situación se
estaba tornando intolerable para ambas partes.
Una crisis había llevado originariamente a los hermanos
de José a Egipto; mas los descendientes hablaban, con fre-
cuencia, de posible retorno a la tierra de Canaán. Empero, el
viaje era largo y difícil. Los graneros de Egipto estaban bien
llenos. La vida en el desierto sería terrible. Por el contrario,
en las ciudades, era muy a agradable.
A los judíos les resultaba muy difícil decidirse. Temían
más a la incertidumbre del futuro, que a las peripecias del
presente. No hicieron, pues, nada. Por el momento, perma-
necieron donde se hallaban, en los barrios bajos de las ciu-
dades egipcias.
Sin embargo, los momentos se convirtieron en días, los
días en años y los años en siglos; mas todo permanecía como
antes.
Surgió luego un líder, que reunió las diferentes tribus
judías en una sola nación, conduciéndolas, de los fértiles
campos de Egipto donde la vida era cómoda - pero donde la
comodidad no hacia nada en pro de la fuerza de carácter -,
de vuelta a la tierra de Canaán, considerada su auténtico ho-
gar por Abrahán, Isaac y Jacob.

65
HENDRIK WILLEM VAN LOON

6
Huyendo de la esclavitud

EN el siglo XIV a. de J. C., cuando Ramsés el Grande


dominó en el valle del Nilo, las relaciones entre los judíos y
los egipcios habían alcanzado un punto en que un conflicto
abierto ya no podía evitarse.
Los bienvenidos huéspedes de unas pocas centenas de
años atrás, eran ahora degradados en todas las formas posi-
bles. Los reyes de Egipto siempre habían sido afectos a la
edificación de grandes palacios y de edificios públicos. Ya no
estaban de moda las pirámides. La última de ellas había sido
erigida doscientos años antes. Pero había que construir ca-
minos, barracas y diques, de manera que existía una cons-
tante demanda de brazos para trabajar en las propiedades
reales. Estas faenas no estaban muy bien pagadas. Los egip-
cios las evitaban, pues, en todo lo posible. En lugar de esfor-
zarse, obligaban a los judíos a que realizaran las labores
desagradables.
Aun así, muchos judíos dedicados al comercio lograban
mantenerse en las ciudades, lo cual constituía un motivo de
gran envidia para los habitantes egipcios, a causa de que no

66
HISTORIA DE LA BIBLIA

podían competir con los extranjeros. Por tal motivo, pues, se


presentaron al rey solicitando que fueran exterminados todos
los judíos, cosa que no podía efectuarse con facilidad. Pero
Faraón, en su amor por sus súbditos, trató de resolver el
problema en forma diferente.
Impartió órdenes de que se matara a todos los varones
nacidos de hebreos. El remedio era simple, pero bastante
cruel.
Un hombre, llamado Amram, y su esposa, cuyo nombre
era Jochebed, tenían dos hijos. Un muchacho, Aarón, y una
joven, María. Cuando nació el tercer hijo, un varón, decidie-
ron salvarlo a toda costa.
Durante tres meses ocultaron al pequeño Moisés en su
casa, con tal cuidado que los funcionarios del rey no pudie-
ron hallarlo.
Pero luego los vecinos comenzaron a hablar; algunos de
ellos habían oído el llanto de una criatura, de manera que el
niño ya no estaba seguro en la casa.
Por consiguiente, Jochebed tomó a su hijo y dirigióse a
la ribera del Nilo; tejió luego una pequeña canasta y la cala-
fateó con pez y betún, en la cual colocó al pequeño y lo dejó
solo.
Pero la improvisada embarcación no fue muy lejos, pues
no había corriente y la profundidad de las aguas era muy
exigua, de manera que quedó enredada en el carrizal que
crecía, a lo largo de la orilla, en gran cantidad. Por suerte, la
hija del rey había ido a ese mismo sitio a bañarse. Su doncella
encontró el extraño bulto y lo extrajo del agua. Un niño de
cuatro meses es, por lo general, muy atrayente. La hija del

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Faraón decidió llevarlo consigo, pero, como entendía muy


poco de chicos, hizo que llamasen a una nodriza.
María, la hermana, que había observado el episodio des-
de las cercanías, se acercó y dijo que conocía a una ama indi-
cada para una criatura de esa edad. Corrió hasta su casa y
llevó a su madre.
En esta forma, un niño judío, por lo menos, escapó de
la masacre general y fue educado en el esplendor del palacio
real, bajo el cuidado secreto de su propia madre.
Fue ésa, sin duda, una suerte extraña para quien había
sido condenado a morir. Mientras su hermano mayor tenía
que trabajar en la fábrica de ladrillos y era castigado por el
capataz si descuidaba sus faenas, Moisés vestía excelentes
ropas y vivía como un caballero.
Pero, en lo profundo de su corazón, se sentía judío. Y
un día, cuando un egipcio estaba castigando un anciano
inerme que pertenecía a la tribu de Abrahán, Moisés intervi-
no. Es más: lo golpeó con demasiada rudeza y el egipcio
cayó muerto, corriendo el riesgo el agresor de ser ejecutado
de inmediato si se revelaba el hecho, que no permaneció en
el secreto durante mucho tiempo.
Poco después, cuando Moisés salió a la calle, vio a dos
judíos que reñían, y les dijo que cesaran de hacerlo; mas uno
de ellos se mofó del reconciliador.
-¿Quién te ha convertido en nuestro amo? - le interrogó
-. ¿Quieres matarnos como lo hiciste el otro día con ese
egipcio?
Las noticias viajan rápido. Y el Faraón impartió la orden
de que Moisés fuese tomado prisionero y ahorcado.

68
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero Moisés fue advertido y, como era un joven listo,


huyó.
Más tarde, ésa resultó una buena medida, porque si hu-
biera permanecido en Egipto, aunque lograse huir de la pri-
sión, se habría identificado por completo con los nacionales.
Por el contrario, el muchacho adoptado por la hija del rey
era ahora un pobre exilado, un fugitivo de la justicia en tierra
extranjera.
Deambuló, a través del desierto que rodea al mar Rojo,
hasta llegar a un pozo, adonde las hijas de Jethro, sacerdote
que vivía en las cercanías, llevaban sus rebaños a abrevar.
Por la noche, todos los pastores trataban de dar de beber a
sus animales al mismo tiempo, como resultado de lo cual a
menudo se atropellaban. Ese atardecer, uno de los pastores
trató de adelantárseles a las hijas de Jethro, empujándolas.
Moisés, con su usual valentía, fue en ayuda de las mucha-
chas, las cuales, a su vez, lo invitaron a cenar en la casa de
su padre.
En esa forma, Moisés conoció a Jethro y se hizo pastor,
como Abrahán, Isaac y Jacob lo habían sido antes. Casó más
tarde con Séfora, una de las hijas de su anfitrión y vivió la
vida simple de las gentes del desierto.
En la soledad del desierto arenoso, advirtió la verdadera
misión de su vida. Su pueblo se había desviado de los autén-
ticos principios que habían respetado sus antepasados a tra-
vés de innúmeros peligros. Habían olvidado a Jehová, su
Dios. Estaban olvidando rápidamente esa creencia en un
gran futuro nacional, que había inspirado a sus padres y
abuelos. En suma: habían llegado a un punto en el que la

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

vida urbana y el lujo - junto con la siempre creciente pobreza


- estaban amenazando destruirlos como raza humana indivi-
dual e independiente.
Moisés decidió erigirse en el salvador de su pueblo, re-
tornando a una creencia en el poder absoluto de Jehová.
Se declaró humilde seguidor de una voluntad grande y
directriz. Y, cuando se sintió enteramente convencido de su
propia misión; cuando supo que había oído la voz de Jehová,
hablándole desde una zarza ardiendo, regresó a Egipto y
comenzó la gigantesca tarea de trasladar a todo un pueblo,
desde un país a otro, a través las interminables huellas del
desierto de Sinaí.
Pero existían otras dificultades. El rey Ramsés había
muerto y su sucesor, Minepta, quizá nunca había oído hablar
del asesinato del egipcio. Moisés podía retornar seguro a
Egipto, libre de persecución; pero ahora los judíos - su pro-
pio pueblo - mostrábanse reacios a creer en él.
La esclavitud es perjudicial para el alma del hombre,
pues lo torna cobarde. En Egipto, los judíos vivían una dura
vida. Mas tenían la seguridad de comer tres veces al día. Era,
sin duda, muy agradable hablar de una existencia gloriosa y
libre en un nuevo país; pero esa Tierra Prometida se hallaba
a muchos kilómetros, y, la sazón, se hallaba en manos de
paganos hostiles. Se suscitarían luchas y sería necesario
deambular durante meses a través de las calcinantes arenas
de Sinaí, y, por fin, el éxito de la expedición era dudoso. Por
desgracia, Moisés no era un buen orador. Era un hombre de
ilimitado valor e interminable paciencia y perseverancia; pe-
ro, como muchos otros hombres intrépidos e inteligentes

70
HISTORIA DE LA BIBLIA

líderes, tornábase muy impaciente cuando trataba de con-


vencer a gentes mal dispuestas a reconocer lo sensato de sus
argumentos.
Así fue como dejó las discusiones preliminares de la
cuestión, en manos de su hermano Aarón, y él se consagró a
los muchos detalles que debía arreglar antes de que se pudie-
se hacer algo definido.
Se apersonó sin ambages a Faraón y solicitóle que a las
tribus judías que habían llegado al país voluntariamente, du-
rante el gobierno del gran virrey José, se les permitiera salir
de allí, en paz.
Su pedido fue rechazado de manera brusca. Y gravitó en
forma desdichada sobre el tratamiento acordado a los pobres
trabajadores de las fábricas de ladrillos del rey, pues, desde
ese instante, se los consideró en calidad de prisioneros que
trataron de huir: observáselos cuidadosamente y fueron au-
mentadas sus faenas. Con anterioridad, se les proporcionaba
la paja necesaria para la fabricación los ladrillos; mas ahora
tenían que procurársela ellos mismos, no obstante lo cual
debían hacer tantos adobes como habían hecho antes. Esto
significaba habilitar nuevas horas de trabajo. La nueva re-
glamentación enfadó a los judíos contra Moisés. Eso era lo
que había dado por resultado su mediación. Era mejor, pues,
que retornara al desierto, de donde había venido, y dejase a
sus conciudadanos en paz, antes de que perecieran todos
ante la ira del gran Faraón.
Por fin, Moisés comenzó a tener una clara apreciación
del peligro extremo que entrañaba su posición.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Envió a su esposa y a sus hijos, que lo habían acompa-


ñado, de vuelta a lo de su suegro, en el distante país de Ma-
dián, y comenzó a prepararse, con toda seriedad, para los
días que vendrían. Una y otra vez les dijo a los judíos, aun-
que con muy poco éxito, lo que debían hacer. Trató de con-
vencerlos de que era Jehová quien les hablaba. Debían
abandonar la tierra de la esclavitud, de inmediato, si es que
alguna vez se iba a cumplir la promesa a Abrahán, de que
Israel sería una gran nación.
Los judíos escuchaban. Musitaban entre ellos y se rehu-
saron a ceder, pues los años de cautiverio habían destruido
su fe. Dudaban del poder del antiguo Dios y mostrábanse
inclinados a continuar siendo esclavos.
Entonces Moisés comprendió que ninguna de las partes
procedería en forma alguna sin el empleo de la fuerza. El
solo no era lo suficientemente fuerte como para hacer entrar
en razón a su pueblo. Tampoco podía abrigar la esperanza
de convencer a Faraón. Sólo Jehová era capaz de lograrlo y
El no abandonó a su fiel servidor en esa hora de necesidad.
Le dijo a Moisés que se presentara, una vez más al rey, y le
advirtiese las cosas terribles que sucederían si se rehusaba a
escuchar las prevenciones del Dios de los judíos. Por segun-
da vez, Moisés y Aarón se dirigieron al palacio real y solicita-
ron que se le permitiese a su pueblo abandonar en paz el
país.
El pedido fue rechazado nuevamente.
Entonces Aarón tomó su báculo y lo extendió sobre las
aguas del Nilo, las cuales se convirtieron en sangre y la gente
se vio obligada a cavar pozos para no morir de sed.

72
HISTORIA DE LA BIBLIA

Faraón oyó los gritos del pueblo sediento; mas se rehu-


só a dejar en libertad a los judíos.
Esa fue la primera plaga.
Llegó después la siguiente.
Las márgenes del Nilo estaban a menudo pobladas de
ranas.
Y ahora millones de estos animales viscosos salieron de
sus pantanosas viviendas y saltaron por sobre toda la tierra.
Penetraron las casas y en los pozos recién cavados, llevando
la incomodidad a todas las personas. Faraón vio el piso de su
palacio en una hormigueante masa verde de ranas vivas. Y
vaciló durante unos instantes, pidiendo a Moisés que hiciera
desaparecer las ranas. Tan pronto como se hubiesen ido - así
lo prometió - los judíos abandonarían Egipto. Pero, una vez
que murieron todas las ranas, según la orden de Moisés, Fa-
raón olvidó su promesa los judíos continuaron siendo trata-
dos tan mal como antes.
Fue entonces cuando llegó la plaga siguiente.
Nubes de enormes y molestas moscas comenzaron a
zumbar en el país, llevando enfermedades por doquier,
echando a perder las comidas de los egipcios, que comenza-
ron a morir.
Faraón trató entonces de pactar, sugiriendo a Moisés
que permitiría a los judíos marchar al desierto, durante un
tiempo, para sacrificarse en aras de su propio Dios, según
sus costumbres, siempre que prometiesen retornar una vez
realizado el holocausto.
Moisés puso término a la pestilente visita de las moscas
y Faraón, contento de haberse librado de esa pesadilla, hizo

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

caso omiso de su promesa tan pronto como la última mosca


fue ahuyentada de su comedor.
Luego llegó la plaga siguiente.
Todos los ganados egipcios cogieron una misteriosa en-
fermedad mortal, y sucedióse una carestía de carne fresca.
Pero Faraón continuaba rehusándose a liberar a los ju-
díos.
Llegó entonces otra plaga.
Los cuerpos de hombres y mujeres se cubrieron de sal-
pullido y ningún médico supo cómo curarlo.
Después se hizo presente una nueva plaga.
Una tormenta de granizo destruyó la cosecha, que aun
estaba en los campos.
Otra plaga surgió entonces.
Los rayos destruyeron los graneros en los cuales se ha-
bían almacenado el lino y el grano para la próxima siembra.
Una plaga más azotó al país.
Una nube de langostas cubrió el pobre país. En un solo
día, todos los árboles y arbustos quedaron desnudos. No
quedó ni una sola hoja.
Por entonces, Faraón estaba bastante asustado, de ma-
nera que pidió que Moisés fuese a verlo y le ofreció dejar en
libertad a los judíos, siempre que sus hijos quedaran como
rehenes.
Mas Moisés no aceptó la propuesta. Su pueblo - así lo
proclamó - debía marchar con sus hijos e hijas; de lo contra-
rio, permanecería en el país.
Entonces apareció una nueva plaga.

74
HISTORIA DE LA BIBLIA

Del desierto se levantó una terrible tormenta de arena.


Durante tres días, los rayos de sol quedaron oscurecidos por
el polvo, y la tierra de Egipto permaneció en completa oscu-
ridad.
Faraón pidió, por consiguiente, que Moisés se presenta-
ra aprisa en su palacio.
- Dejaré ir a tu pueblo - le juró -; pero deberá dejarme
sus rebaños.
- Mi pueblo irá con sus hijos y sus ganados - dijo Moisés
y se marchó.
Una nueva plaga volvió a castigar al país.
Murieron todos los primogénitos de las familias que
moraban en el valle del Nilo.
Pero los judíos escaparon a esa terrible suerte, pues se
los había prevenido. En los umbrales de sus casas habían
pintado una marca roja, con sangre de cordero. El Angel de
la Muerte, por orden de Jehová, pasó por el desdichado país
e hirió a todos los hijos de los egipcios; pero, siempre que
hallaba el signo de la sangre del cordero, pasaba de largo por
la casa, que albergaba a un descendiente de Abrahán.
Faraón, por fin, comprendió que había sido derrotado
por una fuerza superior a la suya, de manera que ya no se
rehusó a dejar ir a los judíos. Por el contrario, rogó a Moisés
que se llevase a su pueblo, tan pronto como le fuera posible,
para que se terminaran esas terribles visitas.
Esa tarde, las tribus de Rubén, Leví, Judá, Simeón, Isa-
car, Zabulón, Dan, Nephtalí, Gad, Aser, Efraín y Manasés,
comieron por última vez en la tierra de Egipto. Al llegar la

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

noche, sus rebaños ya marchaban rumbo hacia el viejo ho-


gar, en las riberas del río Jordán.
Pero Faraón, iracundo por la muerte de su primogénito,
se arrepintió, una vez más de su promesa, de manera que
siguió a los fugitivos al frente de su ejército, para hacerlos
regresar y vengar el súbito fallecimiento de tantos niños ino-
centes.
Cerca de la costa del mar Rojo, alcanzaron a ver a la ca-
ravana judía; mas una nube - que Moisés creyó que era el
propio Jehová - ocultó el campamento de los hebreos de la
vista de los soldados egipcios.
Por la mañana temprano, por orden de Moisés, las
aguas del mar se dividieron y las tribus cruzaron de una orilla
a la otra, sin perder un solo hombre.
Luego se disipó la nube y Faraón vio que sus enemigos
ascendían las empinadas márgenes de la otra orilla, en tanto
que se lanzaba, con todo su ejército, en el profundo mar.
Pero las aguas reaparecieron tan pronto como antes se ha-
bían apartado. Con un gran chapoteo de las olas, el rey, sus
generales, capitanes y tropa perecieron ahogados.
Nadie contó el cuento.
Los judíos penetraron luego en el desierto. Estaban li-
bres; pero, durante cuarenta largos años, iban a ser vagabun-
dos en el yermo.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

7
Deambulando por el desierto

LA gente se pregunta a menudo por qué los habitantes


de nuestros barrios bajos no abandonan sus miserables vi-
viendas y se trasladan al campo abierto del Oeste, donde un
hombre puede ser su propio amo y proporcionar a sus hijos
la oportunidad de convertirse en seres humanos fuertes y
sanos.
La respuesta es simple.
Esas pobres criaturas se han acostumbrado tanto a las
relativas comodidades de la ciudad, que temen mudarse a
una tierra desconocida, donde se verían obligadas a depender
de si mismas para su propia subsistencia.
En las ciudades, las invisibles manos del gobierno hacen
toda clase de cosas para nosotros. Hasta los ciudadanos más
pobres pueden conseguir agua con sólo dar vuelta la canilla.
Un inmigrante recién llegado de la isla Ellís, puede, si tiene
apetito y posee unos centavos, dirigirse a un almacén y ad-
quirir algunas conservas, cuidadosamente preparadas en latas
adecuadas.

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Empero, en los sitios salvajes de un país sin colonizar, el


pionero debe sacar el agua del río cercano; matar sus propios
animales, y cultivar el trigo y las papas.
Infinidad de personas ignoran la manera de hacer todo
eso, y temen correr el riesgo y aprender.
Por consiguiente, viven donde han nacido y ni siquiera
el hambre logra hacerlas emigrar.
Las características humanas raramente cambian. Los ju-
díos de hace tres mil años no eran muy diferentes de noso-
tros. Habían sido desdichados en Egipto, reducidos a la
esclavitud más horrible. Ahora eran libres; pero continuaban
quejándose, pues odiaban el desierto, la arena y el calor, y
pronto culparon a Moisés de haberlos hecho abandonar sus
viviendas en Egipto y hundido en una nueva vida, que los
atemorizaba más que el látigo de los capataces.
La historia de las cuatro décadas pasadas en el desierto
es una interminable narración de descontento. Si no hubiera
sido por la inquebrantable energía de Moisés, las tribus ha-
brían vuelto a la esclavitud antes de que transcurriese un año.
Empero, durante el primer momento de exaltación,
cuando los judíos vieron perecer ante sus ojos a sus enemi-
gos egipcios, conocieron un instante de triunfo y felicidad. Y
cantaron:
"¿Quién es como Tú, ¡oh! Jehová? ¿Quién es como Tú,
entre todos los dioses de la tierra, en gloria y poder?”
Pero, una vez que pasaron algunos meses entre los in-
terminables montes de Sinaí, ya no pensaban en su Dios, que
había triunfado en forma gloriosa y que era su fuerza y su
sostén. No; olvidaron todo acerca de El, y sólo pedían ser

78
HISTORIA DE LA BIBLIA

reintegrados a la tierra de la cual acababan de liberarlos, lue-


go de esfuerzos tan tremendos.
Maldecían el yermo intolerable y expresaban sin amba-
ges su disgusto hacia Moisés, y sus tontos proyectos. Cuando
comenzaron a mermar las provisiones, decían que, sin duda,
todos morirían; de manera que se dirigieron a su líder y le
pidieron:
- Danos de comer o déjanos regresar.
Moisés, firme en su fe, les dijo que Jehová los abastece-
ría de víveres en el momento necesario.
Y he aquí que, a la mañana siguiente, hallaron el desierto
cubierto por pequeños copos blancos, que podían batirse,
convertirse en masa y hacer excelentes pasteles de una dul-
zura semejante a la de la miel. Los egipcios, que conocían
esta planta, la llamaban "mannu". Los judíos la denominaron
"maná" y creyeron que Jehová la había cultivado, de la noche
a la mañana, para que ellos la aprovecharan. Todos los días
recogieron una cosecha fresca, excepto el séptimo, en que
celebraron el sábado y vivieron de lo que les había sobrado
de las veinticuatro horas anteriores.
Tales muestras de aprobación divina tornaron más obe-
dientes a los judíos durante un breve lapso. Sin embargo,
este estado de ánimo no duró mucho tiempo, pues pronto
agotóse el agua. Otra vez, los jefes de las diferentes familias
pidieron a Moisés regresar a sus viejos hogares, a orillas del
Nilo. Pero Moisés golpeó entonces la roca con su vara, tal
como Jehová se lo dijera, y, del duro granito, surgió una
fresca corriente, con la cual llenaron sus cántaros, jarros y
cacerolas, y bebieron para contento de sus corazones.

79
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Aguardaron luego que surgiera un nuevo motivo de


queja. Una tribu feroz de árabes, llamada amalecita, trataba
siempre de hurtar el ganado a los judíos. Por supuesto que
éstos habrían podido resistirse, pues eran lo suficientemente
vigorosos como para defender lo propio. Pero, como lo he
dicho antes, habían vivido durante tan largo tiempo detrás
de las protectoras paredes de las ciudades, que temían a las
flechas y las espadas. Preferían perder algunas ovejas y asnos,
antes que ir a la lucha. Esta actitud, por cierto, alentaba a los
amalecitas, que hostigaban a las caravanas judías, hasta que
Moisés decidió que debía hacerse algo para poner coto a este
hurto en gran escala. Llamó a Josué, a quien conocía como
joven valiente y al cual había confiado misiones especiales en
otras oportunidades.
- Ahuyenta a los amalecitas - le dijo.
Josué obedeció las órdenes y salió del campamento con
algunos voluntarios. Tan pronto como se hubo marchado,
Moisés levantó sus brazos hacia el cielo y, en tanto permane-
ció en esa posición sobre sus tropas, Josué triunfó con la
ayuda de Jehová. Pero, cuando Moisés se cansó y dejó caer
los brazos, regresaron los amalecitas y cayeron sobre los
judíos, matando a muchos de ellos.
Al ver esto, Aarón y Hur, sustentaron los cansados bra-
zos de su líder. Hacia el atardecer, los amalecitas habían sido
completamente derrotados, y Jehová daba la victoria a sus
fieles seguidores.
Poco después, la caravana llegó a la tierra de Madián,
donde vivía el suegro de Moisés. El anciano sintióse muy
feliz de ver de nuevo a sus parientes; ofreció sacrificios para

80
HISTORIA DE LA BIBLIA

expresar su gratitud a Jehová, a quien adoraba como única


autoridad en el cielo y la tierra, y permitió a su hijo Hobab
que se uniera a los judíos cuando marchasen hacia el Norte,
con el objeto de servirles de guía.
Las tribus errabundas abandonaron entonces el desierto
y penetraron en la región montañosa que rodea al monte
llamado Sinaí, derivado de Sin, diosa asiática de la luna. Por
entonces, se había puesto de relieve que Moisés no alcanza-
ría nunca su cometido, salvo que pudiera lograr que sus se-
guidores reconociesen que Jehová era su único Dios.
Abrahán, Isaac y Jacob estaban convencidos de que esto era
la verdad. Sin embargo, sus descendientes habían perdido
todo sentido de una relación personal con una autoridad
todopoderosa del cielo y de la tierra.
Moisés ordenó a sus hombres que construyeran un
campamento fortificado, al pie del Sinaí y que permaneciesen
donde estaban y aguardasen su regreso, pues les llevaría un
mensaje de la mayor importancia.
Acompañado sólo por Josué - Aarón quedó como gene-
ral en jefe - Moisés comenzó a escalar las altas rocas de la
vieja montaña.
Una vez cerca de la cima, le pidió a Josué que lo dejara,
en tanto que él continuó ascendiendo para escuchar el men-
saje de Jehová.
Estuvo ausente cuarenta días y otras tantas noches. Du-
rante todo este tiempo, una espesa cortina de nubes ocultaba
la montaña Luego regresó y he aquí que llevaba dos grandes
planchas de piedra, en las cuales grabóse la ley de Jehová,
que se la conoce como los Diez Mandamientos.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Desgraciadamente, los judíos se habían comportado


muy mal mientras su líder estuvo ausente. Aarón era un jefe
débil, que no pudo mantener la disciplina; así es que el cam-
pamento convirtióse pronto en una verdadera aldea egipcia.
Las mujeres y las muchachas se habían sacado a tiras los
ornamentos de oro, con los cuales hicieron un ídolo que les
recordaba los bueyes santos que, desde tiempo inmemorial,
habían sido objeto de adoración por el pueble del Nilo. Bai-
laban en torno al becerro de oro, en el momento que Moisés
entró en el campamento.
Se hallaba Moisés ante un gran peligro. Desde lejos ha-
bía oído el canto y los gritos. Ahora sabía lo que ello signifi-
caba. En su ira, tiró al suelo las planchas de piedra, que se
hicieron añicos. Luego derribó la imagen de oro, destruyén-
dola; una vez realizado lo cual, llamó a sus voluntarios para
sofocar esta peligrosa rebelión.
Una sola de las tribus, la de Leví, la más fuerte de todas,
fue en su apoyo. Cayó sobre sus compañeros de travesía,
matando a los que se rehusaron a reconocer a Jehová, sin
piedad hacia los cabecillas de la rebelión contra Moisés, que
habían suscitado dificultades durante su ausencia.
Esa noche, la paz descendió sobre el campamento de la
tribu judía. Dos mil hombres yacían muertos y sus ojos sin
vida estaban clavados en la cima del monte Sinaí, donde Je-
hová había hablado con el primero de esos grandes profetas
que, desde entonces, han tratado de demostrar a la humani-
dad la locura de la cobardía y la perversidad.
Profundamente desagradado por este incidente, Moisés
procedió, una vez siquiera, con gran firmeza. Reconoció que

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HISTORIA DE LA BIBLIA

su pueblo necesitaba algo más que una dirección personal.


Debían poseer leyes escritas y ser obligados a respetar las
palabras de sus mayores. De otro modo, toda la expedición
terminaría en el caos y nunca habría una unida raza judía.
Ascendió una vez más a la cima del monte Sinaí. Cuan-
do regresó, en su rostro se reflejaba claramente que había
visto cosas que, hasta entonces, habían permanecido ocultas
para todos los otros hombres. Sus ojos resplandecían. Du-
rante largo tiempo, nadie pudo mirarlo.
Llevaba otras dos planchas de piedra, en las cuales esta-
ban grabadas las mismas leyes que habían sido destruidas
cuando anteriormente regresó hallando a su pueblo en la
adoración del becerro de oro.
Y éstos son, los mandamientos que Jehová le había da-
do para a conducta de los judíos:
No debían reconocer más dios que Jehová.
No debían hacer imágenes como las utilizadas en la tie-
rra de Egipto.
No debían tomar el nombre de Jehová en vano. Debían
trabajar seis días, menos el séptimo, que lo emplearían en
adorar a su Dios.
Debían honrar a sus padres y a sus madres.
No debían matar.
No debían apoderarse de la mujer de otro, y las mujeres
no debían tomar el marido de otra.
No debían hurtar.
No debían levantar falso testimonio contra sus próji-
mos.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

No debían codiciar la casa de los demás, ni sus criadas,


ni su ganado, ni cosa alguna de su prójimo.
Los judíos poseían ahora sus leyes; mas necesitaban un
sitio en el cual pudieran adorar juntos a Jehová. Por lo tanto,
Moisés ordenó que se construyera un Tabernáculo, que, en
realidad, era una iglesia, edificada con paredes de madera
cubiertas por un techo. Años más tarde, cuando los erra-
bundos vivieron una vez más en las ciudades, reconstruye-
ron el Tabernáculo original, con ladrillos, mármol y granito:
era el famoso templo de Jerusalén.
Era necesario contar con sacerdotes para que conduje-
ran los servicios en el Tabernáculo, de acuerdo con la litur-
gia. Como los Hombres de la tribu de Leví habían
permanecido junto a Moisés cuando prohibió la adoración
del becerro de oro, fueron elegidos como sacerdotes. A tra-
vés de toda la historia judía los vemos figurar como "levitas".
En cuanto a Moisés, se convirtió a sí mismo en el rey sin
corona de los judíos sobrevivientes. Procediendo de acuerdo
con el consejo que su suegro le había dado hacía mucho
tiempo, manifestó que a él solo le estaba permitido ir a pre-
sencia de Jehová, siempre que fuese necesario que se impar-
tiera alguna orden divina a los fieles.
Además, ordenó que, después de su muerte, esta elevada
función pasase a manos de su hermano Aarón, a sus hijos y
nietos hasta la consumación de los siglos.
A menudo, durante el viaje en el desierto, Moisés había
sufrido porque los hombres y las mujeres de las diferentes
familias, apenas sabían a quién reconocer como su jefe in-
mediato. Por lo tanto, Moisés dividió al pueblo en ciertos

84
HISTORIA DE LA BIBLIA

grupos definidos, sobre cada uno de los cuales colocó a un


líder de confianza, a quien llamó juez y que se encargaría de
atender las pequeñas quejas y de poner en orden los insigni-
ficantes motivos de disputa, de manera tal que el pueblo
pudiese vivir junto como buen vecino.
Sólo cuando todo esto estuvo hecho, dio la orden de le-
vantar el campamento. Una elevada columna de nubes, que
durante más de un año había flotado delante de los errabun-
dos y que les había señalado la ruta en el desierto, se asentó
ahora sobre el cofre santo o arca, en el cual fueron llevadas
las tablas sagradas de los Mandamientos. Los levitas tomaron
su carga santa, que por siempre iba a estar en el centro del
templo y los siete mil hombres, mujeres y niños que queda-
ban, continuaron su camino.
Pero, a medida que se acercaban a la vieja tierra de sus
antepasados, crecían sus dificultades. La esposa de Moisés,
Séfora, había fallecido y él casó con una mujer de la tribu de
los cushitas. Para los judíos, ella, a quien odiaban y a la que
demostraban abiertamente su desagrado, era una extranjera.
En sus dificultades, a Moisés no lo apoyaban ni siquiera su
hermano o su hermana, a quienes les había asignado altos
puestos en el nuevo Estado recién fundado. Pues eran envi-
diosos y deseaban honores para sí, y se lo manifestaron a
Moisés, quien, disgustado, llevó a Aarón a la cima del monte
Hor y allí lo despojó de todos sus cargos.
Finalmente, cuando estuvieron casi a la vista de Canaán,
sufrieron muchísimo por las culebras que infestaban el país.
Entonces Moisés hizo una larga culebra de cobre y la colocó

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

en una elevada estaca, para que toda la gente la pudiera ver.


Entonces, la picadura mortal se tornó inocua.
Pero, cuanto más se acercaban. las tribus al río Jordán,
mayor agresividad cobró la actitud de sus enemigos. El cam-
pamento judío poblóse pronto de historias acerca de hom-
bres enormes y terribles, a quienes se los llamaba hijos de
Anac y que ocupaban ahora las viejas granjas de Abrahán, las
cuales Moisés pensaba reclamar como beneficio exclusivo de
su propio pueblo.
Para poner fin a estos cuentos de hadas, Moisés eligió
un hombre de cada una de las doce tribus y los envió para
que reconocieran la tierra que iban a conquistar. Después de
un momento, Josué - que siempre estaba al corriente de las
cosas íntimas – y Caleb - joven de la tribu de Judá - regresa-
ron llevando un enorme racimo de uvas, que habían encon-
trado en un valle llamado Eshcol. Informaron que la tierra
era muy fértil; que abundaban la leche y la miel. Por su-
puesto que este país no podía ser arrebatado a los ocupantes,
sin que mediara una lucha. Pero ellos estaban bien seguros
de que los judíos podían derrotar a sus enemigos y aconseja-
ron un avance inmediato.
Mas el pánico ya se había apoderado de las tribus, que
habían marchado largo tiempo. Habían sufrido hambre, ca-
lor y sed, y tolerado las culebras; ahora se les exigía que se
expusieran a la furia mortal de los hititas, los jebusitas, los
amoritas, los cananeos y los amalecitas. Ya era demasiado,
así es que se rebelaron una vez más.
Muchas personas exaltadas defendieron abiertamente el
regreso a Egipto. Hubo no poca gritería y bastantes discur-

86
HISTORIA DE LA BIBLIA

sos. En vano, Moisés, Aarón - que había reconquistado un


poco su valor- y el arrojado Josué, trataron de persuadir a
sus seguidores que no era posible una retirada en tales cir-
cunstancias. El pueblo había perdido la razón; estaba cansa-
do de viajar eternamente; ansiaba paz, aunque fuese la paz
del cautiverio.
Entonces Jehová enfadóse; se le había agotado la pa-
ciencia. Se oyó su voz desde la cúpula del tabernáculo. Los
judíos - dijo - habían desobedecido insistentemente su vo-
luntad. Como castigo por la falta de fe, fueron condenados a
deambular en el desierto durante cuarenta años.
Aun entonces, unas pocas almas cándidas trataron de
avanzar por su propia cuenta; mas fueron asesinados por los
cananeos y los amalecitas.
Pero los demás aceptaron su suerte. Dieron su espalda a
la Tierra Prometida y, durante cuatro décadas, deambularon
a través del desierto, pues eran pastores, como lo habían sido
antes que ellos, sus grandes caudillos: Abrahán e Isaac.
Poco a poco, sus hijos perdieron todo recuerdo de los
días que sus padres habían pasado en Egipto, e impulsados
por las circunstancias, retornaron a las maneras simples de
sus antepasados.
Eso fue lo que Moisés había tratado de lograr desde el
comienzo. Tenia, pues, motivos para estar contento, ya que
había cumplido su tarea.
Y, en cuanto a este gran profeta, que había proporcio-
nado a los hijos de Jacob ciertas leyes que han sobrevivido
hasta hoy, se estaba tornando viejo y muy fatigado. Al per-
catarse de que se acercaba su fin, nombró a Josué su sucesor,

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

en lugar de Aarón, quien también era muy anciano y hallába-


se debilitado. Ascendió entonces a la cima del monte Pisga,
situado en la margen oriental del mar Muerto.
Falleció solo y nadie sabe dónde yace su cadáver.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

8
Descubriendo nuevas praderas

Y AHORA comenzó la gran guerra por la conquista de


una nueva tierra de residencia. El puñado de judíos atemori-
zados, que una generación atrás habían huido del cautiverio
de Egipto, estaban ahora unidos en un formidable ejército de
cuarenta mil hombres.
Por doquier se podía ver el rojo resplandor de sus fo-
gatas contra el cielo de la noche. No era de extrañar que el
pueblo que vivía en la otra margen del Jordán, se sintiese
atemorizado y que comenzara a colocar a su país en estado
de defensa.
Pero Josué, ex-lugarteniente de Moisés, que había reem-
plazado a su amo como generalísimo, era un líder cauteloso,
que no estaba dispuesto a dejar nada librado a la casualidad,
de manera que, antes de cruzar el río y penetrar en territorio
enemigo, trazó sus planes con toda deliberación.
Había establecido sus cuarteles en la aldea de Sittim,
desde la cual envió a dos hombres a Canaán, con el objeto
de que se informaran sobre el estado general de la tierra.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Los espías abandonaron el campamento judío y marcha-


ron hacia la ciudad de Jericó, que era la fortaleza más im-
portante de esa parte del territorio, la cual debía ser
capturada antes de que se pudiera efectuar cualquier otro
progreso.
Los dos soldados judíos se deslizaron a través de sus
puertas y penetraron en Jericó, donde pasaron todo el día
hablando con el pueblo, estudiando la fortaleza de los muros
de la ciudad y escuchando narraciones acerca de la conducta
y el espíritu de los soldados. Al llegar la noche, se dirigieron
al hogar de una mujer llamada Rahab, quien no era muy per-
sonal en la elección de sus amigos. Les brindó una habita-
ción a los forasteros; mas no formulóles pregunta alguna.
Pero, en una forma otra, la presencia de los dos extranjeros
había llegado a conocimiento de las autoridades, de manera
que la policía no tardó en hallarse sobre la pista de los intru-
sos. De inmediato, las sospechas recayeron sobre Rahab,
mujer que no gozaba de buena reputación y cuya casa era
siempre registrada, antes que cualquier otra, toda vez que
surgía alguna dificultad o cuando algún suceso despertaba
sospechas.
Sin embargo, Rahab resultó ser mucho mejor de lo que
cualquiera tenía motivos de esperar. Cuando oyó que gol-
peaban a su puerta, se apresuró a llevar a los judíos a la azo-
tea de su casa, donde los ocultó debajo de una hacina de
lino. Como las azoteas de las casas eran usadas para secar
dicho cereal, ,la policía no advirtió nada fuera de lo corriente,
de manera que se retiró, dirigiéndose a otra parte de la ciu-
dad. Pero no hallando a ninguna persona sospechosa llegó a

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HISTORIA DE LA BIBLIA

la conclusión de que había sido mal informada, como ocurría


con mucha frecuencia. Regresó a sus cuarteles y pronto la
ciudad quedó en calma.
Entonces Rahab regresó a la azotea, llevando una cuer-
da de cáñamo fresco, rojo vivo.
- Con esta cuerda - les dijo a sus prisioneros involunta-
rios - los haré bajar a la calle. Podrán huir con facilidad, pues
las puertas ya no están custodiadas. Una vez fuera, huyan a
las montañas y aguarden la oportunidad de cruzar el río. Mas
recuerden una cosa: hoy he salvado vuestras vidas, de mane-
ra que, cuando vuestro pueblo capture a Jericó (como pro-
bablemente lo hará), espero que me concedan mi propia
seguridad, así como la de mi familia y amigos. Queda conve-
nido.
Por supuesto que los espías mostráronse dispuestos a
prometer cualquier cosa.
Le dijeron a Rahab que alargara la cuerda roja por el al-
féizar de la ventana de la casa, cuando entraran en la ciudad
las tropas de Josué. Esta sería una advertencia para los sol-
dados, en el sentido de que se trataba de la casa de un amigo
y que sus residentes debían ser respetados.
Rahab estuvo de acuerdo. Ató la cuerda a una de las vi-
gas del techo y los espías se deslizaron hacia la calle. Ignoro
cómo lograron salir de la ciudad, pero tan pronto como es-
tuvieron fuera, se los descubrió otra vez. Corrieron todo lo
más rápido que les fue posible, llegaron a las montañas, y,
tres días más tarde, tuvieron la oportunidad de cruzar a nado
el Jordán.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

El resto de su viaje no ofreció dificultades. Pronto se


hallaron de nuevo entre su propio pueblo y narraron las ex-
periencias a su general.
Al enterarse Josué de que el pueblo de Jericó hallábase
presa del temor, decidió lanzar su ataque tan pronto como
pudiese cruzar el río con sus hombres.
Tal faena resultó inesperadamente fácil, porque cuando
los sacerdotes que, como de costumbre, llevaban el arca a la
cabeza de las tropas, habían llegado a las márgenes del Jor-
dán, las aguas dejaron de fluir. Los sacerdotes y su carga
santa se ubicaron en medio del lecho del río, y permanecie-
ron allí hasta que los soldados llegaron, a salvo, a la otra ori-
lla. Pocos minutos más tarde se reanudó la corriente y todo
permaneció tal como había estado antes. Por fin, los judíos
estuvieron de vuelta en la tierra que había sido hogar de sus
mayores.
Luego de una corta marcha, el ejército hizo alto cerca de
la aldea de Gilgal: era el día de Pascua.
Muchas cosas habían acaecido durante esos cuarenta
años, desde que celebraron la fiesta santa entre las inmensas
arenas del desierto de Sinaí. Había, pues, motivo de gratitud.
Pero mucho restaba por hacer. Más allá de esos agrada-
bles campos, donde los soldados gozaron de la fiesta, se
alzaba Jerico. Capturar semejante ciudad, sin que mediase un
sitio prolongado, parecía imposible.
Josué, el siempre precavido, no ignoraba que no le sería
posible contar con su propia fuerza solamente. Por consi-
guiente, rezó.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Pidió ayuda a Jehová. Y El envió un ángel, que le dijo al


general judío qué debía hacer.
Después, todas las mañanas, durante seis días seguidos,
el ejército de los invasores marchó, con lentitud, en torno a
los muros de Jericó.
A la cabeza de la procesión iban siete sacerdotes, sobre
cuyos hombros llevaban el arca y durante todo el tiempo
soplaban trompetas fabricadas con cuernos de carneros.
El séptimo día, marcharon siete veces alrededor de la
ciudad. Pero, de pronto, se detuvieron. Los sacerdotes so-
plaban sus trompetas hasta que las venas de sus sienes ame-
nazaron estallar y todos los soldados entonaban palabras de
alabanza a su Dios.
En ese momento, Jehová cumplió su promesa.
Los muros de Jericó derrumbáronse como nieve derre-
tida ante los primeros rayos calientes del sol de la primavera.
La poderosa ciudad estaba a merced de los judíos.
Mataron a todos los habitantes, hombres, mujeres y ni-
ños, vacas, ovejas, perros y todo ser viviente, con excepción
de Rahab y sus amigos. Luego tomaron posesión de las rui-
nas de la ciudad y se prepararon para la próxima campaña;
porque ahora parecía que toda la tierra situada entre ellos y el
mar Mediterráneo estaba a su merced.
Pero, ¡ay!, no todo estaba bien dentro del campamento
de Josué. La expedición, que había comenzado tan bien, fue,
de pronto, amenazada por la derrota.
Poco antes del ataque, Josué había impartido unas ins-
trucciones finales, prohibiendo terminantemente a los solda-
dos tomar cualquier clase de botín.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Todo debía ser entregado de inmediato al Tabernáculo.


La mayor parte de los hombres habían obedecido la or-
den; pero un soldado, llamado Acán, perteneciente a la tribu
de Judá, hurtó unos cientos de piezas de plata y oro, y algu-
nas ropas, habiéndolos ocultado debajo del piso de su tienda.
Por supuesto que Josué no pudo enterarse de ello, de
manera que continuó su marcha rumbo al Oeste, confiando
plenamente en que Jehová continuaría proporcionándole su
apoyo para lograr la victoria. Pero, aunque el pueblo de Hai
estaba muy atemorizado por las cosas terribles que les ha-
bían acontecido a sus vecinos de Jericó, no se rindieron. Y,
tan pronto como atacaron los judíos hicieron irrupción y
abrieron brechas en las filas de los invasores, obligándolos a
retirarse en gran desorden y con severas pérdidas en hom-
bres.
Luego Josué comprendió que alguien había sido infiel:
reunió a todos los sobrevivientes de la derrota y les comuni-
có lo que sospechaba. Pidió al culpable que confesase para
que los otros se salvaran. Sin embargo, Acán tuvo la espe-
ranza de salir del paso mintiendo, así es que no se adelantó,
como debiera haberlo hecho. Después de un momento,
cuando parecía que nadie estaba dispuesto a dejar que las
culpas recayeran sobre sí, Josué decidió delatar al ladrón
echando suertes. Y ellas señalaron a Acán como culpable. Se
lo obligó, pues, a denunciar dónde había ocultado los obje-
tos hurtados, los cuales fueron echados al fuego.
Realizada tal operación, los soldados lanzáronse sobre
Acán y lo mataron.

94
HISTORIA DE LA BIBLIA

Durante largo tiempo después, una pila de piedras, en el


valle de Acor, recuerda al transeúnte la muerte del primer
soldado judío que se atrevió a desobedecer las leyes de Jeho-
vá.
Josué replegó sus trepas y luego trazó los planes para un
nuevo ataque contra la desafiante ciudad.
Dividió su ejército en dos partes. Durante la noche,
treinta mil hombres se ocultaron en Bethel, en las afueras de
Hai. Luego, cinco mil más se agregaron a esas fuerzas.
Con otros cinco mil, Josué marchó audazmente hacia
las puertas de Hai. La guarnición, al ver ese pequeño grupo
de judios, creyó que tenía que habérselas con el resto de las
mismas fuerzas que habían derrotado pocos días antes. Rie-
ron y salieron de los muros de la fortaleza para castigar esa
temeridad a campo abierto, donde es más fácil matar al ene-
migo. Pero Josué no los espero; seguido por sus soldados
huyó en dirección a las montañas. Luego, los hombres de
Hai dejaron de lado toda prudencia y se encontraron pronto
en una angosta garganta, donde Josué los detuvo.
Agitó un trozo de género, colocado en el extremo de
una lanza, como señal para los hombres que estaban embos-
cados en las montañas occidentales, quienes salieron preci-
pitadamente de sus trincheras y atacaron la retaguardia de los
haítas. Cogidos entre dos fuegos, los paganos se encontraron
a merced de los judíos.
Pocas horas más tarde, todos estaban muertos. Y, en
cuanto a Hai, fue capturada sin ninguna dificultad, pues las
puertas de la ciudad estaban abiertas de par en par.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Los habitantes - hombres, mujeres y niños - compartie-


ron la suerte del pueblo de Jericó: fueron muertos y su ciu-
dad, incendiada. Esa noche, el enrojecido cielo de Canaán
reflejó, por segunda vez, la llegada de este nuevo y victorioso
invasor, que exigía todo Canaán como su propiedad y que no
demostró piedad hacia quienes se atrevían a oponerse a su
voluntad.
En su temor, unas pocas ciudades cananeas trataron de
escapar a su última suerte valiéndose de la estrategia.
Una de ellas casi lo logró; era ésta la ciudad de Gabaón.
Los judíos - argüían los gabaonitas - han venido aquí a esta-
blecerse para toda la vida y son tan poderosos, que no po-
demos luchar contra ellos, de manera que tendremos que
arreglarnos en la mejor forma que nos sea posible. Pronto
serán nuestros vecinos. Hagámosles creer que nuestra ciudad
se encuentra, en realidad, a mil kilómetros. En ese caso, qui-
zá hagan un tratado con nosotros y nunca descubran que ella
se halla frente al camino principal.
Era una manera sensata de razonar y, al principio, re-
sultó satisfactoria. Luego, un atardecer, llegó de la ciudad de
Cabaón una delegación de personas, al campamento de los
judíos, y solicitaron ser llevadas a la tienda de Josué.
Los pobres hombres se encontraban en un lamentable
estado fatiga, a tal punto que apenas podían caminar; tenían
las ropas abiertas de fango y parecían exhaustos por la falta
de agua. Llevaban un poco de comida; pero estaba enmohe-
cida. Explicaron que se les había echado a perder durante los
días y días que se habían visto obligados a marchar, antes de
llegar al campamento hebreo.

96
HISTORIA DE LA BIBLIA

Josué creyó el relato.


Interrogó a los hombres de dónde procedían y le repu-
sieron que de la ciudad de Gabaón, situada tan lejos del
campamento judío, que los mensajeros casi murieron en el
camino.
Luego manifestaron que sus conciudadanos deseaban
vivir en paz con los recién llegados, con quienes les agradaría
concluir un tratado de amistad, y que sería fácil vivir en paz
con gente cuya ciudad se hallaba a mil kilómetros de distan-
cia.
Sus palabras parecían razonables, de manera que Josué
cayó en la trampa, y descubrió, demasiado tarde, que Ga-
baón se hallaba precisamente en la ruta que él se proponía
seguir. Había prometido perdonar la vida de los gabaonitas y
no podía faltar a su palabra; pero, en su ira, los condenó a
ser esclavos de los judíos para toda la vida.
Así, pues, aunque los gabaonitas y sus hijos fueron per-
donados, se convirtieron en cortadores de leña y aguateros, y
tuvieron que trabajar, en beneficio del los judíos, sin recibir
jornal alguno. Era ésta una triste suerte; mas aun peor era lo
que siguió tan pronto como las otras tribus de Canaán se
enteraron de lo que había acontecido.
Estas no eran cobardes y se hallaban dispuestas a pelear.
Jericó y Hai habían sido destruidas, y ahora una poderosa
ciudad, una posible aliada en la defensa, se rendía sin dispa-
rar una sola flecha. Era absolutamente trágico y merecía un
severo castigo antes de que otras siguieran ese cobarde
ejemplo.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

De inmediato, bajo la dirección de Adonisedec, rey de


Jerusalén, cinco soberanos hicieron un tratado y prometieron
hacer causa común contra los judíos y contra todos aquellos
que aceptaran su dominio. Reunieron sus ejércitos, mar-
chando contra Gabaón, para castigar a la ciudad por su per-
fidia.
Los gabaonitas, cogidos entre dos peligros, enviaron
mensajeros a Josué solicitando su ayuda.
El jefe judío no ignoraba que ésa sería una batalla deci-
siva. Llegaron a marcha forzada a las cercanías de Gabaón,
mucho antes de que los aliados se enterasen siquiera de su
presencia, sorprendiéndolos completamente desprevenidos.
No libróse batalla alguna, pues las tropas de los cinco reyes
huyeron. En cuanto a los propios monarcas, trataron de
ocultarse en una cueva y esperar que la persecución de los
judíos no fuese tan minuciosa como para hallarlos.
Mas fueron descubiertos.
Algunas enormes piedras fueron colocadas contra la bo-
ca de la cueva y, en esta forma, la misma quedó convertida
en prisión, en tanto que los hombres de Josué continuaron la
persecución de sus enemigos, para luego entendérselas li-
bremente con sus reyes.
Entretanto, sin embargo, las fuerzas aliadas habían re-
conquistado algo de su valor. Comprendieron también que
se hallaban empeñados en una gran batalla por la libertad y la
independencia.
Hicieron alto, pues, y opusieron una resistencia desespe-
rada. Si sólo podían mantenerse durante unas pocas horas,
caería la noche y les sería posible huir.

98
HISTORIA DE LA BIBLIA

Josué necesitaba una victoria de inmediato o todo esta-


ría perdido. Pidió, pues, ayuda, una vez más. Jehová ordenó
en seguida que se detuviera el sol sobre Gabaón y que la luna
permaneciese en el valle de Ajalón.
En esta forma, fue pleno día durante doce horas más.
Las tropas judías pudieron continuar sus ataques, lograron la
victoria y, cuando, por fin, se ocultó el sol, los hijos de Israel
eran amos de toda la tierra de Canaán.
Aun entonces no descansaron, sino que volvieron a la
cueva donde se encontraban prisioneros los líderes aliados.
Tomaron a los reyes de Hebrón, Lachis, Eglón, Jerimot y
Jerusalén, y los mataron, como ejemplo para los treinta go-
bernantes extraños de Canaán que, poco después, se rindie-
ron en los términos que Josué deseó imponerles.
Entonces Josué descansó sobre sus laureles.
En Silo, situada entre Sichem y Gilgal, construyó un ta-
bernáculo para que la ciudad se convirtiera en centro espiri-
tual de la nueva nación judía.
En cuanto al territorio conquistado, fue dividido entre
las tribus que habían compartido por igual los sufrimientos
del desierto y que eran ahora recompensadas, en la misma
forma, por su valor y resistencia.
Así, los judíos hallaron, por fin, un hogar propio. Des-
pués de muchos siglos de vida urbana e interminables viajes
por el desierto, pudieron retornar a las sencillas formas de
vida de sus antepasados, tal como lo deseó Moisés.
Ya no se veían obligados a vivir en los barrios bajos de
las ciudades egipcias, sino que volvieron a ser pastores.

99
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Cada persona contaba con una pequeña parcela de tierra


y cada familia, con una casa que era su castillo.
Y las dispersas tribus de épocas anteriores formaban
ahora una vigorosa nación que reconocía un ideal común: la
adoración de Jehová, Amo del Cielo y de la Tierra, que los
había sacado de la esclavitud y llevado a la independencia de
un poderoso estado.

100
HISTORIA DE LA BIBLIA

9
La conquista de Canaán

LA tierra había sido conquistada y los habitantes origi-


narios, muertos o convertidos a la esclavitud. Pero muchas
cosas faltaban por hacer antes de que los judíos se convirtie-
ran, en realidad, en los reconocidos amos de toda Palestina,
tal como ahora llamamos a la parte occidental del Asia que
se extiende a lo largo de las costas mediterráneas.
Josué había muerto, de una muerte pacífica, a una edad
muy avanzada. Las tribus lo habían sepultado, con gran so-
lemnidad, decidiendo no nombrar sucesor.
Ahora que la lucha había terminado, parecía absoluta-
mente necesario contar con un generalísimo. Los altos sa-
cerdotes de Silo interpretarían, sin duda, las leyes de Jehová,
siempre que se presentara la ocasión. Entretanto, la elección
de un nuevo líder militar sólo despertaría la vieja rivalidad
entre las diversas familias prominentes. Además, se habían
suscitado tantas luchas durante esos años, que el pueblo an-
siaba desentenderse de todas las cuestiones militares. Soñaba
con la paz y hablaba de arados.

101
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero pronto se puso de relieve que una nación - una


nueva nación, en particular,- rodeada de enemigos por los
cuatro costados, no podía sobrevivir a menos que existiera
aunque más no fuese, un jefe nominal.
Los reyezuelos de Canaán habían constituido contrin-
cantes fáciles para las tropas bien adiestradas de Moisés y
Josué. Pero, al otro lado de la frontera occidental, vivían
poderosos gobernantes del valle de la Mesopotamia, y, uno
de ellos, el monarca de Babilonia, fue, desde el comienzo,
una seria amenaza para la seguridad del joven Estado judío.
Cuando marchó contra Canaán y capturó varios distri-
tos exteriores, los judíos se vieron obligados a reconocer su
decisión original. No estaban muy inclinados a convertir a su
Estado en un reino, pero aceptaban tácitamente el dominio
absoluto de un solo líder a quien llamaban "juez". (Después
de dos o tres siglos, el poder de los jueces fue aumentado
considerablemente y de ese elevado puesto surgió el reino
judío del cual hablaremos en los próximos capítulos).
El primero de estos jueces era un tal Otoniel, que había
conquistado reputación como oficial a cuyo mando copóse a
la ciudad de Kirjath-Sepher, capital de los gigantes anakim2
quienes habían atemorizado a los partidarios de Moisés, por
su tamaño y su fuerza. Pero ahora estaban muertos o reduci-
dos a la pobreza y tan inofensivos como nuestros indios.
Otoniel tenía aún otro timbre de honor: había casado con la
hija de Caleb, que cuarenta años atrás, junto con Josué, había
ido a la tierra de Eshcol, como enviado secreto de Moisés.

2 Anakim, significa, en hebreo, “cuello largo”. – N. Del T.

102
HISTORIA DE LA BIBLIA

Otoniel logró rechazar a las tropas babilónicas del te-


rritorio judío y, por lo tanto, fue rey sin corona de la nación
durante casi treinta años.
Pero, cuando murió, los judíos volvieron a su vieja indi-
ferencia. Casaron con las hijas de sus vecinos paganos. Eli-
gieron sus esposas entre los pocos sobrevivientes de los
viejos habitantes de Canaán. Y los hijos de tales uniones
estaban inclinados a hablar la lengua y a adorar los dioses de
sus madres. En suma: los judíos olvidaron que Jehová había
sido su líder en los días de dificultades, y que sin El eran tan
sólo una pequeña tribu semita que estaba enteramente a
merced de sus vecinos más poderosos.
Como resultado de ello, perdieron rápidamente el senti-
do del destino común que había sido el primero y más im-
portante punto en el programa nacionalista de Moisés.
Comenzaron a disputar entre ellos y, cuando las noticias de
las luchas internas llegaron a sus siempre alertas vecinos, los
pueblos de Moab y Ammón, y los muy temidos amalecitas,
concertaron una alianza y, en breve tiempo, reconquistaron
la tierra que pocos años antes habían perdido a manos de
Josué.
Los ejércitos judíos fueron derrotados y a ello siguió un
nuevo período de esclavitud, que duró casi dos décadas, y
durante el cual las tribus hebreas reconocieron a Eglón, rey
de Moab, como amo.
Un tal Eúd, miembro de la tribu de Benjamín, libró por
fin al pueblo de la esclavitud.
Eúd era zurdo, lo cual le brindó una ventaja inesperada.
Ocultó una espada en el lado derecho de su manto; por su-

103
HENDRIK WILLEM VAN LOON

puesto que a ningún soldado de la guardia de Eglón se le


ocurriría buscar un arma en el sitio contrario al que deba
estar.
Así preparado, Eúd solicitó ser llevado a presencia de
Eglón, diciendo que era portador de cierta información se-
creta, y que debía permanecer unos instantes solo con Su
Majestad. Eglón; suspicaz como todos los tiranos orientales,
aguardaba enterarse de la noticia de alguna revolución inmi-
nente, de manera que hizo salir a su séquito. Tan pronto
como cerróse la puerta, Eúd extrajo su espada. Eglón saltó
de su trono y trató de defenderse; pero era demasiado tarde:
el arma de Eúd estaba introducida en su corazón; y cayó
muerto.
Esa fue la señal de una rebelión general contra los moa-
bitas. Una vez que fueron desalojados, Eúd fue elegido juez
de Israel en reconocimiento de sus servicios, y su pueblo
gozó, una vez más, de un breve lapso de paz y relativa inde-
pendencia.
En rápida sucesión, un juez siguió a otro. Eran, invaria-
blemente, hombres de carácter fuerte, que pasaban sus días
luchando contra los paganos, a lo largo de la frontera. Si
hubieran vivido en aquellos días, estoy seguro de que el ca-
pitán John Smith y Daniel Boone se habrían encontrado
entre los mejores jueces judíos.
Por desgracia, la guerra fronteriza suele ser muy bru-
tal.Siempre que los filisteos incendiaban una aldea hebrea,
los judíos se vengaban haciendo lo propio con dos aldeas
filisteas.

104
HISTORIA DE LA BIBLIA

Entonces los filisteos, se creían en el derecho de despo-


jar tres aldeas israelitas y los judíos, por su parte iban más
lejos y saqueaban cuatro aldeas filisteas. Era una intermina-
ble cadena de mutuos crímenes, durante la cual se lograron
muy pocas cosas de importancia.
Pero casi todos los países, durante su primer período de
colonización, pasan por una agonía de efusiones de sangre
semejantes. Sería tonto, por consiguiente, culpar a los judíos
por ciertos crímenes que no son, en modo alguno, típicos de
determinada raza humana.
Como hemos estudiado el Viejo Testamento con tanto
cuidado, sabemos más la historia judía que la de los babilo-
nes, los asirios o los hititas. Esa es la gran diferencia. Porque,
sin duda, aquellos otros habitantes del Asia occidental no
eran un ápice mejor que sus vecinos hebreos. Y, luego de
esta pequeña digresión, retornemos a las narraciones del
Libro Sagrado.
A medida que transcurría el tiempo, la guerra adquiría
mayor violencia a lo largo de la frontera, y hasta las mujeres
eran llamadas a colaborar. Las pequeñas ciudades de Canaán
ya no constituían una amenaza. Una por una habían sido
conquistadas y destruidas. Sin embargo, un enemigo conti-
nuaba siendo tan peligroso y amenazador como antes: ese
enemigo era Filistea.
En las páginas que siguen veremos con frecuencia el
nombre de los filisteos. Contrariamente a los judíos y a otros
habitantes del Asia occidental, aquéllos no pertenecían a la
raza semita.

105
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Eran cretenses y abandonaron su isla nativa después de


la destrucción de Cnosa, la famosa ciudad de la antigüedad
que, durante casi mil años, había sido el centro del mundo
civilizado.
Cómo, porqué y por quién había sido destruida la ciu-
dad no lo sabemos. Los sobrevivientes de la tragedia huye-
ron por mar. Ante todo, habían tratado de establecerse en el
delta del río Nilo. Los egipcios, empero, los habían desaloja-
do.
Luego, navegaron rumbo al Oeste y, siguiendo la costa
de Asia, habían ocupado una angosta franja de tierra situada
entre el Mediterráneo y las montañas de Judea occidental,
que acababan de ser conquistadas por Josué.
Por supuesto, que a las tribus judías les habría gustado
poseer algunos puertos de mar y los filisteos deseaban toda
la tierra hasta el río Jordán. Esto llevó a interminables luchas
entre los Estados judíos, encerrados en tierra, y sus vecinos
filisteos, navegantes. Pero, como los cretenses estaban mu-
cho más adelantados que sus vecinos asiáticos, en las artes
de la paz - y por lo tanto en las de la guerra,- no era posible
para las rudas tribus de Israel hacer progresos contra sus
enemigos de Filistea, Filistina o Palestina, como hoy llama-
mos a ese país.
Muchas de las batallas más famosas del Viejo Testa-
mento ocurren durante ocho siglos de contiendas entre los
dos grandes competidores por la costa mediterránea y casi
invariablemente a los ex-cretenses, con sus escudos de co-
bre, sus espadas de hierro y sus carros armados - especies de
tanques antiguos,- les era posible derrotar a los judíos, cuyos

106
HISTORIA DE LA BIBLIA

escudos de maderas, flechas de piedra puntiaguda y hondas,


sólo ocasionalmente los libraban de la derrota.
Empero, de cuando en cuando, siempre que las tribus
he- . breas tuviesen conciencia del hecho de que luchaban
por la causa de Jehová, lograban una victoria, una de las
cuales tuvo lugar durante la vida de Débora, la profetisa.
Samgar, el juez, acababa de morir. Inmediatamente, los
soldados del rey Jabín habían marchado a través de la fronte-
ra; hurtado el ganado; muerto a los hombres y llevado consi-
go a las mujeres y a los niños. El ataque merecía una
venganza; mas, ¿quién guiaría a los judíos?
Los ejércitos de Jabín estaban comandados por un ex-
tranjero llamado Sisara, que parece haber sido un egipcio que
se dirigió al Norte para hacer carrera. Como muchos solda-
dos profesionales, estaba bien al tanto de los métodos más
modernos del arte de la guerra, de manera que organizó
cuerpos especiales de carros blindados, tirados por caballos,
que se precipitaban a través de las filas judías, con la facilidad
con que un cuchillo corta la manteca. Se decía que Sisara no
contaba con menos de novecientos de estos vehículos. Este
número era quizás algo exagerado, pero el egipcio era lo
suficientemente poderoso como para amenazar al joven Es-
tado judío, con el completo aniquilamiento, y despertaba
enorme temor en los valles y en las colinas de ambas márge-
nes del río Jordán.
Ahora bien; en esa época, vivía cerca de la aldea de
Bethel una mujer llamada Débora, que gozaba de ese extra-
ño don que había hecho a José tan famoso cuando niño;
podía pronosticar el futuro.

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

No es de extrañar, pues, que la gente fuese de todas


partes del Asia occidental a solicitarle consejo, antes de em-
prender viaje, marchar a la guerra, emprender un nuevo ne-
gocio o casarse.
A ella se dirigían los judíos para interrogarla sobre lo
que debían hacer. Afortunadamente, Débora era una mujer
valerosa y no les manifestó a sus conciudadanos que se rin-
dieran. Antes al contrario, les dijo que luchasen.
Envió un mensaje a la tribu de Neftalí, solicitando que
fuese a verla un hombre llamado Barac, quien gozaba de
cierta reputación local como soldado. Pero, cuando la mujer
le dijo que marchara intrépidamente contra Sísara, vaciló.
- La lucha terminará en un desastre - dijo.- Nuestras
tropas no pueden resistir contra esos carros blindados.
Débora contestó que Jehová estaría con los ejércitos ju-
díos tan pronto como tomasen la ofensiva y los haría invisi-
bles. Pero Barac recordaba todavía la existencia de aquellos
novecientos carros armados y declinó el honor de ser gene-
ralísimo.
Presa de la desesperación, Débora le ofreció acompa-
ñarlo, si es que ello le infundía coraje. Y, al mismo tiempo, le
advirtió que entonces la gloria de la próxima victoria no seria
suya sino de una mujer.
Barac, por fin, cedió, ordenando a sus soldados que
abandonaran la segunda fortaleza del monte Tabor.
Sísara había extendido su línea de carros en las llanuras
de Jezreel, donde atacó a los judíos cuando descendieron de
las montañas. Jehová, empero, hallábase de parte de los ju-
díos, de manera que los ejércitos de Jabín, aunque libraron

108
HISTORIA DE LA BIBLIA

una lucha desesperada, estaban condenados a la destrucción.


Los pocos sobrevivientes del desastre huyeron y hasta el
poderoso Sisara fue obligado a abandonar su carro blindado
y huir a pie. Lo hizo rumbo al Oeste; pero, no estando
acostumbrado a este esfuerzo excepcional, pronto cansóse y
penetró en una casa situada a la vera del camino, solicitando
alimentos.
Era la vivienda de Heber, el kenita.
Heber estaba ausente; pero en su casa se hallaba su es-
posa, Jael, quien habíase enterado de la batalla, de manera
que supo que el hombre que se encontraba frente a ella de-
bía de ser Sisara, pues tenía aspecto de extranjero, su yelmo
era de oro y le impartió órdenes como persona acostumbra-
da a hacerlo. Por consiguiente, Jael le dio su bienvenida,
proporcionándole alimentos y agua. Luego como el hombre
estaba completamente exhausto, le dijo que podía descansar
sobre la alfombra, en el piso. Entretanto, le prometió que
permanecería alerta y que, si algún soldado judío se acercaba
a la casa, se lo advertiría enseguida, a fin de que tuviese
tiempo suficiente para ponerse a salvo.
Sisara creyó todo lo que Jael le dijo y pronto estuvo pro-
fundamente dormido.
Entonces la mujer tomó una estaca de las usadas en
aquella época para sustentar las tiendas y se la introdujo en la
sien, matando así a su enemigo en el piso de su propio ho-
gar. Después se echó a correr hacia donde estaban los solda-
dos de Barac y les contó, orgullosa, lo que acababa de hacer.
En esa forma terminó la historia, pues Jabín, sin su ge-
neral de confianza, fue obligado a hacer la paz, y una vez

109
HENDRIK WILLEM VAN LOON

más, los judíos estuvieron en libertad; sintiéronse muy orgu-


llosos de lo que Jael y Débora habían hecho por ellos y les
prodigaron grandes honores.
Por desdicha, parece que esos períodos de relativo des-
canso han sido muy malos para la moral general del pueblo.
La adoración de Jehová, tal como la había ordenado Moisés,
exigía eterna vigilancia. Pero no es fácil interesarse por los
asuntos espirituales cuando nuestras vidas son cómodas y no
tenemos ninguna preocupación en todo el mundo, aparte del
problema de cómo gastar el dinero en la forma más agrada-
ble posible.
Y esas historias, que han llegado hasta nosotros desde
los días que siguieron a la derrota de Sisara, demuestran con
claridad cómo el gran Dios del desierto, castigado por los
vientos, había sido olvidado por completo y cómo sus leyes
fueron despreciadas por las jóvenes generaciones, que co-
men, beben y, por lo general, se divierten sin pensar en los
problemas del mañana.
Tomemos, por ejemplo, el desagradable relato de Mica,
el hijo único de una rica viuda que vivía en la aldea de
Efraín, quien hurtó dinero que pertenecía a su madre. Pero,
cuando ella se enteró de lo sucedido, no sólo lo perdonó,
sino que ordenó que el oro y la plata fuesen fundidos para
hacer un ídolo y regalárselo a su mimado hijo.
A Mica le agradaba el juguete brillante y tenía un peque-
ño tabernáculo dentro de su casa. Luego llamó a uno de los
miembros de la tribu de Leví - que eran los guardianes here-
ditarios del verdadero tabernáculo - para que fuese su sacer-

110
HISTORIA DE LA BIBLIA

dote privado y oficiara para él, con el fin de no tener que


abandonar su casa cuando desease ir a la iglesia.
Todo esto constituía una terrible ofensa inferida a las
antiguas leyes, tal como las había revelado Moisés.
Pero, un día, irrumpieron en su casa algunas personas
de la tribu de Dan, que viajaban hacia el Oeste, en busca de
verdes praderas para su ganado. Hurtaron el ídolo de oro de
Mica y se lo llevaron a su aldea.
En cuanto al levita que se suponía era el sacerdote de
Mica, huyó tan pronto como desapareció la imagen y ofreció
sus servicios al hombre que acababa de despojar a su amo.
Huelga decir que Jehová había sido ofendido, y que no
tardó en demostrar su resentimiento.
Envió contra la tierra de Israel a los madianitas, quienes
todos los veranos, con terrible regularidad, hurtaban la ceba-
da y el grano que había en los campos. Sembraban un terror
tal entre las aldeas judías, que los habitantes se acostumbra-
ron a huir a las cuevas de sus montañas tan pronto como las
bandas madianitas aparecían, permaneciendo allí durante
todo el invierno. Por último, en completa desesperación, ni
siquiera se molestaron en recoger la cosecha. Y pronto hubo
crisis en la tierra y la gente comenzó a morir de inanición.
Sólo de cuando en cuando un hombre de firme volun-
tad cultivaba sus campos y, entre ellos, se hallaba un tal Joas,
padre de Gedeón. El propio Joas no era muy fiel hacia las
leyes del país, pues también adoraba extraños dioses queri-
dos por los primitivos habitantes de la tierra. Empero, su
hijo, que, como Débora y José, podía hacer profecías, había
permanecido fiel al viejo credo.

111
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Cuando su padre erigió un altar a Baal, el joven Gedeón,


alentado por un sueño en el cual un ángel hacía que una roca
devorase ciertas materias alimenticias que había colocado
ante ella, se levantó en la mitad de la noche, derribó el desa-
gradable ídolo y, en el mismo sitio, erigió un altar en honor
de Jehová.
Por la mañana, cuando los habitantes de la aldea en que
Joas vivía descubrieron los trozos de piedra y comprendie-
ron lo que había acaecido, corrieron hacia su casa y exigieron
el castigo del muchacho por el terrible sacrilegio.
Afortunadamente, Joas era un hombre de cierto sentido
común, de manera que repuso que, si Baal era realmente tan
poderoso como afirmaba el pueblo, mataría, sin duda, a Ge-
deón por lo que había hecho. Pero éste continuó viviendo
absolutamente feliz y, al término de algunas semanas, cuan-
do nada había sucedido, los vecinos mudaron de opinión.
En esta forma, Gedeón, que empezó a ser conocido con el
nombre de Jerobaal (o en destructor de Baal y el altar), con-
virtióse en un héroe popular cuya fama se divulgó por otras
ciudades.
Cuando, por fin, los madianitas llegaron a ser demasiado
temerarios en sus ataques como para obligar a los judíos a
tomar la defensiva o perecer, fue absolutamente natural que
le pidieran a Gedeón ser su líder. Este reunió una especie de
ejército, en la antigua planicie de Jezreel y trató de adiestrarlo
para la próxima campaña. Empero, el espíritu de sus tropas
era muy malo, pues los soldados no estaban, en realidad,
interesados en la guerra y se habían tornado muy flojos. De-

112
HISTORIA DE LA BIBLIA

seaban volver a su cómoda cueva y preferían el hambre a los


trabajos físicos.
Cuando Gedeón les interrogó sí deseaban regresar a sus
hogares, la mayoría repuso:
-¡Sí, cuanto antes, mejor!
Los dejó, pues, ir a todos, menos a unos pocos miles
que parecían de entera confianza. Pero, aun en éstos no po-
día depositar su fe, de manera que solicitó a Jehová que le
diese una muestra de su aprobación futura. Colocó un vellón
de lana frente a su tienda. Por la mañana, cuando lo recogió,
el mismo hallábase humedecido por el rocío, mientras que el
pasto, sobre el cual estaba, permanecía seco. Esto significaba
que Jehová estaría con Gedeón en el próximo ataque y que
podía continuar con sus preparativos.
Gedeón hizo que su ejército efectuase una larga marcha.
Cuando los soldados estuvieron bien cansados, los envió al
río. Sólo trescientos - de un total de varios miles - sabían lo
suficiente del arte de la guerra como para observar la otra
orilla mientras bebían; al mismo tiempo, utilizaban las manos
para llevar el agua a sus bocas. Los demás se inclinaban hacia
adelante - como muchos animales sedientos - y lamían el
agua sin hacer más nada.
Gedeón eligió a esos trescientos. Los otros fueron re-
chazados, pues, cuando llegara la batalla, sólo constituirían
una molestia.
Los trescientos hombres fieles recibieron entonces ins-
trucciones. Gedeón les entregó a cada uno de ellos un cuer-
no de carnero y una antorcha, oculta dentro de cántaros
vacíos, para que no se pudiera ver la luz que despedían.

113
HENDRIK WILLEM VAN LOON

A medianoche, Gedeón condujo a sus hombres contra


los madianitas. Mientras corrían, soplaban sus cuernos y, a
una señal dada, rompieron los cántaros. La rápida luz de
tantas antorchas cegó a los madianitas, quienes fueron presas
del pánico - como pasa con frecuencia a los pueblos orien-
tales - y huyeron. En el campo de batalla quedaron miles de
muertos y heridos.
En cuanto a Gedeón, fue reconocido como rey sin co-
rona de los judíos, siendo su juez durante muchos años.
Pero, después de su muerte, se suscitaron muchas difi-
cultades, pues había casado varias veces, dejando una familia
muy numerosa. Apenas sepultado, sus hijos comenzaron a
reñir para ver quién lo sucedía. Uno de ellos, llamado Abi-
melec, era muy ambicioso; deseaba ser rey de todos los ju-
díos y creía poseer las condiciones necesarias. Tales jóvenes
rara vez son apreciados por quienes los conocen mejor. El
muchacho abandonó, pues, su hogar y marchó a la aldea de
Sichem, de la que procedían los parientes de su madre. Allí
comenzó a proyectar la obtención del trono. Carecía de fon-
dos, pero los sichemitas, quienes preveían la ventaja de sus
planes - si lograba éxito con ellos - le facilitaron un emprés-
tito, y, con el dinero, contrató a algunos degolladores profe-
sionales, para que asesinaran a sus hermanos.
En una sola noche, todos los hijos de Gedeón fueron
eliminados, excepto el menor, llamado Jotham, que huyó y
refugióse en las montañas. Empero, Abimelec fue aclamado
rey por el pueblo de Sichem y efectuóse una gran celebra-
ción.

114
HISTORIA DE LA BIBLIA

Abimclec y su principal asistente, Zebul, se mantuvieron


en el poder durante los próximos cuatro años, obligando a
varias otras aldeas y ciudades a reconocer su dominio. De
cuando en cuando, sabían de Jotham, a quien le fue dado
presentarse inesperadamente en un mercado y denunciar a
su perverso hermano.
Sin embargo, Abimelec no prestó atención al asunto,
pues aquél no poseía un centavo y nadie lo apoyaba. Su vio-
lenta denuncia del asesinato de sus hermanos constituía un
fútil gasto de palabras, que sólo divirtió a la chusma.
La gloria de Sichem, empero, no duró mucho tiempo, ya
que Abimelec era obstinado y estúpido, así es que sus súb-
ditos se tornaron pronto descontentos. Un hombre llamado
Gaal se convirtió en centro de una insurrección. En la lucha
que tuvo lugar después, Abimelec y Zebul resultaron victo-
riosos, en tanto que Gaal y sus hombres fueron empujados
hacia una elevada torre de piedra.
Como Abimelec no pudo capturar esa fortaleza, envió a
sus soldados al bosque en busca de leña, la que fue colocada
al pie de la torre, y Gaal y sus seguidores, quemados vivos.
Algunos años más tarde, empero, se sucedió otra rebe-
lión en la ciudad de Thebes. Pero Abimelec volvió a derrotar
a los insurgentes y, por segunda vez, sus enemigos se para-
petaron en la torre. Mas, cuando éste trató de quemarlos
vivos - como lo había hecho con el pueblo de Sichem - y
marchó orgulloso para prender fuego a esta pira funeraria
humana, una mujer se inclinó, desde uno de los pisos altos y
le lanzó una roca que le partió la cabeza. El tonto Abimelec,

115
HENDRIK WILLEM VAN LOON

más bien que perecer a manos de una mujer, le dijo a uno de


sus hombres que lo eliminara.
Durante un corto lapso hubo un compás de espera en
estos desdichados esfuerzos hacia la obtención de la unidad
de las tribus de Israel en un solo reino. Mas la lucha fronteri-
za y entre tribus se tornó peor que antes. Primero, los ma-
dianitas amenazaban con capturar todas las tierras situadas a
ambas márgenes del Jordán. Pocos años más tarde, los
ammonitas trataron de hacer lo propio; incendiaron y sa-
quearon tantas aldeas, que los judíos olvidaron sus propias
disputas para luchar contra el enemigo común. Eligieron
como generalísimo a Jephté, de la tribu de Manasés, hombre
temeroso de Dios, y pronto el poder de Ammón fue que-
brantado.
Mas, aun en la hora de la victoria, las viejas querellas
existentes entre las tribus continuaron en pie, con terrible
encono. Algunos de los soldados acusaron a otros
- pertenecientes a la tribu de Efraín - de haber cumplido con
negligencia su deber. Los efrainitas, que para propia desdicha
habían llegado al campo de batalla cuando el enemigo co-
menzó su retirada, contestaron que lo lamentaban, pero que
no pudieron evitar su llegada tarde, pues habían tenido que
efectuar la travesía desde la otra margen del río y cubrir una
larga distancia. Jephté, que era bastante fanático, no aceptó
disculpas, ni habría escuchado explicaciones.
Envió guardias a todos los vados existentes a lo largo
del Jordán e impartió órdenes en el sentido de que no se
permitiese pasar a nadie.

116
HISTORIA DE LA BIBLIA

Luego reunió a todos sus hombres sospechosos de


pertenecer a la tribu traicionera. Resultaba fácil descubrirlos
porque en su tierra natal, la divulgada palabra hebrea shi-
bboleth - que significa "río" - se pronunciaba sibboleth, pues
los efrainitas no podían pronunciar el sonido líquido expre-
sado por las letras "sh". A toda persona de aspecto efrainita,
se le hacía decir ese vocablo. Y, si pronunciaba sibboleth, era
conducida a la horca.
En esa forma, según nos los cuenta el Viejo Testamen-
to, fueron muertos cuarenta mil efrainitas; hecho lo cual,
Jephté marchó a su hogar para cumplir una promesa que
había hecho a Jehová, poco antes de abrir brecha en las filas
de los ammonitas: sacrificar al primer ser viviente que en-
contrase al retornar a su hogar. Al prometer tal cosa, quizás
había pensado en su perro favorito o en un caballo. Pero,
por desgracia, su única hija fue quien se precipitó para darle
la bienvenida.
Sin embargo, Jephté cumplió su palabra.
Tomó a su hija y la sacrificó en el altar de Jehová; que-
mó su cadáver y la paz reinó, una vez más, en la tierra de
Israel.
La historia se está tornando monótona; pero, antes de
que transcurriese mucho tiempo, los filisteos y los judíos
estuvieron de nuevo sumidos en luchas más feroces que
nunca, quedando exterminadas todas las comunidades he-
breas.
Fue entonces cuando hizo su aparición Sansón, el gran
héroe nacional de los judíos, hombre tan fuerte como Hér-

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

cules y tan valiente como Rolando3, mas no tan inteligente


como muchos de los otros líderes de fama histórica.
Era hijo de Manoa y aun de niño se lo conocía por sus
vigorosos brazos.
No era una persona de buen aspecto, pues nunca se
peinaba, dejábase crecer la barba en forma despreocupada y
rara vez se cuidaba de mudar de ropa. Pero tenía manos co-
mo un par de martillos y no conocía el significado de la pa-
labra "peligro".
Por consiguiente, proporcionó a sus padres muchos dis-
gustos, porque, cuando contaba dieciocho o diecinueve
años, enamoróse de una mujer filistea e insistió en casar con
ella. Huelga decir que su familia, y los vecinos estaban horro-
rizados ante tal idea. Sin embargo, Sansón no se preocupó
por ello y viajó a Timnah, para buscar a su futura cónyuge.
En su marcha hacia el Oeste, fue atacado por un león;
pero él lo cogió con sus brazos desnudos, como si hubiera
sido un gatito; lo mató, y tiró los restos del animal entre las
malezas que crecían a la vera del camino. Mas, cuando poco
después, pasó frente al mismo sitio, se percató de que las
abejas habían hecho su colmena en la boca del animal
muerto y trabajaban afanosamente fabricando miel. Tomó la
miel y la comió, continuando luego su marcha.
Finalmente, llegó a la aldea en la cual vivía su novia, y
donde se efectuaron numerosas fiestas en honor de la feliz
pareja. Trató de desempeñar el papel del novio alegre, aun-
que no era muy gracioso en tales ocasiones, pues se encon-

3Personaje de la epopeya francesa, derrotado y muerto por los vascos en


Roncesvalles, en 778. –N. Del T.

118
HISTORIA DE LA BIBLIA

traba mejor en una riña que en un salón. Mas hizo todo lo


posible y, una noche en que los invitados se divertían dicien-
do adivinanzas, se ofreció a formular una, de la cual había
sido protagonista. Prometió treinta trajes al que diera con la
contestación exacta. Los circunstantes trataron de hacerlo,
mas no lo consiguieron.
Su pregunta era la siguiente:
- Del comedor salió comida, y del fuerte, dulzura. ¿Qué
es?
El pueblo de Timnah se empeñó en tratar de descifrar el
enigma, pero no les fue dable desentrañar el significado de
las palabras de Sansón.
A los circunstantes les desagradó ser burlados por este
desgreñado extranjero, que procedía de la odiada tierra de
los judíos, de manera que se dirigieron a su novia, diciéndole:
- Este hombre te ama. Hará por ti cualquier cosa. Haz
que nos revele el significado de ese acertijo.
La mujer no era muy inteligente, pues, de otro modo,
habría previsto lo que iba a suceder. Le amargó la vida a
Sansón, hasta que él le confesó que se había referido al león
cuyo cadáver era ahora presa de las fieras y cuya boca había
sido convertida en una colmena.
Entonces los filisteos rieron, experimentando felicidad.
Se dirigieron a Sansón y le gritaron:
-¡Tu pregunta era fácil! Por supuesto que conocemos la
respuesta, pues, ¿qué hay más fuerte que un león y más dulce
que la miel?
Sansón se percató de la treta que se le había jugado. Pre-
sa de ira, abandonó la fiesta de su boda y a su esposa.

119
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Marchó a la ciudad de Ascalón, donde encontróse con


un grupo de treinta filisteos inofensivos, a quienes dio
muerte, los despojó de sus ropas y las envió a los invitados
de la fiesta, con sus saludos, como recompensa por haber
descifrado el enigma. Luego retornó a la casa de sus padres y
permaneció malhumorado.
Porque amaba entrañablemente a la muchacha filistea y
no podía permanecer lejos de ella. Se mantuvo separado
tanto como le fue posible, y luego regresó, con la esperanza
de que todo se hubiera arreglado.
Mas llegó tarde, pues, pocos días antes, la joven había
casado con otro hombre de su propia tribu. Había sido bur-
lado, cosa que su orgullo no podía tolerar, así es que propu-
so vengarse.
Marchó a las montañas y cogió trescientas zorras; las ató
de la cola, en yuntas, colocándoles una tea encendida a cada
pareja y luego las dejó huir salvajemente. Los pobres anima-
les sentían el dolor terrible de las quemaduras, de manera
que corrían por toda la campiña y, en su esfuerzos por extin-
guir el fuego, se echaron a rodar por los plantíos que estaban
a término para empezar la cosecha.
Se quemaron los granos, los viñedos y los olivares, y, en
una sola noche, la tierra de los filisteos quedó arrasada por el
enorme incendio.
El pueblo, en su ira, procedió de manera tonta, pues
culpó de su desgracia a la ex-esposa de Sansón; atacaron su
casa y la lincharon junto con su padre.
Cuando Sansón se enteró de lo ocurrido, reunió tantos
hombres como le fue posible, con los cuales invadió la tierra

120
HISTORIA DE LA BIBLIA

de los filisteos, matando a diestra y siniestra, por el solo pla-


cer de hacerlo.
Por entonces, la paz reinaba a lo largo de la frontera, así
es que la pequeña campaña de Sansón lo tornó muy impo-
pular ante ciertos hombres de la tribu de Judá, que vivían en
esa parte del país y deseaban mantener cordiales relaciones
con sus vecinos filisteos. Por consiguiente, lo capturaron y
entregaron maniatado a sus enemigos. Como no deseaban
ser responsables de la muerte de algunos conciudadanos,
decidieron abandonar la ejecución en manos de los filisteos,
permaneciendo así ellos como simples observadores.
Cuando los filisteos vieron que los hombres de Judá y
su prisionero se acercaban por el camino, enloquecieron de
alegría. Sansón permaneció inmóvil hasta que quedó casi
rodeado por ellos. Luego, dio un salto para liberarse; cogió la
quijada de un asno muerto, que yacía a la vera del camino, se
precipitó sobre los filisteos y resueltamente los aporreó a
diestra y siniestra, hasta matarlos.
Desde ese momento, los enemigos del gran héroe judío
quedaron enterados de que todo designio de atentar contra
su vida era inútil, ya que no podían derrotarlo en una batalla
abierta. Debían, pues, tratar de destruirlo de alguna manera
subrepticia.
Esto también parecía bastante difícil.
Pero, ¡ay!, Sansón era su propio enemigo más terrible,
pues se enamoraba de cualquier muchacha con suma facili-
dad.
En tales momentos, comportábase en forma muy preci-
pitada, sin medir las consecuencias; incurría en toda clase de

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

riesgos, sacrificando la seguridad de su país en obsequio a


sus propios placeres.
Una noche, los filisteos se enteraron de que Sansón ha-
bía ido a visitar a un amigo en la ciudad de Caza.
-¡Por fin - dijeron - lo hemos capturado!
Cerraron las puertas de la ciudad y aguardaron la llegada
de la mañana. El héroe se vería obligado a franquearlas,
cuando regresase a su hogar, y una centena de hombres bien
armados lo aguardaban.
Sansón debe de haberse enterado del plan, pues se le-
vantó a medianoche, sacó las puertas de sus goznes, las car-
gó a sus espaldas, llevándolas de Gaza a Hebrón, donde las
dejó como advertencia a sus enemigos.
Aparentemente, el hombre era invulnerable, y, hasta los
judíos, que no gustaban de sus rústicas maneras, se vieron
obligados a reconocerle el derecho de ser su líder. Lo nom-
braron juez, y, durante casi veinte años, dominó sobre Israel.
Habría muerto gozando de plena gloria; pero, al llegar a una
edad muy avanzada, volvió a verse mezclado en un asunto
amoroso, con una mujer filistea, lo cual le resultó fatal.
La dama se llamaba Dalila y no lo quería en absoluto.
Sin embargo, su propio pueblo la había amenazado de
muerte si no casaba con el héroe judío, con el objeto de des-
cubrir el motivo de su fuerza insuperable.
Se le habían prometido mil piezas de oro si traicionaba a
su esposo; mas, si fracasaba en el logro de su cometido - así
se le dijo,- podía estar segura de morir.
Tan pronto como contrajeron enlace, la mujer empezó a
halagar a su esposo, diciéndole que era mucho más fuerte

122
HISTORIA DE LA BIBLIA

que los demás hombres. Pero, le manifestó que deseaba en-


terarse de una cosa: ¿cómo era que poseía hombros tan an-
chos y fuerza tan desmedida? Sansón se limitó a reír y le
narró una historia tonta. Su fuerza - le contestó - desaparece-
ría tan pronto como se lo atara con siete mimbres verdes.
Dalila lo creyó y, durante la noche, mientras su esposo
estaba entregado al sueño, hizo que sus vecinos filisteos fue-
sen a su casa y lo amarraran con siete mimbres verdes. .
El ruido que hicieron, despertó al héroe judío, quien mi-
ró en derredor, hizo saltar las ataduras y volvió a dormirse en
tanto que los filisteos se pusieron en fuga.
Día tras día, repetíase esta operación. Sansón parecía di-
vertirse ante la idea de que sus enemigos no podían captu-
rarlo. En estado de ánimo jovial de recién casado, le
manifestaba a Dalila toda clase de absurdos en cuanto al
motivo de su fuerza.
Habría sido mucho mejor para el héroe si hubiera aban-
donado a esta mujer, a quien le importaba más de su pueblo
que de su propio esposo. Pero la amaba demasiado para
hacer cosa semejante. Permaneció, pues, a su lado, y, por fin,
agotada su paciencia, le dijo la verdad: si se le cortaba el ca-
bello, se trocaría en una persona débil e indefensa.
Dalila había sanado sus mil piezas de oro.
Llamó a los filisteos, quienes entraron subrepticiamente
en la casa y, mientras Sansón dormía, Dalila le cortó el cabe-
llo. Luego, lo llamó en forma presurosa.
-¡Despierta! - gritó.- ¡Despierta! ¡Aquí están los filisteos!
Con una sonrisa reflejada en su rostro, Sansón bajó de
la cama. A menudo había oído esos gritos e, invariablemente,

123
HENDRIK WILLEM VAN LOON

con un simple gesto ceñudo, había puesto en fuga a sus


enemigos, como lauchas frente a un gato.
Mas, ¡ay!, sus fuerzas habían desaparecido. Tenía los
brazos caídos a los costados del cuerpo. Estaba capturado y
atado. Los filisteos lo llevaron consigo, lo cegaron y pusieron
a pisar maíz, en un molino de Gaza, para el pueblo que, a
menudo, había temblado ante la sola mención de su nombre.
Allí, en la oscuridad eterna, Sansón tuvo tiempo de
arrepentirse de sus tontas bravuconadas y de hacer las paces
con Jehová.
Pero, mientras estuvo recluido, sus cabellos comenza-
ron a crecer. Sin embargo, los filisteos se halaban demasiado
embriagados por la victoria, para reparar en este detalle
exento de importancia . . .
Cierto día, celebraban una gran fiesta en honor de Da-
gón, su dios. De todos lados del país, habían llegado perso-
nas para asistir a ella. De pronto, alguien recordó al
prisionero judío.
-¡Traigámoslo aquí! - gritó.- ¡Traigámoslo aquí! Consti-
tuirá una excelente diversión. Podremos reírnos del anciano
y arrojarle barro. Antes mataba cientos de nuestras gentes,
pero ahora su fuerza ha desaparecido y es tan inofensivo
como un gato. ¡Traigámoslo aquí!
Se lo mandó buscar y fue conducido al templo, con el
objeto de que todos los filisteos lo viesen y vilipendiaran,
para contento de sus corazones.
Por los gritos que los circunstantes proferían, el hombre
enteróse de lo que ocurría y pidióle a Jehová que le acordase
un último ruego: recuperar su antigua fuerza por un instante.

124
HISTORIA DE LA BIBLIA

Lo sentaron en una silla, en el centro del templo, entre


dos columnas que sustentaban el techo.
Lentamente, tocó con los dedos la fría piedra de los
mismos. mientras la gente que lo rodeaba profería gritos
salvajes de alegría, cogió con las manos los bloques de gra-
nito. Con un rápido viraje de sus hombros amplios, empujó
los pilares, que se derrumbaron en cientos de fragmentos y
ocasionaron el derrumbamiento del techo.
Las personas que estaban en el templo, así como las que
se hallaban sobre él, cayeron muertas. Y, debajo de las rui-
nas, yacía el cuerpo destrozado de un héroe que, con la
muerte, había expiado los tontos errores de su juventud.
Pero, mientras tenían lugar todos estos acontecimientos
espectaculares, otras sutiles influencias estaban en juego para
trocar a las divididas tribus judías en una verdadera nación.
El pueblo se rehusaba todavía a llamar rey a su gobernante.
Pero, el poder de los jueces aumentaba constantemente. A la
verdad, si hubiera existido un hombre de la fuerza de carác-
ter de Moisés o Josué, las tribus judías le habrían solicitado
gustosas que fuese su soberano.
Sin embargo, Eli, sucesor de Sansón, era un hombre
débil. En cuanto a sus hijos, Fincas y Hofni, han sido perso-
najes despreciables. Vivían sin pensar, ni una vez siquiera, en
Jehová. Sólo les interesaban los placeres de este mundo y
valíanse de la elevada posición que ocupaba su padre, para
realizar toda clase de actos perversos.
Era hora de contar con una clase diferente de líder, por
supuesto, fue hallado en el momento oportuno. Era el famo-

125
HENDRIK WILLEM VAN LOON

so Samuel, nacido en una aldehuela denominada Rama. Su


padre se llamaba Elcana y su madre, Ana.
Durante muchos años, Ana no había tenido hijos, de
manera que acostumbraba a ir todos los años al templo de
Silo a orar para que se le diera uno. Cuando el niño nació, su
feliz madre lo llamó Samuel. En cuanto el chico comenzó a
caminar, lo llevó a Silo y le pidió a Eli que lo ocupara en el
templo, para que estuviera siempre en presencia de Jehová.
Eli gustó del niño, que era muy vivaz, y, como había
perdido todas las esperanzas de que sus propios hijos llega-
ran a ser algo, comenzó a instruir al pequeño Samuel, al que
consideraba como su posible sucesor.
Una noche, cuando Eli cerraba las puertas del edificio
sagrado, oyó que una voz llamaba a Samuel. El chico, que
estaba dormido en un canapé, despertóse y dijo:
- Sí, amo, aquí estoy. ¿Qué desea?
Eli contestó que no quería nada y que no lo había lla-
mado.
El muchacho acostóse de nuevo. Pero, por segunda vez,
la voz dijo:
-¡Samuel!
Y lo mismo ocurrió tres veces seguidas. Entonces Eli
comprendió que era Jehová quien había llamado. Dejó solo
al muchacho y El le dijo a Samuel que los hijos de Eli debían
perecer por sus pecados, pues sus perversidades amenazaban
destruir a todo pueblo de Israel.
A la mañana siguiente, Samuel narró a Eli lo que se le
había revelado la noche anterior.

126
HISTORIA DE LA BIBLIA

De inmediato, toda la gente se enteró de ello, de manera


que trató al chico con sumo respeto, y se decía que, sin duda,
llegaría a ser unan profeta y quizá su gobernante.
Pero, antes de que llegase ese día y, mientras Eli era aún
juez, los filisteos habían marchado, una vez más, por la sen-
da bélica.
Los judíos tenían ahora por costumbre, siempre que
iban a la lucha, llevar consigo el arca.
A Fineas y Hofni, siendo hijos de Eli, juez y sumo sa-
cerdote, se les ordenó conducir el tabernáculo hasta el cam-
pamento judío. Lo hicieron, aunque habían violado las leyes
de la tierra y desagradado enormemente a Jehová.
El arca, sin la presencia del espíritu de Jehová, era tan
sólo una caja de madera. En tales condiciones, pues, no iba a
evitar desastres y la batalla terminó con una terrible derrota
de las armas hebreas. No sólo murieron los depravados hijos
de Eli, sino que tabernáculo mismo fue capturado por el
enemigo. Cuando Eli recibió la noticia, lanzó un profundo
suspiro y murió. Samuel fue elegido juez, en su lugar.
Ese fue uno de los peores días en la historia de los ju-
díos.
La Santa de las Santas, que había sido llevada a la tierra
de Canaán, reposaba ahora en el nuevo templo que los filis-
teos habían erigido sobre las ruinas del viejo edificio destrui-
do por Sansón. Era un trofeo de guerra, pero aún podía
gravitar sobre la suerte de las naciones y las vidas de los
hombres. Porque, tan pronto como los filisteos lo llevaron a
presencia de Dagón, la imagen de su dios fue derribada en
pedazos por manos invisibles.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Los filisteos, presas de terror, la retiraron, llevándola a la


ciudad de Gath. Inmediatamente, toda la gente enfermó allí.
Luego, la mala suerte de Filistea no tuvo fin. Su pueblo, lle-
vaba el arca de Norte a Sur y de Este o Oeste; pero, donde-
quiera que estuviese, reinaba el desastre. Por fin, en completa
desesperación, la llenaron de oro, colocándola sobre una
carreta, le ataron dos bueyes y pusieron en libertad a los
animales para que deambularan por donde quisiesen, con el
objeto de sacar del país esa terrible maldición.
Los bueyes marcharon rumbo al Este y, una hermosa
mañana, ciertos granjeros judíos, que trabajaban en los cam-
pos, vieron la carreta, con su cara santa, detenida en medio
del camino. Construyeron, de inmediato, un altar y todo el
pueblo de la vecindad se reunió a adorar. Luego llevaron el
arca a casa de un sacerdote levita llamado Abinadab, donde
quedó hasta que fue transportada a Jerusalén, muchos años
después, cuando David era rey y soñó construir ese templo
famoso que finalmente fue erigido por su hijo Salomón.
El retorno del arca pareció pronosticar la llegada de días
mejores. Pero el pueblo se tornaba cada vez más cansado de
la forma indefinida de gobierno, que se había hecho caracte-
rística del mando de los jueces. Y, por consiguiente, se diri-
gieron a Samuel y le preguntaron qué deberían hacer en caso
de que él muriese. Samuel tenía dos hijos; pero, como eran
por el estilo de Fineas y Hofni, nadie deseaba verlos ocupar
el sitio de su padre.
Samuel interrogó a Jehová sobre qué medidas debían
tomarse.

128
HISTORIA DE LA BIBLIA

Y Jehová habló de la llegada de un rey, pues estaba can-


sado de la constante desobediencia de los judíos. Durante
largo tiempo, habían clamado por un rey. Muy bien; Jehová
se los daría. Pero ese rey emplearía como soldados a los hijos
del pueblo; sus hijas serían ocupadas de sirvientas; se apode-
raría de los granos, el aceite y el vino, para alimentar a sus
partidarios; tomaría la décima parte le las posesiones de sus
súbditos, y los gobernaría con mano férrea.
Cuando las tribus se enteraron de aquella noticia, mos-
tráronse en realidad, felices; pues ambicionaban un poderoso
imperio, que rivalizara en gloria con los de Egipto, Babilonia
y Asiria; mas no midieron las consecuencias, hasta que fue
demasiado tarde. Al dejar de ser campesinos y pastores li-
bres, y convertirse en esclavos le un mandatario situado en
una ciudad distante, comenzaron a apreciar lo que habían
sacrificado al solicitar a Jehová que les suprimiese su libertad.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

10
Historia de Ruth

EN el capítulo anterior, en el que contamos la historia


de las tribus hebreas durante la época en que la tierra de Is-
rael estaba minada por los jueces, hubo muchas narraciones
de batallas y efusiones de sangre, y nos vimos obligados a
describir no pocos incidentes horribles y crueles. En la vida
de los judíos existía, por otro lado, una faz diferente y muy
encantadora.
A ella nos referiremos ahora.
En la ciudad de Belén vivía un hombre llamado Elime-
lec. Su esposa Ilamábase Noemí y tenían dos hijos: Chelión y
Mahalón. Elimelec gozaba de una posición acomodada; pe-
ro, cuando llegó una crisis a la región cercana a Belén, perdió
todo lo que poseía.
Tenía un primo rico, de nombre Booz. Pero Elimelec
era demasiado orgulloso para agachar la cabeza y pedir algo.
Más bien que solicitar ayuda, tomó su mujer y sus hijos, y se
trasladó a la tierra de Moab, para comenzar de nuevo.
Pronto encontróse trabajando de firme. Pero murió casi
de mediato y su viuda quedó con dos hijos para cuidar.

130
HISTORIA DE LA BIBLIA

Estos eran excelentes muchachos, pues ayudaban a su


madre las tareas de la granja y, cuando fueron lo suficiente-
mente grandes, casaron con jóvenes de una aldea moabita
cercana y esperaban terminar sus días entre los bondadosos
extranjeros de su patria de adopción.
Pero Chelión y Mahalón, que parecían haber heredado
la constitución débil de su padre, cayeron enfermos, y, uno
de ellos, falleció al poco tiempo. Su madre, doblegada por el
pesar, decidió volver al viejo país, con el objeto de pasar los
últimos años de su vida entre gentes a quiénes había conoci-
do desde su infancia y que hablaban el idioma con que esta-
ba familiarizada.
La mujer simpatizaba muchísimo con sus nueras, pero,
con toda honradez, no podía solicitarles que la acompaña-
sen. Al manifestarles esto, Orpha, viuda de Chelión, estuvo
de acuerdo en que no le sería conveniente abandonar la tie-
rra de Moab.
Ruth, viuda de Mahalón, se rehusó empero a dejar a la
vieja mujer, que ahora se encontraba sola en el mundo. Ha-
bía casado con un miembro de la familia de Elimelec y
abandonado a su propia familia por la de su esposo; en con-
secuencia, decidió permanecer con Noemí, pues opinaba que
era su deber hacerlo. Declaró que nada podría separarla de la
madre de su desaparecido esposo, y la abrazó con ternura.
Las mujeres viajaron, pues, juntas a Belén.
Por supuesto que eran terriblemente pobres y carecían
de dinero para comprar pan. Pero, años antes, Moisés, el
sabio que proporcionó las leyes y comprendía la situación de
aquellos a quienes les faltaba el sustento, había ordenado que

131
HENDRIK WILLEM VAN LOON

la rebusca que quedara después de la cosecha fuese entrega-


da a los desposeídos. El granjero tenia derecho sobre todo el
grano; pero, los restos que cayesen por el camino al efectuar-
se la cosecha, pertenecían, por derecho divino, a los que no
poseían tierra propia.
Cuando Noemí y Ruth llegaron a Belén, era la época de
la cosecha.
Booz, primo de Elimelec, y sus hombres, se hallaban en
los campos. Ruth siguió a los recogedores, para conseguir
pan para Noemí. Y repitió la operación durante varios días.
Como era extranjera entre las mujeres judías de Belén,
las gentes se preguntaban quién sería. Pero pronto se entera-
ron de su historia y, por fin, Booz también se impuso de ella.
Sintió curiosidad por saber qué clase de muchacha era y, con
el pretexto de inspeccionar los campos, conversó con la jo-
ven.
Cuando se acercó la hora de la comida, la invitó a que
compartiese la mesa con él y los trabajadores, proporcionán-
dole en esa oportunidad todo el pan que ella necesitaba.
Ruth comió poco, pues el resto se lo llevó a Noemí, que
era demasiado anciana para trabajar.
Por la mañana temprano, la muchacha estaba de nuevo
en los campos. Booz no deseaba herir sus sentimientos,
aunque ansiaba aligerar su faena. Por consiguiente, impartió
órdenes en el sentido de que sus cosechadores no fuesen
muy cuidadosos en su trabajo, sino que dejaran abundantes
granos en los campos.
Trabajó Ruth todo el día. Al llegar la noche, cuando es-
taba lista para llevar el producto de su faena a su casa, se

132
HISTORIA DE LA BIBLIA

percató de que había recogido tanto grano que apenas podía


transportarlo.
Le contó a Noemí que había encontrado a Booz y reco-
gido más grano que lo que había hecho antes en una semana.
La noticia alegró muchísimo a la anciana mujer, quien
como tenía la impresión de que no viviría mucho tiempo,
esperaba que Booz casase con Ruth, pues en esa forma la
muchacha tendría un excelente hogar por el resto de sus
días. Cierto era que la joven pertenecía a una tribu extranjera.
Pero su boda con un primo de Booz la había convertido casi
en miembro de la gran familia judía, y todos la amaban.
Y ocurrió tal como Noemí lo ansiaba. Booz compró
primero - como era su derecho, de acuerdo con otra ley de
Moisés, que había sido dictada para proteger al campesino
contra el usurero- la tierra que pertenecía a Elimelec, su pri-
mo; y luego le pidió a Ruth que lo aceptase como esposo.
La muchacha estuvo de acuerdo y Noemí fue a vivir con
la nueva pareja, hasta que falleció.
Pero antes de que cerrara sus ojos, alcanzó a ver el ma-
yor de los hijos de Ruth: Obed.
El niño creció hasta llegar a hombre y tuvo un hijo lla-
mado Isaí, y un nieto, David. Este convirtióse en rey del
pueblo judío y era el antepasado directo de María, la esposa
de José, el carpintero de Nazareth.
Y en esta forma, Jesús desciende de la dulce Ruth, que
había dejado a su pueblo para seguir buenamente el impulso
de su corazón y proteger a la mujer que había sido para ella
una buena madre.

133
HENDRIK WILLEM VAN LOON

11
EL reino judío

Los judíos habían estado viviendo, hasta ahora, durante


varias centurias, en las montañas y en los valles situados a
ambas márgenes del río Jordán.
Después de interminables guerras, libradas contra los
habitantes originarios de la tierra de Canaán y contra los
vecinos del Este, el Oeste, del Sur y del Norte, el país se
había asentado, por fin, sobre la base de un período de rela-
tiva paz.
Nuevas carreteras fueron abiertas, y las caravanas que
llevaban mercancías de Menfis a Babilonia y de Asia Menor a
Arabia, comenzaron a hacer uso de los caminos que corren,
en forma tan conveniente, a través de esta parte occidental
del continente asiático.
Esto significaba un cambio, lento pero gradual y claro,
en la vida del pueblo.
El pueblo judío siempre ha sido afecto a la vida urbana.
Aun en los días de Moisés, había preferido el cautiverio de
los barrios bajos egipcios a la libertad en las aisladas granjas
de la Tierra Prometida. Con enorme dificultad, Moisés había

134
HISTORIA DE LA BIBLIA

logrado arrastrar a sus reacios parientes, de los placeres y la


seguridad de las ciudades de altos muros.
Ahora, sin embargo, las tribus eran sus propios amos.
Moisés estaba muerto; Josué, su gran sucesor, también había
desaparecido, y los días de dificultades y triunfos comenza-
ban a ser olvidados. La vida del campesino y del pastor no se
desarrollaba a través de un fácil cauce. Las horas de trabajo
eran largas, y contadas las oportunidades para gozar de algún
placer. Por el contrario, en las factorías ubicadas a lo largo de
las ocupadas rutas de las caravanas, se podían lograr fácil-
mente grandes beneficios.
Resultaba difícil resistirse a la tentación. Muchas gentes
abandonaban sus aldeas y regresaban a las ciudades. Pronto
aumentó el número de ricos, así como el de pobres; en tanto
que la causa de la independencia nacional y la libertad indivi-
dual comenzó a resentirse hasta quedar irremisiblemente
perdida.
Cierto era que los famosos jueces, que habían estado al
frente de las fuerzas de las tribus durante las guerras de con-
quista, a menudo gobernaron al país con el poder de sobera-
nos absolutos.
Ninguno, empero, se había atrevido a llamarse rey.
Sus súbditos no habrían tolerado tal cosa; habrían mata-
do al hombre que se hubiese inmiscuido en sus libertades.
Pues mostrábanse inclinados a obedecer, en tanto que el
país se hallaba en peligro. Pero, una vez restaurada la paz, el
juez era tan sólo un presidente de una pequeña unión de
tribus semiindependientes. El pueblo lo respetaba - tal como
nosotros lo hacemos con el presiente de la Corte Suprema

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

de los Estados Unidos-, mas estaba muy lejos de gozar de la


dignidad real y el homenaje.
Tan pronto como el país cesó de ser una comunidad
agrícola y convirtióse en una entidad comercial, las cosas
comenzaron a mudar de aspecto. La mayoría de los judíos ya
no tenían interés de que se los molestara con cuestiones de
Estado. Deseaban que se los dejase tranquilos, para consa-
grarse a sus propios asuntos y poder dedicarse a sus granjas
o a sus negocios. Entretanto, se mostraron muy inclinados a
que algunos militares y sacerdotes profesionales cuidasen del
bienestar físico y espiritual de la nación.
Por supuesto que odiaban el pago de los impuestos. Pe-
ro, siempre que éstos se mantuviesen dentro de un nivel
razonable, la gente no formulaba preguntas, ni se quejaba.
Como resultado de ello, el país marchó, en forma inevitable,
hacia un gobierno cada vez más centralizado. Por fin, se
convirtió en un reino absoluto y, en menos de un siglo, cayó
en un completo despotismo oriental, tal como veremos en el
capítulo próximo.
Todo esto no llegó sin advertencias.
En la historia, así cómo en el campo de la naturaleza,
nada ocurre de súbito, aunque a veces parezca así.
Las internas causas secretas de un abrupto cambio han
estado en ebullición a lo largo de centurias. El colapso final
de una montaña o la caída de una institución antigua, puede
ocurrir en pocos. minutos; pero el trabajo de preparación y
de lenta demolición ha sido obra de muchas generaciones.
Y la nación judía, en ese preciso instante, estaba pasan-
do a, través de un periodo de transición, aunque ningún ciu-

136
HISTORIA DE LA BIBLIA

dadano, en miles de años, parecía comprender lo que en


realidad estaba ocurriendo.
Quizás esto sea algo exagerado, pues no todo el pueblo
era enteramente ciego al peligro que amenazaba al alma de la
nación. Algunos hombres, que podían ver las cosas con ma-
yor agudeza que sus vecinos, pronunciaban palabras pronos-
ticadoras de advertencia.
Se llamaban Profetas.
Como nos encontraremos con ellos en todas las páginas
del resto de nuestra historia, debo contarles algo acerca de
estos hombres.
¿Qué era un profeta?
La palabra es difícil de definir.
Quizá lo mejor sea llamarlos líderes espirituales del pue-
blo judío.
Muchos de ellos eran grandes poetas. Pero poseían otras
cualidades.
No pocos gozaban del don de la elocuencia. Mas eran
algo más que simples oradores.
Tenían una cosa en común. Se atrevían a defender la
verdad tal como ellos la veían.
Muchos eran fanáticos y absolutamente intolerantes ha-
cia cualquier opinión que no concordase con la suya. Pero
poseían el valor de sus convicciones y sacrificaban todo -
incluso sus vidas - cuando se trataba de una cuestión de
principios.
Siempre que el rey de Israel o un rey de Judá incurría en
un error, había algún profeta que se lo manifestaba.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Siempre que el pueblo abandonaba la estrecha senda de


la divina virtud, un profeta se adelantaba para recordarle lo
erróneo de su proceder.
Siempre que la nación era culpable de un crimen, un
profeta predecía la llegada de la ira del todopoderoso Jehová,
hasta que sus voces se convirtieron en la absoluta expresión
de la conciencia nacional.
Centurias más tarde, cuando el Estado judío quedó se-
pultado bajo las ruinas de sus propias locuras, esta concien-
cia nacional, obra de media centena de hombres, permaneció
siendo la herencia triunfal que el pueblo de Israel, y el de
Judá, legó a la humanidad toda.
En los próximos capítulos tendremos que narrar un pe-
ríodo de la historia extraordinariamente complicado.
Primero, la unión de pequeñas tribus vagabundas, se-
miindependientes, se convirtió en un reino, bajo el mando
de David.
Ese reino es sumergido, de inmediato, en un despotis-
mo absoluto por el hijo de David, Salomón.
Se sucede una rebelión contra esta tiranía y, como re-
sultado de ella, el Estado judío se divide en dos reinos dis-
tintos, que se odian mutuamente con tremendo
encarnizamiento y que se combaten hasta que ambos son
destruidos por sus poderosos vecinos del Este.
Luego sigue una época de dominación extranjera y de
exilio.
Empero, los fieles retornan a Jerusalén tan pronto como
les es posible y reconstruyen el templo.

138
HISTORIA DE LA BIBLIA

Poco tiempo después, el país es invadido de nuevo. La


independencia judía toca definitivamente a su fin; pero, el
genio del espíritu hebreo escapa a los estrechos límites na-
cionalistas de Judá e Israel, y empieza a conquistar todo el
mundo occidental.
En las páginas que siguen veremos una larga lista de
nombres de reyes, reinas y sumos sacerdotes. Roboam y Asa,
Jeroboam y Baasa, Joas y Amasías,. Manahem y muchísimos
otros, terminando con el execrable Herodes, uno sucedía al
otro, con indecorosa y sangrienta rapidez.
Sus días sobre la tierra transcurrían llenos de crímenes y
saqueos. Promulgaban leyes que han sido olvidadas y cons-
truían ciudades desaparecidas de la faz de la tierra.
Iniciaron guerras, celebraron grandes victorias, con-
quistaban vastos territorios - y los volvían a perder -, y los
nombres de las provincias recién copadas han sido borrados
por el tiempo.
Nada queda de sus glorias, excepto una referencia casual
en la losa de algún abandonado palacio caldeo.
Fueron lo mismo que otros mil reyes, y, cuanto antes
los olvidemos, mejor.
Su único derecho a la gloria es involuntario. Entre sus
súbditos contaban con algunos profetas. Y, lo que estos úl-
timos decían y pensaban hace tres mil años, permanece hoy
tan exacto y noble como cuando los caldeos estaban a las
puertas de Jerusalén y los asirios amenazaron a Samaria.
Por ese motivo, y sólo por ello, debiéramos saber la
historia de Israel y de Judá.

139
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Porque es el verdadero fondo profano de uno de los


más grandes dramas espirituales de todos los tiempos.

Cuando terminamos el último capítulo, Samuel era to-


davía juez del pueblo judío.
Había advertido a sus partidarios que pronto serían
súbditos de un rey que cogería sus hijos, sus hijas, sus efec-
tos personales y sus bienes, y los emplearía para su propio
placer y deleite.
Sin embargo, esto era exactamente lo que la mayoría del
pueblo deseaba que ocurriese. Así imaginaban la gloria de su
imperio; mas no pensaban en lo que ello costaría.
Y, como Samuel era un hombre práctico, se abocó a la
búsqueda de un candidato adecuado para el trono judío.
Lo encontró en la aldea de Gibeah.
El nombre del muchacho era Saúl, hijo de Cis, que per-
tenecía a la tribu de Benjamín.
El encuentro de los dos héroes de la raza judía fue
completamente accidental. Cis había perdido algunas vacas,
que se habían apartado del rebañó y no las podía encontrar.
Saúl fue encargado de buscarlas. Marchó de una aldea a la
otra, preguntando por doquier a la gente si había visto las
vacas de su padre; mas no descubriósé rastro alguno de los
animales.
Desesperado, se dirigió a Samuel para solicitarle conse-
jo. Este lo miró y, de inmediato; percatóse de que el joven
estaba llamado a ser líder de los judíos.

140
HISTORIA DE LA BIBLIA

Se lo manifestó al muchacho, quien espantóse, pues le


pareció un honor demasiado grande para un tímido joven.
Cuando llegó el momento de que se lo ungiera y pre-
sentase a sus nuevos súbditos, hubo que arrastrarlo de entre
los asnos que llevaban el equipaje de su padre, pues se había
ocultado detrás de los baúles y gustosamente habría huido si
se le hubiera brindado la oportunidad.
Samuel, empero, era un amo firme y Saúl aceptó su
suerte, de manera que permitió ser adiestrado para ocupar su
alto cargo.
Ante todo, fue nombrado generalísimo del ejército y, en
tal carácter libró muchas batallas contra los inevitables filis-
teos, los ammonitas, los amalecitas y otras tribus cananeas,
que nunca habían sido derrotadas por completo.
Pero todavía necesitaba aprender muchas cosas.
La idea de la absoluta e incuestionable obediencia a la
voluntad de Jehová, en la cual insistió tantas veces Samuel,
no era agradable para un brillante y joven muchacho que
amaba su propia libertad de acción y no olvidaba que sólo
una vez se pasa por la vida.
A menudo, cuando el ejército salía victorioso, copaba
mucho botín. Samuel insistía en que la mayor parte de él
fuese entregada para beneficio del tabernáculo. Saúl, por el
contrario, prefería guardar algo para sí y sus soldados.
Al final, ocurrió lo inevitable. Saúl, que se encontraba en
el campo y luchaba contra diversas clases y condiciones de
hombres, se tornó cada vez más profano en sus puntos de
vista.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Mientras Samuel, que era muy viejo y se lo pasaba sen-


tado en su habitación con sus libros y sus pensamientos,
insistía en que todos siguieran su rígido ejemplo y permane-
ciesen, durante sus horas libres, en alguna forma de adora-
ción divina.
Saúl no era negligente en sus deberes religiosos, sino lo
que ahora llamamos "demasiado práctico".
Después de derrotar a Agag, rey de los amalecitas, deci-
dió que el ejército merecía una recompensa adecuada, de
manera que guardó tranquilamente los rebaños que habían
pertenecido al soberano, y no los entregó a los sacerdotes,
como debía hacerlo. Y, para empeorar la cuestión, perdonó
la vida al monarca, en tanto que, de acuerdo con la ley judía,
debiera haber eliminado a todos los cautivos.
Cuando Samuel se enteró de lo sucedido, reprochó a
Saúl por desobedecer la voluntad de Jehová.
Saúl no confesó su delito, sino que trató de excusarse.
Dijo que las vacas, los bueyes y las ovejas los había
guardado para su engorde, antes de ser sacrificados.
Samuel no ignoraba que el muchacho no había hecho
nada semejante, y se lo dijo. Lo acusó de faIsía y deshonesti-
dad, advirtiéndole las consecuencias de tal deplorable con-
ducta, que lo tornaba inepto para ser rey del pueblo judío.
Saúl no discutió la cuestión.
Regresó a su casa en Gibeah.
Pero sintióse muy enfadado y pronto demostró su ira.
Se decía con frecuencia y creíase a pie juntillas que a Sa-
muel le era dado pronosticar el futuro, siendo un adivino de
no poca habilidad.

142
HISTORIA DE LA BIBLIA

Por supuesto que Saúl también estaba al tanto de esto,


de manera que impartió la orden de que, dentro de sus do-
minios, todos los adivinos fuesen muertos o exilados.
Por su parte, Samuel no permaneció ocioso.
Estaba contrariado, así es que intentó cumplir su ame-
naza: comenzó a buscar una persona más adecuada para que
ocupase el trono. Esta vez trató de hallar un candidato que
estuviese dispuesto a prestar oídos a los consejos sensatos de
un anciano y que fuera menos independiente en sus actos de
lo que Saúl había sido.
Solicitó informes acerca de diferentes jóvenes y alguien
le habló de un tal David, hijo de Jesse de Belén y nieto de
Ruth y Booz.
El muchacho era pastor y gozaba de reputación, entre la
gente de su aldea, por su valor.
En una oportunidad, su rebaño había sido atacado por
un león y otra vez, por un oso, y, en ambos casos, el joven
había muerto a las fieras y salvado a su grey, sin solicitar
ayuda.
Además, era un excelente músico. Además de saber
cantar, había aprendido por si mismo a tocar el arpa y, en
momentos de soledad, cuando guiaba sus ganados, acostum-
braba a componer versos que luego cantaba con melodías de
su propia composición. Era muy famoso por sus "Salmos",
como se llamaban sus obras y la gente iba de todos lados a
escucharlo.
Cuando se supo que David gozaba del favor particular
de Samuel, quien le destinaba un gran futuro, decíase que era

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

una elección excelente, que llevaría la felicidad a toda la na-


ción.
Un solo hombre no compartía este entusiasmo general
acerca del joven arpista.
Era Saúl, a quien le remordía la conciencia.
No ignoraba que Samuel había tenido razón al acusarlo
de haberse guardado los ganados de Agag, contrariando la
orden expresa de Jehová.
Ahora vivía en constante temor de David, desagradable
rival del cual deseaba deshacerse.
Pero, ¿cómo podría hacerlo? El pueblo observaba a
ambos con mucho cuidado y Saúl debía proceder con suma
cautela, sea lo que fuere que hiciese.
Afortunadamente, una nueva guerra llegó en su ayuda.
Los filisteos volvían a hacer su aparición. Habían reorgani-
zado sus ejércitos y ahora amenazaban los valles orientales
del dominio de Saúl.
Los guiaba un gigante llamado Goliat, tan grande como
una casa y que usaba una enorme cota de malla como nunca
habían visto los judíos.
Todas las noches y todas las mañanas, se paseaba entre
las líneas de los hebreos y las de los filisteos, incitando a sus
enemigos a que salieran de sus trincheras y lo combatiesen.
Llevaba una espada de siete pies de largo, que la blandía
de manera feroz, llamando cobardes a los judíos y toda clase
de nombres ofensivos; reíase de ellos y se hacia muy desa-
gradable a sus enemigos.
Esto ocurría día tras día y semana tras semana, sin que
nada sucediese. Los soldados, avergonzados de su propio

144
HISTORIA DE LA BIBLIA

temor, buscaban la persona que pudiese arrostrar esta humi-


llación.
Saúl, en su carácter de generalísimo, fue el que pagó las
consecuencias.
¿Por qué no se adelantaba solo y libraba un duelo con el
gran filisteo?
Por la simple razón de que estaba enfermo. Sufría una
terrible depresión, que pronto comenzó a afectar su mente.
Sentado en su tienda, reflexionaba día tras día y semana tras
semana. Finalmente, sus generales comenzaron a preocupar-
se.
Parecía que estaba perdiendo el uso de la razón. Habla-
ba solo y apenas contestaba cuando se le formulaban pre-
guntas. Algo debía hacerse, y de inmediato.
Los antiguos conocían el maravilloso poder curativo de
la música. Por consiguiente, sugirióse que David lo distrajera,
con sus canciones. Pareció una excelente idea, de manera
que se mandó buscar al arpista. El muchacho se hizo pre-
sente y ejecutó tan bien, que Saúl lloró amargamente y, du-
rante un rato, olvidó algunas de sus contrariedades,
manifestando que se encontraba mucho mejor.
Pero, aun entonces, no se movió de su tienda y el ejér-
cito permaneció inactivo, en tanto que Goliat continuaba
injuriando a los judíos, y, todos los días a cierta hora, los
filisteos abandonaban sus fortificaciones y reían hasta el
hartazgo.
Esta situación habría continuado en forma indefinida si
David no se hubiera hecho presente, de nuevo, en el cam-
pamento judío.

145
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Era miembro de una familia de ocho personas y tres de


sus hermanos estaban en el ejército.
Los soldados judíos contaban con sus propios cocineros
y comisarios ordenadores, y los hijos de Jesse le habían
mandado decir a su padre que necesitaban abastecimientos.
Jesse había ordenado llevar al frente un saco de granos.
Cuando llegó David al campamento, con su carga, oyó que
todos hablaban de un terrible gigante, del que se decía que
era capaz de tener a raya a un ejército entero.
David no podía comprender la sensación de pánico que
sentían frente a un mortal. Como la generalidad de las gentes
que viven vidas solitarias, el joven pensaba mucho en cues-
tiones religiosas. Tenía una fe enorme en el poder de Jehová.
Nada podía ocurrirle al hombre virtuoso que contase con la
ayuda del gran Dios.
Se ofreció, pues, a terminar con este enemigo de su
pueblo, sin la ayuda de ningún soldado.
Los hombres del ejército le dijeron que ésa sería una ac-
ción tonta; mas David insistió. Cuando sus camaradas se
percataron de que proponíase realizar lo que decía, trataron
de prepararlo para el combate. Del rey abajo le ofrecieron
sus armaduras.
Pero David se negó a aceptarlas. No necesitaba espadas,
ni lanzas, ni escudos.
Sólo precisaba apoyo moral de Jehová. Eso era todo.
Marchó hacia las orillas del río y cogió un puñado de
guijarros redondos y brillantes. Luego tomó su honda y
abandonó la trinchera.

146
HISTORIA DE LA BIBLIA

Cuando los filisteos vieron que un mero muchacho iba a


luchar contra un hombre que duplicaba su tamaño, llamaron
a su héroe, solicitándole que diera un escarmiento al joven.
Pero Goliat no necesitaba que lo urgieran; esgrimiendo su
terrible espada, se precipitó sobre David.
Pero un guijarro, surgido de la honda de su pequeño ri-
val, le dio justamente en el ojo derecho. Aturdido por el gol-
pe, el gigante tambaleó, cayendo y soltando la espada.
Con la rapidez del rayo, David lanzóse sobre su contrin-
cante.
Cogió la espada del coloso, acometiéndolo con inusitada
violencia. De un solo golpe le cortó la cabeza; la recogió
luego y llevóla a los jubilosos soldados.
Los filisteos huyeron y David fue saludado como el Sal-
vador del País.
Después de semejante hazaña, hasta Saúl se vio obliga-
do a reparar públicamente en el héroe nacional: le pidió que
lo visitara; pero no pudo vencer su antigua suspicacia. Su
desagrado aumentó hasta convertirse en odio, cuando advir-
tió la amistad que desarrollóse entre su hijo Jonatán y el
pastor de Belén, tan pronto como se conocieron.
Para empeorar las cosas, su hija Michal se enamoró del
buen mozo y pelirrojo David. El padre de la joven le dijo
que podría casar con ella, si primero terminaba con una
centena de filisteos. La suma era, sin duda, bastante abultada
y Saúl contaba con que moriría antes de realizar su tarea.
Sin embargo, salió airoso de esa y de otras empresas y
casó con Michal. Los dos reyes rivales eran ahora suegro y
yerno.

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

No es de extrañar que el viejo acceso de melancolía de


Saúl retornase con mayor intensidad que antes. Cuando los
médicos no supieron qué hacer, prescribieron un concierto.
Esta vez, empero, la ejecución fue casi fatal para el desdi-
chado arpista.
Tan pronto como hubo pulsado algunos acordes, Saúl
fue presa de una violenta ira.
Tomó su lanza y se la arrojó a David, quien salvóse del
ataque saltando por la ventana de la habitación, pues no de-
seaba encontrarse de nuevo con el rey. Abandonó las tiendas
reales y huyó.
Entonces la ira de Saúl se volvió contra Jonatán, a quien
trató de matar. Pero sus partidarios le detuvieron las manos y
evitaron el crimen. Jonatán, completamente turbado por lo
que acababa de ocurrir, juzgó que debía hablar con David y
explicarle las cosas. Al reunirse por última vez, los dos ami-
gos se despidieron afectuosamente y David huyó al desierto,
donde se refugió en una caverna llamada Adullam.
Pronto, sin embargo, los soldados de Saúl descubrieron
su escondite. Pero David había sido prevenido, huyendo a
otro sitio más distante del yermo. La caverna, pues, estaba
vacía. Había desaparecido la víctima.
La vida en el desierto era muy tediosa y, para mitigar las
hastiadas horas de los días interminables, David escribió
varios otros poemas. Algunos de ellos los encontrarán uste-
des en un capítulo especial del Viejo Testamento, titulado
"Salmos"; pero no los insertaré en mi narración. Hace varios
siglos, fueron traducidos a un inglés tan perfecto, que seria
tonto que tratara de repetirlos en mis propias palabras.

148
HISTORIA DE LA BIBLIA

Además, sólo estoy tratando de brindarles un relato de las


aventuras del pueblo judío, y los Salmos tienen, en realidad,
poca relación con la verdadera historia. Pero eran una mag-
nífica expresión del viejo espíritu poético de la raza judía, y
contienen más belleza y sabiduría que muchos de los libros
puramente históricos del Viejo Testamento, que están con-
sagrados a las interminables narraciones de la guerra extran-
jera y las luchas intestinas.
Pero, volvamos a David. Pasó luego a través de las
aventuras más extrañas de su larga y versátil carrera. Encon-
trábase en una situación muy difícil y embarazosa. Teórica-
mente, era rey de los judíos, pues Samuel había destituido a
Saúl, luego de sus desobediencias en la campaña de Agag, y
ungido a David como su sucesor.
Sin embargo, la masa del pueblo no había logrado seguir
tal rápido cambio político. Reconocía aún, de manera vaga, a
Saúl como rey y, si la palabra no fuera demasiado coloquial,
diríamos fue consideraban a David como una especie de
funcionario sobresaliente, un príncipe de la corona, que, en
cualquier momento, podía ser llamado para actuar como
regente.
Por desgracia, en aquellos días - lo mismo que hoy -, la
posesión era cuestión de derecho.
Sea cual fuere su estado en ese momento, Saúl conti-
nuaba viviendo en las tiendas reales, rodeado por los guar-
dias de corps y sus servidores, y era jefe de un ejército
completo, listo para obedecer sus órdenes.
Por otro lado, David no era mucho más que un fugitivo
de la ley. Vivía en una caverna del yermo y no podía mos-

149
HENDRIK WILLEM VAN LOON

trarse en ninguna de las ciudades o aldeas de las cercanías,


sin correr el riesgo de ser arrestado.
Luego, cuando llegó a ser gobernante indiscutido del
pueblo judío, ese periodo de, su exilio requirió no pocas
explicaciones. Porque, por momentos, nuestro héroe parecía
no ser mucho mejor que el líder de una banda de malhecho-
res. Finalmente, hasta llegó a servir a los filisteos.
Mas no debemos juzgarlo con demasiada severidad. Saúl
lo había tratado de la manera más injusta. Le era absoluta-
mente favorable el hecho de que continuara tratando a su
enemigo con la mayor cortesía y generosidad.
Saúl, juzgado según nuestras normas modernas, estaba
tornándose rematadamente loco. Con inquieta premura,
viajaba siempre de una parte del país a la otra.
Un día, durante un viaje a través del desierto, lo sor-
prendió la caída de la noche y pernoctó en una caverna. Era
la misma en la cual había vivido David después de su huida.
Al entrar, éste vio a su importuno huésped, pero ocultóse y
aguardó.
A medianoche, se arrastró hasta donde estaba el hombre
dormido y cortó un trozo de su capa. A la mañana siguiente,
cuando Saúl partió, David corrió tras él, lo llamó por su
nombre y le mostró el trozo de género.
- Mira - le dijo - y piensa lo que habría podido hacerte, y
lo que hice. Estuviste en mi poder; pude haberte muerto con
toda facilidad. Y, sin embargo, te perdoné la vida, aunque tú
continúas persiguiéndome.
Por supuesto que Saúl no pudo dejar de advertir la vera-
cidad de las palabras de su enemigo. Pero lo odiaba con el

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HISTORIA DE LA BIBLIA

resentimiento irreconciliable de un insano, y, a pesar de que


musitó algunas palabras de disculpa e hizo retroceder a sus
soldados, no le pidió que regresara a su corte.
Poco después, Samuel falleció.
David y Saúl se encontraron en el funeral; pero no se
reconciliaron.
Y en esa forma continuaron las cosas por largo tiempo.
Durante una de las interminables peregrinaciones de
Saúl, se encontró, por segunda vez, a merced de su odiado
rival.
Hasta el fin de sus días, Saúl continuó siendo un simple
granjero judío. Aborrecía las ciudades y se rehusaba a vivir
en una casa. Siempre que le era dado, pasaba sus días en el
desierto. Una vez más, abandonó su aldea para gozar de la
paz y tranquilidad del yermo. Una tarde en que hacía mucho
calor, hablase quedado dormido debajo de una elevada roca,
en la que siempre se ubicaba David cuando quería escuchar
la voz del sol y del viento, la cual le decía los extraños se-
cretos que luego repetía en sus poemas.
Abner, primo de Saúl y generalísimo de sus ejércitos,
dormía al lado de su amo.
David había visto a los dos hombres cuando se aproxi-
maron. Silenciosamente, descendió la empinada senda que
conducía al pie de la roca; apoderóse de la espada y la lanza
de Abner, y regresó al sitio en que se encontraba.
Luego gritó:
-¡Oh, Abner, Abner!
Cuando el soldado despertóse, David lo reprendió por-
que no cumplía con su deber, pues, el hombre que estaba

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

llamado a proteger al rey, permitía que un desconocido le


hurtara sus armas. ¡Era, sin duda, un infiel servidor! Y conti-
nuó regañándolo por su proceder.
Hasta Saúl, en la agonía torturada de su alma, se vio
obligado a reconocer la generosidad de David. Por segunda
vez, le había salvado la vida. Le manifestó, pues, que lamen-
taba la manera cruel en que lo había tratado y le pidió que
regresase.
Y así David reunió sus objetos personales y reintegróse
a la corte; mas no lo hizo por mucho tiempo.
Saúl empeoraba progresivamente. Transcurridas algunas
semanas, la situación volvió a adquirir su antigua tensión;
David ya no gozaba de seguridad cuando reconocía los edifi-
cios reales.
Por supuesto que podía haberse empeñado en reclamar
sus derechos como único y verdadero gobernante judío un-
gido. Pero sabía que los olías de Saúl estaban contados, de
modo que no insistió en la cuestión.
Marchóse y no volvió a ver a su antiguo enemigo.
Después de un tiempo, se estableció en la aldea de Si-
clag, que pertenecía a Achis, rey de Gath, que hallábase ubi-
cada en la frontera.
Su situación allí estaba bien lejos de ser agradable.
Pero tenía una manera particular de atraer a los hom-
bres, así es que siempre estaba rodeado de aventureros que
esperaban hacer fortuna como sus soldados y servidores.
Por consiguiente, había comandado en el desierto, no
menos de cuatrocientos voluntarios. Para nosotros, el núme-
ro no parece muy elevado, pues estamos acostumbrados a

152
HISTORIA DE LA BIBLIA

ejércitos de millones de soldados; pero en el siglo XI antes


de nuestra era, cuatrocientos hombres constituían una fuerza
formidable. David llegó a ser líder indiscutido de casi toda
una provincia; muchas historias de sus extraños hechos han
sobrevivido hasta nuestros días.
Según parece, actuaba, ante los granjeros de la vecindad,
como una especie de policía privada, para proteger sus pro-
piedades de los ladrones. Por lo menos, sabemos que una
vez un tal Nabal, jeque de Carmelo, se había rehusado a pa-
garle sus servicios. Según la historia, David estaba tan enco-
lerizado ante esta injusticia, que reunió a todos sus hombres
y hallábase a punto de matar a toda la tribu de Nabal, cuan-
do Abigail, esposa de éste, se lanzó a recibirlo y apaciguó la
ira del gran luchador filisteo, brindándole regalos y formu-
lándole promesas.
Incidentalmente, al regresar Abigail a su hogar, halló a
su esposo en tal estado de ebriedad, que no le pudo referir
los acontecimientos de la tarde. Al día siguiente, al enterarse
del peligro que acababa de correr, fue presa de un acceso, a
consecuencia del cual falleció diez días más tarde.
Abigail quedó, pues, viuda. Pero, durante su breve en-
trevista le había causado una profunda impresión a David,
de manera que, cuando el guerrero se enteró del falleci-
miento de Nabal, le pidió que casara con él, cosa que la mu-
jer aceptó.
Aparentemente, hablase cansado de Michal - hija de
Saúl,- pues la entregó a un amigo que vivía en la aldea de
Gallim. Luego casó con Abigail, llevándola a Hebrón, donde
tuvieron un hijo, ]amado Chileab.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Este nuevo matrimonio, empero, no arregló en forma


alguna las otras dificultades de David. Todavía contaba con
un grupo de partidarios fieles; mas no tenían oportunidad de
ejercer servicio policial que le pudiera rendir algún dinero. Y,
finalmente, el mismo hombre que años antes había consti-
tuido el azote de los filisteos, fue poco menos que obligado a
ponerse a su servicio.
Los acontecimientos se sucedieron en esta forma: el rey
Achis, su anfitrión, le informó que los filisteos se lanzarían
contra los judíos. El monarca estaba obligado por un pacto a
ofrecer su ayuda, y, como David gozaba de su hospitalidad,
Achis esperaba que su huésped tomase parte en la campaña
al lado de los enemigos de su país.
David no supo qué partido tomar, y dio una contesta-
ción ambigua, con el objeto de ganar tiempo. Como no ocu-
rrió nada, marchó finalmente hacia el campamento filisteo,
cuyo jefe, empero, había llegado a la conclusión sensata de
que una ayuda semejante habría sido de dudosa utilidad. Le
permitió, pues, retornar a Siclag sin incomodarlo.
A su regreso se encontró con que durante su ausencia la
aldea había sido saqueada por los amalecitas. Persiguió en-
tonces a los culpables, los derrotó, eliminándolos a casi to-
dos - excepto una centena - y, una vez más, retornó a los
tranquilos modos de vida de una aldea simeonita.
La campaña filistea tuvo lugar tal cual había sido pro-
yectada.
Pero finalizó de manera inesperada. Cuando se le dijo a
Saúl que se aproximaba el peligro de una nueva invasión,

154
HISTORIA DE LA BIBLIA

éste se sumió en una profunda melancolía. Tuvo la impre-


sión de que había llegado el final.
Estaba tan desesperado por su futuro y por el de su fa-
milia, que decidió consultar a un hechicero. Pero los magos
habían muerto o emigrado del país, pues él mismo los había
expulsado.
Por fin, empero, el rey se enteró de que vivía una vieja
bruja en Endor, aldea cerca de la cual Sisara había sido asesi-
nado por Jael.
A medianoche - porque sentíase avergonzado de lo que
estaba haciendo,- fue a ver la hechicera. La mujer mostróse
temerosa de recibirlo, pues, conocía el terrible castigo que se
aplicaba a quienes ejercían la brujería. Por consiguiente, se
rehusó a abrirle la puerta al monarca.
Pero Saúl infundióle ánimo para que lo hiciese.
Le prometió que sería muy bien recompensada si le
brindaba la posibilidad de hablar con el alma de una persona
que hacía mucho tiempo que había desaparecido.
La bruja le preguntó a quién se refería.
El soberano repuso que deseaba hablar con su viejo
amo Samuel.
Entonces, del suelo se elevó la oscura figura de un an-
ciano, envuelto en un negro manto.
Era el espíritu de Samuel.
Una vez más, Saúl, el rey vivo, y Samuel, el desaparecido
juez, se encontraron cara a cara, y allí éste le manifestó la
terrible suerte que lo aguardaba a manos de los filisteos.
Cuando Samuel dejó de hablar, Saúl se había desvaneci-
do.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero, este viejo colonizador temía un alma viviente.


Al día siguiente, bien temprano, atacó a los filisteos.
Antes de mediodía, su ejército estaba aniquilado. Sus
hijos, Jonatán, Melchisua y Abinadab, habían sido muertos,
así como el propio Saúl, quien cayó con el corazón atravesa-
do por su espada. Recordando la suerte de Sansón, se había
eliminado más bien que caer en manos del enemigo.
Los filisteos hallaron su cadáver; le cortaron la cabeza, y
la llevaron por todo el país, demostrando en esa forma la
alegría de la victoria a todo el pueblo.
Tomaron luego su escudo, su lanza y su armadura, y los
colocaron en el templo pagano de Astaroth, entre otros tro-
feos capturados en sus interminables guerras.
Después, ataron a los muros de Bethsan el cadáver acé-
falo y los de los tres príncipes reales.
Cuando el pueblo de Jabes de Galaad se enteró de ello,
decidió rescatar los despojos del hombre que una vez había
librado del sitio a su ciudad. En la oscuridad de la noche,
marcharon subrepticiamente hacia esa aldea y tomaron los
restos del amo real y de sus tres hijos, y les dieron sepultura
debajo del taray sagrado de su propia aldea.
En forma curiosa, le llegó a David la noticia de esta te-
rrible tragedia nacional. Uno de los filisteos, esperando con-
quistarse el favor del nuevo rey judío, cabalgó aprisa hasta la
aldea de Siclag e informóle que Saúl había fallecido.
También le explicó la forma en que había ocurrido su
muerte, así como las de sus hijos.
- Los encontré cerca de la montaña. de Gilboa - mintió -
y los maté porque sabía que eran sus enemigos.

156
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero no recibió la recompensa que esperaba.


David ordenó que se le ahorcara, y, una vez cumplido
su mandato, lamentó a su ex-amo y a su querido Jonatán.
Como de costumbre, en la música y en la poesía halló
consuelo, y compuso esa noble canción que encontrarán en
el capítulo primero del Libro de Samuel, y que comienza:
"¡Perecido ha la gloria de Israel sobre tus montañas!
¡Cómohan caído los valientes!”
Luego ayunó durante largo tiempo y, una vez que hubo
expresado su duelo, en forma de que todo el pueblo se ente-
rase de la profunda sinceridad de su pesar, se aprestó a re-
clamar su reino.
Le preguntó a Jehová adónde debía viajar primero y El
le repuso que se dirigiese al monte Hebrón.
Allí, todos los hombres de la tribu de Judá se reunieron
con el nuevo soberano y David fue oficialmente ungido co-
mo sucesor de Sául.
Durante casi cuarenta años, fue rey de la mayor parte de
las tierras hebreas.
Era un hombre de gran capacidad de acción. De otro
modo, habría fracasado en la realización de una tarea poco
menos que desesperada.
En primer lugar, había que considerar la cuestión de los
filisteos, ya que cientos de años de lucha no habían permiti-
do a los judíos deshacerse de esta amenaza constante. Repe-
tidas veces nos enteramos de que el poder de los filisteos ha
sido desbaratado por siempre. Sin embargo, pocos años des-
pués resurgen las dificultades y, hasta el fin de su indepen-
dencia nacional, los judíos fueron obligados a pagar un

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

tributo anual a sus odiados vecinos, cuya habilidad superior


en el arte de la guerra los tornaba invencibles, siempre que
los ejércitos se encontraran en una batalla campal.
En segundo lugar - y esto era casi peor,- David tenía
que lidiar con las interminables disputas que se suscitaban
entre las propias tribus judías. Los diferentes clanes eran tan
celosos entre ellos como sólo pueden serlo las gentes de las
pequeñas aldeas.
Deseaban un rey.
Pero, tan pronto como lo tuvieron, comenzaron a mo-
lestarse por su poder.
Y ni siquiera David, con su tremendo prestigio, fue lo
suficientemente fuerte como para vencer el prejuicio y hacer
valer sus derechos cuando se trataba de castigar a un soldado
popular que había violado la ley.
Por ejemplo, cuando Joab, su sobrino, que ocupaba una
elevada posición en el ejército, asesinó a Abner, servidor fiel
de Saúl, David no se atrevió a ahorcarlo. A la víctima le hizo
un entierro magnífico; mas eso fue todo.
Nunca se le entabló juicio a Joab, y David habría de la-
mentar el día en que le perdonó la vida.
Sólo lentamente y poniendo en juego toda su inteligen-
cia y la fuerza de su irrefrenable voluntad, pudo llegar a ser el
amo absoluto de la tierra.
Poco tiempo después, cuando los servidores de uno de
los sobrevivientes hijos de Saúl asesinaron a su amo, David
estuvo preparado para castigarlos. Ahorcó a los culpables y
anunció que una suerte similar correrían todos los que hicie-
ran justicia por sus propias manos.

158
HISTORIA DE LA BIBLIA

Ese proceder logró, por fin, llevar el temor de Jehová a


los corazones de los judíos, y, luego, dio un paso más que iba
a constituir un gran beneficio para el reino.
Trasladó la capital del país a la ciudad de Jerusalén, que
se hallaba estratégicamente situada en la ruta de Africa a la
Mesopotamia.
Allí construyó un palacio.
Una vez terminada la obra, comenzó a hablar de sus
planes para la erección de un Templo que reemplazaría al
tabernáculo.
Desde el día memorable en que los bueyes que marcha-
ron sin gobierno habían llevado el arca de vuelta de la tierra
de los filisteos, el arca santa había estado en casa de Abina-
dab, en la aldea de Kirjathjearim. Era tiempo de que se le
diera un sitio tranquilo en la nueva capital. El tabernáculo se
había portado bien para con los vagabundos del desierto;
pero un poderoso Estado como el de los judíos podía cos-
tear un verdadero templo, y el pueblo opinaba que su cons-
trucción se habla convertido en una necesidad nacional.
Como medida preliminar, se decidió transportar el arca
a Jerusalén.
Por consiguiente, David, al frente de un contingente de
guardias de corps, marchó hacia el Este para buscarla. Los
sacerdotes cargáronla sobre una carreta y uno de los hijos de
Abinadab, llamado Uzza, tomó las riendas.
Mas una de las ruedas del vehículo entró en un pozo,
haciendo tambalear a uno de los bueyes, lo cual casi ocasiona
la caída del arca. En forma instintiva, Uzza estiró la mano
para sujetarla y evitar que cayese.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero murió instantáneamente.


De acuerdo con la antigua ley judía, ningún lego tenía el
derecho de tocar el arca, cosa que era de exclusiva incum-
bencia de los sacerdotes.
La feliz procesión, con David a la cabeza, hizo alto.
Uzza fue sepultado y el arca llevada a casa de Obede-
dom Gentheo, donde estuvo por espacio de tres meses.
David regresó luego, con todos sus soldados, y el arca
fue alocada nuevamente en la carreta.
Esta vez, llegó sin dificultades a Jerusalén, siendo ubica-
da en un nuevo tabernáculo, que Salomón, sucesor de Da-
vid, iba luego a cambiar por el bien conocido templo.
Desde ese instante, Jerusalén no sólo fue la capital de
los estados judíos, sino también el centro religioso de todos
los que sostenían descender de Abrahán. En Palestina, había
otros sitios sagrados, pero a éstos los superaba en esplendor
la casa de ofrenda de Jerusalén.
Los levitas, que ejercían el monopolio de las cuestiones
eclesiásticas, eran hombres listos. No toleraban rivales y eran
obstinados defensores del rey, quien, a su vez, les demostra-
ba su favor ordenando que las otras capillas de la tierra fue-
sen cerradas y obligando a los fieles a que se dirigieran a su
propia capital.
Una vez cuidado el aspecto religioso de la vida, David
consagró su pensamiento a los asuntos de orden militar.
Primero, hizo colocar defensas en las fronteras de su
reino.
Luego, derrotó a los ammonitas en forma tan decisiva
que dejaron de molestar a los judíos.

160
HISTORIA DE LA BIBLIA

En tercer lugar, concluyó una tregua con los filisteos,


que de allí en adelante lo dejaron en paz.
Desde el punto de vista secular, el reino de David cons-
tituyó un gran éxito.
Pero no todo marchaba bien con el hombre que estaba
al frente de la nación.
El poder ilimitado de su elevada posición, comenzaba a
echarlo a perder.
Como Samuel, era, en muchos aspectos, un hombre dé-
bil; bondadoso, inteligente y bonachón, aún con sus enemi-
gos. Había sido muy generoso hacia el único nieto
sobreviviente de Saúl, hijo de su amigo intimo, Jonatán.
Este pobre muchacho, a quien le faltaban ambas pier-
nas, fue adoptado por David como hijo y, hasta el día de su
muerte, vivió con él en el palacio de Jerusalén.
Pero, en lo concerniente a sus propios placeres, David
podía ser tan bajo y cruel como el peor de sus súbditos.
Una noche, mientras tomaba fresco en la azotea de su
palacio - según la costumbre del pueblo judío, durante el
verano, en que la temperatura era muy elevada,- vio a una
mujer a la distancia.
Le agradó su aspecto y manifestó que la quería para es-
posa.
Mas, cuando hizo averiguaciones acerca de ella, enteróse
de que era casada con un hitita llamado Uria, oficial que, a la
sazón servía en el frente a las órdenes de Joab, el mismo
general que, como ustedes recordarán, no fue castigado por
el crimen de Abner.

161
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Por supuesto que David debiera haberse olvidado de


inmediato de la mujer; mas no hizo nada semejante.
Por el contrario, invitó a su esposo a su palacio.
Lo trató de la mejor manera, y le hizo unos obsequios y
luego le entregó una carta dirigida a Joab, en la cual le orde-
naba que lo colocase en las líneas del frente, para que el
enemigo lo matara.
Joab, que no era mejor que un criminal común, consti-
tuía el hombre especial para cometer semejante crimen a
sangre fría. No le advirtió a Uria el peligro, sino que, por el
contrario, lo lisonjeó diciéndole que se lo colocaría en la
línea de avanzada en reconocimiento de su valentía. El ofi-
cial lo creyó y asumió satisfecho el comando de la vanguar-
dia.
Cuando se lanzó el ataque, el plan de David se llevó a
cabo cuidando escrupulosamente los detalles.
Uría se precipitó hacia adelante.
Obedeciendo una orden de Joab, los otros soldados se
retiraron; Uría quedó solo y fue muerto.
Su esposa, Bathsheba, quedó, pues, viuda y, poco des-
pués, casó con David.
Sin embargo, el rey cometió un error al creer que su
perversa acción no había llegado a oídos del pueblo de Jeru-
salén.
Porque los soldados del frente - que siempre estaban
enterados de muchísimas cosas,- habían contado el episodio
a sus parientes. En los países pequeños, las noticias viajan
rápido, de manera que no pasó mucho tiempo antes de que
todos los judíos estuviesen enterados de cómo el rey, de-

162
HISTORIA DE LA BIBLIA

seando la esposa de otro hombre, había ordenado su asesi-


nato y luego casado con la viuda.
Pero, por supuesto, el monarca era el monarca, y, aun
entonces, muchas gentes creían en la infalibilidad de David.
En cuanto a las otras, no manifestaban su pensamiento
por miedo a que se los encarcelara y ahorcase.
Ese era uno de los grandes momentos de la historia ju-
día que hemos mencionado al comienzo de las páginas de
este capitulo.
Cuando todo los hebreos estaban en silencio, la con-
ciencia nacional hablaba.
Natán, el profeta, fue a ver al rey David. Acababa de oír
la pequeña historia, que deseaba repetirle al monarca.
David le pidió que empezara.
- Había una vez - comenzó diciendo Natán - un hombre
rico y uno pobre, que eran vecinos. El rico poseía muchas
ovejas, pero el pobre sólo contaba con un cordero, al cual
quería muchisimo y trataba como si fuese uno de sus pro-
pios hijos. Cuando no tenía mucho que comer, compartía
con el animal su pan y su leche, y cuando hacía frío guardaba
al cordero entre los pliegues de su túnica para que no se he-
lara.
"Un día, el hombre rico se vio obligado a hospedar a un
amigo - continuó diciendo.- Podía haber muerto a una de
sus ovejas; pero no; fue y le hurtó al pobre vecino su cordero
y lo sirvió a la hora de la comida para placer de sus invita-
dos".
Cuando David se enteró de este episodio, mostróse te-
rriblemente enfadado. Le dijo a Natán que era el crimen más

163
HENDRIK WILLEM VAN LOON

cobarde de que tenía noticias. Y prometió castigarlo con


severidad.
El pobre pastor cuyo cordero le había sido hurtado re-
cibiría una compensación siete veces mayor al perjuicio que
se le había ocasionado.
En cuanto al desventurado a quien se había inculpado
del delito, sería ahorcado de inmediato.
Luego, Natán el profeta se puso de pie y dijo:
-¡Oh, rey, usted es el hombre! Usted es quien asesinó a
Uría porque deseaba su esposa. Y, por lo tanto, Jehová traerá
la desgracia a usted y su familia; el hijo suyo y de Bathsheba
morirá de una muerte violenta para expiar el terrible pecado
de su padre y de su madre.
David fue presa de temor y remordimiento. Poco des-
pués, su hijo menor enfermó: era parte de la profecía. David
puso cenizas sobre su cabeza y se humilló ante Jehová en
todas las formas posibles. Durante siete días y otras tantas
noches no comió ni bebió. Al octavo, el niño murió y las
palabras de Natán resultaron ciertas.
Desde ese momento, David consideróse como el asesi-
no de su propio hijo. Confesó a Jehová que había procedido
muy mal con Uría. Y ofreció hacer penitencia. Rogó, oró e
imploró perdón. Aparentemente, esta demostración de pesar
impresionó a Jehová por su sinceridad y, durante un breve
lapso, David no sufrió más castigo.
Poco después, Bathsheba tuvo otro hijo, a quien llama-
ron Salomón. David, en su alegría, prometió a la madre que
haría a este niño su sucesor, excluyendo a los otros hijos.

164
HISTORIA DE LA BIBLIA

Esto, por supuesto, fue una noticia bastante desagrada-


ble para los legítimos herederos, cuyos nombres eran Absa-
lom y Adonía.
Este último no era muy enérgico y no le interesaba mu-
cho lo que acontecía. Absalom, en cambio, cuya madre había
nacido en el ardiente desierto sirio, era un joven inquieto, y
comenzó a conspirar contra su padre.
Se independizó para hacerse popular entre el pueblo de
Jerusalén. Era un muchacho buen mozo, de largos cabellos
rubios que le llegaban hasta el cuello. Siempre se lo veía
dondequiera que hubiese una multitud, pues le agradaba
figurar como defensor de los pobres contra la opresión del
rico. Como David se convertía cada vez más en déspota y
los impuestos aumentaban progresivamente, existían mu-
chos descontentos, los cuales llevaban sus quejas ante el
príncipe de la corona que, de manera tan súbita, había perdi-
do su derecho al trono.
Después de cuatro años de tal agitación, cuando Absa-
lom juzgó que podía contar con un número suficiente de
partidarios; abandonó Jerusalén para dirigirse a Hebrón, con
el pretexto de hacer un holocausto en honor de Jehová; pe-
ro, en realidad, era para iniciar su campaña contra su padre.
Fue un terrible golpe para David.
El monarca había amado a Absalom más que a sus otros
hijos y juzgaba que no había sido justo para con él. No podía
tolerar la idea de combatir contra su propia carne y su propia
sangre. Abandonó su sitio y huyó a través del río Jordán,
yendo a vivir a la aldea de Mahanaim.

165
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Como resultado de su huída, siguió un período de gue-


rra civil. Pero, en esta hora de derrotas y humillaciones, el
pueblo recordó en David al glorioso líder de la lucha contra
los filisteos, que había muerto a Goliat, mientras olvidaba a
David el rey que había hurtado la esposa de otro.
Se reunió, pues, en torno al amo, con la mayor lealtad.
El país dividióse pronto en dos bandos. Uno apoyaba a
David y el otro era fiel a Absalom. Pero la mayoría estaba de
parte del soberano.
En el bosque de Efraín, al este del río Jordán, tuvo lugar
una batalla. Antes de que comenzase la lucha, el monarca
rogó a los soldados que tratasen con benevolencia a Absa-
lom. Porque, aun entonces, quería más al muchacho de lo
que se sentía inclinado a confesarlo después de su conducta
escandalosa y rebelde.
Durante todo el día combatían los partidarios del rey y
los de su hijo. Muchos hombres resultaron muertos, pero, al
caer de la tarde, los que respondían a David triunfaban sobre
sus adversarios, y Absalom se vio constreñido a retirarse.
Trotó en su mula todo lo más rápido que le fue posible.
Pero se le enganchó el cabello en la dura rama de un árbol.
El animal que montaba se espantó y huyó, dejando a su ji-
nete balanceándose en el aire.
Uno de los soldados de David lo encontró. No ignoraba
que el rey había ordenado que se tratase con misericordia a
los rebeldes, de manera que se rehusó a matar al muchacho.
Retrocedió y le contó a Joab del hallazgo.
Este rudo pecador no tuvo tales escrúpulos. Tomó tres
lanzas y se dirigió al sitio en que el desdichado Absalom es-

166
HISTORIA DE LA BIBLIA

taba suspendido entre el cielo y la tierra; lo mató y tiró el


cadáver en una gruta ubicada debajo de un roble y llamó a
un esclavo negro, ordenándole que fuera a decirle a David lo
que acababa de acontecer.
El negro se dirigió al campamento del monarca y le in-
formó alegremente que los enemigos habían sido derrotados
y su hijo muerto. David no se alegró. Estaba descorazonado.
Recordaba sus propios crímenes y el anatema del pro-
feta Natán.
Ahora que había resultado victorioso, todas las tribus
rebeldes se apresuraron a hacer la paz; pero esto no le podía
devolver al pobre Absalom, por quien David se lamentaba
desde un extremo al otro de su palacio.
Y ahora se sucedió otra serie de desgracias. El monarca
estábase debilitando y sus días eran contados. Ya no podía
conducir sus ejércitos, a pesar de que pronto tuvo lugar otra
invasión de arte de los filisteos.
Entonces Adonía, hermano de Absalom, inició una re-
volución.
Esto llevó a David a su último gran hecho.
Ordenó que Salomón fuese coronado rey de los judíos.
Adonía, en conocimiento de que Salomón era mucho
más. inteligente que él, se rindió e hizo las paces con su
hermano, quien perdonó.
Pero David no prestó atención a ninguno de estos
acontecimientos. Sentado en un rincón oscuro de su palacio,
musitaba palabras de cariño para su hijo Absalom asesinado
al atreverse a declararle la guerra a su padre.,

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Luego, la misericordiosa muerte puso punto final a sus


sufrimientos y le brindó la paz de que no pudo gozar desde
que había colado las órdenes del Dios de Moisés y Josué.
Y ahora Salomón era rey de todos los judíos. Muchas
cosas, habían acaecido desde que el primero de los patriarcas
abandonó las desiertas tierras de Ur para establecerse en
medio de las colinas y los valles al otro lado "del Río", que
en aquellos días era la común denominación, en el occidente
del Asia, del Eufrates.
Cuando Abrahán deseaba obsequiar a un huésped, or-
denaba a sus sirvientes que matasen un solo cordero.
Salomón llevaba otro nivel de vida. Las necesarias pro-
visiones cotidianas para su mesa eran las siguientes: treinta.
medidas de harina; setenta de granos; diez bueyes gordos,
veinte bueyes flacos y una docena de venados, otra de cor-
zos, una tercera de gallinas y otros animales.
Cuando Abrahán se trasladaba a un nuevo territorio,
construía una simple tienda y dormía sobre algunas alfom-
bras viejas.
Por el contrario, Salomón pasó veinte años edificando
un nuevo palacio y comía en platos fabricados con oro ma-
cizo.
Esto es interesante leerlo, pero costó muchísimo dinero.
Muchos cientos de años más tarde, cuando los judíos vivie-
ron en el exilio, en Babilonia, y escribieron los aconteci-
mientos del pasado, gustaban explayarse sobre las glorias del
reino de Salomón, quien, de acuerdo con sus relatos, había
sido el amo indiscutible de toda la tierra situada entre el Eu-
frates y el mar Mediterráneo.

168
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero, los súbditos del poderoso monarca, obligados a


efectuar trabajos forzados en todas las obras públicas y abo-
nar tributos anuales para el mantenimiento del palacio real, el
templo nacional, la fortaleza terraplenada de Millo, los mu-
ros de Jerusalén y las tres nuevas ciudades fronterizas que
reconstruyó el hijo de David, sentíanse menos entusiasma-
dos y, a decir verdad, estaban en todo momento al borde de
la rebelión.
Afortunadamente, Salomón era astuto y mantenía los
gastos de su corte dentro de ciertos límites.
Como José y algunos otros grandes líderes, tenía a me-
nudo visiones mientras dormía. Poco después de su ascenso
al trono, soñó que Jehová le interrogaba qué obsequio de-
seaba más que ningún otro.
Salomón contestó que la sabiduría. La palabra "sabidu-
ría", en el viejo sentido que le asignaban los hebreos, podía
traducirse como tal o como "astucia".
Ambos atributos poseía Salomón. Era excesivamente
vivaz, pero no precipitado.
Como rey de los judíos era asimismo juez supremo de la
nación. Uno de los primeros casos que le fueron sometidos
consistió en una disputa entre dos mujeres que se discutían
el derecho sobre un niño como propio. El hijo de David
ordenó a uno de sus guardias de corps que tomara a la cria-
tura, la cortara en dos y entregase la mitad a cada una de las
mujeres. Y ocurrió lo que esperaba: la verdadera madre rogó
al soldado que le salvara la vida a la criatura.
- Es mejor - le dijo - que permanezca con quien no es su
verdadera madre, antes de que muera en esta forma terrible.

169
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Una decisión tan rápida y astuta agradó enormemente a


la multitud; lo hizo popular. Y ni siquiera las locuras de su
edad avanzada pudieron privarlo del cariño de sus súbditos.
Gobernó, pues, durante cuarenta años, desde 943 hasta
903 a. de J. C.
Y, durante todo ese tiempo, consumió dinero como
agua.
Ante todo, construyó el palacio real, enorme edificio
que contaba con muchos corredores y patios que conducían
al Templo. Dentro de su amplio cercado, había un arsenal y
una habitación en a cual el rey concedía audiencias y atendía
los asuntos legales; grandes cuartos para vivienda del rey y de
su séquito, y un harén donde las esposas del soberano hallá-
banse a cubierto de las miradas de los curiosos.
Todo estaba construido en piedra y terminado con ma-
dera de ciprés.
Luego vino el templo. Por supuesto que un templo anti-
guo era algo bien diferente de una moderna iglesia. Era un
sitio santo, al cual concurría el pueblo para hacer holocaus-
tos por los dioses, o, en el presente caso, por un solo Dios,
llamado Jehová. Nunca se predicaban sermones y los fieles
entraban y salían todo el tiempo.
No era necesario que el edificio fuese muy grande, y el
templo de Salomón medía noventa y cinco por treinta pies,
superficie del término medio de las iglesias de aldea.
De cualquier manera, el edificio costaba innúmeros mi-
llones. Los judíos eran campesinos, y comerciantes, pero
poseían poca habilidad como artesanos. Por consiguiente,
los tallistas y los orfebres tuvieron que ser llevados del ex-

170
HISTORIA DE LA BIBLIA

tranjero. La mayor parte de ellos procedían de Fenicia, que


era el mayor centro comercial del mundo de hace tres mil
años.
Tiro y Sidón son hoy olvidadas aldeas pesqueras; pero,
en esos días de Salomón, eran puertos que impresionaban al
visitante proveniente del Estado judío, cercado de tierra,
como puede hacerlo Nueva York con un hombre prove-
niente de una pequeña ciudad enclavada en la pradera.
David ya había concluido un tratado con el mandatario
de Tiro. Salomón efectuaba ahora una alianza con el rey de
Sidón.
En pago del abastecimiento anual de granos, el rey Hi-
ram colocaba determinado número de barcos a disposición
del soberano judío y le prometió proporcionarle los trabaja-
dores especializados necesarios para la construcción de su
templo.
Los barcos fletados por Salomón visitaban todos los
puertos del Mediterráneo hasta Tharsis - que los romanos
llamaban Tartessus - en España y cargaban oro, piedras pre-
ciosas y valiosas maderas para el templo de Salomón.
Pero, el mundo del Mediterráneo era demasiado peque-
ño para abastecer todas las necesidades del gran monarca, de
manera que decidió establecer una ruta comercial a las In-
dias. Contrató a armadores fenicios para que se establecieran
en la costa del golfo de Akabah, brazo oriental del mar Rojo,
donde construyeron un astillero cerca de la ciudad de Ezión-
Beber - que los judíos habían visitado seis siglos antes, cuan-
do eran vagabundos del desierto - y sus barcos viajaban
hasta Ophir - situado en la costa oriental de Africa o en la

171
HENDRIK WILLEM VAN LOON

occidental de la India - y luego regresaban con sándalo, mar-


fil e incienso, que las caravanas transportaban hasta Jerusa-
lén.
Comparado con las pirámides - que entonces contaban
casi tres mil años de existencia - y con los templos de Tebas
y Menfis, Nínive y Babilonia, el de Salomón no era un edifi-
cio muy imponente.
Pero era la primera vez que una de las muchas pequeñas
tribus semitas del Asia occidental se había aventurado a lle-
var a cabo un proyecto tan ambicioso. Hasta la poderosa
reina de Saba, famosa tierra de oro de Arabia, fue atraída por
la curiosidad de visitar la nueva capital de sus vecinos norte-
ños; honró a Salomón efectuándole una visita y le expresó su
admiración por lo que había logrado realizar.
Desgraciadamente, no poseemos una narración extran-
jera del templo, y el Libro de los Reyes, que brinda una mi-
nuciosa descripción, fue escrito varios siglos más tarde. A la
sazón, se creía y decía, por lo común, que el templo había
costado ciento ocho mil talentos de oro y un millón dieci-
siete mil de plata, o dos mil cuatrocientos cincuenta millones
de nuestros dólares modernos. Pero esto era alrededor de
cincuenta veces el total de la producción de oro de todo el
mundo antiguo, y la cantidad es, quizás, exagerada. Como
apenas si queda una sola piedra del edificio original y el sitio
en el cual se hallaba erigido el templo yace ahora debajo de
ciento veinte pies de escombros, será difícil efectuar un co-
rrecto cálculo moderno.
Sin embargo, sabemos que la vieja colina de Moría - ori-
ginariamente ocupada por la granja de Arauna, el jebusita -

172
HISTORIA DE LA BIBLIA

fue gradualmente cubierta por un complejo sistema de edifi-


cios cuya fama ha llegado hasta nosotros a través de los si-
glos. Fueron comenzados el año 480° después de la huida de
Egipto - la primera fecha positiva en el Viejo Testamento - y
terminados en el 487°.
Todo el trabajo preparatorio de cortar las piedras y la
madera fue hecho muy lejos de la colina de Moría, para que
el verdadero trabajo de construcción se hiciera con el míni-
mo de ruido.
Los judíos, que aun entonces vivían rara vez en edificios
de piedra, no gustaban de las paredes desnudas. Por consi-
guiente, Salomón hizo cubrir los pisos, las paredes y los cie-
lorrasos del edificio sagrado, con maderas de ciprés y cedro,
recubiertas con una delgada capa de oro.
El corazón del templo, la Santa de las Santas, era una
pequeña habitación cuadrada, de treinta pies cúbicos, dentro
de la cual se veían las figuras esculpidas de dos grandes án-
geles, debajo de cuyas alas desplegadas descansaba el arca, la
rústica caja de madera que había seguido a los judíos, en su
peregrinación, durante casi cinco siglos. Contenía dos trozos
de piedra en los cuales Jehová había grabado las Leyes San-
tas cuando se le apareció a Moisés entre las nubes del monte
Sinaí.
Dentro de la pequeña alcoba reinaba eterno silencio.
Sólo una vez por año podía penetrar en ella el sumo sacer-
dote, en presencia del Espíritu Divino. Era el Día de Expia-
ción.
En esa oportunidad, el sumo sacerdote dejaba de lado
sus vestiduras oficiales y se envolvía en una túnica blanca. Y

173
HENDRIK WILLEM VAN LOON

llevaba en una mano el incensario conteniendo algunos car-


bones para el altar, y en la otra, un cofre de oro con la sangre
de un becerro sacrificado, que la esparcía por el suelo como
signo de expiación.
Luego se retiraba. Las puertas de oro, decoradas con
grabados de flores y palmeras, eran cerradas y, una vez más,
las silenciosas figuras permanecían custodiando el arca que
descansaba debajo de las desplegadas alas.
Sin embargo, el santuario, que estaba separado de la
Santa de las Santas por un tabique de cedro, era la parte ver-
daderamente activa del Templo. Allí se ubicaba el altar de
incienso y la ley exigía que todos los que desearan hacer una
ofrenda derramasen sangre del animal sacrificado, ante ese
famoso altar.
Desde la mañana hasta la noche, la sala se llenaba con el
bullicio de hombres y animales.
La ley judía de sacrificio era intrincada y compleja. Los
sacerdotes, que ganaban muchísimo dinero con tales ofren-
das, efectuaban siempre modificaciones en las reglamenta-
ciones que había ordenado Moisés originariamente. Para
cada clase de pecado o crimen, existía una forma especial de
sacrificio.
A la gente muy pobre se le permitía efectuar una ofren-
da de pan ázimo o de trigo tostado.
Pero, de los que podían hacerlo, se esperaba que adqui-
riesen un becerro, una oveja o una cabra y la llevaran al tem-
plo, para entregársela al sacerdote.
Por conveniencia, tales animales se vendían cerca de la
entrada del templo y durante todo el día el aire se llenaba

174
HISTORIA DE LA BIBLIA

con el balido de las ovejas o el mugido de las vacas. Al prin-


cipio, las personas que llevaban los animales eran las encar-
gadas de matarlos. Pero, gradualmente, la tarea pasó a manos
de los sacerdotes y la ofrenda perdió mucho de su carácter
personal.
Ante todo, el animal era muerto y cortado en pedazos.
La sangre, derramada sobre el altar de incienso o frente a él.
El resto del animal - o parte de él, conteniendo la grasa - se
consumía en el altar de ofrenda, construido de bronce y si-
tuado fuera del templo, llamado tribunal de los sacerdotes,
donde el humo podía ascender al cielo con facilidad.
El resto, lo comía la persona que ofrendaba el sacrificio
o se entregaba a los sacerdotes, quienes, junto con sus fami-
lias, ocupaban tres filas de habitaciones convenientemente
construidas a los lados del templo.
Una vez terminado el templo y listo para abrir sus
puertas a los fieles, Salomón consagró el edificio sagrado con
grandes y solemnes festividades. Invitó a todos los líderes
del pueblo judío a que concurrieran a Jerusalén.
Primero marcharon juntos a Sión para buscar el arca.
Sión era el nombre de una de las colinas sobre la cual se
hallaba originariamente la aldea de Jerusalén. Había sido una
fortaleza que perteneció a los jebusitas, algunos de los habi-
tantes originarios de Canaán. Su rey había muerto a manos
de Josué, pero mantuvieron su independencia durante varios
siglos.
Finalmente, David capturó a Sión, y la llamó Ciudad de
David, convirtiéndola en núcleo de su futura capital.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Cuando llevó el arca de Kirjath-jearim, fue colocada en


un tabernáculo provisorio, construido dentro del palacio
real.
De allí, los sacerdotes la llevaron ahora a su último sitio
de descanso, dentro de la Santa de las Santas.
Hecho esto, una nube llenó el templo, la cual demostra-
ba la presencia del espíritu de Jehová. Luego, Salomón se
arrodilló y rezó por su pueblo, y una centella descendió del
cielo y consumió la ofrenda que había sido colocada sobre el
altar. Entonces el rey y todos sus súbditos comprendieron
que Jehová estaba agradado con su nuevo hogar.
La fiesta que tuvo lugar después se prolongó durante
dos semanas enteras.
Salomón mató veintidós mil bueyes y ciento veinte mil
ovejas, y otras personas hicieron ofrendas dentro de sus po-
sibilidades.
Todo esto, aumentó considerablemente la fama del rey
de los judíos.
Por vez primera en la historia, su país atrajo la atención
internacional. De todas partes llegaban personas que desea-
ban visitarlo. El comercio se hizo más activo que nunca.
Muchos de los comerciantes judíos establecieron negocios
propios en las ciudades de Egipto y las situadas a lo largo de
las riberas del Mediterráneo, del Eufrates y del Tigris.
Era el comienzo de un gran período de prosperidad.
Pero el dinero no resultó ser una pura bendición. Salo-
món abandonaba ahora rara vez su palacio. Aumentó su
guardia personal y fue el primero de los gobernantes judíos
que mantuvo diferentes regimientos de caballería. A medida

176
HISTORIA DE LA BIBLIA

que envejecía retirábase de las cuestiones de Estado. Dejó de


considerarse rey de algunas simples tribus de pastores, para
convertirse en el indiscutido mandatario de una poderosa
nación oriental.
Por razones de Estado, había casado con las hijas de va-
rios de sus vecinos más poderosos. Cada una de estas muje-
res - ya fuese egipcia, moabita, hitita, edomita, ammonita o
fenicia - había conservado, por supuesto, su fidelidad a la
religión de su propio país, de manera que, dentro de los lí-
mites del palacio, existían altares de Isis, Baal y otros dioses
paganos de Africa y el Asia.
Para complacer a alguna esposa favorita, Salomón había
tenido que permitirle que erigiese un pequeño templo propio
para que adorara a sus dioses, tal como ella lo había hecho
cuando niña en el valle del Nilo o entre las colinas de Aram.
Esto demostraba que el rey era todavía un hombre de am-
plios y liberales puntos de mira. Mas no aumentaba su po-
pularidad entre las masas, que eran partidarias estrictas del
único Dios verdadero.
Habíanse esclavizado, trabajado y sufrido inenarrables
dificultades para que el templo pudiese ser erigido. Y ahora
el rey - de todo el pueblo - desertaba de la Casa de Jehová
para sentarse en medio del confuso esplendor de algún san-
tuario pagano.
El hecho causaba un enorme descontento; encendía el
espíritu de rebelión que iba a aflorar en una abierta revuelta
tan pronto como Salomón muriese.

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Poco es lo que sabemos acerca de sus últimos años,


descriptos minuciosamente en los "Hechos de Salomón",
pero el libro, por desgracia, se ha extraviado.
Salomón falleció tranquilamente y fue sepultado, junto a
sus padres, en la bóveda de la familia, en la Ciudad de David.
Pudo haber echado los cimientos de un poderoso Esta-
do judío, pero su amor por el lujo y su indiferencia espiritual
tornaron esto imposible.
Tan pronto como sobrevino su muerte, levantóse la
tormenta.

178
HISTORIA DE LA BIBLIA

12
Guerra civil

ROBOAM, que sucedió a su padre, era hijo de Salomón


y Naama, mujer perteneciente a la tribu de Ammón.
Era un hombre obtuso, ignorante y de estrecho criterio.
Pero no es muy justo culparlo de todos los males que sufrió
su país inmediatamente después de su ascenso al trono, ni de
la final división del pueblo de Israel en dos reinos pequeños
y hostiles, pues existían otras razones, además de la absoluta
impopularidad del soberano.
Desde el comienzo de la historia judía, existieron rivali-
dades y odios entre las tribus de Judá, que vivían en el Sur
del valle de Acor, y las de Israel, residentes en el Norte.
Resulta bastante difícil seguir esos viejos antagonismos
desde sus orígenes. Los primeros libros del Viejo Testa-
mento - que son nuestra única fuente de información para
todo ese período - contienen muchas leyendas, pero poca
historia exacta. Los hombres que redactaron esas crónicas
eran, a menudo, gentes con predilecciones personales, em-
peñadas en demostrar una cuestión preferida. Con no poca

179
HENDRIK WILLEM VAN LOON

frecuencia, agregaban fantasías fuera de lugar, que nada tie-


nen que ver con la verdadera historia de la nación judía.
Además, durante todos estos siglos, el territorio que ha-
bían ocupado los hebreos se hallaba en un permanente esta-
do de transición.
Muchos de los habitantes originarios habían sido
muertos o aceptado el dominio judío, adoptando también su
religión.
Pero, de cuando en cuando, alguna aldea o pequeña ciu-
dad había mantenido una existencia semiindependiente du-
rante algunos siglos, de modo que es absolutamente
imposible decir cuándo Palestina se convirtió, en realidad, en
un definido país hebreo. Permítaseme tratar de aclarar esto
trazando una comparación con los tiempos modernos.
Cuando se estudia la historia de nuestra gran zona del
Oeste, se advierte lo difícil - casi imposible- que es estable-
cer, en qué año, determinada parte de ella dejó de ser un
yermo para convertirse en una comunidad civilizada. Sabe-
mos a menudo la fecha en la cual los primeros colonizadores
trasladaron sus familias y sus ganados a las planicies que se
extienden a lo largo de los Aleganios. Sabemos en qué fecha
se construyeron las primeras casas en ciudades como San
Luis y Chicago. Pero, ¿cuándo, exactamente, Misuri e Illinois
abandonaron su condición de "país fronterizo" y en qué
fecha asumieron el aspecto externo e interior de los Estados
más viejos, situados a lo largo de la costa atlántica?
Resulta imposible proporcionar una contestación más
específica que decir que lo hicieron "en algún momento,
durante la primera mitad del siglo XIX".

180
HISTORIA DE LA BIBLIA

En este sentido, la historia judía acusa una enorme simi-


litud con la de nuestro país.
Pero existen, en este capítulo, otros enigmas y paralelos,
que harán necesaria una muy cuidadosa lectura.
Se presenta la cuestión de los nombres de "Judá" e "Is-
rael", que aparecen en todas las páginas del Viejo Testa-
mento, y se emplean en la forma más irregular.
Los autores de los libros de Josué, los Jueces y los Re-
yes, escribieron Israel o Judá cuando, en realidad, querían
significar "toda la tierra arrebatada a los cananeos, a los
ammonitas y jebusitas." A veces, eran aún más descuidados y
llamaban Israel Judá y viceversa.
Para aclarar el punto, permitaseme brindar otro ejemplo
moderno.
Supongamos que, dentro de tres mil años, un escritor
descubre algunos libros referentes a la historia de nuestro
país, que han permanecido ocultos en un sótano abandona-
do en las ruinas de Boston. Los lee, con ayuda de una vieja
gramática inglesa hallada en un museo, y encuentra frecuen-
tes menciones de "América", los "Estados Unidos" y "Los
Estados"4.
¿Cómo va a saber lo que querían significar en realidad
los historiadores de la actualidad al emplear indistintamente
esos nombres?
"América" es el nombre de un continente, que se ex-
tiende desde el Polo Norte hasta el Sur.

4Nombre con que se menciona, en forma familiar, a los Estados Unidos


de Norte América. – N. Del T.

181
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero el uso común ha dado también el mismo nombre a


una pequeña parte de él, situada entre el Canadá y Méjico.
¿Cómo sabe el futuro autor que, en este caso, "América sig-
nifica en realidad los "Estados Unidos de América" y no
todo el continente? Lo mismo, cuando lee "los Estados Uni-
dos", ¿cómo va a saber con precisión si se refiere a "los Es-
tados Unidos del Brasil", a "los Estados Unidos de
Venezuela", en el Hemisferio Sur, o a "los Estados Unidos
de América", en el Norte?
Y cuando se encuentre con una referencia a "los Esta-
dos", ¿cómo va a acertar si el nombre se refiere en este caso
al país en su totalidad o a los Estados del Este, del Norte, del
Sur, o del Oeste?
Para los escribas judíos de hace dos mil años, términos
como "Israel" o "Judá" significaban una región definida y no
había forma de equivocarse. Pero ese mundo yace ahora
sepultado debajo de veinte siglos de escombros históricos,
de manera que no resulta fácil determinar qué fueron la
"ciudad" o el "río" a los cuales los profetas se refieren con
tanta frecuencia cuando manifiestan ingenuamente que "los
hombres del otro lado del río destruyeron la ciudad". Es
muy posible que "los hombres del otro lado del río” fueran
los babilónicos, que vivían en la otra margen del Eufrates.
En el noventa y nueve por ciento de los caso, "la ciudad" era
la de Jerusalén. Prestando un poco de atención, a menudo
podemos descubrir tales cosas, con un grado bastante apro-
ximado de exactitud. Pero no siempre estamos absoluta-
mente seguros y nuevas exploraciones en la Mesopotamia

182
HISTORIA DE LA BIBLIA

pueden demostrarnos que, después de todo, nos hallamos


equivocados.
Comprenderán ustedes ahora, pues, que en las próximas
páginas, sólo podemos brindar las aserciones históricas más
generales y que no estamos muy seguros de los argumentos
que esgrimimos en el presente capítulo; en el cual nos esfor-
zamos en explicar por qué el reino judío estuvo predestinado
a desmoronarse antes de lograr siquiera las características
externas de un imperio común.
Ignoramos si los hombres de Israel - descendientes di-
rectos de Jacob - eran más enérgicos que los de Judá que
alegaban provenir de Jacob a través de su cuarto hijo y de
una mujer nativa de la aldea de Adullam.
No podríamos manifestar con ningún grado de seguri-
dad si la vida en los amplios y agradables valles de la tierra
del Norte, con sus numerosas ciudades y aldeas, había tor-
nado a los israelitas diferentes de los judíos, que residían
entre las oscuras rocas de una elevada y árida meseta y con-
servaron los hábitos de los patriarcas durante mayor tiempo
que sus vecinos.
Pero la cuestión es que casi todos los líderes del pueblo
judío, desde los días de Josué, Gedeón, Samuel y Saúl, hasta
los de Juan el Bautista y Jesús, nacieron en el Norte.
A la verdad, con la sola excepción de David, el Sur casi
no dio hombres muy prominentes.
Es una cuestión discutible el hecho de si no habría sido
mejor para el pueblo judío, si la consolidación de las tribus
en un solo Estado la hubiera emprendido un norteño.

183
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero tales reflexiones históricas son de poco valor. Es


indudable que Alemania sería hoy un país mucho más agra-
dable si Bismarck hubiera sido bávaro.
Mas era prusiano, así como David ha sido judío, y nada
puede cambiar estos hechos o su influencia sobre todo el
futuro desarrollo histórico.
Esto es muy cierto. Una vez que David hubo escapado
a la ira de Saúl - que, probablemente, abrigaba prejuicios
contra su rival por el motivo general de que era "sudista",-
siendo coronado rey de los judíos, siguió de inmediato una
política muy sensata de conciliación.
En sus ansias por aplacar los prejuicios del Norte, fue a
menudo tan lejos que se conquistó la hostilidad de los hom-
bres de su propia tribu. Pero su reino estaba basado en sóli-
dos fundamentos de moderación y avenencia, de manera que
resistió con facilidad las revoluciones que tuvieron lugar
cuando el propio soberano era demasiado viejo para dirigir
sus ejércitos.
Durante su primer reinado, Salomón trató de seguir la
misma política, pero fue menos veraz y generoso que David.
Las personas que amenazaban ser peligrosas para la se-
guridad del Estado eran despiadadamente perseguidas y ex-
terminadas.
En el campo de la política extranjera, sin embargo, logró
mayor éxito que su padre. Merced a una serie de airosas gue-
rras - libradas por sus generales, pues el propio rey no gusta-
ba de las dificultades de la vida de cuartel,- protegió sus
fronteras contra todos los enemigos y aseguró la paz y la
prosperidad para sus súbditos.

184
HISTORIA DE LA BIBLIA

En poco tiempo había conquistado tanta popularidad en


el Norte como en el Sur. Pero, cuando Salomón llegó a una
edad mediana, empezó a cometer los errores que finalmente
ocasionaron la caída del imperio, tal como ahora lo narraré.
Jerusalén había sido elegida como capital del país, pro-
bablemente, por razones estratégicas. Verdad es que a los
israelitas les habría gustado ver el palacio real y el templo
construidos dentro de sus propios dominios norteños; pero
aceptaron la decisión de Salomón de buen grado y viajaban
muchos cientos de kilómetros siempre que querían ofrecer
un holocausto a Jehová.
Entonces comenzó Salomón a edificar.
Por supuesto que otros monarcas habían hecho caer en
la bancarrota a sus súbditos mediante la gloriosa ambición de
sus sueños arquitectónicos. Pero pocos países habían sido
despojados de manera tan absoluta de sus recursos en oro y
plata como lo fueron Israel y Judá por las exacciones del
"Monarca Pacífico".
Al comienzo, los israelitas no se opusieron, pues juzga-
ron que trabajaban por la gloria de Jehová, de manera que
estaban dispuestos a hacer grandes sacrificios. Pero, cuando
Jerusalén fue convertida en una ciudad ostentosa y bárbara, y
cuando el propio rey comenzó a gastar los ingresos reales en
templos a Moloch, Chemos, y una decena de dioses paganos,
se extendió un murmullo de descontento entre las masas.
Por fin, cuando prácticamente estaban siendo llevados a
la esclavitud y la servidumbre, pues Salomón iba a ordenar
nuevos cargamentos de oro, de Ofir, y más embarques de
plata de Tharsis, amenazaron con rebelarse.

185
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero, antes de que tomaran las armas, un profeta ya ha-


bía dado expresión al pesar nacional.
Uno de los oficiales de Salomón, Nebat - de la tribu de
Efraín,- tenía un hijo llamado Jeroboam, que era capataz y
trabajaba en el templo. Un día, mientras se dirigía a su tra-
bajo, encontróse con el profeta Ahías, que se había traslada-
do a Jerusalén desde la aldea de Silo. Vestía una nueva
túnica, cosa bastante extraña, pues los profetas eran, por lo
general, demasiado pobres para usar otra prenda que no
fuese una vieja camisa de pelo de camello.
Tan pronto como Ahías vio a Jeroboam, tomó su
manto, lo cortó deliberadamente en doce trozos, y le entregó
diez de ellos. Era señal de que Jehová lo señalaba como go-
bernante de diez de las tribus de Israel.
Salomón estaba bien informado por sus agentes secre-
tos, de manera que se enteró de lo que había acontecido e
impartió órdenes en el sentido de que Jeroboam fuese elimi-
nado. Sin embargo, las noticias viajan con rapidez en las
pequeñas ciudades como Jerusalén, así es que Jeroboam fue
advertido de la suerte que lo aguardaba, y huyó a Egipto,
donde Sisac, faraón de la vigésimasegunda dinastía, le dio
asilo.
Sisac era un hábil estadista, que miraba el desarrollo de
un fuerte imperio judío, en el este de sus fronteras, con serio
recelo.
Era indudable que deseaba emplear a Jeroboam como
candidato rival para ocupar el trono hebreo, tan pronto co-
mo Salomón muriera.

186
HISTORIA DE LA BIBLIA

Eso fue precisamente lo que ocurrió. Tan pronto como


el faraón se enteró de que Roboam había sucedido a su pa-
dre, entregó dinero a Jeroboam para financiar su retorno a
Jerusalén y presentarse como candidato rival. Durante casi
dos generaciones, el Estado judío había sido una monarquía
hereditaria. Pero, de los viejos días de los jueces, sobrevivían
ciertas formas de "elección". Por consiguiente, siempre que
fallecía el monarca, se efectuaba una reunión de las tribus
con el objeto de elegir al nuevo soberano.
Cuando los representantes de todos los puntos de esa
tierra se reunían, discutíase la situación política. Ellos mos-
tráronse dispuestos a reconocer a Roboam como rey, pero,
antes de aclamarlo, insistieron en tener una especie de "Carta
Magna" o "Constitución" - como la llamaríamos hoy - para
protegerse de una ejecución demasiado absoluta de las leyes
de impuestos.
Roboam, que había sido educado en el harén del palacio
real y rara vez entraba en contacto con sus súbditos, hizo
llamar a varios viejos consejeros que habían actuado junto a
su padre.
¿Qué le aconsejarían que hiciese?
Los ancianos le manifestaron que el país se quejaba de
gravámenes intolerables y que el rey debía complacer los
deseos del consejo nacional..
Sin embargo, a Roboam, que amaba su ocio, no le agra-
daba escuchar la opinión del pueblo acerca de una disminu-
ción del presupuesto real.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Se dirigió a los caballeros jóvenes de la corte que eran


sus compañeros y les interrogó qué opinaban de la exigencia
popular para que introdujera "economías" en el presupuesto.
Ellos expresaron un profundo desprecio hacia la chus-
ma y lo animaron para. que diera la tonta respuesta que ha
sobrevivido a través de las épocas y que por siempre se la ha
vinculado con su nombre.
- Mi padre - habló Roboam - les ha puesto un pesado
yugo. Muy bien. Yo, vuestro nuevo rey, tengo la intención de
aumentar ese yugo. Mi padre os castigó con látigos, pero yo
lo haré con azotes.
Ese fue el proverbial golpe de gracia.
Diez de las tribus se rehusaron a reconocer a Roboam y
eligieron a Jeroboam como rey.
Sólo las tribus de Judá y de Benjamin permanecieron
fieles al hijo de Salomón.
En esa forma, la nación judía quedó dividida en dos
partes, que nunca iban a reunirse de nuevo.
La oportunidad de constituir un poderoso reino judío
centralizado, había desaparecido para siempre. Pero todo el
mundo ganó con el fracaso de las ambiciones imperialistas
judías. Judá e Israel juntos, cuya superficie era comparable al
moderno reino de Bélgica, habrían llegado a ser el Estado
más importante del Asia occidental.
Divididos, los dos pequeños países eran demasiado dé-
biles para mantenerse contra sus poderosos vecinos del Este.
Israel fue primero invadida y conquistada por los asirios
en el año 722 a. de J. C.

188
HISTORIA DE LA BIBLIA

Un siglo más tarde, Judá experimentó idéntica suerte a


manos de los caldeos.
Los judíos fueron, pues, lanzados al exilio.
Alejados del templo y de sus hogares, los sacerdotes
permanecieron absolutamente fieles a la letra de las antiguas
leyes.
No olvidaron nada y nada aprendieron.
Pero los profetas hicieron buen empleo de esta ocasión
inesperada de ampliar su visión de los hombres y de las
cuestiones, y de estudiar su propio pueblo en relación con el
resto del mundo. Les brindó una oportunidad de revisar sus
ideas espirituales.
El cruel e implacable Jehová, adorado por Moisés, Josué
y David, había sido el dios tribal de una pequeña comunidad
de granjeros y pastores, que vivían en un rincón olvidado del
Asia occidental.
A causa del valor y la visión de los profetas exilados, la
vieja deidad hebrea se convertía ahora en ese concepto uni-
versal y eterno del Espíritu Divino, que acepta el mundo
moderno como la más elevada expresión de la Verdad y el
Amor.

189
HENDRIK WILLEM VAN LOON

13
Advertencia de los profetas

LA obra de los jueces, la de David y Salomón, permane-


ció inconclusa. Su sueño de un gran imperio judío se había
convertido en un pesar. Una recia línea de fortificaciones,
que se extendía desde Gilgal, cerca del río Jordán - donde
una vez estuvieron los cuarteles de Josué,- hasta la ciudad de
Gezer, en la frontera filistea, dividía las tierras judías en una
parte norteña y otra sudista.
Unidas, habrían podido mantener su independencia
común.
Pero divididas, estaban a merced de sus poderosos veci-
nos.
Vamos a narrarles la desdichada historia de un pueblo
desdichado. Centurias de guerra civil y anarquía, serán segui-
das por siglos de exilio y esclavitud. Constituirá un relato de
oscuros hechos; de súbitos crímenes y de ambiciones inúti-
les. Pero nos proporcionará el fondo auténtico de la lucha
espiritual más interesante de los tiempos antiguos. .
Debemos conocer los acontecimientos principales de
este complicado periodo, si es que vamos a comprender la

190
HISTORIA DE LA BIBLIA

vida del más grande de todos los profetas, que nació mucho
después de que se hubieran destruido los últimos restos de la
independencia judía, a manos de los ejércitos de Pompeyo.
Salomón el Magnifico, falleció entre los años 940 y 930
a. de J. C.
Cinco años después, la división del imperio se había
convertido en un hecho generalmente aceptado.
Entonces era posible cotejar la fuerza de ambas nacio-
nes. Israel era tres veces más grande que Judá y poseía el
doble de habitantes. Sus praderas eran incomparablemente
más ricas que las de Judá, cuyas tres cuartas partes de su
superficie estaban inutilizadas por el yermo. Esto no quiere
decir que Israel fuese el doble de fuerte o tres veces más rica
que su vecina sureña. Por el contrario, la propia extensión de
su territorio constituía una desventaja. Judá, pequeña y com-
pacta, gozaba de una forma de gobierno más centralizada y
hallábase mejor preparada para resistir una invasión.
En el Este, los yermos rocosos del mar Muerto, sofoca-
dos en el calor salobre de un valle situado a mil doscientos
pies bajo el nivel del mar Mediterráneo, presentaba una ba-
rrera casi infranqueable contra la agresión de Moab y
Ammón.
Al Sur, el desierto se extendía hasta Arabia.
La frontera occidental tocaba la tierra de los filisteos.
Estos viejos fugitivos cretenses, habían perdido mucha de la
ferocidad pretérita. Se habían asentado en una vida pacífica
de granja y taller. Ahora, rara vez molestaban a sus vecinos
judíos y los protegían contra las expediciones de saqueo de

191
HENDRIK WILLEM VAN LOON

parte de los bárbaros que acababan de ocupar la cercana


península de Grecia.
Israel, por el contrario, estaba expuesta al ataque de sus
enemigos por todos lados. El río Jordán hubiera proporcio-
nado al país una frontera de primer orden. Pero numerosas
guerras que lograron éxito habían extendido la esfera israelita
de influencia varios cientos de kilómetros hacia el Este. Y,
hasta ahora, los chinos son las únicas gentes que han tenido
la paciencia de construir murallas de protección a través del
desierto.
Los israelitas parecían haber estado varias veces a punto
de fortificar esa región; pero las inestables condiciones lo
hicieron imposible. Luego, confiaron en la suerte y, por su-
puesto, fueron derrotados por sus poderosos vecinos orien-
tales, cuya fe estaba firmemente basada en la eficiencia de
sus arqueros y de su caballería.
Sin embargo, el reino de Israel sufría otra seria desven-
taja: estaba compuesto por diez tribus diferentes, cuyos inte-
grantes hablaban mucho de Unión y de Colaboración, pero
eran tan desconfiados de sus propios derechos como las
originarias trece colonias de nuestro país. Ni siquieran po-
dían decidirse en cuanto a una capital que se adaptara a sus
necesidades. Sichem, en la tierra de los efrainitas, parecía, en
muchos sentidos, el sitio indicado para el futuro centro de la
nación israelita, pues era una famosa ciudad, que había sido
visitada por Abrahán, cuando se había dirigido al Oeste en
busca de la Tierra Prometida, y estaba estrechamente vincu-
lada con las últimas diez centurias de la historia judía.

192
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero Jeroboam, que había llegado al trono por la senda


de una rebelión que obtuvo éxito, y que siempre se encon-
traba a la defensiva contra toda clase de enemigos reales e
imaginarios, no pensaba que Sichem ofreciera suficientes
seguridades. Trasladó, pues, su corte a Thirsa, que estaba
situada más hacia el Este.
Cincuenta años más tarde, Thirsa fue abandonada por
Samaria, que se hallaba ubicada en la cima de una colina y
domina-ba una excelente perspectiva.
La falta de una capital bien establecida - lo cual ha
arruinado no pocas naciones desde el comienzo de la historia
- contribuyó al retraso del desarrollo normal del pequeño
reino.
Sin embargo, la causa fundamental de la debilidad de Is-
rael nada tenía que ver con las fronteras geográficas o los
centros políticos. Era algo muy diferente.
Desde el principio, el Estado judío había sido una teo-
cracia. Una "teocracia" es un país gobernado por un "theos"
o dios. Como el mandatario no puede residir en la tierra,
gobierna sus dominios por intermedio de una clase integrada
por sacerdotes profesionales, que dan expresión a la volun-
tad divina tal como es revelada a ellos, de tiempo en tiempo,
por sueños o signos, como el susurro de las hojas de los
árboles sagrados o los que provienen del cielo cuando se
hace una ofrenda.
El "theos" - sea Jehová o Júpiter - debe, por supuesto,
permanecer invisible para la masa del pueblo. Sus sacerdotes,
por consiguiente, se convierten en sus representantes en la
tierra y en ejecutores de sus órdenes. Su poder no carece de

193
HENDRIK WILLEM VAN LOON

semejanza con el del virrey de la India, que gobierna sobre


cientos de millones de personas, en nombre de un distante y
misterioso emperador, que reside en el Palacio de Bucking-
ham, en Londres, y a quien los habitantes de Calcuta o de
Bombay nunca ven.
Casi todos los países, en una época u otra, han pasado a
través de ese estado de desarrollo político. Lo hallamos en el
valle del Nilo y en Babilonia. Sabemos que existió en Grecia
y Roma. La idea fue lo suficientemente fuerte como para
sobrevivir al caos de la Edad Media. Convirtió al rey de In-
glaterra en el "Defensor de la Fe". Dio al zar de Rusia la
oportunidad de establecerse como autoridad semidivina de la
Iglesia y del Estado. Aun hoy podemos descubrir leves tra-
zos de la idea teocrática en las sesiones del Senado y de la
Cámara de Representantes, y en todas las reuniones de Esta-
do, donde las deliberaciones son precedidas por una invoca-
ción - hecha por un miembro del clero - reconociendo el
hecho de que no se llegará a conclusiones sensatas sin la guía
del espíritu divino.
Es perfectamente natural que el hombre primitivo, a
merced de todas las fuerzas naturales, haya recurrido a los
sacerdotes santos que eran los únicos que podían protegerlo
de la ira de los dioses. Es igualmente lógico ,que tal posición
favorable en el Estado haya dado a una clase de la sociedad
un poder ilimitado, al que nunca renunció de buen grado y
que dio lugar a las guerras terribles que acompañan al cam-
bio del gobierno teocrático al puramente monárquico.

194
HISTORIA DE LA BIBLIA

Entre los judíos - casi los únicos entre todos los pue-
blos,- la idea de una teocracia había logrado tal firmeza en la
imaginación del pueblo, que nunca pudo ser doblegada.
Moisés, desde el comienzo, había insistido en una es-
tricta forma teocrática de gobierno. Los Diez Mandamientos
eran, en realidad, la constitución de un nuevo Estado. El
sumo sacerdote, por su orden, se convirtió en el jefe ejecuti-
vo del pueblo. El tabernáculo era, en cierto modo, la capital.
La lucha por la conquista de la tierra de Cancán había
debilitado temporariamente el poder de la iglesia y brindado
ciertas grandes ventajas a los líderes militares. Aún así, mu-
chos de los jueces eran también sacerdotes y ejercían una
doble influencia en la vida del país.
Durante el reinado de David y Salomón, pareció que los
reyes estaban por establecer una monarquía absoluta, en la
cual el sumo sacerdote ejecutaría la voluntad de su amo lego,
más bien que la de Jehová.
La revolución de Jeroboam, sin embargo, y la división
del Estado en dos reinos separados, imprimió nueva fuerza
al sacerdocio y brindó a estos astutos hombres la oportuni-
dad de reconquistar mucho de su antiguo prestigio.
La adversidad tiene sus ventajas.
Roboam, rey de Judá, había perdido dos tercios de sus
súbditos y tres cuartas partes de su territorio; mas había re-
tenido Jerusalén, y esta ciudad, como centro religioso del
pueblo judío, era más importante que una docena de Sama-
rias y Sichems. Esto les resultará claro si recuerdan que en el
siglo X a. de J. C., el templo de Jerusalén ejercía un mono-

195
HENDRIK WILLEM VAN LOON

polio práctico de la adoración divina en la tierra de los ju-


díos.
No resulta fácil imaginar tal estado de cosas. Hoy perte-
necemos a un gran número de religiones. Somos metodistas
o católicos, judíos o eddyistas5, bautistas o luteranos. Pero
todos vivimos en pacífica armonía de buenos vecinos y los
domingos - o cuando lo deseamos - vamos a la iglesia de
nuestra preferencia y adoramos a Dios de acuerdo con los
dictados de nuestra conciencia.
Los viejos judíos, empero, no poseían esa liberalidad.
Tenían que efectuar sus ofrendas ante el altar del templo de
Jerusalén u olvidar sus deberes religiosos.
Como el país era muy pequeño, esto no significaba una
gran dificultad material. De cualquier manera, la mayor parte
de los judíos no visitaban el templo más que dos o tres veces
en sus vidas y sólo para las más solemnes ocasiones. No
hacían hincapié a los pocos días de viaje necesarios para lle-
gar a la Santa de las Santas. Pero esto brindaba a Jerusalén
una tremenda influencia sobre el pueblo.
Durante la Edad Media, se decía que todos los caminos
conducían a Roma. En la vieja Palestina, todas las sendas
llevaban al templo de Salomón.
Cuando los reyes de Israel construyeron la barrera que
iba a mantener a sus propios súbditos separados de sus
odiados vecinos judíos, Jerusalén adquirió una inesperada
importancia. Asumió el papel de una mártir sagrada. Los
sacerdotes del templo hicieron causa común con los reyes de
Judá. Se rehusaron a reconocer las órdenes "ilegales" de Is-

5 Secta cristiana fundada por Mary Baker Eddy. – N. del T.

196
HISTORIA DE LA BIBLIA

rael. Denunciaron a los "rebeldes" del Norte, que se habían


negado a aceptar el candidato "legítimo" al trono, y, por
consiguiente, habían desobedecido la voluntad de Jehová.
Prácticamente, excomulgaron a todos los israelitas y los mal-
dijeron por su perversidad. Y cuando el pobre reino del
Norte cayó víctima de la avaricia política asiria, los custodios
de la capilla judía, en su alegría, llegaron al júbilo.
Jehová - decían - había castigado a sus hijos infieles y
todo estaba bien en el mundo.
¡Ay!, cien años después, iban a sufrir ellos una suerte
similar. Y los posteriores siglos de exilio les enseñaron la
dura lección de la tolerancia y la piedad.
No resulta fácil a un muchacho de nuestra época captar
la idea exacta de tal situación. Si sus padres, por una u otra
razón, no gustan de su ministro, tranquilamente concurren a
otra iglesia, y no creen haber cometido un pecado. Pero un
israelita del siglo X a. de J. C. era un servidor fiel de Jehová,
así como sus contemporáneos judíos. Rechazaba la idea de
ser un "hereje", como un hombre de nuestro país se resistiría
a considerarse mal ciudadano porque no ha votado la misma
fórmula de la mayoría de sus vecinos. Deseaba mantenerse
en contacto con el templo. Pero éste se hallaba en Jerusalén,
capital de un país rival y hostil. Muy contra su voluntad, se
vio obligado a establecer algunos templos propios.
Pero ese proceder no mejoró las cuestiones.
Por el contrario, las tornó peores, pues lo colocó en la
misma situación incómoda de los europeos del siglo XIV,
que se atrevieron a elegir un papa propio en rivalidad contra

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

la autoridad reconocida de la iglesia, que se suponía residía


en Roma.
Lamentamos haber traído a este capítulo tantas explica-
ciones históricas. Sin embargo, ésta es la única forma en que
podemos proporcionar al lector un claro panorama de las
complejas y desdichadas relaciones entre Israel y Judá.
Israel gozaba de todas las ventajas terrenas.
Judá mantenía su gran superioridad religiosa y, al final,
resultó ser más poderosa.
Debemos proporcionar ahora una breve narración del
desarrollo político de los dos reinos, desde la época de la
división hasta la era del exilio.
La disputa entre Israel y Judá fue rudamente interrum-
pida por una invasión desde el Este. Sisac, aventurero asiáti-
co que se había convertido en amo de Egipto y establecido
una nueva dinastía en ese país, había seguido de cerca los
asuntos de la nación judía. Como ustedes recordarán, había
ofrecido su amistad y hospitalidad a Jeroboam, cuando éste
huyó ante la ira de Salomón, alentándolo para que regresase
a Jerusalén y diera comienzo a una revolución que privó a la
casa de David de la mayor parte de sus posesiones.
Ahora que las tribus del viejo reino estaban empeñadas
en una guerra civil, Sisac sacó el mejor partido de su ocasión.
Invadió a Israel, copó Jerusalén y dejó que sus soldados
destruyeran el templo. Luego marchó al Norte, capturó y
destruyó ciento treinta y tres ciudades y aldeas de Israel, y
retornó a Egipto, cargado del botín tomado a la nación judía.
Pero Israel se rehabilitó pronto. Sin embargo, Judá su-
frió una pérdida casi irreparable. La riqueza del país había

198
HISTORIA DE LA BIBLIA

sido hurtada. El templo fue reconstruido, mas el tesoro


agotado no permitía el lujo anterior. El hierro y el bronce
ocuparon el sitio del oro y la plata. El viejo esplendor había
desaparecido. La curiosa reina de Saba ya no efectuaba sus
visitas.
Poco después de la última invasión, Jeroboam murió y
fue sucedido por Nadab.
Este joven hizo lo mismo que habían realizado tantos
de sus sensatos predecesores: marchó a la guerra contra los
filisteos.
Cuando la ciudad de Gibbethon se rehusó a rendirsele,
la sitió. Pero, antes de haber causado algún daño a la fortale-
za, fue asesinado por Baasa, de la tribu de Isacar, que parece
haber sido uno de sus generales.
Baasa se erigió entonces en rey de Israel, mató a toda la
familia de Nadab y se fue a vivir a Thirsa.
Continuó el sitio de Gibbethon; pero, además, declaró
la guerra a Judá.
Allí había muerto Roboam, siendo sucedido por Abi-
jam, que sólo gobernó tres años y, luego de su muerte, dejó
el trono a Asa, uno de sus cuarenta y dos hijos.
Asa fue un rey mejor que cualesquiera de sus anteceso-
res. Robusteció la posición de los sacerdotes del templo, al
destruir todos los altares que se hallaban dentro de sus do-
minios.
Sin embargo, los cuarenta y un años de su reinado, no
se deslizaron por un cauce tranquilo. Primero fue obligado a
defender su país contra el ataque de varias tribus etiopes.
Cuando éstas fueron rechazadas, comenzó la guerra con

199
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Israel. Baasa inició el bloqueo de Judá. Fortificó la ciudad de


Rama, que dominaba la carretera que se extendía de Norte a
Sur. Esto significaba que las comunicaciones entre Judá,
Damasco y Fenicia, quedaban interrumpidas.
Asa, temeroso de que su país fuese estrangulado de
muerte por la política económica de Israel, buscó ayuda.
Envió una misión diplomática a la corte de Benadad, rey de
Aram - llamada a menudo Siria,- que dominaba las planicies
que se extendían desde los montes de Lebanón hasta las
mismas orillas del río Eufrates.
Los judíos ofrecieron al monarca arameo una elevada
recompensa si atacaba por retaguardia a los parientes israeli-
tas.
Benadad aceptó el plan.
Cierto era que el soberano había concluido un tratado
de amistad con Baasa, pero, en esa época, la gente no toma-
ba muy en serio los convenios.
Benadad reunió sus ejércitos; abandonó Damasco, su
capital, y marchó hacia el Sur.
Capturó la fortaleza norteña de Dan, conquistando to-
das las tierras israelitas que se extendían hasta el mar de Ga-
lilea. Como consecuencia, Baasa se vio obligado a solicitar la
paz; Judá salvóse y el camino a Damasco quedó de nuevo
expedito para los comerciantes judíos.
Asa había adoptado, sin duda, la actitud que juzgó mejor
para su país. Pero él y todo el pueblo que lo había seguido,
vivieron lo suficiente como para lamentar el día en que per-
mitieron la intervención extranjera en sus querellas locales.
Pues, desde ese momento, siempre que los potentados del

200
HISTORIA DE LA BIBLIA

Este se hallaban necesitados de dinero, se dejaban "invitar" a


ir en ayuda de Israel o Judá, y saqueaban los países para res-
tituirse los gastos de su "Expedición Libertadora".
En cuanto a Baasa, gobernó veintinueve años y pasó la
mayor parte de este tiempo luchando con el profeta Jehú.
La continua adoración de ídolos paganos, era la causa de
la disputa.
Mientras que Judá constituía una nación unida, dentro
de los dominios de Israel vivía gran número de tribus ex-
tranjeras, algunas de las cuales efectuaban sacrificios en ho-
nor de Baal, dios del sol. Otras adoraban el Becerro de Oro,
que, muchas gentes del Asia y Africa juzgaban símbolo de
todo lo fuerte y honorífico.
A los reyes de Israel les resultaba bastante difícil poner
punto final a este desagradable estado de cosas. Después de
todos los siglos transcurridos, los israelitas formaban aún
una minora racial en el país conquistado por Josué. No po-
dían inmiscuirse en la opinión privada de los nativos, sin
correr el albur de suscitar una rebelión. En la India de hoy
existen muchas sectas religiosas, que el pueblo británico no
aprueba; pero, el gobierno, sensatamente, no interviene en
ellas. En cierta oportunidad, se produjo una gran rebelión a
causa de la incomprensión de ciertos prejuicios religiosos de
algunas tropas nativas, y esa lección no ha sido olvidada. Por
consiguiente, el gobierno permanece alejado de los templos
nativos.
Baasa se había visto enfrentado con idénticas dificulta-
des. En su país habitaban muchos fanáticos que considera-
ban a la tolerancia signo de debilidad moral. Urgían al rey - y

201
HENDRIK WILLEM VAN LOON

a todos los que lo sucedieron - para que exterminara a los


dioses paganos y a sus sacerdotes, así como a quienes se
rehusaran a reconocer en Jehová al Dios verdadero. Cuando
los gobernantes, por prácticos motivos de Estado, se rehu-
saban a seguir este programa y cometer un suicidio político,
los propios fanáticos los denunciaban como enemigos de
toda rectitud e indignos de ocupar el trono.
Baasa, que había llegado a su elevada posición por sobre
el cadáver de su soberano asesinado, no estaba en situación
de correr riesgos, de modo que se vio obligado a ser indul-
gente con quienes efectuaban sus ofrendas ante el becerro de
oro, siempre que ellos, a su vez, prometiesen su apoyo con-
tra sus enemigos. Escuchaba cortésmente a Jehú cada vez
que el profeta sentíase obligado a pronunciar un mensaje;
pero se rehusaba a dar algún paso, sea cual fuere, contra los
muy despreciados paganos, y cuando murió, en Israel había
profusión de templos de Baal.
Jehú, en su ira, profetizó toda clase de calamidades que
experimentaría la dinastía de Baasa, como castigo por su
indiferencia.
Estas predicciones se cumplieron con alarmante rapi-
dez.
Hacía muy poco tiempo que Baasa había fallecido,
cuando fue asesinado su hijo Ela, joven que no era mejor
que su padre. En una fiesta de mala reputación, que ofreció
en Thirsa, trabóse en riña con Zimri, comandante de sus
carros de guerra, quien tomó su espada y lo asesinó. Luego
se proclamó rey de Israel, tomando posesión del palacio real.

202
HISTORIA DE LA BIBLIA

Este acto de violencia fue demasiado brutal para que el


pueblo lo tolerase, a pesar de estar acostumbrado al crimen y
a la efusión de sangre. Enviaron mensajeros a Omri, genera-
lísimo del ejército, quien, a la sazón, daba término al sitio de
Gibbethon, solicitándole que volviese a la capital para esta-
blecer el orden. Cuando Zimri supo que el ejército marchaba
contra Thirsa, perdió todo su valor. Prendió fuego a su pala-
cio y a la ciudad, y, en menos de una semana de haber as-
cendido al trono, pereció en medio de las llamas de su propia
capital.
Como Zimri había asesinado a todos los hermanos de
Ela, durante los seis días de su reinado, no había candidato
legítimo para el trono. Omri, como único aspirante lógico,
fue coronado. Decidió abandonar las ruinas de Thirsa y co-
menzó a buscar un sitio adecuado para su capital. Lo halló
más hacia el Oeste, en la cumbre de una colina que pertene-
cía a un granjero llamado Semer. Adquirió dicho sitio por
dos talentos - alrededor de tres mil dólares - y construyó allí
una ciudad bautizada con el nombre de Semer o Samaria.
Entre los muchos gobernantes que se continuaron, en
rápida sucesión, en el trono de Israel, Omri fue, sin duda, el
más importante. Sea cuales fueren sus debilidades, sabía, por
lo menos, combatir. Pasó doce años de su reinado en guerra
con Benadad. Era una lucha muy desigual, pero Omri con-
servó su propio territorio y aun agregó una pequeña porción
de tierra a sus posesiones.
Al morir, dejó el reino, considerablemente aumentado, a
su hijo Acab, con cuyo advenimiento surgieron las verdade-

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

ras dificultades de Israel. Pues era débil; mas su esposa Jeza-


bel constituía su antítesis.
Pronto, la mujer convirtióse en la verdadera autoridad
de Israel y todo el pueblo se percató de ello.
Jezabel era hija de Etbaal, rey de la ciudad fenicia de Si-
dón. Los fenicios eran adoradores del sol y Jezabel, devota
ferviente de Baal6. Por regla establecida, las reinas adoptan la
religión del país de sus esposos. Sin embargo, Jezabel no lo
hizo. Cuando llegó a Samaria, llevó sus propios sacerdotes y,
tan pronto como se estableció en el palacio de Acab, co-
menzó a erigir un templo a Baal, en el mismo centro de la
capital israelita.
El pueblo se sorprendió y los profetas clamaron al cielo.
Pero Jezabel hizo caso omiso de esas actitudes, y antes de
que transcurriera mucho tiempo, comenzó una sostenida
campaña contra quienes permanecían fieles a Jehová e insti-
tuyó un reino de terror religioso, que duró hasta que la des-
tronara la revolución de Jehú.
Afortunadamente para los perseguidos fieles de Jehová,
en ese momento el reino del Sur estaba gobernado por un
soberano sensato e inteligente llamado Josafat. Era hijo de
Asa, había sido cuidadosamente educado para ocupar su
elevada posición y poseía no poca habilidad como diplomá-
tico y estratego.
Josafat sabía que su reino era inferior al de Israel en
cuanto a potencialidad bélica. Por consiguiente, estableció
una tregua entre ambos países. Ante todo, su hijo casó con
Atalia, hija de Acab y Jezabel. Luego concluyó un tratado

6 Baal (el sol), dios superior de los fenicios. – N. Del T.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

ofensivo y defensivo con su nuevo suegro. Asegurada en esa


forma su frontera Norte, atacó a los ammonitas y a los moa-
bitas, que vivían al otro lado del mar Muerto, y conquistó sus
territorios. El hecho le granjeó una enorme fama, pero no
aplacó la ira del viejo faraón Jehú, quien le echó en cara su
actitud cordial hacia la perversa Jezabel y denunció el pacto
con Israel como un verdadero insulto a Jehová.
A pesar de las acusaciones de que su fe no era absoluta,
Josafat continuó logrando éxito en todo lo que emprendía, y
falleció, muy lamentado por sus súbditos, en el año 850 a. de
J. C., siendo sepultado junto a sus padres, en la bóveda de la
familia, en la ciudad de David.
Todo esto, en cuanto a la historia de Judá durante la
primera mitad del siglo IX. En Israel veremos un panorama
muy diferente.
En ese país pobre, todo marchaba hacia la ruina com-
pleta.
Jezabel había establecido una verdadera inquisición, que
castigaba con la muerte o el exilio a todos los que se rehusa-
sen a adorar al dios sol. Nada parecía capaz de poner coto a
su conversión forzada y en gran escala de la nación.
Pero, como había sucedido siempre en la hora de nece-
sidad, la conciencia nacional entró en acción.
El profeta Elías salvó al pueblo de su completa degrada-
ción.
Poco es lo que sabemos acerca de los primeros años de
este hombre extraordinario. Puede haber sido nativo de un
punto de Calilea - hogar de tantos grandes profetas;- mas no
se sabe con seguridad. La mayor parte de sus años de ju-

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ventud los pasó en el desierto de Galaad, en la orilla oriental


del río Jordán, y sobre su vida gravitó el medio físico. Era
esencialmente un hombre de la vieja escuela, que aceptaba a
Jehová como amo, sin detenerse a razonar, argüir, o formu-
lar preguntas.
Prefería las formas de vida simples y exentas de como-
didad del desierto, a la existencia cómoda de las ciudades. En
verdad, aborrecía los centros urbanos. Para él, eran focos de
lujo e indiferencia religiosa. Ellos toleraban y aun recibían de
buen grado extraños dioses de Fenicia, Egipto y Nínive.
Constituían el foco de herejías, y debían ser extirpados de la
faz de la tierra, junto con la mayor parte de sus habitantes.
Desde el punto de vista de Acab y Jezabel, el profeta
Elías era un hombre sumamente peligroso, pues tenía una
sublime confianza en la justicia de la causa que había defen-
dido; era valiente como un león; no poseía ninguna ambición
terrenal; despreciaba sus bienes personales.
Su único abrigo lo constituía un rudo manto de pelo de
camello, y se alimentaba con lo que el pueblo caritativo le
ofrecía. En casos de extrema necesidad - decíase el pueblo,-
lo alimentaban los cuervos.
En suma, era absolutamente invulnerable, pues nada lo
ligaba a este mundo, y la muerte, por más violenta que fuese,
no significaba nada para un hombre dedicado en cuerpo y
alma al servicio de Dios.
No puede extrañar, pues, que un maestro semejante
produjera impresión tan profunda en sus contemporáneos.
Llevaba una vida inquieta y poseía un hondo sentido de
lo dramático. De pronto, surgía en el mercado de una dis-

206
HISTORIA DE LA BIBLIA

tante ciudad; pronunciaba lúgubres palabras de advertencia


y, antes de que el pueblo pudiese reponerse, el profeta había
desaparecido.
Pocos días después, se lo veía en otro lado, y de nuevo
se ocultaba en forma tan misteriosa como se había mostra-
do.
Por fin, la gente creyó que poseía cierta fuerza extraña y
que podía tornarse invisible.
Siempre, desde el comienzo del tiempo, a la gente le ha
agradado exagerar las virtudes de sus héroes. Con el correr
del tiempo, y en tanto las historias se repetían de padres a
hijos, Elías asumió cada vez más el carácter de un gran ma-
go. Sus sabias palabras olvidábanse; pero perduraban sus
milagros, y, cientos de años después de su muerte, las ma-
dres judías acostumbraban a hablarles a sus hijos de un
hombre maravilloso, que podía trastrocar todas las leyes de
la naturaleza; a quien le era dado detener la corriente de los
ríos, con un simple ademán; capaz de convertir un bushel7
de maíz en una docena, y que, en muchas ocasiones, había
curado a los enfermos y, a veces, resucitado a los muertos
con la misma facilidad.
Esta tremenda figura, temida y al mismo tiempo reve-
renciada por sus contemporáneos, se convirtió en uno de los
principales actores del gran drama religioso de su tiempo.
Como un rayo, el profeta lanzóse sobre el desprevenido
Acab. El rey acababa de otorgar algunas concesiones más a
Baal, y se enteró del castigo que lo aguardaba.

7 Medida de áridos equivalente, en los Estados Unidos, a treinta y cinco


litros. – N. Del T.

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- Habrá una sequía en la tierra - expresó Elías.- Y tam-


bién crisis y pestes, pues Jehová no tolerará el pecado de la
idolatría.
Luego desapareció. En vano lo buscaron los soldados
de Acab. Había cruzado rápidamente la elevada planicie de
Israel y vuelto a su amado desierto. Una simple choza, al
borde del arroyo Cherith, constituía su hogar. Allí permane-
ció hasta avanzado el estío, cuando la falta de agua lo obligó
a buscar otro sitio para residir. Cruzó entonces el país de
Este a Oeste, hasta llegar a la aldea de Sarepta, en la costa del
Mediterráneo, situada en jurisdicción de la ciudad fenicia de
Tiro. Pero, su reputación de creador de milagros, lo siguió
aún entre los paganos, pues conocemos historias de cómo
resucitó al hijo de la dueña de casa y en qué forma tuvo a esa
fiel mujer bien provista de aceite y harina, durante los mu-
chos años de hambre que siguieron a la destrucción de las
cosechas.
Pero, si Elías esperaba que la miseria de sus súbditos ha-
ría entrar en razón al perverso rey, estaba equivocado. Todo
lo contrario. Esta calamidad nacional exasperó de tal manera
a Jezabel, que persiguió a los partidarios de Jehová con ma-
yor encarnizamiento que nunca. Sólo unos pocos fieles y
viejos sacerdotes sobrevivieron, pero dependían, para su
sustento, de Obadia, amo del palacio de Acab, buen hombre
que los ocultó en su casa. Antes de que murieran Jehová
decidió salvarlos.
Ordenó a Elías que regresase a Israel y se dirigiera una
vez más al rey.

208
HISTORIA DE LA BIBLIA

Por supuesto que el profeta sabía que su vida estaba


pendiente de un hilo, desde el momento en que cruzó la
frontera de Israel.
Aguardó frente al palacio real hasta que se encontró con
Obadia, quien buscaba un sitio indicado para apacentar a los
caballos del rey, y le ordenó. a este excelente hombre que
preparara a Acab para otra solemne visita del mensajero de
Jehová.
Una vez más, el rey y el profeta se enfrentaron.
Acab, que temía enormemente los poderes mágicos de
Elías, escuchó con tranquilidad y procedió en la forma que
se le dijo. Llamó a todos los sacerdotes de Baal y les mani-
festó que concurrieran sin demora a la cima del monte Car-
melo, que dominaba la gran planicie de Jezrael. Salvo que, de
inmediato, se aplacaran el hambre y la sed, estallaría una re-
volución, y esta reunión - así se lo dijo a Acab - podría brin-
darle la oportunidad de salvar a su país.
Los sacerdotes de Baal se apresuraron a concurrir al
monte Carmelo, provenientes de todos los puntos del país.
La gente, esperando presenciar una exhibición de la ex-
traordinaria magia de Elías, estaba presente en gran número.
Se encontraron con un viejo solitario, parado frente a
un olvidado y semi-destruído altar de piedra, erigido hacia
cientos de años, cuando los primeros colonizadores habían
tomado posesión de la tierra.
Una vez que pareció que todos los sacerdotes de Baal
estaban presentes, Elías se dirigió a la multitud.
- Parece existir duda - dijo - en cuanto a si Jehová sea
más poderoso que Baal. Muy bien: La cuestión va a decidirse

209
HENDRIK WILLEM VAN LOON

de una vez por todas.- Pidió dos toros jóvenes. Entregó uno
a sus enemigos, para que lo preparasen para el sacrificio, y
conservó el otro para si.
Una vez muertos los animales, los trozos de carne fue-
ron colocados sobre la leña de los altares.
- Aguardaremos ahora un milagro - anunció Elías.- Nin-
guno de nosotros empleará fuego para encender la leña de
nuestro altar, pero rezaremos a nuestros respectivos dioses y
luego veremos qué sucede.
Durante todo el día, los paganos se pusieron de cara al
suelo, ante Baal, solicitándole ayuda. Pero su altar permane-
ció tan frío como las aguas del río Kishon. Gritaban y canta-
ban extraños encantamientos, pero nada ocurría.
Elías se mofó de ellos:
-¡Bonito dios es vuestro Baal! - gritó, olvidando el peli-
gro en que se encontraba.- Un noble dios que ni siquiera
viene en ayuda de su propio pueblo. Quizá vuestro Baal ha
salido de paseo. A lo mejor está durmiendo. Gritad un poco
más fuerte. Tal vez no ha oído aún.
Mas nada sucedió.
Elías los esperó hasta el atardecer.
Luego le pidió al pueblo que se acercara y lo observase.
Tomó una docena de piedras - símbolos de las doce tri-
bus de la vieja nación judía - y reparó el altar. Después, cavó
una trinchera a su alrededor, para que el altar estuviera aisla-
do de todo y de todos.
Finalmente, para impresionar a la muchedumbre, soli-
citó a algunos hombres que echaran agua sobre la leña y las
piedras.

210
HISTORIA DE LA BIBLIA

Cuando tal operación fue realizada tres veces y el altar


estuvo completamente empapado, el profeta invocó al Dios
de Abrahán, Isaac e Israel.
Inmediatamente, del cielo cayó un rayo de fuego.
Entre el silbido del vapor y el crepitar de las ramas mo-
jadas, la ofrenda de Elías se convirtió en humo.
El poder de Jehová revelóse ante todo el pueblo.
Elías aprovechó bien ese momento de gloria.
-¡Destruid a esos impostores!- gritó, señalando a los
profetas de Baal, y los israelitas cayeron sobre los intrusos
extranjeros y lleváronlos hasta las márgenes del río Kishon,
eliminando a los cuatrocientos cincuenta falsos sacerdotes.
Luego, se dirigió una vez más a Acab.
Jehová - le dijo - estaba satisfecho, de manera que antes
de la noche terminaría la sequía.
Mientras esa promesa resonaba aún en sus oídos, Acab
volvió a su residencia. Pero, antes de haber marchado un
kilómetro, las nubes de vapor que surgían del mar oscurecie-
ron el cielo. Pocos minutos después, comenzó a llover. La
lluvia se extendió por todos los campos resecos. Por vez
primera en tres años y seis meses, el suelo de Israel sentía el
golpe de las gotas de agua.
Cuando Acab narró a su esposa lo ocurrido esa tarde, la
reina, fuera de sí de ira, impartió órdenes de que se capturara
a Elías y fuese llevado ante la justicia, por el asesinato de los
amigos de ella.
Pero el profeta había desaparecido. No ignoraba que
esta vez no podía esperar piedad, de manera que se ocultó
con extraordinario cuidado. Marchó a través de Israel y Judá,

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

y no se detuvo hasta llegar a la aldea de Beerseba, en la


frontera del mediodía del, reinado sureño.
Ni siquiera allí se sintió muy seguro, así es que pronto
internóse en el desierto y pareció estar a punto de perecer de
sed y hambre.
Pero un ángel de Jehová le llevó alimentos, una vez in-
geridos los cuales pudo deambular por el yermo durante
cuarenta días, sin comer más nada.
Por fin, llegó al monte Horeb, uno de los picos de la
península de Sinaí, que era tierra santa. En ese mismo punto,
mil años antes, Moisés había recibido las leyes de Jehová,
entre el retumbar del trueno.
La experiencia de Elías, al recibir el mensaje divino, fue
muy diferente. Primero se desencadenó una ráfaga de viento
que casi arrastra al profeta hacia un precipicio.
Elías prestó atención, mas no oyó nada.
Luego, se escuchó el ruido de un temblor de tierra, se-
guido de una ráfaga de fuego.
Una vez más, el profeta aguzó el oído, sin percibir nada.
De pronto, el viento cesó, reinando una absoluta calma.
Después, hubo un silbo apacible y delicado.
Y Elías oyó la voz de Jehová.
El le dijo que retornara al sitio del cual provenía, con el
objeto de hallar un sucesor digno de continuar la tarea para
cuya ejecución él ya se estaba tornando demasiado viejo. Sus
días estaban contados - se le dijo - y había mucho trabajo
que realizar aún en la tierra de Israel.
Elías obedeció. Abandonó el desierto y regresó a las
odiadas ciudades. Cuando llegó a la planicie de Jezrael, don-

212
HISTORIA DE LA BIBLIA

de los jueces de los viejos días habían destruido los ejércitos


de los amalecitas y los madianitas, se encontró con un agri-
cultor que araba tranquilamente la tierra de ese próspero
país.
Jehová le dio a entender que ese muchacho sería su dis-
cípulo. Elías se detuvo. Abandonó el camino y echó sobre el
joven su manto.
Elíseo - que tal era su nombre - comprendió lo que ese
acto significaba. Dejó, pues, su arado; marchó a su casa; des-
pidióse de sus padres y siguió a su nuevo amo, para aprender
la sabiduría y la santidad, y ser digno del alto honor que se le
confería.
Cuando Elías y Elíseo llegaron a Israel, encontraron al
país en condiciones terribles. Bajo la influencia de Jezabel,
las cosas habían marchado de mal en peor. Otros sacerdotes
de Baal habían sido enviados de Fenicia y el país estaba pre-
ñado de supersticiones paganas.
Entretanto, el rey, en su inquietud, había trasladado su
hogar de Samaria a la ciudad de Jezrael, donde estaba cons-
truyendo una nueva residencia.
Pero resultaba que una viña que deseaba como parte de
sus tierras, pertenecía a un ciudadano llamado Nabot.
Acab le manifestó a Nabot que quería comprarle su vi-
ña. Pero el hombre repuso que el árbol había estado en po-
der de su familia durante muchas generaciones y que no
deseaba venderlo.
Jezabel sugirió una forma fácil de zanjar la dificultad.
Acab, como rey, ¿no podía hacer lo que quería? ¿Por qué no

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

apoderarse de la viña y eliminar a Nabot? Era una cuestión


bien simple.
Sin embargo, Acab se rehusó a obrar en esa forma. Te-
mía otra entrevista con Elías, así que, para evitar posteriores
discusiones, fingió estar enfermo y acostóse.
Jezabel sacó el mejor partido de esta oportunidad.
Mientras su esposo permanecía en cama, acusó a Nabot de
alta traición.
Pero no se le entabló juicio, sino que el pobre campesi-
no y todos sus hijos- que habían heredado la tan codiciada
viña - fueron muertos a pedradas y sus cadáveres echados a
los perros.
Pero tan pronto como fue cometido ese acto terrible,
Elías se presentó en el jardín del palacio, en su forma usual:
sin previo aviso.
Su mensaje llenó a Acab de inenarrable horror. Antes de
que transcurriera un año, los mismos perros que habían la-
mido la sangre de Nabot, lo harían con la del rey y comerían
la carne despedazada de Jezabel, después de que su cuerpo
hubiera sido lanzado por las calles de Jezrael.
Parecía imposible y bastante improbable; sin embargo,
Acab temía la suerte que lo aguardaba, de manera que trató
de descubrir una forma de rehuirla.
Había establecido, con tal firmeza, su dominio tiránico
sobre Israel, que no temía a sus propios súbditos. Si estaba
destinado a morir, la muerte provendría del lado de sus anta-
gonistas.
Sus enemigos, como toda la gente lo sabía, moraban en
el Norte. Evidentemente, Acab debía cuidarse de un nuevo

214
HISTORIA DE LA BIBLIA

ataque del lado de Aram. Afortunadamente para él, ese país


hallábase, a la sazón, terriblemente presionado por el rey de
Asiria. Un ataque proveniente del Sur, lanzado en forma
simultánea con otro desde el Este, podría dar término a futu-
ras ambiciones de los arameos.
Acab decidió tomar la iniciativa y no perder tiempo.
Envió mensajeros a Josafat, rey de Judá, proponiéndole que
se le uniera en una campaña contra Damasco.
Josafat mostróse dispuesto, de modo que ambos mo-
narcas marcharon rumbo al Norte.
Los sacerdotes de Baal pronosticaron una gran victoria;
pero Micheas, uno de los pocos profetas que habían perma-
necido fieles a Jehová, repitió la advertencia de que el rey
resultaría muerto, sea como fuere que tratase de rehuir su
suerte.
Lo que entonces hizo Acab demuestra qué clase de
hombre era. Se disfrazó de soldado e instó a Josafat para que
se vistiese con sus ropas reales.
- Pues, entonces - razonaba, - los arameos reconocerán
a Josafat y tirarán contra él, con tanta insistencia, que no
repararán en mí.
Pero, cuando tuvo lugar la batalla, Josafat, con su manto
escarlata, resultó ileso. A Acab, en cambio, con su chaqueta
insignificante, lo alcanzó una flecha y resultó muerto.
Su cadáver fue trasladado a Jezrael. Poco antes de que
tuviera lugar el sepelio, el carro de guerra del rey fue lavado
para quitarle las manchas de sangre del monarca. Los inevi-
tables perros, que siempre merodeaban por las calles de las
aldeas orientales, lamieron la sangre mezclada con agua. En

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

esta forma, la profecía de Elías se cumplió. El vehículo blin-


dado estuvo en la tierra que una vez perteneció a Nabot.
La muerte de Acab significó algo más que un cambio en
la sucesión. Fue el comienzo de otro largo periodo de anar-
quía.
Su hijo mayor, Ocozías, lo sucedió. Pero poco después
de su unción, el muchacho cayóse de una ventana del palacio
de Samaria y resultó mal herido. Envió mensajeros al templo
de Baal para preguntar si se curaría. Pero Elías los intercep-
tó, contestando negativamente.
Ocozías murió.
Su hermano Joram fue poco más afortunado. Mesa, rey
de Moab, que tenia que abonar a Israel un tributo anual, se
rebeló. Entonces Joram sugirió a Josafat que se apoderaran
de la tierra de los moabitas y se la dividieran. El rey de Judá
juzgó excelente la idea.
La expedición tuvo mala suerte desde el comienzo. Por
alguna razón inexplicable, los dos monarcas trataron de cru-
zar el yermo del mar Muerto, en lugar de tomar la ruta del
Norte, más usual y conveniente. Se extraviaron en el desierto
y casi mueren de sed.
Al llegar a Moab, se encontraron con que el rey había
colocado su capital en un estado tan excelente de defensa,
que era necesario sitiarla.
El asedio se prolongó durante largos meses. Por fin,
cuando pareció que la plaza se rendía, el rey de Moab decidió
efectuar un sacrificio, que, tanto los hombres como los dio-
ses, lo recordarían por siempre. Colocó a su hija mayor con-
tra los muros de la capital y le dio muerte en presencia del

216
HISTORIA DE LA BIBLIA

enemigo. Luego, quemó su cadáver, para gloria de los ídolos


moabitas.
Ante este hecho, los judíos sintiéronse enormemente
descorazonados, pues la generación de Joram y Josafat no
tenía mucha confianza en Jehová.
Temían la ira de los dioses rivales moabitas, que acaba-
ban de ser honrados con un acto de tan evidente devoción.
Al mismo tiempo, alegaban que sería inútil continuar el sitio
bajo aquellas circunstancias, y se retiraron a sus hogares.
Fue un instante sumamente crítico en la historia del
pueblo judío. La casa de Omri era ahora dueña absoluta en
ambos reinos. En el Norte, Jezabel dominó con la férrea
violencia de una déspota. En el Sur, su hija Atalia manejaba a
su esposo y a su país de acuerdo con los deseos de sus con-
sejeros extranjeros. Por doquier, el reino Jehová parecía ha-
ber tocado a su fin. Baal, en cambio, triunfaba. Algo debía
hacerse, y pronto, para salvar al pueblo de las consecuencias
de propia locura.
Era un momento que exigía una acción inmediata y
drástica.
Pero el hombre de pocas palabras y hechos grandes ha-
bía desaparecido.
Elías ya no moraba en la tierra. Un día, mientras cami-
naba con Elíseo, un carro de fuego descendió del cielo, lle-
vándolo para que obtuviera su recompensa. Por lo menos,
así lo manifestó Elíseo, a su regreso de la ciudad de Bethel, y
nadie se atrevió a poner en tela de juicio sus palabras. Por-
que Eliseo había heredado el poder de su amo sobre las

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fuerzas de la naturaleza y era un hombre a quien había que


tratar con temor reverente y respeto.
Una vez en que los muchachos traviesos de la aldea de
Bethel se burlaban de la calvicie del profeta, dos osos se pre-
cipitaron desde la maleza, tragándolos, como advertencia a
los demás. Sin embargo, esto constituía sólo un detalle. Las
cosas que a Eliseo le era dado hacer, no conocían fin. Como
Elías, podía detener la corriente de los ríos pronunciando
una sola palabra de mando. Era capaz de hacer flotar el hie-
rro sobre las aguas y de curar a los, enfermos. Finalmente,
poseía el no menos maravilloso don de tornarse casi invisi-
ble.
Todo esto lo colocó en una posición ventajosa cuando
juzgó que había llegado el momento de eliminar a Jezabel de
la escena de la vida nacional judía. Se colocó a la cabeza de
un movimiento revolucionario que proyectaba derribar la
casa de Omri y purificar a Israel y a Judá de las iniquidades
de Baal.
Elíseo no tomó parte en el verdadero levantamiento.
No era un hombre de lucha, aunque no ha sido, en mo-
do alguno, de naturaleza pacífica en cuestiones de principio.
Pero dejó la contienda en manos de un hombre llamado
Jehú, una de las figuras más pintorescas del Viejo Testa-
mento.
Jehú era capitán del ejército israelita, famoso por su te-
meraria valentía. Podía cabalgar con mayor rapidez y tirar
con más puntería que nadie, siendo infatigable en su perse-
cución del enemigo. Era, precisamente, la clase de líder que

218
HISTORIA DE LA BIBLIA

se requería para la peligrosa faena de derrocar una vieja y


establecida dinastía.
La suerte lo acompañaba. Dio la casualidad de que los
reyes de Judá e Israel hallábanse juntos. Los ligaba un vín-
culo muy estrecho, y, exteriormente, parecían estar en bue-
nos términos.
Joram, monarca de Israel, fue el primero que descubrió
el peligro. Al enterarse .de que Jehú formaba parte de la ex-
pedición bélica, trató de huir en su carro blindado. Mas era
demasiado tarde. El soberano cayó muerto, con una flecha
atravesada en el corazón. Su cadáver quedó a la vera del ca-
mino y, cuando lo hallaron los soldados del ejército regular -
que seguían a su amo a cierta distancia, - lo echaron en la
tierra que Acab había hurtado a Nabot, dejándolo a merced
de los siempre presentes perros.
Ocozías, al tanto de la suerte que había corrido su tío,
hizo todo lo posible por llegar hasta la frontera de su país.
Pero, cerca de Ibleam, en la tierra de Manasés, fue capturado
por los rebeldes y mortalmente herido. Logró arrastrarse, sin
embargo, hasta Megiddo, la famosa vieja fortaleza cercana al
campo de batalla de Armageddón - donde tantos reyes de los
judíos habían hallado una muerte trágica - y allí falleció.
Una vez realizada satisfactoriamente esta empresa, la ira
de Jehú se desató contra Jezabel. La vieja reina, cuando se
vio sentenciada, arrostró su suerte con gran presencia de
ánimo. Atavióse minuciosamente con el manto real y aguar-
dó la llegada de los hombres que la iban a ejecutar. Cuando
Jehú llegó a su palacio, llamó a los servidores de Jezabel y les

219
HENDRIK WILLEM VAN LOON

ordenó arrojar a su ama por la ventana. Un par de eunucos -


guardia privada del harén - obedecieron la orden.
Jezabel fue lanzada por la ventana de la calle. Jehú pasó
con su carro por sobre el cadáver y continuó su camino sin
mirar hacia atrás.
Esa noche, al amparo de la oscuridad, algunos fieles
partidarios de Acab, recordando días mejores, abandonaron
el palacio para dar la sepultura que correspondía a la hija de
un rey.
Pero no pudieron hallar el cadáver, pues los perros lo
habían devorado.
Luego les tocó el turno a los descendientes de Acab, la
mayoría de los cuales huyeron a Samaria. Pero, al percatarse
de que todo el país se unía a Jehú, comprendieron la inutili-
dad de la resistencia, rindiéndose en los términos que Jehú
quiso acordarles: no perdonó la vida de ninguno. Sus cabe-
zas fueron colocadas en dos grandes grupos cerca de la
puerta de la ciudad, como advertencia para quienes intenta-
ran oponerse a la voluntad del comandante rebelde.
Poco después, cuarenta y dos príncipes de la casa real de
Judá experimentaron la misma suerte.
Mas aun quedaban los sacerdotes de Baal. Jehú les hizo
saber que nada temía contra ellos y que se mostraba bien
dispuesto hacia su religión. Les solicitó, por consiguiente,
que lo entrevistaran en el templo, con el objeto de discutir lo
que debía hacerse. Concurrieron, creyendo que había dicho
la verdad. Pero, tan pronto como estuvieron todos dentro
del edificio, cerráronse las puertas. Al llegar la noche, los
adoradores del sol fueron eliminados, sin excepción ninguna.

220
HISTORIA DE LA BIBLIA

De un golpe, Jehú había puesto punto final al peligro de


una dominación extranjera.
La casa de Omri estaba exterminada.
Habían desaparecido los sacerdotes de Baal.
Como rey de Israel, Jehú gobernaba, para regocijo de
Elíseo.
El triunfo de Jehová era completo.
Pero pronto se hizo evidente para todo el pueblo que
esta victoria basada en el crimen y en la efusión de sangre
había granjeado muy poco beneficio al país.
Cierto era que Jehú poseía valor e intrepidez; pero le
faltaba inteligencia y sentido de la proporción. Era maleable
en manos de un grupo de líderes religiosos, que ahora se
reunían en torno a su trono para poner en ejecución sus
estrechas ideas en cuanto al Estado perfecto.
El temor de estos hombres hacia todo lo que fuese ex-
tranjero, tanto dioses como hombres, era tan grande que no
toleraban en el país a nadie que no fuera de sangre judía pu-
ra. Erigieron una barrera imaginaria alrededor de Judá e Is-
rael, que los mantenía apartados de, las personas nacidas
fuera del límite judío. Miraban con ceño las "embrolladas
alianzas" con otras potencias y declararon que los tratados
con otros países que no reconocieran a Jehová eran mal
vistos por su Dios.
Pero, como tanto Israel como Judá eran demasiado dé-
biles para sobrevivir sin la ayuda de algunos buenos amigos
del Este y del Oeste, esta insistencia de los profetas en un
aislamiento santo resultó una innovación desastrosa, y llegó
en el preciso momento en que los luchadores profesionales -

221
HENDRIK WILLEM VAN LOON

los príncipes de sangre azul habían sido exterminados y el


ejército privado del ochenta por ciento de sus oficiales de
alta graduación.
A los ojos de los fieles, la gran revolución de Jehú había
purgado a Israel y Judá de toda influencia bárbara. De ahí en
adelante, los dos países iban a ser realmente "tierra santa".
Era una noble ambición, pero estaba condenada al fracaso.
Pues nada se ha realizado en el mundo mediante el cri-
men.
Hasta gentes tan piadosas como los profetas Amos y
Oseas iban a reconocer este hecho antes de que transcurriera
mucho tiempo, y expresarían su pesar ante el derramamiento
de tanta sangre inocente. Mas, cuando hablaron, era dema-
siado tarde.
Israel ya había sido conquistado por las naciones del
Este.
En Aram también había estallado una revolución. Ha-
zael, general sirio, había muerto a su amo, el rey Benadad II,
encaramándose en el trono.
Había aumentado el poderío de Damasco, pero, en el
momento en que Salmanasar II, hijo de Asurnasirpal, de
Asiria, atacó los dominios arameos, la gloria de Hazael, el
usurpador, conoció su fin. Sus ejércitos fueron derrotados en
el monte Hermón, siendo capturada Damasco. Cuando las
noticias de este desastre llegaron a la costa del Mediterráneo,
los gobernantes de Sidón, Tiro e Israel apresuraron a aceptar
los términos que les impusieron los conquistadores asirios,
pues no ignoraban que habían hallado su amo.

222
HISTORIA DE LA BIBLIA

Poseemos algunos documentos asirios de esa época, que


dicen que la batalla del monte Hermón tuvo lugar en el año
842 a. J. C. y que Jehú, hijo - lo cual significa sucesor - de
Omri, pagó tributo a Asiria. Para compensar estas pérdidas,
Hazael, tan pronto como Salmanasar hubo retornado a Ní-
nive, invadió la parte norte de Israel y conformóse con va-
rios distritos judíos. Exterminó tribus íntegras, mató a los
hombres, hurtó mujeres, tiró a los niños desde las rocas y
pobló la región con inmigrantes de Aram.
Jehú, sin saber qué hacer, recurrió a Salmanasar, de
quien era ahora vasallo. Pero, antes de que los asirios llega-
sen en su ayuda, los arameos, al tanto de su traición, habían
invadido a Israel por segunda vez; destruido los ejércitos de
Judá, y, junto con los moabitas, los edomitas y los filisteos,
saqueado ambos países, para contento de sus corazones.
Desde el punto de vista puramente patriótico, ellos fue-
ron los salvadores de su país. Los asirios derrotaron al rey de
Aram, se apoderaron de Damasco y, en esta forma, aliviaron
la presión sobre Israel. Pero, realizada esta tarea, presentaron
la cuenta por los servicios prestados.
Esperaban que Israel abonase y lo hiciera con generosi-
dad, e insistieron en un anticipo anual que constituía un so-
borno por su continuada buena voluntad.
Los israelitas pasaron todo el siglo siguiente tratando de
liberarse de este yugo impuesto por ellos mismos, y, en algu-
nas oportunidades, lo hicieron con cierto éxito.
Joacaz, hijo de Jehú, logró triunfar en su lucha por la in-
dependencia. Capturó a Damasco, y sus tropas llegaron casi
hasta la ciudad de Nínive.

223
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Su hijo Joas, afortunado guerrero, dejóse guiar por Elí-


seo y permaneció siendo devoto sostenedor del gran profeta
hasta la muerte de éste. Joas era fiel cumplidor de sus debe-
res religiosos; mas su respeto hacia Jehová no fue óbice para
que saqueara el templo de Jerusalén, cuando se le brindó la
oportunidad.
Pero quedó en manos de Jeroboam, su hijo, la tarea de
dar a Israel su último sorbo de independencia y gloria.
A los contemporáneos de este gran rey, les parecía que
los maravillosos viejos días de Salomón habían retornado. Su
país, lo declaraban con orgullo, estaba a punto de retomar su
posición entre las naciones del Este.
Pero luego verían terriblemente contrariadas sus aspira-
ciones.
Ese cielo brillante no anunciaba la llegada de otro día.
Era el último destello rojo que precedía a la puesta de su sol
nacional.
Indudablemente, los primeros cincuenta años de ese si-
glo constituyeron una época de pronta e inesperada prospe-
ridad. De la noche a la mañana, las aldeas se convirtieron en
ciudades. Los pastores abandonaban sus rebaños para com-
partir la abundancia del más cercano mercado. Restituyéron-
se las viejas rutas comerciales y las caravanas pasaban de
nuevo de Este a Oeste y de Norte a Sur.
Pero, junto con ese retorno de la riqueza, se hicieron
presentes los males del sistema económico erigido sobre la
especulación.
Las maneras simples de los patriarcas, que habían so-
brevivido en las aldeas más remotas, tocaron a su fin.

224
HISTORIA DE LA BIBLIA

Habían vuelto, en el peor sentido de la palabra, los días


de Salomón.
Mostrábase indiferencia hacia Jehová y pronto se le ol-
vidó. Con infinita paciencia y tenacidad valerosa, Amos, Is-
aías y Oseas, los grandes profetas del siglo VIII, trabajaron
para convencer a los ciudadanos de que estaban adorando
falsas ideas y que la riqueza sola no podría nunca hacer feliz
al hombre.
Elías y Elíseo habían denunciado la perversidad del
mundo, entre el retumbar del trueno y los fogonazos del
rayo.
Amos, Oseas e Isaías pertenecían a un tipo diferente de
hombre. No predicaban solamente, sino que también escri-
bían.
Porque, a la sazón, los judíos habían aprendido el arte
de escribir de sus vecinos babilónicos; comenzaban a efec-
tuar colecciones de relatos del pasado y copiaban las palabras
de los profetas para que enseñaran sabiduría a sus hijos y
nietos.
Isaías, Oseas y Amos repetían de manera interminable
sus advertencias en el sentido de que la acumulación ilógica
del oro y la plata no constituía el único propósito de la vida.
Con infatigable energía trataban de persuadir a las jóvenes
generaciones de que el placer, aunque no fuese en sí mismo
perverso, no producía esa misteriosa satisfacción espiritual,
sin la cual la existencia es estéril y carece de interés.
Cuando se percataron de que hablaban en vano y co-
menzaron a prever, con creciente claridad, la pérdida inevi-
table de la independencia de su país, cambiaron el tono de

225
HENDRIK WILLEM VAN LOON

sus advertencias y pronunciaban palabras de cáustico repro-


che, como no se habían escuchado desde los días de Elíseo.
Sin embargo, durante gran parte de sus carreras, se
mantenían apartados de la política y contentábanse con dis-
cutir la Verdad.
En la actualidad, probablemente los llamaríamos "re-
formadores sociales".
Incitaban a los ricos a que fuesen caritativos y a los po-
bres a la paciencia. Divulgaron una nueva doctrina de tole-
rancia y de bondadosa ayuda.
Y, extrayendo una lógica consecuencia de sus originales
ideas, predicaron, por fin, la nueva doctrina de un bondado-
so Jehová que amaba a todos sus fieles seguidores, como a
sus propios hijos, y que exigía que todos sus niños hiciesen
lo propio entre ellos.
Pero, ¡ay!, pocos eran los que deseaban escucharlos.
Los judíos sentíanse felices con la prosperidad conquis-
tada nuevamente; con las conquistas de su rey, Jeroboam, y
con el volumen creciente de su comercio; de manera que no
tenían tiempo para distraer en algunas gentes extrañas, que
se paraban en las esquinas del mercado y hablaban de pró-
ximos desastres, en el preciso momento en que el país estaba
grávido de riqueza.
Cuando, finalmente, comenzaron a sospechar que debía
de haber cierta verdad en sus advertencias, era ya demasiado
tarde.
En la distante ciudad de Nínive, un soldado de afortu-
nada y extraordinaria habilidad y astucia, se había adueñado
del trono. Se llamaba a sí mismo Tiglat Pileser, en honor del

226
HISTORIA DE LA BIBLIA

héroe nacional que había vivido quinientos años antes. So-


ñaba con un imperio que se extendiese desde el Tigris hasta
el Mediterráneo.
Más pronto de lo que lo había esperado, los judíos le
brindaron la oportunidad de que realizara su ambición.
Acaz, rey de Judá, comprometido en una de esas oscu-
ras disputas cuyos pormenores no conocemos, estaba a
punto de entrar en guerra con Aram, y solicitó a Tiglat Pile-
ser ayuda. Cuando se supo esto, el profeta Isaías dirigióse al
monarca para advertirlo en contra de una alianza con un
pagano. El soberano de Judá debía tener confianza en Jeho-
vá y no en ningún otro factor terreno. Acaz contestó que no
creía tal cosa, y hasta se rehusó a solicitar una prueba de que
el cielo lo ayudaría. Manifestó saber lo que hacía, pues su
expedición contra Aram no podía fracasar.
Pero Isaías no estaba de acuerdo con él y predijo la rui-
na de Judá e Israel, cosa que acontecería muy pronto. Antes
de que los niños recién nacidos llegaran a hombres, ambos
países perderían su independencia.
Ni siquiera entonces Acaz se convenció. Tomó todo el
oro y la plata que pudo hallar en el templo, y lo envió a Ní-
nive como obsequio para Tiglat Pileser. Y, cuando viajó al
Norte para rendir homenaje a su augusto aliado, hasta llevó
el altar de bronce que había estado ubicado frente a la Santa
de las Santas desde los días de Salamón, transportándolo a
Damasco, donde lo ofreció al rey asirio.
Tiglat Pileser estaba, por supuesto, sumamente agrada-
do.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Ignoramos si estos regalos lo hicieron cambiar de opi-


nión, tornándolo más cordial hacia el pueblo judío, pues la
muerte puso punto final a los planes del rey.
Sin embargo, tenemos buenos motivos para suponer
que Tiglat, por lo menos, había perdonado a Judá.
Su sucesor, Salmanasar, que, sin duda, heredó de su an-
tecesor su política extranjera, era muy indulgente hacia el
pequeño reino, pero no demostró piedad para con Israel.
Cuando Oseas, el último rey perverso de Israel, se ente-
ró de que su país estaba a punto de ser invadido, trató de
concertar una rápida alianza con Egipto; pero, antes de que
el ejército expedicionario de las orillas del Nilo pudiera lle-
gar, Salmanasar había cruzado la frontera, derrotado a los
israelitas y enviado al propio rey a Nínive, en calidad de pri-
sionero de guerra.
Luego puso sitio a la ciudad de Samaria, cuyos habitan-
tes defendieron su último reducto con el valor de la desespe-
ración, logrando sostenerse durante más de tres años.
Salmanasar, según parece, fue herido durante una incur-
sión y murió bajo los muros de la ciudad.
Pero Sargon, su sucesor, castigó al atacante con gran vi-
gor, y Samaria fue copada.
La última resistencia de los israelitas había sido quebra-
da.
Su reino terminó en forma ignominiosa.
Entonces comenzó un período de terribles sufrimientos.
Veintisiete mil doscientas ochenta familias fueron exila-
das - cerca de cien mil personas- El país, terriblemente
devastado por interminables años de guerra, fue vuelto a

228
HISTORIA DE LA BIBLIA

poblar por colonos de cinco provincias asirias, junto con los


restos de diez tribus judías. Estos inmigrantes formaron una
nueva raza y se conocieron con el nombre de samaritanos.
Al principio, eran súbditos asirios, pero luego fueron domi-
nados por los babilónicos, los macedonios y los romanos.
Nunca volvieron a formar un Estado independiente.
Judá sobrevivió a su nación gemela por un siglo y me-
dio, manteniendo tan sólo una independencia nominal gra-
cias a un abyecto servilismo hacia sus vecinos. Cuando
Senaquerib llegó al trono de Asiria y comenzó su infructuosa
expedición contra Egipto, Ezequías, rey de Judá, compró la
inmunidad de su país con un obsequio de treinta talentos de
oro.
Para obtener esa suma, hubo que sacar los últimos res-
tos de oro de las paredes del Templo.
Es curioso comprobar que, aun entonces, el pueblo de
Jerusalén no percibió la humillación de la situación en que se
encontraba su país. Bebían y se alimentaban con la alegría de
siempre, mientras los oficiales y soldados extranjeros pasea-
ban por las calles de su ciudad natal.
Sin embargo, su indiferencia se trocó de pronto en un
abyecto temor.
Se susurraba - con bastante fundamento - que Senaque-
rib hablase arrepentido de su benevolencia y estaba por des-
truir la capital judía para eliminar la posibilidad de un ataque
por la retaguardia.
En el pánico que siguió a este anuncio, los judíos se di-
rigieron de nuevo a sus profetas.

229
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Su rey les había fracasado; pero Isaías pronunciaba


vehementes palabras de aliento y prometió a su pueblo el
apoyo de Jehová, sí determinaban que Jerusalén debía - y
podía - ser defendida hasta el fin.
Parecía haber pronosticado la verdad, pues los ejércitos
de Asiria fueron sorprendidos en los marjales del delta del
Nilo, muriendo la mayor parte de los soldados de fiebre, y el
resto, aterrorizado por la enfermedad misteriosa - y por un
ataque aún más misterioso de ratones que se comían las
cuerdas de sus arcos - se rehusaron a continuar la guerra,
retornando a sus hogares.
Isaías regocijóse; mas era demasiado pronto para dar
rienda suelta al júbilo, ya que el enemigo se estaba aprestan-
do para tomar una terrible venganza.
A comienzos de la mitad del siglo VI, Sedecías había
llegado al trono de Judá. El monarca estaba bajo la absoluta
influencia de varios extranjeros. Su principal interés lo cons-
tituía su propia tranquilidad, en tanto que la independencia
de su país nada significaba para él.
Asiria había seguido el camino de todos los imperios,
siendo conquistada por los caldeos - otra tribu semita-, que
habían fundado un nuevo país, cuya capital era la vieja ciu-
dad de Babilonia.
Este cambio de poder poco significaba para Sedecías,
pues, siempre que se lo dejase en paz, mostrábase dispuesto
a pagar tributo a un caldeo lo mismo que a un asirio o egip-
cio. Sin embargo personas de tal cobardía, están inclinadas a
obrar con precipitación en los momentos en que deben ser
precavidas.

230
HISTORIA DE LA BIBLIA

Cuando Nabucodonosor, gobernante caldeo, disputó


con Egipto, Sedecías prestó oídos gustosamente a sus ami-
gos, que le manifestaban que había llegado el momento de
realizarse algún hecho que granjeara renombre imperecede-
ro a Judá y su rey.
En vano, Jeremías, profeta de las lamentaciones, elevó
su voz contra tal locura, presentándose ante el rey y advir-
tiéndole que intentar una revolución sólo conduciría al de-
sastre.
Sedecías, en su entusiasmo, se rehusó a escuchar sus ar-
gumentaciones.
Inútil fue que Jeremías le recordase que él ya había ser-
vido a otros cuatro reyes judíos y que nunca fallaba en sus
pronósticos.
El soberano se encolerizó, expulsando al profeta.
De pronto, rehusóse a pagar su tributo anual a Caldea y
se declaró independiente. Pero su capital vióse de inmediato
infestada por soldados de Nabucodonosor.
Jerusalén no estaba reparada para resistir un sitio pro-
longado. Faltaban materias alimenticias y agua, y pronto la
peste se extendió sobre el sector más pobre del pueblo. Tan
sólo Jeremías permaneció inmutable, sin prestar atención a la
palabra "rendición".
El pueblo, debilitado por las enfermedades, se dio
vuelta contra él, acusándolo de estar a sueldo de los caldeos.
Cuando trató de demostrar su inocencia, lo encarcelaron.
Un negro bondadoso sintió compasión por el anciano y
lo salvó de la oscura cueva en la que había sido lanzado,

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

ocultándolo en el cuartel de la guardia, hasta la terminación


del asedio.
Antes de que tuviera lugar la rendición oficial, el último
de los reyes de Judá había abandonado a su pueblo.
A medianoche, acompañado por algunos palaciegos,
abandonó las puertas del palacio y se deslizó subrepticia-
mente a través de las líneas de los centinelas caldeos. Al lle-
gar la mañana, estaba en camino al río Jordán.
Nabucodonosor, enterado de ello, envió una patrulla de
caballería para que interceptara el paso al monarca judío,
quien fue alcanzado cerca de Jericó, tomado prisionero, lle-
vado al campamento real y sometido al más terrible castigo.
Primero fue obligado a presenciar la ejecución de sus hijos y
luego cegado y enviado a Babilonia, donde se lo hizo mar-
char en el desfile triunfal del emperador caldeo. En una pri-
sión de esa ciudad, falleció poco después.
En cuanto a Jeremías, los caldeos, pueblo altamente ci-
vilizado, le perdonaron la vida, tratándolo con elevados ho-
nores. Respetaron su desinterés y su sabiduría, y le
manifestaron que podía permanecer en su hogar sin que se
lo molestara en absoluto.
Sin embargo, la mayor parte de los judíos temían sufrir
la suerte de los israelitas y que se los enviara a la Mesopota-
mia como cautivos, de manera que se aprontaron para huir a
Egipto. Pero Jeremías les aconsejó que no lo hiciesen. Sin
embargo, se hallaban en un estado tal de pánico, que no
prestaron oídos a sus palabras. Reunieron sus efectos perso-
nales y emigraron rumbo al Este. Jeremías, que era la lealtad
hecha carne, siguió a su pueblo, pero, como era demasiado

232
HISTORIA DE LA BIBLIA

anciano para resistir las inclemencias de un viaje tan dilatado,


falleció en una aldea egipcia y se le dio sepultura a la vera del
camino.
Era quinientos ochenta y seis años antes del nacimiento
de Cristo.
Jerusalén yacía en ruinas.
En la tierra de Josué y David, moraba un gobernador
caldeo.
Las paredes del templo, ennegrecidas por el humo, se
dibujaban oscuras contra el cielo azul de Canaán.
El último de los Estados judíos independientes había
tocado a su fin.
Judá había pagado el tributo de su indiferencia a la vo-
luntad de Jehová.

233
HENDRIK WILLEM VAN LOON

14
Ruina y exilio

Los nuevos amos del pueblo judío pertenecían a una ra-


za muy notable. Desde los días de Hamurabi, su gran legisla-
dor, que vivió y escribió mil años antes de Moisés, los
babilonios habían sido considerados el pueblo más civilizado
del Asia occidental.
La capital de su vasto imperio era una poderosa fortale-
za, protegida por doble hilera de elevados muros, que rodea-
ban casi una centena de millas cuadradas de casas, calles,
huertos, templos y mercados.
La ciudad había sido trazada con absoluta simetría. De-
rechas y anchas eran las calles. Las casas, construidas de la-
drillo, espaciosas y de dos y tres pisos.
El río Eufrates atravesaba el centro de la ciudad, brin-
dando una comunicación directa con el golfo Pérsico y la
India.
En su centro, sobre una barranca artificial, se ubicaba el
famoso palacio de Nabucodonosor. Con sus muchas terra-
zas ofrecía la impresión de ser un inmenso parque suspendi-

234
HISTORIA DE LA BIBLIA

do en el aire, y dio lugar a que naciera el mito extraño de los


jardines pendientes.
Su población era tan cosmopolita como la moderna ciu-
dad de Nueva York. .
Los comerciantes babilonios eran excelentes hombres
de negocio. Traficaban con Egipto y la lejana China, habien-
do inventado un sistema de escritura, convertida por los
fenicios en el alfabeto manual que en la actualidad emplea-
mos. Eran muy versados en matemáticas; dieron al mundo
las primeras nociones de astronomía científica, y dividían los
años en meses y éstos en semanas, tal como lo hacemos hoy.
Inventaron el sistema de pesas y . medidas, sobre el cual se
basa el comercio moderno. Fueron los primeros en desarro-
llar las leyes morales, que más tarde incorporó Moisés a sus
diez mandamientos, y que constituyen la piedra angular del
edificio de nuestra Iglesia.
Eran eficientes organizadores, y aumentaron regular-
mente sus posesiones. Su conquista de la tierra de Judá, sin
embargo, constituyó un accidente que nada tuvo que ver con
su política de expansión.
Uno de sus gobernantes había marchado a la conquista
de Aram y Egipto. La pequeña nación independiente, de los
judíos, estaba situada sobre las carreteras que corrían de
Norte a Sur y de Este a Oeste.
Y se la ocupó como medida de precaución militar. Eso
fue todo.
Mucho dudamos que los babilonios de la época de Na-
bucodonosor hayan tenido conocimiento de la existencia de
los judíos. Quizá los consideraban como nosotros lo hace-

235
HENDRIK WILLEM VAN LOON

mos con las tribus indígenas semicivilizadas de Méjico y el


sur de nuestro país. Sabemos que una tribu de aborígenes
lleva una vida semi-independiente en el Sudoeste; pero no
estamos enterados con exactitud dónde, y tampoco nos inte-
resa mucho. Damos por sentado que alguien, en la Oficina
de Asuntos Indios, o en el Departamento del Interior, cuida-
rá sus intereses. Mas la vida está llena de acontecimientos, y
nos hallamos ocupados con nuestras propias cuestiones, de
manera que no podemos molestarnos por un pequeño grupo
étnico que nada significa para nosotros, aparte de un nombre
y algunas láminas mostrando extrañas danzas religiosas.
Deberán ustedes tener bien presente este punto, si de-
sean comprender lo que sigue.
En la historia no hubo ningún indicio del importante
papel que los descendientes de Abrahán e Isaac desempeña-
rían, eventualmente, en los anales de la humanidad.
Los primeros autores de las historias del mundo no
mencionan ni una palabra referente a los judíos. Tomemos el
caso de Herodoto, que trató de brindarnos un fiel relato de
todo lo ocurrido desde los días del diluvio - el diluvio griego,
y no el de Noé, que es parte de un antiguo mito babilónico -.
Como muchos atenienses, era tolerante y curioso. Deseaba
conocer todo lo que tuviese importancia, entre lo que sus
vecinos decían o realizaban, para incorporarlo a sus libros.
Carecía de prejuicios raciales, y viajó de un lado a otro
en procura de informaciones directas. Nos cuenta varios
hechos importantes acerca de los egipcios y los babilonios,
así como de otros pueblos de la costa mediterránea; pero
nunca ha oído hablar de los judíos, y se refiere a las gentes

236
HISTORIA DE LA BIBLIA

de las planicies de Palestina, con bastante vaguedad, como a


una tribu desconocida, que practicaba ciertas curiosas pre-
cauciones higiénicas.
En cuanto a los caldeos, contemporáneos de los judíos,
consideraban a los pobres exilados como nosotros a los des-
validos refugiados rusos o armenios que suelen cruzar los
limites de nuestra ciudad, en camino hacia algún punto des-
conocido del Oeste.
Por consiguiente, la principal fuente de información que
nos queda, es el Viejo Testamento.
Pero los compiladores de esa gran historia nacional - tal
como ya lo hemos dicho anteriormente - no eran historiado-
res adiestrados. No prestaban importancia a la manera en
que escribían los nombres de sus amos extranjeros y de-
mostraban bastante confusión en materia de geografía. A
menudo, se referían a sitios que nadie ha podido identificar
con seguridad.
Al mismo tiempo, con frecuencia, ocultaban delibera-
damente el verdadero significado de sus palabras, empleando
extraños símbolos. Cuando deseaban narrar cómo el gran
imperio de Babilonia conquistó al pequeño reino de Judá y,
luego de medio siglo, fue ,obligado a liberar a sus cautivos,
se referían a una ballena que tragó al marino de un barco
echado a pique y, después de algunos días, lo vomitó en tie-
rra firme. Esto, por supuesto, era perfectamente comprensi-
ble para la gente de hace dos mil quinientos años; pero no lo
es tanto para aquellos de nosotros que sólo conocemos a
Babilonia como un montón de piedras y escombros abando-
nados.

237
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

A pesar de todo, los últimos veinte libros del Viejo


Testamento compensan en cantidad lo que carecen de exac-
titud, y es posible construir los siglos V, IV y III a. de J. C.,
con bastante seguridad.
Con la ayuda de este material no muy recomendable,
trataré de narrarles lo que ustedes deben saber para captar el
gran drama espiritual que iba a tener. lugar poco después.
El exilio, en el caso del pueblo judío, no significaba la
esclavitud.
Desde un punto de vista puramente secular, el cambio
de Palestina a Mesopotamia constituía un progreso para la
gran mayoría de los judíos. Los israelitas, siglo y medio antes,
habían sido llevados a cuatro o cinco aldeas y ciudades muy
separadas unas de otras, y confundidos entre sus vecinos
babilonios. Pero, a los exiliados de Judá del año 586, se les
permitió permanecer juntos y establecerse en el mismo sitio,
que se convirtió en una excelente colonia judía.
Eran, en realidad, un grupo de involuntarios peregrinos,
que viajaban, desde los hacinados barrios bajos de Jerusalén,
al campo abierto de Chebar. Abandonaron las estériles cam-
piñas y los valles de la vieja tierra de los cananeos, para hallar
un nuevo hogar entre bien irrigados huertos y praderas del
centro de Babilonia.
Tampoco sufrieron una injustificada violencia a manos
de rígidos capataces como había ocurrido en Egipto mil años
antes.
Se les permitió conservar sus propios líderes y sus sa-
cerdotes propios.

238
HISTORIA DE LA BIBLIA

No se los molestó en sus costumbres religiosas, permi-


tiéndoles mantener contacto con sus amigos residentes en
Palestina. Al mismo tiempo, se les fomentaba la práctica de
las viejas artes con que habían estado familiarizados en Jeru-
salén.
Eran hombres libres, que gozaban del derecho de po-
seer sirvientes y esclavos. Ninguna profesión o rama del
comercio les estaba vedada, y, muy pronto, gran número de
nombres judíos comenzó a figurar entre los ricos comer-
ciantes de la capital babilónica.
Eventualmente, hasta los puestos más elevados estuvie-
ron abiertos para la habilidad judía, y los reyes babilonios
solicitaron más de una vez el favor de las mujeres judías.
En suma, los exilados poseían todo lo que puede hacer
feliz al hombre, excepto la libertad de viajar a voluntad.
Al marchar de Jerusalén a Tel-arsa, se habían despojado
de muchos de los males de su viejo país.
Pero ahora sufrían una nueva dolencia; se llamaba nos-
talgia.
La aflicción, desde el comienzo del tiempo, ha ejercido
siempre una extraña influencia sobre el alma humana, que
echa un luz resplandeciente de felices reminiscencias sobre el
viejo país. Extirpa de manera abrupta los recuerdos de ofen-
sas pasadas y antiguos sufrimientos. Inevitablemente, con-
vierte a "los viejos tiempos" en "los buenos viejos tiempos"
y deposita sobre los años, transcurridos entre los antiguos
alrededores el nombre honroso de la "época de oro".
Cuando un hombre es víctima de la nostalgia, se rehusa
a realizar algo bueno en su nuevo hogar. Sus vecinos nuevos

239
HENDRIK WILLEM VAN LOON

le resulta inferiores a los anteriores - con quienes, a decir


verdad, estaba en abierta brega -. La nueva ciudad - aunque
diez veces más grande y veinte más brillante que su antigua
aldea - se le antoja un villorrio sórdido y miserable. El nuevo
clima le parece que sólo se adapta para los salvajes y los bár-
baros.
En resumen, todo lo "viejo" se torna, de pronto, "bue-
no", y "lo nuevo, malo, perverso y objetable".
Un siglo más tarde, cuando se les acordó permiso a los
exilados para regresar a Jerusalén, muy pocos aprovecharon
la oportunidad. Pero, mientras estaban en Babilonia, la tierra
de Palestina era su "paraíso perdido"; esta actitud se refleja
en todo lo que hará dicho o escrito.
Hablando en términos generales, la vida de los judíos,
durante medio siglo de exilio, era insípida y exenta de acon-
tecimientos de relieve. Los proscriptos marchaban a sus
ocupaciones cotidianas y aguardaban.
Al principio, esperaban con la vehemencia ardiente de
quienes aguardan que algo "súbito" ocurra. Las palabras
condenatorias del gran Jeremías, que había pronosticado este
terrible desastre, resonaban aún en sus oídos.
Pero el profeta estaba muerto y bien ocupado su sitio.
En los primeros capítulos, hemos dicho algo sobre la
naturaleza de los profetas judíos. Desde tiempo inmemorial,
han sido los líderes morales de su pueblo. En diversas
oportunidades, constituyeron la cabal expresión de la con-
ciencia nacional.
Pero los tiempos habían cambiado. Los judíos ya no de-
pendían le la palabra hablada para su instrucción religiosa.

240
HISTORIA DE LA BIBLIA

Poseían ahora un alfabeto propio y su lenguaje había adqui-


rido una gramática formal.
Este alfabeto era bastante primitivo en un principio. No
poseía vocales, y dejaba mucho librado a la imaginación.
Lo mismo puede decirse de las reglas que gobernaban la
construcción de las frases escritas. No se hacía una distin-
ción clara entre los tiempos perfectos e imperfectos. El
mismo verbo podía indicar que algo ya había sucedido o que
estaba por ocurrir. Tenemos que adivinar el verdadero signi-
ficado del contenido de la frase.
Semejante forma de expresión, se adaptaba perfecta-
mente para la poesía. De ahí, pues, la belleza que encierran
tantos de los Salmos. Pero era mucho menos satisfactoria
cuando el escritor tenía que habérselas con ideas concretas, o
brindar un relato de acontecimientos del pasado. No nos
expresa claramente dónde termina la profecía y dónde co-
mienza la historia.
Mas esto era lo mejor que podían hacer los judíos hasta
que aprendieron el alfabeto corriente arameo de sus vecinos,
y, con todas sus imperfecciones, cumplió su misión. Brindó
a los profetas que poseían nuevas ideas la oportunidad de
llegar a todos sus colegas judíos, ya vivieran en Egipto, Ba-
bilonia, o en las islas del mar Egeo. Les permitió introducir
orden en las antiguas y vagas formas de adoración. Hizo
posible ese gran sistema de codificadas leyes religiosas y ci-
viles que hallamos en el Viejo Testamento y el Talmud. Y
convirtió a los profetas en algo que nunca habían sido antes,
pues comenzaron a explicar las palabras escritas de sus ante-
pasados a los niños de la nueva generación. De hombres de

241
HENDRIK WILLEM VAN LOON

acción, se convirtieron en sabios contemplativos, que vivían


y morían rodeados de libros. De cuando en cuando, todavía
hablaremos de los profetas, que se introducían entre los
hombres y les hablaban el lenguaje del mercado. Pero, a
medida que aumentó el número de escuelas en las que se
adiestraban, la influencia de sus graduados disminuyó en
igual proporción.
Jehová dejó de ser el Jehová de las planicies y las colinas
barridas por el viento. Convirtióse en una serie de reglas y
reglamentaciones. Ya no hablaba a los hombres, en medio
del retumbar del trueno, en el desierto, sino que su voz se
escuchaba, de ahora en adelante, en la soledad de la bibliote-
ca. Y el profeta se convirtió en el rabino, en el sacerdote que
explicaba, exponía, interpretaba y elucidaba, y, gradualmente,
sepultó el espíritu de la Voluntad Divina debajo de esa pila
de escombros filológicos, de sabias anotaciones y críticas que
crecieron hasta alcanzar enormes proporciones con el correr
del tiempo. Sin embargo, esta nueva evolución - como todos
los cambios similares - no se efectuó de súbito, y el periodo
de exilio produjo varios hombres que se comparan favora-
blemente con los que, entre sus predecesores, habían sido
los reconocidos líderes espirituales de su raza.
Dos profetas descuellan de entre los demás.
Uno es Ezequiel.
Del otro, desgraciadamente, desconocemos su nombre.
Era "el evangelista entre los profetas". Hablaba un nuevo
lenguaje como nunca se había escuchado en Israel o Judá.
Sus obras las hallarán ocultas en la última mitad del libro
vigésimotercero del Viejo Testamento, titulado Isaías.

242
HISTORIA DE LA BIBLIA

Este libro contiene sesenta y seis capítulos. Los prime-


ros treinta y nueve pueden haber sido obra del profeta Isaías,
que vivió durante el reinado de Jotam, Acaz y Ezequías, y
que predijo la suerte de las dos naciones judías, mucho antes
de la época de Senaquerib y Nabucodonosor.
Pero los últimos veintiséis capítulos son, evidentemente,
obra de un hombre que vivió varios siglos más tarde y que
empleaba un idioma diferente y de distinto estilo.
No debe extrañarnos el hecho de que estas dos partes
disímiles hayan sido reunidas sin colocarles ninguna nota
explicatoria. Los compiladores del Viejo Testamento - como
lo hemos dicho repetidas veces - no eran exactos en esas
cuestiones. Tomaban lo que les agradaba, dondequiera que
lo hallasen, y lo reunían sin el más leve asomo de lo que no-
sotros, los modernos, llamamos "compilación” .
En tal forma, la identidad del hombre que escribió la se-
gunda parte del libro se extravió en la del profeta de la pri-
mera. La cuestión no interesa mucho, pues, como "autor
anónimo", el poeta a conquistado más celebridad que mu-
chos de sus contemporáneos, cuya genealogía ha sido incor-
porada a algunas páginas áridas del Viejo Testamento.
Lo que imprime tanto valor a su obra es su nueva y úni-
ca visión de la fuerza y el carácter de Jehová, que, para él, ya
no es el dios tribal de una pequeña nación semita, sino que
Su nombre está escrito a través del cielo de todas las latitu-
des. Es el gobernante de todos los hombres.
Hasta el poderoso rey de Babilonia y el no menos acau-
dalado monarca de Persia - hacia quien miraron los judíos
secretamente para su última liberación -, son inconscientes

243
HENDRIK WILLEM VAN LOON

servidores del Unico Dios, cuya voluntad es ley para la hu-


manidad toda.
No obstante, este Dios no es un Dios cruel, que odia a
quienes no lo conocen. Por el contrarío, ofrece Su amor y Su
compasión incluso a aquellos que viven en la oscuridad y
que nunca han oído Su Nombre.
No permanece oculto del hombre, detrás de las prohi-
bidas nubes de su propia perfección. Es visible a todos los
que tienen ojos para ver. Claras son Sus palabras para quie-
nes tienen oídos para escuchar. Es el Padre cariñoso de to-
dos los hombres, el Pastor que trata de guiar a Su rebaño
hacia el seguro puerto de la paz y la rectitud.
Tal lenguaje estaba adelantado a los tiempos.
El término medio de los exilados lo miraba con profun-
do recelo.
Esas palabras de un Dios que amaba a todos los seres
vivientes no conquistaban a una pequeña comunidad que
dependía para su existencia de su odio cotidiano, tanto como
de su pan diario, y que rezaba incesantemente por la llegada
de los días de venganza, en que Jehová destruyera a los de-
testables captores babilonios.
Y se lanzaron con ansias hacia los otros hombres, que
habían sido cuidadosamente enseñados en las estrictas doc-
trinas de días pasados, y creían que Jehová había elegido a
los descendientes de Abrahán y Jacob - y sólo a ellos - para
ser instrumentos de su voluntad divina, y que nunca dejaban
de predecir el día en que todas las demás naciones se postra-
ran ante las victoriosas huestes de la Nueva Jerusalén.

244
HISTORIA DE LA BIBLIA

Entre los profetas populares del exilio, Ezequiel sobre-


sale con fuerza granítica. Nació en el viejo país. Su padre era
sacerdote, de manera que el muchacho creció en el medio
ambiente religioso de Jerusalén, donde, sin duda escuchó los
sermones de Jeremías. Más tarde, él también se convirtió en
profeta.
En su comunidad, parece haber sido un joven de cierta
importancia, pues fue de los primeros en ser expulsados de
la capital, tan pronto como los babilonios conquistaron a
Judá, varios años antes del comienzo del gran exilio.
La noticia de la verdadera caída de Jerusalén le llegó
cuando se encontraba en la aldea de Tel-Aviv, en la ribera
sur del Eufrates, donde estableció su hogar, y continuó vi-
viendo hasta el día de su muerte.
La calidad literaria de su obra está bien por debajo de la
del autor anónimo de Isaías. Su estilo es rígido. El hombre
mismo carece de esas cualidades humanas que tanto nos
atraen en muchos de los líderes más viejos. No es nada mo-
desto. A menudo cae en un verdadero trance artificial de
excitación. Y es entonces cuando tiene extrañas visiones y
oye voces misteriosas.
Pero, por otra parte, fue un hombre de bastante sentido
práctico. Como Jeremías, nunca dejó de batallar contra los
fanáticos descarriados, que creían que Jerusalén estaba lla-
mada a ser inexpugnable, porque era la capital del Pueblo
Elegido de Dios.
El les advirtió que la fe sin los hechos nunca ha salvado
a nación alguna.

245
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero, cuando la ciudad hubo sido copada, y mucha


gente de poca fe se tornó, de inmediato, despreciativa hacia
el futuro de su raza, Ezequiel irguióse como el defensor
triunfante de un mejor futuro.
Nunca dejó de pronosticar el día feliz en que el templo
sería restaurado y el altar de Jehová humedecido, una vez
más, con la sangre de los bueyes sacrificados.
Sin embargo, este Estado resurgido, de acuerdo con sus
puntos vista, no podría sobrevivir a menos que la nación
judía estuviera dispuesta a someterse a ciertas reformas
prácticas, que Ezequiel describió con lujo de detalles.
Entonces, por un instante, asumió el papel de su vecino
griego Platón.
Nos brindó la descripción de un Estado Ideal, de acuer-
do con opiniones acerca de la vida. Deseaba fortalecer y
reforzar aquellas partes de las Leyes de Moisés que, en tiem-
pos pasados, habían dado a varias formas paganas de adora-
ción la oportunidad de incorporarse a los ritos santos de
Jehová.
En términos generales, defendía el restablecimiento del
reino David y Salomón.
Pero, en su nuevo Estado, el templo, y no el palacio re-
al, debía convertirse en el centro de toda la vida y la actividad
de la nación.
El templo, de acuerdo con la idea del profeta, era la Ca-
sa de Jehová, y el palacio tan sólo el hogar del soberano.
Esa diferencia debía ser inculcada vigorosamente al
pueblo. Además, el término medio del hombre debía tener
un respeto profundo por la santidad de su Dios, y se le debía

246
HISTORIA DE LA BIBLIA

hacer comprender que El era un Ser muy por encima del


ordinario trato humano.
El templo, por consiguiente, en el Estado ideal de Eze-
quiel, estaría rodeado por dos enormes muros, debiendo
ubicarse en medio de vastos patios, para que la multitud cu-
riosa estuviera siempre a una respetable distancia.
Todo lo relacionado con el templo sería campo santo.
A ningún extranjero se le permitiría nunca penetrar
dentro de ese sector. Y los judíos, con excepción de los sa-
cerdotes, serían admitidos sólo en raras ocasiones.
Los sacerdotes formarían una unión o corporación. Sólo
los descendientes de Sadoc8 podían aspirar a ese honor. Su
influencia sería enormemente acrecentada, hasta convertirse
en los verdaderos gobernantes del Estado, tal como ya había
sido proyectado por Moisés.
Con el objeto de fortalecer su dominio sobre el pueblo
común, el número de días de fiesta sería considerablemente
aumentado, y se prestaría particular atención a las ofrendas
de expiación de pecados.
La idea del pecado perpetuo iba a ser sostenida firme-
mente ante la nación.
No se permitirían ofrendas privadas.
Todo lo relacionado con la adoración, en la Santa de las
Santas, debía ser hecho en nombre de todo el pueblo.
El rey, en tales ocasiones, actuarla como representante
de la nación. En lo demás, sería tan sólo una figura decorati-
va, sin verdadera autoridad.

8Judío del siglo III a. De J. C., fundador de la secta de los saduceos, que
negaba la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo, -N. Del T

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

En los viejos días, David y Salomón tenían el privilegio


de nombrar a todos los sacerdotes. Este privilegio sería reti-
rado de manos de los soberanos.
La clase sacerdotal convertiríase en un cuerpo que se
perpetuaría a sí mismo y que trataría al rey como a uno de
sus servidores, y en modo alguno como a su amo.
Finalmente, la mejor tierra del país, en los alrededores
de Jerusalén, sería entregada a los sacerdotes, para que pu-
dieran tener asegurada una renta decente, y no habría apela-
ción en ningún decreto o ley que pudieran querer aprobar.
He ahí un programa en verdad extraño. Pero, para los
contemporáneos de Ezequiel, era bastante razonable. Y, tan
pronto como fuese reconstruido el templo y a los exilados se
les permitiera retornar a sus viejos hogares, tenían la inten-
ción de establecer ese rígido Estado eclesiástico.
Ese día llegaría más pronto de lo que muchos de los
exilados lo esperaban.
Más allá de las distantes montañas del Este, un joven je-
fe bárbaro adiestraba a sus soldados de caballería. Sería el
Mesías que librase a los cautivos judíos de su esclavitud ex-
tranjera. Sus súbditos persas lo llamaban Kurus. Pero noso-
tros lo conocemos con el nombre de Ciro.

248
HISTORIA DE LA BIBLIA

15
Regreso al hogar

A COMIENZOS del siglo VII antes del nacimiento de


Cristo, una pequeña tribu semita llamada kaldi o caldeos
había abandonado su hogar en el desierto de Arabia y mar-
chado rumbo al Norte.
Después de muchas aventuras y varios intentos fallidos
de irrumpir en los dominios de Asiria, los kaldi habían he-
cho, por fin, causa común con los montañeses salvajes que
vivían al este de la planicie de la Mesopotamia.
Juntos derrotaron a los ejércitos asirios, capturando y
destruyendo la ciudad de Nínive.
Sobre las ruinas del viejo imperio, Nabopolasar, jefe de
los caldeos, había fundado un reino que ahora algunos histo-
riadores llaman Nueva Babilonia y otros, Caldea.
Su hijo, Nabucodonosor, había fortalecido vigorosa-
mente las fronteras de su heredad. Y Babilonia convirtióse,
de nuevo, en el centro del viejo mundo civilizado, cosa que
había sido tres mil años antes.
Durante su interminable guerra contra sus vecinos, Na-
bucodonosor había invadido y conquistado el resto del viejo

249
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Estado judío, que se llamaba Judá, habiendo trasplantado


varias colonias de hebreos, de orillas del Mediterráneo a las
márgenes del Eufrates.
Sin embargo, sus relaciones con los súbditos judíos eran
bastante amistosas, aunque algo indiferentes.
Como todos los austeros monarcas, Nabucodonosor
prestaba un gran interés a los adivinos. El hombre que podía
explicar satisfactoriamente los sueños, podía estar seguro de
contar con el favor del rey.
Parece que el profeta Daniel era un hombre que poseía
tal poder.
De acuerdo con el libro que lleva su nombre - pero que
fue escrito cuatrocientos años después -, Daniel era un joven
príncipe judío que había sido llevado a Babilonia, junto con
tres de sus jóvenes primos, para que se educara en la corte
caldea.
Los cuatro muchachos eran fieles servidores de Jehová y
obedecían al pie de la letra sus leyes santas.
Por ejemplo, cuando se les dio el acostumbrado menú
del palacio, se rehusaron a comerlo e insistieron en que se les
sirviera carne y verduras preparadas de acuerdo con las re-
glamentaciones ancestrales, que prescribían en detalle cómo
debían matarse las vacas y las ovejas, y en qué forma coci-
narse las verduras.
Afortunadamente, los caldeos eran tolerantes y tran-
quilos, de manera que los pequeños cautivos obtenían siem-
pre todo lo que solicitaban.

250
HISTORIA DE LA BIBLIA

Eran muchachos diligentes y vivaces, que asimilaban to-


do lo que los colegios babilonios podían enseñarles, y pro-
metían ser súbitos útiles a su patria de adopción.
Durante los últimos años del reinado de Nabucodono-
sor, el anciano rey tuvo un sueño.
Reunió entonces a sus "hombres sabios" y les ordenó
que le explicaran el sueño, so pena de muerte. Con absoluta
razón, los magos contestaron:
- Cuéntenos el sueño, Su Majestad, y haremos todo lo
posible por explicárselo.
- Lo he olvidado - repuso el soberano -. Pero estoy se-
guro de que soñé alguna cosa. Corresponde a ustedes, pues,
decirme qué soñé y lo que significa.
Los magos rogaron misericordia y solicitaron al monar-
ca que fuera razonable.
-¿Cómo puede un hombre decirle a otro lo que él mis-
mo no sabe? - gritaron.
Pero a los tiranos orientales no les interesaba la lógica.
Sin más trámites, Nabucodonosor condenó a la horca a
sus hombres sabios".
Parecía haber estado de mal humor ese día, pues no sólo
procedió de manera tan drástica con esos hombres, sino que
ordenó, de una vez por todas, que la corte se deshiciera de
los magos y hechiceros.
Al mismo tiempo, una guardia real fue a buscar a Da-
niel, para que él y sus amigos compartieran la suerte de sus
colegas. Pero éste, que en muchos aspectos era como José,
habíase hecho amigo de los militares de la corte de Babilo-

251
HENDRIK WILLEM VAN LOON

nia, de manera que pidió al capitán de la guardia que le diera


una corta tregua.
Mientras tanto, trataría de ver qué podría hacer. Se
acostó a dormir y, de inmediato, Jehová le reveló el sueño
que Nabucodonosor había olvidado.
A la mañana siguiente, el capitán, llamado Arioc, llevó a
Daniel a presencia de Nabucodonosor. El rey hallábase aún
muy preocupado y estaba dispuesto a brindar una oportuni-
dad al joven extranjero.
Daniel le contó primero el sueño; una extraña historia
relacionada con los acontecimientos políticos de los últimos
cuatrocientos años. Luego le explicó su significado.
Como recompensa por su inteligencia, conquistó la infi-
nita gratitud de su soberano, quien lo nombró gobernador
de la ciudad de Babilonia y sátrapa de tres ricas provincias a
sus compañeros, Sadrac, Mesac y Abednego.
Todo esto era muy agradable; mas no duró mucho
tiempo, pues, de acuerdo con el autor anónimo de estos
capítulos, Nabucodonosor, en su extravagancia, se aficionó a
una forma de adoración que era tan extraña al gusto de los
inteligentes caldeos, como al de los judíos.
Ordenó que se erigiera una gran estatua, de noventa pies
de alto por nueve de ancho, completamente cubierta de oro,
y la hizo colocar en la planicie de Dura, para que pudiera
verse de todos lados. A una señal dada - el toque de muchas
trompetas - todo el pueblo se postraría ante la imagen y la
adoraría.
Sadrac, Mesac y Abednego, empero, no lo hicieron,
pues recordaban el Segundo Mandamiento, rehusándose, por

252
HISTORIA DE LA BIBLIA

consiguiente, a cumplir el edicto real. Todo el pueblo se


postró, pero ellos permanecieron de pie.
Sabían el castigo que los aguardaba. Llevados a presen-
cia de Nabucodonosor, el monarca ordenó que se los echara
a un horno ardiente, al cual, para asegurarse de que las vícti-
mas no escaparían a su suerte, se le imprimió una potencia
siete veces mayor de lo normal. Sadrac, Mesac y Abednego
fueron atados de pies y manos, y lanzados a las llamas.
Pero, a la mañana siguiente, cuando abrieron las puertas
del horno, los tres jóvenes salieron con tanta tranquilidad
como si lo hubieran hecho de un estanque de agua fresca.
Después de esa prueba, Nabucodonosor quedó conven-
cido de que Jehová era el más grande de todos los dioses.
Olvidó sus ídolos y favoreció a los cautivos judíos más que
antes.
Desdichadamente, fue atacado, poco después, por una
horrible enfermedad nerviosa.
Creía haberse convertido en animal: caminaba en cuatro
pies y mugía,- falleciendo miserablemente en un campo
donde había estado comiendo pasto, como una vaca.
En todos estos pormenores, seguimos el texto del libro
atribuido a Daniel. De acuerdo con las concienzudas investi-
gaciones de los eruditos modernos, este volumen fue escrito
entre los años 167 y 165 a. de J. C., cuando los judíos eran
muy reacios en el cumplimiento de sus deberes religiosos.
Tomándose la libertad de un novelista, el autor traza su his-
toria durante el reinado de Nabucodonosor. Quizás intro-
dujo el episodio completamente imaginario del horno
ardiente, para significar a sus contemporáneos lo que puede

253
HENDRIK WILLEM VAN LOON

hacer la fe en quienes creen que Jehová está de su parte, e


hizo morir al monarca de una muerte terrible, porque seme-
jante infortunado final era seguro que agradaría a los lectores
judíos.
Tenía todo el derecho de hacerlo, como maestro de mo-
ral religiosa. Pero poseemos demasiadas fuentes babilonias
de información acerca del gran rey caldeo, para poder dudar
de su última suerte. Falleció tranquilamente, en el año 561 a.
de J. C.; seis años después, la dinastía de Nabopolasar se
extinguió, y un general llamado Nabónides se adueñó del
trono.
Nabónides parece haber tenido un hijo o yerno de
nombre Bel-shar-usur, que compartió el trono con él.
En el libro de Daniel se lo llama Baltasar y, de acuerdo
con la tradición judía, fue el último rey de Babilonia. Pero,
una vez más, nos encontramos en medio de una prueba
histórica contradictoria. Darío, el medo, mencionado tam-
bién en el mismo capítulo del Viejo Testamento, quería sig-
nificar probablemente Darío el persa, que vivió cien años
más tarde, y Baltasar no fue asesinado hasta varios meses
después de que Babilonia se rindiera a los persas.
Pero, tanto Herodoto, como Jenofonte, sostienen que
se celebró alguna fiesta antes de que la ciudad fuese sorpren-
dida por el enemigo, y en esa misma bulliciosa celebración
fue cuando Daniel conquistó su mayor fama como profeta
de los futuros acontecimientos.
Baltasar, según reza la historia, había invitado a su fiesta
a más de un millar de nobles. Comieron y bebieron, y el sa-
lón Ilenóse con el bullicio de personas beodas. De pronto,

254
HISTORIA DE LA BIBLIA

en la pared, frente al trono del rey, apareció una mano, la


cual escribió lentamente cuatro palabras sobre la piedra.
Luego desapareció.
Las palabras, bastante curiosamente, estaban escritas en
arameo. No es de extrañar, pues, que el monarca no las pu-
diera entender. Mandó buscar a sus magos; mas ellos tampo-
co pudieron descifrar la escritura. Entonces alguno recordó a
Daniel, así como diez siglos antes, en la corte de Faraón,
alguien recordó a José.
Daniel se hizo presente. Estaba bien versado en las dife-
rentes artes de la escritura mística, de manera que leyó las
palabras, primero hacia abajo, luego hacia arriba y después
nuevamente hacia abajo. He aquí lo que vio:

M U P
E L H
N E A
E K R
M E S
E T I
N E N

Luego separó las palabras en esta forma: MENE


MENE TEKEL UPHARSIN.
Aun entonces, esa combinación de letras no tenía mu-
cho sentido.
Un mene o mina era una moneda o pesa judía, de un
valor cincuenta veces mayor que un siclo.
Un tekel era lo que llamamos "siclo".

255
HENDRIK WILLEM VAN LOON

La "u" antes de la palabra siguiente era simplemente una


partícula copulativa y pharsin - que traducido se convierte en
Peres - podía significar "media mina" o referirse a los Peres
o persas.
Por consiguiente, las palabras podían haber significado
"Nabucedonosor era una mina. Nabucodonosor era una
mina" (repetido para fortalecer la idea) y "Baltasar, eres tan
sólo un siclo. Los persas son media mina".
O, en nuestro idioma: "El gran imperio del poderoso
Nabucodonosor, diminuye ahora hasta convertirse en un
pequeño reino, bajo tu débil guía, ¡oh, rey Baltasar!, y pronto
será dividido en dos por los persas".
Sin embargo, todo esto es un rompecabezas filológico,
que no trataremos de resolver.
Daniel parece haber considerado los sustantivos como
participios pasivos de los verbos "contar", "pesar" y "nume-
rar".
Y dio la siguiente explicación de este acertijo realmente
aterrador:
"Jehová te ha pesado en la balanza, ¡oh, rey Baltasar!, y
te ha encontrado escaso".
Como recompensa por su profecía, y esperando hallar el
favor del Dios judío, Baltasar nombró virrey a Daniel.
Pero ese honor significaba poco, pues los persas hallá-
banse a las puertas de Babilonia. Los días del imperio esta-
ban contados.
En el año 538, Ciro penetró en la ciudad, a través de
una de sus compuertas.

256
HISTORIA DE LA BIBLIA

Perdonó la vida del rey Nabónides, pero mató a Balta-


sar, cuando, poco después, trató de iniciar una revolución
contra las huestes conquistadoras.
Y convirtió al territorio de Babilonia en una provincia
persa, así como los babilonios, hacía apenas un siglo, habían
convertido al reino de Judá en una comarca subordinada a su
propio imperio.
En cuanto a Darío el medo, mencionado en el libro de
Daniel, nada sabemos de él más que su nombre. Ciro, por el
contrario, es un héroe famoso de la antigüedad y merece
cierta atención.
El pueblo persa, sobre el cual reinó, provenía de ascen-
dencia aria, es decir, no era semita como los babilonios, los
judíos y fenicios, sino que pertenecía al mismo grupo general
del cual descienden nuestros antepasados. Originariamente,
esas tribus parecen haber vivido en las planicies de la costa
oriental del mar Caspio.
En fecha desconocida, abandonaron, al parecer, su
suelo natal, para iniciar una gran migración.
Algunos de ellos, marcharon rumbo al Oeste y se esta-
blecieron entre los aborígenes de Europa, a quienes extermi-
naron o sojuzgaron pronto.
Otros, se dirigieron al Sur, ocupando la meseta del Irán
y las planicies de la India. Los persas, junto con los medos,
se apoderaron de varias cadenas de montañas que habían
quedado despobladas por las feroces expediciones militares
de los asirios.
Allí organizáronse en algo que se asemejaba a una repú-
blica de cowboys. De este humilde comienzo había surgido

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

ese extraño reino de Persia, que se elevó a la altura de un


imperio merced a las conquistas de Ciro.
Este era un hombre muy extraordinario. Sólo hacía la
guerra cuando no le era dado lograr sus propósitos por me-
dio de la intriga y la diplomacia. No marchó contra Babilonia
hasta que hubo aislado a esa poderosa ciudad de sus anterio-
res vasallos y aliados, lo cual constituyó una obra lenta, que
insumió casi veinte años, período éste de gran excitación
para los exilados, quienes, desde un principio, habían sospe-
chado que "Kurus" podía ser el mesías que, a instigación de
Jehová, iba a liberarlos del yugo babilonio. Por lo tanto, ha-
bían seguido sus aventuras con extraordinario interés, cre-
yendo primero que haría la guerra a los capadocios.
Poco después, así se lo habían narrado los viajeros, es-
taba comprometido en una lucha con Creso, rey de los lidios
y gran amigo personal de Solón, legislador de los griegos.
Luego, según rumores, permanecía en Asia Menor,
donde se decía que estaba construyendo una flota, con la
cual invadiría las costas de Grecia.
Todo un coro de profetas observaba las campañas de
este hombre, con un celo casi indecoroso. Siempre que se
informaba de otra victoria persa, todo el pueblo se unía en
cantos de júbilo y esperanza.
Los días de Babilonia - de ello estaban convencidos -
haIlábanse contados. La perversa ciudad se había rehusado a
escuchar las palabras de Jehová, crimen que El estaba prepa-
rado para castigar.
Cuando, por fin, ocurrió lo inevitable y Babilonia cayó,
los cautivos judíos celebraron el acontecimiento con frenéti-

258
HISTORIA DE LA BIBLIA

co júbilo. Luego se precipitaron para besar los pies de sus


nuevos amos y solicitarles que se les permitiera retornar al
viejo país.
Ciro no formuló objeciones, pues se enorgullecía de su
tolerancia.
A todas las razas sojuzgadas del viejo imperio babilonio,
se les dio permiso, de inmediato, para que volvieran a sus
hogares. Pero Ciro fue aún más allá. Parece haber tenido una
indiferencia casi romana hacia las opiniones de su pueblo.
Si los judíos, los fenicios o los cilicianos preferían sus
propios dioses a los de los persas, era cuestión suya. La
construcción de los templos que ellos juzgaran mejores, era
bien recibida y los podían llenar con imágenes o dejarlos
vacíos, según les pareciese mejor.
Siempre que pagaran el tributo y obedecieran a los sá-
trapas del rey o gobernadores, podían dar forma a sus vidas
políticas y religiosas como mejor les acomodase, y el rey
cuidaría de que nadie se atreviera a entrometerse en ello.
Además, la idea del regreso en gran escala de los exila-
dos judlios a la tierra de Canaán, poseía una faz práctica que
atrajo enormemente al sagaz gobernante, quien esperaba
hacer de Persia una nación marítima.
Las ciudades de Fenicia ya obedecían su voluntad. Pero
entre fenicia y Babilonia yacían las ruinas de Palestina. Era
necesario volver a poblar este desierto. Algunos vagos in-
tentos en ese sentido habían hecho ya los babilonios, en-
viando inmigrantes al anterior reino de Israel, que se habían
establecido entre los restos semi-hambrientos de la pobla-
ción originaria. Junto con éstos, habían formado una nueva

259
HENDRIK WILLEM VAN LOON

raza llamada samaritana, de la cual se encuentran estos hoy


en algunas aldeas del norte de Palestina.
Estas gentes nunca habían sido muy prósperas. Consti-
tuían una extraña mezcla de hebreos, babilonios, asirios,
hittitas y fenicios, mantenidos en el más abyecto desprecio
por los judíos puros del anterior reino de Judea. Cuando
Ciro comenzó a restaurar el orden en Palestina, ante todo
trató de hallar descendientes de los cautivos de Israel. Mas
no pudo encontrar el más leve trazo de estos exilados o de
sus hijos, pues habían sido absorbidos por completo por sus
vecinos babilonios, y su suerte constituye un misterio tan
impenetrable hoy como lo fue en el año 538 a. de J. C.
Por el contrario, era fácil hallar a los judíos, pues habían
mantenido su integridad racial.
Un edicto real del año 537 los urgía a regresar de inme-
diato a Jerusalén. Al mismo tiempo, les otorgaba permiso
para reconstruir el templo. Les restauraba todo el oro y la
plata que Nabucodonosor había llevado a Babilonia hacía
unos cuarenta años, y los alentaba a convertir a Jerusalén en
una nueva capital, que rivalizara con el desaparecido, pero no
olvidado esplendor de la vieja residencia de Salomón.
Después de medio siglo de oraciones, las palabras del
profeta se habían cumplido.
Había terminado el exilio de los hijos de Jehová.
Los judíos estaban en libertad de abandonar su prisión.
Pero, ahora que la puerta estaba abierta, sólo unos po-
cos cautivos aprovecharon la oportunidad de regresar a sus
antiguos hogares.

260
HISTORIA DE LA BIBLIA

La mayoría permaneció tranquilamente en Babilonia o


emigró a Ecbatana, Nippur, Susa o algunos de los grandes
centros del nuevo imperio persa. Una pequeña minoría em-
prendió el largo y peligroso camino a través del desierto.
Eran hombres piadosos, que tomaban muy en serio sus obli-
gaciones religiosas.
Y establecieron, en las ruinas de Jerusalén, un nuevo
Estado que, alejado de toda influencia foránea, se consagró
exclusivamente a la adoración de Jehová.
Habría sido natural que Daniel hubiera asumido la di-
rección de los que retornaron a Palestina.
Pero el profeta estaba demasiado viejo para viajar. Los
persas lo trataban con bondad y lo mantuvieron en su pues-
to. Durante breve tiempo sospechóse de su lealtad, pues
continuaba rezando a Jehová a pesar de que el rey había da-
do a publicidad un decreto prohibiendo toda petición a dio-
ses u hombres, durante el período de un mes. Como
resultado de su desobediencia, fue condenado a muerte y
echado a los leones. Pero estos animales feroces se rehusa-
ron a devorar a un profeta tan santo. Por la mañana, Daniel
salió de la jaula sin un rasguño y, luego, vivió una vida pacífi-
ca.
Cuando se supo que no podría emprender el viaje, los
persas buscaron otro candidato para el gobierno de la resta-
blecida provincia de Judá.
Eligieron a un tal Zorobabel, pariente lejano de los vie-
jos reyes judíos. El candidato marchó a Jerusalén y, junto
con su sumo sacerdote, Josué, comenzó la obra de resurgi-
miento, que no constituía faena simple, pues había que re-

261
HENDRIK WILLEM VAN LOON

construir toda la ciudad. La mayor parte de sus alrededores


habían sido convertidos en granjas y praderas, por los intru-
sos provenientes del país de los samaritanos. Por supuesto
que odiaban ser desposeídos e hicieron todo lo que les fue
dable para tornar la vida de los recién llegados todo lo difícil
y desagradable posible.
Luego, esperaban poder ganar unos honestos centavos
trabajando en el templo, pero se les dijo que a ningún paga-
no le sería permitido solicitar trabajo en la casa santa.
Para vengarse, enviaron misteriosos mensajes a Ciro,
advirtiendo al rey persa de una rebelión que convertiría a
Judá en un reino independiente, tan pronto como el templo
estuviera terminado.
El monarca era un hombre muy ocupado, de manera
que no tenía tiempo para molestarse en pequeñeces como la
revolución judía; pero, como medida de precaución, impartió
la orden de que la reconstrucción del templo se suspendiera
hasta tanto la acusación hubiera sido investigada.
Poco después, falleció el soberano y la cuestión se olvi-
dó. Varios años transcurrieron y los muros, casi terminados,
estaban comenzando a cubrirse de verdín. Entonces el pro-
feta Ageo apareció en escena. Denunció a Zorobabel por su
indolencia y timidez, y le dijo que continuara el trabajo en las
paredes con el permiso real o sin él.
Zorobabel, que necesitaba urgentemente de un poco de
valor, prometió que lo haría, y le ordenó al pueblo que re-
tornase a su trabajo.
Pero entonces entró en querellas con Tatnai, goberna-
dor de Samaria, que le interrogó con qué autorización cons-

262
HISTORIA DE LA BIBLIA

truía esa casa de Dios, que se parecía cada vez más a una
fortificación. Zorobabel contestó que Ciro le había otorgado
permiso años atrás. El gobernador transmitió la respuesta a
los cuarteles, pero, mientras tanto, Cambises, sucesor de
Ciro, también había muerto, siendo sucedido por Darío,
quien ordenó una investigación en los archivos. La cuestión
se estaba tornando bastante complicada. Mas, desdichada-
mente, el decreto original, subscripto por Ciro, fue hallado.
Tatnai retiró su oposición y el templo fue terminado
cuatro años más tarde.
Poco a poco, regresaron a su país natal otros exilados.
La gran mayoría de los judíos, empero, continuó viviendo en
los centros comerciales de Egipto, Babilonia y Persia. Siem-
pre que las circunstancias lo permitían, celebraban sus gran-
des fiestas religiosas dentro de los muros de su ciudad santa.
Agradecían y rendían honores a la vieja población, como a
su hogar espiritual. Pero la pequeña ciudad, encerrada en
tierra, con sus estrechas y sucias calles y sus abandonados
comercios, no ofrecía suficientes oportunidades para el éxito
mundano.
Tan pronto como se efectuaron las ,últimas ofrendas y
entonábanse los últimos salmos, los visitantes se apresuraban
a retornar a las activas oficinas de Susa y Dafne. Sentíanse
orgullosos de ser judíos y amaban a Jerusalén, siempre que
no tuvieran que vivir allí todo el año.
En esta forma se desarrolló esa extraña dualidad, causa
de muchas dificultades y sufrimientos, durante los siguientes
cuatro siglos. Porque, a pesar de que los judíos, en su disper-
sión, vivían pacíficamente entre los persas, los egipcios, los

263
HENDRIK WILLEM VAN LOON

griegos y los romanos, nunca adoptaron las costumbres de


estos países.
En todos los países formaban un "Estado dentro del
Estado".
Vivían en barrios apartados de los demás.
Concurrían a templos diferentes.
No permitían que sus hijos se vincularan con los mu-
chachos y muchachas para quienes Jehová constituía un
nombre divertido. Habrían preferido matar a sus hijas antes
que entregarlas en matrimonio a un esposo pagano.
Comían diferentes comidas, preparadas en forma dife-
rente.
Respetaban escrupulosamente las leyes de la tierra en
que residían; pero obedecían, además, rígidas y complejas
leyes propias.
Por gusto, usaban una túnica que los distinguía de las
otras gentes.
Y celebraban, con estrictez, ciertos días de fiestas que
constituían un misterio absoluto para sus conciudadanos.
La gente abriga siempre sospechas hacia los vecinos a
quienes no alcanza a comprender. La distancia de estas colo-
nias judías, el abierto desprecio de todos los judíos hacia los
dioses de otras razas, junto con su don de unidad racial, a
menudo los tornaba impopulares entre sus vecinos, lo cual
llevaba frecuentemente a enconadas contiendas.
En uno de estos casos, a comienzos del siglo V antes
del nacimiento de Cristo, los judíos de Persia perecieron en
crecido número y estuvieron, durante un tiempo, a punto de
ser completamente aniquilados. Las causas fundamentales de

264
HISTORIA DE LA BIBLIA

este súbito tumulto no las conocemos. Pero encontramos


detalles de su complot en el libro de Esther.
Este libro, el último de los llamados históricos del Viejo
Testamento, como el de Daniel, fue escrito varios siglos
después de la muerte de Jerjes, y, en este caso, no existen
inscripciones persas para ayudarnos. Conocemos muchos
pormenores acerca de este rey, que casi destruye la nueva
civilización del continente europeo. Era débil e insignifican-
te, y la historia de su conducta para con su esposa se adapta
enteramente a su carácter.
Jerjes, o Asuero, como lo llamaban los judíos, habíase
separado de su cónyuge, luego de una disputa desdichada. El
rey había bebido demasiado y lo mismo, por lo demás, había
hecho su esposa. Tras un acalorado cambio de palabras,
Vasti, su compañera, se había visto obligada a abandonar el
palacio real.
El rey había hecho registrar todo el país en busca de una
nueva reina, y eligió a Esther, una joven huérfana judía, que
vivía con su primo Mardoqueo, hombre de respetable situa-
ción en la comunidad y muy conocido en la corte.
Esther fue a vivir en el harén real y Mardoqueo la visi-
taba con frecuencia.
Un día, éste escuchó, en una antecámara, a dos indivi-
duos que discutían un complot contra el monarca. El hom-
bre se apresuró a contarle a su prima lo que había oído. Y
Esther se lo comunicó al soberano. Los conspiradores fue-
ron arrestados y ejecutados, pero Mardoqueo pasó inadver-
tido y no se lo recompensó por haberle salvado la vida al rey.

265
HENDRIK WILLEM VAN LOON

La cuestión, sin embargo, no le preocupó, pues se halla-


ba en una buena situación y no necesitaba dinero. Además,
como ex-tutor de la reina, recibía muchos honores y se ha-
llaba muy feliz. Pero, su súbito ascenso en el mundo y la
posición destacada que ocupaba ahora, le granjearon una
serie de enemigos.
Por entonces, un árabe llamado Amán, figuraba entre
los ministros de mayor confianza de Jerjes. El funcionario,
que pertenecía a la tribu de los amalecitas, viejos enemigos
de los judíos, despreciaba a Mardoqueo, quien le correspon-
día este sentimiento en la forma más cordial.
Amán insistía en que Mardoqueo lo saludara primero
siempre que lo encontrase; mas éste se rehusaba a hacerlo,
de manera que la cuestión fue llevada al rey, quien manifestó
que no deseaba que se le molestase. Desde ese instante, los
dos hombres se odiaron de manera irreconciliable. El asunto
parece bastante insignificante, pero, hace treinta siglos, la
gente no conocía otros motivos por los cuales reñir.
Amán era un enemigo peligroso, pues llenaba el corazón
del rey de sospechas contra todos los descendientes de los
antiguos cautivos. Le subrayaba el hecho de que algunos
contaban con ricas casas y de que gozaban de un éxito apa-
rente. Como el monarca nunca había visto los barrios bajos,
en los cuales vivía la mayor parte de los súbditos judíos, no
ponía en duda sus cuentos. Sin tropezar con muchas difiul-
tades, pues, el ministro logró que el rey accediera a susribir
un decreto condenando a muerte a todos los judíos residen-
tes dentro de sus dominios.

266
HISTORIA DE LA BIBLIA

Y la ejecución de esa terrible ley fue confiada a Aman.


Como todas las personas viles, procedió cuidadosamente,
pues deseaba gozar hasta el máximo su venganza. Echó,
pues, la suerte para saber qué mes sería el más indicado para
efectuar la gran matanza de los partidarios de Jehová. En esa
forma, se eligió el mes de febrero. Amán tuvo tiempo sufi-
ciente para órden la erección de una orca en la cumbre de
una montaña, para que Mardoqueo, su enemigo, "fuera ele-
vado por sobre todos los demás hombres".
Sin embargo, el complot era tan complejo que no pudo
permanecer mucho tiempo en secreto. Esther, ante el pedido
urgente de Mardoqueo, se presentó, sin que se la anunciara,
ante su esposo y le solicitó que perdonara la vida a su pue-
blo.
Al principio, Jerjes mostróse enfadado; pero luego re-
cordó que Mardoqueo le había salvado la vida una vez, y,
recordando todas las pruebas en contra de los judíos, co-
menzó a percatarse de que Amán lo había aconsejado mal,
por su rencor personal. De inmediato, se enviaron mensaje-
ros a caballo a todas partes del país para advertir a los judíos
el ataque que se avecinaba. Y Amán fue ejecutado en la
montaña en que deseaba ahorcar a su enemigo.
Luego, se conocieron los detalles del complot y los ju-
díos comenzaron a apreciar el peligro del cual habían esca-
pado. Por consiguiente, quisieron perpetuar la memoria de
ese importante acontecimiento. Todos los años, entre el 13 y
el 15 del mes de adar - mes babilónico que abarca parte de
febrero y de marzo,-se efectuaría una gran celebración lla-
mada "fiesta de Suerte" o "Purim".

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

En esa ocasión, se leería el libro de Esther en todas las


comunidades judías y el nombre de Amán sería pública-
mente execrado. Los ricos obsequiarían generosamente a los
pobres, en memoria de la buena reina que había salvado de
la destruccióna su pueblo.
Los fieles judíos, que ya habían retornado a Jerusalén,
no recibieron de buen grado esa innovación y, durante largo
tiempo, se opusieron a la celebración anual de "Purim", que
les parecía un poco "extranjera". Pero la fiesta, que proba-
blemente tenía origen asirio o babilonio y era muy antigua,
conquistó popularidad en su nueva forma y ha sobrevivido
hasta nuestros días.
La historia de Esther muestra con claridad cuán impor-
tantes eran las colonias extranjeras durante el reinado de los
monarcas persas. Eclipsaban por completo al país natal y
todos los relatos parecen concordar en cuanto al desolado
estado de cosas que predominaba en Jerusalén.
El templo había sido reconstruido. Pero los muros de la
ciu-dad se hallaban todavía en ruinas y el comercio revivía
con lentitud. Zorobabel había fallecido, siendo sucedido por
una serie de hombres que, entorpecidos en su labor por la
falta de fondos y la carencia de inmigración que sufría el
país, no habían podido hacer nada para mejorar el estado de
cosas reinante.
Por fin, los judíos del extranjero decidieron que debía
hacerse algo en pro de la madre patria. Se entregó una suma
de dinero a un sacerdote llamado Esdras, para que se dirigie-
ra a Judá e informase de las condiciones imperantes allí. El
sacerdote solicitó que lo acompañaran algunos voluntarios,

268
HISTORIA DE LA BIBLIA

pero su llamado despertó escaso entusiasmo. Sin embargo,


después de no pocos debates, logró que unas quinientas per-
sonas lo siguiesen.
Después de un viaje de cuatro meses, este conjunto de
peregrinos llegó a la vista del antiguo templo.
Pero las condiciones en que se hallaba Jerusalén, según
Esdras las juzgó, eran terribles. Los colonos - porque eran
muy poco más que esto - habían casado con mujeres de las
aldeas vecinas,y habíanse tornado bastante reacios en el
cumplimiento de sus deberes religiosos.
Judá estaba en camino de convertirse en otra Samaria.
Esdras, ayudado hábilmente por Nehemías, uno de los
servidores del antiguo cuerpo de Artajerjes, reorganizó el
Estado, que se hallaba en decadencia. Se reconstruyeron, por
fin, los muros de la ciudad. Limpiáronse de escombros las
calles. Las esposas extranjeras fueron devueltas a las aldeas
de sus padres. Y, frente a la puerta principal del templo, se
construyó un púlpito de madera, desde el cual Esdras leía y
explicaba regularmente ciertas partes de las leyes santas, con
el objeto de que el pueblo recordara siempre sus deberes.
Aun entonces, gran parte de la vieja ciudad continuó
sumida en el yermo.
Como eso constituía un peligro constante - apenas si se
contaban hombres suficientes para defender el complicado
sistema de muros que se había erigido en los días de Salo-
món,- tomáronse algunas medidas drásticas para completar
el número de habitantes necesarios.
A la décima parte de los judíos residentes en los distritos
cercanos, seleccionados por sorteo, se les manifestó que

269
HENDRIK WILLEM VAN LOON

debían emigrar a Jerusalén. Algunos lo hicieron voluntaria-


mente, recibiendo honores como patriotas exentos de
egoísmo. Los demás marcharon por la fuerza.
Pero Jerusalén continuaba siendo una sombra de lo que
antes había llegado a ser. Distantes se hallaban los días de su
importancia política y comercial. Mas se habían ido para
bien.
El sueño de Ezequiel nunca pudo realizarse.
Mas, pronto la ciudad iba a ser el hogar de ese gran pro-
feta cuya aparición había sido pronosticada por el "autor
anónimo" cuyos valientes ojos se habían atrevido a mirar al
futuro cuando todos los exilados cifraban su fe en las glorias
pretéritas.

270
HISTORIA DE LA BIBLIA

16
Libros diversos

EL Viejo Testamento era el álbum de recortes nacional


judío. Contenía historias, leyendas, genealogías, poemas de
amor y salmos, clasificados y arreglados, y vueltos a clasificar
y arreglar, pero sin ningún sentido del orden cronológico o la
perfección literaria.
Supongamos que no hubiera ningún texto de la historia
estadounidense y que los ciudadanos patriotas del año 2923
decidieran compilar uno. Lo más seguro es que recurrirían a
las colecciones de nuestros grandes diarios y revistas - si es
que alguno de ellos sobreviviera,- para recoger todo lo que
pareciese de suficiente importancia histórica o literaria.
Pero, salvo que estuvieran bien preparados para efectuar
esa faena, nos brindarían una compilación que, en muchos
aspectos, se parecería al Viejo Testamento.
Habría en la obra extrañas leyendas de los primeros in-
dios, relacionadas con sus cuentos misteriosos de la creación;
narraciones especiales de las ediciones de los domingos, vin-
culadas con los descubrimientos de Colón, y una reseña de

271
HENDRIK WILLEM VAN LOON

las dificultades de los primeros colonizadores de las márge-


nes del río Carlos y del Hudson. .
A ello seguiría una descripción detallada de los intentos
de organizar las pequeñas trece colonias - que corresponde-
rían a las doce tribus de los judíos - en una sola nación, para
lo cual contarían con muchísimo material.
Las aventuras de esta nueva comunidad serían descrip-
tas en detalle, con especial referencia a la guerra civil, que
casi convierte a Estados Unidos en otras Judá e Israel.
Junto con este material histórico, figurarían fragmentos
de poesía y cantos que se han convertido en parte de nuestra
gran herencia nacional.
Y, si nuestros patriotas tuvieran algún conocimiento de
esta clase de labor, como lo poseían los escribas de Jerusalén
y de Babilonia, hallaríamos que los capítulos relacionados
con el Oeste contendrían fragmentos poéticos tomados de
las obras de Longfellow, Whittier y Emerson; que, al capí-
tulo que relatase la adquisición de Alaska, se le añadiría una
exégesis de la Revolución, y que Roosevelt sería mencionado
como autor de casi todas las importantes medidas de gobier-
no.
Por supuesto que este libro, puramente imaginario, no
constituiría una guía histórica muy recomendable. En la ac-
tualidad, no interesaría mucho. Nos trasladaríamos a Francia,
Inglaterra y España, y, con la ayuda de sus bibliotecas - dan-
do por sentado que no hubieran sido destruidas, como la
mayoría de las de Babilonia,- podríamos reconstruir con toda
facilidad nuestro pasado, mediante esas fuentes de informa-
ción extranjera.

272
HISTORIA DE LA BIBLIA

En el caso del Viejo Testamento, esto es casi imposible.


Los egipcios, los asirios, los caldeos y los persas prestaban
muy poca atención a esta extrañamente piadosa tribu que se
mantenía alejada de la vida nacional de su patria de adop-
ción.
En lo fundamental, dependemos, pues, para nuestra in-
formación, de los viejos textos hebreos y arameos. Ya lo
hemos dicho con anterioridad, pero lo repetimos por última
vez, que no deben perder de vista este punto muy impor-
tante.
Hasta ahora hemos intentado, dentro de nuestra habili-
dad, reconstruir la era de leyenda y el período de historia
escrita. Ahora debemos narrar algo acerca de esos capítulos
de poesía pura que constituyen la parte más atrayente de la
literatura judía.
La historia de Ruth ya la hemos mencionado. Una ima-
gen, aunque de naturaleza muy diferente, de la vida idílica de
las viejas aldeas judías la hallamos en el libro de Job.
Se trata de una historia muy vieja, acerca de un hombre
piadoso, puesto a dura prueba por las circunstancias, pero
que nunca pierde su fe en la bondad última de todas las co-
sas. No comprende cómo pueden ocurrirse cosas tan terri-
bles; por qué tiene que aquejarlo una enfermedad tan
tremenda; cuál es el motivo por el que a él, un "hombre sa-
bio", no se le permita ganar con sus enseñanzas, y a qué
obedece el hecho de que él, el más cariñoso de los padres
pierda sus hijos.

273
HENDRIK WILLEM VAN LOON

No comprende, mas resígnase piadosamente a su suerte.


No discute, sino que acepta los hechos tal como se presen-
tan.
Pero, cuando se encuentra con tres de sus viejos amigos,
tiene lugar la memorable conversación que ha hecho al libro
de Job tan caro a todos los amantes de literatura de imagina-
ción.
Job afirma resueltamente que todos sus sufrimientos
son en beneficio de su alma indigna. Puede no serle dado
seguir los designios de Jehová; pero, sin duda, son exactos,
mientras que él, en su ignorancia, está equivocado.
Por fin, terminan sus días de prueba. Se le restituyen por
completo sus riquezas anteriores. Casa de nuevo y tiene siete
robustos hijos y tres hermosas hijas. Y vive hasta los ciento
cuarenta años, para fallecer cuando es el hombre más im-
portante del país.
Al libro de Job lo sigue el de los Salmos.
La palabra griega psalter significa un instrumento de
cuerda, probablemente de origen fenicio, y popular, en un
tiempo, en el Asia occidental. Era usado en ocasiones festi-
vas, para acompañar unciones religiosas y se ejecutaba con
plectro, como el moderno mandolín. No poseía una exten-
sión muy amplia, sino que ésta estaba limitada a diez notas,
pero se prestaba muy bien para la función a la que hallábase
destinado: mantenía a la congregación en el tono correcto,
como un moderno órgano.
En cuanto a los salmos, son tan variados en sus temas
como los poemas de los últimos seis siglos, que hallamos en
El Libro de Oxford de Versos Ingleses.

274
HISTORIA DE LA BIBLIA

Van de la bondad sublime a la sublime maldad y ven-


ganza. Contienen las más antiguas y bellas descripciones de
la naturaleza que hemos hallado. Cualquier cosa que la gente
realmente religiosa haya sentido, soñado o rezado, se halla en
muchos de esos sublimes versos, que hablan de esperanza y
consuelo. Los salmos cubren casi todo el período de la vida
nacional judía. Algunos fueron escritos durante los días del
reino. Otros datan tan sólo de la época del gran exilio. Con
el correr del tiempo, se convirtieron en tema regular de todas
las celebraciones religiosas. Como tales, han sido adaptados
por la Iglesia Cristiana. Han inspirado a muchos de los gran-
des poetas de épocas posteriores. Han sido traducidos a to-
dos los idiomas conocidos. Los más grandes compositores
occidentales les han escrito acompañamiento musical. Su
sombría dignidad revélase aun cuando no se entienda el
idioma en que están concebidos.
Sea cual fuere el futuro de muchos de los libros históri-
cos y proféticos del Viejo Testamento, los Salmos sobrevivi-
rán en tanto el hombre crea que la belleza - en cualquier
forma que se revele - es algo sagrado y venerable.
No puede decirse lo mismo de los Proverbios. Se trata
de un libro que carece de visión o pasión.
Contiene lo que el nombre implica, es decir, los dichos
sabios de varias generaciones de astutos, viejos hombres y
mujeres.
Todas las naciones, desde el comienzo del tiempo, han
poseído tal colección de proverbios. Nuestra propia repúbli-
ca, basada sólidamente en el sentido común de nuestros hé-

275
HENDRIK WILLEM VAN LOON

roes de la independencia, ha dado al mundo gran número de


proverbios.
La sabiduría de Confucio, el gran maestro de los chinos,
está casi enteramente compuesta de tales suaves, tolerantes
observaciones sobre la tontería del hombre y la paciencia de
los dioses. Y lo mismo que hoy atribuimos los bondadosos
dichos de dos generaciones íntegras a Abraham Lincoln, así
también los judíos del período persa, recordando a Salomón
como al más grande de los héroes nacionales, lo proclama-
ron autor de esta sabiduría sencilla.
En realidad, muchos de los Proverbios fueron escritos
cuatrocientos años después de la muerte del gran monarca.
Esto, por supuesto, es de muy poca importancia. Serían
igualmente interesantes si hubieran sido compilados ayer.
Muestran lo que pensaba el hombre de la calle, y nos ense-
ñan más acerca del antiguo punto de vista de los judíos, que
una docena de obras históricas o proféticas.
El capítulo siguiente, titulado "Eclesiastés" o "El Predi-
cador", es un volumen puramente religioso.
Es un libro fatigoso pero muy humano, que cala hondo
en los problemas de la vida y de la fe.
Refleja la sabiduría hastiada y bastante personal del fa-
moso médico judío que se dice es su autor.
¿Qué utilidad tienen - se pregunta - esos setenta años de
labor y ansiedades que representa el término medio de la
vida humana? El final de todas las cosas lo constituye la
tumba.
Lo bueno muere.
Lo malo muere.

276
HISTORIA DE LA BIBLIA

Muere todo.
¿Qué significa? El recto sufre persecuciones. El impío
conquista riquezas. ¿No hay razón en esta miseria humana?
"Vanidad de las vanidades; todo es vanidad" Y así a lo
largo de doce largos capítulos.
Los judíos, como todos los pueblos orientales, eran una
raza caprichosa.
Vivían en las más altas cumbres de la alegría o descen-
dían miserablemente a los más hondos abismos de la tristeza.
Su literatura era su música.
Cuando se hallaban tristes y abatidos, escuchaban el
"Eclesiastés", que posee la belleza triste de un estudio de
Chopin.
Cuando se sentían alegres, leían los jubilosos Salmos,
que se reflejan con tanta fidelidad en los acordes iniciales de
"Oda a Creación", de Haydn.
El hombre cambia; pero su alma permanece siendo la
misma. Si somos inteligentes, hallaremos también mucho
consuelo en estos libros de poesía. Lo que sufrimos, otros lo
han sufrido antes y lo padecerán en los años futuros.
Lo que ha brindado nuevas esperanzas a los que murie-
ron hace mil años, puede dar valor nuevo a los que todavía
no han nacido.
El hombre cambia, pero sus pesares y sus placeres con-
tinúan siendo como en los días de Abrahán y Jacob.
La última de las obras varias del Viejo Testamento
constituye un libro muy curioso. Se titula "El Cantar de los
Cantares". Esto no quiere decir que sea, en realidad, una
colección de canciones.

277
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

La repetición de la palabra está empleada para indicar


un superlativo de perfección literaria. Significa: "Esta es la
canción más hermosa de todas las canciones", así como no-
sotros ponderamos el día más feliz de nuestras vidas como
"el día de los días".
"El Cantar de los Cantares" es, en realidad, un viejísimo
poema de amor. Por supuesto que se dice que el rey Salo-
món - como parece inevitable, en vista de su tremenda
reputación - es su autor. De cualquier manera, él es el héroe
tradicional de este gran poema de amor.
La heroína es una pastora.
El rey la ha visto y la ha raptado de su hogar, en la aldea
de Shunem. Le ha dado un sitio de honor en su harén, y trata
de conquistar su favor.
Pero ella, la simple muchacha de aldea, permanece fiel a
su amante pastor. Ha sido instalada en un hermoso depar-
tamento, en el centro del, palacio. Pero piensa sólo en los
felices días en que ella y su hombre deambulaban a través de
las colinas y cuidaban sus rebaños. Repite pasajes de sus
conversaciones y, por la noche, sueña con la fuerza y el con-
suelo de sus brazos. Por fin, como en todas las historias, los
verdaderos amantes se reunen y todo termina en forma feliz.
El "Cantar de los Cantares" no es un libro religioso, si-
no la primera prueba de algo nuevo y muy bueno que, por
fin, ha llegado al mundo.
En el comienzo del tiempo, la mujer había sido una
bestia de carga, que pertenecía al hombre que la capturase.
Trabajaba en los campos. Cuidaba los ganados. Daba a luz
sus hijos. Cocinaba. Le brindaba comodidad al hombre. Y,

278
HISTORIA DE LA BIBLIA

en pago, recibía las migajas que caían de la mesa de él. Pero


todo esto está comenzando a cambiar. La mujer está adqui-
riendo su personalidad. Se la reconoce igual al hombre. Es
su compañera. Inspira su amor y es amada. Sobre este sólido
fundamento de mutuo respeto y cariño, se iba a construir
pronto un nuevo mundo.

279
HENDRIK WILLEM VAN LOON

17
Luz llegada de los griegos

LEJOS, hacia el Este, donde las velas púrpura de los


barcos fenicios desaparecían más allá del distante horizonte,
se ubica la escarpada península de Grecia.
Era un pequeño país, no tan chico como el moderno
Estado de Delaware y no tan grande como el de Carolina del
Sur. Pero estaba habitado por una raza que iba a jugar un
papel muy destacado en la historia de la humanidad.
Los griegos, como los judíos, eran inmigrantes.
Mientras Abrahán guiaba sus rebaños rumbo al Oeste,
en busca de nuevas praderas, las avanzadas del ejército grie-
go exploraban la ladera norteña del monte Olimpo.
El problema que arrostraban los griegos no era tan difí-
cil como el de Moisés y Josué cuando trataron de establecer-
se en la tierra de Canaán.
Los pelasgos, habitantes originarios de los valles pelo-
ponesos y áticos, eran débiles e incivilizados, y no habían
salido aún de los hábitos de la edad de piedra. Fueron con-
quistados y exterminados, sin mayor dificultad, por un ene-
migo armado con lanzas de hierro.

280
HISTORIA DE LA BIBLIA

Tan pronto como fue eso realizado, los griegos se esta-


blecieron detrás de los altos muros de sus pequeñas ciuda-
des, y echaron los cimientos de esa civilización que, desde
entonces, se ha convertido en propiedad común de todas las
naciones de Europa y América.
Al comienzo, los griegos no prestaban mucha atención a
sus vecinos del otro lado del mar. Conquistaron las islas del
mar Egeo; pero no trataron de establecerse en Asia. Los
fenicios mantuvieron su dominio en el comercio extranjero y
los helenos rara vez se aventuraron más allá del cabo Males,
o el estrecho de los Dardanelos.
Hubo una memorable excepción cuando los griegos
contemporáneos de Jefté y Sansón iniciaron su famosa ex-
pedición contra Troya. Pero, cuando el insulto a Menelao
fue vengado, los helenos regresaron a su propio país y rara
vez se aventuraban más allá de los distantes puertos de Pér-
gamo y Halicarnaso. Lo que yacía oculto detrás de las azules
montañas de Frigia no les interesaba. Para los ciudadanos de
Atenas, Babilonia sólo constituía un nombre. Nínive era de
poco interés para los soldados puritanos de Esparta. Habla-
ban de estas misteriosas ciudades como nuestros abuelos lo
hacían de Tombuctú y Lasa.
La tierra de Canaán era, para ellos, un territorio desco-
nocido.
Nunca habían oído hablar de los judíos.
Pero en el siglo V a. de J. C., todo esto cambió.
Europa no fue a Asia, sino que Asia trató de ir a Euro-
pa.
Y en esa empresa impía, Asia casi triunfa.

281
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Ya hemos visto el nombre de Ciro, que fue el libertador


de los judíos, y quien iba a restaurar las glorias del viejo tem-
plo.
Sin embargo, los griegos tenían razones para conside-
rarlo bajo una luz diferente.
Ciro estaba, no obstante, demasiado ocupado en conso-
lidar su imperio, para marchar más allá de las planicies de la
Mesopotamia. Pero, ocho años después de su muerte, el hijo
de Histaspes llegó al trono y puso punto final a la paz de
Hellas.
El ejército persa, después de un largo período de prepa-
ración, cruzó el Helesponto y conquistó a Tracia. Era en el
año 492 a. de J. C. La expedición sufrió un desastre cerca del
monte Atos, derrota que los griegos atribuyeron a la oportu-
na intervención del gran dios Zeus.
Dos años más tarde regresaron los persas.
En Maratón, fueron detenidos.
Pero repitieron dos veces más su experimento. Sin em-
bargo, aunque derrotaron y destruyeron un ejército griego,
cerca de Termópilas, y saquearon y prendieron fuego a Ate-
nas, nunca lograron afianzarse definitivamente en el conti-
nente occidental.
Era el primer choque entre la vieja civilización de Asia y
la joven de Europa, que permaneció victoriosa.
En cuanto a los griegos, al triunfo de sus armas siguió
un período de desarrollo intelectual y artístico sin paralelo.
En un solo siglo, produjeron más hombres de ciencia,
escultores, matemáticos, médicos, filósofos, poetas, drama-
turgos, arquitectos, oradores, estadistas y legisladores que los

282
HISTORIA DE LA BIBLIA

que han florecido en cualquier otro país durante los últimos


veinte siglos.
Atenas se convirtió en el centro del mundo civilizado.
De todos lados, la gente viajaba a Atica para estudiar las
gracias del cuerpo o las sutilezas de la mente.
Entre las gentes que se congregaban al pie de la acrópo-
lis pueden haber estado los judíos.
Pero nosotros tenemos motivos para dudarlo.
Jerusalén nunca supo nada de la capital griega y aquellas
cosas que llenaban las mentes occidentales con anhelante
curiosidad, eran objeto de profundo despreció por parte de
los serios fanáticos de Palestina, para quienes el conoci-
miento de la voluntad de Jehová constituía el principio y el
fin de todo.
No sabían ni les interesaba lo que ocurría en la tierra de
los paganos. Concurrían al templo y escuchaban las exhorta-
ciones de sus sacerdotes en las sinagogas recién establecidas.
Pero sólo se ocupaban de sus propias cuestiones.
Y vivían unas vidas tan conspicuas que nada sabemos
de su historia durante este período.
Jerusalén había sido olvidada, que es exactamente por lo
que los piadosos judíos habían rezado.

283
HENDRIK WILLEM VAN LOON

18
Judea, provincia griega

DURANTE su larga residencia en Persia, los judíos ha-


bían conocido un nuevo método religioso, pues los persas
eran discípulos de un gran maestro religioso llamado Zara-
tustra o Zoroastro.
Zaratustra consideraba la vida como una constante lu-
cha entre el Bien y el Mal. El señor de la sabiduría, Ormuz,
estaba siempre en guerra con Ahrimán, el señor de la igno-
rancia y la maldad.
Esta constituía una nueva idea para muchos judíos.
Hasta ahora, habían reconocido a un solo amo de todo,
llamado Jehová. Cuando las cosas marchaban mal; cuando se
los había derrotado en las batallas, o siempre que sufrían
enfermedades, invariablemente habían atribuido tales desas-
tres a la falta de devoción de su propio pueblo. La idea de
que el pecado constituía el resultado de la directa interven-
ción de un espíritu malevolente nunca la habían concebido.
A su entender, hasta la serpiente, en el paraíso, había sido
menos mala que Adán y Eva, que gustosamente desobede-
cieron las órdenes sagradas.

284
HISTORIA DE LA BIBLIA

Bajo la gravitación de las doctrinas de Zoroastro, los ju-


díos comenzaban ahora a conocer la existencia de un espíritu
que trataba de deshacer todo lo realizado por Jehová.
Lo llamaron el adversario de Jehová o Satanás.
Le temían y lo odiaban, y, en el año 331, estuvieron se-
guros de que había venido a la tierra. .
Un joven príncipe pagano, llamado Alejandro, destruyó
los restos de los ejércitos persas en las planicies de Nínive.
Darío, el último de los reyes persas, yacía asesinado a la vera
de uno de los caminos reales.
El poderoso imperio que había sido tan buen amigo de
los judíos exilados, era una cuestión del pasado. Alejandro y
sus griegos estaban triunfantes. Era una época terrible.
Parecía haber llegado el fin del mundo.
Sólo que el mundo nunca termina por completo, pues
siempre hay "un nuevo capítulo", y era el que ahora se abría
para los judíos, bajo aspectos realmente extraños.
Alejandro de Macedonia era, en realidad, griego. Los
verdaderos helenos lo consideraban macedonio, "extranje-
ro". Pero él, convencido de su amor hacia la vida y la civili-
zación griegas, se rehusaba a compartir esa opinión.
Desde muy joven se convirtió en el verdadero campeón
de la causa helena. Luego ambicionó llevar las ideas de Solón
y Pericles a las cuatro esquinas del mundo, con el objeto de
que todos los hombres se beneficiaran con su noble atrac-
ción de la inteligencia humana.
En 336 comenzó Alejandro su carrera.

285
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Trece años más tarde, su cadáver yacía en el palacio que


una vez había sido hogar de Nabucodonosor, y que ahora
hubo de ser el centro de un nuevo imperio mundial.
Entretanto, los macedonios conquistaron toda la tierra
comprendida entre el río Nilo y el Indo, levando los rudi-
mentos de la civilización griega a todas las naciones del Asia
occidental y de Egipto.
Cuando los ejércitos del gran conquistador comenzaron
a irrumpir en las planicies de Siria, los judíos arrostraron un
arduo problema.
¿Cómo se comportarían frente al nuevo amo? Pocos
años antes - en 345 - se habían atrevido a rebelarse contra
algunas atrocidades que les infligió Artajerjes, uno de los
últimos reyes sirios.
Durante breve lapso, ayudados por el rey egipcio Nec-
tanebo y cuerpos auxiliares griegos, lograron mantenerse.
Esta fácil victoria había animado a los fenicios a seguir su
ejemplo y comenzar una revolución. Como resultado de ello,
la ciudad de Sidón había sido reducida a cenizas.
Poco después, Jerusalén compartió una suerte similar: la
mayor parte de las casas fueron destruidas.
El templo había sido profanado por el solemne ofreci-
miento de sucios animales. Gran cantidad de gente fue exila-
da a Hircania, provincia situada en la costa sur del mar
Caspio, y el sueño de la independencia judía se había desva-
necido entre el humo de su tierra arrasada.
El hecho había constituido un rudo golpe para el orgu-
llo judío. Durante años, trataron de ser estrictos en la obser-
vación de las leyes sagradas, y estaban convencidos de que su

286
HISTORIA DE LA BIBLIA

ejemplar conducta les había granjeado el apoyo incondicio-


nal de Jehová, y que Jerusalén hablase convertido en una
fortaleza inexpugnable, defendida por la apasionada espada.
¡Y ahora, después de Artajerjes y sus terribles mercena-
rios, esta nueva y desconocida amenaza!
Por desdicha - o afortunadamente - Alejandro no les
brindó mucho tiempo para meditar.
Apenas habíales llegado la noticia de la destrucción de
Tiro y de la conquista de Samaria, cuando los judíos fueron
obligados a enviar dinero y provisiones al monarca macedo-
nio.
Estando Gaza en manos de los griegos y los caminos
hacia el mar cerrados, no había esperanzas de huir.
De acuerdo con una tradición indigna de confianza,
Alejandro mismo visitó a Jerusalén y allí concibió su famoso
sueño en el cual se le urgió que fuese indulgente para con el
pueblo de Judá.
En realidad, la ciudad se rindió tranquilamente a las exi-
gencias del conquistador, a quien entregó el oro y la plata
que él demandaba.
En pago de este servicio, los judíos no fueron molesta-
dos y gozaron de un periodo de relativo descanso, en tanto
que a su alrededor se desmoronaban imperios y reinos. Po-
cos años más tarde, la ciudad de Alejandría fue construida en
la desembocadura del Nilo, para ocupar el sitio de las extin-
tas factorías fenicias. A los judíos, cuya habilidad comercial
requirió Alejandro, se les ofreció hogares en la parte noreste
de la ciudad. Muchos de ellos aprovecharon en forma vehe-
mente esta oportunidad de abandonar a Jerusalén y emigra-

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

ron a Egipto. Y la ciudad santa, abandonada por muchos


dinámicos ciudadanos, perdió lentamente sus últimas carac-
terísticas de capital nacional.
Luego se convirtió en lo que iba a continuar siendo
hasta hoy: el centro espiritual de la raza judía, reverenciado
por todos y por pocos visitado.
La muerte de Alejandro no cambió esta cuestión. El
imperio del gran macedonio fue dividido entre sus generales,
uno de los cuales, Ptolomeo Soter, gobernó a Egipto. En el
año 320 a. De J. C., éste hizo la guerra a su ex-colega, que
ahora dominaba a Siria, de la cual Judá se había convertido
en provincia. Atacó a Jerusalén en sábado, y los judíos, re-
cordando el cuarto mandamiento, se rehusaron a luchar,
perdiendo la ciudad.
Sin embargo, Ptolomeo trató a los judíos con benevo-
lencia. Por consiguiente, mayor número de ellos emigraron a
Egipto, y el pasto comenzó a crecer en las desocupadas ca-
lles, que una vez habían oído los pasos de los piqueros de
Salomón.
La historia de los próximos cien años carece de todo
interés. Los descendientes de los ex-lugartenientes de Ale-
jandro reñían entre ellos sin pausa. Judá cambiaba a menudo
de manos.
Finalmente, durante el siglo II antes del nacimiento de
Cristo, se convirtió en parte de los dominios de la familia de
Seleucidas.
En el año 175, Antioco Epifanes, el octavo gobernante
de la famosa dinastía Seleucidas, se convirtió en amo de la
mayor parte del Asia occidental. Con este monarca inteli-

288
HISTORIA DE LA BIBLIA

gente pero exento de tolerancia, comienza un nuevo capítulo


en el desarrollo de la conciencia nacional judía.
En cuanto él llegó al poder, Judá comenzó a despoblar-
se rápidamente.
La holgura y el encanto de la vida urbana de Grecia,
comenzaba a ejercer su gravitación sobre los últimos adhe-
rentes de la cultura judía.
Muy pronto, toda la nación judía habría sido absorbida
por esa extraña civilización helena, que constituía un per-
fecto connubio de todo lo bueno y lo malo del Asia y Euro-
pa.
Pero Antioco Epifanes no había aprendido la ciencia de
dejar tranquilo lo que estaba bien hecho. En una generación
deshizo toda la obra de sus antecesores y convirtió de nuevo,
a los indiferentes judíos, en patriotas ardorosos.

289
HENDRIK WILLEM VAN LOON

19
Revolución e independencia

EN la vieja tierra de Canaán, no había sitio para dos


antagónicas formas de adoración.
Una tribu que aceptaba a Jehová como el amo absoluto
e indiscutible del mundo no podía tolerar la rivalidad de un
Zeuz indefinido, de quien decían - los paganos, por supuesto
- que habitaba en la cima de una agreste roca ubicada en
algún lugar de la fierra de los bárbaros.
Antioco Epifanes no fue capaz de reconocer este hecho.
Por consiguiente, malgastó la mayor parte de sus años y de
sus energías en el infructuoso intento de convertir a sus obs-
tinados súbditos judíos en renuentes griegos.
Tal como lo hemos dicho, fue el octavo gobernante de
la familia de los Seleucidas, y debiera haber sabido proceder
mejor.
Pero, cuando era muy joven, fue enviado a Roma como
rehén. Quince años de su vida los había pasado en la ciudad
que, a la sazón, constituía el centro del mundo civilizado y
del inculto.

290
HISTORIA DE LA BIBLIA

Roma se había convertido en una ciudad inmensamente


rica, y las viejas y simples virtudes de la nación - si es que
existieron alguna vez, cosa que dudamos sinceramente - ha-
bían cedido su sitio a los más divertidos pero menos ponde-
rables entretenimientos proporcionados por una grande e
importante colonia griega.
En aquellos días, los helenos desempeñaban el papel de
los extranjeros en la moderna Nueva York. El norteamerica-
no típico construye, compra, vende, proyecta y mira, según
las necesidades materiales de su continente.
Pero sus orquestas están integradas por alemanes, ho-
landeses y franceses; sus teatros consagran buena parte de su
tiempo a las obras escritas por rusos y noruegos; sus restau-
rantes emplean cocineros franceses, y sus cuadros los pintan
media docena de países europeos.
El estadounidense está demasiado ocupado para atender
a todas estas cuestiones, de manera que, con tranquilidad,
aunque a veces algo despectivamente, confía estas tareas a
gentes que pueden hacerlas mejor que él, pero que carecen
de la necesaria ambición de una vida de creación política o
física.
En la Roma de la última república y del comienzo del
imperio, no era diferente.
Ante todo, el romano era soldado, legislador, estadista,
recolector de tributos, constructor de caminos, diseñador de
ciudades.
Conquistaba y administraba todo el mundo conocido,
desde las oscuras y brumosas costas de Gales, hasta las in-

291
HENDRIK WILLEM VAN LOON

terminables planicies de Dacia y las arenas calcinantes del


norte de Africa.
Ese era su trabajo. Y lo hacía bien y le agradaba.
Pero se hallaba demasiado atareado para preocuparse
por detalles como la fundación de escuelas y academias, la
construcción de teatros e iglesias, o la instalación de confite-
rías.
Por consiguiente, en Roma pululaba la brillante pero no
muy recomendable progenie de Pericles, Esquilo y Fidias.
Los maestros griegos, de cabellos negros, eran oradores
ponderables, que se referían en forma vaga a mil cosas de las
cuales los honestos romanos nunca habían oído hablar, y
que, por lo tanto, nada habían significado en sus vidas.
Eran capaces de discutir acerca de los dioses, y, a la vez,
le indicaban a un hombre cómo debía vestirse. Podían expli-
car los misterios de la nueva religión oriental a las mujeres y,
al propio tiempo, hacerles algunas sugestiones en cuanto al
uso de cosméticos. Manejaban la broma con verdadera agili-
dad y convirtieron a la apática comunidad romana en algo
que comenzaba a parecerse a ese famoso mercado situado al
pie de la Acrópolis.
El joven Antioco, recién llegado de la distante Siria,
constituyó una fácil presa para la agradable atracción de la
enorme y maravillosa ciudad - como los jóvenes de una de-
sierta granja de Michigan, lanzados al corazón de Nueva
York, - y, durante los quince años de su residencia, se con-
virtió en un admirador tan ferviente de la filosofía, el arte, la
música y todo lo griego, que el propio Alcibíades no podría
haber sido más devoto en su amor propio por las superiores

292
HISTORIA DE LA BIBLIA

virtudes de Atenas, que este pequeño príncipe asiático de la


corona.
Por supuesto que tan pronto como el joven fue llamado
de vuelta a su propio reino, mostróse enormemente desagra-
dado con lo que encontró en su patria.
Jerusalén no había vuelto a conquistar nunca el antiguo
esplendor de la época de David y Salomón. Aun en aquellos
días habría sido como una rústica aldea comparada con cen-
tros doctos como Corinto, Atenas, Roma y Cartago.
Siempre había estado un poco apartada de la senda de la
civilización. Era considerada por los babilonios, los griegos y
los egipcios - si es que alguna vez se acordaban de ella - co-
mo un centro excelente pero decididamente provincial, ha-
bitado por gentes de estrecho sentido común, que se
conducían con indebida seriedad y demostraban un evidente
desprecio hacia todo lo extranjero.
El período del gran exilio no había mejorado la cues-
tión. Muchos de los judíos habían preferido permanecer en
Babilonia. Dos siglos más tarde, la mayor parte de los sobre-
vivientes habían sido atraídos hacia Alejandría y Damasco, y,
como hemos visto en el último capítulo anterior, sólo los
más piadosos permanecieron y convirtieron la vida intelec-
tual de Jerusalén en una sociedad de exclusivos debates teo-
lógicos.
Y ahora Antioco, recién llegado de las delicias de Roma,
hablando y pensando en fiestas atléticas y procesiones dioni-
síacas, fue obligado a pasar sus días entre eruditos sombríos
y ásperos, que se enceguecían leyendo oscuros párrafos de

293
HENDRIK WILLEM VAN LOON

una vieja ley hacia la cual su gobernante y sus amigos sentían


y expresaban el mayor desagrado.
Antioco decidió de inmediato convertirse en el apóstol
de la superior cultura griega.
Pero él era como un hombre que se esfuerza en apresu-
rar el proceso natural de un glaciar.
Logró, pues, muy poco y causó un enorme desastre.
Al principio, trató de valerse de las usuales disensiones
reinantes entre los súbditos judíos, con el objeto de llevar a
cabo sus propósitos.
En el país existía un pequeño grupo que no era com-
pletamente hostil a los modos de vida de los griegos.
Alentado por él, Antioco realizó juegos deportivos en
Jerusalén y envió cierta cantidad de dinero para algunos fes-
tivales de sacrificio que se celebraban en honor de los dioses
griegos, lo cual ofendió enormemente a sus súbditos religio-
sos. Pero ellos ya habían sido sorprendidos en un escándalo,
de manera que hasta que esto se arreglara nada podía hacer-
se.
Resultaba que dos candidatos rivales trataban de llegar a
ser sumos sacerdotes. Uno de ellos, llamado Menelao, había
ofrecido al rey una buena cantidad de dinero si era nombra-
do. A sus vecinos, la suma ofrecida les pareció enorme y, a
decir verdad, era mucho más de lo que el pobre hombre
podía pagar.
Para hacer frente a la primera cuota, se vio obligado a
hurtar fondos del templo. Cuando descubrióse el hecho, se
suscitaron innúmeras protestas contra Menelao, y de pronto

294
HISTORIA DE LA BIBLIA

todos se pusieron de parte de Jasón, su antagonista, que no


era mucho mejor.
Se sucedió una disputa, que el rey de Egipto utilizó ,
como coyuntura para invadir la ciudad de Jerusalén y saquear
el templo, y en el cual, por entonces, poco de valor era lo
que quedaba.
Antioco recurrió a sus amigos de Roma en demanda de
ayuda.
Pero una dificultad llevaba a la otra, de manera que de-
cidió visitar él mismo la capital y defender su propio caso
ante el Senado. Sin embargo, la gran república no tenía inte-
rés en las disputas privadas de sus aliados. Siempre que las
tribus del Asia occidental no trastrocaran la paz del imperio
o se entrometiesen en la seguridad de los grandes caminos
internacionales, podían hacer lo que desearan. Una guerra en
Oriente probablemente habría obstruido el comercio asiáti-
co, de modo que Antioco y Egipto fueron advertidos para
que obraran con cordura; mas no se procedió en ninguna
otra forma.
El joven turbulento, una vez que los egipcios hubieron
desaparecido, vióse libre para consagrar todo su tiempo, y su
atención a la noble tarea de destruir lo que le agradaba llamar
"superstición de sus súbditos". Y, a no dudarlo, trabajó con
determinación.
Emitió la inesperada orden de que se terminara con el
viejo ceremonial judío. El sábado ya no se guardaría, y los
sacrificios en honor de Jehová serían abolidos como perte-
necientes a un viejo y afortunadamente desaparecido período
de barbarismo.

295
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Los libros de la Ley que caían en manos de sus pania-


guados, eran quemados y la posesión de tales obras en ma-
nos de un ciudadano equivalía a una sentencia de muerte
contra el mismo.
El pueblo de Jerusalén, viviendo en un imaginario mun-
do de reglas, reglamentaciones y visiones proféticas, fue des-
pertado de súbito a estos hechos brutales y mal recibidos.
Cerraron las puertas de la ciudad, tratando de resistirse a las
órdenes reales. Pero el general sirio atacó el templo en sába-
do. Nuevamente, los judíos se rehusaron a combatir y Jeru-
salén quedó a merced de Antioco.
A los habitantes que podían ser vendidos provechosa-
mente como esclavos, se les perdonó la vida. El resto fue
eliminado. No se mostró piedad hacia el templo.
En el mes de diciembre del año 168 antes del naci-
miento de Cristo, se erigió un nuevo altar en el solar del in-
cendiado.
Cuando estuvo listo, fue dedicado a la adoración de
Zeus, con una ofrenda liberal de cerdos.
Como el cerdo era el animal más ofensivo para los ju-
díos - tocarlo y mirarlo los hacían sentir incómodos y su-
cios,- el insulto era sin paralelo en la historia del mundo.
Los judíos se sometieron porque tenían que hacerlo.
Una poderosa guarnición, cómodamente instalada en la for-
taleza recién construida, observaba a los sobrevivientes con
implacable celo. Y pobre del hombre o la mujer que tratase
de sustituir la carne de un buey por la de un cerdo, que ahora
tenía que colocarse sobre el altar profanado de la infortunada
ciudad.

296
HISTORIA DE LA BIBLIA

Por supuesto que esta zonza tiranía llevó su propio cas-


tigo, como el que Antioco iba a sufrir antes de que transcu-
rriese mucho tiempo.
A unas seis millas de Jerusalén, bien hacia el Norte, en la
pequeña aldea fronteriza de Modín, vivía un viejo sacerdote
de nombre Matatías, junto con cinco fornidos hijos.
En la marcha de la nueva revelación, los mensajeros de
Antioco llegaron a Modín y exigieron a la población que
adorase a Zeus, de acuerdo con las últimas reglamentaciones.
La gente se reunió en el mercado. No sabían exactamente
qué hacer. Antioco estaba cerca y Jehová tan lejos. . .
De pronto, hallóse a un pobre y atemorizado campesino
dispuesto a realizar el ritual ordenado.
El hecho resultó demasiado intolerable para Matatías,
quien tomó su espada y derribó al pobre rústico, volviéndose
luego contra el oficial que se había atrevido a sugerir seme-
jante sacrilegio a los fieles hijos de Jehová.
Luego, sólo les quedaba, por supuesto, un recurso a
Matatías y sus hijos: huir.
Y lo hicieron. Cruzaron las montañas y escaparon hacia
el valle del Jordán.
Por doquier, la gente se enteró de la buena noticia: el
poder del rey había sido abiertamente desafiado.
Jehová había hallado su defensor.
Y quienes creían aún en el futuro de su propia raza, hu-
yeron al amparo de la noche y apresuráronse a llegar al Jor-
dán, con el objeto de reunirse con los demás rebeldes.
Antioco esperó al principio sofocar la rebelión recu-
rriendo a su antigua estrategia.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Una vez más, ordenó a sus tropas que atacaran a los ju-
díos el sábado.
Pero Matatías era un hombre práctico: prefirió vivir al
margen de la letra de la ley, antes que morir por ella. Y orde-
nó a sus hombres que lucharan contra el ejército sirio, el cual
fue rechazado.
Matatías era demasiado viejo para resistir la dura cam-
paña, y murió. Pero sus hijos Juan, Simón, Judas, Eleazar y
Jonatán lo sucedieron como líderes de los patriotas judíos, y
la guerra continuó librándose.
De sus hijos, Judas, el tercero, conquistó la mayor fama.
Siempre se hallaba en lo más reñido de la lucha y el pueblo
lo llamó Judas Macabeo o Judas el Martillo, por su osado
valor. Evitó sabiamente un encuentro abierto con todas las
bien adiestradas tropas de sus enemigos, e inició la guerra de
guerrillas que, veinte siglos más tarde, fue empleada con
tanto éxito por el general Washington.
No daba tregua a los sirios. Atacaba sus flancos y su re-
taguardia, y los sorprendía de pronto con rápidos asaltos a
medianoche. Sin embargo, cuando los antagonistas hicieron
alto y reorganizaron sus regimientos en formación de com-
bate, judas y sus subordinados se retiraron hacia las monta-
ñas. Pero, tan pronto como sus exasperados enemigos
cansáronse de aguardar, y dieron descanso a sus guardias,
regresaron y los exterminaron por pequeños grupos.
Después de varios años de escaramuzas de esa clase, ju-
das había robustecido tan hábilmente su posición que podía
arriesgarse y lanzar una expedición contra Jerusalén.

298
HISTORIA DE LA BIBLIA

Tomó la ciudad y el templo fue restaurado en toda su


antigua gloria y santidad.
Por desgracia, cuando se hallaba en la cúspide de su fa-
ma, murió en una escaramuza, y los judíos se volvieron a
encontrar sin líder.
Juan y Eleazar Macabeo habían muerto. El primero ha-
bía sido capturado en una emboscada hacía pocos años,
siendo ejecutado, en tanto que al segundo lo aplastó acci-
dentalmente un elefante.
Jonatán, el menor, elegido comandante en jefe, desem-
peñó su función durante unas pocas semanas, siendo luego
asesinado por un oficial sirio, y la dirección pasó a manos de
Simón, el único hijo sobreviviente del viejo Matatías.
Entretanto, Antioco también había fallecido, siendo su-
cedido por su hijo. Pero, inmediatamente después, Demetrio
Soter, sobrino de Antioco, había regresado de Roma, muerto
a su primo y, en el año 162, se había proclamado rey de la
mayor parte del Asia occidental.
Demetrio estaba cercado por tantas dificultades en su
hogar, y que no pudo hacer frente a la carga extra de la re-
volución judía.
Concluyó, pues, la paz con Simón Macabeo, que luego
rigió a Judá en calidad de "sumo sacerdote y gobernador",
un cargo algo vago, que puede compararse ventajosamente
con el que ocupó, dieciocho siglos más tarde Oliverio
Cromwell, cuando se erigió en "protector de Inglaterra".
El mundo exterior, impresionado por la habilidad de los
Macabeos, reconoció virtualmente al nuevo Estado judío

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

cual reino independiente y aceptó, al "sumo sacerdote y go-


bernador", como el legítimo gobernante del nuevo país.
Luego, el sumo sacerdote se consagró a la tarea de po-
ner en orden su Estado. Concluyó, además, tratados con sus
vecinos.
Se acuñaron monedas con su efigie, y el ejército lo re-
conoció pomo jefe.
Cuando él y dos de sus hermanos fueron asesinados en
el año 135 a. de J. C., la familia de los Macabeos estaba tan
firmemente establecida, que el trono pasó en forma automá-
tica a Juan, llamado Hircano, quien ejerció su autoridad du-
rante casi treinta años y fue reconocido soberano de un reino
pequeño pero bien organizado, en el cual se adoraba a Jeho-
vá de acuerdo con las más rígidas y antiguas leyes, y en el que
ningún extranjero era tolerado, salvo durante una breve vi-
sita relacionada con cuestiones comerciales.
Pero, tan pronto como logróse un periodo de relativa
paz, los judíos fueron, una vez más, víctimas de las viejas
discusiones y polémicas religiosas que, en días pasados, ha-
bían llevado tanto mal a su tierra.
Teóricamente, el país era todavía una teocracia. El sumo
sacerdote era reconocido cual la más alta autoridad del Esta-
do y, como Matatías Macabeo había pertenecido a una fami-
lia de sacerdotes hereditarios, todo estaba de acuerdo con la
estricta interpretación de la ley.
Pero el mundo avanzaba rápidamente.
La idea de una teocracia había muerto hacia tiempo en
otras partes de Asia, Europa y el Africa.

300
HISTORIA DE LA BIBLIA

Era prácticamente imposible mantenerla, pues, en una


comunidad encerrada en tierra, rodeada por los cuatro cos-
tados por gentes que habían adoptado gustosas las modernas
ideas griegas y romanas en cuanto al manejo del Estado.
Bajo la presión exterior, los judíos comenzaban ahora a
dividirse en tres partidos distintos, cada uno de los cuales
creía en una diferente serie de principios de gobierno y ado-
ración.
El más importante de todos era el de los fariseos.
No es mucho lo que sabemos acerca de su origen. El
partido parece haber sido fundado durante los difíciles años
que precedieron a la revolución macabea, pues, tan pronto
como Matatías hubo levantado su valiente espada en señal
de rebelión, se halló respaldado por un grupo de hombres
que eran conocidos como "Hasideans" o "piadosos".
Cuando a la lucha por la independencia la coronó el
éxito y el primer entusiasmo religioso comenzaba a desvane-
cerse, los Hasideans, bajo el nuevo nombre de "fariseos", se
ubicaron en primer plano y mantuviéronse hasta el final del
reino independiente.
Ni siquiera la ira de Tito, el emperador, logró vencer su
ardor, y muchos de ellos han sobrevivido hasta hoy, aunque
ya no están sujetos a la vieja fe judía.
Los fariseos eran exactamente lo que significaba el
nombre hebreo. Eran "la gente separada"; diferentes del
resto de las personas, a causa de su fanática adhesión a la
letra de la ley.
Sabían de memoria los antiguos libros de Moisés. Cada
palabra, poco menos que cada letra, les sugería algo.

301
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Vivían en un mundo de extrañas ordenanzas y aún más


incomprensibles "tabús". Pocas eran las cosas que debían
hacer y se contaban por millares las prohibidas.
Ellos, y sólo ellos, eran los auténticos seguidores del to-
dopoderoso Jehová. Mientras el resto de la humanidad esta-
ba condenada a la eterna perdición, los fariseos, merced a su
escrupulosa y obediencia a cada coma y a cada signo de ex-
clamación de la ley, estaban seguros de penetrar en el reino
de los cielos.
Generación tras generación, pasaban horas valiosas del
día y de la noche escudriñando viejos rollos de pergamino,
explicando, anotando, exponiendo, interpretando y eluci-
dando oscuros y totalmente insignificantes detalles de alguna
olvidada sentencia de algún oscuro capítulo del Exodo.
Convirtieron a la humildad pública en una virtud.
Pero, en su fuero interno, eran extraordinariamente or-
gullosos de esas cualidades, que los distinguían - según ellos-
de todos los demás hombres y mujeres, hacia quienes, a de-
cir verdad, solo sentían el desprecio más profundo.
Al principio, los fariseos estaban, sin duda, inspirados
por elevados motivos y por un exaltado y generoso patrio-
tismo, basado en una fe invencible en el poder de Dios.
Mas, con el correr del tiempo, se trocaron, cada vez
más, en una secta oficiosa que no toleraba desvío alguno de
los anticuados prejuicios y supersticiones.
Dieron sus espaldas, deliberadamente, al futuro y fijaban
sus ojos con determinación en la gloria pasada de la era mo-
saica.
Odiaban todo lo extranjero.

302
HISTORIA DE LA BIBLIA

Detestaban toda innovación y desacreditaban a todos


los reformadores.
Y, cuando el más grande de los profetas les habló de un
Dios bondadoso y cariñoso, y les predicó la común fraterni-
dad de todos los hombres, los fariseos se arrojaron contra su
enemigo, con tal violencia, que trastrocó e hizo naufragar a
la propia nación que ellos habían ayudado a fundar hacia
poco tiempo.
Después de los fariseos en cuanto a su poder, mas no
tan numerosos, se encontraban los saduceos. Esta secta,
cuyo nombre deriva probablemente del sacerdote llamado
Sadoc, era mucho más tolerante que la de los fariseos. Sin
embargo, su tolerancia no se basaba en la convicción, sino
en la indiferencia.
Pertenecían a una pequeña clase de judíos bien educa-
dos, que habían viajado y visto otras tierras y otros pueblos,
y que, aunque eran fieles en su adoración a Jehová, recono-
cían que mucho podía decirse de la noble doctrina de la vida
y la muerte, que predicaba un creciente número de filósofos
griegos.
No se hallaban muy interesados en el mundo de los fari-
seos, que estaba siendo crecientemente poblado de diablos,
ángeles y otras extrañas criaturas imaginarias, llevadas a Pa-
lestina por los viajeros provenientes de Oriente.
Aceptaban la vida tal cual era y trataban de llevar una
existencia honorable, sin depositar mucha fe en la promesa
de una futura recompensa.
A la verdad, cuando los fariseos trataron de discutir con
ellos sobre este punto, los saduceos se mostraron dispuestos

303
HENDRIK WILLEM VAN LOON

a pedir algún testimonio que corroborara la cuestión, en


algún libro antiguo, y no lo hallaron, pues ninguno figuraba
en esos venerables volúmenes.
En suma, los saduceos, mucho más que los fariseos, se
hallaban en cotidiano contacto con la época en que les tocó
vivir.
Consciente o inconscientemente, habían absorbido la
sabiduría de sus grandes vecinos griegos.
Reconocían la importancia de un Dios, sea que se llama-
se Jehová o Zeus.
Pero no creían que una fuerza tan grande pudiera estar
interesada en los mezquinos detalles de la existencia humana.
De ahí que todas las consideraciones puramente legalistas en
los fariseos les parecieran un extraño gasto de tiempo y
energías.
Sostenían que era más importante vivir en forma va-
liente y noble, que huir de la vida y concentrarse en la salva-
ción del alma, detrás del abrigado resguardo de los muros de
un estudio escolástico.
Miraban hacia adelante, más bien que hacia atrás, y ex-
presaban poco pesar por las ilusorias virtudes de las épocas
pasadas.
Poco a poco, perdieron todo interés en las cuestiones
puramente religiosas y se consagraron a la política en todas
las formas prácticas.
Años más tarde, cuando los fariseos insistieron en la
muerte de Jesús, a causa de sus herejías religiosas, los sadu-
ceos hicieron causa común con ellos y denunciaron al pro-
feta nazareno porque parecía constituir una amenaza para el

304
HISTORIA DE LA BIBLIA

orden y la ley establecidos. No estaban interesados en las


doctrinas de Jesús; pero temían las consecuencias políticas
de sus ideas y, por consiguiente, estaban en favor de la eje-
cución.
Llegaban a sus conclusiones en forma diferente de los
fariseos. Mas su tolerancia era tan estéril y estrecha de crite-
rio como la reconocida intolerancia de sus antagonistas, y
tuvieron igual participación en el drama final de Gólgota, al
cual nos referimos en uno de los últimos capítulos de este
libro.
Hay otro partido también al que debernos referirnos en
obsequio a la exactitud histórica, aunque no desempeña gran
papel en nuestra narración.
Muchos judíos vivían en un interminable miedo hacia lo
que podríamos llamar "pecado inconsciente".
Sus leyes eran tan complicadas que nadie podía esperar
obedecer al pie de la letra a los antiguos libros.
Pero una desobediencia, por más que fuese involuntaria,
constituía un pecado terrible ante los ojos de Jehová, que era
la encarnación de la ley, y sería castigado casi tan severa-
mente como la violación de uno de los diez mandamientos.
Para rehuir esta dificultad, los esenios u "hombres san-
tos", se abstenían deliberadamente de lo que podríamos lla-
mar "actos de la vida".
No hacían absolutamente nada.
Huían a los yermos, alejados de toda lucha, y mante-
níanse apartados de sus semejantes.
Sin embargo, para mayor protección, vivían a menudo
en pequeñas colonias.

305
HENDRIK WILLEM VAN LOON

No creían en la propiedad privada. Lo que pertenecía a


uno, era bien común. Con excepción de las ropas, la cama y
el plato en que llevaban sus alimentos de la cocina, ningún
esenio poseía nada a lo que pudiera llamar propiedad suya.
Todos los días dedicaban una parte de su tiempo al cul-
tivo de algunos pobres maizales que les proporcionaban
alimento.
El resto del día podrían pasarlo escudriñando las sagra-
das escrituras y torturando sus indignas almas con el estudio
de oscuros y lúgubres volúmenes de profetas largo tiempo
olvidados.
No era un programa muy atractivo para muchas perso-
nas, y el número de partidarios de la secta continuó siendo
reducido en comparación con el de los fariseos o saduceos.
Nunca se los veía en las calles de la ciudad. No efectua-
ban transacciones comerciales y evitaban todo contacto con
la vida política.
Sentíanse felices porque sabían que estaban salvando
sus almas, pero muy poco efectuaban por sus vecinos y no
ejercían influencia directa sobre la vida de su nación.
Sin embargo, desempeñaban, en forma indirecta, un
gran papel, pues cuando su austero ascetismo se unía con la
ansiedad práctica de los fariseos - como ocurrió en el caso de
Juan el Bautista,- podían ejercer gravitación en grandes ma-
sas de gentes, y había que considerarlos muy seriamente co-
mo una fuerza en el Estado.
De esta sucinta explicación, el lector comprenderá que
no constituía tarea sencilla gobernar a ese país, en el cual el

306
HISTORIA DE LA BIBLIA

equilibrio del poder lo mantenían varios antagónicos grupos


de fanáticos religiosos.
Los macabeos procedieron todo lo mejor que les fue
posible en tales circunstancias.
Durante los primeros cien años, lograron bastante éxito.
Pero, con Juan Hircano, llegó al trono el último de los gran-
des líderes de esta dinastía.
Su indigno hijo, Aristóbulo, el "amigo de los griegos",
era absolutamente incapaz, de manera que, con él, comenzó
el período de decadencia.
Lo enfadaba muchísimo el hecho de que sus súbditos
judíos no le dejaran adoptar el título de rey, aunque, en reali-
dad, gozaba de todos los poderes que, por lo general, se aso-
cian con ese nombre.
No obstante, para los fariseos, con su amor por el deta-
lle y su respeto por la tradición, tales pequeñas distinciones
eran cuestiones de suma importancia.
Los judíos habían aceptado el dominio de los jueces
porque éstos habíanse abstenido siempre cuidadosamente de
pretender el título real.
Ahora, un hombre que ni siquiera era descendiente de
David, insistía en que se le concediese un título que sólo
ocasionalmente era usado para el propio Jehová.
Los fariseos estaban furiosos por la cuestión, y Aristó-
bulo, en busca de apoyo, hizo causa común, bastante tonta-
mente, con sus antagonistas.
Para complicar aún más la situación, a este incidente si-
guió una de esas disputas de familia, que eran tan comunes
en aquellos días.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

La madre y los hermanos del "rey" se colocaron de


parte de sus enemigos, lo cual llevó a una abierta contienda.
La madre fue asesinada y, poco después, a causa del
error cometido por un funcionario demasiado apasionado,
Antígono, el hermano favorito de Aristóbulo, resultó mor-
talmente herido.
Tratando de que sus súbditos olvidaran estos desagra-
dables incidentes mediante alguna excitación de otra natura-
leza, Aristóbulo comenzó una campaña contra sus
poderosos vecinos norteños.
Se apoderó de la mayor parte del viejo reino de Israel,
que había estado aniquilado durante los últimos cuatro si-
glos. Mas no revivió su nombre, sino que, a la tierra copada,
la llamó Galilea, recordando el nombre de uno de los distri-
tos de las colinas norteñas.
Ignoramos cuáles eran los planes futuros de Aristóbulo,
pues, cuando apenas había reinado un año, enfermó y falle-
ció.
Fue luego sucedido por su hermano, Alejandro Janeo,
tercer hijo de Juan Hircano.
Este joven había vivido en el exilio desde que tuvo edad
suficiente como para atraer la atención de su padre, que lo
detestaba enormemente. Gobernó durante casi treinta años
y, al morir, todo el reino había quedado exhausto.
Como Aristóbulo, el joven príncipe cometió el error
fatal de tomar parte en las querellas entre los dos partidos
religiosos. Y siguiendo el ejemplo de sus antepasados, trató
de extender las fronteras de su territorio, a expensas de sus
vecinos.

308
HISTORIA DE LA BIBLIA

Aunque fue tan desdichado en sus realizaciones exterio-


res como en las internas, nunca sacó provecho de la expe-
riencia.
Su esposa, Alejandra, no era mejor que él, convirtiéndo-
se en instrumento de los fariseos. El verdadero gobierno del
país, entretanto, estaba en manos de un pequeño gabinete de
hábiles líderes, que dominaban a Judá y a Galilea en benefi-
cio de sus amigos.
Para mejor mantener el dominio de la nación, los fari-
seos incitaron a Alejandra a que nombrara sumo sacerdote a
su hijo mayor, uno de sus más dóciles alumnos.
Esto no agradaba del todo a Aristóbulo, el hijo menor,
que llevaba el nombre de su tío, muchas de cuyas menos
deseables cualidades había heredado de su extinto y no la-
mentado pariente.
Cuando los fariseos, entusiasmados por su propio éxito,
sembraron el terror y trataron de ejecutar a los líderes sadu-
ceos, Aristóbulo se proclamó defensor de la causa de éstos.
El Sanedrín o consejo continuó siendo dominado por
los fariseos, pero Aristóbulo y los saduceos se apoderaron de
varias importantes ciudades, y pronto se fortalecieron lo
suficiente como para amenazar la seguridad de Jerusalén.
En ese momento murió Alejandra.
Sus hijos heredaron un erario agotado y un país dividido
por la guerra civil.
Nada nuevo había en la situación, pues ese turbulento
rincón del mundo había estado siempre en agitación por
algún motivo.

309
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Pero los tiempos y las circunstancias, tal como lo hemos


dicho, habían cambiado.
Quinientos o mil años antes, a nadie le había interesado
lo que hicieran esas tribus semitas, siempre que se mantuvie-
sen dentro de sus propias fronteras.
Pero la mayor parte del Asia occidental hallábase ahora
en manos de los romanos, que habían heredado el imperio
de Alejandro, y estaban principalmente interesados en la
afluencia constante e ininterrumpida de contribuciones y
tributos.
Como la mayoría de los ingresos públicos, en esa parte
del Asia, derivaban del comercio, ellos insistían en la existen-
cia de un orden y una paz superficiales, sin los cuales no era
posible crédito alguno ni tampoco comercio de ninguna es-
pecie.
El rey del Ponto, comarca del Asia Menor, llamado Mi-
trídates, trató de inmiscuirse en la política romana, pero des-
pués de una larga y desastrosa guerra, se vio obligado a
suicidarse, y su imperio había sido incorporado a la repúbli-
ca.
Sin prestar atención a la suerte de este rico y poderoso
déspota, Hircano y Aristóbulo continuaron disputando y
causaron una inquietud, que llegó hasta Roma.
Al general al mando de las fuerzas del Este se le ordenó
que marchara a Jerusalén e informase de las condiciones allí
reinantes. Cuando llegó a la ciudad, Aristóbulo y sus amigos
estaban dentro del templo e Hircano, con sus partidarios,
hallábanse afuera, sitiando formalmente al sagrado edificio,
que, en realidad, era una poderosa fortaleza.

310
HISTORIA DE LA BIBLIA

Tan pronto como los romanos aparecieron en escena,


ambos príncipes solicitaron su apoyo.
El general romano, con esa fría penetración de los com-
plejos asuntos, tan característica de su raza, decidió que sería
mucho más fácil derrotar a Hircano, cuyas tropas estaban a
campo abierto, que a las de Aristóbulo, ocultas detrás de una
empinada roca.
Puso en fuga a Hircano, y, merced a este simple hecho,
Aristóbulo se convirtió en gobernante de la tierra de Judá y
de Galilea. Mas no fue por mucho tiempo.
Nada menos que el propio Pompeyo marchaba hacia el
Este, e Hircano se apresuró a ir a su encuentro para defender
su causa personalmente.
Aristóbulo, tan pronto como se enteró de lo ocurrido,
marchó apresuradamente al campamento romano, con el
objeto de contar la historia a su manera, y recomendarse
como el más indicado - por ser el más obediente - candidato
para cualquier clase de gobierno que los romanos intentaran
establecer en esa parte del mundo.
Pero antes de que Pompeyo comprendiera lo que todos
estos argumentos significaban, se oyó un sonido de trompe-
tas.
Había llegado una tercera delegación.
Los fariseos iban a explicar a Pompeyo que el pueblo
judío estaba tan cansado de un príncipe, como del otro, y
deseaba retornar a la antigua forma de teocracia pura, sobre
una base estrictamente farisea.
Pompeyo, no interesándole lo que pudiera ocurrir,
siempre que las caravanas pudiesen pasar, sin riesgo, de Da-

311
HENDRIK WILLEM VAN LOON

masco a Alejandría, escuchó hastiadamente a los tres, y luego


se rehusó a comprometerse.
Manifestó que daría una contestación definida tan
pronto como regresara de una expedición contra ciertas tri-
bus árabes, que comenzaban a sembrar la discordia en aque-
llos distritos que antes pertenecían al imperio asirio.
Mientras tanto, los tres partidos debían mantenerse en
armonía y esperar.
Ni siquiera entonces comprendieron cabalmente los ju-
díos lo desesperado de su situación. Porque el momento en
que Aristóbulo estuvo de vuelta en su capital, comportóse
como si fuera realmente el rey de Judá y pudiese gobernar
sus dominios cual si no hubiera un solo soldado romano en
todo el mundo.
Esta situación duró tanto tiempo como Pompeyo per-
maneciera en el Este. .
Pero, inmediatamente después de su victoria sobre los
árabes, regresó al Oeste e inquirió el motivo por el cual sus
deseos habían sido contrariados en esta forma.
Aristóbulo, mal aconsejado, dio otro paso fatal.
Retiróse hacia el templo, cortó el puente que unía a la
fortaleza con el resto de la ciudad y levantó abiertamente la
bandera de la revolución.
Era una lucha de lo más desigual. Hircano, el hermano
mayor, se pasó al lado del enemigo, y el sitio del templo co-
menzó de acuerdo con los mejores y más eficientes métodos
de la época. Y duró tres meses.
Dentro del edificio sagrado, la guarnición sufrió grandes
privaciones. Pero su propia desesperación les infundía valor.

312
HISTORIA DE LA BIBLIA

Traicionados por Hircano, experimentaban la sensación


de ser los defensores de la santa causa de Jehová y de la in-
dependencia judía.
Los desertores le hablaron a Pompeyo de ese arranque
de fanatismo religioso.
Recordando lo que habían hecho los sirios hacía pocas
generaciones, ordenó que se efectuara un ataque general en
sábado.
Era en el mes de junio del año 63 antes del nacimiento
de Cristo.
Las legiones romanas irrumpieron en la ciudadela judía
y capturaron el templo junto con todos sus defensores.
De acuerdo con la tradición, ese día murieron más de
doce mil soldados.
Los oficiales prisioneros fueron decapitados, en tanto
que Aristóbulo, su esposa e hijos, transportados a Roma para
que marcharan en el desfile triunfal del general romano. Sin
embargo, posteriormente se les permitió establecerse en uno
de los suburbios de la capital, donde echaron los cimientos
de esa colonia judía que iba a desempeñar un papel tan im-
portante en la historia imperial de Europa occidental en los
días de Pablo y Pedro.
Una vez terminada la lucha, los romanos, con la sabia
moderación que los caracterizó hasta el final de su historia,
se rehusaron a saquear el templo y permitieron que conti-
nuara siendo un sitio de adoración. Pero a Pompeyo no se le
agradeció ese acto generoso.
Por pura curiosidad, y absolutamente ignorante de los
prejuicios de sus ex-enemigos, el general y su estado mayor,

313
HENDRIK WILLEM VAN LOON

se dirigieron, en el curso de una de sus jiras de inspección, a


la Santa de las Santas.
Resultó ser un pequeño recinto de piedra, enteramente .
desnudo.
Tan pronto como los romanos se convencieron de que
no contenía nada de interés, lo abandonaron.
Pero, para los judíos, esa visita, a pesar de su brevedad,
significaba un sacrilegio que debía desencadenar una terrible
venganza de parte de Jehová.
Y nunca perdonaron a Pompeyo.
Cualquier cosa que hubiera tratado de hacer con sus
nuevos súbditos no habría sido nada comparada con este
inconsciente insulto a su orgullo religioso.
El general, por supuesto, nunca se enteró de lo que ha-
bía hecho. Desde su punto de vista, se había comportado
con rara benevolencia, pues había permitido a Hircano que
regresara a Jerusalén, y hasta lo había nombrado sumo sa-
cerdote, con el objeto de pacificar a los fariseos. Como acto
final de gracia, le había otorgado el grado de etnarca, título
algo vago, que se acordaba a veces a ex-soberanos indepen-
dientes. Tenía poca autoridad, pero halagaba el orgullo na-
cional de la raza conquistada. Los romanos eran muy
generosos con esta distinción titular, siempre que el candi-
dato siguiera sus instrucciones y se condujese con la necesa-
ria discreción.
Si Hircano hubiera sido un hombre capaz, aun entonces
podría haberse salvado algo de las ruinas de su país.
Pero el etnarca era absolutamente inepto, de manera
que pronto perdió el poco prestigio de que aún gozaba.

314
HISTORIA DE LA BIBLIA

Unos treinta años antes, cuando Alejandro Janeo, padre


de Hircano y Aristóbulo, era rey, había nombrado goberna-
dor del distrito de Edom o Idumea, situado al sur de Jerusa-
lén, a un tal Antipater.
Este hombre original amaba la pesca en esas agitadas
aguas que, de acuerdo con el viejo proverbio, son capaces de
brindar a un hábil e inescrupuloso deportista una pesca ge-
nerosa.
Fingió ser fiel amigo de Hircano, y, a menudo, le musi-
taba al oído discretos consejos.
Pero a esas gratuitas advertencias, las seguían inevita-
blemente mayores complicaciones y adicionales dificultades
en la tierra de Judá.
Antipater realizó su juego con tanta inteligencia que
pronto se encontró tomando regiamente el sol del favor
romano.
Cuando estalló la guerra civil en Roma y los ejércitos de
Pompeyo fueron arrojados contra los de su rival, el César,
Antipater aguardó para ver quién resultaba victorioso.
Tan pronto como Pompeyo fue derrotado en el campo
de batalla de Farsalia, en el año 48 antes del nacimiento de
Cristo, el gobernante idumeo hizo causa común con el Cé-
sar.
En retribución de su apoyo leal, el César le otorgó las
prerrogativas de un ciudadano romano y tácitamente le per-
mitió que se convirtiera en la fuerza que respaldaba al vaci-
lante trono del país que ahora se llamaba Judea.
El nuevo "ciudadano" hizo buen uso de su favorecida
posición. Fortaleció su dominación sobre el pueblo. Sus

315
HENDRIK WILLEM VAN LOON

súbditos judíos gozaban de mayor libertad de la que habían


tenido durante largo tiempo. Se los exceptuó de servir en los
ejércitos romanos y permtióseles reconstruir los muros de
Jerusalén. Ya no estaban obligados a pagar el pequeño tri-
buto que Pompeyo les había impuesto. Y reconquistaron la
casi completa independencia judicial y religiosa.
Pero Antipater no lo pasó mejor en manos de los fari-
seos de lo que lo había hecho Pompeyo. Lo acusaron de ser
un extranjero, advenedizo y usurpador, sin derecho al trono
de David.
Hablaban de erigir en rey a Antígono, hijo de Aristóbulo
y nieto de Alejandro Janeo. Una vez más, se comportaron
como si ellos, y no los romanos, fuesen los amos del Asia
occidental.
En esta oportunidad, no importó mucho, pues Antipa-
ter era fácilmente superior a ellos, tanto en astucia como en
su absoluta falta de escrúpulos.
Tenía ciertos planes ambiciosos para su propia dinastía y
experimentaba la sensación de que había llegado la hora de
disponer de la casa de los Macabeos.
Obraba lentamente, pero nunca perdía de vista su pro-
pósito fundamental.
En el preciso momento en que todo estuvo listo, fue
envenenado por un amigo de Hircano.
Pero su hijo Herodes continuó su labor dentro de los
cánones trazados por su padre, y con idéntico éxito.
Antígono fue tontamente alentado para que iniciara una
revolución contra el gobierno romano.

316
HISTORIA DE LA BIBLIA

Este extemporáneo levantamiento terminó con el de-


sastre que Herodes, había anticipado.
Antígono, con algunos soldados, huyó al templo y luego
de un dilatado sitio, que amargó enormemente a los roma-
nos, se vio obligado a rendirse, y rogar que se le perdonase la
vida.
Pero los romanos se rehusaron esta vez a mostrarse mi-
sericordiosos.
Apenas transcurría un año sin que hubiera algún distur-
bio en su provincia judía.
Habían garantizado a los judíos toda clase de privilegios,
y ellos, en retribución, les endilgaron una serie de costosas
rebeliones.
Esta vez estaban resueltos a dar un escarmiento que re-
cordaran hasta el final del tiempo.
Antígono fue tratado como un criminal común.
Se lo azotó públicamente, siendo luego decapitado.
La dinastía Macabea llegó a su término, y Herodes here-
dó el trono. Casó con Mariamne, nieta de Hircano, y, por lo
tanto, estableció una vaga relación con los legítimos gober-
nantes de Judea.
En esta forma, Herodes, por la gracia de las legiones
romanas, se convirtió en rey de un sector de los judíos.
Era el trigésimo-séptimo año antes del comienzo de
nuestra era, y en el mundo había muchas cosas equivocadas.

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

20
Nacimiento de Jesús

EN el año 117, Tácito, el historiador romano, trata de


explicar las persecuciones de la nueva secta, que acaban de
tener lugar a través del imperio.
El no era amigo de Nerón.
Pero, de cualquier manera, hizo todo lo posible por ha-
llar alguna excusa para ese ultraje.
"El emperador - escribió - ha infligido crueles torturas a
ciertos hombres y mujeres, a los cuales se odia por sus crí-
menes y a quienes el populacho llama "Cristianos". Cristo,
de quien han tomado su nombre, fue muerto, bajo el reinado
del emperador Tiberio, por un tal Poncio Pilato, que era
procurador de Judea, una distante provincia del Asia. Aun-
que reprimida durante un tiempo, esta terrible y detestable
superstición ha aparecido de nuevo, no sólo en Judea, la
tierra del mal, sino también en Roma, hacia donde, por des-
gracia, tienden a gravitar todas las infamias y las irregularida-
des del mundo".
Tácito menciona toda la cuestión en esa forma disco-
necta en que un periodista británico del año 1776 podría

318
HISTORIA DE LA BIBLIA

haberse referido a cierta revolución insignificante que había


ocurrido en una distante colonia del imperio, pero que no se
esperaba que fuese de carácter serio.
El romano no sabía con exactitud quiénes eran esos
"cristianos" acerca de los cuales escribía en forma tan des-
pectiva, o quién era ese Cristo del que "habían tomado su
nombre".
No sabía y tampoco le interesaba.
Siempre existían disturbios de alguna naturaleza en un
Estado tan vasto y complejo como el imperio romano, y los
judíos, que serían encontrados en la mayoría de las más
grandes ciudades, siempre estaban riñendo entre ellos e inva-
riablemente exasperaban al magistrado ante quien llevaban
sus disputas, por su fiel apego a ciertas incomprensibles le-
yes.
El Cristo en cuestión había sido probablemente un pre-
dicador de alguna oscura y pequeña sinagoga de Galilea o
Judea . . .
Por supuesto que existían probabilidades de que Nerón
había sido un tanto demasiado severo.
Por lo demás, era conveniente no proceder con excesiva
suavidad en tales cuestiones. Y allí terminaba el asunto, en lo
que concernía a Tácito, pues no vuelve a mencionarlo.
Su interés era absolutamente académico, y, como el que
nosotros podríamos acordar a una disputa entre la Policía
Montada canadiense y esas extrañas sectas rusas que habitan
la parte occidental del vasto imperio de bosques y campos de
trigo.

319
HENDRIK WILLEM VAN LOON

La información que otros escritores de ese período pro-


porcionan al mismo asunto nos ilustran muy poco más.
El judío Josefo, que en el año 80 de nuestra era publicó
una detallada historia de su país, menciona a Poncio Pilato y
a Juan el Bautista; pero no hallamos el nombre de Jesús en la
versión original de su obra.
Justo de Tiberia, que escribió en la misma época que Jo-
sefo, ,aparentemente no había oído hablar nunca de Jesús,
aunque estaba muy familiarizado con la historia judía de los
dos primeros siglos.
Hay un silencio absoluto de parte de todos los historia-
dores contemporáneos y, para nuestro conocimiento, de-
pendemos por completo de los primeros cuatro libros del
Nuevo Testamento, que se denominan los cuatro "Evange-
lios", vieja palabra inglesa que significa "buenas noticias".
Como el libro de Daniel, el de los Salmos de David y
muchos otros del Viejo Testamento, los Evangelios llevan
ficticios nombres.
Los personajes se llaman como los apóstoles, Mateo,
Marcos, Lucas y Juan; mas parece poco posible que los dis-
cípulos originales tuvieran algo que hacer con esas famosas
composiciones literarias.
El asunto está todavía sumido en profundo misterio.
Durante varios siglos ha sido un tema preferido para las dis-
cusiones escolásticas; mas, como ninguna otra forma de dis-
puta parece más fútil y poco provechosa que la relacionada
con las cuestiones teológicas, nos abstendremos de emitir
una opinión definida. Empero, en pocas palabras, trataremos

320
HISTORIA DE LA BIBLIA

de explicar por qué este tópico ha levantado tal polvareda de


discusiones.
Por supuesto que en el mundo moderno, que desde la
infancia está obligado a pasar a través de un verdadero loda-
zal de pulpa de madera impresa - diarios, libros, horarios,
menús, direcciones telefónicas, pasaportes, telegramas, car-
tas, formularios de impuesto a los réditos y no sé cuántas
cosas más -, parece increíble que no poseamos una sola línea
escrita de prueba contemporánea de la vida de Jesús y de su
muerte.
Pero, históricamente hablando, en ello no hay nada raro,
ni sorprendente.
Las famosas canciones de Hornero no fueron anotadas
hasta varios siglos después de la desaparición de los juglares,
que acostumbraban a deambular de aldea en aldea, recitando
las glorias de Héctor y Aquiles ante admirativos grupos de
jóvenes griegos.
En aquellos tempranos días, en que la gente dependía,
para su información, de la palabra hablada, desarrollaron una
memoria preciosa. Las historias eran transmitidas de padres
a hijos, tan cuidadosamente como lo son ahora para la poste-
ridad a través de la palabra impresa.
Además, no debemos olvidar que Jesús, una vez que se
hubo rehusado a asumir, el papel de líder nacional judío -
agradable esperanza de muchos miembros de su propio
pueblo -, se vio obligado a asociarse casi exclusivamente con
simples y pobres pescadores y posaderos, ninguno de los
cuales eran diestros compiladores y muchos de los que, in-
dudablemente, ignoraban el arte de escribir. Y, finalmente,

321
HENDRIK WILLEM VAN LOON

una vez que hubo sido crucificado, parecía una pérdida de


tiempo proporcionar una narración de su vida, o de sus en-
señanzas.
Sus discípulos creían a píe juntillas que el fin del mundo
estaba cercano. Mientras se preparaban para el juicio final,
no prestaban atención a la composición de libros que pronto
serían destruidos por el fuego del cielo. Sin embargo, con el
correr del tiempo, y cuando se hizo cada vez más seguro el
hecho de que el mundo continuaría su tranquilo viaje a tra-
vés del espacio, durante los muchos siglos que vendrían, se
efectuaron esfuerzos en el sentido de recoger los recuerdos
de quienes habían conocido a Jesús personalmente, lo habían
oído hablar y acompañado durante sus últimos años.
Muchos de ellos, sin duda, vivían aún, y narraron lo que
recordaban. Y, gradualmente, fragmentos de los famosos
sermones del profeta, que ellos recordaban, fueron reunidos
hasta formar un libro.
Luego, las parábolas fueron vueltas a narrar y reunidas
en otro volumen.
Se entrevistó a hombres y mujeres de Nazareth. En Je-
rusalén, varias personas que habían ido a Gólgota para pre-
senciar la ejecución, proporcionaron una narración de las
últimas horas y de la agonía de Jesús. Pronto, pues, se desa-
rrolló toda una literatura acerca del asunto, la cual crecía a
medida que la demanda por tales libros se tornaba más po-
pular. En breve lapso, el material asumió desmedidas pro-
porciones.
Si ustedes desean un ejemplo moderno, tomen el caso
de Abrahán Lincoln. Hay una producción regular de libros,

322
HISTORIA DE LA BIBLIA

extensos y breves, consagrados a la vida y a la muerte del


más grande de nuestros profetas estadounidenses. Resulta
imposible, al término medio de la gente, leer todos estos
volúmenes. Aun cuando supiera dónde hallarlos, difícilmente
sería capaz de elegir los que son, en verdad, imprescindibles.
Por consiguiente, de cuando en cuando, algún erudito
que ha consagrado su vida a este asunto, examina todas las
pruebas, y proporciona al público una brete y concisa "Vida
de Lincoln", que arroja luz sobre los acontecimientos im-
portantes, pero deja de lado lo que, en verdad, no interesaría
a quienes no son historiadores profesionales.
Eso es exactamente lo que los autores de los cuatro
Evangelios hicieron con la vida de Jesús. Cada uno, de
acuerdo con su gusto y habilidad, recontó, con sus propias
palabras, la historia de los sufrimientos y el triunfo de su
maestro.
Nadie puede decir con certeza quién era Mateo o cuán-
do vivió. Pero, por la forma en que nos da sus buenas noti-
cias, lo conocemos como una persona simple, que amaba las
historias sencillas que acostumbraba a narrar Jesús a los
campesinos de Galilea, y que, por preferencia, trataban de
parábolas y sermones.
Juan era muy diferente. Debe de haber sido un profesor
erudito, aunque pesado, por su familiaridad con las moder-
nas doctrinas que entonces se enseñaban en las academias de
Alejandría, e imprimió a su "Vida de Jesús" un honroso
acento teológico que no parece en absoluto en los otros tres
capítulos.

323
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Lucas, cuyo nombre ha sido dado al tercer evangelio,


era doctor, de acuerdo con la tradición. Bien puede haber
sido maestro de escuela.
Manifiesta, con mucha solemnidad, que ha leído todas
las otras vidas de Cristo que entonces estaban en circulación,
pero que no cree que ninguna de ellas sea muy satisfactoria.
Se decidió, pues, a escribir un libro propio, en el cual espera-
ba proporcionar a sus lectores todo lo que ya se conocía, y
añadir algunos detalles que nunca habían sido publicados
antes. Fiel a su promesa, dedicó mucho tiempo y atención a
detalles que habían escapado a Mateo y Juan, y, merced a
una concienzuda investigación, nos ha hecho un gran servi-
cio.
En cuanto a Marcos, fue - y todavía es - un tema de es-
pecial atención para todos los eruditos en cuestiones bíblicas.
Sobre el confuso fondo de los últimos días de Jesús, ha-
llamos frecuentes destellos de un vivaz e inteligente joven
que desempeñó un papel definido, aunque de menor im-
portancia, en la tragedia de Gólgota. ,A veces lo vemos lle-
vando mensajes a Jesús.
En la noche de la última cena, se precipita hacia el
huerto de Getsemaní, con el fin de advertir al profeta que los
soldados del consejo se acercan para arrestarlo.
Vemos aparecer su nombre nuevamente como el secre-
tario y el compañero de viaje de Pablo y Pedro.
Pero nunca sabemos a ciencia cierta quién era o qué ha-
cía en realidad, o en qué carácter actuaba al lado del propio
Jesús.

324
HISTORIA DE LA BIBLIA

El evangelio que lleva su nombre torna más complicada


la cuestión, pues parece ser justamente el tipo de labor que
esa clase de joven podría haber hecho extraordinariamente
bien, ya que demuestra una familiaridad personal con mu-
chos acontecimientos. Sin embargo, omite no pocos porme-
nores, que aparecen en otros evangelios; pero, cuando se
detiene a narrar determinado hecho, la historia se convierte,
de inmediato, en un documento vivo y pleno de pintorescas
anécdotas.
Este acento íntimo y personal ha sido a menudo em-
pleado como prueba absoluta de que, en este caso por lo
menos, nos hallamos frente a la obra de un hombre que po-
see conocimiento directo del asunto.
Pero, ¡ay!, el evangelio de Marcos, como todos los de-
más, acusa ciertas características literarias que lo colocan
definitivamente en el siglo II y lo clasifican como la obra de
uno de los nietos de los originales Marcos, Mateo y Juan.
La completa ausencia de toda prueba contemporánea ha
constituido siempre un argumento de peso, en manos de los
que sostienen que todos nuestros esfuerzos por recrear la
vida de Jesús, sobre una base histórica, deben ser fútiles y
permanecer siéndolo hasta que posteriores pruebas - que
pueden yacer ocultas en cualquier lado - nos brinden el esla-
bón que una la primera parte del siglo I y la última del II.
Sin embargo, personalmente no comparto esa opinión.
Aunque es indudable que los verdaderos autores de los
Evangelios, tal como los conocemos hoy, no conocieron
personalmente a Jesús, es igualmente evidente que nadie ha
estudiado con seriedad esos documentos para derivar su

325
HENDRIK WILLEM VAN LOON

común información de varios textos que eran corrientes en


el año 200, pero, que desde entonces, han extraviado.
Tales lagunas son muy comunes en la primitiva historia
europea, americana y asiática. Hasta el famoso libro de la
naturaleza incurre en ocasionales saltos de un par de millares
de años, período durante el cual se nos permite ejercitar
nuestra imaginación como mejor agrade a nuestra fantasía o
a nuestras convicciones científicas.
En el caso presente, empero, no estamos obligados a re-
ferirnos a vagas figuras prehistóricas, sino a una personalidad
de un encanto tan extraordinario y una fuerza tan definida,
que ha sobrevivido a todo lo que existía hace veinte siglos.
Además, la prueba documental directa que es tan desea-
ble en el laboratorio histórico, parece absolutamente super-
flua cuando hallamos o escribimos acerca de Jesús. La propia
literatura escrita alrededor de la figura del profeta de Naza-
reth nos confirmaría en esta idea.
El número de libros que tratan de él y de su obra, es-
critos durante los últimos mil años, son incontables. Repre-
sentan todos los idiomas y dialectos, y todos los puntos de
vista concebibles.
Con idéntico celo, prueban o niegan su existencia.
Afirman o ponen en tela de juicio la autoridad y lo re-
comendable de la prueba presentada por los evangelios.
Dudan o sustentan en forma reverente la absoluta hon-
radez de las cartas escritas por los apóstoles.
Pero esto no es todo.

326
HISTORIA DE LA BIBLIA

Cada una de las palabras del Nuevo Testamento ha sido


cuidadosamente sometida a las pruebas de ácido de la crítica
filológica, cronológica y dogmática.
Se han librado guerras; los países han sido devastados y
naciones enteras exterminadas, porque dos eminentes expo-
sitores de las Escrituras resultaban estar en desacuerdo en
cuanto a algún difícil punto del Apocalipsis o de los Hechos,
que nada tiene que ver con los ideales de Jesús. Poderosas
iglesias han sido construidas para conmemorar ciertos he-
chos que nunca tuvieron lugar y se han negado aconteci-
mientos, que son incuestionablemente ciertos.
Se nos ha predicado sobre Jesús como Hijo de Dios y se
lo ha denunciado - a veces con increíble violencia y obstina-
ción - cual un impostor.
Pacientes arqueólogos han tajado hondo en el folklore
de un millar de tribus, para explicar el misterio del Hombre
que se convirtió en Dios.
Lo sublime, lo ridículo y lo obsceno, ha sido llevado a la
discusión con acopio de textos, fuentes de información y
cláusulas que parecen absolutamente irrefutables.
Y ello no ha introducido diferencia alguna.
Quizá los antiguos discípulos sabían más.
Pero no escribieron, ni discutieron, ni razonaron en
demasía.
Aceptaron agradecidos lo que se les daba, y el resto lo
dejaron librado a la fe.
De esa cariñosa herencia, debemos tratar de reconstruir
nuestra historia.
Herodes fue rey, y bastante malo.

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Su trono se erigió sobre el crimen y el engaño.


No sabía nada de principios; mas poseía ambición.
El recuerdo del gran Alejandro estaba todavía fresco en
el Asia occidental.
Lo que había hecho un pequeño príncipe macedonio,
hacía trescientos años, le sería dado realizarlo hoy a un rey
judío mucho más poderoso.
Y así, pues, Herodes efectuó el juego de frío y brutal
cálculo, y trabajó por una mejor gloria de la casa Antipater,
no importándosele nada del hombre ni de Dios, con la sola
excepción de ese gobernador romano, por cuya gracia le
había sido posible conquistar su nefario trono.
Mil años antes, semejante despotismo podría haber sido
invencible.
Pero mucho había cambiado en este mundo, tal como
Herodes lo iba a experimentar antes de la hora de su desdi-
chada muerte.
Los romanos habían establecido definidamente el orden
en las tierras que rodeaban al mar Mediterráneo. Al propio
tiempo, los griegos habían recorrido la vastedad desconocida
del alma y, en sus búsquedas científicas habían logrado al-
canzar una lógica conclusión acerca de la naturaleza del Bien
y del Mal.
Su idioma, enormemente simplificado para convenien-
cia de quienes vivían en el extranjero, se había convertido en
el de la sociedad civilizada en todos los países.
Hasta los judíos, con su violento prejuicio contra todo
lo extranjero, fueron víctimas de la atracción del práctico
alfabeto griego.

328
HISTORIA DE LA BIBLIA

Aunque los autores de los cuatro Evangelios eran, sin


excepción, de origen judío, escribieron sus libros en griego, y
no en ese vernáculo arameo que, a su vez, había ocupado el
lugar del viejo hebreo desde el regreso del exilio babilónico.
Para impedir la influencia de Roma como reconocido
centro del universo, los griegos de la era helénica habían
concentrado sus fuerzas en una ciudad rival, llamada Alejan-
dría, en honor del inevitable héroe macedonio. Estaba situa-
da en la desembocadura del río Nilo y no lejos de ese
famoso centro de civilización egipcia que había estado
muerto durante tantos siglos antes de que Jesús naciera.
Los griegos, brillantes, veleidosos, pero de insaciable cu-
riosidad, habían examinado cuidadosamente y aclarado todos
los conocimientos humanos. Además, habían pasado a tra-
vés de todas las experiencias posibles del éxito y el fracaso.
Recordaban su época de oro, cuando, sin ayuda alguna,
sus pequeñas ciudades habían derrotado a las hordas de los
poderosos reyes persas y salvado a Europa de la invasión
extranjera.
Recordaban - ¿cómo podían evitarlo? - otros días en
que, por su propio egoísmo y voracidad, su país había sido
presa fácil de la fuerza mejor organizada de Roma.
Pero, una vez privados de su independencia política, los
griegos habían ganado una fama aun mayor como maestros
de los mismos romanos que los habían conquistado hacía
pocos años.
Y, habiendo probado todas las alegrías de la vida, sus
hombres sabios habían llegado a la conclusión - con la cual
ya estamos familiarizados a través del autor del libro llamado

329
HENDRIK WILLEM VAN LOON

"Eclesiastés" - de que todo es Vanidad y que ninguna vida


puede ser nunca completa sin ese contento espiritual, que no
se funda en un sótano lleno de oro, o una mansarda repleta
de riquezas de las Indias.
Los griegos, que basaban todas sus conclusiones en el
razonamiento estrictamente científico, no tenían mucha con-
fianza en las vagas predicciones acerca del futuro.
A sus líderes intelectuales los llamaban filósofos o "ami-
gos de la sabiduría", más bien que profetas, como era cos-
tumbre entre los judíos.
Sin embargo, existía un punto importante de similitud
entre hombres como Sócrates, en Atenas, y el Profeta Des-
conocido, en Babilonia.
Ambos se esforzaban por hacer todo lo que fuera co-
rrecto, de acuerdo con la convicción interior de sus propias
almas, sin prestar atención a los prejuicios y las habladurías
de sus conciudadanos.
Y trataban sinceramente de enseñar sus ideas acerca de
la corrección a sus vecinos, para que el mundo en que se
hallaban pudiera convertirse en un sitio más humano y razo-
nable.
Algunos de ellos, como los cínicos, eran tan severos en
sus principios, como los esenios que abitaban en las monta-
ñas de Judea.
Otros, llamados epicúreos y estoicos, eran más munda-
nos.Enseñaban sus doctrinas en el palacio del emperador, y,
a menudo, se los nombraba tutores de los adinerados jóve-
nes de Roma.

330
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero todos compartían una convicción común: sabían


que la felicidad era absolutamente una cuestión de conven-
cimiento interior, y de las circunstancias externas.
Bajo la influencia de estas nuevas doctrinas, los viejos
dioses griegos y romanos perdían rápidamente su gravitación
sobre las masas.
Primero, las clases elevadas desertaron de los antiguos
templos.
Hombres como el César o Pompeyo, todavía llevaban a
cabo las formas prescriptas para la adoración de Júpiter; pero
la historia acerca del Poderoso Tronador, entronizado sobre
las nubes del monte Olimpo, la consideraban un cuento de
hadas, que podría impresionar a los chicos y a las masas in-
cultas de los suburbios del otro lado del Tíber. Pero, que
tales fábulas fuesen tomadas en serio por los hombres que
habían sido educados para emplear su cerebro, parecía sim-
plemente absurdo.
Por supuesto que ninguna sociedad ha estado jamás
compuesta enteramente por gentes inteligentes y de elevado
pensamiento. Desde el comienzo de su historia, Roma había
estado llena de mercenarios. Como capital del mundo du-
rante más de tres siglos, había atraído a esa extraña sociedad
internacional que inevitablemente gravita hacia ciudades
como Nueva York, Londres o París, donde el éxito social es
relativamente fácil, y donde no se formulan preguntas emba-
razosas acerca de los antecedentes de uno.
La conquista de tanta nueva tierra en Europa y el Asia
occidental, había convertido a muchos pobres romanos en
ricos escuderos.

331
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Sus hijos e hijas, viviendo de las rentas de las haciendas


de sus padres, habían llegado a las filas de la alta sociedad,
que consideraba a la religión como un asunto de última mo-
da. Poco era lo que encontraban de atracción en las simples
y nada ostentosas doctrinas de los epicúreos y los estoicos -
por no hablar de sucios monomaníacos como Diógenes, que
insistía en vivir en un viejo barril para mayor conveniencia -.
Exigían algo más pintoresco y quizá no tan serio; algo que
atrajera la imaginación sin mezclarse en forma considerable
con ninguna de las agradables exigencias de la vida cotidiana.
Y cumplióse su deseo. Impostores, visionarios, estafadores y
medicastros de todas partes del mundo: de Egipto, del Asia
Menor y la Mesopotamia, se apresuraron a marcar a Roma,
y, en pago de cierta remuneración pecuniaria, predicaban
métodos fáciles para conquistar la felicidad y lograr la salva-
ción, que, en nuestros iluminados días, les habrían granjeado
millones.
A sus charlatanismos espirituales los llamaban por el
digno nombre de "misterios".
Sabían que a la mayoría de los hombres - y las mujeres –
les gustaba entrañablemente ser poseedores de algún secreto,
que no estuvieran obligados a compartir con sus vecinos.
Un estoico habría manifestado lisa y llanamente que sus
normas de vida podían hacer a toda la gente de este mundo
rica o pobre, blanca, amarilla o negra, feliz, satisfecha y vir-
tuosa.
Los astutos poseedores del conocimiento invisible, so-
bre los cuales estaban basados los maravillosos misterios
orientales, nunca cometían ese error.

332
HISTORIA DE LA BIBLIA

Eran muy exclusivistas.


Sólo atraían a los pequeños sectores y vendían muy caro
sus mercancías.
No predicaban bajo la elevada bóveda del cielo, que era
libre para todos. Se retiraban a una pequeña habitación mal
iluminada, llena de perfume de incienso y que lucía extraños
cuadros. Allí efectuaban sus manipulaciones maravillosas,
que nunca dejaban de impresionar a los semicultos.
Indudablemente, algunos de esos misioneros eran ho-
nestas personas, que juzgaban ciertas sus propias visiones;
creían, en realidad, oír las voces que les hablaban en la oscu-
ridad, y les llevaban mensajes del otro mundo. Pero la gran
mayoría estaba compuesta por hábiles aventureros que em-
baucaban al público porque éste insistía en ser embaucado y
pagaba bien ese privilegio.
Por lo general, la felicidad de un pueblo está en relación
inversa a sus riquezas. Cuando enriquecen y prosperan más
allá de determinado grado, comienzan a perder interés en los
simples placeres sin los cuales la vida se convierte en un
vasto aburrimiento, que se extiende desde la cuna hasta la
tumba.
El imperio era quizás el mejor ejemplo de este axioma
histórico. Con un rápido aumento del número de romanos,
la existencia se tornó hastiada. Habían comido, bebido y
gozado de demasiados placeres, para experimentar la más
leve satisfacción de la normal experiencia humana. Pedían
una solución de sus problemas, pero no hallaban contesta-
ción.
Los viejos dioses les fallaban.

333
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Los que dispensaban la nueva Verdad tampoco les res-


pondían.
Los eruditos doctores, relacionados con la adoración de
Isis, Mithra y Baco, no les, prestaban oídos.
Nada les quedaba sino la desesperación.
Y entonces nació Jesús.

Corría el cuarto año antes del comienzo de nuestra era.


En la inclinada ladera de la colina de un tranquilo valle de
Galilea, se ubicaba la aldea de Nazareth.
Allí vivía el carpintero José y su esposa María.
No eran ricos, sino por el contrario, muy pobres.
Eran personas semejantes a todos sus vecinos.
Trabajaban duramente y les decían a sus niños que el
mundo aguardaba algo de ellos, pues sus padres eran des-
cendientes del rey David, quien, como todos lo sabían, era
tataranieto de la dulce Ruth, cuya historia conocían los mu-
chachos y chicas judíos.
José era un hombre simple, que nunca había traspuesto
los límites de su país. Pero María había pasado, una vez, lar-
go tiempo en esa gran ciudad que se llamaba Jerusalén,
mientras estaba aún comprometida con José.
María tenía una prima llamada Isabel, quien había casa-
do con un tal Zacarías, sacerdote relacionado con el servicio
del templo.
Tanto éste como Isabel, eran ancianos y se hallaban
tristes por que no habían tenido hijos.

334
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero he aquí que, un día, María recibió noticias de Isa-


bel, quien le decía que en la familia se esperaba un niño.
Como se le aumentarían las obligaciones e Isabel necesitaría
cierta atención, le preguntaba si podría ir a ayudarla.
María se dirigió a Jutta, el suburbio de Jerusalén en el
cual vivía su familia, y permaneció allí hasta que su sobrino
Juan yacía arropado en su cuna.
Luego, regresó a Nazareth, donde iba a casar con José.
Mas no transcurrió mucho tiempo antes de que fuese
obligada a emprender otro viaje.
En la distante Jerusalén, el perverso Herodes era todavía
rey.
Pero tenía contados sus días y su poder desvanecíase.
En la aún más lejana Roma, César Augusto había toma-
do las riendas del gobierno y vuelto a convertir la república
en un imperio.
Los imperios cuestan dinero, que los súbditos se ven
obligados a proporcionar.
Por consiguiente, el todopoderoso César había decreta-
do que sus queridos hilos, de Este a Oeste y de Norte a Sur,
debían anotar sus nombres en ciertos registros oficiales para
que, de allí en adelante, los recolectores de tributos pudieran
saber quién había pagado su debida contribución a todas las
deudas y quién no había cumplido con su deber.
Cierto era que tanto Judea como Galilea constituían aún
nominalmente parte de un reino independiente. Pero, cuan-
do se trataba de ingresos públicos, los romanos mostrábanse
inclinados a pasar por alto estos detalles, de manera que se
impartió la orden de que el pueblo se presentara, en una

335
HENDRIK WILLEM VAN LOON

fecha dada, en el lugar de origen de su primitivo hogar o


tribu.
José, como descendiente de David, tuvo, por lo tanto,
que viajar igualmente a Belén, y su esposa, la fiel María, lo
acompañó.
No realizaron un viaje cómodo.
El camino que recorrían era largo y cansador.
Y, cuando por fin José y María llegaron a Belén, todas
las habitaciones de la ciudad estaban ocupadas por los que
habían llegado primero.
La noche era muy fría. Gentes bondadosas compadecié-
ronse de la pobre joven esposa, y le proporcionaron una
cama en un viejo establo.
Y allí nació Jesús, mientras fuera, en los campos, los
pastores cuidaban sus rebaños contra el ataque de los ladro-
nes y los lobos, y se preguntaban cuándo el largamente pro-
metido Mesías libertaría a su desdichada tierra de esos amos
extranjeros que se burlaban del poder de Jehová y reíanse de
todo lo que fuese sagrado para los judíos.
Todo esto había sucedido mucho tiempo atrás.
Rara vez se mencionaba, pues a ello había seguido esa
súbita y terrible huida hacia el yermo, ocasionada por la
crueldad del rey Herodes.
Una noche, María estaba amamantando a su niño, frente
al viejo establo que servía a ella y a José de hogar.
De pronto, en la calle se produjo un gran ruido.
Pasaba una caravana de viajeros persas.
Con sus camellos, sus sirvientes, sus ricos ropajes, sus
anillos de oro y los brillantes colores de sus turbantes, cons-

336
HISTORIA DE LA BIBLIA

tituían un espectáculo que hizo salir a todos los habitantes de


la aldea a las puertas de sus casas, maravillados.
La joven madre y su criatura atrajeron la atención de
estos extraños hombres, que hicieron alto y jugaron con el
chico. Luego, al irse, entregaron a su hermosa madre algunos
regalos extraídos de entre sus balas de seda v cajas de espe-
cias.
Todo esto era absolutamente inocente; pero Judea
constituía un país bastante pequeño, de manera que las noti-
cias viajaban con rapidez.
En Jerusalén, en su sombrío palacio, Herodes estaba
sentado frente a la oscuridad tenebrosa de su futuro. Era
viejo, estaba enfermo y sentíase desdichado.
El recuerdo de su asesinada esposa lo acompañaba
siempre.
Las sombras cerníanse con rapidez.
La sospecha era la compañera de sus últimos días, y el
miedo lo seguía con paso silencioso.
Cuando sus oficiales comenzaron a hablar acerca de la
visita de los mercaderes persas a Belén, Herodes fue presa
del pánico. Como todos los hombres de su edad, el rey de
Judea creía firmemente que los magos de cutis moreno po-
dían realizar milagros como no se habían visto desde los
asombrosos días de Elías y Elíseo.
No podían ser simples comerciantes. Debían de llevar
alguna misión especial. ¿Iban a vengar las maldades del usur-
pador que ahora estaba sentado en el trono, que hacía centu-
rias había pertenecido a David, nativo de esa misma aldea de
Belén, donde los magos habían creado tanta agitación?

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ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

El rey Herodes inquirió detalles, pues había oído hablar


de muchos otros extraños sucesos relacionados con el niño
misterioso.
Poco tiempo después de su nacimiento, el muchacho,
como era el mayor, había sido llevado al templo, y, una vez
realizada la ofrenda, un anciano llamado Simeón y una vieja
profetisa de nombre Ana, habían pronunciado extrañas pa-
labras acerca del próximo día de liberación; Simeón había
solicitado a Jehová que le permitiese morir en paz, ahora que
había visto al Mesías que desviaría a su pueblo del camino de
maldad y perversión en que estaba sumido.
A Herodes no le interesaba el hecho de si esto era cierto
o no. Se había dicho y todo el pueblo lo creería. Y esto era
suficiente. El rey impartió órdenes en el sentido de que to-
dos los niños nacidos en Belén, dentro del período de tres
años, fuesen muertos.
En esta forma esperaba librarse de cualquier posible ri-
val de su trono. Pero el plan no resultó del todo satisfacto-
rio.
Varios de los padres, advertidos por los funcionarios o
por sus amigos de Jerusalén, lograron huir. María y José
marcharon al sur, y la tradición, que gusta de relacionar la
antigua historia de Jesús con la de Abrahán y José, ha soste-
nido, durante largo tiempo, que llegaron hasta Egipto.
Tan pronto como hubo terminado la masacre por la
bienvenida muerte de Herodes, regresaron a Nazareth.
José abrió de nuevo su carpintería y María ocupóse
atendiendo su siempre creciente número de niños.

338
HISTORIA DE LA BIBLIA

Pues fue madre de otros chicos llamados Santiago, José,


Simón y Judas, y de varias niñas, que vivieron para ver el
triunfo y la muerte de ese extraño hermano mayor que abra-
zaría a toda la humanidad en el tierno cariño que había
aprendido en el regazo de su madre.

339
HENDRIK WILLEM VAN LOON

21
Juan el Bautista

HERODES y Augusto habían muerto, y Jesús, conver-


tido en hombre, vivía pacíficamente en Nazareth.
Desde los días de su infancia, no pocas cosas habían
acaecido.
El reparto de las muchas propiedades de Herodes, casa-
do diez veces, había suscitado considerables dificultades.
El número de sus hijos, era originariamente bastante
crecido, pero el crimen y las ejecuciones redujeron la canti-
dad de posibles candidatos a cuatro.
Sin embargo, los romanos se habían rehusado a escu-
char las demandas de los ambiciosos herederos, dividiendo
las posesiones del monarca en tres partes desiguales, entre-
gadas a los candidatos que mejor se adaptaron a las mo-
mentáneas necesidades políticas del imperio.
La participación mayor - casi la mitad,- que incluía a Ju-
dea, le cupo a Arquelao, el hijo mayor. Galilea y gran parte
del territorio norteño habían sido entregadas a Herodes An-
tipas, hermano de Arquelao, pues eran hijos de la misma
madre samaritana. Lo que restaba, una insignificante franja

340
HISTORIA DE LA BIBLIA

de tierra, pasó a manos de un tal Filipo, que no parece haber


sido pariente de Herodes, pero que gozaba del favor parti-
cular de los romanos. A causa de su nombre, que era muy
común en su época, ha ocasionado grandes preocupaciones
a los historiadores.
Y, para empeorar las cosas, existía otro Filipo, general-
mente llamado Filipo Herodes, heredero del nombre de su
padre, y casado con una tal Herodías, hija del primer medio
hermano de Herodes, Aristóbulo. Herodías, a su vez, fue
madre de una muchacha llamada Salomé, quien, eventual-
mente, parece haber casado con Filipo, el que gobernó el
territorio que se extendía al norte del mar de Galilea.
Algunos años más tarde, todos estos Filipos y Herodes
iban a desempeñar sendos papeles importantes en los más
atroces escándalos de familia, que causaron, indirectamente,
la intempestiva muerte de Juan el Bautista. Esa es la única
razón por la cual los menciono aquí.
Para hacer este largo y complicado capítulo todo lo más
breve posible, los bienes del viejo Herodes habían sido divi-
didos; los siempre pacientes súbditos dieron la bienvenida a
sus nuevos amos, y Tiberio, el emperador, impartió instruc-
ciones a su procurador en Judea para que vigilara discreta
pero celosamente todos los posteriores movimientos que
tuvieran lugar dentro de este turbulento sector.
El nombre de ese procurador ha llegado hasta nosotros.
Era Poncio Pilato - o Pilato, como lo llamaremos,- repre-
sentante personal del emperador en una de las provincias
que pagaban sus tributos directamente a Su Majestad, y no al
Senado.

341
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Resulta difícil describir la posición de Pilato en términos


que signifiquen algo a la gente moderna.
Pero un estado similar al de Judea prevalece aún en va-
rías partes de las colonias británicas y holandesas. Muchos
distritos de las Indias continúan siendo gobernados por los
llamados sultanes independientes y caudillos, que llenan la
formalidad de comandar sus guardias de corps y promulgar
leyes, aunque están privados de todo poder y hállanse com-
pletamente a merced de los amos extranjeros.
Por razones políticas no ha parecido oportuno anexar
esos territorios, y se les ha dejado una apariencia exterior de
gobierno propio. Pero un "gobernador", "ministro residen-
te" o "cónsul general" es mantenido en la capital del sobera-
no nacional, cuya función reside en la supervisión de los
actos del rey y sus ministros. En tanto éste siga sus atinadas
sugestiones, se les permite continuar en su puesto. Pero Dios
los libre si olvidan que están subordinados a un poder invisi-
ble pero siempre alerta. Su Excelencia el gobernador, en
términos impecables, expresa su respetuoso descontento. Y
sí posee motivos para pensar que su primera advertencia ha
caído en saco roto, se produce una rápida agitación en los
arsenales de su país natal y poco después un exilado solitario
y moreno es transportado a las silenciosas costas de una isla
distante.
Poncio Pilato fue el infortunado funcionario cuya obli-
gación iba a ejercer tal oculta pero siempre evidente autori-
dad entre los judíos. Su territorio era bastante extenso y sólo
una vez por año - y a veces menos - hallaba la ocasión de
abandonar a Cesárea e ir a Jerusalén, y hacía coincidir su

342
HISTORIA DE LA BIBLIA

visita de manera de poder estar presente en el gran festival


judío. Entonces podía reunirse con todos los líderes de dis-
trito sin perder tiempo en viajar de una aldea a la otra. De tal
manera, le era posible escuchar sus quejas y podía formular
sus sugestiones, y, en caso de dificultad - lo cual era siempre
posible entre las muy excitables masas de la vieja capital,- le
sería dado vigilar personalmente las medidas que debían to-
marse para restablecer el orden.
El procurador no tenía palacio propio en la capital, de
manera que, siempre que iba a la ciudad, ocupaba un cuerpo
del palacio real. El propietario del viejo edificio probable-
mente no gustaba de ese arreglo; pero el austero y brusco
funcionario romano no se interesaba más en las opiniones
privadas de un rey judío, que el gobernador general de la
India en las preferencias de un humilde príncipe mahometa-
no, que hasta ahora ha escapado a la directa anexión de los
británicos.
Además, Herodes sabía exactamente cómo librarse de
su importuno huésped en el más breve lapso.
Siempre que hubieran sido pagados debidamente todos
los tributos; los caminos limpiados de ladrones, y las diferen-
cias personales de los líderes religiosos del gran consejo no
hubiesen conducido a la guerra civil, el procurador estaba
más que dispuesto a dejar la capital casi tan pronto como
llegaba.
Como muchas de las instituciones romanas, esta duali-
dad en la forma de gobierno no era en manera alguna ideal.
Pero marchaba, y eso era todo lo que deseaban los conquis-
tadores.

343
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Dejaban alegremente la teoría del gobierno en manos de


esos publicistas griegos que se interesaban en tales cosas, y
ellos se concretaban a los prosaicos hechos de la vida coti-
diana. Como por lo general lograban éxito en estos prácticos
cánones, el mundo aceptaba sus métodos toscos pero efica-
ces como la solución más práctica que hasta entonces había
ofrecido raza humana alguna.
Y ahora, en el preciso momento en que todo marchaba
sobre rieles, se trastornaba la paz de Judea por la súbita e
inconveniente aparición de un salvaje surgido del desierto.
Para el pueblo que vivía en el oeste del río Jordán, los
esenios, que despreciaban todas las posesiones materiales y
deseaban adquirir la santidad en el solitario yermo, consti-
tuían una vieja historia. Eran gentes inofensivas, que se
mantenían en sus propias limitadas colonias y que rara vez se
aventuraban a avanzar hacia las aldeas y jamás a las ciudades,
donde las malas personas compraban y vendían cosas y se
enriquecían sin pensar en ese futuro que tanto preocupaba a
los piadosos ermitaños. Pero el nuevo profeta, aunque vestía
y vivía como los esenios, no compartía en lo más mínimo su
proverbial timidez. Iba de un lado a otro del valle del Jordán,
dando rienda suelta a sus exhortaciones religiosas, que el
mundo moderno asocia con los mitines del renacimiento,
que eran tan populares hace algunos años.
Cuando la gente se rehusaba a estar de acuerdo con él,
la denunciaba en términos que no daban lugar a dudas.
Pronto, pues, se suscitaron choques entre él y los sadu-
ceos, cosa que era deplorable, pues una escisión de la paz
común significaba informes oficiales de Palestina a Roma;

344
HISTORIA DE LA BIBLIA

comisiones investigadoras de la Ciudad Eterna a la comarca


del Asia occidental, y quizás un cambio de gobierno, que
convertiría en exilado al rey Judea y le haría pasar sus amar-
gos días en una ciudad romana o en un apartado villorrio de
la costa del mar Negro.
Antes de que el procurador, en la distante Cesárea pu-
diera enterarse de la discordia surgida, el vigoroso brazo de
la ley era invocado contra el incendiario religioso que se
atrevía a trastornar la paz y tranquilidad de la tierra.
Y el hombre resultó ser hijo de Zacarías e Isabel, el niño
que nació mientras María visitaba a esa pareja hacía unos
treinta años.
Juan, que era doce meses mayor que Jesús, había sido
un chico muy serio. De temprana edad, abandonó su hogar y
marchó al desierto para contemplar la santidad en las solita-
rias costas del mar Muerto.
Lejos del tumulto de las granjas y las factorías, pensaba
profundamente en la maldad del mundo, del cual, a decir
ver- dad, nada sabía.
No tenía deseos ni necesidades. Su única propiedad era
su vieja camisa de pelo de camello Se alimentaba con la mas
simple comida y sólo lo suficiente para mantenerse en pie.
No leía libros sino los escritos por sus antepasados e ig-
noraba todo lo que habían dicho, pensado o hecho los más
civilizados pueblos del cercano Occidente.
Servía a Jehová con una lealtad absoluta e inflexible, y
pronto comenzó a compararse con Eliseo, Jeremías y otros
grandes líderes de su raza. Era bueno y deseaba que todo el
mundo compartiese sus virtudes. Y, cuando vio el daño he-

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

cho. por el viejo Herodes y sus terribles hijos, y advirtió la


tibia adhesión de sus semejantes a las leyes de sus padres,
consideró su deber expresar al pueblo de Judea ciertas cosas
que debían saber y que, por desdicha, parecían haber olvida-
do largo tiempo atrás.
Su extraño aspecto y la violencia de su lenguaje hacían
congregar grandes muchedumbres dondequiera que se pre-
sentase.
Sucio y descuidado, con su luenga y rebelde barba flo-
tando al viento, agitando con energía sus brazos mientras
hablaba de la llegada del día del juicio, Juan era un hombre
que inspiraba temor y duda a los más encanallados pecado-
res.
Pronto, las masas comenzaron a musitar entre ellas que
este hombre no era otro que el largamente esperado Mesías.
Pero él no se enteraba de esto.
No era el Mesías. Jehová se había limitado a enviarlo
con el objeto de preparar a la gente para el día en que el ver-
dadero Mesías llegase.
Mas la gente, que amaba entrañablemente el misterio,
no creía en esa simple declaración. Si este hombre no era el
Mesías, constituía, por lo menos, el profeta Eliseo llegado a
la tierra para realizar algunos de sus milagros. Pero también
eso era terminantemente negado por Juan.
Se concretaba al papel que había elegido: era un humilde
mensajero del cielo, a quien se le había ordenado que llevase
la noticia de desesperación y de esperanza.
Entretanto, y mientras esperaba el día en que todo el
pueblo fuera obligado a sufrir el último bautismo de fuego

346
HISTORIA DE LA BIBLIA

para limpiarlo del pecado, estaba dispuesto a bautizar a quie-


nes demostraran signos de arrepentimiento, con el agua del
río, como signo de su renovada fe en el poder de Jehová.
Los judíos estaban enormemente impresionados. La
fama de Juan se extendió con rapidez, de aldea en aldea y de
todas partes llegaban los judíos para verlo, oírlo y recibir el
bautismo de manos de su extraño, nuevo profeta.
Por fin, las noticias de los éxitos de Juan llegaron a Ga-
lilea.
Allí, en su hogar de Nazareth, Jesús había vivido la vida
placentera de un aprendiz de carpintero.
A la edad de doce años, sus padres lo habían llevado a
Jerusalén, para guardar la fiesta de la Pascua hebrea. La visita
al templo había producido en el muchacho una honda im-
presión. Tan pronto como terminaron las ceremonias nece-
sarias, María y José habían regresado al norte. Pero Jesús no
estaba con ellos, quienes creyeron que se había unido a otro
grupo de nazarenos, y probablemente regresaría por la no-
che.
Llegó la noche y todavía no regresaba el chico, a quien
nadie había visto. José y María temieron que hubiera sufrido
un accidente, y resolvieron regresar a Jerusalén tan pronto
como les fuese posible.
Después de un día entero de búsqueda, hallaron a Jesús
en el templo, donde estaba empeñado en una profunda dis-
cusión religiosa con un grupo de rabinos.
Cuando Jesús se enteró de lo mucho que había asustado
a su pobre madre, le prometió que nunca volvería a irse.

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Pero ahora era grande y sentíase muy interesado en las


cuestiones de la hora, de manera que cuando oyó hablar de
Juan, a quien, por entonces se lo llamaba Juan el Bautista,
abandonó Nazareth y marchó a pie hacia el mar Muerto,
uniéndose a la multitud que siempre perseguía de cerca al
torvo profeta, clamando en voz alta ser sumergidos dentro
de las barrosas aguas del río Jordán.
La presencia de su primo conmovió extrañamente a Je-
sús.
¡Por fin había allí un hombre que poesía el valor de sus
convicciones!
Las maneras de Juan y sus métodos de ataque no eran
exactamente de su gusto. Pero, en tanto que Jesús había cre-
cido entre los agradables prados del Norte, Juan era nativo
de las áridas granjas del Sur, y los respectivos medios natu-
rales habían dejado su sello en los caracteres de los dos pri-
mos.
Jesús tenía la impresión de que podía enseñarle muchas
cosas a su pariente. Le solicitó que lo bautizara, y luego, des-
pués de un rato, decidió marchar al yermo para poder hallar
soledad para su alma.
Cuando regresó, la carrera de Juan estaba terminando
rápidamente, y los dos hombres se encontraban, pues, en
raras ocasiones.
No era culpa de Jesús, sino un resultado de ciertas cir-
cunstancias sobre las cuales no tenía control.
En tanto que el Bautista se hubo limitado a hablar del
próximo Reino de los Cielos, las autoridades no lo habían

348
HISTORIA DE LA BIBLIA

molestado. Pero cuando comenzó a criticar al reino más


tangible de Judea, la cuestión cambiaba fundamentalmente.
Por desgracia, Juan tenía excelentes motivos para censu-
rar la vida privada de su soberano. Herodes, el tetrarca, esta-
ba un poco alejado del viejo círculo.
Cuando él y su medio hermano, Filipo, fueron llamados
a Roma por cierto asunto de orden político, se había enamo-
rado perdidamente de la esposa de su hermano, Herodías.
La mujer, a quien nada le importaba de su cónyuge, es-
taba absolutamente dispuesta a casar con Herodes, siempre
que se divorciara de su esposa, que era una árabe de la famo-
sa ciudad de Petra.
En Roma, durante aquella época, todas las cosas podían
arreglarse, siempre que uno fuera muy rico, de manera que el
divorcio se le acordó.
Herodes había elevado a Herodías a la categoría de rei-
na, y Salomé, la hija de ella, había ido a vivir con su padras-
tro.
La gente de Galilea y de Judea hablase sorprendido
enormemente ante este extraño arreglo. Pero, con toda sen-
satez, no expresaban su opinión en voz demasiado fuerte
donde pudieran escucharlos los soldados del rey.
Sin embargo, a Juan, consciente de su elevada misión
como ministro de la voluntad de Jehová, le fue imposible
permanecer en silencio ante un acto tan perverso.
Denunciaba, pues, a Herodes y a Herodías siempre y
cuando le era posible.
A la postre, sus críticas podrían haber encendido la
chispa en el pueblo, a tal punto como para suscitar tumultos,

349
HENDRIK WILLEM VAN LOON

lo cual, por supuesto, las autoridades estaban obligadas a


evitar a cualquier costo.
Se impartió, por lo tanto, la orden de arrestar a Juan.
Aun entonces, el profeta se rehusó a permanecer calla-
do. Desde el fondo de su oscuro calabozo, continuó vocife-
rando contra la pareja real, la que, a su entender, no era
mejor que los adúlteros vulgares.
El tetrarca se hallaba en una posición difícil, pues temía
muchísimo los poderes misteriosos de este desconocido
hombre. Pero, al mismo tiempo, tenía miedo a la incisiva
lengua de su esposa.
Un día ordenaba que se ejecutase a Juan, pero, al día si-
guiente, cedía ofreciéndole clemencia si le prometía aplacar-
se.
Por fin, Herodías se cansó, decidiendo poner punto fi-
nal a ulteriores vacilaciones. Conocía la gran admiración de
su esposo hacia su hijastra Salomé, que era una graciosa dan-
zarina, cuyo arte agradaba a Herodes.
Le dijo a la muchacha que no debía danzar en la corte, a
menos que el rey le prometiese darle cualquier cosa que ella
le solicitara.
Herodes, interrogado por la joven, contestó precipita-
damente que sí, y entonces Salomé, cumpliendo la indicación
de su madre, le exigió la cabeza de Juan el Bautista.
El padrastro, arrepentido de su locura, le ofreció todo
su reino si lo eximía de cumplir su promesa. Pero madre e
hija permanecieron inmutables, de manera que Juan fue
condenado a muerte.

350
HISTORIA DE LA BIBLIA

El verdugo descendió al calabozo donde el profeta yacía


encadenado. Un minuto más tarde, se le entregaba la cabeza
de Juan a la aterrorizada Salomé.
Tal fue la muerte de Juan, quien se había atrevido hablar
de cosas serias a un mundo al cual sólo le interesaba divertir-
se.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

22
La infancia de Jesús

JESÚS pasó tan sólo un breve lapso en el yermo.


Durante ese tiempo, rara vez comía o durmió.
Y bien podía necesitar todas sus horas para proyectar el
futuro.
Tenía casi treinta años, era soltero, de manera que po-
seía la libertad de ir de un lado a otro y vivir de acuerdo con
los más simples niveles de vida de su hora.
Pero las palabras de Juan lo habían hecho pensar. Todas
las impresiones y experiencias de su vida tranquila y exenta
de acontecimientos, transcurrida en Nazareth, parecían con-
ducir al momento en que, cerca del río jordán, se había for-
mulado, de pronto, esta pregunta: "¿Qué significa, en
realidad, la vida?".
Poco era lo que conocía de los grandes acontecimientos
políticos, que acababan de convertir a la vieja república ro-
mana en un imperio, fundado en la fuerza y la lealtad de
unos pocos regimientos. de mercenarios bien pagos.
Era profundamente ignorante del idioma griego y de to-
do lo que se había escrito en esa lengua.

352
HISTORIA DE LA BIBLIA

Hablaba arameo y probablemente tenía un conoci-


miento que le permitía leer en el viejo idioma hebreo, en el
cual han sido escritos los libros santos, hace muchos siglos.
Pero el pensamiento y la ciencia griegos significaban pa-
ra él tan poco como la jurisprudencia y la política romanas.
Era, además, una criatura de su propio pueblo y de su
propia edad: un humilde carpintero judío, criado en el cono-
cimiento de las viejas leyes mosaicas y las tradiciones de los
jueces y los profetas, de quienes había oído hablar en la sina-
goga y el templo.
En sus deberes religiosos, era muy escrupuloso. Siempre
que era necesario, marchaba a Jerusalén, con el objeto de
quemar una ofrenda en el templo, como lo requería el viejo
uso.
Aceptaba su pequeño mundo galileo tal como lo en-
contró, y no hacía hincapié a lo que José y María le habían
inculcado.
Y, empero, no dejaba de abrigar ciertas dudas.
Pues no era como otras gentes.
Dentro de sí sentía bullir cierta cualidad espiritual que lo
tornaba diferente de los demás hombres. Los buenos veci-
nos de Nazareth apenas se percataban de esto, pues lo cono-
cían demasiado íntimamente y para ellos era siempre el hijo
del carpintero.
Mas, una vez que abandonó su aldea natal, la cuestión
era diferente.
Fue señalado.
Algo había en sus ojos, en su gesto, que atraía la aten-
ción del transeúnte casual. Y, cuando llegó al río Jordán,

353
HENDRIK WILLEM VAN LOON

donde la gente vivía en momentánea expectación de un gran


milagro, oyó cómo los seguidores del Bautista, musitaban a
su espalda y se formulaban la pregunta siempre repetida:
-¿Ese es el hombre que va a ser nuestro Mesías?
Pero el Mesías, para aquellos que se reunían con el ob-
jeto de escuchar los sermones de Juan, era un gran guerrero
y un juez severo; una especie de vengador imperial que iba a
establecer un gran reino judío y hacer que todas las naciones
del mundo se sometieran a las leyes del pueblo elegido por
Jehová.
Y nada se hallaba más alejado del simple pensamiento
de Jesús, que esa idea mundana de otro Sansón, montado en
un caballo negro, blandiendo la espada y guiando a sus victo-
riosos ejércitos contra quienes no compartiesen los prejui-
cios religiosos de los fariseos o las convicciones políticas de
los saduceos.
Era una cuestión de cuatro letras la que separaba a Jesús
de los despiadados romanos, los avezados griegos y los
dogmáticos judíos; su comprensión de la palabra "amor".
Su corazón estaba saturado de amor a sus semejantes.
No solo hacia sus amigos de Nazareth, a sus vecinos de Ga-
lilea, sino hacia el pueblo del vasto mundo que se oculta más
allá de la última curva del camino a Damasco. Los compade-
cía, pues juzgaba tan sin sentido su lucha, sus ambiciones
fútiles, sus ansias de oro y gloria, un gasto inútil de valioso
tiempo y energía. Cierto era que muchos filósofos griegos
habían llegado a idéntica conclusión. Habían descubierto que
la auténtica felicidad era una cuestión del alma, y no depen-

354
HISTORIA DE LA BIBLIA

día de un bolsillo lleno de dracmas o de la ruidosa aproba-


ción de la multitud en el estadio.
Pero nunca habían llevado sus ideas más allá del reduci-
do y exclusivo círculo de caballeros bien nacidos que, en esa
época, eran los únicos que se permitían el lujo de un alma
inmortal.
Se habían resignado a la existencia de esclavos, de la
pobre gente y de esos millones condenados por siempre a
vivir en la indigencia, como parte de un establecido e inevi-
table orden de cosas; como algo desdichado que no podía
evitarse.
Tan pronto hubieran explicado los principios de su filo-
sofía epicúrea o estoica a los perros de los campos, a los
gatos de los fondos de sus casas, como a los trabajadores
que laboraban en sus granjas y a la cocinera que les prepara-
ba el almuerzo.
En cierto modo, estaban muy por encima de los anti-
guos líderes judíos que se habían rehusado obstinadamente a
reconocer los derechos de cualquier hombre que no perte-
neciera a su propia tribu.
Pero para Jesús, que nada sabía de ellos, no habían ido
lo suficientemente lejos.
Incluía a todos los que habitaban y respiraban dentro de
los límites de su gran corazón. Y, aunque tenía vagos pre-
sentimientos de la suerte que lo aguardaba si iba a enseñar
sus doctrinas de paciencia, benevolencia y humildad a un
país dominado por los intransigentes fariseos, no podía
rehusarse a seguir la voz que le ordenaba dar su vida por la
causa de un mundo mejor.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Era la crisis de su carrera.


Podía hacer una de tres cosas.
En primer lugar, existía la perspectiva de una tranquila
vejez en Nazareth, realizando extrañas faenas en la ciudad y
discutiendo profundas cuestiones de ley y ceremonia con los
rústicos que, por las noches, reuníanse a escuchar al rabino
de la aldea.
Esto no atraía a Jesús, pues significaría una lenta muerte
de inanición espiritual.
Por el contrario, si deseaba llevar una vida de aventura,
se le brindaba ahora la oportunidad.
Podía valerse del entusiasmo que su mera presencia ha-
bía creado entre los seguidores del Bautista. Si podía hacer
que estas simples gentes creyeran lo que estaban ansiosas por
creer, podría fácilmente ser reconocido como el tan esperado
Mesías ,y convertirse en jefe del movimiento nacionalista
que, siguiendo el ejemplo de los macabeos, podría - y tam-
bién podría no serle dado - brindar la independencia y la
unidad a la penosamente dividida nación judía.
Pero la tentación de hacer esto -¿quién, durante su vidas
no ha tenido un sueño momentáneo de tal futuro? - la des-
carto de inmediato, como absolutamente indigna de la ambi-
ción de un hombre serio.
Sólo le quedaba, pues, un único camino.
Debía marchar adelante, abandonar padre y madre, co-
rrer al albur del exilio, el odio y la muerte, para hablarles a
todos los que desearan escucharlo de cosas que predomina-
ban en su mente.
Treinta años tenía cuando inició su gran obra.

356
HISTORIA DE LA BIBLIA

En menos de tres años, sus enemigos lo habían muerto.

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23
Los discípulos

EN los días de Jesús era relativamente fácil para un


hombre inteligente que tuviera una nueva idea, lograr un
auditorio.
No necesitaba una sala de conferencias y no estaba obli-
gado a pasar su tiempo valioso esperando que alguien le
otorgara el título de doctor, de profesor o que lo nombrase
ministro.
El problema de la alimentación y el alojamiento estaba
tan fácilmente arreglado en Judea como en casi todos los
puntos de Egipto o el Asia occidental.
El clima era benigno. Un traje duraba toda la vida. El
alimento abundaba en una comarca en la cual la mayoría de
la gente comía tanto como era necesario para vivir y donde
podía arrancar de los árboles el pan cotidiano.
En la época de los jueces y de los reyes, cuando la clase
sacerdotal dominaba por sobre todo, no se toleraban orado-
res ambulantes, que predicaban extrañas herejías. La policía
romana estaba ahora en guardia en las carreteras y observaba
el tránsito en las ciudades comerciales.

358
HISTORIA DE LA BIBLIA

Los romanos, indiferentes en cuestiones espirituales,


permitían a todos los hombres que buscaran su salvación en
la forma que lo deseasen, siempre que se mantuvieran apar-
tados de los asuntos que se relacionaran muy de cerca con la
política. En tanto uno no defendiera una abierta rebelión o
sedición, no había prácticamente límites para la libertad de
palabra. El magistrado romano existía para cuidar que su
autoridad fuese observada, y pobre del fariseo que se atrevie-
ra a perturbar un mitin.
No es de extrañar que al nuevo profeta lo siguiera
pronto gran cantidad de curiosos y, antes de que transcurrie-
ra un mes, había conquistado una reputación de orador y
profeta, que llegaba mucho más allá de los confines de Gali-
lea.
Entonces le tocó el turno de ser curioso a Juan, que to-
davía se hallaba en libertad, aunque observado de cerca por
los miembros del Consejo Nacional. Abandonó su amada
Judea y viajó al norte para encontrarse con Jesús.
Era la última entrevista que mantenían estos dos hom-
bres,
Parece extremadamente dudoso que Juan comprendiese
lo que estaba en la mente de su primo, pues ambos profetas
miraban al mundo desde ángulos por competo diferentes.
Juan urgía al pueblo a que se arrepintiera de sus pecados por
temor a la ira y la venganza de Jehová.
En esto se limitaba a seguir lo que había aprendido del
Viejo Testamento, extraído de la roca del monte Sinaí.
Jesús, por el contrario, concebía la vida - todavía no con
mucha decisión - en términos benevolentes y dóciles.

359
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Juan el Bautista predicaba:


-¡No!
Jesus, con la misma vehemencia, contestaba:
-¡Sí!
Juan compartía la creencia de sus colegas judíos, que
crearon la llegada del Mesías siguiendo la imagen de su im-
placable Jehová.
Jesús tenía la visión de algo y dotaba al padre común de
todas las cosas con infinita indulgencia y un amor que so-
brepasaba la comprensión humana.
Entre estos dos puntos de vista, no era posible arreglo
alguno.
Durante un momento, Juan parece captar un destello de
lo que Jesús podía llegar a significar. Les cuenta a sus discí-
pulos que no deben esperar demasiado de él, pues sólo era el
precursor de otro maestro, más grande. Y, cuando dos de
sus alumnos, procediendo de acuerdo con esta sugestión, lo
abandonan para seguir a Jesús, no se enfada.
Había dado todo lo mejor que anidaba en él.
En una u otra forma, tenía la impresión de haber fraca-
sado.
Su muerte, a pesar de lo terrible que fue, le llegó como
un bienvenido alivio.
En cuanto a Jesús, casi inmediatamente después del en-
cuentro con Juan, retornó a Galilea durante una corta estan-
cia.
José ya no vivía, pero María sustentaba hábilmente su
pequeño hogar y los hijos podían retornar a su vieja casa,
siempre que necesitaran tomarse unas breves vacaciones.

360
HISTORIA DE LA BIBLIA

No resulta fácil ser madre de un genio. María nunca


entendió del todo a este extraño hijo que iba, venía, y deam-
bulaba por toda la tierra, y cuyo nombre se mencionaba con
el temor reverente de la admiración o el odio de la venganza,
siempre que tres judíos reunían a la vera del camino.
Pero ella era demasiado inteligente para constituir un
obstáculo en la ruta de quien parecía saber tan bien lo que
estaba haciendo.
Y si a veces fracasaba en su apreciación del profeta,
nunca dejaba de amar a su hijo.
Esta vez, cuando éste retornó de su primer viaje a tie-
rras extranjeras, lo esperaba con buenas noticias.
En la familia iba a haber una boda y todos estaban invi-
tados.
Jesús dijo que le habría agradado concurrir, pero que ya
no era solo: tenías unos nuevos amigos, que lo habían
acompañado a Nazareth. Y puso de relieve que los conside-
raba como hermanos y, como tales, los llevó al dirigirse a
Caná.
Ese fue el comienzo de la íntima amistad que duró hasta
el día de la crucifixión.
Varios cientos de años más tarde, cuando un acento
milagroso se agregaba a todos los acontecimientos de su
vida, en beneficio de los bárbaros de mentes simples que
había que conquistar para el honrado mensaje de un cariño-
so Dios, la historia de esa agradable reunión de familia, en la
cual todos habían sido felices y donde María había gozado,
por vez primera, de la presencia de su hijo en medio de sus
amigos y parientes, no era considerada lo suficientemente

361
HENDRIK WILLEM VAN LOON

convincente. Había sido adornada con un relato misterioso,


que los pintores de la Edad Media empleaban respetuosa-
mente como tema popular de sus cuadros.
De acuerdo con el nuevo relato, la súbita llegada de
tantos huéspedes inesperados había hecho que faltara el vi-
no.
Los criados estaban inquietos, pues no había más que
agua, y ningún judío, romano o griego habría soñado con
ofrecer agua a los forasteros que pisaran su casa.
Los criados se precipitaron hacia María, pulcra ama de
casa, a quien podía ocurrírsele qué era dado hacer.
María, a su vez, le pidió consejo a su hijo.
Jesús, sumido en hondos pensamientos, molestóse un
poco ante esta interrupción por un asunto de tan poca im-
portancia. Pero era una persona muy humana y comprendía
la trascendencia de los detalles. Se hizo cargo de la situación
embarazosa de la anfitriona cuyos planes, cuidadosamente
preparados, se habían visto contrariados por la aparición de
media docena de huéspedes.
Para salvar a su madre de esa situación molesta, convir-
tió el agua en vino, y la fiesta terminó en medio de la satis-
facción de todos.
Con el correr de las épocas, similares hechos de magia
se agregaron continuamente a las historias originales, lo cual
era natural.
A la gente le ha agradado siempre relacionar los poderes
sobrehumanas con las personas cuyo recuerdo adora.
Los dioses y los héroes griegos habían realizado una se-
rie de milagros. Los viejos profetas judíos habían hecho flo-

362
HISTORIA DE LA BIBLIA

tar el hierro sobre las aguas; caminado sobre profundos ríos,


y ocasionalmente, hasta les había sido posible intervenir en el
orden regular del sistema planetario.
En China, Persia, la India y Egipto, dondequiera que
busquemos, nos encontramos con anotaciones de fiestas
supernaturales que habían sido comunes entre los primeros
habitantes de lejanas tierras.
Esto prueba que la necesidad de un mundo imaginario
en el cual lo imposible se torna lo evidente, es muy general, y
no está circunscripto a ningún país determinado ni a raza
alguna en particular.
Pero, para muchos de nosotros, la influencia de Jesús,
ejercida sobre el mundo, fue tan extraordinariamente pro-
funda e inexplicable, que nos sentimos inclinados a aceptarlo
sin los dudosos embellecimientos de conjuración y exorcis-
mos.
En esto podemos estar completamente equivocados.
Pero, como el lector puede hallar descripciones completas de
todos los milagros en miles de libros, nos contentaremos
con una sobria relación de esos acontecimientos que ocurrie-
ron cuando Jesús dejó su familia por última vez y comenzó a
enseñar el evangelio de tolerancia mutua y amor, que lo llevó
a su muerte en la cruz.

363
HENDRIK WILLEM VAN LOON

24
EL nuevo maestro

DESDE Caná, Jesús, acompañado por sus amigos, ca-


minó hasta Cafarnaum, pequeña aldea recién fundada en la
costa norte del mar de Galilea.
Allí vivían las familias de Pedro y Andrés, dos pescado-
res que habían abandonado sus faenas con el objeto de se-
guir a Jesús cuando inició su gran viaje de descubrimiento
para el alma de Dios y del Hombre.
Permanecieron en Cafarnaum durante varias semanas y
luego decidieron marchar a Jerusalén.
Dos motivos los impulsaron a ello. En primer lugar, la
fiesta de la Pascua hebrea estaba cerca, y, en ella, era deber
de todo buen judío pasar la semana santa en el templo. Y, en
segundo término, brindaría a Jesús la oportunidad de averi-
guar lo que pensaba de él la gente de la capital.
Los galileos, aunque abiertamente despreciados por los
verdaderos habitantes de Jerusalén, porque no se creía que
observaran las devociones como los que adoraban en el
templo - sobrevivencia ésta de la añeja rivalidad entre Judá e

364
HISTORIA DE LA BIBLIA

Israel,- eran, en realidad, gentes bondadosas, dispuestas a


escuchar las nuevas ideas.
Quizá no siempre eran demasiado entusiastas, pero se
podía contar con que eran corteses. Jerusalén, por el contra-
rio, dominada por los fariseos, era la poderosa fortaleza de la
antigua fe, donde la intolerancia había sido elevada a catego-
ría de virtud nacional y en la cual no se mostraba piedad
hacia el disidente.
Jesús llegó sin inconvenientes a la ciudad, pero antes de
tener oportunidad de explicar sus ideas, ocurrió algo que lo
obligó a partir con mayor premura de la que había llegado.
Al principio del tiempo, la gente había dado muerte a
sus prisioneros siempre que deseaba conquistar el favor de
sus dioses.
Luego, con el advenimiento de una primitiva forma de
civilización, los bueyes y las ovejas habían sustituido a los
seres humanos.
Cuando nació Jesús, los judíos sacrificaban aún a los
animales en holocausto a Jehová.
Las gentes pudientes mataban vacas, y quemaban la car-
ne y la grasa en el altar del templo, reservando algunas par-
tes, que pasaban a las cocinas de los sacerdotes. .
Los pobres, que no podían permitirse gastar mucho di-
nero, adquirían un cordero, o, si eran demasiado indigentes,
un par de cerdos, y los degollaban en la extraña creencia de
que ese acto de inútil salvajismo agradaría a los mismos dio-
ses que, con infinito cuidado, habían creado a los animales
poco tiempo antes.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Ahora que la mayoría de los judíos vivían en el extranje-


ro, pues nunca se habían mostrado deseosos de abandonar
los lujos de Alejandría y Damasco, para cambiarlos por las
tortuosas y oscuras calles de Jerusalén, y más de medio mi-
llón de ellos se encontraban sólo en Egipto, se hizo necesa-
rio mantener una buena cantidad de animales en pie para
beneficio de quienes llegaran de lejos y no pudieran llevar
consigo los animales, durante todo el trayecto, desde el Nilo
al torrente de Cedrón.
Hacía años, cuando el templo se construyó, los bueyes y
las ovejas para el sacrificio se ofrecían en venta en las calles,
cerca de la entrada del templo. Pero más tarde, para mayor
conveniencia de los comerciantes, los vendedores de anima-
les colocaban sus productos dentro del atrio del templo. A
ellos los habían seguido los cambistas, que, sentados detrás
de los bancos, ofrecían trocar oro babilonio por siclos ju-
díos, o plata corintia por minas de Judea.
Esos buenos comerciantes no tenían mala intención;
apenas comprendían lo que estaban haciendo. Era simple-
mente una mala costumbre que se había establecido sin que
nadie se percatara de ello.
Para Jesús, recién llegado de Galilea, con su pensa-
miento muy alejado del comercio y el trueque, la presencia
de los bueyes y los cambistas le parecía una blasfemia y un
ultraje. La casa de Dios se había convertido en un bullicioso
mercado. ¡Era, sin duda, algo imperdonable!
Tomó, pues, un látigo - había varios de ellos en derre-
dor,- echó del templo a todo ese gentío; los animales huye-

366
HISTORIA DE LA BIBLIA

ron tras sus dueños, quedando la casa de Jehová limpia de


esa vergüenza.
La muchedumbre que esperaba anhelante que ocurriese
algo se precipitó hacia el sitio de la violencia tan pronta co-
mo pudo.
Muchos juzgaban que Jesús tenía razón, pues era escan-
daloso que el templo fuese empleado como cabaña para las
vacas.
Sin embargo, otros estaban muy enfadados. Sin duda
que no era del todo deseable que hubiese tanto ruido en la
Santa de las Santas, pero tampoco correspondía a un joven
de las provincias -¿Galilea, Nazareth o alguna otra? - suscitar
un disturbio, echar abajo las mesas llenas de dinero y hacer
que los pobres cambistas tuvieran que andar de cuatro pies
para buscar sus monedas.
Por fin, otros no sabían qué hacer. Entre ellos había un
miembro del Consejo Supremo, un adicto viejo fariseo lla-
mado Nicodemo, que no podía dejarse ver en público con
quien acababa de proceder con semejante insospechable falta
de dignidad en un sitio sagrado, pero que deseaba saber qué
clase de hombre era el que se había atrevido a realizar un
acto tan precipitado.
Mandó buscar a Jesús y le ordenó que fuese a su casa en
cuanto oscureciera.
Jesús aceptó la invitación y mantuvo con Nicodemo una
conversación. El fariseo estaba convencido de que Jesús
había procedido con plena sinceridad, aunque con vehemen-
cia excesiva. Al enterarse de sus actividades en Galilea forta-

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leció su opinión, y, en su aprecio del joven nazareno, le


aconsejó que abandonase la ciudad lo antes posible.
El palacio del rey poseía sensibles oídos para todo lo
que se asemejara a una escisión de la paz. Además, los ven-
dedores de ganado y los cambistas sin duda colocarían al
pueblo contra un profeta tan enérgico, que prefería la acción
a las meras palabras.
Y así, Jesús abandonó la ciudad y, junto con sus amigos,
viajó a Galilea, vía Samaria.
Ese pobre país, tal como lo he narrado con anterioridad,
gozaba - o más bien dejaba de gozar - una reputación muy
desdichada y absolutamente inmerecida de foco de ateísmo.
Siglos antes había sido parte del viejo reino de Israel.
Después de la caída de ese país los habitantes habían sido
ahuyentados hacia el Asia y sus abandonadas granjas, entre-
gadas a los colonos de la Mesopotamia y el Asia Menor.
Junto con los pocos judíos que quedaban estos inmigrantes
habían constituido una nueva raza que se la conocía con el
nombre de samaritana.
En la opinión de los auténticos judíos, un hombre que
habitaba dentro de los límites de esa tierra era algo tan des-
preciable que no podía calificarse con palabras. Las ofensivas
expresiones con que, impensadamente, calificamos a los
forasteros que están dentro de nuestras fronteras – “gringo”,
“judío”, “extranjero” – no son más denigrantes de lo que era
"samaritano" en boca de un fariseo, para describir un ciuda-
dano de Sichem o Silo.
Como consecuencia de ello, siempre que un judío se
veía obligado a viajar a Damasco o Cesárea Filipo, pasaba a

368
HISTORIA DE LA BIBLIA

través de Samaria con toda la rapidez que su asno le permi-


tía, y no se mezclaba con los nativos más de lo necesario.
Los amigos de Jesús, buenos cumplidores de las estric-
tas leyes mosaicas, compartían plenamente el prejuicio co-
mún contra los "sucios samaritanos".
Habían aprendido la lección. Jesús, no sólo se demoró
por el camino sino que habló amistosamente con varios sa-
maritanos, y una vez hasta se sentó al lado de una fuente
para explicar sus ideas a una mujer que pertenecía la despre-
ciada raza.
Pero cuando se acercaron los discípulos y escucharon la
conversación descubrieron que las palabras de su maestro
eran mejor comprendidas por los "samaritanos", que lo que
lo habían sido por aquellos excelentes judíos que se enorgu-
llecían tan arrogantemente de su piedad y celoso cumpli-
miento de la ley.
Esa era la primera vez que se les enseñaban los princi-
pios de la fraternidad. Era asimismo el comienzo de la carre-
ra de Jesús como profeta de una nueva fe .
Los métodos de que se valía eran realmente extraños. A
veces les narraba historias a sus discípulos. Pero rara vez les
predicaba. Una palabra o una sugestión eran suficientes para
dar significado a sus ocultos pensamientos.
Pues en ésta, como en otras cuestiones, Jesús era un
maestro innato. Y, como era un gran maestro, comprendía el
corazón del hombre y era capaz de ayudar a muchos que
carecían de fuerza para ayudarse a sí mismos.
Desde el comienzo del tiempo, han existido personas
capaces de ejercer gran influencia sobre los que están aque-

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

jados de cierta enfermedad. No podían soldar huesos fractu-


rados y no les era dado terminar con una epidemia, con un
simple movimiento de cabeza; pero todo el mundo sabe que
la imaginación tiene mucha relación con la enfermedad. Si
creemos estar enfermos, experimentamos en realidad el do-
lor. Si alguien, pues, logra convencernos de que nos halla-
mos equivocados en nuestro diagnóstico de aficionado, el
dolor desaparecerá de inmediato.
Este don ha sido siempre concedido a la gente simple y
bondadosa que puede conquistarse la confianza de sus pa-
cientes y curarlos, aunque sean por completo ignorantes de
los principios de la medicina.
A Jesús, que inspiraba confianza y fe por la absoluta
honestidad de su persona y la cariñosa simplicidad de su
carácter, le era indudablemente posible ayudar a los que re-
currían a él en la agonía de sus enfermedades imaginarias.
Cuando se supo que el joven nazareno - profeta, Mesías o
cualquier otra cosa que la gente, en su ciega devoción, lo
creyese - podía dar a las personas un temporario alivio de sus
dolencias, hombres, mujeres y niños iban de - todos lados a
consultarlo para que les restituyera la salud.
La tradición, en sus ansias de narrar una mejor historia,
insistía en describir el segundo viaje a través de Galilea como
una triunfante marcha de un doctor en milagros.
Primero, en su viaje de vuelta a Cafarnaum, le devolvió
la vida al hilo de un hombre adinerado, desahuciado por el
médico local.
Luego, la suegra de Pedro, que tenía una fiebre altísima,
en un abrir y cerrar de ojos, estuvo tan bien como para hacer

370
HISTORIA DE LA BIBLIA

la comida para sus huéspedes y servirla en la mesa del hos-


pital.
Más tarde, lo visitó una interminable serie de pacientes;
gentes que creían estar rengos y que tenían que ser llevados a
presencia de Jesús en camillas; que, durante muchos años,
habían sufrido extrañas e indescriptibles dolencias; enfermos
nerviosos de todas clases, que sólo necesitaban una palabra
de aliento para hallarse en camino de restablecimiento. '
Sea cual fuere la verdad de estas historias - los muertos
rara vez resucitan,- era indudable que creaban gran excita-
ción y curiosidad en Galilea, y pronto se repetían en Jerusa-
lén.
Pero los fariseos no podían aprobarlas por completo.
Sin duda, sentíanse agradecidos hacia Jesús, por lo que había
hecho por sus conciudadanos que sufrían; pero juzgaron que
habla ido demasiado lejos al no establecer una diferencia
entré los miembros de su propia raza y los extranjeros; curar
al sirviente de un oficial romano y a la hija de una madre
griega; aliviar en sábado el dolor de una anciana que afirma-
ba estar enferma, y permitir que los leprosos tocaran el rue-
do de su manto, con la esperanza de que curara su
enfermedad.
Además, su complacencia al aceptar como discípulo un
recolector de tributos, empleado por los romanos y destaca-
do en Cafarnaum, era algo terrible. Parecía poco menos que
una traición a la causa de la muy sufrida madre patria, y va-
rias buenas personas se lo manifestaron.
Pero, aunque Jesús comprendió el motivo, no estaba
convencido de haber hecho nada malo.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Para él, todos los hombres y mujeres, recolectores de


tributos, políticos, santos o pecadores, eran lo mismo.
Reconocía y aceptaba su humanidad común.
Y, para que no cupiera duda de su firmeza en esta cues-
tión, junto con todos sus discípulos, fue a cenar a la casa de
uno de los oficiales ofensores, como si fuera un honor sen-
tarse a la humilde mesa de un paniaguado romano.
Cuando los fariseos se enteraron de ello no comentaron
nada. Pero se pasaron la voz de lo que harían si se aventura-
ba, de nuevo, a penetrar dentro de su jurisdicción. Y, cuando
Jesús regresó a Jerusalén con el objeto de pasar allí la última
Pascua hebrea de su vida, lo recibió la sorda enemistad de un
determinado grupo de hombres, que juzgaban, con razón,
que su pequeño mundo tocaría a su término tan pronto co-
mo los ideales de este extraño profeta se convirtieran en
hechos reales.

372
HISTORIA DE LA BIBLIA

25
Los viejos enemigos

EN su segunda visita, aun antes de llegar al templo, Je-


sús en abierto conflicto con las fuerzas que dominaban a
Jerusalén.
Cuando se acercó a la laguna de Bethsaida, frente a la
Puerta de la Oveja, oyó que un hombre gritaba hacia él en
demanda de ayuda. El pobre individuo había estado lisiado
durante más de treinta años, y, como muchos otros, había
oído hablar de las curas milagrosas de Galilea, de manera que
esperaba poder recuperar sus movimientos.
Jesús lo miró y luego le dijo que no tenía nada en las
piernas y le ordenó que tornara su jergón y marchase a su
hogar.
El enfermo, encantado, procedió tal como se le dijo, pe-
ro olvidó que era sábado y que estaba contra las leyes de los
fariseos cargar cualquier objeto.
En su alegría, al ver que podía caminar, marchó aprisa
hacia el templo para agradecer a Jehová su restablecimiento.
Pero los fariseos se enteraron de lo que acababa de ocu-
rrir. Como no podían permitir semejante violación de las

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

órdenes santas, sin que el culpable sufriese un escarmiento,


detuvieron al pobre hombre, que ahora tenía perfectamente
ambos miembros inferiores; le hicieron presente su transgre-
sión de la ley y de todos los precedentes, por cuyo motivo
sería castigado.
Pero el excitado hombre, como era muy natural, no es-
taba para pensar en esas cosas.
- El que me curó me ha ordenado que tomase mi jergón
y marchara a casa - repuso,- de manera que no hago sino
cumplir con lo que me ha dicho.
Luego, sin agregar más nada, se alejó, y los fariseos que-
daron presas de ira. Pero comprendieron claramente una
cosa: salvo que terminaran con esta clase de hechos, sin más
dilación, nadie podría pronosticar lo que luego sucedería.
A instigación de ellos, se reunió el Sanedrín, con el ob-
jeto de deliberar acerca de lo que se haría. Como todo los
magistrados que no están seguros de su posición, los miem-
bros del Consejo decidieron investigar la cuestión. Se le or-
denó a Jesús que compareciera ante ellos y narrase lo
sucedido. En presencia de los miembros del consejo, escu-
chó pacientemente las muchas acusaciones que le formula-
ron sus enemigos. Luego manifestó con claridad que, con la
ley o sin ella, no tenía la intención de dejar de hacer bien
porque fuese tal o cual día de la semana.
La contestación entrañaba un abierto desafío a las auto-
ridades establecidas.
Pero el Gran Consejo, que sabía la veneración que gran
parte del pueblo sentía por este hombre de Nazareth, juzgó

374
HISTORIA DE LA BIBLIA

mejor dejarlo por esta vez y aguardar otra oportunidad, en


que pudieran acusarlo de algo más definitivo.
Por entonces, comenzaban a comprender que no sería
tan fácil destruir a Jesús, como lo habían esperado. Aparen-
temente, era imposible hacerlo montar en cólera, pues nunca
demostraba malos sentimientos hacia quienes lo odiaban.
Salía airoso de todas las asechanzas, y, cuando se veía arrin-
conado narraba simples historias que colocaban de su parte
a todos sus oyentes.
El Sanedrín pues, estaba absolutamente confundido.
Era evidente que podrían haber llevado la cuestión ante el
rey; pero el monarca, cuyo título era bastante incierto, se
rehusaría a proceder sin consultar al procurador. Y, ¿cuál
sería el beneficio de tratar de explicar cualquier cosa a un
romano?.
En más de una oportunidad, Pilato ya había demostrado
su absoluta falta de simpatía hacia quienes le sometían a su
juicio alguna contrariedad de orden religioso.
En este caso procedería como tantas otras veces: pro-
metería consagrar su atención al asunto y, luego de varios
meses, saldría con que Jesús no había cometido ningún cri-
men contra la ley romana. Después archivaría el asunto y
todo quedaría como antes, salvo que la posición de Jesús se
vería robustecida notablemente por su absolución.
Por lo tanto, Herodes ofrecía la única esperanza de de-
sagravio y venganza, si se lo abordaba en la forma debida,
narrándosele con tranquilidad la cuestión. Verdad era que,
durante varios años, el rey había estado en discordia con el

375
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Consejo; pero no era el momento de recordar enemistades


personales.
El Sanedrín guardó el hacha que había estado afilando
cuidadosamente para destruir a Herodes, y fue suavemente al
palacio real, presentando una larga lista de acusaciones con-
tra la persona de un tal Jesús, que se autotitulaba profeta y
predicaba doctrinas sediciosas que trastrocarían el viejo Es-
tado teocrático - o lo que de él quedaba - y que era tan peli-
groso para la seguridad de la nación, como Juan, al que
algunas personas llamaban el Bautista, quien ahora, por
suerte, ya no podía causar más disturbios.
Herodes, tan suspicaz como su padre, escuchó con bien
dispuestos oídos.
Pero, cuando llegó el momento de arrestar a Jesús, no se
lo pudo hallar: por segunda vez, había abandonado la ciudad,
y, seguido por una siempre creciente comitiva de alumnos, se
encaminaba pausadamente hacia Galilea, donde sentíase más
a gusto que en Judea.
Desde un punto de vista secular, su carrera ya estaba
llegando a la culminación. La creencia de que Jesús era, en
realidad, el Mesías, se afirmaba en las masas, las cuales, si él
hubiera deseado guiarlas, habrían marchado contra Jerusalén
o contra todo el ejército de Roma.
Pero eso, para disgusto de ellos, estaba todavía bastante
lejos de sus sueños, pues no poseía ambiciones personales;
no trabajaba para conquistar riquezas o labrarse la gloria y el
dudoso placer de que se lo aclamara como héroe nacional.
Deseaba que el pueblo mirase más allá de los inmediatos
deseos de la tierra y buscara la compañía de ese espíritu que

376
HISTORIA DE LA BIBLIA

iba a unirlo en el amor, en la caridad y en la compasión por


sus semejantes.
No gustaba de aquellos que veían en él otro represen-
tante - aunque mejor - de ese viejo poder real que ahora se
asociaba al nombre de Herodes.
En lugar de manifestarse como el Mesías, expresaba re-
petida, clara y tan públicamente como le fuese posible, que
su vida, su propia felicidad y comodidad nada significaban
para él, sino que sus ideales acerca del parentesco de todos
los hombres y del amor de un bondadoso Dios significaban
todo.
En lugar de volver al asunto de los mandamientos, que
habían sido revelados a unas pocas personas, en medio de
los truenos, en el monte Sinaí, les decía a las masas, que lo
escuchaban en las fértiles laderas de Galilea, que el Dios de
quien hablaba era un espíritu de amor, que no conocía ni
razas ni credos. En lugar de proporcionar consejo práctico
acerca de ahorrar dinero y adquirir riquezas, advertía a sus
amigos contra esos inútiles tesoros que yacían acumulados
en el desván del avaro, donde constituyen presa fácil para los
astutos ladrones, y les pedía que hicieran de sus propias al-
mas un imperecedero depósito de buenos hechos y pensa-
mientos nobles.
Por fin, resumió toda su filosofía de la vida en un solo
discurso, el famoso Sermón de la Montaña, cuyos pasajes
más exaltados glosamos a continuación:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos
es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, por-
que ellos recibirán consuelo. Bienaventurados los mansos,

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porque recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los


que tienen hambre y sed de justicia, porque de ello se harta-
rán. Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán
misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque
verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque
serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que pade-
cen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando os vitupera-
ren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi
causa, mintiendo. Regocijaos y alegraos, porque vuestra mer-
ced es grande en los cielos, que así persiguieron a los profe-
tas que estuvieron antes de vosotros. Vosotros sois la sal de
la tierra, y, si la, sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?; no
vale más para nada, sino para ser descartada y hollada de los
hombres. Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asen-
tada sobre un monte que no se puede esconder. Ni se en-
ciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas
sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que
vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre,
que está en los cielos".
Y, como una guía cotidiana y práctica en el difícil cami-
no de la vida, les brindó esa oración que hasta la fecha la
repiten millones de gentes, cuando dicen:
"Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu
nombre. Vénganos el tu reino. Hágase tu voluntad, así en la
tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle
hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros per-
donamos a nuestros deudores. No nos dejes caer en la tenta-

378
HISTORIA DE LA BIBLIA

ción, mas líbranos de todo mal. Porque tuyo es el reino, el


poder y la gloria por siempre. amén".
Luego, habiendo bosquejado una nueva filosofía, tanto
de la vida como de la muerte, que constituía un cambio
completo de la antigua y estrecha fe de los fariseos, solicitó a
esos doce hombres, ahora sus fieles e inseparables compañe-
ros, que lo siguieran para demostrar al mundo cómo había
roto por completo con los viejos prejuicios judíos que ha-
bían convertido a su raza en el enemigo de todos los hom-
bres.
Abandonó a Galilea y visitó el territorio que, desde
tiempo inmemorial, se ha conocido como Fenicia.
Luego, volvió a surcar su comarca natal, remó a través
del río Jordán y pasó a la tierra de las Diez Ciudades, que los
griegos, que constituían la mayoría de la población, llamaban
Decápolis.
Allí, la cura de algunos dementes, que realizó entre los
gentiles, causó tanta admiración y agradecimiento como las
similares efectuadas en su tierra nativa.
Y fue allí, e inmediatamente después, donde ese Jesús
comenzó a ilustrar sus enseñanzas con aquellas simples his-
torias que atraían tanto la imaginación del pueblo que se
reunía para escucharlo, y que se han incorporado a los idio-
mas de todos los países europeos.
Sería tonto de mi parte, empero, que volviera a narrarlas
en mis propias palabras.
Tal como lo he dicho antes, no estoy escribiendo una
nueva versión de la Biblia.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Simplemente, les estoy brindando un bosquejo general


de un libro que, en particular en sus primeras partes, es algo
demasiado complicado para los lectores de nuestros apresu-
rados días.
Sin embargo, los evangelios son simples, directos y
bastante breves. Hasta los hombres más atareados pueden
lograr unas horas libres para leerlos.
Afortunadamente, han sido traducidos al inglés por un
grupo de eruditos que eran maestros en el idioma. Varios
intentos se han hecho, desde el siglo XVII, por revalorizar
las viejas ideas griegas en palabras modernas. Todos son
bastantes frustrados y ninguno de ellos ha logrado reempla-
zar la versión hecha por orden del rey Jaime, que hoy se
destaca como la suprema, lo mismo que hace tres siglos.
Si mi pequeño libro puede dar a ustedes el deseo de leer
el original, para estudiar esas sabias parábolas, para com-
prender la inmensa visión del más grande de todos los
maestros, no habré escrito en vano.
Y eso es, en realidad, todo lo que estoy tratando de ha-
cer.

380
HISTORIA DE LA BIBLIA

26
Muerte de Jesús

EL final era inevitable, por supuesto, tal como Jesús


bien lo sabría y según lo había indicado a sus discípulos y
parientes más de una vez cuando todavía se hallaba en Gali-
lea y entre sus amigos.
Durante muchos siglos, Jerusalén había sido el centro
del monopolio religioso, que no sólo brindaba grandes pro-
vechos personales para muchos de sus habitantes, sino que
dependía su continuo éxito de la más estricta observancia de
las antiguas leyes, tal como habían sido estructuradas en los
días de Moisés.
Desde el gran exilio, la inmensa mayoría del pueblo ju-
dío había insistido en vivir en el exterior. Sentíanse más feli-
ces en las ciudades ; de Egipto y Grecia, y en la península
itálica y en España o Afríca del norte, donde el comercio
fructificaba y fluía el dinero con generosidad, que en Judea,
donde el suelo estéril y agotado sólo podía rendir una débil
actividad merced a interminables horas de faena.
Cuando los persas habían permitido a los judíos regresar
a su tierra natal, había resultado imposible llevar un número

381
HENDRIK WILLEM VAN LOON

suficiente de habitantes a la ciudad, sin el empleo de los sol-


dados. Desde entonces, las condiciones no habían mejorado.
Pero los judíos, dondequiera que se encontrasen, conti-
nuaron considerando a Jerusalén, con hondo respeto, como
el centro religioso de su país; pero su madre patria halIábase
donde lograban encontrar un ;hogar cómodo y nada, sino
una fuerza absoluta, podría haberlos hecho regresar a su
tierra natal.
Por consiguiente, las gentes que vivían dentro de las
puertas de la vieja capital estaban, casi sin excepción, rela-
cionadas con el templo, así como hoy los habitantes de mu-
chas de nuestras pequeñas ciudades universitarias dependen,
directa o indirectamente, de la universidad para lograr, el pan
y la manteca diarios, y se morirían de hambre o veríanse
obligados a emigrar si la casa de estudios se viera constreñida
a cerrar sus puertas.
La aristocracia económica y espiritual de este grupo
consistía en un reducido número de sacerdotes profesiona-
les.
Luego le seguían sus ayudantes, que tenían que cuidar el
complicado ritual de las ofrendas y los sacrificios de menor
importancia. Eran, en realidad, carniceros bien adiestrados y
hábiles, interesados personalmente en el número y la calidad
de los animales que les llevaban y suministrábanles la mayor
parte de sus alimentos cotidianos.
Figuraban después los servidores comunes, que limpia-
ban el templo y lavaban el atrio por la noche, después de
retirada la concurrencia.

382
HISTORIA DE LA BIBLIA

Contábanse también los cambistas, o banqueros como


los llamaríamos hoy, que traficaban los extraños metales que
les llevaban de todas partes del mundo. Los hoteleros, posa-
deros y pensioneros integraban asimismo la población, y se
ocupaban en ofrecer alojamiento y alimentos a los cientos de
miles de peregrinos que anualmente viajaban a Jerusalén para
cumplir con la ley y adorar, en el momento indicado, en el
altar ancestral.
Luego se hallaban los comunes tenderos, sastres, zapa-
teros, vineros y fabricantes de velas, que se encuentran en
cualquier ciudad que se ha convertido en centro turístico.
Porque eso era Jerusalén: un foco religioso turístico, al
cual concurría el pueblo, no con el propósito de divertirse,
sino de realizar ciertos ritos, que, así lo creían ellos firme-
mente, no podían realizarse en otro lugar, o entre las gentes
que no fuesen aquellas que, desde tiempo inmemorial, ha-
bían desempeñado la función de sacerdotes.
Deben ustedes grabarse bien estos hechos si es que de-
sean comprender las ardientes miradas de odio que se lanza-
rían contra Jesús cuando se atrevió, una vez mas, a
presentarse en la ciudad.
Llegó el carpintero de una olvidada aldea de Galilea; el
humilde maestro cuyo gran amor llegaba aún a los pecadores
y a los colectores de tributos.
Por dos veces, ya se le había dicho que abandonase la
ciudad.
Su presencia no era bien recibida en Jerusalén. ¿Había
regresado para suscitar más discordias? ¿O se contentaría
con pronunciar un par de discursos?

383
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Verdad era que estas pequeñas conversaciones que a ve-


ces sostenía con sus compañeros parecían bastante inofensi-
vas. Pero, en realidad, eran más peligrosas de lo que se las
juzgaba. El hombre hacía siempre alusiones. No en esos
términos vagos que eran tan comunes en los doctos escribas,
a quienes les agradaba ocultar el significado de todo lo que
decían, detrás de una copiosa verbosidad de frases hebreas
que creaban una impresión de profunda erudición.
No; él empleaba palabras que todas las gentes podían
comprender. Jesús decía:
- Vosotros amaréis al ; Señor, vuestro Dios, con todo
vuestro corazón, toda vuestra alma, y toda vuestra mente.
Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo,
encierra esto: Amaréis a vuestro prójimo como a vosotros
mismos.
Y luego seguían aquellas parábolas acerca de los pasto-
res y toda clase de cosas cotidianas que iban derecho al cora-
zón del asunto.
Algunas personas habían tratado de contestar a las im-
pecables alusiones a falsos líderes y dioses indignos.
Pero Jesús los había confundido con una nueva serie de
historias, y la muchedumbre reía en forma aprobadora.
Hasta los niños habían ido a escucharlo y, como gustaban de
sus cuentos, se le colocaban en las faldas. Y Jesús dijo:
- Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis;
porque tal es el reino de Dios.
En suma, el Nazareno siempre hacía y expresaba cosas
que un rabino decente y respetuoso de sí mismo jamás ha-
bría expresado o hecho, y se comportaba en forma tan agra-

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HISTORIA DE LA BIBLIA

dable y tranquila, que la policía se sentía incapaz de interve-


nir.
¡Y qué doctrinas las que este hombre parecía sostener!
¿Acaso no había manifestado, en más de una oportuni-
dad, que el Reino de Dios era todo, y se extendía hacia un
lado y otro de las fronteras de Judea, donde residían los po-
cos elegidos de la predilección de Jehová?
¿No había acaso violado abiertamente el sábado, con el
pretexto de curar a una mujer enferma?
¿No decían en Galilea que había comido en casa de ex-
tranjeros, oficiales romanos y gentes a quienes jamás se hu-
biera permitido que traspusiesen el portal del templo?
¿Qué sería de Jerusalén, del templo, de los sacerdotes,
de los posaderos, de los carniceros y de todos, si el pueblo
de la ciudad tomaba en serio tales palabras y comenzaba a
creer que el espíritu de Dios podía adorarse lo mismo en
Damasco que en Alejandría o el monte Moría?.
Se arruinaría la ciudad, los sacerdotes, los posaderos, los
carniceros y todos los demás.
Y, cosa terrible de contemplar, toda la complicada fábri-
ca de leyes mosaicas se derrumbaría ante, esta terrible con-
signa: "Ama a tu prójimo".
Pues eso, en realidad, constituía el fundamento, de todo
lo que Jesús enseñó durante los últimos meses de su vida.
Deseaba, le imploraba al pueblo que amase ,a su próji-
mo y dejaran de reñir entre ellos. Se estrelló contra la cruel-
dad, la insensatez y la injusticia de todo lo que lo rodeaba.
Era, por naturaleza, alegre y lleno, de bromas. Para él, la vida
era alegría, y no constituía una carga. Amaba a su madre, a su

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

familia, a sus amigos. Tomaba, parte en todos los simples


placeres de su aldea. No era un ermitaño y no alentaba a los
que trataron de salvar sus almas huyendo de la vida. ¡Pero el
mundo parecía tan innecesariamente lleno de despilfarros, de
dolores, de violencias y desorden!. . .
En la simplicidad de su gran corazón, Jesús ofrecía un
remedio propio para cada enfermedad. Lo llamaba amor. Y
esta palabra. constituía el compendio de sus enseñanzas.
No le interesaba el orden existente de las cosas.
No discutía contra el imperio.
Nunca hablaba en favor de él.
Los fariseos trataron astutamente de sorprenderlo en
una expresión de sedición cuando le preguntaron qué opina-
ba del emperador. Pero Jesús sabía que todas las formas de
gobierno constituyen tan sólo una componenda, y se rehusó
a comprometerse con una opinión. Les aconsejó a sus
oyentes que obedecieran a la ley de la tierra y pensaran más
en sus propias faltas que en las virtudes o defectos de sus
gobernantes.
No exigía a sus discípulos que se apartaran de los servi-
cios del templo, sino que los alentaba a que permaneciesen
fieles a los deberes religiosos.
Poseía una sincera admiración por la sabiduría del Viejo
Testamento y constantemente se refería al libro santo en sus
conversaciones.
En resumen, evitaba decir, predicar o defender cualquier
cosa que pudiera ser interpretada como un abierto desafío a
las leyes establecidas.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Pero desde el punto de vista de los fariseos, era más pe-


ligroso que el más tremendo de los rebeldes.
Había hecho que la gente pensara por sí misma.

En cuanto a los últimos, días de Jesús, tantas veces han


sido narrados, que podemos aludir a ellos con brevedad.
Ningún momento de la vida de este gran profeta ha sido
objeto de tanta atención de las crónicas cristianas como los
que precedieron inmediatamente a su muerte.
En realidad, fue parte de la eterna lucha que se entabla
entre quienes se mantienen de espaldas al futuro y el hombre
que valientemente se atreve a mirar hacia adelante.
La última aparición de Jesús en Jerusalén constituyó un
triunfo.
Esto no significa que las gentes hubieran comenzado
realmente a comprender las nuevas ideas que él tan pacien-
temente trataba de explicarles. Pero, siempre en busca de un
héroe a quien adorar, aunque no fuese más que por breve
lapso, habían comenzado ahora a idolatrar al profeta nazare-
no, que atraía su imaginación merced a su cariñosa persona-
lidad y al valor tranquilo que exhibía en presencia de los
todopoderosos consejeros.
Se mostraban, pues, inclinados a creer cualquier cosa
que se dijera acerca de Jesús, siempre que tuviese un toque
de grandeza.
Meras curas no eran suficientes para satisfacer su primi-
tiva necesidad de excitación.

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
HENDRIK WILLEM VAN LOON

- ¿Estaba muy grave el enfermo cuando Jesús llegó a su


aldea? - preguntaban.
-¡No!
-¡El enfermo estaba a punto de muerte!
Hasta que, por fin, el pobre paciente había muerto y era
sepultado, y exhumado su cadáver, para que el hombre de
los milagros le restituyera la vida.
Esta última historia, el famoso caso de Lázaro, había
causado una profunda impresión en los crédulos campesinos
de Judea. Repetida de granja en granja, adquiría una red de
detalles fantásticos que la convirtieron en un tema popular
de las leyendas medievales y de los cuadros.
Cuando, por fin, la causa de todas esas conmociones se
decía que estaba en Jerusalén, todos deseaban verlo, y, cuan-
do Jesús traspuso las puertas de la ciudad, cabalgando sobre
su pequeño asno, la gente gritaba, le arrojaba flores e hizo
una gran bullicio, tal como lo haría siempre que encontraba
motivo.
Desdichadamente, semejante aprobación populares co-
mo una hoguera en una colina rocosa. Produce un gran in-
cendio, mas no dura mucho tiempo.
Jesús sabia esto, de manera que no se enorgullecía de
que todas estas hosannas y aleluyas significaran algo.
Las había oído antes. Y, desde entonces, otras gentes
también las han escuchado.
Si ellas hubieran sido inteligentes, no las habrían tomado
en serio. La sensatez de .estas reflexiones, aparecerá clara-
mente en las páginas siguientes.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Lo primero que Jesús hizo después de su llegada fue


buscar alojamiento. No en la ciudad misma, sino en el su-
burbio de Betania situado sobre el monte de las Olivas. Allí,
años antes, había residido a menudo con Lázaro y sus fieles
hermanas María y Marta.
Estaba muy cerca de Jerusalén y tan pronto como hubo
comido algo y descansado de la fatiga del día anterior, mar-
chó al templo y, por segunda vez, tomó un látigo y ahuyentó
a los vendedores de animales y a los cambistas.
A la mañana siguiente, muy temprano, tuvo su contesta-
ción: el Sanedrín había lanzado su desafío.
Y, cuando Jesús apareció en la puerta del templo, fue
detenido por fuerzas armadas e interrogado con qué autori-
dad había cometido el acto sacrílego de la tarde anterior.
De inmediato, se congregó una muchedumbre. Las
gentes tomaron partido.
Alguien dijo:
- Este hombre tiene razón.
Otros gritaron:
- Habría que lincharlo.
Y discutían y gesticulaban, y se habrían ido a las manos,
cuando Jesús se dio vuelta y los miró. Entonces tranquilizá-
ronse y les narró algunas otras historias.
Nada podía haber ofendido más a los fariseos.
Jesús tomó nuevamente la iniciativa y hablaba, por so-
bre las cabezas de los sacerdotes, a la multitud. Y, como ocu-
rría siempre cuando efectuaba una exhortación personal,
conquistó de inmediato la buena voluntad de su auditorio.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Fue el vencedor de esta primera batalla con las autori-


dades. Los soldados se vieron obligados a retirarse y dejarlo,
y, seguido por sus amigos, marchó tranquilamente a su alo-
jamiento. Durante el día no se lo volvió a molestar.
Pero todo esto significaba muy poco.
Cuando los fariseos ,se proponían destruir a un hombre
no cejaban hasta eliminar a su víctima. Y Jesús, que sabía
esto, al aproximarse la noche se mostró sombrío.
Había. otra cosa que le daba motivos de intranquilidad.
Hasta ahora, sus alumnos se habían mostrado muy fie-
les, y los doce que siempre lo acompañaban se amaban entre
ellos como hermanos, habiendo sufrido las dificultades mu-
tuas con ejemplar bondad.
Pero no todo marchaba bien con uno de ellos.
Se llamaba Judas y era hijo de un hombre que vivía en la
aldea de Cariot o Keriot, de modo que era judío, en tanto
que los demás eran galileos. Esto puede haber tenido alguna
relación con su actitud hacia Jesús.
En todo momento tenía la impresión de que se lo me-
nos preciaba; que los galileos trataban de sacarle ventaja; que
era víctima de origen.
Nada de esto era cierto; pero, cuando se trata de un
hombre vil, de mente mezquina, las opiniones más inofensi-
vas pueden convertirse en insultos imperdonables.
Y Judas, que parecía haberse unido a Jesús impulsado
por un entusiasmo del momento, era un bribón codicioso
con todos los odios vengativos de una persona consciente de
su inferioridad.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Poseía un gran don para los números y los otros discí-


pulos, por lo tanto, le solicitaron que fuera su tesorero y
tenedor de libros, y controlara que sus exiguos fondos se
dividiesen en forma equitativo entre los doce.
Aun en ese carácter, judas no había dado completa satis-
facción, conquistando la desconfianza de sus pocos discípu-
los. Siempre regañaba por los gastos en regalos que se le
hacían a Jesús. Más de una vez había dado públicos signos
de irritación cuando se gastaba dinero en lo que le gustaba
llamar "lujos inútiles".
Jesús le había hablado de ello, tratando de demostrarle
lo tonto y malintencionado que era experimentar resenti-
miento por un regalo que se había hecho con la mayor buena
intención.
Pero Judas no podía convencerse.
Sin embargo, no dijo nada, ni abandonó a Jesús. Conti-
nuó llamándose uno de “los doce” y escuchando con fingida
atención cuando Jesús explicaba una de sus ideas favoritas.
Pero para sí elaboraba una idea propia. La reprimenda había
herido su vanidad, de manera que decidió cometer el más
bajo de los crímenes. Iba a vengarse.
Allí en Jerusalén donde se hallaba entre su propio pue-
blo, la oportunidad para vengarse surgía con facilidad.
Cuando dormían todos los discípulos, Judas salió sub-
repticiamente de la casa, y pronto, el Gran Consejo, reunido
hasta para discutir las medidas a adoptarse, se enteró de que
había un hombre que se ofrecía para brindarles una impor-
tante información.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Dieron, pues, la orden a la guardia de que lo hiciera pa-


sar, y lo rodearon para escuchar su relato.
Judas fue derecho al corazón del problema.
¿Deseaba el Consejo apresar a Jesús?.
Sin duda que sí.
Pero ¿temía ocasionar un disturbio, en vista de la bien
conocida popularidad del Nazareno?
También era eso cierto.
Y, ¿si lo arrestaban en público y se suscitaba alguna difi-
cultad, entonces los soldados romanos serían llamados, lo
cual resultaría fatal para el prestigio de los fariseos, y los sa-
duceos se servirían del asunto con fines, políticos?
Absolutamente correcto.
Por consiguiente, sea lo que fuere que se hiciese, ¿debía
efectuarse con presteza, al amparo de las sombras y con el
menor bullicio posible?
Judas había comprendido muy bien la situación.
Pero, ¿supóngase que alguien, muy familiarizado con Je-
sús, ofreciera indicar a los miembros del Consejo la manera
de capturarlo de modo que nadie supiera nada de él hasta
que estuviese encarcelado?.
Eso se adaptaría en forma excelente a los planes del
Consejo.
¿Cuánto se hallaban dispuestos a pagar por esa valiosa
información?
Se sucedió un momento de silencio, durante el cual de-
liberaron.
Se mencionó cierta suma.
Judas aceptó.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

Concertóse el convenio.
El precio concertado era de treinta piezas de plata.

Jesús pasó sus últimas horas de libertad tranquilamente


en el suburbio de Betania.
Era el día de Pascua hebrea. Los judíos observaban esta
fiesta comiendo cordero asado y pan ázimo.
Jesús pidió a sus discípulos que fuesen a la ciudad, y re-
servaran, una habitación en una de las pequeñas posadas
para cenar todos juntos.
Cuando llegó la noche, Judas, con aspecto suave e ino-
cente, abandonó la casa, junto con los demás, y se dirigieron
al monte de las Olivas, entraron en la ciudad y se encontra-
ron con que todo estaba listo. Sentáronse a la mesa y empe-
zaron a comer.
Mas no fue una cena agradable, pues experimentaban el
terror de los próximos acontecimientos que cernían sus te-
rribles sombras sobre el pequeño grupo de fieles amigos.
Jesús habló muy poco.
Los demás permanecieron en sombrío silencio.
Por fin, Pedro no pudo tolerar más la atmósfera que
reinaba y manifestó, sin ambages, lo que estaba en la mente
de todos.
- Maestro - dijo,- deseamos saber si vos dudáis de algu-
no de nosotros.
Jesús contestó suavemente:

393
HENDRIK WILLEM VAN LOON

- Sí. Uno de vosotros, que está sentado a esta mesa, nos


traerá el desastre.
Luego, todos los discípulos se pusieron de pie, lo rodea-
ron, e hicieron protestas de inocencia.
En ese momento, Judas salió silenciosamente de la ha-
bitación.
Todos sabían lo que ocurriría, y ya no les era dado per-
manecer en la pequeña alcoba; necesitaban aire fresco, de
manera que abandonaron la posada y salieron, regresando al
monte de las Olivas, y penetraron en la huerta de un amigo
que les había dicho que concurrieran allí siempre que desea-
ran estar solos.
Se llamaba Getsemaní, por un viejo molino de aceite
que se hallaba en la esquina.
Era una cálida noche.
Todos se encontraban muy cansados. Después de un
rato, Jesús separóse del pequeño grupo. Pero tres de sus
discípulos, que estaban estrechamente vinculados a él, lo
siguieron a cierta distancia.
Pero el maestro se dio vuelta, y les indicó que aguarda-
sen y los observó mientras oraban.
Había llegado el momento de una decisión final. La hui-
da era todavía posible; pero ella significaría una tácita confe-
sión de delito y derrota de sus ideas.
El maestro se hallaba solo, en el silencio de los árboles y
libró su última batalla.
Era un hombre en la plenitud de su vida.
La vida le reservaba todavía una gran promesa.

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HISTORIA DE LA BIBLIA

La muerte, una vez que sus enemigos lo capturaran, le


llegaría en la forma más terrible.
Pero había hecho su elección.
Se quedó.
Regresó junto a sus amigos, quienes se hallaban profun-
damente dormidos.
Poco después, toda la huerta encontrábase en tumulto.
Guiados por Judas, los guardias del Sanedrín se preci-
pitaron sobre el profeta.
Judas marchaba a la cabeza y se adelantó, rodeando al
maestro con sus brazos y besándolo.
Era la señal que aguardaban los soldados.
En ese momento, Pedro comprendió lo que ocurría .
Le arrebató la espada a uno de los asaltantes y le lanzó
una estocada. Pero el hombre lo golpeó en el costado de la
cabeza, produciéndole una herida de la que, brotó la sangre.
Jesús detuvo la mano a Pedro.
No debían sucederse escenas de violencia.
El soldado no hacía sino cumplir con su deber.
Un golpe traería otro, y las ideas no sé combaten con
lanzas y espadas.
Jesús fue maniatado y llevado a casa de Anás, quien,
junto con Caifás, su yerno, actuaba de sumo sacerdote.
Ambos profirieron gritos de júbilo.
El enemigo estaba a su merced.
De inmediato, comenzó el interrogatorio.
¿Por qué Jesús había iniciado la enseñanza de esas doc-
trinas perniciosas?
¿Qué intentaba con sus ataques a las viejas ceremonias?

395
HENDRIK WILLEM VAN LOON

¿Quién le había dado el derecho de hablar en la forma


en que lo hacía?.
Jesús repuso tranquilamente que era inútil que contesta-
ra, pues los sacerdotes conocían las respuestas de sus propias
preguntas. El nunca había ocultado nada a nadie. ¿Para qué,
pues, perder el tiempo en más conversaciones?
Uno de los guardias, que nunca había oído hablar en esa
forma a un prisionero, dirigiéndose a un miembro del Sane-
drín, le asestó a Jesús un terrible golpe. Luego, los otros lo
tomaron, le ajustaron más las ligaduras y lo condujeron a
casa de Caifás, donde pasaría la noche.
Era demasiado tarde para que se reuniera el Gran Con-
sejo.
Pero, tan pronto como los excitados fariseos y los con-
fundidos saduceos se enteraron del arresto, levantáronse de
sus lechos y se precipitaron a través de la oscuridad, hasta la
habitación en la que se hallaba Jesús, esperando pacífica-
mente lo que ocurriera después.
De pronto, cerca de, la puerta se escuchó un rumor: los
guardias habían capturado a uno de sus discípulos. Uno de
sus sirvientes les había informado que ese pescador era gran
amigo de Jesús, y los había visto juntos a menudo cuando
iban a la ciudad.
El pobre Pedro estaba preso del pánico.
Las luces, el ruido y las maldiciones llenaban de terror
su corazón.
Temblorosamente, negó que hubiera conocido alguna
vez a Jesús, luego de lo cual los enfurecidos guardias lo saca-
ron de la habitación a puntapiés.

396
HISTORIA DE LA BIBLIA

Jesús quedó, de nuevo, a solas con sus enemigos.


La noche transcurrió en esa forma borrascosa; pero, a la
mañana siguiente, lo más temprano posible, se reunió el
Gran Consejo, y, sin examinar las pruebas, o escuchar las
declaraciones de los testigos, condenaron a muerte al Naza-
reno.
De acuerdo con la tradición, era el día viernes 7 de abril.
Se había logrado, pues, el propósito fundamental: los fa-
riseos habían librado a la ciudad de una gran amenaza.
Pero su obra estaba todavía inconclusa.
De los cuarteles de Roma, llegaban insistentes mensaje-
ros.
Pilatos deseaba saber qué significaba toda esa conmo-
ción, lo cual se le explicó.
Todo esto era, sin duda, muy interesante; pero, ¿podía
recordarles a los judíos que ni el rey ni su Consejo tenían el
derecho de ejecutar a un hombre sin un previo examen de
testigos, efectuado ante el gobernador romano del distrito?
Muy contra su voluntad, el Sanedrín dejó libre a su víc-
tima, y Jesús fue conducido al palacio real, donde estaba
Pilato, para ser interrogado.
Los piadosos fariseos permanecieron fuera. Era la Pas-
cua, en que ningún judío podía tocar nada que perteneciese a
los gentiles.
Pilato estaba enormemente, enojado, pues, desde su lle-
gada a Judea, se habían suscitado disturbios. Alguien siempre
lo molestaba con preguntas que él no entendía y que le pare-
cían enteramente absurdas y fútiles.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Impartió órdenes para que Jesús fuese llevado a sus ha-


bitaciones privadas, donde conversó con él. Unas pocas pa-
labras lo convencieron de que no había motivo para que se
lo condenase a muerte.
Los cargos eran absurdos, de manera que Jesús debería
ser puesto en libertad.
Pilato mandó buscar al presidente del Consejo y le in-
formó que no encontraba que el acusado, fuese culpable de
nada de lo prescripto por las leyes romanas.
Su conclusión constituyó un rudo golpe para los fari-
seos, pues su víctima podía huírseles de las manos. Por con-
siguiente, recurrieron al gobernador, a quien le dijeron que
Jesús había estado causando disturbios a su paso de Judea a
Galilea, lo cual dio a Pilato una idea.
-¿Es ese hombre un súbdito galileo o judío? - interrogó.
- Galileo - se le repuso.
- Entonces llévenlo ante Herodes Antipas, red de Gali-
lea, y que él decida - contestó Pilato, satisfecho de haber
encontrado una excusa para lavarse las manos en el asunto.
Pero Su Majestad estaba poco inclinado a asumir la res-
ponsabilidad, como también el funcionario romano. Había
ido a Jerusalén para celebrar la Pascua, y no con el objeto de
juzgar a las personas que serían ejecutadas. Mucho era lo que
había oído hablar de Jesús, a quien había imaginado como
una especie de mago.
Le pidió a Jesús que le enseñara los secretos de sus artes
de magia y el Nazareno, por supuesto, se rehusó a contes-
tarle tan absurdo pedido. Entonces terminó la entrevista. No
había razón para que los fieles estuvieran alejados de sus

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HISTORIA DE LA BIBLIA

propios compatriotas, y la multitud penetró entonces en la


sala de la corte.
- Dice que es un rey - gritaron.- Nos ha dicho que se
halla por encima de la ley.
Y todas las tontas acusaciones que por entonces se gri-
taban por las calles de Jerusalén, fueron repetidas con reno-
vada violencia.
Herodes comprendió que se suscitaría un tumulto si no
actuaba con presteza, pues era mejor sacrificar a un súbdito
impopular, que correr el riesgo de perder su trono.
- Tomad a ese hombre - ordenó.- Vestidlo como el rey
que pretende ser, y llevadlo de nuevo a presencia de Pilato.
Se encontró una sucia túnica, que le colocaron sobre los
hombros. Los guardias lo condujeron luego, junto con toda
la muchedumbre, a presencia de Pilato.
Un hombre de valor, habría podido salvar a Jesús. Pero
Pilato apenas era bien intencionado. Volvió a conversar so-
bre el caso con su esposa, quien le había dicho que tuviese
clemencia. Pero en Jerusalén sólo había una pequeña guarni-
ción, y los miembros del Consejo se tomaban por momentos
más amenazadores, pues esta vez los saduceos habían hecho
causa común con los fariseos. Eran políticos, y su interés en
la religión, sólo secundario. Temían las consecuencias prácti-
cas si se les permita a los judíos obrar con libertad y decidir
que él debía morir en beneficio del Estado. Le sugirieron
oscuramente a Pilato ciertos informes secretos, que estaban
listos para enviárselos al César, explicando en detalle lo que
ocurría, y cómo su gobernador habíase puesto abiertamente
de parte de un enemigo del imperio.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Eso significaría una destitución sin el beneficio de la


pensión.
Pilato flaqueó. Luego tuvo que ceder.
El sumo sacerdote y sus amigos podían disponer de su
víctima, y hacer con ella lo que desearan.
El Consejo se reunió para deliberar sobre el método que
se emplearía. Por regla establecida, a los criminales se los
ajusticiaba a pedradas. Pero el caso de Jesús era excepcional,
de manera que debía haber algo particularmente humillante
en la forma de su muerte. A los eslavos que huían se los cru-
cificaba, dejándoselos en la cruz hasta que morían de hambre
y sed. Decidióse que el Nazareno sufriera esta terrible
muerte.
Cuatro soldados y un capitán romanos, fueron los en-
cargados de cumplir la sentencia.
Tomaron a Jesús y lo hicieron poner de pie, colocándole
una vez más el sucio manto sobre los hombros, y ciñéndole
en la cabeza una corona de espinas. Sobre la espalda se le
colgó una cruz hecha con dos pesados troncos.
Luego, se esperó hasta que dos ladrones, condenados a
muerte al mismo tiempo, hubieran sido sacados de sus cel-
das.
En las últimas horas de la tarde, la terrible procesión
inició su marcha hacia un monte donde se habían instalado
las cruces.
Se llamaba Gólgota, por las gulgaltas o calaveras que ya-
cían alrededor.

400
HISTORIA DE LA BIBLIA

Jesús, debilitado por la falta de alimentos, mareado por


los golpes y los azotes que había recibido, apenas podía ca-
minar.
El camino estaba lleno de gentes, que lo observaban
mientras se arrastraba y transportaba penosamente la cruz,
por el empinado camino del pequeño monte.
El tumulto había cesado.
La ira del populacho tocaba a su fin.
Se eliminaba a un hombre inocente.
Oyéronse gritos en demanda de misericordia.
Pero ya era demasiado tarde. El terrible drama tuvo que
representarse hasta el amargo final.
Jesús hallábase crucificado.
Sobre su cabeza, los soldados romanos colocaron una
cinta de papel, con estas palabras: "Jesús de Nazareth, rey de
los judíos". Las escribieron en romano, en griego y hebreo,
para que todos pudieran leerlas y entenderlas, y estaban des-
tinadas a constituir un insulto para los fariseos y los sadu-
ceos, responsables de este terrible fracaso de la justicia.
Una vez introducido el último clavo, los soldados sentá-
ronse a jugar. La gente formaba un amplio círculo para ob-
servar el trágico espectáculo. Algunas de ellas eran tan sólo
curiosas. Otras, antiguos discípulos que se habían aventura-
do a regresar a la ciudad para estar con el maestro hasta el
último momento. Había algunas pocas mujeres.
Oscurecía rápidamente. En la cruz, Jesús musitaba pala-
bras que pocos entendían. Un bondadoso soldado romano
había empapado en vinagre una esponja y se la había arroja-

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

do en la punta de su pica, para mitigar el dolor de sus manos


y pies lacerados; pero Jesús la rechazó.
Merced a un último y supremo esfuerzo, se mantuvo fiel
a su conciencia y pronunció una oración.
Pidió que fuesen perdonados sus enemigos por lo que le
habían hecho.
Luego susurró:
- Ha terminado.
Y murió.
Esa misma noche, un tal José, de la aldea de Arimatea,
se dirigió a Pilato y le solicitó que le permitiese sacar de la
cruz el cadáver de Jesús y darle sepultura. Era un hombre
rico, que, durante muchos años, había escuchado las palabras
de este extraño profeta nuevo, de manera que persuadió
fácilmente al gobernador romano para que le acordase lo
pedido.
Sin embargo, cuando los fariseos se enteraron de ello,
dirigiéronse rápidamente al palacio del virrey, pues temían
que los discípulos tomaran el cadáver de su víctima, y divul-
garan el rumor de que a Jesús le había sido posible hacer lo
que había pronosticado hacía poco, cuando proclamó públi-
camente que, después de días, resucitaría.
Para evitar tal cosa, intentaron sellar la tumba y custo-
diarla. Pilato, débil y vacilante hasta el último, les autorizó
que hicieran lo que deseasen, siempre que no ocasionaran
nuevas luchas.
Pero, cuando tres días después de la tragedia, dos piado-
sas mujeres se introdujeron en el huerto para llorar, sobre la

402
HISTORIA DE LA BIBLIA

tumba de su amado maestro, los soldados yacían postrados,


las piedras habían sido separadas y la tumba estaba vacía.
Y esa noche, los temblorosos discípulos podían contarse
la gloriosa noticia:
- En verdad, nuestro maestro era el Hijo de Dios, pues
ha resucitado.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

27
La fuerza de una idea

LA enseñanza de Jesús, constituía la más noble expre-


sión del alma humana buscando felicidad en el ejercicio del
amor y la justicia.
Y esto explica la sobrevivencia y el triunfo final de una
idea, que tantas gentes, durante tantos siglos, han tratado de
destruir.
El mundo en el cual vivió Jesús estaba muy mal equili-
brado.
Los que ocupaban el sitio de los poderosos, poseían
demasiado y quienes vivían en la esclavitud, eran dueños de
muy poco.
Pero estos últimos superaban en número a los otros, en
una proporción de mil a uno.
Entre los más pobres, se oyeron, por vez primera, las
palabras de Jesús; sus lecciones de bondad, su seguridad de
que el Poderoso Espíritu que domina el universo era un es-
píritu de amor, fueron discutidas y aceptadas también entre
ellos.

404
HISTORIA DE LA BIBLIA

A esas simples gentes nunca habían tocado las plausibles


filosofías de los Escépticos y los Epicúreos.
No sabían leer ni escribir.
Pero poseían, sin embargo, oídos para escuchar.
Para sus amos, eran poco más que las vacas que pacían
en los campos.
Vivían, morían, se los olvidaba y nadie lamentaba sus
pérdidas.
Luego, de pronto, la puerta de su cautiverio se abrió de
par en par, y se les brindó un rayo de la verdad de que todos
los hombres son hijos de un Padre Celestial.
Como era de esperarse, las primeras personas en aceptar
la nueva fe fueron los judíos que vivían en la misma comu-
nidad; que habían podido oírlo, sentir el encanto de sus pa-
labras y ver la luz intrépida de sus ojos.
Hace algunos siglos, la Edad Media, en su ingenua
aceptación de toda la tradición escrita, concibió un feroz
odio hacia los judíos, porque algunos de ellos habían sido
directamente responsables de quien llamaban hijo de Dios.
Esta actitud era absolutamente insostenible, según he-
mos llegado a comprender desde entonces.
Jesús era un judío. Su madre, sus amigos y discípulos
también lo eran.
Rara vez abandonó la comunidad judía en la cual se ha-
bía criado. Mostrábase muy gustoso de alternar con los ex-
tranjeros, con los griegos, los samaritanos, los fenicios, los
sirios y romanos; pero vivió y murió por su propio pueblo y
fue sepultado en suelo judío.

405
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Fue el último de los profetas judíos, y un descendiente


directo de esos intrépidos líderes espirituales que han apare-
cido en todas las crisis nacionales.
No; los fariseos y saduceos que mataron a Jesús eran ju-
díos sólo en el sentido más estrecho y fanático de la palabra.
Eran los defensores egoístas de un credo intolerante, que
había sobrevivido a su utilidad, por muchos cientos de años.
Representaban administradores, nombrados por sí mismos,
de un afrentoso monopolio de santidad externa.
Cometieron un terrible crimen; pero lo cometieron co-
mo miembros de un partido político y religioso, y no como
judíos. Y, si carecían de rivales en su odio hacia el nuevo
profeta, otros de su raza eran igualmente obstinados en el
amor que experimentaban hacia el maestro asesinado.
Y fue entre esos fieles discípulos, que vivían en la tierra
de Galilea y Judea, donde se fundó la primera comunidad
cristiana, la primera conjunción de gentes que creían que
Jesús era Cristo, o Ungido.
No es muy correcto hablar en este sentido de una co-
munidad cristiana, pues ese nombre no se empleó hasta va-
rios años más tarde, en la ciudad de Antioquía, en el Asia
Menor. Pero la comunidad de discípulos existía y prosperó, y
los miembros se reunían, con regularidad, casi bajo la som-
bra de la cruz, en la misma ciudad de Jerusalén, que había
impuesto a Jesús una muerte tan terrible.
Sin embargo, pronto se suscitaron disensiones, constitu-
yéndose pequeños grupos, integrados por los que compar-
tían las mismas ideas y no podían ponerse completamente de
acuerdo con sus vecinos. Algunos, como Esteban, familiari-

406
HISTORIA DE LA BIBLIA

zado con las filosofías griegas de la hora, comprendieron que


debía haber una escisión definitiva entre lo viejo y lo nuevo,
y que no había sitio en la iglesia para el austero Jehová de
Moisés y el bondadoso Dios que predicaba Jesús.
Pero, cuando decían esto, los otros se levantaban en su
ira y los mataron, porque parecían estar en favor de derribar
todas las barreras erigidas contra los extranjeros, que todavía
eran algo horrible en la opinión de aquellos cuya infancia
había transcurrido a la vista del templo.
Después, sin embargo, la brecha ensanchóse. En menos
de una docena de años después de la muerte de Jesús, a sus
enseñanzas se les había imprimido una forma definitiva, que,
por siempre, separó a los cristianos de los judíos, como sepa-
ra a los budistas de los mahometanos.
Desde ese momento, resultó absolutamente fácil que la
doctrina se divulgara a través del Asia occidental.
La sabiduría de la vieja ley judía yacía sepultada en el ol-
vidado idioma hebreo.
Pero, todo lo relacionado con Cristo, fue escrito en
griego, y Alejandro de Macedonia había hecho que ese idio-
ma fuese el lenguaje internacional de la antigüedad.
Estaba preparada la escena.
El mundo de Occidente hallábase listo para escuchar el
mensaje proveniente de Oriente.
Necesitábase un hombre que pudiera llevar Galilea a
Roma.
Y llegó.
Pablo era su nombre.

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DANIEL NAVA TORRESBLANCAS (VAGONDMX@HOTMAIL.COM)
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28
EL triunfo de una idea

A PABLO lo conocemos bien.


Históricamente hablando, lo conocemos, en verdad,
mucho mejor que a Jesús. Los Hechos de los Apóstoles, el
quinto libro del Nuevo Testamento, que sigue a los Evange-
lios, consagra a su vida y su obra dieciséis capítulos. Y, en las
cartas que escribió cuando viajaba entre los gentiles del
Oeste, hallamos una minuciosa descripción de sus doctrinas.
Era hijo de padres judíos, que vivían en la ciudad de
Tarso, en el distrito de Cilicia, en el extremo noroeste del
Asia Menor. Esta pareja dio a su hijo el nombre de Saúl.
Estaba bien relacionado; tenía parientes en todas las
comarcas del imperio, y, cuando era muy joven, fue enviado
al colegio a Jerusalén. Allí, su posición era algo anómala,
porque, a pesar de ser judío, era ciudadano romano. Este
honor parecía haberle sido conferido a su padre por ciertos
servicios prestados a Roma. En aquellos días, constituía un
pasaporte que permitía a su poseedor muchísimos privile-
gios.

408
HISTORIA DE LA BIBLIA

Después de terminar su educación - la convencional


educación de todos los muchachos judíos -, Saúl era apren-
diz de fabricante de tiendas, y luego se estableció por sí solo
en ese negocio.
Adiestrado en la escuela estricta de los fariseos, el joven
Saúl estaba en cuerpo y alma de parte del Gran Consejo
cuando ejecutó a Jesús. Después, se unió en forma vehe-
mente al grupo de jóvenes patriotas que trataban de destruir
las sediciosas doctrinas que el odiado Nazareno había trata-
do de divulgar a través de Galilea y Judea. Estuvo presente
cuando a Esteban lo mataron a pedradas, y no levantó un
dedo para salvar al pobre hombre, que fue el primer mártir
que dio su vida por la nueva fe.
Pero, como siempre se hallaba al frente de un grupo de
jóvenes pendencieros, que, en nombre de la vieja ley, come-
tían nuevos crímenes, estaba en contacto casi cotidiano con
los seguidores de Jesús.
Los primeros cristianos, en tremendo contraste con la
mayoría de sus contemporáneos, observaban una conducta
ejemplar.
Vivían vidas sobrias y abstemias, no faltaban a la verdad,
daban ayuda generosa a los pobres, compartían sus posesio-
nes con sus necesitados vecinos e iban a las horcas llevando
una oración en sus labios para quienes los perseguían.
Al principio, Saúl estaba confundido.
Luego, empezó a comprender que Jesús debía ser algo
más que un agitador revolucionario, para haber inspirado
semejante devoción en gentes que ni siquiera lo había visto
nunca.

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

Era un discípulo muy aprovechado. Jesús había sido un


maestro muy inteligente. De súbito, Saúl comprendió a Je-
sús, y se rindió a la voluntad del Maestro desconocido.
Su conversión tuvo lugar en un solitario camino.
Saúl marchaba rumbo a Damasco. Las autoridades de
Jerusalén habíanse enterado de que un grupo de judíos de
esa ciudad, comenzaba a demostrar inclinación hacia las
doctrinas cristianas. El sumo sacerdote le había entregado a
Saúl cartas de su colega en Damasco, solicitándole que se
rindieran esos herejes y fuesen llevados a Jerusalén, para
entablarles juicio y ejecutarlos.
Saúl había marchado a entregar el mensaje tan feliz co-
mo un niño. Pero antes de llegar a la capital de Siría, tuvo
una visión.
Sus ojos ciegos recobraron la vista.
Jesús tenía razón, y el sumo sacerdote estaba equivoca-
do.
Era la lógica conclusión a la que millones de personas
han arribado desde entonces.
En lugar de presentar sus credenciales y solicitar que los
disidentes fuesen entregados a su custodia, Saúl se dirigió a
Ananías, líder de la comunidad de Damasco, y le rogó que lo
bautizara.
Desde ese momento, se llamó Pablo y con este nombre
conquisto fama como el apostol de los gentiles.
Abandonó su profesión y, a pedido de Barnabás, viejo
convertido de la isla de Chipre, marchó a la ciudad de An-
tioquía, donde el nombre de cristiano se daba, por vez pri-

410
HISTORIA DE LA BIBLIA

mera, a los que aceptaban a Jesús y ya no adoraban a la vieja


sinagoga.
Pablo permaneció en Antioquía sólo un breve lapso y
luego comenzó esa vida de misionero, que lo llevó a las cua-
tro esquinas del imperio, y le dio como recompensa final una
tumba de mártir en un desconocido cementerio romano.
Al principio, trabajó principalmente entre las ciudades
costeras del Asia Menor, y logró muchos convertidos. Los
griegos lo escuchaban con evidente placer, pues podían se-
guir el hilo de su razonamiento y sentíanse impresionados
por el tacto empleado para vencer sus objeciones, de manera
que se unían gustosos a la nueva fe.
Pero los pequeños grupos de judíos-cristianos, que se
encontraban en la mayor parte de los puertos del Mediterrá-
neo, odiaban a Pablo y hacían todo lo posible para que su
trabajo fracasara.
Prejuicios heredados de veinte generaciones de antepa-
sados ortodoxos no pueden borrarse en un minuto. A esas
buenas gentes les parecía que Pablo estaba yendo demasiado
lejos; que era cordial en demasía, con los partidarios de Zeus
y Mithras; que debía ser, en primer término, judío, y que sus
ideales cristianos debían ser de secundaria importancia, y
adaptarse, todo lo más posible, a las viejas leyes mosaicas.
Cuando Pablo trató de demostrarles que los dos no te-
nían nada en común; que uno no podía servir a Jehová, y al
Dios de Jesús al mismo tiempo, su disgusto se trocó en
abierto odio.
Varias veces trataron de asesinar al odiado fabricante de
tiendas, hasta que Pablo comenzó a comprender que el cris-

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

tianismo, si es que iba a sobrevivir, debía atraer a un público


enteramente diferente, y romper, en forma definitiva e ine-
quívoca, con el judaísmo.
Permanecía aún en el Asia Menor; pero, finalmente, en
Troas, puerto marítimo situado no muy lejos de las ruinas de
la vieja ciudad de Troya, a la cual había cantado Homero,
decidió marchar Europa.
Cruzó el Hellesponto y se dirigió a Filipos, importante
ciudad situada en el centro de Macedonia.
Se hallaban ahora en el viejo país de Alejandro, y, allí,
conociendo el idioma griego, predicó la palabra de Jesús a su
primer auditorio occidental.
Antes de que hubiera hablado más de un par de veces,
fue arrestado.
Pero el pueblo había gustado de él, de manera que le hi-
zo posible su huida.
Sin acobardarse por esta infortunada experiencia, deci-
dió atacar al enemigo en su propia fortaleza, así es que diri-
gióse Atenas. Los atenienses escucharon sus palabras
cortésmente. Pero habían conocido tantas nuevas doctrinas
durante los últimos cuatrocientos años, que esos misioneros
ya no despertaban el interés pueblo.
En ningún momento se interpusieron obstáculos a la la-
bor de Pablo, pero nadie le solicitó el bautismo.
En Corinto, conquistó un gran éxito, tal como nos ente-
ramos por dos cartas que escribió luego a la congregación de
esa ciudad, y en las cuales explicaba algo más acerca de sus
ideas, que, con el correr del tiempo, se alejaban cada vez más

412
HISTORIA DE LA BIBLIA

de las viejas fórmulas que todavía eran tan queridas de los


judíos-cristianos.
A la sazón, Pablo había pasado varios años en Europa.
El fundamento de toda futura obra misionera había sido
echada, de manera que podía regresar a su propio mundo del
Asia Menor.
Primero visitó Efeso, en la costa occidental. En esa ciu-
dad, desde tiempo inmemorial, había habido un templo a
Diana. Esta diosa, a quien los griegos la llamaban también
Artemisa, hermana melliza de Apolo, era algo más que la
diosa de la luna. El pueblo creía que ella podía ejercer in-
fluencia sobre todos los seres vivos y, en la imaginación de
él, era más poderosa que su padre Zeus, así como durante la
Edad Media, María, la madre de Jesús, era juzgada digna de
mayor homenaje que su hijo.
Pablo, ignorando las condiciones de la ciudad, solicitó
permiso para hablar en el local de la sinagoga, cosa que le fue
concedida, pero luego cancelada tan pronto como los judíos
oyeron algunos de sus sermones. Entonces alquiló la sala de
conferencias de un ex-filósofo griego, y, durante dos años,
dirigió lo que podríamos llamar el primer seminario teológi-
co judío.
Efeso, como Jerusalén, era una ciudad que ejercía mo-
nopolio religioso. Los servicios en el templo de Diana brin-
daban beneficios a muchas personas.
Concurrían no pocos visitantes y efectuábanse ofrendas.
Constituía un activo comercio la venta de estatuas de Diana,
que los peregrinos llevaban a sus casas, lo mismo que hoy

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

adquirimos las de la Madona, de Lourdes, y las imágenes de


Pedro, en Roma.
Por supuesto que ese negocio velase amenazado, si Pa-
blo lograba éxito, y destruía la antigua creencia en los pode-
res . sobrenaturales de la diosa creadora de maravillas. Los
orfebres, los plateros y los sacerdotes del templo, procedie-
ron exactamente en la misma forma en que lo hicieron sus
colegas de Jerusalén, algunos años antes. Trataron de matar a
Pablo de idéntica manera en que los fariseos y saduceos ha-
bían asesinado a Jesús.
Pero, advertido del peligro, Pablo huyó. Mas su obra
había side realizada.
La comunidad cristiana de Efeso era demasiado vigoro-
sa para ser destruida y, aunque Pablo nunca visitó después la
ciudad, ella se convirtió en el centro más importante del an-
tiguo mundo cristiano, y varios de los primeros Consejos
que imprimieron a las nuevas doctrinas su forma final, cele-
bráronse en esa ciudad, tal como ustedes pueden leerlo en
las crónicas de los siglos I y II de nuestra era.
Pablo estaba ahora envejeciendo.
Había sufrido muchos contratiempos e ignoraba si vivi-
ría mucho tiempo.
Antes de su fallecimiento, decidió visitar de nuevo el es-
cenario de la muerte de su maestro.
Muchas personas lo advirtieron en el sentido de que no
lo hiciese.
La llamada comunidad cristiana de Jerusalén era, en rea-
lidad, una rama de la fe judaica. El propio nombre de Pablo
era execrado por quienes no podían perdonar al apóstol su

414
HISTORIA DE LA BIBLIA

amor por los gentiles. Su éxito en Grecia no contaba en la


ciudad todavía dominada por el espíritu de los fariseos.
Pablo se rehusó a creer en esa advertencia; pero, tan
pronto como hubo puesto sus pies en el templo, fue recono-
cido, y, de inmediato, se reunió una muchedumbre que in-
tentó lincharlo.
Las tropas romanas, empero, llegaron en su ayuda y lo
condujeron al castillo.
No sabían exactamente qué hacer con él. Al principio,
Io juzgaron un agitador revolucionario, llegado de Egipto a
Judea para suscitar disturbios. Pero, cuando demostró que
era un ciudadano romano, le pidieron disculpas y quitaron
las esposas que le habían colocado como medida de precau-
ción.
Lisias, comandante de la guarnición de Jerusalén, se en-
contró en la misma situación que Pilato estuvo años atrás.
No poseía motivos para proceder contra Pablo; pero te-
nia la obligación de mantener el orden.
Le permitió a Pablo que se presentase ante el Gran
Consejo y la ciudad se vio de nuevo al borde de la guerra
civil.
Los fariseos y los saduceos hacía tiempo que se habían
arrepentido de su apresurada coalición para asesinar a su
común enemigo, Jesús, y se trabaron en una serie de agrias
disputas, que, para siempre, mantuvieron al pueblo de Jeru-
salén en un tumulto de excitación religiosa.
Bajo tales circunstancias, a Pablo le resultaba imposible
esperar un juicio imparcial, y Lisias, con bastante sensatez,

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lo llevó a su castillo, donde se hallaba a resguardo del popu-


lacho.
Y luego, tan pronto como pudo, sin atraer demasiado la
atención pública, lo envió a Cesárea, donde residía el procu-
rador.
Allí permaneció durante más de dos años, tiempo du-
rante el cual gozó de una libertad casi absoluta.
Pero, cansado de las interminables acusaciones que
formulaban contra él los miembros del Sanedrín, pidió, por
fin, que se lo trasladara a Roma y permitiérasele explicar su
caso al emperador, como tenía el derecho de hacerlo, en su
carácter de ciudadano romano.
En el otoño del año 60, partió para la Ciudad Eterna.
El viaje fue casi desastroso, pues el barco que llevaba el
apóstol naufragó, siendo lanzado contra las rocas de la isla
de Malta.
Después de tres meses de demora, otro barco lo trans-
portó, junto con sus compañeros de viaje, al territorio italia-
no, llegando a Roma en el año 61.
Allí también parece haber gozado de bastante libertad,
pues los romanos no tenían, en realidad, nada contra él.
Simplemente, deseaban que estuviese en Jerusalén, donde su
presencia podía causar disturbios. No estaban interesados en
la teología judía y, sin duda, no tenían la intención de juzgar
a un hombre por crímenes que no se reconocían como tales
en sus cortes.
Ya que no constituía una amenaza para la seguridad del
Estado, se le permitió viajar a voluntad, sacando el mayor
partido de su inesperada oportunidad.

416
HISTORIA DE LA BIBLIA

Alquiló una tranquila habitación en uno de los barrios


más pobres y se dedicó de nuevo a sus tareas de misionero.
Su valentía, durante estos últimos años, fue sublime. Era
un anciano, casi quebrantado por las dificultades de las últi-
mas dos décadas. Pero los encarcelamientos, los azotes, los,
apedreos – que una vez había recibido, con resultados casi
fatales, a manos de sus propios compatriotas -, los intermi-
nables viajes por agua, a pie y a caballo, el hambre y la sed,
no constituían nada comparados con la oportunidad de ex-
plicar personalmente los ideales de Jesús, en la capital del
mundo civilizado.
Ignoramos durante cuánto tiempo continuó predicando
qué fue luego de él finalmente.
En el año 64, ocurrió una de esas erupciones anticristia-
nas sin sentido, que pronto serían populares. El emperador
Nerón agitó al populacho, cuando comenzó a saquear y ma-
tar a todos los que profesaban la nueva fe.
Pablo parece haber sido una de las víctimas del pogrom.
Después de ese día, no lo volvemos a ver mencionado.
Pero la iglesia moderna se yergue como un monumento
a su genio.
Pablo constituyó el puente de unión entre Galilea y
Roma. Salvó al cristianismo de que degenerara en otra pe-
queña secta judía, convirtiéndolo en la religión de todo un
mundo.

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29
El establecimiento de la iglesia

DE Pedro, cuyo nombre está tan estrechamente vincu-


lado con el cambio de nuestro centro espiritual, de Jerusalén
a Roma, sabemos mucho menos que de Pablo.
Lo vimos por última vez cuando, presa de terrible aflic-
ción, huyó de la casa de Caifás, después de haber negado que
conocía a Jesús. Luego, captamos un destello suyo en la cru-
cifixión. Después, durante muchos años, lo perdemos de
vista por completo, hasta que surge como un satisfactorio
misionero, que escribe interesantes cartas desde ciudades
distantes, a las cuales viajaba con el objeto de predicar la
palabra de su amo.
Hombre de inferior cultura a la de Pablo, ya que era un
simple pescador del mar de Galilea, Pedro carecía de ese
magnetismo personal que convirtió a aquél en la figura do-
minante de toda sociedad en la que actuase, ya fuese la judía,
la griega, la romana o la cilicia.
Pero la momentánea cobardía demostrada en el juicio
seguido contra Jesús, no debe hacernos creer que estaba
exento de valor.

418
HISTORIA DE LA BIBLIA

Algunos de los soldados más arrojados y de los regi-


mientos de mayor fama han realizado actos extraños en
inesperados momentos. Sin embargo, luego, al recobrar la
razón, invariablemente han compensado su rápida caída en
desgracia, recobrando la fidelidad en el cumplimiento de su
deber.
Y eso sucedió con Pedro.
- Además, era un hombre poseedor de dotes personales,
y que realizaba obras útiles en forma eficiente. Consciente de
sus propias limitaciones, dejaba la labor más espectacular en
manos de Pablo, que pasaba sus días en el extranjero, y de
Santiago, hermano de Jesús, que se había convertido en el
reconocido jefe de la Iglesia en el viejo país.
Mientras tanto, él conformábase con países menos im-
portantes de las afueras de Judea, y, junto con su fiel esposa,
transitó por los largos caminos de Babilonia hasta Samaria,
de Samaria a Antioquía, manifestando al pueblo lo que Jesús
le había enseñado en los viejos días en que pescaban juntos
en el mar de Galilea.
Ignoramos qué fue lo que, por fin, lo llevó a Roma.
En un sentido estrictamente histórico, no poseemos
datos recomendables acerca de este viaje de Pedro. Pero, el
nombre del apóstol está tan estrechamente vinculado con las
primeras evoluciones de la iglesia como una institución
mundial, que debemos consagrarle algunas palabras a este
maravilloso anciano, a quien Jesús amó más que a los otros.
Un cronista, que escribió a mediados del siglo II, men-
ciona que Pedro y Pablo habían trabajado en Roma al mismo

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

tiempo y habían sido asesinados por el populacho en el tér-


mino de pocos meses.
Esa matanza en gran escala de los herejes, constituía un
nuevo punto de partida en la historia de Roma.
La anterior indiferencia del gobierno de Roma hacia los
partidarios de Jesús, comenzaba gradualmente a trocarse en
odio.
En tanto que los cristianos habían sido tan sólo "gentes
extrañas", que se reunían ocasionalmente en oscuras casas de
igualmente oscuras partes de la ciudad, para inspirarse entre
sí con las historias acerca del Mesías, que había muerto como
un esclavo huido, no se temía peligro alguno emanado de sus
reuniones.
Pero, como gradualmente las palabras de Cristo comen-
zaron a conquistar a sectores cada vez más numerosos de los
pueblos, la paciencia de las autoridades se agotaba.
Era la vieja historia.
Primero, los que dependían de la adoración de Júpiter
para su subsistencia, comenzaron a quejarse de que perdían
dinero, pues la gente desertaba de los templos; los romanos
brindaban todo su oro a una divinidad extranjera de oscuro
origen, y la pérdida de los vendedores de ganado y los sacer-
dotes, era muy considerable.
Habiéndose asegurado la colaboración de la policía, los
partidos interesados comenzaron una campaña de matanza
contra los cristianos. El populacho semi-salvaje, integrado
por campesinos desheredados, que vivían en forma misera-
ble en los suburbios, se deleitaba escudando las viles acusa-
ciones dirigidas contra sus vecinos, que los ofendían con la

420
HISTORIA DE LA BIBLIA

decencia de su conducta. Estas gentes se miraban significati-


vamente cuando las amas de casa romanas hablaban de "los
cristianos que mataban a las criaturas todos los domingos y
les succionaban la sangre, para agradar a su dios", y sugerían
que había llegado el momento de "hacer algo".
Poco importaba que todos los autores recomendables
de la época estuvieran de acuerdo en la santidad de las vidas
de los vecinos cristianos, y los mencionaran como ejemplos
para los romanos, que siempre estaban lamentando la desa-
parición de los "buenos viejos tiempos", mientras practica-
ban todos los vicios de los malos nuevos días.
Pero existía aún otro grupo más poderoso que, por mo-
tivos puramente egoístas, temía el éxito del cristianismo.
Eran los nigromantes, los místicos orientales y los divulga-
dores de nuevos misterios que recientemente habían impor-
tado, "exclusivamente" del Oriente, quienes se encontraron
con que sus negocios se arruinaban. ¿Cómo podían esperar
competir con un grupo de hombres y mujeres que preferían
vivir en la pobreza y se rehusaban a cobrar un solo denario
por explicar las doctrinas de su maestro galileo?
Todos estos partidos diferentes, inspirados en la avari-
cia, pronto hicieron causa común y se dirigieron a las autori-
dades para denunciar a los cristianos, como criminales
perversos y sediciosos, que conspiraban contra la seguridad
del imperio.
Las autoridades romanas no se asustaron con facilidad,
de manera que, durante largo tiempo, demostraron poca
voluntad de tomar una actitud definida. Pero las extrañas
historias acerca de los cristianos continuaban repitiéndose,

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

primero aquí y luego allí, con tal lujo de detalles que parecían
basarse en sólidos hechos.
Mientras tanto, los propios cristianos, en su deseo celo-
so de un mundo nuevo y mejor, ayudaban a las sospechas
mediante ciertas referencias al Día del juicio, en que todo el
planeta sería purgado por el rayo del cielo.
Cuando Nerón, en estado de ebriedad, prendió fuego a
la mayor parte de su propia capital, la gente recordó las pro-
fecías cristianas, que pronosticaban la destrucción de todas
las grandes ciudades.
En un acceso de terror, los romanos perdieron todo
sentido de la realidad.
Judíos y cristianos fueron capturados como ratas, y lan-
zados a las prisiones. Las torturas los hicieron confesar los
complots más increíbles contra el Estado. Durante semanas,
los ejecutores y las bestias salvajes estuvieron ocupados, y,
en una de esas oportunidades, Pablo y Pedro fueron acuchi-
llados.
Pero, tal como los romanos lo comprobarían, los márti-
res resueltos son quizá la mejor propaganda de un nuevo
credo. Hasta entonces, la doctrina cristiana había hallado la
mayor parte de sus adherentes en las cocinas. Ahora, las salas
comenzaban a interesarse en ella. Antes del final del siglo I,
muchos altos funcionarios y mujeres nobles, habían sido
ejecutados por sospechárseles inclinación cristiana, y se ha-
bían mostrado reacios a exhibir lealtad al imperio, efectuan-
do ofrendas a los viejos dioses.
Las persecuciones originaban resentimientos, y los cris-
tianos, que, al principio, habían sido muy dóciles y humildes,

422
HISTORIA DE LA BIBLIA

comenzaron, por fin, a tomar medidas para defenderse.


Cuando ya no había seguridad en las reuniones al aire libre, o
en el comedor de una casa de familia, la iglesia actuó en for-
ma subterránea.
Abandonadas canteras de piedra, situadas en las vecin-
dades de Roma, eran transformadas, con presteza, en igle-
sias, y allí se reunían los fieles una vez por semana para
escuchar los sermones de los piadosos ministros errantes, y
con el objeto de hallar alivio, repitiendo las historias narradas
hacía un siglo por el carpintero de Nazareth.,
Esto convirtió a todos los cristianos en miembros de
una sociedad secreta, cosa que antes no habían sido.
Los funcionarios romanos, por buenas y numerosas ra-
zones, temían a las sociedades secretas más que a nada. En
un país en el cual el ochenta por ciento de la población lo
constituyen esclavos, no había seguridad en permitir reunio-
nes subrepticias, que no podían ser controladas por la poli-
cía.
De las provincias, comenzaron a llegar informes acerca
de la divulgación de las tribulaciones cristianas. Algunos go-
bernadores sensatos no perdieron el sentido de la propor-
ción y aguardaron pacientemente, hasta que el pueblo
hubiera reconquistado la calma. Otros fueron sobornados
por sus súbditos cristianos, para que guardaran silencio. Y,
por fin, otros organizaron pogroms y trataron de buscar el
favor del emperador, realizando ejecuciones en masa de
hombres, mujeres y niños que, en alguna forma, pudieran
estar relacionados con el sospechoso "misterio galileo".

423
HENDRIK WILLEM VAN LOON

Por doquier, y en todo momento, las autoridades se en-


contraban con la misma contestación de parte de sus vícti-
mas. Invariablemente, negaban toda culpabilidad, y su
magnífica conducta en el cadalso les conquistaba tantos ami-
gos, que a las ejecuciones públicas seguía el aumento de can-
didatos para la confraternidad cristiana.
A la verdad, cuando terminaron las persecuciones, las
pequeñas congregaciones habían llegado a tales proporciones
que se hizo necesario nombrar ciertos funcionarios, cuya
labor residía en representar a la iglesia ante la ley, y adminis-
trar los fondos que las personas piadosas daban para caridad
y atención de los enfermos.
Primero a algunos de los hombres más ancianos, llama-
dos presbíteros, se les pidió que se hicieran cargo del manejo
de los asuntos diarios de la comunidad.
Luego, en beneficio de una colaboración más eficaz, un
número, de iglesias, en determinada ciudad o distrito, com-
binaban sus fuerzas y nombraban un obispo o supervisor
general para dirigir su política común.
Estos obispos, por la propia naturaleza de sus funcio-
nes, se suponía que eran los directos sucesores de los após-
toles. Naturalmente, que, a medida que la iglesia se
enriquecía, su poder aumentaba. Y, por supuesto, el obispo
de una aldea de Judea o Asia Menor, tenía menos influencia
que el de una gran ciudad de Italia o Francia.
Era inevitable que los demás obispos consideraran a su
colega de Roma, con cierto grado de respeto y reverencia, así
como que en Roma, la ciudad que había estado acostumbra-
da a gobernar los destinos del mundo, durante casi quinien-

424
HISTORIA DE LA BIBLIA

tos años, hubiera un mayor número de hombres experi-


mentados en cuestiones de Estado y diplomacia.
Resultaba, pues, lógico, que en los días de la decadencia
romana, cuando ya no había oportunidad para que jóvenes
enérgicos hicieran carrera en el ejército, o en el servicio civil,
se inclinaran hacia la iglesia con el fin de buscar una válvula
de escape para sus ambiciones y sus necesidades de empren-
der algo.
Pues, desdichadamente, el viejo imperio había caído en
días aciagos.
Pero, los manejos económicos, habían empobrecido a
los pequeños campesinos que, desde el comienzo de la repú-
blica constituyeron el estado mayor de los ejércitos, y que
ahora se desplazaban hacia las ciudades, sedientos de pan, y
diversiones.
Los disturbios surgidos en el centro de Asia, habían lle-
vado grandes hordas de bárbaros hacia el Oeste, que regu-
larmente irrumpían en el territorio que, durante
generaciones, había estado en posesión de Roma. Pero la
desorganización en las provincias no era nada comparada
con las condiciones políticas de la capital. Por el trono, des-
filaba un emperador tras otro, los cuales eran asesinados
dentro de los muros del palacio, por mercenarios extranje-
ros, verdaderos amos del Estado.
Por fin, los emperadores romanos ya no consideraban
seguro residir en su propia ciudad. Los sucesores del César
abandonaron las orillas del Tíber y fueron a vivir a otra co-
marca, ocurrido lo cual, los obispos de Roma se convirtie-
ron, automáticamente, en los hombres de mayor influencia

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HENDRIK WILLEM VAN LOON

de la comunidad, y asumieron la completa dirección de los


actos. Representaban el único poder bien organizado que
quedaba, y los emperadores, alejados de la vieja capital, nece-
sitaban su apoyo para conservar algo que se pareciera al
prestigio en la península itálica, y mostrábanse dispuestos a
dar cualquier cosa por ello.
En el año 313, un formal edicto de tolerancia, puso
punto final a persecuciones ulteriores. Un siglo más tarde,
Roma era la reconocida capital espiritual de Oriente y Occi-
dente, del Norte y del Sur.
La Iglesia se irguió triunfante.
Y, desde entonces, por sobre el fragor de la batalla y la
lucha se han oído las palabras del profeta de Nazareth, soli-
citando, a quienes lo amaron, que curasen las enfermedades
de este mundo, mediante el profundo amor, que comprende
todas las cosas.

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