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CHRISTIE GOLDEN

PRÓLOGO

Draenor.

La tierra natal de los orcos y, durante mucho tiempo, el único hogar que
Garrosh Hellscream había conocido. Había nacido ahí, en Nagrand, la parte más
hermosa, más verde de ese mundo. Ahí, había padecido la enfermedad y había
sufrido una gran vergüenza por culpa de los actos de su padre, el legendario
Grommash Hellscream. Cuando Draenor sucumbió a la magia demoníaca, Garrosh
le había echado la culpa a esa leyenda. Se había sentido avergonzado de portar la
sangre Hellscream hasta que Thrall, el Jefe de Guerra de la Horda, le había
demostrado a Garrosh que aunque Grommash podría haber sido el primero en
aceptar esa maldición, el anciano Hellscream había dado la vida para ponerle punto
final.
Draenor. Garrosh no había vuelto por allí desde que se había marchado,
henchido por las llamas del orgullo y un intenso afecto por la Horda de Azeroth,
para defender su nuevo hogar de los horrores del Rey Lich.
Ahora, al parecer, había regresado.
Pero este mundo no era como lo recordaba, repleto de energía vil, con cada
vez menos criaturas salvajes y enfermo, muy enfermo. No, este era el mundo tal y
como era cuando él era niño, y era muy hermoso.
Por un momento, Garrosh permaneció inmóvil. Acto seguido, giró la cara
hacia el sol y los tatuajes que decoraban su poderoso cuerpo, que habían sido los
mismos que había llevado su padre, se estiraron. En sus pulmones entró un aire
dulce y limpio. Parecía imposible... pero no lo era.
Y en este lugar aparentemente imposible, sucedió otra cosa impensable.
Ante sus propios ojos, la imagen de su padre cobró forma de la nada envuelta en
un fulgor.
Grommash Hellscream sonreía... y su piel era marrón.

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Garrosh se quedó boquiabierto… por un momento dejó de ser el Jefe de
Guerra, el héroe de la Horda, un guerrero valeroso, y pasó a ser un joven que
contemplaba a su difunto padre, fallecido hacía mucho tiempo, a quien había creído
que no volvería a ver nunca más.
— ¡Padre! —gritó y, al instante, cayó de rodillas, abrumado por esta visión.
—He vuelto a casa. A nuestra tierra natal. ¡Perdóname por haber dudado de tu
verdadera naturaleza!
Una mano se posó en su hombro. Garrosh alzó la mirada hacia el rostro de
Grommash, al mismo tiempo que las palabras brotaban torpemente de su boca.
—He hecho tantas cosas en tu nombre... Mi propio nombre ha pasado a ser
amado por la Horda y temido por la Alianza. ¿Acaso... acaso lo sabes? ¿Me puedes
decir, padre... si estás orgulloso de mí?
Grommash Hellscream abrió la boca para hablar. De repente, se oyó un
repiqueteo metálico que procedía de algún lugar, y Grommash se desvaneció.

Garrosh Hellscream se despertó muy alerta, como siempre hacía.


—Buenos días, Garrosh —dijo alguien de voz muy agradable—. Tienes el
desayuno preparado. Por favor... retrocede.
Si sus carceleros hubieran esperado un momento más, Garrosh habría
sabido la respuesta a la cuestión que tanto lo había estado atormentando y lo había
impulsado a seguir adelante a lo largo de toda su vida. Ojalá pudiera asfixiar a esos
enervantemente tranquilos pandaren por haberlo molestado.
Garrosh, ataviado con una túnica que contaba con una capucha, se tuvo
que contentar con mostrar un semblante imperturbable al levantarse de esas pieles
que utilizaba para dormir, se alejó lo máximo posible de las ventanas octogonales
de marcos metálicos de la celda que relucían con un resplandor violeta y esperó.
La maga, que vestía una larga túnica ornamentada con diseños florales, avanzó
unos cuantos pasos e inició un encantamiento. Ese fulgor desapareció de las
ventanas. Retrocedió y los otros dos pandaren —unos gemelos idénticos— se
aproximaron. Un hermano vigilaba con suma atención a Garrosh mientras el
segundo metía ahí dentro una comida compuesta de té y bollos variados a través
una abertura situada a la altura del suelo. En cuanto el guardia se levantó, este le
hizo una seña a Garrosh para indicarle que podía acercarse a coger la bandeja.
Pero el orco se quedó quieto.
— ¿Cuándo me ejecutarán? —preguntó Garrosh sin rodeos.
—Tu destino todavía se está decidiendo —respondió uno de los gemelos.
Garrosh quiso lanzar esa comida contra los barrotes, o incluso habría
preferido abalanzarse súbitamente sobre su torturador sonriente para aplastarle la
tráquea con una sola de sus descomunales manos antes de que esa pequeña
hembra pudiera reactivar el hechizo. Sin embargo, no hizo ninguna de las dos
cosas, sino que, con suma calma y ejerciendo un gran control de sí mismo, se
acercó a la pieles y se sentó sobre ellas.
La maga reactivó el campo violeta que lo encerraba ahí dentro y, a
continuación, los tres pandaren se marcharon y ascendieron por la rampa. La
puerta se cerró tras ellos con un estruendo metálico.
Tu destino todavía se está decidiendo.
En nombre de los ancestros, ¿qué quería decir eso?

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CAPÍTULO UNO

—Parece demasiado sereno y hermoso como para ser la prisión de alguien


tan horrible —reflexionó Jaina Proudmoore mientras se aproximaba al Templo del
Tigre Blanco.
Ella, el dragón azul Kalecgos, la general forestal Vereesa Windrunner y el rey
Varian Wrynn, iban montados en un carro tirado por un yak que avanzaba con
paso firme, cuyo mullido pelaje indicaba que esa bestia acababa de ser bañada
hacía poco. En reconocimiento al importante estatus de los pasajeros, el carro
había sido forrado con cojines de seda de colores intensos; no obstante, cuando
una rueda se adentraba en algún surco, los viajeros sufrían alguna ligera sacudida.
—Es mucho más de lo que se merece —afirmó Vereesa, cuya mirada estaba
clavada en Varian—. No deberías haber evitado que Go’el lo matara, majestad. Ese
monstruo solo se merece la justicia de la muerte, e incluso eso sería más piadoso
que lo que él ha hecho.
La general forestal hablaba con dureza, pero Jaina no se lo podía echar en
cara. Sobre todo porque compartía los sentimientos de Vereesa al respecto. Garrosh
Hellscream había sido el responsable de la destrucción (no, esa era una palabra
que se quedaba corta, una palabra demasiado fría para describir lo que había
hecho), del apocalipsis desatado en la ciudad estado de Theramore. En el espacio
de una fracción de segundo, se produjo la muerte de centenares de sus habitantes,
unas muertes que manchaban las manos del entonces Jefe de Guerra de la Horda,
quien había engañado a algunos de los mejores generales y almirantes de la Alianza
para que se reunieran en Theramore, donde iban a planear la estrategia a seguir
en una guerra que se librara con medios honestos. Garrosh, sin embargo, había
lanzado sobre el mismo centro de la ciudad una bomba de maná, cuya potencia se
vio aumentada gracias a una reliquia robada al Vuelo de Dragón Azul. Todo aquel,
todo aquello que se encontraba en el radio de acción de la bomba había muerto.
Jaina sacudió la cabeza de lado a lado para intentar desterrar esos horribles
recuerdos de su memoria, el recuerdo de que algunos de sus seres queridos habían
perecido ahí. Jaina Proudmoore ya no volvería a ser nunca la dama de Theramore.
Notó una leve caricia en el brazo que la devolvió al presente. Jaina alzó la
mirada hacia el dragón azul Kalecgos, que había sido lo único bueno que había
salido de ese desastre. Jaina y él quizá no se hubieran conocido nunca si él no
hubiera acudido a Theramore a pedirle ayuda para recuperar el Iris de Enfoque. Si
bien las mareas de la guerra le habían traído a Jaina un compañero sentimental,
en el caso de Vereesa Windrunner habían hecho justo lo contrario. Rhonin, el
archimago que había ostentado antes que Jaina el título de líder del Kirin Tor, se
había colocado en el centro mismo de la ciudad para atraer la bomba de maná
hacia sí y poder contener mágicamente la detonación en la medida de lo posible.
Además, en medio de todo esto, había empujado a Jaina a través de un portal, tras
el cual pudo hallarse sana y salva. Jaina, Vereesa, la elfa de la noche Shandris
Feathermoon y un puñado de centinelas más habían sido los únicos supervivientes.

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La líder del Pacto de Plata aún no se había recuperado del todo de esa
pérdida y —probablemente— jamás lo haría. Aunque Vereesa siempre había sido
fuerte y franca, ahora sus palabras eran crueles e hirientes y un odio tan gélido y
amargo como el hielo de Northrend moraba en su corazón. Gracias a la Luz, ese
hielo se había derretido en parte cuando había hablado con sus dos hijos gemelos,
Giramar y Galadin.
No hace mucho, Varian habría saltado como un resorte y se habría enfadado
con Vereesa por haber criticado abiertamente su decisión, pero ahora se limitó a
decir:
—Tal vez obtengas tu deseo, Vereesa. Recuerda lo que prometió Taran Zhu.
Después de que Varian hubiera impedido que Go’el —antes conocido como
Thrall, en su día Jefe de Guerra de la Horda y ahora líder del Anillo de la Tierra—
diera a Garrosh el golpe mortal con el poderoso Doomhammer, Garrosh había sido
entregado a los pandaren, un pueblo en el que tanto la Horda como la Alianza
confiaban y que también había sufrido mucho a manos de Garrosh. Taran Zhu,
líder del Shadopan, les había asegurado que Garrosh sería juzgado y que se iba a
hacer justicia al fin. En esos momentos, el orco estaba encerrado en los sótanos
situados bajo el Templo del Tigre Blanco, bajo una fuerte vigilancia. Hacía un par
de días, un emisario enviado por el Celestial Xuen les había entregado este mensaje
en su nombre:
«Requerimos su presencia en mi templo. El destino de Garrosh debe decidirse».
Eso había sido todo.
Todos los líderes de la Alianza habían recibido la misma carta. Jaina pudo
ver a algunos de ellos al pie de la colina, donde se estaban subiendo a unos carros
forrados de la misma manera para realizar la ascensión hacia el templo. La reina
regente Moira Thaurissan, uno de los tres miembros del triunvirato que lideraba a
los enanos, parecía estar discutiendo con un pandaren muy sereno al mismo
tiempo que señalaba enojada al carro. Sin lugar a dudas, no lo consideraba un
medio de transporte «digno» para su regia persona.
—No —dijo Vereesa—, no sabemos por qué, pero al parecer, es importante
para los Celestiales. Pero si es tan rematadamente importante, ¿por qué no nos
dejan ir volando sin más hasta el templo? ¿Por qué perder el tiempo con este carro?
—Porque somos sus invitados —contestó Kalec—. Si ellos están dispuestos
a esperar hasta que lleguemos de esta manera, que así sea. Tampoco es un viaje
tan largo.
—Desde el punto de vista de un paciente dragón, no, no lo es —apostilló
Vereesa.
—Soy lo que soy —replicó el dragón, quien permaneció aparentemente
imperturbable ante ese comentario.
Sí, pensó Jaina, realmente era lo que era, era quien era, y se alegraba de
ello, a pesar de que sabía que su relación todavía tendría que sortear muchos
obstáculos.
Intentó acomodarse de nuevo sobre esos cojines bordados para disfrutar del
lento ascenso por ese sendero que se curvaba. Pandaria transmitía una paz
extraordinaria y ofrecía belleza allá donde cualquiera miraba. Los cerezos estaban
repletos de flores rosas, algunas de las cuales revoloteaban de aquí para allá
cuando el viento mecía las ramas. Las estatuas de unos tigres blancos custodiaban

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la primera de una serie de elegantes entradas, y el camino se fue tomando más
empinado. Mientras el carro seguía avanzando sin prisa pero sin pausa y el frío se
volvía más intenso, la esbelta Jaina se sintió agradecida por el calor que les
proporcionaban los braseros con los que se topaban en su camino y se abrigó aún
más. Al principio, el suelo se hallaba cubierto de una fina capa de nieve, pero luego,
a medida que se encontraban a mayor altitud, la nieve se iba amontonando más y
más. Jaina notó que cada vez pensaba con más claridad y tenía la mente más
despejada; y entendió enseguida lo que ocurría. Sabía que a la hora de lanzar un
hechizo la concentración y la determinación eran muy importantes y, súbitamente,
tuvo claro que los Celestiales les estaban brindando, a su manera, a sus invitados
la oportunidad de hacer eso precisamente. Al ascender en ese carro por la montaña
sin ninguna prisa, al rodear las periféricas estructuras exteriores y al hallarse
expuestos a tanta belleza y paz a lo largo de todo el camino, Jaina y sus compañeros
tenían la oportunidad de olvidarse de sus obligaciones diarias y mundanas para
poder llegar mentalmente frescos. Dejó que el aire, que transportaba el sutil aroma
de las flores del cerezo, le limpiara la mente.
Como tanto Kalec como ella estaban sentados mirando hacia atrás, Jaina no
pudo ver qué fue lo que provocó que el hermoso rostro de Vereesa se contrajera en
un gesto de contrariedad y que Varian apretara con fuerza los labios cuando el
carro se detuvo ante el primer inestable puente de cuerda. Al instante, la elfa noble
movió un brazo hacia un lado y cerró el puño, pues acababa de recordar que les
habían pedido que no fueran armados al templo.
— ¿Qué están haciendo ellos aquí? —inquirió Vereesa con suma
brusquedad, aunque acto seguido ella misma se contestó—. Bueno, Garrosh sigue
siendo su antiguo líder. Debería haber supuesto que querrían estar presentes
cuando se anunciara su destino.
Jaina se volvió en su asiento y alzó la vista hacia el patio del templo.
Entonces, se le desorbitaron un tanto los ojos. Sintió un nudo en el estómago al
recordar la táctica que Garrosh había empleado en Theramore —reunir a los
mejores estrategas de la Alianza en un solo lugar—, ya que, al parecer, no solo se
había invitado a los líderes de la Alianza, sino también a los de la Horda.
Vol’jin, el troll de piel azul, se encontraba ahí, por supuesto; era la
contrapartida de Varian, pues era el nuevo Jefe de Guerra. ¿Acaso sería mejor que
un orco? ¿O peor? ¿Acaso importaba? Ni siquiera el ex jefe de Guerra Thrall, que
ahora se hacía llamar Go’el (su nombre de pila), había sido capaz de calmar la sed
de sangre de la Horda, a pesar de lo mucho que lo había intentado.
Justo cuando estaba pensando en él, sus ojos se posaron sobre el chamán
orco. Junto a Go’el se hallaba su compañera, Aggra, que portaba algo pequeño en
sus brazos.
Al hijo de Go’el.
Jaina había oído que Go’el había sido padre, y también corría el rumor de
que Aggra volvía a estar embarazada. En su día, habían invitado a Jaina a sostener
ese bebé en sus brazos, pero ese tiempo había pasado. Go’el estaba escrutando esa
multitud cuando sus ojos azules se cruzaron con la mirada también azul de Jaina.
Una oleada de ira y la tristeza se apoderaron de la archimaga, que apartó la
mirada.

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Jaina se giró para buscar una distracción y centró su atención en el más
alto de los líderes, en Baine Bloodhoof. Aparte de Go’el, Baine era el único líder de
la Horda que Jaina había sido capaz de considerar un amigo. Ella lo había ayudado
cuando Garrosh asesinó a su padre, al tauren Cairne, y lo había apoyado cuando
los tauren Grimtotem decidieron atacar Thunder Bluff. Baine le había devuelto el
favor cuando la había advertido del inminente ataque a Theramore. Claro que Baine
había dado por supuesto que se trataría de una batalla normal, ya que no sabía
nada sobre el Iris de Enfoque robado ni del uso letal que Garrosh pensaba darle.
En opinión de Jaina, las deudas entre ambos estaban saldadas.
También divisó a unos cuantos otros; a Lor’themar Theron de los elfos de
sangre, con quien había negociado recientemente, aunque obligada y bajo presión,
y al repulsivo príncipe mercante Jastor Gallywix, quien llevaba la misma chistera
ridícula de siempre.
Un pandaren ataviado con ropa de monje les hizo una reverencia a modo de
saludo cuando bajaron del carro.
—Honorables invitados —dijo—, sean bienvenidos. Aquí solo reinará la paz
mientras atiendan a la primera reunión en la que participarán por primera vez
todos los líderes de Azeroth. ¿Prometen que se someterán a esta sencilla norma?
—Creía que habíamos venido hasta aquí para ser testigos de cómo se imparte
justicia —replicó Vereesa, pero entonces Jaina la agarró del brazo. Vereesa se
mordió los labios y no dijo nada. Desde el asesinato de su marido, Vereesa se había
refugiado en Jaina, ya que la líder del Kirin Tor era la única que parecía ser capaz
de calmar las turbulentas aguas de su odio a la Horda.
—Espero que entiendas que no puede haber paz en nuestros corazones —le
dijo Jaina al monje—. Ahí solo hay dolor, furia y deseo de justicia, tal y como ha
señalado Vereesa. Sin embargo, yo por mi parte me comprometo a no emplear la
violencia.
Pese a que los otros tres que la acompañaban respondieron del mismo modo,
Vereesa pronunció esas palabras con dificultad. A continuación, el pandaren los
invitó a seguirlo por ese puente de cuerda hasta la descomunal escalera central
que llevaba al coliseo.
Aysa Cloudsinger, una de las primeras pandaren que se había unido a la
Alianza, se encontraba en la entrada del templo. Los recién llegados le hicieron una
reverencia, y sus ojos centellearon al verlos. Aysa se había mudado a Stormwind,
y Jaina no había vuelto a ver a esa monja desde su llegada a esa ciudad hacía ya
un tiempo.
—Sabía que vendrían —afirmó Aysa, que agachó la cabeza ante cada uno de
ellos sucesivamente—. Gracias.
—Aysa —dijo Varian—. ¿Podrías explicamos qué está ocurriendo?
—Lo único que sé es que se ha pedido a las facciones más importantes de la
Alianza y la Horda que vengan aquí en son de paz y que los Augustos Celestiales
han tomado algún tipo de decisión —respondió—. Por favor, entren en el templo en
silencio y quédense con sus compañeros ahí, en el centro. Los Celestiales llegarán
en breve.
Su voz normalmente modulada sonó un tono más alto de lo habitual,
revelando así que la tensión y la preocupación la dominaban. Aunque eso no era
una buena señal, todos asintieron.

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En silencio, Jaina preguntó:
— ¿Ji está aquí?
Esto desconcentró la caminata de Aysa. Ji Firepaw fue el primer pandaren
en aliarse con la Horda, mientras que Aysa había elegido a la Alianza. Esto los
había dividido hasta que Garrosh se volvió contra Ji, quien había estado cerca de
la ejecución. Que ambos se preocupaban por el otro era obvio, pero lo que pasaría
entre ellos no estaba tan claro.
—Él está aquí. —dijo Aysa—. Por ahora, estamos juntos, y el tiempo que
pasamos juntos es precioso.
No dijo nada más y Jaina no la presionó. La archimaga esperaba que tal vez
este juicio hiciera que Ji se diera cuenta que la Horda era el lado equivocado que
había elegido.
El Templo del Tigre Blanco era enorme. Aquí, en la zona cavernosa situada
en el centro del templo, entrenaban los monjes pandaren, quienes practicaban con
suma disciplina ante la atenta mirada de Xuen hasta convertirse en maestros de
ese peculiar arte marcial. A pesar de su tamaño, el templo no transmitía ninguna
sensación de opresión. Tal vez eso se debiera a que, aunque en ese sitio había una
gran cantidad de asientos, nadie iba ahí para presenciar unos combates a muerte,
sino unas exhibiciones de destreza y habilidad.
La entrada se hallaba al sur, justo frente a un trono enorme flanqueado por
unos braseros en la zona de los asientos. Había banderas al oeste, norte y este. En
el suelo había un anillo compuesto de seis grandes círculos de bronce
ornamentados independientes unos de otros y un séptimo más grande y un poco
apartado del resto en el centro. La iluminación provenía de las llamas de unos
faroles que pendían del techo, y de la luz del día que atravesaba las puertas abiertas
de la entrada.
Ahí, delante de ellos, había más gente. El hijo de Varian, el príncipe Anduin,
se acercó dando grandes zancadas hacia ellos y le dio un abrazo a su padre. Jaina
se sintió feliz al comprobar con qué afecto y serenidad interactuaban ambos, sobre
todo teniendo en cuenta lo tensa que había sido su relación hasta no hacía mucho.
Anduin, que llevaba en estas tierras mucho más que cualquiera de ellos, se llevó
un dedo a los labios y ambos asintieron.
En silencio, tal y como se les acababa de pedir, se unieron a la suma
sacerdotisa Tyrande Whisperwind, que representaba a los elfos de la noche, y a la
general de los centinelas, Shandris Feathermoon. Velen, el anciano líder de los
extraños draenei, agachó la cabeza a modo de saludo, y Anduin se aproximó a su
maestro y amigo mientras los demás ocupaban sus respectivos sitios. Genn
Greymane, rey de Gilneas, entró acompañado del Manitas Mayor Gelbin
Mekkatorque, a quienes seguían Moira, Muradin Bronzebeard y Falstad
Wildhammer, el triunvirato que hablaba en nombre de los reinos enanos.
Greymane había optado por su forma huargen, lo cual quería decir muchas
cosas; quería indicar a la Horda que algunos de los miembros presentes de la
Alianza entendían qué suponía estar en contacto con el lado más primigenio de la
naturaleza y, al mismo tiempo, mostraba a sus compañeros de la Alianza que no
se avergonzaba de ello.
Los representantes de la Horda se habían reunido en la parte derecha de esa
sala, al contemplarlos, Jaina frunció los labios. Ahora, Go’el se hallaba

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acompañado por su viejo amigo y consejero Eitrigg y otro anciano orco —uno que
Jaina recordaba—. Varok Saurfang, cuyo hijo Dranosh había caído en la Puerta de
Cólera. El Rey Lich había reanimado el cadáver de Dranosh, quien volvió a caer y
sufrió una muerte de verdad en esa ocasión—. Daba la sensación de que Varok era
un guerrero curtido en mil batallas, pero también era un padre que aún lloraba la
muerte de un noble hijo.
Entonces, Jaina oyó a alguien respirar hondo a su lado y miró hacia el lugar
al que miraba Vereesa. Una figura esbelta y elegante acababa de entrar en el
Templo del Tigre Blanco. A primera vista, parecía una arquera elfa, pero su piel
tenía una tonalidad pálida entre azul y gris, y sus ojos eran de un color rojo
brillante, como si fueran la única vía de escape con la que contaba un fuego
inextinguible.
Sylvanas Windrunner, la Dama Oscura de los Renegados y hermana de
Vereesa, acababa de llegar.

CAPÍTULO DOS

Baine Bloodhoof consideraba que solo Mulgore era capaz de superar a los
pandaren en su capacidad para hacerle sentir una honda paz en su corazón y su
mente. Como guerrero que era, respetaba la habilidad y destreza de la que hacían
gala aquellos que luchaban en el templo de Xuen. Aun así, la ansiedad lo dominaba.
Se podía afirmar que la primera gran fechoría que Garrosh había cometido
contra cualquier miembro de la Horda había tenido como objetivo a los tauren;
había matado al amado padre de Baine —al gran Cairne Bloodhoof, a quien tanto
se le extrañaba—. Baine no albergaba ninguna duda de que Cairne habría salido
victorioso de ese combate mano a mano si se hubiera librado de una manera justa,
como se suponía que se debía combatir en el mak’gora. Cairne no había caído ante
un rival superior, sino que había muerto envenenado, ya que la hoja del arma de
Garrosh había sido embadurnada con esa sustancia sin que este lo supiera.
Después, Garrosh había descubierto que Magatha, la chamán que había
«bendecido» esa hoja, conspiraba contra su propio pueblo, y que nunca debería
haber confiado en una tauren que ni recordaba ni honraba sus raíces. De este
modo tan traicionero, había sido asesinado el mejor de los tauren. Si bien Garrosh
no había sido responsable de ese acto tan traicionero en particular, se había dejado
llevar por el lado tenebroso, de un modo tal vez inevitable, y había sido capaz de
cometer esas otras atrocidades que nadie podía negar. En primer lugar, Theramore
había sido aniquilada, un recuerdo que todavía atormentaba a Baine en sueños, y
después el Valle de la Flor Eterna, lo cual Baine se lo tomó como una afrenta
personal, dado su profundo amor y respeto por la Madre Tierra.
Los titanes habían creado ese valle; un bello lugar tan hermoso y exuberante
que prácticamente era imposible de creer, donde todo crecía en paz y armonía. El
valle había sido aislado del resto del mundo y custodiado por unos atentos
guardianes tras la derrota de la antigua raza mogu, aunque recientemente tanto la
Alianza como la Horda se habían ganado el derecho a entrar en él. Baine reflexionó
amargamente que había hecho falta muy poco tiempo para que Garrosh

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Hellscream, arrastrado por sus ansias de poder, destruyera algo que había existido
durante incontables milenios. Después de todo, las flores del valle no resultaron
ser «eternas». Ya no estaban, solo eran un recuerdo, aunque una nueva vida —y
una nueva esperanza— brotaba en el valle tras la derrota definitiva del sha.
Baine confiaba en los Celestiales. Creía en su sabiduría y ecuanimidad.
Entonces, ¿por qué se hallaba tan inquieto?
—En su día, le prometí a Garrosh que sabría perfectamente quién iba a
disparar la flecha que le atravesaría su tenebroso corazón. Sé por qué te muerdes
los colmillos de impaciencia, o más bien te los morderías si los tuvieras.
Baine se sobresaltó. Vol’jin se le había acercado de un modo tan silencioso
que el tauren no lo había oído. El troll se hallaba ahora junto a él.
—Estás en lo cierto —replicó Baine—. Me resulta muy difícil conciliar las
enseñanzas que me impartió mi padre sobre el honor y la justicia con lo que deseo
que suceda hoy aquí.
Vol’jin asintió.
—Como suelen decir en la Fiesta de la Cerveza, ponte a la cola —comentó
con una risita ahogada—. Pero si queremos empezar de cero, debemos hacer lo que
dice Varian. Garrosh ya ha hecho bastante daño estando vivo. No queremos que se
convierta en un mártir para el resto de orcos que justifique que sigan cometiendo
maldades. Da igual lo que decidan los Celestiales, nadie podrá cuestionar su
decisión.
Baine lanzó una mirada fugaz a Go’el, Eitrigg y Varok Saurfang. Aggra ya no
sostenía a su hijo, Durak, sino que se encontraba en brazos de Go’el, quien lo
sujetaba con mucha seguridad y calma. Baine, que había perdido a su padre por
culpa de un innoble acto violento, sabía que Go’el estaba decidido a participar
activamente en la educación de su hijo. Cairne había estado siempre muy presente
en la vida de Baine y al ver esa estampa este se sintió conmovido de un modo
inesperado. Padres e hijos...
Grommash y Garrosh, Cairne y Baine, Go’el y Durak, Arthas y Terenas
Menethil, Varosk y Dranosh Saurfang. Sin lugar a dudas, este era el modo en que
la Madre Tierra les recordaba ciertos vínculos muy profundos capaces de lo mejor
y de lo peor.
—Espero que tengas razón —le dijo Baine a Vol’jin—. Go’el fue quien le dio
ese cargo a Garrosh, y Saurfang le guarda mucho rencor.
Vol’jin se encogió de hombros.
—Ellos son orcos de honor. Sí, lo son. Es ella la que me preocupa. Nadie
conoce el odio mejor que la Dama Oscura. Y le encanta que la venganza se sirva en
frío.
Baine contempló a Sylvanas, quien mostraba un porte orgulloso y se hallaba
sola. La mayoría de los líderes habían venido acompañados por otros miembros
destacados de sus respectivas razas; él mismo había venido acompañado por Kador
Cloudsong, el chamán que tanto lo había apoyado en tiempos muy siniestros, y
Perith Stormhoof, su Caminamillas de mayor confianza. Rara vez se veía a Sylvanas
sin la compañía de sus Val’kyr, esos seres no-muertos que en su día servían a
Arthas y ahora le servían —y habían salvado— a ella. Pero al parecer, para este
evento al menos, Sylvanas prefería no estar acompañada, era como si su propia

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imponente e iracunda presencia fuera a ser más que suficiente como para condenar
a muerte a Garrosh sin la ayuda ni el permiso de nadie.
El tauren recorrió con la mirada la zona donde se habían reunido los líderes
de la Alianza. El joven Anduin y Lady Jaina, con quien en su día se había sentado
—ese recuerdo le hizo esbozar una triste sonrisa— a compartir una taza de té.
Había alguien junto a ella que le resultaba extrañamente familiar, aunque en esta
ocasión se trataba de una elfa noble viva. Debía de ser Vereesa Windrunner, la
hermana de Sylvanas y de la desaparecida Alleria.
Al parecer, muchas heridas antiguas se estaban abriendo hoy ahí. En ese
instante, mientras Baine deseaba que los Celestiales se presentaran para anunciar
su decisión, el pelaje de los brazos se le puso de punta y, de repente, notó que un
cierto gozo le invadía el corazón.
Cuatro siluetas aparecieron en la puerta de entrada, cuyas formas
destacaban al contraluz. En cuanto se adentraron a grandes zancadas en esa zona,
Baine se percató de que, a pesar de que tanto su corazón como su espíritu
reconocían que esos seres eran los Augustos Celestiales, habían cambiado de
aspecto totalmente. Con anterioridad, siempre los había visto con forma de animal,
pero hoy, al parecer, habían decidido adoptar otras distintas.
Chi-Ji, la Grulla Roja, el inspirador de esperanza, había asumido la forma
de un elfo de sangre esbelto y delgado. Tenía una larga melena pelirroja y lo que
Baine en un principio había tomado por una capa dorada resultaron ser sus alas
plegadas. Xuen, el Tigre Blanco, a quien pertenecía este templo, encarnaba la
fuerza bajo control y la agilidad de movimientos en un cuerpo de elfo de la noche
de color azul pálido, cuyo pelo y piel mostraban franjas negras y blancas. Baine se
sintió honrado de poder ser testigo de cómo el indómito Buey Negro, Niuzao, había
escogido presentarse ante los ojos mortales como un yaungol, el cual giraba su
cabeza de pelo blanco mientras escrutaba a los visitantes con esos radiantes ojos
azules y reverberaban los pasos que daba con esos relucientes cascos. La sabia
Serpiente Jade, Yu’lon, se había encamado en la forma más peculiar, o eso le
pareció a Baine en un principio, en un cachorro pandaren. Mientras cavilaba al
respecto, la mirada magenta de Yu’lon se cruzó con la suya y le sonrió. El tauren
se dio cuenta de que eso había sido una decisión sabia, pues con ese aspecto tan
dulce y hermoso lograría que todos quisieran acercarse a ella.
Los cuatro Celestiales se dirigieron al norte, donde Xue normalmente se
sentaba para celebrar audiencias. Baine sintió de inmediato una serenidad y una
claridad que había echado mucho de menos. Exhaló y cerró los ojos brevemente
para mostrarles gratitud por su mera presencia.
Todo el mundo permanecía quieto, esperando con ansia alguna palabra
suya.
Sin embargo, los Celestiales no hablaron, sino que se volvieron para
contemplar expectantes una pequeña figura que acababa de entrar en el templo.
Portaba una armadura de cuero oscuro y llevaba la imagen de un tigre
blanco rugiendo en el hombro derecho. Gracias al amplio sombrero que vestía y al
pañuelo rojo que le tapaba la parte inferior de la cara, habría resultado
irreconocible, pero todos los presentes lo estaban esperando. Era Taran Zhu, el
líder de los monjes del Shadopan, quien hizo una reverencia un tanto torpe e
incluso esbozó un gesto de dolor. Acto seguido, se aproximó al círculo central con

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unas ágiles zancadas impropias de su edad y de su engañosa robustez. Volvió a
agacharse; esta vez, para hacer una reverencia ante cada uno de esos seres tan
silenciosos y poderosos.
A continuación, observó a los ahí reunidos.
—Bienvenidos —dijo—. Hoy voy a hablar en nombre de los Celestiales. De
su parte, les aseguro que los recibimos agradecidos y con suma humildad. Les pido
que se tomen un momento para ser conscientes de este histórico momento, pues
esto es algo que nunca se ha visto en este mundo. Todos aquellos que sirven a la
Horda como líderes y todos aquellos que hablan en representación de los pueblos
de la Alianza se han reunido aquí hoy. Ninguno de ustedes porta arma alguna, y
he dado instrucciones de que se levante un campo de atenuación para evitar
cualquier uso inadecuado de las artes mágicas... incluso poder invocar a lo que
ustedes denominan la Luz. Todos están aquí para alcanzar un objetivo común, al
igual que se han unido en otras ocasiones para alcanzar unas metas aún mayores.
Por favor... durante unos breves instantes, contemplen a sus queridos amigos y a
sus honorables enemigos.
Baine miró primero a Anduin, cuyo rostro sabía que no estaría dominado
por el odio. Acto seguido, recorrió con la mirada los severos rostros de los enanos
y el semblante peludo de Genn Greymane. Daba la impresión de que Vereesa
estuviera apretando los dientes con fuerza, así como sus pequeños pero fuertes
puños, y se preguntó si Jaina era consciente que su tristeza y resentimiento eran
fácilmente perceptibles. A medida que ese minuto de reflexión se fue prolongando,
Baine se percató de que la tensión fue abandonando algunos rostros, aunque otros
parecieron poseídos aún más por la impaciencia. En ambos bandos.
Entonces, Taran Zhu prosiguió hablando:
—Bajo nuestros pies, en una prisión muy bien custodiada, se encuentra
aquel cuyo destino han venido a conocer, ahí se halla Garrosh Hellscream.
Baine tragó saliva con impaciencia, a la espera de sus siguientes palabras.
Podía notar que la tensión dominaba el ambiente y podía oler la ira, el miedo y la
ansiedad. Pero no se podía presionar al sereno monje para que fuera más rápido.
—Se les ha dicho que el destino de Garrosh Hellscream se decidiría hoy aquí.
Y eso es totalmente cierto. Los Celestiales no mienten. Pero tampoco se lo han
contado todo. Tras mucho discutir y meditar, han llegado a la conclusión de que
Hellscream no debería ser juzgado por ellos únicamente. Todos han sufrido mucho
por su culpa, no solo Pandaria, aunque es innegable que sus habitantes también
han sufrido un calvario. —Se llevó una zarpa al vientre, donde Aullavisceras le
había abierto una gran herida no hacía mucho tiempo—. Por tanto, se merecen
poder decidir al respecto. No cabe duda de que es culpable; aun así, celebraremos
un juicio justo y abierto para determinar su destino. En ese juicio participarán
tanto la Horda como la Alianza e incluso cabrá la posibilidad de reducirle la
condena e incluso de que se le conceda... la libertad.
Al instante, estalló un clamor ensordecedor.
Baine no sabía quién gritaba con más fuerza, la Horda o la Alianza.
— ¿Un juicio? ¡Pero si alardeaba de lo que había hecho!
— ¡Merece la muerte, ya que ha matado a muchos!
— ¡Juzguemos a toda la Horda!
— ¡Sabemos lo que ha hecho! ¡Todo el mundo lo sabe!

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Xuen entornó los ojos levemente y alzó la voz; una voz tan cristalina como
una campana y tan afilada como una espada.
— ¡El silencio imperará en mi templo!
Lo obedecieron de inmediato. Se relajó e hizo un gesto de asentimiento para
indicarle a Zhu que continuara.
—Los Augustos Celestiales están de acuerdo en que Garrosh Hellscream es
culpable, pues ha cometido actos terribles y horrendos. Repito una vez más que
nadie pone en entredicho esos crímenes. Sin embargo, lo que ahora debemos
decidir es de qué manera se van a castigar esos crímenes. No se trata de si debe o
no asumir la responsabilidad de esas atrocidades, sino de cómo castigarlo por ellas.
Y la única manera de determinar su castigo es a través de un juicio. De este modo,
ustedes, tanto la Horda como la Alianza, y todo aquel que tenga algo que decir,
tendrá la oportunidad de ser escuchado.
—Aun así, los Celestiales seguirán siendo juez, jurado y verdugo, ¿verdad?
Estas palabras fueron pronunciadas por Lor’themar Theron. Baine no
dudaba de que la capacidad de «cooperación» de ese elfo de sangre hubiera llegado
a su límite.
—No, amigo Lor’themar —replicó Taran Zhu—. Los Celestiales, que son unos
seres muy sabios y desean que se imparta justicia, están abiertos a otras opciones
y se han ofrecido a hacer de jurado. Y yo me sentiré honrado de hacer las veces de
fa’shua, de juez. Conozco a muchos de los que ahora se hallan ante mí y he de
decirles que de entre ustedes se elegirán a unos representantes de la Horda y la
Alianza para que cumplan las funciones de defensa y acusación, tal y como exige
la antigua ley pandaren.
—Es culpable... tú mismo lo has dicho —aseveró Vereesa—. Entonces,
¿cómo puede haber una defensa y una acusación?
—El defensor abogará por una sentencia más leve y el acusador, por
supuesto, pedirá una más severa. Podrán elegir a quien quieran, pero la otra parte
podrá ejercer el derecho de veto una sola vez.
— ¡Yo veto todo este procedimiento por entero! —exclamó Genn Greymane—
Hellscream envió a la Horda a masacrar a nuestro pueblo. Fue una terrible
carnicería. Si vamos a aceptar que se celebre un juicio, hagamos uno de verdad y
juzguemos a todos los líderes de la Horda, ya que en el mejor de los casos tal vez
no hicieron nada por impedirlo y en el peor se sumaron a la masacre o... —en ese
instante, lanzó una mirada teñida de odio a Sylvanas— ¡Incluso instigaron sus
propios ataques!
Un clamor plagado de furia resonó con fuerza apoyando su propuesta. Baine
lamentó ver que Jaina era una de las que más gritaban.
—Eso podría llevamos bastante tiempo —afirmó Taran Zhu con suma
calma—, y no todos tenemos unas vidas muy largas.
—La Alianza no debería participar en esto para nada —replicó Gallywix con
extremada brusquedad—. Garrosh debería ser juzgado solo por los de su bando,
para cercioramos de que compense como es debido a aquellos de los suyos a los
que ha hecho tanto mal.
Mekkatorque se echó a reír de un modo muy irónico.
— ¡Espero que te refieras a un compensación monetaria!
—Sí, esa sería una forma aceptable de compensación —contestó Gallywix.

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Taran Zhu suspiró y alzó ambas zarpas para pedir silencio.
—Los líderes de la Horda y la Alianza deben decidirse ya. ¿La propuesta que
les he presentado te parece aceptable, Jefe de Guerra Vol’jin? ¿Y a ti rey Varian
Wrynn?
El troll y el humano se miraron por un momento. Entonces, Vol’jin asintió.
—Los Celestiales parecen tener una mejor perspectiva sobre este tipo de
cosas que nosotros, que hemos participado directamente en ellas; además, sé que
tú obrarás de un modo honorable, Taran Zhu. Prefiero que mi voz se escuche y no
limitarme simplemente a aceptar una decisión. La Horda acepta la propuesta.
—Al igual que la Alianza —dijo Varian de inmediato.
—Se los llevará a un lugar donde podrán elegir a su defensor y acusador —
replicó Taran Zhu—. Recuerden: cada bando podrá ejercer la opción de veto una
sola vez. Elijan bien y sabiamente.
Ji Firepaw, que había permanecido hasta ahora al margen, se aproximó a
Vol’jin y le hizo una profunda reverencia.
—Los llevaré a uno de los templos laterales, donde podrán disfrutar de los
braseros. —Una amplia sonrisa se dibujó en su peluda cara a la vez que le
centelleaban los ojos—. Y de unos refrigerios.

***
El pandaren cumplió su palabra. Quince minutos después, Vol’jin, Go’el,
Baine, Eitrigg, Varok Saurfang, Sylvanas, Lor’themar Theron y Jastor Gallywix
estaba sentados sobre una alfombra que, si bien no era muy hermosa, los protegía
del frío de ese suelo de piedra. Les dieron carne y bebida, y los prometidos braseros
les proporcionaron calor.
Vol’jin asintió al ver la comida.
—Hablaremos con más inteligencia cuando tengamos la tripa llena—aseveró.
Dieron buena cuenta de la comida que, como era costumbre en Pandaria,
vino acompañada de una gran cantidad de cerveza, por supuesto. En cuanto todo
el mundo acabó, Vol’jin no perdió el tiempo y fue al grano.
—Hermanos orcos, ya saben que los respeto mucho. Pero creo que si
queremos que un orco defienda a Garrosh, tengan por seguro que la Alianza nos
vetará.
Go’el asintió.
—Resulta tremendamente lamentable que Garrosh haya caído tan bajo y
haya arrastrado consigo toda la reputación de una raza. Nada de lo que pueda
argumentar un defensor orco será tenido en serio, para bien o para mal.
Baine se mostró en desacuerdo.
—Al contrario, creo que sería bueno que todo el mundo viera que un orco es
capaz de comportarse de un modo honorable en un acontecimiento tan público.
Eitrigg es conocido por sus modales serenos y su gran inteligencia.
Pero el anciano orco ya estaba agitando de lado a lado esa cabeza donde
residía esa gran inteligencia antes de que Baine siquiera hubiera acabado de
hablar.
—Esas palabras me halagan, Gran Jefe, pero Go’el tiene razón. Yo... y él y
Saurfang... podremos tener la oportunidad de hablar si así lo deseamos. Taran Zhu
nos lo ha prometido, y yo le creo.

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—Yo defenderé a Garrosh —afirmó Sylvanas—. Todo el mundo sabe que él y
yo no coincidimos en nada. La Alianza nunca podrá acusarme de ser muy blanda
con él.
—Es cierto que como miembro de la acusación no tendría precio—señaló
Vol’jin—. Pero estamos buscando un defensor.
—Vamos, Jefe de Guerra —replicó Sylvanas—. ¡Pero si aquí todos queremos
ver cómo Garrosh acaba en manos del verdugo! ¡Y lo sabes bien! Tú mismo dijiste
una vez...
—Sé lo que dije mucho mejor que tú, Sylvanas —le espetó Vol’jin, con una
voz muy baja y amenazadora—. A ti no te abandonaron degollada porque creían
que estabas muerta, a mí sí. Sé que todos nosotros hemos sufrido bajo su mandato.
Pero también sé que los Celestiales pretenden que se celebre un juicio lo más justo
posible, dentro de las limitaciones que tenemos como seres mortales para ser
ecuánimes. Creo que solo puede haber una elección adecuada para desempeñar
ese papel. Alguien respetado tanto por la Horda como por la Alianza, que no tiene
en mucha estima a Garrosh, pero que nunca va a mentir y siempre va a hacerlo lo
mejor posible.
Se volvió hacia Baine.
Durante un inocente segundo, Baine pensó que el troll, simplemente, se
había girado hacia él para pedirle su opinión.
Entonces, se dio cuenta de lo que ocurría en realidad.
— ¿Yo? —vociferó—. ¡Por la Madre Tierra, pero si Garrosh asesinó a mi
padre!
—Acabas de dejar claro por qué el Jefe de Guerra tiene razón —señaló
Lor’themar—. A pesar de todo el mal que te ha hecho Garrosh a nivel personal, has
seguido siendo leal a la Horda hasta que llegó un momento en que creíste que él
también le estaba haciendo daño a la Horda. Además, la Alianza cuenta con
multitud de espías, y tienes una buena relación con lady Proudmoore.
Baine se giró hacia Go’el y, con la mirada, le imploró al orco que interviniera.
Go’el, sin embargo, sonrió y dijo:
—Los tauren siempre han sido un pilar de la Horda. Si alguien puede
defender a Garrosh y ser escuchado con atención, ese serás tú, amigo mío.
—No quiero defenderlo... Quiero lo mismo que ustedes —replicó Baine
violentamente—. Garrosh se merece morir cien veces.
—Oblígalos a escucharte —dijo alguien que había permanecido callado hasta
entonces. Se trataba de una voz grave y fuerte, a pesar de la edad, que estaba
teñida por un agudo dolor—. Echarle en cara toda una lista de atrocidades a
Garrosh no tiene ningún mérito —aseveró Saurfang—. El verdadero reto consiste
en lograr que el juez y el jurado presten atención de verdad a tus argumentos, en
que luego reflexionen con serenidad al respecto, a pesar de que todos saben cuánto
sufres por dentro al desempeñar esa labor... solo tú puedes hacer eso, Baine
Bloodhoof.
— ¡Soy un guerrero, no un sacerdote! Yo no me lleno la boca con palabras
zalameras y agradables ni intento conmover a la gente con ellas.
—Garrosh también es un guerrero —replicó Go’el—. Para bien o para mal,
eres el representante más justo que podemos elegir.
Baine apretó los dientes con fuerza y se volvió hacia Vol’jin.

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—Si pude ser leal a la horda y a mi Jefe de Guerra cuando ese título lo
ostentaba Garrosh, no cabe duda de que seré capaz de serte leal a ti, quien siempre
has sido digno de respeto, Vol’jin.
—No es una orden —le corrigió Vol’jin, a la vez que apoyaba una mano sobre
el hombro del tauren—. En este asunto, debes hacer lo que te dicte el corazón.

***
Las cosas no estaban yendo como había deseado Sylvanas Windrunner. Ni
por asomo.
En primer lugar, había esperado —al igual que todos los miembros de la
Horda, incluso, obviamente, el piadoso Go’el— que los hubieran reunido aquí para
decidir cuál de ellos había sido elegido para realizar la codiciada tarea de matar a
Garrosh. Lo preferible habría sido hacerlo lentamente, al mismo tiempo que se le
infligía mucho dolor. Varian Wrynn ya había hecho que esa ejecución tan gozosa
se demorara mucho tiempo, y tener que oír que los Celestiales querían celebrar un
juicio con las máximas garantías era ridículo cuando incluso ellos y Taran Zhu
admitían que Garrosh era culpable. El mismo concepto de «justicia» y de «no obrar
impulsado por la venganza» era demasiado nauseabundo y no merecía la pena
malgastar tanto tiempo ni esfuerzos por defenderlo.
Sylvanas reflexionó y concluyó que lo único bueno que tenía todo esto era
que, al menos, iba a tener la oportunidad de hablar y contar su verdad sobre la
montaña de evidencias que había en contra de Garrosh.
No esperaba que la eligieran como defensora, puesto que sabía que Vol’jin
tenía razón cuando había dicho que si la Horda la hubiera escogido, la Alianza la
habría vetado por puro odio, nada más.
Pero ¿Baine...?
¿El “guerrero” más plácido que jamás había conocido? ¿Ese guerrero que
pertenecía a una raza generosa y amable?
Era toda una locura. Baine tenía incluso más razones que ella para desear
la muerte de Garrosh. Ese orco debería haber sido el Arthas de Baine; no obstante,
era consciente de que si el tauren aceptaba, sería capaz de exponer sus argumentos
tan bien que todo el mundo acabaría queriendo regalar unas flores a Garrosh en
vez de querer matarlo.
Baine agachó las orejas a la vez que suspiraba muy hondo.
—Asumiré esta tarea —dijo—, aunque no tengo ni idea de cómo llevarla a
cabo.
Sylvanas tuvo que hacer un gran esfuerzo para que sus labios no se curvaran
para conformar una mueca de desdén.
En ese instante, Ji asomó la cabeza.
—La Alianza ya ha escogido a su acusador. Si ustedes también están
preparados, podemos volver a reunimos en el lugar de antes.
Lo siguieron por ese camino cubierto de una escasa nieve. Los
representantes de la Alianza ya se encontraban ahí y se volvieron para observar a
sus contrapartidas de la Horda. Taran Zhu esperó a que todos llegaran y, entonces,
se dirigió a ambos grupos:
—Cada bando ha tomado una decisión. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿a quién has
seleccionado para defender a Garrosh Hellscream?

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Defender a Garrosh Hellscream. Esas palabras eran una ofensa en sí
mismas.
—Hemos escogido Baine Bloodhoof del pueblo tauren —contestó Vol’jin.
— ¿La Alianza tiene alguna objeción?
Varian giró su cabeza de pelo moreno para mirar a sus compañeros. Nadie
dijo nada; de hecho, tal y como Vol’jin había previsto, muchos miembros de la
Alianza parecían satisfechos. Para sorpresa de Sylvanas, incluso el hijo de Varian
esbozaba una pequeña sonrisa.
—La Alianza acepta la elección de Baine Bloodhoof, pues sabemos que es
honorable —respondió Varian.
Taran Zhu asintió una sola vez.
—Rey Varian, ¿a quién ha escogido la Alianza para hacer las veces de
acusador de Garrosh Hellscream?
—Yo mismo desempeñaré esa tarea —contestó Varian.
— ¡Me opongo totalmente! —exclamó Sylvanas—. ¡No vamos a aceptar
ninguna imposición más por tu parte!
No estaba sola en sus protestas; otras voces airadas se sumaron y Taran
Zhu se vio obligado a gritar para que pudieran escucharlo.
— ¡Haya paz, haya paz! —A pesar de que pedía paz, su voz resultaba
tremendamente imponente, de modo que los gritos pasaron a ser susurros hasta
que, al final, menguaron del todo—. Jefe de Guerra Vol’jin, ¿vas a ejercer tu derecho
a rechazar al rey Varian como acusador?
Varian contaba con pocos amigos en la Horda. Muchos desconfiaban de su
aparente cambio de personalidad y, a pesar de que había renunciado a ocupar
Orgrimmar, solo se había ganado unos agradecimientos reticentes. Los humanos
eran el enemigo, siempre lo serían.
Sylvanas se percató de que el desagrado con el que la Horda había aceptado
que se celebrara el juicio podría transformarse en algo mucho peor si tenían que
ser testigos de cómo Varian ejercía de acusador. Daba la impresión de que Vol’jin
también era consciente de esto.
—Sí, Lord Taran Zhu. Vamos a ejercer nuestro derecho de veto —respondió.
Lo más extraño de todo fue que la Alianza no intentó convencerlos de lo
contrario. A Sylvanas le llamó mucho la atención esta reacción y, en cuanto el
nombre del nuevo acusador fue pronunciado, se dio cuenta de que todo había sido
una estratagema perfectamente calculada.
—Entonces, escogemos como acusadora a la suma sacerdotisa Tyrande
Whisperwind —dijo Varian con suma calma.
Tyrande Whisperwind pertenecía a la raza que más odiaba a los orcos,
incluso más que los humanos, pues era una elfa de la noche, lo cual era normal ya
que amaban la naturaleza y los orcos solían arrasarla para levantar sus edificios y
obtener materiales con los que fabricar sus armas. Sylvanas se sintió ultrajada en
un primer momento, pero luego se preguntó por un instante si realmente esa era
una elección tan mala como parecía a simple vista. La mayoría de la Horda habría
preferido acusar a Garrosh antes que defenderlo, tal y como había demostrado que
Baine hubiera aceptado ser el defensor a regañadientes.

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Sin embargo, mientras Tyrande recorría con su reluciente mirada a la Horda,
Sylvanas pudo ver que no simpatizaba para nada con ellos. Además, a pesar de que
Tyrande era una sacerdotisa, había participado en un buen número de batallas.
Aunque Taran Zhu continuó hablando y les explicó que la ley pandaren
imponía cuál iba a ser el procedimiento que iba a regir el juicio, la Reina alma en
pena hizo oídos sordos.
—Bien jugado, miembros de la Alianza —murmuró en el idioma que había
sido en su día su lengua materna.
—Presentaron a Varian con la única intención de que lo vetáramos, para que
pudieran poner en su lugar a alguien todavía más decidida a acabar con Garrosh,
por si acaso alguno de nosotros albergaba todavía el más mínimo aprecio por él en
su corazón —respondió alguien en el mismo idioma—. Creo que aún no
comprenden que lo odiamos tanto como ellos.
Sylvanas posó su mirada sobre Lor’themar y arqueó una ceja. El líder
sin’dorei siempre se había mostrado muy educado, aunque también frío y
resentido, siempre que Sylvanas había hecho algún intento de aproximación para
forjar una alianza, siempre había mantenido su apreciada dignidad incluso cuando
las circunstancias le imponían lo contrario. ¿Acaso esta conversación en
thalassiano era una señal de que había cambiado de actitud? ¿Tal vez estaba dolido
porque lo habían ignorado a la hora de elegir un nuevo líder para la Horda?
—Ella no le tiene ningún cariño a Garrosh, precisamente —observó
Sylvanas.
—Tampoco a la Horda —replicó Lor’themar—. Me pregunto si Vol’jin no se
va a arrepentir de no haber aceptado a Varian cuando tuvo la oportunidad.
Supongo que tendremos que esperar y observar.
—Como siempre nos toca hacer a nosotros —apostilló Sylvanas, quien tenía
curiosidad por saber cómo iba a responder ante esa señal de camaradería que le
acababa de enviar. Al parecer, no la oyó, ya que se limitó a hacer una reverencia
ante alguien del bando de la Alianza mientras los diversos representantes
desfilaban para marcharse.
Sylvanas se giró para ver a quién había saludado.
Por supuesto... Vereesa y Lor’themar se habían conocido recientemente. El
trato cortés que le había dispensado su hermana al líder de los elfos de sangre
había sorprendido a Sylvanas. Y la sorprendió aún más que, tras saludar a
Lor’themar, Vereesa clavó sus ojos en los de Sylvanas durante un largo instante.
Acto seguido, apartó la mirada.
Era la primera vez que las hermanas Windrunner —dos de ellas, en todo
caso— se veían desde hacía años. Lo normal habría sido que Vereesa se hubiera
emocionado al volver a ver a Sylvanas. Sin embargo, en el rostro de Vereesa no
había ni amargura ni tristeza.
Solo una determinación siniestra y una especie de... ¿satisfacción muy
peculiar?
Sylvanas no tenía ni idea por qué.

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CAPÍTULO TRES

La tensión abandonó a Baine en cuanto puso una pezuña de nuevo en el


suelo de su querida Mulgore, ya que se había sentido muy presionado durante todo
el tiempo que había estado en Pandaria.
Respiró hondo el limpio y dulce aire nocturno y cerró los ojos.
El chamán Kador Cloudsong lo estaba esperando.
—Me alegro de tenerte de vuelta en casa —le saludó Cloudsong con voz grave
al mismo tiempo que hacía una profunda reverencia.
—Me alegro de estar de nuevo en casa, aunque solo sea por breve tiempo...
y para realizar una tarea tan sombría —replicó Baine.
—Los muertos siempre nos acompañan —respondió Cloudsong—. Tal vez
nos apene no poder disfrutar de su presencia física, pero sus canciones se
encuentran en el viento y sus risas, en el agua.
—Ojalá pudieran hablamos y aconsejamos como hacía en su día.
Esta reflexión hizo que la tensión se apoderara de nuevo de Baine, aunque
dudó de si había sido inteligente reabrir esa vieja herida de un modo tan deliberado.
No obstante, confiaba en que el chamán lo habría disuadido si creyera que su
petición era poco inteligente.
—Nos hablan, Baine Bloodhoof, aunque de maneras que no estamos
acostumbrados a escuchar.
Baine asintió. En efecto, su padre, Cairne, siempre estaba con él. Baine y
Cloudsong se hallaban en Roca Roja, el antiguo emplazamiento donde los héroes
caídos de los tauren eran enviados a los brazos de la Madre Tierra y el Padre Cielo
a través del fuego purificador. Roca Roja, que se encontraba a una ligera distancia
de Thunder Bluff, tenía un nombre muy adecuado, puesto que era una formación
natural hecha de arenisca roja. Era un lugar muy sereno donde poder reflexionar,
donde uno podía abandonar el mundo de Thunder Bluff para adentrarse en un sitio
que permitía el tránsito entre ese mundo y el siguiente. Baine no había estado aquí
desde que se había despedido de Cairne. Ahora, al igual que entonces, Cloudsong
se hallaba junto a él, aunque esta vez se encontraban ellos dos solos. Al oeste,
Baine podía ver Thunder Bluff en la lejanía, con su silueta recortada frente a un
cielo plagado de estrellas, cuyas hogueras y antorchas eran como pequeñas
estrellas. Aquí, en la Roca Roja, al este, también ardía un pequeño fuego, que
proporcionaba calor y un fulgor reconfortante.
Sí, fuego. Se volvió y contempló las plataformas de piras funerarias que se
encontraban vacías de cadáveres, donde ahora nadie aguardaba a ser incinerado
ritualmente. Ahí solo quedarían las cenizas e incluso estas serían arrastradas por
los vientos aullantes y esparcidas por los cuatro puntos cardinales. A pesar de que
Thunder Bluff era su hogar desde hacía mucho tiempo, los tauren preferían no
enterrar a sus muertos. Estos rituales funerarios eran un recuerdo de sus tiempos
nómadas; además, si sus seres queridos eran liberados al viento a través del fuego,
podían vagar en la muerte como habían hecho en vida si así lo deseaban.
— ¿Has tenido tiempo suficiente para realizar los preparativos? —preguntó
Cloudsong.

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—Sí —contestó el chamán a la vez que asentía—. No es un ritual
extremadamente complejo.
A Baine no le sorprendió esa respuesta. Los tauren eran un pueblo sencillo
que no necesitaba utilizar palabras complejas ni objetos extraños ni difíciles de
obtener para realizar sus ceremonias. Lo que la amada tierra les proporcionaba era
casi siempre más que suficiente.
— ¿Está listo, Gran Jefe? —inquirió Cloudsong.
Un afligido Baine soltó una risita entre dientes.
—No. Pero eso no importa. Empecemos.
Cloudsong, ataviado con un atuendo de cuero confeccionado con las pieles
de bestias que él mismo había matado, pisoteó el suelo con sus pezuñas con un
ritmo lento y constante a la vez que alzaba el hocico hacia el cielo del este.
— ¡Yo los saludo, espíritus del aire! Brisa, viento y tormenta, yo los invoco a
ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se sumen a nuestro rito y
susurren los sabios consejos del gran Cairne Bloodhoof al oído de su expectante
hijo Baine.
Había sido una noche muy plácida, pero ahora un suave céfiro acariciaba el
pelaje de Baine, que estiró las orejas, aunque lo único que oyó fue un leve
murmullo, al menos por ahora. Cloudsong metió una mano en su bolsita de
chamán y sacó de ella un puñado de polvo gris, que esparció sobre el suelo mientras
caminaba, formando una línea curva con la que unió el este y el sur. Normalmente,
utilizaban polen de maíz para cuando se trataba de una ceremonia relacionada con
aspectos de la vida, pero como este era un ritual dedicado a los muertos, este polvo
gris estaba hecho con las cenizas de aquellos que habían sido enviados a los
espíritus en este lugar.
— ¡Yo los saludo, espíritus del fuego! —exclamó Cloudsong al encararse con
una diminuta llama y alzar su bastón para honrarla—. Ascuas relucientes, llamas
y hogueras, yo los invoco a ustedes y muchos más. Esta noche, les pedimos que se
sumen a nuestro rito y proporcionen a Baine Bloodhoof el ardor guerrero y
tremendo coraje de Cairne Bloodhoof, su amado padre.
La llama se elevó bruscamente por un momento, y Baine notó el tremendo
calor de ese muro de fuego. Tras haber revelado su presencia, el fuego menguó
hasta hallarse en un estado más moderado, crepitando a la vez que ardía
delicadamente.
Entonces, Cloudsong se volvió al oeste e invocó a los espíritus «de las gotas
de lluvia, del río y la tempestad» y les pidió que inundaran al Gran Jefe tauren con
los recuerdos del amor de su padre. A Baine se le desbocó el corazón de dolor por
un momento a la vez que pensaba: Las lágrimas también están hechas de agua.
Los siguientes en ser bienvenidos fueron los espíritus de la tierra —el suelo,
la piedra y la montaña—, así como los mismos huesos de los muertos honrados.
Cloudsong pidió que Baine pudiera hallar consuelo en las tierras de su pueblo, a
las que Cairne los había traído a todos en su día. Acto seguido, Cloudsong cerró
ese círculo sagrado dibujado con cenizas grises. Baine notó que una cierta energía
muy potente se desplazaba en ese espacio, lo cual le recordó la sensación que solfa
experimentar cuando se avecinaba tormenta, aunque se sintió inusualmente
sereno.

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—Bienvenido. Espíritu de la Vida —gritó Cloudsong—. Te hayas en forma de
aire en nuestro aliento, en forma de fuego en nuestra sangre, en forma de tierra en
nuestros huesos y en forma de agua en nuestras lágrimas. Sabemos que la muerte
es únicamente la sombra de la vida y que el final de las cosas es tan natural como
su nacimiento. Te pedimos que te sumes a nuestro rito e invitamos a aquel que
camina bajo tu sombra a que nos acompañe esta noche.
Permanecieron en silencio en el centro de ese círculo por un momento,
respirando de una manera cadenciosa y rítmica. Después de un rato, Cloudsong
asintió e invitó a Baine a sentarse en el centro de esas piras vacías, de cara a
Thunder Bluff. Baine hizo lo que le pedía y continuó respirando hondo mientras
calmaba sus turbulentos pensamientos. Cloudsong le entregó un cáliz de arcilla
lleno de un líquido oscuro que reflejaba la luz de las estrellas.
—Esto te permitirá tener una visión, si la Madre Tierra así lo desea. Bebe.
Baine se llevó el cáliz a los labios y paladeó los no demasiado desagradables
sabores de la hojaplata, la brezospina, la raíz de tierra y algo más que no pudo
identificar. A continuación, le devolvió el cáliz al chamán.
—No te quedes adormilado, Baine Bloodhoof. Contempla esta tierra con la
mirada perdida —le exhortó Cloudsong.
Baine lo obedeció. Se relajó y su mirada se perdió en el vacío.
Oyó los golpes regulares y suaves de un tambor hecho de piel, que emulaba
los latidos de un corazón tauren. Perdió la noción del tiempo. Solo sabía que llevaba
un rato sentado escuchando a Cloudsong y que se hallaba tremendamente
relajado, que se sentía en paz en lo más hondo de su corazón, el cual latía al compás
del tambor.
Entonces, con suma delicadeza, una presencia llamó su atención. Cairne
Bloodhoof sonrió a su hijo.
Se trataba de un Cairne que Baine nunca había conocido; cuando el
poderoso toro se hallaba en la flor de la vida, cuando tenía una mirada dura y
aguda. Sostenía su Runespear, que estaba intacta, igual que él. Cairne alzó la lanza
a modo de saludo de tal modo que los colosales músculos de su pecho se tomaron
más visibles aún.
—Padre —susurró Baine.
—Hijo mío —dijo Cairne, cuyos ojos entornados se llenaron de afecto—.
Caminar entre tu mundo y el mío resulta muy difícil y dispongo de muy poco
tiempo, pero sabía que tenía que venir, ya que las dudas anidan en tu corazón.
En ese instante, todo el dolor que Baine había enterrado en lo más hondo de
su corazón, que no había podido expresar, que no se podía siquiera permitir sentir
para que no le impidiera cumplir sus obligaciones con el pueblo tauren al que
lideraba, brotó de él como un violento maremoto.
—Padre... ¡Garrosh te mató! ¡Te negó el derecho a morir con honor! Se limitó
a mantenerse al margen mientras la Grimtotem y yo luchábamos como... como
bestias en una fosa, ¡mientras aguardaba al vencedor! Ha violado a la tierra, ha
mentido a su propia gente, y Theramore...
Las lágrimas recorrían el hocico de Baine, unas lágrimas teñidas de tristeza
e ira. Por un momento, fue incapaz de hablar, pues ambas emociones lo ahogaban.
—Y ahora te han pedido que lo defiendas —replicó Cairne—. Cuando lo que
deseas es poder aplastarle la garganta con la pezuña.

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Baine asintió.
—Sí. Tú te atreviste a criticarlo abiertamente cuando nadie más se atrevía.
Padre... ¿acaso debería haber hecho yo lo mismo? ¿Habría podido detenerlo? ¿La...
la sangre que se ha derramado por su culpa también mancha mis manos?
Esa pregunta le sorprendió incluso a él mismo, era como si esas palabras
hubiesen brotado solas de su garganta. Cairne sonrió levemente.
—El pasado, pasado está. El tiempo se lo ha llevado, al igual que el viento
arrastra las flores. Las decisiones que tomó Garrosh son solo suyas, así como la
responsabilidad que debe asumir por sus actos. Siempre has hecho lo que te ha
dictado el corazón y siempre has hecho que me sienta orgulloso de ti.
En ese instante, Baine supo cuál era la respuesta que Cairne iba a darle.
—Crees... crees que debería hacerlo —susurró—. Que debería defender a
Garrosh Hellscream.
—Lo que yo piense no importa. Debes hacer lo que creas correcto Como
siempre has hecho. En esos momentos, yo consideré que desafiar a Garrosh era lo
correcto. En otros distintos, tú consideraste que apoyarlo como líder de la Horda
era lo correcto.
—Varian debería haber dejado que Go’el lo matara —gruñó Baine.
—Pero no lo hizo, por eso estamos aquí —replicó el anciano (aunque ahora
joven) toro con suma tranquilidad—. Si respondes a esto, sabrás qué hacer. Si te
aflige tanto que me asesinaran de una manera tan traicionera, ¿acaso no deberías
hacer todo lo posible para alcanzar la pura verdad con total honradez e integridad,
a pesar de que no sea fácil, o sobre todo porque no lo es? ¿Acaso no deberías hacer
todo lo posible por cumplir esta tarea que te han asignado de una manera
honorable? Querido hijo, sangre de mi sangre, creo que ya sabías la respuesta antes
de venir aquí.
Era cierto. Pero ser consciente de ello hacía sufrir a Baine.
—Aceptaré esta pesada carga —murmuró—. Y defenderé a Garrosh de la
mejor manera posible.
—Si hicieras menos, no serías quien eres. Cuando todo esto acabe, te
alegrarás de haber obrado así. No, no —dijo, alzando las manos a modo de protesta
al ver que Baine intentaba hablar—. No puedo decirte cuál será el resultado. Pero
te prometo... que hallarás la paz en tu corazón.
Cairne se fue desvaneciendo. Al percatarse de ello, Baine se quedó
compungido por haber desperdiciado esta valiosa oportunidad de hablar con él
quejándose como un mero ternero, cuando su padre... ¡su padre...!
— ¡No! —Exclamó, con una voz quebrada por la emoción—. Padre... ¡por
favor, no te vayas, aún no! ¡Por favor, aún no...!
Había tantas cosas que Baine quería decirle. Lo terriblemente que le echaba
de menos. Lo mucho que intentaba honrar el recuerdo de su padre. Que estos
breves instantes significaban muchísimo para él. Extendió los brazos de un modo
suplicante, pero ya era demasiado tarde. Su padre se adentró en la sombra de la
vida, dejando atrás el sol de esta, y Baine cerró ambas manos al intentar agarrar
lo que solo era vacío.
La tristeza se adueñó de la mirada de Cairne. También extendió los brazos,
pero al instante se esfumó.
Cloudsong logró sostener a Baine antes de que se cayera del todo.

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— ¿Has hallado la respuestas que buscabas, Gran Jefe? —preguntó
Cloudsong al mismo tiempo que le entregaba a Baine un cáliz repleto de agua fresca
y clara. Tras darle unos sorbos, a Baine se le fue despejando la cabeza.
— ¿Las respuestas que buscaba? No. Pero sí las que necesitaba —contestó,
mientras sonreía con tristeza a su amigo.
Cloudsong asintió, pues lo entendía perfectamente. En medio del murmullo
de la noche, el canturreo de los grillos y el suspiro de la brisa se vieron
interrumpidos por un zumbido familiar cuando unos torbellinos de colores
brillantes cobraron forma.
— ¿Quién se atreve a interrumpir este ritual? —se quejó Cloudsong—. ¡El
círculo aún no se ha roto!
Baine se puso en pie mientras el chamán se acercaba dando zancadas al
portal abierto. Un elfo noble esbelto lo atravesó. Tenía el aspecto típico de cualquier
miembro de su raza; unos rasgos marcados y elegantes, un pelo rubio largo y suelto
y una perilla corta y muy bien arreglada. El elfo hizo una seña a Baine con cierta
impaciencia.
—Gran Jefe, me llamo Kairozdormu. Taran Zhu me ha enviado para
escoltarte al Templo del Tigre Blanco. Por favor, debes acompañarme.
—Estás interrumpiendo una ceremonia sagrada... —empezó a decir
Cloudsong.
El elfo le lanzó una mirada furibunda.
— ¡Lamento terriblemente tener que mostrarme tan irrespetuoso, pero
debemos apresuramos, de veras!
Baine posó su mirada sobre el tabardo que vestía el elfo. Era marrón con
ribetes dorados y tenía una insignia en el centro del pecho; un círculo dorado
taraceado con el símbolo del infinito. Como era el tabardo que vestían los
caminantes del tiempo, Baine decidió hacer un comentario un tanto aventurado:
—No sabía que tu Vuelo seguía vistiendo estas ropas. Creía que su poder
sobre el tiempo...
Kairozdormu agitó una mano de largos dedos en el aire con suma
impaciencia.
—La historia es muy larga, y el tiempo muy corto...
—Una frase muy graciosa, viniendo de ti. ¿Acaso va a suceder alguna
catástrofe inminente en los portales del tiempo?
—No, es por una razón mucho más prosaica... Este portal no va a estar
abierto por siempre. —De repente, se rio entre dientes—. Bueno —se corrigió a sí
mismo, esbozando una sonrisilla maliciosa con la que mostró fugazmente sus
blancos dientes—, en teoría, sí podría, pero no aquí ni en este momento en
particular. Gran Jefe Baine, si es tan amable...
Baine se volvió hacia Cloudsong.
—Te doy las gracias por todo, Kador, pero el deber me llama.
—Y, al parecer, con acento elfo —replicó Cloudsong, quien, no obstante, hizo
una reverencia—. Ve, Gran Jefe, con la bendición de tu padre, de eso al menos
estoy seguro.

***

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La comida fue ligera y sencilla; pan de piñones, queso azul darnassiano y
peras lunares frescas, todo ello regado con zumo de baya lunar. Aquí en el templo
de su querida Elune, Tyrande le contó al archidruida Malfurion Stormrage lo
acontecido con anterioridad en el Templo del Tigre Blanco.
Ella se había alegrado al saber que Taran Zhu había designado a una maga
para teletransportar a aquellos que iban a participar en el juicio. Yu Fei era una
pandaren de cara muy dulce cuya túnica de seda estaba confeccionada con las
tonalidades del agua, lo cual encajaba perfectamente con el único mechón de pelo
rebelde que le tapaba recatadamente un ojo azul.
—Chu’shao Whisperwind—, había dicho Yu Fei, utilizando el término
pandaren para «consejero» a la vez que hacía una honda reverencia al presentarse—
me siento honrada de poder enviarte a casa hasta que tus obligaciones reclamen
tu presencia aquí. No dudes en llamarme si necesitas mi ayuda.
—Cielo, ¿estás segura de que quieres asumir este deber? —le preguntó el
archidruida.
Las plumas que le cubrían los brazos, lo cual era un recordatorio de los
milenios que había pasado en el Sueño Esmeralda, rozaron la parte superior de la
mesa mientras le servía a Tyrande una segunda copa de zumo de baya lunar. Esta
era consciente de que se había acostumbrado a los cambios que había sufrido
Malfurion durante su largo sueño; las plumas, los pies que ahora eran más propios
de un sable de la noche que de un elfo, la largura y espesura de su gran barba
verde. Aunque, desde su punto de vista, ningún cambio en su apariencia externa
podía cambiar su hermoso corazón. Siempre había sido y siempre iba a ser su
amado.
Malfurion prosiguió hablando:
—No sabes cuánto tiempo durará el juicio, ni el esfuerzo que te va a suponer.
Tyrande dio un sorbo a la bebida, que era tan fresca y dulce como los
bosques de noche.
—Los ojos del mundo entero estarán centrados en este juicio, mi amor —
señaló, sonriendo—, eres más que capaz de ocuparte de cualquier cosa que surja
en mi ausencia. Podré volver a casa todas las noches para estar contigo, lo cual es
toda una bendición de la propia Elune. Y respecto al esfuerzo que me va a suponer
—en este instante, su tono se tomó ligeramente más severo—, es muy probable que
tenga que hacer muy poco, aparte de presentar las evidencias. A lo largo de muchas
lunas anteriores, Garrosh ha disfrutado del cariño de muy poca gente y, ahora que
sus brutales masacres se han acabado, aún menos.
El semblante del archidruida se tomó sombrío al mirarla a los ojos.
—No me refería a qué vas a tener que hacer en el juicio, sino a qué coste a
nivel emocional vas a pagar por él.
Esas palabras sorprendieron a Tyrande, quien se quedó un tanto perpleja.
— ¿Qué quieres decir?
—Eres una suma sacerdotisa, una devota de Elune, quien es la paladina de
la iluminación y la sanación. Cuando es necesario, eres feroz en batalla. Pero vas
a tener que valerte de las palabras como arma, que son veleidosas y escurridizas,
no como tu hermoso corazón. Y vas a incitar al odio, vas a incitar a que lo condenen,
no vas a iluminar a nadie con tu sabiduría, precisamente.

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—Al final, los hechos que voy a presentaren el juicio iluminarán y permitirán
comprender la verdad; además, condenar a Garrosh de una manera apropiada
traerá consigo la sanación de muchas heridas por fin —aseveró.
Él seguía mostrando un semblante de preocupación y abrió la boca para
replicar, pero antes de que pudiera decir nada, una mujer habló desde el exterior
del pabellón donde Tyrande y su amado estaban comiendo.
— ¿Milady?
—Puedes entrar, Cordressa.
Una mano esbelta alzó el trozo de tela que cubría la entrada y la centinela
asomó la cabeza, cuyo pelo era de color azul medianoche.
—Tienes una visita. Dice que ha venido por algo relacionado con un juicio y
que es urgente.
Malfurion enarcó una ceja de manera inquisitiva, y Tyrande negó con la
cabeza, pues estaba tan sorprendida como él.
—Por supuesto, Cordressa. Hazla entrar.
La centinela retrocedió, sujetando en todo momento la tela que cubría la
entrada del pabellón, e indicó con una seña a la misteriosa visitante que podía
entrar.
Se trataba de una gnomo de pelo plateado, el cual llevaba recogido en dos
moños a sendos lados de una cara levemente pecosa. Sus grandes ojos verdes
brillaron de alegría al saludar a Tyrande y Malfurion.
—Archidruida, suma sacerdotisa... ¡cuánto me alegro de verlos de nuevo!
Lamento mucho importunarte, Chu’shao, pero me temo que es importante.
Chu’shao era otro título más que ahora Tyrande ostentaba, por supuesto, al
menos por un tiempo.
—Seguro que sí, Chromie. —Tyrande sonrió y, con suma elegancia, se
arrodilló ante la dragona bronce Chronormu para que pudiera mirarla a la cara.
En cuanto la centinela oyó el nombre de la dragona, soltó discretamente la tela que
tapaba la entrada del pabellón para dejarlos a solas—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Los Celestiales quieren que tanto tú como Chu’shao Bloodhoof utilicen
algo a la hora de presentar el caso. Será más fácil que te lo enseñe. ¿Me haces el
favor de acompañarme?

CAPÍTULO CUATRO

Al llegar al Templo del Tigre Blanco, Baine le hizo una reverencia a Yu Fei,
para darle las gracias por haberlo teletransportado hasta aquí. A continuación, se
volvió hacia el líder del Shadopan.
—Saludos, Lord Taran Zhu. Kairozdormu me ha traído, tal y como habías
pedido.
Baine echó un vistazo a su alrededor mientras hablaba. El Templo del Tigre
Blanco parecía aún más cavernoso de noche. La luz de la luna y los faroles
proporcionaban una leve iluminación, pero aun así, los asientos delanteros estaban
envueltos en sombras. Baine se fijó en que habían traído muebles adecuados para
la celebración del juicio. Ahora había tres zonas —una para él y Garrosh, otra para

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Tyrande y una más para el fa’shua y los testigos—. Las secciones del acusador y
defensor eran idénticas y contaba con unas mesas rectangulares cubiertas con una
tela dorada y carmesí, así como con unas sillas muy sencillas. Una sección estaba
montada sobre el círculo situado al oeste y la otra, con dos sillas, en el situado al
este. Baine dio por sentado que ese lado era para Garrosh y él. Cada mesa tenía
una jarra vacía y unos vasos, así como un tintero, una pluma y un pergamino
dispuestos ordenadamente a un lado, para que pudieran tomar notas,
presumiblemente.
Taran Zhu, sin embargo, se iba a sentar en un estrado elevado en una silla
más ornamentada que las demás, pero no tan suntuosa como el trono situado en
lo alto de la parte norte de la zona de espectadores. En el suelo, delante del asiento
de Taran Zhu y ligeramente a la izquierda se hallaba la silla de los testigos, que
contaba también con una mesita donde ahora había una jarra y un vaso vacíos.
Junto al asiento del fa’shua, había un pequeño gong y un mazo.
Todo esto era algo que Baine esperaba, pues entraba dentro de lo que le
habían comentado. Pero había otra serie de mesas y sillas, apartadas a un lado y
un poco por detrás de la silla de Taran Zhu, en una de las cuales había un objeto
envuelto en una tela negra.
— ¿Puedo preguntar qué es eso?
—Es la razón por la que te he pedido venir a estas horas —respondió Taran
Zhu, dándole así una explicación totalmente adecuada al mismo tiempo que no le
daba ninguna de verdad. Además, impidió que Baine le hiciera otra pregunta al
alzar una zarpa—. Cuando Chu’shao Whisperwind llegue, todo se revelará. Ten
paciencia.
—Me has sacado de una ceremonia ritual porque debía venir de inmediato y
no había tiempo que perder. Así que estoy seguro de que serás capaz de entender
que, ahora mismo, no estoy muy contento por la labor de mostrarme paciente —
replicó Baine.
Taran Zhu lanzó una mirada de reproche al dragón bronce que se hallaba
junto a Baine.
—Yu Fei podría haber reabierto el portal unos momentos después,
Kairozdormu. A ella no le habría importado. Sé que no estás tan familiarizado como
tu contrapartida de la Alianza con la forma de proceder de las razas jóvenes, pero
debes aprender a respetarlas.
Kairozdormu esbozó un gesto de consternación.
—Lo siento. Tienes razón. En eso, ella me lleva ventaja. Confío en que
Chu’shao Bloodhoof acepte mis disculpas y me ayude a conocer mejor la forma de
proceder de los tauren.
Baine se apaciguó levemente. Si bien el dragón no había interrumpido la
ceremonia en el momento clave, a los elementos no les gustaba que no se les diera
las gracias como era debido cuando se habían tomado la molestia de haber acudido
a una invocación. Decidió que era mejor correr un tupido velo sobre el asunto y
centrarse en otra cosa que Taran Zhu acababa de mencionar.
— ¿La contrapartida de la Alianza...?
—Al igual que Kairozdormu va a colaborar contigo, otro dragón bronce va a
asesorar a la acusadora. Llegarán en breve.

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Baine volvió a mirar ese misterioso objeto tapado y a los asientos ahora
vacíos que pronto estarían repletos de espectadores. Cuando posó la mirada sobre
la mesa y las dos sillas de la zona del defensor y, a pesar de lo que le había dicho
a su padre, resopló al pensar en que no solo iba a tener que defender a Garrosh,
sino que se iba a ver obligado a sentarse junto al orco todos los días que durase el
juicio.
—¿Hay algo que te preocupe? —preguntó Kairozdormu a la vez que se
arrellanaba en la que iba a ser la silla de Baine. Se llevó las manos a la parte
posterior de la cabeza, las entrelazó y miró al tauren inquisitivamente.
—Me preocupan muchas cosas, Kairozdormu, pero no puedes hacer nada al
respecto —contestó Baine.
—No estés tan seguro. Y llámame Kairoz, por favor.
Dos figuras —una alta, otra baja— entraron ahora en ese lugar. Tyrande
Whisperwind agachó la cabeza de un modo elegante.
—Buenas noches, Chu’shao Bloodhoof. Lord Taran Zhu, espero no haberte
hecho esperar mucho tiempo.
La gnomo que la acompañaba se giró hacia Baine.
—Hola, Gran Jefe. ¡Cuánto me alegro de volverlo a ver!
Le brindó una fugaz sonrisa y se fue a hablar con Kairoz.
—Suma sacerdotisa Tyrande, Gran Jefe Baine —dijo Taran Zhu—, les doy
las gracias a ambos por venir. Iré directo al grano. Aún más importante que lo que
le suceda a Garrosh es celebrar un juicio que todo el mundo considere justo y
ecuánime, si no, corremos el riesgo de que o bien Garrosh se convierta en un mártir,
o bien que muchos miembros de la Horda pretendan continuar su legado, o bien
que la gente en general perciba que hemos sido demasiado blandos con él, y en
tales casos la brecha que separa a la Horda y la Alianza se convertiría en un abismo.
—Mi labor es muy fácil, Lord Taran Zhu —afirmó la suma sacerdotisa elfa
de la noche con su tono de voz tan melodioso—. Estoy segura de que las evidencias
hablarán por sí solas.
—Yo por mi parte, aunque todos saben que no tengo ningún cariño a
Garrosh precisamente, les prometo que preferiría morir a deshonrar el papel que
se me ha otorgado —aseveró Baine con un tono de voz grave y un tanto iracundo.
¿Qué tramaba Taran Zhu?
—No pretendo mostrarme irrespetuoso —se excusó Taran Zhu—. Sé
perfectamente que ninguno de ustedes dos recurrirá al engaño ni a triquiñuelas.
Aun así, deben saber que correrán rumores en ese sentido.
—Lo cual será muy lamentable —admitió Tyrande—, pero inevitable.
Los dragones bronces intercambiaron unas sonrisas que casi parecían unas
sonrisillas de suficiencia.
—En un juicio normal, sí —señaló Kairozdormu—. Pero esto no es un juicio
normal. ¿Saben lo que es el reloj de arena de tiempo?
Era una pregunta retórica. El reloj de arena —que era enorme, muy hermoso
y capaz de revertir el mismo tiempo— había sido creado por Nozdormu, el ex-
Aspecto del Tiempo. Nozdormu había previsto que se acabaría corrompiendo y
transformando en un ser llamado Murozond, por lo que había entregado a aquellos
que lucharían contra Murozond y lo derrotarían el reloj de arena para ayudarlos en
la batalla.

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Baine y Tyrande se miraron de un modo incómodo. A ambos les había llegado
el rumor de que cualquiera que había intentado ayudar a Nozdormu se había tenido
que enfrentar a una versión oscura y siniestra de sí mismo, lo cual no era nada
reconfortante. —Hemos oído hablar de ese reloj de arena —afirmó Baine con gran
sequedad.
—Bueno, desde la derrota de Murozond, he estado... bueno... —Kairoz se
calló, ya que intentaba dar con la palabra adecuada.
—Experimentando —apostilló Chromie.
—Sí, experimentando —admitió Kairoz—. Con cierta magia. He estado
explorando la Isla Atemporal. He utilizado unos cuantos granos de las Arenas del
Tiempo que contenía el reloj de arena y los he combinado con partículas de tierra
de rocas de época que hallé en esa isla, para crear un artefacto al que llamo la
Visión del Tiempo. Se trata de una cosita maravillosa, de veras, si me permiten la
inmodestia. Sus capacidades son muy distintas a las que poseía el reloj de arena.
No puede revertir el tiempo, como el reloj, pero Chromie y yo podemos dirigir la
Visión para que muestre unas imágenes de cualquier momento concreto del
tiempo... de cualquier momento importante... que nos muestren qué sucedió en
realidad. Yo mismo he sido capaz de atisbar algunos instantes del futuro.
— ¿Cómo? —preguntó Baine, quien alzó la mirada inquieto hacia ese objeto
todavía tapado.
—Es capaz de crear una fisura en el tiempo de una manera totalmente
controlada.
— ¿No se corre el riesgo de poder cambiar la historia? —inquirió Tyrande.
—No, para nada —contestó Kairoz, quien parecía orgulloso de sí mismo. Y
con razón, pensó Baine—. Tal y como he dicho, he alterado la composición
intrínseca de las Arenas del Tiempo que vamos a usar. La Visión del Tiempo no
hará que esos eventos se manifiesten de verdad. Nada de eso se hallará aquí en el
plano físico... únicamente las imágenes y el sonido serán capaces de atravesar la
fisura.
—Además, solo funciona en un sentido —añadió Chromie—. No corremos
peligro de cambiar nada, en absoluto.
—Déjenme que se lo demuestre —le pidió Kairoz, quien cogió esa tela negra
de una esquina y, con un gesto ostentoso y muy dramático, se lo quitó de encima
a ese objeto.
La Visión del Tiempo era un reloj de arena que contaba con dos dragones
forjados en metal; se trataba de dos dragones de bronce de verdad. Cada uno se
encontraba enroscado alrededor de un receptáculo redondo. Su nariz se tocaba con
su propia cola y estaban tallados de un modo tan exquisito que daba la sensación
de que estaban meramente adormilados.
—La arena del receptáculo de arriba no cae —observó Tyrande.
—Lo hará en cuanto Chromie o yo activemos la Visión —respondió Kairoz—
Hay un número finito de granos de arena en el bulbo superior. A cada uno de
ustedes se le permitirá utilizarlo durante un cierto número de horas a lo largo del
juicio. Podrán escoger momentos históricos que deseen presentar como evidencias
irrefutables en el proceso, la duración de cada visión se computará en el tiempo
total.

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—O dicho de otro modo —comentó Tyrande—, no hace falta que haya
testigos.
—Yo no iría tan lejos —le corrigió Kairoz—. Tendrán que elegir esos
momentos sabiamente, y los testigos pueden ayudar (o hacer justo lo contrario)
aportando mucho más que los meros hechos. Chromie ha sido elegida para
asesorarte, suma sacerdotisa, sobre cómo aprovechar mejor esos testimonios, y yo
colaboraré contigo en ese aspecto, Gran Jefe.
—Bueno —caviló Baine—, así que si un testigo es incapaz de recordar con
precisión un incidente, no habrá mentiras, ni exageraciones, ni ninguna dificultad
para conocer la verdad.
—Solo tendremos la verdad sin adulteraciones ni adornos —les aseguró
Chromie—. No habrá margen para la discusión.
—Oh, seguro que lo habrá —le corrigió Tyrande—. Se debatirá sobre las
motivaciones, las reflexiones que llevaron a tal o cual cosa, los otros planes que...
Chromie alzó ambas manos.
— ¡No les reveles tu estrategia, suma sacerdotisa! —exclamó.
— ¿Cómo vamos a saber qué momentos elegir? —preguntó Baine—
¿Podremos verlos antes de mostrarlos ante el tribunal?
—Por supuesto —contestó Kairoz—. Respecto a cuáles elegir, para eso nos
tienen a nosotros. Bastará con que nos digan a Chromie o a mi qué clase de
argumentación quieren plantear y nosotros los ayudaremos a dar con el momento
perfecto para apoyar su alegato.
— ¿Por qué no nos retiramos a Darnassus para poder hablar sobre cómo
podemos aprovechar la Visión para sustentar tus argumentos?
—Hablas sabiamente, Chromie. Lord Taran Zhu, ¿me necesitas para alguna
cosa más? —inquirió Tyrande.
—Puedes marcharte con tu consejera, acusadora. Al igual que tú, defensor
— respondió Taran Zhu—. A partir de este momento, los dos ya no se volverán a
ver, ni conversarán de nuevo hasta que el juicio comience. Que la paz sea con
ustedes y que la sabiduría de los Celestiales los ilumine mientras cumplan con sus
deberes con honor y diligencia.
Hizo una profunda reverencia y se mantuvo en esa posición por un
momento, a pesar de que no cabía duda de que esa postura le provocaba un gran
dolor físico. Baine intuyó que, de este modo, el monje les estaba mostrando su
enorme respeto y gratitud.
Tyrande también se agachó respetuosamente ante todos ellos y, acto
seguido, se marchó con Chromie. La sacerdotisa se movía con la misma lánguida
elegancia y fuerza de siempre, pero había una sutil ansiedad en sus pasos que
revelaba que la embargaba la emoción.
—Bueno, ella sí que parece alegrarse de mi aportación al proceso gracias a
este aparato —observó Kairoz, quien se hallaba junto a Baine viéndolas marchar.
—Tiene razones para sentirse así —replicó Baine.
— ¿Y tú no?
Baine lo miró detenidamente.
Todos los que hemos estado aquí presentes esta noche sabemos bien que
conocer la pura verdad sin adornos no va a servirle de mucho a Garrosh. Y como

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mi deber es defenderlo, sin que importe qué opine yo a nivel personal, esto me
parece que es más un regalo para la acusadora que cualquier otra cosa.
—Vamos —le dijo Kairoz con una sonrisa—. No te rindas ya. Incluso la pura
verdad sin adornos puede ser interpretada de maneras muy distintas. Tienes
derecho a pedirme que muestre ciertos eventos que no tienen por qué limitarse solo
a lo que Garrosh ha hecho y dicho, ya me entiendes...
—He de decir que esa es una perspectiva... interesante. Me intriga.
Regresemos a Thunder Bluff. Tú y yo vamos a tener una conversación en la que me
vas a explicar cómo podré aprovechar al máximo esa Visión.

***
No debería sentirse tan alegre, y Jaina Proudmoore lo sabía. ¿Acaso había
algo que celebrar la noche antes de un juicio cuyo veredicto probablemente
condenaría a un reo a ser ejecutado, que acabaría con una vida? No, claro que no.
Pero lo cierto era que se sentía así.
Podía notar que otros compartían también ese mismo sentimiento, aunque
nadie de los sentados a la mesa esa noche iba a brindar por una muerte más que
merecida; al menos, no abiertamente. Sin embargo, la gente adoptaba unas
posturas más rectas y tensas de lo normal. Se hablaba con un tono bastante
animado, e incluso se escuchaba alguna carcajada; algo que Jaina casi había
olvidado qué era. Había una alegría en su corazón que hacía tiempo que no sentía,
y se atrevió a esperar que a partir de ahora —por fin— los horrores de la guerra
hubieran quedado atrás, o al menos quedaran olvidados el tiempo suficiente como
para que pudiera tomarse un respiro, llorar a los muertos, reír con los vivos y
aprender a tener una relación con alguien que, a pesar de ser tan distinto a ella,
era muy sincero y sin dobleces.
Esa sensación de paz, que había ansiado durante tanto tiempo y que había
parecido tan imposible de alcanzar, iba creciendo en su fuero interno mientras
miraba esas caras que la rodeaban, mientras miraba a esa gente con la que cenaba
en El Alto Violeta. Kalec estaba ahí, por supuesto, así como Varian y Anduin Wrynn,
o Vereesa Windrunner.
Aunque se sentía agradecida de que se hallara ahí, seguía notando la
ausencia de los caídos. Kalec, que sabía perfectamente lo que ella sentía y pensaba,
le apretó delicadamente la mano.
—Los echas de menos —susurró, y ella no se molestó siquiera en negarlo.
—Así es —respondió—. Ellos también deberían estar aquí... Pained, Kinndy
y Tervosh.
Pese a que estaban hablando en voz baja, poco podía escapar de sus agudos
oídos élficos.
—Sí, así debería ser —comentó Vereesa—. Ellos y también Rhonin, y muchos
otros más.
Anduin pareció inquietarse ante el duro tono de voz que estaba empleando
Vereesa, y señaló:
—Estoy seguro de que con los Celestiales como jurado y Taran Zhu como
juez, se hará justicia.
—Sí —dijo Vereesa—. Aunque la elección de Baine como defensor de Garrosh
fue muy extraña, pero tampoco pienso impugnarla.

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—Baine es un tipo muy honorable —afirmó Anduin—. No cabe duda de que
desempeñará su labor de la mejor forma posible, a pesar de lo que pueda sentir a
nivel personal.
—Pero no creo que esté disfrutando de esa labor, precisamente —observó
Kalec.
—Cierto —admitió Varian—. Al contrario que Tyrande. Creo que todo el
mundo en la Alianza la envidia por la misión que le han encomendado.
—Salvo tú —señaló Jaina.
—Prefiero ver cómo se desarrollan los acontecimientos —replicó Varian—. Si
simplemente quisiera que Garrosh muriera, lo único que habría tenido que hacer
es haber permanecido callado mientras Go’el blandía el Doomhammer.
Vereesa frunció los labios, pero no dijo nada. Jaina no se lo podía echar en
cara; ella misma tenía sentimientos encontrados respecto a lo que había hecho
Varian en ese momento.
Hiciste lo correcto, padre —aseveró Anduin—. Va a ser un juicio muy difícil,
pero quién sabe, a lo mejor trae cosas muy positivas a largo plazo. Servirá para
poner un punto y final más definitivo a ciertas cosas que una mera ejecución... se
decida lo que se decida.
¿Ah, sí?, se preguntó Jaina. ¿Acaso eso iba a poner punto final a sus
pesadillas, a ese repentino e intenso dolor que sentía en el corazón cuando recordaba
no solo que sus amigos habían muerto, sino también cómo lo habían hecho? Pensó
en Kinndy, que se transformó en un montón de polvo violeta en cuanto Jaina la
tocó. Entonces se dio cuenta de que había estado agarrando un tenedor con tanta
fuerza que tenía los nudillos blancos. Al dejar sobre la mesa el cubierto, notó que
le dolían los dedos. Contempló esa cena, que consistía principalmente en pollo
asado, y al coger un muslo y observarlo detenidamente, decidió hacer un
comentario teñido de humor negro.
—Qué bien nos vendría que Garrosh se atragantara con un hueso en la cena
de esta noche y nos ahorrara así un buen montón de problemas, ¿verdad? —dijo
con un tono de voz muy animado—. Si a alguno aún le queda un hueco libre en la
barriga, que sepa que, por lo que tengo entendido, hay una tarta deliciosa de postre.

CAPÍTULO CINCO

Día Uno

El gentío —y la seguridad para controlarlo— superaba con creces cualquier


cosa que Jaina Proudmoore hubiera visto jamás. Se sintió agradecida por poder
contar con la protección de los guardias de Varian, quienes la ayudaron a abrirse
paso a través de la multitud que se arremolinaba alrededor de las entradas y
permitieron que tanto Jaina, como Kalec, Varian, Anduin y Vereesa alcanzaran los
asientos que tenían reservados para ellos.
Todos los líderes de cada raza de la Horda se habían reunido del mismo
modo, su colorida ropa y sus pieles de diversos colores, así como sus rudos y
peculiares aspectos contrastaban sobremanera con los miembros de la Alianza que
se hallaban sentados frente a ellos con una actitud bastante estoica. Los Augustos

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Celestiales habían colocado muy sabiamente a los miembros de las facciones que
no mantenían ningún vínculo de lealtad ni con la Horda ni la Alianza en los asientos
del medio, a modo de muro de contención por si el ambiente se caldeaba
demasiado. A Jaina le sorprendió ver en esa sección a cierta elfa de largas trenzas
pelirrojas. Tenía un rostro bellísimo marcado por una expresión de tristeza etérea.
Jaina se compadeció de ella, pues comprendía su dolor.
—Alexstrasza —susurró.
—Ojalá no hubiera venido —dijo Kalec lanzando un suspiro, mientras se
sentaba en un asiento situado junto a Jaina—. Esto va a ser muy doloroso para
ella.
Jaina pensaba que Alexstrasza, la gran Protectora y ex-Aspecto de dragón,
debería estar por encima de cosas como los juicios y métodos de impartir justicia
de las razas jóvenes. Siempre se había comportado con dignidad, coraje, elegancia
y compasión, incluso cuando se había tenido que enfrentar a horrores
inconcebibles y a la muerte de seres queridos, lo cual la había dejado
profundamente marcada. Su hermana, la dragona verde Ysera, estaba sentada a
su lado y le agarraba de la mano a Alexstrasza mientras contemplaba maravillada
todo cuando la rodeaba de un modo un tanto infantil y plagado de curiosidad.
—Alexstrasza tiene que estar aquí —contestó Jaina—. No por el juicio, sino
por ella misma. Igual que yo.
—Wrathion también está aquí —señaló Anduin.
Eso también sorprendió a Jaina, quien siguió la mirada de Anduin. Sentía
curiosidad por poder ver por primera vez a ese ser al que a menudo apodaban el
Príncipe Negro. Muy pocos lo conocían; menos aún conocía su verdadera identidad.
—Bueno —dijo Jaina, bajando la voz para que solo pudiera escucharla
Anduin—, entonces me parece que todos los Vuelos están representados.
Wrathion era el único dragón negro que no se había corrompido, o al menos
el único caso conocido.
Había sido engendrado por Deathwing y había escapado de la vil influencia
de los dioses antiguos gracias a algo que sucedió cuando todavía estaba dentro del
huevo. Aunque había sido afortunado en ese aspecto, Jaina tenía que admitir que
su vida había sido de todo menos idílica. El Vuelo de Dragón Rojo, bajo el mando
de Alexstrasza, había intentado purificar a los dragones negros. Una dragona roja
en concreto, llamada Rheastrasza, había recurrido a medidas tan extremas como
secuestrar a una dragona negra para poder purgar a un solo huevo de esa locura
que atormentaba ese Vuelo entero, lo cual no había sentado nada bien a
Deathwing, quien destruyó ese huevo —o al menos eso creyó—. Como Rheastrasza
había previsto que sucedería eso, cambió el huevo purificado de dragón negro por
otro, sacrificando así no solo su propia vida, sino también la de su propio hijo, que
aún no había salido del cascarón.
Wrathion, que en esos instantes todavía se hallaba en el huevo, había sido
perfectamente consciente de todo lo acaecido; como también fue consciente de que
sería criado y vigilado muy de cerca por el Vuelo de Dragón Rojo tal vez toda la vida.
No obstante, fue «liberado» cuando su huevo fue secuestrado por unos granujas,
puesto que cuando el huevo eclosionó ya no se hallaba bajo la influencia de los
dragones rojos. Cómo había logrado escapar de sus captores era todo un misterio,
pero aquí estaba, vivito y coleando.

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Anduin y Wrathion se habían conocido y hecho amigos en Pandaria, aunque,
tal y como el mismo Anduin debía admitir, era una amistad basada en lo
tremendamente distintos que eran sus puntos de vista en muchos sentidos. Era
casi imposible determinar qué «edad» tenía Wrathion. Si había que establecer sus
años siguiendo el criterio del tiempo realmente transcurrido, solo era un bebé de
dos años, pero como era un dragón, poseía una inteligencia y una sabiduría innata
y un aspecto por el que parecía un joven de prácticamente la misma edad que
Anduin.
Jaina siempre había sido como una madre para Anduin y no se sentía nada
a gusto con su nuevo amigo. Por un lado, Anduin tenía muy pocas amistades de
su misma edad y, por otro, a Jaina le preocupaba que Wrathion fuera una «mala
influencia», como se suele decir. No obstante, lo más extraño de todo era que eso
no se debía a que fuera un dragón negro. Antes de que el horror de su demencia lo
pervirtiera, Neltharion —más conocido como Deathwing— había sido el Aspecto de
la Tierra, un ser muy sabio y protector. No, lo que le preocupaban eran ciertas
cosas que Anduin le había contado que había dicho Wrathion. Además, se fijó en
que el Príncipe Negro se encontraba sentado lo más lejos posible de Alexstrasza,
aunque dado su pasado, no se lo podía echar en cara.
Si bien parecía un humano en gran parte, aunque un tanto extraño, por
culpa de su piel más oscura y su peculiar ropa; pantalones bombachos, túnica y
turbante. Estaba flanqueado a la izquierda por una orco, cuyo ceño parecía estar
eternamente fruncido, y a la derecha por una humana de aspecto igualmente
amenazador. El dragón negro sonrió a Anduin y, a continuación, posó sus
brillantes ojos, el único detalle que revelaba cuál era su verdadera forma, sobre
Jaina. Agachó la cabeza y la obsequió también con una sonrisa, pero que sugería
que había algo que le resultaba gracioso. Jaina se preguntó qué podría ser eso que
le hacía tanta gracia.
Unos guardias pandaren se hallaban cerca, haciendo gala de una gran calma
y paciencia, tan serenos como un lago en una montaña, pero preparados para
entrar en acción con premura en menos de un segundo si era necesario. Si se
producía un estallido de violencia, esta solo podría darse en el plano físico, ya que
Jaina pudo notar que se había levantado un campo de atenuación que bloqueaba
toda magia, era como una niebla muy opresiva; asimismo, nadie había podido
entrar armado.
—Esto me resulta muy familiar —murmuró Varian.
— ¿Qué cosa? —inquirió Jaina.
—Eso. —Varian asintió en dirección a unos asientos repletos de
espectadores—. Tienen ese mismo gesto que veía en el público cuando luchaba en
la arena como gladiador. Están sedientos de sangre.
—Pues hoy no van a saborearla —aseveró Vereesa, quien no hizo falta que
añadiera: Pero si aquí se imparte justicia de verdad, se derramará al final de este
juicio.
—Mejor que no —añadió Varian—. Todo estará perdido si este proceso se
acaba sumiendo en el caos, por no hablar de que se perderán muchas vidas.
Jaina miró al suelo. Baine y Tyrande ya se encontraban ahí. Cada uno estaba
sentado en una silla ante sus respectivas mesas, a la espera, lo cual no sorprendió
a la archimaga. Lo que sí la sorprendió era que había otros dos seres más esperando

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la llegada de Taran Zhu, los Celestiales y Garrosh. Jaina reconoció a Chromie, la
dragona bronce tremendamente poderosa que había optado por asumir una
apariencia lo menos amenazadora posible, pero no conocía al apuesto elfo noble
con quien estaba hablando Chromie. Ambos vestían el tabardo marrón de su orden
y estaban sentados junto a una mesita apartada hacia un lado, sobre la que se
hallaba un objeto tapado.
Justo cuando Jaina se estaba preguntando qué hacían esos dos dragones
del Vuelo de bronce ahí —al parecer, estaban llevando a cabo una misión oficial—
un pandaren ataviado de pies a cabeza con unos ropajes muy largos y formales
hizo acto de presencia. Sujetaba un arma de asta que portaba el estandarte del
Shadopan. Golpeó la parte posterior del arma tres veces contra el suelo y la
muchedumbre se calló y ocupó sus asientos.
—El pueblo pandaren valora en grado sumo el respeto a la ley. La ley es el
medio por el que se puede hacer justicia y corregir el mal, de modo que se puede
restaurar el equilibrio. Esta es una ocasión histórica, puesto que, por primera vez
en nuestra historia, gente ajena a nosotros va a participar en la administración de
justicia. A la hora de intentar enmendar un mal, siguiendo la tradición, nombramos
a aquel al que se juzga y a aquel o aquellos que buscan justicia. De esta manera,
con suma solemnidad, damos inicio al juicio de Garrosh Hellscream, al que se
acusa de haber cometido diversos delitos en contra del pueblo de Azeroth. Por favor,
levántense para honrar la presencia de los Augustos Celestiales, quienes
escucharán con atención, con una mente abierta y un corazón puro, los testimonios
que se presenten aquí, así como para mostrar su respeto a aquel que se cerciorará
de que el procedimiento se ajuste a la ley, Lord del Shadopan, Taran Zhu.
Todo el mundo obedeció de inmediato y se puso en pie. Chi-Ji, Xuen, Niuzao
y Yu’lon se asomaron al balcón, con unos movimientos ágiles, sin apenas hacer
esfuerzo, aparentemente.
Como siempre, su elegancia y belleza dejaron a Jaina sin respiración, incluso
ahora que portaban esas formas nuevas tan peculiares. La archimaga le había
preguntado a Aysa por qué llevaban esos cuerpos, y la pandaren le había dicho que
era un gesto de respeto hacia la Horda y la Alianza. Eran unos seres exquisitos y
únicos, no solo por su aspecto, sino por la energía que parecían irradiar. Taran Zhu
tal vez fuera más accesible que ellos, puesto que era un ser mortal, pero incluso él
era muy imponente y había adoptado una postura que transmitía una sensación
de poder y serenidad. Se subió a la silla del fa’shua, cogió un pequeño mazo, golpeó
el gong con él tres veces y dejó que su eco se fuera apagando antes de empezar a
hablar.
—Pueden sentarse —dijo, con una voz clara y calmada que se oyó en todos
los rincones de esa enorme cámara—. Antes de que el acusado aparezca, he de
advertirles a todos los presentes que no pienso tolerar ningún altercado a lo largo
del juicio. Cualquiera que quebrante esta norma será detenido y puesto bajo
vigilancia hasta que acabe el procedimiento. Asimismo, en virtud de lo peculiar que
es esta situación, contaremos con una manera muy particular de presentar las
pruebas.
En ese instante, hizo un gesto de asentimiento dirigido a los dos dragones
bronces, quienes se levantaron y se acercaron rápidamente a esa tela que ocultaba
un objeto, el cual resultó ser un reloj de arena.

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Jaina comprendió qué iban a hacer incluso antes de que hablaran. Mientras
explicaban cómo funcionaba ese artefacto llamado la Visión del Tiempo, sus voces
se fueron desvaneciendo y fueron sustituidas por un estruendo ahogado que se
adueñó de sus oídos. Por un momento, no pudo respirar; por un momento, sintió
que se ahogaba de nuevo, como cuando...
Regresó al momento presente al sentir dolor en la mano, de la que la estaban
agarrando con fuerza. Volvió a respirar y jadeó en silencio mientras se le llenaban
los pulmones de nuevo de aire. Ese estrépito cesó, aunque Jaina todavía podía
escuchar los latidos desbocados de su propio corazón, que palpitaba tan rápido
como el de un conejo. Se giró hacia Kalec, quien la observaba detenidamente con
un gesto de preocupación dibujado en su hermoso rostro. La archimaga se relamió
unos labios muy secos y asintió, a la vez que vocalizaba sin pronunciar realmente
las palabras «estoy bien».
Aunque su amado no parecía tenerlas todas consigo, dejó de apretarle la
mano con tanta fuerza. Jaina inspiró aire profundamente varias veces. Los
dragones bronces ya habían concluido sus explicaciones y habían retrocedido.
Taran Zhu hizo un gesto de asentimiento al guardia y le dijo:
—Puedes traer al prisionero.
El efecto de esas cuatro palabras fue demoledor. Todo el mundo en la
estancia entró en estado de alerta súbitamente y sus miradas se centraron en la
puerta que llevaba al exterior y hacia las cámaras inferiores.
Garrosh Hellscream entró, flanqueado por seis guardias —dos de la Horda,
un troll y un tauren; dos de la Alianza, un centinela elfo de la noche y un vindicador
draenei; y dos de los pandaren más enormes y musculosos que jamás había visto
Jaina—. Garrosh no vestía su peculiar armadura habitual —ornamentada con los
colmillos del demonio que había asesinado Grommash, su ilustre padre orco—.
Solo llevaba una túnica atada con un cinturón y un calzado muy sencillo. No cabía
duda de que esa prenda no había sido confeccionada para él, puesto que le quedaba
muy apretada en esos descomunales hombros y en el pecho. Unos ornamentos de
color oscuro, que recordaban a unos dedos palmeados, parecían luchar con sus
tatuajes en el campo de batalla de su piel marrón —el legado del sha—. Llevaba
unas cadenas al cuello, así como en las muñecas y en los pies, cuyos eslabones
eran más grandes que la mano de Jaina, lo cual hacía que sus largas zancadas
habituales quedaran reducidas a unos pasos cortos que daba arrastrando los pies
titubeantemente, a lo que tampoco ayudaba en nada que tuviera una pierna herida.
Mantenía un gesto imperturbable, ni siquiera mostraba un semblante acobardado
ni tampoco orgulloso.
Por un momento, reinó un silencio absoluto, quebrado únicamente por el
tintineo de las cadenas y las fuertes pisadas de los guardias.
Entonces, se desató el caos.
Montones y montones de seres —tanto de la Alianza como de la Horda, e
incluso algunos que formalmente eran neutrales— se levantaron de sus respectivos
asientos. Algunos se acercaron corriendo a los balcones para vociferar insultos y
agitar el puño en alto. Aunque a Jaina le disgustaba tanto como al que más que
hubieran alzado un campo de atenuación, ahora se sentía agradecida por ello. Se
dio cuenta de que no deseaba que Garrosh fuera asesinado por una turbamulta
incontrolable y furiosa. Quería que pudiera escuchar y —gracias a los dragones

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bronces— ver todo lo que había hecho. Toda la devastación que había causado.
Todo el odio que había sembrado.
Quería que supiera que había logrado volver a toda Azeroth en su contra.
Se percató, con una cierta sensación de vergüenza, que si ella misma no lo
podía matar, no quería que un miembro anónimo de esa masa furiosa tuviera ese
gran honor.
Los pandaren reaccionaron con celeridad. La mayoría de los guardias
apostados en la zona de los asientos eran monjes, que utilizaban sus propios
cuerpos como armas, de tal modo que esos descontrolados pudieron ser reducidos
y retirados con suma rapidez. Los guardias que custodiaban a Garrosh
desenvainaron sus armas y cerraron filas en torno a él, dándole la espalda al orco
mientras contemplaban a la turbamulta con rostros serenos.
Aparte de los guardias, los únicos que no parecieron ni inmutarse ante ese
estallido de violencia fueron Taran Zhu, los cuatro Celestiales y el propio Garrosh
Hellscream. La cara marrón y tatuada del orco parecía hallarse tallada en piedra,
pues no parecía transmitir ninguna emoción.
Taran Zhu habló con un tono severo y amenazante para lanzar una seria
advertencia:
—Acaban de ser testigos de qué sucede cuando alguien perturba el correcto
funcionamiento de este tribunal. Todos aquellos que han participado en este caos
serán detenidos y custodiados bajo estrecha vigilancia hasta que concluya el juicio.
Hasta entonces, no serán liberados. Cualquier otro que perturbe este momento tan
solemne en el futuro compartirá su mismo destino.
Acto seguido, asintió, y los guardias que rodeaban a Garrosh volvieron a
flanquearlo como antes. Garrosh fue llevado hasta el estrado donde se encontraba
Taran Zhu, donde este se detuvo. Dos pandaren colosales se colocaron detrás de él
para hacer las veces de centinelas. Jaina sabía que, a partir de entonces, solo
pestañearían y permanecerían totalmente inmóviles —salvo que volviera a
desatarse otro estallido de violencia—. Los otros cuatro guardias restantes hicieron
una reverencia ante Taran Zhu y se retiraron ordenadamente. El Señor del
Shadopan bajó la mirada y contempló al orco durante un momento.
—Garrosh Hellscream, has sido acusado de crímenes de guerra, de crímenes
contra la misma esencia de los seres conscientes de Azeroth, así como de crímenes
contra la propia Azeroth. También se te acusa de ciertos actos cometidos en tu
nombre, o por aquellos con los que te aliaste.
Garrosh se limitó a permanecer en pie, en silencio y muy quieto.
Taran Zhu continuó hablando:
—Estos son los cargos; genocidio y asesinato, así como ser el responsable de
determinados éxodos masivos y de la desaparición forzosa de ciertos individuos.
Con solo escuchar esa lista de espantosos delitos, una tremenda tensión se
adueñó de Jaina. Echó un vistazo hacia el lugar donde se encontraban sentados
Vol’jin y el resto de los líderes de la Horda.
Tenía entendido que Garrosh había tratado de un modo horrible a los trolls
—y sabía lo que le había intentado hacer ese orco al propio Vol’jin—.
—También se te acusa de esclavizar a pueblos enteros, de secuestrar niños,
de torturar y asesinar a prisioneros, así como de violaciones y embarazos forzados.

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Anduin esbozó un gesto de repugnancia, lo cual Jaina no le podía echar en
cara. Pensó en Alexstrasza y en los horrores que había perpetrado el ex jefe de la
Horda contra la propia Protectora en particular y el Vuelo de Dragón Rojo en
general. Kalec permanecía muy quieto junto a Jaina. La archimaga alzó la mirada
hacia él, con la intención de ofrecerle consuelo, pero se encontró con que él también
la estaba mirando.
Su amado sabía lo que iba a venir a continuación, así que decidió rodearla
con un brazo. Y ella se abrazó a sí misma.
—De haber destruido ciudades, pueblos y aldeas de manera injustificada,
sin que ninguna razón militar o civil lo excusara.
El Valle de la Flor Eterna.
Theramore.
— ¿Qué tienes que decir sobre estos cargos, Garrosh Hellscream?
Garrosh no replicó y, por un segundo muy tenso, Jaina se preguntó si tal
vez, si solo tal vez, al escuchar cómo se le lanzaban esas acusaciones de un modo
tan directo y franco el ex Jefe de Guerra sería capaz de conmoverse. Había oído que
había reaccionado con furia ante un esbirro al haberse enterado de que había
asesinado a inocentes en su nombre; sabía que incluso los enemigos de Garrosh
debían reconocer que era un apasionado defensor de su raza y que, en su día,
incluso había sido reconocido como un adversario honorable.
Miró fijamente a Garrosh, sin apenas atreverse a pestañear o siquiera
respirar, sin saber si quería que se derrumbara y pidiera perdón por esas
atrocidades o si quería que se mantuviera firme —para que pudieran matarlo con
total impunidad—.
Entonces, Garrosh sonrió y aplaudió lentamente, a pesar de que las cadenas
de las muñecas le dificultaban hacerlo.
—El espectáculo no ha hecho más que empezar —respondió, con una
sonrisa burlona— y ya he de aplaudir a rabia de pie. ¡Esto promete ser más
entretenido que la Feria de la Luna Negra! —Sus despreciables carcajadas
resonaron por toda la sala—. No voy a reconocer que soy culpable, pues eso
indicaría que me avergüenzo de lo que hice. Tampoco me declararé inocente, pues
no afirmo que lo sea. ¡Que dé inicio esta comedia!
Por segunda vez, unos cuantos miembros de la audiencia se pusieron en pie
de un salto. Dio la impresión de que querían subirse unos encima de otros para
poder agarrar a Garrosh Hellscream del cuello y estrangularlo con sus propias
manos. Jaina no fue consciente de que había colocado ambas manos sobre los
brazos de la silla y se había levantado a medias del asiento hasta que notó que
tanto Kalec como Varian, cada uno de ellos a un lado, la estaban obligando casi
por la fuerza a volverse a sentar.
—No te levantes, amada mía —le susurró Kalec con premura.
En ese instante se percató de que había estado a punto de sumar sus propios
gritos a esa cacofonía de indignación. El sudor le perló la frente al mismo tiempo
que se obligaba a sentarse y cerraba los puños.
Mientras tanto, Taran Zhu había llegado al límite de su paciencia. Dio varios
golpes al gong y vociferó varias órdenes en pandaren. Más miembros tanto de la
Horda como de la Alianza fueron sacados a rastras de ahí para pasar el resto del

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juicio confinados en una celda donde podrían reflexionar sobre su comportamiento
abyecto.
En cuanto se restableció una relativa calma, un Taran Zhu que había
recuperado la compostura, clavó su mirada en Garrosh.
—Como las palabras que acabas de pronunciar no van a influir para nada
en el objetivo que este juicio pretende alcanzar, vamos a proceder tal y como
habíamos previsto.
Hizo un gesto de asentimiento dirigido a los guardias de Garrosh, quienes lo
escoltaron hasta la silla vacía situada junto a Baine, donde se iba a sentar a lo
largo de todo el juicio. A pesar de hallarse encadenado, Garrosh se arrellanó en esa
silla, de un modo desafiante y petulante. En ese momento, el odio que sentía Jaina
hacia él ardió de un modo tan intenso y brillante que la bomba de maná que el ex
Jefe de Guerra había lanzado sobre Theramore parecía la llama de una vela en
comparación.

CAPÍTULO SEIS

Si bien las palabras plagadas de veneno y la arrogante actitud de Garrosh


no eran algo inesperado, Anduin se sintió bastante decepcionado. Muchos se
sorprenderían de que se sintiera así, puesto que Garrosh había atacado en su
momento a Anduin directamente y este había logrado sobrevivir a duras penas.
Hacia el final de su época como Jefe de Guerra de la Horda, Garrosh se había
ido obsesionando cada vez más con ir acumulando más y más medios tanto
espirituales como mágicos para poder derrotar a la Alianza —daba igual el coste a
pagar—. Aunque Anduin no podía dar mucho crédito a algunas de las cosas que se
rumoreaba que había hecho Garrosh, había sido testigo de otros actos suyos con
sus propios ojos de los que sí podía dar fe. Garrosh, al contrario que Varían, había
decidido valerse de las tenebrosas habilidades del sha —la capacidad de lograr que
las emociones negativas se manifestaran de un modo letal y aterrador en el plano
físico— para lograr que sus tropas fueran todavía más poderosas.
Garrosh había robado una reliquia mogu conocida como la Campana Divina
para conseguir sus fines. Cuando tañía, la campana provocaba un puro caos de un
modo incesante. Al igual que sucedía con todo en Pandaria, había una manera de
anular la campana: la Marra Armónica; una reliquia rota que Anduin logró
reconstruir y con la que se enfrentó a Garrosh. Tras lograr golpear la campana con
la marra, ese ruido discordante pasó a pura armonía.
Como había frustrado sus planes, el orco iracundo había golpeado la
campana con su hacha; de esa manera, Aullavisceras hizo añicos la reliquia mogu.
Así como los huesos de Anduin.
Volvió a sentir ese intenso dolor en todas las partes del cuerpo que los
fragmentos rotos de la campana le habían aplastado. Esa agonía renacía
brevemente cada vez que cambiaba de posición y se manifestaba de un modo
distinto y más profundo cuando recordaba el incidente. Velen le había dicho que el
dolor probablemente nunca desaparecería por completo y que cabía la posibilidad
de que con la edad fuera a más.

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«El cuerpo nunca olvida del todo el daño que ha sufrido y cada uno de tus
huesos tiene su propia memoria», le había explicado. Luego, el anciano draenei
había sonreído y añadido: «Gracias a la Luz, querido y joven príncipe, vas a vivir
para escuchar esos recuerdos».
Eso fue más que suficiente para Anduin, quien tras reflexionar había
alcanzado la conclusión de que, al igual que la marra había hecho surgir la armonía
de la discordia, también se podía hacer lo mismo con los seres con conciencia de sí
mismos. Anduin creía esto en lo más hondo de su alma, y era algo en lo que también
creían los draenei e incluso los naaru, los cuales eran mucho más sabios que él. El
Anillo de la Tierra, que había hecho tantas cosas para ayudar al mundo a
recuperarse después de las heridas que Deathwing le había infligido, estaba
compuesto por chamanes de todas las razas. Se habían unido al Círculo Cenarion
para curar al Árbol del Mundo Nordrassil. La cooperación era posible: él había sido
testigo de ello. A pesar de que todo individuo era único, podía aunar esfuerzos con
otros y crecer así en el plano personal.
El juicio no había hecho nada más que comenzar. Si oír cómo recitaban esa
lista de crímenes no había conmovido a Garrosh —sino que encima había
provocado que se jactara de ellos—, entonces tal vez la ingeniosa aportación al
juicio de los dragones bronces podría lograrlo.
El joven príncipe se sentía mal por Baine Bloodhoof, al que seguía
considerando un amigo. Todavía recordaba la noche en que el tauren y él se habían
sentado en la salita de Jaina, después de que Baine se hubiera visto obligado a
huir para salvar el pellejo tras el levantamiento Grimtotem. Anduin admiraba a
Baine por haber asumido la responsabilidad de defender al orco que había
asesinado a su padre. Anduin alzó la vista hacia Varían por un momento y se
preguntó cómo habría actuado su padre si le hubiera tocado aceptar la
responsabilidad que había asumido Baine. Esperaba que hubiera estado a la altura
de las circunstancias y hubiera desempeñado esa labor con tanta dignidad como
el tauren.
Tyrande Whisperwind se levantó de su silla y caminó hasta el centro de ese
lugar. Iba vestida con una túnica amplia que podría ser descrita con un adjetivo
como “blanco” de una manera vulgar, pero era mucho más que eso —unas sutiles
tonalidades lavandas, azules, perladas y plateadas se combinaban en ese atuendo
que lograba ser al mismo tiempo sencillo y elegante, tal y como ella era—. Anduin
la había conocido con anterioridad y era la que más lo intimidaba de todos los
líderes de la Alianza —incluso más que algunos la Horda—. Y no porque fuera muy
autoritaria o arrogante. Por el contrario, con él se había mostrado amable y cortés.
Para Anduin, Tyrande encarnaba la esencia de lo más hermoso que había
en la radiante diosa lunar a la que ella adoraba y a la que tanto amaba su pueblo
en las frías noches de los bosques. Cuando Tyrande le había hablado por primera
vez, en el funeral de Magni Bronzebeard, había temblado al sentir cómo le
acariciaba levemente en la mejilla; un gesto de consuelo tan sincero como profundo.
Ahora, Tyrande estaba contemplando sin hablar los rostros de los que se
hallaban en la galería, como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos.
Entonces, alzó sus ojos brillantes en dirección a los cuatro Augustos Celestiales.
—Como acusadora tengo derecho a hablar primero ante el jurado y ante
todos los que se han congregado hoy aquí —dijo con una voz potente, que llegó a

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todas partes y que era más melodiosa que estridente—. Se me concede este derecho
porque el acusador debe demostrar sus acusaciones. No obstante, me siento
tentada a dejar que el defensor hable primero, porque Chu’shao Baine Bloodhoof
ha aceptado una tarea mucho más complicada que la mía.
Echó a andar de un modo elegante y su larga melena azul se meció en el
viento a la vez que elevaba su rostro lavanda hacia los espectadores y añadía:
—Garrosh Hellscream me ha hecho hoy un gran favor. No solo ha admitido
que esa larga lista de crímenes horrendos de los que se le acusa es cierta, sino que
ha insultado a este tribunal. Nadie en este templo... de hecho, yo me aventuraría a
afirmar que nadie en todo Azeroth... se ha librado de las nefastas consecuencias
que han acarreado los actos de este único orco. —Entonces, miró a Garrosh y, a
pesar de que apenas cambió su expresión, Anduin fue capaz de percibir el odio que
reflejaba—. Mi labor, que es al mismo tiempo un honor y un sombrío gozo, consiste
en demostrar que Garrosh cometió todos los delitos de los que se le acusa, y no
solo esos, sino muchos más. Pretendo demostrarles que cometió todos esos
crímenes siendo perfectamente consciente de la angustia, el sufrimiento y la
destrucción que iban a causar.
En ese instante, se calló y se volvió hacia la mesa donde se encontraban
sentados Chromie y Kairoz. Se llevó las manos al corazón, les hizo una honda
reverencia y dijo:
—Doy las gracias al Vuelo de Dragón Bronce, ya que ahora mi labor no
consiste solo en repetir de manera tediosa un montón de palabras a las que, al
final, dejaríamos de prestar atención... sino que les podré mostrar de verdad cómo
sucedieron esos acontecimientos. Verán cómo Garrosh Hellscream conspiraba y
maquinaba. Lo escucharán mentir. Y, al final, serán testigos de sus traicioneros
actos.
Garrosh no la interrumpió lo más mínimo. Tyrande estaba estableciendo las
líneas maestras de la acusación y estaba claro que iba a ser despiadada, iba a
mostrarse implacable. Anduin pensó que Garrosh sería incapaz de mantener la
boca cerrada ante este discurso, pero así fue.
Si eso supuso una decepción para Tyrande, no lo demostró. Tras arrugar esa
delicada nariz suya, volvió a mirar al público ahí reunido. Esta vez habló con un
tono más suave, plagado de esa misma compasión que había teñido su voz cuando
Anduin la había conocido.
—Sé que algunas de las cosas que veremos serán terribles y que muchos de
ustedes han sufrido en persona la consecuencia de lo que Garrosh ha hecho. A
todos ustedes, les ofrezco mis más sinceras disculpas por el dolor que debo
causarles. Pero creo que sufrirían más si no utilizara todos los medios que tengo a
mi disposición para que se haga justicia de verdad con este... orco. —Acto seguido,
se inclinó ante esos cuatro grandes seres, que permanecieron tan quietos como
una estatua de piedra, pero cuya presencia podía sentirse en todo ese lugar—.
Augustos Celestiales, son tan generosos como sabios. Ambas son cualidades que
respeto. Les pido que impartan esa verdadera justicia de la que he hablado. Espero
que hallen a Garrosh Hellscream, antiguo Jefe de Guerra de la Horda, culpable de
todos y cada uno de los delitos abominables contra Azeroth de los que se le acusa
—contra sus individuos, sus razas y este mundo en sí—, y que se le aplique el
mayor castigo posible: la muerte. Shaha lor’ma... gracias.

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Anduin expulsó un aire que no sabía que había estado conteniendo. No se
permitían aplausos; de haber sido así, estaba seguro de que la mayoría de los
presentes estarían ahora dando palmas y vitoreando. Garrosh, sin embargo,
permanecía visiblemente impertérrito ante esas palabras tan emotivas e
impactantes que la acusación acababa de pronunciar.
En cuanto Tyrande, que se encontraba ruborizada tras ese intenso discurso,
tomó asiento y se puso tan recta como una flecha elfa, Taran Zhu asintió.
—Gracias, Chu’shao. Ahora, el defensor puede hablar.
Baine no irradiaba esa calma que transmitía Tyrande, esa especie de serena
energía contenida. Se puso en pie lentamente, con suma dignidad, hizo una honda
reverencia ante los Augustos Celestiales y, a continuación, se giró para colocarse
de cara a los espectadores.
—El acusado, Garrosh Hellscream, ha descrito este juicio como un
“espectáculo”. Como yo no deseo que sea percibido de esta manera, ni tampoco
como una comedia, tal y como ha señalado el acusado, no voy a insultar la
inteligencia de nadie al afirmar que Garrosh Hellscream es inocente. Tampoco
quiero arriesgarme a sufrir su desdén al intentar convencerlos de que simplemente
tenía buena intención, pero se equivocó, o que se le ha malinterpretado. No voy a
pedir piedad, ni que nadie pase por alto los delitos de los que se le acusa. Pero sí
voy a afrontar un aspecto importante ahora mismo para que no vuelva a surgir de
nuevo a lo largo del procedimiento.
Baine se irguió aún más y su colosal pecho se expandió al tomar aire con
fuerza, recordando así a todos los presentes que era un guerrero, un Gran Jefe, y
el hijo de un Gran Jefe. Acto seguido, añadió:
—Garrosh Hellscream asesinó a mi padre. La mayoría de ustedes ya lo
saben. Pero aquí estoy, aunque no porque tenga en gran estima a Garrosh como
individuo, sino porque he sido elegido para defenderlo y he aceptado hacerlo. ¿Por
qué? Porque Fa’shua Taran Zhu, los Augustos y mis compañeros de Azeroth, al
igual que el resto de ustedes, deseamos que se haga “justicia de verdad”, tal y como
ha pedido de un modo tan elocuente mi estimada colega elfa de la noche. Y también
porque es lo correcto. —Echó a andar, a la vez que contemplaba al público como si
los estuviera retando a contradecirle—. No vamos a comportarnos con Garrosh
como él se ha comportado con nosotros. No vamos a poner nuestros deseos y
necesidades por encima de todo lo demás. No vamos a dejarnos llevar por la furia,
no vamos a reclamar su muerte, ni venganza, ni que se devuelva a nuestras razas
una gloria que consideramos mancillada. Somos mucho mejor que eso. Somos
mejores que él.
Entonces, señaló con un dedo a Garrosh Hellscream, quien ahora estaba
sentado con una sonrisa dibujada alrededor de sus colmillos.
Al instante, prosiguió:
—Y como somos mejores, vamos a escuchar y vamos a alcanzar un veredicto
justo tanto a nivel racional como emocional que las generaciones venideras
considerarán realmente ecuánime.
Baine miró hacia el lugar donde se hallaba la Alianza y su mirada se cruzó
con la de Anduin durante un momento antes de posarse en Varian primero y luego
en Jaina Proudmoore.

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Jaina fruncía el ceño, mostrando así esa pequeña hendidura que le afeaba
la frente cuando hacía ese gesto. Anduin solía ver esa amiga cuando ella se estaba
concentrando, pero ahora era consciente de que eso significaba que la archimaga
no estaba de acuerdo con lo que Baine estaba diciendo. El tauren volvió a hablar:
—Nuestro reto... mi reto, el de los Augustos Celestiales y, de hecho, el de
todos los aquí presentes... consiste en mantener una mente abierta y un corazón
puro a lo largo de este proceso, ya que un corazón sabio, y no uno roto, es el que
debe juzgar este caso. Si de verdad no quieren que Garrosh “se salga con la suya”,
como he oído murmurar a algunos, si de verdad ansían justicia, entonces deben
perdonarle la vida. Mientras uno sigue viviendo, siempre existe la posibilidad de
cambiar. Uno puede hacer algo para arreglar lo que ha hecho mal. Gracias.
Tras hacer una reverencia, regresó a su asiento.
El discurso inicial de Baine fue recibido con un silencio sepulcral, lo cual no
sorprendió a Anduin. La batalla judicial no solo se le iba a hacer muy cuesta arriba
al tauren, sino que iba a ser más bien como escalar una pared vertical de una
montaña.
—Habrá un receso de una hora. El proceso se reanudará esta tarde con el
testimonio del primer testigo —señaló Taran Zhu, quien golpeó el gong y se levantó.
Todo el mundo se puso en pie en el anfiteatro y, acto seguido, las conversaciones
se reanudaron; el murmullo de las conversaciones animadas, algunas furiosas,
otras alegres, aunque en todas —absolutamente en todas— se criticaba duramente
a Garrosh.
Pese a que Anduin intentó captar la atención de Baine, el tauren se había
acercado de un modo mesurado y con gesto sombrío a hablar con Kairoz. Anduin
lo observó un momento y deseó que ojalá fuera posible que pudiera aproximarse a
ese tauren al que consideraba un amigo para ofrecerle su apoyo. Tal vez algún día
podría hacerlo. Entonces, posó sus ojos en Garrosh y la tensión lo dominó.
El orco lo estaba mirando directamente a él.
Aunque era imposible descifrar qué pensaba pues se mantenía impertérrito,
Anduin notó que le sudaban las manos y que sentía una fuerte opresión en el pecho
ante la presión de ese gélido escrutinio. Al instante, su mente voló hacia ese
momento en que había enfrentado a Garrosh en su día.
Cuando había golpeado la campana, cuando había transformado el caos en
armonía. Cuando se había vuelto hacia Garrosh y le había dicho al orco lo que la
marra había hecho. Cuando Garrosh se había enfurecido.
¡Muere, mocoso!
Y entonces...
Anduin se sobresaltó al notar que alguien lo agarraba del hombro y se
ruborizó al darse cuenta de que solo se trataba de su padre.
— ¿Estás bien? —le preguntó Varian, quien a continuación miró hacia donde
miraba su hijo. Enojado, profirió un leve gruñido—. Vamos. Comamos algo. No
tienes por qué mirarlo si no quieres.
A pesar del miedo que lo había recorrido por entero al cruzar su mirada con
la del orco, Anduin descubrió que realmente no le importaba tener que mirar o no
a Garrosh. Las palabras de Garrosh todavía le reverberaban en los oídos y en el
corazón. Además, Garrosh no se estaba regodeando, sino que agachó la cabeza en

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señal de respeto y, acto seguido, se levantó para seguir a los guardias, que se lo
llevaron para que pudiera ir a comer.
—Estoy bien, padre —respondió Anduin, quien añadió—: No te preocupes.
Hiciste lo correcto.
Varían sabía a qué se refería. El rey dirigió sus ojos a Garrosh al mismo
tiempo que fruncía los labios.
—Yo ya no lo tengo tan claro. Para nada.

***
Habían dado por supuesto que había muerto, y Zaela, la señora de la guerra
Dragonmaw, prefería que eso siguiera siendo así.
Al principio, había estado tan cerca de la muerte que muy poco había podido
hacer al respecto. Durante el asedio de Orgrimmar, le habían disparado y había
caído de su protodragón, Galakras, hacia una muerte segura. De un modo
asombroso, había sobrevivido a la caída. Y aunque las heridas habían sido muy
graves, su voluntad era muy fuerte. Decidida a sobrevivir, Zaela había lanzado una
bomba de humo para distraer a sus enemigos y había echado a correr como había
podido, dando tumbos, antes de desplomarse. Había logrado recuperarse animada
por la certeza de que había sorteado la muerte por algún propósito concreto. Y ese
propósito era salvar a Garrosh Hellscream, quien en esos momentos estaba siendo
juzgado y cuya vida corría peligro.
Tanto ella como muchos de los Dragonmaw se habían retirado a Grim Batol,
pues ese lugar se hallaba ahora abandonado, donde en su época habían vivido los
momentos más importantes y gloriosos de su historia —hasta ahora—. Ahí, Zaela
y algunos otros más se habían recuperado sin que nadie lo supiera. Urdía sus
planes en la misma sala donde la gran Protectora, Alexstrasza, había sido torturada
para que engendrara nuevas monturas de dragón rojo para los Dragonmaw. Incluso
los profundos surcos que una agonizante Alexstrasza había dejado con sus garras
en la misma piedra de la montaña, incluso el mero hecho de hallarse junto a una
enorme cadena que en su momento había obligado a la matriarca dragona a
agachar su roja cabeza la animaban a seguir adelante día a día con sus planes.
Había llegado a sus oídos que la “Horda” de Vol’jin había peinado las Tierras
Altas Crepusculares en su busca, y que ahora habían puesto precio a su cabeza.
Pero nunca se les ocurriría buscarla aquí. Zaela estaba segura de que tal descuido
se debía a que Vol’jin era un troll Un Jefe de Guerra orco habría sabido que debía
registrar Grim Batol de todos modos, este no iba a ser su hogar para siempre, pues
debían entrar en acción pronto.
Ahora, contemplaba lo que quedaba aún de su clan con el corazón henchido
de orgullo.
—Mis Dragonmaw —dijo, con una voz embargada por la emoción—, me
siguieron cuando me enfrenté a ese orco vil llamado Mor’ghor que nos lideró una
vez, pues sabían que la orgullosa raza orco jamás debería haber sufrido la
ignominia de tener un líder como él. Siguieron a Garrosh Hellscream, cuya única
meta era mantener a la Horda fuerte, pura y poderosa. Por soñar con una Horda
de verdad, ahora languidece en prisión, mientras lo defiende un tauren y su destino
se halla en manos de los Celestiales de Pandaria. Mis espías ahí me informan de

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que todavía contamos con unos pocos días para salvar a nuestro glorioso Jefe de
Guerra.
Recorrió con la mirada a todos y cada uno de ellos, sabedora de que se
sentirían igual que ella, aunque era inevitable que las dudas los recarcomieran.
—Están bien adiestrados. Están preparados. Aun así, seguimos siendo
pocos en número. Y son tan conscientes como yo de que si caemos, es muy probable
que ninguno de nosotros sobreviva. Pero prefiero morir en batalla por una causa
noble que seguir escondiéndome, aunque sea aquí. ¡Griten si están conmigo!
Un rugido estalló. Todos ellos agitaron sus armas, gritaron a pleno pulmón
y pisaron con fuerza el suelo. Ella estalló en carcajadas y se sumó a su grito de
guerra.
— ¡Por los ancestros! ¡Tal vez triunfemos valiéndonos únicamente de nuestra
voluntad y nuestro corazón!
Mientras hablaba, detectó movimiento en la entrada. Uno de sus
exploradores avanzaba presuroso hacia ella y pudo ver que portaba un pergamino.
Acto seguido, cayó de rodillas ante ella, jadeando.
—Mi Señora de la Guerra... he venido corriendo todo el camino... un
intruso... ¡me ha pedido que te entregue esto!
Estiró el brazo con el que sostenía el pergamino, que estaba un tanto
arrugado por haber sido agarrado con demasiada fuerza, para ofrecérselo.
Presa del enfado, Zaela gruñó y, para disimular su preocupación, rompió el
sello y leyó:

¡Saludos, Doncella Guerrera!


Si bien nos hemos visto obligados a agachar la cabeza, aún la conservamos
sobre los hombros. Mientras el Jefe de Guerra viva, todavía habrá esperanza en los
fieros corazones de todos aquellos que creen en la verdadera Horda, en la Horda tal
y como era antes y tal y como volverá a ser en el futuro.
Si compartes esa esperanza, si tu corazón late de emoción al recordar la gloria
del pueblo orco, permíteme entrar para poder hablar. Puedo ser de gran ayuda.
Un Amigo

—Un amigo —repitió, mientras contemplaba al mensajero—. Un orco,


supongo, ¿no?
Al mensajero se le desorbitaron los ojos mientras negaba con la cabeza
vigorosamente.
—No, mi Señora de la Guerra. Se... ¡se trata de un dragón!

CAPÍTULO SIETE

Go’el aprovechó el receso para despejarse y aclararse las ideas. Había traído
con él a Pandaria a la loba Snowsong y se alegró de tener un rato para poder
cabalgar y pensar, sin más. Aunque había sido su compañera infatigable durante
mucho tiempo, al estar esta mayor ya no entraba en batalla a lomos de ella. No
obstante, seguía estando fuerte y sana y, muy de vez en cuando, todavía

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disfrutaban de una buena carrera. Abandonaron los terrenos del templo y se
adentraron en la carretera repleta de curvas que serpenteaba por un paisaje sobrio
que le recordaba mucho a Durotar.
Llevaba atado al pecho de una forma muy segura a su hijito Durak. El calor
que desprendía el cuerpo de su padre y los latidos de su corazón calmaban al niño,
que soñaba profundamente mientras Go’el espoleaba a la loba para que fuera
corriendo sin parar a Barrilia, una pequeña aldea que se encontraba cerca de la
Senda Viento Aullante. Sentir esa pequeña vida acurrucada sobre él y la caricia de
ese viento que arrastraba dulces aromas infundía una tremenda serenidad de
espíritu al orco.
Tyrande había dicho la verdad. Sería capaz de ganar el juicio si simplemente
se presentara todas las mañanas ahí y dejara que los hechos hablaran por sí
mismos. Pero el caso de que ahora contara con la capacidad de poder mostrar esas
escenas del pasado lo inquietaba. Si se podían retorcer las palabras, las imágenes
seguramente también.
Sus pensamientos se centraron en los gritos furiosos proferidos en un
principio por algunos miembros de la Alianza que querían que se sometiera a toda
la Horda a juicio. Go’el estaba seguro de que uno de los principales objetivos de
esta gente sería él, por haberle otorgado tanto poder a Hellscream. Las cosas
podrían haber sido tan diferentes. Go’el había querido que Garrosh admirara a su
padre y siguiera su ejemplo, y eso había hecho —pero había admirado la parte mala
y había seguido su ejemplo en lo que no debía—. Ahora, todo Azeroth estaba
pagando la apuesta errónea que Go’el había hecho al elegir a Garrosh. El mismo se
preguntaba hasta qué punto era responsable de lo que había sucedido. Garrosh
había hecho tanto daño —no solo a aquellos a los que había arrebatado o arruinado
la vida, sino también a la Horda a la que afirmaba liderar y defender—. Go’el rezó
a los elementos para que se hiciera justicia de verdad lo antes posible. Garrosh ya
había infligido bastante daño y Go’el creía que seguiría haciéndolo mientras
siguiera vivo.
Alzó una mano y se apretó a Durak contra el pecho con más fuerza si cabe.
No se podía cambiar el pasado y tampoco debería cambiarse. Pero el futuro sí
estaba en sus manos. Go’el era consciente de que muchas cosas —quizá todo—
dependían de lo que sucediera en ese proceso.
Se hizo una promesa en silencio a sí mismo y agachó la cabeza para acariciar
con el mentón la coronilla a su hijo. Haría todo cuanto estuviera en su mano para
salvaguardar el futuro. Daba igual el precio a pagar.

***
—Chu’shao, puedes llamar a tu primer testigo.
Tyrande asintió.
—Si el tribunal me lo permite, llamo a Velen, profeta y líder del pueblo
draenei, para que hable como testigo.
Go’el apretó los dientes. Aggra, que estaba junto a él y acunaba a Durak en
sus brazos, respiró hondo.
—Por lo que sé sobre ella, habría pensado que esta sacerdotisa elfa no iba a
ser tan rastrera —le comentó a su amado, con un tono sereno pero teñido de cierto

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enfado—. Si los orcos odian a los elfos de la noche, lo lógico es pensar que el
sentimiento es mutuo.
—No sabemos qué pretende demostrar—replicó, siendo consciente de que
con esas palabras no solo pretendía calmar a Aggra, sino serenarse él también.
—Pues creo que podemos suponerlo y no nos vamos a equivocar mucho —
respondió Aggra.
Go’el no contestó. Observó cómo el extraño e indescriptiblemente anciano
Velen, quien en su día se había mostrado muy generoso y amable con un joven
llamado Durotan, se movía con elegancia y dignidad para ocupar su sitio en la silla
de los testigos. Era más grande que los draenei más altos que Go’el había visto
jamás en persona, pero en cierto modo menos robusto que esos seres tan
excesivamente musculosos. No vestía armadura alguna, solo un atuendo
relativamente sencillo de tela suave, amplia y de tonos blancos y morados que
parecía flotar con voluntad propia al compás de sus movimientos. Los ojos,
enmarcados en unas arrugas muy profundas, le brillaban con un reconfortante
color azul. Unos cortos zarcillos sujetos con cintas de oro sobresalían de la larga
barba blanca de Velen, que le llegaba casi hasta la cintura y le recordaba a Go’el a
la cresta de una ola muy potente.
Baine también observaba a Velen con detenimiento. Go’el conocía bastante
bien al tauren como para saber que estaba muy tenso porque lo dominaba la
incertidumbre.
En su día, el propio Go’el había dejado constancia por escrito de la historia
de sus ancestros, aunque no había sido más que un relato de los acontecimientos
fragmentado, incompleto e inconexo, ya que muy pocos orcos los recordaban ya
con claridad. La sangre demoníaca había fluido por las venas del pueblo orco,
avivando las llamas de su odio a la vez que nublaba su juicio. Por eso, cuando
Velen había reaparecido en Azeroth, su pueblo había elegido unirse a la Alianza, lo
cual no fue para nada sorprendente, pensó Go’el —quien sintió una punzada de
tristeza y amargura—. Hasta el día en que la verdadera paz llegara a Azeroth y
reinara la confianza entre los diversos pueblos, Go’el jamás tendría la oportunidad
de sentarse con Velen para hacerle ciertas preguntas, tal y como había podido hacer
su padre. Y aunque la Alianza y la Horda habían decidido colaborar para poder
derrotar a Garrosh, era consciente de que los actos de ese mismo orco habían hecho
casi imposible que en el futuro ambos bandos pudieran volver a colaborar.
—Profeta Velen —dijo Tyrande para iniciar el interrogatorio de manera
formal—, en este lugar solo puede reinar la verdad y siempre reinará, pues eso es
lo que nos han encomendado los ancestros pandaren, cuya ley seguimos en busca
del equilibrio.
—Cuya ley honramos —apostilló Taran Zhu con suma delicadeza.
Tyrande se ruborizó levemente y se corrigió a sí misma.
—Te pido disculpas, Fa’shua Taran Zhu, cuya ley honramos en busca del
equilibrio. ¿Nos das tu palabra de que dirás la verdad y nada más que la verdad?
—Doy mi palabra —contestó Velen de inmediato, con una voz que demostró
ser potente pero cálida y amable al mismo tiempo, a pesar de haber pronunciado
muy pocas palabras. A continuación, se llevó ambas manos al regazo y contempló
a Tyrande con expectación.

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—Profeta, estoy segura de que hoy todo el mundo en este tribunal sabe que
eres uno de los testigos directos de las atrocidades cometidas por el pueblo orco
desde hace tiempo —señaló Tyrande.
Ya empieza, pensó Go’el. Ahora nos pondrá a todos verdes... o rojos, más
bien, con las manchas de una sangre derramada hace años.
Baine se puso en pie como impulsado por un resorte.
—Con todo respeto, protesto —gritó—. Fa’shua, estamos aquí para juzgar
los actos de un orco, no de todos ellos.
—Con todo respeto, Lord Taran Zhu —replicó Tyrande—. El defensor ha
mencionado antes que Garrosh profesa un gran amor por su pueblo. Así que deseo
que el jurado pueda conocer la historia de este pueblo. Los Celestiales son muy
sabios, pero no conocen Draenor, así que si logramos que puedan entender la
mentalidad y la historia orco, podrán formarse una opinión más justa y certera que
podría ser decisiva a la hora de tomar la decisión que esperamos.
—Estoy de acuerdo con la acusación —afirmó Taran Zhu.
Baine agachó ligeramente las orejas, bajó la cabeza al acatar la decisión del
juez y volvió a sentarse.
—Gracias —dijo Tyrande, quien prosiguió hablando—. Profeta, ¿quieres
hacer el favor de presentarte?
—Soy Velen y he liderado a mi pueblo a lo largo de milenios de la mejor
manera posible. Abandonamos Argus, nuestro mundo natal, para escapar de la
Legión Ardiente. Llegamos a Draenor hace siglos y lo convertimos en nuestro nuevo
hogar. Después, como seguro que todos saben, vinimos aquí, a Azeroth.
— ¿Fueron recibidos con los brazos abiertos en Draenor? —preguntó
Tyrande.
—No fuimos recibidos de manera hostil —respondió Velen—. Los orcos y los
draenei coexistimos pacíficamente durante mucho tiempo
— ¿Estaría en lo cierto si afirmara que ustedes y los orcos convivieron en
Draenor a lo largo de varios siglos sin relacionarse demasiado, haciendo negocios
pacíficamente y respetándose mutuamente?
—Sí, estarías en lo cierto.
La suma sacerdotisa miró a Chromie, quien asintió y se bajó de la silla.
Kairoz permaneció sentado, observando atentamente.
—Si el tribunal me concede su permiso, me gustaría presentar la primera
Visión de Velen...
Chromie se subió a la mesa de un brinco, ya que no habría podido alcanzar
la Visión del Tiempo de otro modo por la altura de la forma que había elegido. Sin
embargo, nadie se atrevió a reírse de la dragona, a pesar de su aspecto agradable
y alegre. Chromie movió las manos con la agilidad propia de esa raza gnomo a la
que pretendía emular.
Acto seguido, el dragón enroscado tallado en el bulbo superior abrió los ojos.
Un suave murmullo teñido de sobresalto recorrió toda la estancia. El dragón
alzó la cabeza y la agitó de lado a lado, como si se estuviera despertando de un
sueño, y movió las garras delanteras para coger el receptáculo situado debajo de
él. Al instante, las arenas del interior del bulbo superior irradiaron una luz tan
dorada como el brillo de los ojos del dragón. La arena fue cayendo lentamente en

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el bulbo inferior de abajo, cuyo guardián seguía inmóvil, pues continuaba siendo
una pieza de bronce desprovista de vida.
Mientras los ojos de Chromie también brillaban al utilizar esa magia tan
peculiar de su Vuelo, abrió una de sus pequeñas manos. Un zarcillo neblinoso del
color de la arena surgió de ella y serpenteó hasta el centro de ese gran anfiteatro a
la vez que se enroscaba sobre sí mismo como una serpiente, cambiando de aspecto
una y otra vez, hasta que pudieron distinguirse con claridad unas formas, que se
fueron tiñendo de color, de tal modo que esos radiantes tonos bronces pasaron a
pintar con unas tonalidades más realistas unas figuras más grandes de lo normal.
Entonces, pudieron ver a dos jóvenes orcos de piel marrón cubiertos de polvo
y sudor. Tenían la boca ligeramente abierta y los ojos desorbitados mientras
miraban fijamente a un guerrero draenei ataviado con una reluciente armadura de
placas de metal. Parecía preocupado, aunque los orcos no mostraban una
expresión de temor sino de conmoción.
Go’el sabía quiénes debían de ser esos jóvenes.
Los recuerdos lo asaltaron; el orgullo que había sentido y lo maravillado que
se había quedado al saber que era descendiente de Drek’Thar, la alegría de haber
podido “conocer” a sus padres en un pasado alternativo engendrado por un portal
del tiempo que funcionaba mal y la angustia de haberse visto obligado a verlos
morir, lo cual le había roto el corazón. Ahora que él mismo era padre, su mirada
recorrió ansiosamente los rasgos juveniles de su padre. Al girarse para abrazar a
su propio hijo, vio que Aggra ya se lo estaba acercando a los brazos. Sus miradas
se cruzaron en un momento de tremendo amor y comprensión en el que no hicieron
falta las palabras. Entonces, Go’el volvió a centrarse en esa escena mientras
acunaba en sus brazos a Durak.
—Profeta —dijo Tyrande—, ¿puedes contarle al tribunal qué estamos viendo
aquí?
Velen suspiró y se le hundieron levemente los hombros.
—Sí, puedo —contestó con un tono melancólico—. Aunque no fui testigo de
este momento en primera persona, reconozco a los tres.
— ¿Quiénes son?
—El draenei era un querido amigo mío... Restalaan, el capitán de los
guardias de Telmor. Los orcos jóvenes son Orgrim, al que más tarde se le conoció
como Doomhammer, y Durotan, hijo de Garad.
— ¿Era habitual que ambos pueblos se relacionaran de esta forma?
Velen hizo un gesto de negación con la cabeza, lo que provocó que sus
zarcillos se movieran.
—No. Este fue uno de los primeros encuentros de este tipo. Aunque
comerciábamos con los orcos, nunca nos habíamos topado con unos tan jóvenes.
— ¿Cómo se produjo este encuentro?
—Esos chicos estaban huyendo de un ogro y un grupo de draenei acudieron
en su ayuda. Al capitán de los guardias, Restalaan, le impresionó el hecho de que,
a pesar de que ambos eran de clanes distintos, eran amigos. Ya conocíamos
bastante bien a los orcos como para saber que eso era muy poco habitual. Como
ya era muy tarde para que pudieran viajar hasta su hogar sin correr ningún peligro,
Restalaan envió a unos mensajeros para notificar a sus respectivos clanes dónde
se encontraban y, al mismo tiempo, los invitó a quedarse con nosotros como

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invitados hasta la mañana siguiente. Pensó que podría estar interesado en conocer
a estos dos jovenzuelos. Y así fue. Cené con los dos jóvenes orcos y descubrí que
eran muy inteligentes y de buen carácter.
Go’el se acordó de que Drek’Thar le había hablado sobre ese encuentro. Si
bien el viejo orco no había estado ahí en persona, sí se lo habían contado todo. Se
alegró de que Drek’Thar no estuviera aquí en estos instantes para revivir ese
momento del pasado, ese momento anterior a que sucedieran tantos siniestros
eventos.
—La ciudad de la que hablas... Telmor... ¿era fácil de hallar?
—No —respondió Velen—. Estaba oculta por medios tanto mágicos como
tecnológicos. Esos muchachos nunca la habrían hallado si no hubieran sido
invitados a entrar en ella.
—Si la corte me lo permite, me gustaría presentar la segunda Visión de
Velen. —Tyrande hizo un gesto de asentimiento dirigido hacia Chromie y esta hizo
un gesto con unas manos en las que parecía llevar unos guantes de color miel
iluminados. La escena se disolvió y dio paso a otro. Las Arenas del Tiempo del reloj
de arena fueron cayendo, grano a grano brillante. Entonces, ante los ojos de Go’el.
Una segunda escena cobró vida.
—Hemos llegado —dijo la imagen de Restalaan, quien a continuación
desmontó de un talbuk de color azul cobalto y se arrodilló sobre el suelo. Después,
apartó algunas hojas y agujas de pino como si estuviera buscando algo. Tras palpar
la tierra, halló en ella un hermoso cristal verde, sobre el que colocó la palma de la
mano delicadamente.
—Kehla men samir, solay lamaa kahl.
El bosque brilló a su alrededor. Por un instante, Go’el se preguntó si la Visión
del Tiempo podría estar funcionando mal, pero entonces se dio cuenta de que las
figuras de los tres no se veían afectadas por ese fulgor. El joven Durotan dio un
grito ahogado. La luminosidad lúe en aumento y, entonces, súbitamente, donde en
su momento había habido un denso bosque, había ahora únicamente un largo
camino pavimentado que ascendía por la ladera de las montañas.
—Nos encontramos en el corazón del país de los ogros, aunque cuando esta
ciudad fue construida aún no lo era —les explicó Restalaan, a la vez que se ponía
en pie—. Si los ogros no pueden vernos, no pueden atacarnos.
—Pero... ¿cómo? —preguntó Durotan.
—Es una mera ilusión, nada más. Un... espejismo. Uno no se puede fiar
siempre de lo que ven sus ojos. Creemos que lo que vemos es siempre real, que la
luz siempre revela lo que hay ahí en todo momento. Pero la luz y la sombra pueden
ser manipuladas, dirigidas, por aquellos que las entienden. Al pronunciar esas
palabras y al tocar ese cristal, he alterado la manera en que la luz se refleja en las
rocas, los árboles, el paisaje. De ese modo, sus ojos perciben algo totalmente
distinto a lo que creían que había aquí. —Restalaan soltó una risita ahogada muy
reconfortante—. Vamos, mis nuevos amigos. Van a visitar un lugar donde ninguno
de los suyos ha estado jamás. Caminen por los caminos de mi hogar.
La escena se congeló y, acto seguido, desapareció. Los granos de la parte
superior del reloj de arena dejaron de caer. El dragón bronce volvió a adoptar su
postura inicial y, tras cerrar sus ojos relucientes, fue un mero ornamento de nuevo.
Sin embargo, el que se hallaba enroscado en el bulbo inferior se despertó y estiró.

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A continuación, colocó las zarpas de una manera muy protectora sobre el
receptáculo que debía proteger, pues para eso lo habían diseñado.
—Restalaan reveló a Durotan y Orgrim el secreto de cómo los draenei
protegían su ciudad. ¿Los dos muchachos guardaron ese secreto? —preguntó
Tyrande con suma serenidad.
Go’el sabía la respuesta.
—No —respondió Velen, sumido en un hondo dolor.
— ¿Qué ocurrió?
Velen dio un largo suspiro y dirigió su mirada hacia la parte Horda de ese
lugar en busca de Go’el. Cuando el profeta habló fue como si realmente estuviera
hablando solo con el hijo de ese muchacho al que una vez había recibido con los
brazos abiertos y no a una audiencia cautivada.
—Años después, Ner’zhul engañó a los orcos y luego Gul’dan los traicionó.
Creo realmente que Durotan tuvo grandes remordimientos por...
Tyrande esbozó una delicada sonrisa al mismo tiempo que lo interrumpía.
—Tu compasión te honra, profeta, pero por favor, limítate a narrar los
hechos tal y como los conoces.
Aggra parecía acongojada... y furiosa.
— ¡Pero si ni siquiera le deja expresar lo que siente en su corazón! ¿Por qué
Baine no protesta?
Baine permaneció callado, aunque tenía las orejas estiradas, lo cual revelaba
a Go’el que no le gustaban nada los derroteros por los que estaba discurriendo el
interrogatorio.
—Porque Tyrande tiene razón al pedirle que se atenga a los hechos. Baine
ya dirá lo que tenga que decir, cariño. No te preocupes —replicó Go’el, quien no
podía negar que compartía el enfado de su amada.
Velen asintió.
—Muy bien. Los hechos son que Durotan atacó Telmor con un ejército de
orcos años después.
—Gracias —dijo Tyrande, la cual se volvió para mirar a los ahí reunidos.
Recorrió con la mirada los estrados hasta detenerse en los cuatro Celestiales—. He
de advertir al tribunal de que lo que van a ver va a ser muy violento y perturbador,
lo cual es consustancial a toda traición y toda masacre.
Una vez más, Baine no protestó. Go’el se dio cuenta, amargamente, de que
eso era porque Tyrande tenía razón de nuevo.
Aunque tuvo que reconocer que la acusadora no parecía muy feliz de tener
que hacer lo que iba a hacer. No obstante, ella dijo:
—Les presento la tercera Visión de Velen... la toma de Telmor por parte de
los orcos.
Los granos de la Visión del Tiempo volvieron a caer, y otra escena cobró
forma. Go’el vio a un Durotan al que ahora sí podía reconocer, pues ya era un
adulto. El líder del clan Frostwolf portaba lo que su hijo reconoció al instante como
el arnés de batalla que había ido pasando por las manos de diez generaciones de
líderes del clan, aunque nunca antes había visto esa armadura.
Estaba forjada con una pesada armadura de placas unidas por cadenas y
en su parte frontal mostraba a dos lobos blancos mirándose mutuamente. Debería

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haber sido mío, pensó Go’el. Debería haberlo sido algún día de Durak, si el destino
lo hubiera querido.
Pero el destino no lo había deseado, se recordó a sí mismo. El arnés se había
perdido en el pasado; Orgrim creía que había sido robado o destruido por los
elementos. Y él mismo había llegado a la edad adulta como un prisionero de los
humanos. La horda, sobre todo bajo mandato de Garrosh, tenía mucho de qué
responder, pero también la Alianza.
Durotan y varios otros orcos listos para batallar se hallaban en el mismo
“bosque” que les había mostrado la visión anterior. Orgrim, con un aspecto muy
similar al que recordaba Go’el, se colocó junto a su amigo y observó cómo Durotan
buscaba algo en el suelo. Go’el sabía qué buscaba; en realidad, estaba seguro que
todo el mundo lo sabía.
Durotan se levantó con una exquisita gema de color esmeralda en la palma
de la mano.
—La has encontrado —dijo Orgrim.
Durotan asintió y apartó la vista de la piedra preciosa para mirar a sus
colegas a la cara.
—Colóquense en posición —ordenó Orgrim a los demás orcos—. Hemos
tenido suerte de que no nos hayan visto llegar y no hayan dado la alarma.
Durotan titubeó por un momento y, a continuación, pronunció esas letales
palabras.
— Kehla men samir, solay lamaa kahl.
La ilusión que había protegido a Telmor fue desapareciendo lentamente,
revelando un amplio camino pavimentado que se extendía hacia delante a modo de
invitación obscena.
Al instante, fue como si todo el lugar donde se celebraba el juicio se hubiera
transformado en un campo de batalla. Una batalla colosal, casi abrumadora, en la
que los orcos, montados sobre unos lobos protegidos con armaduras y con unas
armas en ristre, lanzaban sus gritos de guerra y cargaban. La Visión se centró en
ellos y los siguió mientras las grandes bestias que cabalgaban añadían sus propios
aullidos a esa cacofonía. El estruendo que anunciaba la llegada de ese grupo que
levantaba tanto polvo al avanzar contrastaba de manera exagerada con la
tranquilidad que reinaba en la ciudad. Entonces, una serie de imágenes
individuales reemplazaron ese plano panorámico que les había estado ofreciendo
la Visión. Ahora, pudieron ver cómo un puñado de draenei se quedaban
simplemente quietos donde estaban, pues obviamente se hallaban demasiado
estupefactos como para intentar huir o defenderse. Las espadas y hachas
separaron esas cabezas cornudas de sus cuerpos con tal celeridad que todavía
había dibujadas unas expresiones de perplejidad en esos rostros cuando cayeron
al suelo. Las salpicaduras de sangre color índigo se extendieron por doquier,
manchando armaduras y pieles marrones. Se coaguló sobre el pelaje de los lobos,
de tal modo que esas bestias fueron dejando un rastro de sangre mientras corrían.
Se oyeron unos gritos y ruegos de terror pronunciados en el melodioso
idioma draenei que se sumaron a ese coro de voces asesinas. Los hombres de
Durotan atacaron en tromba. A esta marea de guerreros la seguían de cerca los
brujos (los cuales eran algo muy reciente), quienes acribillaron a los grupitos
aislados de aterrados y desarmados draenei con fuego, sombras y maldiciones.

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Algunos de los orcos se metieron en algunos edificios, para perseguir a los
que habían entrado en ellos en busca de refugio de manera muy necia. Unos
cuantos segundos después, esos guerreros salían de ahí cubiertos de sangre,
corriendo por las escaleras en busca de sus próximos objetivos.
Pero ahora, los ciudadanos de Telmor contaban ya con la ayuda de unos
paladines. Los guardias repelieron la magia orco de un modo que superaba la
comprensión de sus enemigos. Una luz blanca, azul y lavanda contrarrestaba la
magia de un repugnante color verde amarillento de los brujos. Si bien esto hacía
que el combate cuerpo a cuerpo quedase relegado a un segundo plano, Go’el tenía
centrada su atención en Durotan y en el adversario que lo acababa de atacar con
una espada que brillaba gracias a una energía azul.
Restalaan.
El draenei gritó algo que Go’el no entendió, agarró a Durotan y lo hizo caer
de su montura. Sorprendido, el orco no reaccionó a tiempo y se estampó contra el
suelo. Restalaan atacó con su espada hacia abajo justo cuando Durotan cogía el
hacha.
El lobo negro del orco se giró para defender a su jinete y clavó sus dientes
descomunales al draenei en el brazo. Restalaan soltó esa espada brillante y
Durotan arremetió contra él con su hacha, atravesando la armadura y la carne de
este. Restalaan cayó de rodillas y el lobo lo mordió aún con más fuerza mientras
una sangre azul manaba de la herida que había abierto el hacha. Durotan atacó
por segunda vez, acabando así con lo que debía de ser un dolor agónico. De esta
manera, Restalaan, aquel que había ofrecido su amistad a Durotan y le había
enseñado los secretos de esa ciudad, fue asesinado.
Go’el pensó que ese sería el fin de esa escena tan sangrienta, ya que Tyrande
había expuesto ya con total claridad su argumento. Dirigió sus ojos hacia ella y
comprobó que se encontraba de pie con los brazos cruzados y la mirada clavada en
esas horripilantes imágenes que se habían manifestado ante el tribunal por orden
suya. No hizo ninguna señal que indicara que no hacía falta mostrar nada más,
por lo cual la carnicería prosiguió.
Los orcos arrasaron la ciudad en esa Visión. Go’el se dio cuenta, con cierta
indignación, que la muerte de Restalaan, por muy conmovedora que hubiera sido,
era solo el preludio de lo que Tyrande se guardaba bajo la manga.

CAPÍTULO OCHO

Había tantos cadáveres que los orcos a veces se tropezaban con ellos cuando
corrían hacia una nueva presa. Estaban luchando cuerpo a cuerpo, y Durotan, que
se encontraba tan cubierto de sangre como sus camaradas, rajaba, cortaba y
golpeaba con velocidad y precisión. Era una violencia tan presente, tan real, que
Go’el al ver lo que iba a pasar, lanzó una advertencia a voz en grito. Y no fue el
único.
Alguien arremetió contra Durotan mientras este luchaba. Go’el, que no sabía
con total certeza qué iba a suceder, contempló la escena horrorizado y sin poder
hacer nada.

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La muchacha, que era prácticamente una niña, solo mostraba un leve atisbo
de unas curvas femeninas que ya nunca florecerían del todo.
Go’el fue consciente de que su padre no cortó a la chica por la mitad gracias
al adiestramiento que había recibido. Go’el sabía que se requería realizar un gran
esfuerzo y poseer una enorme destreza para cambiar el arco que trazaba esa hacha
en el aire y pudo notar cómo sus propios músculos se tensaban por pura empatía.
Sin embargo, la muchacha no tuvo esos escrúpulos y se abalanzó sobre ese orco
armado hasta los dientes y cubierto con una armadura de pies a cabeza, al que
golpeó con sus puños desnudos. La actitud desafiante que la había llevado a
interponerse en la trayectoria de esa arma, a pesar de ser perfectamente consciente
de que eso podría haber tenido consecuencias látales para ella, era quizá uno de
los actos más valientes que Go’el había visto jamás.
Durotan no acabó con la niña draenei, Go’el sabía que nunca lo habría
hecho, pero sí lo hizo otro orco. Go’el notó que unas lágrimas se le asomaban a los
ojos por culpa de la estupefacción e indignación que sintió al ver cómo esa chica se
quedaba inmóvil y se le desorbitaban los ojos, mientras le brotaba sangre a
raudales de la boca. La habían atravesado por detrás. Su asesino tiró de la lanza
hacia un lado, y el cuerpo cayó al suelo. Colocó un pie sobre el cadáver de esa niña
que todavía se retorcía y le arrancó la lanza, a la vez que le brindaba una sonrisa
de oreja a oreja a un asqueado Durotan.
—Me debes una, Frostwolf —dijo el orco del clan Shattered Hand.
La escena se detuvo, se quedó congelada en la imagen de la muchacha
asesinada y, acto seguido, se desvaneció.
En su mente, Go’el vio cómo se desarrollaba otra escena; una que él mismo
había vivido. Acababa de escapar recientemente del yugo de su “amo”, Aedelas
Blackmoore, y el clan Warsong le estaba haciendo una prueba. Habían traído a un
chico humano y lo habían colocado delante de él; uno aún más joven que la pobre
niña draenei.
Ya sabes qué es, le había dicho Iskar. Son nuestros enemigos naturales...
Mata a este niño, antes de que crezca y tenga la edad suficiente como para matarte.
¡Pero si es solo un niño! Sí, no era más que un niño aterrado. A Go’el se le
desbocó el corazón al recordarlo.
Si no lo haces... puedes estar seguro de que no saldrás de esta cueva con
vida.
Prefiero morir a cometer tal deshonrosa atrocidad.
Entonces, Hellscream (Grommash Hellscream, el orco más salvaje y cruel de
todos, el padre de Garrosh) lo había apoyado en esa decisión.
Yo he matado a niños humanos, le había dicho Grommash a Iskar. Lo dimos
todo luchando de esa manera, ¿y cómo hemos acabado? Humillados y derrotados.
Nuestra especie se arrastra por esos campamentos donde la tienen encerrada y es
incapaz de hacer nada por recuperar su libertad; por tanto, tampoco está como para
luchar en nombre de otros. Esa manera de luchar, de hacer la guerra, nos ha llevado
adonde estamos ahora.
Tyrande estaba haciendo justo lo que Aggra y Go’el habían temido que
hiciera —coger la verdad y retorcerla—.
Ese asesinato a sangre fría de una niña no definía qué —ni quiénes— eran
los orcos.

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Pero el horror todavía no había acabado. Casi de inmediato, otra escena
cobró forma. No cabía duda de que transcurría ese mismo día cierto tiempo
después. Los orcos estaban cubiertos de vísceras y sangre. Las hasta entonces
hermosas habitaciones en las que ahora se encontraban habían sido arrasadas y
estaban repletas de sillas rotas y otros objetos destrozados.
— ¿Qué hacemos con los draenei que hallemos vivos? —preguntó alguien a
Durotan.
—Mátenlos —contestó Durotan con un tono áspero y duro—.Mátenlos a
todos.
La escena se congeló y se fue disipando lentamente. Las arenas del reloj
dejaron de brillar.
—No hay más preguntas, Lord Zhu —dijo Tyrande, quien con la cabeza alta
y la mandíbula apretada, pues apenas era capaz de disimular su ira, se sentó en
su silla en un anfiteatro donde reinaba un silencio sobrecogedor.

***
Un estupefacto Anduin contempló boquiabierto esa escena. Conocía ese
pasaje de la historia, por supuesto. Muchos lo conocían hasta cierto punto;
además, como había vivido con los draenei mucho tiempo, Anduin sabía más que
la mayoría al respecto. Sin embargo, ahora, era consciente del dolor y la rabia que
los draenei le habían evitado al haber decidido que no debían contarle sus propias
historias personales sobre lo acaecido en ese día tan tenebroso. Tenía las palmas
de las manos empapadas de sudor y se percató de que le estaban temblando.
Velen parecía más viejo, más triste que antes. Anduin se dio cuenta de que
incluso ahora el compasivo profeta se compadecía tanto de los draenei caídos como
de los orcos que los habían masacrado.
Anduin había vivido bastante tiempo con los draenei como para poder
entenderlo. Esas víctimas inocentes habían muerto, pero los orcos habían tenido
que vivir afrontando las consecuencias de sus actos.
—Si pudiera, no permitiría que participaras en ninguna guerra, hijo mío —
dijo Varían. Anduin alzó la vista hacia su padre y el semblante de su progenitor
mostró un gesto sombrío cuando añadió—: Es una cosa horrible. Y lo que acabamos
de ver es la peor cara de la guerra.
Anduin no podía hablar porque tenía la boca muy seca, así que no pudo
replicar a su padre. Estaba de acuerdo en que la guerra era un asunto realmente
horrendo, pero lo que acababan de ver no era eso. La guerra se libraba entre dos
bandos de fuerzas más o menos parejas, armados y preparados. Lo que había
sucedido en Telmor no era digno de recibir ese nombre. El príncipe —que todavía
se hallaba aturdido en cierto modo—, dirigió su mirada hacia la sección de la
Horda. Ninguno de ellos, ni siquiera los orcos, parecían muy contentos con lo que
acababan de ver. No era necesariamente la violencia lo que tanto les había
perturbado, sino el hecho de que en esa batalla no hubiera “gloria” alguna.
Cualquiera era capaz de masacrar a un pueblo desarmado.
Baine aguardó un momento. Entonces, se levantó con determinación y
agachó la cabeza en señal de respeto.

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—Estoy seguro de que lo que acabas de ver te ha resultado muy doloroso,
profeta, y lamento que la acusación haya considerado indispensable mostrar toda
esta violencia innecesaria.
— ¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Tyrande.
—Estoy de acuerdo con la acusadora. El defensor debe evitar realizar
insinuaciones sobre lo que el testigo puede estar pensando o no.
—Cierto, Fa’shua. He obrado mal. Me disculpo. Por favor, ¿podrías decirnos
qué opinas sobre lo que acabamos de ver, profeta?
—No hace falta que te disculpes, Chu’shao Bloodhoof. Si has puesto alguna
palabra en mi boca, he de reconocer que han sido las mismas que yo hubiera
escogido —respondió Velen—. Sí, en efecto, he sufrido mucho al verlo.
— ¿Puedes explicarle al tribunal qué es lo que, exactamente, tanto te ha
hecho sufrir?
—Las muertes innecesarias de gente inocente, de niños incluso, por
supuesto.
Baine asintió.
—Por supuesto. Pero ¿eso es todo?
—No. También me aflige recordar cómo alguien que era noble y sincero se
vio obligado a actuar en contra de su naturaleza por culpa de sus superiores —
contestó Velen.
— ¿Te refieres a Durotan?
—Sí.
— ¿No crees que disfrutó con esa matanza?
—Con todo respeto, protesto —dijo Tyrande—. El testigo no puede saber qué
pensaba Durotan.
Obviamente, Baine había esperado que se produjera esa reacción, ya que ni
se inmutó lo más mínimo cuando se volvió hacia Taran Zhu.
—Si el tribunal me concede su permiso, me gustaría mostrar una parte de
la escena que la acusación ha aportado como evidencia... un momento concreto
que Tyrande ha optado por no mostrar.
—Adelante —respondió Taran Zhu.
Baine hizo un gesto de asentimiento que dirigió a Kairoz. El dragón bronce
se puso en pie, de modo que se alzó imponente sobre Chromie, y con unos dedos
muy hábiles hizo que las arenas cobraran vida. Una vez más, la imagen de Durotan,
su lobo, la joven draenei y su asesino brillaron y se materializaron. Ese espantoso
momento, en el que la muchacha escupía sangre por la boca a borbotones y la
lanza la atravesaba, estaba congelado en el tiempo.
Pese a que Anduin quería apartar la mirada, se obligó a seguir mirando.
¿Adónde quería ir a parar Baine con todo esto?
Entonces, esas figuras se movieron, la chica cayó y sufrió espasmos
mientras el orco le arrancaba el arma del cuerpo.
—Me debes una, Frostwolf —dijo con una sonrisa burlona.
Tyrande había cortado la escena justo en ese instante y había pasado
directamente al momento en que Durotan daba la maldita orden de: “Mátenlos...
mátenlos a todos”.
Pero en ese instante, todo el mundo con ojos en la cara fue capaz de ver la
expresión de horror que se adueñó del semblante de Durotan al contemplar el

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cadáver de esa niña asesinada. Y todo el mundo con oídos pudo escuchar ese largo
y quebrado aullido plagado de desesperación, ira y remordimiento. El orco Lobo
Gélido elevó la cabeza y entonces Baine dijo de repente:
—Páralo ahí.
Unas lágrimas recorrieron esa cara marrón, y todos sabían que los orcos
rara vez lloraban. La boca enmarcada en unos colmillos de Durotan estaba abierta
en un lamento silencioso. En el lugar del juicio también reinaba el silencio.
La imagen se desvaneció. Un largo momento después, Baine volvió a hablar:
— ¿Puedes explicar al tribunal qué opinas sobre los orcos a día de hoy,
profeta?
—Con todo respeto, protesto —dijo Tyrande.
—Estoy de acuerdo con la defensa —señaló Taran Zhu—. El testigo debe
responder.
Velen lo hizo con lentitud, con una voz plagada de tristeza en cuanto halló
las palabras adecuadas:
—Me alegro de que fueran capaces de superar la maldición que los había
corrompido al beber la sangre de Mannoroth.
— ¿Sabes quién liberó a los orcos de esa maldición?
—Grommash Hellscream, el padre de Garrosh —contestó el draenei.
—Así que me estás diciendo que crees que la gente puede cambiar —
reflexionó Baine—. Incluso Grommash Hellscream.
—Creo firmemente que sí. Con todo mi corazón.
— ¿Incluso Garrosh Hellscream? —inquirió con insistencia Baine.
— ¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Tyrande por cuarta ocasión—. Una
vez más, está manipulando al testigo.
Baine se volvió hacia ella con un semblante sereno.
—Fa’shua, la acusación ha introducido esta línea de reflexión en su propia
exposición de esta prueba —replicó el tauren.
—Estoy de acuerdo con la acusación —aseveró Taran Zhu—.Defensor, no
puedes pedirle al testigo que especule. Rehaz la pregunta.
Baine asintió.
—En resumen, desde tu punto vista, por lo que has vivido, afirmas que el
pueblo orco se tuvo que enfrentar a un gran desafío y lo superó. ¿Eso los ha
cambiado?
—Si —respondió Velen—. Sé mejor que nadie lo poderosa que puede llegar a
ser la influencia demoníaca.
Esas palabras las pronunció con un tono triste propio de un anciano.
—No tengo más preguntas —señaló Baine.
Tyrande, sin embargo, sí las tenía. Su hermoso rostro mostraba cierta
frialdad cuando se aproximó al draenei que ella misma había propuesto como
testigo.
—Solo tengo una cuestión más, profeta. Y por favor, responde directamente,
no nos des tu opinión. ¿Durotan y los demás habían ingerido la sangre de
Mannoroth cuando atacaron Telmor?
—No —replicó el draenei.
— ¿Eran perfectamente dueños de su voluntad? ¿Durotan estaba en plena
posesión de sus facultades, tomó esas decisiones por voluntad propia?

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El profeta respondió de manera renuente:
—Sí.
Tyrande no pudo disimular una expresión de triunfo.
—Gracias. No hay más preguntas.

***
Taran Zhu decretó una hora de receso, pues intuía sabiamente que los
espectadores necesitaban salir de la sala para despejarse mentalmente y olvidar lo
que habían visto si no querían que unos cuantos más engrosaran las filas de los
“retenidos” hasta el final del juicio.
El mismo Anduin se excusó ante Jaina, Kalec y su padre, alegando que tenía
que tomar un poco de aire fresco y estirar las piernas, ya que todavía no se le
habían curado del todo, aunque lo que realmente quería hacer era escapar. El
receso era demasiado breve como para que pudiera regresar a su lugar favorito de
toda Pandaria, la Locura del Albañil. Hacía mucho tiempo, los albañiles habían
tallado con sumo cuidado una serie de escalones que no llevaban a ninguna parte
en concreto, salvo a una vista espectacular. Nadie conocía cuál había sido el
propósito original de esas escaleras. A Anduin le encantaba la idea de que esas
escaleras únicamente llevaran a un lugar hermoso, que además le parecía muy
sereno. Sin embargo, ahora, tendría que conformarse con deambular por los
terrenos del templo, lejos de la zona principal.
Se dirigió a un pequeño mirador, una ramificación de esa sección que
normalmente estaba reservada para los monjes y el maestro Lao. Les habían pedido
tanto a ellos como al herrero grúmel, Black Arrow, que no se acercaran al templo
durante el día mientras durase el juicio, por lo cual Anduin pudo disfrutar ahí de
la soledad que tanto deseaba.
El aire de la montaña era vigorizante y fresco. Anduin fue dejando sus
huellas sobre una fina capa de nieve. Unas cadenas descomunales rodeaban ese
mirador para evitar que los incautos se cayeran. Al oeste, se alzaban unas
montañas muy antiguas, cuyas colosales cumbres, que atravesaban las nubes,
estaban cubiertas de nieve y envueltas en niebla. Al este, Anduin pudo ver dos
pequeñas pagodas, rodeadas de cerezos y custodiadas por una estatua del poderoso
Xuen.
La vista que tenía directamente de frente, al sur, parecía un cuadro realizado
por un maestro de la pintura, ya que reflejaba la paz del templo y la vastedad de
Pandaria. Anduin sintió la necesidad de proteger este lugar, una sensación que no
era la primera vez que experimentaba, y se preguntó por qué se sentía tan a gusto
en un lugar tan ajeno a él y a todo cuanto había conocido anteriormente.
— ¿Deseas estar solo, o puedo hacerte compañía? —preguntó alguien
situado a sus espaldas con una voz sedosa y joven que le resultaba muy familiar.
Anduin sonrió mientras se volvía hacia Wrathion, quien se hallaba en la arcada.
—Claro que puedes quedarte, aunque no creo que ahora mismo vaya a ser
una buena compañía.
—No cabe duda de que la suma sacerdotisa Whisperwind, o quizás debería
decir Chu’shao Whisperwind, ha empezado muy fuerte—afirmó Wrathion. A la vez
que se colocaba junto a Anduin. Con las manos entrelazadas a la espalda,

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contempló esa vista como si realmente le interesara, aunque Anduin sabía que no
era así.
—Pues sí —replicó.
—Aun así, no nos ha contado nada nuevo —prosiguió hablando Wrathion—
Todo el mundo odia a Garrosh. Entonces, ¿por qué ha recurrido a un
acontecimiento que sucedió incluso antes de su nacimiento? Es una táctica
curiosa.
—No, no lo es —contestó Anduin—. Nos ha demostrado que los orcos no
pueden recurrir a la excusa de “bebimos sangre de demonio y nos volvimos locos”.
A Garrosh no lo corrompió eso... no, eso seguro que no.
A Garrosh lo había corrompido su ansia de poder o su ceguera ante el
sufrimiento de los demás, las cuales era tan inmensas que a Anduin le resultaban
inconcebibles.
—Y aun así hizo cosas terribles —reflexionó Wrathion, quien frunció el ceño
y se acarició pensativo su escasa barba—. No obstante... presentar a una raza de
un modo tan burdo, con unas pinceladas tan bastas, se volverá en su contra si
insiste en esa estrategia. Se requieren más matices, más sutileza.
—Tú siempre piensas que se necesita más sutileza.
Ese comentario brotó con furia de los labios de Anduin antes de que pudiera
evitarlo. Se cruzó de brazos y se estremeció. El lugar donde se celebraba el juicio
se había caldeado gracias a los braseros y al calor corporal; además, se le había
olvidado traerse la capa. También se dio cuenta de que la escena de la chica
asesinada lo había perturbado más de lo que había pensado.
Wrathion se limitó a reír, de tal modo que el frío aire transformó su aliento
en vaho.
—Eso es porque tengo razón. Nada es inmutable, príncipe Anduin. La raza
con la que uno se alía hoy puede ser el enemigo mañana —en ese instante, señaló
a esas montañas abriendo los brazos—. Incluso la misma tierra a veces cambia y
se desplaza. Los fuegos arden y luego solo quedan rescoldos. En el aire puede reinar
la quietud y, de repente, surgir un tornado. Los océanos y los ríos se hallan en
constante movimiento. No existe la verdad pura y dura.
Anduin frunció los labios. Wrathion no tenía razón. No podía tenerla.
Algunas cosas eran universales, inmutables. Algunas cosas siempre estaban mal.
Como asesinar a inocentes.
—Si nada es sólido, ¿cómo puede permanecer en pie cualquier cosa que se
construya? —inquirió Anduin. Aunque había pretendido hacer una pregunta, sonó
más bien como un ruego.
—Hay diferentes grados de solidez —señaló Wrathion—. Si bien tanto la
piedra como el agua pueden resultar un tanto traicioneras cuando uno intenta
construir una casa sobre ellas, es mucho menos probable que acabes nadando si
eliges la primera para poner los cimientos.
Anduin permaneció callado por un momento. Unos pensamientos cruzaron
su cabeza a gran velocidad. Ninguno de ellos era muy agradable y todos ellos
discurrían profundamente por su mente. Al final, se giró hacia el príncipe dragón
y preguntó en voz baja:
—Wrathion, ¿consideras que somos amigos?

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Wrathion pareció sorprenderse realmente ante esa cuestión, lo cual regocijó
un poco a Anduin. Ladeó la cabeza, en la que llevaba un turbante, y arrugó los
labios, mientras meditaba la respuesta.
—Sí —contestó al fin—. En todo caso, en la medida en que yo puedo tener
un amigo.
Anduin sonrió con cierta tristeza al oír esas últimas palabras.
—Entonces... podemos quedarnos aquí... disfrutando de este reconfortante
silencio sin más... por un rato... como amigos, ¿no?
—Oh, claro que sí —respondió Wrathion.
Y eso hicieron.

CAPÍTULO NUEVE

—Por favor, dinos tu nombre y a qué te dedicas —dijo Tyrande.


El segundo testigo al que había llamado era un orco de edad mediana,
fornido y con una piel que era de color verde pálido, lo cual era muy poco habitual.
Tenía una barba negra muy poblada, quizá para compensar que tenía la cabeza
completamente calva.
—Soy Kor’jus y me dedico a plantar y vender setas en Orgrimmar.
— ¿Cómo se llama tu tienda y dónde se encuentra?
—Se llama Tierra Oscura y se encuentra en el Circo de las Sombras.
Tyrande echó a andar, o más bien a deslizarse, pues sus pasos eran muy
ágiles y elegantes. Tenía los brazos cruzados y un ceño de suma concentración que
quebraba la perfección de esa noble frente.
—Tierra Oscura —repitió con un tono exageradamente dramático—. El Circo
de las Sombras. Eso suena muy siniestro. O tal vez... clandestino. No estarías
haciendo algo que pudiera atraer la atención del Jefe de Guerra para tu desgracia,
¿eh?
Como hizo esa pregunta con un tono bastante acusatorio, Kor’jus se sintió
ofendido.
—Mis setas han tenido el honor de servirse en la mesa de dos Jefes de Guerra
— le espetó—. Esa ha sido la única atención que me han dispensado recientemente.
—Si el tribunal me permite, me gustaría mostrar al jurado a qué se refiere
Kor’jus.
Una vez más, Chromie activó la Visión del Tiempo y, al instante, apareció
una imagen en la que Kor’jus estaba arrodillado cosechando setas. Se hallaba de
espaldas a la puerta, concentrado en su labor, por lo que no vio cómo esos
visitantes levantaban la cortina. Aun así, quizá intuyó su presencia, ya que Kor’jus
arrugó el ceño y se volvió.
—Para ahí, por favor—le pidió Tyrande. Chromie detuvo la escena de
inmediato—. Kor’jus, ¿puedes contarnos quiénes son estos orcos?
—Solo conocía el nombre de uno de ellos, pero sí sé que todos eran Kor’kron.
El orco Blackrock, ese que tiene solo tres dedos en una mano y una cicatriz que le
recorre toda la cara, es Malkorok. O lo era, al menos.

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Esta identificación no era realmente necesaria, pues solo era una
formalidad, ya que la mayoría de los ahí reunidos reconocieron al difunto líder de
los Kor’kron. Malkorok, ese orco de piel gris cubierto de pintura roja de guerra, se
había convertido para muchos en el mejor ejemplo de lo peor que eran capaces de
hacer los orcos Blackrock. Oh, sí, lo reconocían y despreciaban.
—Gracias. Chromie, continúa, por favor.
—Lean el letrero —dijo la imagen de Kor’jus—. La tienda ya no abre hasta
mañana.
En ese instante, aferró con más fuerza el pequeño cuchillo que había estado
utilizando en su labor.
—No hemos venido a por setas —replicó Malkorok con un tono sereno. Tanto
él como los otros cuatro orcos entraron entonces en la tienda. Uno de ellos apartó
la cortina—. Hemos venido a por ti.
La incertidumbre se adueñó entonces de Kor’jus.
— ¿Qué he hecho? —preguntó—. Soy un honrado mercader. Nadie puede
tener ninguna queja sobre mí. ¡El mismo jefe de Guerra Garrosh come las setas
que yo mismo cosecho!
—El Jefe de Guerra es el motivo que nos ha traído aquí —aseveró Malkorok,
dando un paso hacia el frente y luego otro. Kor’jus no se movió de donde estaba—
Lo has criticado... así que a lo mejor algún día caes en la tentación de servirle unas
setas cultivadas con menos esmero, ¿eh?
En ese momento, Kor’jus comprendió lo que ocurría y le lanzó una mirada
furibunda.
—La Horda no está compuesta de esclavos. ¡Todos sus miembros son
valiosos! ¡Puedo criticar las decisiones del Jefe de Guerra y no por eso estoy
conspirando en su contra!
Malkorok ladeó la cabeza de un modo exagerado y se dio unos golpecitos en
el mentón con un dedo, como si realmente estuviera meditando sobre esas
palabras.
—No —dijo—. No creo que eso sea posible.
Agarró al cultivador de setas de la muñeca con la mano en la que solo tenía
tres dedos. Incluso mutilado, resultaba obvio que Malkorok conservaba aún mucha
fuerza en esa extremidad, ya que Kor’jus soltó el cuchillo y profirió un grito
ahogado. Con suma indiferencia y regodeándose claramente, Malkorok le dobló el
brazo a su víctima hacia atrás y se lo rompió con un crujido perfectamente audible.
Los otros cuatro se abalanzaron rápidamente sobre él, tal vez porque temieran
perderse la diversión, y se carcajearon como si estuvieran bebiendo en vez de
golpeando a un oponente al que superaban en número hasta dejarlo reducido a
una masa informe.
Solo emplearon los puños y le golpearon allá donde le iba a doler más y no
donde podrían provocarle la muerte; en la cara, las piernas y los brazos. Uno de los
Kor’kron le dio un puñetazo directamente en la cara a Kor’jus y le partió la nariz;
la sangre y los mocos manaron a raudales. La cabeza se le fue hacia atrás
violentamente y varios dientes salieron volando al recibir un segundo puñetazo de
ese mismo orco excesivamente fervoroso, pero cuando le iba a propinar un tercero,
Malkorok lo detuvo.

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—Si lo matamos, no podrá mostrar a la gente lo atemorizado que está —le
reprendió su líder.
Kor’jus alzó la barbilla y contempló detenidamente cómo la Visión mostraba
la paliza que había recibido en su día. A pesar de que se había enfrentado a cinco
Kor’kron muy bien adiestrados y él solo era un mero tendero, Kor’jus aguantó los
golpes varios minutos, aunque, al final y de un modo inevitable, cayó de rodillas al
suelo. Su cara apenas era ya reconocible y respiraba con jadeos irregulares y
agónicos. Una última patada hizo que acabara hecho un ovillo en el suelo, pero
incluso entonces se resistió a chillar.
Los Kor’kron ni siquiera habían roto a sudar y se dieron palmaditas unos a
otros en la espalda mientras se marchaban. En cuanto se largaron, Kor’jus alzó la
cabeza, escupió sangre y más dientes y quedó inconsciente.
La escena se desvaneció. Ahora, Kor’jus respiraba agitada y furiosamente.
Tyrande reanudó el interrogatorio.
—Kor’jus, ¿sabes si otra gente sufrió ataques parecidos al que tú sufriste?
—Si —respondió el orco—. Hubo otros a los que dieron unas palizas tan
fuertes como la mía, o incluso peores.
—A ti te dieron una paliza extremadamente severa —aseveró Tyrande—. Es
un milagro que no murieras.
—Con todo respeto... —acertó a decir Baine.
—Retiro ese último comentario, Lord Zhu —dijo Tyrande, interrumpiendo así
a la defensa a la que lanzó una mirada que parecía indicar que su paciencia se
agotaba—. Por favor, explícale al jurado que quieres decir con “peores”.
—Me refiero a la explosión que tuvo lugar en Cerrotajo hace tiempo —replicó
Kor’jus.
—Cerrotajo no es conocido precisamente por su decoro —objetó Tyrande y,
al instante, unas risitas ahogadas se extendieron por todo el auditorio—. No hay
duda de que ahí reina la violencia... por lo que incluso una explosión podría haber
sido provocada por unos clientes insatisfechos y no por los Kor’kron.
A pesar de que el público se estaba divirtiendo con esos comentarios, Kor’jus
mantuvo en todo momento una expresión sombría.
—Yo estuve ahí. Me hallaba en esa posada porque intentaba evitar
Orgrimmar lo máximo posible, para no cruzarme con Malkorok. —Se rio
brevemente—. Irónico, ¿no? Entonces, él entró en ese lugar y amenazó a un
renegado y a una elfa de sangre. — En ese instante, Kor’jus pareció hallarse
bastante incómodo—. Me largue en cuanto llegaron, sin que nadie me viera
marcharme. Tuve suerte.
— ¿Los amenazó de veras? ¿Física o verbalmente?
—Intentó intimidarlos, al menos al principio. Pero no sé qué se dijeron
después.
Tyrande asintió.
—Chromie, si me haces el favor. Veamos exactamente qué ocurrió.
Anduin nunca había estado en la posada de Cerrotajo y no vio nada en esa
escena que le hubiera llevado a desear visitarla antes de ser destruida y
reconstruida. Era muy oscura, ruidosa, mugrienta y, probablemente, apestaría. Se
fijó en que el dragón bronce Kairoz intentaba disimular una sonrisa provocada por
algunas de las reacciones que estaba suscitando esta escena.

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No obstante, parecía un lugar muy bullicioso donde poder divertirse hasta
que los Kor’kron entraron. Se detuvieron en la puerta y sus robustos cuerpos
bloquearon la entrada a casi toda la luz que penetraba en la estancia principal de
la taberna. Dos clientes, un Renegado y una sin’dorei que estaban bebiendo juntos,
alzaron la vista hacia los recién llegados.
—Alto —ordenó Tyrande—. Estos dos miembros de la Horda son el capitán
Frandis Farley y Kelantir Bloodblade. El capitán Farley fue enviado por lady
Sylvanas para comandar las unidades Renegadas que iban a servir bajo las órdenes
del Jefe de Guerra. La Caballero de Sangre Bloodblade había servido previamente
a las órdenes del General Forestal Halduron Brightwing. Ambos, según se cuenta,
lucharon de manera excelente en la batalla del Fuerte del Norte.
Anduin echó una ojeada a la zona de la Horda. Tanto Sylvanas como
Halduron se encontraban inclinados hacia delante en sus respectivos asientos. Si
bien Anduin no había oído nunca hablar de Farley ni de Bloodblade, a juzgar por
cómo sus líderes estaban reaccionando ante esas imágenes, tenían en mucha
estima a ambos, de eso no había duda.
Bloodblade tenía el pelo del color del sol y una piel tan pálida que parecía
que nunca había sido tocada por el astro rey. A pesar de hallarse de permiso, ella
seguía llevando puesta parte de su armadura. Farley, por su parte, se había
descompuesto bastante antes de renacer como Renegado, por lo cual Anduin se
preguntaba cómo se las arreglaba para ingerir líquidos con esa mandíbula que no
parecía que pudiera cerrar.
Tyrande asintió en dirección hacia Chromie, y la escena se reanudó.
—Tenemos problemas —le comentó Kelantir a su compañero.
—Eso no tiene por qué ser así. —Frandis alzó un brazo huesudo y agitó una
mano en el aire—. ¡Amigo Malkorok! ¿Qué haces por los bajos fondos? Lo que uno
puede hallar en un orinal es probable que sea mejor que la bazofia que este granuja
de Grosk sirve aquí, pero es barato y cumple su cometido, o eso dicen. Acércate,
deja que te invitemos a una ronda.
Malkorok sonrió. A Anduin eso le dio muy mala espina y, si su expresión era
indicativo de algo, también a Kelantir.
—Grosk, bebidas para todos. —El orco Blackrock le dio una palmada a
Frandis en la espalda tan fuerte que el Renegado estuvo a punto de caer de bruces
sobre la mesa—. Esperaba encontrarme con algún tauren o Renegado aquí. Pero
he de decir que tú pareces tremendamente fuera de lugar.
En ese instante, posó su mirada sobre Kelantir.
—Te equivocas. He estado en sitios mucho peores que este —le corrigió la
paladín, la cual entornó los ojos mientras observaba a Malkorok, a quien el
posadero, presumiblemente ese granuja de Grosk, estaba sirviendo.
—Tal vez, tal vez—replicó Malkorok—. Pero ¿por qué no estás en Orgrimmar?
—Tengo alergia al hierro —contestó Kelantir.
A pesar de la tensión que reinaba en el ambiente, Anduin sonrió
ampliamente. Le caía bien la tal Kelantir. Era muy valiente. Y esas palabras eran
algo que podría haber dicho perfectamente su amiga Aeryn, una enana con muchas
agallas que había muerto durante el Cataclismo.
En un principio, Malkorok pareció estupefacto, pero al final se echó a reír.

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—Al parecer, tú y unos cuantos más prefieren estos entornos rústicos.
¿Dónde está ese joven toro llamado Baine y ese adulador que lo suele acompañar
que responde al nombre de Vol’jin? Esperaba poder hablar con ellos.
En ese momento, todas las miradas se posaron en el nuevo Jefe de Guerra
y el defensor. Ellos, por supuesto, estaban viendo esto por primera vez, como la
mayoría de los presentes, y parecieron un tanto sorprendidos por la dureza del
insulto.
—Hace tiempo que no les veo —afirmó Kelantir, quien colocó los pies sobre
la mesa, sin apartar la mirada del orco—. No me relaciono mucho con los tauren.
— ¿De veras? —replicó Malkorok—. Pues tenemos testigos que nos han
dicho que tanto tú como Frandis estuvieron conversando íntimamente anoche en
esta misma posada con ese tauren y ese troll, entre otros. Nos han informado de
que dijeron cosas como que “Garrosh es un necio”, que “Thrall debería volver para
enviarlo a patadas a Undercity” y que “fue una cobardía lanzar la bomba de maná
sobre Theramore”.
—Y algo más sobre los elementos —añadió otro Kor’kron.
—Ah, sí, los elementos... algo acerca de que era una pena que Cairne no lo
hubiera matado cuando había tenido la oportunidad, porque Thrall nunca habría
utilizado los elementos de un modo tan cruel e insultante —continuó diciendo
Malkorok.
Daba la impresión de que a Kelantir se le había congelado ese hermoso
rostro. Frandis Farley, que sostenía una jarra, estaba manchando la mesa con un
goteo constante de una sustancia asquerosa.
—Pero si dicen que no han visto recientemente ni a Baine ni a Vol’jin,
supongo que esos testigos deben de estar equivocados —concluyó Malkorok.
—Pues claro —dijo Frandis, recuperándose del susto—. Necesitas unos
confidentes más fiables.
Acto seguido, se volvió hacia su bebida.
—Pues sí —admitió Malkorok de buena gana—, ya que es obvio que ninguno
de ustedes sería capaz de decir tales cosas en contra de Garrosh para cuestionar
su liderazgo.
—Me alegro de que lo entiendas —comentó Frandis—. Gracias por las
bebidas. ¿Puedo invitarte a la siguiente ronda?
—No, será mejor que sigamos nuestro camino —respondió Malkorok—. A ver
si podemos dar con Vol’jin y Baine, ya que, por desgracia para nosotros, no están
aquí.
Y por suerte para ellos, pensó Anduin. Sus loa y la Madre Tierra debieron de
protegerlos.
Malkorok se levantó y asintió.
—Disfruten de la bebida —dijo y, a continuación, salió de la posada con el
otro Kor’kron.
—Ha faltado muy poco —señaló Kelantir, quien suspiró aliviado.
—Pues sí —replicó Frandis—. Por un segundo, me he imaginado que nos
arrestaría, si no nos atacaba directamente.
Kelantir echó un vistazo a su alrededor.
—Qué raro. Grosk se ha marchado.

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Frandis se colocó la mandíbula en su sitio para poder esbozar un gesto de
contrariedad.
— ¿Cómo? ¡Pero si la posada está abarrotada! Debería contratar más gente
y no largarse cuando tiene a varios clientes sedientos esperando.
En cuanto ambos cruzaron sus miradas, Anduin lo supo. Se le erizó el pelo
del cogote y quiso vociferar una advertencia. Pero eso no estaba sucediendo en el
presente, eso era el pasado, y ya era muy tarde, siempre había sido muy tarde para
cuando Farley y Bloodblade se habían dado cuenta de lo que ocurría.
La pareja a la que aguardaba un funesto destino se puso en pie y corrió
hacia la puerta. De repente, se vieron rodeados de hielo y se quedaron congelados
ahí mismo, y la escena se tornó blanca. El estruendo de una explosión reverberó
por toda la sala y, acto seguido, la Visión desapareció.
Tyrande, que se hallaba en el centro de la estancia, alzó la mirada hacia el
lugar donde se encontraban sentados los Celestiales. A esta distancia resultaba
muy difícil verles las caras, pero Anduin, quien conocía bien a Chi-ji al menos,
sabía que tenían que estar tan afligidos como todos los demás ahí presentes.
Aunque la elfa de la noche abrió la boca como si pretendiera decirle algo al jurado,
pareció pensárselo mejor y negó con la cabeza. No tenía que explicar qué era lo que
acababan de ver. Todos lo entendieron perfectamente.
—No hay más preguntas, Fa’shua Zhu.
Regresó a la silla rodeada de ese silencio total que llenaba ese enorme
coliseo.

CAPÍTULO DIEZ

Baine permaneció sentado durante un largo instante. Esperaba transmitir


una sensación de calma, aunque en realidad la ira que sentía amenazaba con
impedirle interrogar a Kor’jus como era debido, pues una tremenda furia se había
apoderado de él por culpa de lo que acababa de ver.
Al igual que casi todo el mundo, siempre había sospechado que esa explosión
en la posada de Cerrotajo no había sido un accidente, pero claro, no había quedado
ningún testigo con vida que pudiera demostrar nada. Por lo que él conocía, Grosk
siempre había mantenido que no sabía nada e insistía en que había abandonado
el local en el momento preciso por pura suerte.
Pero eso daba igual. Él no era quien había lanzado primero una bomba de
escarcha y luego una granada de fragmentación al interior de una taberna
abarrotada.
Baine rezó en silencio para poder mantener la compostura mientras se
levantaba y se acercaba a Kor’jus.
—Te fuiste justo a tiempo, por lo visto —afirmó Baine—. Malkorok y los
Kor’kron habían decidido que ya no bastaba con dar unas meras palizas para
impedir que la gente criticara a Garrosh, eso está claro.
Kor’jus asintió.
—Dices la verdad. Y doy gracias a los ancestros por seguir vivo.

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—No cabe duda de que Malkorok hacía lo mismo que había hecho en la
montaña Blackrock —continuó hablando Baine—. Rastreaba a aquellos a los que
consideraba traidores y los eliminaba sin contemplaciones por ser una amenaza.
Tal y como creo que tú mismo has dicho antes, hubo otros que también fueron el
blanco de las iras de este Kor’kron tan obsesivo.
—Sí, no fui el único al que amenazó, ni de lejos.
—¿Acaso alguno de ellos le oyó decir a Malkorok que Garrosh le había
ordenado directamente... amenazar... a alguien?
Kor’jus frunció el ceño y miró fugazmente al orco en cuestión.
Garrosh permanecía sentado como si fuera una figura tallada en piedra, con
una mirada inexpresiva que denotaba una total falta de interés.
—No. Pero creo que está claro que...
Baine alzó una mano.
—Limítate a responder la pregunta, por favor.
A pesar de que arrugó aún más el ceño, al final, Kor’jus respondió
hoscamente:
—No.
—Así que no puedes aseverar ante este tribunal que el acusado ordenó jamás
asesinar a su propia gente por criticarlo, ¿verdad?
—No —repitió Kor’jus, quien tuvo que contenerse como pudo, pues quería
explayarse aún más.
—Entonces, es perfectamente posible que Malkorok y los Kor’kron actuaran
por cuenta propia, y que Garrosh nunca tuviera noticia de este incidente, ¿no? O,
de hecho, no supiera nada sobre todos esos incidentes tan similares. Y que de
haberlo sabido, tal vez habría desaprobado esas acciones y hubiera tomado
medidas contra Malkorok, ¿eh?
—Con todo respeto, protesto —dijo Tyrande.
—Estoy de acuerdo con la defensa —replicó Taran Zhu—. Que el testigo
responda.
Kor’jus gruñó a través de unos dientes muy apretados.
—S-sí. Es posible.
—No tengo más preguntas —afirmó Baine, quien hizo un gesto de
asentimiento a Tyrande, la cual no hizo ademán alguno de aproximarse al testigo.
—Fa’shua —dijo Tyrande—, solicito que se vuelva a leer ante este tribunal
una parte de la declaración de intenciones inicial. El segmento en que se dirigía al
acusado justo antes de enumerar los cargos.
Propuesta aceptada —contestó Taran Zhu, quien asintió a Zazzarik Fryll, el
goblin cuya bella caligrafía y neutralidad habían sido compradas por una tarifa no
muy exagerada. El goblin se ajustó las gafas sobre esa nariz aguileña y, con su
diminuto pecho henchido de orgullo, desenrolló un pergamino.
—“Garrosh Hellscream —leyó con una voz áspera—, has sido acusado de
crímenes de guerra, de crímenes contra la misma esencia de los seres conscientes
de Azeroth, así como de crímenes contra la propia Azeroth. También se te acusa de
ciertos actos cometidos en tu nombre, o por aquellos con los que se aliase”.
—Gracias —dijo Tyrande.
Zazzarik volvió a coger la pluma y el pergamino en el que había estado
escribiendo hasta hacía solo unos instantes.

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—“También se te acusa de ciertos actos cometidos en tu nombre, o por
aquellos con los que se aliase” —repitió la elfa de la noche, quien acto seguido se
encogió de hombros. Después, miró a los Celestiales y aseveró—: Hay momentos
en que las cosas son tan obvias que creo que mi presencia aquí no es necesaria.
Esas últimas palabras enfurecieron tanto a Baine que se puso de pie de un
salto.
— ¡El comentario de la acusadora es totalmente inapropiado! —exclamó,
olvidándose de todo formalismo.
Tyrande sonrió y alzó una mano para pedir calma.
—Retiro esa última afirmación, Fa’shua, y me disculpo ante mi estimado
colega. No tengo más preguntas.
—El testigo puede volver a su asiento —le comunicó Taran Zhu.
Kor’jus se levantó y volvió deprisa a los estrados, sumamente aliviado.
Taran Zhu clavó su mirada en Tyrande
—Chu’shao, debo pedirte que obres con cautela en este proceso. No me
gustaría tener que reprenderte.
—Lo comprendo —contestó Tyrande.
Baine se volvió y contempló primero a Garrosh con los ojos entornados y
después a Tyrande.
Solicito un receso de diez minutos para poder hablar con el acusado y mi
consejero en cuestiones temporales antes de pasar a interrogar al siguiente testigo,
Fa’shua.
—Receso concedido —replicó Taran Zhu, quien golpeó el gong a
continuación.
Un perplejo Kairoz se aproximó a Baine. Tyrande, que todavía se hallaba de
pie junto a su mesa, agachó la cabeza para mostrar su aprobación. El dragón
bronce cogió la silla que ella había dejado vacía, le guiñó un ojo y sonrió.
—Te la devolveré en un santiamén —le prometió a la sorprendida suma
sacerdotisa y, acto seguido, arrastró la silla hasta colocarla al lado del encadenado
Garrosh.
Entonces, Baine dijo en voz baja pero con enfado:
—Tyrande no va a olvidar lo que acabas de hacer.
—No pretendo que lo haga —respondió Kairoz, quien habló también muy
bajito—. Según mis cálculos, y en estas cosas nunca me equivoco, tenemos
únicamente siete minutos y dieciocho segundos para hablar. Así que, adelante,
Chu’shao.
No hizo falta que le dijera nada más al tauren, que centró su atención
totalmente en Garrosh e hinchó las fosas nasales.
—En nombre de la Madre Tierra, pero ¿qué estás haciendo, Garrosh?
— ¿Yo? —replicó el orco riéndose entre dientes—. Pero si no estoy haciendo
nada.
—A eso me refiero precisamente. No muestras ningún arrepentimiento, no
reaccionas de ningún modo... ¡ni siquiera muestras el más mínimo interés por este
proceso judicial!
Garrosh se encogió de hombros, lo cual provocó que sus cadenas tintinearan
con un extraño ruido agudo.
—Eso es porque este proceso no me interesa para nada... Chu‘shao.

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Baine maldijo suavemente.
—Entonces, ¿deseas de verdad que te ejecuten?
—No quiero que me ejecuten, pero no me importaría morir si pudiera hacerlo
de manera gloriosa, batallando contra gente como esta sacerdotisa a la que han
encomendado la tarea de condenarme. Sí, eso sí lo deseo, sin lugar a dudas.
— ¡A cada momento que pasas sentado estoicamente en esa silla, las
probabilidades de que te liberen y puedas volver a luchar menguan! ¡No estás
haciendo nada que me ayude a defenderte! —le advirtió Baine.
—No soy un niño al que se puedan contar cuentos de hadas, Bloodhoof —
replicó Garrosh—. Nunca me permitirán batallar de nuevo, ni, aunque viviera tanto
como este dragón bronce.
—La vida está repleta de sorpresas —le espetó Kairoz de un modo totalmente
inesperado—. Pero yo diría que seguramente no volverás a participar en una batalla
si tu cabeza acaba trinchada en una pica como un pollo asado, para ser exhibida
en las puertas de todo el camino que lleva de Stormwind a Orgrimmar y viceversa.
Mientras transcurrían los minutos, Baine permaneció sentado un momento,
reflexionando al respecto. Si a Garrosh no le importaba su destino, ¿por qué debería
importarle a él? Seguramente, estoy desempeñando mi labor de manera honorable,
pensó Baine. Nadie podrá echarme en cara que no intenté defenderlo como es debido.
Pero ¿y si lo indultan? Entonces ¿qué?
—Chu’shao Bloodhoof —le dijo Kairoz con un tono apremiante, pero Baine
alzó una mano para pedirle silencio al dragón.
Sabía que estaba defendiendo bien al orco; probablemente —mejor de lo que
se merecía—. Pero cuando se encontrara con su padre en el más allá, ¿sería capaz
de decirle: “He vuelto a casa, padre. Lo hice lo mejor que pude”?
Sabía cuál era la respuesta. Presa de la resignación, Baine respiró hondo y
se volvió de nuevo hacia Garrosh.
—Dame algo con lo que pueda rebatir los argumentos de la parte contraria,
Garrosh. Aún no has colaborado para nada en tu propia defensa.
—Y, como puedes ver, las cosas van estupendamente para ti —apostilló
Kairoz.
Baine fulminó a Kairoz con la mirada.
—Tu confianza me anima mucho. —A continuación, se giró hacia Garrosh—
Si no quieres hablar conmigo, al menos ayúdame a defenderte... ¿Hay alguien con
quien querrías hablar? ¿Algún guerrero, algún chamán que tenga tu respeto?
Una extraña sonrisa cobró forma alrededor de los colmillos de Garrosh.
—Bueno, Chu’shao... hay... uno —contestó.

***
Todavía desconcertado ante la petición completamente inesperada por parte
de Garrosh de que quería contar con un hombre de confianza, Baine se acomodó
junto al orco unos momentos después.
La sonrisa que Garrosh había esbozado anteriormente había desaparecido y
había adoptado una vez más esa máscara inescrutable que había llevado por rostro
hasta ahora a lo largo del proceso. Tyrande estaba echando por tierra todo lo que
planteaba Baine. No quedaba nadie vivo a quien Baine pudiera echarle la culpa de

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lo que Garrosh había hecho, y muy pocos que hablaran o que incluso pudieran
hablar bien de él.
El siguiente testigo de Tyrande estaba en esos instantes jurando que
respetaría el honor de ese tribunal. Baine meditó con amargura y llegó a la
conclusión de que Kairoz había dado en el clavo con los comentarios que había
hecho. La elfa de la noche había llamado a otro orco, al que muchos de los presentes
conocían y respetaban. Uno al que Baine no ansiaba interrogar precisamente.
Varok Saurfang.
Se sentó en la silla y su mera presencia irradió carisma y calma. El paso del
tiempo había dejado su marca en ese verde rostro, el tiempo y la tristeza le habían
abierto unas arrugas profundas en la frente y alrededor de esos colmillos
amarillentos. Unas trenzas largas y canosas caían sobre unos hombros todavía
descomunales.
Mostraba una mirada atenta y alerta. Baine sabía por qué derroteros iba a
transcurrir ese interrogatorio, así que estiró las orejas, con la esperanza de dar con
algo, con cualquier cosa, con la que pudiera ayudar a Garrosh de algún modo.
—Por favor, dinos tu nombre —le pidió Tyrande con suma amabilidad.
—Soy Varok Saurfang —respondió con una voz grave—. Hermano de
Broxigar, padre de Dranosh. Y sirvo a la Horda.
—Broxigar es uno de los mayores héroes no solo de la Horda sino de todo
Azeroth, ¿verdad?
Saurfang entrecerró los ojos, como si sospechara que estaba intentando
jugársela.
—Yo y muchos otros lo consideramos un héroe, sí —replicó.
—Tu propio pueblo, así como la Alianza, te tiene en muy alta estima —
prosiguió diciendo Tyrande. Baine pudo notar que la elfa de la noche hablaba sobre
él con verdadero respeto—. Muchos de los aquí presentes saben que tu hijo sufrió
un destino terriblemente trágico.
Varok mantuvo cautelosamente un semblante impasible.
—Muchos otros han sufrido por culpa de esa fuerza tenebrosa conocida
como el Rey Lich. Nunca he pedido un trato especial por ello.
Esa respuesta era completamente cierta; el valeroso Dranosh Saurfang
había sido asesinado en lo que se había acabado conociendo como la Batalla de
Angrathar, en la Puerta de Cólera, y que luego había sido obligado a alzarse de
entre los caídos como un no-muerto para enfrentarse a su padre y otros héroes de
la Horda. Pero tales horrores eran bastante habituales, por desgracia. Muchos, al
igual que Varok, se habían visto obligados a enfrentarse a alguien al que amaban
cuya muerte ya habían llorado anteriormente. El tenebroso legado del Rey Lich
seguía lastimando los corazones heridos de los supervivientes: no obstante, los
Caballeros de la Espada de Ébano habían pasado a formar parte tanto de la Horda
como de la Alianza, aunque la integración no estaba siendo nada fácil.
—Me gustaría que los demás pudieran entender del todo el calvario que has
sufrido, si el tribunal me da su permiso.
De repente, Baine fue consciente de cuál era la escena que Tyrande
pretendía mostrar y sintió un escalofrío nauseabundo.

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No. Daba igual si Tyrande estaba obrando de una manera muy calculadora
o si se estaba dejando llevar por una compasión malentendida. No podía dejarla
mostrar...
Baine se puso en pie como un rayo.
— ¡Con todo respeto, protesto! —gritó—. Varok Saurfang ya ha sufrido
bastante, Fa’shua, lo que está sugiriendo Tyrande únicamente servirá para echar
más sal a la herida. ¡No quiero ver cómo se le obliga a ser testigo de la muerte de
su hijo una vez más!
—Lo que vas a ver o no en este juicio no es una decisión que esté en tus
manos, Chu’shao —le advirtió Taran Zhu—. Pero estoy de acuerdo contigo. Este
tribunal admite que Varok Saurfang es un héroe de guerra muy respetado y que
ha sufrido una gran pérdida, pero Chu’shao Whisperwind no entendemos qué
relación tiene esto con Garrosh. Aquí no se está juzgando al Rey Lich.
El rubor se apoderó de las mejillas de Tyrande.
—Retiro mi petición y pido disculpas al testigo si le he molestado.
Aunque Varok apretó los dientes, asintió de un modo brusco y seco.
Entonces, la suma sacerdotisa prosiguió:
— ¿Estás de acuerdo en que eres muy respetado, Varok Saurfang? ¿En que
hay muy pocas personas, si es que hay alguna, que sea capaz de cuestionar tu
devoción por la Horda?
—No me compete a mí decidir cómo deben verme los demás —respondió
Saurfang—. Solo puedo hablar por mí mismo y puedo afirmar que amo a la Horda
con todo mi ser.
— ¿Tanto como para morir por ella?
—Sí, por supuesto.
— ¿Y cómo para matar por ella?
—Ciertamente. Soy un guerrero.
— ¿Se podría decir que tanto tú como otros se valieron de la Horda para
tener... licencia para masacrar?
— ¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Baine—. ¡La acusación parece
estar tan obsesionada con ciertos hechos del pasado que no tienen nada que ver
con el acusado que esto bordea ya el odio!
Taran Zhu se volvió con un semblante sereno hacia Tyrande.
—Chu’shao, ¿puedes explicarnos en qué medida esta línea de interrogatorio
tiene relación con el caso?
—En realidad, estoy intentando demostrar que este testigo es una persona
racional y responsable, Lord Zhu, lo cual no tiene nada que ver con el odio —replicó,
lanzando una mirada furiosa a Baine.
Taran Zhu caviló al respecto y, acto seguido, dijo:
—Muy bien. Admito la pregunta. El testigo puede responder.
—Mi respuesta es sí —dijo Varok.
—Actualmente, ¿le parece bien ese tipo de comportamiento? —inquirió
Tyrande.
—No, no me lo parece. Y eso es algo que ya he comentado en el pasado.
— ¿A quién?
—No es ningún secreto que no estoy orgulloso de lo que hice.
Varian miró a Velen mientras pronunciaba estas palabras.

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— ¿Expresó esta opinión ante Garrosh Hellscream?
—Sí, lo hice.
Tyrande asintió.
—Si el tribunal me concede su permiso, me gustaría mostrar una Visión que
creo que tiene mucha relación con lo que acabamos de escuchar. Y que conste en
acta —añadió, mirando a Baine— que se me ha pedido que retire la primera Visión
que pretendía mostrar.
—La acusación puede presentar esta evidencia —dijo Taran Zhu.
Chromie manipuló la Visión del Tiempo de un modo que ya era habitual para
todos y, a continuación, unas imágenes cobraron forma en el centro de esa
estancia.
Por primera vez, los ahí congregados vieron a Garrosh Hellscream no como
estaba ahora —capturado, encadenado y con un rostro inexpresivo—, sino tal y
como era hace unos años, antes de la caída del Rey Lich. Cuando mi padre aún
respetaba al hijo de Grommash Hellscream, pensó Baine.
Incluso el Alto Señor Supremo Saurfang parece más joven, reflexionó el
tauren, al darse cuenta con sumo pesar de lo mucho que le había pasado factura
al orco la muerte de su único hijo.
Garrosh y Saurfang se encontraban en Bastión Warsong en la Tundra
Boreal, contemplando un mapa enorme que había en el suelo. Estaba compuesto
de pieles que se habían cosido unas con otras y contaba con estandartes en
miniatura de la Horda y la Alianza, que señalaban el emplazamiento de diversas
fortalezas; un zepelín de juguete, que se movía con un zumbido; y unas calaveras
pintadas que representaban al aparentemente infatigable Azote. Saurfang se
arrodilló y señaló a algunas cosas mientras hablaba. Garrosh parecía distraído y
daba la impresión de hallarse al mismo tiempo enfadado y aburrido.
Saurfang estaba intentando dejarle muy claro a Garrosh que era importante
que las tropas necesitaban su apoyo en ciertas cuestiones de organización e
intendencia cuando Hellscream replicó con un gesto de desdén:
—Vías marítimas, provisiones, suministros... ¡Me muero de aburrimiento!
No necesitamos nada más que el espíritu guerrero de la Horda, Saurfang. ¡Ahora
que nos hemos atrincherado con firmeza en este páramo helado, nada podrá
detenernos!
Baine se percató de que Garrosh se dirigía con mucha familiaridad a ese otro
orco mucho mayor y más experimentado, y eso no le gustó nada. Saurfang, sin
embargo, no cayó en la trampa e insistió:
—Máquinas de asedio, municiones, armaduras pesadas... —replicó
Saurfang—. ¿Cómo pretendes destrozar las murallas de Corona de Hielo si no
cuentas con esos recursos?
Garrosh esbozó una sonrisilla de suficiencia y se estiró cuan largo era.
— ¿Que “cómo pretendo”? —contestó burlonamente—. ¡Te voy a mostrar qué
pretendo hacer! —Alzó a Aullavisceras y aplastó con esa hacha a las figuras que
representaban la Fortaleza Denuedo—. Ya está... ya tenemos una vía marítima. Y
solo para asegurarnos...
Al instante, pisoteó Valgarde y la Fortaleza de la Guardia del Oeste.
Saurfang le espetó:

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— ¡El hijo pródigo ha hablado! La sangre de tu padre corre con fuerza por
tus venas, Hellscream. Eres tan impaciente como siempre... Impaciente y
temerario. Pretendes lanzarte de cabeza a librar una guerra total sin pensar en las
consecuencias.
—No me hables de consecuencias, anciano.
A Baine se le pusieron los pelos de punta y, al parecer, también al Saurfang
de la Visión, quien se acercó a Garrosh y le reprendió:
—Bebí de la misma sangre que bebió tu padre, Garrosh. El veneno de la
maldición de Mannoroth recorrió también mis venas. He clavado mis armas en los
cuerpos y las mentes de mis enemigos. Y si bien Grommash tuvo una muerte
gloriosa —con la que nos liberó a todos de la maldición de esa sangre—, no pudo
borrar los terribles recuerdos de lo que hicimos en el pasado. Su valeroso acto no
puede borrar los horrores que cometimos.
Entonces, la imagen de Saurfang miró para otro lado y empezó a hablar, con
la mirada perdida, más para sí mismo que para el joven orco.
—El invierno posterior a que la maldición acabara, cientos de orcos tan
veteranos como yo se dejaron arrastrar por la desesperación. Sí, nuestras mentes
por fin eran libres... Libres para recordar todos esos actos inconcebibles que
habíamos llevado a cabo cuando nos encontrábamos bajo la influencia de la Legión.
—Asintió, como si acabara de llegar a una conclusión, y siguió hablando con un
tono tan bajo que Baine tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder escucharlo—
Creo que fueron los gritos de los niños draenei lo que más perturbó a la mayoría...
Eso nunca se olvida... ¿Has estado alguna vez en La Pocilga? Cuando los puercos
alcanzan la edad de la matanza... Sí, son ese tipo de chillidos. El berrido que lanza
un puerco cuando lo matan... Sí, eso resuena con fuerza en nuestra alma. Esos
tiempos eran muy duros para nosotros, los veteranos.
Velen cerró los ojos. Baine notó que la mayoría de los presentes en esa
estancia centraban su atención en el draenei y oyó cómo la gente se revolvía
inquieta en los estrados. Alzó la vista hacia los Celestiales y comprobó que
contemplaban absortos esa Visión.
La imagen de Garrosh hizo añicos ese ambiente sombrío al pronunciar unas
palabras que hicieron que Baine quisiera estrangularlo; unas palabras que
contradecían completamente lo que acababan de mostrar antes con Durotan.
—No puedes pensar realmente que esos niños eran inocentes, ¿eh? ¡Habrían
crecido y tomado las armas para combatirnos!
Para sorpresa de Baine, Saurfang no reaccionó ante ese comentario, sino
que contestó con un tono bajo y distante:
—No me refiero únicamente a los hijos de nuestros enemigos...
Esa réplica pareció acallar al fin a Garrosh, quien simplemente permaneció
inmóvil, mirando a Saurfang con una mezcla de repulsión y compasión. Saurfang
se estremeció y, cuando se volvió para dirigirse a Garrosh otra vez, lo hizo con un
tono firme y decidido:
—No voy a permitir que nos arrastres por ese sendero tenebroso, joven
Hellscream. Yo mismo te mataré antes de que llegue ese día.
Sin ningún género de dudas, esa era la perla que Tyrande había estado
esperando. Un gran héroe de guerra amenazando a Garrosh con matarlo para evitar

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que ese joven impetuoso los empujara a librar otra guerra devastadora sin ninguna
razón que la justificara de verdad.
La imagen de Garrosh replicó, y Baine se sorprendió al ser testigo de un gran
cambio de actitud en el joven orco, ya que habló con un tono muy sereno plagado
de respeto y, prácticamente, admiración.
— ¿Cómo has logrado sobrevivir tanto tiempo, Saurfang? ¿Cómo es posible
que no hayas sido víctima de tus propios recuerdos?
Saurfang sonrió.
—Es que no como cerdo.
—Para. —La escena se detuvo y Tyrande la dejó ahí congelada, mientras se
grababa a fuego en la mente del jurado y los espectadores. Acto seguido, asintió en
dirección hacia Chromie.
Entonces, las imágenes se desvanecieron. Tyrande se giró hacia Saurfang, a
quien hizo una leve y sincera reverencia.
—Gracias, Alto Señor Supremo. Chu’shao, el testigo está a tu disposición.
Baine asintió y caminó hacia Saurfang.
—Alto Señor Supremo, voy a ser breve, para que no tengas que estar sentado
en esa silla más tiempo del necesario. Amenazaste a Garrosh con matarlo si guiaba
a los orcos por ese sendero tenebroso.
—Así fue.
— ¿Era una forma de hablar?
—No, no lo era.
— ¿De verdad habrías matado a Garrosh con tus propias manos?
—Sí.
— ¿Y crees que al final hizo eso mismo? ¿Que arrastró a los orcos por ese
tenebroso camino?
—Sí. Por eso me alcé en armas contra él. Después de algunas cosas que
hizo...
El anciano orco sacudió la cabeza de lado a lado, asqueado, y fulminó a
Garrosh con la mirada.
—Así que debo concluir que te alegraría que al final se dictara el veredicto
que Chu’shao Whisperwind defiende que se tome... te alegraría que se le ejecutara.
—No.
A pesar de que los murmullos recorrieron toda la sala a una gran velocidad,
Baine se sintió muy satisfecho. Tenía razón sobre Varok. El tauren miró fugazmente
a Tyrande y vio que la kaldorei se incorporaba y observaba la jugada atentamente
a la espera de que diera un paso en falso. Pero Baine no le iba a conceder ese gusto.
— ¿Qué te gustaría que ocurriera?
Tyrande se puso en pie como un resorte.
— ¡Con todo respeto, protesto! Las preferencias personales del testigo son
irrelevantes.
—Fa’shua, intento dejar claro que pretendía decir el Alto Señor Supremo
cuando dijo: “Yo mismo te mataré”.
—Estoy de acuerdo con la defensa —señaló Taran Zhu—. Puedes responder
a la pregunta, Alto Señor Supremo Saurfang.
Este no respondió de inmediato, sino que miró detenidamente a Garrosh
durante un largo instante y, entonces, habló:

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—Garrosh no siempre fue como es ahora. Como ya he dicho, era temerario
e impulsivo. Pero jamás habría dudado de su lealtad a la Horda. Incluso ahora, no
dudo de que es leal a su pueblo. Pero debe pagar por sus crímenes. Juré que lo
mataría y sigo manteniendo esa promesa. Sin embargo, no permitiré que otros los
ejecuten, sino que lo desafiaría yo mismo, en el mak’gora.
— ¿Crees que se merece una segunda oportunidad?
—Si me derrotara... sí. Así obramos los orcos... siguiendo el verdadero
camino, el del honor.
Baine apenas podía creerse lo que estaba oyendo.
—No pretendo malinterpretarte, así que perdóname por insistir. No quieres
que este tribunal ejecute a Garrosh, sino que quieres desafiarlo a librar un combate
honorable, de tal modo que, si ganara ese duelo, ¿lo perdonarías?
—Tendría que volver a labrarse una reputación, ya que la suya ahora está
hecha trizas y ha sido arrastrada por los suelos —le espetó Saurfang—. Pero sí. Si
él se alzara victorioso, tendría esa oportunidad. Una vez fue un orco honorable.
Puede volver a aprender a serlo.
Baine apenas logró contener un grito de alegría. Esto podía entenderlo. Esta
actitud podía apoyarla y, sobre todo, era justa.
Pensó en su padre, que murió en el mak’gora, pues sabía que Cairne habría
estado de acuerdo con esto, entonces supo en lo más hondo de su corazón que iba
por el buen camino. A pesar de lo furioso que se sentía con Garrosh, Baine estaba
haciendo realmente lo correcto.
Miró a Tyrande con un aire triunfal y anunció:
—No tengo más preguntas.
Y para su sorpresa y satisfacción, tampoco Tyrande. En cuanto Taran Zhu
hizo sonar el gong para señalar el final del día inaugural del proceso, dio la
impresión, por primera vez desde que el juicio había comenzado, de que Garrosh
Hellscream podría seguir manteniendo la cabeza sobre los hombros en un futuro,
literalmente.

CAPÍTULO ONCE

Cuando Shokia apareció en Sentencia, la mayoría habría dado por supuesto


que se hallaba tan descorazonada por la caída en desgracia de Garrosh Hellscream
que había querido regresar a sus raíces orcas. Había querido venir aquí —donde
Orgrim Doomhammer, otro gran Jefe de Guerra, había sido asesinado—, para
desvanecerse en el anonimato y contentarse con masacrar a trolls enemigos y
aventureros de la Alianza haciendo uso de sus asombrosas habilidades como
francotiradora. Sin embargo, quienes asumieran eso se equivocarían de cabo a
rabo. Aunque a Shokia le satisfacía mantener esas apariencias, no se había retirado
para lamerse las heridas y llorar su fracaso. Era una agente al servicio de alguien
que quería lo mismo que ella: que la Horda recuperara su gloria. Shokia permanecía
inactiva a la espera de instrucciones.
Sentencia se había convertido en el refugio extraoficial de los descontentos
que tenían la sensación de que ya no encajaban en el mundo actual, por lo cual

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nadie cuestionó las razones que la habían llevado hasta ahí. De momento, se había
contentado con ver a través de su mira cómo estallaban las cabezas de sus
enemigos como unas calabazas arrojadas al suelo.
Sin embargo, desde que había comenzado el juicio a Garrosh Hellscream en
Pandaria, la ansiedad la había ido dominando. ¿Cuándo iba a llamarla su aliado
para que acudiera al campo de batalla? ¿Cuáles iban a ser sus instrucciones?
¿Quién más compartía la forma de pensar de ambos?
Espera a que te envíe mis órdenes, le había dicho con esa voz tan sedosa. Te
prometo que lo haré, pero solo cuando llegue el momento adecuado.
En consecuencia, cuando Adegwa, la posadera tauren, le hizo saber que le
había llegado una carta, apenas logró contener su alborozo.
Sin duda alguna, tus dedos se impacientan y anhelan disparar a nuestros
enemigos. Pero primero, debes reclutar más aliados. Te envió una lista de aquellos
que podrían resultarnos de gran ayuda. Búscalos y, en cuanto los hayas reunido, te
enviaré más instrucciones.
Hoy te encontrarás con el primero en el Cañón Mostacho Seco.
Shokia había recogido su valioso rifle, junto al resto de sus pertenencias, se
había montado a lomos de su lobo y, en menos de cinco minutos, se había plantado
en el cañón. Se colocó en un lugar elevado desde donde podía ver el camino, el cual
observó desde la mira de su rifle, pero no tuvo que esperar demasiado.
Un lobo negro, de pelaje liso y brillante, irrumpió en su campo de visión. Su
jinete estaba agachado sobre la espalda de esa bestia. Una capa le ocultaba el
rostro, pero ondeaba lo suficiente al viento como para revelarle a Shokia que su
nueva camarada de armas era una orco. Lentamente, una amplia sonrisa fue
dibujándose en el semblante de Shokia. Se preguntó si... pero no, pronto lo
descubriría.
La jinete aminoró la marcha y el lobo inició el ascenso por ese camino.
Entonces, sin revelar su posición, pues se escondía tras un peñasco, Shokia gritó:
— ¡Saludos, jinete de lobos! ¿Eres amiga del dragón?
La orco se paró y se echó hacia atrás la capucha, dejando a la vista una cara
de duras facciones.
—Casi nunca sería amiga de un dragón —replicó a voz en grito Zaela, la
señora de la guerra del clan Dragonmaw—. Pero en las actuales circunstancias...
sí, lo soy.
— ¡Zaela! ¡Había oído que habías caído en batalla!
—En efecto, caí, pero logré sobrevivir para seguir luchando por nuestro
verdadero líder. He venido sola, tal y como se me indicó, pero lo que queda de mi
clan está preparado para batallar.
—Entonces —dijo Shokia, alzando el pergamino—, ¡vayamos a reclutar más
aliados!
***

Día Dos

—Llamo a Su Alteza Real Anduin Wrynn, príncipe de Stormwind, para que


declare como testigo.

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Anduin temía que llegara este momento. Siempre había lamentado que su
nombre en clave del SI:7 fuera «el Peón Blanco», y no deseaba acabar involucrado
en este caso de ninguna manera, pues temía que ambos bandos lo usaran como
un peón más en sus diversas estrategias. Su padre sabía que lo iban a llamar a
testificar, por supuesto, pero Jaina no, por lo que pareció sorprenderse y
preocuparse un poco cuando vio que Varian daba un leve apretón a su hijo en el
brazo. Después, Anduin descendió del estrado para dirigirse a la silla de los
testigos.
Estaba acostumbrado a participar en eventos regios y había dado discursos
ante muchedumbres mucho más grandes que esta. Pero esto era distinto. En esas
situaciones, siempre había sido un invitado o un anfitrión respetado y sabía qué
debía hacer, cómo debía comportarse. Esto, sin embargo, era algo totalmente nuevo
para él, así como un tanto perturbador. Mientras tomaba asiento, su mirada se
cruzó con la de Wrathion y casi pudo escuchar al Príncipe Negro decir: “¡Qué
interesante!”; ese pensamiento tan divertido lo calmó un poco.
Al aproximarse hacia él, Tyrande le brindó una amable sonrisa.
—Príncipe Anduin —dijo—, gracias por estar hoy aquí. —El joven creyó que
no era conveniente recordarle que no le había quedado más remedio que hacerlo y
se limitó a asentir—. Alteza, se te conoce a lo largo y ancho de Azeroth como un
defensor de la paz. ¿Es eso cierto?
—Sí —respondió Anduin, a quien le hubiera gustado explayarse mucho más,
pero en ese mismo instante, recordó lo que su padre le había aconsejado: “Cíñete
a las preguntas. No te salgas del guion. Tyrande sabe perfectamente lo que hace”.
—Así que sería justo decir que no odias a la Horda ni a las razas que la
componen, ¿verdad?
—Sí, lo sería.
—Has colaborado con ellos en alguna ocasión y has pedido que se fuera
compasivo con ellos incluso en tiempos de guerra, ¿no?
—Sí, así es.
—Aquí todo el mundo sabe quién es Garrosh Hellscream y conoce su
reputación, por supuesto. Pero tú has tenido varios encuentros en persona con él,
¿no es así?
Allá vamos, pensó el príncipe, sin mirar a Garrosh en ningún momento.
—Sí, así es.
— ¿En cuántas ocasiones?
—Dos.
— ¿Puedes contarle al tribunal sobre qué sucedió en ambas ocasiones?
Anduin se preguntó por qué no se limitaba a mostrarles los dos encuentros,
dado que contaba con esa herramienta tan particular llamada la Visión del Tiempo.
Tal vez estaba reservando los minutos de visión que le correspondían para
algo más animado que ver cómo cierta gente hablaba sentada.
—Una vez nos vimos en Theramore, en una conferencia de paz. Mi padre,
lady Jaina Proudmoore y yo estuvimos ahí presentes, y Thrall vino acompañado
por Garrosh, Rehgar Earthfury y algunos de los Kor’kron.
Como habían pasado tantas cosas desde entonces, hacía mucho tiempo que
no pensaba en esa reunión de tan infausto recuerdo. Sin darse cuenta, Anduin
acabó mirando al orco encadenado, quien le devolvió la mirada de tal modo que el

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príncipe se sintió como un insecto clavado en una tabla, lo cual era muy extraño,
pues el prisionero era Garrosh y no él; aun así, era Anduin el que estaba a punto
de retorcerse inquieto en su asiento.
— ¿Cómo transcurrió esa conferencia?
—El comienzo fue un poco movido —admitió Anduin—. Pero a medida que
avanzaron las negociaciones, fuimos encontrando puntos en común. Incluso
Garrosh...
— ¿Puedes explicarnos un poco más qué quieres decir con un “comienzo un
poco movido”?
—Bueno, para empezar, llovía a mares, así que nadie estaba precisamente
de muy buen humor. Además, todo el mundo había venido armado... para entregar
luego las armas de un modo formal.
— ¿Quién fue el primero en desarmarse?
— Hum... yo. Dejé mi arco. Esa fue la primera vez, que hablé con Thr... o
sea, con Go’el.
— ¿El rey Varian y el Jefe de Guerra siguieron tu ejemplo?
—Sí. En cuanto se sentaron a hablar, descubrieron que tenían mucho más
en común de lo que pensaban.
— ¿En qué medida contribuyó Garrosh a estas charlas de paz?
—Bueno... no parecía entender que ser líder requiere a veces reflexionar
sobre ciertas cosas que no son muy emocionantes. Interrumpía tanto a Go’el como
a mi padre cuando hablaban de cuestiones comerciales. No paraba de insistir en
que la Horda... debía hacerse por la fuerza con todo cuanto quisiera.
Tyrande lanzó a Garrosh una mirada incisiva.
—Entiendo. Por favor, continúa.
—Bueno... Go’el y mi padre estaban acercando posturas cuando llegó la
noticia de que el Rey Lich había lanzado otro ataque. Ambos estuvieron de acuerdo
en que había que resolver ese problema de inmediato, pero tenían intención de
reanudar la conferencia. Entonces, nos atacaron agentes de la secta del Martillo
Crepuscular. A partir de ahí, todo fue de mal en peor. Aunque claro, eso era justo
lo que pretendía esa secta. Dividieron su ataque por razas; los miembros de la
Horda de esa secta atacaron a las razas de la Alianza que participaban en esa
cumbre y viceversa. Garrosh denunció a gritos que los humanos los habían
traicionado, y padre creyó erróneamente que Go’el había contratado a un asesino
y...
—El resto viene recogido en los pertinentes documentos históricos, gracias,
príncipe Anduin.
La elfa caminaba de un lado a otro de espaldas a él, con la cara vuelta hacia
la multitud, a la que contemplaba con impaciencia, y eso era algo que hacía
deliberadamente. Anduin también alzó la vista hacía los espectadores y pensó otra
vez en ese comentario que había hecho su padre sobre las losas de los gladiadores.
Se dio cuenta de que esa gente estaba sedienta de sangre y ese pensamiento le
entristeció y le provocó un escalofrío al mismo tiempo. Dirigió su mirada a Garrosh
y comprobó que había un cierto hastío en la postura que había adoptado, lo cual
hizo preguntarse a Anduin si Garrosh estaba pensando lo mismo que él. Era como
si ya no quisiera luchar más.

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—Me gustaría que pasáramos a hablar de tu segundo... encuentro... con
Garrosh Hellscream.
Sabía que esto era inevitable, por supuesto, pero le sorprendió su propia
reacción. Era como si no hubiera pasado el tiempo... como si eso hubiera sucedido
hacía solo un instante, como si la gran campana acabara de caer... Se aclaró la
garganta y se sintió muy incómodo al comprobar que le temblaba levemente la voz
al hablar.
—Fue hace unos meses, antes de...
Tyrande se giró, sonriendo con delicadeza, pero con una mano en alto que
le indicó que no debía explayarse más.
—Si el tribunal me da su permiso —dijo la sacerdotisa—, no hace falta que
nos lo cuentes, príncipe Anduin, puesto que me gustaría mostrarlo.
Así que para esto quería reservar la Visión..., pensó Anduin.
— ¿Crees que es una buena decisión? —le espetó el príncipe. El recuerdo del
horrendo ruido de la Campana Divina seguía muy fresco en su memoria, así como
las consecuencias que había tenido en todos aquellos que albergaban algunas
tinieblas en su corazón. El mero hecho de pensar que iba a revivir ese momento lo
espantó.
— ¿Y si...?
Tyrande alzó una mano.
—No temas, alteza. Comprendo tu preocupación. He hablado con Chromie
largo y tendido sobre este evento, y tanto ella como yo ya lo hemos visto. Si bien
estas escenas que podemos ver gracias a la Visión del Tiempo son extraordinarias,
ver y escuchar la campana sonar de esta manera no tiene el mismo efecto que
hallarse realmente en su presencia.
—Bendita sea la Luz —murmuró Anduin a la vez que se relajaba y suspiraba
aliviado. De repente, le dolieron los huesos con suma intensidad. Ni él ni su cuerpo,
al parecer, iban a disfrutar de ver repetidos esos acontecimientos que tuvieron
lugar por culpa de la Campana Divina. Tenía las palmas de las manos empapadas
de sudor y respiró hondo para intentar serenarse, al mismo tiempo que susurraba
una oración. Una delicada oleada de energía curativa lo recorrió por entero y el
dolor menguó un tanto.
—Ahora que ya estás más tranquilo, ¿podrías darnos algunos detalles sobre
lo que vamos a ver, príncipe Anduin?
Se relamió los labios y elevó la vista hacia los Celestiales, quienes no
reaccionaron de ninguna manera, aunque el mero hecho de mirarlos parecía tener
un efecto calmante en Anduin. Entonces habló, manteniendo los ojos clavados en
ellos en todo momento para evitar mirar a Hellscream:
—Los mogu crearon un artilugio que Lei Shen, el tirano conocido como el
Rey del Trueno, llamó la Campana Divina, cuyos orígenes eran muy violentos y
crueles, acordes con el caos y el horror que desataba cuando era tañida. Sus tonos
avivaron las llamas de la ira y el odio de los guerreros de Lei Shen,
proporcionándoles una fuerza y un poder sobrenaturales, a la vez que infundían
un hondo temor en el corazón de sus enemigos. En cuanto la Alianza supo de su
existencia, los elfos de la noche la ocultaron en Darnassus. La idea era mantenerla
alejada de las manos de cualquiera que pudiera darle un uso indebido... ya fuera

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miembro de la Horda o la Alianza. La misma lady Jaina lo protegió con unos
hechizos para garantizar su seguridad.
—Por lo visto, se trata de un arma muy poderosa.
Tyrande sabía perfectamente que lo era, claro está.
—Era un arma de doble filo —continuó explicando Anduin—. Quitaba tanto
como daba... o quizá más.
— ¿Que le sucedió a la campana?
—Un agente Sunreavers, que actuaba siguiendo órdenes de Garrosh, fue
capaz de sortear los conjuros con los que lady Jaina había protegido la campana.
El la robó con la ayuda de otros miembros de la Horda.
—Por lo que nos estás contando, da la impresión de que con esa campana
Garrosh Hellscream podría haber sido imparable.
Sin ser siquiera consciente de ello, Anduin dirigió sus ojos hacia Garrosh.
Se le puso piel de gallina al ver la expresión del orco, pero esa reacción no se debió
al miedo. Garrosh había asumido una quietud que no era natural en él, pues
Anduin siempre lo recordaba gesticulando y vociferando. El príncipe cogió el vaso
de agua que había sobre la mesita situada junto a su silla antes de continuar.
—Los pandaren habían inventado un medio para contrarrestar el tañido de
esa campana. Habían creado la Marra Armónica, que transformaba el caos
engendrado por la campana en pura armonía.
La marra se encontraba hecha añicos y sus pedazos esparcidos y
diseminados, pero con alguna ayuda, logre localizar los diversos fragmentos y un
ungüento que permitía activar la marra. En cuanto estuvo restaurada, partí para
enfrentarme a Garrosh, pues quería detenerlo antes de que tañera la campana.
— ¿Fuiste solo?
—No había tiempo que perder.
Tyrande hizo un gesto de asentimiento dirigido a Chromie y, entonces, dio
comienzo lo que tanto había temido Anduin.
Aunque esta vez, el príncipe tuvo la oportunidad de escuchar lo que Garrosh
había dicho antes de que el príncipe humano apareciera.
Garrosh apareció en esa Visión con un aspecto muy imponente, tal y como
Anduin lo recordaba y no como ese orco tan inmóvil como una estatua de piedra
que estaba sentado en esa sala observándolo todo con un semblante impertérrito.
Se encontraba acompañado únicamente por su general Ishi en una plataforma
situada en el exterior de las Cámaras Mogu’shan mientras contemplaba la
campana. Era enorme, mucho más grande que ese poderoso orco. La cara de una
grotesca criatura estaba grabada en ella y en su parte inferior había una serie de
púas. Garrosh sonrió de oreja a oreja y rugió triunfal a la vez que alzaba los brazos.
Llamó a gritos a los suyos, que todavía se hallaban en las cámaras, y les dijo:
—Somos la Horda. ¡No somos esclavos de nada ni de nadie! Gracias a la
Campana Divina, acabaré con los pocos restos de debilidad que aún queden en
nosotros.
Anduin se percató de que Garrosh estaba temblando; era un temblor
provocado por una pasión y una emoción irrefrenables que exteriorizaba mientras
pronunciaba con desdén los nombres de las emociones que tanto despreciaba.
—Miedo... desesperación... odio... duda. Las razas inferiores se dejan
aplastar por el peso de estas pesadas cargas. Pero nosotros controlaremos el poder

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de estas emociones. Juntos, destruiremos a la Alianza y reclamaremos lo que nos
pertenece legítimamente. Que comience a sonar la canción de nuestra victoria.
A pesar de que Tyrande le había asegurado que no tenía nada que temer,
Anduin apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de
las manos; además, tenía la frente perlada de sudor. Esa siniestra canción sonó,
pero enseguida fue consciente de que la suma sacerdotisa tenía razón; escuchó el
horrendo y discordante tañido de la campana solo en sus oídos, no en su corazón
ni en sus huesos. Sintió una tremenda gratitud que lo dejó sin energías por un
momento mientras observaba y escuchaba.
Anduin se vio a sí mismo corriendo hacia la campana. Se consideraba un
humano de tamaño medio; su padre, por supuesto, era un varón especialmente
grande, pero Anduin estaba acostumbrado a él, ya que lo conocía desde el día en
que nació. Sin embargo, al verse junto no solo al entonces Jefe de Guerra de la
Horda sino también al lado de esa campana descomunal, fue consciente de lo
delgado que era... de lo frágil que parecía...
— ¡Para, Garrosh! ¡No sabes de qué es capaz esa campana! —se oyó decir
con su propia voz; una voz firme y segura.
Garrosh se giró bruscamente y vio a Anduin. Acto seguido, miró más allá del
príncipe y sonrió al darse cuenta de que el humano era lo único que se interponía
entre él y la victoria. Echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Así que, al final, no es Varian, sino su cachorro el que viene a enfrentarse
a mí. Corres valientemente hacia tu muerte, joven.
Tyrande gritó:
—Páralo ahí.
Y la escena se congeló. Anduin parpadeó y volvió al presente.
—Eso fue un acto excepcionalmente valeroso, alteza —dijo la sacerdotisa.
—Esto... no tanto —admitió Anduin—. Estaba muerto de miedo. Pero tenía
que detenerlo, daba igual el precio a pagar.
Si bien Tyrande pareció un tanto sorprendida, sonrió; era una sonrisa muy
dulce y sincera.
—Ah —dijo con un tono muy delicado—, seguiste adelante para hacer lo que
considerabas justo, a pesar del miedo que sentías... en efecto, a eso lo llamo yo
valor.
Anduin notó que se sonrojaba, pero lo único que acertó a decir fue:
—Bueno, es la verdad. No podía permitir que siguiera haciendo lo que estaba
haciendo.
En ese instante, Tyrande hizo una señal a Chromie para que se reanudara
la escena.
—No voy a permitir que hagas esto. Lo juro —vociferó la imagen de Anduin.
—Entonces, ven a detenerme, humano —replicó Garrosh de modo burlón,
ya que sabía que era físicamente imposible que Anduin pudiera evitar que golpeara
por segunda vez la campana. No podría detener ese brazo descomunal, como
tampoco podría alcanzar ni al orco ni la campana con la suficiente rapidez. Garrosh
se mofó de la amenaza del príncipe.
Una vez más, atronó ese espantoso ruido, de una belleza terrible, pero esta
vez, la campana se cobró como víctima al general de Garrosh.

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Ishi chilló y se retorció, ya que las tenebrosas entidades conocidas en
Pandaria como los sha, las mismas esencias del odio, el miedo, la duda y la
desesperación arremetieron contra él y se adentraron en él. Incluso ahora, el grito
angustioso de ese orco hizo que a Anduin se le encogiera el corazón.
— ¡Tanto dolor! —exclamó ese orco, el cual probablemente había soportado
más dolor del imaginable—. ¡No puedo controlarlo!
Los dos Anduin —el de la sala del juicio y su imagen— contemplaron
paralizados cómo Ishi se resistía. Atraídos sin duda por los gritos, los miembros de
la Horda emergieron de las profundidades de esas cámaras. Ishi se abalanzó sobre
su propia gente, que se vio obligada a luchar contra él para evitar ser masacrados.
—Para —ordenó Tyrande—. Príncipe Anduin... ¿por qué no atacaste antes o
en este mismo momento?
—La marra solo podía usarse una vez. Un golpe de refilón no habría servido
de nada. Tenía que esperar hasta tener la oportunidad de golpear con fuerza y
certeramente. Y respecto a por qué no hice nada en ese instante... no sabía qué iba
a ocurrirle a Ishi.
— ¿Te preocupaba el destino de un general orco?
Anduin se quedó desconcertado.
— ¿Acaso no debería?
Tyrande lo miró fijamente por un instante antes de recobrar la compostura.
—Sigue —le ordenó a Chromie.
Garrosh continuó animando a Ishi a “luchar”, a “dominar” y a “valerse” de
los sha, mientras que el general experimentaba todas las emociones negativas
concebibles, pues dudaba de la fuerza de la Horda, lamentaba el fallecimiento de
los caídos y temía su propia muerte, la cual lo reclamó poco después. Ishi cayó de
rodillas y en lo último en que pensó fue en sus obligaciones, por lo cual dijo entre
jadeos:
— ¡Jefe de Guerra! Te... te he fallado.
Garrosh se acercó al guerrero moribundo y le dijo con suma calma y
brutalidad:
—Sí, Ishi. Lo has hecho.
De repente, la furia se adueñó de Anduin. Garrosh había lanzado a los sha
contra Ishi y tanto su líder como el príncipe habían sido testigos de cómo el general
luchaba por dominar a esas aberraciones, pero simplemente no había podido
hacerlo. Había dado la vida para satisfacer los deseos de su Jefe de Guerra y, como
pago a sus esfuerzos y su sufrimiento, había recibido esas palabras tan crueles por
parte de Garrosh. Ahora, Anduin dirigió su mirada conscientemente hacia el
prisionero y se ruborizó de la emoción. Apretó los dientes con fuerza al percatarse
de que ese desgraciado de Garrosh estaba esbozando una sonrisilla de satisfacción.
Y le dolieron mucho los huesos.
—Tu injerencia me ha costado la vida de un gran guerrero, joven príncipe —
estaba diciendo la imagen de Garrosh—. Y eso vas a pagarlo con tu propia vida.
—En eso te equivocas, Garrosh —replicó Anduin, a quien su propia voz le
sonó tremendamente joven. Se vio a sí mismo abalanzándose sobre la campana.
Recordó que había rezado mentalmente con todas sus fuerzas para implorarle a la
Luz paz y serenidad, para poder acertar de lleno con ese único golpe. La imagen de
Anduin golpeó la Campana Divina con esa marra que tanto le había costado

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reconstruir y, acto seguido, observó cómo una enorme grieta mancillaba esa
hermosa superficie tan hermosa y peligrosa. Un conmocionado Garrosh Hellscream
se tambaleó hacia atrás, pues apenas era capaz de mantener el equilibrio mientras
esa onda sónica arremetía contra él y lo atravesaba por entero.
Entonces, Anduin se giró y la esperanza brilló con fuerza en su joven rostro.
Abrió la boca para hablar...
Pero Garrosh se había recuperado y gruñó:
— ¡Muere, mocoso!
Al instante, arremetió no contra Anduin, sino contra la campana, que ya
nunca volvería a invocar a los sha con su llamada. La campana se fracturó y cayó
sobre Anduin en forma de una lluvia de fragmentos de metal y agonía. La campana
le hizo añicos los huesos, que ahora le dolían tan intensamente al recordar ese
tormento que Anduin estuvo a punto de proferir un grito ahogado.
Lo siguiente que recordaba era que se había despertado y que lo estaban
cuidando tanto unos monjes pandaren como su mentor, el sabio y generoso Velen,
quien le había salvado la vida. Aunque lo que ahora le mostraba la Visión del
Tiempo era nuevo para él, así que Anduin se obligó a centrarse en lo que estaba
observando en vez de en esa agonía gélida como el hielo que le recorría todo el
cuerpo.
Para su sorpresa, el Garrosh de la Visión parecía... consternado y para nada
satisfecho tras haberle propinado un golpe letal al hijo de su mayor enemigo.
—Hay muchas cosas que ignoro sobre este artefacto —masculló—. Los faltos
de voluntad no pueden controlar la energía de los sha, pero yo sí la dominaré.
Nadie se atrevió a rebatirle. Incluso su propia gente permaneció en silencio,
mientras se preguntaban, sin lugar a dudas, qué sucedería a continuación.
Garrosh intentó darse ánimos a sí mismo.
—Al menos, el príncipe humano ha muerto —dijo Garrosh. Y esas palabras
escocieron mucho a Anduin—. Ahora, el rey Wrynn sabrá cuál es el precio a pagar
por sus constantes desafíos. —Agitó una mano en el aire de un modo desdeñoso y
su mirada volvió a perderse en la nada, a la vez que fruncía ese descomunal ceño—
Déjenme solo. Tengo mucho en qué pensar.
La escena se desvaneció. A pesar de que Anduin se alegró de que hubiera
acabado, las palabras de Garrosh —así como su expresión— lo habían dejado
confuso. Echó un vistazo al orco, que mostraba ahora el mismo aspecto que había
tenido en esa escena; tenía el ceño fruncido y estaba sumido en sus pensamientos,
pero no había nada que permitiera deducir en qué pensaba. Anduin clavó su
mirada en esos ojos amarillos y solo la apartó al oír la voz de Tyrande.
—Chu’shao, puede interrogar al testigo —dijo la sacerdotisa, quien
retrocedió y le hizo una reverencia al príncipe de Stormwind con unos ojos
maravillosos teñidos de compasión. Anduin respondió con una levísima sonrisa y
se armó de valor, ya que ahora le tocaba a Baine interrogarlo.

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CAPÍTULO DOCE

Baine inclinó la cabeza. Anduin creyó ver una leve sombra de


arrepentimiento en el tauren, pero si eso era así, desapareció solo un instante
después.
—Todos hemos visto cuánto has padecido, príncipe Anduin —dijo Baine—.
Durante un tiempo, circuló el rumor de que habías muerto. Me alegra mucho ver
que sobreviviste.
—Yo también —replicó Anduin. Acto seguido, unas risitas nerviosas
recorrieron toda la sala. Baine, inquieto, movió las orejas.
—Has dicho antes que cuando te enfrentaste a Garrosh tenías miedo. ¿Cómo
te sentiste cuando te diste cuenta de que esa campana se te iba a caer encima?
Al escuchar esa pregunta, Anduin parpadeó y se echó levemente hacia atrás,
aunque enseguida recobró la compostura.
—Yo... eh... todo pasó muy rápido.
—Intenta recordarlo, por favor.
El príncipe se relamió los labios.
—Resulta imposible describir lo aterrorizado que estaba. Y lo... traicionado
que me sentí. Sé que suena estúpido, pero sí, me sentí “traicionado” por un
enemigo.
— ¿Por qué decidiste enfrentarte entonces a Garrosh?
—Para evitar que invocara a los sha.
—Eso lo entiendo. Pero ¿por qué?
—Porque... —Anduin se calló. La respuesta obvia era que quería evitar que
Garrosh pudiera utilizar a los sha como un arma, claro está. Su propio padre había
tenido la misma idea que Garrosh y lo había convencido de que no recurriera a
ellos, argumentando de un modo muy persuasivo de que esas abominaciones
harían más mal que bien. Varían, al final, había entendido que su hijo tenía razón.
—Quería que Garrosh comprendiera qué era lo que habría conseguido si
triunfaba —le espetó—. Pensé que si lograba que entendiera el alto precio qué iba
a pagar por la victoria, él... bueno...
— ¿Él qué?
—Que sería capaz de ver que no era algo honorable. Que era una forma
muy... siniestra de ganar... y que no creía que su alma fuera tan tenebrosa. Si
sacrificaba a su pueblo y lo entregaba a esas cosas... obtendría una victoria que
realmente no merecería la pena.
Esas palabras salieron con dificultad de su boca, pero no se guardó nada y
se sorprendió a sí mismo al escuchar lo que brotaba de sus labios. No obstante,
notó que el dolor que sentía en esos huesos lastimados menguaba, así que supo
que lo que decía era verdad... y que la Luz lo inspiraba.
Baine se estremeció, aunque solo levemente, y se acercó a Anduin con unas
pocas zancadas, a la vez que le clavaba una intensa mirada.
—Cuando el peso de esos fragmentos de metal te aplastó... me imagino que
la furia se adueñó de ti. Me imagino que cuando despertaste y asumiste que debías

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pasar por un largo y muy doloroso proceso de recuperación, quisiste vengarte de
Garrosh por haberte quebrado todos los huesos del cuerpo, ya que solo habías
pretendido ayudarlo e iluminarlo con tu sabiduría.
Anduin respondió en voz muy baja:
—No.
Baine insistió:
— ¿Acaso no sufrías un terrible tormento? ¿Acaso no temiste no poder volver
a caminar? ¿No estabas furioso?
—Sí, claro que sentí todo eso y más.
—Pero aquí y ahora, bajo juramento, te atreves a aseverar que no anhelabas
venganza.
—Porque es cierto.
—Una actitud admirable. Pero ¿por qué no?
—Porque no habría servido de nada. La venganza no me habría soldado los
huesos, no habría traído de vuelta a los muertos. Vengándome no habría logrado
nada, salvo hacer más daño.
Ahora, las palabras brotaban de él de un modo más fluido, con la misma
facilidad que respiraba, como si fueran igual de necesarias que respirar para poder
vivir.
—No obstante, no deseas que Garrosh vuelva a hacer jamás ninguna de las
cosas de las que se le acusa en este juicio, ¿verdad?
—No.
No quiero más tormentos, no quiero más dolor. Estamos aquí para ayudarnos
unos a otros. Para crecer y prosperar juntos, pensó el príncipe.
—Bueno, la acusación insiste en que la única manera de poder cercioramos
de que esas cosas tan terribles no vuelvan a suceder es ejecutando a Garrosh
Hellscream. ¿Es eso lo que tú quieres?
— ¡Con todo respeto, protesto! ¡Lo que quiera o no el testigo no es relevante
a la hora de que esta sala dicte un veredicto! —exclamó Tyrande con un tono
plagado de tensión. La elfa se movió de un modo levemente más torpe de lo habitual
al ponerse en pie bruscamente y lanzó a Anduin una mirada teñida de desconcierto.
—Fa’shua —dijo Baine—, la mayoría de las víctimas de Garrosh están
muertas y no pueden hablar por sí mismas. El príncipe Anduin es una de las pocas
que ha sobrevivido para poder contamos qué opina al respecto. Si pretendemos
hacer justicia, mantengo que aquellos que han sufrido más perjuicio por culpa del
acusado deben tener la oportunidad de expresar su opinión.
El pandaren posó su mirada primero en Baine y luego en Tyrande.
— ¿Comprendes que esto puede ser un arma de doble filo, Chu’shao
Bloodhoof? Si permito que este testigo exprese su opinión, entonces los testigos de
la acusación podrán hacer lo mismo.
—Lo entiendo —respondió Baine.
De inmediato, Tyrande posó una mirada desconcertada sobre Baine. Anduin
se preguntó qué clase de táctica estaba empleando el tauren, puesto que acababa
de poner en manos de la elfa un arma muy poderosa al permitir que los testigos
pudieran opinar sobre el destino de Garrosh Hellscream; además, Baine era
demasiado inteligente como para no ser consciente de ellos.

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—Muy bien, petición admitida. Príncipe Anduin, puedes responder la
pregunta.
—Por favor, contesta ante el tribunal, príncipe Anduin —le pidió Baine—.
¿Quieres que Garrosh Hellscream muera por lo que ha hecho?
—No —contestó Anduin Wrynn con suma calma.
— ¿Por qué no?
—Porque creo que la gente puede cambiar.
— ¿Y qué te lleva a pensar así?
—Porque mi padre cambió.
Anduin miró brevemente a Varían, quien pareció sorprendido.
— ¿Crees que Garrosh Hellscream puede cambiar?
Anduin permaneció callado un momento. Volvió la cabeza, de tal modo que
su pelo rubio se agitó con ese movimiento, para observar con detenimiento a
Garrosh. En su corazón, no albergaba ya miedo, sino solo serenidad. Respiró hondo
y se le hinchó el pecho mientras se preparaba para responder la verdad.
—Sí.
Baine se relajó y asintió.
—No hay más preguntas.
Tyrande miró a Anduin, luego a Baine y después a Anduin otra vez, por
último, hizo un gesto de negación con la cabeza.
Anduin lanzó un leve suspiro de alivio al levantarse y volvió a ocupar su
asiento habitual entre el resto de la audiencia.

**
Sylvanas estaba sentada tan quieta como una estatua de piedra, aunque las
llamas de la ira que ardían en su interior no se correspondían con su fría y distante
apariencia. No se podía creer que la elfa de la noche fuera tan incompetente. Si
Sylvanas hubiera sido la acusación, habría acribillado a preguntas al joven príncipe
humano, con cuestiones tan taimadas y peligrosas como unas telarañas en las que
lo habría atrapado. A pesar de que Garrosh Hellscream le había roto todos los
huesos del cuerpo a Anduin, ese crío había hecho una declaración tan emotiva que
Sylvanas había podido notar cómo el ánimo que reinaba en toda esa cámara se
inclinaba hacia la otra parte; sin embargo, Tyrande se había limitado a negar con
la cabeza.

**
—El tribunal decreta un receso de una hora —señaló Taran Zhu, a la vez
que golpeaba el gong.
Baine abandonó el sitio que ocupaba durante el juicio y Sylvanas intentó
interponerse en su camino de manera apresurada, pero Vol’jin se le adelantó. Los
dos se dirigían a la puerta y el troll estaba felicitando a Baine por la “ecuanimidad”
con la que estaba actuando.
—Ahora ya nadie va a pensar que la Horda ha tratado mal a Garrosh, da
igual lo que Tyrande tenga preparado para poder rebatir tus argumentos. ¡Ahora,
incluso podrías llamar al príncipe de Stormwind para que declare como testigo para
la defensa!

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—El joven Wrynn sabe que hace lo correcto —replicó Baine con voz grave—.
Es capaz de perdonar. Y su palabra tiene mucho peso.
—Más que la palabra del Gran Jefe de los tauren, o eso parece —le espetó
Sylvanas, quien se colocó a la par de ambos justo cuando salían de la sala. A pesar
de que era mediodía y de que a Sylvanas no le gustaba el sol, no estaba dispuesta
a dar su brazo a torcer.
Baine agachó las orejas.
—Ten cuidado tus palabras, Sylvanas —le advirtió Vol’jin—. A lo mejor
acabas teniendo que tragártelas.
—Por fortuna, yo no tengo que medir mis palabras cuando todo Azeroth está
mirando, ya que si no, no sería más que un perrito faldero de la Alianza como...
Baine no hizo algo tan burdo como gritarle y lanzársele al cuello, sino que se
limitó a quedarse parado, agarrarla de los antebrazos y apretárselos con fuerza.
Como el tauren cuando no se hallaba en el campo de batalla se movía con suma
elegancia y delicadeza y hablaba con tacto y diplomacia, la Dama Oscura había
olvidado que era también un guerrero... uno de los mejores de toda la Horda.
Se dio cuenta, demasiado tarde, de que el tauren podría partirle los brazos
si quisiera como si fueran unas frágiles ramitas.
—Yo no simpatizo con la Alianza —aseveró, con una voz grave y serena—, ni
soy un perrito faldero.
—Suéltala, Baine —le ordenó Vol’jin. El tauren obedeció de inmediato—.
Sylvanas... Baine está desempeñando el papel que yo, su Jefe de Guerra, le he
encomendado. Y lo está haciendo de un modo honorable. Eso no tiene nada de
malo, así que no actúes como si lo tuviera.
—No tengo ninguna objeción con respecto a su labor —replicó Sylvanas, al
mismo tiempo que recobraba la compostura—. ¡Pero sí creo que está haciendo tan
bien su labor que tal vez incluso logre ganar el juicio!
Baine se rio entre dientes con cierta tristeza.
—Sé que no lo has dicho con ánimo de halagarme, pero lo has hecho. Y creo
que eso es un tanto peligroso —afirmó—. He logrado que la sed de sangre de los
espectadores se calme, he logrado que se detengan a pensar por un momento, nada
más. Y eso es bueno. Nunca se debería tomar la decisión de acabar con la vida de
cualquiera a la ligera... ni siquiera en batalla, ni en el mak’gora, ni en una sala de
justicia. Ahora, si ambos me disculpan, he de prepararme para poder interrogar al
siguiente testigo.
Hizo una reverencia a ambos, aunque se agachó más ante Vol’jin que ante
Sylvanas, y se marchó. Kairoz lo estaba esperando. Sylvanas se percató de que el
dragón lo había estado observando todo. La Reina Alma en Pena deseó poder
borrarle esa sonrisilla de esa hermosa cara de un zarpazo. ¿Por qué ese dragón no
estaba sugiriendo más malditas visiones que mostrar?
Vol’jin sacudió la cabeza de lado a lado y suspiró.
— ¿Cuándo vas a optar por volverte más sabia en vez de más bocazas,
Sylvanas? —le preguntó, aunque con un tono de voz calmado.
—Cuando la Horda sea lo bastante sabia como para darse cuenta de que no
puede mostrarse piadosa con aquellos que no han hecho nada para merecer
ninguna misericordia —replicó—. Garrosh tal vez fuera una buena elección para

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liderar la Horda durante un breve espacio de tiempo, pero en cuanto Thrall anunció
que se marchaba para siempre, habría que haber tomado medidas.
Una sonrisa se dibujó alrededor de los largos colmillos del Jefe de Guerra.
— ¿Cómo nombrar Jefa de Guerra a cierta Dama Oscura?
Sylvanas negó con la cabeza.
—No me interesa ese cargo ni el poder que conlleva. Creía que eso ya lo
sabías, Vol’jin.
Era una gran mentira, pues tenía algo de verdad. En efecto, no estaba
interesada en ejercer el poder de un modo tan vulgar y obvio.
El troll se encogió de hombros.
—Nadie sabe lo que tú quieres, Sylvanas. A veces, creo que ni siquiera tú lo
tienes claro. —Entonces, le dio unos golpecitos con un dedo en el que destacaba
una garra muy afilada—. Deja a Baine en paz. No te va a privar de la muerte de
Garrosh. Tienes que dejar que las cosas sucedan a su debido tiempo.
Se alejó y pidió a gritos a uno de los vendedores algo rápido para comer.
Sylvanas lo observó marchar mientras cavilaba.
Su ira no había menguado. Nunca lo hacía. Ahora, la ira era para ella como
respirar lo había sido cuando todavía le latía el corazón. No obstante, había
cambiado; había pasado de ser temeraria e impulsiva a ser reflexiva y prudente.
Vol’jin y Baine no pensaban con claridad. Les preocupaba demasiado la
reacción de su propia gente; tanto qué era lo que esperaban ver los miembros de la
Horda como cómo percibirían las cosas. No obstante, aunque se acabara teniendo
en cuenta la opinión de esos miembros de la Alianza que adoraban a la Luz, el
veredicto final no iba a cambiar.
Sin embargo, el jurado no estaba compuesto ni por miembros de la Alianza
ni por miembros de la Horda, sino por unos seres que eran totalmente imparciales;
y totalmente ajenos a las emociones más viscerales, fugaces e intensas de las
demás razas de Azeroth. Aunque tal vez esa frialdad emocional hiciera que
conceptos como “piedad” o “segunda oportunidad” les resultaran extraños; en ese
caso, no tendría de qué preocuparse. O tal vez eso mismo los distanciara demasiado
de la necesidad irracional de venganza y no les permitiera comprender el dolor
sinfín que acarreaba la muerte de los seres queridos.
En ese instante, lo vio todo con suma claridad, lo cual la serenó. No iba a
correr el riesgo de que los Celestiales tomaran la decisión incorrecta, por muy
“augustos” que fueran.
Sylvanas no iba a permitir que «mataran» a Garrosh «a su debido tiempo»,
tal y como había señalado Vol’jin. No, iba a solucionar este asunto ella misma, tal
y como había hecho muchas veces con anterioridad. Pero ¿cómo iba a hacerlo
exactamente? Si bien era posible que pudiera lograrlo ella sola, era bastante
improbable. ¿En quién podía confiar, entonces? En Baine, no, por supuesto. En
Vol’jin, tampoco. Quizá en Theron —pues le había dado la impresión de que estaba
dispuesto a hablar—. Y la lealtad de Gallywix se podía comprar, sin lugar a dudas.
Todavía quedaba cierto tiempo de descanso antes de que se reanudara el
juicio. Ella siempre pensaba mejor en su propio reino; en Undercity, bajo cielos
plomizos y rodeada de Renegados, quienes la seguían. Dejaría que ellos, que su
hogar, la inspiraran.

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Se aproximó a Yu Fei, la maga que le había asignado el tribunal, y le pidió
que creara un portal. Justo cuando Yu Fei acababa de murmurar las palabras del
conjuro y una imagen de Undercity había aparecido ante ella, otro pandaren, al
que no conocía, se acercó corriendo.
— ¡Lady Sylvanas —exclamó—, discúlpame, pero me han ordenado que te
dé esto!
Acto seguido, le entregó un pergamino y algo pequeño envuelto en una tela
azul. Retrocedió rápidamente e hizo una reverencia. Sylvanas abrió la boca para
preguntarle quién le enviaba ese pergamino, pero entonces el aire brilló a su
alrededor y, al instante, apareció en sus aposentos.
Eran muy austeros, como suele ser habitual en alguien que no suele pasar
mucho tiempo en ellos. Además, Sylvanas Windrunner ya no necesitaba dormir,
por lo cual solo venía de vez en cuando a este lugar para estar sola y pensar. Tenía
muy pocas pertenencias: una cama cubierta por unas pesadas y oscuras cortinas;
un escritorio, con velas y material para poder escribir; una silla; y una sola
estantería donde reposaban unos pocos libros. En la pared pendían unas armas
selectas que se encontraban a su alcance muy fácilmente. Tal y como era ahora su
existencia, necesitaba muy poco más; además, no guardaba muchos recuerdos de
su vida anterior.
Como le picaba la curiosidad por saber quién podía haberle mandado esa
misiva y ese paquete, pero como también recelaba de su contenido, Sylvanas
inspeccionó el pergamino con gran detenimiento. No percibió que irradiara ninguna
magia, ni detectó ninguna señal reveladora que le indicara que estuviera
envenenado.
Si bien el pergamino estaba sellado con cera roja, no había ninguna marca
que identificara al remitente. Entonces, centró la atención en el paquete y reparó
en que esa tela azul era un artículo que se vendía en todas las grandes ciudades.
Lo agitó levemente y oyó que algo tintineaba en su interior. Se dejó caer sobre la
blanda cama y. acto seguido, se quitó los guantes. Después, rompió el sello con
una uña.
La caligrafía era elegante y el texto contaba con muy pocas líneas:

En su día, pertenecimos al mismo bando.


Quizá ahora se pueda repetir la situación.

Sylvanas entornó los ojos de un modo suspicaz, mientras intentaba dilucidar


quién podría ser ese remitente tan misterioso. Pese a que no pudo reconocer esa
caligrafía de una manera inmediata, le resultaba extrañamente familiar. Lo cierto
era que había una larga lista de personas que se habían vuelto en su contra, o a
las que había desafiado. Intrigada y contenta, desenvolvió el paquete y abrió la
cajita de madera que había dentro.
Notó una fuerte opresión en el pecho y soltó el paquete como si este le
hubiera mordido.
El Alma en Pena contempló fijamente su contenido y, a continuación, se
puso en pie y se acercó al escritorio tambaleándose. A pesar de que le temblaban
las manos, logró abrir el cajón. Ahí se encontraba lo único que conservaba de su
pasado, algo que no había tocado desde hacía años. Se trataba únicamente de un

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puñado de cosas; cartas de hace décadas, puntas de flecha con las que había
matado a víctimas importantes, y alguna que otra cosilla más; los detritos de toda
una vida.
Así como una cajita.
Una parte de ella la conminó a arrojar ese nuevo regalo al cajón, girar la llave
y olvidarlo todo de nuevo, pues nada bueno podía salir de todo eso. Pero aun así...
Regresó a la cama con la caja en las manos. Con una delicadeza nada
habitual en ella, Sylvanas le quitó la tapa y contempló lo que había dentro. Varios
años atrás, un aventurero había encontrado eso entre las ruinas del lugar donde
ella había muerto. De ese modo, esa cosa había vuelto a sus manos. Los recuerdos
la habían asolado y habían estado a punto de destrozarla, al igual que amenazaban
con hacer ahora.
Esa cosita tenía un poder enorme sobre la Reina Alma en Pena, aunque solo
era una diminuta joya. Sylvanas cogió el collar y dejó que ese frío metal
permaneciera posado sobre la palma de su mano mientras contemplaba la
centelleante gema azul que la ornamentaba. Con sumo cuidado, la colocó junto a
la que acababa de recibir
Eran prácticamente iguales, salvo por las gemas; la suya era un zafiro, y
esta, un rubí. Sylvanas también sabía que las inscripciones eran distintas.
Abrió la suya y la leyó: Para Sylvanas. Siempre te querré, Alleria.
Alleria... la segunda de los Windrunner que se había perdido. Primero había
desaparecido su hermano, Lirath, el más joven de todos, y quizá el más brillante.
Después, Alleria desapareció más allá del Portal Oscuro en Outland. Luego...
Sylvanas hizo un gesto de negación con la cabeza e intentó recobrar la
compostura. De entre todos sus parientes Windrunner más cercanos solo uno
respiraba todavía, eso era lo único que sabía con cierta seguridad.
Sylvanas abrió el medallón de rubí, aunque sabía qué iba a encontrar, pero
necesitaba verlo con sus propios ojos.
Para Vereesa. Con cariño, Alleria.

CAPÍTULO TRECE

La nota estaba escrita en negrita, era breve e iba al grano.

Te veré en casa después del juicio.

Muy pocas palabras como para poner tan nerviosa a Vereesa.


Su hermana era muy lista; si alguien hubiera interceptado esa misiva no
habría podido deducir quién era el remitente y, aunque lo hubieran logrado, el
mensaje en sí era aparentemente inofensivo.
Pero no lo era. En este caso, la palabra «casa» tenía un significado muy
siniestro. Vereesa dio gracias a Jia Ja, el mensajero pandaren que había entregado
un mensaje que, tal vez, podría haber dado inicio a una guerra, enrolló el pergamino
hasta que apenas fue más grueso que la pluma con la que se había escrito en él y
lo arrojó a un brasero cercano.

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— ¿Vereesa? —La elfa se sobresaltó y se giró. Era Varian quien hablaba—.
Ya es casi la hora de volver a entrar. Si quieres comer alguna albóndiga, será mejor
pases por aquí de inmediato.
Tanto él como Anduin estaban dando buena cuenta de unos rollitos de
primavera mientras se dirigían hacia el templo. Vereesa se percató, aunque
demasiado tarde, de que el brasero al que había arrojado la nota pertenecía a un
fornido cocinero pandaren, que estaba muy atareado colocando unas vaporeras de
bambú una sobre otra mientras con unos palillos sacaba con delicadeza unas
albóndigas perfectas. Él sonrió inquisitivamente y ella asintió, a pesar de que la
comida era lo último en que pensaba en esos momentos.
—Te van a encantar. Anduin casi deja ayer a Mi Shao sin existencias —
comentó Varian, con una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que le alborotaba el pelo
al rubio Anduin. El muchacho se agachó tímidamente y, por una vez, dio la
impresión de tener la edad que realmente tenía.
—El cachorro humano está creciendo y se está haciendo muy fuerte —
observó Mi Shao—. La comida pandaren le sienta bien. Me siento honrado de poder
proporcionar sustento y deleite a alguien que comprende mi tierra tan bien.
—Prueba una de esas pequeñas con semillas por encima —le recomendó
Anduin a Vereesa—. Están rellenas de pasta de raíz de loto. Son maravillosas.
—Gracias —replicó Vereesa—. Me llevaré dos, por favor.
—... yo también, es que me lo he pensado mejor —se excusó Anduin—. Ve
tú por delante, padre, me uniré a ti en breve.
—Entonces, los veré a ambos en unos instantes —dijo Varian, al mismo
tiempo que atraía a su hijo hacia sí para darle un rápido abrazo. Acto seguido, se
dirigió al lugar donde se celebraba el juicio a grandes zancadas. Anduin observó
cómo su padre se marchaba, luego le dio las gracias a Mi Shao en el idioma
pandaren y dio un bocado al hojaldre. Cerró los ojos con sumo deleite.
—Oh, qué bueno está esto —señaló. Vereesa se acordó brevemente de sus
propios hijos y de su apetito aparentemente inagotable, pero enseguida sus
pensamientos volvieron a centrarse en Sylvanas.
Como no hizo ademán alguno de comer, el príncipe que masticaba mientras
la observaba, decidió preguntarle:
— ¿Estás bien?
A Vereesa se le desbocó el corazón. El maldito príncipe era muy observador...
¿Acaso había hecho algo que revelara lo que estaba pensando? ¿Acaso él se había
dado cuenta de que...?
—Claro que sí. ¿Por qué no iba a estarlo?
Se obligó a darle un bocado al hojaldre, que por fuera estaba blando y
gomoso, pero cuyo interior sabía muy dulce aunque no empalagoso. Si no hubiera
tenido un nudo en el estómago ni la boca tan seca como la arena del desierto, tal
vez habría disfrutado de ese manjar.
—Bueno... por lo que he dicho ante el tribunal. Sé que tanto tú como la tía
Jaina no están por la labor de concederle a Garrosh una segunda oportunidad. Y
quiero que sepas que entiendo por qué. Lo comprendo perfectamente.
Se sintió tan aliviada que se notó de repente tremendamente agotada.
—Yo también entiendo por qué piensas lo que piensas.

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A Anduin se le iluminó la cara de alegría y, al instante, la ella se sintió
culpable por haber mentido.
— ¿De veras?
—Ves lo mejor en todo el mundo, Anduin. Eso lo sabe todo el mundo.
De inmediato, el semblante del príncipe se tornó sombrío.
—Sé que hay gente que no respeta mi actitud. Creen que soy demasiado
blando.
—Oye —le dijo ella, a la vez que le cogía del brazo suavemente—, a pesar de
que te encontrabas en una sala repleta de gente deseosa de matar a Garrosh con
sus propias manos, te has atrevido a hablar en su favor. Los blandengues no tienen
esa clase de coraje.
El enfado se esfumó del rostro del príncipe y fue reemplazado por una
sonrisa arrebatadora. Algún día, este muchacho va a romper muchos corazones. Si
vive lo suficiente, pensó la elfa.
—Gracias, Vereesa. Esto significa mucho para mí, sobre todo viniendo de ti.
Y... sinceramente, me sorprende un poco. Me temo que eres una de los muchos a
los que les gustaría matar a Garrosh con sus propias manos.
—No, no me gustaría. Creo que celebrar este juicio es una decisión sabia...
y creo que los Celestiales harán lo correcto.
—Me... me alegra de veras oír eso.
Mientras caminaban juntos hacia la sala del juicio, a Vereesa la dominó de
nuevo la ira, pues Garrosh Hellscream la había obligado a mentir a un muchacho
de quince años.
Para su sorpresa, un guardia pandaren, que se hallaba en la entrada, le
estaba negando a todo el mundo el acceso. Varian estaba hablando con él y se
estaba enojando cada vez más, hasta que al final optó por alejarse de ahí. En ese
instante, atisbo que Vereesa y Anduin se aproximaban y agitó una mano en el aire
para indicarles que se apresuraran. En su semblante se reflejaba un gran enfado.
Al echarse a correr, Vereesa pudo notar que el sudor le estaba empapando
la frente. ¿Acaso el rey había descubierto...? No. Si lo hubiera hecho, la habría
atacado ahora mismo.
— ¿Qué ocurre? —preguntó, intentando parecer a la vez curiosa y
preocupada, pero no demasiado.
—El juicio no se va a reanudar hoy —contestó Varian con brusquedad—.
Anduin, acompáñame. Vereesa, puedes regresar al Alto Violeta si lo deseas.
—Por supuesto —dijo Vereesa, quien no se fue de inmediato. Con el pretexto
de que quería acabarse el pastelillo, se quedó en un lugar desde donde podía ver el
interior del templo. Daba la sensación de que Taran Zhu, Baine y Tyrande estaban
esperando a Anduin y su padre. Baine habló. Varian se cruzó de brazos y apretó
los dientes.
Anduin parecía desconcertado mientras lo escuchaba. Varian no pudo
contenerse y le gritó a Baine. Entonces, Taran Zhu dijo algo, y Varian se volvió para
gritarles tanto a él como a Tyrande, mientras Anduin intentaba serenar los ánimos.
—General Forestal —le dijo un guardia pandaren—, con todo respeto... no
puede ver esto.
Se ruborizó y asintió.
—Por supuesto. Lo siento.

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Se volvió y se alejó, preguntándose qué nueva táctica iba a utilizar Baine
para intentar que los Augustos Celestiales se compadecieran de un asesino en
masa.
Vereesa apretó los puños y se fue dando grandes zancadas. Era consciente
de que el tiempo que restaba hasta el crepúsculo se le iba a hacer eterno.

***
— ¿Qué sucede? —preguntó Anduin, mientras su mirada se desplazaba de
Taran Zhu a Tyrande, de esta a Baine y, por último, a su padre. El único rostro que
lograba descifrar era el de su padre; Varian estaba terriblemente enojado por algo.
—Anduin —contestó Varian—, Baine ha pedido... —La tensión se apoderó
de su rostro—. ¡Que la Luz me ciegue, ni siquiera soy capaz de decirlo!
Baine dio un paso al frente.
—Majestad, deseo agradecerte que hayas traído al príncipe aquí.
—Aún no me des las gracias —masculló Varian—. Estoy a esto de enviarlo
de vuelta a casa, a Stormwind.
—Pero... ¿qué...? —balbuceó Anduin.
Baine estiró una oreja.
—Se me ha pedido que haga una petición.
— ¿Quién te ha pedido...? —inquirió Anduin, pero las palabras se le
quedaron atascadas en la garganta. Al instante, supo de quién se trataba y qué
había pedido. Solo restaba ya una pregunta por hacer:
—¿Por qué?
—No sé por qué quiere hablar contigo —respondió Baine, quien, presa de la
frustración, agitó otra vez esa oreja—. Solo sé que quiere hacerlo. Dice que eres la
única persona con la que va a hablar.
—Más bien, eres la única persona que querría hablar con él —replicó Varian.
Anduin agarró a su padre del brazo.
—Aún no he dicho que vaya a hablar con él, padre. —Acto seguido, miró a
Taran Zhu—. ¿Sus leyes permiten que algo así se haga en un juicio?
—Según la ley pandaren, soy yo quien debe delimitar qué es permisible o no,
jovencito. Chu’shao Bloodhoof me presentó esta petición hace tiempo y, desde
entonces, he meditado al respecto. Le di orden de esperar hasta que hubieras
declarado como testigo. Tanto la acusación como la defensa han renunciado a su
derecho a interrogarte de nuevo y ya no podrán volver a hacerlo, así que ambas
partes tienen algo que perder y algo que ganar con todo esto.
—No voy a andarme con rodeos —afirmó Baine—, se sabe que eres un
humano generoso y compasivo, alteza. Si te compadeces de Garrosh y hablas a su
favor, me serás de gran ayuda, pero si te enemistas con él y hablas en su contra,
me perjudicarás. Chu’shao Whisperwind se enfrenta al mismo problema, pero al
revés.
—Entonces, ¿por qué no deniegan la petición y se acabó?
—Porque Garrosh se está planteando la posibilidad de romper su silencio
ante el tribunal si hablas con él —respondió Tyrande—. Eso significaría que tendría
la oportunidad de interrogarlo directamente, y eso sí que podría serme de gran
utilidad para defender a continuación mis argumentos.

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—Aunque, según lo que ocurra en esa conversación contigo, podría acabar
siendo de gran utilidad para defender los míos —apostilló Baine. Como he dicho
antes, es una apuesta arriesgada para ambas partes.
—No puedo obligar a Garrosh a hablar en el juicio, pero creo que sería
importante que lo hiciera —aseveró Taran Zhu—, pase lo que pase. Para que luego
nadie pueda alegar que no tuvo la oportunidad de hablar.
—Así que esta responsabilidad recae sobre mis hombros —concluyó
Anduin—. Lo cierto es que no me están dejando elegir, ¿verdad?
—No tienes por qué hacer esto —contestó Varian—. Sabes que yo preferiría
que no lo hicieras, puesto que creo que ya has sufrido demasiado.
—Entonces, ¿por qué no te limitas a negarte sin más, padre?
—Porque ya tienes una edad como para poder decidir por ti mismo... y eres
tú quien debe tomar esta decisión —respondió Varian—. Por mucho que a mí me
gustara que no fuese así. Tengo que permitirte elegir. Puedes ver a Garrosh si
quieres, o puedes optar por no verle jamás si lo prefieres.
Esa contestación sorprendió a Anduin, quien le obsequió a su padre con una
leve sonrisa de agradecimiento. Reflexionó al respecto por un momento, al mismo
tiempo que intentaba serenar esa tromba de emociones en conflicto que lo invadía.
Pensó de nuevo en cómo esos fragmentos de la campana habían caído sobre
su frágil cuerpo, en el odio que se había reflejado entonces en el rostro de
Hellscream, y sus huesos reaccionaron con sumo dolor. Tenía la oportunidad de
no ver a Garrosh nunca más, de rechazar una invitación a sufrir aún más... oh,
qué tentador era. Garrosh no había hecho nada en ningún momento que indicara
que sentía algo por Anduin que no fuera desprecio y repugnancia, y eso que había
habido oportunidades más que de sobra. El príncipe no le debía nada. Además, ya
había hablado mejor del ex Jefe de Guerra de lo que cabría esperar. Había hecho
bastante como para ayudar a salvar la vida de alguien que había ansiado
arrebatarle la suya.
Aun así...
Anduin recordó cómo había reaccionado Garrosh cuando había creído que
él había muerto. No se alegró ni regodeó, como cabía esperar, sino que se había
quedado pensativo. Asimismo, el orco parecía haber adoptado una postura de
hastío ante el tribunal.
¿En qué había estado pensando Garrosh en esos momentos? ¿Qué
emociones estaba experimentando para recurrir a un sacerdote? ¿Tal vez sentía
remordimientos?
El dolor que sentía en los huesos menguó levemente y Anduin tomó una
decisión. Miró a la cara a los ahí reunidos, cada uno de los cuales pertenecía a una
raza distinta, además de mantener un tipo de relación diferente con él; su padre
humano, una heroína elfa de la noche, un guardián pandaren y Baine... un amigo
tauren, lo cual habría sido inconcebible para muchos, pero era cierto.
—Alguien que está en un gran apuro me ha pedido que hable con él. ¿Cómo
podría decirle que no, padre, si quiero seguir el camino de la Luz?

***
En un principio, Varian había insistido en acompañar a su hijo, pero Anduin
le había dicho que no. El príncipe había pedido que ningún guardia presente

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pudiera cruzar el umbral de la entrada, para que así su conversación con Garrosh
fuera estrictamente privada.
Varian había estado discutiendo con él durante casi una hora, pero fue en
vano.
—Ha requerido mi presencia en virtud de mi condición de sacerdote —había
dicho Anduin—. Debe tener la oportunidad de hablar con total libertad conmigo.
También debes saber que todo cuanto me diga lo guardaré en secreto.
Con muy poca elegancia, Varian al final había dado su brazo a torcer. El rey
miró a Taran Zhu, Tyrande y Baine sucesivamente.
—Si Anduin sufre algún daño, los consideraré responsables a todos ustedes.
Y luego mataré yo mismo a Garrosh, sin que me importen las consecuencias ni este
maldito proceso judicial.
—Ten por seguro que es físicamente imposible que Garrosh ataque a Anduin,
rey Varian. Tu hijo está completamente a salvo, si no fuera así, no te lo garantizaría
— había replicado Taran Zhu.
Ahora, Anduin se encontraba en el exterior de esa zona apartada situada
bajo el templo. Dos de los guardias que vigilaban a Garrosh, los monjes Shadopan
Li Chu y Lo Chu, lo esperaban, flanqueando la puerta.
Ambos hicieron una reverencia.
—Bienvenido, honorable príncipe —dijo Li Chu—. Muestras un gran coraje
al venir a ver a tu enemigo.
Anduin, que tenía un nudo en el estómago, se sintió muy aliviado al
comprobar que su tono de voz no denotaba que albergaba muchos recelos.
—No es mi enemigo —replicó—. Aquí y ahora, no.
Lo Chu sonrió lentamente.
—Al entender eso demuestras que eres tan sabio como valiente. Debes saber
que estaremos en la entrada en todo momento y que acudiremos en cuanto nos
llames.
—Gracias —contestó Anduin.
Velen le había enseñado a serenar el espíritu cuando se hallaba inquieto,
por lo cual ahora seguía sus consejos; respiraba hondo y contaba hasta cinco,
contenía la respiración durante un latido y luego exhalaba contando cinco de
nuevo. Todo irá bien, le había dicho Velen en su día. Todas las noches terminan,
todas las tormentas escampan. Las únicas tormentas que perduran son las que
braman en nuestra propia alma.
Y funcionó... al menos, hasta que se halló frente a la celda de Garrosh.
La celda era muy pequeña. Ahí solo había espacio para unas pieles de
dormir, una bacinica y una palangana. Garrosh no podía dar más de un par de
pasos en cualquier dirección y, a pesar de tener tan limitada su capacidad de
movimiento, llevaba unas cadenas atadas a los tobillos. Los barrotes de la celda
eran más gruesas que el propio Anduin y las aberturas octogonales estaban
selladas con un tenue brillo púrpura. Taran Zhu había dicho la verdad. Garrosh
Hellscream estaba encerrado tanto tísica como mágicamente.
Anduin se percató de todo esto mediante su visión periférica, ya que, al
instante, sus ojos se clavaron en los del orco, quien estaba sentado muy erguido
sobre las pieles. El príncipe no sabía qué esperar; no sabía si se iba a mostrar
iracundo, si le iba a implorar, o si se iba a burlar de él; pero no, no reaccionó de

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ningún modo. El rostro de Garrosh seguía mostrando esa misma expresión
meditabunda que Anduin había visto de inmediato en su semblante después de
que lo hubiera “matado”.
—Por favor, no toques los barrotes —le indicó Lo Chu—. Puedes quedarte
hasta una hora, si lo deseas. Aunque, claro, si deseas marcharte antes, háznoslo
saber, sin más.
A continuación, señaló a una silla y una mesita, sobre la cual había una
jarra de agua y un vaso vacío.
Anduin se aclaró la garganta.
—Gracias. Seguro que todo irá bien.
No dio la impresión de que Garrosh se fijara en los guardias, pues se hallaba
muy concentrado en Anduin. Los hermanos, tal y como habían prometido, se
retiraron hasta el otro extremo de la estancia.
Súbitamente, Anduin notó que tenía la boca seca, así que se sirvió un poco
de agua para aplacar ese desierto que dominaba ahora su lengua. Dio un sorbo
muy lentamente de manera deliberada.
— ¿Tienes miedo?
— ¿Qué?
Parte del agua cayó al suelo. A Anduin le dolieron los huesos de repente.
— ¿Tienes miedo? —repitió Garrosh, quien hizo esa pregunta de un modo
relajado, como si el orco simplemente estuviera intentando entablar conversación.
Anduin sabía que, en realidad, era una bomba verbal. Daba igual cómo
respondiera, con la verdad o con una mentira, ya que estaría abriendo la puerta a
ciertas cosas que no deseaba discutir.
—No hay razón para estarlo. Estás encadenado y unos barrotes encantados
te impiden salir de esa prisión. No puedes atacarme.
—La preocupación por mantener la integridad física es solo una razón más
entre las muchas que justifican tener miedo. Así que te lo pregunto otra vez: ¿tienes
miedo?
—Mira —contestó Anduin, a la vez que dejaba el vaso con decisión sobre la
mesa—, he venido aquí solo porque tú me lo has pedido. Porque Baine me dijo que
yo era la única persona con la que aceptabas hablar... bueno, sobre lo que sea que
quieras hablar.
—Quizá lo que temes es eso sobre lo que quiero hablar.
—Si es así, entonces ambos estamos perdiendo el tiempo.
El príncipe se levantó y se encaminó a la puerta.
—Para.
Anduin se detuvo y permaneció de espaldas a Garrosh. Estaba muy
enfadado consigo mismo. Tenía las palmas de las manos empapadas de sudor y
tenía que hacer un gran esfuerzo para no echarse a temblar. No podía permitir que
Garrosh viera que estaba asustado.
— ¿Por qué debería hacerlo?
—Porque... eres la única persona con la que deseo hablar.
El príncipe cerró los ojos. Podía marcharse en este mismo momento.
Seguramente, Garrosh iba a intentar jugársela. Tal vez quisiera manipularle para
que dijera algo que no debía. Pero ¿qué podría ser? ¿Qué quería saber Garrosh?

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Anduin se dio cuenta de que, por muy asustado que pudiera estar en cierto sentido,
en realidad no quería marcharse. Aún no.
Respiró hondo y se dio la vuelta.
—Entonces, hablemos.
Garrosh señaló a la silla. Anduin dudó por un momento y, acto seguido, se
sentó con determinación y de manera relajada. Arqueó las cejas para indicarle que
estaba esperando.
—Has afirmado que creías que yo podía cambiar—dijo Garrosh—. En
nombre de este mundo o de cualquier otro, después de lo que he hecho, ¿qué te
hace pensar eso?
Una vez más, no expresaba ninguna emoción, solo curiosidad. Anduin hizo
ademán de responder, pero titubeó. ¿Qué habría hecho Jaina...? No. Ya no deseaba
emular el talante diplomático de Jaina. Le pareció un tanto gracioso que, a pesar
de todas las veces que había amenazado con asesinar a Garrosh, al final Varian se
había convertido más en un modelo a imitar para Anduin que Jaina. Darse cuenta
de esto fue al mismo tiempo triste, ya que quería a Jaina, y dulce, pues quería a su
padre.
— ¿Sabes qué? Iremos por turnos.
Una extraña sonrisa cobró forma en la boca de Garrosh.
— Trato hecho. Eres mejor negociador de lo que esperaba.
Anduin soltó una breve carcajada.
— Gracias, creo.
La sonrisa del orco se hizo más amplia.
—Tú primero.
Garrosh acaba de marcar el primer tanto, pensó Anduin.
—Muy bien. Creo que puedes cambiar porque nada permanece inmutable
jamás. Fuiste depuesto como Jefe de Guerra de la Horda porque la gente a la que
liderabas pasó de seguir tus órdenes a cuestionarlas y, por último, decidieron
rechazarlas. Tú has cambiado. Has pasado de ser Jefe de Guerra a ser un
prisionero. Pero tu situación puede volver a cambiar.
Garrosh se rio sin ganas.
—Sí, puedo pasar de estar vivo a estar muerto, ¿no?
—Esa es una de las posibilidades. Pero no la única. Puedes meditar sobre lo
que has hecho. Puedes contemplar, escuchar e intentar entender de verdad el daño
y el dolor que has causado, y decidir que no vas a seguir por ese camino si tienes
otra oportunidad.
Garrosh se tensó.
—No puedo convertirme en un humano —gruñó.
—Nadie espera eso ni tampoco lo quiere —respondió Anduin—.Los orcos
también pueden cambiar. Tú lo sabes mejor que nadie.
Garrosh permaneció callado. Pensativo, apartó la mirada un momento.
Anduin se resistió al impulso de cruzarse de brazos, se obligó a adoptar una
postura que transmitiera tranquilidad y esperó.
Una rata de ojos brillantes y duro pelaje asomó la cabeza por debajo de esas
pieles de dormir. Movió la nariz y, acto seguido, se agachó y desapareció de la vista.
Fue en su día el Jefe de Guerra de la Horda... y ahora comparte celda con una rata,
pensó el príncipe.

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— ¿Crees en el destino, Anduin Wrynn?
Por segunda vez, pilló por sorpresa al príncipe. ¿Qué estaba tramando
Garrosh?
—No... no estoy seguro —tartamudeó, de tal manera que la sensación de
relajación que había querido transmitir con tanto cuidado se vino abajo de
inmediato—. Es decir... sé que hay algunas profecías. Pero sigo creyendo que todos
podemos elegir.
— ¿Tú elegiste la Luz? ¿O ella te eligió a ti?
— No... no lo sé.
Anduin reparó entonces en que nunca se había planteado esa pregunta. Se
acordó de la primera vez en que había pensado en hacerse sacerdote y había sentido
la llamada de la vocación. Ansiaba la paz que le ofrecía la Luz, pero no sabía si ella
lo había llamado, o si él había ido en busca de ella.
— ¿Pudiste elegir dar la espalda a la Luz?
— ¿Por qué querría hacer eso?
—Por una serie de razones. En su día, hubo otro príncipe humano muy
querido de pelo rubio, el cual, a pesar de ser un paladín, le dio la espalda a la Luz.
La incomodidad que sentía Anduin se vio reemplazada por una sensación de
indignación y ultraje. Se ruborizó y exclamó:
— ¡Yo no soy Arthas!
Garrosh esbozó una sonrisa extraña.
—No, tú no —admitió—. Pero tal vez... yo sí lo sea.

CAPÍTULO CATORCE

Las Tierras Fantasma, así se llamaban ahora. En su día, la familia


Windrunner lo había llamado su hogar, su casa. Vereesa había sido invitada a
volver en una ocasión anterior por Halduron Brightwing para luchar contra un
antiguo enemigo mutuo, los Amani. Aquella vez se le había revuelto el alma y ahora
volvía a hacerlo. Mientras sobrevolaba con su hipogrifo el Desfiladero Thalassiano,
notó que se le contraían los músculos del estómago y que las riendas le resbalaban
de las palmas de las manos por culpa del sudor.
La Cicatriz Muerta se abría paso serpenteando por esa tierra que en el
pasado había sido muy hermosa, dejando un rastro como una babosa allá por
donde centenares de no-muertos habían hollado ese suelo. Nadie sabía si ese lugar
se recuperaría jamás. Penetraba en Tranquillien, cuyo nombre ya no encajaba para
nada con su estado actual, dividiendo los Sagrarios de la Luna y el Sol, para luego
adentrarse en el Bosque Canción Eterna y atravesar Silvermoon, arrasando esa
maravillosa ciudad objeto de tantas canciones e historias. Incluso a esa altura,
podía apreciar el legado que había dejado ahí el Rey Lich; ahí todavía se arrastraban
y mataban cosas muertas.
Están muertos, pero sin estarlo del todo. Como mi hermana.
No. Como Sylvanas, no. Ella y su gente ahora eran dueños de su voluntad,
de sus mentes. Podían escoger lo que querían hacer o no. A quién querían matar o

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no. Y era esa capacidad de decisión lo que había traído a Vereesa de vuelta al lugar
donde pasó su niñez, adonde creía que nunca regresaría.
Era incapaz de llorar, ya que sus sentidos se hallaban embotados por culpa
de la presión constante de ese dolor que había sido alumbrado en cuanto recibió la
noticia de la muerte de Rhonin, un sufrimiento que nunca había remitido de
verdad. Hizo virar a su montura hacia el oeste y no pudo evitar preguntarse si
Sylvanas estaba disfrutando al pensar que Vereesa regresaba a la Aguja
Windrunner.
Al verla de nuevo, la invadió una nueva oleada de dolor, una agonía intensa
que avivaba aún más las llamas de su odio. Los orcos no eran los responsables de
lo que le había sucedido a su hogar, pero sí le habían arrebatado muchas cosas;
primero a su hermano, Lirath, y luego a Rhonin, su gran faro en la oscuridad.
Además, habían ansiado arrasar Quel’Thalas, pero Arthas se les adelantó.
Mientras se acercaba, los labios de Vereesa se curvaron para lanzar un
gruñido. La aguja —la aguja de su familia— estaba plagada de cadáveres andantes
y espíritus translúcidos.
Almas en pena.
Los espíritus vagaban a la deriva, tan desprovistos de una meta en la muerte
como habían estado llenos de objetivos en vida. Aquí y allá, entre ellos, había unas
figuras encapuchadas ataviadas con ropajes rojos y negros. Vereesa sabía quiénes
debían de ser. Eran los seguidores humanos de la secta de la Ciudad de la Muerte,
la cual había surgido tras la invasión de Arthas; al parecer, estaban utilizando la
Aguja Windrunner con algún propósito obsceno y violento.
Están usando mi hogar.
Vereesa profirió un chillido y toda la impotencia y la ira que se habían ido
acumulando en ella desde la derrota de Garrosh brotaron a raudales y muy
agradecidas por poder liberarse al fin. Fue disparando una flecha tras otra. La
primera acertó a un acólito en un ojo. La segunda y la tercera atravesaron las
gargantas de unas víctimas que ni siquiera tuvieron tiempo de ser conscientes de
lo que ocurría. El cuarto logró volver la cara y mostrar una expresión de estupor a
Vereesa; además, logró flexionar los dedos al intentar alcanzar su arma, pero al
instante, él también estaba muerto. Desmontó de su hipogrifo de un salto antes de
que tuvieran siquiera la oportunidad de aterrizar y arremetió contra los forestales
caídos, blandiendo una espada que relucía al atravesar la carne incorpórea,
enviándolos al olvido y, presumiblemente, a la paz de la tumba, con más ira que
misericordia. Vereesa esbozó un gesto de disgusto en cuanto el aullido de un alma
en pena la atravesó por entero, pero eso solo la detuvo un instante, ya que el
aterrador grito de ese espectro fue silenciado para siempre de inmediato. La elfa
noble añadió sus propios gritos a esa cacofonía y pronunció unas frases confusas
que no querían decir nada pero que expresaban perfectamente la amargura que
sentía, así como la venenosa ira y agonía que la dominaban.
Dos acólitos más tuvieron la desgracia de ser muy lentos a la hora de lanzar
sus hechizos. Vereesa se abalanzó sobre ellos, decapitando a uno y atravesando el
pecho del otro de un solo mandoble. Mientras este último caía, en medio de un
chorro de sangre, le clavó la espada en la tripa.
Aguantó la respiración y tiró del arma para liberarla de ese cadáver. Miró a
su alrededor en busca de más enemigos, vivos o no-muertos, que podrían estar

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convergiendo sobre la aguja. A Vereesa no le importaba que la reconocieran. En
estos tiempos, muy pocos seres vivos se aventuraban a llegar aquí. A una intrépida
elfa de sangre que osara aproximarse a ese lugar desierto le bastaba con una capa
con capucha para poder disfrazarse; además, cualquier acólito que la viera no
viviría para contarlo.
Los minutos parecieron arrastrarse. De vez en cuando, Vereesa oía de nuevo
unos tenues gemidos y suspiros proferidos por seres sin mente. Combatió de nuevo
contra ellos cuando estos seres que vagaban sin rumbo acababan de nuevo dentro
de la propiedad Windrunner, a pesar de que se hallaba en ruinas. Notó el abrazo
de una niebla húmeda, gélida y pegajosa. Al final, acabó paseando de aquí para
allá, mientras se preguntaba si todo esto era una cruel jugarreta de Sylvanas.
Entonces, oyó con sus agudos oídos unos ruidos muy leves a su espalda. Se
giró con el arco en ristre y una flecha preparada. Antes de que pudiera disparar, el
astil de su flecha se astilló y la cuerda tañó.
Un arquero, vestido totalmente de cuero negro, acababa de alcanzar con su
propia flecha a la de Vereesa y la había hecho salir despedida del arco.
El recién llegado se echó la capucha hacia atrás. Unos relucientes ojos rojos
atravesaron esa neblina verde y unos labios negros se curvaron para esbozar una
sonrisa sardónica.
—Ten cuidado, hermana —le dijo Sylvanas, a la vez que bajaba el arma—.
No creo que quieras matar a esta alma en pena.

***
Caminaron por esa arena gris, donde el murmullo de las olas era más fácil
de soportar que los suspiros y los lamentos de los muertos, aunque no mucho más.
Sylvanas creía que ese lugar estaba repleto de fantasmas, pero no solo literalmente,
sino también por los de los recuerdos de la familia que en su día solía venir a
disfrutar aquí del aire libre y comer.
Solo quedamos nosotras —afirmó Vereesa, como si le estuviera leyendo los
pensamientos. Sylvanas sonrió levemente. Como eran las dos hermanas del medio,
siempre había habido un vínculo muy especial entre ellas que, al mismo tiempo,
las había alejado un poco de Alleria, la mayor, y Lirath, el único varón.
—Lo has expresado de un modo muy diplomático —observó.
Vereesa se detuvo y contempló el Mar del Norte.
—Primero, Lirath fue asesinado por los orcos. Después, Alleria se desvaneció
en Outland. ¿Por qué has escogido este lugar, Sylvanas?
— ¿Tú por qué crees, hermanita?
—Porque quieres hacerme daño. Has elegido un lugar de encuentro donde
los muertos se sienten como en casa. Donde los vivos no son bienvenidos. —Acto
seguido, se corrigió a sí misma—. A menos que tengan intenciones perversas.
La tensión se apoderó de Sylvanas.
— ¿Para hacerte daño? ¡Pero qué arrogante eres, niña! —Se echó a reír con
muy pocas ganas—. ¿Acaso no te has fijado en quiénes eran los que te han rodeado,
en quiénes eran esos que sollozaban y chillaban para que les devolvieran la vida?
¡Eran mis forestales! ¡Yo morí aquí!
Vereesa esbozó una mueca de contrariedad.
—Lo... lo siento. Creí que... estabas acostumbrada a... bueno...

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— ¿A ser la “Reina Alma en Pena”? ¿La “Dama Oscura”? —replicó Sylvanas
con un tono exagerado—. Bueno, es mejor que pudrirse. Al menos, ahora tengo
algo que decir en todo lo que sucede en el mundo.
—Tenemos mucho menos que decir de lo que cabría esperar —aseveró
Vereesa, quien cogió una piedra y la lanzó al océano, donde se desvaneció de
inmediato—. Ya no sé quién eres. Ya no eres mi amada hermana.
Lo soy... pero no lo soy, pensó Sylvanas, aunque no dijo nada.
—Pero tú y yo estamos de acuerdo en una cosa —prosiguió hablando
Vereesa, la cual se giró, con la cara encendida y los ojos ardiendo—. Garrosh
Hellscream debe morir por lo que hizo en su día. Según parece, tú, al igual que yo,
no confías en que los Celestiales alcancen la misma conclusión, ya que si no, no
habrías venido. No puedo estar en desacuerdo contigo en ninguno de esos aspectos.
Y fue muy valiente por tu parte que intentaras contactar conmigo; sobre todo, si tal
y como has dicho, no sabes quién soy ahora.
Valiente y un poco imprudente, ya que si el medallón hubiera sido
interceptado, Vereesa habría sido tachada de traidora.
—Asumí un riesgo que creí que merecía la pena. Espero que así fuera.
—No has hecho esto simplemente para que demuestre que estoy de acuerdo
en que esa criatura llamada Garrosh Hellscream es un desgraciado —señaló
Sylvanas, cruzándose de brazos—. Debes de tener un plan.
—Esto... bueno, aún no.
Sylvanas enarcó una ceja y calculó mentalmente cuánto tardaría en matar
a Vereesa.
—Solo quería decirte que no estás sola —se excusó Vereesa—. Que hay otros
que piensan exactamente igual que nosotras, otros que nos ayudarían de manera
activa o, al menos, no se interpondrían en nuestro camino si intentáramos... matar
a Garrosh.
—La gente se queja y refunfuña, hermana, pero muy pocos están dispuestos
a actuar. Esos aliados de los que hablas se esfumarán en cuanto perciban que su
integridad física o su reputación corren el más mínimo peligro.
Vereesa negó con la cabeza enérgicamente.
—No, no lo harán. Tengo incluso la aprobación de lady Jaina.
Sylvanas frunció el ceño.
—Ahora sé que mientes, hermana. Jaina Proudmoore quizá no sea la
ingenua amante de la paz que era antes, pero es imposible que se muestre a favor
de cometer un asesinato. Aunque tal vez espere que Garrosh muera, nunca hará
nada para que esa muerte se produzca.
—Te equivocas. Quiere que muera. Antes de que se dicte sentencia. “Para
ahorrarnos las molestias del juicio”, o eso me dijo. Aunque también hay otros. La
almirante del cielo Catherine Rogers, por ejemplo. Odia a la Horda y a Garrosh más
que todo.
—Si no recuerdo mal, esa mujer es de Costasur —comentó Sylvanas—, así
que dudo mucho que quiera colaborar con la Reina Alma en Pena de los Renegados.
—No tiene por qué saberlo. Nadie tiene por qué saberlo. Solo nosotros.
Sylvanas se quedó callada y pensativa.
—Podríamos esperar a ver si los Celestiales nos ahorran el esfuerzo.

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—No. Si deciden ser misericordiosos con él —dijo Vereesa enfatizando esa
palabra con desprecio—, no tendremos otra oportunidad. Debemos actuar mientras
el juicio prosiga. Mientras ambos bandos tengan acceso a él.
Al oír esas palabras, Sylvanas estalló en carcajadas.
— ¿Acceso? ¿No has visto que lo tienen fuertemente vigilado? Ni siquiera el
asesino más consumado sería capaz de penetrar en esa celda.
Vereesa sonrió. Seguía teniendo la misma cara que Sylvanas recordaba,
seguía teniendo esos mismos labios de los que habían brotado carcajadas cuando
su hermana era una niña. No obstante, esa expresión permitió a Sylvanas atisbar
un grado de crueldad que nunca habría esperado que su hermana mostrara.
—No —admitió Vereesa—. Un asesino, no. Pero hasta los prisioneros deben
comer, ¿verdad?
Quería envenenarlo. Por eso Vereesa había pensado en su hermana.
—Deseas que te facilite un veneno que nadie pueda detectar... un veneno
que aún no haya sido creado.
Vereesa asintió.
—Perfecto —dijo Sylvanas—. La verdad es que me avergüenza que este plan
no se me haya ocurrido a mí antes.
—Necesitaremos que alguien se infiltre en las cocinas, o que sea capaz de
manipular la comida en su lugar de origen —continuó hablando Vereesa—. O si
no, convencer a alguien en el que ya confíen para preparar las comidas.
Deberíamos...
—Espera un momento, antes de que sigas desbarrando con tus planes y
conspiraciones, por muy entretenido que me resulte —la interrumpió Sylvanas—.
No he dicho que vaya a participar.
— ¿Qué? ¡Pero si has dicho que era un plan perfecto!
—Oh, sí, lo es. Pero yo ya he sufrido bajo el yugo de un tirano con
anterioridad —replicó Sylvanas—. Y, aun así, desafié a mi creador. A pesar de que
Arthas me trajo de la muerte para atormentarme, él ya no está aquí y yo sí. También
desafié a Garrosh y también lo veré morir. —Entonces, se señaló a sí misma, a ese
cuerpo que era tan fuerte y tan hermoso, a su manera, que cuando aún respiraba,
aunque ahora era de un gris azulado y frío al tacto—. Y... soy una Renegada. Puedes
entender mi razonamiento. ¿Cuál es tuyo, hermanita?
— ¡No me puedo creer que me estés pidiendo esto!
—Lo estoy y te ruego que me respondas —le pidió con un tono de voz gélido—
¿Qué te ha hecho Garrosh para que hayas decidido tornar este camino?
— ¡Qué no me ha hecho! ¡Destruyó Theramore de una manera horrenda,
para la que no hay excusa posible! En esa ciudad, todos murieron de un modo...
terrible. No acabé siendo una más de ellos por pura suerte.
Sylvanas sacudió la cabeza de lado a lado. Si bien su cabello había sido de
un rubio muy claro cuando estaba viva, tanto que casi parecía tener un color
plateado, ahora era casi tan blanco como el de su hermana. En su día, Alleria había
comentado jocosamente que ellas eran las lunas de la familia, por lo cual las había
llamado lady Luna y Lunita, mientras que ella y Lirath (la hermana mayor y el
hermano menor) eran los soles, con su pelo brillante y dorado. Alleria...
—Esa no es la razón.

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—Los orcos han sido nuestros enemigos. Garrosh es la peor aberración que
ha engendrado esa raza y que aún respira. Su historia está plagada de monstruos
y barbarie demoníaca. ¡Nos arrebataron a nuestro hermano, Sylvanas! Y sabes que
Alleria se habría enfrentado a cualquiera para poder tener el honor de ser ella
misma quien acabara con Garrosh. Ella querría que hiciéramos esto.
Sylvanas frunció los labios.
—Aunque estoy de acuerdo con todo lo que dices, esa tampoco es la razón.
Vereesa tragó saliva con dificultad.
—No quieres hacerme daño. Quieres verme sufrir lo indecible.
—Quiero juzgar por mí misma cuáles son las simas de tu dolor, lo cual no
es lo mismo.
Vereesa formaba parte de la Alianza. Se había casado con un humano, con
el que había tenido hijos. Este había sido su hogar y ahí todavía había un sitio para
ella. Lo que estaba diciendo que quería hacer contravenía todas las leyes que la
Alianza afirmaba defender... aunque, ciertamente, también había villanos, asesinos
y ladrones entre sus filas.
Por un momento, Sylvanas pensó que su hermana se echaría atrás, a pesar
de que los Windrunner siempre habían hecho gala de una voluntad de hierro. Del
esbelto cuerpo de Vereesa se había apoderado tal tensión que parecía más tensa
que la cuerda de su arco, casi estaba temblando. Sylvanas aguardó con la paciencia
que solo pueden tener los muertos (otro don que Arthas le había concedido sin ser
consciente de ello) a que estallase la furia que percibía que bullía en su hermana.
Pero eso no ocurrió.
En vez de las llamas de la ira, lo que Sylvanas vio fue el agua de sus lágrimas,
unas lágrimas que anegaban los ojos de su hermana y le recorrían el rostro. Vereesa
ni siquiera se molestó en secárselas mientras hablaba.
—Me arrebató a Rhonin.
Eso era todo. No había ninguna otra razón.
Sylvanas se acercó a su hermana y la abrazó. Vereesa se aferró a ella como
si se estuviera ahogando.

CAPÍTULO QUINCE

Día Tres

Jefe de Guerra —dijo Tyrande, inclinando la cabeza.


Seguía siendo raro escuchar cómo se dirigían a otro con ese título, pensó
Go’el. No le parecía mal (no se había arrepentido ni un solo momento de esa
decisión y los ancestros sabían bien que Vol’jin era merecedor de ese título), pero
le resultaba... extraño. Se preguntó si alguna vez llegaría a acostumbrarse a eso de
verdad.
Vol’jin contestó con unos ojos relucientes y un cierto tono de malicia:
—Suma sacerdotisa.
—Has liderado a tu pueblo muchos años, y tu padre hizo lo mismo antes que
tú.

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—Eso es cierto.
—Ahora, tras el reino tiránico de Garrosh Hellscream...
—Con todo respeto, protesto —la interrumpió Baine, aunque no pareció
decirlo muy convencido.
—Después de que Garrosh Hellscream fuera derrotado —se corrigió a sí
misma
—Tyrande con suma delicadeza, como si no se hubiera producido ninguna
interrupción—, Go’el te designó como Jefe de Guerra. Ahora no solo lideras a los
trolls Darkspear, sino a todas la razas de la Horda... a pesar de que no eres un
orco.
— ¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Baine, quien esta vez sí dijo esta
frase con suma determinación—. ¡La capacidad del testigo para liderar a la Horda
no es objeto de debate en este juicio!
—Lord Zhu, intento demostrar ante el jurado que este testigo tiene
credibilidad —explicó Tyrande.
—Pues busca otra manera de hacerlo, Chu’shao —replicó Taran Zhu con
serenidad.
—Como desees. Vol’jin, tu pueblo sufrió terriblemente bajo el yugo de
Garrosh. Tú también, a un nivel más personal. ¿Puedes explicarle al tribunal todo
lo relativo a este asunto?
—Será un placer —contestó Vol’jin, cuya voz adquirió un tono más grave por
culpa de la ira acumulada—. Los trolls fuimos el primer pueblo de Azeroth en unirse
a la Horda cuando los orcos llegaron a este mundo. Hemos sido amigos leales de
los orcos, de Go’el, quien me pidió que fuera consejero de Garrosh. Hice todo cuanto
estuvo en mi mano para cumplir mi cometido, pero Garrosh decidió olvidarse de
que los trolls habían sido muy buenos amigos suyos.
— ¿Qué hizo en concreto?
—Prohibió a mi gente que pudiera vivir donde quisieran en Orgrimmar. Los
obligó a instalarse en una zona especial y decretó la ley marcial en las Islas del Eco.
—Eso no parecen unos actos propios de un líder que tiene como deber
representar a las diversas razas que componen la Horda —reflexionó Tyrande.
—Así es.
—Le expresaste tu preocupación al respecto, ¿verdad?
—Sí, en más de una ocasión.
— ¿Y admitió que había hecho eso? ¿Que había confinado a tu pueblo en
una zona marginal?
—Así fue.
—Me gustaría mostrar al jurado la primera Visión de este testigo—anunció
Tyrande, quien retrocedió para poder contemplar la escena, en la que se podía ver
al líder troll y al Jefe de Guerra en la sala del trono del Fuerte Grommash.
—No me repliques, troll —gruñó Garrosh—. Ya sabes a quién le dieron el
mando de la Horda. ¿O acaso todavía sigues preguntándote por qué Thrall me
escogió a mí en vez de a ti?
—Garrosh te concedió este título porque eres el hijo de Grommash y porque
la gente quería un héroe de guerra como líder.
Eso era cierto. A pesar de que tras la derrota del Rey Lich, la gente estaba
harta de guerras, seguían reverenciando a los héroes bélicos. Go’el había pensado

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que si legaba ese título por un breve espacio de tiempo a Garrosh, este aprendería
a canalizar adecuadamente sus energías. Pero se había equivocado de cabo a rabo.
Sin embargo, la imagen de Vol’jin no había acabado de hablar y añadió:
—Creo que te pareces más a tu padre de lo que crees, aunque no hayas
bebido esa sangre de demonio.
Garrosh lanzó un gruñido y se acercó al troll, mientras se estremecía
dominado por una furia que apenas lograba contener.
—Tienes suerte de que no te destripe aquí mismo, desgraciado.
— ¡Párala aquí! —gritó Tyrande bruscamente, y ambas figuras se quedaron
congeladas al instante como si se hallaran insertas en hielo—. Augustos
Celestiales... ahí mismo lo tienen; como han podido ver, Garrosh Hellscream, Jefe
de Guerra de la Horda, acaba de amenazar de muerte a Vol’jin de un modo explícito.
A continuación, asintió en dirección hacia Chromie, quien, al mover esas
manitas, hizo que la escena volviera a cobrar vida.
—Eres un necio si crees que puedes hablarle a tu Jefe de Guerra de ese
modo — afirmó Garrosh.
—No eres mi Jefe de Guerra. No te has ganado mi respeto y no voy a permitir
que destruyas la Horda por culpa de tu necia sed de guerra.
Vol’jin se mostraba sereno, calculador y frío, lo cual contrastaba con el
nerviosismo y la rabia de Garrosh.
— ¿Y qué piensas hacer exactamente al respecto? Tus amenazas me resultan
vacías. Vete con el resto de tu raza a esos suburbios de mala muerte. Un ser tan
asqueroso como tú no mancillará más con su presencia esta sala del trono.
La escena se detuvo y, acto seguido, se desvaneció. Tyrande negó con la
cabeza.
—“Vete con el resto de tu raza a esos suburbios de mala muerte”—repitió—
Una forma muy interesante de tratar y de hablar sobre una raza que había servido
de un modo tan leal a la Horda durante tanto tiempo.
—Eso mismo pienso yo.
—Así que, en vez de tratarte como un consejero respetable, tal y como había
ordenado Go’el, Garrosh obligó a los trolls a permanecer confinados en zonas que
él mismo describía como de “mala muerte” y te expulsó de la sala del trono. Además,
también te amenazó de muerte.
La tensión se apoderó de Go’el. El semblante casi indiferente de Vol’jin se
tornó serio.
—Hizo mucho más que amenazarme.
Echó la cabeza hacia atrás y les mostró una cicatriz protuberante, de color
azul pálido, que señalaba el lugar donde el cuchillo de un asesino le había
degollado. Go’el alzó la vista hacia los Celestiales y comprobó que se agitaban
inquietos y descontentos ante esa evidencia tan visible del odio de Garrosh.
Tyrande dejó que los murmullos recorrieran la estancia y, a continuación,
dijo:
—Me gustaría mostrar ese despreciable ataque, así como el papel que
Garrosh Hellscream jugó en él. ¿Chromie?
El ruido de multitud de roces recorrió todo el auditorio, ya que casi todos los
espectadores se acababan de enderezar en sus asientos y se habían inclinado un
poco más hacia delante. La historia de lo que le había sucedido a Vol’jin había

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corrido de boca en boca por toda la Alianza y la Horda. Si bien algunos solo tenían
un interés morboso en los detalles más sangrientos, otros tal vez solo pretendían
quitarse de encima algunas dudas.
—Jefe de Guerra, ¿podría hacemos el favor de explicamos lo que vamos a
ver?
—Por supuesto. Esto sucedió después de que la Horda desembarcara en las
costas de Pandaria. A los Darkspear no nos ordenaron acompañar al resto de la
Horda; además, yo pensaba que sería un error entrar en tromba en este lugar, pero
Garrosh estaba muy contento de tener una tierra... ¿qué fue lo que dijo...? Ah, sí,
“esta tierra es muy rica en recursos; madera, piedra, hierro, combustible y... gente”
—citó.
—Madera, piedra, hierro, combustible y gente —repitió una pensativa
Tyrande—. Para Garrosh, todo esto eran “recursos”. ¿Estás insinuando ante este
tribunal que crees que Garrosh pretendía esclavizar a los pandaren?
Un grito ahogado de espanto se extendió por toda la sala y Baine se puso de
pie como impulsado por un resorte.
— ¡Con todo respeto, protesto! —gritó—. Cualquier respuesta al respecto
será la mera opinión del testigo, nada más. ¡Jamás ha habido ninguna prueba de
que Garrosh deseara esclavizar a una raza entera!
— ¡No —replicó Tyrande—, alguien que trató tan bien a los troll jamás haría
algo así!
Los dos se encararon furiosos, por lo que Taran Zhu se vio obligado a hacer
sonar el pequeño gong con más fuerza de la habitual.
— ¡En este tribunal reinará el orden! ¡Quiero recordar a todos los presentes
que cualquier arrebato violento tendrá como castigo la reclusión hasta que
concluya el juicio! Chu’shao Whisperwind, a menos que puedas apoyar esa
acusación con algo muy sólido, te sugiero que cambies de estrategia.
—Tú mismo dijiste que la opinión de los testigos sería admisible a lo largo
del proceso, Fa’shua.
Taran Zhu permaneció callado un instante y, acto seguido, suspiró.
—Sí, así es. Por favor, reformula la pregunta de un modo más apropiado.
Tyrande se volvió hacia Vol’jin.
—Jefe de Guerra, ¿qué crees que Garrosh quería decir con esas palabras?
—No creo que pretendiera “esclavizarlos”, tal y como pretendes sugerir,
Chu’shao Whisperwind. Creo que, simplemente, quería contar con nuevos reclutas
para luchar. Su grito de guerra era: ¡Irrumpan en la costa y tiñan de rojo el nuevo
continente!
— ¿De rojo con sangre? Así que no quería esclavizarlos, pero sí quería
exterminarlos, ¿no?
— ¡Chu’shao! —le espetó Taran Zhu antes de que Baine pudiera siquiera
levantarse de la silla—. Deja de poner palabras en boca del testigo que este no ha
dicho o tendré que reprenderte.
Tyrande hizo una reverencia y alzó una mano.
—Entendido, Fa’shua. Por favor, continúa, Jefe de Guerra.
—Creo que su intención era convertir Pandaria en un territorio de la Horda.
Mucha gente lucha por la Horda, y el color de esta es el rojo. Creo que eso era lo
que quería decir.

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—Pero ¿no estás seguro?
—Solo puedo contarte lo que he oído y lo que yo pienso al respecto.
—Por supuesto —respondió Tyrande.
Go’el sintió un tremendo respeto por la integridad que acababa de demostrar
Vol’jin, y no era la primera vez. Solo era una opinión, y el troll podría haber mentido
muy fácilmente al respecto. Pero no lo había hecho. Aun así, Tyrande había sacado
el tema a colación y había plantado la semilla de la duda; a partir de ahora, ni el
jurado ni los espectadores podrían evitar preguntarse qué había pretendido decir
realmente Garrosh con esas palabras.
—Así que... la Horda había llegado a Pandaria —dijo de repente Tyrande.
—Sin los Darkspear. Fui a hablar con Garrosh, quien se mostró furioso y me
habló de malos modos como en la anterior ocasión, aunque luego pareció
reconsiderar su postura.
—Gracias. ¿Chromie?
La pequeña dragón bronce saltó para encaramarse a la mesa y activó la
Visión del Tiempo. La escena se manifestó de inmediato.
—Ahí radica la diferencia entre tú y yo, Vol’jin —dijo el Garrosh del pasado—
No dejaré que mi pueblo se muera de hambre en el desierto. No me detendré ante
nada —nada— para poder asegurar un futuro orgulloso y glorioso a los orcos y
cualquiera que tenga el coraje de apoyarnos. Espera un momento.
Se alejó un poco y habló en voz baja con uno de los Kor’kron. Rak’gor
Bloodrazor. Go’el frunció el ceño y se preguntó por qué Tyrande no había permitido
que el jurado escuchara esa conversación entablada entre susurros. Garrosh volvió
a acercarse al troll un momento después con una sonrisilla de suficiencia dibujada
en la cara.
—Hay algo que puedes hacer para demostrar tu valía a la Horda, troll. Una
misión que te llevará al mismo corazón de este continente.
—Iré —replicó Vol’jin, aunque añadió—, pero solo como testigo y en nombre
de mi pueblo. Alguien debe mantenerte vigilado, Garrosh.
La escena se detuvo y, al instante, se esfumó. Tyrande se giró hacia Vol’jin.
—¿Puedes explicarnos qué sucedió en esa misión que Garrosh les asignó
tanto a Rak’gor Bloodrazor como a ti?
—Partimos en busca de un grajero saurok —respondió Vol’jin—. Los
exploradores habían informado de que en esas cuevas había una magia muy
antigua. Garrosh quería que echáramos un vistazo.
— ¿Y qué descubrieron?
Vol’jin respiró muy hondo y, entonces, contestó:
—Esas cuevas resultaron ser... preternaturales. Bloodrazor me había dicho
que Garrosh había descubierto que los saurok y los mogu estaban relacionados.
Y... tenía razón.
Otra escena más apareció en el centro de esa estancia. Esta vez, Vol’jin,
Bloodrazor y unos cuantos más a los que Go’el no conocía se hallaban en una
oscura y húmeda caverna. El cadáver de un saurok colosal se desangraba
lentamente en esa agua estancada que les llegaba a la altura de los tobillos. Había
huevos por todas partes... Vol’jin había encontrado el grajero. Se le escapó un leve
gruñido y, cuando habló, lo hizo con una voz grave y temblorosa... por culpa de la
rabia.

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—Esos mogu... han utilizado una magia muy perversa y tenebrosa. Estos
saurok no han nacido, sino que han sido creados. Se ha moldeado y retorcido su
carne. —Sacudió la cabeza, asqueado—. ¡Aquí se ha empleado magia muy siniestra,
colega!
Se volvió hacia Bloodrazor, con el arma alzada, pues claramente esperaba la
orden de destruir todos los huevos.
Sin embargo, el orco esbozó una amplia sonrisa muy cruel.
— ¡Sí! —exclamó Bloodrazor—. El poder de moldear la carne para crear
guerreros. ¡Eso es lo que desea el Jefe de Guerra!
Go’el apartó la mirada de esa escena y observó las reacciones del jurado y
los espectadores. Como era habitual, daba la sensación de que los Celestiales
permanecían impasibles, pero eran los únicos. El resto de los que acababan de
escuchar ese comentario cruel mostraban unas expresiones que iban desde la
náusea hasta la furia pasando por toda una amplia gama de emociones
intermedias.
— ¿Garrosh quiere jugar a ser dios? —gritó la imagen de un Vol’jin
encolerizado—. ¿Quiere crear monstruos? ¡Ese no es el objetivo de la Horda!
Esa era la frase, pensó Go’el. La frase que, aunque no la hubiera escuchado
nadie en su día, salvo esos pocos camaradas de Vol’jin presentes en esa cueva,
ahora había sido dada a conocer al mundo.
La que había inspirado a Go’el cuando había ayudado a Vol’jin a
reconquistar las Islas del Eco. La que había permitido al líder troll aferrarse a la
vida y recuperarse de una manera muy difícil para poder defender esa Horda que
era como su misma familia. Era esa verdad la que había evitado que Varian hiciera
lo mismo que Garrosh pretendía hacer con los sha, la que había hecho que el rey
humano se negara a tomar Orgrimmar y ocuparla.
Ese no es el objetivo de la Horda.
Y nunca lo sería.
Sin embargo, eso era lo que había querido hacer Garrosh con ella, así que la
escena prosiguió de manera implacable.
Bloodrazor se aproximó a Vol’jin y este le lanzó una mirada furibunda. El
orco arrugó la nariz e hizo un gesto de repugnancia, como si acabara de oler un
hedor horrible.
— ¡Él sabía que eras un traidor! —rugió y, a pesar de que Go’el intuía qué
iba a suceder a continuación, incluso él se sorprendió ante la rapidez con la que se
movió ese corpulento Kor’kron ataviado con una armadura. El cuchillo trazó un
arco realmente fugaz, y la sangre manó a raudales de la garganta desgarrada del
troll mientras caía al suelo.
La multitud lanzó un grito ahogado. La escena se desvaneció.
—Zazzarik Fryll, ¿quieres hacer el favor de leer los cargos tres, cuatro, cinco
y siete de nuevo? —le pidió Tyrande al secretario del tribunal.
El goblin carraspeó, rebuscó entre varios pergaminos y, acto seguido,
procedió a leer en voz alta:
—Asesinato.
Tyrande alzó una mano para interrumpirlo y el goblin se detuvo,
parpadeando tras esas gafas.

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—Asesinato —repitió la elfa, quien levantó el dedo índice—. Es decir, ordenar
a un miembro de los Kor’kron que degollara a Vol’jin si no se mostraba de acuerdo
con el cruel plan de Garrosh.
Por favor, continúa.
—Hum... Desplazamiento forzado de población —dijo el goblin, quien la miró
expectante.
Tyrande levantó otro dedo más, para seguir contando cada uno de los cargos.
—Es decir, prohibir a los trolls, quienes son unos miembros respetados y
muy útiles para la Horda, vivir en ciertas zonas.
—Desaparición forzosa de ciertos individuos.
Ya iban tres.
—Es decir, enviar a Vol’jin a realizar una misión en compañía de Bloodrazor,
sabiendo perfectamente que lo más probable era que Vol’jin acabara siendo
asesinado.
—Intento de esclavizar a una población.
—Es posible que pretendiera esclavizar Pandaria, pero de lo que no hay duda
es de que los saurok que sufrieron mutaciones no se presentaron voluntarios.
—Con todo respeto, protesto —la interrumpió Baine—. Garrosh no es
responsable de lo que sucedió con los saurok.
—Estoy de acuerdo con la defensa —aseveró Taran Zhu.
—Así es, pero la Visión del Tiempo ha dejado muy claro que eso era lo que
deseaba —le espetó Tyrande, de modo que Taran Zhu se vio obligado a asentir.
—Permitiré que se utilice la expresión que “expresó su deseo de
esclavizarlos” —replicó el pandaren.
—Tortura —añadió el goblin.
—Siempre que admitamos que Garrosh planeaba hacer algo similar a lo que
les ocurrió a esos saurok... cuya carne fue deformada y retorcida, violada y
moldeada. Este orco pretendía engendrar a ciertos seres de este modo por puro
capricho, sin ninguna otra razón. —A continuación, señaló a Vol’jin—. Con este
único testigo, tenemos pruebas más que suficientes para demostrar casi la mitad
de los cargos de los que se acusa a Garrosh Hellscream. ¡La mitad! No obstante,
hay muchos otros que también podrían atestiguar que este orco cometió
asesinatos, torturas y otros actos despreciables, tal y como ha confirmado Vol’jin.
Él...
—Fa’shua —dijo Baine con una voz potente—, si la acusación ha acabado
con su tanda de preguntas al testigo y ahora debe recurrir a la pura oratoria, me
gustaría que se me concediera la oportunidad de interrogarlo.
Era un ataque directo en toda regla. Las mejillas de Tyrande adquirieron un
color púrpura más intenso.
— ¿Tienes más preguntas para el testigo, Chu’shao Whisperwind? —inquirió
Taran Zhu con mucho tacto.
—Hay una escena más que desearía mostrar, Fa’shua, si se me permite. Es...
extremadamente importante, pues ya solo queda viva una persona de las que
participó en esa conversación.
—Entonces, procede, por supuesto.
Tyrande, que había recuperado la compostura, hizo un gesto de
asentimiento dirigido hacia Chromie.

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En un principio, Go’el se sintió un tanto confuso. Tyrande les volvía a
mostrar algo que acababan de ver; la escena en que Garrosh insultaba a Vol’jin y,
a continuación, iba a hablar en privado con Rak’gor.
Pero esta vez, todos pudieron escuchar lo que Garrosh decía a su
guardaespaldas Kor’kron.
—No tengo ninguna duda de que serás capaz de confirmar mis sospechas —
dijo la imagen de Garrosh, que se dirigía únicamente a Bloodrazor—. Fíjate en cómo
reacciona el troll. Si aprueba el plan, vivirá. Si no... es que es un traidor y lo
degollarás.
La escena se congeló. Tyrande avanzó y se colocó justo delante de la
descomunal imagen de Garrosh, cuyo rostro estaba paralizado en ese instante en
que mostraba una mirada engreída y maliciosa. La elfa pasó de mirar al orco de la
Visión al de verdad.
El Garrosh real permanecía prácticamente impasible, lo cual contrastaba
tremendamente con el Hellscream casi caricaturescamente presuntuoso del
pasado. Tenía los ojos clavados en Tyrande y no en la escena que esta acababa de
presentar. La elfa estaba muy erguida y llevaba la cabeza bien alta. Era hermosa y
terrible en su justa furia; parecía una implacable diosa de la justicia que no conocía
la templanza de la piedad ni las cadenas de la compasión, cuyo pecho ascendía y
descendía rápidamente al respirar aguadamente, cuyo pulso era perfectamente
visible en ese cuello largo y esbelto. La tensión se apoderó de Go’el, pues sabía qué
iba a venir a continuación. Un discurso apasionado e iracundo teñido de la
repugnancia que provocaban las simas de la estulticia hasta las que se había
hundido el hijo de Hellscream. No iba a carecer de apoyos a la hora de vituperar a
Garrosh. La sala estaba a punto de estallar.
Entonces, la sacerdotisa habló por fin.
—Ya sabemos la verdad.
Esas palabras fueron pronunciadas con una voz muy templada que pudo
escucharse a través de esa estancia consternada y sumida en el silencio. Miró
fijamente a Garrosh un instante más. Acto seguido, sus labios se curvaron para
esbozar su desprecio de un modo más elocuente que cualquier otra cosa que
hubiera podido decir y le dio la espalda.
—No hay más preguntas.

CAPÍTULO DIECISÉIS

Baine se devanaba los sesos de manera frenética, pues intentaba


desesperadamente dar con algo con lo que pudiera tener la más mínima
oportunidad de reparar el daño que Tyrande acababa de infligir a su defendido.
Vol’jin era amigo de Baine. Siempre había respetado a ese troll y, desde la
muerte de Cairne, había entablado una amistad aún más profunda con él. No
deseaba interrogar a Vol’jin, ni cuestionar su interpretación de los acontecimientos,
ni intentar desacreditarlo ante el jurado. No obstante, había sido el propio troll
quien lo había animado a defender a Garrosh en un principio.

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—Jefe de Guerra Vol’jin... eres un troll honorable, tanto la Horda como la
Alianza son perfectamente conscientes de ello. Nadie pretende negar que intentaron
atentar contra tu vida, ni que los trolls se vieron obligados a exiliarse a las zonas
menos respetables de Orgrimmar.
Vol’jin aguardó expectante a que el tauren prosiguiera.
—Ahora que has asumido el manto de Jefe de Guerra —señaló Baine—, te
has visto obligado a tomar algunas decisiones extremadamente difíciles. ¿Puedo
preguntarte qué política sigues con respecto a los traidores?
— ¡Con todo respeto, protesto! —Tyrande se levantó como un rayo—. ¡Tal y
como has señalado con anterioridad, Fa’shua, la capacidad del testigo para liderar
a la Horda no es objeto de debate en este proceso!
—Fa’shua —replicó Baine—, no estoy cuestionando su capacidad, sino
simplemente le interrogo sobre cuál es la política que aplica en esos casos.
Taran Zhu ladeó la cabeza.
—Confío en que la pregunta sea relevante respecto a este caso, Chu’shao.
—Lo es.
— Más te vale. Estoy de acuerdo con la defensa. Procede.
—No he tenido la oportunidad de tener que tratar con alguien que me haya
traicionado —contestó Vol’jin, quien acto seguido añadió—. Aún no.
La sutil expresión de simpatía que había dominado su rostro había dado
paso a cierto recelo.
—Espero que nunca tengas que hacerlo —dijo Baine—. Pero tú mismo has
deseado ejecutar a Garrosh por lo que hizo.
—Así es.
—Así que estarías dispuesto a ejecutar a cualquiera que, según tu opinión
como Jefe de Guerra, hubiera traicionado a la Horda, ¿verdad?
La tensión se palpaba en el ambiente en esa sala y, por primera vez desde el
inicio del juicio, el peso de esta no recaía sobre Garrosh.
A Baine se le erizaron los pelos del cogote, pero sabía que ya no podía echarse
atrás.
—Sí, siempre que...
—Limítate a responder la pregunta, Jefe de Guerra, por favor.
Vol’jin lo miró inquisitivamente y, a continuación, respondió a
regañadientes:
—Sí.
Baine se giró y se sintió aliviado por no tener que mirar ya más a Vol’jin. En
ese instante, asintió en dirección a Kairoz, el cual había permanecido sentado y
muy callado, con una expresión cada vez más seria, pues sin duda alguna ansiaba
poder utilizar sus habilidades, por lo cual prácticamente se levantó de un salto
para manipular la Visión del Tiempo.
Baine resopló con fuerza y tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir
las terribles ganas de pisotear el suelo sin parar que lo habían invadido al
contemplar la escena que ahora se manifestaba. Ahí se hallaban Garrosh y Vol’jin
conversando; era la misma escena que Tyrande les había mostrado, pero la elfa de
la noche que ejercía la acusación la había hecho concluir de un modo prematuro.
Baine quería que el jurado la viera hasta el final. Presa de la ansiedad, movió la
cola mientras observaba.

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—No eres mi Jefe de Guerra —dijo la imagen de Vol’jin con un tono de voz
sereno—. No te has ganado mi respeto y no voy a permitir que destruyas la Horda
por culpa de tu necia sed de guerra.
—Páralo ahí —ordenó Baine, quien se giró para mirar hacia los Augustos
Celestiales, a quienes contempló con suma intensidad—. Esto es muy importante,
así que voy a recalcarlo. Lo que acaban de ver ahora mismo, con esta prueba que
todos sabemos incontestable, es lo siguiente: un súbdito de la Horda acaba de decir
al orco que fue designado como sucesor por el legítimo Jefe de Guerra, y cito
textualmente: “No eres mi Jefe de Guerra”.
Con un gran sentido del dramatismo y la oportunidad, Kairoz detuvo la
escena un momento, para que pudieran asimilar la importancia de lo que acababa
de decir Baine, y acto seguido hizo que la escena se reanudara.
— ¿Y qué piensas hacer exactamente al respecto? Tus amenazas me resultan
vacías. Vete con el resto de tu raza a esos suburbios de mala muerte. Un ser tan
asqueroso como tú no mancillará más con su presencia esta sala del trono.
—Sé perfectamente qué voy a hacer, hijo de Hellscream. Esperaré a que la
gente se vaya dando cuenta poco a poco de lo inepto que eres. Me reiré al ver cómo
cada vez te desprecian más y más, tanto como te desprecio yo. Y cuando llegue el
momento adecuado, cuando hayas fracasado de un modo total y tu “poder” carezca
ya de contenido y sentido, estaré ahí dispuesto a acabar con tu reinado rápida y
silenciosamente.
La escena se detuvo y la gente se agitó en sus asientos.
—Vol’jin ha llamado “inepto” a un Jefe de Guerra elegido de un modo
legítimo. Ha afirmado que “desprecia” a Garrosh. Y lo ha amenazado con “acabar
con su reinado”. Esas palabras solo se pueden considerar de una manera: como
un acto de traición. ¿Y qué destino aguarda a los traidores a la Horda, según Vol’jin,
su actual líder?
— ¡Con todo respeto, protesto! —Por primera vez desde el comienzo del juicio,
Tyrande parecía realmente fuera de sí. El tauren había logrado perturbar a la
siempre serena elfa de la noche—. ¡La defensa está hostigando al testigo!
—Pero si ni siquiera se está dirigiendo al testigo —la corrigió Taran Zhu.
— ¡Lo que Vol’jin hizo o dejara de hacer, lo que dijo o dejara de decir, no es
relevante! —exclamó Tyrande.
—Con todo respeto, Fa’shua, creo que sí lo es —replicó Baine—. Creo que
Garrosh se sentía amenazado por Vol’jin, al que consideraba un traidor. Creo que
es perfectamente posible que Garrosh intuyera que su propia vida corría peligro.
—Hasta ahora, solo he escuchado cómo expresaba su descontento y su
enfado, quizá de un modo irrespetuoso, Chu’shao—señaló Taran Zhu—. Así como
una amenaza, si se puede calificar así, en la que se señala que Garrosh podría dejar
de liderar a la Horda. No obstante, Go’el renunció a su cargo de un modo pacífico
y designó como sucesor a Garrosh. Si bien Vol’jin se muestra claramente
descontento e irrespetuoso, no veo que realice ninguna amenaza directa a la
integridad física del acusado.
Ya podía parar, pues había dejado bien claro su argumento; Garrosh podría
haber estado actuando legítimamente cuando había ordenado asesinar a Vol’jin,
pues tenía derecho a matarlo si percibía que el troll intentaba derrocarlo. Sin
embargo, Baine sabía que eso no sería suficiente. Los Augustos Celestiales habían

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visto cómo Garrosh ordenaba actuar violentamente contra Vol’jin. Tenía que
obligarlos a ver la otra cara de la moneda.
A pesar de que odiaba tener que hacer esto, como estaba tremendamente
decidido a cumplir su cometido, Baine dijo:
—Pido permiso para poder mostrar el final de esta conversación. Creo que
es extremadamente relevante para este caso.
Taran Zhu los miró a todos y, al instante, asintió.
—Procedan.
Como Baine era incapaz de mirar ni al verdadero Vol’jin ni a su imagen,
mantuvo los ojos clavados en los Celestiales mientras la Visión del nuevo líder de
la Horda hablaba.
—Te pasarás tu reinado mirando siempre lo que hay a tu espalda y temiendo
a las sombras.
Baine cerró los ojos brevemente, y el troll prosiguió:
—Porque cuando llegue el momento y tu sangre mane lentamente, sabrás
exactamente quién disparó la flecha que atravesó tu negro corazón.
—Has sellado tu destino, troll —le espetó el Garrosh del pasado, quien
escupió a los pies de solo dos dedos de Vol’jin.
—Y tú el tuyo, “Jefe de Guerra”.
La imagen se desvaneció.
Silencio. Baine seguía sin ser capaz de mirar a Vol’jin a la cara, así que
centró su atención en Taran Zhu.
—No tengo más preguntas para este testigo, Fa’shua.
El pandaren asintió y contempló a Baine con una mirada en la que al tauren
le dio la sensación de que había un leve destello de compasión.

CAPÍTULO DIECISIETE

La puerta del pasillo se cerró de manera estruendosa a espaldas de Anduin


y, una vez más, se quedó a solas en esa habitación con ese genocida.
Anduin se sirvió un vaso de agua y bebió. Se percató de que esta vez la mano
no le temblaba tanto. Garrosh, que se encontraba encadenado como era habitual,
estaba sentado sobre las pieles de dormir mientras observaba al príncipe humano.
—Me gustaría saber qué piensas sobre el testimonio de Vol’jin —afirmó
Garrosh.
Anduin apretó los labios.
—Si vamos a respetar nuestro acuerdo, esta vez deberías ser tú el que me
cuente algo primero.
Garrosh se rio entre dientes, con unas risas profundas y melancólicas.
—Entonces, he de decir que creo que hoy han muerto todas las esperanzas
de que pudiera salir de esta celda tomando otro camino que no sea el del patíbulo.
—Ya, las cosas no... no han ido bien —reconoció Anduin—. Pero ¿qué te hace
aseverar eso en concreto?
Garrosh lo miró fijamente como si pensara que era tonto.

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—Amenacé a Vol’jin, expulsé a su pueblo e intenté asesinarlo. Seguro que
eso es más que suficiente.
Anduin se encogió de hombros.
—Él también te amenazó a ti, se mostró irrespetuoso contigo, a pesar del
título que ostentabas, y juró que te mataría delante de tus mismas narices. Cabe
la posibilidad de que alguno de sus seguidores estuviera preparado para ejecutar
esa amenaza en Orgrimmar si él, al final, no podía llevarla a cabo. Tal vez
expulsaste a su gente no porque los odiaras, sino porque los temías.
El orco se puso en pie gritando a tal velocidad que Anduin se echó hacia
atrás. Al oír ese bramido de furia, los hermanos Chu se acercaron corriendo.
— ¡No pasa nada! —exclamó Anduin, a la vez que alzaba una mano y
esbozaba una sonrisa forzada—. Solo estamos... discutiendo.
Li y Lo se miraron mutuamente. Li escrutó detenida y lentamente a Garrosh.
—A mí me ha parecido que hacían algo más que discutir.
Aunque el orco permaneció callado, respiraba con dificultad y de manera
acelerada, a la vez que cerraba y abría los puños continuamente.
—Pues no —replicó Anduin.
Entonces, Lo dijo con suma calma:
—Prisionero Hellscream, haz el favor de controlarte. Hablar con Su Alteza es
un privilegio, que será revocado de inmediato si creemos que se halla en peligro.
¿Lo entiendes?
Por un instante, dio la impresión de que Garrosh iba a intentar atravesar
esos barrotes para alcanzar a Lo. Sin embargo, al final, se sentó y las cadenas
tintinearon.
—Lo entiendo —contestó todavía enfadado, pero ya más calmado.
—Muy bien. ¿Deseas continuar, alteza?
—Sí —respondió Anduin—. Ya pueden irse. Gracias.
Los hermanos hicieron una reverencia y se marcharon, aunque Li le lanzó
otra mirada de advertencia al orco antes de subir por la rampa y desaparecer de su
vista.
—Te habría matado si estos barrotes no se hubieran interpuesto entre
nosotros —masculló Garrosh.
—Lo sé —replicó Anduin, quien no sentía temor alguno, lo cual era extraño—
Pero ahí están.
—En efecto. —Garrosh respiró hondo y continuó—: No temía que intentaran
acabar con mi vida de un modo cobarde. Jamás he temido a Vol’jin.
—Entonces, ¿por qué no lo retaste al mak’gora? —le espetó Anduin, quien
ya se había recuperado del susto por completo—. ¿Por qué hiciste algo tan taimado,
algo que va en contra de sus propias tradiciones, si no temías que pudiera vencerte
en una lucha justa? Actuaste tal y como actúan los cobardes. Como solía actuar
Magatha.
—Creía que eras un hombre de honor, pero eso ha sido un golpe bajo,
mocoso.
—Digo la verdad, Garrosh. Eso es lo que te enerva, ¿verdad? No lo que
piensan los demás sobre ti, sino lo que tú piensas acerca de ti mismo.
Si bien Anduin esperaba que sufriera otro ataque de ira, esta vez Garrosh se
guardó esa furia para sí, puesto que solo sus ojos reflejaban esa cólera.

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—No he olvidado las tradiciones de mi pueblo —aseveró, con un tono tan
bajo que Anduin tuvo que hacer un esfuerzo para poder escucharlo—. Te repito lo
que le dije a Vol’jin. Si estuviera libre, no me detendría ante nada para asegurarme
de que los orcos tengan un futuro orgulloso y glorioso... así como todo aquel que
tenga el coraje de apoyamos.
— ¿Y si la Alianza te apoyara?
— ¿Qué?
— ¿Qué pasaría si la Alianza te apoyara? ¿De verdad te preocupa el orgullo
y la gloria de la raza orco, o solo tu propio orgullo y tu propia gloria?
El príncipe no había meditado estas palabras, sino que fluyeron por su boca
como si tuvieran vida propia. Mientras Anduin las pronunciaba, se dio cuenta de
que eran absurdas; sin embargo, una vocecilla en su interior le susurraba: No, no
son absurdas. Es perfectamente posible que algún día pueda reinar la paz. Nadie
debía renunciar a ese futuro. Si aunaban esfuerzos, si colaboraban buscando el
bien común... eso inspiraría verdadero orgullo y, de este modo, podrían alcanzar
una gloria duradera, ¿no?
¿Acaso no sería eso lo que haría un verdadero héroe en vez de matar?
Un estupefacto Garrosh lo miró fijamente, un tanto boquiabierto e incrédulo.
Anduin respiró con calma mientras ese momento de silencio se prolongaba.
No se atrevía a hablar de nuevo, pues temía quebrar esa magia.
Al final, fue Garrosh quien habló.
—Vete de aquí.
El príncipe se llevó tal decepción que todos sus huesos se sumieron en una
agonía, como si estuvieran entonando un canto fúnebre.
—Mientes, Garrosh Hellscream —replicó Anduin con una voz serena y
triste—. Sí que hay algo ante lo cual te detendrías. Ante la paz.
Y sin mediar más palabra, Anduin se levantó, subió por la rampa y llamó a
la puerta. Acto seguido, esta se abrió en medio de un gran silencio y se marchó,
mientras notaba en todo momento la mirada de Garrosh clavada en la espalda.

***
Jaina se encontraba sola en el interior de su tienda en el Alto Violeta y se
estaba aseando antes de cenar. Este alto, que se hallaba al noroeste del Templo del
Tigre Blanco, era la base de operaciones de la Ofensiva del Kirin Tor, aunque en
esos momentos daba cobijo a Varian y Anduin, así como a varios poderosos magos,
a Vereesa, a Kalecgos y a ella misma. Se cambió, se puso una túnica menos formal
y se lavó la cara con el agua de una palangana. Estaba bastante contenta. El
testimonio de Vol’jin había sido crucial. Aunque nunca había tratado con ese troll,
y la Luz bien sabía que su raza siempre había sido muy peligrosa para los humanos
y otros miembros de la Alianza antes incluso de la aparición de la Horda, haberlo
oído hablar sobre la diversidad de razas que se agrupaban bajo el estandarte de la
Horda había resultado divertido, en cierto sentido, si se tenía en cuenta que los
trolls en el pasado siempre se habían considerado una raza superior. Sí, las
palabras que Vol’jin había pronunciado ante el tribunal la habían animado en grado
sumo.
— ¿Jaina?
— ¡Kalec! —exclamó—. Pasa.

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Este alzó el trozo de tela que tapaba la entrada pero no entró. El buen humor
de la archimaga flaqueó al verle la cara.
— ¿Qué pasa?
— ¿Me harías el favor de dar un paseo conmigo?
A pesar de que estaba lloviendo —siempre parecía estar lloviendo en este
lugar—, Jaina respondió:
—Por supuesto.
Acto seguido, salió de la tienda y dejó que la tela cayera para tapar la
entrada. Se agarraron de la mano. Jaina le comentó a Nelphi, un joven y servicial
aprendiz que ayudaba a todos los magos del Alto Violeta, que iban a estar fuera un
rato, pero que no demorara la cena si todos los demás ya la estaban esperando.
Cruzaron una amplia plaza pavimentada donde otros magos iban de aquí
para allá en medio de la llovizna. Todavía cogidos de la mano y en silencio, bajaron
por una enorme escalera, que en su día habían pisado los mogu y llevaba hacia el
mar, al que llegaron tras abrirse paso por unos cortos caminos muy mal
conservados. Al girar a la izquierda para atravesar el Matorral Maderasombra,
Jaina se dio cuenta de que Kalec la llevaba hacia una pequeña playa situada al
final de un sendero sinuoso. Los guardianes arcanos apostados ahí para vigilar el
lugar no les prestaron atención, sino que siguieron desplazándose de aquí para allá
para cumplir con las instrucciones que debían seguir para poder vigilar la zona.
Jaina se centró en pisar con cuidado esos adoquines tan antiguos y resbaladizos
por culpa de la lluvia, al mismo tiempo que cada vez más estaba más segura de
que la conversación que estaban a punto de mantener no le iba a agradar en
absoluto.
En cuanto pisó esa estrecha playa, Jaina no pudo evitar acordarse del día
en que había caminado por una arena similar, por la Playa Tenebruma, que se
había hallado junto a esa ciudad amurallada que ya no existía. Recordó haber visto
cómo el dragón azul surcaba el cielo en busca de un lugar donde aterrizar y cómo
había echado a correr para reunirse con él.
A Kalec se le había iluminado el rostro de alegría al verla y habían hablado
sobre la gente que había venido a ayudarla a combatir a la Horda. Jaina había
expresado su preocupación por que los generales se estaban tomando la inminente
batalla como algo personal.
Se acordó de lo que le había dicho a él en esos instantes: “Si alguien tendría
que sentirse muy amargada y dominada por el odio, esa debería ser yo. Aun así, he
oído a algunos de ellos referirse a la Horda... con unos términos tan insultantes y
crueles... que me siento muy arrepentida... Mi padre no solo quería vencerlos. Él
odiaba a los orcos. Quería aplastarlos. Borrarlos de la faz de Azeroth. Al igual que
algunos de estos generales”.
Anduin había estado en lo cierto. La gente sí que cambia. Ahora ella era
como aquellos a los que en su día había criticado.
Había sido entonces cuando Kalec le había expresado por primera vez y de
manera titubeante que deseaba ser más que un amigo para ella. También le había
prometido que la ayudaría a defender su hogar. “No hago esto ni por la Alianza ni
por Theramore, sino por la dama de Theramore”. Acto seguido, él le había besado la
mano.

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Habían intimado aún más cuando Kalec había tenido que luchar para
librarse de la influencia que había ejercido sobre él una reliquia que le había
revelado el verdadero origen de la creación de los Aspectos de Dragón. Sin embargo,
los acontecimientos de los últimos meses los habían distanciado de nuevo; además,
él había llegado a Pandaria hacía muy poco tiempo. Ahora, Kalec la contemplaba
con amor, pero también con tristeza, por lo cual ella sintió un escalofrío que no era
causado por el aire fresco procedente del mar.
Por un momento, Jaina se limitó a observar los navíos de la Alianza que se
hallaban en la mar, así como la hermosa luz violeta de la parte superior de la torre,
que flotaba en el aire a una buena distancia de la plataforma de levitación situada
debajo. Unos signos con la forma del ojo del Kirin Tor la rodeaban. Para Jaina, se
asemejaba mucho a un faro; a una luz en la tormenta.
Se rio por lo bajo y comentó con un leve toque de humor negro:
—Primero un pantano y luego bajo la lluvia. Uno de estos días, vamos a tener
que buscarnos una buena playa.
Como su amado no contestó con ninguna ocurrencia, sintió que algo se le
helaba por dentro. Tomó aire con fuerza, se volvió hacia él y le cogió ambas manos.
— ¿Qué ocurre? —preguntó, a pesar de que temía saber ya la respuesta.
A modo de contestación, Kalec la rodeó con sus brazos, la abrazó con fuerza
y apoyó una mejilla sobre su cabello blanco. Ella le rodeó la cintura con los brazos
e inhaló su aroma, a la vez que escuchaba sus latidos. No obstante, quizá
demasiado pronto, él se separó de Jaina y la miró.
—Has pagado un alto precio por esta guerra —afirmó Kalec—. Y no me refiero
solo físicamente. —Entonces, le apartó un mechón que le tapaba los ojos, dejando
así que la única mecha que le quedaba con el color original de su cabello dorado se
le enredara entre los dedos—. Te has vuelto tan...
— ¿Dura? ¿Amargada?
Tuvo que hacer un esfuerzo para que su tono de voz no transmitiera las
sensaciones que definían esas palabras.
Él asintió con pesar.
—Sí. Es como si las heridas que has sufrido jamás se cerraran.
— ¿Quieres que te haga una lista con todo lo que me ha pasado?—replicó
con brusquedad, pero no se arrepintió de contestar de ese modo—. ¡Tú mismo
estuviste presente en algunos de esos acontecimientos!
—Pero no en todos. Por ejemplo, no me pediste que te acompañara a
Pandaria.
La archimaga clavó la mirada en el suelo.
—No. Pero eso no quiere decir que yo no...
—Lo sé —la interrumpió con sumo tacto—. Pero aquí estoy ahora, y me
alegro de que sea así. Y espero seguir a tu lado, pase lo que pase. Quiero ayudar,
Jaina, pero me da la sensación de que te gusta ese lugar siniestro al que ha ido a
parar tu corazón. Te observo en el juicio todos los días y veo a alguien que odia
mucho más que ama. Garrosh quizá te haya empujado hacia ese lugar, pero eres
tú quien ha decidido quedarse ahí libremente.
Jaina retrocedió sin apartar la mirada de él.
— ¿Acaso crees que esto me gusta? ¿Qué me gusta tener pesadillas y
sentirme tan furiosa que casi estoy a punto de explotar? ¿No crees que tengo

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derecho a sentirme satisfecha —no, más bien, exultante— porque alguien que ha
hecho cosas tan horribles va a recibir su merecido?
—No creo que te guste y sí creo que tienes derecho a sentirte así. Lo que me
preocupa es que no dejes atrás esos sentimientos una vez haya acabado este juicio.
Una vena palpitó en una de las sienes de la archimaga y esta se llevó una
mano hacia esa zona.
— ¿Por qué crees que no lo haré?
—Recuerda lo mucho que insististe para convencer a Varian de que debía
desmantelar la Horda.
—No me puedo creer que...
—Escúchame, por favor —le imploró—. Piensa por un momento en cómo te
habrías sentido si Varian hubiera hecho lo que Garrosh hizo. Pongamos que
hubiera decidido que la Alianza solo debería estar formada por humanos, que
hubiera decretado que los draenei solo podrían vivir en Stormwind si aceptaban
vivir en zonas de mala muerte, que hubiera ordenado que asesinaran a Tyrande si
no hubiera estado de acuerdo con crear un ejército de sátiros para engrosar las
filas de su ejército, que hubiera tolerado la presencia de gnomos y enanos solo
como mano de obra y que, entonces, se hubiera enterado de la existencia de cierta
reliquia localizada en el sitio más hermoso de Azeroth, un lugar muy sagrado, que
habría destruido para conseguir lo que quiere, y...
—Basta —le espetó Jaina, que estaba temblando, aunque no sabía
exactamente por qué—. Has dejado bien claro tu argumento.
Él se calló.
—Yo no destruí Orgrimmar. Y podría haberlo hecho. Habría sido muy fácil
— aseveró la archimaga.
—Lo sé.
— ¿Te acuerdas de cuando me dijiste que te quedarías para combatir en la
Batalla de Theramore? —preguntó Jaina. Él se mordió el labio inferior y asintió—.
Me sentía muy frustrada con los generales porque odiaban a la Horda. Y tú me
preguntaste si pensaba que el odio haría que no se pudiera confiar en esos
comandantes cuando tuviera lugar la batalla.
—Lo recuerdo —contestó—. Dijiste que no importaban tus sentimientos ni
los de ellos. Y yo dije que sí importaban, y mucho... sin embargo, lo más urgente,
en aquellos momentos, era defender la ciudad. Como lo era derrotar a Garrosh
cuando todos nosotros, tanto la Alianza como la Horda, intentábamos vencerlo.
—Así que... me estás diciendo que ahora que lo hemos logrado, ahora que se
enfrenta a un juicio... las diferencias entre... entre nosotros... vuelven a importar.
Él susurró:
—Sí.
Las lágrimas se asomaron a los ojos de la archimaga.
— ¿Cuánto? —preguntó con un hilo de voz.
—Aún no lo sé. Y no lo sabré hasta que sepa en qué punto nos encontramos
cuando todo esto termine. Si sigues aferrándote a este odio, Jaina... te acabará
devorando. Y no sería capaz de soportar ver... cómo te consume. ¡No quiero
perderte, Jaina!
Entonces, no me dejes, gritó en lo más hondo de su corazón, pero no expresó
ese sentimiento verbalmente. Sabía perfectamente qué quería decir Kalec con esas

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palabras, que iban más allá de una mera despedida en el plano físico. Esto no era
una mera pelea de enamorados por alguna necedad, sino una discusión sobre
quiénes eran realmente en lo más esencial, sobre si seguirían o no juntos si sus
necesidades emocionales entraban en conflicto.
Por todo esto, Jaina no discutió. Ni tampoco prometió cambiar, ni amenazó
con marcharse, sino que simplemente arqueó la espalda, le rodeó el cuello con los
brazos y le besó apasionadamente. Con un suave suspiro, en el que se combinaba
el dolor y el amor, Kalecgos la atrajo hacia sí con fuerza y se aferró a ella como si
no quisiera soltarla jamás.

***
Hacía una noche espléndida en la ciudad de Silvermoon. Thalen
Songweaver, que iba vestido de manera informal con unas medias, unos calzones
y una camisa de lino abierta a la altura de la garganta, había abierto las ventanas
de par en par para que entrara el aire nocturno, de modo que las finas cortinas se
hincharon delicadamente. Unos tenues ruidos alcanzaron sus lujosos aposentos
en el Intercambio Real. Se encontraba tumbado en la cama y fumaba de una pipa
de agua de loto negro mientras soñaba con la gloria. Esta combinación, que
normalmente le resultaba tan relajante, no le servía para nada esta noche. Si bien
tenía los sentidos un tanto embotados, seguía sintiendo cierta inquietud, de
manera que sus cejas blancas se unieron en un ceño fruncido mientras meditaba
melancólicamente sobre la situación actual.
Hasta no hacía mucho, había ocupado una posición envidiable. Había
prestado su ayuda en más de un sentido a su Jefe de Guerra, Garrosh Hellscream;
primero, fingiendo ser un devoto y leal miembro del Kirin Tor mientras informaba
de manera fidedigna a Garrosh de lo que sucedía ahí y, en segundo lugar... Bueno,
basta decir que la historia recordaría eternamente a Theramore no por cómo fue
fundada esa ciudad, o cómo evolucionó, sino por cómo había sido arrasada.
Ese pensamiento hizo que el elfo de sangre sonriera a la vez que jugueteaba
con una réplica en miniatura de una bomba de maná, una réplica a pequeña escala
de la que él había creado en su día. Había regalado estos juguetitos como modo de
dar las gracias modestamente a todos aquellos miembros de la Horda que lo habían
liberado de esa prisión de Theramore. Aunque era consciente de que era un gesto
de extremado mal gusto, seguía siendo tremendamente divertido.
No obstante, ni siquiera reflexionar sobre ese momento de gloria le hacía
sentirse a gusto esta noche. Suspiró, se levantó y se acercó a la ventana. Se apoyó
en el alféizar y contempló el exterior. Si bien la casa de subastas estaba abierta a
todas horas, esas calles se hallaban en silencio a estas horas de la noche. Al
contrario que sus primos kaldorei, los elfos civilizados solían llevar a cabo casi
todos sus negocios cuando el sol los sonreía desde allá arriba. Si hubiera querido
disfrutar de una noche bulliciosa, habría buscado unos aposentos situados sobre
el Frontal de la Muerte.
Todo había ido tan bien. Entonces, de repente, todo el mundo se había vuelto
en contra de Garrosh. Thalen frunció su nariz aguileña. Incluso su propio líder,
Lor’themar Theron, se había negado a ayudar al Jefe de Guerra. Eran todos unos
blandengues. Ahora, el destino de Garrosh estaba en manos de una panda de ositos

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parlantes y una especie de... seres espirituales brillantes, o lo que fuesen.
Tremenda locura.
Miró hacia atrás, para contemplar con aprecio esos espléndidos aposentos,
aunque sospechaba que lo más inteligente sería abandonarlos cuanto antes. Si
bien Theron había estado muy ocupado con sus planes para derrocar a un Jefe de
Guerra designado legítimamente como para ocuparse de un solo archimago, en
cuanto hubieran decidido qué hacer con Garrosh, no cabía duda de que el líder
sin’dorei se acordaría del pequeño incidente de Theramore y, entonces, elfos como
Songweaver —unos elfos que realmente eran leales a la Horda, ¡algo inconcebible!—
se convertirían en personas non gratas. Si Theron seguía haciendo buenas migas
con la Alianza, tal vez incluso ordenara algunas ejecuciones, ¡quién sabe!
Thalen se llevó una esbelta mano a la garganta y se la acarició, meditabundo.
Prefería seguir teniendo la cabeza sobre los hombros.
Qué pensamientos tan melancólicos. Quizá echar un trago en la posada de
la ciudad de Silvermoon lo ayudaría a conciliar el sueño. Justo cuando estaba a
punto de cerrar las ventanas, reparó en que dos enormes lobos negros cabalgaban
hacia el interior del Intercambio. Por un momento, no le dio demasiada
importancia, pues asumió que esos orcos envueltos en capas no era más que unos
aventureros que pretendían deshacerse de su más reciente botín en la casa de
subastas... pero entonces se percató de que pasaban de largo de la casa de
subastas y del banco para detenerse justo debajo de su ventana. En ese instante,
pudo comprobar que se trataba de dos orcas. Una de ellas llevaba la capucha
quitada y miraba a su alrededor con cautela. Como la otra jinete aún la llevaba
puesta, no podía discernir su rostro.
La inquietud entró en conflicto con la curiosidad, la cual era su perdición.
Thalen caviló amargamente: Oh, bueno, habrá que echarle valor hasta el final...
—Saludos, amigos o enemigos —dijo con voz potente y clara—. No tengo muy
claro aún qué son. O bien han venido a arrestarme, o bien pertenecen al grupo de
rescatadores que me sacó de esa desagradable prisión de Theramore y han venido
a visitarme, tal y como les invité a hacer.
La jinete encapuchada alzó la cabeza. Al instante, contempló algo reservado
solo para sus ojos; el orgulloso semblante de una orco de piel gris.
—No soy ni una cosa ni otra; no obstante, soy una amiga. Hemos venido
para pedirte ayuda en un asunto muy urgente que conllevará una tremenda gloria.
Zaela, la líder del clan Dragonmaw, le mostró una sonrisa terriblemente
amplia. —Vaya, vaya —dijo el elfo—. Creía que estabas...
—Estoy viva y perfectamente, y me alegra comprobar que tú también lo estás
— replicó la orco—. Tal y como has dicho, alguien te rescató en su día, cuando
languidecías en una cárcel. Creo que eres de esa clase de personas que son lo
bastante agradecidas como para devolver un gran favor como ese.
Al oír esas palabras, a Thalen se le desbocó el corazón.

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CAPÍTULO DIECIOCHO

Día Cuatro

Tyrande miró a Go’el, que estaba sentado en la silla de los testigos, y acto
seguido se rio levemente, a la vez que movía la cabeza de lado a lado.
Taran Zhu frunció el ceño.
—Chu’shao, ¿necesitas un momento de receso?
—No, Fa’shua, pido perdón al tribunal. Simplemente, estaba pensando en
cómo podría presentar a Go’el.
—Deja que se presente él solo —sugirió Taran Zhu.
Tyrande arqueó una ceja e invitó al orco a hablar.
Go’el alzó la vista hacia los Celestiales y se dirigió a ellos:
—Me llamo Go’el. Soy el hijo de Durotan y Draka, el compañero de por vida
de Aggralan, hija de Ryal. Padre de Durak y líder del Anillo de la Tierra.
— ¿Puedes explicarnos qué es el Anillo de la Tierra y qué hace por Azeroth?
— preguntó Tyrande.
—El Anillo de la Tierra es una organización en la que participan chamanes
de todas las razas —contestó—. Ahí no reina el conflicto, sino la preocupación por
el bienestar de nuestro mundo. En estos momentos, nuestro deber primordial es
colaborar con los elementos para curarlo de la destrucción que trajo consigo el
Cataclismo.
—Pero tú, después del Cataclismo, a nivel personal, has hecho mucho más
que la mayoría de los chamanes —añadió Tyrande—. Fuiste una pieza clave a la
hora de derrotar a quien causó el Cataclismo; al corrupto Aspecto de Dragón Negro,
a Deathwing.
—Fue un honor ayudar.
—Hiciste mucho más que eso, Chamán del Mundo Go’el, pero por ahora, me
gustaría que le contaras al tribunal ciertas cosas sobre otro nombre, sobre otro
título que ostentaste en su día. ¿Puedes explicamos qué clase de obligaciones tenías
antes de actuar heroicamente para salvar a nuestro mundo?
—Con todo respeto, protesto —dijo Baine, quien, sin lugar a dudas, se
mostraba reticente a que le hiciera esa pregunta.
—Fa’shua, solo intento establecer quién es realmente este testigo—replicó
Tyrande—. Cualquiera sabe que Go’el es un individuo realmente extraordinario.
—No estoy en desacuerdo con la acusación, así que, por favor, prosigue.
Go’el, haz el favor de responder a la pregunta.
—En el pasado, era conocido como Thrall, Jefe de Guerra de la Horda.
—Un nombre interesante ese de Thrall —caviló Tyrande, quien se había
recuperado del extraño ataque de risa que había sufrido antes y ahora deambulaba
por la sala con suma calma—. ¿Puedes contamos cómo recibiste ese nombre?
—Es una palabra que significa «esclavo» —respondió Go’el—. Mis padres
habían sido asesinados y me encontró un humano llamado Aedelas Blackmoore,
quien me dio ese nombre y me crió para que fuera un gladiador. Más tarde, supe

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que su intención era utilizarme para liderar una revuelta de los orcos contra la
Alianza.
—Obviamente, eso no fue lo que hiciste —apostilló Tyrande—, así que
explícanos cómo acabaste obrando.
—Escapé de Blackmoore y liberé a los orcos de los campos de internamiento
donde estaban encerrados.
— ¿Y eso cuándo fue?
—Unos años antes de la llegada de la Legión.
Tyrande asintió.
—Y creaste un ejército con los orcos a los que liberaste, ¿verdad?
—Así fue.
— ¿Y qué hiciste con ese ejército?
—Lo lideré con el fin de acabar con el centro de mando de esos campos de
internamiento, con el Castillo de Dumholde. Derroté a Blackmoore y obtuve la
libertad para mi pueblo. Al final, los llevé al otro lado del océano, a Kalimdor, donde
fundamos una nueva nación y una nueva ciudad; la tierra de Durotar y la ciudad
de Orgrimmar.
—Orgrimmar recibió ese nombre en homenaje a Orgrim Martillo Maldito, y
Durotar, por tu padre, Durotan. Fundaste una tierra y una ciudad para los orcos
— explicó Tyrande.
—Sí, pasó a ser la nueva tierra natal de los orcos —puntualizó Go’el.
— ¿Solo para los orcos?
—No. Tuve la suerte de contar con fuertes y valerosos aliados, como Sen’jin,
líder de los trolls Darkspear y su hijo, Vol’jin, o los tauren... siempre he dicho
abiertamente que creo que ellos son el corazón de la Horda; además, Cairne
Bloodhoof era mi hermano. La Horda creció y acabó recibiendo en su seno a los
Renegados, a los sin’dorei, a una parte de la población goblin y ahora también está
abierta a cualquier pandaren que desee unirse a nosotros y crea en nuestros
ideales.
—Algunos creen que al ampliarse la Horda su verdadera esencia se diluyó.
Go’el miró a Garrosh, quien se hallaba sentado en su lugar habitual junto a
Baine. Garrosh tenía clavada la mirada en su predecesor.
—Creo que no han debilitado a la Horda, sino que la han hecho más fuerte.
— ¿Cuándo renunciaste a tu cargo y por qué?
—Fue poco después de la derrota del Rey Lich —contestó Go’el—. Justo
después de que el Cataclismo sacudiera Azeroth. Marché a Nagrand, para estudiar
con un chamán de ese lugar, para descubrir qué era lo que tanto perturbaba a los
elementos. La Horda necesitaba un líder mientras yo estuviera lejos. Más tarde,
tras aprender a dominar mis habilidades chamánicas, me uní a aquellos que
habían aunado esfuerzos para serenar a los elementos y salvar nuestro mundo.
—Designaste a Garrosh Hellscream como sucesor, ¿verdad?
—Así fue.
Aunque la tensión se había apoderado del rostro de Go’el, había contestado
con voz serena.
— ¿Por qué razón?

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—Garrosh había actuado bien y de manera honorable en Northrend. Era
joven, valiente y un símbolo de esperanza y victoria para un pueblo machacado por
la guerra y los horrores del Azote.
— ¿Tuviste alguna duda?
—Habría tenido dudas con cualquiera al que hubiera nombrado. Me
pregunté, por ejemplo, si la pesada carga del liderazgo sería demasiado para los
más ancianos, o si se generaría mucho descontento si no escogía a un orco. No
había ningún candidato perfecto. Garrosh parecía conocer sus límites y contaba
con mucha gente que podía aconsejarle.
Tyrande asintió en dirección hacia Chromie.
—Si el tribunal me da su permiso, me gustaría mostrar una Visión en la que
se muestra a la perfección este razonamiento.
La escena cobró forma en el centro de la estancia; se trataba de un momento
que Go’el recordaba perfectamente.
— ¿Vas a regresar pronto?
Go’el parpadeó, sorprendido ante la falta de confianza que denotaba la voz
de Garrosh en esa Visión. Había olvidado por completo lo a disgusto que se había
sentido en su momento Garrosh con el legado familiar que le había tocado asumir...
así como consigo mismo.
—No... no lo sé —se vio y oyó decir Go’el a sí mismo—. Puede llevarme cierto
tiempo descubrir lo que he de saber. Confío en que no estaré ausente mucho
tiempo, pero podría tardar semanas... e incluso meses.
—Pero ¡la Horda necesita un Jefe de Guerra!
—Me voy por el bien de ella. No te preocupes, Garrosh. No renuncio a ella.
Viajo adonde debo, para servir como debo. Todos servimos a la Horda. Incluso su
Jefe de Guerra... tal vez el Jefe de Guerra más que nadie. Y bien sé que tú también
la sirves con gran lealtad.
—Así es, Jefe de Guerra. Fuiste tú quien me enseñó que debía
enorgullecerme de mi padre, por lo que él siempre intentó hacer por los demás y
por la Horda. No hace mucho que formo parte de ella, pero aun así, he visto
suficiente como para saber que, al igual que mi padre, moriría por ella.
Go’el observó cómo unas expresiones de sorpresa se dibujaban en los
muchos rostros que ocupaban ese templo cuando el Garrosh del pasado habló con
tal sinceridad. Durante mucho tiempo, el único Garrosh que habían visto o sobre
el que habían oído hablar había sido el destructor de Theramore. Go’el se preguntó
si Tyrande había realizado una maniobra inteligente al mostrar esta escena, ya que
seguramente así solo iba a lograr que Garrosh se ganara la simpatía de muchos.
—Ya te has enfrentado a la muerte y la has esquivado —afirmó Thrall—. Has
matado a muchos de sus esbirros. Has hecho más por esta nueva Horda que
muchos que han formado parte de ella desde el principio. Debes saber esto: nunca
me marcharía sin designar a alguien que no sea capaz de cuidar de ella, aunque
solo sea durante una breve temporada.
— ¿Me... me estás nombrando Jefe de Guerra?
Oh, tanta sorpresa reflejada en un rostro tan joven...
—No. Pero te ordeno que lideres a la Horda en mi nombre hasta que regrese.
Garrosh no sabía qué decir.

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—Entiendo de batallas y tácticas, sé cómo arengar a las tropas... Sí, sé cómo
hacer ese tipo de cosas, así que deja que sirva de ese modo. Búscame un adversario
al que enfrentarme y derrotar y verás cómo seguiré sirviendo a la Horda con gran
orgullo. Pero no sé nada de política, ni de... ni de gobernar. ¡Prefiero tener una
espada en la mano antes que un pergamino!
—Lo entiendo —replicó Thrall—. Pero contarás con unos consejeros
excelentes. Pediré a Eitrigg y Cairne, los cuales han compartido su sabiduría
conmigo a lo largo de los arios, que te guíen y aconsejen. Se puede aprender a hacer
política, pero no a amar a la Horda como tú obviamente la amas. —Sacudió la
cabeza—. Eso es más importante que la perspicacia política en estos momentos. Y
eso, Garrosh Hellscream, tú lo tienes en abundancia.
Aun así, Garrosh parecía muy dubitativo, lo cual no era nada habitual en él.
No obstante, al final, dijo:
— ¡Si me consideras digno del puesto, entonces debes saber que haré todo
lo posible para que la Horda alcance la gloria!
—En estos momentos, no nos hace falta más gloria —le corrigió Thrall—. Ya
tendrás bastantes desafíos a los que enfrentarte sin que tengas que hacer ese
esfuerzo extra. El honor de la Horda está ya más que asegurado. Solo debes cuidar
de ella. Antepón sus necesidades a las tuyas, tal y como hizo tu padre. Se dará
orden a los Kor’kron de que te protejan, tal y como harían conmigo. Iré a Nagrand
como chamán, no como Jefe de Guerra de la Horda. Y haz caso tanto a Cairne como
a Eitrigg, pues ¿acaso entrarías en batalla sin un arma?
Garrosh parecía confuso.
—Esa es una pregunta muy necia, Jefe de Guerra, y lo sabes.
—Oh, claro que sí. Solo quiero cerciorarme de que entiendes que cuentas
con unas armas muy poderosas —replicó Thrall—. Mis consejeros son las armas
que utilizo siempre que intento hacer lo mejor para la Horda. Ellos ven cosas que
yo no puedo ver y me muestran opciones que no sabía que tenía. Solo un necio
despreciaría tales armas, y yo no creo que lo seas.
—No soy ningún necio, Jefe de Guerra. No me pedirías que sirviera a la
Horda si creyeras que lo soy.
—Cierto. Bueno, Garrosh, ¿aceptas liderar a la Horda hasta que llegue la
hora de mi regreso? ¿Aceptarás los consejos de Eitrigg y Cairne cuando te los
ofrezcan?
Garrosh respiró hondo.
—Ansío sinceramente liderar la Horda de la mejor manera posible. Así que
sí, y un millar de veces sí, mi Jefe de Guerra. Seré el mejor líder posible y consultaré
con esos consejeros que me has sugerido. Sé que me brindas un tremendo honor y
me esforzaré por ser digno de él.
—Entonces, estamos de acuerdo —dijo Thrall—. ¡Por la Horda!
— ¡Por la Horda!
—Páralo aquí, por favor —pidió Tyrande.
La escena se congeló. La elfa se dirigió hacia esas enormes figuras inmóviles
y observó con detenimiento al joven Garrosh, el cual parecía feliz y profundamente
conmovido. A continuación, se volvió y miró al Garrosh del presente, que se hallaba
callado, encadenado y con los ojos entrecerrados mientras le devolvía la mirada.

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Go’el se dio cuenta de que no hacía falta que ella dijera ni una sola palabra. El
contraste entre las dos versiones de Garrosh Hellscream no podía ser más terrible.
La elfa negó con la cabeza, como si le costara creer la veracidad de esa
prueba que tenía ante los ojos y, acto seguido, reanudó el interrogatorio:
Por favor, cuéntanos qué ocurrió después de que te marcharas, en un
principio, solo por un breve espacio de tiempo.
—Sucedió el Cataclismo —respondió Go’el—. Mis habilidades chamánicas
fueron más necesarias de lo que yo mismo... o cualquiera... podría haber
anticipado.
— ¿Tus estudios fueron lo que impidieron que regresaras?
—Sí, en un principio. Después, fui a la Vorágine, para ayudar al Anillo de la
Tierra a calmar a los elementos, tal y como he mencionado antes. Pero después de
que Deathwing irrumpiera en nuestro mundo, mis habilidades, sobre todo las
relativas a mi capacidad de comunicación con el elemento de la tierra, resultaron
ser muy importantes.
—Yo diría que fueron absolutamente vitales para lograr la destrucción de ese
dragón —afirmó Tyrande, la cual lanzó una mirada fugaz en dirección hacia Baine,
pues sin duda esperaba que protestase, pero no lo hizo—. Al haber desaparecido el
Guardián de la Tierra original —es decir, Neltharion antes de corromperse—, ese
puesto estaba vacante, ¿no es así?
—Sí —contestó Go’el, quien se revolvió inquieto en la silla.
—Y solo tú eras lo bastante fuerte como para dominar el elemento de la tierra
y utilizarlo contra Chromatus, así como para emplear el Alma Demoníaca contra
Deathwing, ¿verdad?
—Sí —respondió Go’el—. Aun así, habríamos fracasado si no hubiéramos
contado con la ayuda de muchos otros miembros de ambos bandos. Y mantengo
que cualquier chamán capacitado para ello habría asumido sin titubear los mismos
riesgos que yo asumí.
—Pero no había nadie más capacitado que tú —insistió Tyrande.
—No —replicó Go’el.
No le gustaba que se le considerara, aunque solo fuera de manera temporal,
como alguien a la altura de los Aspectos, o que se le reconociera el mérito de haber
llevado a cabo un acto heroico tan extraordinario cuando sabía en lo más hondo de
su ser que cualquier miembro del Anillo de la Tierra habría hecho lo mismo si
hubiera podido.
—Tras la caída de Deathwing, regresaste a la Vorágine, donde continuaste
trabajando, ¿no es así?
—Sí.
—Para entonces, ya debía de haber llegado a tus oídos lo que estaba
haciendo Garrosh.
El orco le lanzó una mirada inquisitiva y asintió.
—Sí.
—Muchos opinan que, en cuanto las cosas se torcieron, deberías haber
regresado para asumir de nuevo el liderazgo de la Horda.
—Los que opinan de esa manera no estaban conmigo en la Vorágine —replicó
Go’el—. Cualquier miembro del Anillo de la Tierra que sirvió ahí podría decirte que
no pudimos prescindir de la ayuda de nadie en esos momentos.

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—Así que te prohibieron marchar, ¿no?
—No. No se ordenó a nadie que se quedara. Fue una decisión que tuvimos
que tomar cada uno con el corazón, sopesando qué era lo mejor. Todavía oía la
llamada de los elementos, así que supe que debía quedarme.
—Supongamos que no hubieras seguido oyendo su llamada, que hubieras
podido dejar la Vorágine. ¿Qué habrías hecho? ¿Tal vez habrías ido a Orgrimmar y
le habrías dicho a Garrosh que renunciara al trono?
—Para entonces, él era el Jefe de Guerra. Yo no tenía autoridad para hacer
tal cosa. En esos momentos, yo ni siquiera era un verdadero miembro de la Horda.
Me había convertido en el líder del Anillo de la Tierra y le debía mi lealtad a ella.
Otros líderes podrían habérselo pedido y provocado un cambio de poder, pero yo
no. Ni siquiera estaba seguro de que mi antigua visión sobre cómo debía ser la
Horda siguiera siendo lo que quería la gente.
—No estoy segura de entenderte.
Go’el sabía que la elfa lo comprendía perfectamente; no obstante, agradeció
tener la oportunidad de expresar una reflexión que le había pesado como una losa.
—El mundo no esperó a que yo regresara —aseveró, esbozando una sonrisa
con la que parecía subestimarse a sí mismo—. Había cambiado. Los orcos habían
cambiado. Mi Horda había cambiado. ¿Qué iba a hacer...? ¿Matar a mis
compañeros orcos hasta que volviera a ser mi Horda? ¿Acaso tenía derecho a
obligar a la Horda a ser lo que había sido bajo mi liderazgo? ¿Acaso tenía derecho
siquiera a protestar después de haber elegido otro camino?
—Si te hubieran pedido que volvieras... ¿qué habrías hecho?
—De hecho, Vol’jin me pidió ayuda. En cuanto recibí esa petición de mi
hermano, le di una respuesta con todo mi corazón.
— ¿Qué tenían que hacer tanto tú como tus seguidores para ayudar a Vol’jin
y los trolls?
Go’el no contestó de inmediato, pero al final dijo:
—Matar a los Kor’kron que habían impuesto la ley marcial sobre las Islas,
del Eco.
— ¿Acaso eso no suponía actuar en contra de la voluntad del Jefe de Guerra?
—Sí, así era. Pero con independencia de quién la lidere, la Horda es y siempre
será una familia. Esto no se trataba de una defensa contra una amenaza exterior
ni siquiera de una incursión contra un enemigo, sino de que la Horda estaba
atacando a su propia gente.
—Y eso fue lo que te impulsó a alzarte en armas contra Garrosh.
—Sí. No podía permanecer al margen cuando se me había pedido que
ayudara a mi hermano frente a las agresiones de alguien que debería haberlo
apreciado y valorado y no haber querido matarlo.
Tyrande sonrió y agachó la cabeza en señal de respeto.
—Gracias, Go’el. No tengo más preguntas. La defensa puede interrogar al
testigo.
Go’el se dio cuenta de que, a pesar de que el interrogatorio de Tyrande había
sido riguroso y extenuante, no iba a ser nada comparado con lo que se le venía
encima. Su amigo Baine, el hijo de Cairne Bloodhoof, se acababa de levantar de su
asiento.

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Go’el había sido testigo de lo que Baine le había hecho a Vol’jin, quien había
sido un aliado del tauren y un amigo en su lucha contra Garrosh, quien había
rogado al tauren que asumiera la responsabilidad de defender a Hellscream lo
mejor posible.
Y eso era precisamente lo que había estado haciendo Baine y lo que iba a
seguir haciendo. No cabía duda de que el tauren iba a mostrarse tan incisivo con
Go’el como había hecho con el troll.
¿Cómo hemos podido llegar a esta situación?, se preguntó Go’el, quien se
armó de valor ante el interrogatorio.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Harrowmeiser suspiró. Sí, disfrutaba de otra noche maravillosa en el


espectacular Fiordo Aquilonal del encantador continente de Northrend, de esa
elegante «aurora boreal» de la que todo el mundo no paraba de hablar y, ah, de esas
deliciosas temperaturas bajo cero. Y, oh, también de ese catre tan basto y hermoso
a la vez, así como de esa cosa que a veces se podía considerar comida de verdad.
El goblin se hallaba contemplando el sol del atardecer. Estaba flanqueado
por una mujer a cada lado y, no por primera vez, se preguntó qué aspecto tendrían
sin esos yelmos.
Sí... disfrutaba de otro día glorioso ahí, en la Fortaleza de la Guardia Oeste,
como “invitado”, muy a su pesar, de la Alianza.
Había perdido la noción del tiempo y no sabía cuánto tiempo llevaba cautivo.
Era difícil saberlo, ni siquiera aproximadamente, pues ahí realmente los cambios
de estación apenas eran perceptibles. Seguramente, llevaba ya años en ese lugar.
Además, su hermoso zepelín, el Lady Lug, era utilizado ahora por el enemigo para
proteger la fortaleza de los ataques de los piratas que pululaban cerca.
Y ni siquiera tengo una camisa que vestir, pensó con sumo pesar al sentir ese
frío. Soy de Trinquete. Provengo de un clima tropical. Y aquí me tienen, con unas
bolas de hierro encadenadas a los pies y sin ni siquiera una camisa que ponerme.
— ¿Sabes una cosa, Chica Verdosa? —Meditó Harrowmeiser—. En cuanto
corra la voz y la Horda se entere de que cometen estas crueldades, se va a producir
un incidente internacional o algo así—les comentó a ambas guardias—. O sea —
entonces, se estiró y se flexionó un poco—, estoy prácticamente desnudo.
Les mostró una sonrisa lasciva, con la que enseñó unos dientes afilados y
amarillentos; además, movió las cejas arriba y debajo de un modo muy sugerente
y rápido ante la mujer de su izquierda.
Casi se pudo oír cómo le rechinaban los dientes a esa guardia. Como esa
enana de ojos esmeralda odiaba que se dirigieran a ella utilizando ese apodo, eso
animaba aún más a Harrowmeiser a usarlo siempre que se le presentara la
oportunidad.
—Puaj, no me lo recuerdes —masculló Chica Verdosa—. ¡Eso sí que es una
crueldad!
— ¿Oh? —preguntó este—. ¿Acaso poder contemplar mi reluciente y tensa
piel verde en la que destacan unos músculos muy desarrollados...?

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— ¿... nos recuerda al cuerpo de un zombi plagado? Pues claro —le
interrumpió Campana Azul, cuyo nombre no tenía tanta gracia, era como llamarse
sargento Fulano o Mengano, aunque había que reconocer que estaba muy bien
puesto, ya que los ojos de esa mujer eran del color del cielo.
—Vamos, señoritas, seguro que hay un corazón debajo de esas armaduras
de placas —dijo Harrowmeiser—. Llevo aquí mucho tiempo prisionero y he hecho
todo lo que me han pedido. Querían contar con una defensa contra esos piratas de
allá abajo, ¿no?
Señaló con un dedo, en el que destacaba una uña muy afilada, en dirección
al Estrecho Devastado, donde se encontraban media decena de galeones piratas,
los cuales realizaban alguna incursión que otra de vez en cuando, aunque casi todo
el tiempo se hallaban lo bastante lejos como para que no pudieran alcanzar a nadie
en tierra.
¡Esos piratas no son rival para la inteligencia y talento del pueblo goblin!,
pensó Harrowmeiser, con su diminuto pecho henchido de orgullo, y acto seguido
añadió:
— ¡Ahora pueden defenderse de esos piratas de ahí abajo gracias a mí! He
revisado ese zepelín todos los días, siguiendo las órdenes de la Alianza. Desde que
capturaron mi nave, he transportado a muchísimos aventureros y solo en una
ocasión...
—Setecientas trece.
— ¿Perdón, Campana Azul?
Los ojos de la humana dejaron de tener una tonalidad azul cielo para
adquirir un azul más glaciar.
—Setecientas trece veces. Tu zepelín ha sufrido algún tipo de avería o
accidente setecientas trece veces. Y eso que el día de hoy aún no ha acabado.
— ¡Señora, me ofendes!
La Chica Verdosa resopló.
— ¡Ja! ¡Qué más quisiéramos! No te burles, goblin... es de mala educación.
— ¿Burlarme? ¿Yo? ¡Jamás! Ya saben lo que se suele decir: que cuando uno
sigue la senda del goblin... —replicó, pero se calló al darse cuenta de que ninguna
de ellas le estaba prestando atención.
Habían vuelto la cabeza hacia la derecha y miraban en dirección a la puerta
principal. En ese instante, gracias a sus largas orejas, Harrowmeiser oyó lo que
había captado la total atención de las dos guardias; unos ruidos guturales, unos
gritos de guerra indescifrables que rasgaban el aire, a los que se unían los gritos
de desafío de la Alianza. También oyó el fragor tan familiar del acero al chocar, el
furioso cántico de las flechas y cómo los gritos se tomaban en chillidos de angustia.
—Oh, esto es genial —masculló—. Tengo estas cosas atadas a los pies y aquí
vienen los vrykul en busca de sangre.
—Quédate aquí —le ordenó Campana Azul, quien se fue corriendo de
inmediato.
—Vaya —dijo Harrowmeiser, arqueando una ceja en señal de sorpresa—, es
capaz de moverse bastante rápido a pesar de llevar armadura.
—Yo también —murmuró la Chica Verdosa. Ambos permanecieron callados
un instante, y la enana se estremeció. De repente, lanzó un juramento bastante

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ofensivo. Desenvainó la espada y lanzó una mirada furibunda a Harrowmeiser a
través de la visera de su yelmo—. ¡No te muevas de aquí!
Acto seguido, se fue caminando a paso ligero tras su compañera, en
dirección al lugar de donde procedía toda esa conmoción.
Harrowmeiser no perdió el tiempo. Se alejó tanto como le permitían esas
cadenas que llevaba atadas a las piernas y llegó hasta una extensión de tierra que
se encontraba junto al muelle. Tanteó el terreno frenéticamente hasta que dio con
una piedra. Se concentró, frunció el ceño y golpeó el mecanismo de cierre con ella.
Alzó la vista hacia la puerta e intentó imaginarse qué podría estar ocurriendo. A
continuación, miró al zepelín.
A infierno el cierre, pensó. Entonces, profiriendo un gruñido, levantó una de
esas pesadas bolas de hierro y arrastró la otra consigo a la vez que se acercaba
centímetro a centímetro hacia el Lady Lug y su dulce y ansiada libertad. Esas
mozas tan desagradecidas lo iban a echar mucho de menos en cuanto se largara
de ahí, pues él era lo único que proporcionaba un poco de humor, un poco de luz,
a esas plomizas y tediosas vidas que llevaban como miembros de la Alianza.
De repente, escuchó unas pisadas procedentes de la cubierta, que parecían
indicar que alguien estaba corriendo por ella, y se quedó paralizado. Harrowmeiser
agachó las orejas al comprobar que dos machos humanos corrían hacia él. Uno iba
ataviado con una armadura de placas que lo cubría de la cabeza a los pies, el otro
era probablemente un mago o un sacerdote que llevaba la cara tapada con una
capucha, la cual sostenía en esos momentos con una mano.
No vestían uniforme alguno y habían rodeado la muralla en vez de venir
directamente del fuerte, pero eso no importaba. Habían participado en la refriega,
de eso no había duda, ya que el guerrero blandía una espada ensangrentada.
El goblin tragó saliva con dificultad.
— ¡Esto, eh, estaba preparando la nave! —exclamó Harrowmeiser, al mismo
tiempo que intentaba esbozar una sonrisa espantosa—. Podríamos preparar un
ataque aéreo... para darles una lección de verdad a esos bastardos vrykul, ¿eh?
Cerró los puños y lanzó varios golpes al aire, mientras profería unos gruñidos
que esperaba que resultaran muy fieros.
—Sube a bordo —le ordenó el mago con un tono de voz suave pero plagado
de inquietud—. Deprisa. Shokia y los demás nos están haciendo ganar tiempo.
La confusión se adueñó por completo de Harrowmeiser, pero eso le dio igual,
puesto que lo único que le importaba era que le dejaban subir al zepelín, por lo
cual avanzó arduamente hacia la nave. En ese instante, el guerrero lanzó un
gruñido de exasperación y Harrowmeiser se dio cuenta entonces de que se trataba
de una mujer, aunque portaba la armadura de un varón humano. Para su
estupefacción y regocijo (que no exteriorizó de ningún modo), lo cogió entre sus
brazos (con las bolas de hierro y todo lo demás) y lo subió a bordo. A continuación,
lo dejó de un modo muy brusco delante del timón, al cual el goblin se aferró como
si le fuera la vida en ello.
— ¡Vaya, menudos músculos tienes! ¿Adónde vamos, señorita? —gritó.
— ¡Ahí abajo, y no soy una señorita! —replicó la mujer a voz en grito, quien
poseía una voz grave y áspera, que no invitaba precisamente a desobedecerla. Tenía
la mirada clavada en el muelle, ya que seguramente se estaba preguntando cuándo
el enemigo repararía en que se estaban fugando.

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—Está bien, pero recuerda luego que eso lo has dicho tú, no yo —replicó
Harrowmeiser—. Espera, espera... ¿quieres que baje la nave hacia dónde están esos
piratas?
—No sabía que había liberado a un imbécil —le espetó la guerrera, quien lo
fulminó con la mirada a través de las aberturas del yelmo.
Oh, qué mirada más aterradora tenía. Harrowmeiser no sabía que unos ojos
humanos pudieran transmitir esa sensación.
—Es que hay piratas ahí abajo —insistió—. Oh... oh, no... ya lo entiendo.
Ustedes también son piratas, ¿eh? Esto es una venganza por los ataques del
zepelín, ¿verdad? Escucha. ¡Puedo explicarlo todo! ¡La Alianza me obligó a hacerlo!
Por una vez en la vida, Harrowmeiser estaba diciendo la verdad.
La mujer gruñó y se quitó el yelmo, revelando así que su piel era gris y tenía
el pelo negro y en punta, aunque tenía algunos mechones aplastados.
—Piratas, puaj —dijo la orco, quien acto seguido escupió, justo sobre la
cubierta del amado zepelín del goblin—. Son una panda de alimañas que se pasa
el día emborrachándose con ron. Por desgracia, necesitamos su ayuda ahora
mismo, y nos la van a dar.
— ¡Al fin soy libre! —exclamó Harrowmeiser—. ¡Ya era hora! Por cierto,
¿quiénes son?
—Soy Zalea, la líder del clan Dragonmaw —respondió la orco, a la vez que
se enderezaba lo máximo posible.
—Dios mío—dijo Harrowmeiser con voz entrecortada. Las historias de sus
hazañas durante el asedio habían llegado hasta Northrend incluso, ya que a
algunos “héroes” de la Alianza le gustaba comentar las noticias de las derrotas de
la Horda y regodearse en ellas—. ¿Eres Zaela, la Señora de la Guerra? Creía que
estabas...
Zalea lanzó varios juramentos muy subidos de tono.
—Estoy viva, muy bien y sedienta de venganza, como imagino que tú
también lo estarás, goblin.
—Me llamo Harrowmeiser. Y, en efecto, lo estoy, pero ansío más escapar de
aquí indemne. No entraba en mis planes que me capturaran unos piratas. ¿Qué es
lo que quieres de ellos?
—Necesitamos gente que pelee por nuestra causa, y ellos lo harán, si les
pagamos suficientemente bien. Mis fuentes me han informado de que, en su día,
tenías muchos contactos y que podrías tener acceso a unos fondos muy
importantes. Nos vas a ayudar a crear un ejército.
De repente, todo tuvo sentido. Era un plan con el que el goblin se sentía muy
a gusto.
—Oh, sí, claro, tengo muy buenos socios y gané un dinerillo en su día. Pero
¿cuál es su causa? Quizá no quiera apoyarla.
Al instante, el goblin se cruzó de brazos con cierta terquedad.
La Dragonmaw se giró.
—Vas a apoyar nuestra causa porque así podrás ser libre y podrás seguir
con vida.
Tenía razón.
—Reconozco que tu técnica de negociación, a pesar de no ser muy sutil, es
muy convincente. Está bien, te llevaré con esos piratas.

Pág. -127-
— ¿Te reconocerán, goblin? —inquirió a Harrowmeiser con una voz suave el
humano alto y esbelto, quien se echó la capucha hacia atrás, revelando así que
tenía el pelo blanco y largo y unos ojos verdes brillantes—. Me sentiría bastante
enojado si nos hubiéramos tomado todas estas molestias para salvarte y todo se
fuera al traste porque, al final, dejaras de tener la cabeza sobre los hombros.
—Pues... esto... igual sí —respondió de manera evasiva.
—Está bien —replicó el elfo de sangre arrastrando las palabras—, mantente
alejado y deja que seamos nosotros quienes hablemos. O, espera... a lo mejor
podemos conseguirte un disfraz a ti también. —En ese instante, pareció darse
cuenta de algo y chasqueó los dedos de un modo exagerado—. No, eso no
funcionará. Eres demasiado bajito para ser un enano.
Harrowmeiser lo fulminó con la mirada. El mago estiró un brazo y le dio una
palmadita en la coronilla.

***
Baine Bloodhoof percibió una mezcla de resignación y determinación en los
ojos azules de Go’el. Respetaba profundamente al orco y se había planteado la
posibilidad de no hacerle más preguntas. Pero sabía que si no seguía interrogando
la orco, sería un cobarde y no estaría desempeñando su cometido como era debido.
Tanto Go’el como Vol’jin lo entenderían, o tal vez no. Baine había aceptado esa
tarea y la llevaría a cabo lo mejor posible.
Inclinó la cabeza y mantuvo esa postura un poco más de lo necesario, según
lo que dictaban las reglas de cortesía.
—Que quede constancia de que la defensa reconoce a Go’el, quien en su día
era conocido como Thrall, como un verdadero héroe en un mundo donde este
término suele utilizarse demasiado a la ligera. La defensa le agradece los muchos
años que ha sacrificado por el bien de la Horda, así como de Azeroth. Te debemos
mucho.
Si bien Go’el entornó los ojos con cierta suspicacia, respondió con suma
educación:
—Hice lo que debía hacer.
Al igual que hago yo ahora, deseó poder decir Baine.
—Cuando reclamaste para ti el manto de Jefe de Guerra, tenías una visión
sobre cómo debía de ser la nueva Horda, ¿verdad?
—Así fue. Quería contar con una Horda compuesta de razas e individuos que
valorasen el honor y la destreza marcial, y que se respetasen mutuamente como si
fueran una familia. Quería dejar atrás los viejos fantasmas de ese pasado en el que
tanto influyeron para mal los demonios.
— ¿Tuviste la sensación de que el acusado puso en peligro este sueño, a
pesar de que fue su propio padre quien puso punto y final a ese legado demoníaco
que tanto mancillaba su pasado?
—Con todo respeto, protesto —dijo Tyrande—. Grommash no es el
Hellscream que está siendo juzgado aquí. El hijo no tiene por qué ser como su
padre.
—Estoy de acuerdo con la acusación. Reformula la pregunta, Chu’shao —le
indicó Taran Zhu.

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— ¿Tuviste la sensación de que Garrosh estaba poniendo en peligro tu
concepción de la Horda?
—Sí, pero como también he dicho, no estaba seguro de que yo tuviera
derecho a...
—Limítate a responder la pregunta, por favor. Sí o no.
Pese a que un fugaz destello de furia centelleó en las simas azules de su
mirada, Go’el replicó:
—Sí.
—Tal y como ya he mencionado, todo el mundo sabe que eres un orco muy
honorable. Eres incluso justo con tus enemigos, tal y como el jurado está a punto
de comprobar.
Entonces, pudieron ver la imagen de un humano. Se encontraba postrado
en el suelo y la tierra parecía estar temblando debajo de él. Tenía el pelo negro e
iba ataviado con una ropa muy elegante. Parecía hallarse aterrorizado.
Kairoz congeló la escena. Baine se volvió hacia Go’el.
— ¿Reconoces a este hombre?
Go’el adoptó un semblante muy serio.
—Sí. Y... te agradezco que no hayas mostrado lo que ocurrió antes de eso.
Baine sabía a qué se refería Go’el. Kairoz había insistido en que Baine podría
sustentar su argumentación mucho mejor si mostraba esa escena, pero no tenía
estómago para hacer algo así.
— ¿Puedes decirle al tribunal quién es, por favor?
—Es... era... Aedelas Blackmoore. —Un murmullo de sorpresa recorrió la
estancia al darse cuenta todo el mundo de que lo que estaban presenciando era un
momento verdaderamente histórico—. Había ido a negociar con él. Le ofrecí
respetar el Castillo de Dumholde y las vidas de todos los que se hallaban en él, si
aceptaba liberar a mi pueblo, pero él... se negó.
A pesar de que Baine se odió a sí mismo por hacerle esta pregunta, se la
tuvo que hacer:
— ¿Podrías explicarle al tribunal de qué manera expresó su negativa?
No se atrevió a mirarle a la cara a Go’el.
El silencio reinó por un momento y, entonces, el orco contestó:
—Le dije cuáles eran mis condiciones, y su respuesta fue... arrojarme a los
pies la cabeza de una joven asesinada, una joven llamada Taretha Foxton.
—Siendo un orco, al que habían esclavizado los humanos, ¿qué significaba
esa muerte para ti?
—Ya lo sabes, Baine —respondió con una voz grave y gélida.
El tauren se volvió al fin y mantuvo una expresión cuidadosamente
imperturbable.
—Yo sí, pero el jurado no.
Go’el respiró hondo y se serenó. Habló con un tono preciso y calmado. Solo
el hecho de que tuviera los puños cerrados con fuerza revelaba qué era lo que
realmente sentía. Alzó la vista hacia el lugar donde se encontraban sentados los
Celestiales y percibió bondad y empatía en sus sabios semblantes.
—Taretha Foxton era amiga mía y me consideraba su hermano. No habría
podido quererla más ni aunque hubiera sido de verdad mi hermana. Fue muy
bondadosa y generosa conmigo y ya había arriesgado la vida en una ocasión para

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ayudarme a escapar. Volvió a jugarse el cuello para enviarme un mensaje de
advertencia... pero esa vez le salió mal la jugada. Blackmoore... —Se calló, apretó
los dientes con fuerza y, acto seguido, continuó—: Blackmoore la mató, la decapitó
y me arrojó su cabeza, con la esperanza de que así podría destrozarme
emocionalmente, pero no lo logró.
Baine hizo una seña a Kairoz. Una versión más joven de Thrall apareció
ahora en esa escena. Tenía el imponente aspecto del héroe que realmente era; era
más grande y fuerte que la mayoría de los orcos y vestía la armadura negra de
Orgrim Doomhammer; además, llevaba la descomunal arma que le había dado su
apodo a ese difunto orco atada a la espalda. En cada mano, Thrall blandía una
espada, una de las cuales le lanzó a Blackmoore. El humano chilló y retrocedió, al
mismo tiempo que levantaba los ojos hacia él. Ahora, se podía apreciar a la
perfección que la camisa de lino de Blackmoore estaba manchada de vómito.
—Thrall, puedo explicar...
—No —le interrumpió Thrall, con el mismo tono de voz preternaturalmente
sereno que acababa de utilizar para responder a Baine—. No puedes explicar nada.
No hay explicación posible a esto. Solo nos resta batallar, pues este duelo ha sido
largamente pospuesto. Será un duelo a muerte. Coge esa espada.
Blackmoore se encogió de miedo.
Yo... yo...
—Coge la espada, o te ensartaré ahí mismo y morirás como a un niño
asustado.
Blackmoore, con una mano temblorosa, agarró la empuñadura de la espada
y se puso en pie torpemente.
—Ven a por mí —le espetó el orco.
Y, de un modo sorprendente, eso fue lo que hizo Blackmoore. Era obvio para
cualquiera que estuviera viendo esa escena que el humano había estado bebiendo,
pero aun así, era rápido, por lo cual Thrall tuvo que reaccionar de inmediato para
parar el golpe.
La expresión de Blackmoore cambió. Arrugó el ceño y frunció los labios, al
mismo tiempo que hacía una finta hacia la izquierda para atacar luego con suma
agresividad hacia la derecha. Se movía con más precisión de la que cabía esperar,
así como con más fuerza y energía.
Baine recordó que, en su día, Blackmoore había sido un reputado guerrero.
De hecho, Kairoz había informado a Baine de que en una línea temporal alternativa,
Blackmoore había conquistado Lordaeron, a la cual había gobernado como un
tirano. Si bien Thrall era mucho más fuerte, Blackmoore era mucho más ágil... y,
además, estaba luchando por salvar el pellejo.
En cuanto Thrall se percató de que el humano estaba buscando con la
mirada un escudo para poder protegerse el lado izquierdo, el orco arrancó con furia
una puerta de sus goznes y se la lanzó a Blackmoore.
—Escóndete tras esta puerta, cobarde.
Blackmoore logró esquivarla, apartó la puerta a un lado y vociferó:
—Aún no es demasiado tarde, Thrall. Puedes unirte a mí. Podemos aunar
esfuerzos. ¡Liberaré a los demás orcos, por supuesto, pero solo si me prometes que
combatirán para mí bajo mi estandarte, al igual que tú!

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La incredulidad se asomó al rostro verde del orco y, acto seguido, la ira lo
ensombreció. En ese instante, Blackmoore se abalanzó sobre él. Thrall se había
quedado tan estupefacto ante las ridículas palabras que acababa de pronunciar
Blackmoore que no logró defenderse a tiempo. La espada del humano rebotó con
un tintineo metálico al impactar contra la armadura negra del orco.
—Sigues borracho, Blackmoore, si has creído, aunque solo sea por un
instante, que voy a poder olvidar el haber visto...
Baine ya había visto esto con anterioridad. A pesar de que sabía qué iba a
ocurrir, incluso él se sobresaltó cuando Thrall reaccionó de un modo tan repentino
y violento. El orco se había estado conteniendo hasta entonces... pero ya no.
Arremetió contra Blackmoore haciendo gala de una gran velocidad, fuerza y letal
elegancia en sus movimientos.
Aunque Blackmoore no tenía nada que hacer, se negó a rendirse. Los
impactos que recibió la espada que alzó para defenderse debieron de haberle
mellado los huesos hasta el tuétano. Fue dando cada vez más muestras de
debilidad, sus movimientos se fueron tomando más lentos y, al recibir el último
ataque, soltó la espada, que salió volando por los aires. Sin embargo, ni siquiera
entonces se rindió. Se llevó una mano a una bota y sacó de ahí una daga. Al
instante, lanzó un grito y se abalanzó sobre Thrall, dispuesto a clavársela en un
ojo.
El rugido del orco reverberó ahora como debió de haberlo hecho entonces
mientras trazaba un arco hacia abajo con su espada.
Baine ahorró a los espectadores el tener que ver el momento preciso en que
Blackmoore fallecía.
—Para.
La escena desapareció antes de que el humano recibiera el golpe mortal.
—Una lucha justa—señaló Baine a continuación—. Más que justa, dirían
algunos. Aedelas Blackmoore era un hombre culpable de muchas cosas. Era el hijo
de un traidor y, desde hacía mucho tiempo, había planeado seguir los pasos de su
padre en ese sentido; pensaba convertir a los orcos en unas meras armas, con las
que derrotaría a la Alianza y después se proclamaría rey de todos los reinos
humanos. Asimismo, era cruel. Solía maltratar a Thrall solo por haber perdido
alguna pelea en el cuadrilátero. Sedujo a la joven Taretha Foxton por mera
diversión y luego la ejecutó por haber intentado ayudar a Thrall. Muchos humanos
dirían que era un monstruo. Go’el tenía todas las razones del mundo para odiar a
Blackmoore. Aun así, le dio la oportunidad de luchar. Incluso le facilitó un arma,
para que Blackmoore pudiera morir de un modo honorable.
Entonces se volvió, contempló a Go’el y añadió:
—Lo que no puedo entender es por qué un orco que aprecia tanto el honor...
hasta el punto de dar un arma a un enemigo que había asesinado, solo unos
momentos antes, a alguien a la que amaba... estuvo dispuesto, en su día, a matar
a Garrosh Hellscream a sangre fría. ¿Acaso esa actitud encaja con la Horda que
habías soñado, Go’el?
Muchas cosas sucedieron al mismo tiempo. Tyrande se levantó para gritar:
— ¡Protesto! ¡Aquí no se está juzgando al testigo!
Go’el también se puso en pie, pero no dijo nada... no le hacía falta.
Taran Zhu golpeó el gong en repetidas ocasiones.

Pág. -131-
— ¡Orden! —exclamó—. ¡Chu’shao Whisperwind! ¡Go’el! ¡Vuelvan a sentarse
de inmediato, o los reprenderé a ambos! Chu’shao Bloodhoof, abandone esa línea
de interrogatorio. ¡Le doy la razón a la acusación!
Baine hizo una reverencia a Taran Zhu y miró a Go’el. El orco ya no se
encontraba de pie, pero contemplaba al tauren con una expresión con la que nunca
lo había mirado... una que había esperado no ver jamás.
—Iré al meollo del asunto —le aseguró Baine.
—Sabia decisión —le espetó Taran Zhu con cierta socarronería.
—Tanto la decisión de permanecer alejado de Orgrimmar durante tanto
tiempo como la de designar a Garrosh Hellscream como tu sucesor han recibido
algunas críticas —afirmó Baine.
—Soy consciente de ellas.
Go’el se recostó en la silla y se cruzó de brazos.
—Has asegurado ante este tribunal que tomaste esas decisiones por varias
razones.
—Así fue, y ya he dicho cuáles fueron.
— ¿Te gustaría haber hecho las cosas de otro modo? ¿Te sientes, tal vez,
responsable de lo que ha hecho Garrosh Hellscream?
—La respuesta es no para ambas preguntas.
— ¿Estás seguro de eso?
Si bien Go’el entrecerró los ojos con cierta suspicacia, antes de que pudiera
decir nada, Tyrande ya se había puesto en pie.
— ¡Con todo respeto, protesto! ¡La defensa está hostigando al testigo! —
exclamó.
—Chu’shao Bloodhoof —dijo Taran Zhu, con un tono de voz tan sereno como
era habitual en él—, si quieres presentar algún argumento, por favor, hazlo ya.
—Eso estoy haciendo, Fa’shua, como comprobarás en breve. En su día, los
Druidas de la Llama capturaron a Go’el —le contó Baine a una audiencia
fascinada—. Se valieron de uno de sus puntos más fuertes... de su afinidad con los
elementos... para torturarlo. Enviaron partes de su esencia a planos elementales
distintos. A lo largo de ese tiempo, se vio obligado a enfrentarse a sus miedos. Con
sumo respeto, asevero que esos miedos tienen mucho que ver con lo que pasó en
ese campo de batalla... y con lo que está pasando en este tribunal.
En ese instante, hizo un gesto de asentimiento dirigido a Kairoz, quien se
puso de pie de inmediato de un salto. El dragón bronce había estado esperando a
que Go’el testificara, ya que, hasta entonces, tal y como él mismo había comentado:
“Me limitaré a ver con sumo relajo cómo Chromie muestra todos los momentos
verdaderamente emocionantes”.
Ante lo cual, Baine había replicado: “Creo que el hecho de que una vida esté
en juego ya debería ser bastante ‘emocionante’”.
Y Kairoz había contestado: “Entonces, hagamos todo lo posible para que la
balanza se decante de nuestro lado”. Acto seguido, había procedido a buscar varios
momentos del pasado que ayudarían a Baine a lograr ese fin precisamente.
La escena que ahora cobró vida era muy dramática; mostraba un templo en
el cielo, con unas columnas tan blancas como las nubes que lo rodeaban. Unos
relámpagos azules crepitaron y atravesaron el edificio, seguidos por la respuesta
iracunda del trueno. Unos aparecidos de aire, que brillaban con un color blanco

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azulado, cuyas formas energéticas estaban contenidas en unas armaduras, se
giraron. En el centro, atrapada en esa terrible tempestad, se hallaba la sombra de
lo que parecía ser un gigantesco Go’el.
Aggra le gritaba algo a su amado mientras intentaba alcanzarlo, y las
palabras que esa sombría figura gris pronunció estuvieron plagadas de pena y
dolor.
—He fracasado. Le he fallado a este mundo. Los elementos... no querrán
hablar conmigo. El Anillo de la Tierra... ha perdido la fe en mi liderazgo. Mis
flaquezas... han condenado a Azeroth... al olvido.
El furioso viento azotó la ropa y el pelo de Aggra, cuya voz fue engullida por
el aullido de este.
—Go’el, soy yo... ¡Aggra! ¿No me reconoces?
—El olvido... nada más... solo el olvido —gimió la desesperada sombra—. Le
he... fallado a la Horda... como Jefe de Guerra. Garrosh... la llevará a la ruina.
Llevará a mi pueblo... a la ruina. Cairne, hermano mío... ¿por qué no te hice caso?
La imagen se esfumó, como un fantasma ante los primeros rayos del alba.
Baine repitió esas mismas palabras con una voz suave pero perfectamente audible:
—“¿Por qué no te hice caso?”.
Otra escena cobró forma.

CAPÍTULO VEINTE

No, este momento no...


Go’el sintió un hondo dolor en el corazón y permaneció Ahi sin respirar unos
cuantos segundos. Miró a Baine, pues le había sorprendido que el hijo recurriera a
una escena en la que aparecía su padre. Baine bajó la vista y clavó su mirada en
sus propias manos. Era incapaz de ver esa escena. Así que esto también le hace
sufrir a él, pero aun así, ha decidido mostrar esta escena. Go’el apretó los dientes
y recurrió a todas las técnicas que conocía para mantener la calma.
—Estás cometiendo un grave error —se oyó decir a alguien de voz grave y
potente, tal y como Go’el sabía que sucedería.
Se trataba de Cairne Bloodhoof.
El anciano toro se encontraba bajo el árbol muerto donde, en esa época, se
hallaban el cráneo y la armadura de Mannoroth. Cairne estaba con los brazos
cruzados, y tanto sus músculos como su postura erguida revelaban la edad que
debía de tener por aquel entonces. Un suave murmullo recorrió la multitud. Tanto
la Horda como la Alianza habían respetado y admirado a ese tauren.
Según cuentan, eras tú quien iba ganando la pelea, hermano mío...
— ¡Cairne! —dijo la imagen de Go’el (quien en aquella época todavía
respondía al nombre de Thrall) —. Me alegro de verte. Esperaba tener noticias tuyas
antes de marcharme.
—No creo que vayas a alegrarte mucho de verme, la verdad, ya que no creo
que te vaya a gustar lo que tengo que decir —replicó.
—Siempre he hecho caso a todo cuanto me has dicho, por eso he pedido que
aconsejes a Garrosh en mi ausencia, así que habla.

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Pero eso no era cierto del todo, ¿verdad? Pues, al final, no le había hecho
caso.
—Cuando el mensajero ha llegado con tu carta —dijo Cairne—, he pensado
que, en efecto, tras tanto tiempo, por fin me había vuelto senil y estaba teniendo
sueños febriles, como le sucede al pobre Drek’Thar, al ver, escrito de tu propio puño
y letra, ¡que deseas designar a Garrosh Hellscream como líder de la Horda!
Cairne fue alzando la voz a medida que hablaba. Thrall miró a su alrededor
y frunció levemente el ceño.
—Será mejor que discutamos esto en privado —le pidió Thrall—. Mis
aposentos y mis oídos están abiertos de par en par para ti en todo...
—No. —Cairne pisoteó el suelo con una de sus pezuñas para mostrar su
enfado, lo cual no era nada habitual en él—. Estoy aquí, bajo la sombra de aquel
que en el pasado fue tu mayor enemigo, por una razón. Porque recuerdo a
Grommash Hellscream. Recuerdo su pasión, su violencia y su rebeldía, pero
también recuerdo el daño que hizo en su día. Aunque tal vez muriera como un
héroe al matar a Mannoroth, y eso soy el primero en reconocerlo. Pero todos fuimos
testigos, incluso tú, de cómo acabó con muchas vidas y de cómo se jactó de ello.
Tenía una gran sed de sangre, se regodeaba en la violencia, y sació esa sed con la
sangre de los inocentes. No te equivocaste al señalar a Garrosh que su padre fue
un héroe, pues eso es cierto, pero también lo es que Grommash Hellscream hizo
muchas cosas de las que nadie podría estar orgulloso, y su hijo también tiene que
saberlas. He venido para pedirte que tú también recuerdes esas cosas, esas luces
y esas sombras, para que admitas que Garrosh es hijo de quien es y que recuerdes
que de tal palo, tal astilla...
—La sangre demoníaca que corrompió a Grommash nunca ha corrompido a
Garrosh. Es testarudo, sí, pero la gente lo adora. Él...
— ¡Lo adoran porque solo ven su parte gloriosa! No ven su necedad. Sí, yo
también soy capaz de apreciar que es un guerrero glorioso —admitió Cairne—.
Aprecio su sabiduría como estratega. Tal vez si las semillas de ese talento se
regaran con el asesoramiento y la guía adecuada acabarían germinando como es
debido en el alma de Garrosh. Pero le resulta muy fácil actuar sin pensar, así como
ignorar la sabiduría que emana de lo más hondo de su ser. Hay cosas en él que
respeto y admiro, Thrall. No me malinterpretes. Pero no es el adecuado para liderar
a la Horda, como tampoco lo fue Grommash, y menos si tú no estás para controlarlo
cuando se exceda, sobre todo ahora que nuestra relación con la Alianza pende de
un hilo. ¿Sabes que hay muchos que comentan entre susurros que ahora sería un
buen momento para atacar Ironforge, ahora que Magni se ha convertido en una
estatua de diamante y no tienen un líder claro?
—Claro que lo sé. —Thrall suspiró—. Cairne... no estaré ausente mucho
tiempo.
— ¡Eso no importa! Ese crío no tiene el temperamento que se necesita para
ser el líder que tú eres. ¿O debería decir que eras? ¡El Thrall que yo conocí, el que
trabó amistad con los tauren y los ayudó tanto, no habría entregado la Horda que
tanto le costó restaurar tan despreocupadamente a un joven bisoño sin ninguna
experiencia!
—Eres uno de mis más antiguos amigos en estas tierras, Cairne Bloodhoof
— afirmó Thrall, con una voz amenazadoramente serena—. Sabes que te respeto,

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pero la decisión ya está tomada. Si tanto te preocupa la inmadurez de Garrosh,
guíalo, tal y como te he pedido. Concédele el beneficio de la duda, ayúdalo con tu
vasta sabiduría y enorme sentido común. Necesito... necesito que me apoyes en
esto, Cairne. Necesito tu apoyo, no tu desaprobación. Necesito tu mente fría y
calculadora para poder serenar al impulsivo Garrosh, no tu reprobación para
incitarlo a obrar de manera más irreflexiva.
—Me pides sabiduría y sentido común y, por eso mismo, debo darte esta
respuesta: no entregues el poder a Garrosh, no des la espalda a tu pueblo, no les
impongas a ese fanfarrón arrogante como líder. Ese es mi sabio consejo, Thrall. Te
lo doy con la sabiduría que he adquirido con el paso de los años, que he adquirido
con sangre y sufrimiento a lo largo de muchas batallas.
Una gran tensión se apoderó de Thrall. Esto era lo último que quería. Pero
había sucedido. A continuación, habló con una voz gélida:
—Entonces, no tenemos nada más que hablar. Mi decisión es irrevocable.
Garrosh liderará la Horda en mi ausencia. Dejo en tus manos la decisión de si
optarás por guiarlo como consejero, o si dejarás que la Horda pague un alto precio
por culpa de tu testarudez.
Go’el observó, con el corazón henchido de pena, cómo el Thrall del pasado
daba la espalda a su hermano y se adentraba en la noche. Sabía perfectamente qué
había hecho después —se había montado en su dracoleón y había volado hasta el
Portal Oscuro, para poder iniciar su adiestramiento en Draenor—.
Nunca volvería a ver a Cairne.
La imagen de Cairne siguió con la mirada al orco que marchaba. Entonces,
suspiró profundamente y agachó la cabeza. Un momento después, elevó la mirada
hacia la calavera del demonio.
—Grommash, si tu espíritu aún deambula por aquí, ayúdanos a guiar a tu
hijo. Te sacrificaste por el bien de la Horda y sé que no desearías ver cómo tu hijo
la destruye.
—Para. —La imagen del viejo toro se desvaneció. Baine se encaró con Go’el
y se enderezó—. Ahora te hago la misma pregunta que te hiciste antes a ti mismo,
Go’el: ¿por qué no le hiciste caso?
Si bien Go’el esperaba que Tyrande protestara, esta permaneció sentada,
calmada, con una leve sonrisa dibujada en los labios. La elfa le estaba dando la
oportunidad de responder y la iba a aprovechar.
—Porque no soy un dragón bronce. No soy capaz de ir adelante y atrás en el
tiempo, ni de conocer todas las posibles repercusiones que tendrá cada decisión
que tomo en cada momento. Soy un mortal y solo puedo tomar decisiones con los
elementos de los que dispongo en un momento dado, igual que tú. Tomé la mejor
decisión posible en un momento en que no se podía tomar ninguna decisión buena.
Sí, designé a Garrosh como líder de la Horda para que me sustituyera en mi
ausencia. Y cuando ocurrió el Cataclismo, tú, Baine Bloodhoof, estuviste ahí
conmigo y entendiste perfectamente por qué dejé a Garrosh al mando. ¿Quieres
saber si me gustaría haber tomado otra decisión? Planteamos qué hubiera pasado
no nos lleva a ningún lado. Hacemos las cosas lo mejor posible allá donde estamos,
a cada minuto que pasa, cada vez que respiramos, tomamos las decisiones que
consideramos mejores. Cometemos errores y tenemos que vivir con ellos, pero
también intentamos aprender de ellos. Es lo único que podemos hacer.

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—Garrosh Hellscream también cometió errores —replicó Baine—. Aunque
son de ese tipo de errores con los que resulta muy difícil vivir.
—Sí, pero eso tiene fácil remedio —señaló Go’el.
—Intentaste matarle, ¿no es así?
—Sabes que sí.
—Si pudieras retroceder hasta ese momento... en el que Garrosh yacía ante
ti derrotado... ¿volverías a intentar matarlo?
Go’el buscó la contestación a esa cuestión en lo más hondo de su corazón.
¿Lo haría?
La respuesta lo sorprendió incluso a él.
—No —contestó con calma—. A lo largo de estos últimos días, he llegado al
convencimiento de que este juicio es una buena idea. Había testimonios que debían
escucharse que de otro modo no habrían sido oídos. He depositado toda mi fe en
los Augustos Celestiales, sé que tomarán la decisión adecuada.
—Tengo una pregunta más para ti —le indicó Baine—. Has admitido que has
cometido errores en tu vida. —Señaló al lugar donde estaba sentado Garrosh, con
rostro impasible y los brazos, las piernas y la cintura rodeados de cadenas—. Él
también ha cometido errores. ¿Acaso no debería tener él también la oportunidad
de aprender de ellos? ¿De hacer todo cuanto pueda por enmendarlos?
—Hay cosas que jamás se podrán enmendar —replicó Go’el, con una voz
cargada de emoción—. A veces, uno tiene que acabar con la causa que está
provocando tanto daño para impedir que haga más. Tu padre era muy sabio, Baine,
pero ¿estamos seguros de que tenía razón? ¿Acaso sabemos cómo acabará todo?
Yo no. ¿Y tú?
Clavó sus ojos en los de Baine, y el tauren fue el primero en apartar la
mirada.
—No hay más preguntas, Fa’shua —dijo Baine, quien regresó a su asiento.
Al levantarse Tyrande de la silla, se pudo escuchar el roce de su vestido.
—Has dicho que no sabemos cómo acabará todo, Go’el, y eso es cierto. No
obstante, si el tribunal me da permiso, me gustaría mostrar un final posible que
hubiera tenido lugar si Go’el hubiera escogido otra opción. Un final tan posible, tan
altamente probable, que Ysera la Despierta tuvo una visión en la que pudo ver ese
final; una visión que la llevó a buscar al testigo.
—La acusación puede presentar esta Visión —señaló Taran Zhu.
A este escenario le costó un rato cobrar forma. Al principio, no se podía ver
ni oír nada. Entonces, poco a poco, Go’el pudo discernir las siluetas de unos
edificios, unas montañas y unos árboles. En cuanto esas formas se definieron más,
se dio cuenta de que esos edificios carecían de habitantes, de que en esas montañas
no había prados y de que los árboles solo eran meros esqueletos. Había tanto
silencio porque no quedaba nada vivo que pudiera hacer algún ruido. Lo único que
se podía oír era el viento y el crepitar de un trueno distante.
A continuación, se pudieron apreciar aún más cosas; cuerpos que se
pudrían ahí donde habían caído. Cadáveres de orcos y taunkas, de mamuts y
magnatauros y osos.
Ningún carroñero acudía a disfrutar de ese festín; los cuervos yacían
inmóviles sobre una tierra yerma y sus plumas negras ondeaban bajo ese viento
impasible.

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No... algo todavía vivía. Entonces, pudo distinguir las hermosas y
discordantes tonalidades púrpura, violeta e índigo de una pareja de dragones
crepusculares que sobrevolaban ese matadero que era ahora Azeroth. Luego se
sumó otro a esos dos y después otro más, hasta que el aire se llenó de tantos de
esos dragones que Go’el apenas pudo atisbar el horror final que esa visión les
reservaba, aunque con un mero atisbo fue más que suficiente.
Empalado sobre la aguja del Templo del Reposo del Dragón se encontraba el
cuerpo del Destructor, del Rompemundos... el heraldo de la muerte yacía muerto
en un mundo sobre el que ahora solo daban vueltas los dragones crepusculares.
Esta Visión nunca llegaría a ser realidad. Y Go’el sabía que eso era, al menos
en parte, gracias a él.
—No hay más preguntas.

CAPÍTULO VEINTIUNO

Hacia bastante que había anochecido cuando Vereesa llegó al fin. Sylvanas
había abandonado ya toda esperanza y estaba dispuesta a regresar a Undercity
cuando divisó el hipogrifo de su hermana. La invadió una enorme sensación de
alivio, a la que siguió de inmediato la furia.
— ¡Llegas más de una hora tarde! —le espetó—. ¡Me alegro de no tener ya la
necesidad de comer, si a los vivos les lleva tanto tiempo acabar una simple cena!
—Lo siento —se disculpó Vereesa— Quería hablar con Jaina, para
comprobar si había cambiado de parecer tras el testimonio de Go’el.
Todo había ido mejor de lo que Sylvanas había esperado. Muchos miembros
de la Horda y, obviamente, muchos de la Alianza también, habían decidido que el
grotesco reinado del Jefe de Guerra Garrosh había sido culpa de Go’el. No obstante,
todavía algunos seguían cuchicheando, sin duda alguna, pues así solían obrar los
descontentos. Ninguna prueba, explicación o razón bastaría para que olvidaran
esas quejas, esas afrentas a las que se aferraban con fuerza y cuidaban como un
tesoro. Pese a que Baine había estado muy cerca de presentar a Go’el como un
mero mortal, la Visión final que había mostrado Tyrande de un modo maestro había
acallado a todos los detractores, al menos por el momento. Aunque ahora ese orco
afirmaba que aceptaba que el juicio había sido una buena idea, todo el mundo
recordaba que había sido Varian Wrynn quien había impedido la ejecución.
— ¿Cambiar de parecer en qué sentido? —inquirió una Sylvanas picada de
tal modo por la curiosidad que se olvidó de lo enfadada que estaba con Vereesa.
—En cualquiera. No sé si ha sido cosa del testimonio de Go’el o de la
conversación que ha mantenido con Kalecgos, pero no parecía ansiar sangre igual
que antes.
— ¡Creía que habías dicho que nos apoyaba! —exclamó una iracunda y
alarmada Sylvanas—. ¿Qué le ha dicho ese dragón azul?
—No lo sé. No pude acercarme tanto como para poder oírles. —contestó
Vereesa—. Pero Kalecgos no está hecho de nuestra misma pasta, hermana, y tú lo
sabes. Simpatiza demasiado con la Protectora como para querer lo que queremos

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nosotras... o como para dejar que Jaina desee lo mismo, si puede impedirlo. Solo
sé que cuando volvieron de ese paseo, ambos parecían muy consternados.
—Haz lo que puedas para que Jaina no cambie de opinión —le pidió
Sylvanas—. Mientras tanto, me da la impresión de que tendremos que actuar más
rápido de lo que habíamos previsto.
Vereesa asintió.
—Tal y como sugeriste, he estado hablando con los vendedores de comida
pandaren que han montado sus tenderetes de manera temporal cerca del templo.
Mi Shao me ha dicho que su hermana, Mu-Lam, trabaja en las cocinas donde se
prepara la comida del prisionero y de los guardias. Incluso hablamos de lo que
suele comer Garrosh.
Sí, eso estaba mucho mejor.
—Cuéntamelo todo.
Como Vereesa no era estúpida, por fin se relajó visiblemente y apartó la
mano de la empuñadura de esa daga que llevaba en el cinturón. Las hermanas
descendieron por la orilla en dirección al océano.
—Todas las mañanas toma lo mismo para desayunar; un surtido variado de
bollos y té.
Sylvanas negó con la cabeza.
—Eso no nos sirve. A menos que podamos persuadir a tu amigo Mi Shao de
que le prepare unos bollos «especiales».
—No creo que lo haga. Ni tampoco su hermana. Si bien es cierto que hay
algunos pandaren que saben de venenos, pocos los usarían con el fin que queremos
darle.
—Sigue hablando.
Entonces, algo que centelleó en la arena llamó su atención y Sylvanas se
agachó para cogerlo. Se trataba de una moneda conmemorativa, acuñada en la
última década, que mostraba en su faz dorada la efigie sonriente de Kael’thas
Sunstrider. A la Dama Oscura se le curvaron los labios en una sonrisa y, acto
seguido, arrojó la moneda a las olas.
—El almuerzo consiste en arroz y en algún tipo de carne asada; pollo,
mushan, tigre, o lo que sea que les traiga el cazador de turno, supongo.
Sylvanas tuvo que reprimir una sonrisilla de suficiencia.
—No creo que sea de tigre.
—Pero se sirve... ¡oh!
Vereesa pareció hallarse estupefacta por un segundo y, al instante, se echó
a reír. Eran unas carcajadas puras, teñidas de sorpresa y puro júbilo, libres de
cualquier tinte de malicia o manipulación. Por un brevísimo instante, Sylvanas se
encontró de nuevo en esa misma playa, pero bajo la luz del sol, mientras oía cómo
se reían sus hermanas de alguna bufonada de Lirath, lo cual la reconfortaba.
Aunque ese recuerdo hizo que se estremeciera un poco, sonrió. No pudo
evitarlo.
—No, creo que tienes razón —dijo Vereesa entre risitas nerviosas—. No creo
que a Xuen eso le hiciera mucha gracia. —Respiró hondo y recobró la compostura—
Creo... creo que es la primera vez que me río desde que... bueno... Eso es lo que le
dan a Garrosh para almorzar.

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Sylvanas abandonó el cálido fulgor del pasado y volvió a centrarse en la tarea
que tenían entre manos. Asesinar era mucho más reconfortante que regocijarse. O,
al menos, le resultaba más familiar.
—Una vez más, a menos que consigamos envenenar al animal antes de que
lo maten y lo despedacen, no tendremos oportunidad de manipular esa carne —
caviló—. Esto va a ser más difícil de lo que había previsto.
Vereesa había cogido una concha del suelo y estaba pasándosela de una
mano a otra de manera ociosa. La alegría la había abandonado y había fruncido
levemente el ceño.
—Sylvanas... ¿cómo vamos a llevar esa comida hasta él? Es decir no creo
que le preparen comidas especiales. Los guardias comen lo mismo que él.
No veo dónde está el problema.
—Bueno... no queremos matar a los guardias.
Sylvanas parpadeó.
— ¿Perdón?
—Queremos matar a Garrosh, no a los guardias pandaren que lo vigilan.
Sylvanas negó con la cabeza.
—Da igual quién muera mientras Garrosh también perezca. Él nunca ha
perdido el sueño arrepintiéndose de los daños colaterales que ha infligido, de eso
no hay duda. Si mueren unos cuantos pandaren, lo harán por una buena causa.
¿No será que, después de todo, no tienes estómago para hacer esto?
Vereesa contempló con detenimiento esa concha y se la siguió pasando de
una mano a otra, al igual que iba pasando de una idea a otra mentalmente. A pesar
de que a Sylvanas no le agradaría matar a Vereesa, no podía permitir que su
hermana se acobardara. Ahora no...
Sigue por el camino trazado, hermana. No te salgas de él ahora.
—S-si mueren otros aparte de Garrosh, Varian se sentirá aún más tentado
a averiguar lo que ha ocurrido. Y eso podría conducirle hasta nosotras. Si solo
perece Garrosh... es más probable que todo el mundo mire para otro lado.
Sylvanas entornó sus ojos rojos mientras contemplaba a Vereesa.
—Eso... eso es algo que no había considerado —se vio obligada a admitir,
aunque seguía sospechando que Vereesa, simplemente, no quería acabar con la
vida de gente inocente—. Espero que seas consciente de que eso complicará aún
más nuestra misión.
—Preferiría detenerme a pensar un poco más en cómo vamos a matarlo sin
que detecten nuestra intervención que tener que concebir luego varios modos de
evitar que nos capturen —aseveró Vereesa—. Por lo que he observado en el juicio,
incluso Vol’jin no aprobaría que actuáramos así Varian seguro que no.
En ese instante, el viento sopló con más fuerza, acariciándole el cabello.
—Creía que, supuestamente, estabas deshecha de dolor —replicó Sylvanas.
— ¡Y lo estoy! No te atrevas a... Oh. —La ira se desvaneció con la misma
rapidez que había emergido—. Gracias.
—Bueno, sigue con el menú de la cena que se sirve en el Templo del Tigre
Blanco.
—Se sirven tres platos distintos. Fideos de arroz con pescado, una especie
de estofado y curry verde.

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Sylvanas se estaba devanando los sesos frenéticamente. Había pasado tanto
tiempo desde que había probado alguna comida que regresó mentalmente a las
celebraciones y festines que había compartido con su familia, a las comidas
campestres de las que habían disfrutado aquí, en la orilla, mientras Lirath tocaba
la flauta. Alleria solía enfrascarse en la lectura de algún libro, mientras Vereesa y
ella chapoteaban entre la espuma y regresaban a la orilla hambrientas, para
devorar vorazmente codorniz asada y jamón, manzanas y sandías, queso y pan...
— ¿Sylvanas?
La Dama Oscura regresó bruscamente al presente. Por segunda vez, se había
dejado llevar por los recuerdos, lo cual no era nada bueno.
—Tendrás que aprender a preparar esos platos —le dijo a Vereesa de
repente—. En cuanto conozcamos los ingredientes, tal vez podamos dar con una
manera de alcanzar nuestro objetivo que no ofenda a tu sensible conciencia.
—Lo haré —replicó Vereesa—. Le diré a Mi Shao que mis hijos están
interesados en la comida pandaren. Eso le agradará.
—Y no le quites la vista de encima a Jaina —le aconsejó Sylvanas.
—Oh, lo haré, no te preocupes por eso —contestó Vereesa.
Permanecieron en silencio ante el mar y, entonces, Sylvanas se dio cuenta
de que la reunión había acabado, aunque ninguna de las dos Windrunner quería
marcharse. El silencio se prolongó un buen rato, hasta que Vereesa preguntó:
— ¿Has hablado con alguno de... de los de tu bando?
—No —respondió Sylvanas—. Todo el mundo sabe que desprecio a Garrosh
y ya he discutido con Baine y Vol’jin. Además, cuantos menos lo sepan, mejor. Creo
que podemos confiar la una en la otra.
Vereesa se volvió hacia la Reina Alma en Pena y la observó con detenimiento.
¿De veras, Sylvanas?
La Dama Oscura asintió.
—No te traicionaré, hermana. Ya has sufrido bastante.
Al mismo tiempo que pronunciaba esas palabras, se percató de que lo que
estaba diciendo era la pura verdad, lo cual... la sorprendió.
Vereesa sonrió.
—Bien. Será mejor que volvamos.
Sylvanas asintió y caminaron de manera acompasada hasta alcanzar a sus
respectivas monturas.
— ¿Cuándo crees que podrás hablar con Mi Shao?
—Podría hacerlo mañana, cuando se decrete el primer receso. Podría
aprovechar ese momento para charlar con él —contestó.
—Entonces, nos encontraremos aquí mañana, después del juicio.
— ¿Estás seguro de que eso es inteligente? No queremos despertar
sospechas.
Sylvanas estuvo a punto de dar un traspié al pensar que no iba a volver a
ver a Vereesa al día siguiente. Una extraña punzada de dolor, que no debería haber
sido capaz de sentir —similar a cuando uno nota dolor en un miembro amputado—
la asoló, por lo cual tuvo que morderse un labio para no echarse a llorar.
—Tú misma has dicho que no nos sobra tiempo —replicó Sylvanas—. Y
todavía no sabemos qué clase de veneno necesitaremos, ni cómo lo vamos a
administrar...

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Vereesa alzó una mano y sonrió de un modo muy leve.
— ¡Está bien, está bien! Cuánto me voy a alegrar de que todo esto acabe.
¡Piensa en ello, Sylvanas! —Le brillaban los ojos de júbilo—. Piensa en Garrosh
Hellscream... tumbado sobre el suelo de la celda de esa prisión, mientras exhala su
último suspiro y nota cómo ese frío veneno le detiene lentamente el corazón. Cómo
me gustaría que hubiera alguna manera de que sepa quién es el responsable de su
muerte.
—Tienes más sed de sangre de la que recordaba —afirmó Sylvanas—. Esa
ansia te domina.
— Así tiene que ser. No he pensado en otra cosa que no sea la muerte de ese
orco desde... —Se le quebró la voz y apartó la mirada—. Bueno, nos veremos
mañana, hermana. —Sonrió con una extraña timidez y, súbitamente, ya no pareció
ser esa mujer dura e iracunda en la que la habían convertido los últimos
acontecimientos, sino más bien la hermana pequeña que Sylvanas tanto
recordaba—. Tal vez suene extraño, pero... me alegro de que estemos haciendo
esto... juntas.
—Yo también, Lunita. Yo también.

***
— ¡No llegaremos a tiempo! —gruñó Zaela, quien no paraba de deambular
de aquí para allá sobre la cubierta del Lady Lug. Harrowmeiser se encontraba de
pie, con los brazos cruzados y esas bolas metálicas y esas cadenas todavía
encadenadas a los pies. Su amenazadora mirada era realmente magnífica.
—Bueno, señorita...
— ¡Señora de la Guerra!
—Señora de la Guerra, creo que Lady Lug lo está haciendo muy bien si
tenemos en cuenta que no he podido repararla como es debido desde hace años.
¡Estoy haciendo las cosas lo mejor posible!
— ¡Pues hazlas aún mejor! ¡Todo esto no habrá servido de nada si no
llegamos ahí antes de que se dicte sentencia!
—Para eso, me vendría bien que me quitaran esto de encima —le espetó
Harrowmeiser, a la vez que señalaba a esas bolas de hierro.
— ¡Te las he dejado puestas para que puedas caer más rápido hacia una
muerte segura cuando te arroje por la borda por haberme fallado!
—En realidad —replicó Harrowmeiser—, los objetos que poseen la misma
masa caen a la misma velocidad.
—Correcto, pero no estás teniendo en cuenta la variable de la resistencia del
aire en esa ecuación —apostilló Thalen, al mismo tiempo que se miraba las uñas—
o de cualquier tipo de intervención mágica. Por ejemplo, supón que cayeras con un
paracaídas o tu caída se ralentizara gracias a un hechizo lanzado...
—Ayúdalo, Thalen.
El archimago se quedó helado.
— ¿Perdón?
—Ya que ambos son tan listos, les ordeno que aúnen esfuerzos ya. Den con
la manera de que lleguemos a Pandaria lo antes posible.
Justo hasta ese preciso momento, Thalen había estado disfrutando del
vuelo. Zaela era una colega más que digna, pues había derrocado a un orco vil para

Pág. -141-
hacerse con el liderazgo de un clan que apenas era conocido, salvo como una panda
de pusilánimes; además, había sido un hueso muy duro de roer para los traidores
anti Garrosh. No era de extrañar que su aliado dracónico la hubiera designado
como la líder de ese grupo tan extraño y variopinto. Los Dragonmaw habían ido por
delante y, en esos momentos, los aguardaban en Pandaria para reagruparse con
ellos.
Shokia había sido la siguiente en ser reclutada. La francotiradora orco
parecía conocer personalmente a la líder del grupo, aunque no habían mencionado
de qué se conocían. Sus amplios conocimientos sobre tácticas de batalla, sobre
todo a cierta altura y distancia, los había ayudado a refinar su estrategia.
Por otro lado, Harrowmeiser había procurado evitar al archimago hasta este
momento.
Ahora, los dos se encontraban bajo cubierta, donde un desganado
Harrowmeiser le estaba explicando brevemente al elfo de sangre cómo funcionaba
Lady Lug, lo cual dejó sumamente impresionado a Thalen, muy a su pesar.
—Este zepelín no es un trampa mortal, tal y como has lamentado que era —
comentó—. ¿Cómo has conseguido que se mantuviera en tan buen estado durante
todo el tiempo que has estado prisionero?
El goblin, que se hallaba junto a unos fuelles ruidosos y un cigüeñal que
giraba estruendosamente, replicó:
—Con caramelo, bramante y un fetiche vudú troll.
Thalen se echó a reír.
—Eres un tipo muy gracioso. Pero bromas aparte, ¿cómo lo has hecho?
Harrowmeiser suspiró y señaló con un dedo verde y sucio a las entrañas del motor.
Thalen clavó su mirada en la calavera de algún desafortunado animalito que había
sido pintado y ornamentado con unas plumas muy coloridas.
—Oh, cielos —juró—. Ya veo. —Podía percibir la magia que emanaba de ese
fetiche y, tras meditar, añadió—: Bueno, no obstante, lo que has hecho parece estar
funcionando. En gran parte.
—Con sumo cuidado, extendió un brazo en dirección a ese objeto y lo escrutó
durante un largo instante—. Tengo una propuesta que hacerte.
—Ahora mismo, mi mente está abierta de par en par a cualquier cosa que
no suponga que acabe cayendo hacia una muerte segura... a la velocidad que sea.
—Tú has que este trasto tenga un gran aspecto y que funcione lo mejor
posible. —Entonces, meneó las manos y una niebla violeta emergió sutilmente de
sus dedos—. Y yo comprobaré si soy o no capaz de insuflar más energía a nuestro
amiguito de aquí para que nos proporcione más velocidad.
Alzó el fetiche, sopló suavemente encima de él y sonrió al ver cómo se
agitaban esas plumas.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Día Cinco

Jaina Proudmoore se revolvió en su asiento. Miró a su alrededor, contempló


esa enorme estancia y habló tranquilamente con Varian y Anduin sobre asuntos

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intrascendentes. Aunque tanto ella como Kalecgos seguían sentados uno al lado
del otro, Jaina era consciente de que la tensión que reinaba entre ambos debía de
resultar evidente a los demás. No obstante, lo suyo no había acabado (aún no) y no
quería que algo tan bonito muriera de un modo prematuro; no si podía evitarlo y
quería poder seguir mirándose a la cara en cualquier espejo.
Chromie y Kairoz se encontraban junto a la Visión del Tiempo; con casi toda
seguridad, estaban discutiendo el orden en que iban a mostrar las diversas
Visiones. Entonces, en un intento por romper ese silencio que le resultaba tan
ensordecedor, la archimaga dijo:
—Me alegro de que Kairoz nos haya ofrecido la posibilidad de valemos de la
Visión del Tiempo, ya que así podemos descartar del todo los rumores y las
habladurías, pues sabemos que lo que vemos es la verdad y nada más que la
verdad.
Kalec también estaba observando a los dragones bronce y fruncía
ligeramente el ceño.
—Aprecio mucho que la Visión del Tiempo nos esté presentando los hechos
de un modo tan veraz, pero... Garrosh ha mencionado antes a la Feria de la Luna
Negra y me preocupa que estas escenas que estamos viendo sean cada vez más un
mero entretenimiento que unas evidencias sólidas y concretas.
Pero todo se reduce a lo mismo... como siempre.
—Garrosh se lo ha buscado él solito —le espetó Jaina.
—Eso no lo voy a discutir, pero la teatralidad de todo esto... —negó con la
cabeza y su pelo azul se agitó—. Lo que está teniendo lugar aquí es muy importante.
No es un entretenimiento... se supone que aquí se está haciendo justicia. Esto no
debería recordar a un cuadrilátero de gladiadores.
—La gente está muy dolida —afirmó Jaina—. Algunos de nosotros jamás nos
recuperaremos del todo de lo que ese monstruo decidió hacer. Necesitamos esto.
Él se volvió hacia ella, con la preocupación dibujada con claridad en esas
hermosas facciones. La cogió de la mano, que cubrió con la suya, y preguntó con
serenidad:
— ¿Con qué fin? ¿Para poder dejar ese pasado atrás? ¿Para poder seguir
adelante? No has hecho nada de eso, Jaina. Tal y como te he dicho antes, ni
siquiera tengo claro que quieras hacerlo.
Diversas emociones embargaron a Jaina, la cual apartó la mano
bruscamente de su amado.
Taran Zhu golpeó el gong para pedir silencio. Jaina, que se sintió muy
agradecida por esa interrupción, se cruzó de brazos, furiosa y dolida al mismo
tiempo.
—Este tribunal de justicia pandaren queda abierto —dijo Taran Zhu—
Chu’shao, llama a tu primer testigo.
Tyrande asintió, se levantó y se aproximó al asiento de los testigos.
—La acusación llama a Alexstrasza, la Protectora.
Jaina se quedó boquiabierta. Eso sí que no se lo esperaba. Alexstrasza, cuya
verdadera forma era la de un dragón, no solía elegir unas ropas muy modestas
cuando adoptaba un disfraz humanoide. Hoy, sin embargo, iba ataviada con un
vestido reluciente rojo y dorado que la cubría del cuello a los pies. Solo llevaba los

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brazos y la garganta al aire. Se levantó con una serena dignidad y se dirigió hacia
la silla.
Un puñado de gente se levantó de sus asientos —los miembros de su Vuelo,
así como su hermana—. Después, también se levantaron los miembros de otros
Vuelos y, acto seguido, más gente aún, hasta que retumbaron en la sala los tenues
golpes sordos de los cientos de pisadas de los espectadores que se ponían en pie.
Al final, casi todos los presentes estaban de pie, mostrando un respetuoso silencio
por la ex Aspecto, que había vigilado, protegido y amado toda la vida de Azeroth a
lo largo de milenios y que ahora alcanzaba esa silla. Antes de que se sentara,
Alexstrasza echó hacia atrás esa cabeza en la que portaba una cornamenta y
contempló ese mar de rostros. Una leve sonrisa iluminó su semblante y, a
continuación, se llevó una mano al corazón en un gesto de gratitud. Aunque le
brillaron los ojos, no llegó a derramar ninguna lágrima.
Kalec, que se hallaba de pie junto a Jaina, susurró:
— ¿De verdad esto es necesario para ti?
Jaina no respondió.
Tyrande le brindó una sonrisa afectuosa a Alexstrasza e hizo una profunda
reverencia.
—Protectora, procuraré que des testimonio de la manera menos dolorosa
posible.
—Eres muy amable —replicó Alexstrasza—. Te lo agradezco.
Tyrande respiró hondo.
—Esta testigo no necesita ser presentada. Incluso los Celestiales la conocen.
—Con todo respeto, protesto —objetó Baine—. Si la testigo no puede aportar
pruebas directas contra Garrosh Hellscream, pediré que se retire y baje del estrado.
Tyrande contestó:
—Fa’shua, Garrosh Hellscream recibió una ayuda muy importante y vital de
un clan en particular... del clan Dragonmaw. Me gustaría mostrarles con qué clase
de gente se ha aliado Garrosh últimamente.
—Fa’shua —interrumpió Baine—, todo el mundo... o más bien la mayoría de
nosotros... hemos frecuentado malas compañías de vez en cuando. Lo que hiciera
el clan Dragonmaw en el pasado es irrelevante.
—Chu’shao Bloodhoof tiene razón en ese aspecto —admitió Taran Zhu.
—Sí, pero hay cosas que no son cosa del pasado —replicó Tyrande—. Los
Dragonmaw esclavizaron y continúan esclavizando y atormentando a los dragones.
Hicieron eso durante el reinado de Garrosh, y creo que esta testigo es la idónea
para dar fe de ello.
Taran Zhu asintió satisfecho.
—Estoy de acuerdo con la acusación. Puedes continuar con el interrogatorio.
—Protectora, en su día, tú y los tuyos fueron secuestrados y encarcelados
por los Dragonmaw, ¿no es así?
—Sí —respondió Alexstrasza, quien, en opinión de Jaina, se mantenía
extraordinariamente calmada.
— ¿Puedes contamos cómo pudo ocurrir algo así?
—Los Dragonmaw se habían hecho con el Alma Demoníaca, una reliquia con
la que se podía controlar a los dragones. Siguieron a un dragón herido hasta

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nuestro hogar y se valieron del Alma Demoníaca para capturar a tres de mis
consortes y a mí misma... aunque nos resistimos, claro está.
— ¿Qué sucedió a continuación?
—Nekros, el ser que dominaba el Alma Demoníaca, nos ordenó que lo
siguiéramos a Grim Batol.
— ¿Qué querían de ustedes?
—Querían que los sirviéramos como monturas en su guerra contra la
Alianza. Querían que... entráramos en batalla con ellos como jinetes y atacáramos
a sus enemigos.
—No cabe duda de que en esas batallas perecieron algunos dragones rojos.
¿Cómo los reemplazaron?
—Cada vez que ponía unos huevos, me arrebataban a mis niños.
Jaina se mordió el labio inferior al compadecerse de ella, a pesar de que no
tenía hijos y era muy poco probable que llegara a tenerlos algún día. No obstante,
adoraba a su “sobrino” Anduin. Y la muerte de su aprendiza Kinndy la había dejado
destrozada. Pero sabía que ese cariño por muy fuerte que fuera no era comparable
al amor que unos padres sienten por sus hijos. Alexstrasza había sido la madre de
unas criaturas mágicas e inmortales, que eran la expresión más pura de la vida, a
las que habían esclavizado...
La archimaga no sabía cómo era capaz de soportar ese dolor. Echó un vistazo
a los Celestiales y pudo ver que incluso ellos, que habían estado escuchando atenta
y amablemente con cierto distanciamiento, se sentían conmovidos.
—Discúlpame por hacerte unas preguntas tan personales.
—Comprendo por qué las haces.
Tyrande pareció sentirse agradecida ante esa respuesta, y Jaina se dio
cuenta de que, de un modo sorprendente, era la Reina de los Dragones la que
estaba reconfortando a la sacerdotisa elfa de la noche en estos momentos. Una
maravillada Jaina sacudió la cabeza de lado a lado.
—Has dicho “cada vez que ponía unos huevos” —prosiguió hablando
Tyrande—. ¿Acaso pusiste huevos varias veces?
—Al principio, me negué a hacerlo —contestó Alexstrasza—. Les dije que
podían quedarse con una camada, pero que no les iba a dar más. Mis consortes
tampoco querían colaborar. Entonces, Nekros... Nekros cogió uno de mis huevos,
lo sostuvo delante de mi rostro y lo aplastó con sus manos. Me... me salpicó con
sus restos.
Se le quebró la voz y se calló. Tras recobrar la compostura, continuó:
—Grité angustiada... mi hijo, que aún no había roto el cascarón, acababa de
ser asesinado ante mis propios ojos y yo estaba manchada con sus restos... A pesar
de hallarme encadenada, ataqué a los orcos, hiriendo a varios de ellos antes de que
me redujeran.
—Así que acabaste haciendo lo que querían.
—Sí, pero no de forma inmediata. Me negué a comer, pues así pretendía
morir antes de engendrar más hijos que pudieran torturar. Entonces, destrozaron
otro huevo. Después de eso... hice lo que querían. —Sonrió de un modo triste—
Esperaba que si mis hijos sobrevivían... al menos, algún día, podrían tener la
oportunidad de ser libres.

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Sobrecogida, Jaina se llevó espantada una mano a la boca, pues se
compadecía de ella. Conocía ese capítulo tan brutal de la historia orco, por
supuesto, pero escuchar a Alexstrasza contarlo...
En ese momento, Jaina fue consciente de que estaba de acuerdo con Kalec
acerca de la Visión del Tiempo. Escuchar la historia sin más resultaba bastante
perturbador. Se sintió extremadamente agradecida que Tyrande hubiera decidido
no mostrarles esa escena.
—También se perdieron otras vidas, ¿verdad?
—Sí. Al final, tres de mis cuatro consortes fueron asesinados.
Jaina lanzó una mirada fugaz a Vereesa. La elfa noble estaba sentada como
si estuviera tallada en piedra. Lo único que indicaba que se encontraba embargada
por unas emociones intensas era su respiración acelerada.
Así que, a pesar de que tanto tú como tus consortes accedieron a sus
horrendas peticiones, fueron tratados de mala manera por sus captores, ¿no?
—Así es. Me mantuvieron encadenada. Incluso me colocaron una especie de
bozal para que no pudiera atacarlos. Si alguno de nosotros se resistía, o intentaba
liberarse, utilizaban el Alma Demoníaca contra nosotros. Fue... —Alexstrasza se
estremeció levemente al recordarlo— indescriptiblemente doloroso.
— ¿Te gustaría tomar un respiro? —le preguntó Tyrande con mucho tacto.
La Reina de los Dragones hizo un gesto de negación con esa enorme cabeza
coronada por unos cuernos.
—Preferiría acabar cuanto antes mi testimonio —respondió, con una voz
meliflua plagada de tensión.
—Engendraste unos dragones rojos para que pudieran valerse de ellos, tal y
como te exigieron —resumió Tyrande—. ¿De qué manera los utilizaron?
Alexstrasza clavó la mirada sobre sus propias manos, que tema apoyadas
sobre el regazo.
—Participaron como monturas en batallas, como si fueran meras bestias, y
se valieron de sus habilidades para matar a miembros de la Alianza. Si se rebelaban
de cualquier modo, eso podía tener como consecuencia la tortura e incluso la
muerte de sus hermanos y hermanas no natos.
— ¿Cómo se siente un dragón rojo cuando se le obliga a realizar tales actos?
Alexstrasza alzó la cabeza y no pudo disimular el dolor que le teñía la voz
cuando contestó:
—Reverenciamos la vida, toda vida. Aborrecemos tener que acabar con ella.
Los Dragonmaw no podrían habernos obligado a hacer algo que nos horrorizara
más.
Tyrande asintió, como si se sintiera satisfecha, y se giró para mirar a los
espectadores.
—Como líder de la Horda, Garrosh Hellscream se alió voluntariamente con
el clan Dragonmaw, sabiendo perfectamente lo que hacían y de qué modo obtenían
sus monturas. Acaban de escuchar lo que le hicieron a la raza más bondadosa que
hay sobre la faz de este mundo. —Echó a andar, mientras contaba con los dedos,
tal y como había hecho tras el testimonio de Vol’jin—. Esclavismo. Tortura.
Embarazos forzosos. Secuestro de niños. Asesinato de prisioneros. Cinco cargos de
los que se acusa a Garrosh que quedan demostrados, una vez más, por un solo
testigo.

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Tyrande contempló a Garrosh por un momento y, acto seguido, se volvió
hacia Alexstrasza.
—Gracias —dijo la elfa de la noche. Y luego añadió, dirigiéndose a Baine—:
El testigo es todo tuyo.
Baine se levantó y se aproximó a la Reina de los Dragones. Jaina arrugó el
ceño y le preguntó a Kalec:
— ¿No te molesta que la vaya a interrogar después de todo esto?
—Ojalá no hubiera tenido que declarar —respondió el dragón azul—. Pero la
Protectora es fuerte y ha sufrido tanto que el daño que le puedan infligir unas
palabras pronunciadas en un juicio no va a ser nada para ella. Hace lo que debe.
Al igual que Baine.
—Ese tauren no tiene por qué hacer esto —susurró Jaina entre dientes.
Esta vez fue Kalec quien no replicó. La archimaga se inclinó hacia delante y
observó con detenimiento lo que ocurría, a la vez que apoyaba el mentón sobre las
manos. Pensaba que Baine no sería capaz de hacer algo así. Pero lo había estado
observando a lo largo del juicio y seguía sin poder entender cómo podía defender a
Garrosh, sobre todo cuando eso requería actuar con tal crueldad.
No podía entender nada de nada.
—Gracias, Protectora. Lamento tener que causarte dolor —afirmó el tauren.
Lo dice como si realmente hablara en serio, pensó Jaina.
Acto seguido, Baine continuó:
—Seré breve. Has sufrido muchísimo a manos de los Dragonmaw, en
concreto, y de los orcos, en general. ¿Qué opinas sobre ellos ahora?
—No odio a ninguna raza de Azeroth —contestó—. Soy la Protectora y, a
pesar de que ya no poseo la mayoría de los poderes que tenía como Aspecto, sigo
albergando los mismos sentimientos en mi corazón.
— ¿Simpatizas con ellos?
—Los quiero —respondió sin más.
Jaina se quedó helada y, lentamente, alzó la cabeza, alejándola así de sus
propias manos. Tenía los ojos desorbitados y era incapaz de parpadear mientras,
estupefacta, miraba fijamente a la Reina de los Dragones.
— ¿A los orcos? —insistió Baine, como si le hubiera leído los pensamientos
a Jaina—. ¿A esos seres que te han hecho esas cosas tan terribles? ¿Cómo es
posible que los quieras? ¿Por qué no pides a gritos que sean destruidos? Sobre
todo, Garrosh Hellscream, quien fue quien volvió a darles poder.
—Muy pocos seres son realmente malvados —contestó Alexstrasza—. Y ni
siquiera esos pocos están más allá de la redención, necesariamente. El cambio es
algo inherente a la vida. Mientras algo viva, puede crecer y madurar. Puede buscar
la luz o la oscuridad. Únicamente, cuando opta por la oscuridad y se adentra en
ella de tal modo que la propia vida corre peligro, ya no hay esperanza, a mi
entender.
—Como fue el caso de Deathwing y Malygos.
—Sí. Para mi amargura y remordimiento.
En esos momentos, una Tyrande muy tensa estaba rebuscando entre los
documentos que tenía sobre la mesa. De vez en cuando, alzaba la vista y fruncía
levemente el ceño.
Jaina seguía mirando fijamente a la dragona roja.

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—Pero ¿qué está diciendo? —susurró Jaina bruscamente—. ¿Qué está
haciendo?
— ¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Tyrande.
Jaina, aliviada, cerró los ojos.
— ¿Sí, Chu’shao? —inquirió Taran Zhu.
— ¡Pido un receso!
— ¿En base a qué?
— ¡Resulta obvio que esas preguntas han turbado a la testigo!
Taran Zhu parpadeó y, a continuación, posó la mirada sobre Alexstrasza.
—Protectora, ¿necesitas un receso?
—No, Fa’shua. Recordar lo sucedido ha sido muy doloroso para mí, pero me
encuentro bastante bien.
—Petición denegada. Prosigue, Chu’shao Bloodhoof.
—Gracias. —El tauren inclinó la cabeza y, acto seguido, se volvió para
contemplar a Alexstrasza—. Tengo una última pregunta. Si uno de los mismos
orcos que tanto te torturaron, que asesinaron a tus hijos cuando todavía no habían
salido del cascarón, se presentara ante ti hoy y te pidiera perdón... ¿qué harías?
La gran Protectora esbozó una leve sonrisa que se fue agrandando poco a
poco. Alexstrasza miró en dirección al lugar donde estaban sentados Go’el y su
familia, y su mirada se cruzó con la de este orco. Cuando la dragona respondió al
fin, parecía irradiar una luz especial, pues su espíritu y ánimo desprendían una
luz que iluminaba las tinieblas.
—Le perdonaría, por supuesto —le dijo a Baine como si fuera un niño, como
si fuera una respuesta muy sencilla y obvia.
No hubo más preguntas.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

En cuanto Taran Zhu golpeó el gong y anunció que el juicio había acabado
por ese día, Anduin se giró de inmediato hacia su padre.
—Voy a ir a ver a Garrosh ahora mismo —dijo—. Es probable que me pierda
la cena.
Normalmente, cenaba con su padre —y a menudo también con Jaina, Kalec
y Vereesa— en Alto Violeta y después se excusaba para ir a hacer... lo que fuese
que estuviera haciendo con Garrosh. Ni siquiera él estaba seguro de si estaba
hablando con él, escuchándolo, guiándolo espiritualmente o, simplemente,
haciendo de muñeco de entrenamiento verbal para ese orco. Aunque a veces
parecía hacer las cuatro cosas a la vez. Ahora mismo, deseaba poder hacer una
quinta; lograr que algo de sentido común pudiera entrarle a Garrosh en la mollera.
Varian asintió.
—Ya, se me ha pasado por la cabeza que querrías hacer algo así —replicó—
Te dejaremos algo para cenar.
—No pasa nada. Ya comeré algunas albóndigas de Mi Shao.
—Espera, ¿qué? —les espetó Jaina—. ¿Garrosh? Anduin, ¿qué estás
haciendo con Garrosh?

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La archimaga parecía furiosa y alarmada.
—Ya te lo explicaré en la cena —le prometió Varian a Jaina— Ve, hijo.
Anduin saltó con agilidad por encima de una hilera de asientos y se dirigió
presuroso hacia las escaleras. A su espalda, pudo escuchar cómo Jaina decía:
—Varian, ¿qué está pasando?
Anduin hizo una mueca de contrariedad. Había estado tan obcecado con que
tenía que ir a ver a Garrosh que se había olvidado de que Jaina también estaba
ahí. No le había contado adrede nada acerca de sus reuniones con Garrosh. Pocos
sabían que se estaban produciendo, y quería que las cosas fueran así,
precisamente, por la forma en que acababa de reaccionar Jaina. Todo el mundo
parecía pensar que tenía algo que decir sobre todo lo que él decidía hacer, así como
sobre con quién debía relacionarse, y se estaba hartando. Aunque, ahora mismo,
ese hartazgo estaba muy por debajo en su escala de prioridades, donde lo que
primaba era la necesidad de ver a Hellscream.
Bajó deprisa hasta esa estancia situada debajo del templo.
—El príncipe ha sido hoy más rápido que el prisionero —comentó Li Chu al
ver llegar a Anduin—. Garrosh todavía no ha llegado.
—Esperaré.
Anduin se dirigió a un lado del pasillo y se apoyó contra la pared, con los
brazos cruzados. Intentó relajarse todo cuanto le fuera posible y se limitó a
permanecer en pie ahí, mientras reflexionaba irónica y sombríamente sobre lo
absurdo que era lo que estaba haciendo.
Garrosh llegó unos momentos después, procurando no apoyar demasiado la
pierna lastimada al pisar. Su llegada fue anunciada por el tintineo y el roce de esas
cadenas que lo ataban. Iba acompañado de Yu Fei y los seis guardias que tenía
asignados siempre que abandonaba la celda. Anduin percibió un leve destello de
sorpresa en su rostro marrón que rápidamente desapareció. Los hermanos Chu
abrieron la puerta. Yu Fei entró primero y se dirigió a la parte posterior de la
habitación, donde permaneció en pie en silencio. Entonces, esta le indicó con una
seña a Anduin que se aproximara hacia donde se encontraba ella. Juntos
observaron cómo Garrosh se acercaba a la puerta abierta de la celda, acompañado
de un estruendo metálico. Dos de los guardias le quitaron todas las cadenas salvo
las que le ataban los tobillos, mientras que los otros cuatro y los Chu permanecían
alerta, observando con atención todos los movimientos del orco. Garrosh se
encaminó hacia las pieles, sobre las que se sentó, mientras la puerta era cerrada
con llave. Yu Fei se aproximó y murmuró un encantamiento, a la vez que agitaba
las zarpas en el aire con una serie de movimientos muy delicados. Al instante, las
ventanas brillaron con un tenue fulgor púrpura.
— ¿Eso qué es lo que hace en concreto? —preguntó Anduin, quien sabía que
era una medida de seguridad complementaria, pero que ignoraba cómo funcionaba
exactamente.
Es una barrera de un solo sentido —contestó Yu Fei—. Los guardias podrían
entrar si fuera necesario, pero Garrosh no puede salir.
—Muy inteligente —señaló Anduin.
Yu Fei se ruborizó ligeramente e hizo una reverencia.
—Me honran con ese halago —afirmó, con los ojos clavados en el suelo y, a
continuación, se marchó con presteza.

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A pesar de que Anduin se preguntó a qué se debía ese comportamiento tan
extraño, enseguida se olvidó de ello pues estaba mucho más interesado en entablar
conversación con el orco.
Li y Lo hicieron un gesto de asentimiento en dirección al príncipe y, después,
cerraron la puerta exterior con llave.
Anduin no hizo ademán alguno de moverse en un principio. Se limitó a
contemplar furioso al orco, a quien parecía hacerle mucha gracia que estuviera tan
obviamente enojado.
—Habla, príncipe Anduin, porque si no, vas a estallar —le espetó Garrosh—
Y no deseo cargar con las culpas del estropicio resultante.
— ¿Cómo has podido hacer algo así? ¿Cómo has podido hacer cualquiera de
esas cosas? —Las palabras manaron a trompicones de los labios de Anduin.
Entonces fue como si el mero hecho de hablar le hubiera otorgado la capacidad de
moverse una vez más, ya que se acercó al orco dando grandes zancadas y se detuvo
a menos de treinta centímetros de esos barrotes—. No estás loco. No eres un
desalmado. Así que dime... ¿cómo has sido capaz de hacer eso?
Garrosh, que estaba disfrutando mucho de la situación, se recostó sobre
esas pieles de dormir, lo cual provocó que las cadenas tintinearan.
— ¿El qué?
—Ya sabes de qué estoy hablando. ¡Me refiero al hecho de que te aliaras con
los Dragonmaw!
—A pesar de ser muy compasivo, juzgas muy rápido a los demás—replicó
Garrosh—. Hoy Tyrande ha jugado muy bien sus bazas, eso lo debo reconocer. No
cabe duda de que Alexstrasza ha hecho que a más de uno se le cayera alguna
lagrimilla con ese cuento que ha contado.
— ¿Ese cuento? ¿Eso es todo lo que eso ha sido para ti?
Garrosh se encogió de hombros.
—Eso ya es agua pasada y sería inútil darle más vueltas.
—Vueltas las que vas dar cuando te ahorquen —replicó Anduin con
brusquedad.
—Exacto. No necesito tu compasión, humano.
—Entonces, ¿para qué querías hablar conmigo? ¿Con un sacerdote o con
alguien al que intentaste matar?
Garrosh permaneció callado.
—Ella es la Protectora, Garrosh. Es... es el ser más bondadoso que hay en
este mundo. Y tu gente le hizo eso.
A Garrosh se le iluminaron los ojos.
—Aja, la verdad sale al fin a la luz. Eres igual que Jaina, ¿verdad? En
realidad, en lo más hondo de tu ser, crees que todos somos monstruos.
Anduin lanzó un gemido ahogado y se dio la vuelta presa de la frustración.
El orco se echó a reír.
—Todos son iguales.
El principe resopló.
—Claro que sí. Como tú eres igual que Go’el, Saurfang y Eitrigg.
Garrosh gruñó y apartó la mirada.
—Han olvidado la verdadera gloria de la Horda, aunque, en el caso de Go'el,
más bien habría que decir que nunca la ha conocido.

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—Oh, sí, romper unos huevos es un acto tremendamente glorioso.
— ¡Doblegar a un dragón para que cumpla tu voluntad sí lo es!
—Así que realmente crees que torturar a la Protectora de toda vida es algo
de lo que enorgullecerse, ¿verdad?
— ¡Yo no secuestré a Alexstrasza!
—No, pero conspiraste con aquellos que sí lo hicieron. Esa gente sigue
esclavizando a dragones, con independencia de que estén aliados ahora con la
Horda o no. Porque “doblegar a un dragón para que cumpla tu voluntad” es algo
glorioso, ¿verdad? —En ese instante, se le acercó aún más—. ¿Qué concepto de
Horda tienes tú, Garrosh? Porque este mundo lo único que ha visto gracias a ti ha
sido una gran violencia innecesaria, mucho tormento y grandes dosis de traición.
— ¡Mi Horda aplastará a sus enemigos como un gigante aplasta a un insecto!
Garrosh se había puesto en pie y había acercado tanto su rostro a Anduin
que este podía notar en las mejillas el cálido aliento que desprendían esos jadeos
que el orco daba al respirar agitada y furiosamente. Garrosh, no obstante, no tocó
los barrotes.
— ¿Y qué pasará cuando esta Horda que tú concibes haya aplastado a todos
esos insectos que la molestan? ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Qué harás cuando te
quedes sin enemigos? ¿Volverse unos contra otros? Oh, espera, eso ya lo han
hecho, ¿eh?
Se miraron fijamente durante un largo instante y, entonces, Anduin suspiró.
Ya había descargado toda su furia y lo único que quedaba era tristeza. Tristeza y
asco ante la ruina que Garrosh Hellscream había dejado a su paso... así como
también tristeza y asco por el propio Garrosh.
—Deseaba tanto poder entenderte —aseveró Anduin, cuya voz apenas era
un susurro—. Porque, al menos, comprendo todo esto en parte. Entiendo que
quieras que tu gente pueda alzar la cabeza con orgullo, que quieras que sus hijos
crezcan sanos, que quieras que los orcos sean fuertes para que puedan prosperar,
que quieras realizar grandes proezas, para que no sean olvidados cuando ya no
sean más que mero polvo. Todo eso lo entiendo, de veras. Pero ¿el resto? ¿Lo de
Alexstrasza? ¿Lo de la posada? ¿Lo de los trolls? ¿Lo de Theramore? —Sacudió
lentamente la cabeza y sus cabellos rubios se agitaron—. Eso no puedo entenderlo.
Mientras Anduin hablaba, Garrosh también se había ido calmando. Había
observado a Anduin cautivado, subyugado por las palabras del muchacho. En ese
momento, replicó con una voz tan serena como la de Anduin.
—Y nunca lo harás.
Por un instante, Anduin no contestó. Después, dijo:
—Tal vez tengas razón.
Príncipe Anduin, por favor, apártate de la celda —le pidió Li Chu. Anduin se
sobresaltó e hizo lo que le pedía. Li tenía la mirada clavada en Garrosh—. ¿Va todo
bien, alteza?
—Tan bien como puede ir —respondió Anduin.
Detrás de Li, se encontraba Lo, que llevaba una bandeja, en la que había un
cuenco de curry verde humeante, otro repleto de arroz, dos melocotones, una fruta
del sol tropical partida en cuatro cachos y una jarra de agua fresca. Garrosh al
menos no podía quejarse de que lo trataran tan mal como a sus prisioneros. Yu Fei
murmuró un encantamiento y el fulgor que envolvía los barrotes desapareció.

Pág. -151-
Bajo la atenta mirada de Li, Lo colocó la cena sobre una mesita situada junto
al pasillo.
Anduin se fue para que Garrosh pudiera cenar. Cuando se encontraba en la
rampa de la entrada, se detuvo un momento y se volvió.
—Aunque una vez más —le dijo a Garrosh—, tal vez estés equivocado.

***
Esta vez, fue Sylvanas la que se demoró. Para cuando llegó a la Aguja
Windrunner, Vereesa ya se hallaba ahí, deambulando de aquí para allá en esa
playa. En cuanto Sylvanas aterrizó a lomos de un murciélago, Vereesa fue corriendo
hacia ella.
— ¡Podemos hacerlo! —exclamó—. ¡Es perfecto!
Sylvanas sonrió al ver a Vereesa tan emocionada. Si eso era cierto, era una
noticia maravillosa.
—Explícate cuanto antes. ¡Ansío escucharte!
—Una de las comidas que suelen darle es curry verde —dijo—. Normalmente,
se la sirven cada tres días, pero según Mu-Lam Shao, eso depende de qué productos
frescos tengan a su disposición. Lo preparan todo en una enorme olla que hay en
la cocina. La comida que se sirve a todo el mundo sale de ahí.
Mientras caminaban, sus pasos se acompasaron a la perfección con suma
facilidad. Embargadas por la emoción, ambas andaban con rapidez. Sylvanas se
sintió como si todos sus sentidos se hubieran agudizado; como si estuviera
despierta por primera vez desde hacía mucho tiempo.
—Continúa.
—En cuanto la comida de Garrosh está servida, se la llevan allá abajo en
una bandeja en la que también hay algo de arroz y algunas frutas... o cualquier
producto fresco del que dispongan en esos momentos. También le sirven una fruta
del sol partida en cuatro trozos. —Vereesa apenas era capaz de contener la
emoción—. Sylvanas... el propio comensal le da el toque final al plato al mezclar el
arroz con cada bocado y echarle encima un poquito de zumo de fruta del sol. Esa
fruta de por sí es bastante ácida, pero como la piel es muy dulce, el comensal se la
puede comer a modo de postre. No tenemos que envenenar el curry...
Sylvanas se detuvo súbitamente.
—... podemos envenenar la fruta del sol —murmuró—. ¡De ese modo,
Garrosh se envenenará él solo!
— ¡Sí! —Vereesa irradiaba alegría como el sol irradia luz—. Lo único que
tenemos que hacer es cambiar la fruta del sol justo antes de que el plato salga de
la cocina.
Ambas se tendieron las manos al mismo tiempo. La Dama Oscura notó cómo
Vereesa se las estrechaba con fuerza a través de esas manos enguantadas. Es tan
feliz, pensó Sylvanas. Y... y yo también.
—Un plan brillante, Lunita —le dijo Sylvanas—. Eres tan brillante. —Su
hermana se ruborizó agradecida—. ¿Serás capaz de entrar en las cocinas para
poder hacer el cambio?
Vereesa asintió.
—Sí. Ya soy una visitante habitual. Hablaré con Mu-Lam mientras prepara
la comida. De momento, nadie ha puesto ninguna pega. Creo que Mi Shao les ha

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hablado de mi interés por la cocina pandaren. Hoy me he fijado en cómo
preparaban el curry. Cortan la ñuta del sol justo antes de echar el curry al cuenco.
Después, lo colocan todo sobre la bandeja. Puedo meterme ahí con una fruta de
esas ya troceada y envenenada y cambiarla por la otra en un visto y no visto.
— ¿Estás segura de que se come la fruta del sol?
—Sí. Según Mu-Lam, a ese orco le parece un manjar delicioso.
—Estupendo —caviló Sylvanas—. Garrosh, quien posiblemente es el orco
más peligroso que jamás ha existido, va a ser asesinado gracias su pasión por la
fruta pandaren.
—Parece un regalo que nos ofrece el destino —comentó Vereesa.
Sylvanas posó la mirada sobre sus manos estrechadas. Notó una cierta...
calidez por dentro. No era algo físico, ya que nunca podría sentir calor de nuevo. Si
ni ella ni su hermana no hubieran llevado guantes, Vereesa habría retrocedido al
notar la gelidez de la piel de su hermana. O... quizá no.
—Tal vez sí sea cosa del destino —murmuró Sylvanas—. Tal vez tú y yo
estábamos destinadas a aunar esfuerzos. Quizá Garrosh Hellscream solo pueda ser
derrotado si las dos últimas Windrunner que quedan vivas en Azeroth suman sus
fuerzas.
Alzó la cabeza y clavó sus relucientes ojos rojos en la mirada azul cielo de
Vereesa.
—La Horda y la Alianza han logrado detenerlo a duras penas. Pero tú y yo
solas, hermana mía, pondremos punto final a su existencia. Y tal vez... daremos el
primer paso para que surja algo nuevo.
— ¿Qué quieres decir?
—No tenemos por qué parar con la muerte de Garrosh —respondió Sylvanas,
a quien le tembló un poco la voz. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la
última vez que le había pasado algo así? Solo una vez, desde su asesinato. Solo una
vez, desde hacía años, cuando un aventurero le había dado un medallón
ornamentado con un zafiro—. ¿Qué tiene que ofrecerte ahora la Alianza? —insistió,
esperando interpretar las reacciones de su hermana de manera correcta—. Garrosh
puede ser solo el principio. Las hermanas Windrunner somos muy poderosas.
Hemos cambiado el mundo y podemos seguir cambiándolo... juntas. Después de
que Garrosh sea asesinado, podrías unirte a mí.
— ¿Qué?
—Deberías gobernar a mi lado. Odias a la Horda... y yo también la odiaba,
hasta que pude hacerme con este lugar donde ejerzo el poder. Podemos imponer
nuestra ley, Lunita. Podemos remodelar la Horda a nuestra imagen y semejanza.
Nada podrá detenemos. Machacaremos a nuestros enemigos hasta reducirlos a
nada y lograremos que nuestros aliados se impongan. Así pienso yo... y creo que
tú también piensas igual.
Apretó con fuerza las manos de Vereesa. La elfa noble forestal no se apartó,
sino que la contempló fijamente, con la boca entreabierta, mientras intentaba
mirarle a los ojos a Sylvanas.
—Yo...
—Quiero que estés conmigo, hermana —dijo Sylvanas, con la voz
entrecortada—. Me he sentido... tan sola. Hasta ahora, no me había dado cuenta.
No creo que pudiera... Quédate conmigo. Por favor... quédate, Lunita.

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CAPÍTULO VEINTICUATRO

Día Seis

—Chu’shao Whisperwind, puedes llamar a tu primer testigo.


—Gracias, Fa’shua. Llamo a Gakkorg, quien formó parte de los Kor’kron.
Ya no quedaban muchos Kor’kron. La mayoría habían apoyado a Garrosh,
hasta el punto de que habían batallado contra las fuerzas de Go’el cuando este
había llegado a las Islas del Eco. Vol’jin todavía no había escogido a su guardia
especial, aunque Baine se imaginaba que acabaría habiendo unos cuantos trolls
en ese cuerpo de élite. Los pocos Kor’kron que habían sobrevivido se encontraban
en prisión, salvo este. Gakkorg había desertado mucho antes, antes incluso de que
hubiera sido descubierta Pandaria. A pesar de que habían puesto precio a su
cabeza, el sagaz orco había logrado mantenerse oculto.
Era más joven de lo que había esperado Baine y, como era habitual en los
Kor’kron, se trataba de un espécimen físicamente perfecto. Su piel tenía una
tonalidad verde oscura, casi esmeralda, y se acercó cojeando a la silla de los testigos
para prestar juramento.
—Por favor, dinos tu nombre y cargo —pidió Tyrande.
—Soy Gakkorg. Tal y como has señalado, en su día fui miembro de los
Kor’kron y serví bajo las órdenes del Jefe de Guerra Thrall y luego de Garrosh
Hellscream.
—Pocos de los que, “en su día”, sirvieron del mismo modo que tú al líder la
Horda han sobrevivido —reflexionó Tyrande.
— ¡Con todo respeto, protesto! —gritó Baine.
Estoy de acuerdo con la defensa —dijo Taran Zhu—. Por favor haz las
preguntas sin añadir comentarios, Chu’shao.
— ¿Cuándo dejaste de estar a su servicio? —preguntó Tyrande.
—Poco después de la primera campaña de Garrosh para conquistar el
continente de Kalimdor.
—Gracias. Chromie, la Visión, por favor.
El dragón de la Visión del Tiempo se despertó ante las sutiles
manipulaciones de Chromie. Al instante, el Gakkorg del pasado apareció; llevaba
un saco lleno y manchado de sangre al hombro mientras se aproximaba a una de
esas muchas Casas Comunales de metal desvencijadas que se hallaban esparcidas
por todo el Muelle Pantoque.
El suelo de esa Casa Comunal, que daba cobijo a unos cautivos, estaba
cubierto de paja.
En un principio, estaban dormidos, pero se despertaron en cuanto la puerta
se abrió. Había cuatro y todos ellos llevaban una robusta cadena en alguna de las
patas delanteras que los mantenía atados. Bostezaron, se desperezaron y el sueño
abandonó esos grandes ojos marrones. Murmuraban picados por la curiosidad y,
aunque sus rostros eran más grandes que el de un humano adulto, seguían siendo
pequeños para ser de esa raza. Tenían un pelo espeso y largo, que les llegaba hasta
la espalda, repleto de rizos de bebé de color negro, marrón y gris. Solo llevaban

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unos trozos de pieles de animal a modo de ropa, lo cual conformaba un atuendo
muy primitivo. En cuanto olisquearon el aire, se dieron cuenta de qué era lo que
traía Gakkorg. Emocionados, dieron palmadas y lanzaron gritos de júbilo. Movieron
las colas muy contentos y pisotearon el suelo con fuerza.
Eran crías de magnatauros.
—Eso es, pequeños —los animó Gakkorg—. Hagan todo el ruido posible para
que sus padres puedan oírlos.
Sacó un trozo de carne chorreante del saco y los niños se volvieron locos.
Unas risas brotaron de la garganta de uno de ellos. El resto chilló ansioso, mientras
unas lágrimas relucían en esas mejillas tan redondas, al mismo tiempo que
extendían los brazos.
La imagen de Gakkorg los contempló por un momento. Entonces, negó con
la cabeza y masculló algo entre dientes. Le lanzó un trozo de carne a uno de ellos,
a una pequeña hembra, que brincaba como podía con esa pata delantera
encadenada. Acto seguido, esta se dejó caer al suelo para devorar esa carne
endulzada. Los demás chillaron aún más para pedir su parte, y Gakkorg repartió
lo que quedaba.
Enseguida, los cuatro, desde el más joven, que apenas era un bebé, al mayor,
un macho al que le empezaban a sobresalir muy levemente unos colmillos a ambos
lados de la cara, estaban masticando la comida.
—Párala aquí, por favor. —La escena se detuvo—. ¿Quiénes son? ¿Qué son
esas crías? —inquirió Tyrande.
El semblante de Gakkorg se tomó gris por culpa de la tristeza.
—Crías de magnatauro —contestó—. Garrosh los secuestró para obligar a
los adultos a luchar por él en Vallefresno.
— ¿Fueron torturadas de algún modo?
—No —respondió el orco—. Mi tarea consistía en darles de comer y cuidarlas.
Cuando sus padres se rebelaban, les daba algún manjar especial para que armaran
mucho mido de repente. Les encantaba la carne endulzada con miel. Como sus
padres no podían saber qué les estábamos haciendo, se preocupaban y así eran
más fáciles de manejar. Yo nunca habría torturado a unas crías, elfa de la noche.
—Pero sí las secuestraste —replicó Tyrande, quien se estaba limitando a
señalar un hecho incontestable.
Gakkorg se frotó la cara.
—Sí, es cierto —contestó con pesar.
— ¿Los adultos lucharon por la Horda en esa batalla? —preguntó Tyrande,
aunque sabía perfectamente que así había sido, ya que la suma sacerdotisa lo había
visto con sus propios ojos.
—Así fue.
— ¿Y qué fue de ellos?
—Los mataron —respondió Gakkorg.
—Por tanto, esos niños quedaron huérfanos —concluyó Tyrande—. Los
adultos murieron al cumplir con su parte del pacto. ¿Qué era lo que había
prometido Garrosh como contrapartida?
—Les dijo a los magnatauros que mataría a sus vástagos si los adultos no
luchaban. Les prometió que si peleaban por la Horda, liberaría a los críos.
—Entiendo. ¿Cumplió su palabra?

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Gakkorg no contestó de inmediato. Permaneció sentado mientras
contemplaba las imágenes de esos niños, congelados en el tiempo, donde toda la
repugnante sangre que chorreaba de esa comida quedaba compensada con la
alegría y la inocencia con la que devoraban ese manjar.
—Responde a la pregunta, por favor —insistió Tyrande.
Gakkorg se estremeció.
—Sí... y no. Los magnatauros... bueno, no son las espadas más brillantes de
la armería. Además, Garrosh fue muy cuidadoso con las palabras que empleó. —
En ese instante, apartó la mirada de la escena y contempló a Garrosh con los ojos
entornados. Las siguientes palabras las pronunció con sumo desprecio—: Sí, liberó
a esos críos. Los magnatauros habían dado por sentado que con eso Garrosh había
querido decir que los llevaría de vuelta a su hogar.
Sin embargo, dio la orden de que fueran liberados en las playas de Azshara.
Baine cerró los ojos. No se atrevía a mirar a Garrosh, porque temía que la
rabia lo dominara y acabara atacando a su defendido por esa atrocidad que había
cometido.
—Pero podían defenderse por sí solos, ¿verdad?
—Tal vez hubieran podido hacerlo en Northrend, donde sabían qué era
seguro y qué no, donde podrían haber dado con adultos de su misma raza, pero los
liberaron en la Playa Arrasada.
— ¿Y ese no era un lugar seguro?
—En la Playa Arrasada, hay nagas —contestó Gakkorg con un hilo de voz.
No dijo nada más, no hacía falta.
— ¿Y qué hiciste en cuanto te enteraste de esto?
—Me quite el tabardo y desaparecí —contestó—. Y no fui el único.
—Gracias. Acabamos de escuchar otro testimonio más que demuestra que
se puede acusar a Garrosh Hellscream de secuestro —y asesinato— de niños.
Chu’shao Bloodhoof, puedes interrogar al testigo.
Baine ni siquiera fue capaz de hablar para declinar el ofrecimiento. Se limitó
a agitar una mano en el aire para responder que no. No tenía nada que preguntarle
a Gakkorg; además, temía que si interrogaba al orco, solo podría felicitarlo por
haber desertado y nada más.
Mientras Tyrande regresaba a su asiento y Gakkorg volvía a su lugar en las
tribunas, un centinela hizo acto de presencia y se dirigió directamente hacia
Tyrande. Hablaron con premura y la elfa arqueó las cejas. No parecía creerse lo que
le estaba contando, pero entonces el centinela dijo algo que, al parecer, la
convenció.
—Chu’shao Whisperwind —dijo Taran Zhu—, ¿te importaría compartir la
información que acabas de recibir con el tribunal?
—Un momento, Fa’shua.
Los dos elfos de la noche siguieron hablando entre susurros sibilantes, hasta
que Tyrande por fin asintió. El centinela salió de ahí a paso ligero mientras la suma
sacerdotisa recuperaba la compostura. Daba la impresión de hallarse anonadada,
satisfecha y abrumada al mismo tiempo. Al final, se levantó, de modo que su túnica
hizo un suave ruido con el roce y, durante un largo instante, se limitó a estar de
pie frente al escritorio. No hizo ademán alguno de llamar a algún testigo, sino que
recorrió la multitud con la mirada y, a continuación, alzó la vista hacia los

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Celestiales, como si estuviera intentando tomar una decisión. Baine se encontraba
muy alerta. Tyrande siempre se mostraba confiada y serena, pero ahora parecía...
serenamente triunfal.
—Lord Zhu —dijo—, presento una petición formal de que ese juicio se
considere nulo de manera irreparable.
Los murmullos recorrieron esa estancia y Taran Zhu tuvo que golpear el
gong. Por primera vez desde que el juicio había comenzado, Garrosh se inclinó
hacia Baine para hablar.
— ¿Y eso qué quiere decir?
—Depende de lo que quiera, o bien cree que serás absuelto (lo cual no creo
que suceda ni por asomo), o bien quiere un nuevo jurado.
—Lo cual significa que me ejecutarán, sin lugar a dudas.
El orco hablaba con un tono de voz muy monótono, como si estuviera
aburrido. Baine lo fulminó con la mirada.
Solo hay un puñado de seres capaces de dictar un veredicto imparcial.
Cuatro de ellos componen ahora mismo este jurado.
—Me reafirmo en lo que he dicho.
Baine no contestó. En cuanto el furor remitió, Taran Zhu dijo:
—Chu’shao, ¿quieren hacer el favor de acercarse al estrado con sus
consejeros del tiempo?
Cuando todos se hallaron ante él, Taran Zhu lanzó una mirada a Tyrande
plagada de enojo. Baine se percató de que Chromie tampoco parecía especialmente
contenta.
—La acusación debería explicarme por qué, en un momento tan avanzado
del proceso, quiere que declare este juicio nulo —afirmó el pandaren.
—Se me ha señalado, y es una información que he de compartir con todos
ustedes, que Chu’shao Bloodhoof no puede representar al acusado por una razón
de conflicto de intereses. No creo que pueda llevar a cabo una labor justa y, por
tanto, pido que se declare formalmente la nulidad de este juicio y que se nombre a
una nueva defensa y a un nuevo jurado.
—Chu’shao —replicó Taran Zhu, con una mezcla de seriedad y
exasperación— estoy empezando a dudar de que seas consciente de que es
prácticamente imposible dar con alguien, ya sea de la Horda, la Alianza o de
cualquier otro bando, que sea capaz de representar de una manera justa al
acusado.
—Pues entonces tendrás que buscarlo—le espetó Tyrande.
— ¿Con qué clase de evidencia cuentas?
Tyrande tuvo la decencia de mostrarse al menos un tanto incómoda.
—Me acaban de informar de que se ha localizado a un testigo que dará un
testimonio que, cuando menos, no dejará en buen lugar a Chu’shao Bloodhoof.
Preferiría no tener que manchar su reputación de una manera innecesaria. Creo
que si escuchan esta información, el jurado se verá tan influenciado por ella que
será incapaz de dictar un veredicto justo.
Taran Zhu se cruzó de brazos y la escrutó durante un largo instante.
—No me gustaría ser tu enemigo, Lady Tyrande.
—Me alegro de que no lo seas, Lord Zhu.
—¿Y quién es ese testigo sorpresa?

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—Preferiría que...
— ¡Dilo ya! —La interrumpió un furioso Baine—. ¡Me importa un comino lo
que prefieras, Chu’shao! ¿De quién se trata?
Taran Zhu alzó una zarpa.
—Te ruego silencio, Chu’shao Bloodhoof. Tyrande... Todos conocemos lo que
opina Baine sobre Garrosh. Incluso habló sobre ello en su discurso de apertura del
juicio. Si tenías alguna objeción al respecto, deberías haberla planteado entonces.
—En ésos momentos, no contaba con este testigo, Fa’shua.
Taran Zhu permaneció inmóvil un largo rato, Entonces, dijo al fin:
—Chu’shao Bloodhoof, está claro qué pretende lograr Chu’shao
Whisperwind. Tengo más fe en los Celestiales y en su capacidad de dictar un
veredicto justo que ella, pero me gustaría saber qué piensas sobre esto. Según
parece, esto podría perjudicarte mucho.
En ese preciso instante, Baine se dio cuenta de qué ocurría. Taran Zhu haría
lo que creyera mejor, por supuesto. Estaba en su derecho a hacerlo como Fa’shua
que era. Pero le había hecho una pregunta y el tauren debía contestarla
sinceramente. También comprendía que Tyrande no tenía por qué haber hecho ésta
petición. Si ese testimonio era tan perjudicial para él como ella parecía creer —y no
tenía ninguna razón para dudar de que no estuviera en lo cierto—, podría haberse
limitado a llamar al testigo y que las cosas discurrieran como debían. La
sacerdotisa intentaba mostrarle cierto respeto... y tal vez también hacerle un favor.
—Hubo un momento en que habría agradecido que sucediera algo así —
aseveró el tauren—. En el que a pesar de haber cumplido mi cometido lo mejor
posible, me habría sentido aliviado al no tener que seguir desempeñando esta labor.
La Madre Tierra bien sabe las dudas que he tenido al respecto. Yo no pedí asumir
esta pesada carga y estoy seguro de que, sea quien sea el testigo con el que ha dado
Tyrande, este hará público qué es lo que pienso sobre el acusado y qué sentimientos
provoca en mí. Aunque sea un pobre defensor de su causa, sigo siendo la mejor
opción que le queda a Garrosh Hellscream. Se me pidió que lo defendiera y eso voy
a hacer, a pesar de los riesgos que corra a nivel personal. Esta es mi opinión, Lord
Zhu.
Para su sorpresa, Tyrande parecía hallarse muy triste. Entonces, la elfa se
volvió hacia y él y dijo con suma seriedad:
Me parece que no eres capaz de apreciar la trascendencia de lo que está a
punto de suceder. No quiero convertir esto en un ataque personal.
—Pero lo estás haciendo.
— ¡He de hacerlo! —Si bien mantuvo un tono de voz bajo, cada silaba de
esas palabras transmitió la honda pasión con que las pronunciaba—. Si es
necesario, te sacrificaré, Baine Bloodhoof, para presentar la acusación más sólida
posible. Sacrificaré cualquier cosa y a cualquiera.
Baine respiró hondo y luego exhaló con fuerza. Se enderezó cuan largo era
y, tras bajar la mirada hacia la elfa de la noche, replicó con suma calma:
—Adelante, entonces.
Taran Zhu, que los estaba observando a ambos, dijo:
—Que así sea. Chu’shao, puedes presentar al testigo. Después de que aporte
su testimonio, el acusado podrá elegir entre seguir con Baine como Chu’shao o no.
Tyrande cerró los ojos por un instante.

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—Baine Bloodhoof, lo que va a suceder a continuación... es responsabilidad
tuya. Gracias, Fa’shua.
Antes de que Kairoz pudiera sentarse, cogió a Baine del brazo y susurró:
—Sé qué tiene preparado contra ti. ¡No tengo tiempo de buscar una Visión
que contradiga la que va a presentar y no se me ocurre nada de manera
improvisada!
—No hará falta —replicó Baine de un modo estoico—. Si Chromie tiene algo
que ver con todo esto, está claro que Tyrande planea demostrar con una Visión esa
prueba que va a presentar, no se va a limitar a un mero interrogatorio. Solo me
resta confiar en que la verdad hablará por sí misma. Aceptaré las consecuencias.
—Eres tan idealista como el joven príncipe —murmuró un frustrado Kairoz.
Baine resopló, pues le divertía la ironía que encerraba ese comentario.
—Me han llamado cosas peores —replicó y, acto seguido, volvió a su asiento.
Garrosh se inclinó hacia él de nuevo y le preguntó:
— ¿Qué ha pasado?
—El juicio prosigue. Esta vez, te tocará tomar una decisión. Podrás decidir
si sigo defendiéndote o no. Si optas por que deje de ser tu defensor, Taran Zhu te
designará a otro Chu’shao.
—¿Por qué iba a desear hacer algo así cuando estás logrando que mis
últimos días sean, al menos, muy entretenidos?
Tyrande, que se encontraba junto a la silla de los testigos, tomó aire y dijo a
continuación:
—Por favor, tengan en cuenta que considero al próximo testigo como
extremadamente hostil al acusado. Llamo a declarar al Caminamillas Perith
Stormhoof.
En ese mismo instante, Baine comprendió hasta dónde pretendía llegar
Tyrande Whisperwind para obtener una sentencia condenatoria.

CAPÍTULO VEINTICINCO

El tauren Caminamillas Perith Stormhoof se aproximó a la silla lentamente,


con la misma actitud de alguien que se dirigiera a una ejecución. Se sentó con
dignidad y esperó.
—Por favor, dile tu nombre a la corte —le pidió Tyrande.
—No voy a testificar —replicó Perith, con un tono de voz grave y casi carente
de emoción, aunque Baine sabía que todo era pura fachada.
—Perith Stormhoof —le advirtió Taran Zhu—, si has sido llamado a testificar,
estás obligado a dar testimonio.
—Presté un juramento, primero ante Cairne Bloodhoof y después ante Baine
Bloodhoof, por el que me comprometí a no decir ni hacer jamás nada que pudiera
perjudicarlos. Soy el leal guardián de sus secretos. No podrán obligarme a hablar.
—Según la ley pandaren, puedo retenerte indefinidamente hasta que decidas
testificar —afirmó Taran Zhu.
—Permaneceré en prisión y mantendré mi palabra y mi honor hasta el fin de
mis días antes que traicionar a mi Gran Jefe.

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Baine se hartó y se puso en pie.
—Perith Stormhoof, te ordeno que hables. Nos has demostrado con creces
tu lealtad, tanto a mí como a mi padre, y en nombre de ambos, te prometo que no
te guardaré rencor por nada de lo que vayas a decir. Este es un lugar donde reina
la verdad, algo que tanto Cairne como yo siempre apreciamos, así que cuenta la
verdad, tal y como requiere la ley pandaren.
La máscara que había portado Perith hasta entonces se desvaneció cuando
lo miró angustiado. Sin lugar a dudas, pensaba que Baine no era consciente de las
terribles consecuencias que podría tener lo que le estaba pidiendo que revelara.
Pero Baine sí que lo sabía y, en cierto modo, se sentía aliviado por ello. El Gran Jefe
asintió, como si dijera “adelante”.
—Hablaré solo porque mi Gran Jefe me ha dicho que he de hacerlo—afirmó,
con un pesar que era casi palpable.
—Que el jurado tome nota de que se trata de un testigo... hostil —pidió
Tyrande, quien no mostró ningún júbilo por el hecho de que Perith hubiera dado
su brazo a torcer, pero tampoco mostró arrepentimiento alguno—. Por favor, dinos
tu nombre y cargo.
—Soy Perith Stormhoof. Soy un Caminamillas que sirve a Baine Bloodhoof
y sirvió a su padre, Cairne, antes que a él.
—Explícanos qué hace un Caminamillas.
—Sobre todo, somos mensajeros, pero no solo eso. Conocemos el contenido
de las misivas que llevamos. Conocemos los secretos del Gran Jefe —contestó con
un tono monótono teñido de derrota—. Conocemos los sitios más seguros por los
que viajar, en todos los sentidos, por lo cual tanto nosotros como nuestras cruciales
misiones no suelen correr ningún peligro.
—Cuando no estás enviando mensajes de parte del Gran Jefe Baine, ¿dónde
sueles estar normalmente?
—Con él.
— ¿Como consejero, como asesor?
Perith sacudió esa cabeza de cabellos grises.
—No. Como si fuera una mera sombra, salvo cuando me necesita.
Garrosh se inclinó hacia Baine y le comentó:
—Esa elfa te va a destrozar, tauren.
—Estoy bastante seguro de que así será —replicó Baine.
—Entonces, ¿por qué...?
—Por la paz —masculló, con un tono amenazadoramente bajo.
—Así que conoces muchos secretos —prosiguió Tyrande—. La acusación
desea que conste en acta que el único fin de este testimonio es contribuir a que
este proceso sea lo más justo posible. No tengo ningún deseo de revelar secretos de
la Horda para ayudar a la Alianza.
—Si pensara que pudieras hacer algo así, Chu’shao, haría todo lo posible
para expulsarte del juicio —le advirtió Taran Zhu de un modo un tanto jocoso.
Baine no elevó la vista hacia las tribunas, para comprobar la reacción de
algún miembro de la Alianza. No iba a poner ningún impedimento a esto. Por favor.
Madre Tierra, que esto sea lo mejor para todos nosotros... estamos tan hartos de
tanta guerra.

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Pese a que Tyrande frunció ligeramente el ceño, acabó agachando la cabeza
y volvió a centrar su atención en Perith.
— ¿Cuándo empezaste a servir a Baine Bloodhoof?
—La misma noche en que su padre fue asesinado —contestó el
Caminamillas—. Los Grimtotem habían tomado Thunder Bluff y habían atacado el
Poblado de Bloodhoof. Como Baine había recibido un aviso a tiempo, pudo escapar,
gracias a la Madre Tierra.
— ¿Fuiste tú quien lo avisó?
—No. Yo había acompañado a Cairne a Orgrimmar. Después del mak’gora...
me demoré y no regresé a tiempo. Los Grimtotem nos vigilaban. Me encontré con
Baine después, en el Campamento Taurajo.
—Entonces, ¿quién lo avisó?
—Un chamán Grimtotem llamado Stormsong, que tenía mucho más honor
que Magatha.
—Está claro que Baine tuvo mucha suerte. Si el tribunal me da su permiso,
me gustaría presentar una Visión de lo que sucedió esa terrible noche.
Baine cerró los ojos por un momento y rezó para serenarse, mientras la
escena se manifestaba. Ahí estaban él, Jorn Skyseer, Hamuul Runetotem y Perith;
este último sentado al fondo, tal y como era habitual en él. Si bien Baine respetaba
profundamente a Perith, este tauren prefería mantenerse siempre al margen, ya
que esa actitud formaba parte de su papel como Caminamillas.
—Magatha ya tiene lo que quería —aseveró la imagen de Hamuul mientras
les servían la comida—. Controla Thunder Bluff, el Poblado Bloodhoof y,
probablemente, también el Campamento Mojache. Si no la detenemos pronto,
acabará controlando a todos los tauren.
—Pero no Roca de Sol —apostilló Jorn con suma calma—. Han mandado un
mensajero. Al parecer, han sido capaces de repeler el ataque.
Baine se vio a sí mismo asentir, gruñir levemente y dar un bocado a la
comida por pura necesidad más que por apetito.
—Archidruida —dijo la imagen de Baine un momento después—, mi padre
siempre confió en tu consejo. Y nunca lo he necesitado más que ahora. ¿Qué
podemos hacer? ¿Cómo podemos luchar contra esa bruja?
Hamuul no respondió de inmediato. Pero al final contestó:
—Por lo que hemos podido saber, la mayoría de los tauren se encuentran
ahora bajo control de Magatha... de manera voluntaria o no. Garrosh tal vez no sea
culpable de traición, pero no hay duda de que es un cabezota impulsivo y, de un
modo u otro, deseaba ver a tu padre muerto. Undercity no es un lugar seguro para
ti, pues está patrullada por orcos que, con casi toda seguridad, son leales a
Garrosh. Los trolls Darkspear sí es probable que sean dignos de confianza, pero no
hay muchos. Y respecto a los elfos de sangre, se hallan demasiado lejos como para
poder ayudamos. Es probable que Garrosh llegue hasta donde están antes que
nosotros.
Baine estalló en carcajadas, pero eran unas risas amargas.
—Según parece, nuestros enemigos son más de fiar que nuestros amigos.
—O, al menos, más accesibles —replicó Hamuul.
La imagen de Baine se quedó callada, sumida en sus pensamientos. Al final,
movió la cabeza de lado a lado y agitó las orejas tras haber tomado una decisión.

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—Prefiero siempre a un enemigo honorable antes que a un amigo sin honor.
Así que acudiremos a un enemigo honrado. Buscaremos a esa mujer en la que
tanto confiaba Thrall. Recurriremos a Jaina Proudmoore.
El caos se desató en la sala del juicio.

***
Jaina se quedó mirando fijamente a Tyrande, al mismo tiempo que las voces
que oía a su alrededor sonaban tan ahogadas e ininteligibles como si se hallara
bajo el agua. No podía notar esa mano que la agarraba de la suya, ni tampoco esa
otra que la agarraba de los hombros y la zarandeaba. Solo podía contemplar a
Tyrande, a la vez que la invadía una terrible sensación, que no podía quitarse de
encima, de que esa sacerdotisa la había traicionado. La elfa de la noche le devolvió
la mirada con una mezcla de determinación implacable y profunda compasión.
— ¿Cómo me ha podido hacer esto? —murmuró Jaina.
Habría esperado algo así de Baine, pero de Tyrande...
— ¡Jaina! —exclamó Kalec, cuya voz sonó más alta y potente que nunca. La
tenía agarrada de los hombros y la zarandeaba. Esas violentas sacudidas la
sacaron de su ensimismamiento y, de improviso, todo pareció acelerarse y volverse
terriblemente estruendoso; todo el mundo estaba gritando mientras Taran Zhu
golpeaba el gong. Jaina apartó la mirada de Tyrande y escrutó a Varian, quien
también estaba gritando.
—Jaina, ¿por qué no me habías contado nada al respecto?
Anduin tenía los ojos como platos. Al parecer, él también había decidido que
el silencio era la mejor opción cuando se trataba de ayudar al Gran Jefe tauren.
Ojalá la Luz los ayudara ahora tanto a ella como a Anduin.
—Todo se viene abajo —murmuró la archimaga—. Todo. Todo se derrumba.
—Jaina —dijo Kalec—, Taran Zhu ha decretado un receso de diez minutos.
Podemos marchamos si lo deseas. No tienes por qué quedarte aquí para ver esto.
— ¿Qué es eso de que no tiene que quedarse aquí? —exigió saber Varian,
quien estaba haciendo un gran esfuerzo para calmarse, pero solo lo estaba logrando
en parte—. Esto es igual que lo que sucedió con los Sunreavers. Jaina, deberías
habérmelo contado. Cuéntamelo todo para que pueda prepararme para lo que se
nos viene encima.
Jaina negó con la cabeza y se cuadró de hombros.
—Seguramente debería hacerlo, pero ya lo verás —contestó—. Además, no
puedo contártelo todo en diez minutos.
—Entonces, ¡cuéntame todo lo que puedas! ¡Que la Luz me ciegue, Jaina,
acabo de descubrir que alguien a la que consideraba una de mis mejores amigas
se reunió en secreto con Baine Bloodhoof! —le espetó, a la vez que se cruzaba de
brazos y henchía ese amplio pecho; tal vez porque así intentaba contener las ganas
que tenía de abalanzarse sobre ella—. Que fueras a reunirte con Thrall de manera
furtiva ya era bastante malo, pero esto...
—Padre —dijo Anduin con serenidad—, yo también tengo algo que contarte.

***
Baine permaneció sentado y muy tranquilo, pues se sentía extrañamente en
paz mientras el mundo se volvía loco a su alrededor.

Pág. -162-
A pesar de que Taran Zhu había decretado un descanso de diez minutos,
llevó al menos el doble de tiempo detener todas las peleas y llevarse a los
combatientes a sus nuevos «aposentos». Tyrande no podía saber que el tauren no
había intentado esconder sus contactos iniciales con Jaina Proudmoore. Baine se
había enfurecido tanto ante la decisión de Garrosh de esperar a ver quién se alzaba
victorioso en el conflicto entre los Runetotem y Bloodhoof que no había ocultado el
hecho de que un líder de la Alianza le había prestado más apoyo que su propio Jefe
de Guerra. Incluso más adelante había utilizado el apoyo que le había brindado
Jaina en su día como argumento para no atacar Theramore durante una reunión
donde se congregaron un gran número de líderes de la Horda, así como sus
pueblos. Nadie lo había considerado un traidor, ya que Jaina contaba con gente
que la respetaba en la Horda y no era tan despreciada, ni por asomo, como Varian
o Tyrande.
Al menos, no por aquel entonces.
Garrosh lanzó una mirada teñida de ironía al tauren.
—Me parece que vas a compartir prisión conmigo —comentó el orco.
—Es posible —replicó Baine—. Pero pediré que me cambien de compañero
de celda.
— ¿Prefieres a Jaina, tal vez?
—No. Quizá opte por Anduin.
Taran Zhu hizo sonar de nuevo el gong y, esta vez, dio la impresión de que
la gente parecía dispuesta a regresar a sus asientos.
—Me he estado planteando la posibilidad de dar por concluido el juicio por
hoy —afirmó Taran Zhu, con un tono de voz más severo de lo habitual y con unos
ojos más brillantes de lo normal, lo cual constituía una muestra de enfado nada
propia de él—. Pero espero que cuando acabe este testigo de dar testimonio, esta
sala sea un lugar más civilizado para todos. Si no es así, deben saber que, de
inmediato, pondré bajo protección del Shadopan a cualquier testigo o persona que
haya sido nombrada a lo largo de este juicio si considero que se hallan en peligro.
Esto no es la Feria de la Luna Negra, ni un cuadrilátero de gladiadores. Eso es un
tribunal. Un lugar donde se imparte la justicia y se defiende la verdad. Y me
aseguraré de que eso siga siendo así.
Nadie habló. El pandaren se tomó un momento para recorrer con la mirada
esos asientos y, acto seguido, posó sus ojos sobre Tyrande.
—Chu’shao, puedes reanudar el interrogatorio.
—Gracias, Fa’shua. —Tras tomarse su tiempo, se levantó, se alisó el vestido
y se acercó a Perith—. Bueno, ¿por dónde íbamos? —dijo como si acabaran de
volver de un mero receso normal—. Creo que estábamos viendo que Baine
Bloodhoof planeaba encontrarse con Lady Jaina Proudmoore.
Todas las miradas se dirigieron hacia Jaina. Si bien la archimaga
permanecía muy erguida y calmada, con las manos apoyadas en el regazo, ese
rubor y esa respiración acelerada revelaban cómo se sentía realmente. Junto a ella
se encontraba Kalec, quien parecía dispuesto a entrar en acción rápidamente si
creía que tenía que hacerlo, así como Varian, cuyo semblante reflejaba una
tremenda cólera. Los ojos del rey humano iban de Perith a Tyrande y viceversa con
suma rapidez. Baine era incapaz de discernir con cuál de los dos estaba más
enfadado Varian.

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—Eso es correcto.
— ¿Estuviste presente en esa reunión?
—No, no estuve.
—Pero ¿sabes qué ocurrió en ella?
—Sé lo que el Gran Jefe me ha contado.
— ¿Y qué te contó?
Perith lanzó una mirada plagada de profunda tristeza a Baine.
—Que Lady Jaina no quería que la Alianza entrara en guerra con la Horda,
pero sí le ofreció su ayuda a nivel personal.
— ¿Y qué clase de ayuda le brindó?
—Le dio oro.
Unos murmullos de desaprobación recorrieron al público ahí congregado.
— ¿Cuánto oro? —inquirió Tyrande.
—No conozco esos detalles.
— ¿Esa fue la única ocasión en que tu Gran Jefe trató con Lady Jaina?
Una gran tensión se adueñó de Baine. Esa segunda visita a la archimaga era
algo que conocía muy poca gente. Perith respondió con voz entrecortada:
—No, no lo fue.
Tyrande hizo un gesto de asentimiento a Chromie.
—Si el tribunal me concede su permiso, tengo que mostrar una segunda
Visión.

CAPÍTULO VEINTISÉIS

Tras esa revelación, Jaina seguía en una nube. Aunque sabía que esa
sensación acabaría desapareciendo, por el momento se alegraba de sentirse así.
Bullían en su interior tantas emociones contrapuestas, tan intensas, que no
deseaba reflexionar sobre ellas... aquí y ahora no, eso seguro. Al menos, Varian no
se había girado de inmediato hacia ella o su hijo para llamarlos traidores y, de
momento, eso era más que suficiente. El rey humano aguardaba a ver cómo se
desarrollaban los acontecimientos.
Y, a decir verdad, ella también.
La acogedora salita de Jaina, cuya chimenea estaba flanqueada por dos
sillas e hileras de libros, apareció en imagen. La archimaga notó un mareo
momentáneo. Esa salita era muy austera y sencilla. Solo era una habitación. Pero
ya no existía, había sido reducida a polvo violeta junto a todo lo demás, junto a
todos los demás, en Theramore. El crepitar del fuego, el tintineo de las tazas al
chocar contra los platitos, las carcajadas y las animadas conversaciones
intelectuales que se solían oír ahí... ya nunca volverían a escucharse.
La archimaga no podía apartar la mirada de la escena y buscó a tientas la
mano de Kalecgos. Este la cogió de la mano con fuerza.
Entonces, se vio a sí misma, con una túnica que se había puesto
rápidamente...

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Con el pelo de color rubio y unos ojos teñidos de bondad, con un rostro
donde solo había una arruga en toda la frente, cuyos labios solían pronunciar
palabras amables y no proferir chillidos de dolor.
Ese era un semblante que ahora le era ajeno.
A Jaina se le hizo añicos el corazón al enfrentarse a esa prueba tan clara de
que, hasta hace no mucho, había sido tremendamente inocente. No quería
derrumbarse, no delante de todo el mundo, y Kalec era consciente de ello, así que
no hizo ningún ademán de rodearla con un brazo o reconfortarla de alguna otra
forma, sino que se limitó a agarrarla de la mano mientras permanecía tan quieto
como una piedra.
La Jaina de la Visión deambulaba de un lado a otro de la sala. Entonces, se
volvió para saludar a su visita. Parezco tan pequeña comparada con un tauren,
pensó Jaina. Esa observación tan mundana fue un pequeño oasis en medio de ese
huracán personal de emociones que estaba sufriendo. El tauren vestía una capa y
permanecía tranquilo, ni siquiera protestó por la rudeza con la que le trataron los
guardias que lo guiaron hasta ahí dentro.
—Déjennos a solas —ordenó Jaina.
Mi voz... ¿de verdad sonaba tan joven?
—Milady, ¿de veras quiere que la dejemos a solas con esta... criatura? —
preguntó uno de los guardias.
La archimaga fulminó con la mirada al guardia.
—Ha venido en son de paz, así que no permito que se refieran a él de esa
manera.
Avergonzado, el guardia se ruborizó ligeramente y, tras hacer una reverencia
a su señora, él y los demás se retiraron.
Perith se quitó la capucha.
—Lady Jaina Proudmoore. Me llamo Perith Stormhoof. Vengo porque así me
lo ha ordenado mi Gran Jefe. Me ha pedido que te dé esta maza. Dijo que... te
ayudaría a creer que mis palabras son ciertas.
Se trataba de Fearbreaker. Una exquisita y antigua arma enana, que Magni
Bronzebeard le había entregado a Anduin Wrynn, quien a su vez se la había
entregado a Baine Bloodhoof en esa misma sala. Solo en ese instante recordó la
Jaina del presente que había tenido esa arma en sus manos durante esa reunión.
La Jaina del pasado la aferraba en ese momento y pudo comprobar que seguía tan
prístina y perfecta como el mismo día que fue forjada. La cabeza era de plata y
estaba rodeada por unas bandas de oro, asimismo tenía grabadas unas runas y
estaba ornamentada con unas diminutas gemas.
—Fearbreaker es inconfundible —aseveró la Jaina del pasado.
Sí, esa anua tan peculiar era muy reconocible para todo el mundo. Todos
aquellos que conocían a Anduin sabían perfectamente cómo era Fearbreaker, por
lo cual Tyrande acababa de demostrar la participación no solo de la Dama de
Theramore sino también del príncipe de Stormwind en toda esta trama
conspiratoria.
—Él sabía que la reconocerías. Lady Jaina... mi Gran Jefe te tiene en muy
alta estima y te está muy agradecido, así que, en virtud del recuerdo de la noche
en que le fue entregada Fearbreaker, me ha enviado para avisarte de algo muy
importante. El Fuerte del Norte ha caído en manos de la Horda.

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Se oyeron unos gritos furiosos, algunos dirigidos contra Jaina, pero la
mayoría contra Baine. Jaina entendía perfectamente por qué. Haber recurrido a
Jaina para que la ayudara a combatir contra Magatha —lo cual era un mero
conflicto interno— no era lo mismo que avisarla de un ataque de la Horda contra
la Alianza. Por primera vez desde lo que parecía ser una eternidad, Jaina se sintió
muy preocupada por el bienestar de un miembro de la Horda.
Taran Zhu golpeó el gong y, si bien la tensión no menguó, los espectadores
se callaron. Nadie quería ser expulsado de la sala a estas alturas.
La imagen de Perith siguió hablando:
—Se siente muy mal porque esta victoria ha sido obtenida gracias al uso de
magia negra chamánica. A pesar de que le repugnan ese tipo de actos, Baine, para
proteger a su pueblo, ha aceptado que los tauren sigan sirviendo a la Horda cuando
se les necesite. Desea enfatizar que, a veces, esta obligación le suscita muy poca
alegría.
Si bien la cólera que reinaba en el ambiente menguó, en la sala seguían
saltando chispas de furia.
—Le creo perfectamente —se oyó decir Jaina a sí misma—. Aun así, ha
participado en un acto de violencia contra la Alianza. El Fuerte del Norte...
—Eso es solo el principio —la interrumpió Perith—. Hellscream no se va a
conformar con un simple fuerte.
— ¿Qué?
La Jaina del presente revivió la sensación que la invadió en ese momento;
había sido como un puñetazo en el estómago.
—Su meta es conquistar todo el continente, ni más ni menos. En breve,
ordenará a la Horda marchar sobre Theramore. Hazme caso, sus tropas son muy
numerosas. Con sus defensas actuales, caerán. Mi Gran Jefe se acuerda de que le
prestaron ayuda cuando la necesitaba, por eso me ha pedido que te avise. No desea
que te sorprendan.
—Tu Gran Jefe es un tauren realmente honorable—replicó, embargada por
la emoción—. Me siento orgullosa de que me tenga en tan alta estima. Le agradezco
este oportuno aviso. Por favor, di le que ha ayudado a salvar las vidas de muchos
inocentes.
—Lamenta que solo pueda darte un aviso, mi señora. Y... te pide, por favor,
que te quedes con Fearbreaker y se lo devuelvas a aquel que se la regaló de manera
tan generosa. Baine cree que ya no debe guardarla.
Si, pensó Jaina, seguramente Vol’jin lo entenderá... tal vez incluso supiera ya
que todo esto había ocurrido...
—Me aseguraré personalmente de que Fearbreaker regrese a manos de su
antiguo dueño —respondió la imagen de Jaina, cuya voz estaba plagada de aprecio
y gratitud.
Yo era... buena, se dio cuenta la Jaina del presente. En ese entonces, era
buena...
Se percató de que Perith también era consciente de eso mismo mientras
hacía una profunda reverencia ante ella. Rápidamente, Jaina escribió una nota, la
selló y se la dio al Caminamillas.
—Si te detienen, esto es un salvoconducto que te permitirá cruzar el
territorio de la Alianza.

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El tauren se echó a reír.
—No me capturarán, pero te agradezco que te preocupes por mí.
—Y dile a tu noble Gran Jefe que no circularán rumores acerca de que un
Caminamillas tauren me ha visitado. A todo aquel que me pregunte, le diré que me
enteré de esto gracias a un explorador de la Alianza que logró escapar de la batalla.
Toma un refrigerio y, luego, vuelve sano y salvo a tu hogar.
—Que la Madre Tierra siempre te sonría, señora —se despidió Perith—. Tras
haberte conocido, ahora entiendo mucho mejor la decisión de mi Gran Jefe.
—Algún día —afirmó la Jaina del pasado con suma seriedad—quizá
luchemos en el mismo bando.
—Algún día, tal vez. Pero ese día no es hoy.
Ni tampoco lo es ahora, en el presente, pensó Jaina.
—Majestad —preguntó la archimaga dirigiéndose a Varian a la vez que
seguía mirando al frente mientras la escena se desvanecía—, ¿me vas a arrestar
por traición? —Tengo una pregunta que hacerte.
Ella se volvió y lo miró. Tenía esa cara cubierta de cicatrices vuelta de perfil
y su mirada furibunda no estaba clavada en ella, sino en Baine.
— ¿Crees que Baine sabía lo de la bomba de maná? ¿Crees que tuvo algo
que ver con ese plan con el que se atrajo a todos esos generales a Theramore?
—No.
La respuesta brotó de los labios de Jaina con celeridad, con certeza.
Gracias a esa sola palabra, tuvo la extraña sensación de que se había
quitado un gran peso de encima.
Varian asintió lentamente.
—Bien —replicó—. Todavía no he tomado una decisión. Cuando todo esto
acabe, Anduin y tú me lo van a contar todo. —Ahora sí que la miraba a ella, y en
sus ojos azules se reflejaban las llamas de sus emociones—. Todo.
—Chu’shao Whisperwind —dijo Taran Zhu—, ¿tienes algo más que
preguntarle al testigo?
—No. Lord Zhu —respondió Tyrande.
—Chu’shao Bloodhoof, si quieres, puedes hablar un momento con el
acusado y...
—No necesito ningún momento —le interrumpió Garrosh. Jaina se
sobresaltó al oír su voz, ya que Garrosh se había limitado a permanecer sentado y
escuchar y no había hecho otra cosa desde hacía mucho tiempo. Habló con una
voz potente y clara que se oyó por toda la sala, aunque no era ese rugido arrogante
con el que estaba acostumbrada a oírlo hablar—. He tomado una decisión.
—La defensa debería hablar... —replicó Taran Zhu.
—Seré yo quien hable —volvió a interrumpirle Garrosh, el cual alzo aún más
la voz—. Baine Bloodhoof seguirá defendiéndome.
Baine inclinó las orejas hacia delante al máximo al oír esas palabras. Jaina
suponía que, sin lugar a dudas, él, al igual que todos los demás, había dado por
sentado que Garrosh se sentiría ultrajado al ver cómo el tauren había
confraternizado con el enemigo.
Al parecer, Tyrande era incapaz de creérselo.
—Fa’shua, yo...

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—El acusado está satisfecho con su chu’shao —afirmó Taran Zhu, quien
también parecía un tanto sorprendido, aunque recobró la compostura de
inmediato—. Te sugiero que aceptes esa decisión con dignidad, Chu’shao
Whisperwind. ¿Tienes algún testigo más al que llamar?
—Solo uno más, Fa’shua.
—Pues lo harás mañana. Baine, ¿estás preparado para llamar a los tuyos en
cuanto hayamos acabado con los de la acusación?
—Sí, por supuesto —contestó Baine.
—Muy bien. Creo que ya hemos tenido bastantes sorpresas por hoy. Antes
de que todo el mundo se marche, quiero recordarles que este templo es un lugar
donde reina la paz. Sean cuales sean sus opiniones y sentimientos sobre lo acaecido
hoy aquí, será mejor que hablen sobre ello de manera civilizada y no se dejen llevar
por lo que sienten.
Golpeó el gong tres veces para dar por concluida la sesión del día de un modo
formal.
Jaina se levantó para marcharse, pero Varian la agarró del brazo.
—Aún no. Tú y yo vamos a tener una pequeña charla.

CAPÍTULO VEINTISIETE

De “pequeña” no tuvo nada.


Fue una conversación larga e incómoda. Al final, Anduin se dio cuenta de
que no se trataba realmente de una charla, sino de una verdadera pelea a voz en
grito.
Su padre estaba furioso, lo cual era perfectamente comprensible. Tanto
Anduin como Jaina sabían que Varian se enojaría, por eso nunca habían
mencionado que el príncipe había participado en las charlas que Jaina había
mantenido con Baine, por eso ni siquiera le habían mencionado que habían tenido
lugar.
— ¿Cómo pudiste ayudar a Baine, Jaina? ¿Cómo pudiste darle dinero? —
preguntó Varian, quien explotó en cuanto llegaron al Alto Violeta. Varian había
levantado un enorme toldo cerca de su tienda y era ahí donde solía atender sus
asuntos. En ese lugar, había varias sillas, entre las que se encontraba la del rey de
Stormwind, que no era más grande que las demás; no obstante, nadie se había
sentado. Mientras tanto, la lluvia tamborileaba sobre esa tela rítmicamente.
—Lo financié con mi dinero, no con el de Theramore, ni tampoco con el de
la Alianza. Además, si Magatha Grimtotem hubiera acabado siendo la líder de los
tauren, eso no hubiera sido bueno para nadie, ¡ni siquiera para la Alianza! —replicó
Jaina.
— ¡No tuve la oportunidad de decirte qué pensaba al respecto, ponqué nunca
me lo consultaste!
—Él no acudió a ti, sino a mí. Además, Theramore está... —Jaina palideció
y, acto seguido, tragó saliva con dificultad— ¡estaba acostumbrada a ocuparse de
sus propios asuntos! De todos modos, tampoco habrías querido escuchar, como
tampoco quieres hacerlo ahora.

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Varian se frotó los ojos.
Hoy he escuchado muchas cosas en el juicio —aseveró—. He escuchado
cómo un tauren Caminamillas me informaba de que mantuvieron unas charlas,
cuyo contenido político era muy delicado, con una raza que era enemiga de la
Alianza.
—En esos momentos, no estábamos enfrentados con los tauren o la Horda
— contestó Jaina.
— ¡Siempre estamos enfrentados con ellos! —exclamó Varian—. Alguien, en
algún lugar, seguro que está haciendo algo para que haya problemas entre ambas
facciones. Eres demasiado lista como para no ser consciente de eso. Por eso las
cosas de esta índole son tan importantes... porque aquí todo importa. Este asunto
era muy importante, y no debería haberme enterado de ello de esta manera.
—Sabes tan bien como yo que no le habrías hecho caso a Baine, daba igual
lo que dijera, daba igual cuáles fueran sus razones, porque era de la Horda.
¡Gracias a que hice lo que hice pude salvar, al menos, la vida de los niños de
Theramore!
—Y ahora tú estás haciendo lo mismo de lo que me acusas —le espetó
Varian—. Eres tú la que no escucha nada de lo que la Horda tiene que decir. —
Antes de que Jaina pudiera protestar, alzó ambas manos para indicarle que sería
mejor que se callara—. Pongamos las cosas en perspectiva —dijo, obligándose a
hablar con calma—. Vamos a eliminar a Baine y a ti de la ecuación. ¡Lo que
realmente quiero saber es por qué, en nombre de la Luz, creíste que sería una
buena idea meter a mi hijo en todo este lío!
—Es que... fue pura casualidad —respondió Anduin, quien de este modo
entró en la discusión con intención de templar los ánimos—. Escapé de Ironforge
gracias a la piedra de hogar de Jaina y aparecí en medio de esa conversación de
repente. No estés enfadado con ella, padre, no tuvo más remedio que hacer lo que
hizo.
—Me estoy planteando muy seriamente meterlos a ambos en prisión una
buena temporada —le espetó Varian.
—No voy a admitir que te dirijas a mí de esta manera. Soy una líder por
derecho propio, no tu lugarteniente, ni tampoco tu hija —protestó Jaina, con una
voz gélida como el hielo. Al instante, bramó un trueno a modo de respuesta, y ella
tembló de ira.
—Eres una miembro de la Alianza —replicó Varian, a la vez que se acercaba
aún más a la archimaga.
— ¿Sabes? —dijo Jaina, mordiéndose la lengua—. Cuanto más pienso sobre
ello, más creo que los antiguos líderes del Kirin Tor tenían razón... que es mejor
mantener una cierta independencia. No me presiones, Varian Wrynn, porque
responderé como es debido si hace falta.
—Jaina... —acertó a decir Anduin, pero Jaina hizo un gesto de negación con
la cabeza.
—Perdóname, pero creo que hoy ya he aguantado bastante a los Wrynn por
un buen rato. Nos veremos en la cena. —Movió las manos de manera ágil, gracias
a la práctica ganada a lo largo de muchos años, e inició un hechizo de
teletransportación que la llevaría hacia algún destino que se reservaba para sí. Sus

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facciones adquirieron un aspecto desagradable y duro bajo ese fulgor azul violeta.
A continuación, desapareció.
Padre e hijo permanecieron callados un momento, mientras la lluvia
continuaba repiqueteando sobre sus cabezas.
—Bueno —dijo Anduin cuando tanto silencio se tomó incómodo—, ¿vas a
enviarme a prisión sin cenar?
—No debería haberte metido en ese lío —replicó Varian, quien no sonrió ante
esa broma.
—No lo habría hecho si yo no hubiera aparecido de repente en esa salita —
la justificó Anduin, quien se sentó y recorrió distraídamente con un dedo el brazo
de la silla—. Baine es una buena persona, padre.
Varian tomó asiento y, por un momento, se llevó las manos a la cara.
—Magni... era tu amigo, Anduin. Fearbreaker era un regalo muy valioso que
él te dio. ¿Por qué se la diste a un tauren? ¿Para qué te la devolviera... clavándotela
en la cara?
Ese era el verdadero dolor que se ocultaba tras esa ira.
—Porque creí que era lo correcto. A la Luz le gustaba Baine. Y me la devolvió
porque es alguien muy honorable. Había escogido bando, y lo último que quería
hacer era tener que utilizar a Fearbreaker contra Jaina en batalla.
Varian cerró los ojos por un momento.
—No me lo había planteado de esa manera. Aun así, sigo muy enojado con
Jaina, hijo mío.
—Sí, y ella sabe por qué. Aunque ahora está sufriendo mucho. Creo que... el
hecho de haber tenido que ver hoy su antiguo hogar ha sido un trago muy amargo
para ella.
—Claro que lo ha sido. Este juicio... —Negó con la cabeza—. Me alegraré de
que acabe, ya que cualquiera que sea el veredicto, Garrosh seguirá sin ostentar
ningún poder. Creo que ya no importa si muere o languidece en prisión, ya que se
le ha detenido, y eso era lo importante.
— ¿Majestad? —Se trataba de uno de los guardias de Varian, que lo llamaba
desde el exterior de la tienda—. Le traigo una misiva.
—Pasa —gritó Varian.
El guardia entró y lo saludó rápidamente, mientras lo mojaba todo pues
estaba empapado. Acto seguido, le entregó al rey un pergamino enrollado que, de
algún modo, había logrado permanecer seco. Estaba sellado con cera y mostraba
unos caracteres pandaren que indicaban que era un documento oficial del tribunal.
Varian rompió el sello de cera con un dedo y procedió a leer el mensaje. Por un
momento, pareció tremendamente furioso, pero al instante, se echó a reír.
— ¿Qué ocurre?
Varian le arrojó el pergamino a Anduin, a modo de respuesta, que decía:
Estimado Varian Wrynn, Rey de Stormwind: SE LE CITA a comparecer en el
Templo del Tigre Blanco para ser testigo de la defensa en el juicio de Garrosh
Hellscream.
Estaba firmado con la huella de una pezuña tauren.

***

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Después de la cena, Anduin se dirigió a la playa. Había dejado de llover, al
menos por el momento, y no quería estar cerca ni de su padre ni de Jaina. Se sentó
sobre un peñasco y contempló el océano, así como los barcos que se mecían en el
puerto y la luz violeta de la torre.
De improviso, oyó el batir de unas alas. Se puso en pie de un salto,
sumamente alerta, con Fearbreaker en la mano, pero se relajó al comprobar que se
trataba de una silueta del tamaño de un perro grande que flotaba unos cuantos
metros por encima de su cabeza.
Esa criatura sostenía un morral de cuero en una de sus zarpas delanteras.
— ¿Te apetece compañía? —preguntó Wrathion.
—Ya sabes que tanto Jaina como mi padre no quieren que hable contigo
nunca más —contestó Anduin—, así que baja y hazme compañía, por favor.
Wrathion estalló en carcajadas y se posó con suma facilidad sobre otra roca
situada cerca del príncipe. En un visto y no visto, adoptó forma humana, aunque
siguió sonriendo de oreja a oreja.
—No veo ni a Izquierda ni Derecha —comentó Anduin, refiriéndose a los
guardias casi omnipresentes de Wrathion.
—Les he dado la noche libre. He venido a ver si estabas bien después de los
maravillosos momentos que hemos vivido gracias a los testimonios de hoy —
afirmó—. Mira, solo quiero cerciorarme de que sepas que estoy dispuesto a sacarte
de prisión si tu padre decide encerrarte.
—Es todo un detalle por tu parte —reconoció Anduin—. Por el momento, eso
no va a suceder, al menos hasta después del juicio. Creo que a mi padre le gustaría
encerrarme y tirar la llave hasta que cumpliera treinta y siete años.
—Tengo entendido que ese es un sentimiento que, a veces, comparten la
mayoría de los padres humanos —replicó Wrathion—. Supongo que hoy no habrás
ido a ver a Garrosh.
— ¿Cómo te has...? Oh, da igual. —Aunque no era algo que hubiera
intentado ocultar, precisamente, no había comentado que se estaban celebrando
esas reuniones a cualquiera, y estaba seguro de que nadie más lo había hecho. Sin
embargo, Wrathion siempre parecía hallar la manera de averiguar todo cuanto
quería—. No... no estoy seguro de que vaya a volver a verlo.
—¡No me digas que te has rendido y ya no vas a intentar arrastrar a ese tipo
hasta la Luz! —Wrathion se llevó una mano al corazón y retrocedió de un modo
melodramático—. No obstante, he de confesar que debería sentirme muy triste al
enterarme de eso, ya que hace mucho tiempo que mantengo que tu ingenuidad será
tu perdición.
Anduin se frotó el mentón y suspiró.
—No lo sé. Es que estoy muy harto, o eso creo. Estoy cansado de todo esto.
De estar atrapado aquí, sobre todo ahora.
—Cuando sea un poco más mayor —anunció Wrathion—, si me lo pides
educadamente, te llevaré, montado sobre mi espalda, a sitios fascinantes, donde
viviremos aventuras que harán que tu padre envejezca diez años en una sola noche.
—No tienes ni idea de lo maravilloso que suena eso —replicó Anduin de mal
humor.

Pág. -171-
—Mientras tanto —añadió el dragón negro—, buscaré leña para encender un
fuego, para mantener el frío a raya y tener una fuente de luz para... —entonces,
con un ademán ostentoso sacó algo del morral—jugar al jihui.
Anduin se animó al instante. Un juego cuya meta consistía en que ambos
contendientes hallaran el equilibrio parecía ser la manera ideal de pasar esa noche
en particular.
—Cuenta conmigo —dijo el príncipe.

CAPÍTULO VEINTIOCHO

Día Siete

—La acusación puede llamar a su último testigo —dijo Taran Zhu.


Tyrande parece cansada, pensó Jaina.
—Si el tribunal me concede su permiso, me gustaría llamar a Lady Jaina
Proudmoore a testificar.
Jaina se levantó, sin prisa alguna, y descendió las escaleras hasta hollar el
suelo del templo. Por muchas razones, se preguntaba si lo que había hecho Tyrande
el día anterior había sido inteligente; una de ellas, y no precisamente la menos
importante, era por qué la elfa de la noche había manchado la reputación de su
mejor testigo. Da igual, pensó Jaina. Seguramente, había otras muchas más
pruebas de las monstruosidades cometidas por Garrosh que lograrían que incluso
unos seres tan compasivos como los Celestiales acabaran entendiendo que era
necesario encerrarlo para siempre en algún lugar oscuro y húmedo... y tirar la llave.
Si bien Kalec había intentado hablar con ella la noche anterior, ella le había
dicho que se encontraba bien, aunque muy cansada, y que ya lo vería en el juicio
a la mañana siguiente. Después, había tenido pesadillas, cuyo origen era tanto el
testimonio que había dado Perith como la ansiedad que la dominaba.
—En primer lugar, permíteme decir que siento de veras tener que obligarte
a revivir ciertas cosas.
Jaina miró a Tyrande directamente a los ojos y contestó sin rodeos:
—Chu’shao, revivo lo que sucedió en Theramore todos los días. Hazme las
preguntas que tengas que hacerme.
Tyrande asintió, aunque pareció un tanto compungida, y caminó a la vez
que hablaba:
—Lady Jaina, tal y como supimos ayer gracias a Perith Stormhoof, te
avisaron de que iba a producirse un ataque sobre Theramore.
—Así fue.
— ¿Qué hiciste después de haber recibido ese aviso?
—Di instrucciones de que se advirtiera a todos los civiles de Theramore de
qué iba a suceder. Aquellos que quisieran irse podrían hacerlo libremente. Al final
resultó que la mayoría se quedó a luchar. Más tarde, enviamos un barco repleto de
civiles, entre los que se encontraban todos los niños, a Gadgetzan. Después,
contacté con el rey Varian.
Esto no estaba siendo tan difícil como había temido. Limítate a responder las
preguntas, se dijo a sí misma. No conviertas esto en algo personal.

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— ¿Y cuál fue su respuesta?
—Me dijo que enviaría a la Séptima Legión de la flota naval y que ordenaría
a varios de sus generales, que se encontraban dispersos en diversas partes de
Azeroth, que abandonaran sus puestos actuales y acudieran a Theramore. También
señaló que iba a contactar con Genn Greymane, mientras yo iba a hablar con los
demás líderes de la Alianza para pedirles ayuda.
Tyrande siguió caminando, con las manos entrelazadas por delante y la
mirada clavada en el jurado y no en Jaina.
— ¿Qué ocurrió después de eso?
—Más tarde, se me informó de que habían llegado varias naves de la Horda,
que acababan de anclar justo en los límites de las aguas de la Alianza.
—En cuanto supiste esto, ¿ordenaste atacar?
En ese instante, Jaina notó una sensación nauseabunda y repugnante en el
fondo del estómago. Negó con la cabeza.
—No.
— ¿Por qué no?
Porque no habían entrado en nuestras aguas. Y no quería ser yo quien
provocara una guerra.
Debería haberlo hecho. Que la Luz me ayude, debería haberlo hecho. Tal vez
si hubiera atacado antes de que los generales llegaran...
—Has mencionado con anterioridad que pediste ayuda a lo demás líderes de
la Alianza. ¿A quién más?
Jaina se pasó la lengua por los labios.
—Sí —contestó—. Fui a Dalaran y hablé con el Consejo de los Seis. En
respuesta a mi petición, enviaron al mismísimo Rhonin, junto a otros magos
prominentes. La esposa de Rhonin, Vereesa Windrunner, general forestal del Pacto
de Plata, también lo acompañó.
— ¿Qué hiciste entonces?
—Aguardamos la llegada de los refuerzos que nos había prometido el rey
Varian. Nos transformamos en una ciudad que se preparaba para la guerra;
hicimos acopio de comida, armas y vendas. Los soldados se entrenaban todos los
días. Esperábamos que la flota de la Horda irrumpiera en el puerto en cualquier
momento.
Sus latidos se iban acelerando a medida que esas preguntas la arrastraban
cada vez más y más a hablar de la Destrucción de Theramore.
— ¿La ayuda prometida llegó?
Jaina se mordió la lengua. Todo el mundo conocía ese hecho histórico. Todo
el mundo sabía lo que había sucedido en Theramore. Seguramente, hasta los
Celestiales lo sabían. Pero esto era lo que había estado esperando, ¿o no? Poder
tener la oportunidad de hacérselas pagar a Garrosh Hellscream. Y si eso significaba
revivir los hechos de ese día tan horrible, que así fuera.
Se aclaró la garganta.
—Sí, llegó. La Séptima Legión llegó con veinte naves y media decena de los
mejores generales de la Alianza... así como con un gran almirante.
Se trataba de Aubrey, quien había sobrevivido a duras penas al ataque del
Fuerte del Norte para acabar pereciendo en Theramore...
— ¿Lady Proudmoore? —inquirió Tyrande.

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—L-lo siento, ¿podrías repetirme la pregunta?
He dicho que el ataque de la Horda acabó teniendo lugar, ¿verdad?
—Sí.
— ¿Y estaban preparados?
—Sí. Y, al final, ganamos la batalla, pero pagamos un alto precio por ello.
Sufrimos un gran número de bajas. En medio del combate, descubrimos a un
traidor. Se trataba de un miembro del Kirin Tor... de uno de los Sunreavers.
A pesar de que Jaina intentaba hablar de un modo desapasionado, esa
última palabra la pronunció con rabia y los puños cerrados. ¿Cómo era posible que
no se hubiera dado cuenta de que no se podía confiar en ellos?
—En esa batalla, ¿perdiste a alguien con quien tuvieras una relación muy
estrecha?
—Al capitán Wymor. Era amigo mío desde hacía muchos años.
— ¿No cayó nadie más cuya pérdida lamentaras especialmente?
Jaina hizo un gesto de negación con la cabeza.
—No. Entonces... no.
— ¿No tuviste ningún pálpito, ninguna corazonada, que te indicara que la
Horda no lo estaba dando todo para destruir Theramore por medios
convencionales?
—No. Lucharon con fiereza y sufrieron muchas bajas. Teníamos todas las
razones del mundo para creer que estaban poniendo toda la carne en el asador,
como nosotros.
—Así que creíste que realmente habían vencido.
Jaina asintió.
—Así fue.
— ¿Qué hicieron después de que la Horda se retirara?
—Lo que siempre hay que hacer —respondió Jaina—. Atendimos a los
heridos. Enterramos a los muertos. Reconfortamos a aquellos que habían perdido
a sus seres queridos. Abrazamos a los que habían sobrevivido.
Kinndy...
La archimaga tragó saliva y añadió:
Descubrimos que durante la batalla alguien de la Horda había liberado a
Thalen Songweaver. De inmediato, Vereesa y Shandris Feathermoon marcharon
para dar con su rastro antes de que este se enfriara. Por lo cual no se hallaron...
Se le hizo un nudo en la garganta.
—Por lo cual no se hallaban en la ciudad cuando cayó la bomba de maná —
completó Tyrande, quien se compadecía profundamente de ella.
Jaina se alegró de que se le hubiera ocurrido meterse un pañuelo en la
manga. Lo sacó y se secó los ojos con él.
—Si —dijo—, gracias a la Luz, sobrevivieron.
—Chu’shao, ¿quieres pedir un descanso? —preguntó Taran Zhu.
Tyrande miró a Jaina, pero la archimaga negó con la cabeza. Como había
tenido que hacer un terrible esfuerzo para poder estar aquí, en este preciso
instante, contando todas esas cosas, no estaba segura de que pudiera volver a
hacerlo si paraban ahora.

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—No, continuaremos —contestó Tyrande—. Como creíste que la batalla
había concluido y que la Alianza se había alzado victoriosa, decidiste centrarte en
atender a tu gente. ¿Cuándo te diste cuenta de que algo iba mal?
—Kalecgos había venido a Theramore antes de que todo esto tuviera lugar.
— No podía ignorar los “y si” que galopaban ahora por su mente como una manada
de talbuks, unas preguntas que nunca se mostraban de una en una, sino todas a
la vez. Y si hubieran intentado buscar el Iris de Enfoque con más ahínco. Y si este
objeto no hubiera sido robado. Y si...—. Una reliquia muy valiosa conocida como el
Iris de Enfoque le había sido robada al Vuelo de Dragón Azul, y Kalec me había
pedido ayuda para poder localizarla. Poco después de la batalla, me informó de que
era capaz de percibir la presencia del Iris de Enfoque... el cual se estaba
aproximando rápidamente a Theramore.
—El Iris de Enfoque —caviló Tyrande—. ¿Podrías hablamos un poco más
sobre él?
—Esa reliquia había permanecido milenios aletargada, hasta que Malygos la
utilizó para canalizar energía a través de agujas de flujo. Esas agujas extraían
magia arcana de las líneas ley de Azeroth y la canalizaban hacia el Nexo —explicó
Jaina—. Tras la muerte de Malygos, el Iris de Enfoque fue utilizado para insuflar
vida a Chromatus; hasta la fecha, ese ha sido el único intento de crear un dragón
cromático que se ha realizado con éxito. Para derrotarlo, se necesitó que los cuatro
Aspectos aunaran esfuerzos y que Go’el, quien ostentaba el poder del espíritu de la
tierra, los ayudara.
Una vez más, Jaina se vio obligada a recordar lo mucho que había ayudado
al mundo ese ex Jefe de Guerra. Furiosa, apartó ese pensamiento de su mente.
—Era una poderosa reliquia, en efecto, por lo cual si caía en las manos
equivocadas, podía convertirse en un arma devastadora —señaló Tyrande—. ¿Qué
ocurrió a continuación?
—Kalec partió en su busca —respondió Jaina—. Y Rhonin...
Se le quebró la voz. Se sirvió un vaso de agua con una mano temblorosa y le
dio un sorbo. El corazón le latía desbocado. Tyrande hizo ademán de intentar
reconfortar a Jaina al apoyar una mano sobre la suya, pero al final no llegó a
hacerlo, sino que se volvió hacia Chromie y dijo con un tono de voz casi reverencial:
—Si el tribunal me permite... y, con todo respeto, voy a presentar una Visión
sobre ese hecho histórico
Chromie hizo gala de una actitud extremadamente solemne; Jaina nunca la
había visto obrar de ese modo. La diminuta gnomo colocó con suma delicadeza las
manos sobre la Visión del Tiempo y, acto seguido, inició un conjuro con el que iba
a despertar al dragón de metal dormido.
Jaina se mordió un labio con fuerza. Una imagen cobró forma y pudo
reconocer en ella a Rhonin, quien lo había sacrificado todo por salvarlos. También
pudo verse a sí misma. Como las lágrimas se asomaban a sus ojos, alzó la vista
hacia las tribunas para mirar a Vereesa. La elfa noble tenía cerrados los puños con
fuerza y daba la impresión de que contenía la respiración. Jaina no sabía si
alegrarse o apenarse por que Vereesa tuviera que ser testigo de este momento. Si
bien podría ser algo devastador, iba a poder ver, ver de verdad, que el hombre al
que había amado era un auténtico héroe. Como iban a poder verlo todos los demás.

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Se encontraban en las estancias superiores de la torre de la archimaga, de
su amada torre repleta de libros y pergaminos, así como de pequeños recovecos
donde uno podía sentarse a leer, donde se elaboraban pociones y los botes de
elixires de esto y aquello estaban esparcidos por aquí y allá con una total alegría y
de un modo azaroso. Había una ventana abierta, por donde entraba la luz y el aire,
desde la cual podía verse el galeón volador de los goblins, aunque solo fuera como
un mera motita. Este era el lugar donde ella, Pained y Tervosh habían pasado
infinidad de horas; donde ahora un Rhonin repleto de vida aguardaba a que la
Jaina del pasado subiera presurosa por las escaleras, seguida por unos cuantos
voluntarios que la habían estado ayudando y cuyos nombres no sabía, tal y como
fue consciente cuando ya era demasiado tarde.
— ¿Se trata del Iris de Enfoque? —preguntó la imagen de Jaina.
—Sí —contestó Rhonin—. Está alimentando de energía a la mayor bomba de
maná que se ha creado nunca. Además, proyecta un campo de atenuación del que
nadie puede escapar, aunque puedo desplazarlo. Pero primero, ayúdame... no
podré mantener alejado el campo de atenuación el tiempo necesario como para que
esta gente pueda ponerse a salvo.
— ¡Por supuesto!
La imagen de Jaina conjuró un portal. La archimaga recordó que su
intención original había sido enviar a sus compañeros a Stormwind. Pero entonces
vio, como ahora podían ver todos los demás, que ese portal daba a una pequeña
isla rocosa del Mare Magnum.
— ¿Por qué estás redirigiendo mi portal?
—Porque así consume... menos energía —gruñó Rhonin, cuyos esfuerzos por
mantener a raya el campo de atenuación lo estaban agotando, sin duda alguna.
Jaina hizo ademán de protestar, pero él la interrumpió—. No discutas. Vamos...
¡atraviésalo!
Si bien los acompañantes de Jaina obedecieron, ella no le hizo caso.
La archimaga se vio a sí misma volviéndose estupefacta hacia Rhonin.
— ¡No puedes desactivar esa bomba! ¡Vas a morir aquí!
—Cállate. ¡Atraviesa el portal! Tengo que atraerla hasta aquí, hasta aquí
mismo, para salvar a Vereesa y a Shandris y a... a todos los que pueda. Los muros
de esta torre están impregnados de magia. Debería ser capaz de lograr que la
detonación se produzca aquí. No te portes como una niña tonta. ¡Márchate!
— ¡No! ¡No puedo dejar que hagas esto! Tienes una familia. ¡Eres el líder del
Kirin Tor!
— ¡Y tú eres su futuro! —le espetó Rhonin, quien daba la impresión de que
iba a desfallecer de un momento a otro, como si permaneciera de pie únicamente
gracias a su férrea fuerza de voluntad.
— ¡No! ¡No lo soy! —insistió la imagen de Jaina—. Theramore es mi ciudad.
¡Necesito quedarme a defenderla!
—Jaina, si no te vas ya, ambos moriremos, y mis esfuerzos para atraer esa
maldita bomba hacia aquí, en vez de dejar que estalle en el corazón de la ciudad,
habrán sido en vano. ¿Es eso lo que quieres? ¿Eh?
El ruido que anunciaba la llegada del galeón volador se volvió más intenso.
— ¡No voy a abandonarte! —gritó Jaina—. ¡Tal vez juntos podamos desviarla!

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Jaina vio cómo ella misma se giraba para mirar a la nave que se
aproximaba... para ver cómo Kalecgos caía, para ver cómo era lanzada la bomba.
La Visión se reajustó y, de repente, fue como si todo el mundo presente pudiera ver
lo que Jaina había visto desde su perspectiva. Un grito ahogado colectivo se oyó
por toda la sala.
Si bien en su momento Jaina había tenido la sensación de que todo sucedía
de manera confusa, ahora podía verlo todo con claridad. Rhonin había dejado de
lanzar hechizos el tiempo necesario para agarrar a Jaina físicamente y empujarla
hacia el portal. Aunque ella se había resistido, no pudo hacer nada al hallarse en
el radio de acción del conjuro del portal.
Jaina había estado mirando directamente a Rhonin cuando eso había
sucedido.
El líder del Kirin Tor dirigió sus ojos hacia la ventana, con los brazos
extendidos y con una expresión de total desafío dibujada en esa cara donde
destacaba su habitual perilla.
Y entonces...
El mundo se volvió blanco. Todo el cuerpo de Rhonin se tomó violeta; la
tonalidad de la magia arcana totalmente pura. Acto seguido, explotó en medio de
una nauseabunda nube de cenizas lavanda.
Antes de que fuera siquiera consciente de lo que estaba haciendo, Jaina notó
una repentina quemazón en la garganta provocado por tanto gritar. No estaba
sola... ni aquí en la sala del juicio, ni en el pasado, donde aquellos que observaban
cómo caía la bomba de maná chillaban aterrados, presas de la desesperación.
Oyó tenuemente la reverberación del gong de Taran Zhu, quien acababa de
decretar un receso. Jaina se sintió agradecida de que el tormento de Vereesa
hubiera acabado ya, aunque el suyo no había hecho nada más que comenzar.

***
Anduin no había hablado directamente con Jaina sobre lo que esta había
experimentado en ese momento tan trágico. Había oído hablar sobre ello y había
creído que entendía qué clase de pesadilla había sufrido. Sin embargo, ahora era
consciente de que a duras penas lo había comprendido. Pese a que no sabía qué
más planeaba mostrar Tyrande, después de lo que esta había hecho el día anterior,
se esperaba lo peor. Como ya había mostrado al jurado y a los espectadores la
horrible visión del sacrificio de Rhonin, Anduin daba por supuesto que ahora no se
iba a contener, precisamente.
Aunque tenía que admitir que esa táctica brutal en plan “aquí no se toman
prisioneros” y “no hay sentimientos que valgan” que estaba empleando la elfa de la
noche le estaba funcionando. Un furioso Anduin contempló al tullido Garrosh, cuya
vida pendía de un hilo, quien permanecía ahí sentado, cubierto por esas cicatrices
que le habían dejado los sha y encadenado, junto a Baine, quien se había llevado
las manos a la cabeza. Anduin sabía que no era la amenaza de acabar en prisión
lo que impedía que una masa furiosa se adueñara del templo, sino el hecho de que
si los detenían no podrían ver la siguiente Visión, ni ver al siguiente testigo, ni
experimentar a través de otro la siguiente atrocidad.
El receso solo duró veinte minutos. Vereesa se había levantado y marchado
sin mediar palabra. Anduin creía que no regresaría, y no se lo podía echar en cara.

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Jaina también se había marchado casi de inmediato con Tyrande, aunque por su
lenguaje corporal, Anduin había podido ver que había cierta tensión entre ellas.
Aunque esperaba que Kalecgos acompañara a ambas, el dragón azul no se había
movido de su banco, donde seguía sentado.
— ¿No vas a ver a Jaina? —preguntó Anduin—. Ya sé que esto es solo un
breve receso, pero estoy seguro de que se alegrará de verte.
Kalec negó con la cabeza de manera desganada a modo de respuesta.
—No estoy seguro de que le apetezca verme —replicó.
Anduin se revolvió inquieto en su asiento. Varian no estaba prestando
atención a lo que sucedía a su alrededor. El rey permanecía recostado en su silla,
con los brazos cruzados, contemplando fijamente a Garrosh.
—Lamento oír eso —dijo Anduin con serenidad—. Ha sufrido tanto... los dos
parecen formar una buena pareja.
—Lo mismo opinaba yo —replicó el dragón. Entonces, como si hubiera dicho
demasiado, dio una palmadita a Anduin en el hombro y añadió, haciendo gala de
un buen humor demasiado exagerado—. Voy a estirar las alas.
—Tal vez haga lo mismo —comentó Anduin.
— ¿El qué? ¿Estirar las alas?
Si bien era un chiste muy malo, logró que Anduin sonriera a su pesar.
—Ja, ojalá. Yo solo tengo piernas. Nos vemos en un rato, Kalec.
Tres bollos de loto y una taza de té con leche de yak después, Anduin acabó
preguntándose por qué estaba intentando ayudar a Garrosh Hellscream. Además,
si Tyrande iba a mostrar lo que creía que iba a enseñar, el príncipe pensaba que
no iba a poder seguir haciéndolo.
***
Jaina estaba pálida, pero más entera de lo que había estado antes. En
cuanto entraron y cada una se dirigió a su respectivo asiento, dio la impresión de
que se había rebajado la tensión entre Tyrande y ella. Taran Zhu anunció que el
tribunal reanudaba la sesión y pidió a Tyrande que continuara.
—Como hemos podido ver en la Visión del Tiempo, Rhonin logró con éxito
que te teletransportaras hasta un lugar seguro, así como atraer la bomba de maná
directamente hacia la torre —dijo Tyrande—. ¿Qué sucedió después?
Jaina estaba sentada muy recta, con las manos sobre el regazo. A pesar de
que tenía los ojos rojos, cuando habló lo hizo con un tono sereno:
—Recuperé la conciencia en esa isla. Kalecgos me encontró y le dije que iba
a regresar a Theramore, para comprobar si quedaba aún alguien con vida ahí al
que pudiera ayudar. Se ofreció a acompañarme, pero yo insistí en ir sola.
Por el rabillo del ojo, Anduin observó a Kalecgos. El dragón tenía apretados
los labios con fuerza y no estaba mirando a Jaina. Anduin supuso que la
conversación que ambos habían mantenido en aquella isla, en su día, no había sido
tan civilizada como ella había descrito.
— ¿Y lo hiciste?
—Sí.
—Me gustaría mostrar al tribunal lo que Jaina Proudmoore vio al regresar a
la ciudad que ella misma había fundado y amado, por la que habría estado
dispuesta a morir.
Acto seguido, hizo un gesto de asentimiento a Chromie.

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Un murmullo de espanto se escapó de la garganta de los espectadores.
Anduin pudo ver que incluso los Augustos Celestiales, quienes normalmente
permanecían impasibles, parecían consternados. La bomba de maná había dejado
un cráter gigantesco, que se abría delante de esos escombros que eran lo único que
quedaba de esa enorme torre. El cielo estaba desgarrado y herido, repleto de colores
demenciales, como los que se podían ver en Northrend, según tenía entendido
Anduin.
Y los cadáveres...
Anduin tragó saliva con dificultad y notó cierto regusto a bilis. Había tantos.
Algunos parecían normales —bueno, tan normal como podía serlo un cadáver, o
eso supuso— mientras que otros flotaban en el aire y sangraban hacia arriba.
Algunos otros más tenían una tonalidad violeta uniforme. Ahí la muerte parecía
adoptar diversas formas que parecían totalmente absurdas.
Observó cómo la imagen de Jaina, cuyo rostro estaba lívido, prácticamente
blanco, por culpa de la conmoción, caminaba entre esas ruinas. Su pelo —que
ahora era blanco— parecía flotar a su alrededor. El príncipe pudo oír el zumbido y
el crepitar de la energía arcana que aún flotaba en el ambiente.
Los detritos de la vida normal contrastaban enormemente con la
abrumadora destrucción que había sufrido la ciudad. Anduin atisbo cosas como
copas, peines y hojas de libros, que se transformaban en un polvo púrpura cuando
Jaina intentaba cogerlas.
El silencio reinaba en ese enorme templo mientras todo el mundo
contemplaba cómo Jaina revisaba las ruinas en busca de alguna señal de vida, de
algún motivo de esperanza. Lo único que quebró ese silencio fueron los gemidos de
pena que profería la archimaga cuando se topaba con el cadáver de alguien a quien
conocía y cuya muerte lloraba. Pained, que había sobrevivido a tantas batallas,
todavía aferraba su espada cuando Jaina se agachó para acariciarle esa larga
melena. Su pelo se hizo añicos en cuanto la archimaga la tocó.
Anduin reconoció también a otros difuntos; al almirante Aubrey, a Marcus
Jonathan, quien durante mucho tiempo fue una presencia habitual en la puerta
principal de Stormwind. Deseó, egoístamente, que la Jaina del pasado se marchara
sin más, para que no tuviera que contemplar más ese horror, aunque fuera a través
de una persona interpuesta.
Había una pequeña silueta tendida en el suelo, que era del tamaño de un
niño. El príncipe se giró para mirar a la Jaina del presente y vio que esta había
enterrado la cara en el pañuelo. La archimaga no podía soportar tener que ver esto
de nuevo, y no se lo podía echar en cara, ni lo más mínimo.
La imagen de Jaina contempló detenidamente ese pequeño cadáver, que
yacía de bruces sobre un charco escarlata. La sangre le había apelmazado esas
coletas rosas. Con suma ternura, Jaina extendió un brazo hacia el cuerpo de
Kinndy Sparkshine, la gnomo que había sido su aprendiz.
Al instante, se deshizo y se transformó en una arena violeta. Y al instante,
la Jaina del pasado gritó de manera agónica.
Anduin quería apartar la mirada, pero se hallaba fascinado de tal modo que
no podía dejar de ver cómo Lady Jaina Proudmoore, una de las mejores magas de
esa época, chillaba y lloraba, mientras recogía del suelo puñados de ese polvo
arcano como si así fuera a poder recomponer a esa muchacha.

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Junto a él, Kalecgos respiró muy hondo. Anduin quiso levantarse de un salto
para gritarle a Tyrande: “¡Para esto, por favor, páralo!”. Entonces, fue como si la
elfa de la noche hubiera escuchado ese silencioso grito, ya que asintió hacia
Chromie. La escena desapareció de un modo piadoso. Anduin exhaló una bocanada
de aire que no sabía que había estado conteniendo.
Tyrande se volvió, con una mirada triunfal y brillante, gracias a la victoria
que acababa de obtener a un alto precio. Con una voz fuerte y melodiosa, dijo:
—El testigo está a tu disposición, Chu’shao Bloodhoof.

CAPÍTULO VEINTINUEVE

Baine Bloodhoof no se levantó de inmediato. Estaba demasiado aturdido por


lo que acababa de ver. No se podía imaginar acribillando a Jaina a preguntas
después de lo que había visto, y mucho menos intentando decir algo positivo sobre
Garrosh Hellscream. Ni siquiera era capaz de mirar al orco. Rezó una oración
rápidamente en silencio, para pedir a la Madre Tierra que lo guiara, se levantó y se
aproximó a la que había sido en su día la Dama de Theramore.
—Lady Jaina —dijo con suma calma—, no me importaría pedir un receso, si
así lo deseas.
La archimaga le lanzó una mirada plagada de una mezcla de emociones
indescifrables y contestó con un tono monótono:
—No. Me gustaría acabar con esto cuanto antes.
—Estoy seguro de que nadie en esta sala podrá culparte por eso.
El tauren no le ofreció compasión, y ella no la quería... de él no.
—Aunque en esta sala aún estamos intentando reponemos lo que acabamos
de ver y sentir, solo podemos imaginamos cómo te debiste sentir después de ese
cobarde ataque. —No se amigó a la hora de emplear esa palabra. Baine era un
tauren que llamaba a las cosas por su nombre. Y nadie que acabara de ser testigo
de la destrucción de Theramore podría haber definido ese ataque de otro modo—.
¿Podrías describimos, por favor, con tus propias palabras, cómo te sentiste?
Ella lo miró fijamente y, acto seguido, se echó a reír. Eran unas carcajadas
duras y amargas. El tauren agachó las orejas, sorprendido. Jaina tuvo que hacer
un esfuerzo para recuperar el dominio de sí misma.
—No creo que existan palabras para explicar cómo me sentí.
—Por favor, inténtalo, Lady Jaina.
—Me sentí furiosa. Muy furiosa. Tenía acumulada tanta... ira. Era incapaz
de respirar, no podía comer, apenas podía moverme, estaba tan enojada. Lo que
han visto aquí ha sido horrible, sí. Y veo que muchos han llorado. Pero aun así, no
han estado ahí. No han visto a sus amigos...
Apretó los labios con fuerza y se calló. Baine le concedió un momento de
respiro y, a continuación, insistió con delicadeza:
—Así que estabas furiosa... ¿qué querías hacer?
—Quería matarlo.
— ¿A Garrosh Hellscream?

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—Sí. A Garrosh y a todos y cada uno de los orcos a los que pudiera poner
una mano encima. Quería matar a todo goblin, a todo troll, a todo renegado, a todo
elfo de sangre y a todo tauren que se cruzara en mi camino, incluso a ti Baine
Bloodhoof. Quería borrar de la faz de la Tierra a la Horda entera, al igual que
Garrosh Hellscream había borrado mi hogar de la faz de la Tierra. Al igual que
había borrado mi vida entera.
Baine no se enfureció, sino que mantuvo un tono y un semblante serenos
mientras preguntaba:
— ¿Y qué hiciste?
—Fui a ver al rey Varian y le conté lo que había hecho Garrosh. Le dije que
había tenido razón al haber desconfiado y odiado a la Horda, y que yo me había
equivocado. Le dije que necesitábamos declarar la guerra a la Horda... y que
deberíamos empezar destruyendo Orgrimmar.
— ¿Y cómo reaccionó el rey Varian?
—Estuvo de acuerdo en que debíamos ir a la guerra, pero no quería atacar
de inmediato, como yo pedía. Según él, debíamos tener una estrategia y había que
reconstruir el Fuerte del Norte. Yo le prometí que le entregaría el Iris de Enfoque y
le dije que sabría cómo utilizarlo para poder destruir Orgrimmar, tal y como
Garrosh había destruido mi hogar.
— ¿Y qué hizo?
Jaina clavó la mirada en sus propias manos una vez más.
—Dijo que... no podía arriesgarse a aumentar el número de bajas de la
Alianza por actuar precipitadamente. Y Anduin señaló que creía que incluso
algunos miembros de la Horda podrían estar muy enfadados con Garrosh por los
cobardes actos que había llevado a cabo. Yo repliqué que ya era demasiado tarde
para eso.
— ¿Qué fue lo que dijiste exactamente?
—No lo recuerdo.
—Lady Jaina, puedo invocar una Visión de ese encuentro si no eres capaz
de contarme con exactitud lo que dijiste.
A pesar de que el tauren le hablaba con uno tono cortés, la archimaga alzó
la cabeza bruscamente y él pudo ver... cierta vergüenza dibujada en su rostro.
—Eso no será necesario —contestó en voz baja—. Le dije a Varian que era
un cobarde y me... me disculpé con Anduin por haber contribuido a que fuera tan
ingenuo. Después... me marché.
— ¿Qué hiciste luego?
—Fui a Dalaran. Le conté a Vereesa lo que había ocurrido, así como lo
valiente que había sido su marido, puesto que él había sido quien nos había salvado
a mí, a ella y a todos los que había podido.
Baine no alzó la vista para comprobar cómo reaccionaba Vereesa, pues sabía
que no había regresado tras el receso, por lo cual no podía culparla.
—Imploré ayuda al Kirin Tor. Quería que desenraizaran Dalaran del suelo,
tal y como se había hecho en alguna otra ocasión anterior, para poder usar esa
ciudad como arma para arrasar Orgrimmar, pero se negaron.
—Así que, por lo visto, nadie quería borrar de la faz de la Tierra una ciudad
entera. Incluso después de lo que había sucedido con Theramore —concluyó Baine.
—Sí, así fue.

Pág. -181-
— ¿Qué hiciste después?
—Como había recuperado el Iris de Enfoque antes de que pudiera hacerlo la
Horda y nadie quería ayudarme, aprendí a usarlo.
— ¿Pensabas usarlo, a pesar de que no contar con un ejército ni una ciudad
voladora como apoyo?
—Correcto.
— ¿Cuál era tu plan?
Ella alzó la barbilla sin apartar la mirada de los ojos del tauren.
—Enviar un maremoto compuesto de elementales del agua para borrar
Orgrimmar de la faz de la Tierra.
—Creo que puedo afirmar que todos sabemos que, al final, no llevaste a cabo
tu plan —señaló Baine—. ¿Acaso alguien te lo impidió? ¿O, simplemente, cambiaste
de opinión?
—Fue... un poco de ambas cosas.
— ¿Puedes explayarte más?
Jaina frunció el ceño.
—Lo... lo tenía todo preparado. Sabía exactamente qué planeaba.
Se calló, quizá porque intentaba escoger las palabras con sumo cuidado,
quizá porque intentaba recordar cómo se había sentido en esos momentos. Kairoz,
que había localizado ese preciso instante, se sintió bastante irritado, ya que el
tauren había decidido no mostrarlo. Baine no creía que mostrar cómo una Jaina
destrozada e iracunda planeaba su venganza con sumo cuidado pudiera ayudar en
nada a la defensa de Garrosh, también creía que eso solo provocaría más dolor a
una mujer que ya había sufrido más de lo debido en ese día maldito. Entonces, la
archimaga continuó:
—Me encontraba en la Isla de Batalla y ya había creado la ola. En unos
instantes, la enviaría hacia el norte, hacia Orgrimmar, de tal modo que iría
acumulando aún más energía de camino para allá.
— ¿Por qué, al final, no la lanzaste, Lady Proudmoore?
—Porque Go’el apareció.
— ¿Cómo supo dónde encontrarte?
—Gracias a una visión que le concedieron los elementos. Ellos lo llamaron y
le pidieron ayuda. Me dijo que no podía permitir que sepultara Orgrimmar bajo las
aguas. Luchamos... por hacernos con el control de la ola.
Baine dirigió la mirada hacia Go’el, quien se encontraba junto a Aggra;
estaba inclinado hacia delante, observando el proceso con atención, y en sus ojos
azules se reflejaba una honda tristeza. La diplomática humana y el líder orco
habían disfrutado de una amistad única, pero Garrosh también había acabado con
ella.
—Te ganó, ¿no?
Jaina desplazó la vista hacia el lugar al que miraba Baine y, al instante bajó
la mirada.
—No —respondió—. Más bien, estuve a punto de matarlo.
— ¿Qué ocurrió?
—Kalec me encontró, Se alió con Go’el para intentar disuadirme de que no
debía seguir ese camino.
— ¿Ah, sí? ¿Te convencieron o su poder combinado te superó?

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Jaina esbozó un gesto de aflicción.
—Me... me dijeron que si hacía eso, no sería mejor que Garrosh. Que no sería
mejor que... Arthas. Y me di cuenta... —Alzó la cara—. Me di cuenta de que tenían
razón.
— ¿Y de que serías igual que Garrosh?
— ¡Con todo respeto, protesto! —exclamó Tyrande.
—Fa’shua, solo intento cerciorarme de que todos entendamos como es
debido las palabras de la testigo —replicó Baine.
—Estoy de acuerdo con la defensa —afirmó Taran Zhu—. La testigo puede
responder para clarificar sus palabras.
—Sí —contestó Jaina—. También me di cuenta de que, si hacía eso, seríamos
iguales.
—Y no querías que eso ocurriera.
—Pero por un momento comprendí por qué Garrosh pudo querer haber
hecho algo así, por qué destruyó una ciudad entera y mató incluso a los civiles que
vivían ahí.
Baine agachó la cabeza.
—Gracias, Lady Jaina; No tengo más preguntas.
— ¿La acusación tiene alguna? —inquirió Taran Zhu, cuya zarpa se dirigió
al instante hacia la maza; por lo visto, daba por sentado que la respuesta serla no.
—Sí, Fa’shua, la tengo —respondió Tyrande, quien se levantó y se acercó a
la silla de la archimaga—. Lady Jaina... más tarde, también descubriste que, si
hubieras desatado ese maremoto, habrías destruido la flota de la Alianza. ¿Dirías
entonces que esa es la razón por la que realmente te alegras de haberte refrenado
en ese momento?
Baine contuvo la respiración, ya que a Jaina le resultaría muy fácil contestar
que sí. Esa era la respuesta que Tyrande quería. Después, Jaina podría marcharse
para hacer todo lo posible para curarse esas heridas que se habían reabierto de un
modo tan brutal. El tauren sabía que la traición de los Sunreavers en Dalaran —
su nueva ciudad, su nueva Theramore— la había afectado profundamente. Muchos
afirmaban que eso la había hecho regresar al estado emocional en que se había
hallado tras la caída de Theramore y habían corrido rumores de que había
presionado a Varian para que desmantelara la Horda.
Jaina no contestó de inmediato, sino que reflexionó sobre esa pregunta como
era debido.
—Claro que me sentí muy aliviada al enterarme de que no había acabado
con la flota sin querer. Pero no... No me alegro por eso. —Clavó su mirada en
Garrosh y no la apartó de él—. Me alegro de que al final me contuviera porque
nunca, jamás, querría ser como él.
Más tarde, Baine pensaría que Tyrande debería haberse conformado con esa
respuesta. Pero la elfa de la noche no podía dejar las cosas así. Jaina era la última
testigo de Tyrande y la mejor.
A partir de entonces, la acusación solo podría interrogar a los testigos
después de la defensa y estaba claro que quería acabar por todo lo alto. Así que
hizo una pregunta de más de la que debería haber hecho:
— ¿O como la Horda?

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Jaina se quedó muy callada. Tyrande esperó y, un momento después, le
espetó:
— ¿Lady Jaina? Mi pregunta era si nunca, jamás, desearías ser como la
Horda.
Jaina —la machacada, furiosa, herida, devastada y sincera Jaina— replicó
simplemente:
—La Horda no es Garrosh.
Dio la sensación de que a Tyrande se le iban a salir los ojos de las cuencas,
ya que acababa de darse cuenta de su error demasiado tarde.
—No hay más preguntas, Fa’shua —dijo Tyrande en voz baja, quien miró a
Jaina durante un largo rato y, a continuación, volvió a su asiento.

***
Cuando Sylvanas llegó al Lago Aguasclaras en los Claros de Tirisfal, cerca
de Undercity, se encontró con que su hermana la estaba esperando.
—Recibí tu nota—dijo Sylvanas—, así que he traído unos caballos.
Sylvanas no se había sorprendido al ver que Vereesa no regresaba a la sala
del juicio después del receso. Acababa de ver cómo su marido moría, o, más bien,
había visto cómo su marido se convertía en una manifestación pura de energía
arcana y, acto seguido, moría. No obstante, la nota sí que había sorprendido a
Sylvanas, pues en ella solo había escrito: “Lago Aguasclaras. Quiero cabalgar”.
Sylvanas interpretó como una buena señal que Vereesa hubiera sugerido que se
encontraran en un lugar situado tan dentro de las tierras de los Renegados. Se
sentía muy orgullosa de que su hermana conociera la existencia de ese lugar y de
que hubiera sido capaz de llegar hasta ahí sin ser vista y totalmente indemne. Las
“Lunas” Windrunner eran ambas unas forestales increíbles. De todos modos, no le
sorprendió lo que Vereesa le había pedido, pues cuando eran niñas, les encantaba
salir a cabalgar juntas; sobre todo a Vereesa.
La general forestal se hallaba sentada con la espalda apoyada sobre el tronco
de un árbol muerto y volvió la cabeza lentamente. Parecía demacrada y frágil.
Sylvanas se alegró de poder ofrecerle a su hermana el consuelo de poder realizar
una actividad placentera, o al menos eso esperaba. A Vereesa se le desorbitaron los
ojos al ver las monturas. Esas cosas muertas la miraron fijamente. Uno de ellos
dobló su largo cuello, que carecía de carne, y dio un mordisco a un trozo de hierba.
Si bien la hierba fue cayendo al suelo a la vez que la masticaba, no pareció
percatarse de ello, así que volvió a doblar esas vértebras para dar otro bocado.
—Son... esqueletos —murmuró Vereesa—. Esqueletos de caballos.
—Muy pocos seres vivos dejarían que los montara, hermana. Muchos ni
siquiera soportarían estar cerca de mí. Tendrás que aprender a cabalgar en estas
cosas, si vas a vivir en Undercity. Te prometo que te obedecerán.
—Sí, supongo que lo harán —replicó Vereesa.
No hizo ningún ademán de ponerse en pie. Sylvanas soltó las riendas de
ambos caballos, pues sabía que no se iban a marchar a ninguna parte, y se sentó
junto a su hermana. Con cierta inquietud, preguntó:
— ¿Cómo estás?
Había pasado tanto tiempo desde la última vez en que se había interesado
por el bienestar de algún otro ser.

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Aunque Vereesa cerró los ojos, unas lágrimas se le escaparon entre las
pestañas.
—Lo echo tanto de menos, Sylvanas. Tanto.
Sylvanas no podría ofrecerle ningún consuelo. Ni siquiera podía reanimar el
cadáver de Rhonin, así que se limitó a quedarse sentada y callada.
—Me alegro tanto, tantísimo, de que vayamos a matar a Garrosh—afirmó
Vereesa—. Espero que ese veneno que me vas a entregar sea lento y doloroso.
Quiero que sufra, que sufra tanto como me ha hecho sufrir a mí. Me alegro de haber
visto lo que he visto hoy. Eso ha avivado las llamas de mi ira. No quiero tener que
volver a ver eso jamás... ni siquiera quiero volver a pensar en su muerte. Ya no
quiero tener nada que ver con ese mundo.
—Bueno —replicó Sylvanas, a la vez que sacaba una pequeña ampolla de su
bolsa—, creo que puedo hacer realidad tus sueños. Esta diminuta ampolla contiene
veneno suficiente como para matar a veinte orcos. Y sí... es justo lo que queremos...
es lento, le hará sufrir una amarga agonía, y carece de antídoto.
Vereesa reaccionó como si Sylvanas le acabara de hacer un regalo de
cumpleaños. Se le iluminó la cara, la tristeza dejó de dominar su semblante y
aceptó esa ampolla de una manera casi reverencial.
—Es tan pequeña para ser tan letal —murmuró.
—Si echas una sola gota en cada trozo de la fruta del sol, Garrosh Hellscream
dejará de existir.
Vereesa aferró la ampolla con fuerza al mismo tiempo que agarraba con la
otra mano el medallón que llevaba sobre ese esbelto cuello. Sylvanas le había
devuelto el collar a Vereesa y ahora ambas hermanas llevaban esas joyas de un
modo rutinario siempre que pasaban un tiempo juntas.
—Gracias, hermana. Sabía que podía recurrir a ti.
Sylvanas sonrió.
—No sabes bien cuánto te agradezco que lo hicieras. Y respecto a eso de
abandonar ese mundo... estoy dispuesta a abrirte el mío. Por eso deseabas quedar
aquí, ¿verdad?
Vereesa asintió.
—No podíamos quedar de nuevo en esa aguja, ese sitio me trae muchos
recuerdos... tristes —contestó—. Además, quería averiguar dónde voy a vivir en
breve.
Al escuchar esas palabras que su hermana había escogido cuidadosamente,
Sylvanas tuvo que reprimir una sonrisa y no dijo nada. Esos extraños dolores
fantasma, como los que uno siente en un miembro amputado que ya no tiene, iban
en aumento, pero Sylvanas decidió ignorarlos con la misma bravura con la que
había logrado liberarse del yugo de Arthas. Por primera vez desde que había
marchado sobre su antiguo pueblo, dejando a su paso la Cicatriz Muerta como el
rastro de una babosa, Sylvanas se sentía... feliz. Aunque había perdido mucho,
daba la impresión de que el destino le había entregado un regalo inesperado, que
la satisfacía a nivel personal y emocional y que le permitiría obtener más cotas de
poder dentro de la Horda. Ella y su hermana serían prácticamente imparables. La
violencia y el horror habían arrastrado a Sylvanas hasta el lugar donde se hallaba
ahora y las mismas fuerzas habían empujado a Vereesa a acudir a ella.

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Tener a alguien conmigo en quien podré confiar será estupendo, caviló. Sí,
alguien en quien podría confiar de verdad, que no obedeciera sus órdenes solo por
miedo o para obtener un beneficio personal. Alguien que pensara y sintiera igual
que ella. Además, daba la sensación de que Vereesa ansiaba lo mismo.
No. obstante, Sylvanas no le había contado todo a Vereesa, por supuesto.
Nadie podía estar a la altura de la Reina Alma en Pena si no era un alma en pena.
Además, los suyos se sentirían agraviados si tuvieran que obedecer a un ser vivo.
Pero ella haría que la muerte de su hermana fuera mucho más delicada y fácil de
lo que había sido la suya. Sería una muerte dulce. Vereesa simplemente se iría a
dormir y se despertaría totalmente transformada, renacería con una perspectiva de
las cosas y una ambición que nadie que aún respirara podría concebir jamás.
—Quizá te haga gracia saber que ya sé cómo se prepara el pescado al curry
verde —comentó Vereesa, mientras metía con sumo cuidado ese valioso veneno en
una bolsa.
—Por lo visto, en esas cocinas confían mucho en ti.
—Sí. Dentro de un par de días... —De repente, frunció el ceño—. Sylvanas...
¿de verdad puede ser tan fácil? Sigo teniendo la sensación de que algo saldrá mal,
de algún modo u otro.
—Nada irá mal, Lunita—le aseguró Sylvanas—. Este momento no es una
concesión graciosa del destino, sino que nos lo hemos ganado a pulso, con sudor,
lágrimas y tormento. Nos hemos ganado el derecho a obtener esta victoria.
—Así es. Lo único que lamento es que no podamos ver cómo Garrosh
Hellscream da su último suspiro.
—Oh —replicó Sylvanas—. Pero sí podemos imaginárnoslo, y tendremos que
conformarnos con eso. Lo que sí veremos será su cadáver, así como el caos que
desatará su muerte. Cuando llegue el día en que podamos decir bien alto que
nosotras lo matamos, aquellos que fueron muy lentos a la hora de actuar contra él
o muy timoratos nos envidiarán.
Vereesa, que estaba sentada y se agarraba las piernas a la altura de las
rodillas, contempló el lago.
—Siempre he pensado que estas tierras eran muy tenebrosas y... tristes —
aseveró Vereesa—. Pero hay una extraña belleza en las tinieblas, ¿verdad?
—La hay —respondió Sylvanas—. Aunque no soy una elfa de la noche, sí
puedo decirte que ellos entienden perfectamente lo que acabas de decir. En la
noche, en ese momento en que las lunas brillan y el sol esconde su rostro, hay una
dulzura y pureza especial. Hay belleza en la muerte.
— ¿Crees que... que ellos aceptarán tu decisión? ¿Aceptarán que gobierne a
tu lado?
— ¿Los Renegados o la Horda?
—Cualquiera de ambos. Los dos.
—Al principio, tal vez no—contestó Sylvanas—. Necesitaran un poco de
tiempo para acostumbrarse a la idea. Pero aprenderán a apreciarte enseguida y
acabarán alegrándose de que te encuentres en Undercity.
—No estoy preocupada por mí —señaló Vereesa—, sino por los niños. Esto
va a ser... muy extraño para ellos.
Esas palabras sorprendieron totalmente a Sylvanas. ¿De verdad Vereesa
estaba pensando en...? No. Eso era imposible.

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La Dama Oscura escogió las palabras con sumo cuidado.
—Sí, lo sería —admitió, como si la idea se le acabara de ocurrir a ella
misma—. No tendrían amigos de su edad y resultaría muy difícil explicarles por
qué no los van a tener. Podrían ser muy infelices. Undercity... no es un lugar
adecuado para unos niños ciertamente, hermana.
Vereesa apartó la mirada. Sylvanas la observaba como un halcón mientras
se maldecía a sí misma por no haberse dado cuenta de que Vereesa no solo era
viuda, sino también madre de dos niños. Era la primera vez que la forestal los
mencionaba desde que se habían empezado a ver en secreto, ya que era como si,
tras la muerte de su padre, Vereesa no hubiera podido pensar en otra cosa que no
fuera vengarse.
—No —suspiró Vereesa—. Supongo que no.
Posó una mano sobre la hierba y cogió una piña distraídamente.
Había algo en su tono de voz que hizo que Sylvanas se alarmara, así que la
alma en pena dijo:
—Claro que si de verdad quieres que te acompañen, haré todo lo posible para
que se sientan lo más a gusto posible. Después de todo, son mis parientes más
cercanos... aparte de ti, claro.
Su hermana negó con la cabeza y esos blancos cabellos se agitaron.
—No, tienes razón. No me los puedo imaginar ahí. Ese no sería un buen
lugar para ellos. Están mejor donde están ahora. —Vereesa se rio con cierta
tristeza—. De todas maneras, no he sido una gran madre para ellos.
De repente, la forestal aplastó la piña que tenía en la mano. Acto seguido, la
arrojó muy lejos y los piñones se le fueron cayendo por el aire.
Sylvanas se sintió muy reconfortada, pues Vereesa lo entendía
perfectamente. La Dama Oscura se alegró, pues ya no tendría que matar a sus
propios sobrinos. No obstante, se sentiría mucho mejor cuando su hermana
estuviera muerta. Entonces, podrían estar juntas.
Para siempre.

CAPÍTULO TREINTA

Día Ocho

—Llamo a declarar al rey Varian Wrynn —dijo Baine.


Anduin no pudo evitarlo, se inclinó hacia su padre y susurró:
—No te salgas de las preguntas. No digas nada voluntariamente ni te
compliques la vida.
—Ja, ja —masculló Varian al levantarse.
Anduin pudo ver la expresión de consternación de Jaina y se percató
entonces de que probablemente él era el único al que Varian había informado de
que Baine deseaba presentarlo como testigo de la defensa. Los ojos azules de la
archimaga fueron de padre a hijo y, a continuación, frunció los labios y miró al
frente de manera impasible.
No era la única sorprendida, por supuesto. En cualquier circunstancia,
habría resultado muy raro que el rey de Stormwind declarara en favor del líder de

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la Horda, incluso si ese líder hubiera sido Go’el. Pero en el caso de Garrosh era aún
más extraño. Anduin se acomodó en su asiento mientras se preguntaba qué
tramaba Baine.
Varian prestó juramento y, acto seguido, miró expectante a Baine.
—Si el tribunal me da su permiso —dijo Baine—, antes de empezar a
interrogar al testigo, me gustaría presentar una prueba. La mayoría sabe que el rey
Varian Wrynn aconsejó que no se ejecutara inmediatamente al acusado. Pero no
siempre ha mantenido una actitud tan moderada.
—Con todo respeto, protesto —lo interrumpió Tyrande, poniéndose en pie—
Aquí no se está juzgando al rey Varian.
—No, a él no —admitió Baine—, pero si él no hubiera tomado cierta decisión,
Garrosh no estaría vivo ahora, y ninguno de nosotros estaría hoy aquí reunido.
Jaina masculló algo en voz muy baja acerca de un “error”, y un triste Kalec
arrugó el ceño. Vereesa, que se hallaba sentada detrás de Jaina mostraba una
expresión petulante; si bien era una mujer muy hermosa ese era un gesto muy feo.
Anduin se mordió un labio y, acto seguido, volvió a centrar su atención en su padre.
—Si bien eso es innegablemente cierto —objetó Taran Zhu—, Es un
argumento suficiente como para que ignore la protesta.
—Fa’shua, por muy extraño que parezca, deseo dejar claro que el rey Varian
es un testigo válido para la defensa del acusado.
—Aunque tu petición no fuera razonable —replicó Taran Zhu—, me
encantaría ver cómo demuestras eso, así que admito la postura de la defensa.
Pese a que Tyrande aceptó la decisión con elegancia, tenía los labios muy
apretados mientras se recostaba en su silla. Al instante, se dispuso a tomar notas.
—Entonces, si el tribunal me da su permiso, mostraré una Visión que deja
claro mi argumento.
Kairoz se acercó a grandes zancadas a la Visión del Tiempo. Anduin se fijó
en que el reloj de arena había sido dado la vuelta y que el bulbo superior, que se
había vaciado al mostrar Tyrande la Destrucción de Theramore, estaba ahora lleno.
Con delicadeza, el dragón bronce de carne y hueso tejió un encantamiento
alrededor de esa reliquia. Al instante, el dragón forjado en metal cobró vida e hizo
que las arenas relucientes fluyeran hacia abajo.
Al principio, la escena era muy oscura. Después, se oyó el fragor ahogado de
una batalla; unos gritos furiosos, chillidos y el choque del acero contra el acero.
— ¿Qué ocurre? —exigió saber alguien que poseía una voz de mujer, alguien
muy asustado, alguien a quien recientemente se le había empezado a pegar el
acento típico de su pueblo.
Se trataba de Moira Thaurissan. Anduin sabía lo que venía a continuación.
Lo que no sabía era si eso iba a apoyar los argumentos de la defensa... o si
realmente deseaba que sirviera para ello.
Una lámpara se encendió y una temerosa Moira miró a su alrededor. No se
hallaba sola en sus aposentos de Ironforge. Junto a la cama, había una cuna donde
dormía un bebé. Junto a la puerta, había dos enanos Dark Iron. Uno de ellos hizo
ademán de abrirla.
— ¡No! —susurró Moira, la cual se puso en pie sobre la cama y miró fijamente
a la puerta. Iba vestida con un camisón y se llevó las manos a la garganta—. ¡Les
ordeno que no salgan! ¡Tal vez no nos encuentren!

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No obstante, desenvainaron sus armas, por si acaso. Y no tuvieron que
esperar mucho. La puerta sufrió un golpe sordo descomunal y Moira lanzó un grito
ahogado. Al instante, alguien intentó entrar desde el otro lado lanzando un segundo
y un tercer golpe. La puerta se combó y cedió del todo con el cuarto intento.
Moira chilló aterrorizada. El bebé se despertó sobresaltado y añadió sus
agudos lloriqueos aterrados a ese estruendo. Los tres intrusos irrumpieron en la
habitación y atacaron a los guardias. Aunque los enanos Dark Iron lucharon con
fiereza, se vieron superados en número. El líder de los asaltantes, que blandía dos
espadas con gran maestría, despachó rápidamente a un enano con una estocada
tan potente que no pudo arrancar de inmediato su arma del cadáver y la tuvo que
dejar clavada en él.
Se giró para encararse con Moira y, jadeando, se quitó la máscara. Los
espectadores, así como Moira, profirieron un grito ahogado al darse cuenta de que
se trataba de Varian. Anduin ya lo sabía, pero aun así, tanta violencia lo entristeció.
Ojalá hubiera podido llegar antes. Dirigió su mirada hacia el lugar donde se
encontraba sentada la Moira de verdad y comprobó que mantenía la compostura,
aunque parecía sentirse muy incómoda. Anduin lamentó que se tuviera que ver
obligada a mirar esto y se enfureció con Baine por mostrar esta escena.
Varian agarró a la aterrada enana, la empujó de la cama y la sacó a rastras
de la habitación, mientras esta se resistía e intentaba escapar como podía. La
Visión los siguió mientras Varian se llevaba a su cautiva a una zona abierta situada
cerca de la Gran Fundición. Los enanos y gnomos se arremolinaban en tomo a
ambos, a la vez que observaban asustados e incapaces de comprender te que estaba
ocurriendo. Varian agarró a Moira del cuello del camisón y la atrajo hacia sí. Acto
seguido, colocó la punta de su espada sobre la garganta de la enana.
— ¡Contemplen a la usurpadora! —Gritó Varian—. Esta es la niña por la que
Magni Bronzebeard derramó incontables lágrimas. Su amada niñita. ¡Si pudiera
ver lo que le ha hecho a su ciudad, a su pueblo cuánto le repugnaría! —Giró la
cabeza para mirar a la sobresaltada Moira directamente a los ojos—. Este trono no
te pertenece. Lo has comprado con engaños, mentiras y ardides. Has amenazado a
tus propios súbditos cuando no habían hecho nada malo y has obtenido un título
que no te has ganado haciendo uso de la fuerza. ¡No voy a permitir que sigas
sentada sobre ese trono robado ni un solo momento más!
—Páralo ahí —ordenó Baine. Anduin pudo notar que todos los espectadores
volvían a la vez al presente y clavaban la mirada sobre Varian—. En esta escena,
hemos podido verlos tanto a ti como a la reina regente Moira Thaurissan, quien
obviamente sobrevivió a esa experiencia tan traumática. ¿Podrías explicarnos, por
favor, qué estaba pasando?
—Esto tuvo lugar justo antes del Cataclismo —contestó Varian—Después de
que el rey Magni hubiera intentado llevar a cabo un antiguo ritual, con el que
esperaba poder entrar en contacto con la Tierra para descubrir qué estaba
sucediendo. Pero algo fue mal y Magni se convirtió literalmente en parte de la
Tierra. La reina regente Moira apareció de repente, como salida de la nada, y
reclamó el trono. Aisló a Ironforge del resto del mundo y retuvo a mi hijo como
rehén. Por suerte, pudo escapar.
— ¿Qué hiciste entonces?
—Me infiltré en Ironforge.

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— ¿Con qué propósito?
—Con el de neutralizar a Moira y liberar Ironforge.
— ¿Cómo pretendías neutralizarla?
—No creo que realmente lo supiera, aunque supongo que, si se resistía, la
mataría.
—Hubo bajas.
—Sí.
Anduin miró a Tyrande, quien se hallaba recostada sobre la silla, con los
brazos cruzados y un rostro cuidadosamente inescrutable. Anduin sabía que quería
protestar, pero no podía hacerlo, puesto que ya se habían negado esa posibilidad
en esta fase del proceso. Baine posó sus ojos sobre Kairoz y asintió para indicarle
que continuara.
— ¡Padre!
Anduin se vio a sí mismo abriéndose paso a empujones a través de una
multitud, pues intentaba alcanzar a Varian desesperadamente.
Parezco tan joven, pensó el príncipe de manera distraída.
— No deberías estar aquí, Anduin. Vete, Este no es lugar para ti.
— ¡Sí es mi lugar! —replicó la imagen de Anduin—. ¡Tú me enviaste aquí! Tú
querías que conociera al pueblo enano, y eso he hecho. Conocí bien a Magni y
estuve aquí cuando Moira apareció. Fui testigo del caos que desató su llegada y
también de que estuvo a punto de estallar una guerra civil cuando la gente hizo
amago de alzarse en armas para resolver sus problemas con ella. ¡No importa lo
que puedas pensar sobre esta enana, ella es la heredera legítima!
—Quizá lo sea por razón de su estirpe —gruñó Varian—, pero no está en sus
cabales. Se encuentra bajo un hechizo, hijo mío; Magni siempre pensó así. Ha
intentado retenerte como prisionero. Está reteniendo aquí a un buen número de
gente sin ninguna razón. ¡No puede ser una buena líder! ¡Va a destruir todo lo que
Magni construyó! ¡Todo por lo que él... él murió!
Ahora que el Anduin del pasado se hallaba más cerca de su padre le tendió
una mano. Estaba muerto de miedo, pensó Anduin. Temía decir algo equivocado y
que la degollara, y que su muerte recayera sobre mi conciencia. Qué lejos fuimos
todos. Bueno, la mayoría.
—No está hechizada, padre. Magni prefería creer que eso era así a afrontar
la verdad... que había obligado a Moira a marcharse porque no era un heredero
varón.
—Estás escupiendo sobre la memoria de un hombre honorable, Anduin.
—Uno puede ser un hombre muy honorable y, aun así, cometer errores.
—Para —dijo Baine—. Rey Varian, ¿qué crees que quiso decir el príncipe
Anduin con esas palabras?
—Se estaba refiriendo a ciertos actos que yo había cometido en el pasado —
respondió Varian—. Yo había hecho y dicho muchas cosas de las que no estaba
orgulloso. Habla lanzado amenazas, había perdido la templanza, había mostrado...
cierta “intolerancia”, por decirlo de un modo suave, hacia otras razas. Creo que es
bastante evidente que Anduin no piensa ni se comporta de ese modo.
La escena continuó. Anduin se vio a sí mismo argumentando que les
correspondía a los enanos decidir si querían aceptar a Moira o no como reina.

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Durante el resto de su vida, el príncipe recordaría lo que Varian había dicho en
esos momentos.
— ¡Pero te convirtió en su rehén, Anduin! ¡A ti, a mi hijo! ¡No se puede
permitir que esa afrenta quede impune! No voy a dejar que mantenga secuestrados
tanto a ti como a toda una ciudad. No lo voy a permitir, ¿es que no lo entiendes?
—Para —ordenó Baine—. Da la impresión de que querías matar a Moira no
por usurpar el trono de Ironforge, sino por poner en peligro a Anduin.
Varian asintió.
—Estaba... furioso. En esa época, mi hijo y yo teníamos una relación muy
tensa, y yo... —Intentó dar con las palabras adecuadas, pues era consciente de que
los estaba escuchando mucha gente—. Me sorprendí a mí mismo al darme cuenta
de que no quería perderlo de ninguna manera. Y en cuanto se halló a salvo... quise
castigar a Moira por haberme hecho sentir así.
Varian buscó con la mirada a Anduin y se pudo palpar en el ambiente el
cariño que se profesaban padre e hijo. La escena se oscureció
— ¿Cómo terminó esa situación? —inquirió Baine.
—Anduin argumentó, con suma razón, que los enanos tenían derecho a
decidir su propio destino.
Baine hizo un gesto de asentimiento de nuevo hacia Kairoz. Ahora, el Varian
del pasado parecía haber tomado una decisión.
—Por mucho que deseara que no fuera verdad —le dijo a Moira, quien
todavía seguía en manos del rey—, tienes derecho legítimo al trono. Pero al igual
que yo, Moira Bronzebeard necesitas ser mejor persona de lo que eres. Se necesita
algo más que pertenecer a la estirpe correcta para gobernar como es, debido a tu
pueblo. Vas a tener que ganarte ese honor.
—Para. Y, de este modo, se fundó el Consejo de los Tres Martillos, que es la
forma de gobierno que el pueblo enano adopto, ¿verdad? —preguntó Baine.
—Eso es, sí.
— ¿Qué pasó cuando ella se mostró de acuerdo con eso?
—La dejé marchar y tanto mi gente como yo nos retiramos.
La escena se reanudó unos momentos después. Varian se acercó a Anduin
y lo abrazó con fuerza. Alrededor de ellos, los enanos, sumamente aliviados, lo
celebraron con una buena cerveza —siempre estaban dispuestos a festejar
cualquier cosa—, mientras gritaban, silbaban y exclamaban:
— ¡Wildhammer! ¡Bronzebeard! ¡Dark Iron!
—¿Lo ves, padre? —Dijo el Anduin de la Visión—. Sabías exactamente qué
había que hacer. Sabía qué harías lo correcto.
Varian sonrió.
—Necesitaba que alguien confiara en mí, para que yo pudiera acabar
creyendo en mí mismo —replicó.
Baine hizo un gesto a Kairoz y la escena se congeló.
— ¿Crees que has cambiado desde entonces, majestad?
Varian miró fugazmente a Anduin. El joven príncipe sonrió. Varian volvió a
mirar a Baine y asintió.
—Sí, así es.
— ¿Otra gente se mostraría de acuerdo contigo al respecto?
—Otros parecen verlo con más claridad que yo mismo, así que sí.

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— ¿Por qué intentaste cambiar?
—Porque había algunas partes de mí que me impedían llegar a ser el hombre
que realmente deseaba ser.
—En cierto momento, fuiste un hombre dividido, literalmente —prosiguió
Baine—. La reintegración de tus dos mitades no fue nada fácil y lo único que
recuerdas de esa época no es más que violencia. Cuando alguien intenta cambiar
su misma esencia ha de entablar consigo mismo una batalla muy dura y
arriesgada. ¿Cómo lograste alcanzar tu meta?
—No... No fue fácil —admitió Varian—. Y yo no era..., no soy... perfecto, ni
por asomo. De vez en cuando, sufría alguna... recaída. Primero tuve que asumir
realmente que quería cambiar y, entonces, tuve que hacer gala de una gran fuerza
de voluntad y disciplina, y buscarme unas buenas razones que hicieran que el
esfuerzo mereciera la pena.
—Fuerza de voluntad. Disciplina. Y unas buenas razones para motivarse a
la hora de acometer una empresa tan difícil —repitió Baine—. ¿Cómo encontraste
la voluntad, la disciplina y las razones necesarias?
—Tuve suerte, ya que contaba con gente que quería ayudarme y a la que
escuché —contestó Varian—. Ellos... bueno, a pesar de mi testarudez, ellos fueron
capaces de hacerme ver cómo me estaba comportando y fui consciente de que, si
seguía así, no conseguiría lo que quería lograr. Quería ser el mejor padre posible
para un hijo que no tenía madre. Quería ser el mejor gobernante para un pueblo
que vivía tiempos muy difíciles. Tenía la sensación de que eso era algo que les debía,
que debía conseguir que el reinado se centrara en atender sus necesidades... en
mejorar sus vidas... y no en satisfacer mis patéticos deseos e impulsos.
—Así que si dijera que no cambiaste porque alguien te amenazara u obligara
a cambiar, sino porque querías ser mejor persona con aquellos que dependían de
ti, estaría en lo cierto, ¿verdad?
—Sí estarías totalmente en lo cierto, sí.
— ¿Crees que a Garrosh Hellscream le preocupa su gente?
— ¡Protesto! —exclamó Tyrande.
—No admito la protesta. Estoy de acuerdo con la defensa —replicó Taran
Zhu, quien asintió en dirección hacia Varian.
Al rey, que era perfectamente consciente de que se hallaba bajo juramento,
le llevó un momento ordenar sus pensamientos para poder responder. Mientras
tanto, clavó sus intensos ojos azules en Garrosh.
—Creo que, en su día, sí. Creo que todavía se preocupa por los orcos, pero
no de la Horda como un todo.
—Así que eso es un sí.
—Si por “su gente”, te refieres a los orcos, entonces sí.
— ¿Dirías que Garrosh es inteligente?
—Sí, mucho.
—Así que podríamos definirlo como alguien que se preocupa por los suyos,
ya que incluso tú, que eres su enemigo, reconoces que eso es así. Además, según
tus propias palabras, es muy inteligente. Algunos podrían describirte a ti del mismo
modo, majestad. Así que, dime, ¿crees que una persona así es capaz de cambiar?
Al rey se le escapé algo parecido a una leve risa.
—Dudo mucho de que Garrosh...

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—Limítate a responder la pregunta, por favor. ¿Sí o no? ¿Es posible que una
persona que se preocupa por su pueblo y que es muy inteligente cambie?
Varian frunció el ceño, abrió la boca y, al instante, la volvió a cerrar. Respiró
hondo y, entonces, respondió en voz baja:
—Sí. Es posible.
—Gracias, majestad. No tengo más preguntas que hacer.
Tyrande, quien hasta hace unos instantes había dado la sensación de que a
duras penas lograba mantenerse sentada en su asiento, se puso ahora
prácticamente de pie de un salto para interrogar a Varian, quien parecía sentirse
casi tan aliviado como ella.
—Majestad —dijo—, solo tengo que hacerte unas cuantas preguntas. En
primer lugar, ¿eres un genocida?
— ¿Qué? —Varian la miró fijamente.
Baine gritó:
— ¡Con todo respeto, protesto!
—Fa’shua —replicó Tyrande con sumo tacto—, no estoy acusando al testigo
de nada, simplemente, le pido que se defina a sí mismo.
— ¿Con qué fin, Chu’shao? —inquirió Taran Zhu.
—La defensa ha llamado a declarar al rey Varian como testigo de la defensa
de Garrosh y ha tenido la oportunidad de dejar clara la valía y experiencia de
Varian. Ahora yo estoy haciendo lo mismo.
—Estoy de acuerdo con la acusación. Puedes continuar, pero interrumpiré
el interrogatorio si considero que estás hostigando al interrogado. Que el testigo
responda.
Tyrande agachó la cabeza y volvió a mirar a Varian.
— ¿Eres un genocida, majestad?
—No —afirmó Varian, quien arrugó el ceño.
Anduin se preguntó adonde diablos pretendía ir Tyrande con esa línea de
interrogatorio.
— ¿Alguna vez has tenido sed de poder?
—No —contestó Varian—. E incluso añadiría que el manto del poder y la
responsabilidad que conlleva resultan tremendamente pesados.
Anduin sabía que su padre, en cierto momento, habría preferido seguir
llevando una vida sencilla como Lo’Gosh, el gladiador, a ser el rey Varian.
—La defensa nos acaba de mostrar una escena en la que tú y varios
miembros del SI:7 se infiltraron en Ironforge, atacaron a la población y amenazaron
a una mujer desarmada. ¿Dirías que eso es algo que sueles hacer habitualmente?
Responde.
— ¡Pues claro que no! Esto es ridículo —replicó Varian.
—Por favor, majestad, limítate a responder la pregunta —le pidió Tyrande,
quien permanecía totalmente serena.
— ¡No!
— ¿Acaso en tu momento de mayor ira, en tu instante más tenebroso,
elaboraste un plan muy calculado para exterminar a toda la población de una gran
ciudad y lo llevaste a cabo?
Entonces, Anduin entendió lo que pretendía.
—No —respondió su padre.

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Tyrande se volvió serenamente hacia Taran Zhu.
—Fa’shua, la defensa ha llamado al rey Varian a declarar como un testigo
experto a la hora de enfrentarse a los mismos problemas que Garrosh Hellscream
tuvo que afrontar. Sugiero que si bien Varian se ha tenido que enfrentar a desafíos
similares, no es, no ha sido, ni será jamás como Garrosh Hellscream. Por tanto, no
se le puede considerar un experto que pueda indicamos lo que Garrosh hará o no
hará en un futuro. Por tanto, pido que se retire del acta todo lo que este testigo ha
declarado.
—Con todo respeto, pro...
Taran Zhu alzó una zarpa.
—Entiendo el razonamiento de la acusación, pero no voy a eliminar el
testimonio de este testigo. Creo que tanto tu línea de interrogatorio como la de la
defensa son perfectamente adecuadas y válidas.
—Pero, Fa’shua... —acertó a decir Tyrande.
—La acusación ha dejado bien clara su argumentación. ¿Tienes alguna
pregunta más para el testigo?
—No, Lord Zhu.
—Muy bien. El juicio se suspende por hoy. Mañana se presentaran los
alegatos finales. Chu’shaos, esa será su última oportunidad de dirigirse al jurado.
Les sugiero que no la malgasten.

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Día Nueve

Era el último día del juicio y una gran tensión reinaba en el ambiente.
Mientras Sylvanas se encaminaba hacia el templo, pasó junto a uno de los
corredores de apuestas goblin que, de momento, habían logrado eludir a los
guardias pandaren.
—Eh, señorita —le dijo, con unas gafas colocadas sobre una amplia calva y
los botones del chaleco lustrosos y relucientes de un modo perfecto—. ¿Seguro que
no quieres hacer una apuesta?
Como Sylvanas estaba muy animada y la propuesta le hizo gracia, se detuvo
y le sonrió a ese diminuto liante verde.
— ¿Cómo van las apuestas? —preguntó, a la vez que una sonrisa cobraba
forma en sus labios.
—Uno a uno y bajando si lo ejecutan rápidamente, dos a uno si lo sentencian
a cadena perpetua y, para las posibilidades más disparatadas, las apuestas son
realmente fascinantes.
— ¿Por ejemplo?
Consultó sus notas.
—Veamos... veinticinco a uno si el jurado no llega a un veredicto unánime,
dieciocho a uno si se produce intento de fuga, cincuenta a uno si el acusado fallece
desgraciadamente de manera repentina, y doscientos a uno si se arrepiente total y
completamente y, además, se presenta voluntario para colaborar con un orfanato
de Orgrimmar e incluso para alguna otra cosa más.

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El goblin elevé la vista hacia ella, de tal modo que las gafas que llevaba
hicieron que sus diminutos ojos parecieran enormes de un modo perturbador.
— ¿De verdad hay alguien que ha hecho esa apuesta? -—inquirió
jocosamente.
—Te sorprendería qué apuestas hace la gente. Aunque, de todas maneras,
todos los días se dan resultados imposibles. Una vez vi cómo un vehículo de
arrastre gnomo de aspecto impecable que llevaba una ventaja de quince cuerpos
en el último giro no acababa esa vieja carrera del Circuito del Espejismo.
Oh, qué tentador era. Pero Sylvanas no podía arriesgarse a que el goblin
recordara la apuesta, así que se limitó a darle unas palmaditas en esa reluciente
cabeza verde y entró.
Esta noche, tras los alegatos finales, los Augustos Celestiales se retirarían
para deliberar, y Garrosh disfrutaría de su última cena. Sabía que iba ser pescado
al curry verde, ya que era el plato favorito de Garrosh; además, Vereesa le había
confirmado que eso era lo que se iba a servir. Pasara lo que pasase hoy en la sala
del juicio, no iba a ser nada más que un mero entretenimiento intrascendente. Los
demás podían preocuparse y arrugar el ceño inquietos cuanto quisieran; los demás
podían debatir, discutir y enojarse si así lo querían. Sylvanas y Vereesa eran las
únicas que comprendían lo maravillosamente absurdo que era todo eso.
Taran Zhu tuvo que golpear el gong unas cuantas veces más de lo habitual
para calmar los murmullos.
—Como estoy seguro de que todos saben a estas alturas, hoy es el último
día del juicio de Garrosh Hellscream. —En ese instante, miró a Tyrande—.
Chu’shao Whisperwind, ¿hay algún testigo que quieras llamar de nuevo a declarar?
Sylvanas se percató de que la elfa de la noche vestía una túnica más formal
que en las anteriores sesiones; sin lugar a dudas, porque preveía que iba a ganar,
lo cual, en otras circunstancias, Sylvanas habría celebrado encantada.
—No, no lo hay, Fa’shua.
—Chu’shao Bloodhoof, ¿hay algún testigo al que te gustaría volver a llamar?
Baine negó con esa cabeza coronada por una cornamenta.
—No, Fa’shua.
—Entendido. Antes de dar paso a las alegaciones finales, con lo cual
probablemente estemos haciendo un esfuerzo en vano por evitar que las últimas
horas de este juicio se conviertan en un circo, deseo informar a todos los presentes
de lo que deben esperar ver a continuación. El día de hoy transcurrirá de esta
forma: la acusación presentará su argumentación sobre por qué hay que ejecutar
al acusado; después, la defensa presentará su alegato para pedir que sea
sentenciado a cadena perpetua; luego, habrá un descanso de dos horas, para que
el acusado pueda disfrutar de una comida que podría ser la última antes de realizar
una declaración definitiva por su parte si elige esa opción.
La tensión se adueñó de Sylvanas. ¿Qué? La Dama Oscura había creído que
el plato al curry se iba a servir esa noche, después de que el jurado se hubiera
retirado a deliberar, ¡y no a la tarde! Todos sus planes se habían ido al traste. Buscó
a su hermana con la mirada. Aunque a esa distancia, no pudo distinguir la
expresión de la forestal, su hermana pareció mostrarse súbitamente muy
interesada por una bolsa que llevaba. Vereesa rebuscó algo en su interior y, acto

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seguido, asintió y se volvió para mirar hacia la zona donde se encontraban sentados
los Renegados.
La euforia reemplazó a ese pánico momentáneo. Mi querida hermana, pensó
la Dama Oscura, a la vez que tenía que reprimir una sonrisa, ¡qué gran equipo
vamos a ser! Al parecer, Vereesa llevaba el veneno encima en todo momento. No
iban a fallar, daba igual lo que ese maldito orco supuestamente fuera a engullir por
esa boca acostumbrada a lanzar baladronadas.
Tras haber evitado el desastre, Sylvanas centró su atención de nuevo en el
juez, quien contemplaba a la multitud con gesto severo.
—Confío en que no habrá más altercados a estas alturas. El destino del
condenado está a punto de ser decidido ante todos nosotros, por lo cual tendrá
derecho a expresar todo cuanto se le pase por la cabeza y el corazón, así como a
ser oído. También podrá hablar tanto tiempo como desee. Si alguien no entiende
esto porque carece de la perspicacia necesaria, estaré encantado de dejárselo claro
al condenarlo a un mes de reclusión en el corazón del Monasterio Shadopan.
Sylvanas no dudó ni por un instante de que el pandaren cumplirá su
amenaza y, al parecer, todo el mundo pensaba igual. Taran Zhu pareció hallarse
satisfecho con la reacción que habían suscitado sus palabras y prosiguió:
—Después de que el acusado haya hablado, el jurado se retirará a deliberar.
En cuanto el jurado regrese con el veredicto, nos volveremos a reunir aquí.
Chu’shao Whisperwind, estamos listos para escuchar su alegato final.

***
Jaina observó detenidamente cómo Tyrande se levantaba, quien se detuvo
un momento a consultar sus notas antes de enrollarlas cuidadosamente y
colocarlas a un lado. La elfa de la noche sabía que esto era lo que había estado
esperando mucha de la gente que había venido al juicio. Como sabía que toda la
atención de todo el mundo estaba centrada en ella, se tomó su tiempo. Tyrande
colocó una bolsa de paño rúnico, un objeto muy humilde y sencillo, sobre el
escritorio, metió la mano ahí dentro y sacó una piedra del tamaño de un huevo.
—En mi alegato inicial —empezó a decir, con una voz melodiosa que se oía
perfectamente por toda la sala— señalé que se me había encomendado la misión
más sencilla. Mi tarea como acusación era demostrar con pruebas que Garrosh
Hellscream no se merecía una “segunda oportunidad”, no merecía “redimirse”, o
cualquier otra frase que haya utilizado la defensa para despertar sus simpatías.
Incluso antes de que yo hablara, Garrosh admitió haber cometido los delitos de los
que se le ha acusado y... —Sonrió levemente y se encogió de hombros—, Sin lugar
a dudas, recuerdan perfectamente la actitud que ha mostrado.
Tras deambular de aquí para allá, regresó al escritorio. Tyrande colocó con
sumo cuidado la piedra sobre la mesa, metió una mano en la bolsa, sacó una
segunda piedra y siguió hablando:
—La defensa ha planteado la cuestión de si la gente puede cambiar o no, y
la respuesta es claro que sí. El cambio está inserto en la misma naturaleza de las
cosas. Pero a veces, las cosas no cambian a mejor. Los árboles crecen, ciertamente.
Pero también lo hace la maldad. —Dejó la piedra sobre la mesa y, a continuación,
volvió a coger las dos—. Les hice una serie de promesas en mi alegato inicial —

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señaló—. Les dije que verían conspirar a Garrosh Hellscream, que lo escucharían
mentir y que serían testigos de sus comportamientos más traicioneros.
Entonces, se calló y miró directamente a Jaina.
—Lamento haberme visto obligada a mostrar muchas de estas escenas, pero
lo he hecho empujada por una terrible necesidad. Pero habría incumplido
tremendamente mi deber si no hubiera hecho todo cuanto estaba en mi mano para
presentar mis argumentos de la manera más convincente posible.
A continuación, hizo una reverencia y se llevó las piedras al corazón.
Jaina entendió ese gesto. Tragó saliva con dificultad y asintió. Si bien
Tyrande no reaccionó de un modo exagerado ante la respuesta de la archimaga, a
esta le dio la impresión de que la elfa parecía sentirse bastante aliviada. Una vez
más, la suma sacerdotisa colocó esas piedras sobre la piedra y sacó dos más de la
bolsa. Las cuatro formaban ahora una pequeña hilera situada en el borde del
escritorio y más de uno las observaba con curiosidad.
—En total, había diez cargos contra el acusado —afirmó Tyrande—, que han
sido refrendados en gran parte por muchos testimonios y pruebas. —Cogió más
piedras de la bolsa mientras hablaba y las colocó junto a las demás, prolongando
así esa hilera tan ordenada—. Genocidio. Asesinato. Desplazamiento masivo y
forzoso de población. Tortura. Asesinato de prisioneros. Embarazos forzados.
Destrucción de ciudades, pueblos y aldeas sin que mediara una justificación militar
o una necesidad civil.
Tyrande se calló. Estudió minuciosamente las piedras y las contó de una
manera muy teatral.
—Aquí tenemos nueve piedras —Alzó la mirada hacia las tribunas y buscó
con sus ojos radiantes los rostros de los ahí congregados—. Tal vez se estén
preguntando por qué solo hay nueve, cuando acabo de decir que se habían
presentado diez cargos contra Garrosh, eso tiene fácil explicación: porque estas
piedras no representan esas acusaciones. —Volvió al escritorio y cogió la primera
piedra, la cual escrutó—. Estas piedras —dijo, recreándose— son más que unas
meras representaciones. Son fragmentos de esas tierras que siempre recordarán
las atrocidades de Garrosh Hellscream. Por ejemplo... esta fue recogida en Sierra
Espolón, donde el Señor Supremo Krom’gar asesinó a toda una aldea repleta de
inocentes, pues quería seguir la nueva filosofía que él creía que Garrosh había
aplicado a la Horda. ¿Que cómo lo hizo? Arrojando una bomba. Garrosh, no
obstante, lo mató por haber cometido un acto tan deshonroso.
De improviso, colocó la piedra en su sitio violentamente y Jaina se
sobresaltó. Un leve grito ahogado recorrió la estancia. Tyrande alzó esos ojos tan
feroces y hermosos y cogió la siguiente piedra.
—En esta hay restos de color rojo oscuro... ya que ha sido testigo de muchos
derramamientos de sangre. Fue recogida en la arena de Orgrimmar. —Tyrande la
señaló, pensativa—. El lugar donde se celebra el mak’gora. El lugar donde el padre
de Baine Bloodhoof fue asesinado de un modo traicionero.
Esta la colocó con suma delicadeza sobre la mesa y fue a por la tercera.
—Esta piedra mohosa es de Gilneas. Un lugar que fue atacado por Garrosh
Hellscream y donde... muchos cayeron. Esta otra es de... Azshara, de la hermosa y
otoñal Azshara, la cual ya no es tan hermosa, ¿verdad? No lo es porque Garrosh
Hellscream le entregó esa tierra a los goblins, quienes tallaron en ella un gigantesco

Pág. -197-
símbolo de la Horda con algunas máquinas ¡y quienes contaminaron tanto el agua
que ya ni siquiera se puede beber en la capital!
Al igual que había hecho con la primera, la volvió a colocar en su sitio sobre
la mesa con un golpe seco. Jaina pudo apreciar que en su semblante se dibujaba
un gesto de verdadero sufrimiento.
Un sufrimiento que se incrementó cuando agarró con mucho cuidado la
siguiente piedra, que contaba con unas vetas azules y verdes.
—Vallefresno —dijo Tyrande—. Una tierra repleta de bosques, arroyos y vida.
La misma tierra que ha sido arrasada por los orcos que actuaban bajo las órdenes
de Garrosh, el mismo sitio donde unos padres libraron una batalla y murieron
porque estos habían secuestrado a sus hijos.
Una cautivada Jaina se preparó para el impacto violento de esa piedra. Sin
embargo, la elfa de la noche la colocó con suma delicadeza sobre el escritorio y la
acarició con honda tristeza antes de pasar a la siguiente. Esta parecía distinta a
las demás; parecía más bien un trozo de lava sólida sacada de un volcán. Jaina, de
repente, se dio cuenta de dónde la debía de haber cogido.
—Garrosh no se contentó con saquear Azshara y Vallefresno, ni se detuvo lo
más mínimo al ver que tenía las manos manchadas de sangre inocente, no... quería
más. Mucho más. No solo creía que la Horda tenía derecho a sobrevivir y prosperar,
sino que él tenía derecho a hacer todo cuanto deseara para poder alcanzar esa
meta, sin importar el daño que pudiera infligir. —Alzó el trozo de piedra para que
todos pudieran contemplarlo—. ¡Este es un fragmento de un gigante fundido! Un
poderoso ser elemental que fue obligado de manera brutal a doblegarse a la
voluntad de unos chamanes tenebrosos, a los que no les importaba que la tierra
gritara de dolor e ira al sufrir tales abusos. Para más inri, todo esto sucedió...
¡después del Cataclismo!
Solo quedaban tres. Jaina dirigió la mirada a la siguiente piedra de la fila.
Era gris y... suave, tan suave como una roca que hubiera sufrido erosión durante
siglos por culpa de la acción del agua. Tyrande la cogió, con el mismo cuidado que
alguien agarraría un frágil huevo, y miró directamente a Jaina.
La archimaga contuvo la respiración. Notó que Kalec la agarraba de la mano
con delicadeza, pues estaba dispuesto a retirarla de inmediato si ella no deseaba
que la reconfortara de esa manera.
Jaina ni siquiera lo miró, pues no podía apartar la vista de ese mero
fragmento de piedra. Al final, abrió la mano y entrelazó los dedos con los de su
amado.
—Theramore —dijo Tyrande, con una voz embargada de emoción.
No hizo falta que dijera nada más.
Se llevó esa piedra al pecho antes de colocarla de nuevo sobre el escritorio.
—Darnassus —añadió en voz baja, a la vez que acariciaba la penúltima
piedra—. El hogar de los elfos de la noche que fue violado cuando los Sunreavers
traicionaron a Dalaran y emplearon su magia no para ayudar a este mundo, sino
para robar la Campana Divina. —Entonces, llegó a la última—. El Valle de la Flor
Eterna — dijo y, entonces, se le quebró la voz. Jaina era consciente de que eso no
era una mera actuación—. Un lugar antiguo que permaneció oculto mucho tiempo
y al que solo recientemente habíamos tenido la posibilidad de admirar, el cual ahora
se halla tan terriblemente arrasado que tal vez se tarde otra eternidad en volver a

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florecer del todo. ¡Y todo por culpa de la indescriptible e imparable ansia de poder
de Garrosh Hellscream, cuyo único fin era acumular poder para una facción
concreta de la Horda!
Entonces, se giró y la ira y la pasión se reflejaron en todas las tensas líneas
de ese cuerpo fuerte y ágil.
—¿Qué haría alguien como él si se le diera una segunda oportunidad, aparte
de aprovecharla para hacer aún más daño, para acumular aún más poder, para
traicionar a más aliados? ¡Augustos Celestiales! Son mucho más sabios que
nosotros, comprenderán lo que a nosotros nos resulta incomprensible. Les ruego...
les imploro que sentencien a Garrosh Hellscream a muerte por lo que ha hecho...
tanto a sus enemigos y a sus aliados como a estas mismas tierras. No cambiará.
No puede cambiar. No es más que un ser orgulloso y sediento de poder. Mientras
su corazón siga latiendo, conspirará. Mientras siga respirando, masacrará.
Respiró hondo y se enderezó cuan larga era de un modo muy elegante.
—Acaben con esto ya. Acaben con él.

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

El silencio reinó en la sala cuando Tyrande regresó a su asiento. Jaina casi


podía palpar el odio con que todo; el mundo contemplaba a Garrosh Hellscream.
Tantas vidas. Tanto dolor. Tanta destrucción. Y todo por culpa de un solo orco. ¡De
uno solo! ¿Era posible que un solo individuo fuera capaz de hacer más daño que
toda una raza entera?
Uno solo —que estaba sentado ahí mismo—. Bastaría con una sola estocada
limpia, con una sola bola de fuego bien dirigida, para que todo acabara. De ese
modo, Garrosh Hellscream nunca volvería a hacer daño a nadie, jamás.
La archimaga sintió la tentación de mover las manos de la manera necesaria
para lanzar un conjuro como ese.
Un momento después, Baine Bloodhoof se levantó. El ruido de las pisadas
de sus pezuñas resonó estruendosamente en esa cámara tan silenciosa, Jaina
sintió cierta pena por ese tauren, cuya misión era imposible.
Baine ordenó sus pensamientos y se dirigió a los solemnes y atentos
Celestiales:
—Sé que están esperando que ruegue apasionadamente que sean
misericordiosos, que apele a su sabiduría y compasión. Tal vez acabe haciendo ese
ruego, todavía no lo he decidido. No obstante, lo que quiero compartir ahora con
ustedes no se centra en Garrosh Hellscream, sino en mí.
Se llevó ambas manos a la espalda y las entrelazó. Lentamente, caminó por
la circunferencia que conformaba ese suelo.
—Cuando me pidieron que defendiera a Garrosh, no tenía ninguna gana de
hacerlo, de eso no cabe duda. Envidiaba a Chu’shao Whisperwind, no solo porque
tenía más posibilidades de ganar, sino porque me habría gustado desempeñar el
papel que ella ha desempeñado en este juicio.
Se detuvo delante del escritorio de Tyrande, quien lo miró con curiosidad,
aunque también con cautela. Baine cogió la segunda piedra; la que procedía del

Pág. -199-
lugar del mak’gora. En esos instantes, Jaina estuvo segura de que estaba
manchada de sangre, por lo cual era muy probable que Tyrande la hubiera
escogido, precisamente.
Podría ser perfectamente la sangre de Cairne.
A pesar de que Tyrande entornó los ojos, el tauren ni se inmutó y siguió
deambulando.
—Poder recoger estas piedras ha debido de ser algo tan satisfactorio para
ella. Poder pensar en lo que acaeció en esos lugares, donde tuvieron lugar unos
hechos tan trágicos como innecesarios. —En ese instante, cerró el puño, con
ternura, en tomo a esa pequeña piedra—. Poder sentarse con Chromie y rebuscar
entre las corrientes temporales alguna prueba que demostrara cada cargo, así como
poder decirle al jurado y los espectadores: “¡Miren esto! ¡Mírenlo, siéntanlo! ¡Esto...
esto es lo que ha hecho Garrosh Hellscream!”.
Pero ¿qué está haciendo?, se preguntó Jaina. ¿Acaso se está rindiendo?
¿Acaso está admitiendo que defender a Garrosh era una misión imposible desde el
principio?
—Así que fui a Thunder Bluff. A ese lugar que tanto mi padre como el Jefe
de Guerra Thrall habían tenido a bien dar a mi pueblo como hogar. Quería respirar
su aire, sentarme sobre sus piedras rojas y preguntarle a mi padre... ¿qué voy a
hacer? —Baine señaló entonces a Kador Cloudsong, que estaba sentado en una
tribuna—. Pedí una visión y me fue concedida.
En ese instante, a Baine le tembló levemente la voz y aferró con más fuerza
si cabe esa piedra que, posiblemente, estaba manchada con la sangre de su
progenitor.
—Mi padre sabía que no podía dejarme llevar por el odio y el dolor, porque
si lo hacía, no podría ir con la cabeza erguida a ningún lado. Sabía que necesitaba
decir que sí, que debía defender a Garrosh de la mejor manera posible, con
independencia del veredicto, ya que si no, no conocería la paz. Sabía esto porque
me conocía bien... y también porque mi padre, que murió a manos de Garrosh,
habría obrado de la misma manera si siguiera vivo. Por eso acepté defender a
Garrosh. Tras pasar muchas horas con Kairoz, investigando ciertos eventos, tal y
como Tyrande también había hecho, descubrí que no había manera de poder
defender de verdad a Garrosh Hellscream. Simplemente, no la hay. La única
“defensa” posible era ir más allá de los acontecimientos y centrarse en lo que
realmente importa.
Baine volvió a mirar esa piedra que reposaba sobre la enorme palma de su
mano.
—Tyrande ha hecho un gran esfuerzo para poder reunir estas piedras que
nos ha mostrado en su alegato final. Es un esfuerzo que no menosprecio, así como
tampoco desdeño el dolor que seguramente ha sentido mientras las reunía y
meditaba sobre lo que representaban. Pero he de decirles que por muy
conmovedora que haya sido su exposición... ha sido solo eso, una mera exposición,
un mero espectáculo, como lo han sido las Visiones del Tiempo, y en cierto modo
como lo es la Feria de la Luna Negra, con la que se ha comparado de manera
despectiva a este juicio.
Entonces, miró directamente al jurado y aplastó la pequeña piedra con sus
fuertes dedos.

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—En realidad, no significa nada.
A Jaina la dominó la ira y se sintió muy ofendida... ¿Cómo podía hacer algo
así? ¿Cómo podía destruir de un modo tan cruel lo que debería haber sido un
recuerdo muy valioso de su padre? Unos murmullos de disgusto se extendieron por
toda la sala. Taran Zhu cogió la maza y, al instante, esas murmuraciones
desaparecieron.
Baine, que se mostró imperturbable ante la reacción que había causado,
abrió la mano y dejó que el polvo cayera lentamente al suelo.
—Al final, todo acaba siendo mero polvo. No somos nada más. Las piedras,
los árboles, las criaturas del campo y el bosque; los tauren, los elfos de la noche,
los orcos... en esto nos convertimos todos. Y da igual... da igual que muramos. Lo
que realmente importa es como hemos vivido.
Recorrió la estancia con una mirada levemente desafiante.
—Solo cuando hay vida, las cosas pueden cambiar. Solo cuando estamos
vivos, podemos consolar a un amigo, o criar a un niño, o construir una ciudad. Mi
padre vivió con intensidad e hizo mucho bien. Me enseñó unas cuantas lecciones.
Ahora, Baine miró directamente a Jaina y Anduin.
—Mi padre me dijo en su día que destruir era muy fácil, pero que crear algo
que perdurase, eso... eso era todo un reto.
Agarró otra piedra; la de Theramore, donde él, Jaina y Anduin habían
hablado de tantas cosas.
—Podría aplastarle el cráneo a Garrosh Hellscream con esta piedra. O...
podría utilizarla para construir una ciudad. Podría moler maíz con ella, o calentarla
para cocinar. Podría cubrirla con una pintura brillante y utilizarla en una
ceremonia para honrar a la Madre Tierra. Hagamos lo que hagamos con esta piedra,
se convertirá en polvo algún día. Lo único que importa es lo que hagamos con ella
mientras estemos vivos. Y creo que si realmente rebuscamos en lo más hondo de
nuestro corazón, más allá del miedo y las heridas que lo encallecen, sabremos que
esto es verdad. Todos hemos hecho cosas de las que estamos avergonzados. Todos
hemos hecho cosas que nos gustaría no haber hecho. Todos podemos convertirnos
en nuestra propia versión de Garrosh Hellscream, es algo que llevamos dentro.
Mientras contemplaba los eventos que la Visión del Tiempo nos ha mostrado en
este juicio, me he ido dando cuenta, poco a poco, de ello. Vi cómo le sucedía eso
mismo a Durotan, que atacó Telmor, el cual más tarde fue desterrado por su propia
gente por razón de sus creencias. A Gakkorg, quien dejó de ser miembro del
Kor’kron, un puesto muy envidiado, porque le repugnaba lo que le ordenaron hacer
con unas crías de magnatauro. Rey Varian —en ese instante, Baine lo señaló—,
una vez sostuviste una espada contra la garganta de una mujer vestida solo con
un camisón, que se hallaba indefensa. Y ahora, ambos son amigos y aliados. Tomen
el ejemplo de Alexstrasza, de la que abusaron terriblemente... pues es capaz de
perdonar con la misma intensidad que ha sufrido, porque sabe, como todos ya
deberíamos saber, que es la única manera de romper ese círculo vicioso.
Volvió a mirar a Jaina, con unos ojos repletos de compasión.
—La Dama de Theramore, esa ciudad que ya no existe, ha perdido mucho y
ha sido traicionada. No es un Aspecto y la hemos visto y escuchado expresar toda
su pena y furia. Pero incluso ella lo entiende, pues no desea ser como Garrosh.

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Baine se giró de nuevo hacia los Celestiales, quienes lo observaban con
detenimiento.
—Tyrande habla de hacer justicia de verdad. Y yo creo que ustedes saben
perfectamente qué es eso. Creo que hoy, en este lugar, vamos a ser testigos de cómo
se imparte verdadera justicia. Gracias.

***
Tal vez Baine no había convencido a todo el mundo, pero había planteado
muchas cosas dignas de reflexión, al menos para Jaina. Tanto su mente como su
corazón eran un torbellino de ideas y sentimientos mientras se marchaba de ahí
tras decretarse un receso de dos horas. Aunque Kalec le había preguntado si quería
comer con él, ella había declinado la invitación educadamente: “Tengo... tengo que
pensar en ciertas cosas”, le había dicho. Él había asentido, a pesar de haber
sonreído, sus ojos habían estado teñidos de tristeza.
Jaina fue a uno de los tenderetes a por un cuenco dé fideos y luego se dirigió
a una zona apartada a comer, bajo un cerezo en flor. Aunque le encantaban esos
fideos y la vista era espléndida, no prestó atención a ninguna de ambas cosas;
simplemente, se llevó la comida: a la boca y masticó de un modo mecánico.
No envidiaba la tarea que tenían por delante los Celestiales. Pensó en lo que
había visto y escuchado, en lo que se había visto obligada a decir. Pensó en Kinndy,
cuya vitalidad y alegría eran directamente proporcionales a la seriedad con la que
se tomaba las cosas y a su voluntad de hierro. Pensó en Kalec y en la encrucijada
a la que se enfrentaba. No dudaba de que la amara. Pero el corazón de su amado
—que era mejor, más fuerte y más generoso que el suyo, reflexionó fugaz y
amargamente— era incapaz de soportar la pesada carga de la virulencia del rencor
que ella albergaba. Era consciente de que eso le hacía mucho daño. Por tanto, el
dragón podía quedarse y seguir subiendo, o marcharse para volver a ser él mismo.
Tremenda encrucijada, pensó. No obstante, Baine tenía razón en una cosa.
Ella no quería ser como Garrosh. Pero y si sus papeles estuvieran intercambiados...
¿Garrosh qué decisión habría tomado? ¿Qué le habría hecho a ella?
— ¿Lady Jaina? —Se trataba de Jia Ji, uno de los mensajeros del tribunal,
quien hizo una honda reverencia—. Perdona que perturbe tu soledad. Tengo un
mensaje para ti.
Le ofreció un pergamino, Jaina lo cogió, frunciendo el ceño, y palideció al ver
el sello. En esa cera roja, aparecía el inconfundible sello de la Horda.
Un millar de pensamientos bulleron en su mente, todos horrendos, a la vez
que rompía ese sello con unos dedos temblorosos. Acto seguido, desenrolló el
pergamino y leyó:

Me ha llevado un tiempo enterarme de lo que sucedió en Dalaran.


Solías ser una mujer que defendía la paz, pero ya no lo eres.
Aunque Garrosh solo deja tierra quemada allá por donde pasa, los muertos
no son sus únicas víctimas. Pero no te culpo ni te odio, da igual lo que sientas respecto
a Garrosh... o la Horda.
Todos tenemos nuestros fantasmas.
—V

Pág. -202-
Lo releyó varias veces y, a continuación, esbozó lentamente una sonrisa.
— ¿Deseas que transmita una respuesta, Lady Jaina? —preguntó Jia.
—Sí—contestó—. Por favor, dile al Jefe de Guerra que le agradezco su
comprensión.
—Por supuesto, mi señora.
Jia hizo una profunda reverencia y se marchó para entregar este nuevo
mensaje. Jaina lo observó marchar, con una sonrisa todavía dibujada en la cara,
que la hacía sentirse mejor. Desde ese punto de vista privilegiado, contempló a la
multitud que se apelotonaba allá abajo. Solo una persona entre todos ellos tenía el
pelo de un color negro azulado, la cual estaba hablando con Varian y Anduin.
Mientras lo observaba, les estrechó las manos a ambos y, acto seguido, se
alejó apesadumbrado.
Se marcha.
Jaina echó a correr sin soltar en ningún momento la misiva de Vol’jin.
— ¡Kalec! —gritó, haciendo caso omiso a toda esa gente que giró la cabeza
hacia ella—. ¡Kalec!
Más que correr, voló. Tuvo que saltar ágilmente para esquivar alguna raíz
aquí y allá y también se trastabilló un poco. La muchedumbre se apartaba a su
paso. Pero no era consciente de ello ni tampoco le importaba. Tenía la mirada
clavada en Kalecgos.
Rogó a la Luz que no se perdiera entre esa multitud.
— ¡Kalec!
Su amado aminoró el paso y, acto seguido, se detuvo. Ladeó la cabeza, como
si estuviera escuchando algo, y al instante volvió la cabeza para escrutar ese mar
de gente. Sus ojos se cruzaron y el rostro de él se iluminó como si fuera el mismo
sol. A Jaina se le desbocó el corazón de alegría y, tras cubrir rápidamente la
distancia que los separaba, se arrojó a los brazos abiertos de su amado.
Ahí mismo, delante de todo el mundo, se besaron, con júbilo y pasión. Y
Jaina se sintió tremendamente agradecida.
Garrosh Hellscream le había arrebatado ya bastante.
No le iba a quitar nada más; no le iba a impedir ser ella misma.

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

— ¡Vereesa! —Mu-Lam Shao saludó a su amiga de un modo afectuoso—. No


sabía si te vería hoy, como es el último día del juicio.
Vereesa sonrió a la pandaren, que estaba muy atareada troceando jengibre,
cebolla y otros ingredientes con tal rapidez que el cuchillo era un mero borrón.
—Oh, no, quería asegurarme de que tenía la receta de este plato. Al parecer,
es muy popular aquí, si hasta un orco es capaz de comérselo...
Mu-Lam se rio entre dientes, con unas risitas generosas y una mirada
reluciente.
—Algunos dirían si hasta un elfo es capaz de comérselo... —replicó,
guiñando un ojo—. Pero sí. No estaría haciendo las cosas bien si no me cerciorara

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de que sabes cómo preparar este plato. Y que sepas que siempre serás bienvenida
en mi cocina. ¿Volverás de visita algún día?
La pandaren alzó la vista esperanzada. De repente y de manera inesperada,
Vereesa se sintió embargada por una fuerte emoción. No, no iba a volver. No iba a
regresar a ningún sitio donde hubiera estado antes. Pronto, solo caminaría por
lugares tenebrosos, así como por las polvorientas tierras de Orgrimmar y los
poblados de chabolas repletos de polución de los goblins. Aunque eso no era del
todo cierto, pues podría ir a Silvermoon y reflexionar sobre lo mucho que habían
cambiado las cosas desde la época en que ella había vivido ahí, así como rememorar
su pasado en ese lugar; además, podría visitar la aguja de su familia.
—Oh, por supuesto —mintió con suma facilidad—. Te he cogido mucho
cariño, Mu-Lam.
Eso último era verdad, al menos.
Mu-Lam sonrió de oreja a oreja. Entonces, como si estuviera un tanto
azorada, dijo de un modo más brusco:
—Toma... haz algo útil. Trocea esta albahaca y corta la finta del sol.
La finta del sol. Ahí estaban esas piezas de finta, que desprendían una
fragancia agria y deliciosa, a pesar de que todavía no habían sido troceadas.
Vereesa manipuló el cuchillo con sumo cuidado, para no cortarse de manera
accidental.
Se estaban preparando ocho cenas, por lo cual Mu-Lam había sacado ocho
platitos de cerámica. Vereesa partió las fintas del sol en cuatro cachos cada una,
mientras Mu-Lam le explicaba todo lo que llevaba el pescado al curry, incluso
cuáles eran los ingredientes del curry. Vereesa no le prestó demasiada atención.
En lo único que podía pensar era en ver a Garrosh Hellscream muerto, a pesar de
lo que había dicho Baine Bloodhoof en su alegato final.
Rhonin estaba muerto, así que... Garrosh tenía que pagarlo de algún modo.
— ¿Cuál es el plato de Garrosh? —preguntó de manera casual, con la
esperanza de que su tono de voz no la traicionara.
—Su bandeja es la marrón de bambú —respondió Mu-Lam, señalando con
una cuchara—. Dale un cuarto más de fruta. Podría ser lo último que coma, y sé
que le encanta.
—Eres muy generosa con ese asesino.
Vereesa pronunció esas palabras con brusquedad sin poder contenerse. Pero
Mu-Lam conocía la historia de Vereesa y sabía que había sufrido mucho, así que
se limitó a mirar a la elfa noble con compasión.
—Yo mañana me despertaré en esta hermosa tierra, donde hay comida de
sobra y tengo amigos y una familia que me quieren, donde realizo un trabajo digno
y que marca la diferencia. Decidan lo que decidan los Augustos Celestiales, Garrosh
Hellscream nunca podrá disfrutar de esas cosas. Cuando uno es consciente de esto,
le resulta muy fácil ser generoso.
Una terrible sensación de vergüenza se apoderó de Vereesa, a la que siguió
muy de cerca la furia. Se limitó a asentir y a coger otro trozo de fruta del sol.
Entonces, Mu-Lam se limpió las zarpas y se volvió para servir el curry con un
cucharón.
Ahora.

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Vereesa sacó disimuladamente la ampolla de la bolsa y le quitó el tapón. No
le temblaron las manos cuando echó tres gotas (aunque una habría sido más que
suficiente) en cada trozo. El líquido se disolvió con rapidez entre los jugos de esa
fruta tan sabrosa. Nadie habría podido adivinar que estaba envenenada. Vereesa
volvió a colocar el tapón en la ampolla y lo apretó con fuerza para sellarlo bien.
Después, se lavó las manos con jabón.
Ya estaba hecho.
—Gracias, Vereesa —le dijo Mu-Lam—. Te echaré de menos. Hasta la
próxima visita.
Vereesa le brindó una leve sonrisa.
—Gracias por todo, Mu-Lam. Hasta que nos volvamos a ver.
Se volvió para marcharse, y Mu-Lam le gritó:
— ¡Cuando vuelvas, tráete a los niños! ¡Deben de ser unos niños muy
guapos!
Sus niños.
Vereesa reaccionó de inmediato temblando de arriba abajo. Siguió andando,
alzó una mano a modo de saludo de despedida, salió de esa estancia situada debajo
del templo que había sido transformada en una cocina de manera temporal y cruzó
el pasillo deprisa.
Se apoyó sobre la fría piedra, respirando agitadamente. Vereesa estaba
acostumbrada a la violencia. Había arrebatado vidas con anterioridad. Pero
siempre había sido en batalla, cuando había estado peleando por algo o alguien.
Sin embargo, esto era distinto. Esto era un asesinato deliberado, calculado y
planeado minuciosamente, en el que había empleado no un arma de forestal, sino
de asesino. Eso era peor que un flechazo en el ojo, que un navajazo en la oscuridad.
¡Deben de ser unos niños muy guapos!
Hacía mucho que no pensaba de verdad en ellos, ya que primero había tenido
que enfrentarse al problema de los Sunreavers y Lor’themar, después al asedio de
Orgrimmar y por último al juicio. Apenas había pasado algún tiempo con ellos en
los últimos años, ni siquiera justo después de...
Sí que eran guapos, pues tenían el pelo rojo de Rhonin y los ojos de ella;
Giramar era el mayor de los dos, aunque solo porque había nacido unos instantes
antes, y Galdin, el menor. De repente, Vereesa se dio cuenta de lo mucho que
añoraba sus risas y lo traviesos que solían ser ambos, a pesar de tener un corazón
muy bondadoso. Su padre estaría muy orgulloso de lo valientemente que...
Intentó imaginárselos en Undercity y... no pudo. ¿Adónde irían a correr,
jugar y reír? ¿Acaso podrían alzar sus rostros hacia el cielo para recibir los besos
de este? ¿Cómo iban a aprender sobre la vida en la ciudad de los muertos?
— ¿Vereesa?
La elfa, que se encontraba ensimismada imaginándose a sus hijos repletos
de vitalidad en la gris y tenebrosa Undercity, se sobresaltó violentamente.
—Anduin —contestó, riéndose levemente—. Lo siento... estaba sumida en
mis pensamientos.
—No, soy yo quien lo siente. No pretendía asustarte. ¿Estás bien?
Vereesa volvió al presente y se encontró cara a cara con otro muchacho muy
guapo, aunque mayor que sus gemelos. No obstante, este príncipe de pelo rubio

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tenía mucho en común con ellos, pues también poseía una gran generosidad y un
buen corazón.
—Estoy bien, sí —respondió—. ¿Qué estás haciendo aquí abajo?
Dio la impresión de que Anduin se sentía un poco avergonzado.
—Voy a ver a Garrosh. Hace unos días, pidió verme. He estado hablando con
él todos los días después del juicio. Tras la declaración de Alexstrasza, no quise
volver a verlo, pero... bueno, esta podría ser la última vez que voy a poder verlo.
Creo que debería hacerlo, aunque él se limite a gritarme otra vez.
Vereesa lo miró fijamente y se imaginó a sus hijos sonriendo. Antes de que
pudiera cambiar de opinión, se abalanzó sobre Anduin súbitamente y lo agarró del
brazo. Él la miró, confuso.
— ¿Vereesa?
—Creo que esto debe de ser cosa de la Luz —afirmó. Esas palabras brotaron
rápidamente de sus labios, a borbotones, antes de que el miedo y el odio le sellaran
los labios—. Esta decisión queda ahora en tus manos. La comida de Garrosh está
envenenada. Haz con este conocimiento lo que creas conveniente.
La elfa atravesó corriendo el pasillo, sin aguardar una respuesta.
Iría en busca de Yu Fei y volvería a Dalaran, donde abrazaría con fuerza a
sus niños —a esos hijos tan afectuosos, vitales y cariñosos— y nunca jamás, se
volvería a plantear la posibilidad de renunciar a ellos.

***
Anduin observó, boquiabierto, cómo se marchaba la elfa noble forestal.
¿Veneno? ¿Vereesa había estado a punto de envenenar a Garrosh? Apenas
se lo podía creer. Entonces, pensó en lo amargada y agresiva que se había mostrado
desde lo de Theramore, y en cómo Jaina y ella se habían retroalimentado en su
odio y, con sumo pesar, se dio cuenta de que sí... se lo podía creer perfectamente.
De repente, despertó de su ensimismamiento cuando se le pasó por la cabeza
la idea de que podían haber servido ya la cena. Cruzó el pasillo a gran velocidad y
se detuvo, tras deslizarse un poco, delante de la puerta de la rampa.
—La cena —jadeó—. ¿Ya ha llegado?
—No, príncipe Anduin —contestó Lo—. Tal vez deberías ir a cenar y regresar
cuando estés más calmado.
El príncipe sintió tal alivio tras tanta tensión que se sintió casi sin fuerzas.
Se rio entrecortadamente.
—Lo siento. ¿Puedo verlo?
Los hermanos se miraron mutuamente.
—Está de un humor... insoportable —respondió Lo.
—Muy insoportable —admitió Li.
La sensación de alivio y aturdimiento que había experimentado Anduin al
haber llegado a tiempo se vio reemplazada por una actitud de gran solemnidad.
—Se enfrenta a la muerte —aseveró—, y no a un tipo de muerte que alguna
vez se hubiera imaginado sufrir. Ha actuado valerosamente, pero ahora, lo único
que puede hacer es esperar. Puedo entender que se muestre... desagradable.
—Como desees, majestad —replicó Li de un modo obviamente reticente y,
acto seguido, abrió la puerta.

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Garrosh no se encontraba sentado sobre las pieles, como solía hacer
normalmente. Caminaba de un lado a otro del escaso espacio que había en su
celda; por suerte, solo podía mover los pies unos pocos centímetros cada vez.
Furioso, alzó la vista en cuanto la puerta se abrió y adoptó un semblante aún más
sombrío al ver quién era.
Anduin se preparó para una batalla verbal, pero el orco no dijo nada, sino
que se limitó a seguir andando en ese espacio tan reducido.
Anduin cogió la silla y esperó. Solo se oyó el tintineo de las cadenas y el
arrastrar de sus pies.
Después de varios minutos, Garrosh se detuvo.
— ¿Qué haces aquí, niño humano?
Aunque era obvio que Garrosh no se esperaba que Anduin hubiera venido a
visitarlo, no parecía amargado, ni furioso, sino... resignado.
—He venido por si acaso nece... querías hablar conmigo.
—No, no quiero. Lárgate ya. —El desprecio empezaba a reemplazar a la
resignación en el tono de voz del orco—. Vete a jugar esos jueguecitos tuyos con la
Luz y a blandir esa maza tuya llamada Fearbreaker. Al menos, Baine fue lo bastante
tauren como para devolverte tu juguete.
—Intentas enojarme —replicó Anduin.
— ¿Y está funcionando?
—Sí.
—Bien. Y, ahora, largo.
—No —contestó Anduin, sorprendiéndose incluso a sí mismo—. En su
momento, pediste que viniera a verte. Una parte de ti quería hablar con un
sacerdote, pero no te atrevías a hablar con alguien de la Horda, porque entonces
ese deseo, esa necesidad, sería demasiado insoportable para ti. Así que era mejor
solicitar la presencia de alguien que supuestamente es tu enemigo, es decir, yo.
Mejor jugar a duelos verbales y a intercambiar insultos que afrontar realmente el
hecho de que... podrías acabar siendo ejecutado, ¿sabes? Lo que no entiendes,
Garrosh, es que yo sí creo en lo que supone ser de verdad un sacerdote. Voy a
quedarme aquí contigo, lo quieras o no. Porque cabe la posibilidad de que llegue el
momento, aunque quizá solo sea un instante fugaz, en que te alegres de que yo
esté aquí.
— ¡Prefiero pudrirme en los confines más oscuros del Vacío Abisal a tener
que alegrarme de estar acompañado por un llorón como tú!—exclamó Garrosh,
quien cambió totalmente de actitud antes los ojos del príncipe.
Anduin se percató de lo mucho que debía de haberle costado al orco
mantener esa fachada de aparente calma. Esa serenidad había desaparecido, se la
había quitado como si fuera una capa que considerara que ya no le quedaba bien.
Si bien no le brillaban los ojos con un fulgor rojo, la ira que bullía dentro de él era
perfectamente visible. Estaba que echaba humo y no hacía más que abrir y cerrar
los puños.
—Te sientas ahí todos los días, con todo tu engreimiento y toda tu
mojigatería —continuó diciendo Garrosh, con un tono repleto de desprecio—. Tú y
tu preciosa Luz. Estás tan seguro de que, simplemente, con soportar todo lo que te
diga y mostrarme lo que el destino me depara serás capaz de hacerme cambiar.
Todo el mundo quiere algo de mí ahí fuera, muchacho, y tú también.

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—Solo estoy aquí para ayudarte...
— ¿Ayudarme a qué? —Replicó, alzando la voz—. ¿A morir? ¿O para
ayudarme a vivir como un lobo domesticado que gimotea para que le den una
palmadita y alguna sobra de vez en cuando? ¿Acaso no te basta con que no pueda
caminar ya como un guerrero y que me hayan encadenado como a una bestia?
¿Eso es lo que quieres que me haga la Luz?
Anduin se sintió como si lo estuviera bombardeando en el plano físico con
esas palabras.
—No, no es eso en absoluto, la Luz no funciona de esa manera...
—Y eso lo sabes porque un niño adolescente humano lo sabe todo sobre la
Luz, por supuesto —comentó el orco de manera burlona, quien se echó a reír a
continuación.
—Sé lo bastante sobre ella —contestó Anduin, quien intentó armarse de
paciencia a pesar de que se estaba encolerizando—. Sé que...
—Tú no sabes nada, muchacho. ¡Sigues estando muy verde, puesto que
abandonaste el útero de tu madre hace muy poco!
Anduin se estremeció como si le acabaran de pinchar con algo.
—Mi madre no tiene nada que ver con esto, Garrosh. Esto va sobre ti y sobre
el hecho de que, con casi toda seguridad, solo te quedan unas horas antes de que...
ya sabes...
— ¡Esto va sobre lo que a mí me dé la gana! ¡Y yo digo que de lo que en
realidad estamos hablando aquí es de tu arrogancia, de la maldita arrogancia de la
Alianza, ya que ustedes siempre saben qué es lo mejor, qué es lo correcto, para
todo el mundo, incluso para mí!
Anduin respiraba agitadamente en esos momentos y había cerrado los
puños. De repente, la puerta se abrió y Yu Fei entró, acompañada de los hermanos
Chu. Parecían tan serenos que daba la impresión de que no habían escuchado para
nada la diatriba del orco. Garrosh les gruñó.
—Atrás, Garrosh, ya sabes que no deseamos hacerte daño —le advirtió Lo.
La pequeña Lu Fei se mantuvo apartada del resto. Anduin comprendió,
súbitamente, que ella era la verdadera amenaza para el orco, y no los hermanos
Chu. Garrosh los miró fijamente y rugió impotente. Después, se retiró mientras la
maga desactivaba el conjuro y metían la bandeja de Garrosh con el plato de pescado
al curry verde en la celda. Yu Fei reactivó el encantamiento y, sin mediar más
palabra, los tres pandaren se marcharon. La puerta se cerró con llave.
—Garrosh, escúchame... —acertó a decir Anduin, pues pretendía avisarle de
que el plato estaba envenenado.
—Escúchame tú, muchacho. Espero que vivas para llegar a ser rey. Porque
esté yo o no aquí para verlo, el día en que subas al trono, los orcos lo celebrarán.
E iremos a por Stormwind, ¿Me has oído? Atravesaremos corriendo sus calles y
mataremos a tu gente. Ese cuerpecito blandengue que posees acabará clavado en
una pica, paladín de la paz, y quemaremos la ciudad alrededor de tu cadáver,
mocoso, Y si existe un más allá al que le lleve su apreciada Luz y tus padres acaban
en él, te juro que desearán que la reina Tiffin hubiera abortado.
Anduin había dejado de respirar. Terna la sensación de que iba a estallar
con una ira colosal. Quería que Garrosh se callara para siempre, quería destrozarle
la mente y borrar de ella todo lo que conformaba la identidad de Garrosh

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Hellscream. Sabía cómo utilizar la Luz. Ahora mismo, era capaz de usarla, no solo
como un escudo para proteger, o como un bálsamo para curar, sino como un arma
para atacar.
Tal vez Vereesa había estado en lo cierto... quizá la Luz estaba obrando en
esos momentos y se iba a ocupar de Garrosh Hellscream. Lo único que tenía que
hacer Anduin era permanecer callado. Había sido un idiota al creer que podría
ayudarlo, que, de algún modo, podría abrirse paso hasta llegar a su corazón.
Aunque el orco había tenido razón en una cosa: nada bueno podría llegar nunca
hasta su corazón, jamás.
Intentó matarte, pensó. Y te mataría ahora mismo si pudiera. Déjalo morir. El
mundo estaría mucho mejor sin él, de veras.
Garrosh observó cómo el príncipe de Stormwind hacía un ímprobo esfuerzo
para contener su ira y, entonces, se echó a reír. Cogió un trozo de fruta del sol, lo
apretó para extraerle todo el jugo y echarlo sobre el curry. Acto seguido, se llevó el
cuenco a los labios.
Tras lanzar un sollozo angustiado, que en parte era más bien un gruñido,
Anduin se echó hacia delante rápidamente y metió el brazo por la ventana
encantada para quitarle el cuenco de las manos de un golpe al orco. El cuenco
repiqueteó al caer al suelo y su contenido se esparció sobre las pieles.
Garrosh agarró a Anduin del brazo y tiró de él, logrando así que el príncipe
se estampara de cara contra los barrotes. Le retorció el brazo con fuerza, hasta
colocárselo en una posición casi imposible y Anduin profirió un grito ahogado.
—Te he enojado, ¿eh, muchacho? Entonces, ¡he ganado!
—La comida... está envenenada —masculló Anduin, quien, presa del dolor,
tenía los dientes muy apretados.
— ¡Mientes! ¡No puedo aplastarte ese flacucho gaznate tuyo por culpa de los
barrotes, pero te tengo agarrado del brazo y te lo podré arrancar de cuajo!
Anduin dejó que la Luz lo inundara y el dolor retrocedió. La calma reemplazó
a la agitación que había dominado su espíritu y el príncipe no protestó;
simplemente, se limitó a contemplar a Garrosh. El orco tenía razón. Podía
arrancarle el brazo a Anduin con la misma facilidad que se arranca una planta de
la tierra. El príncipe se hallaba a merced del orco, pero eso ya no le preocupaba.
Había hecho lo correcto, y eso era lo único que importaba. Lo que tendría que pasar,
pasaría.
Garrosh lo miró fijamente, jadeando de furia, pero Anduin no flaqueó y no
apartó la mirada.
Algo pequeño se movió entonces cerca de los pies de Garrosh, lo cual atrajo
la atención de ambos. Se trataba de la rata que Anduin había visto en otra ocasión,
la cual había salido de su escondite atraída por el tentador aroma del pescado al
curry. Se fue hacia delante rauda y veloz, movió los bigotes mientras olisqueaba la
comida y, a continuación, se llevó un bocado con las patas delanteras y se dispuso
a comer.
Primero, se estremeció. Luego se quedó sentada y muy quieta, aunque acto
seguido, siguió comiendo. Después, sufrió un espasmo, al que siguieron varias
convulsiones. El hocico se le llenó de sangre y babas mientras se retorcía de agonía
e intentaba regresar a rastras a su agujero, a pesar de que sus miembros se
negaban a obedecerle. Entonces, se quedó quieta, afortunadamente para ella.

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Anduin tragó saliva con dificultad, sin dejar de mirar en ningún momento a
esa rata. A continuación, apartó la vista de esa desgraciada criatura para
comprobar que Garrosh lo observaba con sumo detenimiento. El orco dejó de
mirarlo y, al instante, empujó al príncipe con tanta fuerza que el príncipe se
trastabilló.
Anduin titubeó por un momento, se frotó el brazo, que ya se había curado,
se volvió y se encaminó hacia la rampa. Llamó a la puerta con fuerza. Esta se abrió
y se marchó sin cruzar ninguna palabra más con Garrosh.
Él ya estaba en paz consigo mismo. Había llegado el momento de que
Garrosh hiciera lo mismo.
Antes de dirigirse de nuevo al pasillo, se volvió hacia Li Chu.
—Cuando Garrosh sea llevado a escuchar el veredicto —le dijo—, por favor...
quítenle las ataduras.
—No podemos hacer eso, príncipe Anduin —replicó Li.
—Entonces... quítenle al menos las cadenas de la pierna. Déjenlo caminar
como un guerrero. Seguramente, seis guardias serán más que suficientes para
reducirlo si intenta huir, lo cual no... No creo que haga. Sabe que, probablemente,
va a morir.
Los hermanos se miraron mutuamente.
—Muy bien. Se lo preguntaremos a Taran Zhu —contestó Li—. Pero no
prometemos nada.

***
Había sido un día muy ajetreado para Jia Ji. Al ser uno de los mensajeros
del tribunal, había jurado que jamás revelaría el contenido de las misivas que
llevaba ni a quién se las había entregado ni quién las enviaba; además, sus
servicios eran muy demandados. En toda su carrera, jamás había trabajado tanto.
En primer lugar, tuvo que entregarle una carta del Jefe de Guerra Vol’jin a
Lady Jaina y luego transmitirle la respuesta verbal de esta dama al troll. Después,
le tocó entregar una nota de la general forestal Vereesa Windrunner a la hermana
de esta. A pesar de que la destinataria le había espetado un “¡Lárgate!” de muy
malas maneras, había aguardado a que le diera una respuesta que no se produjo.
No obstante, sí pudo entregarle un mensaje verbal a la general forestal... pero del
príncipe Anduin, no de Sylvanas. Yu Fei lo teletransportó mediante un portal a
Dalaran, donde se encontró a Vereesa sentada junto a una fuente mientras
observaba a sus dos niños. Estaban jugando a pedir deseos en la fuente y riéndose,
y cada uno de ellos tenía un puñado de monedas en la mano.
—General forestal —dijo, a la vez que hacía una honda reverencia—, te traigo
un mensaje.
El mensajero escrutó a los dos pelirrojos niños semielfos.
La general forestal palideció levemente y se levantó del sitio donde había
estado sentada junto a la fuente. Los niños dejaron de jugar y la miraron
preocupados.
—Ahora mismo vuelvo —les prometió y, acto seguido, se alejó de ellos para
que no pudieran oírlos.
— ¿Y bien? —preguntó de manera educada pero recelosa.

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—Es un mensaje de Su Alteza Real, el príncipe Anduin Wrynn de Stormwind.
Dice lo siguiente: “Él vive. Pero no pienso dejar a dos niños sin padre ni madre. Lo
que hagas a partir de ahora es cosa tuya”. ¿Quieres enviarle una respuesta?
Su rostro se relajó y la paz que sintió hizo que fuera de nuevo muy hermoso.
—Sí —respondió—. Dile que... Rhonin le da las gracias.

***
El caballo muerto galopaba tan rápido como lo había hecho en vida y nunca
se cansaba. Su jinete mataba con la misma celeridad que lo había hecho en vida y
ella tampoco se cansaba jamás. Los cadáveres cubrían todo el bosque
desperdigados de un modo caótico; lobos, osos, ciervos, arañas yacían por doquier.
Cualquier cosa que hubiera tenido la mala suerte de cruzarse en su camino había
muerto, aunque no siempre con rapidez y rara vez limpiamente.
La Reina Alma en Pena profirió el horrible chillido que solo podían lanzar los
que eran como ella, al que dotó de un nauseabundo toque de rabia y cierto
sentimiento de traición, al que tiñó con esa demencial pena que la dominaba. Un
oso cayó, debilitado y preso del pánico solo por culpa de ese chillido. Acribilló a
flechazos la gruesa piel marrón de esa bestia, que bramó de dolor a la vez que
revolvía esa tierra cubierta de musgo. Sylvanas se alimentó de su sufrimiento.
Descabalgó de su esquelética montura y arremetió contra un lobo, que se enfrentó
a ella rugido a rugido hasta que la Dama Oscura le arrancó la cabeza solo con sus
manos.
El dolor era insoportable. Era ese mismo dolor, que se asemejaba tanto al
dolor que uno siente en un miembro amputado que ya no tiene, que había
experimentado a lo largo de los últimos días, cuando se había sentido tan feliz con
Vereesa. Ahora, sin embargo, la alegría que había acompañado a ese dolor se había
esfumado y ya no quedaba nada salvo el tormento.
El tormento y el odio.
Su atuendo de cuero se hallaba ahora cubierto de sangre, pero no le
importaba. La única manera de detener ese sufrimiento era haciendo sufrir a otra
cosa; descargando esa angustia, esa tristeza, esa desesperación en algo vivo, ya
que no podía descargarla en su hermana Vereesa, en Lunita.
Se tambaleó mientras aferraba la cabeza del lobo y parpadeaba, con unas
pestañas pegajosas por culpa de ese fluido carmesí. Entonces, soltó la cabeza y
esta rebotó en el suelo con un sonido hueco.
Sylvanas cayó de rodillas y enterró la cara en las manos y lloró, lloró como
un niño desesperado, que lo hubiera perdido todo, absolutamente todo.
¡Lunita...!
Poco a poco, dejó de sollozar y esa paz tan gélida y familiar acabó con ese
calor que tanto le hacía sufrir. Sylvanas se puso en pie y se relamió la sangre de
los labios.
Debería habérselo imaginado. Ese dolor que había sentido en un principio,
cuando se había atrevido de un modo estúpido a albergar la esperanza de poder
tener algo distinto a lo que tenía hora, de poder sentir algo por otra persona... de
sentir amor de nuevo... ese dolor había sido una advertencia. Un aviso de que ya
no estaba hecha para albergar sentimientos como la esperanza, o el amor, o la
confianza, o la alegría. Esas cosas eran para los vivos; esas cosas eran para los

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débiles. Al final, esos sentimientos se le escaparían entre los dedos, como le había
sucedido a Jaina Proudmoore con los restos violetas de Kinndy, su aprendiza, y
volvería a hallarse sola una vez más, como siempre. Tras haberse serenado al llorar
y haber cometido esa masacre, se montó de nuevo en su caballo. Sylvanas
Windrunner, la Reina Alma en Pena de los renegados, nunca volvería a cometer el
error de creer que sería capaz de amar.

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

Go’el se sorprendió al ver que el asiento de Sylvanas estaba vacío, ya que


pensaba que, de todos los líderes de la Horda, era la que más odiaba a Garrosh de
un modo muy personal y virulento. ¿Qué era lo que había dicho Baine? Vol’jin le
había comentado al tauren: “Nadie conoce el odio mejor que la Dama Oscura. Y le
encanta que la venganza se sirva en frío”.
Aun así, el día en que Garrosh por fin iba a romper su silencio, ella no estaba
ahí para regodearse con su sufrimiento, lo cual era muy raro.
Los espectadores entraron en fila y ocuparon los asientos, aunque nadie se
atrevió a sentarse en el de Sylvanas. Kairoz se encontraba solo sentado a la mesa
de los dragones bronces, manipulando la Visión del Tiempo. Go’el dio por sentado
que la estaba desactivando, ahora que ya había cumplido su propósito. Le enojó
que Kairoz hubiera decidido hacer eso ahora en vez de la noche anterior, o incluso
antes, puesto que ese artilugio no había sido necesario para los alegatos finales,
pues todas las pruebas ya habían sido presentadas. A pesar de que no tenía ningún
aprecio por Garrosh, Go’el consideraba que era una descortesía que Kairoz
estuviera dedicándose en esos momentos a realizar una tarea tan mundana. Se
preguntó por qué Taran Zhu lo permitía, ya que era una falta de respeto para con
el procedimiento, pero concluyó que debía de ser una labor importante por alguna
razón que solo conocía el dragón bronce. Sin duda alguna, Chromie se le uniría en
unos breves instantes. Go’el estaba seguro de que ninguno de los dragones bronces,
que habían desempeñado un papel clave en el proceso, iba a perderse la declaración
de Garrosh.
Hasta esos momentos, el juicio había generado más tensión de la que había
disipado. Muchos miembros de la Horda se quejaban de manera iracunda de que
parecía que Baine había defendido a Garrosh con demasiado ahínco y suma
sinceridad. Las tácticas que la defensa había empleado con Vol’jin y el propio Go’el
habían levantado ampollas, sin ningún género de dudas. Sin embargo, el alegato
final de Baine había mostrado bien a las claras cuáles eran las razones por las que
el tauren había considerado necesario hacer lo que había hecho, y Go’el lo entendía
perfectamente. Aun así, se alegraba de que todo esto llegara a su fin. Fuera cual
fuese el veredicto alcanzado por los Augustos Celestiales, sería todo un alivio.
La estancia se llenó de voces que conversaban animadamente, incluso más
de lo habitual. En cuanto Taran Zhu entró, andando con la misma calma de la que
había hecho gala todos los días, y se dirigió a su asiento, las charlas fueron
menguando. Acto seguido, golpeó el gong y anunció:
—Se reanuda el juicio. Por favor, que entre el jurado.

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Los cuatro Celestiales se colocaron en su lugar habitual, serenamente
indescifrables, dispuestos a escuchar lo que la acusación tenía que decir. Aggra,
que estaba junto a él, se tensó.
—Aquí viene —murmuró.
Si bien Garrosh Hellscream se encontraba flanqueado por seis guardias, hoy
no llevaba encadenadas las piernas, lo cual solía provocar que anduviera con pasos
cortos y deteniéndose continuamente; no obstante, seguía cojeando un poco. No
llevaba ninguna otra cadena encima, salvo unas esposas en las manos.
Caminaba más erguido que antes y con un semblante cansado pero
henchido de dignidad.
—Me alegro de que Taran Zhu lo haya permitido —le comentó Go’el a Aggra—
Puede ser muchas cosas, pero es sobre todo un guerrero. Debería encarar la muerte
como un orco, no como un animal.
—Hum —replicó Aggra—. Eres más generoso que yo. No creo que se merezca
ninguna muestra de respeto, ya que todo aquel que se le haya podido brindar en el
pasado, lo ha desperdiciado de mala manera.
—Y eso también es una tragedia —apostilló Go’el.

***
A Anduin lo habían enseñado desde muy pequeño a permanecer sentado con
suma calma en toda ocasión formal. “Un príncipe no puede estar revolviéndose
inquieto en su asiento”, le habían dicho. Pero hoy, tras su encuentro primero con
Vereesa y luego con Garrosh, se hallaba muy nervioso y le costaba mucho no
revolverse en su asiento, por suerte, todo el mundo parecía encontrarse tan ansioso
como él, aunque esperaba que nadie hubiera tenido un receso como el suyo. Por la
forma en que se comportaban, Jaina y Kalec parecían haber tenido uno bastante
provechoso, puesto que se agarraban de la mano y daban la impresión de estar
muy felices, de lo cual Anduin se alegraba, pues quería que alguna cosa fuera bien,
para variar.
— ¿Cómo te encuentras? —preguntó Varian.
— ¿Yo? Bien —respondió Anduin con suma rapidez.
—En un principio, no me pareció bien que hablaras con Garrosh—afirmó
Varian—, pero... creo que fue lo correcto. Ahora todo depende de los Celestiales.
— ¿Crees que si pide clemencia se la concederán? —no pudo evitar
preguntar Anduin.
—No tengo ni idea de lo que puede hacer o no un Celestial —le contestó
Varian—. Lo único que me preocupa es que tú estés bien.
—Lo estoy —aseveró Anduin, quien se dio cuenta en esos instantes que eso
era cierto. Había hecho todo lo que había podido por Garrosh y se sentía satisfecho,
aunque también un tanto nervioso.
Entonces, se percató de que algo se movía en una de las puertas—. Ahí está.
Mientras Garrosh avanzaba, Anduin pudo comprobar que Taran Zhu había
accedido a quitarle en parte las cadenas a Garrosh, tal y como había pedido el
príncipe. También le habían dado al orco una túnica limpia. Parecía estar mejor
que cuando Anduin lo había dejado; parecía más sereno e incluso tenía un porte
más... digno.

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—Esto... —dijo Varian—. ¿Dónde está Chromie? Creía que querría estar aquí
para ver esto.
Anduin echó un vistazo y comprobó que solo Kairoz estaba sentado a la mesa
de los dragones bronces, el cual seguía enredando con la Visión del Tiempo.
—No tengo ni idea —respondió. Acto seguido, centró su atención por entero
en
Garrosh, a quien los guardias escoltaron hasta el centro de la estancia. A
continuación, cuatro de ellos retrocedieron. Solo quedaron dos junto al orco e
incluso estos permanecieron unos cuantos pasos por detrás de él mientras este
miraba al fa’shua.
—Garrosh Hellscream —dijo Taran Zhu—. Has sido juzgado ante un tribunal
pandaren. Antes de que el jurado inicie sus deliberaciones para determinar tu
destino, ¿hay algo que quieras decimos, a mí, al jurado o a algún espectador?
Garrosh contempló la multitud como si la viera por primera vez. Se giró
trazando un círculo sobre sí mismo mientras miraba a su alrededor, deteniéndose
de vez en cuando aquí y allá. En cierto momento, sus ojos se cruzaron con los de
Anduin y una fugaz expresión de dibujó por su rostro.
—Sí —contestó, con una voz potente que se pudo oír con suma facilidad en
ese amplio espacio—. Tengo algo que decir. Honorable Taran Zhu, Augustos
Celestiales, espectadores venidos de todos los rincones de Azeroth, he escuchado
lo mismo que ustedes han escuchado. He visto lo mismo que han visto. —En ese
momento, se giró para mirar a Tyrande, quien se hallaba sentada en silencio y
sumamente tranquila—. Tyrande Whisperwind ha presentado unos argumentos
muy sólidos que me condenan, lo cual ha suscitado la ira de algunos de ustedes y
que incluso alguno pensara vengarse, que alguno pensara matarme. No los culpo
por ansiar algo así.
Miró a Tyrande con una sonrisilla de suficiencia y, a continuación, se volvió
hacia su defensor. Baine también daba la impresión de hallarse muy sereno,
aunque su gesto era más sombrío que el de Tyrande.
—Baine Bloodhoof, quien no tenía razones para hacer lo que ha hecho, me
ha defendido con suma seriedad sin basar sus argumentos en demostrar mi
inocencia, sino en pedir su comprensión, su compasión. Se ha pedido, tanto al
jurado como a los espectadores, que examinen su corazón para comprobar que
nadie está totalmente libre de culpa.
Entonces, para sorpresa de Anduin, Garrosh se giró para mirarlo.
—Por otro lado, el príncipe Anduin Wrynn, quien tenía todo el derecho del
mundo a estar entre aquellos que piden a gritos mi muerte, decidió compartir varias
horas conmigo. Ante lo cual, yo he intentado asesinarlo de una manera brutal,
cruel y dolorosa. ¿Y cómo ha reaccionado? —Garrosh negó con la cabeza, como si
no pudiera creérselo—. Me ha hablado sobre la Luz. Me ha dicho que cree que soy
capaz de cambiar. Me ha brindado generosidad cuando yo solo le he ofrecido odio
y violencia. Es por él por quien me hallo ahora aquí ante ustedes, a la espera de
una sentencia de muerte que me permita morir como un guerrero y no como un
esclavo destrozado.
Acto seguido, alzó esas manos esposadas e hizo una leve reverencia dirigida
a Anduin. Después, se giró para volver a contemplar a ese gentío.

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—Oh, sí. Sé perfectamente que mis manos están manchadas de mucha
sangre. Sé perfectamente cuáles son las consecuencias de lo que he hecho y cuál
ha sido la magnitud de mis actos.
En ese instante, respiró hondo y dio la sensación de que estaba poniendo en
orden sus pensamientos. Anduin se inclinó hacia delante y, a pesar de que no
quería albergar ninguna esperanza, acabó haciéndolo.
—Y ahora, en este lugar, en este momento, en que puedo hablar con total
libertad, en que puedo expresar lo que pasa por mi mente y mi corazón... he de
decirles la verdad: que...
Sus carcajadas resonaron por toda la estancia.
— ¡Que no me arrepiento de nada!
Anduin se quedó sin respiración. Se quedó helado, paralizado. Siguió
sentado y contempló fijamente a Garrosh, pues por un momento fue incapaz de
asimilar las palabras que acababa de escuchar. El estruendo de los gritos de
indignación de un público furioso le martillearon los oídos. Taran Zhu golpeó el
gong de manera fútil para llamar al orden.
Pero por lo visto, eso solo era el comienzo. Garrosh alzó sus brazos
encadenados y exclamó:
— ¡Sí! ¡Sí! ¡Destruiría un millar de Theramores, si así pudiera lograr que la
Alianza hincara la rodilla! ¡Daría caza a todo cachorro de elfo de la noche que
lloriquea en la faz de este mundo y acallaría sus gimoteos para siempre!
¡Desterraría a todo troll, todo tauren y todo estúpido elfo de sangre, así como a todo
codicioso goblin y a todo torpe cadáver andante si pudiera... oh, qué poco me faltó
para lograrlo!
En ese instante, Anduin se dio cuenta de que su padre lo había estado
llamando por su nombre varias veces. Dirigió su mirada a Varian de un modo
vacilante, abrumado por la conmoción y la desilusión.
—Anduin —repitió Varian tal vez por tercera vez—. Vamos. Go’el quiere
hablar con nosotros y creo saber por qué.
Go’el se encontraba cerca de la entrada. En cuanto su mirada se cruzó con
la de
Anduin, inclinó la cabeza levemente en dirección al pasillo que llevaba al
exterior.
Anduin asintió, se relamió los labios y negó con la cabeza mientras tanto él
como Varian se abrían paso hasta las escaleras. Y allá abajo Garrosh seguía
hablando.
Anduin apretó los dientes. ¿Cómo había podido creer que Garrosh sería
capaz de cambiar?
— ¡Las únicas “atrocidades” de las que me arrepiento son las que no pude
llevar a cabo! —gritó el orco, quien sonrió ferozmente al contemplar el caos que
había desatado—. ¡Lo único que lamento es que lograran detenerme antes de que
pudiera ver el renacimiento de la verdadera Horda!
Anduin y su padre se dirigieron a una de las puertas, donde Go’el los estaba
esperando.
— ¿Chromie? —preguntó Varian
—Chromie —confirmó Go’el.
— ¿Qué pasa con ella? —inquirió Anduin.

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Go’el se volvió hacia el príncipe.
— ¿Cómo es posible que ayudara a Tyrande a ejercer la acusación y que
ahora no esté aquí?
—Algo malo debe de haber pasado —conjeturó Varian.
—Puedo ir a buscarla —replicó Anduin de inmediato—. Después de tanto
tiempo, conozco este lugar bastante bien.
El príncipe hablaba con un tono plagado de amargura. Si bien quería
ayudar, aún deseaba más no tener que seguir escuchando a Garrosh ni un segundo
más.

***
Con gran agilidad, Anduin bajó corriendo las escaleras que llevaban hasta
la celda de Garrosh, pues quería preguntarles a los hermanos Chu si habían visto
a Chromie y pedirles que se mantuvieran alerta si aún no la habían visto. Dobló la
esquina y se frenó tras deslizarse un poco.
Los dos pandaren yacían inmóviles en el suelo, parecían un par de sacos de
grano de color blanco y negro que alguien hubiera apartado a un lado de un modo
descuidado. Las cadenas que hasta entonces se habían empleado para atar a
Garrosh se hallaban ahora colocadas alrededor de esos cuerpos robustos; además,
los habían amordazado.
—Oh, no —gimió Anduin, al acercarse presuroso a ambos. Aunque los dos
hermanos habían recibido sendos golpes en la cabeza y tenían el pelaje manchado
de sangre, seguían respirando. Anduin colocó una mano sobre el corazón de Li y
murmuró una oración dirigida a la Luz. Un delicado fulgor amarillo le envolvió la
mano, lo cual hizo que notara calor y un cierto cosquilleo en ella. La bendición de
la Luz fluyó a través de él, purificándolo como si fuera una leve llovizna, que se
extendió del príncipe hasta Li. El pandaren abrió los ojos justo cuando Anduin le
estaba quitando la mordaza.
—Han sido dos... mujeres —masculló Li, a la vez que Anduin se volvía hacia
Lo Chu e imploraba a la Luz que curase al otro gemelo—. Iban armadas con unas
ballestas... no deberían haber tenido armas, pero las tenían.
Entonces, el gran chichón que Lo tenía en la cabeza fue menguando bajo las
manos del príncipe. El pandaren parpadeó al recuperar la consciencia.
—Si portaban unas ballestas, tienen suerte de seguir vivos —señaló Anduin,
quien se preguntó quiénes podían ser esas guerreras y para qué habían venido—.
Voy a quitarle estas cadenas. —Sabía que Lo Chu llevaba las llaves de ambas
cadenas y de la puerta en esa bolsa que siempre llevaba colgando a un costado.
Anduin estiró el brazo para cogerla, pero de repente frunció el ceño—. Lo, ¿dónde
están las llaves?
— ¡Han debido de robármelas esas mujeres! —exclamó Lo, quien se retorció
presa de la impotencia y la furia.
— ¿Saben quiénes son? —preguntó el príncipe. Ambos hermanos hicieron
un gesto de negación con la cabeza—. Pero... esto no tiene sentido. Garrosh ya está
fuera de la celda. ¿Para qué querrían...? —
Se puso de pie de un salto y golpeó con fuerza la puerta cerrada—.
¿Chromie?
— ¡Anduin!

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La dragona tuvo que gritar para que su aguda voz de gnomo pudiera ser
escuchada a través de esa gruesa puerta. El príncipe se sintió tan aliviado que se
le hundieron los hombros.
—Alguien ha atado a Lo y Li y les ha robado las llaves, pero te vamos a sacar
de ahí —le aseguró Anduin—. No te preocupes. ¿Qué ha pasado?
— ¡Ha sido Kairoz!
— ¿Qué? —replicó un boquiabierto Anduin.
— ¡Por favor, escúchame, no nos queda mucho tiempo! —De un modo muy
obediente, Anduin pegó la oreja a la puerta—. Creo que va a hacerle algo a la Visión
del Tiempo. Le sorprendí manipulándola y, cuando le pregunte qué hacía, me soltó
una excusa, me dijo que la estaba “cerrando”. Entonces, lo acribillé a preguntas y
luego... luego me desperté encerrada aquí. ¡Tienes que impedir que haga lo que sea
que haya planeado! ¡Por favor, date prisa!
— ¡Vete! —gritó Li.
—Nosotros meditaremos y cultivaremos la paciencia —añadió Lo
sosegadamente.
—Eso les vendrá bien —dijo alguien de voz suave y sedosa—. A Li sobre todo.
Anduin se giró con el corazón en un puño al sufrir otra traición más en ese
funesto día.
—Dos mujeres con ballestas —dijo con amargura—. Eran una orco y una
humana, ¿verdad, Li? Debería habérmelo imaginado.
—Tal vez deberías haberlo hecho, pero no eres por naturaleza una persona
desconfiada que sea capaz de detectar la traición, Anduin Wrynn —replicó
Wrathion, quien esbozó una triste sonrisa—. Si esto te sirve de consuelo, he de
confesar que lamento mucho lo que ahora voy a tener que hacer.
Anduin se rio con desdén.
—Seguro que sí.
El Príncipe Negro se encogió de hombros.
—Cree lo que quieras, pero es la verdad. Tú y yo somos amigos.
— ¿Amigos? ¡Los amigos no se matan unos a otros!
Al dragón se le desorbitaron esos ojos relucientes y dio la sensación de que
se sentía un tanto... dolido.
— ¿Por qué iba a hacer algo así? Mira a los hermanos Chu. Siguen vivos,
aunque he de reconocer que sufren un terrible dolor de cabeza y me importan
mucho menos que tú.
—Wrathion, ¿qué está ocurriendo aquí? ¿Qué estás haciendo?
El joven dragón negro suspiró.
—En su día, me pediste que observara y escuchara, y que decidiera qué era
lo mejor para Azeroth. He hecho exactamente lo que me pediste. Eres el heredero
al trono de Stormwind. Tienes la obligación de... mantener tu reino a salvo. Haces
lo que crees que es mejor para él y su gente. Como soy el último dragón negro, la
responsabilidad que asumía en el pasado mi Vuelo recae únicamente sobre mis
hombros... la responsabilidad de mantener a salvo Azeroth. Es una obligación que
debo honrar.
— ¡No le escuches, Anduin! —gritó Chromie.
Anduin señaló con un gesto a los pandaren que seguían encadenados.
— ¿Así mantienes tú a salvo a Azeroth?

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—En este caso, te aseguro que el fin justifica los medios. Albergo la
esperanza de que algún día lo entiendas. Y ese día, tú y yo nos enfrentaremos a un
terrible enemigo. Tal vez incluso lo hagamos como hermanos.
Un desesperado Anduin le tendió la mano.
—No tienes que hacerlo de este modo. Explícame qué está pasando. Podemos
colaborar, podemos hallar la manera de...
—Adiós por ahora, joven príncipe —dijo Wrathion.
El dragón alzó una mano y Anduin perdió la consciencia.

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

— ¡Nada... nada en este mundo puede detenerme! —bramó Garrosh, alzando


unos puños todavía encadenados, que agitó en el aire en señal de triunfo.
En ese momento, Jaina se dio cuenta de qué era lo que tanto le había estado
inquietando. Todo el mundo había estado tenso... Garrosh, Taran Zhu, los
guardias, los espectadores. Sin embargo, Kairoz se había limitado a estar junto a
la mesa, con una leve sonrisa dibujada en su apuesto rostro. En un mero instante,
todas las piezas del rompecabezas encajaron en su sitio. Mientras Jaina inspiraba
aire para poder lanzar una advertencia a gritos a Taran Zhu, el dragón bronce
extendió lánguidamente un brazo muy esbelto, sin apartar la mirada del vociferante
Garrosh, y empujó a la Visión del Tiempo hacia el borde de la mesa justo lo
necesario.
— ¡No! —exclamó Jaina, cuya voz se perdió en el furor mientras, casi a
cámara lenta, vio cómo la Visión del Templo se desplomaba hacia el inmisericorde
suelo de piedra. Mientras caía, se dio la vuelta y las arenas de su interior brillaron,
de modo que esos diminutos dragones ornamentales de metal adheridos a ella se
despertaron, extendieron las alas y volaron.
Se estampó contra el suelo con un ruido discordante, aunque extrañamente
melodioso, y las esferas se hicieron añicos, por lo cual la arena que contenía se
desparramó hacia fuera... y hacia arriba. Al instante, estalló una cegadora
tormenta de energía y se formó un tomado de turbulenta luz dorada. Los gritos de
furia de la multitud se transformaron en chillidos de terror. Jaina notó que algo
cambiaba en el ambiente... notó un escalofrío que solo podía provocar la magia. El
campo de atenuación que protegía el templo había caído. La única magia que se
había permitido en ese lugar había sido la de los dragones bronces; una magia que
ahora había eliminado ese campo. Ante la mirada estupefacta de Jaina, se produjo
un enorme desgarro en el espacio-tiempo. Dio la impresión de que Garrosh
atravesaba el suelo directamente y de que otros seres surgían de él.
No se trataba de demonios, ni de elementales, ni de nada tan ordinario. Esos
seres agitaron la cabeza, miraron a su alrededor y blandieron sus armas. Jaina los
reconoció, pero no pudo hablar por un momento por culpa de la conmoción.
Su mirada se vio atraída por una mujer que solo tenía un mechón dorado en
su pelo blanco, que iba ataviada con un vestido flojo de color blanco, púrpura y
azul, y portaba una vara ornamentada. Esa mujer tenía un rictus muy serio
dibujado en su semblante y sus ojos refulgían con un color azul pálido. Sobre ella,

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flotaba un dragón azul lo bastante grande como para poder agarrarla con sus
zarpas delanteras. Un dragón espléndido que tenía todas las tonalidades propias
del cielo y el hielo y que reía de un modo demencial. Junto a la mujer de pelo
blanco, se encontraba una elfa de la noche de facciones frías y crueles y junto a
esta...
— ¡Kalec! —gritó la archimaga—. ¡Somos nosotros!
Pero su amado ya se hallaba en pie, corriendo hacia ese suelo abierto, en
busca de un espacio lo suficientemente grande donde pudiera transformarse. Jaina
asumió de inmediato que debía batallar, por lo cual despejó su mente, que se halló
entonces más clara de lo que había estado a lo largo de todo el juicio. Ella y Kalec
contaban con una ventaja que muchos otros no tenían. Al haber caído el campo de
atenuación, volvían a disponer de sus armas.
Y la archimaga pretendía hacer un buen uso de ellas. La mujer que se
hallaba allá abajo, atacando a las razas de la Horda con bolas de fuego, no era
precisamente una extraña para ella. Jaina recordaba perfectamente cómo se había
sentido esa mujer. No se trataba solo de una Jaina de una línea temporal
alternativa; ella había sido esa mujer en esta corriente del tiempo y estaba
siniestramente dispuesta a detener a esa mujer ahí mismo. Invocó una crepitante
bola de turbulento fuego y la lanzó contra su otro yo.
La otra Jaina se volvió e interceptó la bola de fuego con una descarga de
pura energía arcana. Una gélida sonrisa afeó su rostro y la verdadera Jaina se
preguntó por un instante: Sé exactamente lo que va a hacer y ella también... ¿Cómo
voy a luchar conmigo misma?

***
Go’el y Varian estaban apoyados sobre una de las columnas de piedra que
flanqueaban la entrada al templo mientras escuchaban cómo Garrosh Hellscream
se despachaba a gusto.
—Con cada palabra que pronuncia, se está cavando su propia tumba —
afirmó Go’el, a la vez que negaba con la cabeza—. Qué pena.
Varian hizo ademán de asentir, pero al final optó por ladear la cabeza y
fruncir levemente el ceño. De inmediato, Go’el dejó de prestar atención al frenético
caos que reinaba en el interior del templo y aguzó el oído. Ahora él también podía
oírlo, aunque todavía era un ruido muy tenue, pero iba en aumento. Era un algo
rítmico pero errático, como el batir de muchas...
—Alas —dijo bruscamente Varian. A la vez que pronunciaba esa palabra,
otro ruido resultó audible; este era más regular y vibrante, un wump-wump-wump
muy cadencioso.
— ¡Un zepelín! —exclamó Go’el.
Como eran dos guerreros curtidos en mil batallas, reaccionaron
perfectamente al unísono sin necesidad de mediar más palabra. Varian atravesó
corriendo el pasillo y salió del templo, vociferando una advertencia mientras le cogía
una espada de la mano a un guardia sorprendido. Go’el se giró en dirección a la
planta baja del templo. Justo cuando abrió la boca para llamar a los guerreros a
batallar al exterior, vio que Kairoz, como quien no quiere la cosa, de un modo muy
calculado, daba un empujoncito a la Visión del Tiempo. Al instante, el suelo del
Templo del Tigre Blanco se vio sumido en el caos.

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Go’el se llevó una mano a los ojos para protegérselos de esa turbulenta
tormenta de energía, que emitía un estruendo que casi tapaba los gritos de la
multitud, aunque no del todo. De repente, se abrió una grieta temporal
descomunal. Un impotente y furioso Go’el contempló, con los ojos entornados,
cómo Kairoz y Garrosh desaparecían en ese suelo, con una enorme sonrisa
victoriosa dibujada en sus rostros. Go’el esperaba que ese desgarro se cerrara solo,
pero Kairoz no había dejado nada al albur del azar. Donde antes solo había habido
dos seres, ahora se encontraban diez, a los que Go’el conocía perfectamente. Sus
ojos se posaron de inmediato en el fuerte orco que iba ataviado con una tradicional
armadura humana de placas. Sobre su reluciente pecho portaba un tabardo rojo y
dorado, con el símbolo de un halcón negro. Ese orco blandía una colosal hacha de
batalla y, con la misma celeridad que sus compañeros, arremetió directamente
contra esos asientos repletos de espectadores que no paraban de chillar.
Go’el conocía ese símbolo. Era el mismo que había llevado un enemigo
procedente de otra línea temporal que había venido a asesinarlo y al que Go’el había
acabado matando, como iba a matar también a este.
— ¡Thrall! —exclamó Go’el.
Acto seguido, el poderoso orco, que portaba el tabardo de Aedelas
Blackmoore, se giró para enfrentarse a sí mismo con una amplia sonrisa muy
ansiosa.

***
Zaela se echó a reír al ver que el Vuelo de Dragón Infinito, con sus leales
orcos Dragonmaw montados sobre sus espaldas, se aproximaba al Templo del
Dragón Blanco. Dentro de él, su Jefe de Guerra estaba escapando, gracias a
Kairozdormu. Se acordó de cuando había conocido al dragón bronce en Grim Batol,
en la misma sala donde Alexstrasza había sido mantenido cautiva por los
Dragonmaw hace muchos años.
—Te daré a ti, líder de los Dragonmaw, un ejército dracónico que
comandarás —le había dicho.
— ¿De dragones bronces? —había preguntado Zaela.
Él había hecho un gesto de negación con la cabeza.
—El Vuelo de Dragón Bronce se encarga de supervisar que el tiempo fluya
como él mismo desee, sin importar las consecuencias. El Vuelo de Dragón Infinito
y yo creemos en que el curso del tiempo debe iterarse para doblegarlo a nuestra
voluntad.
No había habido ninguna filtración, ninguna advertencia que pudiera haber
frustrado sus planes, que les pudiera haber arrebatado la gloria de esta victoria
segura. Ella estaba segura de que cuando Kairoz se lo revelara todo al orco, este
apreciaría el gran homenaje que el dragón había hecho a la brillante estrategia que
él había empleado en Theramore, pues había logrado reunir a los enemigos más
importantes de Garrosh en un mismo lugar. Los iban a atacar tanto desde dentro
como desde fuera del templo, atrapando a aquellos que pretendía saciar su obsesiva
sed de venganza con la ejecución de Hellscream entre una muerte a manos de los
Dragonmaw y una muerte a manos de sus yo alternativos.

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Era un plan muy elegante. Además, a Zaela no le importaba matar a algunos
miembros de la Horda en ese ataque. Desde su punto de vista, los verdaderos
miembros de la auténtica Horda eran los que ahora se hallaban con ella.
Tuvo ciertas dificultades para contener su agresividad normal con el dragón
que ahora cabalgaba. Ese dragón infinito no era una bestia de carga a la que había
subyugado, sino un aliado que colaboraba con ella gracias a Kairoz. La orco se
inclinó hacia la izquierda y el dragón, cuyas alas membranosas eran del agradable
color del metal de las armas, se ladeó y la acercó al zepelín de Harrowmeiser, que
había sido reparado lo mejor posible.
— ¿Tu simpática tripulación está preparada? —preguntó a voz en grito para
que se la pudiera oír sobre ese traqueteo.
El goblin miró para atrás, hacia esa cubierta repleta de piratas, todos ellos
armados hasta los dientes, y le indicó a Zaela con el pulgar que todo estaba listo.
Si bien, en un principio, algunos de los piratas habían querido asesinar a
Harrowmeiser, la promesa de que iban a obtener mucho oro los había aplacado.
—Sí, aunque hay algunos que no se fían del todo de los paracaídas, lo cual
me ofende terriblemente. Shokia está en posición en la proa, dispuesta a acabar
con los rezagados y ciertos objetivos estratégicos, y Thalen se encuentra en popa
preparado para hacer lo mismo. Así que... —en ese instante, señaló a la bola y la
cadena que seguía teniendo atada a cada pie— ...¿cuándo me van a quitar esto?
Zaela echó la cabeza hacia atrás y estalló en unas potentes y jubilosas
carcajadas. ¡Y pensar que hace solo unos días se hallaba sumamente desesperada!
— ¡Te prometo que podrás bailar cuando celebremos la victoria!
—Más te vale... he invertido mucho dinero en esta empresa —replicó
Harrowmeiser.
— ¡Voy a adelantarme para comprobar si Kairoz ha tenido éxito!—gritó y,
una vez más, con solo un leve apretón de su muslo derecho, el dragón viró y retomó
su rumbo inicial.
Entonces, pudo oír cómo Harrowmeiser chillaba a lo lejos:
—Eh, oye, no toquen eso... ¡No, no beban eso, por amor de...!
A pesar de que no habían contado con los medios necesarios para construir
otra arma de maná que se aproximara un poco a la potencia de la bomba que había
reducido a esa ciudad antaño tan orgullosa de la Alianza a una mera escombrera,
Thalen había logrado fabricar varias decenas de bombas más pequeñas. Esos dos
recientes aliados que se respetaban en grado sumo habían aunado esfuerzos al
máximo, de tal modo que Harrowmeiser había mejorado las granadas de maná de
Thalen al equiparlas con unos temporizadores aleatorios. El enemigo las tomaría
por bombas defectuosas cuando en realidad explotarían al azar y, con suerte, en el
peor momento posible. Cada jinete de dragón iba equipado con al menos dos o tres
y, con cada víctima que se cobrasen, insuflarían más ánimos a sus fuerzas. Zaela
ya podía divisar el templo, que se extendía ante ella sin saber que la serenidad que
reinaba ahí iba a ser interrumpida bruscamente. Sus puentes, sus pasarelas y sus
pequeñas pagodas estaban repletas de pandaren; su parte central, de enemigos de
Garrosh Hellscream.
Zaela, que encabezaba esa formación, hizo que su montura descendiera. El
dragón sabía perfectamente qué debía hacer. Plegó las alas y bajó en picado. La
orco se aferró a él como un burro a un lobo. La montura sacudió violentamente la

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cabeza y exhaló un oscuro aliento arrasador sobre un grupo de mercaderes
pandaren que estaban gritando mientras señalaban al cielo.
Una energía violeta los atravesó y Zaela lanzó un aullido de júbilo. Kairoz
había desactivado el campo de atenuación, tal y como les había asegurado que
haría. Metió una mano en su bolsa, de la que extrajo una pequeña esfera. La líder
de los Dragonmaw lanzó su primera granada de maná y sonrió de oreja a oreja al
contemplar esa pequeña explosión lavanda.

***
Anduin parpadeó y logró vislumbrar algo a través de esa neblina de dolor
que le embotaba los sentidos. Oyó a Chromie gritar su nombre, así como otros
ruidos que procedían de la planta de arriba, que no eran ya solo los gritos que había
escuchado antes. No podía identificar qué era ese clamor. Con sumo cuidado, se
palpó la parte posterior de la cabeza. Siseó al sentir que el dolor aumentaba de
manera exponencial. Notó que tenía un chichón del tamaño de un huevo y
comprobó que la mano se le había manchado de rojo. El fragor continuaba y, de
repente, todo encajó en su sitio.
Reconoció el choque del acero y el agudo cántico de la magia. A Anduin lo
asaltó súbitamente una oleada de náuseas que no tenía nada que ver con la herida
que había sufrido. Por su culpa, Garrosh había entrado en la sala con muy pocas
cadenas.
Como haga daño a alguien, será culpa mía.
— ¿Anduin?
—Estoy bien, Lo —mintió y, al incorporarse, estuvo a punto de perder el
conocimiento de nuevo por solo haber hecho ese movimiento. Estaba agotado tras
haber tenido que curar a los hermanos Chu, por lo cual no le quedaban muchas
fuerzas; no obstante, pidió ayuda a la Luz y el dolor menguó hasta convertirse en
meramente atroz—. Me tengo que levantar... para detener a Kairoz. Enviaré a
alguien aquí abajo para atenderlos a ustedes y a Chromie.
—Esa herida no te va a permitir luchar —aseveró Li con firmeza.
Ya, pero tengo que hacerlo, porque esto es responsabilidad mía, pensó un
desesperado Anduin, aunque no lo dijo. Ignorando las protestas de estos, subió por
las escaleras haciendo un terrible esfuerzo y todo un ejercicio de voluntad y, en
cuanto atravesó dando tumbos la puerta, se preguntó si no estaría alucinando.
A pesar de que reconoció a los combatientes, le resultaron al mismo tiempo
muy extraños; reconoció al troll de piel azul con un collar hecho de orejas humanas
y elfas que se carcajeaba mientras intentaba añadir más a su colección, o al
poderoso tauren que blandía una maza descomunal y portaba la armadura de un
Jefe de Guerra...
También supo quién era ese chico humano de pelo rubio que portaba el
atuendo de coronación de un rey de Stormwind, el cual se hallaba hecho un ovillo
en el suelo, con las rodillas muy pegadas al pecho, paralizado de terror, mientras
aferraba con fuerza a Fearbreaker, lo que resultaba bastante irónico.
Entonces, recordó las palabras de Wrathion: “Temo que seas muy blando
como para poder llevar la corona de tu reino, príncipe Anduin”. En otra corriente
temporal, al menos, ese dragón traicionero había estado en lo cierto. Anduin logró

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abandonar su estado de parálisis y corrió hacia el otro muchacho, al que tendió la
mano. De improviso, el joven rey de Stormwind chilló:
— ¡A tu espalda! Y se tapó la cara.
Anduin dio bruscamente un salto a la izquierda y se echó al suelo, al
reaccionar de manera puramente instintiva tal y como lo habían adiestrado durante
muchas tediosas horas de combate cuerpo a cuerpo. Al instante, escuchó el silbido
de una guja que no le acertó por muy poco. Se puso de pie de un brinco y se giró
para toparse con un enorme troll que lo miraba maliciosamente.
—Eres rápido, principito, pero eso da igual, porque me voy quedar con tus
orejas —dijo Vol’jin.
Anduin miró fijamente a ese troll gigantesco mientras este se enderezaba
todo lo largo que era y alzaba la guja. El príncipe se abalanzó sobre el otro Anduin,
le arrebató a Fearbreaker y alzó la maza. Desprendió un resplandor brillante, lo
cual provocó que Vol’jin gruñera de dolor. Momento que Anduin aprovechó para
trazar un arco muy suave y un tanto lento con Fearbreaker.
Durante un extraño instante, dio la sensación de que la maza se movía sola.
La cabeza de plata del arma alcanzó al troll en el costado izquierdo. El golpe no fue
letal gracias a que vestía una armadura de cuero; no obstante, Anduin pudo notar
cómo se le rompían varias costillas.
Vol’jin se tambaleó, gruñó y volvió su cruel rostro hacia el príncipe.
—Vas a sufrir por esto, principito —le prometió—. ¡Bwonsamdi va a tener
que esperar muy poco para recibir a tu espíritu!
Se abalanzó sobre Anduin como un demente, chillando en su propio idioma
gutural. Horrorizado, el príncipe se dio cuenta de que el troll no pretendía matarlo,
sino que iba directamente a por su oreja derecha.
Anduin lanzó un grito incoherente y alzó a Fearbreaker. La reluciente maza
le volvió a salvar la vida al apartarle de un fuerte golpe esa guja de la cara. Vol’jin
contraatacó de inmediato y acertó al príncipe en el hombro, que no llevaba
protegido con armadura, lo que provocó que este se trastabillara hacia atrás. Soltó
a Fearbreaker y se llevó la mano hacia esa herida de la que manaba sangre. Alzó la
vista justo a tiempo de ver cómo Vol’jin se echaba hacia atrás para propinarle el
golpe mortal...
Acto seguido, se tropezó hacia delante, con un gesto de estupefacción
dibujado en su cara pintada de blanco y de la que surgían unos colmillos, ya que
el joven rey Anduin había arremetido contra él.
Pero fue en vano, por supuesto.
Vol’jin se recuperó de inmediato, se giró y se quitó de encima con suma
facilidad al flacucho rey Anduin, como un perro se habría quitado de encima a una
rata. De un modo un tanto brusco, el troll le clavó la guja en el pecho al joven. Acto
seguido, arrancó su arma chorreante de sangre del cuerpo y se agachó para cortarle
las orejas al humano.
De improviso, una gigantesca garra dorada, que parecía surgida de la nada,
agarró a Vol’jin, al que lanzó hacia el otro lado de la estancia. Chromie agachó su
enorme cabeza sobre Anduin.
— ¿Estás bien?
Estaba bien pero se sentía morir al mismo tiempo, por lo cual no supo qué
responder. Anduin se acercó a su otro yo, con la esperanza de poder llegar a tiempo

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para salvarlo. Rápidamente, murmuró una oración y la herida dejó de sangrar, pero
por el lívido rostro que tenía el rey, pudo deducir que solo había demorado su
muerte y no la había evitado.
—Se ha abalanzado sobre Vol’jin a pesar de ir desarmado —dijo el príncipe
con un tono de voz muy áspero—. Me ha salvado la vida. —Entonces, miró a
Chromie como si la viera por primera vez—. Oh, has salido de esa celda —comentó
Anduin de un modo un tanto estúpido—. Me había olvidado de ti. Lo siento.
Meció al rey en sus brazos, a la vez que notaba cómo la sangre le empapaba
la camisa. La guja de Vol’jin se había clavado muy hondo.
—Nos han encontrado unos guardias— Le explicó la dragona—. He de hacer
todo lo posible por desestabilizar esa fisura. Es la única manera de mandarlos a
todos de vuelta a ese lugar del que provienen.
Esto de abrazarse a uno mismo mientras se está muriendo es bastante
surrealista, pensó Anduin.
— ¿Qué necesitas que haga?
No podía apartar la mirada de ese rostro pálido e inmóvil... que era también
su cara...
—Ya lo estás haciendo —contestó Chromie con suma bondad—. Aceptar a
tu yo alternativo conseguirá que cada vez se afiance menos en esta realidad. Para
ti ha sido muy fácil aceptar a tu yo alternativo. A los demás —añadió, elevando su
enorme cabeza para observar toda esa violencia que la rodeaba— les va a costar
más.
Adoptó su forma gnomo y se dirigió presurosa hacia los fragmentos rotos de
la Visión del Tiempo, que seguían en el suelo. De inmediato, inició un conjuro.
Anduin miró de nuevo al rey, quien lo atisbaba con unos ojos azules que parecían
hallarse extrañamente en paz.
—Estás... bien —dijo el rey.
—Sí, lo estoy —replicó el príncipe—. Me has salvado.
— ¿Ah... sí? —A pesar de que ahora hablaba con un hilo de voz, el rey parecía
sentirse bastante satisfecho. Se rio entre dientes y, a continuación, esbozó un gesto
de dolor—. Tenía tanto miedo... No podía hacer nada, pero al verlo...
—Pero lo hiciste —le interrumpió Anduin con delicadeza—. En el momento
crucial... obraste como era debido.
El rey se quedó callado y luego dijo:
—Hace frío aquí.
Anduin abrazó con más fuerza si cabe al muchacho, aunque tuvo cuidado
de no lastimarle aún más la herida.
—No te dejaré solo.
Si bien la lucha proseguía, Anduin tuvo la sensación de que el fragor de la
batalla le quedaba muy lejano. Reinó un largo silencio y Anduin creyó que quizá
todo había acabado ya. Entonces, el rey susurró de un modo tan suave que el
príncipe tuvo que hacer un esfuerzo para poder escucharlo:
—Tengo miedo...
Anduin tragó saliva con dificultad.
—No lo tengas —replicó—. Muy pronto estarás con mamá y... y papá.
— ¿Aquí... papá está vivo?
—Sí, lo está.

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El moribundo Anduin cerró los ojos.
—Me alegro. Ojalá pudiera verlo.
—Lo verás. Tú... aguanta, ¿está bien?
La sombra de una sonrisa cobró forma en sus labios.
—Eres tan mal mentiroso como yo. —Entonces, la sonrisa se esfumó por
completo—. Dile que lo quiero.
—Lo haré.
El rey suspiró suavemente y su pecho no volvió a elevarse. Su piel palideció
aún más de lo que le correspondería por el mero hecho de haber sufrido la solemne
caricia de la muerte. Para sorpresa de Anduin, el cuerpo del rey irradió una luz
tenue y pura y, acto seguido, desapareció.
El rey Anduin Wrynn había vuelto a su hogar.
Lenta y torpemente, el príncipe Anduin Wrynn se puso en pie, cogió a
Fearbreaker, se secó las lágrimas con la manga y se dispuso a sanar a aquellos que
todavía batallaban.

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

Unos guardias armados irrumpieron raudos y veloces. Un pandaren lanzó


una pequeña hacha hacia Baine. El tauren la cogió con gran facilidad con una sola
mano a la vez que corría hacia los dos Thrall que se hallaban enzarzados en
combate. Dio gracias porque Go’el iba vestido como un chamán, ya que no se les
podía distinguir de ninguna manera, salvo por lo que llevaban puesto y el arma que
blandían. En cuanto los alcanzó, se encontró paralizado a mitad de una zancada y
tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el equilibrio. Oyó el bramido de una risa
dracónica y alzó la mirada. Entonces, vio a un demente Kalecgos que le mostraba
una amplia sonrisa. Esta encamación del dragón azul no estaba en sus cabales, y
esa era la única razón por la que ahí dentro no había más muertos. Daba la
sensación de que atacaba tanto a amigos como enemigos y de que carecía de una
estrategia de batalla.
Aunque su contrapartida sí la tenía. Cargó contra su otro yo, logrando así
que el loco Kalecgos dejara de prestar atención a Baine. Mientras tanto, los dos
orcos seguían luchando, pero el otro Thrall parecía hallarse en desventaja. Por
supuesto, pensó Baine. El Thrall alternativo no había tenido la oportunidad de ser
adiestrado como chamán, mientas que Go’el era un maestro chamán y no solo un
guerrero curtido en mil batallas.
Baine casi había alcanzado a los dos cuando intuyó, más que vio, un ataque.
Apenas tuvo tiempo para volverse y desviar el golpe de una enorme maza que era
blandida por lo que parecía ser una montaña con armadura que había cobrado vida
rápidamente de un modo engañoso. En ese instante, clavó la mirada en sus propios
ojos. Su otro yo pareció sorprendido y retrocedió momentáneamente, lo cual Baine
aprovechó para recordar que solo iba vestido con una ropa muy liviana y que no
portaba una armadura de cuerpo entero como su yo alternativo.
Por el rabillo del ojo, Baine se percató de que los Celestiales no se habían
movido de ahí y, de repente, la furia se adueñó de él. ¿Acaso no veían que había

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gente que estaba muriendo? ¿Acaso estaban “tan por encima de todas las cosas”
que no se iban a dignar a ayudar?
En ese momento, como si hubieran escuchado sus pensamientos, se oyó un
grito, que atravesó el fragor y la cacofonía de la batalla. Se trataba de una voz
potente, profunda y rica en matices, que procedía de las fauces de un tigre, que era
tanto un ruego como una advertencia; era la voz de aquel al que estaba consagrado
ese templo... la voz de Xuen.
— ¡Acuérdense de los sha! ¡Acuérdense de los sha!
De repente, Baine lo entendió.
Esos yo alternativos contra los que él, Go’el y los demás estaban batallando
no eran unas encarnaciones escogidas al azar. Kairoz había escogido de un modo
deliberado a las más siniestras, desequilibradas y belicosas versiones que había
podido hallar. Kalecgos estaba loco. Thrall era el campeón del odiado Aedelas
Blackmoore. El propio Baine era el Jefe de Guerra de la Horda y, de algún modo,
sabía que su otro yo había obtenido ese cargo tras haber asesinado a Garrosh
Hellscream para vengar la muerte de Cairne Bloodhoof.
No era de extrañar que los Celestiales no se sumaran a la refriega, puesto
que lo único que lograrían sería echar más leña al fuego.
—Mataste a Garrosh, ¿verdad? —le preguntó a su otro yo—. Lo mataste
porque asesinó a nuestro padre.
El otro Baine entornó los ojos y gruñó.
—Destrocé a Hellscream con mis propias manos —replicó—, y el dragón
bronce me ha contado que tú... ¡tú lo has defendido!
Tras lanzar un rugido, cargó contra Baine, quien logró detener la cabeza de
maza con la hoja de su hacha; ambas armas chocaron estruendosamente. Las
palabras que había pronunciado Baine en el alegato final volvieron entonces a su
memoria, tan claras y diáfanas como los cristales de los draenei: “Todos podemos
convertimos en nuestra propia versión de Garrosh Hellscream, es algo que llevamos
dentro”.
Entonces, hizo uso de la sabiduría, del don de Yu’lon.
— ¡Ellos son lo que todos podríamos haber sido! ¡No son el enemigo, sino
nosotros mismos! —le gritó a la multitud—. ¡No podemos luchar contra ellos, solo
podemos aceptarlos!
Súbitamente, Baine se sintió invadido por una energía especial; por la
fuerza, el don de Niuzao. Al desviar otro golpe, Baine notó que su brazo era más
fuerte que nunca. Cuanto más se abría a lo que los Celestiales intentaban decirle,
más era capaz de aceptar sus dones.
Una vez más, el otro Baine atacó, pero esta vez, logró alcanzar con la maza
a su contrapartida en el hombro. Baine gruñó, pero no contraatacó.
— ¿Acaso mi otro yo es un cobarde? —gritó el Jefe de Guerra Baine.
—No —respondió Baine—. Somos iguales. Simplemente, tú elegiste otro
camino, Baine. Pero entiendo cómo te sientes... sé por qué querías matar a Garrosh.
—Mientes, ya que si no, habrías hecho lo mismo.
Al instante, el otro toro cargó. Aunque esta vez, se dejó llevar por la ira y se
descuidó. Baine lo alcanzó, pero utilizó la parte roma de esa pequeña hacha para
no lastimarlo.

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— ¡No voy a hacerte daño! —exclamó entre jadeos— ¡Pero sí pienso
defenderme!
El Jefe de Guerra Baine titubeó. Le estaba escuchando... pero ¿por cuánto
tiempo lo haría?
Una vez más, la sabiduría de Yu’lon le acarició el corazón y, de inmediato,
supo qué tenía que decir; cómo podría entrar en el corazón de ese otro yo suyo que
se hallaba tan herido y dolido.
Baine habló con Premura:
—Nuestro amigo Go’el, al que tal vez conozcas como Thrall, me dijo en su
día que, aunque nos hallemos en otra línea temporal, en el fondo, seguimos siendo
los mismos. Y nuestro padre, Cairne, me dijo en su momento que era más difícil,
pero mucho mejor...
—...Crear algo que perdure —murmuró el Jefe de Guerra.
Baine atisbo un rayo de esperanza.

***
Kalec sabía que de todos esos combatientes desplazados de sus verdaderas
corrientes temporales, su doble maligno era el que suponía una mayor amenaza.
No solo era un dragón, sino que el Kalecgos alternativo estaba loco, sin lugar a
dudas.
Y eso lo aterrorizaba.
Solo él sabía lo cerca que había bordeado la locura por culpa de la tremenda
pena que sintió tras la muerte de Anveena; solo Jaina sabía que había estado a
punto de perder su identidad al revivir el alba de los Aspectos a través de los ojos
de Malygos, de perderse y dejarse llevar por la locura. Esa versión alternativa a la
que se enfrentaba era más posible de lo que le gustaba admitir.
Había escuchado las palabras de Baine, pero ¿cómo iba a poder aceptar
alguna vez algo así? Mientras se planteaba mentalmente esa desesperada pregunta,
el dragón azul descendió en picado y atacó con la cola, alcanzando a un grupo
apiñado de espectadores, algunos de los cuales ya no se levantaron.
— ¡No! —gritó Kalec, quien lanzó hielo contra el demente Kalecgos,
ralentizando los movimientos de ese gran dragón, pero sin lograr detenerlo del todo.
El loco Kalecgos giró la cabeza, se echó reír y sollozó a la vez.
— ¿Por qué no? —preguntó con un tono implorante—. Déjales odiarme. ¡Deja
que acaben conmigo! ¡Por favor!
Kalec también había vivido momentos muy oscuros. Sin embargo, nunca
había sentido lo que el dragón que se encontraba ante él estaba sintiendo.
— ¿Qué te ocurrió? ¿Qué te ha podido suceder para que acabes así? —
inquirió, con voz quebrada, ya que temía la respuesta.
—Ya no queda ninguno. ¡Todos han muerto!
Al menos, estaban hablando y, por el momento, no estaba matando.
— ¿Quién ha muerto? —preguntó Kalec.
— ¡Todos! —rugió Kalecgos—. ¡Anveena! Jaina... todos los dragones azules,
todos, incluso Kirygosa...
— ¿Qué?
—Después de que cayera Orgrimmar, murieron en la guerra... todos salvo
yo... todos por mi culpa. No pude detenerla y ahora ya no queda ninguno...

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Kalec no se lo podía creer, aunque, presa del espanto, se lo acabo creyendo.
Este Kalecgos tan destrozado no había sido capaz de persuadir a la Jaina de su
línea temporal de que no destruyera Orgrimmar. La guerra subsiguiente había
barrido de la faz de la Tierra al Vuelo de Dragón Azul entero. Por un momento,
Kalec no pudo hacer más que retroceder estupefacto e incluso notó la leve caricia
de la demencia. Entonces, su mente se aclaró y supo cómo podía alcanzar el alma
de Kalecgos.
—No fue culpa tuya —afirmó—. Fue Jaina quien tomó esa decisión. Optó por
no escucharlos ni a ti, ni a Go’el.
Una tremenda claridad iluminó su mente mientras pronunciaba esas
palabras, al darse cuenta de lo tremendamente ciertas que eran. ¿Cómo no había
sido capaz de entenderlo hasta ahora?
— ¡Tendría que haberla detenido!
— ¡No podías obligarla a hacer lo que no quería! —replicó a voz en grito
Kalec—. ¡Ella era dueña de sus actos! ¡Lo siento mucho, Kalecgos, lamento
muchísimo que hayas perdido tanto, pero no debes soportar esa pesada carga!
— ¡Para ti es tan fácil decirlo! ¡Tu Jaina sigue viva! ¡Y te ama! —vociferó
Kalecgos y, de repente, se calló—. Te... ama, ¿verdad?
Kalec notó un hondo dolor en el pecho al escuchar esa pregunta.
—Sí. Pero todavía recorre un camino lleno de sombras. Y solo ella puede
decir si decide apartarse definitivamente de él o no. ¿No lo entiendes? —inquirió un
suplicante Kalec—. Somos iguales. Hemos hecho lo mismo. La única diferencia
entre nosotros estriba en lo que Jaina decidió hacer y no en algo que tú decidieras
hacer o no.
Kalecgos parecía anonadado.
— ¿Y... Anveena?
Se refería a la otra persona que había amado con todo su corazón a lo largo
de su existencia.
—Ella también tomó sus propias decisiones.
Kalecgos no recobró la cordura al instante al tener esta revelación, pero se
calló y su semblante se relajó al adoptar una actitud contemplativa.
Y entonces, desapareció.

***
Varian se dio cuenta de que había estado deseando que se produjera esa
batalla, aunque tuviera sentimientos encontrados al respecto. El juicio había sido
un calvario mayor de lo que había esperado y dio la bienvenida a la oportunidad
que le brindaba ese combate de poder hacer algo útil en el plano físico y que era
correcto, indudablemente.
Apenas prestó atención a los espectadores que abandonaban el lugar dando
tumbos ni a los monjes que los dividían en dos grupos; por un lado, estaban los
que podían luchar; por otro, aquellos a los que había que mantener alejados de la
batalla. Rápidamente, los monjes guiaron a los no combatientes escaleras abajo
hasta llevarlos a un patio adoquinado, desde donde cruzaron hasta una zona de
entrenamiento cubierta de hierba para atravesar luego un puente. La mayoría de
esa gente parecía aterrorizada. No se lo podía echar en cara, si de verdad se les
venía encima lo que sospechaba o quiénes sospechaba. Tenían que ser los

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Dragonmaw. ¿Quién si no, tomaría al asalto un templo el último día del juicio de
Garrosh Hellscream?
Iba a ser una carrera muy larga y espantosa hasta llegar a un lugar seguro...
si es que ese lugar existía. El templo apenas contaba con defensas para protegerse
de un ataque aéreo. Era un lugar para entrenarse y aprender a luchar, donde se
valoraba la fuerza... la fuerza del cuerpo y la voluntad, no de la magia ni de las
máquinas de guerra. Eso, pensó, es la mayor debilidad de Pandaria y, en cierto
modo, lo que la hace tan especial. Estaba dispuesto a morir protegiendo esa tierra.
Aquellos que habían traído bestias voladoras ascendieron al cielo,
transportando consigo a cazadores, magos, chamanes y otros combatientes. Varian
no sabía si esos hechiceros serían siquiera capaces de atacar al adversario. Como
era incapaz de percibir la magia, no sabía si el campo de atenuación había caído o
no. En ese instante, oyó el batir de unas alas más cerca. La tensión se adueñó de
Varian. Si los cazadores hacían bien su trabajo, matarían a algunos enemigos de
inmediato, o al menos derribarían de sus monturas a unos cuantos Dragonmaw.
En cuanto se vieran sin un jinete, esos protodracos huirían, si podían.
Se hallaba junto a un brasero del patio, agarró lo mejor posible esa espada
que había que agarrar con dos manos y dio saltitos, repartiendo el peso de una
pierna a otra a cada brinco. La sed de batalla se estaba adueñando de él y la recibía
con sumo agrado. A su lado, había varios monjes pandaren, cuyos nombres no
conocía. Aunque parecían serenos, Varian sabían que estaban preparados para
luchar.
En un principio, sus enemigos eran unas meras motas que se iban
acercando más y más. Varían entornó la mirada.
—Esas siluetas... —comentó a los pandaren—. Es difícil saberlo a esta
distancia, pero... no prometen nada bueno, hay algo raro en ellas.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó uno de los monjes.
—Los orcos Dragonmaw montan protodracos, no dragones, ya no. Pero
esos...
El resto de palabras no lograron salir de su garganta.
—Son dragones —apostilló el pandaren—. Por tanto, sí que siguen montando
dragones.
Varian albergó una terrible sospecha. Ya no existían los dragones negros, de
eso no cabía duda. Y el Vuelo de Dragón Crepuscular también había desaparecido.
— ¿Qué ha ocurrido ahí dentro? —inquirió el rey.
—No me han dado ninguna explicación clara, pero me han dicho que algo le
ha pasado a la Visión del Tiempo.
Varian lanzó un juramento.
—Es el Vuelo de Dragón Infinito —aseveró—. Mis amigos pandaren...
tenemos un grave problema.
En ese momento, el dragón del líder cayó en picado y exhaló una nube negra
de arena turbulenta. ¡El campo de atenuación había caído! Una amplia y cruel
sonrisa cobró forma en los labios de Varían.
—Las cosas se acaban de equilibrar —señaló Varían.
— ¿Equilibrar? ¡Pero si ellos tienen dragones! —protestó el pandaren.
— ¡Y nosotros, brujos!

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Se oyeron unos vítores en cuanto varias personas de diferentes razas se
dispusieron a realizar hechizos de invocación. Unos canes manáfagos, unas
criaturas feas y rojas de las profundidades del Vacío Abisal, cobraron forma en
medio de un estallido de luz.
Cerca, una bruja humana, una mujer cuyo joven rostro no encajaba para
nada con su pelo blanco, se agachó para acariciar distraídamente a una de esas
bestias, a la que llamó “buen cachorro”. Por lo que Varían recordaba, estos
demonios en particular se alimentaban de magia. El rey sonrió ampliamente, y la
hermosa joven que trataba a los demonios de manera tan afectuosa le guiñó un
ojo.
Entonces, los magos lanzaron bolas de fuego, fragmentos de hielo y misiles
de energía arcana. La líder Dragonmaw lanzó algo a varios metros de distancia. Un
pequeño globo de luz blanca y violeta rodeó la zona, con la extraña belleza de una
burbuja opalescente. Varian sabía qué debía de ser y la espantosa prueba que
refrendaba sus sospechas resultó evidente un momento después. Tres cadáveres
yacían tendidos sobre los adoquines. Los cuerpos se habían vuelto púrpuras por
culpa de la energía arcana de la granada de maná. Otros también reconocieron qué
clase de arma era y el pánico se extendió por la multitud.
Una justa furia se adueñó de Varian.
— ¡Derríbenlos! —les gritó a los hechiceros—. ¡Hagan que bajen al suelo,
donde el resto de nosotros podremos darles su merecido!
Sus palabras animaron a los brujos, que reanudaron sus ataques. Un par
de orcos cayeron de sus monturas y, tras dar vueltas en el aire, se precipitaron al
agua si tuvieron suerte, o se estamparon contra la piedra si no la tuvieron. Un
mago renegado lanzó una bola de fuego muy sólida y potente con la intención de
atravesar y quemar el ala membranosa de un dragón infinito. El dragón gritó de
dolor, aleteó de manera errática y, por último, se estrelló contra el suelo delante de
las escaleras del templo principal. A pesar de que intentó elevarse en el aire, no
pudo hacerlo, puesto que aquellos que no dominaban la magia se le echaron
encima de un modo inmisericorde.
Sin embargo, aparecieron más dragones. Más de una decena sobrevolaron
el templo y su entorno en una formación en V. Unos aleteos muy potentes hicieron
que decenas de adversarios perdieran el equilibrio y cayeran al suelo. Varian, quien
fue corriendo hacia un orco herido y caído, se movió como si estuviera intentando
correr a través del barro. Oyó el agudo silbido de unas flechas y siseó cuando una
de ellas alcanzó su objetivo y le hirió en un hombro. No portaba armadura alguna.
Nadie la llevaba. Como habían estado en un juicio, no se habían preparado para
ninguna batalla. Tuvo suerte; un chamán orco muy próximo cayó al suelo, con una
flecha clavada en la garganta, una flecha con unas plumas negras.
No obstante, esas flechas no eran lo único que los Dragonmaw utilizaban
como misiles. Dos granadas de maná más impactaron contra el suelo, generando
unos globos impíos que provocaban una muerte arcana instantánea; además, en
esos mismos instantes, sus propios magos lanzaban una lluvia de fuego y hielo
sobre sus rivales.
Los dragones se ladearon y giraron hacia arriba, para alejarse de la ruta que
seguían para acribillar al adversario, para dejar paso a un zepelín goblin que se
colocó traqueteando en posición. Durante un breve y espantoso instante, Varian

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pensó que, de alguna manera, los Dragonmaw habían logrado improvisar otra
bomba de maná como la que había arrasado Theramore; sin embargo, el zepelín no
parecía llevar ninguna carga explosiva. Entonces, ¿por qué...?
Decenas de figuras saltaron de esa nave voladora y, al instante, unos
paracaídas se abrieron a sus espaldas. Los cazadores y hechiceros no necesitaron
que los apremiara a atacar a ese enemigo que se arrojaba sobre ellos. Muchos
estarían muertos para cuando llegaran al suelo. Pero no todos.
La flecha se le había clavado justo donde el brazo izquierdo se le unía al
hombro y le hacía sentir una auténtica agonía. Varian prefirió dejar la flecha donde
estaba en vez de arriesgarse a sacársela e ignoró el chillido de protesta de la herida
cuando alzó esa espada, que había que agarrar a dos manos, para cargar contra
los paracaidistas. La incredulidad y un siniestro placer se apoderaron de él al
percatarse de que los Dragonmaw no solo habían contratado a mercenarios como
carne de cañón, sino también a piratas.
— ¡Oh, qué divertido están haciendo esto, Dragonmaw! —gritó de manera
desafiante.
Acto seguido, arremetió contra el primer pirata, quien todavía intentaba
quitarse el paracaídas como podía. Si bien a este le resultó muy fácil matarlo, los
demás ya se habían librado de sus respectivos paracaídas y estaban convergiendo
sobre Varian. Al rey le hirvió la sangre de furia y blandió su enorme espada ancha
como si fuera un mero juguete para niños, decapitando así al troll que se abalanzó
sobre él con un alfanje. De inmediato, casi partió en dos a una mujer humana de
pelo moreno. Sin embargo, el descomunal tauren que vino a continuación, el cual
no era menos fiero por ser tuerto, supuso un mayor desafío. Varian se valió del
impulso que llevaba y se retorció, con el fin de trazar un arco hacia arriba con su
arma, de tal modo que le cercenó el brazo derecho al tauren.
Pero su adversario también llevaba un arma en la mano izquierda, la cual le
clavó profundamente en el costado. Se sintió mareado y trastabilló hacia atrás. De
repente, era incapaz de alzar la espada para defenderse. No obstante, nunca recibió
ese golpe mortal que esperaba. Algo más grande que ese tauren, algo de piel gris
que vestía una armadura roja y amarilla, corrió hacia él. De un solo tajo, la cabeza
cornuda del tauren se separó limpiamente del resto de su cuerpo. El guardia vil
clavó sus diminutos y relucientes ojos en Varian y le dijo con voz grave:
—Vas a compartir su destino.
Varian ni siquiera fue capaz de reunir fuerzas para lanzar una réplica
ingeniosa. Parpadeó, mientras intentaba enfocar la vista. Entonces, las piernas le
fallaron y cayó de rodillas, mientras se preguntaba si el guardia vil había estado en
lo cierto.
De improviso, unas manos lo tocaron con gran delicadeza. Notó una
repentina sensación de agonía cuando le arrancaron la flecha del hombro, que se
vio reemplazada de inmediato por una sensación de calidez y bienestar. Contempló
agradecido a la sacerdotisa elfa de la noche, a esa mujer pequeña y frágil de pelo
largo de color púrpura oscuro y piel lavanda, la cual agachó la cabeza con cierta
timidez y se volvió, para alzar las manos y recitar una oración por el brujo de pelo
blanco cuyo guardia vil le había salvado la vida al rey.
Varian se reincorporó a la refriega raudo y veloz. Se abalanzó sobre un grupo
de cinco piratas que atacaban a la vez a un joven chamán orco. Juntos, el orco y él

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consiguieron derrotar a los piratas. El rey, tras asentir ante su improvisado aliado,
fue en busca de más enemigos.
Unas sombras planearon por encima de él una vez más. Aunque Varian
esperaba otro ataque, en esta ocasión ese grupo de siete dragones se alejó de la
zona que circundaba el templo. Por un momento, se preguntó por qué, pero
enseguida supo la respuesta. Esas enormes criaturas se dirigían a los puentes. De
un modo casi despreocupado, uno de ellos golpeó con su colosal cola una de esas
construcciones, logrando así que las cuerdas se rompieran y enviando a esos
desafortunados refuerzos pandaren que se encontraban cruzando el puente en esos
momentos a una muerte segura. Otra de esas bestias agarró las cuerdas de un
segundo puente con una gigantesca zarpa delantera y tiró de ellas.
Todos aquellos que no habían logrado huir de ahí se encontraban ahora
atrapados en el patio y en la zona de entrenamiento.
Más y más piratas fueron cayendo del cielo. Varian había creído que los
habían enviado para mantener ocupados a los guardias en la zona exterior, pero
ahora pudo comprobar que, si bien algunos entablaban combate ahí mismo, la
mayoría se dirigían al interior del templo.
Su hijo se hallaba ahí dentro. Varian lanzó un leve gruñido y se encaminó
presuroso para allá. De repente, oyó el estallido de un rifle y tuvo la impresión de
que le habían dado un martillazo en el costado izquierdo. Al instante, esbozó un
gesto de dolor, se llevó una mano a la herida y siguió avanzando. Sin embargo,
antes de que pudiera recorrer unos cuantos metros más, una enorme sombra lo
cubrió por entero. Varian se detuvo ahí mismo, agitando su espada ancha en el
aire.
— ¡Zaela! —exclamó sin poder creérselo del todo.
La orco, que se encontraba a lomos de ese descomunal dragón infinito,
sonreía de una manera demencial y blandía un hacha.
— ¡Rey Varian Wrynn! ¡Voy a liberar a mi Jefe de Guerra y voy a llevarme tu
cabeza en el mismo día!
— ¡Ven a por ella! —gritó.
Al instante, reaccionó. Ignoró la horrenda agonía cada vez mayor que le hacía
sentir esa herida de bala y dio un salto en el aire hasta alcanzar la mayor altura
posible. De ese modo, logró agarrarla del tobillo y hacerla caer del dragón.
La orco no se esperaba esa maniobra y aterrizó en el suelo de mala manera.
Su dragón se vio obligado a virar y elevarse abruptamente para no estamparse
contra el muro del templo. Si en esos momentos Varian hubiera ido armado con
una espada más pequeña, ese habría sido el fin de la líder Dragonmaw. Pero el rey
tuvo que echarse hacia atrás para poder atacar con esa espada ancha. Mientras
hacía esto, Zaela gruñó, le mordió en la mano, que no llevaba protegida por ningún
guante, e intentó zancadillearlo. Aunque el rey no cayó al suelo, sí se trastabilló.
La señora de la guerra orco se puso en pie rápidamente y alzó un hacha, que era
un arma mucho más manejable que la de su rival, dispuesta a clavársela en el
abdomen.
Zaela gritó al recibir el impacto de una bola de fuego.
Varian, que todavía se hallaba sobre los adoquines, se volvió y vio a Jaina
Proudmoore, la cual tenía los brazos extendidos para realizar los movimientos que
le permitirían lanzar un hechizo aún más letal. Una bola de fuego fue cobrando

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forma entre las palmas de sus manos. Entonces, se oyó un crujido y Jaina se
retorció, se le desorbitaron los ojos y la bola de fuego recién formada se apagó
súbitamente, al mismo tiempo que su pecho adquiría una tonalidad rojiza.
— ¡Jaina! —exclamó Varian.
Una tambaleante Zaela, que tenía el torso calcinado, cruzó el pasillo que
llevaba al interior del templo. Aunque Varian habría podido darla alcance y haberla
matado para acabar así para siempre con esa amenaza, no la siguió.
Otros la detendrían, o quizá no. No obstante, había alguien que necesitaba
más su ayuda, y eso estaba por encima de su necesidad de matar.
Varian se acercó a Jaina.

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

A pesar del insoportable dolor de las quemaduras que había sufrido en el


torso, Zaela deseó terriblemente haber podido tener tiempo de arrancarle la cabeza
a Varian Wrynn, tal y como le había prometido al rey. Sin lugar a dudas, Garrosh
habría expuesto ese trofeo ante una multitud que daría gritos de alegría, y ella,
Zaela, se habría llevado todos los méritos por haber dado caza a esa codiciada pieza.
Pero más importante aún que su ego era cerciorarse de que Garrosh había
conseguido escapar sin problemas de ahí. Sin embargo, en un principio, nada más
entrar en el templo, le resultó imposible saberlo, pues eso parecía más bien un
campo de batalla condensado en esa zona tan pequeña y reducida. Divisó a al
menos un dragón azul y otro bronce, que sobrevolaban la refriega y hacían todo lo
posible para atacar al enemigo sin lastimar a sus aliados. Algunos de los dragones
infinitos de menor tamaño habían conseguido entrar en el templo y estos atacaban
sin tales limitaciones. Mientras tanto, en otro lugar, los piratas gritaban jubilosos
al poder dar rienda suelta a su sed de sangre. Solo detenían esa masacre el tiempo
necesario para rebuscar entre los bolsillos y bolsas de los caídos, ya fueran amigos
o enemigos.
Zaela arrugó la nariz con sumo desprecio, aunque no se sumó al combate, a
pesar de que su corazón desbocado ansiaba hacerlo. Apretó los dientes por culpa
de la agonía que le hacían sentir esas quemaduras y avanzó entre los combatientes,
en busca de su Jefe de Guerra. Ahí no había ni rastro del poderoso Garrosh, ni del
esbelto elfo que su amigo capaz de viajar por el tiempo había fingido ser. Sintió una
tremenda alegría. Había completado su misión con éxito, ya no había ninguna
razón por la que quedarse en ese lugar.
— ¡Mis Dragonmaw! —gritó, a la vez que alzaba esa hacha ensangrentada e
intentaba disimular el dolor que ese mero gesto le había provocado—. ¡Los dragones
infinitos nos aguardan fuera para llevarnos a un lugar seguro donde celebrar la
victoria! ¡Dejen a los piratas abandonados a su suerte!
Los vítores arreciaron entre los suyos y Zaela se regodeó al contemplar las
estúpidas caras que pusieron sus hasta entonces aliados al ser traicionados. Qué
necios eran. Ni a uno solo de ellos se le había ocurrido preguntar cómo iban a
largarse de ahí tras la batalla. Ahora iban a morir, o si no, iban a pudrirse en
prisión. De un modo u otro, nadie... absolutamente nadie iba a echarlos de menos.

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***
Dio la sensación de que el ataque concluyó tan rápidamente como había
empezado. Los piratas, a los que sorprendió que Zaela los dejara de repente en la
estacada, fueron rodeados con suma celeridad y entregados a los pandaren. Pero
lo más frustrante de todo fue que la mayoría de los Dragonmaw lograron huir a
lomos de esos dragones infinitos. Los pocos que quedaron atrás o bien ya estaban
muertos, o bien cayeron en los minutos siguientes.
En cuanto la batalla concluyó, Go’el fue en busca de Aggra, a la que encontró
con su hijo en brazos y de pie entre los cadáveres de tres piratas que,
aparentemente, habían sido lo bastante necios como para atacarla. Parecía
cansada. Go’el pensó que eso debía deberse a que, además de haber combatido,
había estado curando a otros. Aggra se volvió hacia él mientras este se aproximaba.
Go’el rodeó con sus fuertes brazos tanto a su amada como a su hijo.
—Aquí y ahora, has luchado contra ti mismo, mi amor —le dijo Aggra
mientras retrocedía para poder contemplarle con cariño—. Antes siempre lo habías
hecho de un modo más... metafórico.
Él la miró con gesto sombrío.
—Rezo a los ancestros para no tener que hacerlo nunca otra vez.
Haberse visto a sí mismo como un obediente peón de Blackmoore le había
resultado realmente perturbador. Había hecho caso a las sabias palabras de Baine
y había tenido que hacer un gran esfuerzo para aceptar esa parte de sí mismo y no
matar a ese Thrall, que era un esclavo en el más amplio sentido de la palabra. Al
final, fue su propio nombre lo que le permitió hacer eso. Como también había sido
Thrall, como también había sido un esclavo, entendía perfectamente lo que había
dejado atrás; ese orco nunca había llegado a saber que podía haberse convertido
en Go’el. Por otro lado, daba la impresión de que todos los demás también habían
sido capaces de vencer en sus propias y difíciles batallas personales.
— ¡Go’el!
Esa voz pertenecía a Varian, pero parecía más ronca y débil de lo habitual.
Go’el se volvió y se le desorbitaron esos ojos azules de puro espanto.
Jaina...
El propio Varian, que estaba sangrando de diversas heridas, entró
tambaleándose, con el cuerpo aterradoramente inerte de la maga en los brazos. Dio
unos cuantos pasos más y le fallaron las piernas; aun así, no dejó caer la valiosa
carga que portaba. Go’el cogió a Jaina y la posó sobre el suelo con suma delicadeza.
Aggra le entregó su bebé a Eitrigg y se aproximó a Go’el.
—Ha perdido mucha sangre —afirmó Aggra, quien, no obstante, se llevó
ambas manos marrones a esa bolsa repleta de tótems que siempre llevaba encima.
Go’el imitó ese gesto, agarró el tótem del agua y le pidió que obrara una sanación,
pero sintió que sus esperanzas menguaban con cada respiración. Pese a que solo
parecía haber sufrido una herida de bala, estaba demasiado cerca del corazón;
además, el orco se encontraba extenuado. La piel de Jaina había adquirido una
tonalidad tan pálida como la cera y Go’el ni siquiera podía discernir si el pecho se
le elevaba y descendía rítmicamente o no.
Varian gruñó mientras los demás intentaban ayudarlo.
—Estoy bien —dijo, con un gesto de disgusto—. Atiéndanla primero a ella.

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— ¡Jaina! —exclamó Anduin, quien se abrió paso hacia la archimaga, con la
preocupación dibujada en su joven rostro. Acto seguido, se arrodilló junto a esa
mujer a la que llamaba “tía”. Sin titubeo alguno y con sumo cuidado, cubrió esa
herida con sus manos. Al instante, un tenue fulgor las bañó y la tela manchada de
rojo hizo un leve ruido.
Go’el podía percibir que los elementos no estaban respondiendo. A pesar de
que los estaba llamando, su invocación era demasiado débil. Había tenido que
luchar contra sí mismo, así como contra otros adversarios, por lo cual tanto él como
Aggra se hallaban exhaustos. Al igual que el joven príncipe, como demostraban esa
tremendas ojeras y lo caídos que tenía los hombros. Incluso Tyrande, quien rezó a
la Madre Luna con voz temblorosa, y Velen, quien era muy anciano y sabio,
parecieron llegar demasiado tarde.
Kalec se acercó corriendo. Su semblante se tomó casi tan pálido como el de
Jaina al ver que de la boca de la archimaga brotaba una burbuja roja. El dragón
cayó de rodillas y le agarró la cara con ambas manos.
—Jaina —susurró—. No. No te mueras. Te has enfrentado a cosas mucho
peores que esto. Eres tan fuerte, Jaina. Aguanta. ¿Me oyes? ¡Aguanta!
—Jaina —le rogó Anduin—. Por favor... por favor, no nos dejes. Hoy ya me
he visto morir a mí mismo, no podré soportar ver cómo tú también te vas...
Las lágrimas recorrieron su rostro y, a pesar de que pronunció las palabras
adecuadas, la Luz se desvaneció.
Su pecho apenas se elevaba y descendía rítmicamente. Sabían que respiraría
unas cuantas veces más y moriría. Go’el iba a perder para siempre a esa mujer que
había sido su amiga durante tanto tiempo. Y ya no había tiempo para reparar el
daño hecho. Jaina iba a morir siendo su enemiga y a Go’el no se le ocurría nada
más horrible. Incapaz de hablar, posó una mano delicadamente sobre el hombro
de Aggra, para indicarle que interrumpiera el conjuro que estaba realizando. Ella
lo miró y él negó con la cabeza. Mientras abrazaba con fuerza a Go’el, la pena se
adueñó de su semblante, no solo por culpa del dolor que ella sentía, sino porque
se compadecía de su amado.
Anduin alzó ambas manos. Las tenía empapadas de la sangre de Jaina.
Junto a él, Kalec se había quedado totalmente inmóvil. Parecía estupefacto, pues
no podía creérselo de ningún modo.
—Anduin —dijo Varian, con el tono de voz más delicado con el que Go’el
jamás le había oído hablar—, aparta. Ya no puedes hacer nada.
Incluso aquellos que se habían opuesto en algún momento a Jaina
parecieron estremecerse. Ninguno de ellos mostraba alegría ni ningún gesto triunfal
en sus rostros, solo se mostraban conmocionados al descubrir que alguien que era
una leyenda en vida seguía sometida, como todos los demás, a los dictados de la
vida... y la muerte.
—No —susurró Anduin—. No puede...
—Y de este modo, el estudiante recuerda las lecciones de mi templo —se oyó
decir a alguien que era al mismo tiempo joven y anciano, ansioso y solemne, e
indescriptiblemente bondadoso—. La esperanza es lo único que queda cuando todo
lo demás te falla. Donde hay esperanza, hay posibilidad de sanación, para todo
aquello que es posible... e incluso para algunas cosas imposibles.

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Go’el alzó la mirada y vio que Chi-Ji, la Grulla Roja, estaba volando por
encima de ellos. El viento que generaban sus alas era muy fresco y proporcionaba
mucho consuelo tras el calor de la batalla y la calidez de las lágrimas. Portaba el
aroma de la primavera, de los nuevos comienzos, de la vida y la esperanza. El orco
notó que el hondo penar que sentía en el corazón desaparecía y era reemplazado
por una gran paz. Las magulladuras del cuerpo y el espíritu, las heridas y los
sufrimientos, grandes y pequeños, se derritieron como la nieve bajo el sol. La calma
y la alegría se adueñaron de él y, cuando volvió a mirar a Jaina, vio que había
dejado de sangrar y que el cuerpo de la archimaga relucía y tenía un aspecto sano
otra vez. Jaina abrió los ojos y contempló ese mar de rostros —humanos,
dracónicos, orcos y de muchas otras razas— que la observaban jubilosos y
maravillados. Extendió un brazo hacia Kalec y él la cogió de una mano que se llevó
a la mejilla.
Entonces, se dirigió a Anduin con una voz todavía frágil:
—Cada vez se te da mejor esto.
El príncipe se rio temblorosamente. Kalecgos la atrajo hacia así y la abrazó
con fuerza, a la vez que apretaba la cara contra el suave cuello de su amada por
un momento. Go’el se dio cuenta de que Jaina parecía... feliz. Tal vez no solo su
cuerpo había sido curado, y se preguntó cómo había sido capaz de aceptar a su
furioso yo alternativo. Supuso que nunca lo sabría. Sus miradas se cruzaron y él
sonrió. Ella le tendió una mano y él se la estrechó. Tras darle un apretón, la
archimaga se la soltó. En otros lugares, otros también se estaban levantando, sanos
y curados, y no parecían hallarse ni siquiera un poco desconcertados.
—Esta es la bendición de Chi-Ji —afirmó la grulla—. Nadie más morirá hoy.
Aprovechen esta segunda oportunidad de un modo sabio.
—Gracias, Grulla Roja —replicó Varian, quien hizo una honda reverencia y,
acto seguido, se giró hacia Chromie—. Garrosh ha huido. Ha sido Kairoz, ¿verdad?
¿Cómo ha podido pasar algo así?
Chromie parecía más furiosa y derrotada de lo que jamás la había visto Go’el.
Se encontraba pálida y tenía su tabardo dorado repleto de sangre y polvo de las
Arenas del Tiempo. No obstante, la dragona respondió:
—En su día, conocíamos los portales del tiempo de arriba abajo. Éramos
capaces de ver el pasado y el futuro con total claridad. La misión de nuestro Vuelo,
desde el mismo momento en que Nozdormu se convirtió en nuestro Aspecto,
consistía en proteger la santidad de la línea temporal. Para lo cual se nos otorgó
un tremendo poder. Ahora... las cosas no están tan claras. Aunque podemos seguir
viajando por los portales del tiempo, ya no contamos con un conocimiento tan
perfecto del pasado y el futuro. Por eso hemos reclutado a algunos mortales para
que nos ayuden a mantener la integridad de la corriente temporal. Pero corren
rumores... algunos de los nuestros piensan que quizá deberíamos utilizar los
poderes que aún nos quedan para manipular los portales del tiempo, para alterar
el pasado y cambiar el futuro con el fin de lograr algo mejor.
Sonrió con tristeza y prosiguió:
—Aunque, claro, ¿quién debe definir qué es lo “mejor”? Sobre todo, cuando
ya no tenemos esa visión tan perfecta de las cosas que teníamos antes. Eso es,
precisamente, lo que nos ha refrenado a la mayoría. Pero resulta obvio que Kairoz

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se encontraba entre aquellos que piensan que los dragones bronces podrían y
deberían cambiar las cosas. A él siempre le ha gustado enredar...
Esas últimas palabras las dijo con un hilo de voz.
— ¿Cómo ha podido pasar algo así? Nos dijiste que la Visión del Tiempo tenía
un poder limitado —le reprochó Tyrande.
Si bien estaba claro que no pretendía atacar a Chromie, quien obviamente
se hallaba desolada al igual que ellos —o incluso tal vez más—, también era cierto
que se encontraba tremendamente frustrada y furiosa. Que solo podía mostrar
imágenes del pasado o el futuro, pero no podía manifestarlas en la realidad ni
alterarlas de ningún modo.
—Eso era cierto hasta esta mañana —contestó Chromie—.
Nozdormu insistió en que ese artilugio tuviera esos límites. Pero la Visión del
Tiempo era una creación de Kairoz. Supongo que cuando la construyó instaló
alguna clase de mecanismo que le ha permitido saltarse las medidas de seguridad.
Varian frunció el ceño y miró a Go’el. Ambos se acordaron de que el
comportamiento de esa mañana de Kairoz les había parecido muy extraño.
—Lo ha hecho esta mañana —aseveró Varian—. Delante de todo el mundo,
sin disimular. Es muy audaz, eso se lo tengo que reconocer.
—Wrathion también estaba implicado —apostilló Anduin—. Él fue quien nos
dejó sin sentido a los Chu y a mí.
Por un instante, reinó un silencio muy incómodo que Vol’jin acabó
rompiendo.
—Así que un poderoso dragón bronce que también es inventor, el último
dragón negro y el hijo de Hellscream se han aliado, y no tenemos ni idea de dónde
ni de cuándo encontrarlos.
El troll negó con la cabeza.
Go’el centró su atención en los Celestiales, quienes permanecían callados y
un tanto distantes, a excepción de Chi-Ji.
—No nos han ayudado a luchar contra nosotros mismos en el plano físico,
pero nos han concedido el don de la sabiduría. Entiendo por qué no han hecho más
— afirmó—. Todos te estamos agradecidos de un modo que las palabras no pueden
expresar, Chi-Ji, por haber devuelto la vida a Jaina y los demás. Pero pensaba que
se encontrarían más... —El orco intentó dar con la palabra adecuada—. Más
consternados, ya que Garrosh se ha fugado y ustedes tenían la obligación de dictar
su sentencia.
—Augustos Celestiales, por favor, sacien la curiosidad de este pandaren —
les imploró Taran Zhu—. ¿Saben qué veredicto habrían dictado?
—En efecto —respondió con una voz atronadora Niuzao—. Lo sabíamos
desde el principio.
Todo el mundo miró fijamente a los Celestiales. Go’el contuvo su ira como
pudo, y Tyrande parecía estupefacta.
—Y... ¿qué habrían decidido? —inquirió Taran Zhu.
—Garrosh Hellscream viviría para poder seguir aprendiendo —contestó
Yu’lon, mientras su forma verde y elegante ondulaba—. Estimados seres, la
sabiduría, la fortaleza, la fuerza y la esperanza no se pueden aprender si uno está
muerto.

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—La vida no consiste en obtener recompensas e impartir castigos—señaló
Xuen—, sino en comprender, en aceptarse a uno mismo aquí y ahora, para poder
saber qué cambiar y cómo cambiarlo.
—Creemos que se ha hecho justicia —aseveró el Buey Negro, quien pisó el
suelo con fuerza con una de sus pezuñas y movió de lado a lado su cabeza
reluciente y greñuda.
—Entonces, ¿para qué hemos celebrado un juicio? —exigió saber Tyrande—
Si sabían desde el principio cuál iba a ser la sentencia, ¿por qué han hecho esto?
¿Acaso han estado jugando, simplemente, con nosotros?
Yu’lon respondió con delicadeza:
—Nunca hemos hecho eso, apasionada acusadora. Tus esfuerzos han sido
vitales para el resultado del juicio. Mira... Garrosh Hellscream no era el único que
estaba siendo juzgado aquí.
Por un momento, Go’el no entendió la respuesta. Un instante después, lo
comprendió.
—Nos juzgaban también a nosotros —afirmó. Le sorprendió que no se
sintiera furioso porque lo habían manipulado, pero una parte muy profunda de él,
una parte más sabia —esa parte de él que se había unido al Espíritu de la Vida—
aceptó esa revelación totalmente. Y por lo que pudo ver en el rostro de los demás
—ya fueran tauren, humanos, trolls, elfos e incluso dragones—, los demás también
lo aceptaban.
Chi-ji asintió.
—El joven príncipe y el tauren de la defensa fueron los primeros en
entenderlo. Pero ahora, todos lo comprenden. Han sido juzgados y sentenciados.
Con nuestras bendiciones y el conocimiento que han obtenido acerca de lo que
atesoran sus propios corazones y sus propias mentes, así como los corazones y
mentes de otros, ahora deben regresar al mundo para hacer lo que deben hacer.
Se miraron unos a otros. Varian, quien se hallaba ahora fuerte y sano, tenía
apoyada una mano en el hombro de su hijo. Kalecgos y Jaina se daban la mano y
tenían los dedos entrelazados. Tyrande y Baine, la acusación y la defensa, se
encontraban el uno al lado del otro. Vol’jin asentía pensativo. Chromie, Lor’themar
y muchos, muchos otros se miraron.
A pesar de que Go’el ya no era el líder de ninguno de ellos, se encontró con
que todos esos rostros se acabaron volviendo hacia él. Con suma humildad, Go’el,
el hijo de Durotan y Draka, habló por todos ellos.
—Encontraremos a Garrosh.

EPÍLOGO

Garrosh salió del portal del tiempo, con Kairoz a su lado.


— ¿Qué te parece? —preguntó el dragón bronce, quien parecía
extremadamente satisfecho consigo mismo, y tal vez debiera estarlo.
Garrosh no contestó de inmediato. Se limitó a permanecer de pie, mientras
sentía la suave caricia del viento en su piel y contemplaba las verdes y onduladas
colinas de Nagrand. Pero...

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Al pisar con firmeza esa hierba que se mecía bajo el viento, se percató de que
ahí debajo había una tierra sana y fuerte.
—Este no es mi hogar —murmuró, mientras observaba el sol con los ojos
entornados—. Este no es mi cielo.
—Sí y no —replicó Kairoz—. Estás en casa, Garrosh Hellscream. Pero
no...este no es el cielo bajo el cual creciste.
Una manada de uñagrietas pasó a no mucha distancia de un modo
atronador; esas bestias eran robustas y lustrosas. Este era el lugar donde había
nacido su pueblo. Estaba viendo la misma tierra y el mismo cielo que había visto
su padre. Este era el regalo que le había dado el dragón bronce; un mundo que ya
no existía, pero que podía convertirse... en cualquier cosa.
— ¡Hellscream! —exclamó alguien que poseía una voz de orco muy áspera.
Garrosh se sobresaltó al escuchar su nombre y pensó que, de algún modo,
sus aliados debían de haberlo seguido tanto a él como a Kairoz.
— ¿Quién...? —acertó a decir, pero Kairoz, esbozando un sonrisilla más
maliciosa que nunca, se limitó a señalar. Un tremendamente confuso Garrosh giró
la cabeza.
Estaba llamando a otro Hellscream.
Sobre la cima de una colina, con el viento acariciándole su pelo moreno y el
sol reluciendo en su cuerpo musculoso y marrón, un feroz orco tatuado, cuya
sangre corría por las venas de Garrosh, respondió a ese saludo con un grito
ensordecedor y, acto seguido, alzó a...
... Aullavisceras.

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