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El tunkamaranaka de Los Pakajes

El viento filtrado por los orificios del montón de guijarros que coronaban la
apacheta mayor del Illimani silbaba una melodía sacra, acongojada y tétrica, cual
zampoña colosal soplada por la pujanza de Wiracocha. Luque Choqueticlla,
el taliri del ayllu Pakajes, aún sumergido en el trance de la ceremonia de ofrenda en
honor a Wiracocha, deslizó las falanges de su mano izquierda a través de los tiernos
y finos labios del niño sacrificado. Quería cerciorarse que ya no suspiraba. La carita
del púber, gélida, desencajada, adquiría el matiz verduzco y pálido de un cadáver.
Era la tercera noche del ritual: la del apogeo del holocausto.
–¡Hay que envolverlo!… –Luque Choqueticlla dijo con voz gutural, cavernosa,
con aquella dicción que sólo los taliris emiten al transmitir el mensaje de los
achachilas. Un eco rauco y confuso retumbó en las honduras de la cordillera: ¿las
montañas revelaban sus designios? La naturaleza, en aquel fuliginoso horizonte
serrano, guarnecía con severidad el devoto empeño de los pakajes. El verbo
del taliri infundía temor, respeto–. ¡Hay que envolverlo! –repitió. El mandato
retumbó recio, cual imperativo emanado del mankapacha, del hipogeo, de las tinieblas
siderales.
El viento que se destilaba entre los resquicios de la apacheta mantenía un silbido
amenazador, pero a la vez quejumbroso.
–¡Ay! ¡Guagüita bendita! ¡Gracias por tu sangre! ¡Gracias por tu almita! ¡Gracias
por permitirnos franquear el portal de Kalasasaya! ¡Gracias por permitirnos franquear
el portal de Wirachocha! ¡Gracias por permitirnos franquear el portal de Kheri Kala!
¡Gracias por permitirnos franquear el portal de Putuni! ¡Gracias por permitirnos
franquear el portal del excelso templo de Pumapunku! ¡Ay! ¡Ay! ¡Guagüita bendita! –
Ocllo Chijnu, luego de pronunciar la letanía, alcanzó un aguayo y un chumpi para que
el taliri envolviese el cadáver en su sudario chullpa, como correspondía.
Kapaj Awkana, el marido de Ocllo Chijnu, que aguardaba arrodillado
sosteniendo en la mano un kheru humeante como sahumerio, se levantó para, con
un caminar lento, escalofriante, circundar a los oficiantes y al niño sacrificado.
El taliri añadió una invocación:
–¡Gracias Jiskahuaka! ¡Guardian del Akapacha! ¡Guardian del Alajpahcha!
¡Guardian del Mankapacha! – El taliri y extendió el aguayo para colocar allí el cuerpo
inerte del niño. Enseguida, tomó un tumi, un cuchillo ceremonial en forma de media
luna y, con la destreza de quien obra una añeja rutina, trazó una línea profunda, del
pecho hasta el ombligo del inmolado. Separó los músculos y dio un golpe sobre el
tierno y cartilaginoso esternón para alcanzar las entrañas. Introdujo la mano, cogió
el corazón y lo arrancó, como si cosechara una papa desprendiéndola de las raíces.

Luego, el taliri, en silencio, despejó el centro del fino tapete ceremonial y emplazó
el corazoncillo. Tomó de nuevo el Kheru y regó cuatro veces; las veces que
significaban los fundamentos sacros de la teología de Wiracocha, del universo y de
la Chakana.
Kapaj Awkana y Ocllo Chijnu fueron llamados a postrarse. Estaban aún más
expectantes; muy tensos, pero muy serenos.
–El tiempo del regreso ha llegado, es el tiempo del Jatunpachacuti –el taliri inició
la interpretación del oráculo.
–Ukamau, ukamau, Wiracocha –respondío la pareja con la fórmula de la
aceptación.
–Todo lo que está grabado en el corazón de nuestra chullpa ya es sabido, ya es
conocido, sólo la pereza de los hombres no lo comprende. Ustedes como pareja
trabajadora, que han hecho prosperar a los pakajes, al ayllu, conocen el caminar del
pueblo, por eso fueron elegidos. El tiempo de regreso ha llegado, Thunupa no envía
la lluvia; la quinua y la papa fructifican ahora sólo a la orilla del gran lago Titikaka y
del Poopo, y en las riberas del Pumayapu… Veamos que dice Wiracocha –
el taliri cogió el corazoncillo y lo volvió de un lado a otro escrutándolo con los ojos–
. El sacrificio ha agradado a Wiracocha, por eso han salido cuatro presagios.
–Ukamau, ukamau, Wiracocha –Kapaj Awkana y Ocllo Chijnu repitieron el verbo
litúrgico.
–Veamos esta primera línea –el taliri mostró una de las arrugas que se habían
formado debajo la membrana que cubría el pequeño músculo inerte–. Es la línea del
agua, ésta dice que la sequía acompañará el tunkamaranaka. ¡No está buena!
–Ukamau, ukamau, Wiracocha.
–La segunda línea, la de la convivencia. Está hinchada, nunca ha estado así, esto
significa que hay voluntades humanas contra el esplendor de Taypicala… Hay celos
demasiado perversos entre los hombres, entre ellos.
–La tercera línea es la tierra… está rajada ocurrirá una gran destrucción, la tierra
temblará como jamás lo hizo y los achachilas lanzarán sus fuegos en forma
simultanea….¡Ay! ¡Wiracocha! No dejes que Taypicala se derrumbe y haz que Kapaj
Awkana y Ocllo Chijnu salven a tu pueblo, que trabajen para resguardar tu gloria y
para salvaguardarnos del cataclismo.
–Ukamau, ukamau, Wiracocha.
–La cuarta línea está serena, es la de la voluntad, la vuestra. Lo que quiere decir
es que de vuestro espíritu indomable dependerá el renacimiento de Taypicala. ¡Oigan,
Kapaj Awcana, Ocllo Chijnu!, si llevan adelante con sabiduría vuestra misión,
Tapycala permanecerá por siempre; como ya lo quisieron los amautas al erigir el
achachila bienhechor de Akapana. No olviden: con el tunkamaranaka que van a
cumplir, comenzamos el tiempo temible y munífico de un nuevo Jatunpachacuti… y
eso sólo se da con el cumplimiento de cincuenta y dos jiskapachacutimaranaka.
–Ukamau, ukamau, Wiracocha… ¡Ukamau, Wiracocha!

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