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DOS POEMAS

Abraham Pérez Aragón

EL AMANECER DE LA CRIATURA

Asoma entre dos sombras

la letra dorada bajo el dedo inerte

de un Dios enmudecido.

Desprovista de materia,
cae una moneda

en el fondo del hambre.

Un pájaro mezcla en su trino

los motores y las sirenas.

Cada cuerpo es un hormiguero hirviente

de trozos de galaxias en rebelión

contra el silencio de las venas.

¡Ay de lo que despierta:

el humus a la vida, el ojo a la mirada!

La suave piel de la estrella

punza entre la carne macerada.

Todo cenzontle camina por el llanto de los misiles,

sabe del canto del Simurg y del águila calva.

1
La industria de los dioses quebró en domingo.

Corona el firmamento una pira funeraria

y los zapatos lloran porque no tienen dueño.

¡Ay de lo que despierta:

la vida a la conciencia, la nada a sus paredes!

Se puede llenar el vaso del día

con datos, plástico y verdades inventadas,

con treinta litros de sueños

editados y finamente inoculados

en la ceguera de las hormigas

que no germinaron.

La rabia funda ciudades en los labios de la sombra

el hambre es una gota que pende del grito

en el vértigo de la madera se esconde el alma del fuego

de los dioses inmolados.

¡Ay de lo que despierta:

la conciencia a la máquina, la piedra al olvido!

la criatura a su hermosa,

a su sagrada indigencia.

2
COMUNIÓN

Escucho entre las cavernas de mi voz

la voz de todos mis ancestros,

el piso que piso está hecho con el cuerpo

de pasadas estampidas de mi sangre

y por los ventrículos de mis propósitos ocultos

desembocan en la tarde abierta del encuentro

con los designios más oscuros

en la imaginación de mis hermanos

los desorbitados animales de todas nuestras venas.

Ninguna fiebre ha negado la patria de sus gritos,

nadie ha dicho que cese el dolor con la cicatriz.

Si gemimos es porque todo arrebato

se busca en los tambores del instinto.

Me hicieron caminar con la vergüenza de los hombres,

desplazarme con la polvareda de lo demolido

y voy con mis hombros desplomados,

entre siglo y siglo,

espetando tercamente que me duele,

que la amo,

a la partícula de polvo que yo no soy.

No es posible arrancar la herida sin arrancar al niño

porque las heridas de los niños que fuimos

dejan las huellas de su juego en nuestros rostros,

3
y de rostro en rostro vamos arrastrando

la huella del único pecado que más que culpa

nos trajo gozo.

Como las rejas inocentes del presidio

como el amor de lo que sufre hacia su amo

son los pies del abatido

los que aprisionan las cadenas.

Hay que ser ciego para no sentir

para no soltar el efluvio que se desgrana por los dedos.

¡Levanto una plegaria por mis uñas, por mis párpados!

Digo que no para saber que existo

y no necesito razones para decir que sí.

Para mí todos los martes son domingos

y los años son cabellos en el cráneo de una mesa

y los nervios del aire soy y soy la linfa

y soy la savia

y soy la sangre.

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