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El campo de la educación ambiental, desde hace varias décadas ha venido traspasando todas las
esferas de la sociedad y los ámbitos de acción del ser humano, desafortunadamente, con una
interpretación un poco sesgada y probablemente ingenua de lo que realmente es, por esta misma
razón es que al docente de Ciencias Naturales, en las instituciones educativas, se le ha asignado el
liderazgo del Proyecto Ambiental Escolar (PRAES), además es el encargado de realizar los ajustes
pertinentes al currículo, para que tenga coherencia con las necesidades de la institución y con la
normatividad educativa. El problema radica, en que, para que la educación ambiental, en una
institución educativa, sea trasversal y se articule con las demás asignaturas y proyectos
institucionales, es fundamental que los docentes estén vinculados profundamente con su institución
y tengan un verdadero espíritu de transformación para las diversas problemáticas que se observan
en su entorno, para que no se conviertan simplemente en la ejecución anual de proyectos que
finalmente no trascienden, tal vez por el desconocimiento, del verdadero significado de educación
ambiental. Por estas razones, es válido cuestionar si ¿es por medio del desarrollo de la educación
ambiental, en el aula, que se puede lograr un cambio en la cultura de lo ambiental? Se podría pensar
inicialmente que es solo a través de las aulas que se llegaría a solucionar la crisis ambiental actual,
pero en realidad es importante que todos los seres humanos demuestren un verdadero compromiso
por lo ambiental, por la conexión que se debe tener con todos los seres vivos, para comprender
como, se depende de ellos, para alcanzar una verdadera felicidad, tal vez alejada de la suntuosidad,
la vanidad y los excesos de toda índole, por esta razón la educación ambiental se debe integrar a
todos los sectores en una sociedad, sin limitarla exclusivamente a la comunidad educativa, aunque
si es fundamental el rol que desempeña el docente como gestor de un ideario que se puede
configurar en los estudiantes.
Un segundo sector es el social, como bien lo establece la UNESCO, a través del Programa de
Naciones para el Medio Ambiente (PNUMA), que ante la grave situación ambiental que atraviesa el
planeta, se requiere que cada individuo se comprometa a desarrollar su propia ética ambiental hacia
el desarrollo sustentable, que según la UNESCO se podrá alcanzar a través del fomento a la EA,
como se evidencia en la reseña histórica de la educación ambiental presentada por Gonzales en
2001, donde se lee:
“…Con esta política se emite el mensaje de que la educación tendría ahora mejores
posibilidades de recibir un mayor respaldo y con ello responder a la denuncia que la UICN
venía haciendo en cuanto a que la “educación era la prioridad olvidada de Río”, si bien esto
parece también implicar la sustitución del concepto de EA por el de educación para el
desarrollo sustentable”. (González, 2001, p. 153).
Este respaldo a la educación para el “desarrollo sustentable”, debe incluir programas que
dignifiquen la labor docente, especialmente desde las áreas afines al cuidado del medio ambiente,
que contribuyan a incentivar en los docentes el amor, la responsabilidad, el compromiso y la ética,
frente al manejo de la educación ambiental, pues, es el docente quien da los primeros pasos en la
generación de conciencia ambiental en la comunidad, quien contribuye al reconocimiento de la
crisis ambiental actual y además quien puede mejorar la capacidad para ver las situaciones
problemáticas en el entorno en que se desenvuelve, dadas sus características particulares y por ende
las respectivas soluciones. Si bien es cierto que no puede arreglar de forma definitiva la crisis
actual, si es posible que se contribuya a mejorar los conocimientos de la comunidad frente a su
entorno y al cuidado del mismo.
“… Castro (2009), señala que en estos procesos comunicativos se suele caer en los
siguientes errores: tecnicismo (jerga incomprensible, por lo que hay que producir mensajes
en los códigos culturales de la población); un enfoque catastrofista (los problemas
ambientales se presentan de forma apocalíptica); la propaganda (uso de lo ecológico como
un plus de venta); y la información superficial y anecdótica de temas ambientales (por
ejemplo, día de agua o medio ambiente)” (Cuesta, 2016, p. 126).
Ya que la sociedad debe alejarse de ese tono superficial que se implanta a través de los mensajes
subliminales de los medios de comunicación, se puede por último, acercar a los saberes ancestrales,
retomándolos, pues es la comunidad indígena de quien más se podría aprender acerca de la
convivencia armónica con la naturaleza, ya que sin el uso innecesario y excesivo de los recursos, tal
vez erróneamente llamados sustentables, ni la dependencia de la tecnología o de los productos
impuestos por el desarrollismo de la sociedad consumista. Son ellos quienes verdaderamente,
pueden catalogarse como individuos felices, pues para ellos la felicidad no radica en el tener, sino
en el vivir bien con lo que se tiene, en austeridad, para no afectar la convivencia con los demás
seres vivos, el indígena desde su cultura ancestral enseña una cosmovisión totalmente distinta. Entre
los apartados expuestos por Estermann, (2012) de la filosofía de la Pacha se destaca:
“… el ideal amerindio del “Vivir Bien” cuestiona radicalmente la ideología occidental del
“desarrollismo” y los principios ideológicos del “crecimiento ilimitado” neoliberal. El
verdadero “progreso” no consiste en un incremento cuantitativo de bienes de consumo y de
la producción , ni en el aumento de las ganancias de una empresa, sino en el nivel de
distribución justa y equitativa de la riqueza existente y el uso prudente y “pachasófico” (de
acuerdo al orden holístico del cosmos) de los recursos naturales y humanos…la carrera loca
del “crecimiento económico”…lleva a un “regreso” inevitable de la vida, con la
consecuencia de un deterioro catastrófico del equilibrio cósmico que conlleva, para el
mundo indígena, un pachakuti, una revolución cósmica de dimensiones “apocalípticas”.
(Estermann, 2012, p. 163)
Con todo esto podemos concluir, que la educación ambiental, basada principalmente en el ejemplo
diario que los sujetos en formación reciben de sus pares, es el que lograría implantar una nueva
cultura, con un cambio radical en el lenguaje que se maneja a través de la educación ambiental, que
no se limita al aula de clase, sino que se debe transversalizar a todos los ámbitos y espacios de la
sociedad, desde una simple decisión individual, de retomar el Buen Vivir de los ancestros
amerindios para ser capaces de liderar los diversos procesos de integración armónica con todos los
seres vivos y para ello, claro que el docente afronta un reto ambiental que le presenta el momento
actual y para esto debe aprovechar toda su experticia, que logren la innovación educativa, que
tengan en cuenta al estudiante como un individuo activo, reflexivo, con habilidades ciudadanas que
pueden potencializarse, desde donde se promueva la formación de conciencia y se logre un
aprendizaje efectivo, que conlleve a la equidad y al sano equilibrio ambiental en toda su comunidad,
donde puedan primar los estilos de vida austeros, alejados del consumismo desmesurado de la
sociedad actual, ya que el ser humano debe evolucionar y el camino lo establece el desarrollo de la
educación ambiental, puesto que, “la educación en su sentido más amplio juega un papel
fundamental, la educación es la fuerza del futuro, porque ella es uno de los más poderosos
instrumentos para lograr el cambio” (Garcia, 2005, p. 7).
BIBLIOGRAFIA