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Ocio,

amor,
odio y
miedo.

Rolando Alvarado Anchisi


Información bibliográfica

Alvarado Anchisi, R (2018): Ocio, amor, odio y miedo


Panamá.

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ISBN 978-9962-12-913-4

1
Índice
Información bibliográfica 1
Prólogo 6
Al rojo vivo 10
Sin título, número cinco 11
De piedra 12
De colores 15
¡Maldito amor! 16
La bruja 17
Violeta 20
Guerrero frustrado 21
Perdido 22
Fruto de la tentacion 23
Abandono con H bulliciosa 25
Pueblo 26
Ánima 27
Melancolía nublada con C negrita 29
Sabio urbano 30
Último árbol 31
Mi corazón 33
Oda al pedo 34
Mariposas en la barriga 34
Deseo sangriento 35

2
Imposible 38
Canción disonante en D al cuadrado 39
Jódete 40
Pienso en ti 41
Pseudoprosa vespertina en C menor 42
Corazones enamorados con P mayúscula 43
Mentira piadosa 45
Guerra 46
Sólo 47
Kronos 48
...al final... 49
Pleito en Re sostenido 53
Lado 54
Doliente 55
Intranquilidad en S mayúscula 62
Último aliento 63
Nostalgia en U minúscula 66
Nostalgia cósmica 67
Oda a Ñeque Art 69
Corazón raspado 70
Agonía en F bemol 71
Sabio loco 72
Staccato en H nublada 79

3
El cuento aburido 80
Pseudoverso vago 82
Infierno hibernal 82
Mi reflejo 83
Elemental 86
Confesión de un cafeinómano 87
Payaso solitario con S minuscula 88
Bon chance 89
Fantasía febril 90
La mentira y el simio 91
Musa indiferente 93
Amor gitano 94
Riña con B mayúscula 97
¡Me aburro! 98
El décimo tercer hijo 99
El camino difícil 104
Nocturno 105
Entrometida 109
Sueño de un día despejado 110
Incógnito 111
Oda a la... “cosa” 112
Contelación de ti 113
Mi periquita canalla 115

4
Vida mía 116
Cuento dulce 117
Pesar estóico 120
Musas 121
Blanco y negro 122
Sapo belllo 124
Haikús 125
¿y ahora qué? 127
Sobre el autor 130

5
Prólogo

Hace un par de años estuve lo más cercano a la


muerte de lo que alguna vez soñé o quise estar. No
temo a la muerte, no me aferro a la vida, pero no
creo estar listo para aceptar el cese de mi existencia
aún. Nadie lo está. Ni siquiera quienes quieren ver el
otro mundo o el paraíso, o incluso reencarnar en
condiciones más favorables. Fue un experiencia
bastante interesante, con relativas pocas
consecuencias para mi, pero todo un despertar. Ese
poner mi mundo de cabeza me hizo sentir
muchísimas emociones, a veces de forma
simultánea: miedo, gratitud, dolor, alivio...

No creo que ese accidente en particular haya sido el


desencadenante de todo, porque siempre me ha
fascinado este mundo, mundano y sublime al mismo
tiempo, y creo que por herencia cultural de mis
padres nunca he sido convencional o dócil. No
obstante, ese despertar canalizó mi hostilidad,
emociones, pensamientos íntimos y momentos de
inspiración en algo productivo, que bien podría pasar
a la posteridad como cualquier otra de las tantas
obras que pasan desapercibidas por un público cada
vez menos interesado en la lectura.

Absolutamente todo en esta obra fue escrito desde


mi móvil, con dos pulgares, en momentos de ocio
extremo, inspirado por cosas que he escuchado,
visto o pensado durante el transcurso de mis días
con pequeños problemas, pequeñas victorias,
pequeños momentos... todos con un pequeño toque
es oscuridad, lo que siempre realza el impacto de la
luz sobre todo.

6
De haber un agradecimiento para alguien, sería para
ti, querido lector, miembro de una agonizante
especie dentro del reino humano, que aún quieres
leer algo. Es por eso que te dedico todo esto a tí, en
celebración por tu naturaleza, en gratitud por tu
tiempo, en admiración a tu atención, en desafío al
conformismo, en un mundo plagado de hombres
españoles en pantalones cortos pateando un balón
de un lado al otro, memes cada vez menos sutiles y
graciosos, series de televisión sin gracia o
creatividad, películas de intensos efectos especiales
e insípidas tramas, mientras que al mismo tiempo
algún morón ingenuo comparte uno de los tantos
absurdos retos e ideas paranoicas.

El título, como bien has podido deducirlo, parte de


mis momentos de ocio, como ya lo he mencionado, y
de los tres sentimientos que, creo, son los más
poderosos de la condición humana: el amor, el odio
y el miedo.

El amor, es obviamente el motor que mueve el


mundo. Es la causa directa de la esperanza y los
sueños, de las aspiraciones y el trabajo duro. De
todas las formas de amor, he decidido concentrarme
en el amor romántico, por ser el que más compagina
con mis cuentos y mis “llamadas” rimas.

El odio, que es tan poderoso o más que el amor,


también puede ser un motor, pero no
necesariamente para el mal. Odiaría ser irrelevante
en este mundo, ergo me esfuerzo por hacer mi parte
en mejorarlo. Quizás no gane en ningún momento el
Nobel de la Paz, pero contribuyo igual que todos...
aunque debo aceptar que lo que me motiva no es

7
amor, sino odio, pero impulsado hacia lo constructivo
y positivo.

...y claro está, el miedo, porque siempre he sido un


poco sombrío. No tenebroso o siniestro, pero sí algo
oscuro. Me gustan los giros inesperados, hecho del
que te percatarás en mis cuentos cortos, pero con
un toque optimista. La vida ya es muy dura para
mirarla con un prisma macabro.

También está el tema de mis rimas, que a veces no


riman, y ha sido a propósito para chocarlos. Tienen
nombres ridículos, porque no creo en lo sublime que
al mismo tiempo no sea mundano o incluso ridículo.
Para mi, el lenguaje debe ser musical, y aunque esto
parece una obra en castellano, realmente es una
colección de sonidos y emociones, todo ritmo. No sé
si puedo referirme a mis rimas como poemas,
porque aún concibo los poemas como algo aburrido,
distante y frío, muy distante a mi naturaleza
disruptivas, inconforme, enamorado de la música.

Por último está la autoría, que es toda mía, a pesar


que pensé en publicarlo bajo el seudónimo “Shiara
Dalva Ronci”, en un transitorio acto de cobardía.
Irónicamente, “Shiara” es el nombre de mi esposa, lo
que pudo tener el potencial de conflicto en casa. Así
que para bien o para mal, está a mi nombre, sin
anagramas o seudónimos, para la posteridad.

Creo con firmeza que el mundo es un inmenso


parque de juegos, en el que se pueden hacer
muchas cosas interesantes con trabajo, imaginación
y entendiendo que no debe tomarse uno las cosas
muy en serio.

8
Al igual que tu, tengo un trabajo que paga las
cuentas, que demanda mucho de mi tiempo. No
obstante, estoy en contra de obnubilarnos con
excesivo uso de alcohol y drogas, redes sociales y
televisión. Disfruto mucho mi estadía en mi provincia
adoptiva, Chiriquí, donde es posible que me
encuentres caminando las calles, escuchando
música y tomando foto de las curiosidades no
sensacionalistas a mi alrededor.

De encontrarnos algún día, estaré mucho más


agradecido contigo, querido lector, si en lugar de
compartir tus opiniones y comentarios, decentes o
indecentes, constructivos o destructivos,
halagadores o denigrantes, compartas algo original,
ingenioso, fresco, ingenuo, obsceno, iracundo,
cómico... de tu creación. Sería un pequeño momento
nuestro, en las respectivas historias de nuestras
vidas, que compartiremos para el crecimiento de
ambos.

9
Al rojo vivo

Niña de fuego,
ojos de brasas,
cabello, lava.
Parque de juego,
en llamas danzas,
chispas creaba.
Pronto o luego,
campos arrasas,
candela canta.

10
Sin título, número cinco

Estoy perdido, a la deriva,


sin poder aferrarme a nada,
sin esperanza de volver.

Mente rebelde y fugitiva,


la razón me empuja errada,
por sendero para temer.

El corazón no sobreviva
otro tropiezo u otra mirada,
que su llama ha de encender.
Ojos a los que ella motiva,
cautivos en cuenca cerrada,
acallados ahora por recorrer.

¡Desistan de esta ofensiva


cruel tortura vil, alargada!
Amor que no puede ofrecer.

Amor manco que no reciba


calor, por esencia dudada,
pecaminoso, puede ofender.

11
De piedra

Desnuda, rígida y con la mirada perdida, en medio


de una majestuosa fuente, rodeada de ninfas y
sátiros, en una escena salida de alguna fábula.
Entendía perfectamente bien que sus curvas
estaban talladas en mármol, pero sentí una mezcla
de agradecimiento y envidia ante la idea del escultor
responsable de darle forma, pasando sus dedos por
aquel cuerpo. Era hermosa y quedé enamorado a
primera vista.

No me interesaba conocer el viejo mundo o andar


rodeado de turistas, pero eran las cosas que se
esperaban que hiciera y debía mantener mi fachada.
No me importó el Sol, la muchedumbre y sus
simplicidades. Me paré frente a ella a admirarla.
Tarde me percaté que mi concentración ya
empezaba a ser motivo de burla entre los mortales.
Si tan sólo pudiera liberar mis fuerzas e incinerarlos
a todos en el acto. No podía. Me costaba mucho
mantenerme controlado y disfrutaba mucho pasar
por mortal. Pero confieso empezar a sentirme
solitario luego de un par de siglos.

Permanecí ahí durante días. Me olvidé de los


mortales, la gira turística, los elementos, las
pequeñeces del mundo e incluso del tiempo mismo.
Con el tiempo, sucio, con el cabello y la barba
largos, los demás me evitaban creyéndome un
vagabundo o alcohólico. Un día no pude contenerme
más y reuní todas mis fuerzas, me concentré y agoté
todo mi don divino en un sólo propósito: hacerla
mortal. Aquello no era cosa fácil, porque los mortales
tienen libre albedrío y siempre podría ocurrir que yo

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perdiera todo, quedando convertido en mortal o
incluso morir en el proceso, y que ella sencillamente
no quisiera estar conmigo.

Debía acercarme lo más que pudiera. En invierno,


aquellas fuentes de la ciudad no funcionaban, así
que debía hacerlo entonces. El agua y yo no nos
llevamos bien. Una noche, me introduje a aquella
fuente, ahora seca, desolada, sin testigos a la vista.
Escalé hasta llegar a ella. Mi mano estaba en
llamas. La toqué y poco a poco el mármol de
convirtió en carne. Aquella hazaña me agotó y me
sentí más débil que nunca. Casi no tenía fuerzas
para alzar la mirada. Me sentía desfallecer. Como
era de esperarse, al principio ella estaba algo
desorientada. Me hizo muchísimas preguntas, a las
que respondí con mucha paciencia.

Bajamos de aquella fuente, y la acobijé con un


abrigo que llevaba para la ocasión. La llevé al lugar
donde me hospedaba, un pequeño cuarto en el
sótano de un edificio pequeño. La puerta daba a un
callejón. En nuestro camino no encontramos un
puñado de almas perdidas y mortales en sus
pequeños mundos. Nadie pareció prestarnos
atención. Al entrar tuve que acostarme para
recuperar mis fuerzas. Ella continuó con sus
preguntas y al final tuve que confesar mi amor.

Dormí profundamente y al despertar no la encontré.


Al salir entendí que debí haber dormido durante
meses, quizás años, porque el mundo había
cambiado. Me asombró verme en el reflejo de una
vitrina, afeitado, limpio, con ropas frescas, nuevas.
Deambulé desorientado por aquella ciudad, rodeado

13
por mortales preocupados por sus pequeñeces.
Pequeñas vidas, pequeños problemas, pequeñas
victorias. Pero ¿quién era yo para juzgarlos ahora?
Era posible que fuera uno de ellos ahora... y estaba
la pregunta de mi amada encarnada. ¿dónde estaría
ahora? Alguien cuidó de mi este tiempo.

Volví a aquel cuarto, tropezando con una hermosa


mujer. Ella me reconoció antes que yo a ella. Era mi
amada. Me abrazó como a un marino que vuelve a
casa luego de un largo viaje. Me sentí aliviado.
Volvimos a nuestro pequeño cuarto, donde me
preparó la cena, y hablamos durante horas. Ella
cuidó de mi durante meses, creyéndome medio
muerto, pero permaneciendo a mi lado. En mi
letargo, ella también se enamoró de mi e hizo todo lo
posible por atenderme lo mejor que pudo. Ella
trabajaba ahora en una panadería. Ambos éramos
ahora mortales.

Debo confesar que pasar de magnífico dios del


nuevo mundo a pequeño mortal en el viejo mundo
fue una experiencia más gratificante de lo que
esperaba. Pequeñas vidas, pequeños problemas,
pequeñas victorias... todas deliciosas y más
gratificantes de lo que creía. Sin embargo, nuestra
historia de amor no es nada pequeña. Podría decirse
es grandiosa. Disfruto cada día, trabajando como
artesano, creando cerámicas que se usan todos los
días en pequeñas labores del hogar, entendiendo
que son los pequeños momentos los que hacen de
la vida mortal más dulce.

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De colores

Estuve aquella época azul,


ante miradas que ella arroja,
que casi hiere, lastima y muerde,
cual mazo, hacha, incluso cuchillo.

Me guardé el corazón en un baúl,


mientras ella estaba siempre roja.
Mi conciencia intranquila remuerde,
las emociones llevo en bolsillo.

Aferro cual tornado a abedul,


mientras furiosa sólo se enoja.
Amor dañado, algo feo, verde.
Amor vive en choza, no castillo.

Entre seda, vidrio, clavos y un tul,


podrido bajo la lluvia que moja.
Con cada mirada resta, se pierde.
Yo persisto cobarde, amarillo.

15
¡Maldito amor!

En las noches indeciso la alejo,


en el día, culpable me acerco.
Pasan semanas en que danzo,
alrededor de mi corazón parco.

En meses y años me torno viejo,


culpándome por ser tan terco.
Momentos felices no alcanzo,
recuerdos, triste y sólo, abarco.

Escucha bien, joven, mi consejo:


el corazón herido crea un cerco,
pequeño, duro cual garbanzo,
inmune a Cupido, flecha y arco.

Sin atender, crea un lío complejo,


en lugar de noble, parece puerco,
cuando ignoro, escondo y no alzo,
abandono a la deriva como barco.

16
La bruja

Viajaba por aquella carretera oscura, perdido en


medio del manto de la noche, huyendo de aquellos
hombres. En una estación de combustible, me
detuve a estirar las piernas e ir al baño mientras el
dependiente llenaba el tanque de combustible. Antes
de salir del baño escuché los disparos. Me asomé
con cuidado. Aquellos hombres habían asesinado a
todos, y estaban ahora en una tienda asaltando al
cajero y los clientes. Con cuidado avancé hasta mi
automóvil, me introduje y salí huyendo a toda
velocidad. Logré escapar unos kilómetros mareado
por tanta adrenalina, esperando encontrar una
estación de policía, cuando los hombres me
alcanzaron.

Iban pisándome los talones. No sabía qué hacer, y


pensé que al meterme en aquel camino de tierra los
perdería. Conduje por lo que parecieron horas. Poco
a poco fueron quedando atrás, pero el miedo de lo
que podrían hacerme no disminuyó. Continué por
aquel camino hasta que terminó junto a una cabaña
junto a un lago. Apagué el motor y apagué las luces
creyendo la oscuridad me ocultaría. Pasó un rato y
uno de aquellos hombres me alcanzó descalzo,
corriendo horrorizado, manchando de sangre la
ventana. Sentí al mismo tiempo alivio, temor y duda.
Fue entonces cuando ella apareció. Una hermosa
chica desnuda, cubierta en sangre, que se movía
como un animal, de lado a lado, como
examinándome.

En mi confusión, en mi terror, no pensé tener


muchas opciones en aquel desamparado paraje al

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final del camino. La noche era fría y húmeda. La
extraña chica se detuvo, y me quite la chaqueta para
abrigarla. Ella se veía nerviosa, inquieta. No supuse
nada, pero algo me empujaba. El temor quedó atrás.
Pasó un momento, y fue cuando ella me agradeció
mi gesto. Me invitó a la cabaña, que resultó ser
suya. Todo en el interior contrastaba con su exterior.
Por fuera, parecía abandonada, pequeña y
polvorosa, mientras que por dentro estaba limpia,
cálida y hermosa.

La chica me invitó a pasar la noche, pidiéndome que


la esperara mientras se aseaba. No sabía qué
pensar de todo este ensueño en medio de una
terrible pesadilla. Al rato desperté luego de haberme
quedado dormido en la mesa. El aire estaba lleno de
aromas de especias y el delicioso olor de una
comida. Me gruñeron las entrañas. Al levantar la
cabeza, vi a aquella chica vistiendo un camisón,
mientras preparaba la comida. Comimos y hablamos
como nunca he hablado con alguien. Sentí le vertía
mi corazón sin mucho esfuerzo por restringir mis
miedos, sueños y esperanzas.

Fue entonces cuando me contó su secreto. Ella era


una bruja. Pensé que las brujas serían viejas
encorvadas con verrugas y torcidos dedos
achurrados. Nunca me imaginé ver una, y mucho
menos hermosa como ella. Me confesó haber
matado a mis perseguidores. Le pregunté, para mi
sorpresa muy calmado, sobre cuál sería mi destino.
Me dijo que no sabía, que se sentía sola y que si
aceptaba quedarme a su lado. Muy intrigado, ahora
sin miedo, le dije que sí. Frente a mis ojos todo
cambió. Ella se tornó fea, vieja, tal como imaginaba

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a las brujas. Vi los cadáveres mutilados de aquellos
maleantes junto a mis pies y a ella desnuda,
embarrada de sangre. Por algún extraño motivo, me
acerqué y tomé su mano.

Estaba callosa, áspera y fría, pero algo me decía


que esto no era real. Todo volvió a cambiar frente a
mis ojos, y entendí que no importaba cuál era la
realidad, porque junto a ella podría ver todo como
me complaciera. Acepté este trato diabólico, la traje
a la mesa tomada de la mano, me senté y volví a
comer de aquella rica comida.

Desde entonces vivo aquí, en esta desvencijada,


abandonada cabaña en medio de la nada, sumido
en una eterna oscuridad, junto a mi bruja amada. No
me importan ya los viajeros perdidos, los restos de
animales mutilados, que entreveo en ocasiones en
que mi realidad titila y la del resto del mundo se filtra.

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Violeta

La chica de tonos violeta,


lleva ira latente, violenta.
Siempre quiso ser poeta.
Ella estaba incompleta.

Príncipe, no proxeneta,
que Sol y Luna prometa,
en vida real, no secreta,
holgada, que no aprieta.

Compañero leal, respeta,


con quien sentirse quieta.
Ayuda y no sólo objeta.
Que libere y no someta.

¿Habrá así en planeta?


Que la visite en bicicleta,
sin tuxedo, en camiseta,
lleva flores, no cometa.

Que la dibuje en libreta,


que escriba en servilleta.
No impone o etiqueta,
a la chica indiscreta.

La bella chica coqueta,


que entre risa y rabieta,
puede ser morisqueta,
hermosa, muy pizpireta.

20
Guerrero frustrado

Quisiera rasgarme la piel


para que veas cómo soy.
La hoguera y sus brazas,
profundo en mis entrañas.
Ensordecedores latidos,
en mi pecho y mis venas.

Nada es todo flores y miel


a mi paso iré donde voy.
Hereje alejado de masas,
tu convenciones extrañas,
un mundo santo, podrido,
lleno de glorias y de penas.

A mis principios seré fiel,


mañana, pasado y hoy.
Ni los golpes, ni amenazas,
con argucias o malas mañas,
me torcerán. No seré vencido.
¡Romperé todas mis cadenas!

21
Perdido

Llegué a aquel mundo quizás por accidente, quizás


porque era mi destino... quizás por una combinación
de ambos. No conocía bien aquella tierra, sus
montes, valles o planicies, los bosques y desiertos,
los ríos...

Su aire era especial. A veces era como una brisa


fresca que me renovaba, otras era dulce con un
toque de almizcle, otras veces salado y rancio. Lo
cierto era que disfruté mucho conocer los cambios
con las estaciones.

Hubo temporadas cálidas en las que me sentí muy a


gusto, y otras algo gélidas en las que incluso pensé
abandonar aquél lugar donde hice mi hogar. Amaba
aquella tierra, y decidí quedarme. Pasé días de
sequía, noches de tormenta, atardeceres con nubes
color malva y amaneceres de cielos naranja.

Memoricé sus constelaciones y me enamoré de sus


lunas. Encontré campos fértiles donde cultivar,
praderas serenas dónde construir mi hogar,
quebradas de agua dulce dónde beber cuando
estaba sediento.

No encontré antes un mundo como éste y no sé si


podría abandonarlo jamás por temor a no volver.
Llegué a esta tierra queriendo explorarla y domarla,
y al final fui yo quien resultó conquistado.

22
Fruto de la tentación

No sé cómo llegué a aquel hermoso lugar de


naturaleza silvestre, llena de verde y vida. Los
animales se acercaban curiosos a verme, mientras
caminaba por los herbazales contra una dulce brisa
fresca llena de aroma a flores y cítricos. Llegué a un
jardín con tres imponentes árboles en su centro, y en
medio de ellos una fuente de la que salían canales
de irrigación para el jardín.

Bebí de aquella agua, sintiéndome, por primera vez


desde mi niñez, completamente renovado y me
acosté bajo la sombra del mayor de los árboles.
Cuando sentí hambre entendí la mano, y probé el
dulce fruto. De inmediato, los pájaros callaron su
canto, el aire se detuvo y la tierra tembló. Me invadió
una sensación de placer como nunca experimenté
antes, pero cuando volví a probar el fruto, lo sentí
insípido, por lo que no seguí comiendo. Pero mi
apetito estaba enloquecido, así que tomé un fruto del
siguiente árbol.

En cuanto lo probé noté el Sol detenerse sobre el


cielo y tornarse oscuro como la noche. Me pareció
que el mismo tiempo se detenía y al mismo tiempo
notar el proceso de putrefacción de las hojas
marchitas a mis pies, la maravilla de las criaturas a
mi alrededor y al mismo tiempo lo insignificante de
cada una dentro del gran esquema del Universo. El
fruto era amargo, y no pude probar otro bocado.
Continuaba con un apetito voraz, así que me
acerqué al tercer árbol, que poseía una
majestuosidad etérea e indescriptible.

23
Extendí mi mano y en cuanto toqué el fruto de aquel
árbol sentí un frío que me recorría hasta los huesos.
Probé su fruto, que resultó estar podrido, pero tragué
un poco. Aquel fruto me ocasionó un malestar
terrible que me puso de rodillas, doblegándome por
dolor. Sentí cómo mi corazón se detenía, mi carne
se tornaba fría y el mundo continuaba a su ritmo,
olvidándose por completo de mi.

Tendido, entendí que había probado del árbol de la


tentación, del árbol del conocimiento del mal, y del
árbol de la muerte. Me sentí arrepentido, habiendo
tenido tantos otros árboles de los que pude haber
comido, como del árbol de la dicha eterna, habiendo
sellado mi destino, con el apetito voraz de la
tentación, el conocimiento del mal y una muerte
eterna, sin descanso.

Salí de aquél lugar cambiado hasta lo profundo de


mi alma inmortal, entendiendo que no podría volver
jamás o haber permanecido ahí más tiempo. Ahora,
deambulo por las noches, entre los mortales,
saciando mi apetito, aprendiendo lo terrible que son
y pueden ser, sin poder descansar jamás.

24
Abandono con H bulliciosa

Él, dormía bajo el firmamento,


en compañía aves e insectos,
arrullado por el soplo de las brisas,
acobijado por el grueso césped.

Él vivía mortificado, sediento,


sumido por el amor y sus efectos;
recordando momentos y risas;
de este mundo tan sólo un huésped.

Él, arrepentido en su pensamiento,


habiendo despreciado afectos,
maldito por emociones imprecisas,
soledad y desamor a su merced.

25
Pueblo

El eterno clamor, sin impetus,


pueblo de pobres reprimidos.
Pobres de mentes y espíritus.
Siempre resultan oprimidos,
villanía infecciosa, mero virus,
deja sofocados y suprimidos,
sueños elevados de sus tribus
retrógradas, de sesos podridos,
que destruyen dejando detritus,
sueños frustrados, resentidos,
postrados, sumidos, por ictus,
peleando por sobras, gemidos
de angustia, enfermos de tifus,
ignorantes, cansados, derruidos.
Son olvidados, cual pobre ficus.

26
Ánima

Aquella noche me perdí camino a casa. Mi abuela


solía decir que esas eran tretas de brujas o duendes.
Intenté regresar sobre mis pasos, sin lograr
encontrar el camino de regreso a casa. Aquella era
una noche estrellada, de cielos despejados, de luna
nueva, en la que me recorría una brisa fría que me
rozaba el rostro y los brazos. Me pareció escuchar la
voz de una mujer llamando mi nombre en aquella
brisa. Varias veces me di vuelta, creyendo ver un
resplandor blanco, quizás un camisón. Me empezó a
dar miedo, recordando los cuentos de mi difunta
abuela.

Fue entonces cuando en el camino encontré a


aquella hermosa niña. Mi primera impresión fue que
debí sentir miedo y, aunque me acerqué con cautela,
no encontré nada que me hiciera sospechar.
Supuse, sin preguntar, que era alguien igualmente
perdida en el camino. Nos hicimos compañía un
rato, y hablamos de todo lo que los niños pueden
hablar a esa edad, en esas condiciones. Al rato
encontramos el camino y llegamos a una quebrada.
Pasando la quebrada estaba mi casa. La niña me
dijo que su casa estaba de este lado. Decidí
acompañarla hasta la puerta de su casa, donde me
dio un beso en la mejilla, y regresé a mi hogar sano
y salvo.

Flechado por aquella niña, decidí buscarla la tarde


siguiente luego de haber acabado mis tareas y
labores. Llegué a aquella casa, que a la luz del dia
se veía abandonada, desvencijada. Entendí de los
cuentos de mi abuela, que aquella era una niña

27
fantasma, pero no sentí miedo. Esperé hasta que
anocheciera, sólo para volverla a ver. En cuanto
cayó la penumbra, ella apareció. Continuamos
hablando como si nada hubiera pasado. Y así
seguimos, durante años. A medida que yo crecía,
ella se manifestaba mayor, ya no como una niña.

Cuando me hice un hombre, decidí hacer mi casa en


aquel lugar abandonado, a pesar de las objeciones
de familiares y amigos. De día, vivía sólo, haciendo
todos mis quehaceres por mi cuenta, ansioso que
llegara la noche para volver a verla. Con el tiempo,
ella se manifestaba con mayor fuerza, incluso
pudimos consumar nuestro amor. Con el tiempo
quedó embarazada, y parió un niño fantasma, sano
y fuerte, que no desaparecía con el salir del Sol. Una
criatura en medio de este y otro mundo.

El niño creció a mi lado durante el día y junto a su


madre en las noches, sin necesidad de dormir o
comer. Su madre y yo envejecimos juntos, y llegó la
noche en que no la volví a ver. Al tiempo también
morí, pero nunca más la volví a ver. Ahora es mi hijo
quien vive en aquella casa, producto de nuestro
amor, con un pie en este mundo durante el día y el
otro pie en otro mundo durante las noches. Si lo
encontraras, lector fantasma o mortal, no sientas
miedo, sabiendo que al igual que tu necesita amor
para vivir.

28
Melancolía nublada en C negrita

Acostado con ambos ojos bien abiertos,


y el corazón apretado en mis manos,
te recuerdo abrumado, desconsolado,
luego de haberte muy lejos, empujado.

Confesiones inoportunas, desaciertos,


ilusiones tontas, sueños bobos y vanos.
Ahora peno, solitario, silenciado,
atacante e invasor cruel, querellado.

Ahora ojos fríos, distantes, desiertos,


me castigan evasivos, están lejanos.
Descubrí haber equivocado, errado,
en tu cercanía, estar enamorado.

Mis sentimientos son ahora encubiertos,


ante la mirada de todos, cotidianos.
Mi ego herido, furtivo, apenado,
por voto silencioso al que he faltado.

Nuestros destinos son viajeros, son inciertos,


las búsquedas por amor nos hacen humanos.
Seguiré por el camino que he llevado,
llevando tesoro, momento recordado.

29
Sabio urbano

¡Pobre chiflado, loco!


Que casi acaricias
la infinita sabiduría
sólo por un instante.

Lo que sabes, dices


a todos sin codicias,
sin mala fe, ni lujuria,
con tu manía vibrante.

Guardados secretos
sin sañas o avaricias.
Esperando sin furia,
alma símil, semejante.

Maestro en harapos,
mago en inmundicias,
de esta nueva centuria,
deambulas caminante.

30
Último árbol

Nos encontrábamos ahí, uno enfrentado al otro, dos


amantes con las manos hechas puños, y dientes
afilados. Ella con su espalda al último árbol sobre
aquella tierra, dispuesta a tumbarlo para hacer papel
y escribir todos aquellos poemas en su cabeza. Yo,
enojado, dispuesto a acabarla, sabiendo que aquello
a lo que se disponían estaba mal. El único árbol, la
única sombra, los únicos frutos, el único hogar de las
aves...

¿Sacrificaría el futuro por un capricho de ella o


tendrá que sacrificarme a estar sin ella? Los
músculos se tensaban y el aire parecía inmóvil entre
nosotros. Ninguno cedería. No podía concebir verla
triste o vivir sin ella. Me abalancé sobre ella con
todas mis fuerzas, soltando el puñal en mi mano,
cerrando los ojos y, muy profundo en mi corazón,
deseando ella hubiera hecho lo mismo, para
terminar en un abrazo conciliador.

Cuando no encontré resistencia, la sorpresa me hizo


abrir los ojos. Ella estaba en cuclillas, llorando al pie
del árbol. Su puñal tendido en el piso a su lado.
Comprendo que ella tampoco quería lastimarme,
pero no concebía un mundo en el que no pudiera
escribir sus poemas. La consolé y pasamos ahí la
noche, bajo aquel árbol.

A la mañana siguiente, desperté y no la encontré.


Ella estaba escribiendo con una vara sobre la tierra
desierta, llorando. Poco después el árbol dio frutos, y
juntos decidimos sembrar las semillas y a los años
vivíamos rodeados por enormes árboles en medio

31
del cantar de aves y fresca brisa bajo la sombra.
Una mañana decidí talar aquel árbol para hacer las
hojas de papel para mi amada poeta.

32
Mi corazón

¡Oh, terrible, tambor delator,


Que retumbas sólo frente a ella!
Pésimo amigo y confidente,
Tu ritmo me llena de rubor.

¡Me ensordeces con dolor,


Instigas a atrapar una estrella!
Alientas a que trate, intente.
Me inyectas ciego amor.

¡Oh, osado, guía con valor!


La miras sin defectos, sólo bella.
Siembras cuentos en mi mente,
Llenos de música, brillo y color.

Mi peor enemigo y doctor,


Para ti no hay reemplazo o mella,
Lates incansable e impaciente,
Hasta sentir su aroma, su olor.

No te percatas que no es amor,


lo que siente en su corazón, ella,
Que te encuentra impertinente,
Sin carisma, incluso con temor.

Abandona esto, terrible error.


Libera a la hermosa doncella
De tu pulso teso, inclemente,
Aunque sea tan sólo por honor.

33
Oda al pedo

Un verde pedo
Que libre vuela
El mundo ronda.

Pálido quedo
Cuando huela
Nariz muy onda.

Muerto remedo
El ánimo muela
Natura hedionda.

Mariposas en la barriga

Quietas mis mariposas


Ella un día volverá
Y ustedes revolotearán
En mi ser nerviosas

34
Deseo sangriento

Ella estaba sobre mi, y yo a punto se sucumbir con


gusto. Nos conocimos hace apenas unas noches.
Me enamoré de ella incluso antes de verla. Podía
sentirla mirándome detenidamente, como alguien
embelesado por flores silvestres que encuentra en el
borde de la carretera en medio de una gran
aventura... o quizás como una depredadora en
búsqueda de su cena. Me sentí intrigado en cuanto
la vi.

Gravité hacia ella y quedé absorto por aquellos ojos


que me miraban con una amalgama de juego y algo
más. "¿Dolerá mucho?", le pregunté esta noche
cuando estaba listo para entregarme a ella. No
respondió, sólo se limitó a recorrer sus dedos por mi
pecho, por mi rostro y mi cuello. Estaba ensordecido
por el palpitar de mi curioso corazón y sus fríos
dedos. Me sentía como ebrio por emoción.

Aquella noche en que nos conocimos, fue


brutalmente honesta conmigo. Ni ella misma se
esperaba contarme todos sus secretos tan bien
guardados por tanto tiempo, y yo quedé pegado a
ella como un caramelo.

Aquella noche nos despedimos, pero la noche


siguiente volvimos a vernos. Fue entonces cuando
me propuso el encuentro secreto en el que nos
encontrábamos ahora, faltos de aliento, sudorosos,
con la cabeza en las nubes. Ella se veía más
hermosa hoy bajo la luz de la luna y yo no podía
creer mi suerte.

35
Podrían decir que es amor a primera vista. Sentía
como que la conociera de toda mi vida, quizás de
miles de vidas pasadas encontrándonos una y otra
vez en este baile de cortejo. Se acercó a mi oído y
me susurró: "No tienes que hacerlo si no quieres.
Creo que dolerá poco, pero no quiero que estés
asustado". Esas palabras en su aliento frío en
aquella noche nublada era todo lo que necesita para
terminar de rendirme ante mi diosa de amor.

Sólo asentí, mirándola fijamente. Fue doloroso y


placentero a la vez, sentir la vida escurrirse de mi
hacia ella, calentando sus dedos, tiñendo de rosado
su rostro. Cada latido se hacía más fuerte, pero mi
corazón latía más lento.

Finalmente me sentí sin fuerzas para dar aquella


bocanada de aire, y fue cuando me torné flácido de
pies a cabeza. Ella se aseguró que no me golpeara.
No tenía fuerzas, pero yacía con mis ojos fijos en
ella.

La vi llena de vida, traspasando su terrible carga


sobre mi, y yo gustoso de recibirla. La vi lamer la
última gota de mi sangre de sus labios. Poco
después ella cayó tendida sobre mi, sin poder
controlarse, como una convulsión y un orgasmo al
mismo tiempo.

Su corazón empezó a latir por primera vez en años,


y todo ese retumbar sería para mi. Por mi parte, me
sentí cambiar de mi forma mortal, a esta criatura
nocturna en búsqueda de sangre.

36
Ese había sido mi regalo para ella, amor verdadero,
aceptando ser mordido con gusto para liberarla de
su tortura. Ella viviría una sencilla vida mortal, llena
de pequeños placeres, y quizás encontraría con
quién tener una familia, envejecer juntos y morir,
hasta encontrarnos en otra vida.

Nos despedimos con un beso aquella noche, cuando


yo ocuparía mi lugar entre las sombras y ella podría
volver a ver el Sol una vez más cada día. La amaría
hasta su muerte... o más bien, hasta llenarla de vida.

37
Imposible

Me enamoré de ti,
dos opuestos somos.
Tu el día, yo la noche.

Contrariado sentí,
males y prodromos,
de locura, derroche.

Indefenso parecí,
Sesos sin aplomos,
me tientan de noche.

Débil, estremecí,
mis vértices romos.
Luego vendrá reproche.

Razón nublada,
corazón retorcido,
sueños muy dulces.

38
Canción disonante en D al cuadrado

Una tarde lluviosa, en que la que precipitaban rayos


de Sol que rebotaban con todo cuanto tocaban,
sopló una brisa áspera del más profundo y solitario
silencio. Sentí aquella pertinencia floral, posado bajo
un arco iris negro, junto a nubes que se arrastraban
a su paso.

Encendí aquella noche la más gélida fogata que


acalambrara mis piernas. Vi pasar dos estrellas
rodantes sobre el domo del firmamento, y en ese
preciso momento olí el aullido de dos periquitos
antárticos.

Por más que lo intentaba, no podía superar aquel


vicio de respirar aire rancio de manantial, y fumar
agua pura y cristalina.

39
Jódete

Estoy tan jodido o más de lo que aparento


Tu y tus problemas me tienen sin cuidado
Bastante he logrado halando todas mis cargas
Para tenerte arreándome con la tuya pesada.

Estoy mucho más cabreado de lo que aparento


Aún lamiendo mis heridas de guerras del pasado
Orgulloso de mis logros a pesar de mis cagadas
Sin necesitar sostener tu flaca mano helada.

Estás más distante y lejos que en otro momento


Creyéndote poder escoger entre lo que he mostrado
En tu soledad, sólo con tu compañía quedas,
Esperándome arrastrado con mi ira ya pasada.

40
Pienso en ti

No me acuerdo de tu nombre,
nunca pienso en ti.

Dicen que nos vemos siempre,


que estás cerca a mi.

No te pienso cada día y noche,


nunca pienso en ti.

Que el corazón me lo reproche,


cuando estoy así.

Mi corazón roto en septiembre,


cada día dice que sí.

Sentimiento dejo que siembre.


Quiero estar junto a ti.

41
Pseudoprosa vespertina en C menor

Dispuesto a mudarme lejos a aquella cueva, con mis


posesiones más preciadas embaladas...

...dispuesto a pasar el resto de mis días en soledad,


silencio, frío y oscuridad con tal de olvidarte.

Una vez ahí, guindé luces para simular las estrellas


del firmamento.

Muy tarde comprendí que las había ordenado sin


querer en una constelación de ti.

Me propuse escribir un diario para guiar a otros en


mi predicamento.

Al final se volvió una colección de bosquejos, prosa


y verso con cada detalle tuyo que memoricé.

Cuando dormía soñaba contigo.

Cuando me levantaba, no podía evitar pensar en ti.

Recordar la forma en que te mueves, cómo me


miras, cuando te enojas, e incluso tus risas.

Sin remedio, enfermo de amor, con mi corazón


completamente roto y devastado.

Quise regresar a ti, estar en la calidez de ti


compañía, volver a memorizar tus formas, estar
aunque sólo a tu lado.

Pero enfermé de amor.

42
Padecí fiebre, dolores y malestares.

Sentí escalofríos recordando tu tacto.

Alucinaba con tu voz, con tu aroma...

Finalmente morí en la peor agonía, arrepintiéndome


de todo excepto de haberme enamorado.

43
Corazones enamorados con P mayúscula

No responden a razones,
No permiten negociación.
Sólo aceptan una tregua
Pagada sólo con amor.

Canallas, viles corazones,


Rotos en eterna negación.
Ni la mente, ni la lengua,
Logran calmar su clamor.

Piden primero pasiones,


Sacían primero emoción.
Su vocación no mengua,
Peor confidente, delator.

44
Mentira piadosa

Es dulce amarga
mentira piadosa,
conjura y alarga,
pesa y embarga.

Es rosa espinosa,
sentidos letarga,
obsesión afanosa,
cosa silenciosa.

Veneno descarga,
razón peligrosa,
prosa lengüilarga
que sólo sobrecarga

alma silenciosa,
el sueño encarga,
venganza furiosa
recibe dolorosa.

45
Guerra

¿Cómo confesarlo? ¿Cómo mantener mi orgullo y


ser al mismo tiempo vulnerable? ¿Cómo abrir mi
corazón sin dejar que tus flechas me maten?

Quemamos aquel puente y nuestras ciudades


ardieron. Ahora te pido tregua, porque lejos de ti me
siento morir.

Temo recibir una ofrenda de paz, que resulte


veneno. Temo cerrar mis puertas y no verte de
nuevo.

¿Será mejor dejarme someter por tus fuerzas


invasoras? ¿Vivir bajo tu régimen? ¿Caer de rodillas
ante tu majestuosidad? ¿O vivir como un renegado,
un rebelde, un vándalo? ¿Resignarme a vivir fuera
de tus muros, asediarte, doblegarte?

Estoy de ti enamorado, herido por tu desprecio,


ansioso de estar contigo, atribulado por mis
contradicciones.

46
Sólo

Él, dormía bajo el firmamento,


en compañía aves e insectos,
arrullado por el soplo de las brisas,
acobijado por el grueso césped.

Él, vivía mortificado, sediento,


sumido por el amor y sus efectos;
recordando momentos y risas;
de este mundo tan sólo un huésped.

Él, arrepentido en su pensamiento,


habiendo despreciado afectos,
maldito por emociones imprecisas,
soledad y desamor a su merced.

47
Kronos

El dictador incansable,
Titan entre los dioses.
Marchamos a tu ritmo,
sin retroceso o reposo.

Reinado cruel, miserable,


eternos holas y adioses,
fiel, sin engaños ni timo,
incansable, nada furioso.

Tu castigo: interminable.
Seré yo a quien acoses,
Verdugo veraz, legítimo,
Yo tu cautivo, temeroso.

48
...al final...

...y así fue como inició todo. En el momento, sólo


nos llamó la atención. ¿quién habría imaginado
entonces el curso que tendrían aquellos sucesos?
Seres queridos, extraños en la calle, hombres,
mujeres, ancianos y niños, que un día sencillamente
empezaron a comportarse fuera de lo habitual. Ojos
azules lechosos que parecían ciegos para el resto
del mundo, parecían para ellos ver más allá del
entendimiento mortal.

Algunos decían que era una dolencia, otros que era


producto de un veneno, una pócima. Lo cierto es
que empezamos a sentir miedo cuando aquellos
afligidos comenzaron a agredir al resto de nosotros.
Golpes, insultos, mordidas... nada trascendental.
Debimos haber corrido entonces. Quemar todo a
nuestras espaldas, caminar sin mirar atrás.

Recuerdo como si fuera ayer cuando uno de mis tíos


llegó a casa con su piel gris, pálida, ojos lechosos
azules, un sentido del oído aumentado que parecía
leer nuestros propios pensamientos antes que
nosotros mismos supiéramos qué pensábamos, y
una terrible fuerza y ferocidad que no requería
sueño, comida o bebida. Mis hermanos y yo
arrinconados por miedo cuando entró en nuestro
hogar aquella tarde. Rompió la puerta de un golpe e
introdujo su cabeza para mirar como si de alguna
forma imperceptible su cuello se alargara, dejando el
resto de su cuerpo afuera. Entró sin saludar y se tiró
en un lecho, delirando sobre cosas de una terrible
pesadilla, estando al mismo tiempo inquieto,
despierto.

49
Nos escabullimos en silencio, intentando no dejar a
ninguno atrás, saliendo con cuidado. Fue entonces
cuando despertó de su letargo, listo para cazarnos,
como una bestia que juega con una presa muy tierna
para dar pelea aún. Nuestros padres intervinieron, al
llegar en ese momento, aterrorizados por lo que
acontecía. Nuestro padre fue el primero en caer, de
una mordida al cuello, con dientes que arrancaban la
carne y derramaban la sangre. A pesar de ser un
hombre fuerte, no ofreció mucha resistencia. Siguió
nuestra madre que gritaba, golpeando a nuestro
atacante con todo lo tenía a mano.

Corrimos, sólo para encontrarnos rodeados en


medio de un pueblo de mortales convertidos en
bestias, deambulando por las calles. Algunos
agresivos, otros indiferentes al mundo. No
encontramos nada como lo que dejamos atrás en
casa. El palpitar de mi corazón me ensordecía, y
sólo entendía que debía sujetar de la mano a mis
hermanos con todas mis fuerzas. Sudorosos, pronto
uno se deslizó entre mis dedos. En cuanto giré lo
había perdido. Hice mi mejor esfuerzo por
encontrarlo, pero era como si se hubiera esfumado
en medio de un banco de humo de algún fogón
cercano.

No nos quedó más remedio que continuar, luego de


avistar a nuestro perseguidor en medio de la
muchedumbre. A la luz del día, en medio del blanco
humo, con aquellos ojos ciegos, todo videntes,
parecía como un demonio, en medio de otros
demonios y almas torturadas. Nos escabullimos y
corrimos con todas nuestras fuerzas. Lejos, sin aire,
con dolor nuestros costados, en nuestros pechos, en

50
nuestras piernas, tuvimos que detenernos a tomar
aire. A lo lejos, una columna de fuego y humo se
levantaba sobre el horizonte. Abajo, podíamos
escuchar gritos y gruñidos, como una escena de la
peor de nuestras pesadillas. Nadie venía tras
nosotros entonces, pero continuamos hasta que no
pudimos más. Había anochecido y estábamos listos
para rendirnos.

Sentía mi boca seca, sentía pulsar mi sien. Me


pareció, aquella noche, volver a ver aquellos ojos
azulados, brillando desde algún lugar de la
penumbra. Pronto se hizo frío y quedamos dormidos,
agotados. A la mañana siguiente, continuamos
caminando hasta llegar a otro pueblo, donde
empezamos a notar los cambios que notamos en el
nuestro hace algún tiempo. Una anciana nos dio de
comer y beber, y quiso acogernos, pero aquella
noche tomamos un poco de fruta y agua, huyendo
en medio de la oscuridad. Nunca agradecimos a
aquella mujer sus atenciones. Caminamos durante
varios días, hasta llegar a casa de unos familiares.
Les contamos todo, en medio de llanto, y ellos
alertaron a la guardia. Aquellos hombres se armaron
y prometieron traer respuestas. Nunca nadie los
volvió a ver.

Luego llegaron relatos de otros lugares con una


suerte similar. Mis familiares nos llevaron al puerto,
donde dejaríamos la isla en un bote con algunos de
nuestros primos. Estábamos casi por perderlos de
vista en el horizonte, cuando notamos varias
columnas de humo y una callada inquietud,
suponiendo entonces la misma suerte para el puerto
que para nuestro hogar. Navegamos por días hasta

51
llegar a tierra firme. Entonces, nadie creyó nuestra
historia. Navegantes, luego, volvieron con historias
de aquella maldita isla, ahora desierta, que no era
más que cenizas. Algunos decían que había sido un
castigo de los dioses, otros que un volcán. Mi
hermano y yo juramos nunca volver a hablar de esto
con nadie. Cambiamos nuestros nombres e
inventamos otro lugar de origen. Vivimos cerca uno
del otro hasta ser ancianos, y llegó el día en que lo vi
morir plácido en su lecho, en paz con nuestra
historia.

Aún creo ver aquellos ojos azulados en la penumbra,


y paso mis noches pensando en aquellos eventos.
Me pregunto sobre qué pude haber hecho distinto,
sobre qué debimos haber dicho o callado. A
diferencia de mi hermano, en mi lecho, no creo
poder morir en paz, y temo haber sido injusto. ¿qué
castigos sobrevendrán sobre mi en la eternidad? Por
eso es que ahora, te cuento mi historia para que...

52
Pleito en Re sostenido

Hay días feos, puñeteros,


En los que hostil despierto,
Inquieto, algo más travieso.

Malandros y no caballeros,
A todos hoy les advierto:
"Una paliza verbal profeso.

Infames cuates, compañeros,


Con mi verso, yo convierto,
Porque practico, no protesto.

Seamos genuinos, enteros,


No fracciones, feo entuerto.
Cualidades siempre expreso,

Temples finos y de aceros,


Dones cultivo, injerto,
Entre dudas, fallas, progreso.

Mis males ya son pasajeros,


Vivo, teso, casi muerto,
Trabajo duro sin receso."

53
Lado

En todo lado,
otros ojos veo,
otras me arrullan,
otros me rozan.

Un mal creado,
secretos poseo,
dejo que influyan,
sueños sollozan.

En ningún lado,
siento ese deseo,
que sangre fluyan,
o sentidos gozan.

Yo, destrozado,
débil, yo flaqueo,
voces murmullan,
por dentro retozan.

Cuando a tu lado.
A veces me ideo,
razón destruyan,
sueños rebozan.

54
Doliente

Desperté en aquella casa solitaria, sucia y


desvencijada, una mezcla entre polvo y humedad.
Las paredes tenían la pintura pelada, burbujeada de
alguna gotera o tubería rota. Todo lo demás estaba
astillado y manchado de óxido. Me parecía la cara
de una anciana con todo el maquillaje corrido. Luego
estaba el ecléctico mobiliario chatarra, una exquisita
mezcla de lo peor de cada generación, aglomerado
en un desastre desproporcionado. ¿existirá algún
desastre balanceado, proporcionado? Me levanté de
una asquerosa cama apestosa a perro mojado, orine
y vómito, y fue entonces sentí un intenso dolor en el
reverso de mi cabeza.

Con cuidado me toqué y sentí algo húmedo, ajeno a


mi. Me asusté mucho cuando pude ver mis dedos
bronceados por sangre oscura, rotulante. Me levante
lo más rápido que pude para verme en un espejo
rojo, empañado, y pude notar mi camisa manchada
de sangre. No tenía idea de dónde estaba, de cómo
había llegado o por qué estaba lastimado. Fue
entonces cuando escuche un sonido proveniente de
otra habitación. El pánico se apoderó de mi, y todas
las mariposas en mi estómago se hicieron nudos.
Me armé con una tubería oxidada que encontré junto
al espejo.

Algo llamó mi atención entonces, un hermoso sobre


decorado con los más hermosos dibujos coloreados
de flores silvestres, y exquisita caligrafía con un
nombre. Caí en cuenta en ese preciso momento que
no sabía cuál era mi nombre. No sabía siquiera si
estaba dirigido a mi o, a lo que suponía a estas

55
alturas era el otro ocupante de aquella casa. Afuera
soplaba una feroz brisa que parecía aullar a través
de vidrios rotos en una oscura noche sin estrellas.

Escuché otra vez un ruido. Parecía haberse movido


de lugar, acercándose por el pasillo. Sostuve mi
respiración, apretando con todas mis fuerzas aquel
tubo como si fuera un talismán, hiriendo mis manos
con sus relieves y accidentes. El ruido cesó. Me hice
cerca de la ventana, para descubrir que la casa
estaba sobre un risco junto al mar. Abajo, las olas
parecían expectorar maldiciones, ansiando
devorarme, masticado entre las rocas.

Una vez tranquilizado, exploré la habitación,


encontrando una inmensa caja repleta de fotos
viejas, testigo de tiempos felices, mejores,
pasados... algo me resultaba familiar en todas los
rostros, pero no podía decir por qué... hasta que
encontré su retrato. Hermosos ojos que me miraban
de vuelta con calidez y simpatía. Me sentí acogido,
amado, por sólo ese instante. Luego volvió el ruido,
ahora más cerca de mi puerta. Me sentí tentado a
abrir la puerta, envalentonado con mi talismán,
dispuesto a acabarlo todo. Vencer o morir. Pero mi
cobardía me venció cuando escuché la perilla girar.
Corrí a un armario viejo y me escondí en él, rezando
a todos los dioses mantenerme a salvo.

Alguien entró, revolvió todo y con el arrastre de uno


de sus pies, dio un par de vueltas por la habitación.
Le escuché su respiración laboriosa y bufido de
decepción iracunda. La puerta cerró con un trueno
que remozó algunas de las basuras más ligeras en
la habitación. Al rato logré armar mis valentías y salir

56
de aquel ridículo armario. Encontré pisadas
húmedas que parecían como si dos personas
hubieran camino los mismos pasos, uno detrás del
otro. Fue entonces cuando noté mis zapatos
mojados. No lo noté antes. ¿será que entré aquí
durante una tormenta?

Pasaron las horas, sin señales de aquel intruso, así


que volví a posarme sobre el borde de la cama para
ver las fotos en la cajeta. Encontraba algo familiar en
ellas, pero me molestaban algunas fotos rotas.
Parecía que alguien las desgarró con ira, pero con el
suficiente cuidado como para sólo borrar a una
persona en particular. Una tras otra, incompletas.
Este hallazgo me perturbó tanto como aquel intruso,
pero no entendía por qué. Debí haberme descuidado
cuando de repente sentí unas huesudas manos
estrangulándome por detrás. No me fue difícil
zafarme, y al darme la vuelta encontré una figura
decrépita, semi-desnuda, desnutrida y deforme.

Se sorprendió de verme libre y con una agilidad


inesperada huyó, dejando la puerta de aquella
habitación abierta. Me armé con mi talismán y el
poco valor que tenía, encontrando un pasillo que
daba a unas escaleras. Me asomé con precaución.
No deseaba encontrarme otro intruso de cerca, aún
cuando sabía no estaba sólo y que el dueño de los
pasos que escuchaba antes se encontraba abajo,
maldiciendo en un murmuro, rompiendo lo que
encontrara a su paso. Parecía frustrado, como un
enorme niño maldito. Era una figura musculosa,
despelucada, vestida en harapos, con las manos
hechas puños ensangrentados, como una bestia
atrapada en una danza dentro de una jaula invisible.

57
Posó sus enrojecidos ojos sobre mi, y aunque
reconoció mi presencia, me ignoraba por completo,
estremeciéndose de un lugar a otro, maldiciendo sin
parar.

Me escabullí de las escaleras y la sala hacia la


cocina, atrás. Muy tarde entendí el desastre en la
cocina. Era una forma maníaca que se estrellaba
contra todo, sacando todo cuanto encontraba en las
gavetas y anaqueles, estrellándose con una mesa y
chocando todo con lo que hubiera en el lavabo.
Parecía emanar una risa maníaca, carente de razón
y sentido. Sentí más temor con esta entidad que con
todas las demás. No parecía verme, estaba
embelesada en su danza agitada. Aproveché el
momento para escapar por la puerta trasera al patio.
Tuve que luchar contra la feroz brisa que me
atacaba con pequeños trozos de granizo.

Me hice con dificultad hasta un viejo columpio, bajo


un árbol, donde me aferré de una cadena, temiendo
por mi vida. En ese instante pude ver la casa donde
estuve cautivo. En cada ventana podía ver una
silueta mirándome de vuelta. Una golpeaba la
ventana intentando llamar mi atención, otra me
saludaba chistando, otra parecía ofendida por mi
mera presencia... en eso que intentaba hacer
sentido de todo, me golpeó la cara el sobre que vi
antes en la habitación donde desperté.

No sé qué me impulsó a abrirlo, en medio de aquella


tormenta. De repente, todo seguía estando igual,
pero al mismo tiempo muy tranquilo, como si el
tiempo mismo se hubiera detenido sólo para mi.
Podía ver la casa abandonada, maltratada, calabozo

58
de locura y a la vez una hermosa casa, en medio de
un hermoso campo verde, adornada con flores
alrededor. La nota rezaba un mensaje de amor y
nostalgia, empañado por pérdida y dolor, sobre
bellos momentos vividos, extintos, y una despedida
parca. Entendí en ese momento todo lo acontecido y
lo que aquel terrible escenario representaba.

Me solté de la cadena, pero la brisa ahora ya no


parecía surtir efecto. Hice mi recorrido por aquella
casa, sabiendo ahora era mía. Cada figura que
encontraba en las habitaciones fueron
desapareciendo a mi paso y el desorden empezó a
tomar forma, como quien mira una película en
reverso, rebobinando. El color empezó a aparecer, y
el deterioro a sanar. Todo empezó a adquirir una
forma reconocible, familiar...

Empecé a recordar los hermosos momentos


plasmados en aquellas fotos, no tanto los sucesos y
detalles, dino la forma en que me sentí... completo,
realizado, ansioso de saber qué deparaba el futuro,
saboreando cada momento, entretenido con el
presente... feliz. Noches en vela, mañanas
ajetreadas, carcajadas a la mesa, momentos de
travesuras en las que no sabía si gritar o reír,
veladas de cuentos. Todo empezó a volver a una paz
no de tensión, sino de aceptación. Las lágrimas
corrían por mi rostro, sin saber que estaba llorando.
Las quise seca con mi mano, encontrando la carta
en el sobre con las flores que había dibujado antes,
mi mejor caligrafía y mi último mensaje a mi ser más
querido.

"Amado hijo, Tu partida me ha roto el corazón. No

59
sabía lo que era amar realmente hasta que te
sostuve por primera vez en mis brazos. La muerte te
arrebató de mi, dejándome completamente
resquebrajado, incompleto y muerto en vida. No
puedo acompañarte en tu viaje, pero no puedo
continuar con el mío. No así. No ahora. No me ha
quedado más remedio que intentar borrar de la
historia el registro de tu existencia, al menos hasta
que mi corazón sane. Ahora cada recuerdo de ti es
una puñalada en mi corazón. No fui el mismo
después de conocerte, no seré el mismo luego de tu
partida. Me enseñaste todo lo que un hombre debe
aprender sobre el amor verdadero. Contigo aprendí
sobre cómo ver este mundo con nuevos ojos y los
pequeños placeres que hacen la vida más dulce.
Espero me puedas perdonar cuando nos volvamos a
encontrar por querer alejar tu recuerdo. Quizás,
entonces, puedas ser tu mi alumno y yo tu maestro.
Con amor, tu padre".

Ya nada estaba en desorden. Mi mundo se había


vuelto de cabeza, hasta hacerme perder la cordura.
Si cada error, cada tropiezo en esta vida era como
un raspón de rodilla, esto había sido como miles de
raspones en el corazón. Al principio no lo podía
creer, y luego me invadió una ira inmensurable,
incontenible, irremediable.

Pero ahora me encontraba de vuelta en aquella


habitación, sentado en mi cama, guardando la última
foto de mi amado en una caja junto a la carta que
había escrito. Luego pondría en un baúl cerca de la
ventana. El sol brillaba y podía escuchar el cantar de
las aves afuera., sin señal alguna de un risco o
tormenta. A lo lejos vi aquél columpio bajo el árbol, y

60
recordé los hermosos momentos que compartimos él
y yo, y decidí dejarlo como recordatorio de días de
juego, mañanas de aventura, tardes de ocio, sueños
alocados y fantasías de juegos. De pronto, todo no
me pareció tan sombrío.

61
Intranquilidad en S mayúscula

Sin tinta quedaré,


Escribiendo versos.

Nunca ya comeré,
Sueños y recuerdos.

Mi sangre usaré.
Demonios perversos.

Rimas escribiré,
En tramos reversos.

Amor liberaré,
Sentires adversos.

Triste me quedaré.
Sueltos y dispersos.

62
Último aliento

Aquella noche en que lo conocí, llovía a cántaros.


Parecía como si el mundo hubiese enloquecido.
Como si una maldición de la madre naturaleza
estuviera suelta, materializada, castigando a los
mortales a su paso. Duró toda esa noche y dos días
después aún llovía.

Aquel anciano fue rescatado de algún lugar donde


sus familiares lo habían dejado para morir. No tenía
identificación y no hablaba. No costó mucho subirlo
por las escaleras, cambiarlo y alimentarlo. Era un
viejo decrépito, muy flaco y arrugado. Casi como ver
al padre tiempo mismo. Miraba fijamente el
firmamento con aquellos ojos lechosos, ciegos,
silenciosos ante todo lo que hubieran visto en el
transcurso de todos sus años.

Ahí vivió en nuestro asilo durante algunos años,


años en los que no deduje a tiempo todo lo que
ocurría. Si debo confesarlo, nada me molestaba de
aquel anciano hasta el día en que doña Tea, una de
las auxiliares, empezó a perder la visión poco
después de terminada la tormenta. Era una mujer
mayor pero muy fuerte, con un ojo agudo para los
detalles poco halagadores, sin temor de señalarlos.
Aunque nunca se ausentaba, empezó a
experimentar problemas con sus anteojos, y poco a
poco empezó a quedarse ciega. El doctor decía que
se debía a la vejez, argumento al que nadie objetó.
Lo extraño es que al poco tiempo aquel anciano ha
no tenía los ojos lechosos y ya no estaba ciego.
Ninguno de nosotros sospechó de la asociación
entre ambos eventos.

63
Así transcurrieron los años, viendo el ir y venir de
pacientes y trabajadores, que parecían enfermar,
empeorar o incluso morir, al mismo tiempo que algo
en aquel anciano mejoraba de forma sutil. Durante
todos esos años, no tuvo ningún visitante, pero
mejoró de forma significativa, incluso rejuvenecido.
Era un hombre sin gracia, que poco llamaba la
atención, sin ocasionar simpatía o antipatía. El
evento que suscitó mis sospechas fue cuando el
doctor enfermó, perdiendo la voz. Era un hombre
corpulento, de una profunda voz fuerte, que solía
expectorar maldiciones y obscenidades. Era el
cáncer el mal que lo afligía y a medida que se
consumía hasta matarlo.

Al poco tiempo el anciano mejoró lo suficiente como


para ayudar al señor Lalo, un taimado borracho, en
el jardín. Aquel silencioso hombre empezó a cantar
hermosas tonadas vocalizadas con la más profunda
voz. Al poco tiempo quedó a cargo del jardín cuando
el jardinero empezó a enfermar. Y así transcurrieron
los años, y con el paso del tiempo ese anciano se
veía más juvenil.

Algo llamó mi atención cuando llegó en una noche


despejada una delgada anciana solterona que ya no
podía valerse por sí misma. Sin hijos ni marido, sola
en sus últimos años. Un océano de arrugas y
manchas hepáticas, sobre puro hueso. Aquel
hombre quedó prendado con ella, a pesar de la
aparente diferencia de edad. A partir de la mañana
siguiente, aquel innombrado jardinero empezó a
visitar a la anciana con los más hermosos ramos de
flores, pero la mujer no lo reconocía o se percataba
de sus regalos al principio. Luego, parecía

64
reconocerlo, sin poder hablar. En silencio se sentaba
él en una silla y ella en su cama. Al principio, él la
miraba y luego ambos se miraban con un amor
ancestral, que no requiere muestras de afecto,
silencioso y profundo, desapegado de las
posesiones, desentendido de los juicios del mundo.

Una noche de tormenta, vi al hombre sentado junto a


la cama, pero la mujer no estaba. No pensé mucho
sobre ello, hasta pasada la tormenta, a la mañana
siguiente. Fue entonces cuando vi una hermosa
mujer joven, llena de vida, alejándose del asilo,
cubierta tan sólo con un camisón, descalza, en
medio del jardín que aquel hombre había cultivado
durante los últimos años. Reconocí el cadáver del
anciano, igual a cómo lo vi llegar la primera noche,
achurrado, casi momificado, junto a la cama vacía
de la mujer.

65
Nostalgia en U minúscula

Busco tu aroma
Es suave y dulzón
Cerca se asoma
Contengo reacción.

Dejo me carcoma
Palpita corazón
Cruel y dulce broma
Terrible decisión.

Mente se desploma
Casi pierdo razón
Esencia retoma
Siento una traición.

Amor es axioma
A vida da sazón
Lengua sin idioma
No sé su intención.

Vuela cual paloma


Huye infiel ladrón
Recibe diploma
Tormento en cuestión

66
Nostalgia cósmica

Estando ahí, frente al abismo de la nada, la apertura


del fin, el omega del universo, sentado al borde de
un cráter, esperando a ser succionado por un
agujero negro, en un universo frío e indiferente, sólo
podía pensar en ti, en toda nuestra historia, nuestros
eones de años predestinados a encontrarnos,
tropezando con todos los errores que nos hicieron
aprender valorarnos el uno al otro, hasta el momento
que nos conocimos, el tiempo que compartimos y el
inevitable luto de habernos separado.

El tiempo, en este preciso momento, sólo una


ilusión, un hermoso engaño en el moribundo
universo de la creación. Bien podría intentar acabar
con todo rápido, pero de algún modo siento la
necesidad de saborearlo todo una vez más antes del
inminente fin. Eras mi alfa, mi norte y mi musa, eras
más valiosa que todas las riquezas de este gélido
lugar. Me sentía rico a tu lado, me siento pobre lejos
de ti.

Nuestro mundo hace mucho no existe. Nuestro


tiempo hace mucho pasó a la historia. ...y sin
embargo, persisto anclado a tu recuerdo, en una
infinita existencia mundana, sin lograr trascender a
lo divino, por miedo a perder tu recuerdo en
indiferencia etérea. Nada de eso parece importar en
este momento para todos los demás seres al borde
del abismo, temerosos al fin.

67
Me consuelo con la idea de otro espacio, donde nos
volvamos a encontrar, cuando podamos volver a
escribir una nueva historia. Volverte a soñar,
volverme a enamorar... pero sabiendo que te volveré
a perderte, dispuesto a pagar aquel precio.

68
Oda a Ñeque Art

Disoluto navegante urbano


A tu lado paso ciego, en vano
Ignorando tu prisión en un plano

En algún momento, tarde, temprano


Ejecutado por un cruel villano
Clima inclemente e inhumano

Envidioso y malo, un tirano


Borra inmisericorde profano
Tu huella, bello arte provinciano

69
Corazón raspado

Durante aquella temporada, mi amor estaba en


rebaja. Dijiste quererlo para llevar para atesorarlo y
cuidarlo, pero pronto encontraste rayones, golpes y
manchas. Pronto pediste un reembolso.

Me tomó un tiempo arreglarlo. Con paciencia lo


limpié y pulí, dejándolo casi como nuevo. Otras lo
pidieron prestado, pero nadie quería pagar su precio
justo, completo. En secreto, te lo guardaba.

Un día encontré a alguien dispuesta a pagar su


precio, pero con gusto se lo regalé. Ahora vuelves,
queriendo tenerlo de vuelta, y a veces dudo,
queriendo que lo tuvieras.

Pero me temo, el momento ha pasado. Lo que


compartimos en el olvido no ha quedado, pero otra
dueña he encontrado, para mi corazón imperfecto,
remendado.

Espero encuentres ese amor nuevo, pulido, brillante,


sin fallas en algún momento o instante. Un amor sin
raspones o moretones, no desteñido o averiado.

70
Agonía en F bemol

Moribundo, tendido en la cuneta


Sumergido en lodo y mierda
Él sólo quería un hígado nuevo
Y seguir escribiendo poemas

De triste borracho pasó a poeta


Entre tragos siempre la recuerda
Al verlo añorar, sólo, me conmuevo
Encendido en rimas y flemas

Toma la pacha, abraza y aprieta


Revive historia antes pierda
Paso a su lado, de su dolor pruebo
Angustiado por penas supremas

Amante distante, fugaz y secreta


Febril mirando a su izquierda
Me siento llorando por él mientras bebo
Vida se va, con ella problemas

Yace tendido, una carta sujeta


Escrito en letra fea, lerda
Preciso momento en que me elevo
Con versos para amante muerta

71
Sabio loco

En algún momento, profundo en la historia de la


humanidad, en un paraje como cualquier sitio en el
mundo, existieron una partida de tontos que creían
todo cuanto se les decía, siempre y cuando fuera
con suficiente convicción. Podían oler la duda a
leguas, aún cuando ésta tuviera fundamentos
legítimos.

Estos tontos no sabían que eran tontos. De hecho,


se consideraban muy inteligentes y bien versados,
pero nada salía de sus cabecitas. Todo lo repetían
de otras fuentes. Esto no impedía que debatieran,
refutaran y emitieran sus propias críticas, sin tener la
más remota idea de lo que decían.

Nadie, sin embargo, se atrevía a aventurarse, o


hacer cambios. Un hombre podría pasar semanas
con una piedra en el zapato, sin hacer esfuerzo
alguno por sacarla. Podría estar atormentado por el
dolor de una creciente herida en su pie y morir de
gangrena de ser necesario, pero no cambiaría su
condición hasta que, "a", alguien más le indicara que
una piedra en el zapato estaba, primero que todo,
mal, y que, "b", era en efecto la causa de su
malestar, siempre que fuera dicho con suficiente
convicción. Al más mínimo tanteo o vacilación, el
consejero era descartado como una fuente confiable.

Esto condujo a que muchos tontos murieran en la


más terrible y prevenible agonía. Todo esto era
contrarrestado por la elevada fecundidad de los
tontos. Una familia podía llegar a tener hasta treinta
hijos en promedio, y contar con un sólo sobreviviente

72
en la siguiente generación.

Otro detalle de suma importancia, es que los tontos


eran propensos a la violencia. Usaban cualquier
pobre excusa para justificarla. Un gesto bien
intencionado en la mañana podía ser mal entendido
al medio día y escalar a una confrontación verbal en
la noche, resultando en un conflicto armado en la
mañana siguiente y la aniquilación total de
cualquiera o ambos bandos al medio día.

Esto encantaba a los cínicos y estafadores que


merodeaban alrededor de los tontos como moscas
zumbando alrededor de un fresco mojón en un día
caluroso. Los cínicos, por su parte, eran personas
miedosas, propensas al aburrimiento, incapaces de
disfrutar de algo más que ver a los tontos hacer
tonterías.

Los estafadores, por su parte, no eran más


inteligentes que los cínicos o los tontos, pero
padecían un voraz apetito por las pertenencias
ajenas, que a su vez perdían tan rápido como las
hubieron obtenido.

Erase una vez en nuestra historia un pueblo de


tontos, salpicado por algunos cínicos, donde vivía un
solitario estafador, miserable en su soledad, y que
había perdido el gusto por despojar a los tontos de
sus posesiones.

Vivía días de miseria y noches de soledad. Desde


que tuvo memoria, nunca estuvo contento en su
lecho familiar de tontos. Todos, excepto por una
hermana mayor, murieron de intoxicación por

73
monóxido de carbono, cuando un viajero les
recomendó conservar el humo de la estufa de leña
para mantener el interior caliente.

Un buen día, el estafador se cansó de su miserable


existencia y, muy en contra de todos sus instintos,
decidió hacer algo para remediarlo. Se suicidaría
esa misma noche. No estaba del todo seguro de
cómo eso mejoraría las cosas, pero su pequeña
cabecita estaba decidida. Pero, ¿cómo hacerlo?
Nunca supo de nadie que lo hubiera hecho y vivido
para contarlo. Pensó y pensó, pero lo único que se
le ocurría era lanzarse por un despeñadero.

Una vez vio a un tonto hacerlo por error y creía que


no involucraba mucho dolor. Lo cierto es que era una
terrible idea, porque aquel tonto cayó y no murió,
sino que se rompió ambas piernas. Agonizó durante
varios días bajo el sol, y finalmente murió de una
fiebre poco después que los buitres empezaran a
sacarle los ojos. Pero el estafador no sabía esto,
porque lo presenció a lo lejos, y sólo lo vió
precipitarse, mas no su estado final. Tampoco
escuchó los gritos de ayuda y el llanto desesperado.
Se dirigía sin mucho entusiasmo a aquel
despeñadero, pero se cruzó de una jauría de cínicos
aburridos que buscaban algo de lo que mofarse con
hostilidad pasiva enmascarada de profundo e inútil
sarcasmo. Pronto, el estafador perdió su valor. Las
críticas y crueles consejos de los cínicos parecían
tan acertados y eran pronunciados con tal seguridad
que era difícil mantener una compostura.

Todo empeoró cuando desistió abiertamente de sus


intenciones, lo que produjo un sinnúmero de mofas

74
crueles que lo tildaban, y en cierta forma incluso
puntuaban si es que tal cosa es posible, de
fracasado y cobarde. Decidió posponer su suicidio
para otra ocasión, quizás a una hora con mayor
privacidad. Los estafadores tienen sentimientos,
¿saben?

En ese preciso momento, se tropezó con un hombre


que miraba fijamente un eclipse solar que en ese
momento acontecía. Aquel hombre aseguraba ser el
responsable de ese suceso, y poseía un contagioso
entusiasmo y aplomo que incluso los cínicos
quedaron perplejos en el más absoluto silencio. Éste
hombre era un loco. A diferencia de los tontos, era
increíblemente inteligente, pero su mente iba en
contra de toda necesidad fisiológica, estrategia de
sobre-vivencia o evasión del dolor y las penurias. En
algún momento fue un gran sabio, el más grande de
todos los sabios de una tribu de sabios que buscaba
ampliar su comprensión del universo.

En su desesperación, acudieron al uso de posiones


que, según afirmaban las más prominentes figuras
de la tribu, ampliarían su percepción de forma
temporal, mejorando su comprensión de todo. De
ahí en adelante sería un trabajo muy sencillo, porque
contarían con todo el conocimiento para resolver
problemas que aún no tenían. Ni en sus mas
húmedos sueños de erotismo intelectual, imaginaron
que el uso de esas posiones no era más que un
placebo. Aducían no contar con la capacidad para
retener los conocimientos que creían aprender bajo
el efecto de esas posiones, pero lo cierto era que
volvían en si un poco menos sabios que al inicio, sin
haber logrado nada especial.

75
Uno de ellos, un gran sabio ahora loco, pensó que si
sobrepasaba la posología de aquellas posiones,
lograría un conocimiento permanente y no sólo
pasajero. Calculó, planeó y ejecutó su misión. Fue al
lugar donde los demás sabios almacenaban sus
posiones, y las robó. Las trajo de vuelta a su torre,
donde la bebió en infusión, la inyectó en sus venas,
respiró sus vapores y la introdujo de forma repetida
en forma de enema. Ésta última, aunque muy
incómoda, era la que parecía tener el mayor efecto.
Luego de varias semanas de encierro, salió de su
torre un hombre cambiado. En efecto, tenía la
solución a todos los problemas de todos los seres de
la tierra, pero la solución del universo era eliminarlos
a todos como si se tratara de un satisfactorio
estornudo. Un simple limpiar de mocos galácticos
para aliviar un universo apesadumbrado.

Fue así como el sabio, que era ahora un muy


convincente loco, había asombrado al estafador y a
los cínicos por igual. Dijo al estafador que su lugar
era a su lado y que debían caminar por la tierra para
remediar todos los males. Aquella cruzada no les
traería gloria, riquezas o felicidad, pero era lo
correcto. Es más, en gran parte de su nueva
aventura sería probable que estuvieran en peligro,
dolor, hambre y melancolía, más de la que incluso el
tonto más fuerte podría tolerar. Era el llamado del
universo. Nada de esto agradaba al estafador, pero
el loco parecía tan elocuente y seguro de sí mismo
que era difícil contradecirlo, de modo que dejó a un
lado su idea de suicidio y volvió junto al loco hacia la
partida de tontos.

76
Como una nota curiosa, cabe mencionar, que los
cínicos quedaron perplejos con las palabras del loco,
y no supieron si continuar o volver, de modo que
permanecieron estáticos criticándose y burlándose
entre ellos, hasta que una muy hambrienta bestia
salvaje apareció para comérselos. Los mató uno por
uno, pero los demás estaban tan ocupados
emitiendo comentarios sarcásticos y cínicos. El
último de los cínicos en aquella jauría fue devorado
por la bestia, ocasionando una terrible indigestión
que luego le ocasionó la muerte. Vinieron los buitres
y alimañas que merendaron los restos de la bestia y
a su vez también murieron, algunos de una terrible
fiebre y otros por gula.

De regreso, el loco logró convencer al estafador de


ser su discípulo. Él, a su vez, lo llamaría "maestro" y
se encargaría de comunicar a todos sus divinos
mensajes y enseñanzas. Esto tampoco gustaba en
absoluto al estafador, pero aquel loco parecía tan
sabio y seguro que le era difícil rehusarse. Una vez
en la aldea de la partida de tontos, el loco comenzó
a profetizar una terrible calamidad. El estafador
repetía las palabras del loco, asegurándose se
decirlo con la más profunda convicción. Los tontos
creyeron en las palabras del loco y se mudaron a
tierras más altas. Por pura y estúpida coincidencia,
el lugar donde antes se encontraba la aldea de los
tontos fue arrasada por una terrible inundación. Los
tontos, por su parte, estaban increíblemente
agradecidos, así que idearon crear un gran castillo,
con estatuas, fuentes y jardines. El problema es que
nadie sabía de qué hablaban. Todos vivían en la más
terrible miseria y habría sido una mejora haber sido
arrasados por la inundación.

77
El loco enojó por aquella terrible idea y se fugó una
noche. Por la mañana, nadie sabía qué había
sucedido, así que concentraron sus esfuerzos en
adorar al estafador. Sin saber qué hacer, y ahora con
una mayor ansía suicida, el estafador les instruyó
construir la más majestuosa creación que pudieran
idear, porque de seguro aquello complacería a su
líder, el loco, que había desaparecido sin razón
alguna. El estafador, iría en un recorrido espiritual, y
volvería cuando la creación estuviera completada. Y
así fue. Los tontos encontraron como propósito
aprender a construir, y pronto murieron de hambre,
insolación y sed. Este fue el fin de la partida de
tontos.

78
Staccato en H nublada

Dale tu mejor esfuerzo.


No me importará.
Porque soy fuerte, de fuego.

A veces caigo, tropiezo.


Nada me detendrá.
Ya verás, no me doblego.

No lloro, no me retuerzo,
La pena pasará.
Tu terminas, yo empiezo.

Lo que es para ti juego,


Me fortalecerá,
Haciéndome fuerte luego.

Tu veneno, aderezo,
Fuerza me sobrará,
Tus golpes son mi almuerzo.

Agarraré tu pescuezo,
Paz ensordecerá,
Mis oídos a tu ruego.

Por tu bien yo siempre rezo,


Día no llegará,
En que odio cruel y ciego

Doblegue vital apego


A la calma, será
Único gusto que niego.

79
El cuento aburrido

"Estoy aburrido", se dijo el cuento a sí mismo,


mientras ojeaba la historia en sus páginas. Lo que
más le molestaba era el final, supuestamente feliz.
No era para nada feliz, sino conformista... o peor
aún, predecible.

"Cambiaré un poco las cosas", se dijo a sí mismo.


"Erase una vez...", empezó a decir, pero hizo una
pausa para corregirse. Ese inicio estaba trillado.
"Hubo un instante en la inmensidad del tiempo", se
corrigió, "en el que las damiselas no sabían hacer
otra cosa que esperar a un príncipe azul".

"Pero esta no será la historia de esas", se dijo el


cuento, sintiendo la emoción de la incertidumbre en
sus nuevas palabras. Hizo una pausa, sin querer
perder el impulso de esa nueva historia.

¿Sería al revés, una princesa andante azul, o


rosada? ¿o convertiría a sus héroes en villanos? No
podía permitirse dañar a sus personajes. Ya se hubo
encariñado mucho con ellos, y sin ellos no podría
llamarse a sí mismo un cuento.

"En esta, no existirán damiselas en aprietos,


príncipes azules, hadas madrinas o malvadas, sino
una combinación de todo. En algunas ocasiones la
damisela será la bruja, y en otras el hada. A veces
será una princesa rosada andante y el resto será
una damisela en aprietos."

Y fue así como el cuento creó innumerables nuevas


historias, cambiantes, en las que los héroes son

80
héroes y villanos, y los villanos también. Las mezcló,
empezando por el final y narrando hasta llegar al
principio.

El cuento vivió entretenido durante algún tiempo, y


luego se complació en tener a sus lectores al borde
de sus asientos, sin saber nunca qué esperar.

Hasta aquel día en que...

Es aquí, donde tú tendrás que llenar el vacío con un


aporte propio. ¿Qué pasará? ¿qué giro le darás?
¡Anímate! Tienes ahora el mundo a tus pies.

81
Pseudoverso vago

Viajé, luché y pronto naufragué,


hasta llegar a la playa plástica.
Cuando la ví, maldije, negué,
mi suerte mofando, me domina.

Infierno hibernal

Días infernales,
noches hibernales.
Palabras fatales,
¿peor de los males?

82
Mi reflejo

He hecho cosas muy malas en mi vida, pero hubo un


punto en mi historia en el que todo cambió. Siempre
fui un alma perdida, desde niño, desde que tengo
memoria. No era más fácil, no era lo correcto, ni
popular, pero algo en mí me decía que era lo que
debía hacer para ser feliz.

No les miento, algunas veces sentí culpa, pero lo


veía como una debilidad que debía superar. Algunos
hombres son ganado, unos pocos somos
depredadores... y lo más importante, es que los
depredadores nacen cazadores.

Pero incluso los lobos solitarios necesitan compañía,


y sentí algo por una chica mucho más joven, casi
una niña. Fue fácil conquistarla, pero pronto quedó
preñada y las cosas se complicaron. Tuvimos que
escapar porque ella temía la furia de sus padres y yo
creí podría lidiar con todo. Ser "un hombre".

Pronto nació un niño, pero era enfermizo y pequeño


como su madre. Ya no podía salir a cazar. Me sentía
asfixiado. Siempre necesitaban algo de mi, el niño y
su madre. Quise abandonarlos a su suerte, pero no
quería dejarle esos culitos a otro cazador. Eran mi
trofeo, aún cuándo no los quisiera. Así que un día
salí por cigarrillos, y volví con una solución.

Rocié puertas y ventanas, cuidando no olvidar


ninguna esquina. Lo pensé bien de ida y repase
cada detalle de vuelta. Cuando todo estuvo cubierto,
encendí una caja de fósforos y todo se acabó. Ella
gritó pidiendo ayuda un par de veces. El niño nunca

83
lloró. Supongo estaba dormido. Para cuando alguien
se dio cuenta del incendio yo ya estaba lejos. Se
podía ver la columna de humo teñida de naranja
lejos en el firmamento.

Fue un renacimiento. Sentí que se abría un mundo


de posibilidades. Una bocanada de aire fresco en
una cálida mañana. Pero pronto me percaté de algo
que no estaba ahí antes. Algo que al principio no
entendía y que poco a poco me fue perturbando
hasta conducirme a la locura. Lo deduje unas
semanas después, pero creo haberlo notado desde
esa mañana.

Mi reflejo. Me miraba en el espejo o veía mi reflejo


en un vidrio o en un charco. Mi reflejo no me miraba
de vuelta. Los ojos de mi reflejo miraban a otro lado,
como asqueados por mi naturaleza impía.

Me dije que no era nada. Que sería pasajero. Pero


poco a poco se metió bajo mi piel. Cuando me
afeitaba, cuando lavaba mis dientes, cuando me
tomaba un trago en la cantina... un maldito recuerdo
de lo que hice, que empezó a atormentarme.

Al final fueron esos malditos ojos que no me


correspondían lo que me llevó a confesar todo
cuando me atraparon por otra cosa. Ahora,
esperando mi ejecución, mi último deseo es ver el
reflejo de mis propios ojos, pero supongo es un
castigo de los dioses. Mi reflejo continúa evitando mi
mirada, en repulsión por mis inmundos actos.

El juez me preguntó si sentía remordimiento por mis


actos. Le dije que por ninguno, excepto uno.

84
Mientras mis pies guindaban y la soga tensaba mi
cuello, logré ver mi reflejo en una ventana, y al fin
me miró. Me miró fijamente, juzgándome con sus
ojos fijos, hasta que no pude ver más.

Muy tarde comprendí que mi naturaleza


depredadora era imperfecta y mi misión debió ser
refinarla. Forzar esos malditos ojos a encararme,
agraciados y regocijados por su amo y dueño.
Supongo que tendré que exponer mi caso, cuando
mi corazón sea balanceado contra una garra, porque
las plumas son para el ganado, no para un cazador
desalmado.

85
Elemental

Aquí viene la lluvia


Dura, frígida
Para lavar penuria

Aquí viene la brisa


Suave, cálida
Para darme aliento

Aquí viene la Luna


Dulce, tímida
Mimando esta noche

Aquí pasan las nubes


Tersa, vestida
Libre de toda furia

Aquí pasa estrella


Algo perdida
Calma hoy aparento

Aquí llega bello Sol


Mi juez, decida
Sin queja o reproche

86
Confesión de un cafeinómano

No soy el mismo sin mi café matutino. He intentado


muchas veces dejarlo, pero siempre caigo en la
tentación. Oscuro como mi alma, dulce como el
pecado.

No siempre fue así. Alguna vez, de niño, lo


consideraba asqueroso. Pero fue una dulce viejecita,
mi abuela, quien con mucha leche y azúcar me
indujo en el cálido abrazo de una taza.

Con los años, se volvieron menos dulces, más


oscuros y más calientes. Hoy, gran parte de néctar
corre por mis venas. Un Homo arabiga. ¡Oh sagrado
Nyx! Sácame del sopor de Morfeo, de vuelta en el
mundo de los vivos. Avívame con tu mundano beso,
bautísame con el calor de Hefesto, para hacer y
deshacer, con tu amargo y mundano ímpetu.

Ayer maté un perro en la carretera. Era tarde y llovía


a cántaros. No lo vi hasta que fue muy tarde. Mi
agotado cuerpo ya no tolera el peso del mundo. Sin
mi café vespertino no soy el mismo. Atestigüé su
agonía hasta que no quedó más que su cuerpo. Lo
subí al maletero y lo enterré en mi patio.

Pasé la noche en vela, pensando en el perro,


bebiendo café de velorio.

87
Payaso solitario con S minúscula

Ayer me he enamorado
Sin haber dado un paso

Temiendo, horrorizado,
Un terrible, triste fracaso.

Hoy pensé haber superado,


Haber visto fin, ocaso,

Por lo que fui querellado.


Triste mimo, un payaso.

Mañana seré desechado,


Corazón frío, descalzo.

Largo tramo comenzado


En solitario remanso

88
Bon chance

De pie, a la orilla del mar, bajo una torrencial


tormenta, me disponía a entrar al agua para ser
llevado lejos por la marea. Todo, lo que fuera, para
borrar el recuerdo de ella. Yacería en el fondo, con
los peces, Poseidón y la Atlántida, finalmente en paz
de mis tormentos.

En ese momento, brilló la luz del faro, cegándome


tan sólo un momento. En ese instante pude vivir otra
vida en la que permanecería aferrado a ella,
asfixiándola, desgarrándola, y lentamente
marchitándola. Mi tristeza sería reemplazada por
todo su odio, y éste sería suficiente para matarme
durante mil vidas más.

Pasado el reflejo de aquella otra vida, di un paso


atrás, lejos de la orilla, librado de mis pensamientos,
deseándole lo mejor desde mi corazón, animado con
la promesa que nos volveríamos a encontrar en otra
vida, donde no cometería los mismos errores,
cuando sería alguien digno de su amor.

Di vuelta atrás, y volví caminando bajo la lluvia, en


un bautismo que lavaría mis malas emociones. "Bon
chace, mon cher", grité a los cuatro vientos y justo
en ese momento la tormenta cesó, y se despejó un
espacio en mi alma, habiendo llorado suficiente a mi
diosa amada.

89
Fantasía febril

Cruel y dulce estupor febril,


Permanezco débil, tendido.
Esperando una caricia.

Ansia ilusa e infantil,


Añorando amor perdido.
Una mirada esperada.

Corazón genuino, juvenil,


Soñando, tonto sin sentido.
Tortura propia alargada.

Espíritu loco y senil,


Felicidad no ha podido
Lograr de amada gustada.

Verso corto, pobre y sutil,


Expresar no ha conseguido
Añoranza antes vetada

Se conforma con un cuchitril,


Sin paraíso recibido.
Fantasía vil, acortada.

90
La mentira y el simio

Un día una mentira muy dulce y bella sedujo el


corazón de un feo simio, soñador. Creyó ser
piadosa, susurrándole al oído cosas hermosas que
creía sobre el azul eterno del cielo. Convenciéndolo
cada noche que sería feliz si tan sólo lograra
alcanzarlo y aferrarse a él.

El mugroso simio tonto no era tan tonto nada, y


ciertamente estaba maravillado en verdad con las
posibilidades del cielo eterno azul, así que no le
importó mucho seguirle la corriente a la mentira.
Antes de continuar, debo aclarar que la verdadera
víctima y heroína es la mentira piadosa, se dijo a sí
misma la historia.

Pasaron los años y la mentira seguía susurrando al


oído del inmundo simio cada noche, pero lo que no
sabía era que mientras ella mentía por un oído, por
el otro un sueño honesto susurraba por el otro, y en
su mente el tonto simio hacía planes para lograr su
cometido.

La mentira se sentía muy segura de sí misma, pero


se sintió devastada cuando escuchó a la historia
narrar lo acontecido. No pudo hacer más que
encogerse en una esquina y suspirar, mientras el
tonto simio soñaba.

Con el tiempo el simio ideó un plan. Escalaría la


montaña más alta y ahí podría estar lo más cerca
que pudiera del eterno cielo azul. Si pudiera
agarrarse, ese sería el lugar. La mentira tenía el
corazón roto, siendo víctima de la historia que

91
siempre había favorecido al sueño.

El simio empacó lo que pudo y tomó rumbo a la


montaña. Escaló durante días y noches, soñando.
Padeció frío, cansancio, hambre y sed. Se sintió
llorar cuando las fuerzas le enpezaron a fallar, lo que
debió hacer sentir mejor a la mentira, quien lo seguía
de cerca.

Algo extraño, en verdad muy extraño sucedió


entonces. La mentira empezó a darle ánimos. Eso
no la hacía sentir mejor, pero era lo que debía hacer.
Y el tonto simio cobró fuerzas hasta que llegó a la
cima. Una vez ahí, la mentira, a pesar de todo, se
sintió complacida y se percató que no debía ser
siempre una mentira. Hizo las pases con el sueño y
juntos se fueron a vivir a otra historia.

¿y el simio, se preguntarán? La historia no estaba


lista aún para dejarlo ir. Alzó su mano y entendió que
nunca podría aferrarse al eterno cielo azul, pero
estaba satisfecho de haberlo intentado. De hecho,
era el primer simio en intentarlo y había aprendido
mucho de sí mismo en este viaje.

Volvió a su hogar, donde contó su experiencia. Esto


dio cabida a muchas otras historias, mitos y
leyendas de los peligros del viaje, cuentos sobre lo
vivido y fábulas con profundas moralejas que
perduraron muchas generaciones, incluso después
que la historia había dejado de existir.

92
Musa indiferente

Te contemplo desde muy lejos,


Bella tal cual como tu eres.
Sentimientos, dulces cortejos.

Única entre todos seres,


Entre los jóvenes y viejos,
Corazones rompes e hieres.

Ojos miran, están perplejos,


Miran entre otras mujeres.
Tú, con fruncido entrecejo.

Te veo, descuido deberes,


Intento escuchar consejo.
"Liberarte de sus poderes,

Mírate, feo, en espejo,


Olvida como la sintieres.
Amor de tonto, siempre lejos."

¡Haz como que no conocieres!


¡Adiós mi musa sin parejo!
Peto cerrado, no abrieres.

¡Adiós amor de pendejo!


Olvida que la conocieres.
Bota pluma y catalejo.

93
Amor gitano

Él empezó a andar desde muy joven. No sabía por


qué, pero lo desconocido apelaba más que la
seguridad del hogar, el calor de los amigos, el placer
de una comida caliente. En el camino, dedujo que
era la búsqueda de tesoros lo que lo atraía a la
aventura.

Pasaron los años y, en contra de todas las


expectativas, logró encontrar tesoros, secretos y
amores. No importaba dónde guardarlos, porque
sabía que el siguiente estaría a la vuelta del
siguiente viaje. Lo importante ahora, eran las
experiencias vividas.

Pero llegó el día en que se llegó a sentir vacío. Las


camas ajenas no lo acobijaban. La promesa de
riqueza no lo saciaban. Los nuevos secretos
aprendidos no lo intrigaban. Así que decidió volver a
casa.

Ahí ya no vivía nadie. Sus padres habían muerto


esperando su regreso. Sus amigos de la infancia,
ahora extraños, lo miraban con intriga y desprecio.
Los campos donde jugó en juventud, ahora
desiertos. Así que no le quedó más que dormir bajo
el firmamento, sobre un duro y frío suelo.

Esa noche, tuvo un sueño. Uno distinto al de todas


las noches previas, en el que una vieja, jorobada
bruja, canjeaba todos los tesoros, secretos y amores
por algunos años de la vida que pudo haber sido
suya. En su miseria, aceptó, y para su sorpresa
aquella mañana despertó en una cama cálida, al

94
aroma de comida caliente, escuchando el reir de
niños en la siguiente habitación.

Salió y se encontró un amado padre y esposo, en


una modesta casa junto a su taller. Lo saludaron
cinco pequeños, y una mujer con otro en camino.
Comieron, rieron y hablaron, como viejos amigos. Y
así pasaron los días, y los días se convirtieron en
años.

Un día se convenció a sí mismo que aquella vida de


aventura había sido tan sólo un sueño y que esta era
la mejor aventura, con los mejores tesoros, los
mayores secretos y los más apasionados amores.
Pero esa noche tocó a su puerta la vieja bruja, que
pasaba de visita, para recordarle su trato.

Maldijo y se enojó, golpeando las tablas de la mesa


donde habría ingerido su última cena. Asustó tanto a
su familia, que tuvieron que contenerlo, para que no
matara con sus propias manos a aquella jorobada
vieja. Aquella noche se rehusó a dormir, creyendo
que así vencería aquel horrible destino, pero los
dedos de su esposa amada lo vencieron, sedujeron
al sueño entre palabras dulces y calmadas.

Se despertó adolorido en la mañana, con lágrimas


en sus ojos y las manos hechas puños, con los que
había golpeado la tierra a su costado. Tomó un
cuchillo, y se dispuso a encontrar a la bruja. Su
instinto lo condujo a una choza, vagamente familiar.
Entró, encontrando a la vieja sola, tendida sobre su
lecho de muerte, sonriente, llamándolo a su lado.

Fue entonces cuando soltó el cuchillo y se hizo a los

95
pies de la vieja, que en ese momento confesaba era
una bendición, no un hechizo maldito, lo que había
conjurado para él. Con su último aliento, el hombre
rompió en llanto, y fue entonces cuando escuchó la
voz de su dulce amada, la hija de aquella vieja,
cuyos dedos lo habían dormido en sueños la noche
anterior.

96
Riña con B mayúscula

Me gustaría encontrarnos
Lejos de todo el mundo.
Para darte un puñetazo
En los huevos y el culo.

Riña cruenta al enfrascarnos


Salir, gatas, moribundo.
Mansa llave y un vergazo,
Te daría, homúnculo.

Gozaría al enfrentarnos
Embaucador, vagabundo.
Entre patada y codazo,
Muy lento te estrangulo.

97
¡Me aburro!

Vida lenta y predecible,


De sinsabor conocido.

Conversación amigable.
De ambición reducido.

Inocuo, tonto, invisible,


Indescifrable, podrido.

Todo vano, reciclable.


Mierda, sangre teñido.

Cruel rutina es terrible,


Espíritu muere vencido.

Siente culpa innegable,


Amor: veneno preferido.

El valor frío es apacible.


Por dudas está perdido,

Maldición abominable.
En la historia, hundido.

98
El décimo tercer hijo

Erase una vez, en un mundo de fantasía muy lejano,


una reina que tenía todo lo que podía querer e
incluso imaginar. Había enviudado joven, luego que
su no muy amado esposo muriera en batalla
asegurando todas las riquezas de las que ella ahora
gozaba. Sin embargo, tanta opulencia tornó todo lo
demás insípido. Los amaneceres no tenían el mismo
brillo, la comida había perdido su sabor, el cantar de
las aves no era el mismo, e incluso había perdido la
capacidad de soñar.

Consultó a todos sus médicos y ministros.


Desesperados por complacerla, acordaron que lo
que ella necesitaba era un heredero. El problema
era que todos los posibles pretendientes eran ahora
sus prisioneros, luego que su difunto esposo
conquistara todos los reinos vecinos, o eran sus
enemigos jurados, en los reinos más lejanos que no
pudo conquistar. No tenía a nadie digno de
desposarla o mucho menos darle hijos.

La mayor parte del reino gozaba de una saludable


dosis de pobreza, con leyes que procuraban
mantenerlos sometidos, de modo que existirían
muchos padres dispuestos a cederle a sus hijos con
tal de sacarlos de esa pobreza. Y fue así como se
condimentó el plan: se convocaría al pueblo a traer a
sus hijos más hermosos, talentosos e inteligentes, a
concursar ser uno de los doce nuevos hijos de la
reina.

Fue una medida que un pueblo ignorante, oprimido y


hambriento vio con muy buenos ojos. Así, pronto se

99
formaron filas de padres con hijos, listos para
dejarlos ir con la esperanza de una mejor vida para
ellos. Pero la reina era una mujer superficial y pronto
se aburrió de sus nuevos doce hijos, que también
eran infelices, pero cautivos en jaulas doradas. Al
capricho de la reina debían cantar, declamar o tocar
instrumento, a veces incluso muy tarde en la noche.

Un día, una despistada y loca pueblerina, de uno de


los rincones más alejados del reino, llegó tocando a
la puerta del palacio con su propio hijo, un niño
inteligente, con el don de la palabra. Pero este chico
era muy rebelde. Amaba a su loca madre más que a
todo el resto del mundo junto y quería complacerla,
pero tenía un toque para rozar con las personas en
la peor de las maneras.

Aburrida con sus ya no tan nuevos doce hijos,


aturdida con el lamentar de la loca, la reina decidió
adoptar un nuevo hijo que no quería tener, pero le
preocupaba más la imagen que este gesto tendría
en su pueblo. Las ovaciones no demoraron y la reina
se sintió complacida de su bondad.

Una noche se sintió aburrida y comandó a sus


guardias traer a su nuevo hijo. El niño había estado
llorando a su madre y ya se había percatado era un
prisionero a pesar de todas las riquezas. Durante las
noches, hablaba con sus nuevos hermanos. Todos
extrañaban a sus padres. Ninguno estaba conforme
en sus jaulas doradas.

Ahora, en presencia de la reina, se dispuso


contrariar a la reina hasta enloquecerla y que lo
dejara libre. La reina demandó saber cuál era su

100
talento, a lo que el chico respondió que no tenía
ninguno: no era hermoso, no bailaba, no tocaba
ningún instrumento, no podía hacer piruetas
gimnásticas, no sabía dibujar o pintar, no conocía
ningún verso o prosa que pudiera declamar... esto
enfureció a la reina, quien hacía mucho tiempo no
sentía esa emoción. Lo mandó de vuelta a su jaula
sin cena, con la amenaza de una paliza.

Por irónico que pareciera, esta rebeldía complació a


la reina de alguna forma. Estaba aburrida de tanto
placer. El chico le había hecho perder los estribos al
punto que consideró mandarlo a ejecutar esa misma
noche. Toda esa emoción agitó todo por dentro.

Pasaron las semanas y la reina ya había olvidado el


incidente cuando lo volvió a llamar. En esta ocasión
le pidió describir su reino, su poder y su
magnificencia. El chico se concentró en hablar de los
muchos prisioneros en los calabozos, de la pobreza
en todo el reino y la infelicidad de todos sus
habitantes, la reina incluida. Esta vez la reina perdió
un poco la cordura, abofeteándolo ella misma y
ordenando a sus guardias impartirle una paliza. Y así
lo hicieron. El chico volvió repleto de golpes a su
jaula dorada, listo para dar una última pelea, con el
deseo claro de morir o escapar.

Pasaron los meses y la reina, aburrida como


siempre, lo mandó a llamar una tercera vez para un
paseo en el jardín. Desde que llegó, el chico no paró
de hacer la observación que ella era una mujer
solitaria, aburrida, atrapada también en una jaula
dorada, odiada por todos, incluso por él y sus otros
doce hijos, y que algún día ella moriría,

101
probablemente tras una penosa y prolongada
enfermedad, devolviendo a su pueblo la alegría de
vivir.

En esta ocasión la reina no se contuvo y lo mató ella


misma con una daga. El chico murió con una sonrisa
en su rostro, que sería lo que más la atormentaría
luego. A partir de esa noche la reina volvió a soñar.
Tuvo una pesadilla con el chico que se sentaba
plácido a su lado diciéndole todo aquello que ella no
quería escuchar, pero que sabía en su corazón era
cierto. La mañana siguiente todos en el palacio
hablaban del incidente y a las pocas semanas todos
en el reino no podían parar de especular sobre lo
acontecido. Era lo único de lo que hablaban. La
reina los podía escuchar cuchicheando a sus
espaldas.

La verdadera madre del chico entristeció y falleció


una semana después de la muerte del chico. La
reina tardó varios meses en enfermar por el mismo
motivo. Repartió su tesoro entre sus otros doce
hijos, enviándolos de vuelta con sus padres. Los
chicos, habiendo experimentado lo que era ser un
prisionero en una jaula dorada, empezaron a repartir
el tesoro a su paso.

Los nobles y sirvientes en el palacio se hicieron de


todo lo que pudieran cargar, mientras la reina
enfermaba con mayor gravedad. Los soldados
depusieron sus armas e incluso liberaron a los
prisioneros de los calabozos. Cada noche el palacio
estaba más oscuro y solitario, excepto por la reina y
su hijo fantasma que le hablaba cada noche.

102
El día en que falleció, el fantasma de su hijo trece la
perdonó con un susurro al oído, lo que propició una
sonrisa en su lecho de muerte.

El reino se fragmentó y las riquezas se dispersaron.


El palacio en la maleza quedó y todos los chismes
cesaron. Aún yace el cuerpo de la reina en su lecho,
con su hijo fantasma en brazos. El más querido
odiado, que le dio aquello que necesitaba, en lugar
de lo que quería.

103
El camino difícil

Con el corazón envalentonado


y ambas manos hechas puños,

se adentró por camino errado,


pies sucios, en brazos rasguños,

con duda que nadie ha preguntado.


Oscuro, lejos de terruños,

con cuentos otros me han querellado.


Lanzas, antorchas, marcan cuños.

Con ella, amor develado.


Coraza herida, rasguños.

Con su valor dulce inesperado,


Roba sutil como garduño.

104
Nocturno

Acostada en su cama, escuchaba el viento aullar a


lo lejos, e imaginaba ver cobrar vida en las sombras
que se formaban en su habitación con la intensa luz
de la luna llena. El aire traía una peculiar mezcla de
jazmín y almizcle dulce, con un leve toque a podrido.

Temía a la noche... no, más bien temía a los


horrores que se escondían en la noche. Temibles
criaturas con sed de sangre, con quienes no podía
negociarse. Le parecía recordar un cuento que su
abuela reservaba para noches como esta cuando
escuchó la tos de un hombre.

Vivía sola, luego que sus hermanos partieron hacia


sus respectivos hogares, y cuidó de sus amados
padres hasta su último aliento de vida. Temía a los
ladrones, homicidas y violadores por igual a aquellas
indescriptibles criaturas nocturnas.

Luego un golpe estrepitoso, contundente, y logró


distinguir un quejido de hombre. Durante un tiempo
se mantuvo aferrada a sus sábanas, como si éste
trozo de tela la pudiera proteger de los peligros del
abismo.

No escuchó nada más durante un tiempo, y luego


empezó a llover. La noche se hizo fría y con mucho
esfuerzo logró conciliar el sueño aquella noche.

Temprano en la mañana, aún oscuro, se puso en pie


y, sin el temor desgarrador de la noche anterior, no
tuvo problema para abrir la puerta trasera y buscar
algo de leña para iniciar un fuego en su estufa de

105
hierro.

Para su sorpresa, encontró un hombre herido,


tendido sobre el piso, en un charco de agua, lodo y
sangre. No sabía qué hacer, pero no tenía miedo.
Como pudo le dio vuelta y lo haló para que quedara
seco. Entonces, logró examinarlo bien,
encontrándole una puñalada a un costado. La herida
era fea y se preguntaba si estaría muerto o
muriendo.

Fue entonces cuando dio un salto, cuando el hombre


abrió los ojos y la boca, buscando una bocanada de
aire. Entonces, desmayó él y ella permaneció
arrinconada, con los brazos y piernas temblorosas.
Luego del susto, se decidió a curarle la herida, pero
no pudo moverlo un sólo centímetro más. El día no
había empezado, y ella ya estaba agotada.

Como pudo lo cubrió con viejas colchas e inició el


fuego para preparar una sopa. El día transcurrió, y el
hombre yacía tendido frente a su puerta,
balbuceando algo por momentos. Anocheció y tan
pronto como los últimos rayos del sol se dispersaron,
el hombre abrió los ojos.

En ese momento parecía completamente lúcido y


curado, pero se puso en pie dando un pequeño
gruñido. Ella le ofreció de la sopa, que había estado
hirviendo todo el día al calor de la leña en su estufa.
Él, aceptó.

Bebió como si no hubiera comido en años. Le


impresionó su fuerza e imponencia, a pesar que no
era un hombre alto. Portaba cabello y barba largas,

106
con mechones de canas, que parecían pintadas,
brillantes a la luz de las lámparas.

Ella ya había buscado entre las viejas pertenencias


de su viejo padre, ya muerto, y le ofreció una muda
de ropa fresca. Casi como un comando el hombre se
desnudó en el acto, a lo que ella tarde pudo
reaccionar. Logró ver en su cuerpo, decenas, sino un
ciento de heridas.

No pudo resistirse a tocar unas en su espalda, y se


horrorizó ante lo fría que estaba su piel. El hombre,
percatándose, se vistió rápidamente, pero esta vez
la miró directo a los ojos. Ella notó un brillo amarillo
en sus ojos, que no era exactamente el reflejo de la
luz de sus lámparas, lo que debió ocasionarle
escalofríos, pero sintió una comodidad indescriptible.

El hombre agradeció los platos de sopa y salió a la


fría oscuridad de la que había venido. Ella intentó
ver a dónde se dirigía, pero él simplemente se
desvaneció en la noche. Aquella noche también
llovió, y las ramas de los árboles parecían aruñar los
costados de su casa. La luna parecía un cíclope
asomado a su ventana y el viento un soplido helado.

Pero aquella noche, ella escuchó un susurro en su


mente. Le pareció extraño y por un momento temió
estar enloqueciendo. El susurro le explicó que el
hombre era en realidad una temible criatura de la
noche. Uno de sos monstruos de los que cuentan las
abuelas en noches de tormenta. Un dios de la
oscuridad, indomable ante los caprichos de los
hombres. La voluntad de la naturaleza materializada
en carne, buena y mala al mismo tiempo, según el

107
lente con el que se vea.

El susurro le aseguró que el hombre le estaría


eternamente agradecido por su gesto amable y que
ella no debía temer a las cosas que yacen en la
oscuridad nunca más, porque ninguna la lastimaría a
ella nunca. Y por primera vez en su vida, ella durmió
plácidamente durante otra fría noche de tormenta,
tendida en su cama en la oscuridad, sin temor
alguno, confiando en lo que el susurro le había
confesado, sabiendo que era cierto en su corazón.

108
Entrometida

Entrometida luna plateada


que te regocijas cada noche
con cada lágrima derramada.

Redonda escriba indiscreta


que me miras con reproche,
testigo de pena silenciada.

En tu faz te noto apenada


por mi dilema y trasnoche
y triste emoción encarnada.

Con el día serás olvidada.


El Sol llegará en su coche,
mi condena compadecida.

109
Sueño de un día despejado

Estaba loco y sediento,


mi corazón: un lamento.

Pensé, por un momento,


sin algún remordimiento,

algo salido de un cuento,


que daba fuerza y aliento,

manjar para hambriento,


una fuente y monumento.

A la sombra, somnoliento,
de penurias, males, exento.

Algo, dulce temperamento,


complacido, sin aburrimiento.

110
Incógnito

Nadie me menciona en sus poemas o historias.


Nadie me da las gracias o me recuerda. No tengo
siquiera un nombre. Todos conocen a las musas,
que son bellas y llenan de inspiración a todos los
artistas, escritores y poetas. Yo soy su
acompañante. Sin mi no podrían hacer su trabajo.

Yo soy el desorden, el caos de la creatividad, la otra


cara de la moneda, las noches de angustia, ira y
frustración. Soy la locura que les hace olvidar todo,
el hambre insaciable de querer más y nunca estar
del todo conformes.

Soy el empujón en las sombras, el maquinar previo a


la iluminación creativa. No tengo nombre, porque
muchos sólo se complacen con sus musas y su
vanidad.

Recuérdame cuando te sientas inquieto, cuando


hayas perdido tu lugar en el mundo, cuando estés en
el limbo entre el mundo que es y el mundo que
quieres que sea. No me apartes con vino u otras
pócimas. No me calles. Siempre estaré contigo,
quieras o no. Agradece a Hefesto y Prometeo,
habernos anclado en la creación de los mortales.

Antes, yo vivía libre. Libre de los mortales y sus


problemas mundanos. Libre de tener que vivir para
atormentarlos, empujarlos, incitarlos... sólo nos
liberamos cuando la creación está completa, cuando
el hambre y curiosidad se han saciado, cuando las
musas hacen su entrada triunfal.

111
Oda a la... "cosa"

¡Oh, cosa presurosa,


verde y asquerosa,
apestosa y verrugosa,
que no osas ni provocas!

Te dedico una prosa,


quizás sonata fogosa,
una oda color rosa,
no amargosa o malosa.

¡Oh, callosa cosa,


cual osa vellosa,
rugosa y amorosa.
nunca perniciosa!

¡Oh... cosa lujuriosa,


celosa y fastidiosa,
que sueñas, ambiciosa,
me consientes y provocas!

112
Constelación de ti

Estaba ahí de pie, en medio de un cráter, al borde de


la luna de uno de los planetas en la constelación de
ti, cuando el estruendo de una supernova arrasaba
con todo en un penoso instante.

Los bosques, los mares, las nubes, los animales,


pobladores de una aldea, sus cultivos... todos fueron
incinerados y vueltos polvo. Quisiera pensar que no
sufrieron. Tan rápido como los vi desaparecer, fui
empujado con la fuera de miles de explosiones,
quedando a la deriva en un infinito espacio interior.

Supongo que tuve suerte al sobrevivir, pero me


recuerdo de todo aquello que pude intentar para
salvarlos. Estuve girando por lo que me pareció una
eternidad en medio de galaxias de recuerdos y
emociones, anillos de sensaciones y miradas. Pasé
por numerosos planetas no habitables. Planetas de
ira, tristeza y recriminación.

En algún momento entré en la atmósfera de un


planeta habitable, previamente desconocido para mi.
Me incendié en mi trayectoria y choqué en un vasto
océano habitado por las criaturas más extrañas.

Dormí en el fondo de esas aguas durante miles de


años, hasta que aquel océano se secó. Un terrible
terremoto convirtió el fondo en una enorme montaña
donde los vientos me despertaron e insuflaron nueva
vida.

Ahí, sentado, vi mi primer atardecer en aquel


planeta. Maravillado por su belleza, no pude hacer

113
más que contener la respiración durante algunos
millones más de atardeceres. En las noches, me
embelesaba con las estrellas de aquel vasto
universo.

Un buen día tuve las fuerzas para explorar y empecé


a rondar aquel mundo. Cañones, grutas, cuevas,
mares, desiertos, selvas... conocía cada criatura
viviente y me tomé el trabajo de nombrarlas. Las
aves del cielo, los peces del mar y las cuevas de las
bestias me hicieron extrañar mi hogar de origen, así
que decidí construir una casa.

Cavé minas para conseguir el hierro para los clavos.


Talé árboles para obtener tablones de madera.
Esquilé bestias durante generaciones para crear el
hilo con el cual tejer. Vacié desiertos para crear
vitrales. Finalmente mi nuevo hogar estuvo listo.

Algún día, el Sol en este sistema solar se enfriará o


explotará, y sabré si sobreviva o fallezca. Mientras
tanto disfrutaré de este nuevo mundo, intentando
crear un paraíso, en lugar de un infierno, para mi.
Cada noche añoro mirar los cielos, y ver la
constelación de ti.

114
Mi periquita canalla

Oh, infame, vil y mala


Osada perica canalla
Pica, chilla y acorrala

Incesante cual metralla


Rasga, corta, apuñala.
Que recrimina y detalla

Pico acusador señala


Captor gentil, amuralla
Ella sólo libertad inhala

Volar y comer papaya


En árbol libre, no jaula.
Cual vigía en atalaya.
Aquí nadie te acicala.
Vuela, mi impía canalla,
Guerrera, nadie iguala.

115
Vida mía

La vida es preciosa,
muy mal apreciada.
Siempre única, fugaz.

Fuerte y peligrosa.
A veces maltratada,
persistente y tenaz

Bullicia, silenciosa,
corta o alargada,
de aferrarse incapaz.

Compleja, hermosa,
una idea gastada,
resiliente y audaz.

Pasajera deseada,
pulcra o manchada.
Tiene apetito voraz.

116
Cuento dulce

Hace algún tiempo, vivía en una casa de galletas, en


medio de un bosque de caramelos, junto a un
pantano de tarta de limón, donde los arco iris
brotaban del suelo, surcando los cielos. Llegué ahí
por pura casualidad en una de mis muchas
aventuras descabelladas.

Una vez ahí, me instalé en una vieja casa


abandonada que sólo requirió retoques... excepto
por el cadáver medio quemado de una obesa mujer
en el horno del sótano. Un detalle menor para una
ganga como esta. Procedí a enterrarlo en el patio
trasero, sin pensarlo mucho.

Viví ahí un tiempo, y la casa se sostenía bien,


manteniéndome a salvo durante tormentas de
chispas de chocolate, granizados de malvas,
huracanes de mazapán y nevadas de caramelo. Una
mañana noté en el jardín un parche de pasto muerto,
en medio de un vivo verdor. Con los días, el parche
se volvió cada vez más grande, secando árboles,
flores y arbustos a su paso.

En ese momento no lo asocié, pero estaba ligado al


cuerpo enterrado de la mujer, que resultó ser una
bruja, según comentaban algunos campesinos del
área. Se decía, comía niños, lo que me resultó
repugnante e ilógico al estar rodeado de los más
deliciosos manjares todos los días del año. ¡Mi casa
estaba hecha de galletas!, ¿qué más podía
necesitar?

Con el tiempo, mi casa se deterioró al quedar

117
inmersa en el parche seco, y pronto se derrumbó.
Para ese entonces, ya estaba viviendo yo en una
cueva cercana. Vivía con lo que brotaba del bosque
cercano y no me preocupaba mucho, hasta que
empezó a secar granjas cercanas. Pronto se
mudaron a la cueva la mitad de los aldeanos, y para
cuando la otra mitad llegó, la destrucción había
tocado a la cueva.

Pronto todo quedó convertido en un desierto y


tuvimos que subir a una montaña cercana buscando
refugio y comida. Volví a comer frutas, tubérculos y
nueces, todos muy distintos a los dulces a los que
estábamos acostumbrados. Para ese tiempo, noté
que todos éramos increíblemente robustos, por lo
que nos costaba mucho trepar árboles y correr, pero
con el cambio de nuestros hábitos, las mujeres se
hacían menos voluptuosas y más hermosas, así
como los hombres menos rechonchos y más
musculosos.

Todos teníamos la esperanza de volver a nuestras


casas en el ya desaparecido bosque, y ciertamente
el parche dejó de crecer, permitiendo a la naturaleza
retomar lo que antes era una tierra de fantasía. Los
niños ya habían olvidado la tierra de los arco iris y
delicias, y estaban altos y fuertes, mientras los viejos
empezábamos a perder la memoria de un sueño al
que nos aferrábamos con insistencia y nostalgia
desesperadas.

La tierra de sueños murió, muchas generaciones


continuaron viviendo ahí y los relatos de los viejos
pasaron a las nuevas generaciones como cuentos
de hadas. A diferencia de sus predecesores, los

118
siguientes aldeanos se hicieron cada vez más
fuertes y más sanos y, eventualmente, más felices.

119
Pesar estoico

Tu silencio me ensordece,
tu indiferencia flagela.
Quiero leer entre miradas,
pero tu lengua es foránea.

Tu luz opaca ensombrece,


tu cálido tacto congela.
¡Tantas prosas son silenciadas!
Para mi fuiste muy errónea.

Oscuridad desobedece,
ya nada bueno me consuela.
Palabras veraces, sangradas.
Duda, gira, tartamudea.

Un pedazo desaparece,
ya es pasa, antes ciruela,
cuna de lanzas y espadas
en sala cristal estropea.

Corazón triste, agradece,


latido que aún revuela,
viles emociones sorteadas
que mi alma tuerce, saquea.

Es juego que razón carece,


y mariposa desmantela,
con pasiones decepcionadas.
¡Hasta estoico flaquea!

120
Musas

Mus musas me abandonan,


encantadas con otro autor,
embelesadas con promesas
de éxito, legado y alegría.

Mis musas hoy se callan


frustradas con mi estupor.
Aburridas vidas sin sorpresas.
Me he ganado su antipatía.

121
Blanco y negro

Aquel maldito, mugroso perro blanco, apareció una


noche ladrando a todo momento frente a la puerta
de mi casa. Varias veces salí, incluso descalzo y
bajo la lluvia, para ahuyentarlo con un palo. Aquel
maldito cancerbero me acosaba cuando dormía y
trabajaba. El vino y la comida habían perdido su
gusto. Nada me complacía. Ladraba bajo Sol y
lluvia, de día y noche... poco a poco me fue
enfermando de los nervios. Nada lo disuadía de su
cometido.

Empecé a sospechar que quería matarme. Hacía un


tiempo que me afligía un mal que no podía superar.
Me acostaba, pero no dormía y me levantaba
cansado, iracundo y febril. Mis manos temblaban e
incluso creía ver apariciones de demonios
disfrazados de mi difunta amada.

Mis fuerzas me empezaron a abandonar cuando mi


sirvienta, una negra robusta, descendiente de
esclavos fugitivos, sugirió que aquel can había sido
atraído por la muerte. Destrocé todo a mi paso,
cegado por la ira, negando aquella absurda idea,
temeroso por mi propia vida. No pude dormir aquella
oscura noche sin estrellas. En mi soledad, me
acompañaba el cantar de una lechuza blanca. Ese
mal agüero selló todas mis esperanzas. Recibí la
mañana nostálgico y cabizbajo.

Decidí guardar mi propio luto anticipado. Vestido de


negro, de pies a cabeza, deambulaba por mi hogar,
como en procesión fúnebre. Para entonces, los
talingos ya habían invadido los árboles a mi

122
alrededor, posados en el techo, incluso en mi jardín.
También llegó una legión de gatos negros, que entre
gruñidos y zarpazos mantenían aquel perro blanco
lejos.

Todos los días, mi sirvienta me cuidaba, cocinando


los más sabrosos caldos, vigorizantes infusiones y
dulces postres que jamás he probado. Empecé a
recuperar mis fuerzas, aunque aún no estaba listo
para dejar mi luto. Fue entonces cuando apareció en
el pueblo una anciana ciega, con ojos lechosos,
encorvada y con largos dedos torcidos, que pasaba
por las calles vendiendo flores para los difuntos.
Vestía un traje blanco, manchado por el lodo y el
sucio, lo que le otorgaba un funesto aspecto
ominoso. ¡Otro mal agüero!

Una noche soñé estar trepado en una escalera. Por


debajo de mi, una hermosa mujer blanca, delgada y
joven, que me tentaba con placeres carnales y
placeres pecaminosos. Sobre mi, un anciano negro,
de buena postura, con las manos ásperas y el rostro
agrietado, alentándome a subir un peldaño más.
Entendí, al despertar, que todas mis nociones
estaban equivocadas, puesto que mis ángeles eran
negros y mis demonios blancos.

Me quité mi hábito negro, y decidí teñir todas mis


ropas de color gris. Estando yo en medio de una
batalla por mi alma.

123
Sapo bello

Hermoso y bello,
Pobre y temeroso.
Huyes por tu vida.

Yo te veo, sapo,
Sutil, maravilloso,
Nunca como plaga.

Perro y humano,
Para sacarte ojo,
Te acosa, caza.

Te quiero, mi sapo,
Cantante amoroso,
Sin males ni maña.

124
Haikús

Ruidosa labor
sudor y dolor arduos
logros muy gratos.

Ironía de
historia repetida
no aprendemos.

Una apariencia
vale más que sustancia.
¡Mundo de locos!

Dia de fiesta
mañana celebramos
hijos y padres.

Dioses no teman:
La pizza adorada,
manjar divino.

Comida rica,
copiosa, deliciosa.
Alivia alma.

Razón nublada
corazón retorcido
sueños muy dulces

125
Lluvias frías
y abrazos cálidos
entre sábanas

Terrible ocio
mente muy intranquila
ideas locas.

Mañana es tímida
el Sol curioso
día prometedor

126
¿Y ahora qué?

Tenía el mundo a mis pies y la eternidad estaba casi


asegurada. Los había doblegado a todos con mis
propias manos y por primera vez en la historia sería
su único dueño. Me sentía muy complacido con mis
logros hasta que una idea se metió en mi cabeza.
"¿y ahora qué?", susurraba.

Creo que siempre estuvo ahí, y que la escuchaba,


pero sólo ahora tenía tiempo para prestarle atención.
Culminada mi victoria, volvía hacer el mundo a mi
capricho. Se crearon bosques dónde sólo existían
desiertos. Se canalizaron los ríos y lagos para regar
los cultivos. Se erigieron ciudades sobre y bajo los
mares. Se domaron los volcanes y las tormentas. Se
tallaron las montañas...

"¿Y ahora qué?", continuaba susurrando la idea en


mi cabeza. Así que ordené la construcción de
máquinas maravillosas para cruzar el mundo en
instantes, subir los cielos hasta casi tocar el
firmamento y navegar los océanos como si fuera un
juego de niños.

"¿Y ahora qué?", continuaba diciendo. Así que puse


a mis más sabios médicos a trabajar, erradicando
todas las enfermedades, el dolor y la vejez. Mis
ministros acabaron con el hambre y la pobreza,
educaban a los niños en las más exquisitas artes,
danzas y deportes. Les inculcaron la lectura y la
poesía, y pronto no hubo libro escondido al
conocimiento humano. Los filósofos unificaron todas
las religiones y dedujeron todas las contradicciones
que friccionaban con la naturaleza humana.

127
"¿Y ahora qué?" Luego, mis ingenieros construyeron
un puente a la Luna donde se podía saludar al Sol y
las estrellas. Se crearon naves que expandieron mi
conquista a los mundos vecinos, que también fueron
conquistados y moldeados a mi capricho.

"¿Y ahora qué?" Así que llegó el día en que sería yo


el hombre más viejo de la historia, conservando mi
juventud, lleno de riquezas, victorias y sabiduría. Un
dios viviente entre los mortales. Creador de un
Universo de bondades y placeres para todos.
Esposo de las mujeres más hermosas y padre de
centenas de hijos... pero seguía sintiéndome vacío.

"¿Y ahora qué?" Así que decidí encomendar a mis


maestros, sabios e ingenieros doblar la dictadura del
tiempo, para regresar y mejorar mi suerte, conocer
secretos ocultos y ver con mis propios ojos la
maravilla de la creación.

Viajé a mi infancia sólo para deleitarme ver mis


juegos de niño, los sacrificios de mis padres. He sido
el único en poder hablar conmigo mismo y
aconsejarme. Lo extraño fue que cada vez que me
decía al niño que fui nuestros logros, yo me
respondía "¿y entonces?", a lo que yo continuaba
narrando, y me respondía "¿y entonces?".
Exasperado, falto de paciencia, tomé un cuchillo y
me convertí en el primer hombre en asesinarse a sí
mismo.

"¿Y ahora qué?", preguntarán. Mi imperio se esfumó.


Toda mi sabiduría y fuerza me abandonaron. Todos
mis logros y victorias se olvidaron. El mundo
moldeado a mi capricho desapareció.

128
Sobre el autor

Rolando Alvarado Anchisi es médico especialista en


patología. Actualmente ejerce la medicina a nivel
institucional y privado. Es co-autor de otra obra,
“Sexo, Juegos y Punk Rock: Las experiencias de
una empresa privada de salud en América Latina”, y
de varios artículos científicos. Esta constituye su
primera obra de ficción, muy ajena a temas
sanitarios.

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