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Blanca Olmedo: Cien años, muchas lecturas

EMMA E. MATUTE DEL CID

En el año 20081 se cumplen los primeros cien años de publicación de Blanca Olmedo,

escrita por Lucila Gamero de Medina (1873-1964), considerada por muchos como la

iniciadora de la novela en Honduras. Blanca Olmedo es quizás —junto con Prisión

verde y Cipotes, de Ramón Amaya Amador— una de las obras más leídas por los

hondureños de todos los estratos académicos y sociales.

Desde su aparición, la obra tuvo una acogida favorable y la autora ganó el

reconocimiento de propios y extraños, por lo que podríamos decir que, con Lucila

Gamero de Medina, la conocida y radical sentencia que “No hay profeta en su tierra”,

encuentra una honrosa excepción.

Haremos a continuación, un recorrido panorámico por cinco de las lecturas que la

crítica - nacional y extranjera- ha hecho de este texto novelístico, subrayando quizás,

algunos detalles que evidencian las diversas posibilidades o aproximaciones que esta

novela permite.

Novela sentimental o romántica

Para muchos lectores (primerizos, adolescentes, enamorados…) la única y más

agradable forma de acercarse a esta obra es tomando el camino de novela sentimental o

romántica. El argumento de esta historia de amor es sencillo y nada original o

novedoso: Blanca Olmedo, una joven de buena familia, ha perdido todos sus bienes por

las malas acciones de un abogado corrupto (Elodio Verdolaga). Esta circunstancia la

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L. H. Sevilla, J. R. Martínez y H. Umaña han demostrado que el año de publicación de Blanca
Olmedo es 1908 y no 1900, como se afirmó anteriormente.
obliga a trabajar como institutriz en la casa de la familia Moreno, donde conoce al que

será el amor de su vida: Gustavo Moreno. Por las intrigas de doña Micaela, madre de

Gustavo, así como las del padre Sandino —consejero espiritual de la Señora Moreno—,

y también por las influencias del mismo Elodio Verdolaga, el amor de los jóvenes no

llega a realizarse. Gustavo es enviado a la guerra, Blanca enferma y muere de amor en

ausencia de su amado y cuando éste regresa, se suicida al no encontrar a su prometida.

Doña Micaela, al final, llena de remordimientos, funda un asilo para huérfanos con el

nombre de Adela (prima de Gustavo y discípula de Blanca) quien también ha enfermado

y muerto de tristeza.

Como vemos, el hilo argumental es típicamente romántico; los amantes se conocen, se

enamoran, hay un obstáculo que los separa y finalmente, mueren sin consumar su amor.

Lucila Gamero, en esta historia, ha puesto en evidencia las convenciones generales de la

tradición romántica sentimental: la fatalidad como destino de los amantes, la

idealización de la mujer y la subjetivización de la naturaleza, el estilo íntimo y personal

del diario, la rebeldía romántica que se opondrá al orden establecido, pero que no

logrará vencerlo.

Muchos críticos han señalado que el romanticismo de Blanca Olmedo y de otras novelas

de Gamero de Medina es un romanticismo tardío, trasnochado, posromanticismo y otros

epítetos, pues el movimiento romántico surge y se desarrolla en Europa en la primera

mitad del siglo XIX. En 1908, entonces, cuando surge la novela que nos ocupa en este

trabajo, el romanticismo europeo y aun el hispanoamericano había decaído y nuevas

tendencias lo habían sobrepasado. Incluso el Modernismo, impulsado por Rubén Darío,

estaba en su etapa final.

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Pese a lo anterior, lo romántico sentimental —tardío pero atractivo a muchos lectores,

incluso del siglo XXI—, es el instrumento que la autora utiliza para comunicar otros

temas, más fundamentales y cercanos a su vida misma.

Novela autobiográfica

Existen evidencias abundantes para afirmar que Blanca Olmedo permite ser leída no

sólo como novela romántica, sino además como una novela autobiográfica.

Lucila Gamero escribió su Autobiografía en 1949; felizmente, ésta fue publicada en

1994 por la Editorial Universitaria, bajo el título Lucila Gamero de Medina. Una mujer

ante el espejo, junto a un trabajo detallado y pertinente de Juan Ramón Martínez.

En el texto autobiográfico la autora cuenta que nació en Danlí, El Paraíso, el 12 de junio

de 1873; fueron sus padres el Dr. Manuel Gamero y doña Camila Moncada de Gamero.

Su padre, quien estudió Medicina en Guatemala, fue uno de los grandes motivadores de

la formación literaria y científica de Lucila.

Sabemos además, que la escritora se casó en 1897 con Gilberto Lorenzo Medina, rico

hacendado de Danlí, once años mayor que ella, sin formación cultural, pero con el

mérito “de no haberse opuesto a la vocación literaria de su esposa” (Martínez, p. 41).

En su Autobiografía, la autora brinda interesantes datos de su vida, que se convierten en

claves importantes para la lectura de Blanca Olmedo. Para el caso, hace referencia a los

conflictos (litigios por tierras) que obligaron a su familia a abandonar su natal Danlí y a

exiliarse en Olancho por algún tiempo, elemento que se verá reflejado en la obra.

En las páginas previas al inicio de la novela, encontramos un texto que es una especie

de declaración de propósitos: “El estudio de la vida real y los ejemplos, harto dolorosos,

que de injusticia he visto cometidos, siendo víctimas, algunas veces, mi familia y yo,

son los que me indujeron a escribir este libro (…)”

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De ahí que la cadena de injusticias vivida por la protagonista, tiene sus referentes

directos en las situaciones experimentadas por la familia Gamero. Sin embargo, el

elemento autobiográfico que resulta más relevante en la novela es la caracterización

intelectual, religiosa, filosófica y hasta política de Blanca Olmedo. En su autobiografía

LGM se preocupa por autodefinirse, así como en la novela Blanca se confiesa, mediante

el recurso del memorándum o diario.

Lucila Gamero se autodefine así: “Librepensadora nací y librepensadora moriré”

(Martínez, p. 69). Esa actitud la hace cuestionar algunas prácticas religiosas de su

propia familia y, de hecho, parece que se mantuvo al margen de ellas: “La hostia no

sabe a nada (…) No me vuelvo a confesar ni a comulgar. Y hasta la fecha lo he

cumplido y seguiré cumpliéndolo hasta el fin de mis días” (Ibíd.)

Blanca, igualmente, se autodefine como “joven librepensadora” y demuestra, a lo largo

de la obra, su actitud rebelde hacia las prácticas religiosas de la familia Moreno. Para el

caso, rehúsa ir a misa en reiteradas ocasiones y da sus razones: “¿A qué, si estas

prácticas no están conformes con mis creencias?”. También rehúsa confesarse: “—¿Mi

confesor?... —Ni él ni ningún otro, mi confesor es Dios”.

¿Cuáles son las creencias religiosas de Blanca (y las de Lucila)? Algunas veces

parecieran una especie de panteísmo. Blanca, por ejemplo, cree que la naturaleza está en

íntima relación con Dios y que no puede existir el uno sin el otro. Como observamos,

Blanca Olmedo y Lucila Gamero tienen un perfil bastante similar; ambas son cultas,

educadas, rebeldes, anticlericales, defensoras de sus derechos, orgullosas de sus

orígenes (especialmente orgullosas de su padre), visionarias, “librepensadoras”. Este

perfil —debe subrayarse—, es bastante avanzado para la mujer de principios del siglo

XX, pues es un hecho comprobado que la mujer hondureña y centroamericana,

independientemente de su etnia y clase social, ocupaba un lugar subordinado con

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respecto a los hombres. No es sino hasta los años veinte y treinta que comienza a

incursionar en campos tan importantes como el de la educación (Fonseca, p.191).( aquí

hago una paráfrasis, por eso debe ir la referencia)

Todo lo anterior hace que la lectura autobiográfica de Blanca Olmedo sea posible,

rescatando además importante información sobre la situación y educación de la mujer

hondureña a principios del siglo pasado.

Novela experimental

La estructura de la obra también puede ser leída. Blanca Olmedo es, en su aspecto

formal, una novela experimental; su estilo no obedece a un patrón narrativo tradicional.

Más bien refleja un intento de revolucionar los parámetros conocidos. Un intento,

subrayamos, porque si examinamos las variantes narrativas, descubrimos que la autora

no logró manejar una auténtica multiplicidad en las voces narrativas, pues en cada una

de ellas percibimos las mismas técnicas y lo que es más interesante, la misma actitud

ante lo narrado.

Veamos detenidamente las variantes narrativas que intenta LGM. Un narrador

omnisciente da inicio a la novela, para luego aparecer en los capítulos XXIII-XLVI y

finalmente en los capítulos XLVIII-LII. Este narrador omnisciente pareciera ser un alter

ego (otro yo) de Blanca y de Lucila Gamero; éste no se mantiene tan “externo” a la

historia, pues se muestra totalmente parcializado en favor de la protagonista de la

novela y no teme hacer las más fuertes críticas hacia los mismos sectores

conservadores, anticuados y clasistas que Blanca, en su diario íntimo, censura

duramente. Este narrador omnisciente reproduce, además, una gran cantidad de

diálogos, técnica que será constante en todas las variantes narrativas de la obra.

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Además del narrador omnisciente, tenemos a Blanca como narrador protagonista,

desde el capítulo II hasta el XXII. Estos capítulos forman lo que la autora llama

“Memorándum de Blanca” y tienen el estilo de diario íntimo, personal; los encabezados

corresponden a las fechas en las que, supuestamente, Blanca va escribiendo lo que le

acontece en casa de los Moreno. La primera fecha es el 6 de enero de 1900 y la última,

el 14 de junio del mismo año. Pese a ser un diario, en el que esperaríamos un torrente

narrativo, reflexivo, lleno de lirismo apasionado —aunque sí encontramos algo de

esto—, el memorándum mantiene el mismo estilo dialogado que observamos en los

capítulos pertenecientes a otros narradores.

El tercer estilo, en cuanto a los narradores, lo encontramos en el capítulo XLVII, y

corresponde a otro Memorándum, el de Adela, quien, como narrador personaje o

testigo, relata lo acontecido luego de la muerte de Blanca y tiene como propósito, según

Adela, que Gustavo sepa la verdad de lo ocurrido. En este apartado se relata todo el

ritual de la muerte de Blanca, quien murió sin confesión, porque no tenía pecados, y

perdonando a todos los que la ofendieron, menos a Elodio Verdolaga.

De nuevo, independientemente de si estamos frente a un narrador omnisciente,

protagonista o personaje, el estilo del discurso es el mismo: abundancia de diálogos,

críticas, exclamaciones, preguntas retóricas, etc.; la actitud es también la misma:

“librepensadora”, crítica, rebelde, revolucionaria.

Al final de la novela encontramos un epílogo que da cuenta de lo escrito en el mausoleo

de Blanca, Adela y Gustavo:

Víctimas inocentes de un Representante de la Justicia, de un Representante de la

Religión Católica y de una Mujer Fanática.

Este epílogo, escrito por un narrador omnisciente, informa además del merecido castigo

que los culpables recibieron (el cura se volvió loco y Verdolaga fue a la cárcel) y de las

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buenas obras que ahora practica doña Micaela. El narrador del epílogo cierra la obra con

el mismo tono señalado en otras voces narrativas: “Entre tanta asquerosidad humana,

entre tantos crímenes, la Justicia, al fin se impuso”. Encontramos, igualmente, al final

de este epílogo, la única mención directa a Honduras y a la autora misma, ya que Lucila

Gamero cierra así: “Danlí, Honduras, C.A., enero de 1903”.

Como hemos observado en los párrafos previos, LGM intentó dar a la novela un

carácter narrativo múltiple, no tradicional; sin embargo, mantuvo las mismas técnicas y

actitudes en cada uno de los apartados. Debemos señalar, no obstante, que el

predominio del diálogo da a la obra una dimensión dramática importante y, como ha

señalado Julio Escoto, “éste es indudablemente, el secreto de su éxito” (citado por M.

Argueta, p. 90).

Una novela nacional

Blanca Olmedo, aparte de ser leída como una novela romántica, autobiográfica y de

experimento formal, puede ser también considerada como una novela nacional, en el

sentido propuesto por Doris Sommer en su texto Ficciones fundacionales, donde define

las novelas nacionales como

aquellos libros cuya lectura es exigida en las escuelas secundarias oficiales como

fuente de la historia local y orgullo literario (…) A veces aparecen en antologías en

libros escolares de lectura, y han sido dramatizadas para el escenario, películas y series

televisivas; las novelas nacionales pueden identificarse con la misma facilidad con que

se reconocen los himnos nacionales (p. 4).

En su estudio, Sommer analiza las relaciones entre las novelas de historias románticas y

la construcción de los estados nacionales; las obras que Sommer da como ejemplos de

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lo anterior son María en Colombia, Amalia en Argentina y Doña Bárbara en

Venezuela. Las novelas románticas, afirma Doris Sommer,

se desarrollan mano a mano con la historia patriótica en América Latina. Juntas

despertaron un deseo de felicidad doméstica que se desbordó en deseos de prosperidad

nacional materializados en proyectos de construcción de naciones que invistieron a las

pasiones privadas con objetos públicos (p. 6).

Maureen Shea, en “Blanca Olmedo: El amor erótico como alegoría nacional

hondureña”, ha aplicado la teoría de Doris Sommer al señalar que Blanca simboliza

la juventud que aspira a vivir un ideal patriótico casándose con su novio (noble)

Gustavo Moreno y engendrando una nueva generación que eliminaría las viejas

estructuras opresivas. Pero esta unión se imposibilita por las estructuras arcaicas todavía

existentes que no permiten la unión entre los que son de diferentes clases. (…) En los

últimos capítulos… se ve cómo la conspiración entre los poderes corruptos de la

sociedad crean intriga que va a destruir el porvenir de la futura generación. (…) El fin

de la novela sugiere la posibilidad de una regeneración de la sociedad hondureña a

principios de este siglo… (p. 6-7).

Shea, siguiendo a Doris Sommer, ha visto en Blanca Olmedo el desarrollo de un

esquema de pensamiento positivista-experimental, pues, en el prefacio de la obra,

plantea la hipótesis de que la sociedad hondureña pueda “regenerarse”, para luego dar

lugar al “experimento” (de las nuevas generaciones) que podría ser el de salvar a Adela

y, finalmente, tenemos el “resultado” que lleva a concluir que no es posible regenerar la

sociedad con las mismas estructuras corruptas y tradicionales. Blanca Olmedo es,

entonces, una alegoría nacional, es Honduras la que está siendo representada en esta

historia de amor. Es un proyecto de país “regenerado” el que persigue la autora tras la

dimensión romántica.

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Novela de crítica social

Hemos mencionado anteriormente que Lucila Gamero hace fuertes críticas al sistema de

justicia (o injusticia) imperante en el país, así como a la corrupción con que se maneja

dicho sistema; sin embargo, subrayaremos el hecho de que uno de los sectores más

criticados en la obra es la institución religiosa católica. Es importante señalar que

Blanca Olmedo no es antirreligiosa, ni atea ni mucho menos hereje; sin embargo, podría

ser anticlerical por cuanto pone en evidencia algunas debilidades de ciertos

representantes del clero.

Uno de los señalamientos que la autora hace a la institución católica tiene que ver con la

manipulación que los sacerdotes ejercen en la vida de las mujeres y de la familia. La

protagonista de la novela se muestra reacia a aceptar los “consejos” que,

constantemente, brinda el guía espiritual de la familia Moreno, el nada casto y santo

padre Sandino. Blanca, “librepensadora” como es, se refiere en una oportunidad al libro

El Sacerdote, La Mujer y La Familia, de Michelet, donde se explica “la perniciosa

influencia que los clérigos ejercen en las familias que se dejan gobernar por ellos”

(Gamero, p. 39). A lo largo de la obra vemos cómo la autora, a través de Blanca —y

también de otros personajes—, desnuda una conducta de manipulación mediante la

religión. Doña Micaela es, en cierta forma, una víctima de esa manipulación pues,

muchas de las decisiones que toma, las hace bajo la guía espiritual del padre Sandino.

Blanca critica además la unión de la Iglesia y del Estado, reflejada en la educación

religiosa, y más bien propugna por una educación laica. Ella nos relata en su

memorándum que, en su infancia, una profesora católica la llamó hereje por discrepar

en algunas ideas. A propósito de ese episodio, Blanca comenta:

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Si hubiera sido en tiempo del Santo Oficio, me queman viva con la más tranquila

y piadosa devoción cristiana. (…) ¡Oh religión asesina y mutiladora! ¡Oh su

apóstol Torquemada!… (41)

Otra de las críticas al estamento religioso se debe a la conducta inmoral de algunos

sacerdotes, ejemplificada claramente en la figura del padre Sandino. Para comenzar, se

declara enamorado de Blanca —pero no con un enamoramiento platónico que bien

podría perdonársele—, sino exhibiendo un deseo lascivo, pervertido, desde el inicio de

la novela. Blanca escribe en su diario:

Me dirigí a mis habitaciones todavía impresionada por la mirada de aquel

ministro del Señor, a quien no conocía (…); pero sus hermosos ojos nacidos para

contemplar a la Virgen (…), me han visto como no deben ver los ojos de un

sacerdote a una mujer (23).

Luego, el padre Sandino llega incluso a burlarse de sus votos de castidad:

(…) ¿Qué me liga con la iglesia? ¡Un juramento que no es nada! ¿Y con usted?

¡El amor, que es todo! (…) ¡Porque la castidad en los sacerdotes es una farsa!

¡Porque es contrariar las leyes de la Naturaleza, de Dios! (…) ¡Usted es la única

virgen que yo venero y adoro! (pp. 102-103).

Finalmente, para cerrar este breve —aunque es muy amplio en la novela— retrato del

padre Sandino, observamos que no sólo manipula a la familia, falta a sus votos, sino que

también manifiesta una conducta totalmente contraria a la esperada de un siervo de

Dios. Blanca, haciendo uso de la ironía comenta: “¡Oh, santos corderos, que en nombre

de Dios borran los pecados del mundo…! ¡Oh castos y humildes sacerdotes, que tan

bien imitan a Cristo!” (p. 202). La fuerte crítica social, a sectores como el de la justicia

y la religión, es, entonces, una más de las variadas facetas que nos presenta Blanca

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Olmedo. Faceta, que la aleja de lo puramente romántico-sentimental y la acerca más a

una tradición realista.

Hemos visto hasta aquí que esta obra de Lucila Gamero de Medina, ha sido —y puede

ser— leída en sus primeros cien años de vida como una novela de tendencia romántica,

autobiográfica, de experimentación formal, nacional y de crítica social. Por supuesto,

éstas no son las únicas ni las últimas lecturas, porque el singular reconocimiento que le

hiciera Froylán Turcios a la autora de Blanca Olmedo resulta todavía pertinente:

Es la mujer de más talento que posee Honduras, y éste es su mejor elogio

tratándose de un país donde no hay mujeres tontas…

Así, Blanca Olmedo es la obra de una mujer admirable, de una escritora ambiciosa, de

una hondureña visionaria.

Tegucigalpa, septiembre de 2007.

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Bibliografía
Alduvín, Carolina. “Entrelazando el amor y la muerte”. Introducción a Cuentos
completos de Lucila Gamero de Medina. Tegucigalpa: Editorial Universitaria, 1997.

Argueta, Mario. Diccionario de escritores hondureños. Tegucigalpa: Editorial


Universitaria, 1993.

Fonseca, Elizabeth. Centroamérica: Su historia. San José: EDUCA, 1998.

Gamero de Medina, Lucila. Blanca Olmedo. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras, 1990.

Martínez, Juan Ramón. Lucila Gamero de Medina. Una mujer frente al espejo.
Tegucigalpa: Editorial Universitaria, 1994.

Medina, Juan Antonio. Historia general de la literatura hondureña. Tegucigalpa:


Lithopress, 1996.

Meza Márquez, Consuelo. “Panorama de la narrativa de mujeres centroamericanas”.


http://www.ts.ucr.ac.cr/~historia/articulos/esp-genero/3parte/CAP18CMeza.htm

Shea, Maureen. “Blanca Olmedo: El amor erótico como alegoría nacional hondureña”.
(copia inédita, s.f.).

Sommer, Doris. “Ficciones fundacionales” en La Gaceta (filial colombiana).


http://publicaciones.ua.es/filespubli/pdf/02125889RD15263475.pdf

Umaña, Helen. La novela hondureña. Guatemala: Letra Negra, 2003.

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