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Es reflexión muy relevante en esta etapa de la economía
colombiana la que tiene que ver con la trascendencia del mercado
público de valores y el aporte que le corresponde como dinamizador
de la financiación empresarial y generador de mejores
oportunidades de inversión. Hasta hace muy poco tiempo debíamos
aceptar con humildad el estigma de tener mercados muy pequeños
o, mejor, de no tener mercado de capitales que pudiera ser
considerado significativo en el contexto latinoamericano y mucho
menos en el internacional.
Los últimos años, sin embargo, marcan tendencias renovadas:
tasas de inflación creíbles en niveles de un dígito, crecimiento en la
capitalización bursátil y volúmenes transados en acciones y renta
fija que ponen a Colombia dentro de las primeras cuatro bolsas
latinoamericanas, existencia de recursos de inversión a largo plazo y
nuevos retos en los esquemas de seguridad social, y desarrollo de la
infraestructura de los mercados por encima de lo que hubiéramos
podido esperar hace muy poco tiempo.
En los últimos diez años los portafolios de inversión del
conjunto del sistema financiero, cuyo rendimiento depende del buen
manejo y evolución de los mercados públicos de activos financieros,
evolucionaron de un modesto 17 por ciento del total del activo a
representar un 52 por ciento del mismo que, en valores absolutos,
equivale a más de 140 billones de pesos o sea algo así como 50 por
ciento del Producto Interno Bruto colombiano. No se trata de cifras
ni de responsabilidades despreciables. Tenemos una nueva realidad,
positiva y estimulante, y con ella nuevos retos.
No deja de ser contradictorio, sin embargo, que en razón de su
propio desarrollo, la mayor complejidad de sus operaciones y la
sofisticación del lenguaje utilizado, el mercado público sea cada vez
menos público y más lejano del ciudadano en cuyo beneficio opera.
De una parte porque los operadores y asesores no siempre tienen la
paciencia que requieren los “no iniciados” para entender el mundo
un tanto esotérico en que actúan, y de otra porque el público, que es
precisamente la razón de ser de los mercados financieros, no
siempre tiene la preparación mínima que se requiere para
adentrarse en los vericuetos de las nuevas realidades.
Resulta por esto refrescante encontrar el libro que hoy publica
Sergio Calderón. A partir de la larga vinculación de su autor al
desarrollo de los mercados de capitales en Colombia, el libro es un
aporte fresco a la educación de nuestras nuevas generaciones en los
a veces impenetrables temas y expresiones que se han convertido en
el día a día de unos mercados cada vez más integrados al mundo, y
por ello cada vez más necesitados de profesionales capaces de
entenderlos e impulsarlos en función de las necesidades del
desarrollo colombiano.
El texto resume la esencia de la tesorería moderna. En seis
capítulos son descritos los productos e instrumentos con que
cuentan los administradores de liquidez y de portafolios para la
optimización de su gestión. Entre ellos, las operaciones de liquidez,
los diferentes títulos valores que son negociados en el mercado y
algunos instrumentos de cobertura.
Por ser el de tesorería un tema ampliamente regulado por las
autoridades monetarias y de control y vigilancia, el libro incluye
también completas disertaciones acerca de las principales normas
que regulan la materia, especialmente en los campos de valoración a
precios de mercado y de administración integral de riesgo, entre
otros. Como lo advierte el autor, estas normas son objeto de
frecuentes cambios, por la misma dinámica del mercado, y por ello
el lector debe hacer permanente seguimiento de las mismas para
mantenerse actualizado.
Todos los temas anteriores son acompañados con ejemplos y
ejercicios que permitirán no sólo entender cada uno de ellos, sino
también, con el rigor matemático y teórico necesario, deducir los
conceptos genéricos que los respaldan.
Queda en Colombia, de una parte, el reto de desarrollar
agresivamente los mercados de derivados y, de otra, el de continuar
trabajando sin descanso por conseguir mejores estructuras para la
financiación del sector privado. Los últimos siete años fueron de
gloria para el gobierno como emisor central del mercado, y el
crecimiento de la deuda pública contribuyó de manera significativa
al desarrollo de la infraestructura existente y a mejores prácticas y
capacidad en la administración del riesgo asociado a los mercados
de activos financieros.
Los próximos siete deberán serlo para el sector empresarial
que, además, debe asimilar aceleradamente la relevancia de una
mejor estructura de financiamiento como factor de competitividad
internacional.
Expreso mi confianza porque el libro de Sergio Calderón
contribuya a la formación de profesionales capaces de construir una
nueva visión de manejo financiero para el empresario colombiano.
Augusto Acosta Torres
Superintendente Financiero
Abril de 2006