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HISTORIA DE EUROPA
DESDE LAS INVASIONES HASTA EL SIGLO XVI
HENRI PIRENNE

LIBRO II
LA EPOCA CAROLINGIA

CAPITULO I
LA IGLESIA

I. La Antonia desde el Siglo V hasta el Siglo VII. se ve otro tanto en las autoridades eclesiásticas. La de-
jación de estas en materia de apostolado es tal que a-
Durante estos tres siglos de convulsiones en que Eu- bandonaron a los extraños la labor que les incumbía.
ropa se tambalea entre los germanos, el imperio y el Introducido en Irlanda durante el siglo IV, el cristianismo
Islam,¿Qué ocurre con la iglesia católica, la gran fuerza se desarrollo allí rápidamente. En esta isla lejana y sin
del porvenir próximo? Se contenta con vivir, mejor di- relaciones con el continente, se acertó a darse una or-
cho, con ir viviendo. Su acción sobre el desarrollo de los ganización original en la cual grandes colonias monás-
acontecimientos es nula o casi nula; su influencia moral, ticas constituían los centros de una vida religiosa sobre-
imperceptible. Sin embargo, se ha conservado intacta manera ferviente. Se encontraban allí sinnúmero de as-
entre las ruinas del imperio. Ha salvado su organiza- cetas y de prosélitos que, desde el siglo VI, iban a bus-
ción, su jerarquía y su incalculable fortuna territorial. Y car lejos de su patria, unos, soledades inaccesibles, y
no tiene enemigos. Con respecto a ella los germanos otros, almas que convertir al cristianismo. Cuando los
son hijos tan sumisos como los romanos. La herejía normandos descubrieron Islandia en el siglo IX, queda-
arriana, como se ha visto, no prospero y, por otra parte, ron asombrados al no encontrar como habitantes, en
jamás resulto inquietante. Sin embargo, la apatía de la esas orillas brumosas, más que monjes llegados de Ir-
iglesia se explica muy sencillamente. Después de las in- landa. Fueron asimismo irlandeses los que se entrega-
vasiones corre, aunque en menor grado, la misma suer- ron con entusiasmo a la conversión de la Galia del norte
te de toda la sociedad: se barbariza. La literatura latina y de Germania. La hagiografía de los tiempos merovin-
cristiana, aun tan viva en el siglo IV, el siglo de San A- gios abunda en santos a los cuales se remite la funda-
gustín, ya sólo ofrece en el V simples epílogos del gé- ción de un sinnúmero de monasterios de la Francia del
nero de Salviano. Más allá de la vida del pensamiento norte y en Bélgica. San Colombano y San Galo son los
cesa y se agota el filón descubierto por los padres de la representantes más célebres de estos misioneros cuya
iglesia. Algunos clérigos escriben aún relatos biográfi- cultura intelectual, desinterés y entusiasmo contrastan
cos e históricos. Pero será menester esperar hasta Gre- tristemente con la rudeza del clero merovingio. No pu-
gorio Magno para ver reanimarse, con un espíritu por dieron, por lo demás, sacarlo de su apatía. Lo obispos,
otra parte nuevo, el estudio de la teología y de la moral nombrados por los sacerdotes de la diócesis, pero en
religiosa, mas sorprendente todavía es la inercia de la realidad impuestos por los reyes, no desvían casi siem-
iglesia frente a esos bárbaros paganos o groseramente pre su sede más que al favor del soberano. Es preciso
heréticos que acaban de penetrar en el imperio y que vi- haber leído los retratos que trazo Gregorio de Tours de
ven a su lado. Si se convierten es, como los francos muchos de sus colegas para hacerse una idea de sus
después del bautismo de Clodoveo, siguiendo el ejem- conocimientos y sus costumbres. Gran número de ellos
plo de sus reyes que, por interés político e imitación de apenas sabían leer y se entregaban públicamente a la
las costumbres romanas, pasan al cristianismo: la igle- embriaguez o al libertinaje. El honesto Gregorio se in-
sia ni interviene para nada. En relación con los germa- digna; pero, por su manera de expresarse, harto se in-
nos, que al norte de la Galia y al otro lado del Rin con- fiere que su indagación no encontraba eco. Por otra par-
servan su viejo culto nacional, no toma ninguna medida te, él mismo, muy superior ciertamente a la mayoría de
de evangelización. Los apóstoles de los francos salios, sus colegas, ¡qué ejemplo nos da de la decadencia de
San Armando y San Remacle, actúan con entusiasmo la iglesia! El latín que escribe, y él se da cuenta de ello,
personal. Los reyes sostuvieron sus esfuerzos, pero no no es más que un idioma bárbaro que maltrata la gra-
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mática, la sintaxis y el vocabulario; su moral, y desgra- Durante el siglo VIII, la cultura intelectual se confino en
ciadamente él no lo reconoce, tiene indulgencias harto una clase sacerdotal. El clero católico adquirió por ello
singulares y juicios sobremanera sorprendentes. Y des- una situación que, antes de él, no obtuvo ningún otro
pués de él, será todavía peor. A fines de del siglo VII y clero. No fue solamente venerado a consecuencia de su
en los comienzos del siglo VIII ni es ya solamente el carácter religioso, no solamente gozó frente a los laicos
idioma; el pensamiento mismo parece ser el de un para- del prestigio que la ciencia ejerce sobre los ignorantes,
lítico. La llamada crónica de Fredegario y ciertas vidas sino que se convirtió para la sociedad civil en un auxiliar
de santos de esta época constituyen monumentos in- indispensable. El Estado no pudo prescindir de sus ser-
comparables de la incapacidad de expresar las cosas vicios. En la época carolingia, ya desaparecidas las ulti-
más simples. mas huellas de la enseñanza laica, es al clero al que el
Sin embargo, por muy dañada que estuviese, la igle- Estado acudirá en busca de amanuenses, de jefes de
sia era la gran fuerza, o mejor dicho, la única fuerza civi- su cancillería y de todos los agentes y consejeros a
lizadora de aquel tiempo. En efecto, por ella se perpetuó quienes un cierto grado de cultura intelectual resulte in-
la tradición romana y, por consiguiente, ella es la que ha dispensable. Se clericalizará, porque no podrá hacer
impedido que Europa recayese en la barbarie. El poder otra cosa, bajo pena de recaer en la barbarie; porque no
laico, abandonado a sus fuerzas, hubiera sido incapaz podrá encontrar fuera de la iglesia hombres capaces de
de salvaguardar tan preciosa herencia. No obstante la comprender y de cumplir las tareas políticas que le in-
buena voluntad de los reyes, su torpe y grosera admi- cumben. Y aunque sólo los encuentra en ella, no es su
nistración era demasiado inferior a la tarea que hubie- carácter de apóstoles de cristo el que les hace particu-
sen querido llevar a cabo. Pero la iglesia poseía el per- larmente aptos para el servicio. Los servidores de Aquel
sonal que necesitaba el Estado. Tal y como se formó y que ha dicho que su reino no era de este mundo, no
desenvolvió en el imperio, subsistía aún después de las aprendieron de Él el manejo de los negocios seculares.
invasiones. La jerarquía permaneció intacta, y, calcada Si, no obstante, lo poseen, se lo deben a Roma, a la
de la organización administrativa de Roma, conservaba iglesia, que ha sobrevivido a la ruina del mundo antiguo,
en medio del desorden creciente los sillares primitivos y y a que ésta se perpetúa en ella para la educación del
firmes. Las sedes metropolitanas establecidas en la ca- mundo nuevo. En una palabra, no es en su condición de
pital de cada provincia y las sedes episcopales institui- cristiana, sino de romana como la iglesia ha recibido y
das en las ciudades sólo desaparecieron momentánea- conservado durante siglos el dominio de la sociedad; o,
mente en las regiones del norte. En todos los demás si se quiere, ha ejercido durante tanto tiempo una in-
sitios fueron respetadas por los conquistadores. Mien- fluencia preponderante en la civilización moderna sólo
tras que la administración civil decaía, la administración por ser la depositaria de una civilización más antigua y
eclesiástica continuaba inquebrantable con los mismos más avanzada. Huelga decir, por otra parte, que se
cuadros, los mismos dignatarios, los mismos principios, aprovechó de esta situación para realizar su ideal reli-
el mismo derecho y la misma lengua que poseía en los gioso y para someter a su voluntad al Estado que la re-
tiempos del imperio. En medio de la anarquía ambiente, quería como auxiliar. La necesaria colaboración que se
y a pesar de la acción disolvente que ésta ejerció sobre estableció bien pronto entre ambos lleva en sí el ger-
ella, la iglesia permaneció de pie a despecho de su de- men de formidables conflictos, que nadie, en un princi-
cadencia momentánea; el clero fue protegido por el po- pio, pudo prever.
deroso edificio que lo abrigaba y por la disciplina que, a Entrando al servicio del Estado, la Iglesia, sin embar-
pesar de todo, se le imponía. Por ignorantes, negligen- go, no se someterá a él. Sean cuales fueren las condi-
tes e inmorales que fuesen algunos obispos, les era im- ciones que le haga, de grado o por fuerza, en determi-
posible eximirse de los deberes esenciales de su fun- nados momentos, permanece siempre, frente a él, como
ción. Era necesario que sostuvieran, junto a la catedral, un poder independiente. En la Europa occidental reivin-
una escuela para la formación de los jóvenes alumnos. dicó y poseyó una libertad que no gozaba en el imperio
Mientras que la instrucción laica desaparecía, y el esta- romano y que no había de gozar tampoco en el bizan-
do se vio reducido a no tener a su servicio sino funcio- tino. Si esto aconteció así, se debió menos al hecho de
narios iletrados, la iglesia prosiguió, pues, por una nece- que los soberanos de Occidente no consiguieron jamás
sidad inherente a su misma existencia, formando un un poder al de los emperadores, que a qua la Iglesia se
cuerpo en el cual cada miembro sabía por lo menos leer encontró desde el principio en una situación económica
y escribir en latín. Sólo por esto, ejerció en la sociedad que le permitía vivir y desarrollarse por sus propios me-
secular una preponderancia irresistible, poseyendo, sin dios. Y aquí se vuelve a encontrar en ella la heredera
haberlo querido ni buscado, el monopolio de la ciencia. Roma. A Constantino y a sus sucesores, que le entrega-
Sus escuelas, salvo raras excepciones, fueron las úni- ron los bienes en los templos paganos, les debe la in-
cas escuelas; sus libros, los únicos. La escritura, sin la mensa fortuna territorial que posee. Aquellos no hicie-
cual no hay civilización posible, le perteneció tan exclu- ron solamente de ella el más poderosos propietario que
sivamente, desde el fin de la época merovingia, que aún existe, sino también, exceptuando a sus miembros del
hoy en nuestros idiomas las palabras que designan al impuesto personal y eximiendo sus bienes de la contri-
hombre de iglesia son las mismas que designan al ama- bución territorial, la convirtieron en un propietario privile-
nuense: clerc en francés, clerk en inglés, klerk en fla- giado. Todo esto, propiedad y privilegio, fue respetado
menco y en antiguo alemán, y diaca en ruso antiguo. por los reyes bárbaros; de manera que, al comenzar la
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historia de los pueblos modernos, la Iglesia se encuen- recién llegados. Estaba reservado a los Papas el utilizar
tra en posesión de una incomparable riqueza dominial. esta enorme fuerza que se ignoraba, poniéndola al ser-
Esto explica cómo pudo conllevar la crisis de las inva- vicio de la Iglesia, y constituyendo con ella, por decirlo
siones sin debilitarse y, en plena revuelta política y so- así, un ejército de reserva permanente a su disposición.
cial, no sólo salvaguardar su organización, sino reclutar Y es precisamente el primero de los grandes Papas,
y sostener su clero. Gregorio Magno (590-604) a quien se debe esta medida
Así, desde cualquier lado que esto se examine, se da genial.
uno cuenta de que, pese a su decadencia, del siglo V al Hasta él, la preeminencia del papado está mal defi-
siglo VII, está llena de fuerza y de porvenir. Su decai- nida, y sólo dimana de la doble condición del Papa: su-
miento no tiene origen en ella misma, sino en las cir- cesor de San Pedro y obispo de Roma. Se manifiesta
cunstancias momentáneas. Y aún hablando de su deca- más bien por el respeto que le otorgan que por la au-
dencia, sólo se piensa en la Iglesia oficial, en el clero toridad que ejerce. En los diversos reinos, los obispos,
secular, que es el único que se conoce; pero, al lado de nombrados por los reyes, sólo tienen con él relaciones
éste, cunde lentamente un clero que aún no se distin- de deferencia. Él mismo no es considerado por los pa-
gue, pero que poco a poco se hace un sitio e indica os- triarcas de Alejandría, Antioquía y Jerusalén más que
curamente el papel que muy pronto va a desempeñar: el como un igual. En fin, como para con los demás, el em-
clero regular, el monaquismo. perador de Bizancio se reserva el derecho de ratificar su
nombramiento o, después de Justiniano, de hacerlo rati-
II. El Monaquismo y la Preponderancia del Papado. ficar en su nombre por el exarca de Rávena. La situa-
ción de Italia, y particularmente la de Roma, desde los
El ascetismo, que dimana necesariamente de una trastornos de las invasiones, traba, además, o absorbe
concepción exclusiva del cristianismo, se desarrolló rá- en tareas que no tienen nada de común con el gobierno
pidamente, desde el siglo II, en las provincias orientales de la Iglesia, la actividad de los Papas. Desde que el
del imperio romano. Durante largo tiempo sus adeptos emperador no reside ya en la "Ciudad", el Papa se con-
fueron simples laicos que renunciaban a los negocios y vierte, de hecho, en el personaje principal. A falta de au-
a los bienes de este mundo, para consagrarse en la so- toridades laicas, le incumbe negociar con los invasores,
ledad a la salvación de su alma. Estos solitarios fueron velar por la administración, el aprovisionamiento y la for-
los primeros monjes (oo oo). San Pacomio tificación de la ciudad, que a medida que se despuebla
(348) tuvo la idea de imponerles una regla y de organi- y se empobrece hace cada vez más ardua la labor de
zarlos, con este fin, en comunidad. Los monjes que conservar su inmenso recinto y sus monumentos. Sobre
adaptaron este nuevo género de vida se agruparon en todo desde la invasión de los lombardos, los Papas tie-
recintos formados por celdas construidas alrededor de nen que luchar contra dificultades y peligros, que sólo
una capilla central. Para distinguirlos de los ermitaños dominan a fuerza de energía. Porque el emperador, ab-
solitarios se dio a los habitantes de estas piadosas colo- sorbido por la defensa de las fronteras de Siria y del Da-
nias el nombre de cenobitas. Con esa institución ceno- nubio, les deja el cuidado de resistir el empuje de esos
bítica se relacionan los monasterios occidentales, el nuevos enemigos que se obstinan en la conquista de
primero de los cuales fue el fundado en el siglo VI, en Roma. Todo lo más envían de tiempo en tiempo algu-
las cercanías de Nápoles, en el Monte Casino, por San nas tropas y algunos subsidios insuficientes. El exarca
Benito. La originalidad y al mismo tiempo el alcance de de Rávena, amenazado él mismo, no se encuentra en
la obra de San Benito (543) radican en alejar al monje estado de facilitar una colaboración efectiva. Cuando
de la vida laica, convirtiendo en un religiosos ligado a su Gregorio Magno se sienta (590) en el trono de San Pe-
vocación por los tres votos perpetuos de obediencia, dro, desespera visiblemente del porvenir y compara a
pobreza y castidad, e imponiéndole la obligación del Roma con un navío azotado por la tempestad y a punto
sacerdocio. Al lado del clero secular, cuyos orígenes de zozobrar.
llegan a la constitución de la Iglesia primitiva, nace así Gregorio Magno puede ser considerado como el pri-
un nuevo clero, salido del ascetismo y que se ofrece a mer intérprete del pensamiento religioso, después de
los que quieren realizar en este mundo el ideal de la vi- los Padres de la Iglesia. Pero no los sigue. No son las
da cristiana. La regla a que debe su nombre no es sola- cuestiones dogmáticas las que le interesan: para él, es-
mente una regla de oraciones y de ejercicios de piedad, tán definitivamente resueltas. Lo que le importa es deri-
obliga también a honrar a Dios con el trabajo, ya sea el var de ellas las consecuencias morales, y organizar la
trabajo manual, ya el estudio. vida cristiana con miras a su fin, los fines últimos, que
La difusión de los monasterios se realiza en un se resumen en el espantoso dilema de paraíso o infier-
principio muy lentamente. Se extendieron poco a poco no. Sus ojos están, por decirlo así, fijos en el más allá, y
en Italia, se ganaron el sur de la Galia, y luego, gracias las descripciones que nos ha trazado han contribuido
al apostolado de los irlandeses, se propagaron en gran poderosamente a dar a la religiosidad medieval ese ses-
número por el norte del reino franco, en el transcurso de go sombrío y angustiado, ese terror y esa obsesión de
los siglos VII y VIII. Por lo demás, permanecen sin las penas eternas que encontraron su expresión inmor-
relacionarse los unos con los otros, sin ninguna acción tal en la Divina Comedia. Siendo la Iglesia el instrumen-
externa y bastante mal vistos, según parece, por los to de la salvación eterna, era preciso aumentar su ac-
obispos diocesanos que no sabían qué hacer de estos ción cerca de las almas para salvarlas del abismo. Y
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aquí se revela en San Gregorio, como en otros grandes más opuesto a la conducta irreflexiva y entusiasta de los
místicos (por ejemplo, un San Bernardo o un Loyola), el misioneros celtas, que el proceder paciente y prudente
genio práctico que, para alcanzar el fin supraterrestre de los emisarios de San Gregorio. Sólo llegan al país
que se propone, sobresale organizando las cosas de cuando han estudiado su idioma, sus costumbres y su
este mundo efímero que desdeña. Tal vez su origen — religión. Se guardan de herir los prejuicios, de buscar
pertenecía a una vieja familia patricia de Roma tradicio- éxitos demasiado rápidos, e incluso de ambicionar el
nalmente relacionada con la administración de la ciu- martirio. Consiguen su confianza, antes de ganar sus al-
dad— no dejó de influir en este aspecto de su carácter. mas; así los conquistan del todo. Al cabo de sesenta
Apenas se cree leyendo sus cartas que éstas sean del años, los anglosajones no solamente eran cristianos si-
autor de las Moralia y del Dialogus miraculorum. Dichas no que lo eran hasta el punto de facilitar ellos mismos a
cartas nos lo muestran dedicado a restaurar el patrimo- la Iglesia misioneros dignos de los que les habían con-
nio de San Pedro, es decir, el inmenso dominio territo- vertido. Ciento veinte años después del desembarco de
rial de la Iglesia de Roma, desperdigado a través de Ita- San Agustín en la playa de Hastings (596), San Bonifa-
lia, las costas de Iliria y Sicilia, y que los desórdenes de cio emprende la evangelización de la Germania pagana,
las invasiones habían desmembrado, arruinado y desor- más allá del Rin (716).
ganizado. Se le ve reivindicar las tierras enajenadas o La conversión de Inglaterra señala una época decisiva
invadidas, nombrar intendentes, trazarles reglas de con- en la historia del papado. Fundación directa del Papa, la
ducta, e imponerles las medidas necesarias para la per- Iglesia anglosajona se encuentra situada desde un prin-
cepción y centralización de las rentas. Merece así el do- cipio bajo la obediencia inmediata y la dirección de Ro-
ble y singular honor de ser al mismo tiempo el más an- ma. Nada tiene de verdadera Iglesia nacional; es apos-
tiguo de los místicos y el más antiguo ecónomo de la tólica en todo el rigor del vocablo. Y la Iglesia de más
Edad Media. Por lo demás, su actividad económica está allá del Rin, que va a organizar, recibirá de ella el mis-
totalmente influida por las prácticas romanas y ha con- mo carácter. Se comprende cuánta fuerza y cuánto bri-
tribuido ampliamente a conservar, por mediación de la llo adquirieron con esto el prestigio y la influencia del
Iglesia, y a extender a través de ella las instituciones do papado. Mientras que en la misma Roma los Papas son
miníales del Imperio. El trabajo emprendido por él que- considerados por el emperador de Bizancio y por el
dó concluso en algunos años. El papado encontrábase exarca de Rávena como simples patriarcas del Imperio,
en posesión de una renta regular y de abundantes re- y prosiguen sometidos a la obligación de pedirles la rati-
cursos. Se había convertido en la primera potencia eco- ficación de su nombramiento, los nuevos cristianos del
nómica de su tiempo. norte reverencian en ellos a los vicarios de Jesucristo, a
A esta primera fuerza, San Gregorio añade una se- los representantes de Dios sobre la Tierra. El papado se
gunda, asociándose con los monjes, hacia los que le lle- creó, pues, una situación incompatible en lo sucesivo
vaban a la vez sus tendencias ascéticas y su clara com- con la subordinación en que vivió hasta entonces con
prensión de las realidades. Supo ver perfectamente el respecto al emperador. Tarde o temprano, romperá el
ascendiente que el papado recibiría de estos monaste- lazo tradicional que subsiste entre ambos, y que, desde
rios diseminados por todas partes, haciéndose su pro- que ya no existe Imperio de Occidente, no hace sino pe-
tector. No se redujo a fundar unos nuevos en la Ciudad sar sobre él, humillándole y estorbándole. ¡Si, por lo me-
Eterna, sino que otorgó a un gran número de ellos privi- nos, el emperador se mostrase como un protector eficaz
legios de exención que los colocaban directamente bajo o, a falta de otra cosa, diese al menos testimonio de su
la autoridad de la Santa Sede. Desde San Benito, los benevolencia! Pero hace más que desinteresarse de
monjes formaban parte de la Iglesia. Puede decirse que Roma y abandonarla indefensa a las empresas de los
a partir de Gregorio Magno fueron asociados a su activi- lombardos; se convierte para ella en su adversario.2
dad. En este medio bizantino que agitan las pasiones teo-
En efecto, es a unos monjes, dirigidos y formados por lógicas, acaba de aparecer una nueva herejía: la icono-
él, a quienes confió la gran obra de su pontificado: la e- clasia. El emperador León III, el Isáurico, la profesa
vangelización de los anglosajones. 1 Por otra parte, ésta (726), y pretende imponerla a Roma. Esto es demasia-
hubiera sido imposible si no se hubiera dispuesto de los do. El Papa no se someterá a la voluntad de un amo
fondos necesarios para su realización. Y fue así como que estima su complacencia en la medida de los patriar-
las dos grandes reformas de su reino —la reconstruc- cas de Constantinopla o de Antioquía. Ya Gregorio II
ción del patrimonio de San Pedro y la alianza con el mo- (715-731) pronunció algunas palabras amenazadoras.
naquismo— contribuyeron armoniosamente a una em- Si la ruptura no se produjo desde entonces, fue por-
presa que responde de un modo perfecto al ideal reli- que la tradición imperial era aún tan poderosa que se
gioso y a las aptitudes prácticas de su iniciador. dudó en dar el paso decisivo. Y luego, abandonar al em-
La conversión de Inglaterra es una obra maestra de perador, equivalía a lanzarse en lo desconocido y ex-
tacto, de razón y de método. Largamente preparados ponerse a represalias que podían hacer correr a la Igle-
por el Papa para esta labor, San Agustín (de Canterbu- sia los más graves peligros. Para llevar a cabo un acto
ry) y sus compañeros procedieron de acuerdo con ins- tan decisivo y tomar, frente al emperador, no sólo la ac-
trucciones concienzudamente meditadas e impregnadas titud de un igual sino la de un superior; para romper con
de caridad, indulgencia, tolerancia y buen sentido. Nada
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En 653, Constante II destierra a Martín I. En 692, Justiniano II hubiera hecho lo
1
Desembarco de San Agustín: 596; término de la cristianización: 655. mismo con Sergio I de no haber estallado una revuelta en Roma.
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el Oriente herético y establecer en Occidente las bases
de la cristiandad universal, para dejar de ser romano en HISTORIA DE EUROPA
el antiguo sentido de la palabra y convertirse en cató- DESDE LAS INVASIONES HASTA EL SIGLO XVI
lico, para desembarazar al poder espiritual de las trabas HENRI PIRENNE
que el cesarismo le impuso, es preciso encontrar un LIBRO II
protector poderoso y fiel. ¿Quién puede encargarse de LA ÉPOCA CAROLINGIA
este papel en la Europa de entonces? Sólo un hombre CAPITULO I
que asimismo busca un aliado capaz de transmitirle LA IGLESIA
legítimamente la corona: el intendente de los reyes me- México.
rovingios.
Fondo de Cultura Económica.
2.003.

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