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Juan VI de Portugal 1

Juan VI de Portugal
Juan VI de Portugal

Rey de Portugal

Juan VI de Portugal.

Información personal

Nombre secular João Maria José Francisco Xavier de Paula Luís António Domingos Rafael de Bragança

Reinado 20 de marzo de 1816 -


10 de marzo de 1826

Nacimiento 13 de mayo de 1767


Lisboa, Portugal

Fallecimiento 10 de marzo de 1826


(58 años)
Palacio de Bemposta, Portugal

Entierro Panteón de los Braganza

Predecesor María I

Sucesor Pedro IV

Familia

Casa Real Braganza

Padre Pedro III

Madre María I

Consorte Carlota Joaquina de Borbón

Descendencia • María Teresa


Francisco Antonio
María Isabel
Pedro IV
María Francisca
Isabel
Miguel I
María de la Asunción
Ana de Jesús María

Juan VI de Portugal (Lisboa, 13 de mayo de 1767 - Lisboa, 10 de marzo de 1826),[1] apodado el Clemente, fue rey
del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve desde 1816 a 1822, de facto, y desde 1822 hasta 1825, de jure. Desde
1825 fue rey de Portugal hasta su muerte en 1826. Por el tratado de Río de Janeiro, que reconocía la independencia
de Brasil del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve, Juan VI también fue emperador titular, aunque fue su hijo
Pedro I, el emperador de Brasil de facto.
Juan VI de Portugal 2

Fue uno de los últimos representantes del absolutismo, Juan VI vivió un periodo tumultuoso y su reinado no conoció
una paz duradera. No esperaba convertirse en rey; solo fue heredero de la Corona tras la muerte de su hermano
mayor, José. Asumió la regencia cuando su madre, María I fue declarada mentalmente incapaz. Tuvo que lidiar con
la constante injerencia en los asuntos del reino de naciones más poderosas, sobre todo España, Francia e Inglaterra.
Obligado a huir de Portugal por la invasión napoleónica, llegó a la colonia, se enfrentó a revueltas liberales, similares
a las de la metrópolis y fue obligado a volver a Europa en medio de nuevos conflictos. Su matrimonio también fue
accidentado y su esposa, Carlota Joaquina de Borbón, conspiró contra él en diversas ocasiones en favor de intereses
personales o de España, su país natal. Perdió Brasil cuando su hijo Pedro proclamó la independencia y a vio a su otro
hijo Miguel, rebelarse para deponerlo. Finalmente, se ha comprobado que murió envenenado.
Creó en Brasil diversas instituciones y servicios que fueron la base de la autonomía nacional, por lo que para muchos
investigadores es el verdadero mentor del Estado brasileño. A pesar de eso, es hoy uno de los personajes más
ridicularizados de la historia luso-brasileña y se le acusa de indolente, falta de tino político y constante indecisión,
sin hablar de su esposa, retratada frecuentemente como grotesca, lo que, según la historiografía más reciente, es en la
mayor parte de los casos una imagen injusta.

Primeros años
Juan nació el 13 de mayo de 1767, durante el reinado de su abuelo, José I. Fue el
segundo de los hijos de María, la futura María I, y su marido Pedro. Tenía diez años
cuando su abuelo murió y su madre subió al trono como María I de Portugal. Su
infancia y juventud fue muy discreta ya que era un infante a la sombra de su hermano
José, que era el primogénito y heredero al trono. De hecho, se creó un mito sobre la
falta de cultura del príncipe. Sin embargo, según Pedreira y Costa, hay pruebas de que
recibió una cultura tan rigurosa como la de su hermano. Por otro lado, un relato del
embajador francés lo describió como dubitativo y apagado. Hay poca información
sobre esta fase de su vida.[2]

Según la tradición, tuvo como profesores de letras y ciencias a Manuel do Cenáculo,


Don Juan infante, pintura
Antônio Domingues do Paço y Miguel Franzini, como profesores de música al
anónima en el Museu da
Inconfidência. organista João Cordeiro da Silva y al compositor João Sousa de Carvalho y como
profesor de equitación, al sargento mayor Carlos Antônio Ferreira Monte. También
recibió clases de religión, leyes, francés y etiqueta. La historia la aprendió a través de la lectura de las obras de
Duarte Nunes de Leão y João de Barros.[3]

Matrimonio y crisis sucesoria


El 8 de mayo de 1785 se casó con la primogénita del futuro rey de España Carlos IV y su esposa María Luisa de
Parma, Carlota Joaquina de Borbón, (quien apenas tenía 10 años de edad). Por razones políticas, al temer una nueva
Unión ibérica, parte de la corte portuguesa no veía el matrimonio con una princesa española con buenos ojos. A
pesar de su escasa edad, Carlota era considerada una niña muy vivaz y con una educación refinada. Sin embargo,
tuvo que aguantar cuatro días de pruebas ante los embajadores portugueses antes de que el matrimonio se llevara a
cabo. Además, al ser parientes y al ser ella muy joven, fue necesaria una dispensa papal para que pudieran casarse.
Tras la confirmación, se firmaron las capitulaciones matrimoniales en la sala del trono de la corte española, rodeado
de una gran pompa y con la participación de los grandes de ambos reinos, seguido de los esponsales, realizado por
poderes. Juan VI fue representado por el padre de la novia. Esa noche se ofreció un banquete para más de 2000
invitados.[4]
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La infanta fue recibida en palacio ducal de Vila Viçosa a principios de mayo,


y el 9 de junio la pareja recibió las bendiciones nupciales en la capilla del
palacio. Su matrimonio se celebró al mismo tiempo que el de su hermana,
Mariana Victoria de Braganza con el infante Gabriel de Borbón, también de
la casa real española. La asidua conrrespondencia entre Juan y Mariana en la
época revela que echaba de menos a su hermana y, comparándola con su
joven esposa, decía: «Es muy inteligente y tiene mucho juicio. Lo único que
le pasa es que aún es muy pequeña y a mí me gusta mucho, pero por eso no
dejo de querer tener amor igualmente». Por otra parte, el temperamento de la
niña era poco dado a la docilidad, lo que a veces exigía la intervención de la
propia reina María. Además, la diferencia de edad (él tenía 18 y ella solo 10)
lo incomodaba y le producía ansiedad. Por la excesiva juventud de la esposa,
el matrimonio aún no se consumó y decía: «Ahora empieza el momento de
jugar mucho con la infanta. Si sigo así, juzgo que no pasará nada hasta dentro
de 6 años. Ha crecido muy poco desde que vino». De hecho, la consumación
Carlota Joaquina en 1785, pintura de tuvo que esperar al 5 de abril de 1790. En 1793 nació María Teresa, la
Mariano Salvador Maella. primera de los nueve hijos que tendrían.[4]

Entre estos años, su vida relativamente pacífica sufrió un revés el 11 de septiembre de 1788, cuando su hermano
mayor, José, falleció. Juan pasó entonces a ser el heredero de la Corona.[5] En José el pueblo depositaba grandes
esperanzas y era considerado un príncipe alineado con los ideales progresistas de la Ilustración, pero era criticado por
los religiosos, ya que parecía inclinarse hacia la orientación política anticlerical del marqués de Pombal. En
contrapartida, la imagen de Juan mientras su hermano vivió era la opuesta. Su religiosidad era notoria y se había
mostrado favorable al régimen absolutista. La crisis sucesoria se agravó cuando, al año siguiente, Juan enfermó
gravemente y temió por su vida. Recuperado, en 1791, volvió a enfermar «echando sangre por la boca y por los
intestinos», según las anotaciones dejadas por el capellán del marqués de Marialva y añadiendo que su ánimo estaba
siempre abatido. Se formó en un clima de tensión e incertidumbre sobre su futuro reinado.[6]
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Regencia
La reina empezó a tener síntomas de problemas
mentales. El 10 de febrero de 1792, diecisiete
médicos firmaron un documento en el que
declaraban que esta no podía seguir al frente del
país pues no se preveía mejoría en sus
enfermedades.[1] Juan se mostró en un primero
momento reacio a asumir el poder y rechazó la
idea de formar una regencia strictu sensu, lo que
propició que diversos miembros de la nobleza
crearan una facción a fin de gobernar el reino de
facto a través de un Consejo. Hubo incluso
rumores de que Juan padecía síntomas de la misma
enfermedad de su madre y se especuló con que él
tampoco estaba capacitado para reinar. Según
antiguas leyes sobre la regencia, si el regente
falleciera o se viera impedido de reinar y si este
tenía hijos menores de 14 años (como era el caso),
el gobierno sería ejercido por los tutores de los
infantes o, si estos no hubiesen ejercidos
formalmente, por la esposa del regente (una
española). Todo se complicaba entre temores, El príncipe regente pasando revista a las tropas en Azambuja por
sospechas e intrigas en el más alto poder del Domingos Sequeira (1803)
Estado.[7]

Al mismo tiempo, se empezaban a sentir los rumores de la Revolución francesa, que causaron perplejidad en las
casas reinantes europeas. La ejecución del rey francés Luis XVI el 21 de enero de 1793 por las fuerzas
revolucionarias precipitó una respuesta internacional. El 15 de julio se firmó una convención entre España y Portugal
y el 26 de septiembre Portugal se alió con Inglaterra. Ambos tratados tenían como objetivo el auxilio mutuo contra
los franceses y llevó a los portugueses, el año siguiente, a la guerra del Rosellón, en la que participaron 6000
soldados y que acabó siendo un fracaso. Además, hubo un delicado problema diplomático: Portugal no podía firmar
la paz con Francia sin infringir la alianza con Inglaterra, en la que estaban además mezclados varios intereses, por lo
que se pasó a buscar una neutralidad que se reveló frágil y tensa.[8][9]

Tras la derrota, y habiendo España dejado a un lado Portugal en la Paz de Basilea firmada con Francia y al ser
Inglaterra demasiado poderosa para ser atacada directamente, el objetivo de la venganza francesa fue Portugal.[10]
Asumiendo el poder francés en 1799, el mismo año en que Juan se convirtió oficialmente en el regente del reino,[1]
Napoleón Bonaparte coaccionó a España a imponer un ultimátum a los portugueses, que le obligaba a romper los
tratados con Inglaterra y someter al país a los intereses franceses. Tras la negativa de Juan, la neutralidad se hizo
inviable. En 1801, España y Francia invadieron Portugal, episodio conocido como la Guerra de las Naranjas, donde
se perdió la plaza de Olivenza. Todos los países involucrados, que tenían intereses contrapuestos, realizaban
movimientos ambiguos y acuerdos secretos. La situación se tornó crítica para Portugal, que quería mantenerse al
margen de los conflictos. Pero, al ser la parte más débil, fue usado como un juguete por las otras potencias y fue
nuevamente invadido.[10] Mientras tanto, Juan se encontró con el enemigo en casa. Su propia esposa, fiel a los
intereses españoles, inició intrigas para deponer al marido y tomar el poder, tentativa que acabó abortada en 1805 y
la conspiradora tuvo que ser exiliada de la corte y empezó a vivir en el palacio de Queluz, mientras que el regente
pasó a vivir en el palacio Nacional de Mafra.[11][12]
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Salida hacia Brasil


En 1807 se firmaron los tratados de Tilsit, entre Francia y Rusia y de Fontainebleau, entre Francia y España, donde
se definió la conquista y división de Portugal. El destino del reino estaba, pues, escrito. Juan intentó ganar tiempo
desesperadamente y hasta el último momento simuló una sumisión voluntaria a Francia y le llegó a sugerir al rey
inglés la declaración de una guerra ficticia a Inglaterra. El Bloqueo Continental decretado por Napoleón no fue
respetado en todos los términos y, en secreto, se firmó con Inglaterra un nuevo acuerdo por el que Portugal recibiría
ayuda para una posible fuga de la familia real. El acuerdo era sumamente ventajoso para los ingleses ya que, por un
lado, solo se comprometía a apoyar un gobierno legítimo que le era simpático y, por otra parte, mantenía su
influencia sobre el país y seguía sacando grandes réditos en el comercio con el imperio transcontinental portugués.
Portugal debía escoger entre la obediencia a Francia o a Inglaterra y el gobierno, dividido entre francófilos y
anglófilos, dudaba, lo que podría poner a Portugal en una situación de guerra con las dos potencias. Posteriormente,
los hechos se precipitaran: en octubre de 1807 llegó una información de que un ejército compuesto de franceses y
españoles se acercaba, el 1 de noviembre se conoció en la corte de Napoleón una noticia que afirmaba que los
Braganza dejarían de reinar en dos meses y, el 6 de noviembre, una escuadra inglesa entró en el puerto de Lisboa con
una fuerza de 7000 hombres, con órdenes de escoltar a la familia real hacia Brasil o, si el gobierno se rendía a los
franceses, atacar y conquistar la ciudad. Después de una angustiosa ponderación y presionado por todos lados, Juan
decidió aceptar la protección inglesa y salir hacia Brasil.[10][13][14]
El ejército invasor, liderado por Junot, inició el
avance pero llegó a las puertas de la capital el 30
de noviembre de 1807.[11] Tras haberse enfrentado
a varias dificultades en el camino, esta milicia
estaba débil y hambrienta, sus uniformes estaban
hechos unos harapos y los soldados, en su mayoría
novatos inexpertos, apenas conseguían cargar con
las armas. Alan Manchester los describió diciendo
«sin caballería, artillería, cartuchos, zapatos ni
comida, tambaleándose de cansancio, la tropa
parecía más la evacuación de un hospital que un
Embarque hacia Brasil en el puerto de Belém. Gravado de Francisco
ejército marchando triunfalmente para conquistar Bartolozzi a partir del óleo de Nicolas Delariva.
un reino», y por eso se creía que una resistencia
podía haber tenido éxito, pero el gobierno no estaba al corriente de la situación del enemigo y, además, ya era
demasiado tarde.[15] Juan, acompañado por toda la familia real y un gran séquito de nobles, prelados, funcionarios
del Estado y criados, así como un voluminoso equipaje que incluía un valioso acervo de arte, los archivos de Estado
y el tesoro real, partió hacia Brasil dejando al país con una regencia. La idea de cambiar la sede de la corte a
América, como acto geopolítico, existía en Portugal desde hacía mucho tiempo y ya se habían hecho algunos
preparativos. Sin embargo, en ese momento, la fuga tuvo que realizarse deprisa, bajo la lluvia, que dejó las calles
convertidas en un lodazal y causó un gran tumulto en Lisboa, con una población atónita y revolucionada que no
podía creer que su príncipe iba a abandonarlos. Con la confusión, se olvidaron en el muelle innumerables maletas y
pertenencias, cajones con la plata de las iglesias, que fue confiscada y fundida por los franceses y el preciado acervo
de 60 000 volúmenes de la Biblioteca Real, que fueron salvados y enviados a Brasil más tarde.[16][17][18] Según el
relato de José Acúrsio das Neves, la salida causó una profunda conmoción en el príncipe regente:

Quería hablar pero no podía; quería moverse y, tembloroso, no podía ni dar un paso; caminaba sobre un
abismo y se le presentaba en la imaginación un futuro tenebroso y tan incierto como el océano al que iba
a entregarse. Patria, capital, reino, vasallos, todo lo iba a abandonar de forma repentina, con pocas
esperanzas de volver o de volver a verlos y todo era como espinas que le atravesaban el corazón.[19]
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Para explicarse ante el pueblo, Juan mandó fijar carteles por las calles en los afirmaba que su salida había sido
inevitable, a pesar de todos los esfuerzos realizados para asegurar la integridad y la paz del reino, recomendó calma a
todos y ordenó que no se resistieran a los invasores para que no se derramara sangre en vano. Debido a la prisa, en el
mismo navío que el príncipe viajaban su madre, la reina, y los herederos Pedro y Miguel. Una decisión imprudente,
teniendo en cuenta los riesgos de un viaje transatlántico en aquella época, ya que se ponía en peligro la sucesión de
la corona, si naufragara. Sin embargo, Carlota y las infantas iban en otros dos barcos.[20] El número de personas
embarcadas era objeto de controversia: en el siglo XIX se hablaba de hasta 30 000.[21] No obstante, hoy se estima
que el número oscilaría entre 500 y 15 000 personas, pues la escuadra, compuesta por quince embarcaciones, solo
podría llevar entre 12 000 y 15 000 personas, incluyendo a los tripulantes. No obstante, existen varios relatos sobre
la sobreocupación de los barcos. Según Pedreira y Costa, teniendo en cuenta todas las variables, lo más probable es
que hubiera entre 4000 y 7000 personas, incluyendo la tripulación. Muchas familias fueron separadas y muchos altos
dignatarios no encontraron un lugar en los barcos, por lo que tuvieron que quedarse en tierra. El viaje no fue
tranquilo: al empezar, tuvieron que hacer frente a una tormenta que obligó a un considerable desvío en la ruta.
Además, varios barcos tenían una condición precaria y la sobreocupación impuso condiciones humillantes para la
nobleza, que tuvo que dormir apiñada, bajo viento y lluvia, en las cubiertas. La higiene era pésima y se originó una
epidemia de piojos ya que muchos no consiguieron llevar mudas de ropa. Varias personas enfermaron y se tuvo que
racionar el agua y los alimentos, que eran escasos. Los ánimos se encendieron y empezaron los rumores y la flota,
tras atravesar una densa niebla en la que se perdió el contacto visual entre los barcos, sufrió una nueva tempestad que
dañó seriamente algunos barcos y acabó por dispersarlos a la altura de la isla de Madeira. Posteriormente, el príncipe
cambió de planes y, por orden suya, el grupo de barcos que aún los acompañaba se dirigió hacia Salvador de Bahía,
probablemente por razones políticas —agradar a los habitantes de la primera capital de la colonia, que ya habían
mostrado signos de descontento por la pérdida de su antiguo estatus—, mientras que los otros barcos siguieron hacia
Río de Janeiro, siguiendo el plan inicial.[22][23]

La transformación de la colonia en reino


El 22 de enero de 1808, el barco que llevaba al
regente, así como otros navíos, atracaron en la
bahía de Todos los Santos, en Brasil. No obstante,
en Salvador de Bahía el muelle estaba desierto
pues el gobernador, el conde da Ponte, prefirió
primero aguardar las órdenes del príncipe y
después permitir al pueblo que lo recibiera.
Extrañado por la actitud, Juan ordenó que todos
fueran cuando quisieran.[24] Mientras, para
permitir que la nobleza se recuperara después del Decreto de apertura de puertos, Biblioteca Nacional de Brasil.
viaje, el desembarco fue retrasado un día, cuando
fueron recibidos de forma festiva, con un desfile, repique de campanas y la celebración de un Te Deum en la
catedral. Los días siguientes, el príncipe recibió a todos los que lo quisieron homenajear, para lo que se realizó el
ceremonial besamanos y se concedieron diversas mercedes.[25] Entre ellas, se decretó la creación de un aula pública
de Economía y una escuela de Cirugía,[26] pero sobre todo se decretó la apertura de puertos a
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las naciones amigas, una medida de gran


importancia política y económica y la primera de
las muchas que se tomaron para mejorar las
condiciones de la colonia. Además, Inglaterra,
cuya economía dependía en gran parte del
comercio marítimo y que se había convertido en
una especie de «tutora» del reino, se benefició
directamente, obteniendo diversos privilegios.[27]

Hubo un mes de celebraciones en Salvador de


Bahía por la presencia de la corte y se intentó que
se convirtiera en la nueva sede del reino e incluso
se ofreció construir un lujoso palacio para albergar Alegoría de la llegada de Juan a Brasil
a la familia real. Sin embargo, Juan recordó a los
habitantes que se había anunciado a todas las naciones su intención de quedarse en Río de Janeiro, declinó la oferta y
continuó el viaje. El barco que lo llevaba entró en la bahía de Guanabara el 7 de marzo y se encontró con las infantas
y otros miembros de la comitiva, cuyos navíos habían llegado antes. El día 8, finalmente, toda la corte desembarcó y
se encontró con una ciudad engalanada para recibirlos. Fueron nueve días de celebraciones ininterrumpidas.[28] Un
conocido cronista de la época, el padre Perereca, testigo ocular de la llegada, al mismo tiempo que se lamentaba con
las noticias de la invasión de la metrópoli, ya intuyó lo que significaba que la corte estuviera en suelo brasileño:

Si tan grandes eran los motivos de lamento y aflicción, no eran menores las causas de consuelo y de
aliento: un nuevo orden de las cosas iba a empezar en esta parte del hemisferio austral. El imperio de
Brasil estaba ya proyectado y ansiosamente suspirábamos por la poderosa mano del príncipe regente,
nuestro señor, para poner la primera piedra de la futura grandeza, prosperidad y poder del nuevo
imperio.[29]
Con la corte llegó lo esencial del aparado de un Estado soberano: la alta jerarquía civil, religiosa y militar,
aristócratas y profesionales liberales, artesanos cualificados, funcionarios. Para muchos estudiosos del traslado de la
corte para Río, fue en este momento cuando se inició la fundación del Estado brasileño y se dieron los primeros
pasos para su verdadera independencia.[30] Aun así, formal y jurídicamente Brasil aún continuó algún tiempo como
colonia portuguesa, en palabras de Caio Prado Júnior:
Estableciendo en Brasil la sede de la monarquía, el regente abolió ipso facto el régimen del colonia en el
que país vivía hasta entonces. Todas las características de ese régimen desaparecieron, dejando solo la
circunstancia de continuar al frente de un gobierno extraño. Fueron abolidas, una detrás de otra, los
viejos engranajes de administración colonial y fueron sustituidos por otros más propios de una nación
soberana. Se acabaron las restricciones económicas y pasaron a un primer plano las necesidades
políticas del gobierno, los intereses del país.[31]
Sin embargo, lo primero fue acomodar a todos los recién llegados, un problema difícil de resolver dado las pequeñas
dimisiones de la ciudad. Principalmente, faltaban casas lo suficientemente «dignas» para satisfacer a los nobles y, en
especial, a la propia familia real. Esta se instaló en el palacio de los Virreyes, un gran caserón, pero sin las mínimas
comodidades y sin nada que ver con los palacios portugueses. Aunque era grande, no era suficiente para albergarlos
a todos y fue necesario requisar edificios vecinos como el convento do Carmo, el ayuntamiento y la cárcel. Para
atender a los otros nobles e instalar nuevos departamentos gubernamentales, numerosas residencias menores fueron
expropiadas deprisa. Como el regente, a pesar de los esfuerzos del virrey Marcos de Noronha e Brito y de Joaquim
José de Azevedo, aún estaba mal instalado, el comerciante Elias António Lopes le ofreció su casa de campo en la
Quinta da Boa Vista, un palacete suntuoso y excelentemente localizado que agradó al príncipe. Tras varias reformas
y ampliaciones, el palacete se transformó en el palacio de São Cristóvão. Carlota Joaquina, por su parte, prefirió
quedarse en una casa de campo cerca de la playa de Botafogo, siguiendo la costumbre de vivir separada del
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marido.[32]
La ciudad, en la época con cerca de 60 000
habitantes, se vio transformada de la noche al día.
La población adicional, cargada de nuevas
exigencias, impuso una nueva organización en el
abastecimiento de alimentos y otros bienes de
consumo, incluido artículos de lujo. El proceso de
instalación de los portugueses aún llevaría años
para completarse y la vida diaria en Río se volvió
caótica durante un tiempo: los alquileres se
Vista del Largo do Carmo en el centro de Río, pocos años después de la
doblaron, subieron los impuestos y los víveres llegada de la corte.
desaparecieron, requisados por la nobleza. Eso
disipó el entusiasmo popular por la llegada del
príncipe. Con el tiempo, la fisionomía urbana
empezó a cambiar, con la construcción de
numerosas residencias, palacetes y otras
edificaciones y se instalaron numerosas mejoras en
los servicios públicos y en las infraestructuras.
Igualmente, la presencia de la corte introdujo
cambios en la etiqueta, nuevas modas y nuevas
costumbres, incluida una nueva estratificación
social.[33][34][35][36]

Entre esas costumbres, Juan continuó en Brasil con Registro de la ceremonia del besamanos en la corte carioca de Juan de
la tradicional ceremonia portuguesa del Braganza, una costumbre típica de la monarquia portuguesa
besamanos, por la cual sentía gran aprecio y que
empezó a formar parte del folclore y que al pueblo le fascinaba.[37] Recibía a sus súbditos todos los días, excepto los
domingos y festivos. Estos esperaban en grandes filas, donde se mezclaban nobles y plebeyos, para mostrarle su
respeto al monarca y pedirles mercedes. Dijo el pintor Henry L'Evêque que «el príncipe, acompañado de un
secretario de Estado, un criado y algunos oficiales, recibe todas las peticiones que se le presentan; escucha con
atención todas las quejas; consuela a algunos; anima a otros... La vulgaridad de las maneras, la familiaridad del
lenguaje, la insistencia de algunos, lo prolijo de otros, nada lo enfada. Parece olvidarse de que es su señor para
pensar que es solo su padre».[38] Manuel de Oliveira Lima anotó que «nunca confundía las fisionomías ni las súplicas
y maravillaba a los suplicantes con el conocimiento que tenía de su vida, de sus familias, incluso de los pequeños
incidentes acaecidos en tiempos pasados y ellos apenas podrían creer que el rey se acordara de todo esto».[39]

A lo largo de su estancia en Brasil, el rey formalizó la creación de un enorme número de instituciones y servicios
públicos y promovió la economía, la cultura y otros ámbitos de la vida nacional. Todas esas medidas fueron tomadas,
en un principio, por la necesidad práctica de administrar un gran imperio en un territorio antes desprovistos de tales
servicios, pues la idea predominante era que Brasil continuaría siendo una colonia, ya que se esperaba la vuelta de la
corte para la antigua metrópoli en cuanto la situación política europea se normalizara. Sin embargo, esos avances se
convertirían en la base de la futura autonomía de Brasil.[40][41]
Sin embargo, esto no significa que todo fuera progreso. Hubo serias crisis políticas, que se iniciaron justo después de
su llegada, con la invasión de la Guyana Francesa en 1809 en represalia a la invasión de Portugal,[42] y grandes
problemas económicos, empezando con el acuerdo comercial de 1810 impuesto por Inglaterra que, en la práctica,
inundó el pequeño mercado interno de artilugios inútiles y perjudicó las exportaciones y la creación de nuevas
industrias en el país.[43] [44] El déficit público se multiplicó por veinte y la corrupción se propagó por todas las
instituciones, inclusive el Banco do Brasil, que acabó quebrando. Además, la corte era extravagante y gastadora,
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acumulaba privilegios y más privilegios y sustentaba una legión de maleantes y aventureros. El cónsul británico
James Henderson observó que pocas cortes europeas eran tan grandes como la portuguesa. Laurentino Gomes afirma
que Juan de Braganza concedió más títulos hereditarios durante los ocho primeros años en su estancia en Brasil que
en los 300 años anteriores de la historia de Portugal, sin contar las más de 5000 insignias de las órdenes
honoríficas.[45][46]
Cuando Napoleón fue apeado del poder, en 1815, las potencias europeas se reunieron en el Congreso de Viena para
reorganizar el mapa político del viejo continente. Portugal participó en las negociaciones, pero ante las
maquinaciones inglesas contrarias a los intereses de la casa de Braganza, el conde de Palmela, embajador portugués
en el Congreso, y el poderoso príncipe de Talleyrand aconsejaron al regente que permaneciera en Brasil y, a fin de
estrechar lazos entre la metrópoli y la colonia, le sugirieron la elevación del estatus de colonia a condición del reino
unido a Portugal. El representante inglés también estaba de acuerdo con la idea, lo que supuso la efectiva creación
del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve el 16 de diciembre de 1815, institución jurídica rápidamente
reconocida por otras naciones.[41]

Subida al trono y otros problemas políticos


El 20 de marzo de 1816 falleció María I y se abrió
camino para que el regente asumiera el trono. Sin
embargo, aunque empezó a gobernar como rey ese
mismo día, su coronación no se realizó de inmediato
y tuvo que esperar hasta el 6 de febrero de 1818,
cuando se realizó con grandes fiestas.[1] Entre
medias, diversos asuntos políticos ocuparon un
primer plano. Carlota Joaquina seguía conspirando
contra los intereses portugueses. Realmente, eso
había empezado ya en Portugal, pero tras llegar a
Brasil estableció contactos tanto con españoles como
con nacionalistas de la región de La Plata para
conseguir crear un reino para sí misma bien como
regente de España, bien como reina de un nuevo
reino creado en las colonias españolas del sur de
América, o incluso tras la abdicación de Juan. Todo
esto hacía imposible la convivencia con su marido, a
pesar de la paciencia de este y solo aparecían juntos
en público para guardar las apariencias. Aunque
Carlota conseguía atraer muchas simpatías, todos sus
planes fracasaron. A pesar de todo, consiguió que su
marido se involucrara más directamente en la
política colonia española, lo que acabó con la toma
Juan VI con la ropa de su aclamación, pintura de Jean-Baptiste Debret.
de Montevideo en 1817 y la anexión de la Provincia
Cisplatina en 1821.[47][48]

En esta misma época, surgió el problema de casar a Pedro, el príncipe heredero. Considerado Brasil un país
demasiado distante, atrasado y poco seguro, encontrar buenas candidatas no fue tarea fácil. Tras un año buscando, el
embajador, el marqués de Marialva, consiguió una alianza con una de las poderosas casas reinantes de toda Europa,
los Habsburgo, emperadores de Austria, tras haber seducido a la corte austriaca con algunas mentiras, una fastuosa
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exhibición de pompa y la distribución de lingotes de oro y diamantes entre la nobleza. Pedro de Braganza se casó,
así, con María Leopoldina de Austria, hija de Francisco I de Austria, en 1817.[49] El emperador y su ministro
Metternich consideraron la alianza «un pacto ventajosísimo entre Europa y el Nuevo Mundo», que podía fortalecer el
régimen monárquico en ambos hemisferios y crear para Austria una nueva forma de influencia.[50]
Además, la situación política en Portugal no era nada tranquila; sin gobierno y devastado por la Guerra Peninsular,
que causó una gran hambruna y un enorme éxodo poblacional[51] y con el alejamiento definitivo de la amenaza
francesa, la metrópoli se había convertido en una especie de protectorado británico, liderado por el mariscal William
Carr Beresford, que gobernó con mano de hierro. Desde la llegada al trono de Juan VI, los portugueses empezaron a
presionar para que volvieran. Se iniciaron las rebeliones de orientación liberal y surgieron sociedades secretas que
querían convocar a las cortes, hecho que no se producía desde 1698. En Brasil hubo una agitación similar. En 1817
estalló en Recife la Revolución Pernambucana, movimiento republicano que instaló un gobierno provisional en
Pernambuco y se extendió por otros estados, aunque fue duramente reprimido. El 24 de agosto de 1820, un
levantamiento militar en Oporto instaló una junta de gobierno, con repercusiones en Lisboa. Las Cortes Generales
Extraordinarias y Constituyentes se reunieron, formando gobierno y convocando elecciones a diputado sin consultar
a Juan VI. El movimiento se extendió a Madeira, las Azores y alcanzó la capitanía del Gran Pará y Bahía, en Brasil,
y causó una sublevación militar en el propio Río de Janeiro.[5][52]
El 30 de enero de 1821, las Cortes se reunieron en Lisboa y decretaron la formación de un Consejo de Regencia para
ejercer el poder en nombre de Juan VI, liberaron a muchos presos políticos y exigieron el regreso inmediato del rey.
El 20 de abril, el monarca convocó en Río una reunión para escoger a los diputados a la Corte Consituyente, pero el
día siguiente hubo protestas en la plaza pública que fueron reprimidas con violencia. En Brasil, la opinión general
era que el regreso del rey significaba el fin de la autonomía conquistada y que volverían a ser una colonia.
Presionado, Juan VI intentó encontrar una salida para ganar tiempo: envió a Lisboa a su hijo, Pedro de Braganza, el
príncipe heredero, para que otorgara una Constitución y estableciera las bases de un nuevo gobierno. El príncipe, sin
embargo, al estar de acuerdo con las ideas libertadoras, se negó. La crisis había ido demasiado lejos y ya no había
posibilidad de volver atrás. El rey solo pudo nombrar a su hijo Pedro regente en su nombre y salió a Lisboa el 25 de
abril, tras haber estado trece años en Brasil.[5][1][52]

Regreso a Portugal
Los barcos con el rey y su comitiva entraron en el
puerto de Lisboa el 3 de julio. Cuando llegó, se
había instaurado ya de facto un nuevo ambiente
político.[5] Elaborada la Constitución, el rey se vio
obligado a jurarla el 1 de octubre, perdiendo
diversas prerrogativas. Carlota Joaquina se negó a
imitar al marido, por lo que sus derechos políticos
le fueron anulados y se le despojó del título de
reina. En aquel momento, el rey también había
perdido Brasil. Su hijo, que optó por quedarse en el
país, lideró una revuelta proclamando la
Independencia de Brasil el 7 de septiembre y
asumió el título de emperador.[1][53] Dice la Llegada de Juan VI a Lisboa
tradición que antes de empezar su viaje a Portugal,
Juan VI habría anticipado los acontecimientos futuros, ya que le dijo al heredero: «Pedro, Brasil
Juan VI de Portugal 11

pronto se separará de Portugal. Si eso pasa,


colócate la corona antes de que un aventurero la
coja». Según las memorias del conde de Palmela,
la independencia brasileña fue realizada de común
acuerdo entre el rey y el príncipe. De todas
maneras, la correspondencia posterior entre los dos
registra la preocupación del príncipe porque eso
molestara al padre.[54] El reconocimiento oficial de
la independencia, sin embargo, se demoró más
tiempo.[1]

La constitución liberal que el rey juró apenas


Miguel I al frente de la Vilafrancada.
estuvo en vigor algunos meses. El liberalismo no
agradaba a todos y empezó a crear un movimiento
absolutista. El 23 de febrero de 1823, en Trás-os-Montes, el conde de Amarante proclamó la monarquía absoluta, la
cual no empezó en ese momento, pero siguieron nuevas agitaciones. El 27 de mayo, el infante Miguel, instigado por
su madre Carlota Joaquina, lideró otra revuelta, conocida como la Vilafrancada e intentó restaurar el absolutismo.
Cambiando de juego, el rey apoyó a su hijo para evitar su propia abdicación, deseada por los partidarios de la reina,
y apareció en público el día de su cumpleaños al lado de su hijo, que vestía uniforme de la Guarda Nacional, un
cuerpo militar que aunque estuviera desorganizado, tenía hacia el liberalismo, por lo que recibió los aplausos de la
milicia. Después, el monarca se dirigió personalmente a Vila Franca de Xira para administrar mejor la crisis, y su
vuelta a Lisboa fue un verdadero triunfo. El clima político era indeciso y por eso los más firmes defensores del
liberalismo tuvieron reparos en comprometerse demasiado. Las Cortes, antes de que fueran disueltas, protestaron
contra cualquier cambio que se realizara en el texto constitucional, recientemente aprobado, pero finalmente se
restauró el régimen absolutista,[1][55] se restablecieron los derechos de la reina y el rey fue aclamado por segunda vez
el 5 de junio de 1823. Juan VI, además, reprimió manifestaciones en su contra, deportó a algunos liberales, arrestó a
otros, ordenó la recomposición de las magistraturas e instituciones más de acuerdo con la nueva organización y creó
una comisión para elaborar estudios para una nueva carta.[56][55]

La alianza del rey con su hijo Miguel no fue fructífera, ya que, siempre influido por la madre, el infante levantó la
guarnición militar de Lisboa el 29 de abril de 1824 y colocó al padre bajo custodia en el palacio da Bemposta, hecho
que se denominó «Abrilada», con el pretexto de destruir a los masones y defender al rey de las amenazas de muerte
que estos supuestamente le habría hecho. En esta ocasión, se detuvieron a diversos enemigos políticos. El infante
intentaba forzar la abdicación del padre. Alertado de la situación, el cuerpo diplomático entró en el palacio y, delante
de tantas autoridades, los custodios del rey no opusieron resistencia. El 9 de mayo, por consejo de embajadores
amigos, Juan VI simuló un paseo a Caixas, pero fue a buscar refugio en la armada británica, que se encontraba en el
puerto. A bordo del Windsor Castle llamó a su hijo, le regañó, lo destituyó del mando del ejército y le ordenó que
liberara a los presos que hubiera hecho. Miguel se exilió. Vencida la rebelión, el pueblo salió a la calle para celebrar
la permanencia del gobierno legítimo. A esa celebración se unieron tanto absolutistas como liberales.[1][57] El 14, el
rey volvió a Bemposta y mostró generosidad para con los otros rebeldes. Sin embargo, la reina no cesó de conspirar.
La policía descubrió que otra rebelión iba a estallar el 26 de octubre. Ante eso, Juan VI se mostró enérgico y mandó
a su esposa a prisión domiciliar en Queluz.[1]
Juan VI de Portugal 12

Últimos años
Al fin de su reinado, Juan VI ordenó la creación de un puerto franco en
Lisboa, pero la medida no se llevó a cabo. Mandó, asimismo, continuar las
investigaciones para averiguar la muerte del marqués de Loulé, su antiguo
amigo, pero nunca se encontró nada. El 5 de junio de 1824, amnistió a los
involucrados en la revolución de Oporto, excepto a nueve oficiales que fueron
desterrados y el mismo día hizo entrar en vigor la antigua constitución del
reino y convocar de nuevo a las cortes para elaborar un nuevo texto. El
cambio constitucional se enfrentó a diversos obstáculos, principalmente de
España y de partidarios de la reina.[58]

Sin embargo, los mayores problemas a los que tuvo que hacer frente fueron
los relacionados con la independencia de Brasil, hasta entonces la mayor
fuente de riqueza de Portugal, y cuya pérdida causó un gran impacto en la
economía portuguesa. Se pensó incluso en una expedición de reconquista de
El rey en un grabado de 1825 de Manuel la antigua colonia, pero la idea cayó en saco roto. Las negociaciones, tanto en
Antônio de Castro.
Europa como en Río, con la mediación y la presión de Inglaterra, fueron
difíciles y acabaron con el definitivo reconocimiento de la independencia el
29 de agosto de 1825. Al mismo tiempo, el rey liberó a todos los brasileños presos y autorizó el comercio entre
ambas naciones. En cuanto a su hijo Pedro, se acordó que gobernaría de forma soberana con el título de emperador
regente, manteniendo Juan VI para sí el título de emperador titular de Brasil, por lo que pasó a firmar los
documentos oficiales como «Su majestad, el emperador y rey Juan VI». Brasil, además, seguía estando obligado al
pago del último préstamo realizado por Portugal. Sobre la sucesión de las coronas, nada quedó dicho en el tratado,
pero Pedro, que siguió con el título de príncipe real de Portugal y los Algarves, permanecía de forma implícita en la
línea de sucesión al trono portugués.[1][58]

El 4 de marzo de 1826, Juan VI volvió del monasterio de los Jerónimos donde había almorzado y empezó a sentirse
mal. Empezó a tener vómitos, convulsiones y desmayos, que duraron unos días. Pareció mejorar después pero, por
prudencia, nombró a su hija, la infanta Isabel, como regente. La noche del día 9, las molestias se agravaron y cerca
de las 5:00 del día 10, falleció. Los médicos no pudieron determinar exactamente la causa de la muerte, pero se
sospechaba que era envenenamiento. Su cuerpo fue embalsamado y sepultado en el mausoleo de los reyes de
Portugal, el panteón de los Braganza, en la iglesia de San Vicente de Fora. La infanta asumió el gobierno interino y
su hermano Pedro fue reconocido como legítimo heredero, como Pedro IV de Portugal.[59] Recientemente, un equipo
de investigadores exhumó el cuenco de cerámica china que contenía sus vísceras. Fragmentos de su corazón fueron
rehidratados y sometidos a análisis, que detectaron cantidades de arsénico suficientes para matar a dos personas,
confirmando las sospechas de que el rey fue asesinado.[60][61]
Juan VI de Portugal 13

Vida privada
En su juventud fue una persona retraída, fuertemente influida por el clero, que
vivía rodeado de curas y acudía diariamente a misas. Sin embargo, Manuel de
Oliveira Lima afirmó que todo esto en vez de ser una expresión de
religiosidad personal, era un mero reflejo de la cultura portuguesa de
entonces.
El rey entendía que la Iglesia, con su cuerpo de tradiciones y su
disciplina moral, solo le podía ser útil para el buen gobierno a su
modo, paternal y exclusivo, hacia poblaciones cuyo dominio
heredara con el cetro. Por eso, fue repetidamente huésped de
frailes y mecenas de compositores sacros, sin que esas
manifestaciones epicureísta o artísticas comprometiesen su libre
pensamiento o desnaturalizasen su tolerancia escéptica... Le
Manuel Dias de Oliveira: Retrato de agradaba el comedor más que el capítulo de los monasterio,
Juan y Carlota, una imagen oficial que porque en este se trataba de disciplina y en el otro se trataba de
disimula la perenne discordia entre la gastronomía y para la disciplina, le bastaba la pragmática. En la
pareja
capilla real gozaba con los sentidos más de lo que rezaba con lo
espitual: los andantes sustituían las meditaciones.[62]

Apreciaba mucho la música sacra y era un gran lector de obras sobre arte, pero odiaba las actividades físicas. Se
creía que sufría periódicas crisis de depresión. Su matrimonio no fue feliz y circularon rumores de que una vez, con
25 años, se había enamorado de Eugênia José de Menezes, dama de compañía de su esposa. Cuando esta se quedó
embarazada, las sospechas cayeron sobre Juan. El caso fue escondido y ella fue enviada a España para que diera a
luz. Nació una niña, cuya nombre se desconoce. La madre vivió encerrada en monasterios y fue mantenida por el rey
durante toda la vida. Los historiadores Tobias Monteiro y Patrick Wilcken apuntan indicios de que Juan habría
tenido una relación homosexual, no por amor, sino por necesidad pues su matrimonio pronto fracasó y vivió apartado
de su esposa y solo se reunía con ella en actos protocolarios. Su compañero habría sido su sirviente favorito,
Francisco José Rufino de Sousa Lobato, cuya tarea era masturbar al rey con cierta frecuencia. Aunque esto pudiera
ser el fruto de simples habladurías, un cura, llamado Miguel, los habría sorprendido in fraganti y por eso fue
deportado a Angola, no sin dejar antes testimonio por escrito. De cualquier modo, el criado acabó recibiendo
diversos honores, acumulando los cargos de consejero del rey, secretario de la Casa del Infantado, secretario de la
Mesa de Conciencia y Orden y gobernador de la fortaleza de Santa Cruz y, asimismo, recibió el título de barón y
posteriormente el de vizconde de Vila Nova da Rainha.[63]

En Río los hábitos del rey, al estar instalado en un ambiente más humilde, eran sencillos. En vez del relativo
aislamiento que tuvo en Portugal, pasó a mostrarse más dinámico e interesado en la naturaleza. Se movía con
frecuencia entre el palacio de São Cristóvão y el ayuntamiento, pasaba largas temporadas en la isla de Paquetá, en la
isla del Gobernador, en Praia Grande, la antigua Niterói y en la hacienda imperial de Santa Cruz. Practicaba la caza y
pasaba muchas horas en lugares apacibles, reposando en barracas o debajo de algún árbol. Le gustaba Brasil, a pesar
de los mosquitos y otras plagas y el calor abrasante de los trópicos, que la mayoría de los portugueses y otros
extranjeros detestaban.[64] Tampoco le gustaban los cambios en su rutina. En lo que respecta al vestuario, usaba la
misma casaca hasta que se rompiera y obligaba a los sirvientes a coserla llevándola puesta mientras dormía. Sufría
ataques de pánico cuando oía truenos y se encerraba en sus aposentos con las ventanas cerradas y sin recibir a
nadie.[65]
Juan VI de Portugal 14

Legado
Con el paso de los pocos años de su permanencia
de Brasil, Juan VI ordenó la creación de una serie
de instituciones, proyectos y servicios que
beneficiaron al país en el ámbito económico,
administrativo, jurídico, científico, cultural,
artístico y otros más, aunque no todos tuvieron el
éxito previsto y algunos fueron muy disfuncionales
o innecesarios, como observó mordazmente
Hipólito da Costa.[46] Entre otros, fue responsable
de la creación de la Impressão Régia, el jardín
botánico[66] el arsenal de marina, la fábrica de
pólvora,[67] el cuerpo de bomberos, la marina
mercante, la casa dos Expostos.[68] También creó
diversas escuelas en Río, Pernambuco, Bahía y Alegoría de las virtudes de Juan VI, pintura de Domingos Sequeira.

otros lugares, de teología, dogmática y moral;


cálculo integral, mecánica, hidrodinámica, química, aritmética, geometría; francés e inglés; botánica y agricultura y
varias más. Fomentó la fundación de diversas sociedades y academias para estudios científicos, literarios y artísticos,
como la Junta Vacínica, la Real Sociedad Bahiana de los Hombres de Letras, el Instituto Académico de las Ciencias
y las Bellas Artes, la Academia Fluminense de las Ciertas y las Artes,[69] la Escuela Anatómica, Quirúrgica y Médica
de Río de Janeiro,[70] la Real Academia de Artillería, Fortificación y Diseño,[71] la Academia de Guardias Marinos,
la Academia Militar,[67] la Biblioteca Real,[72] el Museo Real,[73] el Teatro Real de São João, además de reclutar a
solistas de canto de fama internacional y patrocinar los músicos de la capilla real, entre los que se incluía al padre
José Maurício Nunes García, el mayor compositor brasileño de su tiempo.[68] Apoyó, asimismo, la venida de la
Misión Artísitica Francesa, que supuso la creación de la Escuela Real de Ciencias, Artes y Oficios, antecesora de la
Academia Imperial de Bellas Artes, de fundamental importancia para la renovación de la enseñanza y producción de
arte en Brasil.[74]

En economía, Juan VI realizó cambios de largo alcance, empezando con la apertura de los puertos y la abolición del
monopolio comercial de los portugueses, siendo Inglaterra la gran beneficiada. Si por un lado, los comerciantes
instalados en Brassil tuvieron que enfrentarse a la poderosa competencia extranjera, por otro, se fomentó la creación
de nuevas manufacturas y otras actividades económicas que antes estaban prohibidas, eran escasas o incluso
inexistentes en Brasil. Además, se fueron instalando diversos órganos administrativos de alto grado, como los
ministerios de Guerra y Exteriores y el de Marina y Ultramar; los Consejos de Estado y de Hacienda, el Consejo
Supremo Militar, el Archivo Militar, las Mesas de Despachos de Palacio y de Conciencia y Orden; la «Casa de
Suplicación» (especie de Tribunal Supremo), la División Militar de la Guardia Real de Policía, el Banco de
Brasil,[66][67] la Real Junta de Comercio, Agricultura, Fábricas y Navegación[75] y la Administración General de
Correos,[67] y colocó a brasileños en los cuadros administrativos y funcionales, lo que contribuyó a disminuir las
tensiones entre nativos y portugueses.[76] También fomentó la producción agrícola, especialmente el algodón, el
arroz y la caña de azúcar; abrió carreteras y mejoró la navegación fluvial, lo que dinamizó la circulación de personas,
bienes y productos entre las regiones.[77]
Juan VI de Portugal 15

Controversias
Según Pedreira y Costa, pocos son los monarcas portugueses que ocupan en el imaginario popular un lugar tan
destacado como Juan VI, un imaginario que lo describe de diversas maneras, «aunque raramente por cosas buenas...
no son extraños los comentarios a su vida conyugal y familiar ni las referencias a su personalidad y a sus costumbres
personales, lo que invita a la caricatura fácil y a la circulación de una tradición poco lisonjera, cuando no jocosa».[78]
Son populares las descripciones del rey como apático, tonto y embustero, subyugado por una esposa perversa, un
comilón asqueroso que siempre tenía pollo asado en los bolsillos de la casaca para comérselos en cualquier momento
con los manos llenas de grasa,[40][79] una visión perfectamente tipificada en la película Carlota Joaquina, princesa
do Brasil,[40] una parodia mezclada de aguda crítica social. La obra tuvo una enorme repercusión pero según la
crítica de Ronaldo Vainfas, «es una historia repleta de errores de todo tipo, desvirtuaciones, imprecisiones,
invenciones...»; para el historiador Luiz Carlos Villalta, «constituye un gran ataque al conocimiento histórico» y, «al
contrario de que lo que anunció la cineasta Carla Camurati, que pretendió "producir una narrativa cinematográfica
que constituyera una especie de novela histórica con función pedagógica y, de esta manera, ofreciera al espectador
un conocimiento del pasado y lo ayudase, como pueblo, a pensar sobre el presente..." no ofrece conocimiento
histórico nuevo al espectador, ni se puede considerar que conciba la historia como una novela. Así, se conduce al
espectador más a la bufonada que a una reflexión crítica sobre la historia de Brasil.[80]
Incluso su iconografía lo representa de muy diversas formas. A
veces era un obeso, desproporcionado y con apariencia dejada y
a veces era un personaje dignificado y elegante.[81] Afirma la
investigadora Ismênia de Lima Martins:
Si existe acuerdo de todos los autores, que se
basaron en las declaraciones de quienes lo
conocieron de cerca, sobre su bondad y su
afabilidad, todo lo demás es controversia. Mientras
unos apuntan a su visión de estadista, otros lo
consideran como un completo cobarde y sin
preparación para gobernar. De cualquier forma,
Juan VI marcó de forma indeleble la historia
luso-brasileña, hecho que repercute hasta nuestros
días, a través de una historiografía que insiste en
juzgar al rey, despreciando las transformaciones
continuas que la disciplina experimentó a lo largo
del s.XX[82]

En su gobierno, siempre dependió de ayudantes fuertes como el


conde de Linhares, el conde de Barca o Tomás Antônio de Vila
Nova Portugal, que pueden ser considerados las cabezas
pensantes de las más importantes medidas que el rey tomó.[83]
Pero según John Luccock, un observador del periodo juanino,
Juan VI retratado por varios artistas, mostrando la
«el príncipe regente ha sido en diversas ocasiones acusado de
diversidad de sus representaciones.
apatía. A mí me parece que posee la mayor sensibilidad y
energía de carácter que, por lo general, tanto amigos como
adversarios suelen atribuirle. Se encontraba bien ante circunstancias nuevas y propias para ponerlo a prueba,
trabajando con paciencia y, si lo incitaban, actuaba con vigor y presteza». Ennobleció también el carácter del rey,
reafirmando su bondad y su atención.[84] Oliveira Lima, con su clásico Dom Juan VI no Brasil (1908), fue uno de los
Juan VI de Portugal 16

mayores responsables del inicio de su rehabilitación a gran escala.[85][79] Investigó numerosos documentos de la
época sin encontrar descripciones brasileñas desfavorables al rey, ni de embajadores ni de otros diplomáticos
acreditados en la corte. Al contrario, encontró mucho relatos que lo retrataban de forma positiva, como los
testimonios del cónsul británico Henderson y el ministro estadounidense Sumter que «preferían dirigirse
directamente al monarca, siempre dispuesto a hacer justicia, a entenderse con sus ministros (...) ya que lo
consideraban más adelantando que sus cortesanos». Documentos diplomáticos también dan prueba de su amplia
visión política, ansiando para Brasil una importancia en las Américas similar a la de los Estados Unidos, adoptando
un discurso semejante al destino manifiesto estadounidense. Hacía valer su autoridad sin violencia, con una manera
persuasiva y afable. Sus maniobras en los asuntos internacionales, aunque no hayan tenido éxito en repetidas
ocasiones y hubiera cedido a alguna ambición imperialista, en otras muchas se reveló clarividente y armonizadora y
no es necesario repetir las acciones, antes descritas, que llevó a cabo para mejorar las condiciones de vida de la
colonia brasileña.[84][62]
Sin embargo, el general francés Junot lo describió como un «hombre débil, que sospecha de todo y de todos, celoso
de su autoridad pero incapaz de hacerse respetar. Dominado por los curas y que solo consigue actuar cuando siente
miedo» y varios historiadores brasileños como Pandiá Calógeras, Tobias Monteiro y Luiz Norton dan una visión más
sombría. Entre los portugueses como Joaquim Pedro de Oliveira Martins y Raul Brandão fue invariablemente
retratado como una figura burlesca hasta el resurgimiento conservador de 1926, cuando aparecieron nuevos nombres
para defenderlo como Fortunato de Almeida, Alfredo Pimenta o Valentim Alexandre.[79][86][87] También es verdad
que hizo muchos enemigos, que elevó los impuestos y agravó la deuda pública, que multiplicó los títulos y los
privilegios hereditarios, que no supo apaciguar las discordias internas ni eliminar la corrupción arraigada en los
escalafones administrativos y que dejó a Brasil al borde de la quiebra cuando vació el tesoro para volver a
Portugal.[40][88][79]
Sea como fuere el carácter del rey, y sus errores y aciertos, es incontestable la importancia de su reinado en lo que
respecta al inicio del desarrollo y de la propia unidad de la nación brasileña. Gilberto Freyre afirmó que «Juan VI fue
una de las personalidades que más influyeron en la formación nacional (...) fue un mediador ideal (...) entre la
tradición —que encarnaba— y la innovación —que acogió y promovió— aquel periodo fue decisivo para el futuro
brasileño.[89] Como dijo Laurentino Gomes, «ningún otro periodo de la historia brasileña fue testigo de cambios tan
profundos y acelerados como los trece años en que la corte portuguesa vivió en Río de Janeiro». Estudiosos como
Oliveira Lima, Maria Odila da Silva Dias, Roderick Barman y el mismo Laurentino creen que si no se hubiesen
desplazado a América e instalado un gobierno fuerte y centralizado, el gran territorio de Brasil, con importantes
diferencias regionales, se hubiera fragmentado en diversas naciones distintas como ocurrió con la vasta colonia
española. Esta opinión ya había sido pronunciada por el almirante británico Sidney Smith, comandante de la
escuadra que escoltó los barcos portugueses en fuga hacia Brasil.[90][40]
Las biografías más recientes intentan distinguir entre leyenda y realidad, intentando eliminar la imagen de ridículo
que se formó sobre él y que además no tiene mucha documentación histórica auténtica que lo corrobore.[40] Lúcia
Bastos advierte de que actitudes que hoy podríamos criticar deben ser analizadas con cuidado en su contexto
histórico, como la cuestión de la corrupción, recordando que, aunque hubiera gastos enormes y claros abusos, en la
época no había una separación nítida entre lo público y lo privado y en la lógica del Antiguo Régimen «el rey es el
dueño del Estado».[79] En palabras de Leandro Loyola, «con las nuevas investigaciones ha surgido un gobernante con
sus limitaciones, pero que se enfrentó a una coyuntura totalmente adversa y sobrevivió a ella, a pesar de gobernar un
país pequeño, empobrecido y decadente como el Portugal de principios del siglo XIX».[40] Significativamente,
Napoleón, su enemigo más poderoso, antes de fallecer en Santa Elena, dijo de él: «Fue el único que me engañó».[91]
El marqués de Caravelas, dando un discurso en el Senado por la muerte del rey, lo loo diciendo «Todos los que
estamos aquí tenemos muchas razones para acordarnos de la memoria de Juan VI, todos le debemos gratitud por los
beneficios que nos trajo: elevó a Brasil a la categoría de reino, se preocupó por todos y por su bien y nos trató
siempre con mucho cariño y todos los brasileños se lo agradecen».[92]
Juan VI de Portugal 17

Genealogía

Descendientes
De su matrimonio con Carlota Joaquina tuvo a los siguientes nueve hijos:[1]

Nombre Foto Fecha de Fecha de Notas


nacimiento defunción

María Teresa 29 de abril de 17 de enero de Se casó con el infante Pedro Carlos de Borbón y después con su cuñado,
1793 1874 Carlos María Isidro de Borbón. Sin descendencia.

Francisco 21 de marzo de 11 de junio de Murió sin descendencia.


1795 1801

María Isabel 19 de mayo de 26 de Se casó con Fernando VII de España. Tuvo una hija que nació muerta
1797 diciembre de
1818

Pedro 12 de octubre 24 de Emperador de Brasil y rey de Portugal. Se casó en primeras nupcias con
de 1798 septiembre de María Leopoldina de Austria y después con Amelia de Beauharnais. Con
1834 descendencia

María 22 de abril de 11 de Se casó con Carlos María Isidro de Borbón. Tuvo descendencia.
Francisca 1800 septiembre de
1834

Isabel 4 de julio de 22 de abril de Fue regente del reino. Sin descendencia.


1801 1876

Miguel 26 de octubre 14 de Se casó con Adelaida de Löwenstein-Wertheim-Rosenberg. Con


de 1802 noviembre de descendencia.
1866

María de la 25 de junio de 7 de enero de Sin descendencia.


Asunción 1805 1834

Ana 23 de octubre 22 de junio de Se casó con Nuno José Severo de Mendonça Rolim de Moura Barreto,
de 1806 1857 primer duque de Loulé. Con descendencia.
Juan VI de Portugal 18

Referencias
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Heráldico, Biográfico, Bibliográfico, Numismático e Artístico págs. 1051-1055. Consultado el 4 de noviembre de 2011.
[2] (Pedreira y Costa, 2008, p. 31-35)
[3] (Pedreira y Costa, 2008, p. 42)
[4] (Pedreira y Costa, 2008, p. 38-43)
[5] Cronologia Período Joanino (http:/ / bndigital. bn. br/ djoaovi/ cronologia. html). Fundação Biblioteca Nacional, 2010 (en portugués)
[6] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 42-54)
[7] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 59-63)
[8] (Strobel, 2008, pp. 3-4)
[9] (Souza, 2006, p. 394)
[10] (Andrade,, pp. 137-144)
[11] (Schwarcz, Azevedo y Costa, 2002, pp. 479-480)
[12] Aclamação de d. João (http:/ / www. historiacolonial. arquivonacional. gov. br/ cgi/ cgilua. exe/ sys/ start. htm?infoid=730& sid=95&
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[13] (Valuguera, 1998, pp. 13-14)
[14] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 174-176)
[15] (Gomes, 2007, pp. 52-53)
[16] O Embarque e a Viagem da Corte (http:/ / multirio. rio. rj. gov. br/ historia/ modulo02/ embarque. html). Secretaria Municipal de Educação
da Cidade do Rio de Janeiro (en portugués)
[17] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 185-186)
[18] (Gomes, 2007, pp. 64-71)
[19] (Pedreira y Costa, 2008, p. 186)
[20] (Gomes, 2007, pp. 64-70)
[21] (Bortoloti, 2007)
[22] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 186-194)
[23] (Gomes, 2007, pp. 72-74; 82-100)
[24] (Gomes, 2007, p. 102)
[25] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 201-210)
[26] (Lobo, 2008)
[27] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 208-210)
[28] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 210-212)
[29] (Gomes, 2007, p. 129)
[30] (Mota, 2000, pp. 453-454)
[31] (Mota, 2000, p. 455)
[32] (Pedreira y Costa, 2008, pp. 214-216)
[33] (Fernandes y Fernandes Junior, 2008, pp. 36-38)
[34] (Oliveira y 2008, s/p)
[35] (Lima y 2008, s/p)
[36] (Gomes, 2007, pp. 136-151)
[37] Casa Real: Nascimento do Príncipe da Beira: Beija-mão (http:/ / www. historiacolonial. arquivonacional. gov. br/ cgi/ cgilua. exe/ sys/ start.
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[38] Carvalho, Marieta Pinheiro de. D. João VI: perfil do rei nos trópicos (http:/ / bndigital. bn. br/ redememoria/ joaovi. html). Rede Virtual da
Memória Brasileira. Fundação Biblioteca Nacional, 2008 (en portugués)
[39] (Oliveira,, p. 859)
[40] Loyola, Leandro. "A nova história de Dom João VI" (http:/ / revistaepoca. globo. com/ Revista/ Epoca/ 0,,EDG81336-6014-506,00. html).
In: Revista Época, nº 506, 30 de enero de 2008 (en portugués)
[41] (Bandeira, 2000, pp. 423-425)
[42] Caiena: mapa do comércio (http:/ / www. historiacolonial. arquivonacional. gov. br/ cgi/ cgilua. exe/ sys/ start. htm?infoid=248& sid=48&
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[43] Lima, Oliveira. D. João VI no Brasil - 1808-1821 (http:/ / www. consciencia. org/ relacoes-comerciais-do-brasil. os-tratados-de-1810-d.
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[44] (Gomes, 2007, pp. 186-190)
[45] (Gomes, 2007, pp. 169-177)
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Predecesor: Rey de Sucesor:


María I Portugal Pedro IV
1816-1826
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