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Kimberley Raas

Estados Antiguos de América


Tema 2 / 14.10.18 / Michael E. Smith y Lisa Montiel (2001). “The archaeological study of
empires and imperialism in pre-hispanic central Mexico”.

Los autores presentan un nuevo modelo de cultura material para identificar, a partir de
restos arqueológicos, los imperios antiguos. Su propuesta nace de la dificultad por reconocer
los imperios e imperialismo en Mesoamérica (debido al carácter rudimentario de las fuentes
escritas y el tipo hegemónico o indirecto de gobierno) y de la falta de un método exclusivamente
arqueológico para hacerlo. El contexto en el cual se puede situar su propuesta es el de un
renovado interés por los temas de imperio durante la década de los noventa.
El modelo se basa una variante de la idea del “world-system” que enfatiza los roles de
intercambio sistémicos y, sobre todo, en la definición de imperio e imperialismo de Michael
Doyle. Este reconoce cuatro elementos claves para identificar los imperios y los imperialismos,
del cual los autores van a adaptar tres.
El primero se refiere a las dinámicas políticas, económicas y sociales de la ciudad imperial,
y significa para el modelo arqueológico contar con una ciudad capital “lo suficientemente
grande y compleja para gobernar un imperio, que muestra evidencia material de una ideología
imperial” (246). Cabe recordar, sin embargo, que las ciudades mesoamericanas (frente a las
europeas) pueden ser grandes y complejas sin ser capitales de imperios.
El segundo hace referencia a las interacciones entre la capital y las provincias, y se
convierte para el modelo arqueológico en el indicador de la dominación der territorio,
distinguiendo entre intercambios económicos y el control político. Sin embargo, apenas existen
grandes inversiones en infraestructura, uno de los elementos más claros de actividad imperial,
en los imperios hegemónicos.
El tercero alude a la situación geopolítica del imperio e indica la influencia económica,
política y cultural del objeto de estudio en un contexto internacional.
La elección de Tenochtitlan, Teotihuacan y Tula para ejemplificar el funcionamiento del
modelo significa partir de diferentes grados de consenso sobre si son, o no, imperios. Tienen
en común ser grandes centros urbanos cuya influencia se extendía más allá de su gobierno local,
aunque la falta de evidencias de infraestructuras provinciales ha hecho dudar a los
investigadores sobre su condición de imperio. A esto se añade que Tula ha sido estudiada casi
exclusivamente a partir de fuentes escritas.
Atendiendo a los tres indicadores principales del modelo propuesto, los autores resumen,
en primer lugar, que las tres ciudades capitales eran suficientemente grandes y complejas para
servir como capital de imperio, siguiendo una trama planificada y exhibiendo un arte público
con temas de militarismo y glorificación del estado.

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Kimberley Raas
Estados Antiguos de América
En cuanto a la dominación del territorio en su aspecto económico, los autores ponen énfasis
en la frecuencia de los intercambios para Tenochtitlán y Teotihuacán, pero lo consideran un
indicador insuficiente para determinar relaciones de imperialismo. Tula tiene un nivel bajo de
intercambios capital-provincia. Aquí destaca que se trata de un factor únicamente cuantitativo
y, como indican en las notas, con evidencias arqueológicas solo relativamente completas. En
cuanto al control político, señalan que es más difícil de delimitar, pero basándose en evidencias
relacionadas con cooptación de las élites, influencias arquitectónicas y la presencia de bienes
controlados por el Estado, llegan a una relación similar entre las ciudades. Creo que es
importante recordar que siempre debe especificarse qué tipo de control se está analizando y,
sobre todo, cómo se considera que se expresa para no confundirlo con otro tipo de interacciones.
La influencia en un contexto internacional se puede constatar por el comercio con otros
imperios o grandes ciudades, sobre todo de objetos exóticos o de lujo, pero también por el
intercambio de personas, alianzas y matrimonios reales, o la presencia de símbolos propios de
la ciudad. Para los autores, las tres ciudades tenían una influencia económica y estilística
importante, aunque estas no son características exclusivas de los imperios. Para algunos
indicadores, como la presencia de símbolos en las ciudades, creo que es importante tener en
cuenta, tal y como indican los autores, lo que realmente significaban para la gente; esto es, si
eran meras réplicas estilísticas o si a su contenido se reconocía un determinado significado.
Tras este análisis, los autores concluyen que Tenochtitlan puede considerarse un imperio a
partir de sus restos materiales, lo cual afirmaría la validez del modelo presentado y lo cual viene
respaldado por fuentes escritas. Aunque resulta más difícil afirmar lo mismo para Teotihuacán,
los datos arqueológicos si apuntan en esa dirección; mientras que Tula, a pesar de las muchas
interpretaciones actuales que hablan de un imperio tolteca, no puede considerarse por sus restos
materiales como tal. Aún y así, presenta muchos de los rasgos indicados como propios de los
imperios antiguos, por lo que puede resultar interesante reflexionar sobre la magnitud que se
considera necesaria para hablar de imperios, así como pensar en modelos de análisis para
ciudades de gran influencia que no son capitales de imperios.
Finalmente, el valor del artículo reside en que logra poner en común diversos estudios
usando categorías de análisis determinadas, suficientemente definidas para ser rigoroso y, al
mismo tiempo, suficientemente flexibles para adaptarse a los diferentes casos. En todo caso, la
falta de estudios arqueológicos en algunos campos dificultan hacer una comparación más
exhaustiva. Por último, el artículo invita a pensar en que la misma noción de imperio no es algo
monolítico, sino tan variable como las gentes que lo conforman; y que los estudios y modelos
arqueológicos pueden ayudarnos a comprenderlos también en su variedad.

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