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Hemos olvidado nuestra naturaleza animal, nuestra capacidad de relacionarnos
con nosotros mismos, con el entorno y con los demás con espontaneidad,
intensidad y presencia real. Nadie nos enseña que es indispensable afinar y
confiar en nuestra capacidad de sentir, simplemente sentir, sin analizar, sin
poner nombres, sin querer lograr nada, sin ejercer control o poder. Detrás de
nuestros sueños de control existe un territorio desconocido y lleno de maravillas
por descubrir que pocos conocen...
Hemos olvidado nuestra naturaleza animal, nuestra capacidad de relacionarnos
con nosotros mismos, con el entorno y con los demás con espontaneidad,
intensidad y presencia real. Nadie nos enseña que es indispensable afinar y
confiar en nuestra capacidad de sentir, simplemente sentir, sin analizar, sin
poner nombres, sin querer lograr nada, sin ejercer control o poder. Detrás de
nuestros sueños de control existe un territorio desconocido y lleno de maravillas
por descubrir que pocos conocen...
Hemos olvidado nuestra naturaleza animal, nuestra capacidad de relacionarnos
con nosotros mismos, con el entorno y con los demás con espontaneidad,
intensidad y presencia real. Nadie nos enseña que es indispensable afinar y
confiar en nuestra capacidad de sentir, simplemente sentir, sin analizar, sin
poner nombres, sin querer lograr nada, sin ejercer control o poder. Detrás de
nuestros sueños de control existe un territorio desconocido y lleno de maravillas
por descubrir que pocos conocen...
La mayoría de nosotros vivimos desconectados de nuestro cuerpo y de nuestros
sentidos. Puede parecer una afirmación exagerada pero casi toda nuestra atención está en nuestros pensamientos, en nuestra interpretación del mundo. Intentamos controlar nuestras vidas, queremos aprender herramientas que nos hagan sentir seguros y empoderados, pensamos que la cosas más importantes son los resultados, lograr objetivos. En realidad, de esta manera no vivimos el presente, no vivimos de verdad; analizando y clasificando constantemente nuestra experiencia del mundo la empobrecemos, y sustituimos el modelo a la realidad, reemplazando la pobreza del mapa por la multiplicidad del territorio. Incluso pensamos que los sentidos y el cuerpo sólo son medios, simples herramientas al servicio de la mente y la función racional. De hecho, toda o casi toda nuestra educación y nuestra cultura están basadas en eso.
Hemos olvidado nuestra naturaleza animal, nuestra capacidad de relacionarnos
con nosotros mismos, con el entorno y con los demás con espontaneidad, intensidad y presencia real. Nadie nos enseña que es indispensable afinar y confiar en nuestra capacidad de sentir, simplemente sentir, sin analizar, sin poner nombres, sin querer lograr nada, sin ejercer control o poder. Detrás de nuestros sueños de control existe un territorio desconocido y lleno de maravillas por descubrir que pocos conocen. Por eso no tiene un verdadero nombre.
Estamos hablando de la vida sensual, de la sensualidad. Normalmente
relacionamos esta palabra con la sexualidad, pero esta última es solo una pequeña parte de la vida sensual (ni mucho menos la más importante). Es cierto que hay muchas imágenes estereotipadas sobre el concepto, pero lo que nos interesa aquí es su significado originario: la parte del vivir consciente que se enfoca en los sentidos y en las emociones.
Hablando de sexualidad… más de un tercio de las personas sufren problemas
sexuales. Según algunas estadísticas, el porcentaje de población afectado por disfunciones de carácter sexual en España giraría en torno al 40%. Este es, sin duda, un dato preocupante que puede ser interpretado de diferentes formas. En primer lugar, unas cifras tan elevadas parecen evidenciar que, en términos generales, algo no funciona bien. Quizás el núcleo del problema se halle en la educación sexual que (NO) existe en nuestro país. Los contenidos eventuales se 2
limitan a nociones de anatomía, anticoncepción y enfermedades de transmisión
sexual. Nadie habla de placer, de educación sensual, o emocional, nadie nos enseña a conocer nuestros cuerpos y a usar conscientemente nuestros sentidos para vivir auténticas relaciones físicas y emocionales con los demás y con nosotros mismos.
En consecuencia, el único modelo de comportamiento sexual que queda es la
pornografía, que a través de internet tiene una difusión masiva, también entre los adolescentes. La pornografía no es negativa solo porque enseña una sexualidad irreal, vulgar, extrema, literal, falsa, ni porque no nos enseña el amor. El problema es que propone modalidades automáticas, violentas, estereotipadas, cerebrales, sin atención al otro, sin presencia, sin escucha. La pornografía es, en realidad, la expresión de la falta de una verdadera libertad sexual y sensual, es expresión de una cultura patriarcal que anula los sentidos, los cuerpos reales y las emociones verdaderas.
Volviendo al tema de las disfunciones sexuales, para resolverlas a menudo se
buscan soluciones parciales, muchas veces enfocadas en el aumento de la estimulación y en la perpetuación de una sexualidad muy genitalizada, que ni siquiera se acerca al problema de base, a la raíz del conflicto. Es obvio que hay mucha gente que no pretende profundizar en su sexualidad y sólo busca un remedio rápido y superficial que le saque del apuro. Pero estamos convencidos de que también existe otro grupo de personas, cada vez más numeroso, que quiere plantearse un cambio duradero, profundo y transformador para vivir de otra manera su sexualidad y que, sin embargo, no sabe por dónde empezar. A nuestro juicio, la sexualidad es algo que no se puede considerar de forma aislada a nuestra manera de vivir y sobre todo a nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Está profundamente vinculada a la capacidad de sentir nuestro cuerpo y nuestras emociones. La sexualidad es comunicación y no hay posibilidad de comunicar si no hay escucha. Escucha en el sentido de presencia activa a todas las sensaciones, no de expresión y comprensión verbal.
Sobre la base de estas consideraciones, hemos desarrollado el proyecto de
Hacer el Amor con la Vida, porque creemos que estos tiempos necesitan de una verdadera Revolución Sensual, un nuevo paradigma que tenga en cuenta el ser humano en su totalidad, impulse el desarrollo de su capacidad de sentir, física y emocionalmente, y lo acompañe en el descubrimiento de una sexualidad plena y feliz, más allá de las normas, las ideas o lo que “debería ser”. 3
Entonces, ¿dónde empezaría el camino? En nuestro cuerpo y en la escucha de
nosotros mismos. Podemos comenzar ahora, en este momento, haciendo un recorrido por nuestro cuerpo, empezando por el vientre, dándonos cuenta de cuánta tensión almacenamos ahí y de cómo es nuestra respiración. Es probable que sea superficial y cortada o que nos demos cuenta de que ni siquiera estamos respirando. Si estamos sentados, podemos probar a sentir los puntos de contacto con la silla; si estamos de pié, el contacto con el suelo. Este sencillo acto de presencia ya es suficiente para empezar a relajar el cuerpo y volver a “habitarlo”. Podemos volver a repetirlo, durante unos segundos, muchas veces al día, sin que nadie se entere o de que tengamos que “encontrar el tiempo” para hacerlo. Hay muchos momentos que podemos aprovechar: andando por la calle, conduciendo, tomando una ducha, antes de dormirnos o recién despertados. ¡Éste puede ser el primer paso, y el más importante, hacia nuestra propia revolución sensual!
Desde allí, podemos entrar en comunicación con el otro: su piel, la
temperatura, la textura, el olor, su respiración, su tensión o relajación. Con curiosidad, presencia y relajada atención, dejándonos sorprender por el paisaje, siempre desconocido, de su cuerpo.