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LA NATURALEZA
DE IFIRAN CO
't/M
Francisco Franco M artínez-B ordiú
LA NATURALEZA DE FRANCO
C on la colaboración de
E M IL IA L A N D A L U C E
Ια e/fera (0 de Io / libro/
Prim era edición: septiem bre de 2011
Tercera edición: octubre de 2011
Indice
tirme: «Tu abuelo va a pensar que soy medio tonto. M ira que dar
le un beso en la m an o ...».
N os ponían unas sillitas más pequeñas, delante de las butacas
de los mayores, y comenzaba la proyección, precedida del consi
guiente N O -D O .
R ecuerdo alguna fiesta de cumpleaños en la que nos ponían
una película infantil. La que siempre convidaba a más niños era
mi herm ana Carm en, a quien le gustaba más el boato. Ya ado
lescente ella, recuerdo que le hicieron una gran fiesta de disfra
ces, aprovechando que su cumpleaños coincide prácticamente
con el carnaval, a la que vinieron muchísimas invitadas, entre
otras Marisol (una estrella rutilante y todo un fenómeno de masas
en aquel m om ento), que llevaba un ornam ento con una piña
tropical, que in ten té d errib ar con las serpentinas de turno.
Desconozco el motivo de su presencia en aquella fiesta, ya que
no la conocíamos.
Aquel día me dediqué a espiar a unas amigas de mi hermana,
que la estaban criticando y poniendo verde, y me faltó tiempo para
ir a contárselo. Terminó la fiesta con una llorera tremenda por par
te de la anfitriona. M e acuerdo todavía de sus nombres. Hoy siguen
siendo sus amigas.
E n los recuerdos de infancia la cotidianidad y los aconteci
mientos se entretejen form ando un universo compacto. La esfe
ra temporal que abarcan los primeros años de una vida se anto
ja siempre confusa en la m em oria.Y cuando recuerdo la primera
trucha que pesqué con el abuelo también pienso en el día a día
ju n to a él. Es entonces cuando esos pequeños instantes se vuel
ven extraordinarios. Ahora sé valorar cada uno de los segundos
que compartimos.
Los fines de semana nos instalábamos en El Pardo con los abue
los, que pasaban revista a nuestras notas; si no eran buenas, ensegui
da dibujaban en su rostro un mohín de disgusto. Afortunadamente,
yo era buen estudiante, aunque fuera un trasto.
22 Francisco Franco Marlínez-Bordiú
Aún recuerdo con mucho cariño las jornadas de pesca que pasé
junto a M ax y Andrés, dos de las personas a las que mi abuelo solía
invitar a embarcarse en el Azor. Zala conoció a mi abuelo cuando
estaba en Canarias. Vestía de una manera realmente esperpéntica
(pantalones rojos y camisas hawaianas), con la que — creo yo—
trataba de disimular su entonces tremenda obesidad y que con
trastaba con la sobriedad que imperaba en la España de entonces.
Estaba siempre de buen hum or y no paraba de contar chistes y de
gastar bromas. M e regalaba todo tipo de artículos de broma: ciga
rros que explotaban, plumas que derramaban tinta que al poco
tiempo se evaporaba sin dejar rastro (ideal para el uniforme blan
co de los marinos), etc. Zala y Mateo Sánchez eran los únicos que
se atrevían a contar chistes sin autocensura al abuelo.Y no para
ban. El abuelo se desternillaba a su manera con ellos. La naturali
dad de uno y el gracejo del otro les daban patente de corso.
Pero M ax Borrell era a quien de niño consideraba mi mejor
amigo. Era m uy divertido y abierto, y sabía cientos de trucos de
caza y pesca, y muchas anécdotas. Era una de esas almas francas,
muy naif, que tanto escasean. N unca se aprovechó de la cercanía
que tenía con m i abuelo, ni presumió de su relación, como hicie
ron otros que le trataron mucho menos. Se conocieron cuando
Max mandaba una brigada de infantería en 1932. Después de la
guerra civil, volvieron a encontrarse y Borrell le enseñó a pescar.
Ocupó diferentes cargos en La Coruña y conservé su amistad has
ta que m urió hace ya bastantes años.
Recuerdo que en aquella época yo contaba las horas que fal
taban para que llegara el viernes y poder irm e a cazar. Afor
tunadam ente, tenía buenas notas, excepto en conducta, porque
siempre estaba haciendo el tonto y era bastante travieso.
Así fui creciendo ju nto a él hasta convertirme en su compa
ñero, en su sombra. Pero mientras que la vida de mi compañero
se extinguía y él menguaba en su propio ocaso, su sombra, yo, pug
naba por crecer y no tener que dejarle nunca.
Ill
hecho. Nunca entendí sus motivos, por mucho que tratase de expli
carme que sólo pretendía demostrar, a aquellos que dudasen de
él, que había actuado como lo hubiera hecho cualquier médico.
M i relación con él fue complicada. N o tiene nada de particu
lar. ¿Qué padre no discute con su hijo?
M e examiné de Preuniversitario en el Ram iro de Maeztu en
1970. Y ese m ism o año, con dieciséis, com encé la carrera de
Medicina. Hasta los trece años mis notas fueron excelentes, si bien
estaba exento de la clase de educación física. Por otro lado, siem
pre flojeé en matemáticas, una debilidad que me impidió cumplir
la que yo consideraba mi gran vocación: ser ingeniero agrónomo.
El campo, el agua y la naturaleza ocupaban toda mi vida .Y aún lo
hacen.
Luego, con la llegada de la adolescencia, no pude evitar cen
trarme más en la caza y empecé a distraerme con chicas, que has
ta entonces me habían resultado indiferentes y aburridas con sus
ballets y sus tonterías. Empecé a detestar la disciplina (en la que
hasta entonces había estado inmerso, como tantos otros adoles
centes de mi época) y comenzaron los enfrentamientos con mi
padre.
Tardé poco en emanciparme. N unca consideré que mi padre
tuviese derecho alguno a inmiscuirse en mi vida, pues yo no le
permitía ejercer como tal.Tampoco él hizo mucho. Crecí aislado
y con poca atención y apoyo por su parte, por lo que muy pron
to aprendí a desenvolverme solo.
Y cuando dos años después de la m uerte de mi abuelo se enfa
dó porque decidí no ejercerla medicina, simplemente le dije que
era m i vida y que no tenía por qué entrometerse. Al fin y al cabo,
yo nunca tuve, al contrario que él, la vocación de ser médico. Lo
que a mí m e gustaba era el campo, y creo que habría sido feliz
como ingeniero agrónomo. Pero su intransigencia ante el fracaso
o ante un suspenso ■ — que era lo previsible, dado el exigente nivel
de matemáticas, mi punto ñaco, que se exigía en la carrera de inge
32 Francisco Franco Martínez-Bordiú
Creo que la última que se hizo por indicación suya fue en las
cercanías del desfiladero de Despeñaperros, en donde hoy, a pesar
de un incendio bastante reciente, aún puede verse una plantación
un tanto barroca, con cedros, abetos y pinos de distintas especies,
que contrastan con la uniformidad y sobriedad de otras repobla
ciones. Debió de ser obra de un ministro que quiso lucirse ante
mi abuelo. Dos de las veces que franqueé con él el angosto paso
natural, m e lo dijo: «Aquí no había un solo árbol». N unca cejó
en su empeño, ni siquiera cuando quiso repoblar las islas Cíes, en
Pontevedra, pese a que los ingenieros le advirtieron de que era
muy improbable que los árboles prendieran.
V
«TOMA, ABUELO,
PARA QUETE COMPRES ALGO»
R espetado ministro:
■Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo de la oficia
lidad parecen producir las últimas medidas militares, que contraería
una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no le hicie
se presente mis impresiones sobre el m om ento castrense y los peli
gros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satis
facción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin
palmaria exteriorization, en los cuerpos de oficiales y suboficiales.
Las recientes disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y ofi
ciales sentenciados en Cataluña, y la más m oderna de destinos antes
de antigüedad y hoy dejados al arbitrio ministerial, que desde el movi
m iento militar de junio del 17 no se habían alterado, así com o los
recientes relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría del
Ejército. Las noticias de los incidentes de Alcalá de Henares con sus
antecedentes de provocaciones y agresiones por parte de elementos
extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que pro
duce, sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpem en
te exteriorizado, en mom entos de ofuscación, que interpretado en
forma de delito colectivo tuvo gravísimas consecuencias para los jefes
y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando dolor y sen
tim iento en la colectividad militar. Todo esto, excelentísimo señor,
pone aparentem ente de manifiesto la inform ación deficiente que,
La naturaleza de Franco 59
un extremo tenían una mina azul y, por el otro, roja, como España
en la guerra civil).También tenía muchos libros de Historia, mate
ria que le fascinaba.Y atesoraba algunos ejemplares sobre el mar
xismo y la masonería, sobre la que escribiría mucho y que consi
deraba culpable de la disminución de la influencia de España en
el m undo y de su empobrecimiento. Lo reseñable es que algunos
los había comprado m ucho antes de la guerra civil. Porque, como
todas sus convicciones, el anticomunismo de mi abuelo no era una
creencia visceral sino el resultado de un largo proceso de estudio
y reflexión que le llevó al convencimiento de que el marxismo
anulaba al ser hum ano y le despojaba de la libertad de elección y
de superación. M e dio m ucha pena que no pudiese presenciar la
caída del telón de acero en 1989.
M i abuelo estaba profundam ente convencido de que, de no
haber vencido el bando nacional en la guerra civil, España habría
sido el prim er país satélite de Stalin. U na de sus mayores preocu
paciones siempre había sido el comunismo. Estaba muy al tanto de
la silente pugna entre Occidente y la URSS durante la Guerra Fría.
El día que los tanques rusos entraron en Praga en 1968 está
bamos pescando en el Azor. Cuando le informaron por radio de
que los soviéticos habían entrado en la antigua Checoslovaquia,
mi abuelo quiso que volviéramos a toda m áquina a puerto. M e
dijo que esa demostración de fuerza con los checos era una grie
ta que iría creciendo con el tiempo y que los países satélites aca
barían desintegrando la URSS. Q ue Rusia había vencido, pero
que no había convencido al mundo. Lo mismo sucedió el día que
mataron a Kennedy, el 22 de noviembre de 1963, aunque en esa
ocasión la Historia le sorprendió en plena cacería. La suspendió
inmediatamente y volvió corriendo a El Pardo.
Este detalle desmiente la form a en que actualmente se retrata
su afición a la caza, que ha dado pábulo a otro de los falsos tópi
cos con los que nuevos tiempos han querido adornar la figura de
un autócrata cruel y sanguinario. M i abuelo no era un ansioso
La naturaleza de Franco 69
EL ARTE DE LA PESCA
cada vez que emergía para respirar. Recuerdo que en una de las
escenas logró captar a un cachalote agonizante que regurgitó pul
pos y calamares de tamaño gigante que sólo habría podido cap
turar a profundidades de mil metros.
XIII
F
ue una de esas tardes de agosto. Habíamos pasado varias horas
detrás de un cachalote al que habíamos herido. Mi abuelo
observaba desde el puente de mando la fortaleza del majestuoso
cetáceo, que pese a que le habíamos asestado ya el primer arpo-
nazo, coleaba y resoplaba pleno de vigor. Mientras la marinería,
entre la que yo me incluía, se preparaba para un nuevo envite al
animal, mi abuelo dirigía la sala de máquinas dando las instruc
ciones necesarias para acercarnos al gigante marino, quizá herido
pero sin que el arpón hubiera apenas mermado sus fuerzas. El Azor
era una embarcación difícil de maniobrar por su envergadura, y
aún recuerdo la voz del abuelo con la vista fija en el cabo: «Diez
grados a estribor... avante media, avante toda».
De repente, le llamaron por radio. Tenía que ir urgentemente
a Ayete.
Mi abuelo miró al cachalote.Vio que aún había mucha vida en
sus lomos robustos. Se acercó a nosotros, que estábamos cerca del
cañón, desde donde habíamos disparado el arpón, y cortó el cable.
El gran cachalote quedó libre y no tardó en sumergirse bajo las
aguas para volver a resoplar victorioso.
Cuando lo vio alejarse, mi abuelo, que ya estaba muy viejo,
miró cómo partía sonriendo. Él callaba, pero sus ojos parecían
hablar con el cachalote que acababa de liberar: «Al final vas a vivir
más que yo».
106 Francisco Franco Martínez-Bordiú
«HAGA COMOYO.
NO SE META USTED EN POLÍTICA»
D
espués de los duros años de la posguerra, mi abuelo comen
zó a cazar regularmente. Poco apoco España dejaba atrás el
dolor crudo y la miseria de los primeros años y en la tierra por la
que tantos hermanos enfrentados habían derramado su sangre
comenzaba a rebrotar la vida. Las cosechas estaban arrasadas, el
monte parecía yermo de reses... Puede que no lo expresase nun
ca, pero ese amargor que teñía sus ojos cuando le recordaban aque
llos años o si se le preguntaba por algún suceso o alguna batalla
de la que había sido testigo, delataba que pese a que estuvo en el
bando de los vencedores, creía que toda España había perdido la
guerra. Sé que mi abuelo pensaba que habíamos pagado dema
siado por la paz y que su mayor temor siempre fue que ese enfren
tamiento fratricida y cruento volviera a repetirse.
Mi cercanía y comunión con él me hicieron apreciar y sentir,
como testigo de excepción, que el cien por cien de sus fuerzas y
pensamientos estuvo destinado a intentar evitar en lo posible los
errores que condujeron al alzamiento del 18 de julio de 1936 y
que desembocó en la guerra civil. E indiscutiblemente, consiguió
legar una España concillada, con una gran clase media trabajado
ra, con la que él mismo se identificaba, y que fue la que facilitó
que la Transición fuera pacífica. Hasta hoy.
En los últimos treinta años, la figura de mi abuelo y su obra
han sufrido tal proceso de distorsión que muchas veces, cuando
116 Francisco Franco Martínez-Bordiú
LA IMPORTANCIA DE LA CAZA
E
n estos tiempos, ser cazador es casi tan políticamente inco
rrecto como defender a mi abuelo.
Hoy en día, la caza se ha desvirtuado en muchos aspectos .Vería
normal que se prohibiesen algunas modalidades poco éticas en las
que se incumple la máxima escrita por José Ortega y Gasset (que
no era cazador) en el prólogo de Veinte años de caza mayor, el libro
de Eduardo Figueroa y Alonso Martínez, conde deYebes: «La esen
cia de la caza es la escasez, la incertidumbre y la dificultad».
Como cazador, suscribo íntegramente esta frase que me lleva
a admirar más si cabe a ese gran filósofo y escritor que fue Ortega.
Llegar a una reflexión sobre la caza de esa hondura sin ser cazador
me produce verdadera perplejidad. El gran amor de mi vida, ade
más de mi familia, es la caza, y jamás habría sido capaz de plasmar
así lo que convierte esta afición en pasión.
Me resulta especialmente significativo que las cacerías de perdi
ces sean uno de los tópicos recurrentes para los críticos de mi abue
lo. La caza es en la actualidad una actividad criminalizada a la que
se tacha, injustamente, de elitista y de ricos, pese a que en España
hay más de un millón y medio de cazadores federados pertene
cientes a todo el espectro social.Y en muchos casos es su afición lo
que les mantiene vinculados a los núcleos rurales, ya que muchas
familias radicadas en la ciudad siguen conservando su casa en el pue
blo de origen, a donde acuden a cazar en Navidad o media veda.
126 Francisco Franco Martínez-Bordiú
NAVIDADES DE CAZA
CON LA FAMILIA POLÍTICA
H
asta que no se casó con mi madre, Cristóbal Martínez-Bordiú
nunca había practicado la caza: sus estudios, el deporte y una
intensa vida social coparon su primera juventud. En su familia no
había tradición cinegética alguna, y Arroyovil, la finca de mi abue
lo Argillo en Mancha Real (Jaén), donde posteriormente mi padre
organizaría sus cacerías, estaba dedicada a la agricultura y, sobre
todo, al olivar. M i abuela paterna, Esperanza Bordiú, tenía títulos
(condesa de Argillo, de Morata de Jalón, marquesa deVillaverde y
las baronías de Illueca y Go tor) y era descendiente del Papa Luna,
rancio abolengo y escasa fortuna. Tenía dos hermanas: Enriqueta,
casada con José María Sanchiz, y María Luisa, que contrajo matri
monio con el ingeniero José María Abad.
Vivía en el Palacio de Saviñán (Zaragoza), situado en la cuen
ca del Jalón, donde la silueta del Moncayo orienta a sus gentes, el
cierzo curte y endurece su piel y los espesos caldos de Cariñena
alegran sus vidas.
Allí conoció a José María Martínez, un ingeniero de minas des
tinado en la zona que, aunque no contaba con un gran patrimo
nio familiar, se ganaba muy bien la vida. Mi abuelo había recibi
do como herencia la finca y la casa de Arroyovil, que era muy
modesta y estaba construida encima de una almazara. Con el correr
de los años, según iba aumentando la familia, se le fueron hacien
do añadidos para que cupiésemos todos, incluidos el abuelo Franco
134 Francisco Franco Martínez-Bordiú
D
ecía que siempre le pasaba lo mismo.
El anfitrión o el encargado de la montería llegaba al pues
to que ocupaba Francisco Franco, el jefe del Estado español.
—Excelencia, ¿qué tal se le ha dado? ¿Le han pasado muchos
guarros? ¿Y algún venado?
El abuelo sabía que su interlocutor le había reservado el mejor
puesto de la montería.
— La verdad es que no he visto nada. Pero me lo he pasado
muy bien porque ha hecho muy buen día —lo decía aunque
hubiese diluviado— y he estado divertidísimo viendo cazar a las
rehalas.
La respuesta, aunque cortés, no solía satisfacer.
—Lo siento, Su Excelencia.
—Nada, no se preocupe. Otra vez será, aunque siempre me pasa
igual. La escolta que revisa el puesto me chantea siempre las man
chas y luego nunca veo nada.
Tenía toda la razón. Pese a que le encantaba la caza, el abuelo
no era, sin embargo, un entusiasta de la montería. Solía quejarse
de que los hombres encargados de velar por su seguridad se dedi
caban a andurrear por el monte para inspeccionar los alrededores
de su puesto, lo que inevitablemente espantaba la zona de la man
cha que iba a cazar.Tantas precauciones eran lógicas, pues, hasta
bien entrados los años cincuenta, los maquis fueron una fuente
144 Francisco Franco Martínez-Bordiú
LA ESCOPETA NACIONAL
P
asaba el tiempo y me iba haciendo mayor. En 1967, cuando
tenía trece años, me fui con mi tío Pepe Sanchiz de safari a
Mozambique. Me invitó.Y dos años después me volvió a llevar.
Cuando contemplo fotos me doy cuenta de que en dos años
me transformé de niño en hombre. Y, por fin, pude quitarme la
espinita del safari, pues mis padres nunca me habían dejado acom
pañarles a las invitaciones que el Gobierno de Portugal les orga
nizaba en Mozambique y Angola, antiguas colonias lusas. Un vera
no, cuando ya lo tenía todo preparado para marchar a Angola con
ellos, decidieron en el último momento que les acompañase mi
hermana Carmen. Mis padres consideraron que yo tendría más
oportunidades de ir a un safari cuando fuera mayor. Carmen mató
un kudu y un sable, y cuando volvió y me contó los dos lances
con gran detalle, me dio muchísima envidia.
Tenía mucha confianza con el tío Sanchiz, porque era el padri
no de mi padre, al que había prohijado desde niño, al igual que a
mi tío Martín Abad. Tío Pepe era originario de Aldaya y era pro
pietario de una fábrica de ladrillos en las afueras de Madrid. En
esos años era una práctica muy habitual si no se tenían hijos, lo
que además ayudaba
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a aminorar las cargas de mantener una fami-
Ha numerosa. Teníamos una excelente relación. El me dispensaba
✓
que ya estaba muy mayor y muy cansado. Sanchiz nos dejó una
explotación muy deficitaria, con más de veinticinco empleados,
de la que yo tuve que ocuparme hasta que me fui a vivir a Chile.
Tenía que adecuar la plantilla de trabajadores a la situación eco
nómica real de Valdefuentes, por lo que me vi obligado a acome
ter una regulación de empleo si no queríamos perderlo todo. Para
afrontar los elevados costes de las indemnizaciones por despido
del personal, mis padres tuvieron que vender un piso que tenían
en La Concha de San Sebastián.
Tío Pepe fue uno más de esa legión de personas cercanas que
se distanció de nosotros cuando murió el abuelo, y además, en
muchas ocasiones, haciendo leña del árbol caído. Pero yo ya esta
ba tan decepcionado que decidí centrarme en arreglar la situación
deValdefuentes.
Luego traté de aumentar el rendimiento y los ingresos de la
finca, utilizándola en ámbitos de lo más diverso. Se trataba de que
al menos Valdefuentes no nos costase dinero. Decidí alquilar el
chalé principal a productoras de cine de todo tipo. De esta forma
un tanto rocambolesca fue como llegué a conocer al gran cineasta
Luis García Berlanga, que al final se decantó por otra casa mejor
— en la finca El Rincón-—-, aunque me pidió que ejerciera de ase
sor cinegético en La escopeta nacional (1977).
Acepté colaborar en la filmación de la película y además le
alquilé todo el atrezo relativo a la cacería, que pedí a mis amigos,
y en el que incluí algunas escopetas que habían pertenecido a mi
abuelo. Cuando leí el guión de La escopeta nacional intenté hacer
un paralelismo con el ambiente que yo había vivido y estaba vivien
do. Excepto por las licencias propias de un guión de cine, que exa
cerbaba los detalles morbosos para obtener efectos tragicómicos,
la verdad es que las cacerías que reflejaba la película se parecían
bastante a las de Sanchiz.
Lo cierto es que mi tío fue la única persona — que yo fuera
consciente— que se benefició directamente de los favores que le
La naturaleza de Franco 155
L
a cacería de patos y faisanes en los jardines de Aranjuez era
una de las fechas que el abuelo esperaba cada año con ilusión.
Se celebraba unos días antes de Navidad y era tan excepcional que
merece una mención aparte en este relato.
Se celebraba en la parte arbustiva de los jardines que está pegada
al Tajo. Es un paisaje espeso, tan tupido que se asemeja a un bosque
centroeuropeo. En la orilla del río había unas casetas de obra que aún
hoy todavía existen a las que se accedía a través de unos caminitos.
Desconozco quién ideó esa forma de cazar, pero al principio
del siglo XX el propio Alfonso XIII ya cazó así en Aranjuez. A mi
abuelo le encantaba esa cacería por la importancia de la estrate
gia. Debíamos caminar sigilosamente por los caminitos, protegi
dos por el follaje tupidísimo, y cuando llegábamos a las casitas, caza
dores y cargadores nos introducíamos en su interior por una pequeña
abertura en la parte posterior o lateral.
Una vez dentro, esperábamos agazapados a que tocasen una
corneta. Entonces nos incorporábamos. En ese momento, salían
los patos que estaban posados en el Tajo y volaban entre el folla
je de los márgenes a lo largo del río tratando de tomar velocidad
para poder huir alzándose por encima de los árboles, que sirven
como parapeto vegetal natural.
El lance apenas duraba unos pocos minutos, pero eran instan
tes intensísimos.Tirábamos en poco tiempo gran cantidad de car
160 Francisco Franco Martínez-Bordiú
recién peseaáo.
un cimarrón
£\ abuelo con
En el momento de disparar a un faisán.
M is primeros pasos a caballo.
M i padrino, sosteniéndome en
brazos el día de mi bautizo.
A la izquierda el padre Bulard,
capellán y confesor de mis abuelos.
Mi abuelo con un viejo macho montés cazado en un rececho de alta montaña
en la sierra de Credos, con el pico Almanzor nevado al fondo.
El día que volvía del hospital, tras ser operado por el accidente de caza. Empezó a dejar de pintar
después de aquel percance, ya que no podía sostener bien la paleta con la mano dañada.
Los cuatro hermanos mayores, disfrazados para el carnaval, que coincidía
con el cumpleaños de Carmen.
Mi abuelo y Martín
Alonso, jefe de la Casa
Militar, con un cachalote
al fondo, pescado por
nosotros y remolcado
a puerto.
Los duques de Cádiz (mi hermana Carmen y Alfonso) con las infantas, el príncipe Felipe
y mis hermanos pequeños M aría de Aránzazu y Jaime.
Tres generaciones
de cazadores.
Verano de 1962: Franco, M uñoz Grandes, Martín Alonso de Campanero y el
general Gallarza juegan al mus a bordo del Azor. Mi abuelo repartía las cartas por debajo
de la palma, con el pulgar. Yo también lo hago.
\:$sr
ÿw
Escena de caza del jabalí, copiado de un Schneider.
Perdicera ambientada en el monte de El Pardo,
con la sierra de Guadarrama al fondo.
Lago de Ayete.
Escena de caza, copia de un Schneider.
Caseta de montería en el monte de El Pardo, que impide disparar en dirección a los ojeadores.
Mi primer safari fue en Mozambique con mi tío Sanchiz.
Mi abuelo creía que el respeto a los maestros era vital en la educación.
Yo serví de modelo para el niño del homenaje al maestro, el monumento que todavía se
erige en el paseo de Pintor Rosales. En la imagen el día de su inauguración.
Eduardo Aznar de pie, en el centro, y mis padres y Loly Aznar, en el suelo, junto al tigre
cobrado por mi padre en una batida con elefantes organizada por el Marajá de Jaipur (India).
WH
M is abuelos con Vicente Gil, que le explica algún pormenor de la cámara de cine que estaba
utilizando. A la derecha, Sanchiz, y a la izquierda mi padre.
mm
Corzo joven capturado vivo en el pinar de Valsaín, tras pelearse con otro durante el celo. En Cazorla el último año, con uno de los trofeos abatidos.
Día de pesca de lucios en el embalse de El Pardo, con Manuel Pereira,
el cargador de mi madre.
Los príncipes con mi abuelo y mis padres,
en la entrada del Pazo de Meirás.
Después del funeral de Carrero
Blanco, mi abuelo comentó:
«Pobre Paco, cuando era joven le vi
llorar el día en que acabó la guerra;
dijo que si hubiera sabido lo que iba
a haber, nunca se habría sumado
al alzamiento».
Salvador Dalí con mis abuelos
y mi padre en El Pardo.
El último año, el príncipe acompañó constantemente al abuelo durante su estancia
en el Pazo de Meirás. En la imagen, jugando al golf en La Zapateira.
En el verano de 1975, el entonces príncipe trajo a todos sus hijos a La Coruña.
En esta imagen, el príncipe Felipe saludando a m i abuelo.
Francisco Franco diseñó personalmente la cruz de la basílica del Valle de los Caídos.
Era un excelente dibujante y en su despacho pude ver algunos de sus múltiples bocetos.
Alguna vez acompañé a mi abuelo a montar a caballo por Cuelgamuros.
Había muchos corzos. Le dije que por qué no organizábamos una montería,
pero él me respondió que sería una falta de respeto hacía la gente que trabajaba
en el Valle de los Caídos y hacía lo que significaba.
E
l abuelo era un cazador excelente, pero, aunque era un buen
tirador, nunca alcanzó la maestría de otros contemporáneos, de
pericia casi legendaria, como Carlos Mitjans, conde deTeba, o Pepe
Ramón Mora Figueroa. Era demasiado lento y le gustaba asegurar
el tiro. Apuntar bien y, sobre todo, no herir a los animales.También
habría que tener en cuenta que tras el accidente perdió ciertas facul
tades y que a partir de la mitad de la década de los sesenta apare
cieron los primeros síntomas del Parkinson. Pero mi abuelo no era
competitivo y, sobre todo, no le importaba si su puesto no era el
mejor de la línea o si no mataba más perdices que otro cazador, pues
ante todo tenía muchísimo respeto por el animal y comprendía que
resulta imposible predecir el comportamiento de la caza.
Aunque, por supuesto, del mismo modo que sucede con el rey
Juan Carlos, nadie cobraba las perdices que caían cerca del pues
to de mi abuelo.
Los dueños de las fincas que le convidaban y que aún no le
habían tratado en el campo se solían angustiar porque querían que
todo saliera perfecto. Pero luego se daban cuenta de su sencillez
y no tardaban en relajarse.
En El Pardo se almorzaba y cenaba siempre con vino López de
Heredia. Sin embargo, a él nunca le servían. Sólo se permitía la
licencia de pedir un vasito cuando había un buen queso de pos
tre. Entonces, mientras lo paladeaba con gusto, dejando traslucir
164 Francisco Franco Martínez-Bordiú
E
n segundo de carrera, tras los apuros que pasé el primer año,
tomé una decisión que marcaría mi vida para siempre: me
enfrenté con mi padre. Era una persona de gran personalidad y
carácter muy dominante, especialmente en lo que se refería a su
entorno familiar más cercano. Me parece que era una forma de
autoafirmarse y demostrar una autoridad que se le cuestionaba en
otros ámbitos de su vida.
Hacía mucho tiempo que mi relación con él no era buena.
Trataba de imponerme su criterio sin esgrimir ningún tipo de
argumento y yo no le reconocía autoridad moral alguna para hacer
lo. A causa de su trabajo y de su intensa vida social, nunca nos
dedicó el suficiente tiempo a sus siete hijos como para conocer
nos en profundidad y guiarnos correctamente.
U n día me puso una serie de condiciones para seguir vivien
do en su casa. Me dijo: «Esto no es un hotel y, si no te gustan las
reglas, te vas. Ahí tienes la puerta».
Ya hacía seis meses que mi padre me había emancipado, y con
dieciocho años me faltó tiempo para salir pitando. No me fui deba
jo de un puente sino al Palacio de El Pardo.
Le conté a la abuela la pelea con mi padre y por qué habíamos
llegado a un enfrentamiento tan enconado. Después le pedí que
me dejase quedarme con ellos. Por si estos motivos no eran sufi
cientes para convencerla, esgrimí un argumento infalible: mis estu
1 76 Francisco Franco Martínez-Bordiú
E
l 23 de octubre de 1973 mis abuelos celebraron sus bodas de
oro: cincuenta años de casados. Hubo una recepción en pala
cio con las máximas autoridades y los amigos íntimos de mi abue
lo, que le hicieron muchos regalos. Posteriormente, mi abuela qui
so cambiar algunos de los presentes que les habían regalado los
asistentes a la fiesta por un diamante que había visto en Pérez
Fernández, y que según ella se trataba de una buena oportunidad.
Para completar el trueque, le pidió dinero a mi abuelo. Y este se
lo negó: «¿Cómo se te ocurre comprarte una cosa así? Nosotros
no tenemos posición para comprarnos ese diamante», le adujo
muy serio.
Nos sorprendió. Pese a que llevaba mucho tiempo en el poder,
mi abuelo nunca olvidó sus orígenes y siempre consideró que
pertenecía a la clase media. Lo mismo que «cuando era perso
na». Por eso pensó que su mujer no tenía posición, como decía
él, para comprarse un diamante que — creo recordar— valía ocho
o nueve millones de pesetas (45.000 euros). Aún me sorprende
la modestia de mi abuelo. Seguía pensando que era un militar
de alta graduación que había tenido el deber de ser jefe del
Estado, y mantenía esa misma actitud ante cualquier situación.
Cuando se murió, me fijé en que su cuarto no había cambiado
desde que yo tenía memoria. La misma televisión, la cama estre
cha, un sillón desgastado.
190 Francisco Franco Martínez-Bordiú
calzado era demasiado recio para una piel como la suya, tan fina,
tan frágil. «Hasta que m e haga a ellos. Es que los acabo de estre
nar», explicó.
El 7 de octubre le visitó la podóloga de m i madre. Cuando ter
minó, Pozuelo le contó que, debajo de un enorm e callo que había
desarrollado en el dedo meñique, habían encontrado un absceso,
que podría explicar la tromboflebitis que había sufrido. N unca se
había quejado de los pies, que, según le contó la podóloga a Pozuelo,
debían de causarle un dolor tremendo. N i siquiera cuando cami
nábamos juntos por el campo.
El abuelo seguía siendo un soldado.
Finalmente, cuando le hicieron com prender las terribles con
secuencias de su cabezonería, el abuelo cedió. Al día siguiente,
la abuela le trajo algunos modelos de zapatos de horm a ancha.
Pero él se resistía diciendo que le parecían m uy caros. «A mí m e
gustan los míos», decía dejando entrever un ligero m ohín de dis
gusto.
La labor de Pozuelo fue encomiable: varió su régimen de comi
das (que m ejoró en calidad, y hasta incluía vino, que siguió sin
probar más que con el queso) y le ponía marchas militares para
que anduviese y mejorase su movilidad. Así recuperó cierta mar
cialidad de antaño.
Puede que las marchas le recordaran a la época en que era sim
plem ente un militar.Y en ese tiempo, sobre todo por educar la
voz debilitada por el Parkinson y por recomendación de un logo-
peda y del propio Pozuelo, comenzó a dictar sus memorias, que
conserva mi madre y que, de m om ento, no ha considerado opor
tuno dar a conocer.
Los últimos años hablaba con un hilillo tenue de voz muy débil
y agudo, independientem ente de que nunca tuviera un registro
demasiado potente.
Pese a todo lo que se ha dicho, después de la flebitis ningún
miembro de la familia (es decir: mi abuela, mi madre y los nietos
La naturaleza de Franco 203
Sin embargo, ese año, pese a matar menos, aprendí mucho más
de la cacería de lo que lo había hecho en los años precedentes.
Descubrí que los faisanes eran criados por Patrimonio en cauti
vidad y que luego los soltaban con bastante antelación para dar la
cacería. Caminando, encontramos una especie de gallineros que
inequívocamente adjudiqué a los faisanes, ya que se veían plumas
y excrementos, por lo que no era difícil deducir que los habían
tenido allí confinados.
Tampoco m e había percatado de lo difícil que era cobrar los
patos en la intensa corriente del Tajo, que los arrastraba a tal velo
cidad que era imposible coger más de uno al mismo tiempo. Así
que tomamos una de las barcas para intentar cobrarlos.
Éramos muchísimo más torpes que los barqueros que yo había
visto en las cacerías del abuelo. Aquello estuvo a punto de aca
bar en tragedia, ya que uno de los amigos que m e acompañaban
perdió el equilibrio al intentar ponerse de pie y se cayó al río.
Afortunadamente, reaccionamos rápido y conseguimos sacarlo a
tiempo, cuando ya la corriente le arrastraba fuera de nuestro alcan
ce. Pero no hay duda de que se habría ahogado.
Pese a este incidente, cumplimos nuestro objetivo y obtuvimos
los patos y faisanes precisos.
Las últimas Navidades del abuelo fueron muy tranquilas. Incluso
el discurso de fin de año le salió mejor que nunca gracias a las lec
ciones de dicción del logopeda. Se sintió bien y decidió que esta
ba preparado para volver a empuñar sus escopetas.
Estaba previsto que el 4 de enero se diera una cacería en
M údela, y mi abuelo, que no había faltado ningún año, estaba
deseando volver. Pozuelo le recom endó que no fuera, pero él le
dijo que ya estaba todo organizado y que, por deferencia, tenía
que ir.
Los primeros ojeos transcurrieron con normalidad. Pero en la
tercera batida, cuando las pantallas ya estaban colocadas y los ojea-
dores preparados, me mandó a buscar a mi puesto.
La naturaleza de Franco 207
los toros, visitar el Valle de los Caídos o perm itir que los padres
no tengan conocim iento de que a los dieciséis años su hija va
a abortar para, al m enos, si esa es su decisión, p o d er acom pa
ñarla en el trance.
N o tardé en darme cuenta de lo que pesaba llamarse Francisco
Franco en la España que surgió en los días que siguieron a la muer
te de mi abuelo.
El niño mimado se había convertido en un paria. Lo entendí
enseguida: dime cuánto te debo y te diré cuánto te odio, esa fra
se que tantas veces había escuchado y que nunca había compren
dido. Hasta el 20 de noviembre.
D im e cuánto te debo y te diré cuánto te odio se convirtió en la pau
ta de conducta de aquellos que tanto nos habían adulado en vida
de mi abuelo.
U n año después m e licencié en M edicina por la Universidad
A utónom a de M adrid. Logré un buen expediente.Tenía veintiún
años pero me sentía un viejo.
Arias le dijo a mi abuela que podía quedarse a vivir en El Pardo
todo el tiempo que quisiese, pero ella enseguida rechazó su ama
ble ofrecimiento. Permaneció en aquel palacio cuatro meses, el
tiempo que necesitó para recoger los recuerdos que resumían los
cuarenta años que había sido la m ujer del jefe del Estado y para
term inar de acondicionar el piso al que iría a vivir y que había
tenido alquilado hasta hacía poco tiempo.
Ella entendía que aquel palacio ya no era su casa. El Pardo sólo
podía ser un hogar si vivía con su marido.
Yo tardé menos en volver a Hermanos Bécquer, y nunca más
he vuelto a poner un pie en el Palacio de El Pardo, el lugar don
de había nacido: entre sus recios muros había dado mis primeros
pasos, en sus salones había pronunciado mis primeras palabras, en
sus jardines había cazado mis primeros trofeos, aquellas lagartijas
del foso.Tampoco quise volver a caminar por aquellos montes que
tan bien conocía. Podría recorrerlo con los ojos cerrados: el cau-
224 Francisco Franco Martínez-Bordiú
gasto público per capita era de 17.953 pesetas (107 euros). El año
pasado este gasto fue de 10.427 euros (1.734.000 pesetas), por lo
que la diferencia — aplicando todo tipo de indicios de deflación—
sigue siendo m uy grande. Entonces no corrían peligro ni la
Seguridad Social ni los beneficios sociales adquiridos por los tra
bajadores a partir del Fuero del Trabajo promulgado el 9 de mar
zo de 1938 en plena guerra civil, y a los pocos meses de haber
sido exaltado mi abuelo a la jefatura del Estado, de obligada lec
tura para entender las inquietudes sociales que tenía, al hacer de
ella su prim era ley fundamental, derogada con la entrada de la
Constitución.
Quiero por último agradecer a la generación de mi abuelo y
de mis padres, nacida en la primera mitad del siglo xx, que con su
trabajo, valores y responsabilidad nos legaron una España con futu
ro y bienestar asegurado.
Mi abuelo no fue una excepción, aunque para m í fuera excep
cional en su entrega a España. En circunstancias tan adversas como
las que tuvo que afrontar, considero sus defectos como virtudes
positivas que sirvieron para pilotar la reconstrucción del país des
de la nada, tras una cruentísima guerra civil que fue consecuen
cia de los errores de todos pero que hizo aflorar lo mejor de cada
uno a ambos lados del espectro político.
M e ronda un dilema. E n 1976, hace ya treinta y cinco años,
ante la excepcionalidad del m om ento los padres de la patria se
hicieron un haraquiri político en aras del bien com ún para la
refundación de una nueva España. M i pregunta es sencilla: ¿cuán
tos de los diputados y proceres que ahora copan los escaños y
las altas instancias del Estado votarían a favor de disolver las dis
tintas Cortes de las que forman parte para reconstruir el país ante
una situación excepcional que de nuevo vivimos? La respuesta
es sencilla: los intereses personales y la m ezquindad política lo
im pedirían. Los diputados de las C ortes de m i abuelo sí que
lo hicieron.
234 Francisco Franco Martínez-Bordiú
L a bodn del ten ie n te coronel F ranco con la b e îîa soTioríta C an n ín a P olo, de la que fueron p ad rin o s la m adre deí novio y el
g en e ral L osado, en nom bre de S, M, cí R ey p*t. 8«»*
el d ía 2 S d e Ç $ ic U m (> v e d e ¡9 $ 3
I m á g e n es
N úm . 4 S 7
DESCANSO
ENCRUCIJADA DE ODIOS
Intérpretes:
Robert Youn¡>, Robert M itehum , Robert Rtjan,
1 G io rto G ra h o m e ,
Director: Cdwctr D n yie yk .
P roducción y Dúrtnbueión:
P.. Y\. O.-Rcw iio Pilme*.
S in erfire nar Tarjeta del programa de una
sesión de cine en el Palacio de
E l Pardo en las N a vidades
de 1 9 5 3 .
INSTRUCCIONES
Una vez situado en el puesta deberá el seiior
Montero atenerse a las siguientes normas:
1.*—Queda totalmente prohibido sp.lir del puesto
desde ei momento en que se señale el comien
zo de la montería, que será anunciada con tas
bocinas de los guardas ; la explosión de dos
cohetes.
2.a—Los ángulos de tiro serán determinados en el
terreno y explicados por ei guarda o persona
que le acomode en el puesto, debiéndose tirar
siempre en res pasada, sin que por ningún mo
tivo, ni aún para rem atar alguna res, pueda des
plazarse de su puesto ei cazador.
3.*—De la misma manera que ae anunció el princi
pio de la montería, se dará la señal para el final
de la misma, y, a partir de este momento, no se
podrá disparar un solo tiro.
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¿ til 1_ I&1 »1 « l i l 111« í K i «5 1/ Cr 31 1« ISO ·/« (M m fiC
tivmnente, ae bas derogado las disposiciones reguladoras del Ro- posible o] acceso del aiurono a las manifestaciones culturales
gistro Especial de Exportadores de Paaas Moscateles de Málaga, de tales íengmw
a&í como de coucosltiq de la Carta de Exportador a i Sector, por E s procedente, pues, determiner’ los cauces que bagan via~
lo que procede re&iableccr «1 tipo de la desgrtiTOciÓQ fiscal a ble la electiva ¿nciusíón es ios programa? de cualquier Centro
1& exportación. al mismo Bivei quo ttü merc^aiia tonta ealos óocente de la eá$eñatv%a de las lengua? tia U v » ospaAolas, at«n>
dp lit Ordenación de) Sector Exportador wrrespondíoúte. para diehtío a las orienUcioües ppdagfrficas aplicables n 7a Educación
no Irrogarle «1 perjuicio que se derivarla do t& permanencia Praestolar y a la Generat Básica, aprobadas, rospectivacnénie,
fiel tipo .reducido actualmente vigente, pór Ordeoes xúínisteria5e« de veintisiete de,' JoUo de mil nove-
Etj eu virigd, este Ministerio, de conformidad coa lo áte- tíóntos eíFt^cta .y vee y dos de diciembre de *nll novecientos
puetlo «o el urticuJo 7,· del Decreta 2fc5S/i970> y a propuesta ovtfluta, cuyos criterios recitando la importascia traecendoo-
do) do Comercio, ha lanado a. bien disponor lo ¿¿guíenle? tal de} IdloTQ¿ caátell&no ccido JengDa nacionoL han de perini*
t lr una atsncfdo adecuada a les lenguas nativas en las Centros
Primero. Se modifica la tarifa de le d^sgravácfón fiscal
a la exportación da pasas moscateles de Málaga comprandidas da omboá xdveles. .
en Itt partida arancelaria <18.01 0, que quedará fifed» en él La tcctc.i Í3A de eer acometida con carácter experimental,
7 por loo. . · · aunque el Estada cuidará de su efectiva práctica. Coa especial
celo proeuT’Vó qpe, donde así se determine, fas enéeft&nzas co·
Segundo. Queda sin d ed o ta Orden de osle Departamento «eapo^tiígDieti a Ja Educación Prem olar y a la' primera etnpa
de 3 de agosto de asna. , de Eduwidóti <3en eral Básica «e ¡mptirtro siempre.en forma
Tercer©. La preseftle Orden entrará «λ vigor el’ -rdo junio que, asegura et t&tôi acceso de loe alpmnoa a i perfecto conoeU
mUnt<> y empí<o de la lengua nacional,
dpi corríanle año.
. En b u virtud previo informe del Consejo tfaríonat de Edu-
Lo quo comunico a V. I, para fiu conocimieato γ «¿ocios cftcióü a propuesta del. Ministro de Educación y Ctvncia, y prc*
op.irtUUÛS. *
DJos guarde a V. I. muenw artes.
vJa deliberación del Conaeto de Ministros en $u reu.D.iósv del dL&
nueve.de mayn de mil noveclentoe ¿steata y cinco,
M adrid, so de junio de i 97S.
D IS P O N G O :
CABELLO DE ALBA Y GBACIA
Articulo primero autqj-Uñ » los Centros do Educar lón
Uno. $r. Director gtnera! de. Aduana». Pree5oo]ar y Educación General BAaica, con carácter experi
mental, y a partir det curso mit novecientos setenta y claco-
setenta y Beta, para Incluir en sus programas de trabajo, como
materia1 voluntaria para los aiumnos, la enseñanza de U s lca~
guets nativas españole?, ,
MINISTERIO Articulo aeenndo.^Lae e»$eAan7sa5 en estos Centros tenderá
á asegurar t¿l fAclt e^ce^o ¿1 cae tell ano, iengua 'nacional 7
DE LA GOBERNACION oficiaf, de io9’ ftlumno$ que hayas recibido otra lengua e»paAo*
]a oomo mtitornar esl coma a hacer posible el conocimiento de
esta ultima y el acçeeo a bus ma&itentaciones cu ltu ra l» a tos
13947 CORRECCION üe ernjres de ta Orden d« 9Í <U alumnea qye lo $ollcitcn, i ' ,
mayo do JÙ7&' relativa a ta* normas por fav qu6 Artículo tttxwro.’—La inclusión de üna leogya nativa en
Jvübrd da tegUta et servicio rio .Uloprama» por is-
programee de 1ro Centros no meoluy* la obligad óq de Introducir
léfotïo desde si áomicitlo del 6xp*didar, rcorponj- ea el momento establecido el estudio de üa idioma G ran jero ,
. «acto par Decreto 7ee/lS7S, dé 3 de abril.
. Advertidos erroros en el texto Je 1a cJVadn Orden, publicada Artículo cüarto^$e garantizará la tdbnotüad d? loe îibroa y
en e1 «Boletín Oficial del Estado* número 133- d$ /echa i do el material dtdictlco deaünados a U% onceflaitza do 1α$ !^ ΐίβ ±
junio d% 1076, página* JI&70 y 3ló?lk 9« transcriben a continua DftVUtw. qae tw iirô , a todos lo i efecto*, la mleraa considerari ótt
ción la* oportunas r«ctlf¡cacto&*& que .loa dedicado» a las demâj materlM, somotléndose en su
aprobaeifir. a lo dispuesta en el decreto,dos mil QutíUcutos
tín el primer párrafo de} preámbulo, donde dice; *Be©jg*ni- treinta y uno/mi! novecicnto» set^üitu y cuatro,, de veinte de
Mdo por Decreto númoro 7Α1Ί&70, ...-, det>e, decir* *Bcorganl~ luiûo, y on la Orden ministerial de dos de diciembre de, mil
zado por Decreto numero ?βί/1Μ&, neveciontoa artentñ y cuatro (obre autorización de tibrm de tex
En. ói puntó 1.3, donde dLcet «... en loe cirounscripoloaea de to ym aterlaí didáctico. _
los centros de Algoclras, ...», debe-doclr: «...en ios circunsorip*
doñea territoriales de loe Centro» de Algeclrae, ...·. A tüctjÍ o qoictc.—L a ’ Ululación requorida para la enseñanta
- En el punió e.l, donde dice» «... aprobado per Decreto 2154/ do loe lenguas e^paftoiea diíUntaa de j& castellana dotará ser
1QÜ9, de 14 de noviembre», debe decir; ·... aprobado por Decreto obtenida a tmvée do curaos organizado* por eí Ministerio de
3lS4/l86ü, de L4 de ngvlombjrc*. Educación y Cíemela a cetos oficios. No obslaúte, con el tin
de do demorarla iniciación de aquella ex^ríenria, ol Mj^isterlo
de'Educactóo y Clonóla podrá habilitais a profesorado que, «atan
do en poossión dt· la titulación adccauda, acredite en la forma
Que ήβ eatablesrA la aptitud docente ÿ al conocimiento de aquo.
)lw lenguas suficientes para im partir su enseñanza en loe nive
MINISTERIO les diados,
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4 / Cu*^*. í^ ^ v ^ . ·/ j V c^ . S^UiUZ.
Testamento de Franco.
242 Francisco Franco Martínez-Bordiú
LIS1M O DE L O S E JE R C IT O S DE E S P A Ñ A , D O N F R A N C IS C O F R A N C O SA -
Sofnjkn> destinado a l efe cto , itio en e l p resb iterio en tre el A lto r M ayor y
N otorio M ayor de) R ein o , Oon José M o ría S á n chi-z-V en iu ro y P a scu a !, que
p o lo e io d e lo Z a r z u e la , a la s d i e c i s e i s h o ra s d e l d í a 2 2 d o no -
v ie m b re d e m il n o v n c ie n to s se ten io y c in c o .
Decreto del rey Ju an Carlos para que Franco fuera enterrado en el Valle de los Caídos.
Curiosam ente, está firm a d o con la fó rm u la «Yo, el R e y » .
Indice
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onomástico