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Un poco de historia del Adviento

A partir del s. IV se generalizó la celebración de la Navidad. San Agustín, hacia el año


400, afirmaba que no es un sacramento en el mismo sentido que la Pascua, sino un
simple recuerdo del nacimiento de Jesús, como las memorias de los Santos. Por lo tanto,
no necesitaría de un tiempo previo de preparación o de uno posterior de profundización.
Sin embargo, 50 años más tarde, san León Magno afirmó que sí lo es. El único
sacramento de nuestra salvación se hace presente cada vez que se celebra un aspecto
del mismo, por lo que la Navidad es ya el inicio de nuestra redención, que culminará en
Pascua. Estas consideraciones posibilitaron su enorme desarrollo teológico y litúrgico
hasta formarse un nuevo ciclo celebrativo, distinto del de Pascua, aunque dependiente
de él. En Pascua se celebra el misterio redentor de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo. En Navidad se celebra la encarnación del Hijo de Dios, realizada en vistas de su
Pascua, ya que «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo […] y
se hizo hombre», como dice el Credo.
A medida que Navidad-Epifanía fue adquiriendo más importancia, se fue configurando
un periodo de preparación. Las noticias más antiguas que se conservan provienen de las
Galias e Hispania. Parece que se trataba de una preparación ascética a la Epifanía, en
la que los catecúmenos recibían el bautismo. Pronto se les unió toda la comunidad. La
duración variaba en cada lugar. Con el tiempo, se generalizó la práctica de cuarenta días.
Como comenzaba el día de san Martín de Tours (11 de noviembre), la llamaron
Cuaresma de san Martín o Cuaresma de invierno. Cuando el Adviento fue asumido por
la liturgia romana, en el s. VI, ya había adquirido un paralelismo con la Cuaresma, tanto
en su duración como en sus contenidos.
San Gregorio Magno redujo la duración del Adviento en Roma a cuatro semanas. Las
cuatro semanas evocaban la espera mesiánica del Antiguo Testamento, porque se
interpretaban como el recuerdo de los cuatro mil años pasados entre la expulsión de
Adán del Paraíso y el nacimiento de Cristo, según los cómputos de la época.
Para contrarrestar el espíritu penitencial, la liturgia reintrodujo el Aleluya los domingos en
las antífonas del Oficio, lo que se ha conservado hasta hoy, extendido a los otros días
de la semana.
La liturgia anual de la Iglesia fue evolucionando y transformándose. Con el tiempo, sirvió
para evocar toda la historia de la salvación. Adviento se consagró a los acontecimientos
del Antiguo Testamento, Navidad a los misterios de la infancia del Señor, el tiempo
después de Epifanía a su vida pública, Cuaresma a su pasión y muerte, Pascua a su
resurrección, y el tiempo después de Pentecostés a la vida de la Iglesia.

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