Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
• *
15359
i . -V . '•*? ^
I . •-y-Ér
». ; -
' ^-9. -
• #
.f
p -.í : '
*» '#
I
K
1
POR
s
ID . P e d ro J ^ a ria L ó p e 2 y J V Ia rtín e z
2 4 3 8 0
VALENCIA
SBTABtEClMlBKTO TIPOORÁriCO POHlHECR
i» e (
* í ' - '^ - ' v i '-.
^ i V '- '.- ::'' ' -ÿ ¡ . ' y ' : ■
5 ^ 5 . .7-. : ;• • . ‘ '- V 'y V - ' ■ '■.-' • ■ ' ’■"
*4 ./V .
" <L
,i
*
•
>
• ;.j-
y ; r * . :■ ( ;v
A p v n t b s p a r a u n o s p r o ls o ó M £ N O S á l a M e t a f í s i c a : s e
gunda edición.— Un tomo en 4.“ menor, 5 pesetas.
M e ta fís ic a : segunda edición.— Dos tomos en 4.” me
nor, 20 pesetas.
M u r c i a d u r a n t e l a e d a d m e d ia (Memoria).
L a e d u c a c ió n d e l a v o l u n t a d (Discurso).
D e qu£ p u e b l o s ss »A e l p o r v e n i r (Discurso de aper
tura).
- » .
«
iiVH ü
CA ; i i A L
C A T E D R Á T IC O N U M E R A R rO
D£ LA MIdMA ASiQNATUnA
U N IV E R S ID A D L IT E R A R IA D E V A L E N C IA
V A x > s w e i A — OI
£STA IL£C D I1£H T0 TIPO O K A nCO DOH&KBCH
M ftr, 6 6
EttA o i/ ft M ^i*«>i><c/2a4Í «lal au*
quUn H réterta todo$Íot <?#r^
C&Mgu4 {« Ia léf.
__ _ ____________ é *
2U m T " 5 "^ ! _ i
— L £ i ¿ k k = J
f f 2 '^
i /
AL LECTOR
t f„
A'
*-v , '
-/■
• ‘ > • ■■, —
•-. : r « i " * ..■ : f ..
J t í . - . - - - ' i ^7 - - -' U ^! W; . ^; ^ ^ - - - .- - i - • .
*• - *‘ ^ • V • • *
' w* • . • .. ,
'v \ ’ ’
^ V ^
PRELIMINARES
I.—E tim o lo g ía d e l a p a la b r a L Ó G IC A y a c e p c io
n e s u s u a le s d e la m ls m a .^ L a palabra lógica se deriva
de la griega logiké (Xqtxf]), h áb il en e l rasonar^ que está
compuesta de la raíz U g (X«7)> que significa d iscu rrir, dis*
cernir y ratonar, y del sufijo iJho (ixo), que expresa aptiUid^
cafacidad\ de suerte que etim ológicam ente, lógico quiere
decir apio p a ra razonar, p a ra discernir, que puede dis
currir.
£ 1 uso corriente emplea esta palabra casi siempre con
el signiñcado de orden> de enlace riguroso en el razonar,
de consecuencia ó deducción exacta y de claridad 6 luz
en U expresión y comprensión de las ideas; as( vem os acon
tece en las frases siguientes: < £ s ]ógico en sus ideas; se
expresa con gran lógica>; que es como si dijéramos: las
ideas que tiene son legítim a consecuencia de los principios
que substenta ó de la doctrina que predica; c$ hombre de
ideas ordenadas; se expresa con orden y claridad ta)> que
todos comprendemos ]a verd ad de lo que dice.
I I .^ C o s a s q u e d e b e m o s c o n o c e r a n t e s d e d e fi
n ir la L ó g i c a fu n d a m e n t a l.—^Basta el significado eti*
mológico y la acepción corriente de U palabra lógica para
definir la ciencia, objeto de esta obra? No, puesto que para
definirla es preciso sab er qué es lo definido, el térm ino su
perior en que está contenido y la razón que lo diferencia
de todo lo demás contenido con él en el término superior
com(ín, ó lo que es io miso)0> cuál es el objeto y sujeto de
la 16gica y cuál el género próxim o clentíñco en que se
halla incluida. A h ora bien, se nos dirá: pero antes de co*
nocer toda la L ó g ica, ¿cómo es posible conocer el obje
to propio de la misma? ¿No sería más conveniente de^nirla
después de estudiada? Á (os que así discurran les contes
tarem os por adelantado, que si efectivam ente eso parece
ser lo más rigurosam ente m etódico, es'porque no se tiene
en cuenta que la L ógica es y a una ciencia formada y , por
consiguiente, que aquí no vamos á investigar una ciencia
nueva y desconocida para todo el mundo, sino que lo que
vam os á hacer, es á exponer la L ó g ica con el método d i
dáctico que creem os m ás adecuado para que la aprendan
los que la desconocen; luego cabe empezar por la defini
ción de la misma y , en consonancia con ella, desenvol
v erla del modo más claro para que, en su aprendizaje, se
v a y a siempre de lo conocido á lo desconocido; por eso,
para comprender la definición, determinaremos primero
el objeto, el sujeto y e] género científico en que se halia
f incluida la L ógica, y luego la definiremos con definición
real.
in.—'O b je to d e la L ó g i c a fu n d a m e n ta l.—^Cuál es el
objeto de la Lógica fundamental? A n tes de contestar á
esta pregunta precisa que contestemos estas otras cues
tiones: ¿qué es objeto de una ciencia? ¿á qué damos el
nombre de objeto m aterial y á qué el de objeto formal de
una ciencia?
Damos e! nombre de objeto en general, á todo aquello
que cae bajo la acción de los sentidos ó que es término de
cualquiera de nuestras facultades> y llamamos objeto de
una ciencia á todo lo que la misma considera, examina ó
estudia, el cual, condderado en sí mismo, es lo que cons
titu ye el objeto m aterial d e la ciencia; mientras que aque
lla razón especial ó punto de vista desde el cual lo estudia
la ciencia, es lo que constituye el objeto formal de la
misma; así, por ejemplo, si se trata de la M ecánica, su
objeto material es e] movimiento, y su objeto formal es
ese mísmc> movimiento considerado desde el punto de vista
de sus aplicaciones y leyes.
Aplicando esta doctrina al caso presente, ^cómo deter
minaremos e) objeto m ateria! y formal de la Lógica fun
damental» que es lo que constituye su objeto total 6 pro
pio? Observando nuestro interior conocer, nos encontramos
con que la aspiración constante y la necesidad suprema
de nuestra facultad intelectual es alcanzar la verdad; y
como quiera que ésta no consista en otra cosa que en la
conformidad de lo conocido por la inteligencia con lo que
es realmente la cosa conocida, y el hombre no conozca
por intuiciones y evidencia inmediata sino un número H«
mítadísimo de conocimientos, constituyendo, en cambio,
la Inmensa m ayoría de su caudal cognoscitivo las conse*
cuencias ó inferencias que saca mediatamente, gracias á
demostraciones más 6 menos complejas que realiza su inte
ligencia, de ahi que el hombre, para conseguir ia verdad
en los conocimientos que obtiene por la demostración»
haya investigado é investigue sin tregua la naturaUsa y
leyes la potencia con que conoce^ la s cosas conocidas por
ella y la disposición a rtific ia l g m debe d a r 4 sus operado^
nes p a ra que lo conocido conforpu con lo cognoscible hccho
presente en la relación de conocimiento; y como ordenar las
operaciones intelectuales Á conocer con verdad los cono
cimientos que adquirimos Ó que inferimos de otros ante
riores, es discernir y discurrir^ por eso sin duda gran
número de lógicos han dicho que el objeto material de
ta L ógica son las cosas conocidas por el entendimiento»
objeto que es común Á toda ciencia, puesto que toda cien*
cia tiene por objeto conocer las cosas que exam ina, y que
el formal ó propio es la disposición O orden que el enten
dimiento pone en esas cosas conocidas para favorecer el
conocimiento. Pero se nos ocurre preguntar: qué aten
derá ei entendimiento para poner orden en las cosas que
conoce con la ñnalidad de conseguir la verdad? ¿A\ caprl-
— IO —
y
..'t
ia llaman Propedéutica^ esto es» preparación para ulte río-
res estudios. Fijándose en e$te mismo sentido, Enrique Jo sé
V aron a, filósofo cubano y discípulo de Bain» dice que la
L ó g ica no sólo es la norma de la inteligencia, sino que
muchas veces llega á ser la kigien t d ii e sp iri tu (x).
IX .—D iv is io n e s p r in c ip a le s d e la Lc3grlca.—M uchas
y m uy diferentes divisiones se han hecho de la Lógica»
según los puntos de vista desde los cuales ha sido consi
derada por los lógicos.
U na de las divisiones más generalizadas es la que
admite una Lógica natural y otra a rtific ia ly diciendo que
es la primera aquella que practica instintivamente el hom
bre cuando conoce con verdad y ordena todas las opera
ciones del pensar á ese fín sin darse cuenta de ello, puesto
que la facultad cognoscente se dirige naturalmente á su
ñn. E sta lógica es común, tanto al hombre sabio como al
ignorante, y fundándose en su existencia, no son pocos
los hombres de ciencia que creen inútil, si es que no per
judicial, el estudio de la ciencia lógica ó artiñclal, igno*
rando todos estos señores que así hablan» que la inteligen
cia no siem pre va derecha á su fín, sobre todo cuando se
halla guiada por preocupaciones y prejuicios» y que si en
los asuntos sencillos de la v id a basta la lógica natural»
para la ciencia es insuficiente. Constituye la lógica artifi
cial, según los que hacen esta división, el conjunto de co
nocimientos que, expuestos en la cátedra ó en el libro y
aprendidos por nosotros, nos enseñan á ordenar las ope
raciones de nuestra facultad cognoscente para conocer
con verdad y certeza.
;Podem os admitir esta división de la Lógica? No, por*
que toda lógica artificial tiene que ser natural en razón á
que su objeto tiene que ser real, y aun cuando en cierto
modo creado por la inteligencia, si no lo crease en vista
de !a realidad, sería completamente inútil; así como tam -
( i) C o o fe tc D C Í M filos<5licas ( L ¿ g i< a ) . H a b a n a » iS 3 o .
bién porque sus preceptos los obtiene la inteligencia del
conocimiento de su naturaleza misma, bajo pena de incu
rrir en error. L a división que de la L ò g ica hizo A ristó te
les puede deducirse de su Organón^ al cual se añade la
introducción á las Categcrias de Porfirio, y es la siguiente:
CategoríasyHérnteneia, P rim eros analíticos, Últimos ana
líticos ^ Tópicos y Refutaciofies de los sofistas.
L o s lógicos antiguos posteriores á Aristóteles, gene
ralmente exponian la Lógica en form a de breve compen
dio, como preparación á todas las demás ciencia«, y la
daban el nombre de Sum nlae y el de Lógica minor^ sir
viéndose de ella como de Introducción para poder cono
cer las cuestiones contenidas en la Lògica mayor.
Siguiendo la tradición escolástica» la L ógica se ha
dividido en uiente y docente ( l) . Llam an lógica docente á la
que da reglas para definir, dividir y raciocinar, que son
las operaciones que deben ser reguladas por la Lógica,
según los que dan esta diTisión¡ y llaman lógica utente á
la que aplica las reglas á los actos mismos de deñnir,
dividir y raciocinar, aplicación en que consiste el uso, y
de ahí el nombre que le dan.
Entre los lógicos m odernos es m uy general dividir la
L íb ic a en Dialéctica^ C ritica y Metodología^ á cuyas par
tes suelen añadir no pocos la Grem àtica. L a D ialéctica es
la parte que dedican á exponer el discurso de la razón y
&US preceptos; C rítica la parte en que exponen cuanto
concierne á la verdad de nuestros conocimientos y las
razones en que se funda la certeza; la M etodología la
parte en que exponen los métodos y procedimientos que
puede seguir (a inteligencia en la adquisición de la v e r
dad, y la G ram ática la parte en que se expone lo refe
rente al lenguaje como signo del pensamiento.
Otra división m uy notable se ha hecho de la Lógica
por el P. Cornoldi que hemos visto sigue M ercier, y e s la
ta Ó G IC T ^
SECCIÓN PRIMERA
C A P ÍT U L O I
E xam «« d«l con ocer.
1.—A s p e c t o en q u e d e b e n t o m a r s e c a d a u n o d e
lo s t é r m in o s d e la r e la c ió n d e l c o n o c e r .—L a cog*
noscibilidad es una propiedad común á todas las cosas á
que sirve de lazo, de fundamento, para que se verifique U
relación del conocer. Y a hemos dicho en otro lugar, que
en toda relación precisan dos térm inos entre quienes se
dé este lazo de referencia. A h o ra bien; uno de estos tér<
minos ha de ser referente y el otro referido, pues si los dos
fuesen 6 referentes ó referidos no habría relación, porque el
uno no diría respecto ó referencia al otro. £ n la relación
del conocer acontece lo roismo; la cognoscibilidades el fun-
damento por el que uno de los términos se refiere al
otro, y éste es referido á aquél, y esto aun cuando los
dos términos sean uno solo y único ser, porque en este
caso lo que sucede es que este ser entra en la relación de
conocer bajo los dos aspectos de referente y referido,
presentándose la cognoscibilidad com o activa en el tér
mino referente, que por eso se llama sujeto ó agente, y
como receptiva 6 pasiva en el referido, por lo cual se le
llama objeto de la relación. ¿De qué nos serviría nuestra
facultad de conocer, si no hubiese objeto cognoscible?
Evidentemente que de nada: he aquí por qué es necesario
que haya un cognoscible pasivo á la vez que un cognos*
cente activo. Pero según digirnos hablando de la división
de la relación, puede ocu rrir y ocurre, que los términos
se den en un solo y único ser, formando una relación*
cognoscitiva refleja; por ejemplo, y o conozco mi propio
conocer. A q u í sucede que el sujeto entra en la relacIÓti
dos veces, pero en la prim era entra como sujeto capaz de
conocer, y en la segunda como objeto que tiene la pro
piedad llamada inteligencia, que se hace presente á la
propiedad 6 aptitud que el mismo sujeto tiene de CO'
nocer.
II.-* E le m e n to s u b je tiv o .—Hemos visto en el capí-
tuio anterior de un modo general cuántos y cuáles son
los elementos del conocer. Tócanos ahora examinarlos
uno por uno> y al hacerlo^ daremos principio por el sujeto»
y a que es el más importante, aun cuando no el más ex
tenso, y y a que su afirmación es una verdad que, no obs
tante ser particular, es innegable.
S i en este momento nos preguntásemos quién conoce
en el hombre, tendríamos que contestarnos categórica
mente; pero esto no lo podemos hacer todavía. L o Onico
que con lo reflexionado hasta aquí podemos hacer ca pre*
guntarnos: ^qulén conoce en mi? Y cada cual, al hacerse
esta pregunta, contestará: K»; palabra concreta de la per
sonalidad. Pero que com o lo mismo podemos decir: yo
quiero, yo siento, no explicam os más la cuestión, nos
quedaremos sin saber quién conoce en nosotros. £1 Yo
no sólo es sujeto del conocer, si que también lo es de
otras muchas propiedades que á la actividad de )a natura
leza humana se atribuyen. Importa, pues, determinar lo
slgnifícado por la palabra yo, c o a el ñn de averiguar cuál
sea el elemento subjetivo del conocer.
III.—¿ E s e l c o n o c e r fa c u lt a d espIrltualP^-Presén*
tase aquí la cuestión de saber los elementos que compo*
nen al Yo, ó mejor, de si el Vose compone de elementos;
mas esta cuestión no la podemos resolver en la Lógica;
corresponde hacerlo á la Psicología. E sto no obstante»
cabe que hagamos aquí algunas observaciones á ñn de
com prender mejor el objeto propio que nos incumbe.
L a cuestión trae divididos á los autores. A sí vemos
que, mientras unos son partidarios de la unidad del Yo,
considerándole como formado por el cuerpo del hombre
(los materialistas), ó como espíritu solo (los idealistas), los
otros son partidarios de ia dualidad y admiten ia coexla*'
tencia de los doa elementos— espíritu y m ateria— en el Yo
(los espiritualistas). N o obstante tales divergencias, resulta
que los materialistas hablan de! ospiritu> aun cuando digan
que es producido por la materia, así como los idealistas
hablan de los cuerpos, á pesar de no admitir más realidad
que la del espíritu; de donde, por lo menos, se deduce la
necesidad de la existencia m oral, permitásenos !a frase,
tanto de la materia cocao del espíritu en el Yo. Sin juzgar
nosotros aquí cosas que con más base se resuelven en la
Metafisica, tengamos en este instante como cosa probada
la existencia del espíritu y de la m ateria, y observem os que
el conocer nos lo atribuimos como una facultad espiritual
y no corpórea, y que si decimos yo c<moscOy yo siento, es
porque el Yo comprende dos elementos, el espíritu y el
cuerpo. E l Yo humano, ha dicho el P. Zefcrino González,
no es el alma sola ni el cuerpo solo; el Yo humano es la
persona humana, y la persona humana es el supuesto, el
individuo que resulta de la unión substancial del alma con
el cuerpo ( l) . A sí, la proposición^f» conozco, la decimos en
cuanto somos espíritu, porque en cuanto tales conocemos,
y la proposición ^<7 siento la podemos decir de nosotros,
porque sentimos en cuanto cuerpo sensible unido al espí*
ritu, Una razón sencilla y al alcance de todos prueba esta
afirmación. N osotros podemos hacernos este razonamien
to: « Y o conozco mis ideas, aspiraciones. etc>. ^Para esto
he necesitado del auxilio de mis sentidos? No; luego por
este lado encontramos que no es el cuerpo el que conoce.
Podemos continuar el razonamiento y decir: «H ay ciegos
de nacimiento y sin em bargo éstos tienen idea de la luz».
A su modo es verdad , pero al ñn y á la postre es un cono
cimiento de la luz c o s| material; luego también por este
lado es el espíritu del hombre el que tiene la propiedad de
conocer las cosas m ateriales. A h ora bien; sucede con fre
cuencia que tenemos necesidad de la materia para conocer.
EL COKOCIMIEKTO
C A P ÍT U L O I
C A P IT U L O ü
E sp e e lM d e c o n e c im le n to y v a le r léQ ieo d e l m is m e .
I.—B a s e s d e c la s tflo a c ló n d e l c o n o c im ie n t o .—
^ 6 m o clasiñcarem os los oonocimientos? L a mejor clasíñ-
cación que puede hacerse de una cosa entendemos ser
aquella que eafá fundada en la naturaleza misma de la
cosa que se clasiñca. D e modo, que si en último extrem o
el conocimiento viene á ser la relación misma de presen
cia y distinción que se establece entre el sujeto y el objeto
del conocer, á estos elementos deberem os atender para
cUsiñcar los conocimientos; luego las bases de clasiñca-
ción de los conocimientos no pueden ser otras que el
sujeto, el objeto y la relación.
II.—C lad lftc a c id n d e l c o n o c im ie n to c o n a r r e g lo
al o b je to d e l m ism o .^ < Q u é divisiones podemos hacer
del conocimiento por razón del objeto? E sta es la prim era
pregunta que se ocurre al considerar este elemento del
conocer, y si observam os un poco, notaremos que el fun-
<iamento de esta división especial debe estar en la cog
noscibilidad del objeto, y al efecto, considerando ésta,
encontramos que la cognoscibilidad receptiva del objeto
puede entrar de diversos modos en la relación del cono«
cer, y puesto que unas veces los objetos presentan al su>
jeto cognoscente su aspecto fenoménico, y otras y casi
siempre después, su aspecto permanente de aeres de pro
piedades primordiales, claro es que con arreglo á estos
niodos tenemos y a dos órdenes de conocimientos en con*
sideración at objeto: uno, el conocimiento del objeto en
sus hechos; otro, el conocimiento del objeto mismo y de
sus propiedades caracteríatlcaa; de donde resulta, en bue-
na razón, el conocimiento fenomènico y el de ]aa cosas en
s i 6 nouménico, como la llamó K an t, y al cual nosotroB
il&mzxnoi esencial; pero como adem ás sucede que entre el
hecho y el ser de que es manifestación aquél, existe reía«
ción estrechísima» al conocimiento de la tal relación se
llam a nomológico ó de ley.
)ll. — C la s ific a c ió n d e l o s c o n o c im ie n t o s co n
a r r e g lo a l e u je to .—Y a hemDt clasiñcado al conocimien
to en vista de los aspectos con que se nos presenta ei
objeto en la relación de conocimiento; pero como el su
jeto tom a parte, y parte m uy activa, en la obra del mis*
m o, h a y que atender también al sujeto cuando se trate de
hacer una buena clasiñcación, y al querer investigar los
m otivos de clasificación que en él h ay, nos encontramos
con la cuestión de examinar cuántas son las facultades de
conocimiento que, por lo que hasta aquí llevam os mani
festado, no podemos resolver de otro modo que diciendo:
dóto existe una facultad cognoscente, y por tanto, sólo
bay una facultad para obtener el conocimiento, que es
la inteligencia, oportunamente explicada. Pero no obs^
tante ser ia facultad cognoscente una, para el objeto que
nos proponemos y que en este párrafo se dilucida, pode
mos encontrar en ella m otivos en qué fundar la división
de! conocimiento, no siendo éstos, ciertam ente, el reco*
nocer funciones en la inteligencia, puesto que apenas exis
ten dos autores conformes en el nümero de las miscuas»
siendo de tal modo esta disconformidad, qu& mientras hay
quien considera once funciones, sin explicar por qué no
h a y una más Ó menos, no falta quien reduce la inteligen
cia á la unidad de la conciencia; pero sí encontraremos
los m otivos de división, atendiendo á lo que comúnmente
se llam an fuentes de conocimiento, que aon tantas cuantas
hacen ^ Ita p a ra con ocer los aspectos que en el párrafo
anterior acabam os de reconocer en Ja cognoscibilidad del
objeto, esto es, una fuente cognoscente para percibir las
cosas en su ser y propiedades, otra para conocer Jo acci*
dental y fenocnéaico, y otra para v e r t\ aspecto norooló'
gico. A h o ra bien; como el ser y propiedades de las cosas
no lo podemos conocer sino después de largos razona
mientos, la razón será una d e las fuentes de conocimiento.
Como el fenómeno lo conocemos valiéndonos tanto de la
experiencia extern a como de Ja interna, la experiencia
será otra fuente de conocimiento. Y como, por álUmo, la
relación entre el fenómeno y el ser es un conocimiento
abstracto y se dice que se obtiene por el entendimiento,
éste también será una fuente de conocimiento. Atenién<
d o n o 9 , pues, á estas tres fuentes, los conocimientos podrán
clasiñcarse en racionalesy €Xperimentales é in teligibles 6
absiractos. Téngase presente que cuando decimos que los
conocimientos experimentales son percibidos por la íacul«
tad cognoscente, auxiliada de la experiencia externa 6
interna, no queremos decir que sea diferente entonces de
la facultad que conoce, pues siempre es la misma inteli
gencia; pero también debe tenerse en cuenta, que con
ello no confundimos la sensibilidad con la inteligencia,
pues la sensibilidad cognoscitiva no es más que el medio
auxiliar por el que la inteligencia se comunica con el
mundo sensible.
IV.— C la s ific a c ió n d e l o s c o n o c im ie n t o s te n ie n
d o e n c u e n ta l a r e la c ió n d el c o n o c im ie n t o .—L o s
conocimientos se clasifican teniendo en cuenta la reía*
ción del conocimiento, según sea lo que representen del
objeto; asi, considerando que cuando conocemos los hechos
lo que hacemos es aprehender de su cognoscibilidad úni*
camente su aspecto individual, es claro que podremos
entonces llamar á estos conocimientos individuale 5 \ pero
si nos fijamos en que todo conocimiento esencial percibi
do por la razón después de largas meditaciones y com pa
raciones, nos hace presente en la relación de conocimiento
aquello por Ío que los seres se incluyen y determinan
dentro de los conceptos universales llamados géneros, en
una palabra, el algo común y general de las cosas, pode-
mo8 llamarles conocimientos idtales y también geiUraUSy
y por últimOf si medíante el entendimiento percibimos de
la cognoscibilídád del objeto U relación que guarda con la
causa de 8u producción, tendrem os que este será un cono
cim iento comfttísto^ pues realmente nos hace presente el
enlace entre lo particular y concreto, que es el hecho, y
lo general y permanente, que es el ser que le ha producido.
V .—O rd en d e l o s c o n o c im ie n t o s r e s p e c t o á su
p r o d u c c ió n e n e l tie m p o .—E l orden de los conoclm ien'
tos enumerados al div'idir el conocimiento no es tempo
ralmente aquel con q u e quedan consignados, pues al ha
cerlo, sólo hemos atendido a l artifìcio de una buena
clasifìcación, fundada en los elementos mismos de lo que
se clasifìcaba. £ 1 prim er conocimiento que se da siempre
en todo humano ser, con arreglo á lo dicho en los dos
párrafos anteriores, es el experimental^ dado que la sensi
bilidad hace las veces de despertador de la actividad es*
pi ritual; después sigue ei abstracto., 6 sea la noción ó idea
que de lo sensible saca el entendimiento; luego continúa
el conocimiento racional^ llegando alguna vez el hombre,
ppr este medio, á conocer la esencia de las cosas, y por
último, también suele acontecer que, completado el cono
cimiento del fenómeno y de (a esencia, lleguemos al co
nocimiento unitario ó en totalidad de una cosa; de suerte
que se necesita, para obtener el conocimiento integro^
conocer al objeto en todos sus aspectos y por medio de
las fuentes de conocimiento adecuadas; así, pues, todo
otro conocimiento será Incompleto.
V I.—V a lo r ló g ic o d el c o n o c im ie n to .—Siendo el
conocimiento cierta manifestación por la cual se hace
presente á nuestro espiritu algún objeto en virtud de la
cognoscibilidad activa de la inteligencia y de la receptiva
del objeto, que se conoce, resulta que el conocimiento es
una manifestación interna que el sujeto forma del objeto,
la cual subsiste en Ja facultad intelectual^ sin confundirse
en absoluto co n io manifestado del objeto ni con el sujeto,
— 6 l —
LA INTELIGENCIA CONOCIENDO
C A P ÍT U L O 1
El iiMMir,
L— R a z ó n d el e s tu d io d e l p e n d a r e n e s t e lu g a r.
^^Conocemos y a la facultad cognoscente en su esencia
por medio de este exam en reñejo que venimos haciendo;
pero como para conocer una cosa no basta verla en So
que es en sí, sino que además se necesita averiguar cócao
es, 6 sea su forma, de ahí que aquí debamos tratar de la
forma del conocer, y como esta es llamada pensar^ he ahí
la razón de que la primera cuestión que en este lugar
surja en nuestro pensamiento sea preguntam os qué es el
pensar; pero como para resolver ésta conviene averigu ar
la etimología de la palabra pensary los sentidos en que ha
sido tom ada, sus diferencias y relaciones con el conocer
y sus propiedades cuantitativas y cualitativas, de ahí que
empecemos esta sección averiguando la etimología del
pensar y luego sigamos haciéndolo con las demás cues*
tiones, hasta lle g a rá resolver qué entendemos por pensar.
il.—'E t im o lo g ía d e la p a la b r a p e n s a r .—E s cosa co*
r ríen te emplear ia palabra pensar lo mismo por el rústico
4^ue por el científico, io cual prueba que la idea expresada
por esta palabra es patrimonio de todos, siquiera no se
p r e s ó te á todas las inteligencias igualmente clara y bíen
determinada. Exam inando el origen de esta palabra por
todos usada, nos ervcontramos con que unos autores la de-
ri van del verbo latino fendeoy e star pendiente, y otros
del verbo pondo, pesar cosas m ateriales. L a prim era eti
mologia significa que nuestras relaciones dependen de
nuestra inteligencia, y por eso aquellas relaciones en que
no interviene nuestra inteligencia, no las consideramos
como nuestras y rehuimos su responsabilidad.
L a etimología de pondo sólo puede tomarse aquí en un
sentido metafórico si la queremos aplicar aí pensamiento,
y entonces dará á la palabra e) sentido de pesar, medir^
tal como se desprende de la frase: «He pesado las razones
en pró y en contra y me d e c id o ..., empleada en vez de
«He pensado las razones en p ro y en contra»... D e ahf>
pues, que la palabra pensar la hayan derivado de pondo,
pero como hemos visto» ésta no se puede tom ar en sentido
propio, y lo que se ha hecho es establecer una comparación
entre el peso y el pensar, el cual, después de todo, viene á
hacer en el orden cognoscible lo que el peso hace en el
orden sensible, puesto que efectivam ente el pensar desem
peña en el orden espiritual lo mismo que la acción de la
gravedad en las cosas m ateriales, dado que pesa y aquilata
el conocimiento.
III.—S e n t id o s e o q u e s o le m o s e m p le a r l a p a l a
b ra p e n s a r .—Con los datos etimológicos no tenemos su
ficiente para formarnos (dea del pensar, por cu ya razón
tenemos que seguir exam inando los sentidos en que ha
sido tomada esta palabra, no sin notar una vez m ás que es
patrimonio de todos, lo mismo del rústico que del hom
bre ilustrado.
E sta palabra es empleada en todos los órdenes del es
píritu, cosa íácil de probar sí nos fijamos en que al hablar
de una obra artística solemos decir que su pensamiento es
bueno ó malo, que su forma es completa ó deficiente.
Cuando se trata de aigo del orden moral sucede lo mismo;
así, es frecuente decir: «Buen pensamiento tuvo Fulano ai
edificar este asilo». Sin em bargo, donde más frecuente
mente se emplea es en el orden intelectual, y donde pro-
piamente, i nuestro modo de v e r, debe erDplearse. Así,
pues, recogiendo estas observaciones, tenemos que el pen*
sar representa ei elemento intelectual en todos los órdenes
de ia vida á que Jo aplicam os, siendo el pensamiento la
expresión del conocim iento en el orden intelectual
I V .- - ¿ S e In d e n tiflc a n e l p e n s a r y e l c o n o c e r ? ,—
S i buscamos las opiniones de los tratadistas, encontrare-
mos: l.% á los que hablan del pensar en cada página y lí*
nea, pero sin decirnos lo que es; á los que confunden
el pensar con el conocer usando am bas palabras indistln*
tamente; y 3.^, á los que distinguen el pensar del conocer,
diciendo que el prim ero es el conocer actividad y el se
gundo el conocer propiedad
N osotros no podemos seguir á ninguno de estos trata>
distas, en prim er lugar, porque no creemos huelgue la
p a l a b r a a n t e s bien, debe ser representativa de algo;
en segundo, porque creem os que en las lenguas no exis
ten palabras sinónimas en absoluto, y por consiguiente que
en algo se han de diferenciar pensar y conocer, y en ter
cer lugar, porque aun cuando se diferencian en algo pen
sar y conocer, ese algo no es precisamente que el uno sea
una actividad y el otro una propiedad; luego para poder
distinguir el pensar y el conocer, procede que, así como
hemos examinado reflexivam ente el conocer, veam os ahora
las propiedades que nos presenta lo que con exactitud
podemos llamar pensar.
V .—C a r a c t e r e s d el p e n s a r .—A l modo que con
acierto decimos muchas yo puedo conocer yy o conoz^
coy también decimos yo pmedo pensar, yo pienso ^ sin que
por esto se nos ocurra confundir eJ pensar con nuestro
propio ser, sino que lo que damos á entender es que en
nosotros existe la propiedad de pensar, como d ig irnos
existía la de conocer, y y a que sabemos que el pensar es
una propiedad nuestra, no satisfaciéndose la razón con
esto, tenemos que ir raás allá y averigu ar los caracteres
que tiene esta propiedad para distinguirla de las otras pro*
piedades que se dan en nuestro ser y que no son ella, 8i*
guiendo en esto la naturaleza de nuestro conocer, que es
siempre relación de presencia y distinción y esto cs> que
une sin confundir y distingue sin separar, y nos cncon*
tramos con que esta propiedad es permanenU en nos*
otros» pues en cualquier momento de nuestra existencia
en que nos reconozcamos com o cognoscentes» podemos
repetir lo misn\o: yo puedo pensaryyo pienso; de suerte que,
al igual del conocer, no es una propiedad que perdamos
hoy y adquiram os mañana, sino esencial á nuestro ser.
Cuando decimos que pensamos, observam os que medi
tamos en algo y que este algo puede ser m uy diferente,
ó bien todo lo que no somos nosotros, 6 bien nosotros
mismos y nuestros estados; de suerte, que s¡ es verdad
que es una propiedad permanentey también lo es que, en
cuanto á los objetos á que se refiere, es variab le; de
donde resulta, por una parte, que el pensar, al referirse á
varioSy dice respecto á ellos, y p or consiguiente establece
relación; por otra, que se actúa 6 mueve 4 ellos, y por
consiguiente que el pensar es activOy y como toda pro
piedad activa que se pone en relación con varios, es una
facultad de relación y he aquí que el pensar es una facultad
de relación que supone un término referente y un térm i
no referido, un sujeto pensante y un objeto pensado; asi,
pues, y a podemos rectificar la frase corriente: «^*En qué
piensas? E n nada>. E sta contestación no es exacta; cuan
do así hablamos lo hacemos en sentido ñgurado, pues
siempre que pensamos, pensamos en algo, esto es, cuando
haya pensamiento hay objeto pensado, y en realidad lo
que acontece cuando contestam os que estam os pensando
en nada no obstante nuestra m editación, es que sólo
pensamos en objetos v ag o s, indeterm inados y sin inte«
rés, y claro, al no poderlos señalar, decimos impropia
mente que pensamos en nada\ de aquí que la relación del
pensar por parte del objeto 6 término á que hace refe
rencia, no sólo sea propiedad nuestra, sino que lo es tam-
bíén de todas las cosas, porque todas las cosas pueden
ponerse en relación de pensamiento; sin em bargo, no se
v a y a á creer por esto que tcxlas las cosas piensan, no,
porque la m ayor parte de las cosas entran en la relación
de pensamiento com o término referido, ó sea pasivamente,
mientras que sólo los seres espirituales entran com o tér
minos activos ó referentes. Todas las cosas pueden ser
pensadas; sólo el ser intelectual activo puede pensar.
Hemos dicho que en la relación del pensar entraban
dos términos con m uy diferente carácter, pero puede su
ceder que pensemos en nuestro propio pensar, y aun en
este caso vem os que, en cuanto pensantes, somos los que
establecem os la relación ó hacemos la referencia, y en
cuanto pen&ados, somos pasivos; todavía m ás, puede ocu*
rrir que pensemos en otro sujeto que á su vez sea pensan
te; !uego la relación del pensar puede ser ttnilaU ral,
re fle ja y recíproca^ com o vim os era la del conocer
Pero la relación del pensar sólo es pensada por el su
je to en cuanto el objeto le es presente como pensable;
ahora bien, al ver el sujeto á lo pensado, lo ve de modo,
que si de una parte la relación une al pensante y á lo
pensado, de otra queda el sujeto siendo el que aprehende y
el objeto lo aprehendido, esto es, que la relación del pen-
sar, no sólo es de presencia ó de suma de los elementos,
sino que al mismo tiempo es de distinción entre ambos
elementos, evitando asi la confusión sin separarlos.
Resulta, pues, de! examen reflejo que acabamos de
hacer del pensar, que éste es una propiedad de nuestro
Y o , y una propiedad que tiene los caracteres de ser, po-
tcncia activa y fa c u lta d de relación de presencia y distin
ción', y como estos son los caracteres que hemos señalado
al conocer, parece ser que tienen razón aquellos fllósofos
que identiñcan el conocer y el pensar: interésanos, por
tanto, averigu ar si existen, no obstante las semejanzas que
acabamos de señalar, algunas diferencias por las cuales
podamos distinguir el pensar de lo que é( no sea.
VI.—¿E n q u é c o n s i s t e l a d ife r e n c ia e n tr e e l p e n
s a r y e l c o n o c e r ? —£ 1 pensar y el conocer hemos dicho
que diferencian á pesar de las íntimas relaciones de iden
tidad que e{ exam en de sus caracteres nos ha dado: vea
mos, pues, si efectivam ente esa diferencia consiste, como
-se ha dicho por algunos tratadistas, en que el pensar es
actividad y el conocer propiedad.
L as palabras actividad y propiedad no son por lo
pronto correlativas entre sí, pues la palabra propiedad con
respecto á la palabra actividad es un térm ino absoluto
que sólo $e refiere y d ice orden á un sujeto, que es el que,
com o tal, tiene propiedades: el término actividad , por el
contrario, expresa co rrelació n , pues supone siempre ia
existencia de un algo, el poder ó ia potencia, y como las
potencias son propiedades, resulta que la palabra actividad
es correlatÍv*a de las propiedades potenciales; luego no se
puede dar una actividad sin que al mismo tiempo sea pro
piedad de un sujeto; por otra parte, y a hemos visto que
tanto el conocer como el pensar son propiedades y a cti
vidades, y por cierto que ambas pertenecen y se atribu
yen con razón al mismo sujeto: he aquí porqué decim os
con igual verdad: Ye puedo ftn s a r y pienso\ Yo puedo co
nocer y conozco.
V si no es suficiente p ara distinguir el pensar del
conocer, y por tanto, pensamiento y conocim iento, el
decir que el uno es actividad y el otro propiedad, ¿cuál
será la diferencia? Y contestam os: buscando la nota que
caracteriza más propiamente al pensar y al conocer, la
encontraremos.
£ n efecto, no existe un algo sin que éste se manifieste
de algún modo. Pues bien, existiendo el conocer, como lo
hemos dejado dicho que existe, claro es que de alguna
manera se ha de manifestar, ó lo que es lo mismo, alguna
forma ten d rá, y esta form a no es otra que e! pensar. M ás
claro, el conocer es la esencia y el pensar es su forma.
Así, cuando decimos conocer nos referim os á la esencia de
— 6S —
U propiedad que conoce, y cuando decimos pensar nos
referim os á la form a ó modo de m anifestarse la propiedad
de conocer; lo mismo que cuando decimos tengo un cono
cim iento, nos referim os á ]a esencia del resultado de cono*
cer, y cuando decim os tengo un pensamiento, nos referí*
mos á la forma del resultado de conocer. E n una palabra,
el conocer es adquirir ideas y el pensar el modo de adqui
rirlas y ordenarlas. H e aquí, pues, la distinción y relación á
la vez entre d pensamiento y el conocimiento. Porque fijé
monos bien; supongamos que tenemos esta frase: <ES hom
bre es un anim al racional». A quí nos da el análisis un
conocimiento y un pensamiento, y los que confunden estos
términos, unas veces dirían que había un pensamiento y
otras que había un conocimiento, Jo prim ero que se Jes ocu
rriera. P ara nosotros, en esta proposición hay un conoci*
miento que está constituido por las ideas significadas, y un
pensamiento, expresión de este conocimiento: en el caso
presente, expresado en forma de juicio; en otros casos
puede ser expresado en forma de raciocinio, y también de
un simple concepto. Son, pues, t) pensar y el conocer in*
separables y dados en la relación de form a á esencia.
V il.^ D e fin ic ió n d e l p e n s a r .—Determinada la carac
terística que distingue al pensar del conocer, así como
fijadas las condiciones que los relacionan íntimamente,
podemos y a decir qué sea el pensar, y deduciendo su defi*
nición de los caracteres expuestos: tenemos, que pensar
es la form a de la fa c u lta d de nlación^ presencia y dis^
tinción^ p o r v irtu d de la cual se lle g a á m anifestar in
ternamente e l conocimiento como pensamiento.
VIH.—E x te n s ió n d e l c o n o c e r y d e l p e n s a r —
D el exam en que cabam os de hacer y de la definición
dada, se deduce que no existe separación posible entre
el conocer y el pensar y que, p o r tanto, ambos se dan
en la unidad de lo que hemos llamado Inteligencia, sien^
do el conocer la esencia de la potencia y de la activi
dad Inteligencia y el pensar la existencia ó manera espe-
cial de existir de la misma, por virtu d de cuya compene*
tración pensar y conocer son de una misma extensión, es
uno el ser de la fuerza intelectiva y no se puede dar el
caso de un conocer sin un pensar que lo manifieste y Io
determine, ni tampoco de un pensar que no sea un modo
de scr 6 de realizar un conocer.
IX.-—¿ E x is t e a lg ü n o r d e n d e p r e c e d e n c ia e n t r e
et c o n o c e r y e l p e n s a r ? - 'S e dice por algunos trata*
distas de L ó g ica que el conocer precede en el orden racío*
nal y real al pensar, á la m anera que la m ateria precede
i la forma> pero que en el orden cronològico se dan en
unión recíp roca y complementaría. E sto s autores se fun
dan, para hacer tal afirm ación, en que al pensar no crea
mos un conocer, sino que lo suponemos y a dado; mas
nosotros, ateniéndonos á la doctrina que hemos expuesto,
tanto del conocer como del pensar, estimamos que el
conocer y el pensar se dan en la relación en que se en
cuentran la esencia y la existencia en el orden real, pues
¿un cuando concibamos á la esen da com o recibiendo á la
existencia, sin em bargo, en el orden real actual la una no
se da sin la otra, puesto que no se concibe un conocer sin
un pensar, ni un pensar sin un conocer, y a se trate del
orden real y a del cronológico, por la misma razón que no
«s posible un ser sin un modo ó manera de ser.
X .—M o m e n to s q u e p u e d e n d is t in g u ir s e e n n u e s
tra a c t iv id a d c o g n o s c it iv a .—A l estudiar la inteligen*
cia en sí, Timos que era una propiedad y una actividad
considerada en su esencia, y ahora en el presente capítulo
hemos visto que el pensar, que es su forma, es también
una propiedad y una actividad. U na propiedad porque se
predica del hombre en cuanto espíritu, pero como la po>
demos predicar siempre, añadíamos que era una propiedad
permanente, esto es, una potencia subjetiva. A gregam os
que era una actividad, porque el análisis que íbamos ha
ciendo nos daba el hecho, no sólo do que podía ponerse
en ejercicio, sino también de que se ponía realmente,
realizándose en hechos llamados conocim ientos y pensa*
nalentos. A h ora bien; en la actividad cognoscente pueden
darse dos momentos capitales, uno el de aplicación ó mo
vim iento de la facultad cognoscente al objeto que se
quiere conocer ó que se nos hace presente, sin buscarlo,
en relación cognoscitiva; y otro el de la aprehensión de lo
cognoscible del objeto. A l prim er momento le llamamos
momento funcional ó directriz, y al segundo operativo 6
regresivo.
•' X I.—D iv is ió n d o lo s m o m e n t o s d e la a c t iv id a d
^ c o g n c á c e n t e .—£ 1 prim er momento, el funcial, podemos
H subdívidirlo, en consideración á un análisis detenido, en
* tres submomcntos, llam ados atención ypercepción y deter-
winación\ en el momento operativo el análisis refíejo en
cuentra también m otivo para distinguir tres submomentos
ú operaciones que reciben el nombre de concepto^ ju ic io y
raciocinio. He aquí, pues, la m ateria, que junto con el len
guaje articulado que expresa las operaciones dichas, expon*
dremos en los sucesivos capítulos y artículos de la presente
sección.
C A P ÍT U L O II
L e a te n e l6 n .
L a |i 9r c « p Q ló ii.
CAPÍTULO IV
L a tfat«rm lnacé6n y * u t m M lios.
ARTÍCULO I
L a <1« te r m in a c ió n .
¡.^ S e n t i d o s d e l a p a la b r a d e te r m in a c ió n .—E l
tercer instante de la dirección funcional de 2a actividad
•cognoscente es la determinación.
L a palabra determinación etimológicamente se deriva
<le la latina determinatio, que signiñca stn ala r lim iU s d
las Msas en e l tiempo y en e l espacio, pero se emplea tam>
bién por el uso en el orden ideal, signiñcando lo mismo.
E l Diccionario de la Academ ia de la lengua la da el sig-
niñeado de resolución; por eso, sín duda, al hecho de
resolverse un individuo á hacer una cosa, se le llama de-
terminación. O tro de los sentidos en que más comúnmente
se la toma» y el que nos dice algo para nuestro objeto^ es
el de distinguir unas cosas de otras después de haberlas
percibido, esto es, el de especificar las cosas, concretáo*
dolas y aclarándolas.
II.^ C o n c e p t o d e la d ete rn n in a c ió n .—L a facultad
cognoscente se ha dirigido mediante la atención á la apre*
hensión virtual de la cognoscibilidad del objeto, y ha llega
do i p ercib irlo por el siguiente instante, la percepción', pero
hasta aquí resulta que no h a y nada pensado concretamen-
te. Necesita todavía la (acuitad cognoscente detenerse un
instante para orientarse en medio de esa vaguedad y com-
— 8o —
plejidad con que se presenta ]a cognoscibilidad del objeto,
por Jo general á la primera percepción; necesita, pues,
especificar, d istin g u ir y tomar uno de los mil aspectos
con que el objeto se le presenta, si es que ha de obtener
aun cuando no sea más que una simple idea del objeto á
que se está aplicando, tanto más si, com o es Jógico, esta
idea ha de ser el concepto ó Mcion in telig ib U del objeto
que se pretende conocer.
He aquí, pues, que este instante de la activad cognos
cente con rAzón se llama deUrminación\ por consiguiente,
si querem os dar una deñnición de la misma, diremos que
es t i terctr instante d el móntente fim cional de la facultad
cognoscente en e l que es distinguida la manifestaciárt inte-
lig ib li d el objeto cognoscible. L a determinación dase, por
tanto, con Ja atención y percepción, en relación de efecto
á causa.
IIJ.—D iv is ió n d e la d e te rm ln a c ió n .*^ A lg u n o s pen-
sadores dividen la determinación en analitica y sintética,
según que la distinción y expeciñcaclón se haga yen d o de
las partes al todo, ó de la unidad del todo á sus partes.
E sta división no tenemos inconveniente alguno en adoii*
ti Ha, siempre que se entienda que es verificada por U
fuente razón atendiendo á los elementos reales de lo
determinado, es decir, que es hecha subjetivamente con-
form e al modo real en que se puede aclarar y concretar
el objeto del conocimiento.
IV .'^ ^ o n d ic lo n e s d e la d e t e r m in a c ió n .—L a deter*
minación, com o la atención y percepción, tiene sus con*
diciones; pero »en do ella el resultado de atender y perci
bir, claro es que sus condiciones no pueden ser otras que
Jas mismas de la atención y percepción combinadas. Tan*
to es esto así, que h a y autores que explican la determí*
nación diciendo que es la repetición de actos de atención
y percepción, y en efecto» atendiendo al mismo objeto con
atención adecuada y directa, enérgica y una, y percibiendo
lo atendido de tal modo p o r la fuente adecuada y con
todos los requisitos que exigen los prcceptoe de la per-
cepción> se consigue distinguir y concretar al objeto aten
dido y percibido, lo cual es Denar el ñn de la determina
ción.
ARTÍCULO n
L& abstracción.
I.—L a a b s t r a c c ió n c o m o a u x ilia r d e la d e te r
m in a c ió n .—L a s cosas se nos presentan por entero cuan
do á ellas atendemos y las percibimos por primera vez, es
decir, que la cognoscibilidad deS objeto empieza por ha
cerse presente al sujeto en su unidad vaga é indefinida, y
esto de tal modo, que la prim era percepción, sin que fuese
determinada, no nos serviría para la obra de la ciencia; y
como, por otra parte» nuestro conocer efectivo es limitado
en todos los sentidos que lo consideremos^ resulta que
sólo podemos conocer en un principio por partes, hasta
que conseguimos distinguir, d esenvolver y aclarar la per
cepción v ag a é indefinida, y luego, sumando y relacio
nando, aprehender el conocim iento total; de ahí se des
prende ia razón de que la naturaleza misma de nuestra
facultad cognoscente satisfaga esta necesidad natural, con
siderando aisladamente lo que se presente unido en lo
cognoscible presente á nuestra mente, esté 6 no separado
«n la realidad, y á este acto por el cual considera la facul*
tad cognoscente aisladamente los elementos de lo cognos*
cible, es á lo que se 2lama aóstracción, acto propio de la
facultad en cuanto se m anifiesta com o entendimiento.
II.—'¿E n q u é c o n s is t e l a a b s t r a c c ió n ? — L a abs
tracción, segün lo dicho en el párrafo anterior, consiste,
bien en el acto por virtud del cu al el entendimiento
aprehende, y a un hecho de entre varios, y a una propie*
dad de entre varias, prescindiendo siempre de todos los
demás hechos y propiedades; bien, por el contrarío, en el
acto por el cual nuestro entendimiento aprehende sepaca-
damente de sus propiedades y hechos á las su b stan c^ í 6
al ser de las cosas; por donde vem os que realmente no es
la abstracción una facultad cognoscitiva, sino más bien
un acto del cual se vale la inteligencia para regular y
precisar ei conocimiento, no siendo tampoco un conocí*
miento, puesto que por ella no hacemos más que descom>
poner mentalmente la percepción prim itiva con el objete
de operar únicamente sobre el dato que queremos cono«
cer de un modo especial.
E s la abstracción tan natural á nuestro modo de co-
nocer parcial, que, como indica la más ligera observa
ción, hasta los instrumentos de que se vale nuestra facul
tad intelectual para conocer el mundo sensible, proporcio
nan sus datos abstractam ente; asi, la sensibilidad por la
vista no nos da más que el color de los cuerpos, por el
oído el sonido, por el olfato el olor, por el gusto el sabor, y
así sucesivamente hasta el punto de haberse dicho que e l
cuerpo humano es una m áquina de abstraer (l).
Ui.—¿ L a a b s t r a c c ió n s e p a r a y d iv id e lo u n id o ?
— E l acto propio de la abstracción no es separar, ni mucho
menos d ivid ir, las propiedades y hechos abstraídos; lo que
hace la abstracción es considerar aisladamente un hecho,
una propiedad, una substancia ó un ser, prescindiendo de
todo lo dem ás con que se halla unido en la naturaleza» por
cu ya razón consideramos aisladamente atributos que son
una cosa misma con la cosa en quien residen, como prO'
piedades esenciales; por ejemplo, cuando hablamos de la
sim plicidad ó de la u n idad de Dios como si fuesen algo
real distinto del S er inñnito, no hacemos otra cosa que
abstraer.
IV .—D iv isió n d e la a b s t r a c c ió n .—L a abstracción
se da en !a realización de la obra del conocimiento; por
consiguiente, para dividirla de un modo que nos sea útil
al objeto lógico que aquí nos proponemos, atenderemos
ARTÍCULO III
L « ff« n « r a liz a c ió n .
CAPÍTULO V
El c o n c e p to .
%
esencia, ni una esencia sin su form a respectiva, 6ino unU
das é indivisas en la com plejidad del ser real actual, de
ahí que también se combinen entre sí estos conceptos y
se puedan distinguir nuevas clases, como cuando decimos
H buíno de Antoniot en donde tenemos un concepto com*
piejo de esfncia, ser y form a y )a última expresada por el
modo de ser Antonio y la esencia por la palabra bueno,
V I.—C ta d in c a c ló n d e l o s c o n c e p t o s t o m a n d o p o r
b a s e e l s u je to .—Atendiendo al sujeto, podemos clasiñ-
c a r los conceptos de dos maneras; 6 bien teniendo en
cuenta la fuente de conocimiento que interviene en su for
mación subjetiva» 6 bien atendiendo á su modo directo ó
indirecto de adquirirlos.
En consideración á la fuente de conocimiento^ se clasí-
ñcan: en experim tntaleSy si los adquirimos por medio de la
experiencia, com o los conceptos de lo atnargOy\o durOy lo
sonoro y lo suave de las cosas; en raciona/es^ si los obte
nemos mediante la fuente denominada razón, com o los
conceptos de unidad, sim plicidad y substantividad de las
cosas; y en intelectualesy si nos servim os para su consecu«*
ción de ia fuente llamada entendimiento^ tal com o suce*
de con los conceptos de blancttra, ju s tic ia y bondad.
Desde el punto de vista de su modo directo Ó indirec>
to de adquisición, se clasifican loa conceptos que podemos
form ar de ias cosas en doa grupos: conceptos inm ediatos
y conceptos mediatos. L o s conceptos se llaman inmediatos
6 intuitivos cuando el objeto del conocimiento se une él
mismo á la facultad cognoscente» ó al menos tiene tal cla
ridad su cognoscibilidad, que engendra en la inteligencia
la manifestación representativa de lo que él es; así vemos
sucede con el concepto de ser. Tom an ul nombre de con
ceptos mediatos aquellos que son adquiridos por nuestra
inteligencia mediante el conocimiento de otros conceptos:
tal sucede con el concepto de substancia^ por ejemplo.
L o s conceptos mediatos se pueden clasificar á su vez en
propios ó idénticos y analógicos; son propios aquellos que
adquirimos mediante otros conceptos de igual naturaleza
que los que conseguimos, y analógicos cuando entre los
que adquirimos y los que nos sirven de medio sólo exis*
ten ciertas semejanzas, pero nunca la identidad.
VII.—C la s if ic a c ió n d a lo s c o n c e p t o s to m a n d o
p o r b a s e el m o d o d e r e p r e s e n t a c ió n ,—S í atendemos
al modo de representación de los conceptos, notamos que
podemos distinguir una clasiñcacíón referente á la can ti-
dad y otra referente á la cualidad.
En consideración á la cantidad que representan los
conceptos, los clasiñca mos en trascendm tales, aisolutos.
relativos, generales é individuales.
Damos el nombre de conceptos trascendentales á todos
aquellos que representan las cosas por ciertos caracte*
res que pertenecen á todos los seres de la naturaleza, sin
excepción alguna, siendo su contenido simple y su exten
sión tan dilatada, que pasa tod as las categorías y repre
senta todo lo que es^ com o el concepto de la verdad me>
tafisica, que se identiñca con el ser mismo de las cosas.
Damos la denominación de conceptos absolutos á los que
nos dan la idea de una cosa exclusiva y única sin referen
cia á ninguna otra cosa com o dependiente ó subordinada
á ella; tal es, por ejemplo, el concepto de Dios, el abs
tracto de belleza, etc. Llam am os conceptos generales á
todos aquellos que expresan notas ó caracteres referentes
en común i las diferentes especies de un género ó á los
individuos de una misma especie, tomando en el primer
supuesto el nombre particular de conceptos genéricas y
en el segundo el de específicos^ caliñcándoios en ambos
casos con el de universales', así, por ejemplo» el concepto
viviente es general y genérico; general^ porque expresa la
cualidad de la vida común á géneros, especies éíadivíduos;
genérico^ porque es un género respecto á sus inferiores,
animales, plantas y á cuantas especies de seres vivo s se
puedan distinguir; el concepto racional^ por su parte, es
especiñco porque sólo se puede predicar con verdad de
sus ínfenores los individuos. Por último, consideramos
como in dividuales todos aquellos conceptos que nos re
presentan Á las cosas con todas las determinaciones y
concretaciones que nos dan á conocer exclusivam ente al
supuesto 6 uno numéricamente considerado; por ejemplo,
Antonio, el caballo lucero, etc.
E n consideración á la cualidad del m odo de represen
tación, cabe clasificar los conceptos en concretos y abS“
tractos, en propios é impropios^ en adecuados é im decuadcs
y en positivos y negativos.
•Los conceptos concretos representan una nota con«
cebída en unión im plícita con el sujeto á que pertenece,
por ejemplo, el concepto de lo sonrosada de un rostro. Los
conceptos abstractos, por el contrario, hacen presente á
la facultad cognoscente una nota cualquiera indepen
dientemente del sujeto Ó sujcttos á que pertenece, como
cuando decimos: E l sabor^ el arom a y el color son acci-
dentes.
L o s conceptos son propios cuando las notas con que
representan á las cosas pertenecen realmente á las mismas
cosas representadas, haciéndolas presentes al cognoscente
tales y como ellas son, por lo cual estos conceptos también
se llaman adecuados. Son impropios 6 analógicos los con*
ceptos, cuando en lugar de darnos á conocer el objeto que
representan, con arreglo á las notas que le convienen
realmente, nos lo hacen presente de una m anera defec*
tuosa, valiéndose de caracteres semejantes 6 análogos á los
que él posee en la realidad, por cuya raz6n se llaman
también estos conceptos inadecuados. L o s conceptos
tivos representan en nuestra inteligencia á sú objeto por
medio de notas que en realidad le pertenecen de un modo
maniíiesto, tal como se v e en los conceptos la /us, la vida.
L o s conceptos negativos, á la inversa de los anteriores,
son Sos que dan á conocer el objeto por la eliminación de
las notas que le faltan 6 que exclu ye; así, por ejemplo, v e
mos acontece en los conceptos de fr ió , tinieblas, muerte y
T-.'I Iifiv
— 93 —
no-ser, que son la neg&ción del caior, de la de la vida
y del ser.
He aquí la clasiñcación fundamental que puede hacerse
de los conceptos teniendo en cuenta los elementos ñlosÓ-
ñco8 de ]os mismos; pero todavía cabe descender al deta-
lie en esta clasificación, sin más que ír combinando las
bases mencionadas y cada uno de los grupos á que hemos
llegado al exponer la clasiñcación con arreglo á cada una
de las bases; mas esto y a no tiene interés alguno para !a
Lógica fundamental, y por consiguiente, sólo en los casos
particulares en que interese debe hacerse.
VIH.—D e p e n d e n c ia y d e te r m in a c ió n d e lo s oon~
c a p t o s .—Los conceptos son referibles unos i otros, dado
que los relativos á una misma categoría forman en su con
junto una especie de escala graduada en la cual puede
verse la derivación de los unos respecto de los otros, Sin
em bargo, no son recíprocos ni es indeñnida su derivación;
antes al contrario, podemos llegar á un concepto el cual
no sea derivado de otro, tal como el de ser. A si, cuando
un concepto lo queremos explicar por otro referente á la
misma cosa, se dice que cometemos una petición de prin*
cipio, y realm ente no conseguimos la explicación que
pretendíamos.
Siendo cierto que unos conceptos se derivan de otros,
tendremos necesidad de llegar á conceptos prim eros que
no sean explicados por otros, si es que pretendemos ex*
plicar los efectos por sus verdaderas causas y llegar á la
posesión de la verdadera ciencia en todas sus manifesta*
ciones. A hora bien; ^existe un medio para determ inar cuá
les sean los conceptos prim eros y poderlos enunciar? S í,
porque para formar un juicio necesitam os dos conceptos,
para un raciocinio tres, cu yo tercero enlaza á los dos que
contiene el juicio, y m uy bien los tres conceptos del racio
cinio pueden reducirse á dos, elevándonos de lo menos
«xtenso á lo más extenso; así, en el grado más bajo de ia
escala encontramos !a substancia individual, que no se
m r-
( i) D e D O ta r « t la d ic a r , a n a o c ia r ,
'1
— 96 —
S ü B S 'l 'A N a A
V IV IE N T E
A N IM A L
Concepto menos extenso que el anterior, no pudiendo
predicarse y a más que de los seres animados, y en cambio
se ha hecho mucho más com prensivo con los caracteres
que se exigen para que una cosa se pueda llam ar animal.
HONÍBRE
Concepto menos extenso, aplicable sólo á lo s seres ra
cionales, y aumentada su comprensión con el carácter
esencial que se exige para que una cosa sea hombre.
liiiiii it eiteum ... A N T O N IO ... l i i i i i i it («i|»re»iii.
Concepto ef menos extenso porque &ó2o puede predi
carse de un ser numéricamente considerado, y el más com
prensivo de todos porque reúne el máxímun de notas
connotantes que puede encerrar un concepto.
X .—C o m p a r a c ió n d e l o s c o n c e p t o s b a jo l a r e
la ció n d e s u c o m p r e n s ió n .—Atendiendo á la compren
sión de dos conceptos, éstos pueden ser idénticos ó divtrs&s;
dos ó más conceptos son idénticos cuando tienen el mismo
contenido ó connotación, como vemos sucede con los con
ceptos hombrey anim al racional y ser immano\ y dos ó
más conceptos son diversos, si tienen diferente connota-
ció ó un número distinto de caracteres, como acontece
con los conceptos hombre, an im al y planUt.
L o s conceptos diversos pueden ser á su vez compati
bles é incompatibles entre sí, según sean sus notas compa
tibles ó excluyentes; así los conceptos de líquido y de
dulce^ no obstante tener sus notas diferentes, son, sin
embargo, compatibles, porque cabe que un liq u id o sea
dulce, puesto que las notas de ío líquido y de lo dulce no
se excluyen; pero no sucede asi con los conceptos de
liquido y gasecsOy que tienen notas excluyentes ú opues-
y por consiguiente son incompatibles.
La incompatibilidad ú oposición entre los conceptos
puede producirse de cuatro m aneras, á saber: por contra
diccióny por privación y por contrariedad y por relativida d
entre ellos.
La oposición contradictoria de los conceptos es, en
realidad de v*erdad, la única incompatibilidad radical de las
cuatro clases que hemos distinguido, puesto que en ella los
dos términos de la contradicción, para que s6a tal, no han
de tener nada común entre si, el uno es el ser^ el otro es
la nada, el uno la luz y e) otro las tinieblas; por consi
guiente, sólo se puede decir que dos conceptos son contra*
dictoríns cuando el uno es precisamente la negación del
_ 7
r ^
c
otro» como pasa con los conceptos just& y no justo, m oral
y no m oral, ser y no ser.
L a privación consiste en la carencia de una perfección
que corresponde á un sujeto según su naturaleza ( l) ; as(,
por ejem plo, la sordo-mudez en el hombre. N o es> por
tanto> la privacidn sinónima de negación ó ausencia de
una propiedad de un ser á quien no le corresponde por su
naturaleza; en la idea de privación se sobreentiende la po-
sición ó estado de un sujeto hecho para tener aquello de
que se díce que se halla privado', en consecuencia, entre la
posesión de una perfección por un sujeto de naturaleza
adecuada y la privación de esta misma perfección, existe
una oposición p riva tiva .
E n ia oposición por contrariedad los conceptos con
trarios pertenecen á un género común y forman los dos
puntos extrem os de una serie de elementos reunidos bajo
un mismo género. Supongam os, por ejemplo, que dispo
nemos mentalmente todos los grados de temperatura en
una serie, la escala dcl termómetro; pues bien, en esa
serie el frío y el calor son los dos extrem os contrarios.
He aqui por qué decimos que existe oposición contraria
entre cosas que no pueden coexistir en un mismo sujeto,
tal como la salad y la enfermedad, la bondad y la
maldad.
P o r último, cuando entre dos conceptos h a y cierta
contraposición ó aproximamíento, se verifica el cuarto
modo de la oposición llamada oposición de correlación,
que es la forma más m itigada de la incompatibilidad entre
los conceptos diversos; sírvanos de ejemplo la relación
entre los conceptos de p a d re é hijo y la de cognoscente y
cogHùsciâle.
X I.—V a lo r ló g ic o d e lo s c o n c e p t o s .—Desde el
punto de vista lógico, el concepto resulta que es un ele
mento del juicio con el carácter particular de desempeñar
(1 ) V é ftse o o e s t r a M ftú p tU c , 3 .* e d ic ió n , to m o I , p á g . ) 6 l .
* €0 Us proposiciones que expresan á los juicios las fun
ciones de sujeto y de predicado, puesto que el objeto pen
sado que se enuncia de otro objeto y el objeto pensado
del cual se enuncia 6 dice el primero> son los dos concep
tos que entran en el juicio.
E l concepto, que es vago é indeñnído en cuanto á los
límites de su comprensibilidad objetiva y universal en
cuanto á su subjetividad 6 modo de ser en la inteligencia
que lo forma, no es ni puede ser considerádo aisladamente
como verdadero 6 com o falso, dado qtte el sujeto cognos*
cente, al mismo tiempo que ha formado el concepto, no
ha podido compararlo con lo realidad que representa en
nuestra mente, y , por consiguiente, ver si conforma 6 no
con la realidad conocida, lo cual se consigue obtener
cuando se realiza la operación juicio, puesto que sólo en
tonces e) sujeto cognoscente puede ver en relación la ma
nifestación presente al espíritu y la cognoscibilidad del
objeto hecha presente, y comparando decir si existe con
formidad ó no, y en consecuencia, sí hay verdad ó false
dad en lo aprehendido ó conocido.
Así, pues, si bien es verdad que el concepto en si
mismo y como manifestación en unidad del objeto cog
noscible, no se puede decir ni verdadero ni falso, como
elemento del juicio y por las funciones que desempeña
en las proposiciones, que son la expresión del juicio, po
demos afirm ar que es el antecedente lógico y necesario del
juicio, puesto que sin que se entiendan y aprehendan los
términos que ha de enlazar el'juicio, éste es imposible, y
como sin juicio y sin raciocinio sería imposible no sólo ia
ciencia sino también sabernos como seres cognoscentes,
he aquí cuán grande es para ia Lógica el valor de los con
ceptos y cuánto le importa el estudio de su naturaleza.
... lo o —
C A P ÍT U L O V I
La»
ARTÍCCTLO I
SUBSTANCIA
ANTONIO
lll.-* 8 e n tld o s en q u d p u e d e n t o m a r s e l a s c a t e -
g o r í a s .—En el fondo las categorías no son otra cosa que
conceptos representantes de lo cognoscible de las variar
clases de seres 6 realidades que constituyen el mundo
ñnlto tomado en su más amplía signíñcación; por coosc*
cuencla, las categorías son conceptos que corresponden á
divisiones del ser real actual fínito, existiendo en todas las
categorías algo en que convienen y algo en que se dife
rencian; convienen entre sí porque toda categoría es con
cepto de alguna realidad existente fuera de nuestra mente,
de un algo ó cosa; se diferencian porque, al mismo tiempo
que son lo anterior^ toda categoría signiñca y representa
un ptodo de s€T especial. L a cantidad y cualidad» por ejem
plo» convienen en que son conceptos de realidades exis
tentes actualmente en las cosas, pero se diferencian en
que expresan modos de ser m uy distintos.
L a s categorías» por tanto, pueden tom arse en dos sen
tidos, que conforman perfectam ente con Jo dicho; así» 6
bien se entiende por tal el género supremo de una clase de
terminada de conceptos, 6 bien la serle de géneros y es*
pecies que se contienen y colocan bajo un género supremo.
E l primer sentido coincide con la definición que hemos
dado de las mismas; el segundo conforma con la defini«
ción que daban los escolásticos cuando decían que cate
gorías eran series de generas y especies contenidas bajo un
género supremo.
IV .•^ F u n d a m e n to d e la e c a t e g o r í a s .^ L a s catego
rías, según la definición que de las mismas hemos adoptado,
entrañan unidad y multiplicidad, puesto que forman un
compuesto ordenado y sistematizado» en el cual» cada c a
tegoría incluye y representa un modo especial de ser» esto
es» una determinación del ser común» tom ado en su más
general abstracción, objeto de ia Metafísica general; por
consiguiente, el principio de las categorías no puede ser
otro que el ser metafísico» pues las categorías no pueden
ser otra cosa que conceptos genéricos de las determ ina
ciones del ser tomado en toda su extensión. L a s categorías
no son, por tanto» meras nociones intelectuales sin funda-
monto niguno en la realidad, sino conceptos universales
que expresan determinaciones del ser que tiene su exis*
tencia fuera de la mente que tales conceptos forma en
vista de la realidad del ser hecha presente en la relación
cognoscitiva.
K an t y Rostnini, si bien derivan las categorías del ser^
lo hacen en cuanto éste sirve para expresar las formas
generales del juicio y las relaciones posibles del predicado
con el sujeto; es decir, que estos autores derivan las cate*
gorías del ser que verifica y expresa las formas del juicio
y las relaciones posibles entre sujeto y predicado, que es
un ser de razón, mas no del ser real, com o hemos dicho y
probado nosotros. H egel también admite com o principio
de las catagorías el ser; pero como este filósofo ídentifíca
el ser y la idea de nuestra mente, resulta que para Hegel,
el verdadero fundamento de las categorías es la idea-ser,
que es al mismo tiempo realidad é idealidad, objeto y su*
jeto* ser y no ser. Gioberti dice que D io se s el fundamento
y principio de las categorías, siendo £ l la primera de ellas,
puesto que PA es el que crea fuera de sí á las categorías
segundas. P ara Aristóteles, San A gustín, A lb erto Magno,
San to Tom ás y la m ayor p arte de la escolástica, el i$er que
sirve de fundamento y principio de las categorías es el ser
real, el ser que se realiza y actúa en (as cosas fìnitas.
V .—C a r á c t e r c o n q u e e s tu d ia l a L ó g ic a l a s c a t e
g o r ía s .—S i las categorías no son en su fondo más que
conceptos de las varias clases de seres que constituyen el
mundo ñnito, según hemos manifestado oportunamente,
parece lo natural que fuesen estudiadas por la M etafísica,
mas no por la Lógica; y en efecto, la M etafísica discute
las categorías en su realidad objetiva, esto es, las exam ina
p or parte de su esencia, atributos, propiedades y relacio
nes, mas según son en las cosas y según las ofrece la natu
raleza misma del ser.
A hora bien; si tenemos en cuenta que aquí estudiamos
la Lógica fundamental y que las clases de seres á que se
reíieren las categorías son los objetos que dan ocasión á
que la actividad cognoscente forme los conceptos, (os jui
cios y raciocinios por medio de los cuales el hombre llega
á conocer con verdad y certeza, y por consiguiente á
construir la ciencia, no debe extrañarnos que aquí se estu
dien las categorías, mas no al modo con que lo hace la
Metailsica, considerando el ser segün se da en las cosas,
sino considerando ese mismo ser de las cosas según es
aprehendido por nuestra facultad cognoscente, esto es, aquí
estudiaremos las categorías com o nociones generales y
abstractas formadas por nuestra inteligencia y sujetas á
una determinada clasificación que nos da el m aterial p ró
ximo para lo8 juicios y el rem oto para los raciocinios.
V I.—In v e s tig a c ió n d e c u á le s s e a n i a s c a t e g o r ía s .
—Todo lo que es susceptible de ser pensado por nuestra
actividad cognoscente, lo es á título de sujete 6 de a tri-
(míe, por tanto podem os decir que el sujeto y el atributo
forman dos conceptos que abrazan dos grandes clases 6
categorías que representan todos los objetos del pensa
miento, por c u y a razón decimos que estas son las dos
primeras categorías.
En efecto, en el pensamiento humano cabe distinguir
dos conceptos fundamentales: el uno representa aquello á
que conviene Ío que se dice de las cosas, el atributo, y es
el sujeto; el otro es el atributo mismo ó lo que se dice de
las cosas. E n el mismo A ristóteles vemos que un sujeto,
en cuanto es susceptible de atribuciones, y un atributo,
en cuanto puede decirse de un sujeto, se llaman cate
gorías.
E l sujeto puede ser, y a una cosa individual, y a una
cosa concebida como realizable en una multitud indeñni-
da de tipos individuales; pero la cosa individual no puede
ser más que sujeto, porque lo que es individual es porque
subsiste en sí como en su sujeto y , por consiguiente, no
necesita estar adherido & otro, y lo que no necesita estar
adherido á otro se llama substancia; he aquí, pues, la
razón de que se le llame substancia in divid u al, en cambio
lo concebido como universal,especie 6 género, puede ser:
6 sujeto 6 atributo, y por esU razón se le lUm a sítbstan-
fia abstracta 6 universal. L a substancia individual se Dama
también substancia prim era y la substancia abstracta ó
universal es llamada substancia segunda.
Los atributos que se dicen 6 predican del sujeto le
pueden pertenecer de una manera absoluta 6 de una ma*
ñera relativa, es decir, independientemente de alguna otra
co&a ó dependiendo de una relación que el sujeto tenga con
otros seres. L o s atributos que convienen á un sujeto visto
en si mismo, esto es, de una manera absoluta, pueden ser:
determinaciones de cantidad, que siguen á la m ateria del
sujeto; de cualidad, que siguen á la forma de ia 8ub$tan>
cia; de lugar y tiempo, que denominan á la substancia
como medida extrínseca; de acción y de pasión, que de
nominan al sujeto por el efecto que produce ó por la causa
agente que en él produce la acción; y ñnalmente, deter*
m¡naciónes de situación y estado, comprendiendo bajo
este término el estado activo y el pasivo del sujeto. Los
atributos que se predican relativam ente de la substancia
6on los que indican algo que está en el sujeto diciendo re
ferencia á otra cosa, como cuando decimos: A lejandro fu é
h ijo de F ilip c , todos los cuales entran en la categoría de
relación.
Dedúcese, pues, de todo lo anteriorm ente dicho que
las categorías se reducen á las siguientes:
1.^ La substancia, que es lo que expresam os con los
conceptos hombre, m ineral, planta^ Antonio~
2.* L a cantidad que es lo que significamos
cuando medimos á la substancia m aterial: ejemplo, me&a
de siete palm os.
3 / L a relación (sf»« “C), que expresa todos los atribu'
tos relativos y el respecto ó referencia á otra cosa, como
lo cognoscible respecto al cognoscente.
4.* L a cualidad (zoióv), que es la que damos á entender
cuando decimos: rostro moreno, manos blancas.
w
n
prende á si mismo; de donde resultan las categorías de
re loción ^ hábito 6 dirección y de contención ó capacidad
de recibir en sí mismo ío que es; así como de !a unión de
la relación y contención resulta la tercera categoría de (a
form a, ó sea la a rm ó la de la form a.
L a existencia, según K rau se, resulta de la posición de
U esencia, viniendo á ser la forma de la esencia, ó lo que
es lo mismo, la existencia es la esencia puesta. exis*
tencia es una, como lo es la forma, bajo cu ya unidad se
dan la identidttd de la existenciay la totalidad de la exis-
tencia y la arm enia de la existencia, que son las tres cate
gorías de la existencia.
Considerando el contenido del ser, ó sea la antitesis,
admite como categorías la determinación y exclusión, la
identidad y diferencia, la unidad y m ultiplicidad, la afir-
maciÓH y negación, lo in terio r y exterior, e l lim ite y la
magnitud, t\ p rin cip io y el fin , la condición y e l complemen-
to; cuyas categorías, como se v e á primera vista, resultan
de considerar al ser según su contenido de partes opues
tas entre las que supone oposición de contradicción y , en
efecto, no sólo admite Krause las anteriores categorías
de la antítesis, sino que también deduce otras de conside
rar al ser en oposición consigo mismo, puesto que admite
hecho de que en todo ser existen dos atributos opuestos:
el uno se refiere á los fenómenos pasajeros y el otro á la
esencia permanente; las catagorías que con respecto á este
aspecto de la antítesis admite, son: el ser y no ser, la ittmu-
tabilidad y el cambio, la eternidad y el tietnpo, potencia
y la actualidad^ la acción y la reacción, la fu erza y la ten
dencia, el fin y e l m edio, el bien y el m al, que, según él,
expresan la evolución interior ó relación del ser con los
fenómenos que realizan su esencia.
E n la tercera fase del ser, ó sea la síntesis, en lo que
el ser se relaciona con las partes de que consta no h a y y a
o/osición, sino superioridad dei todo á las partes ó trans
cendencia, y por consiguiente relación de subordinación
de Ids partc$ al todo. L a s categorías que K rau sc admite
consiguientes á esta relación son: superioridad € in ferio ri
dad^ continente y contenido, todo y partes, semejanza y con
traste yp rin cip io y consecuencia^ causa y efecto, ley y ke-
cko, relación de iodo con todo, organism o, plenitud^ perfec
ción y belleza, cu yas cinco últimas dice que pertenecen al
todo y a constituido« como todo y como partes.
H e aquí expuesto á grandes rasgos, cuanto de esencial
encierra la teoría de las categorías expuesta por Krausc.
^'Puede admitirse? A n tes de contestar á la pregunta reñe*
xionemos acerca de cuái es el verdadero papel de las cate*
gorías en !a obra del conocimiento humano, y luego vea*
mos si las categorías que acabam os de consignar cumplen
esta misión.
E l oíicio que> según nuestra opinión, debe reportar .*)!
hombre la L ógica, es ordenar las representaciones que de
!a cognoscibilidad de las cosas reales tiene nuestra facul*
tad cognoscente, y aun si puede i las mismas cosas, para
que haya entre ellas aquel orden según el cual pueda
nuestra inteligencia referir unas á otras y llegar á cono*
cer su naturaleza por medio de la definición y la división,
fín con el que precisamente inventó las categorías el ñló-
sofo de Estagira» como añrm a su traductor Saint*Hilaire.
L as categorías de K rau se no satisfacen esta exigencia
de la lógica: primero, porque no se fundan en el ser real
significado por Jas palabras, y en cambio de construye todo
un sistem a, tomando como base un $er ideal, como hicieron
K an t y H egel; segundo, porque no distribuye los géne
ros y especies de los conceptos de las cosas bajo las
supremos géneros en que están contenidos, según nos in*
dican lo s modos de ser del ser real, y en cam bio se
construye un sistema de categorías sobre cada cosa en
particular, aun cuando carezca de ser real» com o lo es la
antítesis ó contradicción en el contenido del ser, por ejem*
pío; tercero, porque las categorías no dividen el concepto
d e ser según que sea expresión de la esencia, de la form a
— 113 —
d i ¡a esencia y de la existencia, corno se desprende de
este sistema, sino más bien, según el modo con que en
Ules géneros conviene á la cosa el acto de existir. Cuarto^
porque la L ógica, como tenemos y a consignado» conside
ra las categorías com o conceptos generales reñejos, que,
como géneros supremos, se predican de las cosas confor*
me ai modo de ser conocido por nuestra facultad cognos
cente; así, en la categoría de cantidad la L ó g ica considera
la razón de género, que es puram ente lógica y Ja atribuye
á todas las cosas materiales que se colocan debajo de la
cantidad, como sujetas A peso, número y m edida. E n el
organismo categórico de K rau se ocurre precisamente lo
contrario, pues sus categorías son únicamente m etafísi'
cas y no se proponen más que el ser, sin cuidarse de poner
orden en los actos de la facultad cognoscente, que es lo
que incumbe á la L ógica. Finalm ente, en las categorías
lógicas no puede entrar el ser intinito, pues esto sería
tanto como hacerlo vario y comunicable, como lo son los
conceptos genéricos que se predican de sus inferiores, y
un inñnito de tal naturaleza es un absurdo, puesto que ó
no existe (lo que es una demencia no admitir), ó de existir
tiene que ser único y no puede estar en otro, ni como en
SQ sujeto ni formando parte de él, porque todo ello im**
plica límites; pues bien, K rau se incluye en sus categorías^
no sólo al ser universal, sino a) infinito. Luego contesta-
mos á la pregunta que nos hacíamos al principio de estas
reflexiones: que ías categorías krausinianas son inadmi
sibles.
X .—R e q u is ito s In d is p e n s a b le s p a r a q u e u n a c o s a
p u e d a s e r c o lo c a d a en a lg u n a d e la s c a t e g o r ía s .—
Para que una cosa pueda ser colocada en alguna de las
categorías que hemos admitido y que examinaremos en
el artículo siguiente, se necesitan los requisitos siguientes*.
I * Que sea algo real y no un ser de razón. 2.° Que la
cosa sea finita, pues el S er infinito no se puede predicar
de cosa alguna, porque es el puro ser, fuente de todo ser
y en maaera alguna en él se dan modos de ser ni ordena-
cidn 6 subordinación á otros seres. 3.^ Que sea una ó que
tonga una sola esencia, porque cada predicamento no se
puede hacer más que en un sentido; así los conceptos
accidentâtes médico^ orador no pueden entrar en una cate
goría com o predicamentos, pues expresan, el prim ero ai
sujeto que posee la ciencia de la m edicina y la ciencia de
la medicina; el segundo a! sujeto que posee la oratoria y
el arte oratorio, y ninguno se puede predicar de otro
sujeto en concepto de género, que es lo que seria nccesa*
rio para poder entrar en las categorías. 4.^ Que la cosa
sea com pleta y no parte suya, como planta, hombre, ani
mal, etc.; porque si es una parte sólo puede ser predica-
mento de su todo y la categoría se predica de sus infe
riores. Por último, el 5.® requisito es que sólo puede po
nerse en categoría aquello que sea género ó especie, en
razón á que las categorías son conceptos generales que,
com o géneros supremos, se predican de algún su¡eto, y
por consiguiente, son una serie ó coordinación de especies
debajo de un primer género; por ^eso se colocan directa
mente en su respectiva categoría todas aquellas cosas que
están debajo de género, mientras que las diferencias espe
cíficas sólo entran en atribución categórica de un modo
indirecto, y eso en cuanto dividen los géneros y son las
que con los géneros constituyen las especies. L o s concep
tos equívocos, ó de dos sentidos, y tos análogos, como
quiera que no tienen razón de género ni de especie, no
pueden tam poco entrar en ninguna categoría.
X I .—U tilid ad d e l e s tu d io d e l a s c a t e g o r ía s en la
L ó g ic a .—L o s conceptos que intervienen en nuestros pensa
mientos aparecen á prim era vista innumerables, mezclados
y arrojados en el espíritu, m erced, muchas veces, á la ca*
sualidad de las circunstancias que nos presentan á su objeto
en la naturaleza; im porta, pues, á la facultad cognoscente
poner orden en ese caos, si es que ha de conocer más
allá del concepto conglobado de las cosas, y si es que ha
m m m .
A R T Í C U L O XI
E x a m e n d e c a d a u n a d e la a c a t« ffo r la e .
r —L a c a t e g o r ía d e s u b s t a n c ia ; s u n o c ió n .—La
substancia, segün su etimología sub y estáte es lo que está
debajo de algo. Considerada com o concepto universal que
se refiere á uno de los modos de ser el ser> puede decirse
que es la idea de ser existiendo en sí; es decir, que el con*
cepto de substancia expresa para nuestra inteligencia el
laoáo de ser una cosa sin estar adherida á otra, como si
fuera su sujeto; luego y a que no podamos definirla en ra
zón á que no está contenida en un género supremo, pues
to que ella lo es, daremos su noción, teniendo en cuenta
carácter que la distingue, y diremos que es substancia
«todo aquello que existe de tal modo que no necesita
^ t a r adherido á otro, com o si fuera su sujeto ( l ) , conte
niendo implícitamente á sus inferiores los géneros y espe
cies que la están subordinados».
Decimos en la noción de la substancia que contiene
— 12 3 —
idéntica, un algo semejante sin aquello á que se asemeja,
y tampoco que conozcamos estas relaciones sin conocer
los términos entre quienes se dan.
X I.—L a cu & lld ad ; s u c o n c e p t o .—L a cualidad modi
fica como accidente á !a substancia por parte de ia for*
ma, al contrario de la cantidad» que la modiñca por parte
de la m ateria; por esta causa la cualidad se encuentra no
sólo en las substancias m ateriales, sino que también en las
espirituales.
S i pensamos en un hombre precisamente en cuanto es
una substancia, independientemente de su naturaleza, po
demos considerarlo como capaz de tener herm osura, de
formidades, salud y enfermedades, cualidades todas que
modiñcan i su substancia en si misma, puesto que la dan,
siquiera sea momentáneamente, determinados estados que
antes no tenia;tam bién podemos co n sid erará ese hombre
teniendo ciencia 6 ignorancia, virtudes 6 vicios, en cuyo
caso vem os que estas cualidades modifican á su substan
cia porque alteran ó cambian sus operaciones; luego po
demos deñnir la cualidad diciendo que es t i accidente
que ntodificct d la substancia en s i misma ó en sus opC’
raciones, disponiéndola y determ inándola de un nuevo
modo (i).
Decimos en la definición que es e l accidente que rnodi-
fica á la substancia en s í misma ó en sus operacionesy por*
que sólo lo que modifique á la substancia 6 á sus opera
ciones es cualidad, no 2o que intrínseca 6 extrínseca*
mente la relacione co^i otra substancia, la mida 6 la
sitúe. Y agregamos: disponiéndola y determinándola de un
nuevo modoy porque realmente es el accidente que afecta
á la naturaleza misma de la substancia y la da algún nue
vo modo de ser como tal substancia 6 sujeto de acciden-
C A PÍT U I-O V il
L a* p rM iic ab lM á 6«t«gQ r#m as.
C A P ÍT U L O V III
L o* lé rm ln o s .
C A P ÍT U L O IX
E l Juicio .
L a p ro p M fe lé n .
J.—¿E n q u é c o n s is t e la p r o p o s ic ió n ? —L a propo>
si ción se define generalmente diciendo que es ¡a expresión
de un ju ic io , mas en realidad, la proposición es altamente
enunciativa y , por consiguiente» para nosotros consiste
ttí la palabra ó reunión de palabras que atribuye ó enuncia
una cosa de otra. E ste parece ser el sentido de Aristóteles
cuando dice que la proposición es una oración enuncia-
tiva, pues enunciar es alirm ar ó negar alguna cosa de otra.
Decimos en la definición de la proposición que enuncia
y no que significa^ porque todo nombre significa algo,
mas no todo nombre enuncia alguna cosa; un imperativo
signiíica algo» pero no enuncia; una plegaria significa algo
indudablemente, pero no enuncia; puesto que ni el nom-
bre por si solo» ni el im perativo, ni la plegaria afirman ni
niegan una cosa de otra; asi, cuando decimos: VeU^ signifi
camos un mandato, pero no enunciamos ó atribuimos una
cosa» como si decimos: ¡Ok^ cielos! suplicamos, pero no
afirmamos ó negamos una cosa.
L a proposición, teniendo en cuenta que todo juicio ha
t II
de ser nccesariàmente verdadero 6 falso» según la relación
afirmada corno existente sea 6 no real, cabe definirla
también diciendo que es «una oración que expresa una
verdad ó un error*.
U.—e le m e n to s d e la p r o p o s ic ió n .« T o d a proposi
ción, considerada en relación con e! juicio interno de 2a
mente, de que es expresión articulada externa, consta de
dos extrem os ó elementos, llamados términos, y de una
palabra que expresa la relación entre los términos. E l
término del cual se enuncia algo, se llama su jííc; el que
indica lo afirm ado ó negado del sujeto, tom a el nombre
de predicado y y el verbo que enuncia el algo del sujeto,
recibe en L ó g ica la denominación especial de cópula; así,
en la proposición la virtud és wt hÁbitc, el término virtu d
es el sujeto, el término hábito el predicado y el v*erbo es
ia cópula. N o siempre, sin em bargo, van expresos los tér*
minos indicados, puesto que en algunas proposiciones el
predicado va incluido en el verbo, y entonces recibe éste
el nombre de %>erbo airibidivo, tal como se ve en la p rop o
sición Antonio vacila.
Ili.— C la s ific a c ió n d e l a s p r e p o s ic io n e s p o r su
c o m p le jid a d .— L a prim era distinción que cabe hacer en
las proposiciones es desde el punto de vista de su comple
jidad, y teniendo en cuenta ésta, podemos considerar dos
grandes grupos, que son el de las sim ples y e! de las
compuestas. Proposiciones simples son aquellas que contie
nen una sola vez el sujeto y la atribución, y compuestas Ó
complejas las que contienen en sí varias proposiciones
diferentes unidas las unas á las otras.
iV .—B a s e s d e c la s ific a c ió n d e la s p r o p o s ic io
n e s ió g :lc a s s im p le s .—En la proposición lógica simple,
podemos considerar cuatro cosas: la m atíria, 6 sea el
modo de relación entre los término? predicado y sujeto:
la m odalidad, que se refiere i la cópula ó modo de enun
ciar el atributo con referencia al sujeto| la cantidad^ que
se refiere a¡ sujeto de la proposición; y 2a cu alid ad ó re-
r
(ación que la prc»posicÍón guarda con la realidad obje
tiva, y la conveniencia 6 desconveniencia del predicado
con el sujeto. D e modo que podemos distinguir cuatro
bases de clasiñcacidn de las proposiciones lógicassim -
ples« á saber: ia m ateria, la modalidad, la cantidad y la
cualidad de las mismas.
V .—C la s ific a c ió n d e l a s p r o p o s ic io n e s te n ie n d o
en c u e n ta s u m a te r ia .—Entendem os aquí por m ateria
el lazo de dependencia que existe anteriorm ente á la enun^
ciación del juicio entre el objeto designado por el predi*
c a d r y el objeto que significa el sujeto. E sta m ateria 6
relación puede ser necesaria 6 contingfttíe y posible 6 im^
posible; de aqui que clasiñquetnos las proposiciones en
necesarias, contingentes, posibles é imposibles. U na pro>
posición es necesaria si el predicado conviene al sujeto de
una manera esencial 6 no puede convenirle de otra manera
que como le conviene, tal como en las proposiciones e l
hombre es racional, e l orden de factores no altera elproduc
to, e l todo es m ayor que la parte. L a proposición es contin-
gente si el término que hace de predicado conviene ó re
pugna al sujeto de un modo contingente, es decir, cuando
la relación existente entre predicado y sujeto puede ser
ó no ser; tal vemos sucede en las siguientes proposiciones:
e l hombre es sabio, e l so l calienia la piedra\ el conoci
miento de la verdad de estas proposiciones está subordi
nado á .una prueba de hecho, á una investigación por vía
de observación ó. de experiencia. L a proposición posible
ti el predicado no conviene actualmente al sujeto, pero
no envuelve imposibilidad su conveniencia considerada
en absoluto, v . g r., todo hombre es blanco. L a proposición
es im posible cuando el predicado repugna absolutamente
al sujeto, hasta el punto de que In relación, desde el punto
de vista que se predica, es irrealizable, como en la pro
posición e l hombre es m ineral.
V I .- 'C la s if ic a c ió n q u e h a c e K a n t d e l a s p r o p o s i
c io n e s a te n d ie n d o á s u m a t e r i a .- K a n t clasíñc(Ti las
proposiciones, que nosotros hemos llam ado necesarias /
contingentes, en am U ticas y sintéticas y siendo las prime
ras aquellas en que el predicado está contenido en la
esencia del sujeto de manera que el espíritu puede sepa-
rarlo por un simple análisis, y son sintéticas todas las de-
más que no reúnen las condiciones de las anteriores (1).
G ran parte de los filósofos modernos han seguido esta
clasificación en los juicios, y como el juicio analítico es
tenido por idéntico en el fondo á la proposición de mate-
ria necesaria, se ha llegado casi universalmente á no mi
ra r como necesarias mas que las proposiciones en las
cuales el atributo puede ser sacado por la vía de la des
com posición ó el análisis de la esencia del sujeto, resul
tando, en consecuencia, que una proposición que no reúna
estas condiciones no podrá ser eregída en afirmación ver
dadera universalmente para todos y en todo tiempo.
A h o ra bien; K an t mismo no tiene inconveniente
alguno en manífestnr que la m ayor parte de las proposi*
clones fundamentales de las ciencias matemáticas y meta
físicas, no son analíticas según su sentido, sino sintéticas,
ta! como las proposiciones: L a ¿inca rccta es más corta
que toda otra litua\ todo lo que lle g a á e x istir exige una
causa: fórmula que da ai principio de causalidad; por donde
vem os que precisa reducirse á esta alternativa, ó discutir
y establecer los caracteres de necesidad y universalidad
d e la cicncia fuera de los límites de la observación, como
dice el positivismo; ó mantener estos caracteres como son.
i
Proposición discretiva 6 a d virsa tiva es la que encierra
varios juicios diferentes separados por una partícula ad
versativa, tal com o, sin embargo^ piro^ ntds', v . g r.: el
sabio no es rico en metálico, pero lo es en ciencia. L a ver>
dad de esta proposición depende de la verdad de las sim>
pies y de la oposición que entre ellas pongamos.
X il,—P r o p o s ic io n e s c o m p u e s t a s a n c u a n to al
s e n tid o , au n c u a n d o a p a r e z c a n c o m o s im p le s en
s u e x p r e s ió n g r a m a t ic a l.—^Entre las proposiciones que
p or su sentido son compuestas y por su expresión grama
tical aparecen como simples, podemos citar cuatro clases,
á saber: las exclusivas^ las exceptivas^ (as campara i ivcts y
las d is i Uvas.
I.^s proposiciones que enuncian que un atributo no
conviene más que á un solo sujeto, se llaman exclusivast
porque excluyen del sujeto á otros; así, la proposición; sólo
D ios es amable p o r s i mismo, encierra esta otra: no existe
más que Dios que sea amable por si mismo.
L as proposiciones que añrman ó niegan alguna cosa
incluyendo excepción, se llaman exceptivas^ porque siem-
pre las acompaña la excepción de algún inferior de este
sujetoj tal vemos en ia proposición: todos los justos, ex
cepto D ios, pueden caer alguna vez; Uonde está compren
dida ésta: Dios no puede dejar de ser justo.
Se llaman proposiciones comparativas^ las que enun*
cian la conveniencia ó deeconvenieacia comparando en
sentido de más ó menos, v . gr.: la sabiduría vale más que
las riquezas; el mayor de los males es ofender á Dios.
P o r último, proposiciones desitivas son todas aquellas
que enuncian que una cosa ha comentado á ser ó dejado
de ser tal cosa; por ejemplo: el mundo comenzó ha miles
de años; el mundo acabará dentro de miles de años; pues
am bas encierran en reaüdad dos juicios.
E stas cUatro clases de proposiciones serán verdaderas
si lo son los juicios que encierra su doble sentido; por eso
no se debe contestar si ó no á las cuestiones que se nos
I I . .1. M I I
ARTÍCULO II
L a i p r o p o s ic ió n « « # n r e la c ió n .
1.—R e la c io n e s q u e p u e d e n e s t a b l e c e r s e en tre
la s p ro p o sic io n e s.-^ A S com parar unas con otras las
proposiciones, puede suceder, ó que tengan el mismo sen
tido y valo r lógico, ó que afirm en y nieguen respectiva
mente una misma cosa desde el mismo punto de vista, ó
bien, por último, que, com parados su sujeto y predicado,
tengan ambos la misma extensión y comprensión. E n el
primer caso, habrá entre ellas relación de equivalencia y
Us proposiciones serán equivalentes; en el segundo exis
tirá entre ambas oposición y Ids proposiciones tttitioptu s-
tas\ y en el tercero podrá convertirse el predicado en
sujeto y éste en predicado, y tendremos que las proposi
ciones serán coftwrtibUs.
l l.^ V a lo r ló g ic o d ei p r e d ic a d o en ia s p r o p o s ic io
n e s a f ir m a t iv a s y n e g a t iv a s .—P ara poder aprender
con provecho la equivalencia, oposición y conversión de las
proposiciones, conviene que antes averigüem os el valor ló
gico dei predicado de Jas proposiciones afirm ativas y ne*
gativas en compafaci<5n.
L a comprensión y la extensión del predicado están en
una proposición afirm ativa en razón inversa de la que tie-
nen en una negativa; así> en la proposición añrm ativa el
predicado es tomado según toda su comprensión y sólo
en una parte de su extensión; por el contrario» en la pro*
posición negativa el predicado se tom a según toda su ex
tensión y sólo en parte de su comprensión. E n eí ejemplo
e l cerollo es un veriebrado, digo que el caballo tiene todas
las notas comprendidas en la idea de vertebrado, las con*
sideremos colectiva ó distributivam ente, pero de ninguna
manera añrmo que el caballo sea el único vertebrado; por
el contrario, si digo e l pesno es m am ífero y expreso por una
parte que no h a y pez alguno que pueda colocarse entre
los mamíferos; de modo que tomo toda la extensión del
predicado, del cual excluyo en absoluto á los peoes, pero
al mismo tiempo no niego que pueda tener algunas de las
notas que tienen los mamíferos, como, por ejemplo» la ani-
malidad, el movimiento, etc.
Respecto de las proposiciones afirm ativas y negativas»
conviene también advertir que los lógicos las representan
teniendo en cuenta su cantidad de universales y particu'
lares y su cualidad de añrrnativas y negativas, mediante
las letras A , £» I, O, que se recuerdan fácilmente con los
versos siguientes;
Á seritA , negat B , sed universalittr ambo;
A serit I, negat O, std p a riicu la riter ambo.
w
A
Todo boa* K ÍB ^n bom*
bit ee C O N T R A R IA S brc tt
okorul. Monal.
O. ^
(/> Vi
< G
z K W
K >
U r
H D IC H
h) w
< a?
D
z>
Vi w
I O
IV .- -R e q u is it o s q u e s e d e b e n t e n e r e n c u e n ta
p a r a c o n o c e r la v e r d a d ó fa is e d a d d e l a s propoal'*
c lo n e s o p u e s ta s .—A l considerar el valor de las propo
siciones dadas en relación de oposición, debemos tener en
cuenta las condiciones siguientes: 1.^ Las proposiciones
contradictorias, consideradas en conjunto, no son verda
deras ni falsas; pero consideradas separadamente, resulta
que si la una es verdadera, la otra es falsa; si la una es
falsa, la otra es v'erdadera; en consideración á que la una
es la negación de la otra, no sólo de (a cualidad, sino tam
bién de la cantidad; de aquí que de U verdad de la una
legítiniamente se in fera la falsedad de la o tra, y do la fal
sedad de una pueda inferirse la verdad de la otra, pues
realmente no se da término medio posible entre las con*
tradictorias; así, 6 todo hombre es mortal ó algún hombre
no es m ortal; ó bien <ningún hombre es m ortal», ó bien
«algún hombre es mortal».
E n las proposiciones singulares ó Individuales, la con-
tradicción y la contrariedad son una misma cosa, tal como
se v e en Antonio está ctqui, Antonio no está aqu i. Lo mismo
acontece cuando se trata de una le y general que depende
de un solo acontecimiento, como en las leye s de causali*
dad; pues un solo hecho bien observado basta para probar
una relación de causa á efecto; asi, si se descubre un me
tal nuevo y se logra su fusión á un determinado grado de
temperatura, se puede afirm ar de una manera general que
la fusión del metal se conseguirá siempre á la misma tem
peratura, y claro es, que aquí la contrariedad y la contra-
dicción son la misma cosa. E l metal se funde ó no se íunde
á la misma tem peratura, porque la uniformidad de la natu«
raleza prohíbe toda suposición intermediaría, como, por
ejemplo, que ciertas partes de un mismo metal entren en
fusión á tal temperatura y las otras no.
L a oposición de contradicción ofrece también la ven*
taja lógica de substituir una universal que se niega por
una particular. Ejem plo: si no es cierto que todos los
hombres son justos» lo es que algunos hombres no son
justos; y ^ no es verdad que ningún hombre es justo, lo es
que algunos hombres son justos.
2^ A l considerar el valor de las proporciones con
trarias» puede sentarse la ley general siguiente: L as con»
trarias lio pueden srr jam á s verdaderas en conju^Uo, mas
pueden ser fa lsa s ambas proposiciones. N o pueden ser ver
daderas las dos proposiciones contrarias á la vez, porque
entonces )o serían las contraciictom Sf y y a hemos visto la
imposibilidad de que tal suceda; así, sí es verdad que todo
hombre es mortal, no puede serlo que ningún hombre es
m ortal, pues no Lo es que algún hombre no sea mortal.
Pero de que una proposición sea falsa no se deduce que
su contraria sea verdadera, pues la verdad puede encon
trarse en una proposición intermedia colocada á igual
distancia de ambos extrem os; p o r eso si digo: todos los
hombres son fabricantes, ningún hombre es fabricante,
ambas son falsas, pues caben entre am bas los extremos
igualmente distantes: algún hombre es fabricante, algún
hombre no es fabricante.
3,* L a s proposiciones subcmtrariasy dada su particula
ridad y no obstante su diferencia de cualidad, á la inversa
de las contra r í a s , ser ambas verdaderas^ mas nunca
ambas fa ls a s ; así, si es verdad que algún hombre no t i
sabio, y si es falso que algún hombre es inmortal en
cuanto al cuerpo, no lo es que algún hombre no es inmor
tal en cuanto al cuerpo. E n las proposiciones subcontra-
rias se debe tener en cuenta que del hecho de que una de
ellas sea falsa se deduce legítimamente que la otra es ver
dadera; pero del hecho de que ia una sea verdadera no se
deduce en manera alguna que la otra sea falsa ó verda-
dera.
L as proposiciones subcontrarias en realidad sólo tie>
nen entre sí una oposición Imper feotísima, hasta el punto
de que en realidad no existe entre ellas otra oposición que
en la cualidad de ambas; que la una es añrm ativa mientras
Ja otra es negativa, y la prueba de lo que decimos la tcne*
mos en que caben térm inos medios entre ambas proposi
ciones si atendemos á su sentido, y esta es la razón de
que ambas puedan ser verdaderas.
V .—R e q u is ito s p a r a c o n o c e r la v e r d a d ó fai**
s e d a d d e la s p r o p o s ic io n e s s u b a lt e r n a s ó a u b o r-
d in a d a s .—I ^ s proposiciones particulares 1 y O puestas
en relación con sus correspondientes universales A y £»
hemos visto Jejos de indicar oposición, expresaban
una verdadera subordinación) y que por esta razón se las
llama sabalUrnas^ esto es, que están incluidas en la exten-
síÓn de sus respectivas universales y , por tanto, han de
seguir su condición; así, pues, para v e r la verdad ó false
dad de las mismas, nos atendremos á las leyes siguientes:
L a verdad de la s proposiciones universales im plica y
ccntiefie la de sus subalternas correspondientes; pero w la
verdad de las subalternas contiene ni^ p o r consiguiente, im^
plica la de las universales respectivas; así, si es verdad que
todo cuerpo es pesado, maniñestamente también lo es que
algún cuerpo es pesado, pero de que un cuerpo es azul no
se infiere que todos Jos cuerpos son azules.
L a fa lsed a d de las proposiciones pa rticu la res subordi
nadas im plica la fa lsed a d de ¡a u n iversal suballernante;
pues si es falso que algún vegetal es inmortal seguramente,
también lo es qae todo veg etal es inmortal, en razón á
que la universal abarca en su extensión á la particular;
mas, por el contrario, la fa lsed a d de la u n iversal no con
tiene n i im plica la fa lsed ad de sus particulares subalternas^
porque si es falso que todo hombre es sabio, de ahí no se
sigue la imposibilidad de que algún hombre sea sabio.
D e lo anteriormente dicho se deduce: que hay casos
en los cuales son verdaderas las dos proposiciones subal
ternas, y otros en que ambas son falsas; que si la universal
es verdadera, la subalterna es verdadera; que si la univer-
sal es faJsa, la subalterna puede ser verdcra ó falsa; que si
la particular subalterna es falsa, su universal también lo es;
y que si la particular es verdadera, la universal puede ser
verdadera ó falsa.
L as anteriores leyes se infieren dei hecho de que
cuando el predicado es esencial, lo que se dice del todo
corresponde á las partes; mientras que si es accidental, éste
puede corresponder á una parte del todo sin que corres-
ponda á las demás, ó aJ conjunto com o tal, sin que por
eso necesariamente corresponda á cada una de sus partes.
\2
V t.—L a o p o s ic ió n e n tr e Ja s p r o p o s ic io n e s m o
r a l e s . —L a oposición entre las prcposicionea llamadas
problemáticas, ascrtóricas y apodicticas, de que hemos
hablado en el párrafo VIH del prim er artículo de este
capítulo, y que por algunos ñiósofos no es admitida, se
pone de m anifesto por el siguiente esquema:
h o a b r t e« HI b o n b r« K
ra e lo t u l. r M Í O f li l.
Crt
G
'i ?
I> IC
ra
z
>
w
ET h o n W e c * E l h o * e V e «»
qoe *M S U B C O N T R A R IA S
n« $*arMiowtl.
V II.— E q u iv a le n c ia d e la s p r o p o s i c i o n e s . L a s
• proposiciones son equivalentes siempre que sean idénticas
en su sentido y en su valor lógico, aun cuando diñeran en
su expresión; así, por ejemplo, vemos sucede con las pro*
posiciones: todo hombre es mortal; no hay hombre que
no sea mortal.
L as proposiciones se pueden hacer equivalentes por
m uy diferentes que sean entre sí. L as proposiciones que
son entre sí contradictorias se hacen equivalentes antepo«*
niendo una negación al sujeto de una de ellas; así, la pro*
posición todo hornee es sabio^ es contradictoria de esta
otra: algún hombre no es sabio; para hacerlas equivalentes,
t> a 9 ta a n t e p o n e r a l s u j e t o de l a p r im e r a la negación na y
decir: no kombrt es sabiox y queda e q u iv a le n te e n el
s e n t id o á la s e g u n d a .
Dos proposiciones universales que díñeren sólo en la
cualidad, se hacen equivalentes posponiendo la negación
al sujeto después de la cópula; ejemplo: todo hombre es
sabioy ningún hombre es sabio, se hacen equivalentes
•diciendo: fodc hombre es no sabio.
Para hacer que dos proposiciones subalternas sean
•equivalentes, hay necesidad de colocar la negación antes
y después del sujeto de una de ella; así, $i decimos todo
hombre es sabioy a lg ú n hombre es sabio, para hacerlas
equivalentes colocarem os una negación antes y después
del sujeto de la primera y dirá: KO todo hombre no es
sabio, que equivale á la segunda en su sentido.
L as proposiciones subcontrarias no admiten equiva
lencia, porque si se antepone la negación al sujeto se hace
equivalente á la contradictoria, y si se pospone resultará
idéntica en los términos y no equivalente á la o tra sub*
contraria.
L as reglas de la conversión se exponen compendia-
■das en el siguiente versículo:
P ra^ contradic: post contra: prae postque subalier.
L a c o n v e r s ió n , s u c o n c e p t o y m a n e r a s d e
lle v a r la á c a b o .—Dase el nombre de conversión en las
proposiciones á la mutación del sujeto en predicado y
del predicado en sujeto, conservando la verdad de la pro*
posición convertida, Ó bíen, com o dice Bossuet, en la
transposición de los dos términos de la proposición, con*
servando ella su verdad.
Para llevar á efecto la conversión, sin com eter error,
conviene ante todo tener en cuenta: primero, la extensión
del sujeto; segundo, que el predicado en las proposiciones
afirm ativas es particular y en las negativas es universal.
aquí deducimos: 1.^, que la proposición universal nega>
tiva es convertible, porque los dos términos son univer
sales. E j.: ningún tnineral es capas de funciones vitales..
Convertida: ningún ser capas de funciones vitales es m ine
ra l. 2.° L a proposición particular afírm ativa, es también»
convertible, porque tiene los dos términos de la rñisma
extensión. E j.: algunos hombres son justos. Convertida: a l
gunos justes son hombres. 3,® L a proposición universal
afirm ativa también puede convertirse, pero con la condi
ción de que al pasar el predicado al puesto del sujeto se
le preceda de un signo que lo particularice. £ j.: todos Us
hombres están dotados de sensibilidad. Convertida: ciertos
seres dotados de sensibilidad son hombres*
E n los dos primeros casos la conversión ea perfecta y en
el tercero im perfecta, exceptuando el caso de lasdeñnicio^
nes esencialea, en donde el deñnido es igual á la deíinición.
E j.: todo hombre es un anim al raeional. Convertida: todo'
anim al racional es un hombre.
D e modo, pues, que, según lo anteriormente dicho, las
maneras de convertir son propiamente dos: una conser
vando la cantidad de la proposición llamada simple^ y
otra variando esta cantidad, ó aea haciéndola particular
de universal que era antes, y se llama accidental; pero aun
podemos admitir una tercera manera llamada por contra*
posición, que consiste en conservar la cantidad haciendo'
indeñnidoa los términos por medio de )a negación que se
les antepone, tal como vem os sucede en el siguiente cjem>
pío: todo hombre es anim al; convertida: todo no anim al es
NO hombrr'y que, com o se v e, no da gran claridad para la
certeza que se exige en ia ciencia.
L a conversión que corresponde á cada una de las*
proposiciones se recuerda Üícilmente por lo s siguientes*
versos;
Fbci sim pliciter conz'ertitur. E v a p e r accid.
A s t o per contrap.'y sic f it conversio tota.
Que quiere decir que la E y la I de F eci admiten conver
sión simple, la E y A de E va por accidente y la A y O dc^
A sto por contraposición.
C A P ÍT U L O X I
E l ra c io c in io .
La s r^ u m e n te e lú rt.
/.—¿Q u é d e b e m o s e n t e n d e r p o r a r g u m e n ta c ió n ?
—No es raro dar a( raciocinio el nombre de argumenla-
ción; pero realmente la argumentación es para el raciocí-
nio lo que la proposición es para e] juicio; y así como el
raciocinio se compone de juicios, la argumentación viene
í ser un sistema de proposiones expresivas del raciocinio;
en consecuencia« se puede definir la argumentación dícien*-
do que es <)a enunciación exterior de) acto interno de la
razón humana, llamado raciocinio».
II.—C o s a s q u e s e d e b e n d is t in g u ir en t o d a a r
g u m e n ta c ió n .—E n toda argumentación h a y necesidad
de distinguir: i.^ , la proposición que se trata de investi
gar ó de establecer por medio de la argum entación, la
cual recibe el nombre de cuestión ó tesis, que si se la con*
sidera como inferida de las proposiciones que la sirven de
antecedente, tom a el nombre de conclusión; y 3.®, las pro
posiciones de las cuales se saca la cuestión 6 tesis que se
llaman prem isas.
III.—L e y e s g e n e r a le s á q u e s e h a lla s u je t a t o d a
a rg u m e n ta c ió n .—En toda argumentación debemos tener
presente: i.^ , que de una premisa verdadera nunca se in
fiere legítimamente una conclusión falsa. 2 \ q u ed e una
premisa falsa cabe Inferir accidentalm ente una cosa ver-
dadera, com o si decimos: todos los emperadores romanos
estuvieron en España, luego Trajano estuvo en Espai^a.
3**^iqueel antecedente» como tal, debe ser más claro ó
mejor conocido que el consiguiente, pues es el único medio
de que podamos llegar ¿ c o n o c e r la verdad de éste por
virtud de la relación que tiene con t i antecedente.
IV .— D iv isió n d e la a r g u m e n ta c ió n .—Nuestra fa
cultad cognoscente, al indagar el conocimiento conclu-
yentc, puede seguir dos caminos, 6 bien buscar el enlace
d e lo desconocido con lo conocido, elevándose de los efec
tos á las causas, 6 bien conociendo el principio 6 conoci
miento universal, descender desde él legítloiamente hasta
llegar á lo particular. Kn el primer caso la argumentación
se llama iníüictiva, en el segundo deductiva.
E n la argumentación inductiva, el sujeto cognoscente
busca relaciones elevándose desde el juicio particular
com prensivo á otros sucesivamente menos comprensivos
y cada vez más extensos, hasta llegar á las verdades uni
versales. E n la argumentación deductiva, se v a de lo más
á lo menos en extensión y de lo menos á lo más compren
sivo, desde el término universal á sus aplicaciones legíti
mamente aplicables á los casos particulares. L a argumen
tación inductiva es la más propia para desenvolver y
conñrmar los conocimientos de observación, tendiendo á
comprobarlos en la piedra de toque de las verdades nece
sarias y universales de los principios. E l procedimiento
deductivo se aplica a! análisis de las ideas de razón y , por
tanto, á los conocimientos ^el orden racional, y descen
diendo desde el conocimiento principio, desde lo universal,
v a á conñrm ar 2a verdad de*los mismos, llegando á la rea
lidad p articular concreta, viendo en ella cóm o se verifica
el supuesto hipotético que siempre acompaña á los prime*
ros principios.
ARTÍCULO 1
L a in d u c c ió n .
I .- 'D e s c r ip c ió n d e{ p ro c e d im ie n to in d u c tiv o de
n u e s t r a m e n te .—Hechos: el químico observa un dia y
otro que el cuerpo hidrógeno e s iocoloro, inodoro, insí
pido y com bostib^, con llama m uy pálida y m uy calurosa,
que es 14^4 veces m is ligero que el aire y que 22*326 li
tro» de hidrógeno pesan dos gram os, y reconoce que el
hidrógeao es una substancia á quien se adhieren todos es
tos accidentes. También observa e) gas cloro^ que le pre
senta las cualidades 6 accidentes de tener un color ama
rillento) un olor sofocante, que es irrespirable, que tiene
una densidad de ¿ ‘44, un peso especíñco de 35^5 veces
mayor que el del hidrógeno, y que 22*326 litros de cloro
pesan “ I gramos.
Después, el químico poné en presencia estos doa gases
y observa: que tienen entre si gran tendencia á un i r "
se, Ó sea que hay entre ellos lo que se llama afin idad
qum ica, hasta el punto de que, bajo (a acción de la luz so
lar, se combinan con explosión, resultando el ácido clor>
hídrico, y que un volumen de hidrógeno y un volumen
de cloro dan combinados, bajo condiciones determinadas
de temperatura y de presión, dos volúmenes de gas clor-
hidríco. E n seguida observa que el compuesto resultante
de ia combinación posee á au vez sus propiedades carac
terísticas, como son, por ejemplo, atacar los metales, for
mar sales m uy caracterizadas, combinarse con el vapor
de agua de la atmósfera, formando una solución incolora»
que tiene un sabor áccido, etc., etc.
Hasta aquí los hechos, los cuales, observado« por el
quimico, lo llevan á inferir que el hidrógeno y el cloro
tienen la propiedad de combinarse en la proporción de un
volumen de cloro y uno de hidrógeno; 35*5 gram os de
cloro y un gram o de hidrógeno, desprendiendo una canti
dad, también determinada, de calor, y forman así el ácido
clorhídrico; concluyendo de aquí que siempre que se pon«
gan en presencia el cloro y el hidrógeno en las condicio
nes iadicadas se combinarán del mismo modo, formulan
do en consecuencia la le y de la combinación química del
cloro y del hidrógeno.
l i . - - A n á lis is d e l p r o c e d im ie n t o In d u c tiv o .— L a
observación ha permitido al quimico percibir en el becbo
complejo de la coo^inactón del cloro y del hidrógeno» el
fenómeno de que se unen en pixiporciones rigurosamente
definidas de peso, volumen y desprendimiento de calo r, y
que puestas e$tas coadiclones de peso y de volum en, ta
co m b in a d la tiene lugar; mientras que cuando estos requi-
sitos faltan, la combinación es incompleta, pues la canti*
dad que exista en exceso de uno de ellos no se combina.
L a observación de todos estos hechos es lo que consti«
tu ye la base de la inducción.
Con la ayuda de diferentes métodos y medios, 2a mente
del químico puede asegurarse de que ninguno de los acci
dentes variables de la combinación forman la razón sufi
ciente de la misma> pues todo lo que no es invariablemente
ligado á la substancia misma, no puede ser razón del fenó*
meno observado; de donde concluye que 2a combinación
tiene por razón suñciente la substancia ó naturaleza mis
ma de los cuerpos combinados al ponerse en presencia el
uno del otro, y ella es, dadas las condiciones exigidas, la
manifestación de una de las propiedades naturales de las
tales substancias.
Hasta aqui ilega la inducción propiamente dicha ^pues
desde el momento en que ha sido reconocida la propiedad
de combinarse que tienen el cloro y el hidrógeno, no que
da que hacer otra cosa sino sacar las aplicaciones, lo que
constituye y a un verdadero procedimiento deductivo; así>
pues, la prim era etapa de la inducción consiste en elevar«
se de lo particular conocido, no siempre m uy deñnido, á
una ley universal, que explique, determine y aclare los
casos particulares; he aquí la razón de que se h aya dicho
que ia inducción en la prim era etapa prepara un término
medio universal y que en la segunda, como hace aplica*
c iones de este término medio» es una verdadera deduc*
ción silogística.
Continuando el análisis del procedimiento inductivo,
vemos que, una vez asegurado el químico de que e) cloro
y ei hidrógeno se combinan en proporciones definidas de
peso y volumen, puede continuar sus investigaciones y
asegurarse también de que el hidrógeno se combina con
otros cuerpos, por ejemplo, con el oxígeno y con el azuíre,
llegando á v e r que el hidrógeno y el oxígeno v a a á la
combinación en proporciones también determinadas de
peso y volumen, representadas por la fórmula H^O, y lo
mismo puede asegurarse de la combinación del hidrógeno
y del azufre, concluyendo» ñnalmente, por asegurarse,
que todos ios cuerpos gaseosos se combinan guardando
proporciones definidas de peso y volumen, y enconsecuen*
cia, establecer la le y general. Luego dentro del procedi
miento inductivo caben grados hasta llegar á los términos
más universales.
l l l —C o n c e p to d© l a in d u c c ió n .—D el análisis y des
cripción que acabam os de hacer de la inducción, pode
mos ya sacar las notas características de la misma y dar
su concepto, diciendo que es «aquel procedimiento inte
lectual que separa de los múltiples accidentes que acom«
paftan á una ó v'arids substancias, aquellas propiedades
que tienen con ellas un enlace necesario, constituyendo
con la idea de las mismas la base p ara formular una ley
general y permanente de la naturaleza».
IV .— M o m e n to s d e l p ro c e d lrn le n to in d u c t iv o .^
El universo es un conjunto de seres materiales que produ
cen por doquiera multitud de efectos, pero todos estos
seres forman un conjunto armonioso de substancias dota
das de propiedades distintivas y naturalmente inclinadas
á presentar ciertos fenómenos; de donde resulta el espec
táculo m aravilloso é innegable de la combinación de le
yes especiales y permanentes en la naturaleza, que dan
como producto el orden natural que tanto admira á toda
razón que quiere v e r y comprender. A hora bien, nosotros
distinguimos, entre las propiedades de una substancia,
aquellas que constantemente la siguen y la constituyen en
su esencia, llamadas por esta razón propiedades esenciales^
de aquellas otras que no tienen con la substancia otra cosa
de común que el hecho de coincidir con ella por ir adhe
ridas á ella com o á su sujeto y á las cuales las llamamos
<^tÍHgenUs. Hecha esta distinción y establecidas las pro*
fi€ d a d is esenciales ó naturales > concluimos q u e donde
quiera q u e Jas condiciones requeridas se den, Jas propieda*
des esenciaJes manifestarán su presencia y los fenómenos
q u e ellas condicionan se producirán; l u e g o en dcfínitiva
podemos distinguir dos momentos en el procedimiento in*
due t ivo.
En el primer momento inductivo, investigam os el he
cho de poner en claro la existencia de una conexión natu«
ral entre un fenómeno que se produce y la substancia á ia
cual este fenómeno es inherente. E n el segundo momento,
eregimos en le y general aplicable á todos y en todo
' tiempo, la conexión natural que hemos observado. L a in-
* ducción discierne, pues, de entre los múltiples accidentes
asociados á una substancia, cuales son los que tienen el
carácter de propiedades esenciales, y prescindiendo délos
que no son mas que simples accidentes contingentes, dicta
en fórmula concisa y breve la le y aplicable á todos los
s. casos particulares comprendidos legítimamente en las mis*
mas condiciones.
V .—F u n d a m e n to d e )a in d u c c ió n .— A l hacernos
presente el cómputo de casos aislados donde un fenómeno-
es observado, obtenemos una noción colectiva de hecbos
'f de una misma d a se , pero no Ja base p ara añrm ar 2a le y ge*
l* neral de que siempre en tales circunstancias se repetirá el
mismo hecho, si á esto no agregam os el conocimiento dis*
tinto de que la colección de hechos se produce invaria
blemente, porque existe una conexión necesaria entre la
propiedad que los produce y la substancia á que es inhe*
rente esta propiedad; por consiguiente, eS fundamento de
la inducción cientíñca no está en e! simple cálculo de los
casos aislados donde el fenómeno ha sido observado» ni
en 1« creencia instintiva y ciega en la estabilidad de las*
iey es de la naturaleza; puesto que la creencia instintiva 7
ciega no puede engendrar certeza en los seres reflexivos
sobre el fundamento de su asentimiento, tampoco puede
tener su fundamento en la sabiduría de la Providencia,
— 19 3 —
puesto que la inducción es precisamente ei procedimiento
cientifjco que nos da la prueba directa de U existencia de
un Dios, cu ya sabiduría y potencia presiden el orden uni
versal.
E l fundamento de Ja inducción está en el principio de
que toda combinación arm ónica y estable de aconteció
mientos ó de elementos múltiples, variables é indepen»
dientes los unos de los otros, encuentran su razón suñ*
dente ó causalidad en la naturaleza misma del ser que
manifíesta la corubínación observada, y no en una coinci
dencia fortuita de accidentes contingentes, y com o la na
turaleza de los seres ó esencia de los mismos ( 1 ) es inmu
table ó necesaria desde el momento en que el que induce
llega á distinguir que tal ó cual acontecimiento es debi
do á una propiedad esencial, puede formular la le y gene
ral del caso inducido.
Kn la naturaleza que nos rodea encontramos á cada
paso elementos m últiples, cambios incesantes que ninguna
necesidad antecedente nos los hace solidarios, los cuales
realizan por su acción un conjunto armonioso y estable, por
ejemplo: el de los organismos vivos. He aquí un hecho que
exige su causa suñciente, cu ya causa debe dar cuenta no
sólo de Jos efectos múltiples que concurren al fìn total, sino
también, ante todo, del concurso mismo, esto es, de la con
vergencia de los efectos particulares á la realización del
efecto total y del concierto de acción de los elementos que
lo realizan. Y como para darse cuenta de semejante hecho
sólo existen dos explicaciones* posibles, ó bien la interven
ción continua de una causa extrínseca é inteligente en el
juego de los elementos, ó bien la existencia, en el seno de
cada naturaleza, de un principio estable de ñnalidad in
trínseca, que llamaremos inclinación de naturaleza, que
mantenga y disponga en el orden querido los elementos
y las operaciones para la realización del efecto total.
. ---------
L a prim era hipótesis no pedemos admitirla, porque
exclu ye el obrar propio de cada ser; precisa, pues, con
cluir diciendo que existe una tendencia natural en el
objeto á manifestar el fenómeno observado, y que hay ne>
cesidad de reconocer que el objeto tiene la propiedad
natural de manifestar el fenómeno observado y , claro, re*
conocido que los seres en su modo natural se inclinan
hacia un fìn determinado, su modo regular y constante de
actividad se explica, esto es, tenemos el fundamento para
reconocer !as leyes de la naturaleza, pues ésta o b rari
constante y uniformemente con arreglo á su modo natural
de ser.
V I.—C l a s e s d e In d u c c ió n .—E l hecho de haberse
confundido por personas doctas la experiencia con la in*
ducción, nos lleva á distinguir dos clases de inducción
llamadas completa é incompleta. Ijl inducción es completa
cuando procede empezando por observar todos los hechos
Ó fenómenos singulares hasta llegar á establecer la ley
general, como por ejemplo, si los astrónomos han ido
observando uno por uno los planetas M ercurio, Venus,
)a T ierra, M arte, Júpiter, Saturno, U ran o, y Neptuno,
p ara l l ^ a r á establecer que los planetas reciben ia luz
del sol. L a inducción es incompleta cuando se añrma
alguna le y ó algún predicado universal en virtud de algu*
nos hechos particulares, por fundarse en la razón suñ^
ciento de producción de los mismos.
Como se comprende á primera vísta, la inducción com*
pleta es la más segura y la que encierra por sí misma
m ayor certeza cientlñca; mas hay que convenir en que es %
la menos frecuente, y por consiguiente, la menos fecunda
para la ciencia, puesto que, si como añrma Pascal, para
establecer una añrmación universal no hay otro medio
legítimo que «la general observación de todos los casos
diferentes, por no bastar haber visto un fenómeno produ
cirse en cien elementos, ni en mil ni en todo otro núme*
ro , por grande que sea, porque si queda un solo caso por
«xaminar, este solo caso bastará para echar á bajo la ley
general», se comprenderá que el número de nuestras ín*
ducclones habría de quedar reducido á las completas, y
éstas son tan limitadísimas» que bíen podemos decir que la
inducción sería, dentíficam ente hablando» inútil» pues no
«xiste ni existirá quien se atreva á jactarse de haber ob
servado todos los casos de aplicación de una ley desco
nocida que h aya establecido por inducción incompleta.
Cuando se trata de inducciones que proceden de las espe*
cies al género ó de los géneros inferiores a( género supe
rior, no suele ser tan difícil la enumeración y comproba
ción completo; pero cuando se trata de inducciones que
proceden desde los hechos singulares, que son precisa
mente los que conducen al descubrimiento de leyes y
principios generales más fecundos de !a ciencia, entonces
Ja enumeración completa de los hechos es imposible.
L a experiencia he dicho que suele ser confundida fre-
cuente mente con la inducción y , sobre todo, con la com
pleta, sin em baído, son cosas distintas. L a experiencia no
es más que la percepción de los fenómenos singulares sen
sibles mediante los sentidos, sí es que se trata de la exter
na, ó de los estados de nuestro V o , sí es que se trata de la
«xperiencia interna; así, pues, ni la experiencia externa ni
la interna son !a inducción, aun cuando reconocemos que
la inducción presupone á la experiencia y por ella empieza;
pero también debe reconocerse que la inducción es algo
más, tal como la comparación, la abstracción y la genera
lización, sin las cuales no podríamos recorrer las dos eta
pas que hemos señalado en la inducción.
V II.—D iv isió n d e la In d u cciórt Irtco m p leta.—La in-
<iucción incompleta puede subdi vid irse á su vez en d iru ta
y^nca/^^íVtf.Ladirectaesla misma inducción incompleta tal
y como se acaba de exponer, esto es, la que de la obser
vación de varios hechos idénticos com probados com o pro
ducido« por una propiedad natural de una substancia
en virtud del principio de causalidad, formula la conclu-
8i6n general 6 Jey. L a inducción analógica ó indirecta es
aquella que, examinando hechos no idénticos, pero sí sem e
jantes, sirve de rastro cooductor para llevar á los hom
bres sagaces y á los que no son genios á realizar nuevos
y fecundos descubrimientos; tal, por ejem plo, aconteció á
Franklin, que tomando como punto de partida la semejan-
za que existe entre las chispas que saltan de las máquinas
eléctricas y las que saltan de las nubes, casi dió origen &
la ciencia de la electricidad metereológlca.
Desde luego que ia inducción analógica tiene un valo r
m uy controvertible y que, por consiguiente, su papel cien-
tíñco es m uy inferior a l de la inducción directa; mas esto no
empece p ara que, aplicada con cuidado y con rigo r lógico^
sea útil en muchos casos, no dando á sus conclusiones
otro v alo r que el que se concede á la probabilidad, hasta
tanto que por el procedimiento de la inducción directa ó’
por la argumentación deductiva se compruebe su valor
efectivo; pues de no hacerlo así, dará origen á erroreff
gravísim os, sobre todo en la actualidad, en que el positi
vism o y el materialismo, habiendo tomado como cuestión
de moda el empleo de los procedimientos inductivos, lo s
manejan sin saber cuándo y cómo deben emplearse y cuán
do y cómo son legítimos elementos cientíñcos. 1.a dlscre*
ción y la sobriedad en el que la maneje y el tener pre
sente que en las conclusiones nunca se debe ir más allá de
donde los hechos observados y las analogías en que se
fundan permitan, pueden ser garantías de acierto en las
inferencias inductivas.
V llL —V a lo r log^lco d el p r o c e d im ie n t o in d u c tiv o '
y 8U8 r e q u is ito s .—L a s leyes descubiertas p o r el proce
dimiento inductivo y comprobadas sólo por el mismo p ro-'
cedimiento, entrañan una certeza física, que es la que co
rresponde á las mismas leyes naturales, mas no la certeza
m etafísica, que es la que se funda en el ser mismo de las-
cosas y , por consiguiente, en la imposibilidad absoluta.
P ara que las leyes Inducidas sean ciertas, y por consi-
guíente nos sirvan para la ciencia, precisa que el que ma*
neje este procedimiento se atenga á las condiciones si*
guíenles:
I.* A ntes de concluir 6 inferir la ley general que rige
Jos fenómenos investigados, es necesario observar con
todo cuidado, sin prejuicio alguno y atendiendo con inten
sidad y unidad al m ayor número de hechos idénticos» y £
AO ser posible esto, al de análogos,
i 2.* Exam inar escrupulosamente cada uno de estos
f .hechos en sí mismos, en sus relaciones con otros idénticos,
^ semejantes 6 análogos, sujetándolos á una experimentación
' amplia y variada hasta poder ver la propiedad natural de
i. las substancias que los producen.
'1 3 .* Hecho lo anterior, se puede concluir formulando
la ley, pero procurando que esté en relación con el ñn
> clentíñco de la inducción iniciada y que no tenga más
extensión que aquella que corresponde á los hechos que
• son idénticos ó perfectamente semejantes, con exclusión
{ d e los demás, que sólo deben servir para la analogía y
I cu yas conclusiones no se pueden tom ar como verdaderas
hasta que no se comprueben por otros medios.
ARTÍCULO II
A r g u m e n t a c ió n d d d u c tlv ii.
I.—F o r m a fu n d a m e n ta l d e ta a r g u m e n t a c ió n d e -
4 d u c tiv a .—L a argumentación deductiva tiene su forma
fundamental de expresión en el silogismo, en la cual siem
pre figuran tres térm inos, siquiera no haya más que
dos proposiciones expresadas, por lo cual el silogismo
^ también es la forma propia del raciocinio mediato, y se
I llama esta form a asi, porque la palabra silogismo se^deri-
^ va de las dos gríegas syn y que signiñcan dar
vueltas alrededor del discurso,
l' ll.-* E ]e m e n t0 8 d e l s ilo g is m o .—S i analizamos cual*
. «quiera razonamiento de los que los lógicos llaman silO'
— 19 8 —
M es P ^ P r e u iia mayor.
S es MsPrecDisa meoor.
S es P^CooclQsitfn.
\ ■ ;j
)
<>.* D e dos prem isas negativas nada se concluye. (Ütra*
que si praemís&a neget» nihil índe sequetur).
7 * Dos prem isas particu lares no dan conclusión algu
na^ (Nihil sequitur geminís exparticularibus unquam).
8 * L a conclusión sigue siem pre á la prem isa más d¿*‘
b il ó de rango inferior fPeiorem sequitur semper cooclusio
partem).
V II.— E x p lic a c ió n d e la e r e g la s d e l s ilo g is m o .
— Hemos v isto que el silogismo se ha de ajustar á ocho
leyes si ha de concluir ó deducir legítimamente en su ex-
presión, dada su caracteristica de ser un lazo lógico que
aproxim a los extrem os cu ya relación es mediata; de
estas ocho leyes cuatro se reñeren á los términos ó mate
ria rem ota y cuatro á los ju icio s 6 m ateria próxima.
Decimos en prim er lugar que los términos deben ser
tres, el mayor» el menor y el medio, porque si sólo hubiera
dos, el raciocinio sería inmediato, y si hubiese más de tres»
el cuarto destruiría la unidad de comparación de los extre
mos que se desean com probar con el medio, y por tanto
el raciocinio perdería su punto de apoyo en los principios
de identidad, repugnancia y razón suficiente.
Establecem os en segundo lugar, que los términos no
pueden tener más extensión en la conclusión que en las
premisas, porque, de lo contrario» se daría el absurdo de
deducir de lo menor lo m ayor, y aun cuando en apariencia
siguiese habiendo tres términos, en rigor habría más de
tres; además salta á los ojos que nadie tiene el derecho de
extender el resultado de una comparación más aUá de los
límites en que se veriñ ca la comparación.
E n tercer lugar, decimos que el térm ino medio debe
ser tomado á lo menos una vez como universal, porque
como término de comparación necesita ser tom ado um
versalm ente, por lo menos ea la premisa m ayor; si no, no
podría ser intermediario entre los dos extrem os; pues ya
dijimos que el razonamiento consiste en hacer v e r que un
atributo« perteneciendo á un término medio, tomado abS’
tracta y univeraalmente> pertenece, por v(a de consecuen
cia, á un inferior de este térm ino medio, esto es, al sujeto
de la conclusión; por tanto, es preciso que por lo menos
una vez se tome como universal. Supongamos, por ejem-
pío, que el término medio es tomado en ambas premisas
en una acepción particular; podrá hacerse con suma faci
lidad que la parte de extensión en que se toma en cada
una de ellas sea m uy diferente; y ^qué resultará? pues
que habrá cuatro términos, en lugar de los tres que exige
la prim era le y .
E n cuarto lugar, decimos que en la conclusión no debe
entrar el término medio, porque es el que sirve de lazo
de unidad para averiguar la relación que existe entre
Jos dos extremos, y la relación que entre ellos resulte es
]a que se debe poner en la conclusión, y de entrar el tér
mino medio en ella y a no resultaría la relación de los ex*
tremes, y por consiguiente, se faltaría á la fínaüdad del
sitogismo.
E n quinto lugar, se dice que las premisas afirm ativas
00 pueden engendrar una conclusión negativa, y la razón
es clara, si la produjesen quedaría destruida la com para
ción llevada á efecto en las premisas y la comprensión de
los extrem os en ellas establecidos. Adem ás, si dos cosas
convienen con una tercera, en aquello en que convienen
repugna que no convengan entre sí.
E n sexto lugar, del hecho de que dos ideas no conven
gan con una tercera no se tnfíere con seguridad que con
vengan entre sí, ni tampoco que no convienen; de ahí que
digamos en la sexta regla que de dos premisas negativa»
nada se concluye, ni la identidad de los e;ctremosni su di
ferencia.
E n séptimo lugar, debemos tener en cuenta, que al
compararse un término medio en dos premisas particula
res pueden ocurrir los tres casos siguientes: i.^, que las
dos premisas particulares sean negativas; 2.°, que sean
^ rm a tiv a s , y 3.* que la una sea afirm ativa y la otra ne*'
ga tiv ¿. E n ninguno de los tres cdsos es posible una con
clusión lógica.
Cuando las dos premisas son particulares y añrmatl-
vas, loB términos que en ellas entran son todos particula
res; los dos sujetos lo son p o r el hecho de que Jas premi
sas son particulares 7 la extensión particular de los
mismos es lo que hace que las llamemos así; los dos predi*
cados también lo son, porque ya dijimos que en las propo*
siciones afirm ativas el predicado se toma en parte de su
extensión, y como hemos dicho que para que e! silogismo
lleve á una conclusión es preciso que e! término medio sea
tomado universal mente por lo menos una vez; se deduce
que de dos premisas añrm ativas particulares no se des
prende conclusión alguna. En el caso en que una de las
premisas sea añrm ativa y la otra negativa, pero ambas
particulares, resultará que existen tres términos particu*
lares, que son; el sujeto de las dos premisas, el predica*
do de la premisa añrm ativa y un solo término universal,
el predicado de la premisa negativa, el cual lo es porque
en las premisas negativas el predicado es universal; ahora
bien; este término universal debe ser uno de los extrem os,
porque los extrem os deben entrar en la conclusión, puesto
que cuando una de las premisas es n egativa, la conclusión
es negativa y porque el predicado de la conclusión es uni
versal; luego el predicado no puede ser término medio;
luego en un silogismo tal no habría un térm ino medio
universal; luego en deñnitiva no habría conclusión. E n el
caso en que ambas premisas fuesen particulares negativas,
y a sabemos por la sexta regla la razón que existe para
que no den conclusión.
E n o ctavo lugar, tenemos que la le y octava dice: la
conclusión sigue siempre á la parte más débil, lo cual
quiere decir: t.^ que si una de las premisas es negativa, la
conclusión también lo será; y 2.^, que si una de las premi-
sas es particular, la conclusión también debe serlo. La
prim era parte de la le y se explica por la razón siguiente:
fí
r
1/ F IG U R A 3 .‘ F IG U R A
M es P M 00 es P M es P M 00 es P
$ es M 8 es M M ea $ M es S
S e< P 8 s o es P $ es P S 00 es P
2 .* F IG U R A 4 .* F IG U R A
P es M P 00 es M ' P es M P 0 0 es M
- M 1-^
S «s M S es M ^ M es 8 M es $
—M \ M—
$ í» P S 00 es P \ S es P S no es P
T o d o s lo s f á b r ic B d te s s o n h om b res;
L n e f o n io g d o f a b r lc u o ie c i p U o t a .
T o d o l o ^ o e ío r t t le c e e l á n im o e s bneuo^
E l beoho d e d a r Umosnsi fo rt a le c e e l i o i n o :
L u e g o e l becbo d e d t r lira o sc u e s b u e o o .
L M g o t l ^ n o s ser« s n o s o n h o n b r « s .
X iV .'- M o d o s c o n c lu y e n te s d é l a s e g u n d a fig u r a .
— L o s modos legítimos de 2a segunda ñ gura son: E n p ri
mer lugar, Cbsake, que consta de una premisa m ayor uni
versal negativa, de una premisa menor universal afirma
tiva y de una conclusión universal n egativa. Ejem plo:
N io g d n m in e r a l e stá d o t a d o d« p e D ia m ie a to ;
L u e ^ o L íe n n o s h o m b r e s a o so n poe tas.
X V .—M o d o s c o n c lu y e n t e s d e la t e r c e r a fig u ra .
— En la tercera figura digimos que había hasta seis modos:
el primero es Dar a pti , el cual tiene las dos premisas uni-
versales y añrm ativas y la conclusión particular afirma-
liv a . Ejemplo:
T o 4 o s lo 9 h o m b r e s s o a se n sib les;
T o d o s Io< h o m b r e s s o u s e re s t í v ic o tes:
L t i e ^ o a l ^ D o s s e re s v iv ie n c e s s o n se fislb le s .
L a e ^ a lg o D o s se re s s e o s ib le s s o n im p re s io n a b le s .
T o d o s lo s c a b a llo s so o s o líp e d o s ;
L n e g o a lp U D O s s o líp e d o s n o s o n p la n ta s .
El q u in to m odo es B o cardo , e n e l c u a l la m a y o r e s
u n a p a r t ic u la r n e g a t iv a , la m e n o r u n a u n iv e r s a l a ñ r m a t iv a
y l a c o n c l u s i ó n u n a p a r t i c u l a r n e g a t i v 'a . E j e m p l o :
A l g u n o s c u e r p o s n o lie d te n ;
T o d o c o e r p o es su b sta n cia ;
— 214 -
y là conclusión particular negativa, el cual es contra-
puesto á F e l a p t o n y , por consiguiente, una pequeña va
riante del modo regular FeüIo. Ejem plo:
N io g iÍ Q p e c a d o r a d r a d a á D io s ;
A l g ú n p c c t d o r es f ila t o io ;
L u e ^ a lg ü o á^ dsofo n o a^rad^ á D io s .
T o d o s lo s h o m b r e s s o a se o slb le s ;
N i n g d n s e r s e o s ib le e s p la n ta ;
L n e g o n io g n o a p l« n t ii es h o m b r e .
A l g n a o s e s p ír it u s s o n h om b res;
T o d o s ]<js h o m b r e s so & r a c io n a le s :
L u e g o a lg u n o s r a c io n a le s s o q e s p ír lt o s .
— 2 15 —
sal negativa, la menor particular añrm ativa y la conclu
sión particular negativa. Ejemplo;
Nmgc^D o ifio e s 6 16 m í o ;
A lg n o o s ñ^ dsofos s o n m alo« ;
L a « g o algfQ QOS m a l o s a o sod oiños.
X V Ji.'- M a n e r a d e r e d u c ir tos m o d o s d e la s t r e s
ú ltim a s f ig u r a s á lo s d e l a p r im e r a .—L o s quince modos
de las tres últimas ñguras son reducibles á los cuatro de
la primera, bien por la conversión sim ple 6 p er áccidtns
de una ó de* dos de las premisas, bien por la trasposición
de lugar de una de ias premisas, y a, por último, mediante
la reducción a d im possibile. Y a sabemos en qué consiste la
conversión de las proposiciones; por lo tanto, sólo tenemos
que hacer presente aquí en qué consiste la trasposición
de Jas premisas y la reducción a d im possibile. L a traspo
sición de las premisas consiste en cam biarlas de lugar,
poniendo las unas en el puesto que ocupaban las otras. La
reducción a d im possibile se realiza tomando la contradic
toria de la conclusión de un silogismo imperfecto, y , com
binándola con una de las dos premisas concedidas, inferir
la contradictoria de la otra premisa concedida.
En cuanto al modo de la primera ñgura á que son re-
ducibles ios quince casos concluyentes de las tres últimas,
indicado por la consonante inicial de la palabra res
pectiva que expresa cada uno de los tales casos; así como
la manera de hacer la reducción la señalan las letras con
sonantes que siguen á cada una de las vocales indicadoras
de las proposiciones de cada caso. E l memorialín que los
lógicos admiten para indicar la operación que hay que
hacer en cada caso para la reducción es el siguiente:
S vu lt sim pliciter verti\ P vero p er aecid.:
M vu lt trasponi ; C p er im possibile duci.
En este memorialín la S expresa, cuando sigue á la vo
cal indicadora de una proposición, que ésta debe ser con
vertida simplemente', la P que se haga la conversión por
accidente, A fq u e s e trasponga la proposición, y Ja C
que se haga la reducción a d im possibile. Ejem plo: Supon*
gam os que se trata de reducir el modo C a m e s t r e s á un
modo de la primera fìgura; como este caso empieza por !a
inicial C, debe reducirse al modo C e l a r e n t ; la m anera de
llevar á cabo esta reducción la indican las letras M , 5 , S
que siguen á las vocales A , B y E ; por consiguiente, en con
formidad á lo dicho, la proposición univ*ersa( afìrmativa
tiene que trasponerse y las dos universales negativas tíe*
nen que convertirse simplemente.
V eam os ahora esto prácticamente:
T o d o s lo s r e j e s s o n h o m b re s ;
Silogistoo
N ÍD g ijQ D io s e s h om b re;
CASS&Tftfi»
L n e g o D in g ú n D io s es rey.
Reducido h iiD S ú o h o m b r e es D io s ;
á T o d o s l o s r e y e s s o s h om b res;
ClLA K II<T Lu e g :o n i a g i i n r e y e s D io s .
ARTÍCX^LO lU
D Jv le ló n d d ] s ilo g is m o .
E l a lm a h n m a D a re fle x io n a ;
L n e g o e l c im a A u m a n a t t u n s e r r a t io n a l.
T o d o «er n c l o o a l es p o r n a to r n lc ^ a e s p ir it a a l;
£ 1 a lm é h$ íiH an4 e r u n t e r r a e U n ú l ’,
L a e g o e l A Ím s A u m a rta e s ^ o r n o t u r s le t a e tfirU u 4 l%
T o 4 o s e r e s p ir it u a l p o r n a t u r a le z a es im p e re c e d e ro ;
F . l a lm a h n m a n a es p o r n a t u r a lt t a t j p ir i/ a a i;
I ^ e g o e l a lm a A tím o fta t s p a r n a i u r a l / i a im p erg eedíra-
T o d o s e r q u e n o p u e d e s e r a u iq u lla d o v iv i r á u n a v id a in te rm in a b le ;
£ l a lm a A u m o tta n e p u e d e s e r a H Í g u ila d a \
L u e g o e l a lm a h u m a n a v iv i r á n o a v id a I n te r m in a b le .
L u e g o <1 a lm a h u m a n a e s in m o r t a l.
S i s o ij h o m b r « s o is r a c io n a l;
fo rm a a 6 r n a t iv a
S o is h o m b re ;
L u e g o s o is ro c io D a l.
legítima
S i Sois v a le n c ia n o so la e sp añ o l;
fo rm a D egaiiv&
N o s o is e sp a fio l;
le g ítim a
L q e g o n o s o is v a le o d a n o .
S i s o is y a le o c ía D o s o is e sp afio l;
fo rm a c e g a t ív a
N o s o is T a le o d a n o ;
ile g ít im a
L u e g o DO s o U e e p a ü o l.
E l s e r e s p ir i tna{ ea lib r e ;
1 ,^
E l h o m b r e es e s p ir it u a l;
A ñ r m a iiv o .
L u e g o e l h o m b r e es U b re .
L o s seres q u e d o s o a e s p ir it u a le s a o s o n U bres;
2.'*
L o s s e re s in f e r io r e s a l h o m b r e d o s o n e s p ir itu a le s .
N e g a t iv o .
L u e g o lo s aeres in fe r io r e s a l h o m b r e n o s o o lib r e s .
V lll.— El d ile m a ; su n a t u r a le z a y c o n d ic io n e s .—
E l dilema es un silogismo compuesto, que consta de una
premisa m ayor disyuntiva con dos miembros que son an
tecedentes de otras tantas premisas hipotéticas menores,
cuyos consiguientes deben ser conclusiones que no pueda
admitir el adversario, terminando con una conclusión ge
neral que niega todos los extrem os de la disyuntiva.
— 22 3 —
Sirva como ejemplo de dilema el argumento que desde
antiguo se viene oponiendo á los escépticos:
' Ó q a e no » a b e s , 6 d o » a b e» q n « a o »&besi
S: s tb « 8 q o e n o sab es* a l ^ s a b e s ;
Si no sabes q a e s o s a b e s , Dada sabes;
LQeg:o e n n n o y o tro c a s o a ñ r o i a s te m e r a r ia m e a te q n e o o s a b e s n n d a .
A R T Í C t ’ L O IV
S ilo g is m o d o m o s tr a tiv o .
L
de ser perfecto en la forma no implica que sea verdadero
en su fondo, porque para v e r la verdad del silogismo
es preciso atender á las premisas ó m aU ria del mismo é
inquirir la verdad de éstas» que es de la que se ha de de
ducir la verdad de la conclusión: y com o la prueba que
de esta verdad pueden darnos los silogismos, 6 bien es
plena, 6 bien parcial, de aquí que el silogismo» teniendo
en cuenta su materia, se divida en demostrativo 6 apodic-
tieo, probable y erróneo 6 sofistico.
Los silogismos que dan prueba plena ó apodíctlca en
gendran en nuestro espíritu la certeza; los probables sólo
nos dan conclusiones opinables y los soílsdcos el error.
II.—N o c ió n d el s ilo g is m o d e m o s t r a t iv o .—Llámase
silogismo dem ostrativo 6 apodíctico aquel que además de
estar formado legítimamente» consta de premisas necesa*
rias, verdaderas y evidentes» hasta el punto de verse sin
duda alguna la verdad lógica de la conclusión implícita
mente incluida en la de las prem isas; de suerte que, según
ésto, todo silogismo en el cual st den aplicadas todas las
leyes silogísticas á premisas verdaderas y evidentes» cons
tituye una demostración cientíñca.
III.— D iv is io n e s d e la d e m o s t r a c ió n .— Diferentes
divisiones han hecho los lógicos de la demostración según
el diverso aspecto que han tenido en cuenta; nosotros»
atendiendo al número de silogismos que la componen, la
dividim os en sim ple y compuesta, fijándonos en el punto
de partida de la demostración, en a p rio r i , a posterior i y
circular', y , por último, teniendo en cuenta si es inmediata
6 mediata ó si se sirve de circunstancias intrínsecas ó ex
trínsecas, en directa é indirecta y en absoluta y relativa-
IV .—L a d e m o s t r a c ió n s im p le y la c o m p u e s ta .'^
L a demostración es simple cuando consta de un solo silo*
gism o, cu yas premisas son verdaderas y su certeza es
vista sin necesidad de comprobación. E s compuesta la de
mostración cuando consta de varios silogismos enlazados
entre sí» y también aquella otra en la que una de las pre-
u n
A R T ÍC U L O V
A rg u m e n to « p ro b a b lé s .
I. — N a t u r a le z a d e l a r g u m e n to p r o b a b le .—A sí
como la demostración es causa de la ciencia yel argumento
probable sólo produce la opinión ó asenso opioativo; pues
to que es un rasm xm ienio en e l que las premisas^ ó tedas
ó fa r t i de ella s ^ no son vtrda diras, ciertas y evidenti5,
sino imicaminte posibles.
L o s principales argumentos c u y a conclusión no pasa
los límites de la probabilidad, son el cntim im a, la inducción
analógica^ el ejemplo y ciertas inferencias sacadas de las
estadísticas y del cálculo d i probabilidadis.
!l.—El e n tim e m a c o m o a r g u m e n t a c ió n p ro b le m á *
t ic a s e g ü n e l s e n tir d e A r is t ó t e le s .— A ristóteles dice
que el entimema, silogismo abreviado que y a conocemos,
es un silogism o sacado de premisas verosím iles 6 de cier-
tos indicios que no son reconocidos como propiedades
esenciales del sujeto á que se refieren» sino que son más
bien circunstancias accidentales que ie anteceden ó siguen.
E sto s razonamientos son m uy frecuentes en la vida ordi-
naria y sólo pueden darnos cierta opinión ó probabilidad
de que sea la cosa io que indican los indicios; tal se ve
acontece en los siguientes ejemplos:
— 247 —
a ^ P ÍT Ü L O X III
B e z o n a m le n lo t
I>—L a fa la c ia , e l s o f is m a y e l p a r a lo g is m o .—Se da
en general el nombre de fa la c ia á todo razonamiento v i
cioso ó ilegítimo, y a provenga su error del fondo ó de Ja
forma del mismo, y a sea debido á ciertas presuposiciones
tn que uno suele inspirarse antes de juzgar. L a falacia
toma el nombre de sofisma cuando el erro r es expuesto
p or conclusiones falsas revestidas con las apariencias de
la verdad y de convicción fícticía, gracias á la sutil ma
licia deí que las empica; esto es, los soñsmas son razona
m ientos en los que con forma legítima se pretende mali
ciosamente hacer pasar el error y la mentira por la verdad.
L a falacia, por último, tom a la denominación de paralo*
gisfftOy cuando las conclusiones falsas son enunciadas por
ignorancia dcl que las expresa.
Dejando á un lado la cuestión de la buena ó mala fe en
la producción del razonamiento falso» por ser cuestión
que corresponde apreciar i la moral al estudiar ía respon
sabilidad del error» y ateniéndonos i lo que incumbe á la
Lógica» nosotros llamaremos en lo sucesivo soñsma á todo
razonamiento que no conduzca lógicam ente á una con
clusión cierta, ó por lo menos probable.
II.—B a s e s d e c la s ific a c ió n d e lo s s o f is m a s .—E l
erro r puede deslizarse con suma facilidad» bien en las pre^
misas» bien en el enlace lógico de un razonamiento; de
ahí que no nos sea posible estudiar al detalle todas las
maneras del erro r y , por tanto, que nos veam os obligados
á limitarnos á aquellas form as que sorprenden más fácil
mente la razón mejor organizada.
L o s soñsmas, ó provienen de ciertas presuposiciones ó
prejuicios en que uno se inspira y á veces aferra antes de
razonar, Ó nacen de la falsedad del razonamiento con que
nuestra actividad cognoscente induce (observando é in
terpretando) Ó dcduce de ligero; por consiguiente» las
bases fundamentales en que podemos apoyarnos p ara cla
siñcar todos los razonamientos falsos ó soñsmas son tres:
Prim era, los p reju icio s Ó conocimientos corrientes admi
tidos como dogmas» que no se discuten y que uno no
desconfía de ellos, pero que, sin embargo, son añrmaciO'
nes erróneas ó cuando menos equivocas; segunda» la
inducción acompañada de errores de observación y de in-
terpretaci6n, y tercera la fa lsa deducción obtenida á con*
«ecuencía de la precipitación al sacar las consecuencias.
ARTÍCULO \
S o f la m a s d o r iv a d o » d d ]0 9 p r e ju ic io s .
ARTÍCULO II
S ofism A fl In d u ctiv o * .
ARTICULO UI
S o f i s m a s d e d u c t iv o s .
i.—C la s ific a c ió n d e lo s s o f is m a s d e d e d u c c ió n .
—Todos los sofismas que no hemos enumerado en los
grupos anteriores, y que nacían de la argumentación pro
piamente deductiva, ó bien traen su error de las palabras
empleadas y se llaman s<?Jismas de dicción, ó bien nace su
error del raciocinio mismo deductivo interno, y entonces
se llaman sofismas de pensamiento.
II.—S o f i s m a s d e d lccló n .'^ R eclb en el nombre de so*
ñsmas de dicción todos aquellos argumentos deductivos
cuya falsedad depende, ó bien de haber alterado, cambiado
ó vuelto el signiñcado de sus palabras, ó bien de tomar
en sentido diferente el que conviene propiamente á las
'’m a *- - ■ ■ -
— 456 -
palabras. L o s principales sofìsmas de dicción citados por
ios lógicos son e i equívoco, ia anfibología, la composi-
ción, la división, el acento y la figura de dicción.
Ul.—El e q u ív o c o .—E ste sofisma consiste en emplear
en el razonamiento una palabra con significación doble;
por eso, sin duda, Aristóteles le da el nombre de húmoni--
m ia. L a diversidad de significados de una palabra puede
verificarse» bien porque la palabra signifique cosas dife
rentes, como la palabra vinoy que es á la vez verbo y nom<
bre sustantivo, bien porque tenga dos significados, uno
propio y otro m etafórico, y a , por último, porque signi
fique una cosa en sentido directo y otra en sentido indi
recto en virtud de la relación que esta cosa tenga con la
significada directam ente, como cuando en sentido dirocco
llamamos^^i^r^a á la que cierra la entrada de los edificios»
é indirectamente damos el mismo nombre á la oposición,
porque es el requisito que h a y que ganar para poder en
trar en ciertos cuerpos del Estado. Ejem plo: E n el firma
mento existe una costelación llam ad a perro\ es así que el
perro ladra; luego en el firmamento existe una costelación
que ladra.
IV .—L a a n fib o lo g ía .— sofisma anfibológico con
siste en una argumentación en la cual se emplea una pala
bra ó una proposición, y aun todo un silogismo, en un sen
tido vago é indefinido. Ejem plo: Todos los ciudadanos
deben defender los intereses de la patria; es así que la pa*
tria debe ponerse en estado de defensa; luego todo ciuda*
daño debe tom ar las armas. E l anterior ejemplo equivale
á decir que porque en toda sociedad debe haber armonía
todos los miembros deben hacer lo mismo, ó si se quiere»
más gráficam ente, que porque en toda orquesta es nece
saria 2a uniformidad, todos los músicos deben tocar el mis
mo instrumento.
V .—L a c o m p o s ic ió n .—E l sofisma de composición
consiste en pasar del sentido compuesto al dividido, esto
es, en afirm ar de varias cosas tomadas en conjunto lo
que solamente es cierto cuando se toman estas cosas sepa-
radamente [transitus asensu diviso ad compositum}. Ejem
plo: Jesucristo dice, según el E vaogelio : «Los ciegos ven,
los cojos caminan derechos, los sordos oyen ». E stas afir
maciones no pueden ser verdad sino tomándolas separa
damente, puesto que un ciego puede sanar y ver, y lo mis
mo un cojQ y un sordo pueden curar y andar derechos y
oir, pero no tomadas en conjunto» pues mientras los hom
bres sean ciegos, cojos 6 sordos, no verán, no andarán de*
rechos, ni oirán.
V I.—L a d iv is ió n .—E l soíisma de división afirma se-
paradamente cosas que no son v'erdad, sino tomadas con*
jontamente {transitus a sensu composito a d divisuni)\ por
eso en este argum ento falaz se pasa ilógicamente del sen
tido dividido ai compuesto. Ejem plos: E l nuevo es un nú*
mero, pero cuatro y cinco son nueve; luego el cuatro y ei
cinco son un número. E s verdad que el n u tvi es un núme
ro, pero no lo es que el cuatro y el cinco, que componen
al nufve, sean separadamente un número, sino dos, pues
cada uno de ellos forma por sí un número distinto, y to
mados conjuntamente forman otro número diferente.
VM.—El a c e n t o .—E l soñsma de acento (prosodia) es
inslgnificanCe como argumentación falsa; sin em bargo, lo
citamos para que se tengan en cuenta los diferentes signi*
fìcados que pueden tener ciertas palabras según lleven ó
no acento y según la silaba en que lo lleven. L o s antiguos
citaban el siguiente ejemplo, que es un verdadero calam*
bur: Tu es qui es, qui es est requies\ ergo tu es requits. En
castellano también tenemos palabras que se prestan á es
tas equivocaciones, pero aun sin eso no hay qoe olvidar
cuánto cambia el sentido de la frase según sea el tono eon
que se pronuncie. Sirvan de ejemplos las palabras dé del
verbo óap y de preposición; s i conjunción condicional y s i
advervlo afirm ativo; amó del verbo am ar y amo adjeti
vo, etc., etc.
VIH,—F ig u r a d e d ic c ió n ,—E l sofisma de figura de
dicción consiste en tornar corno sinónimas palabras que
si bien tienen una flexión igual, y por ello se enuncian de
la misma m anera, sin em bargo expresan cosas distintas.
Ejemplo: L a existencia de M arti es fabulosa; luego el
planeta M a rti no existe. También pueden servir de ejeni*
pío las palabras suficienti y amanti, que suenan lo mistno
y sin embargo expresan estados muy distintos, pues el
primero es pasivo y el segundo activo.
IX .—S o fla m a s d d p e n s a m le n t o .—Los principales
sofismas de pensamiento, llamados también de cosa, son:
i l d i accidintiy el de transite de lo absoluto á lo rila tivo ^ la
ignorancia d i la cuestión ^ la petición de principio^ el so
fisma d i consecuencia y de fa ls a causa y e! de interroga
ción.
X .—S o fis m a d e a c c i d e n t e .« E l soñsma de acciden*
te se comete cuando se confunde lo que es accidental con
lo que es esencial y , generalmente, supone sin razón que
sujeto y predicado tienen todos sus atributos en común;
asi es que toma al predicado com o teniendo una extensióo
igual al sujeto, cuando en realidad no es igual. Ejemplo:
E ! hombre es especie; es así que A nton io es hombre;
luego Antonio es especie.
X I.—T r á n s it o d e Jo a b s o lu to á lo re la tiv o y v ic e
v e r s a .—E ste sofisma (transitus a dicto sicundum quid
dictum sim pliciter) consiste en inferir de una verdad
absoluta otra relativa que i o es únicamente bajo cierto
aspecto y viceversa, y también cuando se pasa del sentido
hipotético al absoluto; de suerte que en este soñsma se
confunden lastimosamente la afirmación absoluta con una
que es limitada con relación al tiempo, al lugar, al modo
y á la relación. Ejemplos:
E l c a ire t i lu e g o d ie n te s d o s o d b la n c o s .
L o q o e c o a p r á s t e i s a y e r Ío c o m e r é is b o ; ; «s a s ( q o e « y e r c o m p ra s*
te ís c a r n « c r n d a ; 1062*0 b o y c o ra « ré ís c a r n e e r a d a .
Si e l p e c A d o r do h a c e p e a lte D c ia «e c o D d c a a r i; e s a s í q u e J a & a eb
p e c a d o r; loeg*o s e c o n d e n a r á .
En e i primer ejemplo se pasa indr^bídamente de] sentí
do absoluto al relativo; en ei segundo del sentido restrin
gido al absoluto, y en el tercero del sentido hipotético al
absoluto: los tres son igualmente inadmisibles.
XII.—Ig n o r a n c ia d e la c u e s tió n .—E l sofísma de ig*
norancia de la cuestión (ignoratio elenchi)y 6 ignorancia
que tiene e! sujeto de Sa cuestión de que se trata» es de tres
especies: ó el razonamiento prueba demasiado^ 6 no prue-
ba bastante, ó prueba una tesis distinta de la que se quiere
probar.
Se probaría demasiado» por ejemplo, si se estuviese
discutiendo en una asamblea si se debía hacer tal ó cual
guerra» y un diputado dijese que .toda guerra es injusta;
pues en ese caso no se discute la guerra en general, sino
en particular.
Se probaría de menos, por ejemplo, si en la misma
asamblea uno probase que la tal guerra era conveniente «
porque tendría buenos resultados p ara el país, pues lo
O
que hay que p ro b ares si la guerra en este caso particular Ì
es justa.
Se probaría al lado una tesis distinta sien esa misma
asamblea un tercero sostuviese que precisa trabajar por ]a
grandeza de la patria» y , por lo tanto, que era preciso
hacer la guerra, pues h a y otros medios m uy diferentes al
de la guerra por medio de los cuales se puede engrande*
ccr at país sin perjudicar á tercero.
X Ifl.—P e tic ió n d e p rin c ip io .—E l soñsma de petición
de principio consiste en repetir en vez de probar» ó en dar
pf)r razón de lo que aseguramos el mismo aserto con pa*
labras diferentes.
En la petición de principio, A ristóteles distingue cinco
formas: x.*, cuando se empieza por suponer probado lo
mismo que se trata de comprobar; 2.*» cuando se supone
probado el todo, siendo así, que una parte de este todo
está'to davía por probar; 3 *, cuando se supone probada
lina parte de lo que es preciso probar en totalidad;
4.*, cuando se divide en partes el todo que &e intenta pro
bar y uno las supone ordenadas la una después de la otr¿,
cada una de las partes del todo que hay que demostrar;
cuando se supone establecido un punto de doctrina
que está ligado necesariamente al principio en cuestión (l).
£ 1 circulo tficioso es realmente un tarado o de este so-
físma, y consiste en probar dos proposiciones, la una por
la otra recíprocamente, como si alguno probase que Platón
era discípulo de Sócrates, porque Sócrates había sido
maestro de Platón; por donde se v e, que se toma como
principio para probar precisamente lo mismo que v a uno
á demostrar; así, D escartes prueba la veracidad divina
por la evidencia, y la evidencia por la veracidad divina.
X IV .—Et c o n s e c u e n te .—E l sofisma de consecuente
(F a lla d a conuquantis^ natt síquiíur) tiene lugar cuando se
arg ljye como si hubiera reciprocidad ó ilación entre cosas
• que realmente no la tienen, como cuando en el silogismo
condicional se pasa de la negación del antecedente á la
negación del consiguiente, que no es recíproco del ante*
cedente. Ejem plo: S i el perro ladra, se agita; es así que
no ladra: luego no se agita.
X V .—S o fis m a d e f a l s a c a u s a .—E l soñsma de falsa
causa {non causa p ro causa) es un soíisma deductivo en
el que se confunde la coexistencia Ó la sucesión de los
fenómenos con la relación de causalidad: cum Iioc, erg(^
propter ó bien posi hoc, erg o p ro p k r hoc^ que es como
si dijéramos, porque el acontecimiento B se da al mismo
tiempo que el A , el acontecimiento A es causa del B , ó
porque B se ha dado inmediatamente despues que A , éste
es causa de B.
E l hecho de que en Francia y en Italia h aya coincidí*
do el aumento de criminalidad, sobre todo de los jóvenes,
con el aumento de la instrucción primaria, ha hecho que
se atribuya la causa de la criminalidad á la instrucción:
LA LEY
CAPÍTÜLC:) I
L a le y mn g « n « ra 1 .
— 26s —
remos tsUücas 6 de la sensibilidad^ lógicas ^ de la inteli*
gencia y voliivi>as 6 de la voluntad.
A hora bien; de estas leyes sólo examinaremos en el
capítulo siguiente las intelectuales» por ser las que incum
be conocer á la L ógica, dado su objeto y ñn señalados
oportunamente» sin que esto quiera decir, en modo algu
no, que en el acto intelectual no entren las demás leyes
del espíritu, pues entendemos que en todo acto espintual
pone el espíritu el sello de su individualidad» que es indi
visible en su esencia, pero v ario en sus actos; por esto
cuando se posee la verdad se dice que se posee la belleza
y la bondad.
C A P ÍT U L O II
intelectual««.
i.—¿ E x is te n r e a lm e n te la s le y e s in te le c tu a le s .—
Vamos, pues, á estudiar las leyes de la ¿acuitad cognos
citiva, y la prim era cuestión que se nos presenta es a v e
riguar si tienen ó no existencia necesaria» y tenemos que
si cada hecho intelectual fuese distinto á los demás, sin
estar sujeto á una le y , resultaría; i.®, que por lo que res
pecta á nosotros no podríamos enlazar» ordenar ni recor
dar conocimiento alguno como tal» porque éstos estarían
sujetos á distintas leyes y no habría modo de relacionar
los y de considerarlos como idénticos, semejantes ó de
semejantes; y 2 .^ que por lo que hace á los demás espíri
tus, como los conocimientos de cada hombre estarían
sujetos á diferentes leyes» no podría establecerse el co
mercio intelectual, que á todas luces vem os se establece,
pues cada hombre tendría que v iv ir encerrado y reducido
á su propio pensamiento, y no podría comunicarse con sus
semejantes» dado que no tendría norma en que apoyarse
para admitir el conocimiento de las demás ni com o v e r
dadero ni como falso. Es» pues, necesaria la existencia de
— 266 —
— 269 —
tivídad se halla siempre con la potencia en* relación de
débito. Se dirá que entonces la m ayor parte de las leyes
no se cumplen, pues no siempre conocemos cuanto pode-
moSy y lo que ocurre es que, como hemos consignado an
tes, las leyes intelectuales, á pesar de su carácter obliga*
torio, son, sin em bargo, cumplidas libremente por el sujeto
espiritual, y ,c la ro es, que por lo mismo, éste en ocasiones
no las cumple; unas veces por su ignorancia acerca de Jas
mismas; otras» no obstante su conocimiento, por malicia
del mismo.
Que las leyes intelectuales no se cumplen las más de
las veces por ignorancia de las mismas, lo comprueba el
hecho de que los hombres de educación esm erada ejerci
tan mejor su inteligencia que el rústico, pues conocen
con más perfección sus leyes, en tanto que el hombre
sin instrucción, como desconoce dichas leyes> ó no las
cumple, ó si las cumple, es por la natural tendencia de la
inteligencia á su ñn, la verdad. D e aquí se deduce, que si
para la vida sencilla es suñciente el natural desenvolví*
miento de la inteligencia, para hacer una vida cíentíñca
necesitase el conocimiento y cumplimiento de las leyes
Intelectuales. L a ley no se Umita á dar un consejo; ñja ei
precepto y prescribe la obediencia como consecuencia de
su necesidad; lo único que se puede d ecir en contra es
que, como libres, podemos faltar á esa ley; pero, claro,
siempre estaremos sujetos á su frirla sanción correspon*
diente á nuestra responsabilidad en su cumplimiento 6 in*
cumplimiento.
V .—S a n c ió n d e l a s le y e s I n t e le c t u a le s .« E s ver
dad que somos Ubres en el cumplimiento de las leyes in*
telectuales, mas por lo mismo tenemos el deber de cum
plirlas, y por consiguiente» síguese que en su cumplimien
to 6 Incumplimiento contraerem os responsabilidad, así
como también que habrá su sanción debida, positiva ó ne
gativa, según que se cumplan ó no. L a sanción positiva
que obtiene el que cumplimenta las leyes intelectuales,
— 2 ;o —
es alcanzar la verdad y la certeza, la posesión de la cien^
cia; por el contrario, la sanción negativa y penal es el
error, y si de éste hacemos aplicación consciente cn la
vida> entonces incurrimos y a en responsabilidad moral,
porque conscientemente buscamos contrariar el fin para
que nos han sido concedidas las facultades anímicas; así
todo el que produce soñsmas, consciente y libremente va
derecho al erro r y su responsabilidad moral es manifiesta;
de ahí que el mejor medio contra el erro r producido por
paralogismo 6 soñsma sea et conocimiento de la Lógica,
verdadera moral de ia inteligencia.
LIB RO S E G U N D O
i^ ^ Ó G lG T K
SECCION PRIMERA
C A P ÍT U L O I
L a v a rd a tf.
l- ^ ¿ L a v e r d a d e s e n s í un s e r ? —Empezando por la
primera cualidad que se nota en el conocimiento científi
co, nos encontramos con que el lenguaje usual nos dice
- 272 —
desde luego que )a verdad no es algo que subsista en %U
ni tam poco que sea una propiedad esencial de un ser, que
le dé la naturaleza de tal ser y lo distinga de los demás
seres, pues antes bien, las frases: «Cuanto dice es ver«-
dad», «Expresa ideas verdaderas», « L a verdad no se cae
de su boca» y otras por el estilo, demuestran que ]a ver*
dad es una cui^lidad que sólo se aplica con exactitud al
conocimiento: pero no es menos evidente que las expre-
siones> también corrientes: «E s hombre veridico», «He
aquí una moneda de oro verdadero», etc., parecen dar <i
entender que la verdad es una cualidad del ser. E s lo
cierto y positivo que» á poco que uno reflexione, obser*
v a rá que á un hombre se le llama verídico cuando lo que
dice está conforme con lo que piensa; que la moneda es
oro verdadero en cuanto el material de que se compone
está conforme con la idea que tenemos de lo que es el
oro, la cual idea á su vez en tanto será verdadera en
cuanto exprese exactamente lo que es el oro en su esen
cia, 6 sea en su realidad; de donde resulta que la verdad
no ea en si un ser con independencia del conocimiento
ni de Jos seres que llamamos verdaderos» sino más bien
una cualidad de la relación entre una inteligencia y la
cosa conocida, 6 entre una cosa y la idea típica de la in
teligencia que la ha producido.
ir.—C la s e s d e v e rd a d -—P or lo dicho en el párrafo
anterior vem os que ia experiencia nos díce que la deno
minación de verdaderos se atribuye, y a á los objetos en
sí mismos si dicen relación de conformidad á la idea tí*
pica del entendimiento que los produce, ya á los conceptos
que nuestra inteligencia forma de (as cosas, y a también á
los signos ó palabras de que nos valem os para expresar
los conceptos ó ideas que tenemos de las cosas; ahora
bien, fundándose en estos aspectos, se divide la verdad en
metafísica^ lógica y m oral.
L a verdad m etafísica es la realidad misma de las cosas
en cuanto en su esencia se adecúan 6 conforman con la
idea de la inteligencia que las ha producido» y por consi*
guíente, esta verdad es una propiedad trascendental de
los seres, y aun cuando sea en sí un ente de razón, debe
estudiarse en la Metafísica, pues en relación con nuestra
inteligencia se identiñca con el ser aiismo de cada ser.
La verdad m oral es también en sí una ecuación de
conformidad entre el juicio interno (verbo mental) y ei
lenguaje con que la expresam os al exterior; y como cuando
ocurre esto decimos que el hombre es sincero, ytraz ó
verdadero moralmente, de ahí que el estudio de esta verdad
corresponda á la É tic a y no á la Lógica» á la cual, por
exclusión de la verdad m etafisica y m oral, vemos que sólo
la corresponde estudiar la verdad lógica, que es la que
lleva su nombre.
ül.—N o c ió n d e la v e r d a d ló g ic a .—L a verdad lógica
consiste en la conform idad6 ecuación éntrelo conocidofor
e l sujeto y lo que la s cosas Conocidas son en la rea lida d (l);
puesto que en tanto llamamos verdadero á un conocimien-
to, en cuanto es la expresión exacta de la realidad obje-
tiva hecha presente á nuestra mente en la relación cog
noscitiva; de modo que en puridad e" una cualidad de la
relación de conocimiento (la de la c<iiil(n midad). H e aquí
la razón de qu6 con bastante exacti^uil í^e haya llamado
también á la verdad lógica verdad de conocimiento, ver-
dad subjetiva i pues la parte que pone el sujeto en la obra
del conocimiento ha de conform ar con lo que es el ob;eto,
y v e r d a d p o r q u e está en el sujeto á modo de forma,
pues es cualidad de relación.
IV.— M ed id a d e Ja v e rd a d ló g ic a .—De cuanto de
jamos consignado en los tres párrafos anteriores se deduce
que la razón propia y el carácter distintivo de la verdad
consiste en ]a relación de identidad entre alguna cosa y
una inteligencia: ahora bien; si la verdad lógica no resulta
sin que lo que conoce la inteligencia conforme con lo que
h
es la cosa, ¿cuál será la medida de la verdad de nuestros
conocimientos? Desde luego salta á la v ista que no puede
ser otra cosa que la s eosas tnismast es decir, lo que ellas
sean en sí y ellas realicen propiamente, 6 lo que es lo
mismo, lo que hemos llamado verdad metafísica; así como
la medida de la verdad metafísica está en las ideas tipos
de la inteligencia que las h aya producido.
V .« D iv is ió n d a l a v e r d a d ló g ic a .—L a verdad ló
gica, que hemos dicho es una cualidad del conocimiento,
reviste una doble forma» según m ire al sujeto ó al objeto
del mismo, y se llama á la primera verdad subjetiva y á
la segunda objetiva^ consistiendo la subjetiva en que el
conocimiento conforme con las leyes de la inteligencia, y
d e aquí el dicho: cSe discurre bien cuando se cumplen las
leyes intelectuales», aun cuando h aya equivocación por lo
erróneo de los datos; pero como es fácil adivinar, no
basta discurrir bien» es decir, tener la verdad subjetiva;
necesitamos también la verdad objetiva, la cual consiste
en la adecuación de lo conocido por el sujeto con lo que
en la realidad es el objeto, porque de no ser esto así, vivi
ríam os en un mundo ideal subjetivo, y nuestra ciencia no
^ í sería conforme al objeto, sino conforme á las que m uy bien
•. pueden ser quim eras del sujeto.
V I.—¿E n q u é o p e r a c ió n d e la a c t iv id a d co g n o s-'
c e n t e s e d a p r o p ia m e n te la v e r d a d .—L a verdad de
conocimiento sólo se encuentra con pertección y propie
dad en la operación de nuestra mente ilam ada juicio,
puesto que si conocemos un objeto, Ja pluma, por ejemplo,
por mucho tiempo que hablemos de ella sin atribuirle cosa
alguna» sin atrevernos á decir qué es ni qué no es, á nadie
se le ocurrirá decir que estamos en la verdad ó el error;
mas desde el instante en que enunciemos la plum a es, ya
habremos dicho un conocimiento verdadero ó erróneo,
pues la convendrá ó no ia existencia actualmente á la
pluma; si existe efectivamente, nuestro conocimiento será
verdadero; si no, falso.
Más claro; la verdad lógica es una cuaHdad propia-
loente de la relación cognoscitiva; pero como ésta no la
vemos sin formular un juicio, siquiera sea in mente, esta
cualidad no está propiamente en la operación, concepto 6
idea simple, 6 sea en la simple percepción de un extremo
del juicio, sino en la comparación exacta de los dos extre
mos; así, la verdad puede darse implícitamente en los
conceptos 6 ideas, pero nosotros no podemos decir que
son verdaderos ó falsos sin antes atribuirles algo.
La misma definición prueba la exactitud de cuanto
venimos diciendo, puesto que si consiste en la ecuación de
twesir/z /acuitad cognoscente con la cosa conocida^ la ecua
ción puede existir que la añrmemos Ó no, pero no la po
demos afirmar, y por consiguiente, decir que h a y verdad,
sin que nuestra mente realíce la comparación de lo visto
con lo que es percibido.
Los que sostienen que en los conceptos ó ideas puede
existir propiamente la verdad y «l error, fundándose en e(
hecho de que existen conceptos ó ideas tales que real
mente la implican, deben tener cn cuenta que se refieren
á conceptos ó ideas com puestos que podríamos llam ar e x
presión de un juicio y aun de varios juicios, en cuya
razón se funda el hecho de que una sola palabra 6 tér
mino exprese toda una proposición, tal como si decimos:
m urió, César.
V Ji.—V e r d a d q u e s e e n c u e n tr a en lo e c o n c e p
to s 6 Id e a s c o n s titu id o s p o r u n a s im p le p e r c e p c ió n .
—Cuando nuestra facultad cognoscente se pone en rela
ción cognoscitiva con algCn ser y lo percibe, sin afirmar
ni negar, la percepción es verdadera, pues la verdad que se
encuentra en la simple percepción es la interna manifesta
ción de la inteligibilidad dcl objeto, sin afírmación ni nega
ción alguna respecto á sus atributos ó á su existencia real;
puesto que no es por parte del sujeto más que mirada 6
aprehensión intelectual de lo hecho presente del objeto;
por consiguiente, el modo ó razón imperfecta de verdad de
que es susceptible la sim ple percepción, acompaña siempre
al concepto ó idea que obtenemos de algún objeto.
VIII.—¿ P u e d e d e c ir s e q u e u n a p r o p o s ic ió n e s
m á s v e r d a d e r a q u e o t r a ta m b ié n v e r d a d e r a ? —
Consistiendo la verdad del conocimiento en la ecuación 6
conform idad de lo conocido por el sujeto con lo que es la
cosa conocida, no cabe ni más ni menos, pues 6 existe 6
no existe la conformidad; si existe hay verdad; si no existe
no h a y verdad; porque entre el ser y el no ser de una
cosa no cabcn grados intermedios; luego sólo en un sen*
tido impropio se puede decir que una proposición es más
verdadera que otra también verdadera; por ejemplo, por
referirse la proposición prim era á un objeto más perfecto
ó noble, ó por haber visto con más claridad la ecuación;
pero y a se ve en ambos casos que lo que se tiene en cuenta
para añrmar ese más ó menos, no es precisamente la cuaU*
dad de la relación del conocimiento» que es lo que debiera
tenerse en cuenta si los grados afectaran á la verdad
misma.
C A P Í T U L O II
El e r r o r .
- 277 —
frente á las expresiones: hombre verídico, oro verdadero,
se dicen las no menos frecuentes: hombre falso, oro falso,
Us cuales parecen indicar que hay hombres falsos en sí, y
oro falso en si; mas si nos detenemos un poco y examinamos
el sentido, verem os que lo que quieren decir estas dos fra
ses últimas» es que existen hombres que no dicen verdad,
que hay algo que nos parece oro, pero que no lo es en
realidad; luego la falsedad consiste en la no conformidad
entre lo conocido y lo que son propiamente las cosas
conocidas.
II.—C l a s e s d e f a ls e d a d .—E n consideración, pues, á
c\at cosas contradictorias tienen atributos opuestos, pode
mos dividir la falsedad, lo mismo que la verdad, en false
dad metafisica, lógica y m aral, puesto que donde quiera
que se dé una especio de verdad, en faltando ella se da $u
opuesta la falsedad de la misma especie.
La falsedad m etafisica consiste en la no conformidad
de la esencia ó naturaleza de las cosas con la idea-tipo de
la inteligencia que las ha dado el ser; por consiguiente, esta
falsedad se identifica en rigor con el no ser de las cosas, 6
sea con la nada absoluta, la cual, en cuanto niega 6 exclu*
ye toda realidad, no tiene ecuación con las ideas del H a
cedor, y por consiguiente en rigo r no existe, pues lo que
no es algo no tiene atributos ni puede tener existencia;
í 6[q se puede hablar de la falsedad metafisica tomándola
«n un sentido impropio y secundario, esto es, con relación
í nuestra facultad cognoscente; asi decimos que hay fai-
Kdad metafìsica en algunas cosas cuando por sus condi*
ciones dan lugar á que nuestra meo le formule juicios fai-
dos, tal como cuando á un pedazo de cristal le llamamos
diamante fa lso y ó á un pedazo de latón ora fa is o , pues los
caracteres del uno y del otro han inducido á juzgar que
<ran diamante y oro no siéndolo efectivamente.
falsedad m oral resulta de la falta de conformidad
«ntre lo que se dice y se piensa, á cu ya falsedad se da e)
nombre de m entira.
— 278 —
CAPÍTULO m
Lm c « rta z a .
IV.—L a o p in ió n , c a r á c t e r y c a u s a d e ta m ism a .
—ük opinión es aquel estado de nuestra actividad cognos*
cente en que asiente á una cosa como verdadera por
tener en su apoyo ra?:ones más 6 menos poderosas, pero
temiendo equivocarse. E ste asenso y el recelo que le
»compaiSa es muy variable, pues lo presta nuestra inte>
lígencia, como hemos dicho, en vista de razones más 6
menos poderosas y , claro está, según sean éstas, así será
más 6 menos ñrme el asenso intekctua^; luego el carácter
de la opinión es la variabilidad, pudiendo ocupar la distan*
cia que medía desde la duda hasta la certeza, acercándose
más ó menos á estos extrem os, según las condiciones de
los fundamentos en que se apoya. L a opinión es causada
por los razonamientos probables; por consiguiente, tendrá
siempre un valor relativo al de la fuerza de los argumen*
tos probables que la producen, mas nunca llegará á ser
estado de certeza si, lo que es opinable, no se demuestra
por los razonamientos concluyentes, sean inductivos ó de
ductivos.
V .—N a t u r a le z a d e la c e r t e z a .—Cuando la inteli
gencia ante un conocimiento no duda ni tiene recelo
ilguno de que conforma con la realidad ó cosa á que se
reñere la inteligencia, se adhiere á la verdad de dicho
conocimiento, afirm ándola con convencimiento de que
ha conocido bien, este estado d< nuestra inteligencia es
io que se ha llam ado certeza; por consiguiente podemos
decir que certeza es aquél estado de ¡a fa cu lta d cognos-
cente por v irtu d d e l cual se adh iere firm em ente y sin e l
fnencr recelo de equivocarse d la verd a d de uh conocí-
mentó.
La certeza, por tan to, no se refiere más que á la per
cepción intelectual de la verdad. Balm es ha dicho: «La
certeza es para nosotros una feliz necesidad; la naturaleza
^os la impone, y de la naturaleza nadie se despoja. La
certeza que preexiste á todo exam en no es ciega; antes
por ei contrario, ó nace de la claridad de la visión inte-
lectuàl (nosotros Ja IJamamos percepción intelectual) 6
de un instinto conforme á la razón (nosotros añrmamos
que ó de la lue intelectual misma): no es contra Ja razón,
es8 u b ase> . Cuando discurrim os, nuestro espfritu conoce
la verdad por el enlace de Jas proposiciones; dicho con
más cJaridád, por la luz que se reñeja de unas verdades
á otras; luego, según esto, podemos decir, que Ja certeza
consiste en saber que eJ conocimiento es verdadero y en
estar seguros de ello.
L a certeza se caracteriza, com o vem os, por la inva*
ri abili dad de su adhesión á la verd ad de un conocimiento,
á la inversa de los estados anteriores, ignorancia y opi*
nión que tantos grados pueden recorrer en sus manifes*
taciones-
V I —D iv isió n g e n e r a l d e la c e r t e z a .—Puede ocu
rrir y ocurre que unas veces, para averiguar si un conoci
miento es verdadero, no necesitemos referirlo á otro an
terior, com o acontece con el principio: <E1 todo es mayor
que una de sus partes é igual á todas ellas», mientras que
otras haya necesidad de referir los conocimientos á otros
y a ciertos^ para asegurarnos de su verdad; os evidente,
por tanto, que la certeza se puede dividir en inmediata y
mediata 6 demostrada, según que el conocimiento se pre*
sente por sí mismo, con tal luz, que arranque nuestro asen*
timiento intelectual sin vacilación alguna, ó por el contra
rio, tal asenso proceda de la seguridad ó luz que le da la
demostración. L a certeza también suele llamarse cbjetiva
y subjetiva y atendiendo á la claridad con que se presenta
)a verdad de los conocimientos, y según provenga esta
claridad del objeto ó del sujeto que conoce.
V il.— D lv isld n d e l a c e r t e z a o b je tiv a . ^ L a certeza
objetiva la dividimos á su vez en Metafísica, fìsica y mo
ral. L a certeza es m etafisica cuando el asenso con que se
adhiere la Inteligencia es originado por la esencia de lo
conocido, pues ha podido ver que la conexión ó repug
nancia entre el predicado y el sujeto es inmutable y nece-
saria. La certeza es fis ic a cuando In adhesión del aujcto
cognoscente nace de la consideración de que las leyes de
la naturaleza son constantes y uniformes. Será, por últi*
mo, moral la certeza cuando estribe el asenso intelectual»
6 en lá$ leyes morales á que obedece generalmente la na
turaleza humana, 6 en el testimonio de otros hombres.
L a certeza m oral es más im perfecta que la fìsica y ,
desde luego, que la metafísica, pues aun cuando no se ve*
rifique la conexión entre el predicado y el sujeto del co
nocimiento, cu ya verdad se añrm a, no por eso se trastor
nan ni las leyes físicas, como pasaría si se tratase de la
certeza física, ni se destruye Ja esencia com o ocurriría en
la certeza metafìsica; sin em bargo, en algunas ocasio
nes la certeza moral v a acompañada de tales circunstan*
cias que equivale á la certeza física; así, por ejemplo, !a
existencia de Pekín, que no la conozco más que por Jo
queme han dicho los hombres, es para mi tan cierta como
que un cuerpo abandonado I s u peso específico se dirigirá
á su centro de atracción.
Vlll.— E le m e n t o s d e la c e r t e z a s u b je tiv a .— Tenien
do en cuenta que la certeza es un estado del sujeto en que
se adhiere á la verdad de un conocimiento sin recelo algu
no de equivocarse, cabe distinguir en ella, considerándola
aisladamente del objeto á que se adhiere, dos elementos:
el uno la adhesión y el otro la falta de recelo 6 descon-
^ n za. £ 1 primer elemento es positivo, puesto que es de
cisión hacia, mas el segundo es negativo, pues consiste
precisamente en que no aparezca en la facultad ni ia más
pequeña sombra; por consiguiente, con arreglo al primer
elemento, cabe e{ más y el menos en U adhesión; con
arreglo al segundo no cabe el más y ei menos porque, en
el raomento que hubiese ia más pequeña sombra de recelo,
desaparecía la certeza; así, pues, atendiendo al primer ele
mento de la certeza» 6 sea tomándola parcialmente, pode
mos dividirla en grados, según sea el grado de adherencia
pronto., impetuoso, firmisiffUfy etc.
IX .—¿ E x is t o la c e rte z a ?--< H a sU qué punto es po*
sible pnra el hombre adquirir la sugurldad de que su co*
nocimiento conforma c o a la realidad de las cosas conoci
das, y por consiguiente, la certeza? E sta es la cuestión
más debatida por los filósofos, y en c u y a solución está in
teresada no sólo la Filosofía, sino que también toda la cien
cia. Desde la antigüedad los pensadores han presentado
diferentes soluciones, las cuales pueden reducirse á tres,
según lo que nos dice la Historia de la Filosofía. L a pri
mera es la de los escépticosy que renuncian á conocer la
verdad, por no poder el hombre identiñcar su pensamiento
con las cosas mismas para adquirir la certeza de sus co*
nocímlentos. L a segunda la han dado los dogmáticos, que
afirman es posible conocer la verdad con entera certeza» y
á los cuales objetan los escépticos; ¿cómo sabemos nos
otros que las cosas son tales como las pensamos? Entre
estas doa direcciones opuestas, los criticistas presentan la
tercera solución, y dicen que no podemos conocer las co'
sas como son en sí mismas, que sólo podemos tener cono
cimiento aubjetivo de ellas en virtud de ciertas formas
a p rio r i. V em os, pues, que el primer sistem a niega la
posibilidad de cerciorarnos de la verdad, y con ello hace
imposible toda ciencia; que el segundo afirm a la posi
bilidad de conocer la verdad con certeza y hace posible
toda ciencia, mientras que el criticism o, afirmando sólo
la verdad subjetiv'a, como los escépticos, hace imposible la
certeza y la ciencia, porque en resumen viene á negar la
posibilidad de com probar la verdad al negar el objeto.
X . —S o lu c ió n q u e d e b e d a r s e á la cu estión .--'
¿Cuál de estas soluciones será la verdadera? He aquí (a
cuestión que desde luego se presenta á nuestra considera*
ción. D e estos sistemas, á primera vista el que más halaga
es el dogmatismo, que hace posible todo conocimiento
verdadero; pero dejándonos de toda pasión, nosotros de*
bemos examinar el problema y v e r qué resultado da su
estudio. ¿De dónde procede la duda? L o i escépticos dicen
Á
^ue se origina de no poder confrontar nuestro conocí-
miento con Us cosas, efecto del dualismo que existe en la
relación de conocimiento entre el sujeto y el objeto, pues
son dos seres.
A lo cual contestamos: primero, que no es cierto que
en todo conocimiento haya este dualismo de seres, puesto
que hay algunos conocimientos, como los reflejos, en que
el sujeto es á la vez objeto del conocimiento y á cuya
verdad no pueden menos de asentir estos filósofos. Segun
do, que lejos de ser un defecto la dualidad, es necesaria
precisamente para que se realice la comparación del cono*'
cimiento con la cosa conocida, pues sólo puede haber
comparación entre dos términos, y asi se v e en el conoci
miento reflexivo, que aun cuando es uno el ser, éste se
compara consigo mismo, porque necesita entrar una vez
como término referente y otra como término referido. Y
si los escépticos no se atreven á negarse á sí mismos, por
que son sujetos de su duda, tampoco pueden negar la de
más realidad, porque en esa dualidad del conocimiento no
se necesita la ídentiñcación, y s( únicamente que lo cog
noscible de las cosas pueda hacerse presente ante la facul
tad cognoscente del sujeto, y como la cognoscibilidad es
el lazo común que se da en el término referente y en e!
término referido del conocimiento, precisamente en esa
cognoscibilidad está el elemento unitario necesario para
que se realice la com paración y comprobación de la v e r
dad; así, pues, sin lleg ar al extrem o de la exageración de
ios dogmáticos ni quedarnos en el término medio de la
verdad subjetiva de los criticistas, afirmamos qut es posible
obtener la verdad con certeza eo muchas ocasiones, y la
comparación hacerse mediante el lazo común al sujeto y
*objeto de! conocimiento, que e? }a cognoscibilidad, cuya
comparación, una vez realizada por la inteligencia reñeja,
deja en ella la convicción de que existe la ecuación de la
relación de conocimiento, y á elU se adhiere sin recelo al
guno de equivocarse.
K esp ccto á los fundamentos secundarios que presentan
los escépticos, para probar cómo no es posible llegar á la
certeza de nuestros conocimientos dada la falacia de los
medios de que nos tenemos que valer para conocer, con-
testamos: ninguno de los medios de que se sirve la intcli''
gencia para conocer, engaña p o r sí mismo; quien se engaña
es la inteligencia por no cumplir sus leyes 6 no aplicar los
medios convenientemente» según veremos al hablar de los
criterios.
CAPÍTULO !V
C i • • 6 « |) f l c l t n i o .
I.—¿ A q u é s e d a el n o m b r e d e e s c e p tic is m o .
— L a palabra escéptico se deriva de la griega skeptikós
(laxmcM;), que Significa literalmente el que tiene la costum*
bre de exam inar, mas e) uso corriente ha dado á esta pala
bra un sentido muy diferente, pues la emplea para signi
ficar la negación de la verdad; asi cunndo se dice: Fulano
es un escéptico, se quiere decir que es un hambre que no
cree en nada.
E n ñlosofía se entiende por escepticismo la disposición
de la inteligencia á no adm itir coshi alguna com o cierta»
por estar persuadida de que no la es posible alcanzar la
verdad; así, pues, el escepticismo consiste propiamente en
la suspensión que la mente hace de su asenso á la verdad
de nuestros conocimientos.
II.—D iv isió n d el e s c e p t ic is m o .—B 1escepticismo se
divide en total ó absoluto y cn parcial ó relativo. E l es-
cepticismo absoluto, llamado por los griegos (óf«»«), estu>
por, imposibilidad de hablar, fué sustentado por PirrÓn y
la nueva Academ ia, y consiste en sostener que Ja mente
se halla imposibilitada de decidir alguna cosa. E l escepti'
cismo p a rcia l es el que duda en este ó aquel orden de ver>
<lndes, pero que siempre admite algún orden de verdades.
lll.—¿ P u e d e a d m it ir s e el e s c e p t ic is m o a b s o lu to ?
—£ 1 escepticismo absoluto es inadmisible y no existe en
realidad, Ninguna persona de sano juicio puede dudar ni
lia dudado de las verdades que su conocer le ha presen
tado con evidencia irresistible, pues á ellas se inclina la
inteligencia con una fuerza natural muy superior á todos
tos soñsmas humanos, y por esa razón todos ios que se
han llamado escépticos y han negado la posibilidad de
toda verdad, han vivido olvidándose de su doctrina, y
han obrado como quien está persuadido de que posee la
verdad; sirva $inó de ejemplo la vida'"del mismo Pirrón,
que di6 nombre al escepticismo^ y véase lo que dice
Hume en su obra Tratado de la natnralesa humana sobre
«y modo de v iv ir, no obstante ser escéptico. Ningún es
céptico absoluto puede probar la legitimidad de su duda,
pues si lo intentara habría de apoyar su demostración en
premisas ciertas; mas ^cómo podían hacer esto sin ir con-
tra sí mismos, dudando, como dudan, de todo^ Por eso re*
sulta que es imposible discutir con los escépticos, pues no
cabe discusión en que no se admita algún principio 6 ver-
dad inconcusa del que proceda la que se intenta demos-
trar, y ellos no lo admiten.
£ s tal la falacia del escepticismo absoluto, que siempre
se halla en contradicción consigo mismo, puesto que mien
tras por un lado niega que la raz6n pueda pronunciar jui
cios ciertos, por otro se sirve de la razón para probar á
los dogm áticos la ilegitimidad de los medios de conocer;
porque cuando dudan de la verdad no tienen más remedio
que estar ciertos de su duda; que es un hecho interior de
que da testimonio la conciencia, y reconocer la veracidad
de (a conciencia, que da testimonio de la propia duda, y
conñar en este testimonio como medio seguro de obtener
Is verdad, equivale á reconocer la verdad que reconoce
el que está cierto de su duda.
Por último, aun cuando los escépticos absolutos nega-
el testimonio y la veracidad de la conciencia cuando
— 294 —
c r it e r io l o g Ia
C A P ÍT U L O I
L q » e riH río » « n g e n s r a l.
C A P ÍT U L O II
I. —¿Q ué c o m p r e n d e m o s a q u í b a jo la d e n o m i
n a c ió n d e sen tid o s?*—Bajo la denominación de menti
dos comprendemos aquí todo el organismo sensible, y por
consiguiente lo s sentidos externos, llamados también cor
porales, y los sentidos internos, com o son el sensorio co
mún, la estim ativa ó sentido v'ital y la imaginación ó fan*
tasía.
— 301 -
il.—O bjeto y fin d e lo s sen tid o s. —E l objeto gene-
ral de los sentidos, como se prueba en la Psicología, es lo
singular y sensible de los cuerpos; esto no obstante, cad<i
uno de ellos tiene como objeto propio alguna modÍlica>
ción determinada del cuerpo que los impresiona; así el co-^
lor impresiona al sentido de la vista, el sonido al oído, ek
saóor al gusto, el olor al olfato, los m atices separados de
estas impresiones al sensorio común, y la representación
interna con form as adecuadas á las exteriores á la im agi-
nación.
E l ñn de los sentidos consiste: 1.^, en transmitir por
todo el organismo y á sus centros las impresiones de los
cuerpos exteriores que con sus cualidades y hechos nos
afectan, ad virtiéndonos de lo que es útil y dañoso á nues
tro organismo y sirviéndonos por tanto para la conserva
ción de nuestra v id a Individual y especíñca; y 2.^, cn su*
ministrar i. nuestra inteligencia m ateria para las concep
ciones intelectuales, sirviendo de realidad intermedia en
tre el mundo exterior y nuestra alma, pues los sentidos,
como ventanas d el alma^ ponen en comunicación, hasta
cierto limite, lo exterior con lo interior y viceversa.
111.—L o s se n tid o s c o n s id e r a d o s lò g ic a m e n te .—
Los sentidos.que comunican á nuestra naturaleza corpó
rea con el mundo exterior, ponen también á nuestra ía*
cuitad cognoscente en comunicación de conocimiento
con ese mundo exterior, por donde resulta que son medio
de conocimiento, y por consiguiente, que la L ógica tiene
que estudiarlos bajo este aspecto. Como medio de cono-
cimiento, los sentidos externos reciben y transmiten a)
sensorio común ó centros nerviosos la acción de las natu
ralezas corpóreas sensibles que recibe separadas el senso-«
fio común y conserva y reproduce después la imagina
ción con formas sensibles adecuadas á las de espacio y
tiempo exteriores, en las cuales aprehende la facultad es
piritual Inteligencia lo hecho presente de las naturalezas
corpóreas si las atiende; la misma imaginación determina
/i Or
.^ r r
— 302 —
y concreta los estados 6 dctos cognoscitivos de la facul*
tad intelectual, dándoles formas adecuadas á las de espa
cio y tiempo, y las transmite y comunica al organismo
Mnsible humano, gracias á su continuidad con el sistema
nervioso. Tienen, pues, los sentidos, como fuente auxiliar
del conocer, un carácter primeramente receptivo del
dato m aterial que ofrecen para la formación del cono*
cimiento, dato cu yo v alo r depende, en primer lugar, de
que no falte la continuidad entre el medio natural, los
sentidos externos y los sentidos internos, sensorio comúa
y fantasía, y en segundo, de la comprobación que hace
mos con dicho dato al compararlo con la realidad de que
procede mediante el ejercicio de toda nuestra actividad
intelectual.
IV .—C o n d ic io n e s n e c e s a r ia s p a r a q u e lo s se n ti
d o s p u e d a n t o m a r s e c o m o c r it e r io s d e v e r d a d .^
De lo dicho en el párrafo anterior se deduce que los senti
dos, tanto externos com o internos, son criterios de verdad,
ó mejor, pueden contribuirá la obtención de conocimientos
experimentales verdaderos, siempre que sean empleados
en las circunstancias siguientes: 1.^, que se hallen en su
estado natural, tanto por parte del Órgano como por parte
del medio y la distancia á que se hace uso de ellos, si se
trata de los externos; 2.*, que su testimonio se halle en
relación con la naturaleza del objeto.percibido; 3 A que el
testimonio de los sentidos sea constante y uniforme;
4.*, que no h aya oposición entre el testimonio de difered*
tes sentidos; 5 / , que la razón sea ia que los dirija conforme
á estas condiciones, consolidando su ejercicio, y 6.*, que el
alm a esté atenta al dato que presentan para el conoci
miento. L o s sentidos de tal modo aplicados, son los me*
dios de que se vale la inteligencia para conocer los cuer
pos, los cuales, con sus propiedades, impresionan á lo$
órganos de los sentidos y son la causa próxim a de las
sensaciones del Yo.
V .—V a lo r ló g ic o d e la s e n s a c ió n .—K 1 dato que
ofrecen los sentidos para la obra de! conocimiento, mien
tras no es más que la modiñcacidn que la acción de los
cuerpos produce en los sentidos del organismo humano,
se llama im presión; luego que ha modiñcado al Y o hu
mano por haber atendido á ella nuestra alm a, se llama
sensación, la cual, considerada en su aspecto afectivo 6
emocional, ts subjetiva y variable^ pues esa afección puede
ser placentera ó dolorosa aun dándose las mismas circuns
tancias objetivas y las intermediarias sensibles de comu
nicación; así lo am argo puede emocionar agradable*
mente, no sólo porque se haya habituado nuestro sentido
del gusto, sino también porque lo perciba nuestra inteli
gencia como conveniente; por donde vemos que la sensación
es algo m ás que un fenómeno m odiñcativo de nuestro or
ganismo y de nuestro y o ; es también representación que
nos advierte la existencia de algo que con sus cualidades
nos afecta; luego la sensación, considerada adecuadamente,
no es mera afección subjetiva, sino que es también repre>
sentación que contiene una relación determinada con ios
objetos materiales, la cual, aprehendida por la inteligencia
en relación de presencia y distinción, es la condición del
conocimiento que alcanzamos de los cuerpos y de sus
cualidades.
E ste aspecto representativo, que tiene toda sensación
de las cualidades de los cuerpos, es lo que constituye el
carácter y v alo r lógico de la misma, pues él es el que
suministra lo s datos para la formación de los conoci
mientos experimentales, tales como el de (a modificación
de nuestro organismo mediante la acción de lo exterior,
dato necesario, que por su condición fatal no engaña,
pues se limita á llamar la atención dei espiritu; otro dato
ts la relación que guarda con las cualidades de los cuer
pos que con su acción dieron el aviso^ el cual suministra
la materia sobre que ha de obrar la inteligencia para
formar el conocimiento. D e modo que la sensación es un
estimulo que por e* primer dato despierta la inteligencia.
y es la ocdaión de su ejercicio, y por el segundo suminis
tra ia materia, para que la inteligencia se ponga en rela
cidn de conocimiento con lo material sensible.
VI.*—Im p o r ta n c ia l ó g ic a d e l s e n tid o In te rn o im a
g in a c ió n .—L a imaginación conserva esta sensación y la
reproduce, pudiendo llegar á formar una copia de toda la
realidad sensible interior y exterior en que vivimos» va-
liéndose de imágenes, tipos» símbolos ó exquem as; y de
este modo la sensación, que es fugaz y pasajera, queda ñja
y puede detenerse la atención intelectual en su contempla«
ción cuanto sea necesario p ara hacérsela presente y per>
cibir cuanto representa. H e aqui la razón de que se haya
admitido uoa memoria sensible á diferencia de la intelec
tual, siendo asi que no es más que el resultado del funcio*
namiento natural de ia imaginación ( l) .
V em os, pues, que la imaginación tiene la importancia
lógica de hacer aprovechables las modificaciones fugaces
de las sensaciones para la obra del conocimiento; ahora
bien, para que sus representaciones tengan el valor de
datos que representan la realidad y no el de ilusiones y
apariencias, es preciso que la inteligencia reñeja com^
pruebe de continuo las representaciones que le ofrezca»
contrastándoliis cuantas veces sea necesario con la obser
vación del mundo exterio r, distinguiendo los elementos
que la sensación ofrece unidos.
V il.—¿ P o d e m o s t e n e r s e g u r id a d d e la v e r d a d de
J o s c o n o c im ie n t o s o b te n id o s m e d ia n te l o s s e n ti
d o s ? —Con respecto á las cualidades de los cuerpos y sus
modiñcaciones, el testimonio de los sentidos es criterio
seguro de verdad, siempre y cuando se cumplan las con
diciones que hemos expuesto, y además apliquemos al
dato sensible la actividad cognoscente con las condicio^
nes que señalamos al hablar de la atención, percepción y
determ inación, y Sa razón ea clara; si nos equivocásemos
C A P ÍT U L O lll
c o n d o n cia.
I.—D iv e r s a s a c e p c io n e s en q u e h a s o lid o y su e
le t o m a r s e la v e z c o n c ie n c ia .—A l tratar de la divi
sión de los criterios dijimos que la conciencia era un cri
terio de verd ad, pero reservándonos hablar de ella de un
tnodo especíat en este capítulo, dada 6u innegable impor
tancia; así como para conocerla reflexivam ente, con el ña
de comprender m ejor las cuestiones lógicas que su estudio
envuelve.
jCoQciencial H e aquí una palabra usada con mucha
frecuencia en e! com ercio de la vida y en diversos sentí*
dos, de tal modo, que es común oír las expresiones: <No
tiene conciencia de (o que hace»; «habla sin conciencia de
lo que dice»; ces un hombre sin conciencia»; <Fulafioe$
un artista concienzudo»; «se falló el pleito á conciencia»,
por decir: «No tiene conocimiento de lo que hace»; «ha
bla sin saber lo que dice»; «es un hombre Inmoral»; «fa
lló el pleito en justicia». E stas expresiones d a n á enten
der que la*palabra conciencia suele ser tomada como
sinónima de conocimiento, y según sea este conocimiento
del alma, del mismo conocimiento, de los actos con rela
ción al bien, de la belleza, de los principios jurídicos, etcé*
tera, etc.; asi se la puede llamar conciencia psicaUgicA^
lógica y m oral, estética, ju ríd ic a , etc.
II.—E tim o lo g ía d e l a p a la b r a c o n c ie n c ia .—Atea*
diendo al origen etimológico, observamos que (a voz con
ciencia se deriva de las palabras latinas y scire, queÜ*
teralmente significan saber, de modo que, en considera
ción á la etim ología, tener conciencia es lo mismo que sé-
propiamente- M as como uno no dice sólo que tiene
conciencia de lo que conoce ser, si que también dice: tenge
conciencia de lo q u t hago, de lo que siento, quiero, y ^
I
otras muchas cosas que de] yo se pueden decir, claro es
que legítimamente podemos afirm ar que la esfera de la
conciencia se refiere no sólo al conocer, sino que más bien
á todas las esferas de la vida en que somos parte activa
Ó pasiva y en que nos reconocemos como tales agentes ó
pacientes.
A h ora bien; nosotros examinaremos aquí Cínicamente
la conciencia de! conocimiento« que es la que importa al
lófico, pero expondremos también algunas investigaciones
que son propiamente psicológicas, dado que tenemos ne
cesidad de determinarla en su naturaleza para comprender
8u alcance cognoscitivo y valor lógico, tanto más cuanto
que empezamos por ella el estudio y no por la Psicología.
III.— C a r a c t e r e s d e la c o n c ie n c ia .—L a conciencia
no es nuestro ser mismo, sino algo que de él se dice; así
lo comprueba la frase: m i conciencia me manda que cjecuU
la ju sticia y evite la injusticia', y prueba esta frase, que es
una propiedad ó a!go que al ser pertenece y no el mismo
ser, porque si no, en ella no se emplearla el posesivo mi^
y y a es sabido que los posesivos se emplean para referir
las propiedades á los seres de quienes se dicen.
E sta propiedad es permanente en el ser de quien se
dice, esto es, se da siempre en el ser consciente. No que
remos decir con esto, com o pudiera creerse, que el ser
consciente se dé cuenta de un modo constante y sin in
terrupción alguna, de que posee tal propiedad, no, pues
por lo que hace al hombre, la propia observación le de
muestra que no es así, porque no es en nosotros perma
nente el sabernos como tales conscientes, es decir, como
conscientes reflejos, cosa que únicamente podríamos afir*»
marla si, sin interrupción, nos diésemos cuenta de ella, lo
mismo en el estado de vigilia que en el de sueño, en la
embriaguez que en !a locura y en e( éxtasis que en el
eetupor, en los cuales, por lo general, no aparece ésta, y
aun en la vigilia suete suceder que se veriñque como una
«specie de adormecimiento de }a conciencia, por la aten^
ci6n ñja y tenaz con que nos solemos dirigir al conoci*
miento 6 contemplación de un objeto. M as no se crea
tam poco que deje de existir porque en el estado A ó B
deje de ejercerse, no, y la prueba es que, en esos mismos
estados de sueño parcial, sonambulismo, catalepsia, éx*
tasis, demencia y otros, suele ocurrir á veces que se des
pierte con una actividad tan enérgica, por lo menos, como
en el estado de vigilia; cosa que ciertam ente no acontece
ría si la conciencia no fuese propiedad permanente del ser
conociente. E l fenómeno de que la conciencia no se mani-
ñesta constantemente, se explica con facilidad si se tiene
en cuenta que la m ayor parte de las veces se queda como
adorm ecida, ó porque no nos lijamos más que en el objeto
del conocimiento, sin atender á que somos el sujeto del
mismo (conciencia directa ó habitual como la llaman los
escolásticos), ó porque la actividad del espíritu no se ejer'
cita; y así como no deja de pertenecem os el pie porque no
estemos andando, tampoco deja de pertenecem os la cofi*
ciencia porque no se dé en acto.
L o que acabam os de exponer nos lleva á reconocer
en la conciencia el carácter de manifestarse de un modo
variablcytn cuanto que es varia en su ejercicio; de suerte
que la conciencia es, al mismo tiempo que una propúditi
perntanenie, una propiedad mudable en su ejercicio, y no es,
com o alguien ha dicho, e l alm a misma, sino que más bien
es algo que al alma pertenece; pero como las propiedades
que son permanentes y variables en su ejercicio se Maman
potencias ó facultades, !a conciencia es una potencia que
podemos reconocer en el hombre, potencia que, no obs-
tante pertenecer al orden cognoscitivo si la consideramos
subjetivam ente, por sus aplicaciones, Ó sea objetivamente
considerada, lo mismo se refiere al orden cognoscitivoqu^
a l urden volitivo y sensible, pues todos los hombres pode*
mos com probar en nosotros que son verdad las frases.'
Tengo conciencia de m i error, tengo conciencia de mis se-
tos y tengo conciencia de m i dolor.
Una potencia que se ejerce sobre varios se llama fa c u l
tad, mas toda facultad establece una re)ación de presencia
con el objeto sobre que se ejerce; luego la conciencia es
una facultad de relací(!5n de presencia.
Pero no es esto solot la conciencia, como U inteligen
cia, es relación de distinción, porque los términos objeto y
sujeto del conocimiento que Mamamos consciente no se
confunden, aun cuando no sean más que un solo ser>elcual
entra en la relación consciente como activo y rcaptivo\
así, por ejemplo, en el hecho de conciencia «conozco que
conozco», es lo mismo que si dijéramos: y o me reconozco
como sujeto del conocimiento que adquiero; por donde se
ve que la inteligencia se reconoce á sí misma como sujeto
d elacto q u e ejecuta al conocer. S ¡ decimos «conozco que
sieato», también es un hecho de conciencia mediante el
cual el alma se reconoce como sujeto que conoce su propio
sentimiento, que es el objeto sentido y conocido por é!, y
en el cual; com o en el anterior, no h a y otra cosa que el
ejercicio de la inteligencia, conociéndose como sujeto a c
tivo que conoce el sentimiento que «ufre el Yo en cuanto
sujeto pasivo; por donde se v e que la conciencia no es una
nueva facultad del espíritu, sino la misma inteligencia,
pero puesta en ejercicio de un modo especial, cual es el
de darse á sí misma en relación de presencia ante si^ por
virtud de la cual relación se conoce á sí misma como cog
noscente de tal ó cual cosa, pues aunque dos piedras pue
den estar presentes la una á la otra, no se dan ante sí
mismas, ni la una recibe la presencia de la otra estándose
presente ante sí, ni la otra es conocida por la que pudiera
hacer de cognoscente; y esto que decimos de las piedras,
lo decimos de los seres inferiores al hombre, por lo cual
no debemos afírm ar que tienen conciencia, dado que no
tenemos ningún dato positivo para afirm ar que se hagan
presentes ante sí mismos, conociéndose como tales suje
tos de conocimiento.
IV.—¿ C ó m o p u e d e d e fin ir s e la c o n c ie n c ia ? .—T ó -
•*r* —
- 3 10 —
canos ahora, elevándonos sobre lo q u e nos ha dicho h
experiencia, averiguar c6mu se definirá la conciencia; y
nos encontramos con que para unos la conciencia es /a
fa c u lta d de ser y estar en s(; para otros la fa cu lta d de ser
y estar sobre s i y y para algunos la facu ltad de ser y estar
por sí.
N ótase en todas estas definiciones, que convienen en
que la conciencia es una facultad de relación, suponiendo,
p or tanto, un sujeto y un objeto, que puede ser e! mismo
consciente 6 algo fuera del mismo, 6 por último, la rela
ción que se establece entre dos seres conscientes; en lo
que no convienen es en cuál sea la clase de esta relación»
puesto que en la prim era definición se indica que la con
ciencia es una relación de continencia expresada por la
preposición en, y aun cuando éste sea un carácter de la
relación consciente, es lo cierto que no es e! primero,
porque no obstante estar como conscientes presentes á
nosotros mismos, también com o individuos estamos den-
tro de la especie y el género; en tanto que en la segunda
deñnición se expresa la relación de conciencia con la pa-
iabra sobre^ que en sentido metafórico quiere decir pre
caución y prevención, ó como si dijéramos estar sobre
aviso, estar prevenidos', pero como se comprende á la más
ligera meditación, nu es éste un carácter distintivo de la
co n c ien c iA , porque entonces la conciencia directa ó habi
tual no sería conciencia. La tercera definición expresa la
relación con la palabra fo r , que indica causalidad, y aun
cuando la conciencia es una relación de causalidad, no es
la única; por tanto, no debe ponerse com o característica.
E l P. Z efe riño González define la conciencia diciendo
que es la percepción experim ental de algún estado interno y
modificación ó afección presente de nuestra alm a ( i) . Esta
deñnición indica que la conciencia es una relación de
presencia y cosa que es verdad, pero también lo es, que
— 3U —
C A P ÍT U L O IV
L * riMinoH«.
i
— 321 - -
de dqul también las leyes objetivas de continuidad y
existencia; de donde, para ser lógicos, habremos de reco
nocer que los objetos de la realidad exterior se enlazan
por medio de relaciones de sucesión, simultaneidad y co
existencia, á las cuales h a y que agregar la relación nece*
saria que existe entre la causa y su efecto ó la razón
sufìciente y el hecho ó fenómeno, llamada relación de
eausalidad.
L a conexión ó vínculo que existe entre los objetos de
la memoria y de la previsión puede ser efectivo entre ellos,
y entonces so le llama vinculo natural, y puede ser aròi^
trario y es decir, debido al orden que en esos objetos pon
ga libremente nuestra facultad cognoscente; así, pues, se-
gún esta nueva distinción, si el vínculo de unión entre los
objetos es natural, la le y se llam ará natural ó de los con’
trastes, y se formulará así: «Conocido un objeto se recuer
da el análogo, y conocido un objeto se recuerda el con-
trario». S i el vínculo es arbitrario, 6 puesto á nuestra
voluntad, entonces la le y objetiva sólo depende y a de
]a$ relaciones de tiempo y espacio en que se den los
objetos que recordam os ó prevem os mediante el vínculo
artificial, y la podemos formular: «Conocido un objeto de
dos que se suceden en el orden temporal ó de dos que se
dan al mismo tiempo, se recuerda cl sucesivo ó ei simui-
Une o. L o s objetos que se enla;?an en el espacio produce;i
recuerdo».
Ejem plos: Supongam os que hemos estado en un jardín
donde hemos visto dos rosales con magníficas rosas que
nos llamaron la atención por su hermosura; si por una ca
sualidad ó voluntariam ente traemos á presente que en
nuestra visita al jardín encontramos al rosal A , recorda*
remos seguidamente, 6 quizás al mismo tiempo, que vimos
el rosal B ; que si las rosas del primero eran encarnadas,
ias del segundo eran de té, etc.
S i se trata de un salón en el cual hemos contemplado
un mueble que nos ha llam ado la atención, siempre que
— 322 —
nos hacemos presente este mueble, recordam os todos los
objetos que coexistían con é! en el salón y de los cuales
también nos dimos cuenta por estar contiguos. Por úl
timo, 8i conocemos (os objetos siguiendo un orden alfabé
tico, siempre que recordam os el primero de la serie, se«
gukdamente se nos hacen presentes todos los demás.
Generalm ente todas las leyes objetivas se dan unidas,
y asi contribuyen á la recordación juntamente las leyes
de causalidad, sucesión, simultaneidad y coexistencia.
Respecto al sujeto, tenemos que com o sólo caen bajo
la acción de la memoria y la previsión los estados de la
conciencia que se rofíeren al pasado y al porv'enir, á los
estados de conciencia se han de referir las leye s subjeti«
v a s de la memoria y de la previsión, y por tanto á ellos
hemos de atender pvira formularlas.
L o s estados de conciencia pueden ser semejantes ó
desemejantes, opuestos y contradictorios; por consiguien
te, si asociamos las ideas desenvolviendo esas relaciones»
resultará que los estados semejantes producirán recuerdo
y los desemejantes olvido; de ahi que la le y subje(iv;i la
formulemos: «Los estados análogos de nuestra conciencia
producen recuerdo». «Los estados contrarios producen oÍ*
vid o*.
A sí, por ejemplo, durante el estado de vigilia es muy
diñcil recordar lo que aconteció durante el sueí^o; en
un estado de alegría todos ios ratos pasados alegremente
acudcn á nosotros, en tanto que cuando nos añijen las
penas acuden á nuestra mente los recuerdos de estados
de dolor, hasta el punto de considerarnos lo s más desgra*
ciados del mundo.
La unión de ias leyes objetiv'as y subjetivas constitU'
yen las íeyes su b jetive^ jetiva s de la memoria y de la pre-
visión, que constituyen la ley propiam ente racional que,
fundada cn la unidad com positiva del objeto y en ía uni*
dad de nuestro espíritu, á pesar de todas las distinciones
del tiempo en que vive, explica la asociación de las ideas,
— 32 5 •
no s6\o eoo lazo artlüclal y abstracto, sino con las co
nexiones reales que los objetos tienen entre sí en la
realidad.
Vil.—¿ L a m em o ria e s criterio se g u ro d e v e rd a d ?
- L a claridad con que la memoria nos trae á presente los
conocimientos que hemos adquirido^ nos hace admitirla
como un medio 6 criterio de cuya veracidad no puede du
darse: l A porque la memoria enlaza los conocimientos»
atendiendo exclusivam ente á la continuidad de los esta
dos del pensamiento y al acuerdo exacto de lo pasado
con lo presente, y la memoria dejaría de ser lo que es si
no trajera á presente los conocimientos adquiridos, tales
como la inteligencia los obtuvo; 2.^ porque la memoria no
se puede impugnar com o tal testimonio de verdad sin
incurrir en contradicción, pues sin ella no podría uno
negar ni añrmar el predicado del sujeto, pues cuando
uno fuese á decirlo del sujeto^ éste estaría y a olvidado y
la expresión de un juicio sería imposible; luego el hecho
mismo de com parar un conocimiento nuev'o con uno ante
rior y decir que le corresponde, verdaderam ente «upone
ya que admitimos que es criterio «eguro de verdad la
memoria, pues sólo en virtud de ella está presente toda
vía el conocimiento del sujeto y del objeto, que es ante
rior á la comparación.
A hora bien; la memoria no cabe duda que puede
recordar conocimientos que en sí sean cuentos ó patra
ñas, pero los recuerda así porque así los conoció nuestra
inteligencia; de modo que lo que habrá que hacer es pro
bar por otros medios si los conocimientos recordados son
verdaderos ó falsos; al criterio de la memoria no le eoni'
pete más que darnos la seguridad de que, lo que en el
momento actual nos presenta como recuerdo, fué así
conocido en el tiempo á que se reñere, y en esto que la
compete, la memoria es criterio seguro, pues si no el re*
cuerdo dejaría de ser recuerdo y el conocimiento presente
fto sería de la memoria, sino de la inteligencia, que erró*
- 324 -
fieamente lo tom aba como y a adquirido. Ejem plo: R e
cuerdo que a y e r v i un cuadro de Murillo; podré dudar
de que el cuadro sea de Murillo, pero de que lo v í y lo
tom é por un cuadro Murillo, no puedo dudar sín
negar mi razdn.
C A P IT U L O V
E l c o n i« n lim Í« n lo c o m ú n .
j
- .U 5 —
fiu ra de ruìsotros; f i mundo sensibU es una n a lid a d exte
rio r à nosotros: D ios debe ser reverenciado; los hijos deben
respetar á sus padres; lanzados a l acaso muchos caracteres
de im prenta, no resultarán ordenadosy form ando una com-
posición del pensamiento humano.
L as anteriores proposiciones obligan eá la in!e'igeQC¡i
humana á que m adhiera á su v*erdad, y por consiguiente
á asentir con confianza en que son verdaderas, sin que
preceda una demostración racional explícita.
It í.-'E le m e n t o s q u e c o n t ie n e el c o n o o Jm ie n to
c o m ú n .—Todos los conocimientos verdaderos que, como
tales, corresponden al consentimiento común, envuelven
una evidencia mediata fácilmente perceptible por medio
del raciocinio, la cual obra de una manera confusa é im
plícita sobre nuestra facultad cognoscente, arrancándola
su adhesión: ahora bien; como esa evidencia mediata,
mientras no se demuestra, es confusa y su luz no es suñ-
ciente para que nuestra inteligencia se adhiera con la
fuerza que ío hacc, precisa que, adem ás de esa luz, admi
tamos que á nuestra inteligencia es innata ó connatural la
inclinación ó propensión espontánea de asentir á los cono
cimientos verdaderos del consentimiento común, tal como
silo hiciera con certeza absoluta.
E sta especie de innatismo dei consentimiento común
es lo que le da el carácter de resistencia á toda innova
ción en los conocimientos que consideramos como verda
des comunes, m ientras que el elemento primero ó luz con
fusa que Se acompacia, que hace que con suma facilidad y
espontaneidad la razón v ea la verdad que contienen,
como elemento racional que es, impele al consentimiento
común á no quedar estancado, y de ahi que muchos de los
conocimientos que se han tomado como verdaderos sin
discusión, por creerlos pertenecientes á él, hayan sido
arrojados de la verdadera esfera del consentimiento común.
Encuéntranse, pues, en el consentimiento común dos
elementos: uno, la tendencia natural de ta facultad intelec*
tudl á asentir á la verdad de ciertos conocimientos de
evidencia confusa é implícita; otro» el rnclonal, que es esa
misma evidencia conjuga ¿ im plícita y que fácilmente des* ^
cubre el raciocinio.
IV.‘^ ¿ P u e d e a d m iU rse la t e o r ía d e la o sc u d ia
e s c o c e s a s o b r e el c o n s e n tim ie n to c cm U n ?—L a es*
cuela escocesa, y especialmente Tom ás R eíd, ha sostenido
que el asenso á las verdades dcl consentimiento común,
procede de un instinto espontáneo y ciego de la natura
leza. Nuestro filósofo Balm es, siguiendo en esta cuestión á
la escuela escocesa, sostiene que el criterio del consentí*
miento común w es más que una inclinación necesaria de
¡an atu raliza, un ctsenso procedente d el instinto intelectual.
E s cierto que toda facultad tiende naturalmente á su
ñn propio, y la inteligencia se adhiere naturalmente á su
íln propio la verd ad; mas nótese que la inteligencia no ^
una facultad ciega, sino al contrario, facultad que es luz que
ilumina todas nuestras relaciones en cuanto caen bajo su
mirada, y , por consiguiente, es incompatible con ella lo
ciego y lo instintivo; ella se adhiere fuerte y espontánea
mente á la verdad de las proposiciones del consentimiento
común, porque en ellas existe implícita una evidencia que
quizás ve ella antes de hacerse completamente reñeja, la
cual constituye lo que hemos llamado en el párrafo ante
rior el elemento racional; por esta razón toda proposición
que no contenga este elemento queda excluida de las
llamadas de consentimiento común.
V .—C o n d ic io n e s q u e d e b e n re u n ir lo s c o n o c i
m ie n to s p e r te n e c ie n te s a l c o n s e n tim ie n to co m ú n
p a r a s e r v e r d a d e r o s .—D e la naturaleza y elementos del
consentimiento común se deduce, que para que un cono*
cimiento verdadero se pueda decir que corresponde á la
esfera del consentimiento común, es necesario que reúna
las condiciones siguientes:
I.* Que su verdad sea constante y verdaderam ente
común, esto es, que asientan á ella todos los hombres que
estén en el uso normal de su facultad intelectual en todos
los tiempos y lugares.
2 * Que lo que se da como de] consentimiento común
sea conform e con la razón, esto es, que ñ o la contradiga.
3.^ Que el asenso á estos conocimientos proceda de ia
propensión naturíil de nuestra inteligencia y de la luz de
la razón, y por tanto, excluimos el asenso que trae su ori
gen de las pasiones, preocupaciones ó ignorancia del
sujeto.
4 / Que estos conocimientos lleven en sí tal luz impU*
cita> que ei asenso sea espontáneo.
V I.—¿E l co n se r)t i m ie n to com U n e s c r it e r io s e g u
ro d e v e r d a d ? —E l asenso á los juicios del consentimiento
común, está fundado de una parte en la Inclinación na*
tural de la inteligencia humana á la verdad, y de otra en
la evidencia implícita que contienen los tales juicios; de
aquí que no tengamos más remedio que admitir, 6 que los
juicios propiamente pertenecientes al consentimiento co-
mún son verdaderos, ó que la inteligencia va naturalmente
contra su finalidad propia y que la evidencia no es un
criterio de certeza; como lo último es absurdo, hay que ad
mitir lo primero. M erced á la luz natural que acompaña
á este criterio, llamado también r^zón práctica, cada in*
dividuo reco ge del medio social y condensa en su interior
un conjunto de observaciones que, generalizadas espon
táneamente, las con vierte en máximas y reglas prácticas
de conducta, de que son un ejemplo la rectitud del ra*
zonar del niño, que sorprende y m aravilla en muchas oca
siones, y los correctivos que pone á los dislates y sueños
de los ideólogos utópicos.
VU.—¿ R e a lm e n te e l c o n s e n tim ie n to c o m ü n In d u
c e á e r r o r ? —N o pocos ñlósofos aseguran que el consen
timiento común no puede considerarse como un criterio
de verdad, puesto que lejos de asegurarnos de la verdad
de nuestros conocimientos, lo que hace es inducirnos en
no pocas ocasiones á tom ar como verdaderos conocimien
tos que cn realidad son falsos, y al efecto citan los casos si>
guientes: Que los hombres son inducidos por la misma
propensión innata de la naturaleza intelectual á juzgar
que los colores, olores, sabores, e tc., $e hallan realmente
en los cuerpos; siendo asi que los ñlósofos demuestran
que los colores, olores, sabores y demás cualidades no es
tán en los cuerpos, sino cn el sujeto que los siente. 2 ° Que
si alguna proposición existe que pueda llamarse del con*
sentimiento común, ésta debiera ser «Dios existe», y sin
em bargo no es así, puesto que existen hom bres com o los
ateos que niegan su existencia.
E n primer lugar hemos de ad vertir que para nosotros
no todos los conocimientos que se tienen como del con
sentimiento común So son realmente, sino únicamente
aquellos que reúnen los elementos y condiciones que he*
mos indicado oportunamente. E n segundo lugar, dcci*
mos que cuando se añrm a que los colores, olores, sabo
res y demás cualidades perceptibles por los sentidos, se
hallan en los cuerpos, se afirma un juicio det consenti
miento común, pero realmente mal expresado, puesto
que ío que se quiere decir no es que nuestras sensaciones
del color, sabor y olor estén en los cuerpos, sino que las
cualidades de los cuerpos son las que producen esas m o '
díñcacíones en nuestros sentidos; así com o cuando de
cimos que los colores, sabores y olores se dan en el
sujeto, lo expresam os ma!, pues debiéram os decir: las
sensaciones del color, sabor y olor se dan en el sujeto.
P o r lo que hace á los que añrm an que ninguna verdad
debiera pertenecer al consentimiento común como la de que
Dios existe, y sin em bargo es negada por los ateos, contes
tamos: que no porque h a ya hombres imbéciles, dementes
6 en cualquier otro estado anorm al de su inteligencia que
nieguen que Ja conciencia es un criterio de verdad, por
eso deja y a de ser éste un criterio seguro, pues lo mismo
tratándos^dc las verdades propiamente dichas del consen
timiento común, no porque haya algunos hombres que lo
mcguen, y a por eso pierden su universalidad; por lo de
más, negamos que existan ateos convencidos de que no
existe Dios, pues todavía no ha podido ninguno probar
con certeza la no existencia de Dios; su inteligencia lo ig-
norará si existe 6 no, mas esto no daña al consentimiento
común, pues el que añrma los juicios del consentimiento
común no puede ser absolutamente ignorante, antes bien,
tiene que empezar por conocer el juicio á que 8C adhiere
4u inteligencia y , por lo menos, vislum brar la evidencia que
lleva implícita, y en cuanto á los ateos prácticos, sabido
es que no se meten á negar ni afírm ar sí existe 6 no existe
Dios; su norma es obrar como si no existiera, porque así
conviene á sus pasiones.
C A l'ÍT U r.O V I
L a a u to rid a d h u m a n a .
l.*->Noclón d e l c r it e r io d e la a u to r id a d h u m an a.
— La m ayor parte de los conocimientos que obtiene el
hombre, son debidos á la ciencia ajena; pocos, m uy pocos,
son debidos á la ciencia propia; es decir, que el gran cau«
dalde conocimientos que supone poseer una mediana c u l'
tura en los momentos actuales, no podría adquirirlos por sí
solo ningún hombre, aun cuando dispusiese de una vida
temporal doble de la que por término medio hoy tiene; he
¿hí por qué si para las demás necesidades do la vida huma
na se necesita la solidaridad de los hombres, para la vida
de la ciencia es absolutamente indispensable, pues si es
verdad que os más preferible el testimonio propio que el
ajeno, y por eso decimos que el hombre no escarmienta
jamás en cabeza ajena, también lo es, que la m ayor parte
de los conocimientos los tenemos que tom ar de nuestros
semejantes, aun cuando sea dajc ciertas condiciones, gracias
á lo cual es posible el progreso de la ciencia; ahora bien»
llamamos criterio de la autoridad humana á ¡a s roseras ó
motivos qué nos inducen á d a r crédito d los conocimientos
que no adquirim os p í^ ciencia propia.
!].—¿ A q u é d a m o s eC n o m b r e d e te s tim o n io y á
q u é e l d e t e s t i g o ? ^ £ l testimonio cons iste en U mani
festación 6 referencia de! conocimiento que admitimos
como ajeno, 6 no investigado y obtenido por nuestros
medios subjetivos de conocimientof mientras testigo ts
la persona que nos maniñesta ó reñere los conocimientos
no investigados por nosotros mismos.
MI.—D iv isió n d e l te s tim o n io .—E l testimonio pode
mos dividirlo: atendiendo á su objeto, á U fuerza d virtud
con que mueve nuestro asenso intelectual, y á su forma de
expresión. Atendiendo á su objeto, el testimonio se llama:
dogmàticoy cuando nos refiere alguna doctrina 6 verdad
cientíñca á la cual damos asenso por el dicho de otros,
como por ejempto, sí asiento á la verdad siguiente que me
ha dem ostrado un matemático, la tierra gira alrededor del
sol y de su eje; histérico^ cuando lo que nos comunica son
conocimientos sobre hechos ejecutados por el hombre 6
por cualquiera otro ser; asi, por ejemplo, la H istoria uni
versal no es más que un testimonio que nos reñere los
hechos m ás culminantes realizados por el hombre.
Atendiendo á la fuerza con que mueve nuestro asenso
intelectual, se divido en auiénticoy probable^ incierto ò du’
doso y fa lso . E l testimonio es auténtico si se nos presenta
con tal evidencia que exclu ye todo tem or de error; pro
bable, si deja en nuestra inteligencia algún pequeí^o temor
de que no sea cierto; incierto ó dudoso, sí deja á nuestra
mente en reposo por tener tantos m otivos para admitirlo
como para no admitirlo, y falso, si presenta evidentes se*
ñales de ser erróneo ó contrario á la verdad.
Atendiendo á su forma ó manera de estar expresado,
se divide el testimonio: en narración, si el testigo nos lo
presenta por medio de la palabra; rum or, si corre de
boca en boca y el testigo presencial es desconocido; tra-
diciòn ora l y cuando cl testimonio es transmitido oralmenti?
por una serie de testigos de generación en generación
hasta llegar á nosotros; documento, si el testimonio está
consignado por escrito total 6 parciaJmentc; y monumento^
cuando el testimonio consiste en una obra más 6 únenos
permanente y más 6 menos artística, levantada para con*
tígnar el hecho ó por la cual puede venirse en conocimien-
to de éU si no se hizo exprófeso.
IV.— D iv isió n d e l o s t e s t ig o s .—<Los testigos, que,
como hemos dicho, son las personas que nos comunican
el testimonio, se pueden dividir en inmediatos 6 presen
cialesy y mediatos 6 de oídas. E l testigo es inmediato,
cuando ha presenciado 6 investigado por sí el conocí'
miento que comunica; y es mediato 6 de oídas, cuando
habla por referencias de otro, bien porque á él se lo ex-
pitearon, bien porque lo leyó y \o cuenta 6 comunica por
su parte tal y como lo adquirió.
V .—L a a u to r id a d y la fe . - L a autoridad podemos
considerarla en el testimonio impropiamente, y en e! tes*
tigo propiamente. L a autoridad considerada en el testi*
monio, consiste en la luz intrínseca ó extrínseca que ro
dea á lo que se nos presenta por otros, la cual despierta
ó ño despierta nuestro asenso intelectual.
L a autoridad considerada en el testigo consiste en la
idoneidad, moralidad y dignidad del mismo que nos pre*
senta el testimonio y que hace que nuestra inteligencia
asienta ó no á lo que nos da á conocer.
L a fe consiste en el asenso que presta nuestra inteli-
gencia al testigo por razón de la autoridad que el mismo
tiene ante nosotros. L a fe, generalmente, es dividida en
divina y humana. E s divina cuando creemos lo que nos
dice Dios, que dada su dignidad y fuerza moral, ni puede
engañarse ni engañarnos; y es humana siempre que asen
timos ó damos crédito al testimonio de ios hombres
ñando en su imparcialidad, idoneidad, m oralidad y dig*
nidad.
V I.— C o n d ic io n e s q u e d e b e r e u n ir e] t e s tig o p a ra
q u e s u a u to r id a d d e s p ie r t e n u e s t r o a s e n s o In te le c
tu a l á lo q u e t e s tim o n ia .—L a dutoriddd del testigo
€stá: en que sea im parcial^ esto es, sincero, que haya
observado el hecho con absoluta im parcialidad/sin prejui>
cios de época 6 de sistema, transmitiéndolo sin pasión, sin
' interés alguno particular, sino el desinteresado de su
am or á la verdad; 2.^« en que sea capas^ esto es, comp«'
tente para poder conocer el conocimiento de que nos tes
timonia; 3 . en que \yayapodido v e r la verdad y enterarse
de ella; por eso un hombre acostumbrado á v e r por el te
lescopio tiene más competencia para darnos á conocer
lo que se ve por e! telescopio que toda una población
y aun generación que no haya mirado más que una sola
vez, y 4."^, que el testigo sea veraz^ esto es, que sea probo
y honrado y que n o h n y a n a d a que le obligue á mentir.
E stas cuatro condiciones indican cómo la Lógica, para
conceder fe á la autoridad de los testigos, ex ig e antes
que se les pese y mida por su cualidad más bien que por
su cantidad, y cóm o realmente la L ógica es la moral de
la inteligencia.
V il.—C o n d ic io n e s q u e d e b e r e u n ir el te stim o n io
p a r a q u e le d e m o s n u e s t r o a s e n s o In te le c tu a l.—Lo
que se nos atestigua debe reunir ciertas condiciones para
que nuestra razón pueda admitirlo como verdadero, todas
las cuales compendiamos en las siguientes: prim era, que
Sfa posible y no contradiga el principio de contradicción
ni ninguna de las leyes positivas de la realidad; segunda,
que por lo menos sea probable* dadas determinadas cir*
cunstancias, las cuales es imprescindible tener en cuenta
si se realizaron ó concurrieron, y tercera, que sta rea l ó
se compruebe después mediante testigos y por testimonios
sucesivos. Algunos lógicos citan, además, multitud de re
glas que no tienen aplicación sino á caeos m uy particula
res: de entre éstas m erece citarse, sin embargo, la siguiente»
que tiene aplicación á los hechos sen»bles: Q%ti e l Ustimo-
Hto sea sensibUy público y d i im portancia suficiente para
llam ar la atención de los que lo presenciaron (i).
Cuando ei testimonio toma el nombre de tradición,
exige, además de las condiciones dichas, las siguientes, si
es que queremos que nuestra raz6n le preste su asenso:
primera, que sea del dominio de muchos testigos cn las va-
fias líneas de personas oriundas de los primeros testigos;
segunda, que sea constante mediante una serie de testigos
que comience en el hecho y prosiga hasta nosotros sin in
terrupción, y tercera, que sea unánime ó, por lo menos,
que esté de acuerdo en lo esencial al través de todos Jos
testigos inmediatos y mediatos. Concurriendo todas estas
circunstancias, la tradición presenta m otivos de credibili
dad, pues es imposible que engañaran los prim eros testi*
gos, que los intermedios fuesen engañados por aquéllos^
ni que éstos pudiesen ni quisiesen engañar á los sucesores.
S i una tradición es conservada religiosamente por toda
una nación, incluyendo á los hombres doctos de ella; si al
mismo tiempo se diere el caso de que por lo menos en lo
U n cia l de la misma, era conservada por otras naciones
distanciadas de la primera; si fuera celebrada desde muy
antiguo con ñestas y juegos públicos; si por añadidura
concordase con monumentos públicos, sepulcros, piedras
<Qiliarias, ediñcios, monedas, joyas, estatuas, pinturas y
utensilios, vestidos y arm as, claro está que todavía ten
dría mucho m ayor crédito la tradición, llegando á ad
quirir más m otivos de certeza que ios que tiene en su
esencia.
Respecto de la interpretocíón del testimonio, también
caben reglas, pero es imposible reducirlas á un número
reducido, y por otra parte, esto y a es objeto de ciencias
R e c ia le s com o la critica histórica y la Hermenéutica^ que
Apoyándose en Us reglas fundamentales dadas aquí, des
cienden á cada caso particular.
C A P ÍT U L O \ 'II
L a aviclancla.
ji
es indudable» porque ciertamente la idea no es más que
la manifestación de un objeto en la mente, y , como tal,
subjetiva y , por tanto, por sí sola no puede engendrar
certidumbre acerca de la realidad exterior á que se reñere,
pues si eso fuera así tendrían razón los que afírm an que
todo lo que es idea es real, como le sucede á Hegel.
L a teoría de Malebranche y la de Geoberti, que miran
i la intuición de Dios como principio de la ciencia y del
criterio de la verdad, se refuta con sólo pensar en que al
hombre no le es dado conocer á Dios por intuición, sino
tnedlatamente; esto ee, yendo de los efectos á las causas,
^ Bea de un modo a posU riori.
L a afirmación de V ico de que el principio de todo cri
terio es la acción del entendimiento causando la verdad,
queda desechada con sólo tener en cuenta, que !a verdad
es una cualidad de la relación de conocimiento, que con
s t e en que sea exacto lo que piensa el sujeto acerca del
objeto y , por consiguiente, que el entendimiento, al cono
cer, en Jo que pone como activo, es en lo que puede pro*
ducir error; luego la acción del entendimiento no puede
servir de norma infalible de verdad y , por consiguiente,
ser base y raiz de todos los demás crileríos.
E l criterio de Rosmini, e l ente ideal^ no podemos to
marlo tampoco como fundamento de los criterios de v e r
dad, porque para llegar á él necesitamos antes una base
segura de que podemos conocer con verdad y certeza,
pues no es Idea innata, sino adquirida y por medio de la
feRexión.
Respecto á Jaco b i, que pone en el instinto del cora
zón el criterio de la verdad, bástanos con la más ligera
observación para convencernos de que no hay cosa en el
hombre tan mudable com o 2os afectos é instintos, que,
por otra parte, son cicgos y necesitan de la luz de la razón
y del verdadero criterio para ordenarse á su objeto.
Coniüderar á la conciencia como el único criterio de
verdad, como hace Gallupi, es un e rro r que fácilmente se
demuestra, con sólo recordar que sólo es criterio de ver
dad cuando se trata de conocimientos reñejos y que, por
consiguiente, no puede ser criterio universal» 6 sea para
juzgar de la verdad de toda clase de conocimientos.
L a doctrina de Lamennais mirando al consentimiento
común de los hombres, como óníca regla segura é infali
ble de juicios ciertos, hasta el punto de poseer la certeza
en orden á los principios y hasta en orden á la realidad
de nuestra existencia, gracias á este criterio, es también
falsa: en primer lugar, porque el consentimiento común no
puede ser criterio primero y único de verdad, puesto que
él mismo supone necesariamente otros criterios, y Sa prueba
es ciara; los hombres no asienten á una proposici<3n ver*
dadera que se les comunica si antes no la perciben me*
diante sus sentidos, bien oyendo las palabras del que se la
comunica, bien leyendo sus escritos; luego sin la presupo*
sición del criterio de los sentidos, no cabría el del consen*
timiento común; en segundo lugar, no puede decirse
criterio único aquel que no puede aplicarse á toda clase
de verdades, y sabido es que el criterio del consentimiento
común no tiene fuerza de tal más que para las proposi’
ciones que reúnen las circunstancias que indicamos opor*
tunamente. |6ueno estaría que no asintiésemos á conocí'
mientos cu ya verdad es evidente con evidencia ínme*
diata, hasta tanto que no viésemos si todos los hombres
asentían!
Con respecto á la opinión de Beautin y Huet, encon
tram os igualmente ser un erro r adm itir como único crite
rio de verdad la revelación divina 6 la fe divina, puesto
que ambas presuponen otros criterios en el hombre, cuales
son: el de los sentidos,]a conciencia y la evidencia, en ra*
zóná que naturalmente no aparece en nosotros la íe divina
ni podemos dar crédito i. la revelación sino oyendo^
viendo, leyendo, discurriendo y , en una palabra, cono
ciendo. Adem ás, ¿quién es el que espera ó necesita de la fe
divina para asentir á una porción de verdades como la»
siguientes: y o siento y existo; y o pienso y existo; los án*
gulos de un triángulo son tres; etc.
En último lugar declam os que muchos filósofos ase
guraban que todos los criterios se podían reducir á uno
y que éste era ia evidencia. ¿Realm ente la evidencia es la
base y fundamento de todos los demás criterios? V eá-
mosto:
L a evidencia podemos tom arla en dos sentidos, 6
bien significando exclusivam ente Ja claridad y lucidez
con que vem os la conexión del predicado con el sujeto
en las proposiciones verdaderas, 6 bien toda verdad que
se presenta con claridad y lucidez á nuestra inteligencia,
ya sea que esta verdad exprese la relación entre un pre
dicado y un sujeto, y a sea que se refiera á un hecho ó
fenómeno Ó á un ser distinto. E n el primer caso» la evi
dencia no tiene más alcance que el de un criterio parti
cular que se reñere á cierta clase de conocimientos v e r
daderos» como son los expresados p or ciertas proposiciones,
y claro está, en este caso no puede ser único» ni funda
mento y raíz de todos; mas tomada la evidencia en el
segundo sentido, y a se reñere á todo conocimiento, y
puede ser norma de todo asenso de la inteligencia á la
verdad que contenga el tal conocimiento, puesto que si
lo meditamos un poco encontrarem os que no aseguro
estar cierto de que pienso sino porque experimento con
toda evidencia que en mí se da el pensamiento; que si afir
mo que el papel sobre que escribo es suave, es porque expe
rimento Ó percibo evidentemente con toda claridad y luci»
dez que el papel sobre que ap oyo mi mano es suave. Ea
decir, que no h a y conocimiento á cu ya verdad asinta
mos con firmeza absoluta, si su verdad no se presenta á
nuestra mente con toda claridad y lucidez, ó sea como
verdad objetiva evidente.
A hora bien; si un criterio , para que pueda ser único,
universal y base de ios demás, ha de poderse aplicar á todo
conocimiento verdadero, de modo que pueda ser m otivo
de que asegure la facultad intelectual su verdad, no cabe
duda que la evidencia tomada ea el último sentido es el
criterio primario y único de verd ad, sin el cuat no se
explican los demás criterios; y esto es tanto más cierto
cuanto que y a vim os oportunamente que la base y funda*
mentó de U evidencia, es el principio de contradicción»
norma 6 criterio último á que en definitiva h a y que ape
lar, puesto que si toda la certeza de la ciencia sale de la
certeza de los conocimientos verdaderos y evidentes en si
mismos, y éstos son los principios y todos ellos tienen á
su vez su fundamento en el de contradicción, claro está
que en último análisis la norma 6 criterio de la certeza ha
de ser el principio de contradicción, e l ser y e l no ser se
escluyen a l mismo tiempo^ que es el más universal por con
tener Us ideas más universales y las primeras que apare
cen en nuestra facultad cognoscente, si no refleja espon*
táneamente.
C A P ÍT U L O \ 1 II
L a c rític a .
L ^ R a z d n d el p la n y e x te n s ió n q u e v a m o s á d a r
á e s t e e s tu d io .—L a m ayor parte de nuestros conocí*
mientos científicos los alcanzam os y poseemos mediante el
auxilio de libros escritos por otros; y claro está, estos co
nocimientos no pueden ser seguros p ara nosotros, sino coo
dependencia de su autenticidad y del sentido genuino que
expresan.
H e aquí, pues, la razdn de que estudiemos aqui algu*
ñas nociones respecto á la autenticidad de los libros y ^
la interpretación, como complemento de lo expuesto acer*
c a de los criterios de verdad y certeza, y de sus caracte**
res y aplicaciones.
Claro es, pues, que no tratarem os aquí ni de la crítl*'
ca gen&ral, ni de la histórica, ni de la estética, ni de la
literaria> siao únicamente de la que podemos llam ar en
cierto sentido crítica hermenéutica, esto es, d ecap arte de
ta critica histórica y ñlológica que se reñere at discerní*
miento ó juicio recto de la autenticidad y sentido de los
libros pertenecientes á épocas y autores anteriores d la
época en que se juzga.
U.—A u te n tic id a d d e lo s lib r o s .—L a autenticidad de
los libros se re&ere á estos dos puntos: primero, si lo es-
cribió realmente el que se dice ser su autor; segundo, si no
contiene ninguna mutilación ó interpolación; de modo,
que al hablar de ta autenticidad de un libro habrá que re-
solver las cuestiones siguientes^ quién es propiamente el
autor del libro, y si está éste tal y com o lo escribió el
autor.
P ara resolver estas cuestiones, la crítica propone com o
principales las siguientes reglas;
1.* E l testimonio de autores contemporáneos y más
próximos á la época del escritor, es preferible, en igualdad
de circunstancias, al de escritores posteriores; ahora bien;
puede suceder que un libro se haya publicado, primero,
sin el nombre del autor, ó que se le haya publicado po
niéndole fingido el nombre de! autor por razones especia
les, aunque después conste por documentos fidedignos
quién fué el verdadero autor que apareció anónimo ó con
nombre ageno; en ambos casos se tendrá presente la re
gla siguiente: S i en códices antiguos un libro se atribuye
i otro autor diferente del que aparece como ta l, puede esto
tenerse p o r indicio problable dequ e e l libro no es auténtico;
d no ser que m ilite en contra alguna g ra ve razón.
2.* Cuando todos los escritores contemporáneos y poste-
rieres tienen p o r genuinam eníe perteneciente á un autor un
lib?rOy no cabe suponer lo contrario.
3.* E l heckc sólo de que algunos contemporáneos no
ntendonen a l autor d el libro, cuando otros escritores ig u a l
mente contemporáneos i próxim os a l autor lo mencionan^
no es suficiente motivo pa ra negar la autenticidad del
libro. L a razón de esto está en que el hecho del silencio no
prueba nada ni en contra ni en favor, pues el que calla
ni otorga ni niega.
E n el argumento negativo cabe distinguir tres partea:
X.^Que todos los contemporáneos é inmediatos guarden
silencio acerca dcl libro 6 suceso en cuestión; en este caso
habrá que atender á las circunstancias intrínsecas dei
libro y del que se supone autor para v e r si es auténtico d
no. 2.* Qae a lia d o del silencio de algunos contemporá-
neos exista el testimonio positivo de otros también con '
temporáneos; en este segundo caso no se puede negar la
autenticidad del libro 6 hecho histórico, por la razón que
hemos dado antes, de que el que calla ni afirm a ni
niega; de modo que todo queda reducido á considerar la
veracidad de lo s testigos que afirman. 3.* Cuando el tes*
timonio de los contemporáneos es uniforme en lo substan>
cial, pero algunos discrepan 6 guardan silencio acerca de
alguna circunstancia accidental 6 secundaria, en este caso
el hecho principal es indudable y el libro también se debe
tener por auténtico.
4,* E n e l casa de que un libro contenga opiniones y sen
tencias contrarias á la s contenidas en otras obras que p a ra
nosotros son genuinamente d el mismo autor, e l lib ro no
debe tenerse p o r auténtico ó po r lo menos debe sospecharse
que hubo interpolacionesy á no ser que conste po r otra parte
que e l autor mudó de opinión sobre aquella m ateria, en que
diverge de su modo de perisar anterior.
5 S i en un lib ro se hacen alusiones d cosas ó personas
posteriores á la muerte d el autor á quien se le atribuyeydebe
tenerse éste po r perteneciente á otro autory ó po r lo menos,
hay que a d m itir que ha su frid o interpolaciones ó adiciones
posteriores.
6.* L a d iversid ad de estilos entre un libro que se atri
buye á UH autor y otro ú otros que positivamente le pertene
cen, es UH indicio m ás ó menos probable de fa lta de auten
ticidad; pues no basta la diferencia de estilo para negat*
w
EL MÉTODO
C A P ÍT U r.O I
E l m ^lodo « n g e n e r a l.
C A P ÍT U L O II
M étodo o n o h tio o .
f .
'5 '
iv íi'
».
- ^62 -
solo procedimiento nos da seguridades com o uno, some>
tiendo el fenómeno al estudio de los tres principales mé
todos inductivos, tendrem os triple garantía de que es
verdadera la conclusión, y si con ninguno de ellos se ha
podido llegar más que á la probabilidad, con los tres pro
cedimientos la probabilidad también se habrá aumentado,
y acaso con alguno de ellos descubriremos el lazo que no
hubiéramos encontrado con los otros. E sta acumulación
de los métodos inductivos es lo que propiamente ha reci
bido el nombre de mètodo inductivo compuesto.
Un ejemplo notabilísimo del empleo acumulado de los
tres métodos principales de concordancia, diferencia y
variaciones concomitantes, lo encontram os en la investí'
gacíón hecha por Pasteur sobre la generación espontánea.
Supongamos que partim os de la hipótesis de que la
producción espontánea de los organism os v iv o s tiene por
causa la presencia de los gérm enes que lleva en suspensión
el aire atm osférico. Som etiendo la hipótesis al procedi*
miento de concordancia, se exponen al aire Jibre vasos
con líquidos fermentables, y se encontrará que en todos
los líquidos en que los supuestos gérmenes han podido caer,
las producciones espontáneas de organismos t í v o s han teni'
do lugar; luego por concordancia podemos decir que lo»
gérm enes que lleva el aire en suspensión son la causa de
los gérmenes vivo s que aparecen en los líquidos prepa-
rados al efecto.
Sometiendo la misma hipótesis al procedimiento de
diferencia, sustraem os á los liquidos fermentables de la aC'
ción del aire atm osférico, y si se llega á probar que los
líquidos encerrados en los vasos permanecen indeñnida-
mentc inalterables, sin que en ellos aparezcan los orga*
nismos viv o s, como !o probó Pasteur, tendremos Ja cíW*
traprueba por el método de diferencia de que los gérmenes
que ISeva en suspensión el aire atmosférico son la causa
de los organism os v iv o s que aparecen espontáneamente
en los líquidos fermentables.
-• —
E n tercer lugar, todavía cabe una m ayor prueba, cual
ts averiguar si aumenta el número de organismos vivos
que aparecen espontáneamente en los líquidos en propor
ción al número de gérmenes que existen en la atmósfera,
y para ello se van exponiendo los vasos con los líquidos
fermenCablr^s á la acción del aire de las c u e v a sy á la del
que se respira en las casas, en las calles, en las montunas,
etcétera, y se nota que á medida que el aire atmosférico
es más puro, en los líquidos &e van encontrando menos or
ganismos viv o s, hasta llegar A las altas cimas de los mon
tes» donde observam os que los líquidos expuestos sin gér
menes, pasado un tiempo indefinido, no los adquieren;
luego también podemos concluir» por el método de ias va
riantes íonc^mitanUSt que la causa de los organismos v iv o s
que aparecen espontáneamente en los líquidos es debida
á los gérmenes que las capas más bajas del aire atmosférico
duelen llevar en suspensión; y aun si extendemos !as prue
bas anteriores á los demás cuerpos» acabarem os por negar
que exista la generación espontánea, y concluiremos di
ciendo: Es propiedad natural d el ser vivo nacer p e r v ia de
repróduecióH de seres anteriores vivos.
Generalmente no se suelen emplear todos los métodos
inductivos, pero si es m uy frecuente el empleo combinado
del método de concordancia y del de diferencia, llevando
del primero la eliminación inductiva y del segundo la su
presión de la circunstancia que se considera como causa,
á c u y a combinación se la ha llamado método de concordan^
eia y diferencia^ cu ya regla es la siguiente: «Sí dos ó más
casos en que ocurre el fenómeno que se estudia tienen
una circunstancia común, mientras que dos 6 más casos en
que no ocurre el tal fenómeno no tienen de común más que
el hecho de su ausencia, la circunstancia en que difieren
las dos series de casos es la causa total ó parcial del fe>
nómeno. A s í, por ejemplo, en V alencia es malsano el
viento que pasa por los arrozales, eliminando de él» por el
cnétodo de concordancia, todas las circunstancias quecam -
bían, sin que cambien sus efectos morbosos» como son su
temperatura, velocidad, grado hidr orné trico, e tc., se llega
á concluir que al pasar por los arrozales se lleva en sus
pensión una porción de gérmenes que se desprenden de
las aguas estancadas y fermentadas; si además se suprime
esta circunstancia por el método de diferencia y se nota
que el Tiento que viene del lado donde no hay arrozales
es saludable hasta el punto de disminuir las fiebres, se
concluyo, sí cabe, con más fuerza que el aire que pasa por
los arrozales es insano.
X II.—C o n Sd joB q u e s e d e b e n t e n e r e n cu en ta
p a r a la a p lic a c ió n en g e n e r a l d el m é t o d o a n a lí
tic o .—Kn toda investigación que exija el empleo de la
dirección m ctódica análisis, el rigor científico pide que an
tes de emprender el exam en de la cuestión nos democ
cuenta exacta de la naturaleza de la misma, puestoique
un solo objeto puede presentar varias cuestiones á resol-
ver, y segün sea la que tratem os de conocer, así deben ser
los medios que empleemos £ n efecto; acerca de un mis
mo objeto podemos pretender averiguar su esencia, cuá
les son sus propiedades esenciales ó accidentales y cuáles
son sus relaciones especiales con otros seres.
Planteada la cuestión, interesa, en prim er lugar, des-
<;omponcr el objeto de que se trata en todas sus partes
reales ó mentales, en sus elementos y en sus principios,
para considerar todo esto aisladamente, ñjando únicamente
la atención en todo lo que se reñere á la cuestión que se
quiere conocer, dejando aparte todo lo demás, en segundo
lugar conviene m uy mucho que al exam inar cada uno de
io s elementos no se pierdan de vista las relaciones que
guardan unos con otros y con el todo de que forman par
te, modo único de evitar las ideas inexactas y erróneas
sobre el objeto que se estudia.
C A P ÍT U L O III
El m é to d o s in té tic o y le u n id o d d e m éto d o .
I.—¿Q u é s e d e b e e n t e n d e r p o r s ín te s is ? —L a pa*
labra síntesis q ae se deriva de Us dos g riegas syn y tiike-
mi (rjv y ti&TÍju) significa etimológicamente potur con, c^npo-
ner, y de aquí que $e entienda en el uso corriente por
síatcsis la reunión en un todo de varias partes que tienen
entre sí alguna relación, ó la composición de un todo por
la reunión de sus propias partes.
1[.—N o c ió n d e l m é to d o s in té tic o .—D e 2o dicho
acerca del signiñcado etimológico y del sentido en que
corrientemente se toma la palabra síntesis, se desprende
que clentíñcamente el método sintético no es otra cosa
que la dirección que sigue la facultad intelectual, cuando
para conocer procede de Ío simple ó general á lo com>
puesto ó particular, desde los principios de los objetos,
presentes por su cognoscibilidad ante nosotros, al conocí-
atiento de lo que es lo singular, hecho presente en la
felaci6n de conocimiento.
E l método sintético, á la inversa dcl analítico, des>
ciende de lo simple y universal á lo particular, de los prin-
cipios á las consecuencias, de la ley general de la natura-
Ie2a á los hechos naturales, de los principios racionales ¿
los conocimientos particulares; por eso cuando en la cien
cia aplicamos el procedimiento metódico de p artir de los
conocimientos generales evidentes en sí mismos, llamados
principios necesarios, y nos esforzamos en combinarlos
para deducir relaciones nuevas, la ciencia es sintética 6 '
deductiva, y por esta razón, esta dirección metódica del
ejercicio de nuestra facultad cognoscente es la propia de
todas aquellas ciencias que, como Us racionales puras, su
principal objeto es deducir lo s conocimientos particulares
cantenidos eo los principios, leyes generales y verdades
generales: tal vem os sucede en la Geom etría, en la Mecá
nica racional y en 2a misma L<)gica.
I I I . — N o m b r e s q u e h a r e c ib id o e l m é to d o sin
t é tic o .—L a dirección m etódica sintética, como la analítica,
ha recibido diversos nombres según los diversos aspectos
que en la misma se han considerado; de aquí que se le
h a ya llamado: procedimiento deductivo, pues de las leyes
generales saca consecuencias particulares; procedimiento
descendente, porque de los principios, que son la cim a, va
á lo particular, que es la base de la escala descendente;
procedimiento compositivo, porque de lo simple va á las
consecuencias que son compuestas; sintético, porque con*
densa en !a unidad de los principios la complegidad de los
objetos; apriori^ porque demuestra el efecto por su causa;
racionaly porque su procedim iento es tom ar como punto
d e partida los principios formados por la razón; de ahi
que los idealistas hayan dicho que este método es el único
aplicable á las ciencias racionales; y expositivo, doctrinal
ó de enseñanza, porque deduce con inflexibilidad y rigor
lo que añrm a.
IV .—O p e r a c io n e s s in t é t ic a s .—Tiene lugar el pro
cedimiento sintético cuando explicam os los efectos por
sus causas, 6 cuando partiendo de !os axiomas explicamos
los objetos individuales y , m uy especialmente, cuando
empleamos e) raciocinio yendo de una verdad general á
una particular por medio de 2a deducción; así, pues, la
operación deducción es la esencial del método sintético;
en una palabra, su procedimiento interno, que partiendo ^
de la percepción de las ideas que la razón especulativa
ve con evidencia, deduce los casos particulares en ellas
contenidos; por consiguiente la síntesis ha sido llamada
con propiedad método racional y método especulativo.
V .— M é to d o s r á e lo n a la s.-^ L o s métodos racionales
son todos aquellos que tienen, com o hemos dicho cn eí
p árrafo anterior, por procedimiento interno y esencial la
operación llamada deducción; son ejemplo de los mismos
tos empleados en ias matemáticas y en la Metafísica. L o s
métodos racionales se componen de axiom as y de/ínicic-
ttes qut representan los datos y resultantes generales de
los análisis hechos anteriorm ente, 6 bien de principios ob
tenidos por intuiciones evidentes de los extrem os que los
componen y de divisiones, subdivisiones y demostrado-
nes, formas generales que exponen los conocimientos
científicos. E n una palabra, podemos considerar como
métodos racionales Codos los procedimientos que, sea
cual fuere su forma, sacan por vía de deducción las con
clusiones contenidas en los conocimientos generales; pro
cedimientos que hasta no ha mucho fueron tenidos por
gran parte de ñlósofos y no filósofos, como los únicos legí
timos en la ciencia, no obstante haber reconocido ya
Aristóteles que la deducción cronológicamente no es una
operación prim itiva; mas, en honor á la verdad, hemos de
reconocer que hasta Bacón todos los pensadores dieron
ia prim ada en sus lógicas al procedim iento deductivo
sobre el inductivo, quizás por el hecho solo de que A r is
tóteles no se cuidó más que de desenvolver hasta en sus
más mínimos detalles todo 2o relativo á la deducción, pues
aun reconociendo, como reconoció, Santo Tom ás de
Aqulno la Importancia de la experiencia y la legitimidad
de la verdadera inducción, sin em bargo, también atendió
con especialidad al procedimiento racional deductivo.
V I.—A n t e c e d e n t e s n e c e s a r io s p a r a el e m p le o
del m é to d o a in té t1o o .-* L a síntesis empieza, dijimos en
otro lugar» allí donde termina el análisis. £ l procedi
miento sintético necesita como antecedentes que haya co
nocimientos generales verdaderos y ciertos para sacar las
conaecuenclas en ellos contenidas; por lo tanto, para que el
método sintético realice su papel Importante en la ciencia,
es preciso no sólo que se apliquen las leyes lógicas á
la marcha que debe seguir la inteligencia hasta sacar las
conclusiones legítimas contenidas en los antecedentes, sino
- 368 -
también que se amplíen mucho las legítimas observaciones
y experiencias de que parte la inducción, para que au-
menten Jas inferencias legítimamente inducidas y conoz
cam os Ids c&usas y conocimientos universales que expli-
can á la realidad, de los cuales ha de partir todo método
deductivo.
V II, — C o n s e jo s q u e e s c o n v e n ie n t e te n e r en
c u e n t a p a r a e l e m p le o d e t o d o m é to d o sin té tic o « ^
E l procedimiento sintético exige, en primer lugar, que se
comience por exponer las nociones y definiciones de las
palabras y cosas que sean necesarias y convenientes par.t
esclarecer la cuestión, así com o también establecer los
principios evidentes en si mismos ó legítimamente demos«
trados que sean el fundamento explicativo de lo que se
quiere conocer; en segundo, que los conceptos generales
y comunes á muchos géneros y especies se expongan antes
d e descender á la exposición de los particulares y con>
cretos, que sólo representan á sus respectivos objetos. La
razón de estos consejos está en que el procedimiento de
ductivo sólo puede concluir legítimamente, descendiendo
de lo general á lo particular, yendo de la unidad que con
densa la complejidad de lo particular á la consecuencia
concreta contenida.
VMI.—V a lo r ló g ic o d e lo s r e s u lt a d o s d el m é to d o
s in té tic o .—Como el método sintético deduce inflexible
mente y con gran rigor de los conocimientos generales
los casos particulares contenidos en ellos, resultará que si
esos conocimientos de los cuales saca las consecuencias
son verdaderos y evidentes, las consecuencias, que son los
resultados de este método, también serán verdaderas y
evidentes; mas nótese una cosa, y es que puede ocurrir
que esos conocimientos que, p or ser generales siem pre han
de ser abstractos, sean abstracciones no vivificadas en la
realidad, meras quimeras de nuestra mente, ^qué resultará
entonces^ pues que legítimamente las consecuencias dedu
cidas serán también casos puramente inteligibles ó abstrae-
r
— 37 2 - -
C A P ÍT U L O IV
M ólodos « sp se ia l« « .
ARTÍCULO I
I.—¿ E n q u é c o n s is t e el m é to d o p a r a e n s e ñ a r ? —
\í\ método para enseñar, conocido también con el nombre
clásico de método didascàlico, y con el vu lgar de fnétodo
r
A R TIC U LO n
M étodo p a r a « p ra n d e r.
I.^—¿E n q u é c o n s is t e el m é to d o p a r a ap re n d e r?*—
E l método para aprender, llamado también de disciplina,
<onsiste en aquel procedimiento que debemos seguir para
Uegar á poseer mentalmente la ciencia que se nos enseña
^ comunica.
II.—M e d io s d e q u e p u e d e h a c e r u s o e s t e m é to d o .
—P ara nprcndcr una ciencia 6 un arte con un método
adecuado á la m ateria del aprendizaje, cuenta la inteligen
cia humana con los siguientes medios: el estudio;
2.®, los maestros; 3.®, la lectura; 4.®, e( trato con los
doctos; 5.^ los apuntes 6 notas; 6.®, la disputa; y 7.®, el
lenguaje articulado. L o s seis últimos medios los cita don
Juan Manuel O rti y L ara ( l ) , como productores de Opimos
frutos; mas entendemos que sin el primero serían com
pletamente inútiles» pues y a lo hemos dicho hablaodo dcl
método para enseñar; el discípulo se ha *de causar á si
mismo la ciencia; el m a s tr o sólo le puede guiar y ayudar.
III.—E] e s tu d io .—£ 1 estudio es ei medio indispensable
para aprender; el conocimiento no se puede realizar sin
ia aprehensión de lo cognoscible del objeto veriñcado por
la actividad de la inteligencia, y para ello se necesita
atender, percibir y determinar lo percibido, y esto es
(1 ) Lá fica, f ú í f . 5 0 0 .- » M a d r id , 1 9 S 5 .
•- -
dirigir la facultad cognoscente á conocer, y dirigirla &
conocer y conocer atendiendo, percibiendo y determi
nando y viendo el concepto; luego el juicio 6 la relación
entre los conceptos 6 ideas, y aun raciocinar para descu*
brir relaciones m ediatas, es estudiar. E s m ás; esas maravi«
llosas inspiraciones de los gepios no se presentan en las
inteligencias incultas, en las inteligencias á las cuales con«
sume la miseria de la inercia, sino en los hombres de acti-
vldad intelectual extraordinaria, 6 como da á entender la
frase del uso corriente, en las im aginaciones volcánicas.
E l estudio exige dos condiciones: atender mucho y
atender á solo un objeto. N o se olvide que el que mucho
abarca poco aprieta. L o s ram os del saber son muchos, y
en los tiem pos en que nos hallam os sería locura intentar
saberlo todo, y mucho más quererlo saber todo de una
vez. E s muy conveniente, por tanto, ñjar las ciencias i
que hemos de dedicarnos, midiendo las fuerzas con que
contamos y las energías que exigen para ser debidamente
poseídas.
IV .—L o s m a e s t r o s .'—L o s m aestros son el segundo
medio en importancia que encontram os para aprender.
E l m aestro no sólo es la persona que nos dirige su pala*
bra, haciendo llegar á nuestros oídas los términos 6 soni
dos articulados en que vierte sus ideas, juicios y racioci
nios; lo es también el que produce y reproduce ante
nuestra contemplación los fenómenos para que veamos
su génesis y proceso. E i m aestro señala el camino; nues
tra inteligencia para aprender no tiene más que marchar
p o r él; los m aestros iluminan el camino de la ciencia; los
que aprenden no tienen más que abrir los ojos de la inte*
ligencia y estudiar )o que claro y descllrado se les presen
ta; mas para que esto sea tal y como lo decim os, es preciso
que los maestros sean doctos, prudentes y amantes» ante
todo y sobre todo, de la verdad, y que los discípulos ten
gan amor al trabajo que suele proporcionar la reflexión
sostenida p ara entender lo que se les muestra.
— 379 —
V .—L a ie c t u r a .^ S ig u e á los m aestros en importan
cia, como me<iÍo para aprender, la lectura» porque con
ella no sólo podemos aprender de boca de 2os maestros
presentes las saludables investigaciones que llevan á cabo
y comunican directam ente á sus discípulos, sino también
la doctrina que enseñan los que están lejos en el espacio
y en el tiempo, puesto que consignada en caracteres es
criturarlos, puede llegar á todos los lugares y conservarse
integra ai través de los tiempos y siempre estar á nuestra
disposición para, por medio de la lectura, hacernos presen
te lo que consignaron. L o s buenos libros son los monu*
mentos en que se contiene la ciencia y la sabiduría ate*
sorada por los m ayores ingenios; son los oráculos que nos
contestarán, siempre que los consultemos, con las ver*
dades que ios hombres han adquirido lenta y laboriosa
mente ai través de los siglos, ó que fueron obtenidas por
felices inspiraciones del genio.
£ l procedimiento de aprender por medio de la lectura,
sin embargo» está sujeto á las siguientes condiciones: i.*.
leer con ánimo exento de toda preocupación ó prejuicio
acerca del autor y sus opiniones; 2.% leer los m ejores auto
res sobre cada materia; 3.*, leer y penetrar en estos libros
el juicio del autor de tari modo que se v ea y comprenda
el sentido ó mente del autor, com o si á él lo estuviésemos
oyendo; 4.*, com o quiera que el que aprende no se halU
en condiciones para poder elegir los buenos libros, no sólo
porque digan la verdad, sino también porque la expon
gan en las condiciones didácticas que á nuestra cultura
intelectual c o n v e n g a , / V a que nos asesoremos d éla s
Personas doctas è im parciales acerca d el orden que debe
mos se g u ir en nuestras lecturas, y S**> reposadamen
te y deteniéndose para meditar y asimilarse lo que se lee.
VI.—E l t r a to o o n l a s p e r s o n a s d o c t a s .—No sólo in
fluye en nuestros conocimientos el maestro que nos dirige
ó el escrito que leemos; influye todo cuanto nos rodea,
basta ese elemento impalpable que se llama éter en
— 380 —
cualquiera de sus estados; pero con e&pecialidad por lo
que se reñere á la cultura intelectual, tiene una inñueacia
directa, no por insensible menos importante, el trato con
los hombres doctc»s. E n efecto; la conversación con el
hombre de ciencia sobre m aterias que él domina equivale
á U lección que pudiéramos recibir del mismo en su clase;
pero si se quiere, más amena y más sencilla, por lo misino
que es espontánea y no cuidada, y desde luego más apro-
vechable para ei que aprende, porque le es más práctica.
Más aún; $in este trato se perderían las sentencias que los
sabios deslizan en sus conversaciones y que son el fruto
sintético de largos y prolijos estudios, las que conviene
siempre guardar para enriquecer nuestros conocimientos
y hacerlos cada vez más completos y cientíñcos.
V l l . ^ L o s a p u n t e s ó n o ta s .—E l tom ar apuntes de lo
que se o y e ó lee y se teme olvidar, es complemento de uti
lidad indiscutible para el estudio» puesto que despierta la
actividad intelectual y la hace tom ar posesión de lo que
c ree v'erdad, de la manera que le parece m ás inteligible»
medio que da más permanencia á lo conocido, puesto
q u e el apunte es siempre un extracto ó nota que nuestra
inteligencia tom a de lo oído ó leído y juzgado como lo
m ás substancial y necesario, lo dual indica que la mente
ha hecho su yo lo anotado en la forma que le habla mejor
á su conocer; de aquí el dicho corriente: Escribiendo h
¡su ió n se aprendí m ejor. Tiene, por último, este medio el
valor de ñjar cuanto escaparía á la flaqueza de nuestra
memoria y poderse meditar á solas ^ detenidamente lo
que en un momento de irreflexión ó de poca ñjeza nos
pareció perfecto y verdadero.
V U r—L a d is p u ta .—Damos el nombre de disputa
hecho de contender dos Ó más personas sobre una propo*
«ición dada, defendiendo una el pro y la otra el contra
bajo la form a de discurso.
N o debe confundirse la disputa con ía discusión, puesto
que discutir es tanto como exam inar ó in vestigar atenta
i
- 38 1 “
y particularmente una cuestión cualquiera hasta en sus
(nás menudos detalles, lo cual puede realizar una sola per>
sona; por esta razón en matemáticas al desarrollo de un»
fórmula y comprobación de la misma» se llama discusión.
La disputa, atendiendo á su íorma, podemos dividirla
en común, socrática y silogistica. Llám ase disputa común
i la que se sigue generalmente en la conversación y trato
entre los hombres, tanto en la vida privada como cn la
pública, siempre y cuando haya oposición en lo que se
ventila. Recibe el nombre de disputa socrática aquella en
que se contiende haciendo preguntas con cierto artificio,
de modo que parezca que se 7a consultando al contrario,
pero en realidad con el objeto de irle sacando todas aque*
lias concesiones que poco á poco y sin dificultad lo lleven
á confesar la verdad que se defiende. L a disputa silogís*
tica, por fin, es aquella en la cual se procede por una y
otra parte en forma silogística no interrumpida, hasta el
punto de que el sustentante sienta la tesis por medio de
un silogismo y el argumentante le arguye por medio de
silogismos y entimemas rigurosos, replicando el prim ero,
valiéndose también del silogism o. E sta form a de disputa,
si es bíen llevada conduce rectamente á su fin, mas por $u
mismo rigor en la forma apenas si se usa hoy fuera de los
ominarlos y oposiciones á canongías. E n cambio la dis
puta socrática es m uy útil y conveniente» sobre todo si
«1 que interroga es hombre de ingenio y posee la verdad
de la cuestión desde todos sus aspectos.
L a disputa es m uy útil siempre y cuando se sostenga
entre hombres de buena fe, de un am or probado á la ver«
dad y que ambos sostengan 6 admitan idénticos princi*
piosciertos y evidentes, puesto que en tales casos por
medio de ella se investiga la verdad de la proposición
conirovertida, ó se la desecha por errónea; mas aguzando
«n uno y otro caso las fuerzas de la inteligencia. E n los
demás casos no debe hacerse uso de la disputa, puesto*
no siempre es cierto que de ella brote la luz.
IX .—L a le n g u a .—E( último de los medios citados de
que debemos echar mano para aprender, es la lengua» 6
sea la expresión articulada ú oral de los conceptos, la
cual viene & ser en medio de su variedad de sonidos, en
las diferentes naciones y aun regiones, la imagen 6 sím
bolo de cierta especie de sociedad intelectual en la cual
todos los hombres poseen buen número de verdades co
munes. P o r eso el que averigua ó investiga el significado
de las palabras de un idioma es como si aprendiera !a ver*
dad del pueblo que lo habla, á cu yo sentir unánime nadie
h a y que se oponga.
X .—C o n d ic io n e s d e l m é to d o p a r a a p re n d e r.—Al
hablar de cada uno d^ (os medios de que nos podemos
se rv ir para aprender, hemos expuesto sus respectivas con
diciones; pero cabe tener presentes las dos generales
siguientes: x.*, debemos tener espíritu de fe para lo que
nos enseñan los doctos y prudentes mientras no se pruebe
que es erróneo; 2.*, lo aprendido debemos meditarlo y
organizado en nuestra inteligencia para comprobar su ver
dad por los medios señalados oportunamente.
C A P ÍT U L O V
I.—¿A q u é d a m o s e l n o m b re d e p ro c e d im ie n to s
a u x ilia r e s d e l m é to d o ? —Reciben el nombre de auxi
liares del método ciertos procedimientos racionales que
por su índole especial tienen relaciones íntimas con el
método y sus diferentes especies, pues realmente soo
medios de expresión del mismo ó las distintas form as de
que se vale para expresar el orden que imprime á la
ciencia. E stos procedimientos son la observación, la ex fe-
rimeniacióny la hipótesis^ la definición^ la división, la cl<^
sificación, e l p la n , e l sistema y la teoría, \oz ex-
pondremos en los siguientes artículos.
ARTÍCULO 1
La o b « a r v « c lò n .
— 384 —
IV .—A c t o s q u e p e r fe c c io n a n la o b s e r v a c ld n m e
t ó d ic a . —L a observación metòdica no es un procedimiento
simple; compórtese de actos de atención, percepción^ deter^
m inación, an álisis y aun síntesis.
L a repetición de los actos de atención avivan y acia-
ran cada vez más la percepción del objeto; las perccpcio
nes repetidas pueden hacernos ver lo que en una primera
vísta se escapó á nuestra consideración; los actos de deter-
minación nos dan el contenido del objeto limitado y des
envuelto en su comprensión y extensión; el análisis re
gistra las partes del objeto, y la síntesis restablece la
totalidad del objeto.
ARTÍCULO ü
Lft experimentación.
I.—N o c ió n d e la e x p e r im e n ta c ió n .* -L a experímeo*
tación es el procedim iento que sigue nuestra facultad
intelectual cuando opera sobre los fenómenos Ó hechos
obser\ ados, m odificándolos y presentándolos en todas sus
fases para conocer prácticam ente y de un modo indu-
dable su naturaleza y leyes de producción.
Jl.— N e c e s id a d q u e lle n a i a e x p e r im e n t a c ió n .~
Bacón dice: «Los secretos de la naturaleza se maniliestan
m ejor bajo el fuego y el hierro de la experiencia que en
«1 curso tranquilo de sus operaciones ordinarias».
efecto, no siempre que observam os conseguimos el resul
tado cientíñco que se propone el método; de ahí la necesi-
dad de m odificar el 'fenómeno en muchas ocasiones, des
componiéndolo» ó combinándolo con otro ú otros pdfft
Interrogar á los objetos deí conocimiento» instigarles y
atorm entarles si es preciso hasta que nos manifiesten lo
que son y cuáles son sus leyes. Así» pues» Sa experimenta
ción es un procedim iento analítico que viene á completar
á la observación, del mismo modo que aquélla completa
y hace más precisas las simples percepciones.
L a experim entación, por otra parte, completa y con*
firma Us conjeturas de la simple observación; pues el ex^
perimento suele dar el resultado sospechado por la obser*
vación, trátese de la investigación que se trate, asi las
que recaen sobre la naturaleza fisica, como las que se re
feren al fondo de nuestra conciencia.
L a experim entación extiende el dominio de la inteli
gencia sobre la naturaleza, convirtiendo en objeto de
percepción cosas que le estaban absolutamente negadas;
puesto que sirviéndose de los aparatos inventados por
ella misma, puede Hogar, en )a investigación del fenómeno
mediante ei experim ento, á profundizar hasta donde nun>
ca habían llegado ios ojos del cuerpo y hasta donde
no podían llegar los del espíritu, valiéndose sólo del ins-
trumento cuerpo; así vemos acontece h o y en los experi
mentos que lleva á cabo la experimentación valiéndose
del instrumento microscopio.
III.—R e la c ió n y d ife r e n c ia e n tr e la o b s e r v a c ió n
y e x p e r im e n ta c ió n .—D é lo dicho en el párrafo anterior,
se desprende que la observación y la experim entación se
asemejan en que am bas son procedimientos del método
analítico y en que se proponen aum entar los medios para
que nuestras percepciones de los objetos, hechos ó fenó
menos nos lleven al conocimiento verdadero y cierto de
su naturaleza y leyes. Mas ambos procedimientos se dife*
rendan, pues la observación tiene por objeto los hechos ó
fenómenos tal y como se producen, mientras que !a expe*
rimentación tom a corrK> objeto esos mismos hechos ó
fenómenos, pero modificándolos ó combinándolos á volun*
tad. L a observación tiene que estar atenta para aprovechar
la producción de los hechos ó fenómenos; U experim en
tación se apodera del hecho ó fenómeno y lo detiene
para exam inarlo bajo todas las fases que él presente ó que
le hacemos presentar mediante lo s experimentos.
IV .—¿ P o d e m o s h a c e r u s o en to d o m o m e n to d e
la e x p e r lm e n t a o ( ó n ? « £ l raciocinio inductivo no siem*
prc puede hacer uso del procedim iento de la experimeii>
tación, pues no siempre los objetos de la naturaleza y sus
hecbos ó fenómenos se prestan á que nos apoderemos de
ellos, los modifiquemos y combinemos; asf, por ejemplo, la
caída det ra y o no es hecho que podamos realizar en los
gabinetes de experimentación á nuestra voluntad; el fenó
meno de las auroras boreales tampoco podem os someter*
lo á experim ento en los gabinetes metereológicos, y asi
otros muchos, todos los cuales sóio pueden y deben &o*
m eterse á nuestras atentas y repetidas observaciones en
los momentos en que se produzcan; luego sólo debemos
servirn os de Ía experim entación cuando la naturaleza del
objeto que investiguemos por análisis nos permita reprodu*
cirio á voluntad con idénticas condiciones á las que tiene
cuando se da en la naturaleza.
V .— M o d o s d e v e r if ic a r la e x p e r ím a n ta c ló n .^
L a experinteiiiaciÓH se puede realizar, com o decía Bacón,
por variación, producción, traslación, inversión, compul
sión, aplicación, copulación y á la suerte.
E l experim ento por variación puede hacerse de tres
maneras: i.* Practicando sobre objetos análogos lo que se
ha hecho con un objeto determinado; ejemplo: si ei agua
entró en ebullición á los cien grados en un puchero de
barro, v e r si entrará también en uno de hierro, 2.* Pro*
bando si causas diferentes al parecer, pueden producir
efectos semejantes; ejemplo: así como si con un cristal ha«
cemos converger los rayos del sol sobre un punto de un
cuerpo aumentan su tem peratura, probar si haciendo con*
v erg er los ray o s de la luz eléctrica sobre un punto de un
cuerpo, aumentan su tem peratura. Y $.% probando qué re
sultará en el objeto que se trata de estudiar por un cambio
de su cantidad; ejemplo: si un litro de agua entra en ebu*
Ilición á los cien grados, probar si en el mÍ$mo caso dos
litros de agua entrarán en ebullición á la misma tempera*
tura.
L a producción d e l txperim tnto consiste en repetir el
mismo hecho 6 fenómeno varias vece«, ó c n darle m is ex
tensión. Ejemplo de lo primero: destilada una vez el agua,
•destilarla varias c o n ci fin de ver si sale más pura. Ejem
plo de extensión: experim entado que el calor dilata el
yerro« probar si dilata ia»plata.
E l experimento por trásiación se verifica fíem preque
intentamos hacer por medio del arte lo mismo que hace la
naturaleza, 6 siempre que hacemos por un arte lo hecho
por otro arte. Ejem plo: los ensayos que se han hecho
para cristalizar el carbono puro.
L a inversión del experim ento se realiza siguiendo un
tnismo proceder sobre hechos distintos y opuestos, 6
sobre procederes opuestos referentes á un mismo orden de
hechos.
E l experimento por ccmpulsión tiene lu gsr cuando se
^e lleva tan adelante, que desaparece la propiedad cono*
cida y determinada de un objeto. Ejemplo: el bacilus
(d microbio del cólera) introducido en el'o rgan is
mo del hombre, llega cn su acción hasta producirle la
muerte; introducirlo en vario s caldos hasta que su acción
sea inofensiva p<ira el organism o humano.
L a aplicación experimento tiene lugar cuando se
aplican sus resultados á alguna cosa conveniente, hasta ver
-si su uso frecuente confirma los hechos ó fenómenos.
E l modo llamado copulación consiste en combinar los
'procedimientos que, considerados aisladamente, son inefì*
caces para el resultado que apetecemos, con el ñn de ave*
ríguar si realizan el fenómeno.
L a suerte tenemos que rechazarla como modo experi*
mental no obstante citarlo Bacón, pues si el experimento
tó hace á voluntad, la suerte no está á nuestra disposición.
W T ;' ■■
— 388 —
A R T ÍC U L O III
L a hlpóteald.
Lci d e fin ic ió n .
A R TÍC U LO V
La d iv isió n .
A R T ÍC IX O v r
L e e la e lflo A c io n .
i
L a clasiñcacíón precedida de la abstracción como
aailisis subjetivo de nuestras ideas» y de ia comparación,
halla analogías entre los objetos» y en consecuencia une
y distingue com o la defínición» y acaba por coordinar lo
múltiple dentro de lo uno; por eso el resultado de nues
tras abstracciones» comparaciones y generalizaciones, lo
clasiñcamos, reuniendo las cosas análogas y loe individuos
semejantes en especies» las especies semejantes en géne>
ros, y los géneros sem ejantes en un género más supremo;
luego la clasiñcacíón pone también orden jerárquico en
nuestros juicios é ideas.
ti.—P r in c ip io s ó fu n d a m e n to s d e l a c la s ific a c ió n .
^ L o s principios ó fundamentos de toda clasifìcación»
según lo que acabamos de exponer» son dos; el primero
lo encontramos en la comparación que realiza nuestra
razón con todos los conceptos de nuestra mente» y el
segundo en el hecho de que los caracteres que presentan
ios conceptos com parados at subordinan unos á otros:
sin estos dos principios no sería posible que nuestra mente
realizase sus clasiñcaciones.
III— D iv isió n d « l a c t a s lf ic a c id n .^ L a clasificación,
como procedimiento racional, puede hacerse» bien tenien
do en cuenta el conjunto de caracteres que aproximan
unos á otros á los seres reales en virtud de sus múltiples
y respectivas semejanzas, en cu yo caso recibe el nombre
át dosificación natural, bien, al contrario, teniendo en
cuenta com o punto de partida, para la ordenación de los
grupos, uno solo de los caracteres comunes, aquel que
nuestra mente toma como el más fundamental para su
propósito, y ^ to n c e s recibe el nombre de clasiñcacíón
fo'üflciol. P o r los caracteres expuestos se v e que las cla
sificaciones artiñciales son más fáciles y variadas» gracias
á la libertad en que dejan al sujeto clasiñcador para la
elección del carácter 6 caracteres tomados como base;
sin embargo, esto tiene sus inconvenientes y es causa de
Is disparidad de clasificaciones que se notan en los expo-
26
sitores de una misma ciencia, todo lo cual se obviaría si
siempre se procurase tom ar com o base de las cla&iñcacíO'
nes lo s caracteres reales y los que fuesen más salientes
y esenciales.
L a s clasifícaciones también podemos dividirlas en em-
p íric a s y Msua/cs ó prácticas. E n tre Us prim eras podemos
citar las alfabéticas^ que so a independientes de la natura*
leza de los objetos» puesto que en ellas sólo se toma ea
cuenta una circunstancia accidental, cual es t i orden coa
que hemos aprendido los caracteres dcl alfabeto» y así se
clasíñcan á los objetos teniendo cn cuenta la letra con que
empieza su nombre, empezando por los que principia su
nombre por A y continuando por los que empiezan por
las demás letras. E n tre las segundas podemos citar (as
medicinales, económicas, geográfícas» jurídicas, etc. Rey
divide también las clasiñcaciones en espontáneas y volmh
tartas, diciendo que !as prim eras son aquellas que orde
nan los conocimientos al paso que se v an adquiriendo y
generalizando, entendiendo que esta operación es de*
bida á un mecanismo oculto é instintivo de la inteligc^
cia, y que las segundas, que son las metódicas y científí*
cas, son las que ordenan las ideas en vista del valor
com prensivo y extensivo, desenvuelto y fijado por la de
finición y división lógicas.
Realmente esta división no tiene razón de ser» pues
ambas clases de clasificaciones son una sola en el pro
cedimiento; lo único que las puede distinguir es que las
llamadas voluntarias se realizan en vista de las deñní’
ciones y divisiones de lo clasificado, y las otras son ante*
riores á las defíniciones y divisiones.
IV .—C o n d lc lo n e d d e l a c la s ific a c id n .—Toda clasí-
fícación debe atenerse á los siguientes preceptos: I.%pro*
cu rar que los caracteres tomados como base de la clasifi
cación sean los más importantes y salientes y los más sen
cillos de conocer; 2.^, ordenar los grupos de modo que no
estén incluidos unos en otros.
A R T Í C U L O VII
I E l Alaterna.
ARTÍC U LO VIII
La teo ria.
J
— 407 —
comunes de los casos reales, ella encuentra en el objeto
el fundamento de la unificación; pues siempre se re 6ere i
un solo objeto, á un solo aspecto, á una sola cuestión.
ARTÍCULO IX
EJ p ia n .
I.—¿ P o r q u é e s t u d ia m o s a q u í e l p la n ? —L a pala-
bra f/ a n también dice relación á orden y es corriente
emplearla en la ciencia. N os corresponde, por tanto» exa>
minar brevem ente el plan en esta sección» que bemos des-
tinado al método.
II.—¿Q u é s e e n tie n d e g e n e r a lm e n te p o r p la n y
qué e s p a r a n o s o tr o s ? —£ n el lenguaje vu lgar vemos
empleada la palabra plan como algo común al pensamien-
to. A s íe s frecuente o ir: «Tengo pensado mí plan*; «tengo
planteado el asunto»; «he meditado el plan de ataque y
lo creo de excelentes resultados>; «me parece bien su
plan». £ s claro que en todas estas frases nos referimos á
un orden de colocación, y a sea de nuestros conocimien
tos, y a de las partes de un conjunto ó de un todo. E l plan»
por tanto, en la ciencia no puede ser otra cosa» según el
sentido que hemos visto tiene la palabra, que el orden y
disposición que damos á las partes en que real ó mental
mente se puede dividir la ciencia. Ejem plo: S i se trata de
la Historia» la distribución que hacemos de la misma en
edades, épocas y períodos, y dentro de estas partes la
distribución que» con arreglo al método, se hace en na
ciones, reinados ó años, etc., etc.» asi como de esta obra
lo ha sido la distribución en libros, secciones, capítulos, ar
tículos y párrafos.
E s, pues» preciso el plan en la ciencia, com o com ple
mento material del método» si, como es natural» hemos
de aspirar á que la parte conocida de la ciencia contri
buya al conocimiento de Jo aun desconocido.
lll— D istin c ió n e n tr e m é to d o y p la n — Si ahora tra*
tásemos de hallar una diferencia entre el plan y el méto
do, la encontrada moa ñjándonoa en que el método se re*
flere siempre á la le y de las cosas, mientras que el plan
hace relación al orden de cclocacióct de las partes en que
se pueden dividir 6 considerar divididas las cosas que
caen bajo el ejercicio de una actividad; además, el pri-
mero es más subjetivo y el secundo m ás objetivo si cabe.
E l método mira más al orden que la inteligencia debe
seguir en su ejercicio al conocer, y e l plan nos dice cómo
debemos disponer el objeto del conocimiento en confor-
midad al método adoptado. D e suerte, pues, que uno y
otro contribuyen m uy poderosamente á la finalidad de la
potencia cognoscitiva, esto es, á obtener la verdad.
iiiiiitiiiiiiinriiiriMiiniiiiiiiiiiiiiiiiiMiiiiiiniMiiiiiiinMiiiimirri
VS <»\ \ \ \\*NV*V\ \ Vs
LIB R O T ER C ER O
LÓGICA DE LA CIENCIA
SE(X!IÓN ÚNICA
CONSIDERACIÓK DE LA CIENCIA
C A P ÍT U L O 1
L a elen e ift « n 9«n « r« l.
C o n c e p to d e Ift c ie n c ia .
a r t í c u l o It
C o n te n id o d o I« c ló n e la .
I —C o n o c im id n to s q u e dntr&n en e J c a m p o c ie n
tífico . ^ E xam in ad o el concepto de la ciencia, parece que
deberíamoe exam inar en este lugar &u clasiñcación; ma$
si bien esto es verdad, también lo e$ que conviene antes
aclarar la deñnición que hemos dado de la ciencia, estu
diando sus elementos, 6 sea el fondo y forma de la misma.
£1 más importante de estos elementos es, sin duda a]gu*
na, el fondo 6 contenido; así es que por éste empezaremos
el examen.
ciencia se integra sólo de conocimientos; así, pues,
los conocimientos constituyen el fondo de ia ciencia. Pa
rece muy sencillo comprender lo que dejamos expuesto,
y así sucedería efectivam ente si el alma fuera sóio inteli
gencia, si no tuviese otras facultades, la sensibilidad y Ja
voluntad, las cuales no dejan de reñejarse en todo acto
espiritual; de modo que es conveniente repetir una wtz
más que la ciencia no se compone de sentimientos y de
voliciones y sí de conocimientos, y esto es tan verdad, que
á veces suele ocurrir que la inlluencia de las tales facuU
tades hace extraviarse á la inteligencia» y que en vez de
conseguir la verdad consiga el error. Por esto conviene
evitar para la inteligencia que estas Influencias adquieran
demasiado predominio, buscar conocimientos verdaderos
y ciertos^ de tal modo que siempre sea la luz de ia razón
la que guie y no ia que sea guiada, procurando ai mismo
tiempo no m atar el recíproco y natural Influjo de las otras
facultades espirituales, porque entonces vivirem os en un
subjetivismo puro, lejano á toda realidad.
E s, pues, necesario desterrar de la ciencia todo io que
sea error en primer lugar, y luego las opiniones y proba*
lidades, hasta tanto que no sea dem ostrada su verdad.
L o s conocimientos que forman el contenido de la ciencia
r
han d t ser verdaderos y ciertos con evidencia; y a que no
sea posible siempre la inmediata, <¡ue! o sean con la mediata
6 dem ostrada, para lo cual es suficiente la aplicación recta
de los criterios de verd ad y certeza que dejam os consig*
nados en la críteriologia, y que las facultades tomen cn la
obra del conocimiento el papel que á cada una Je corres^
ponda, sin que haya perniciosos deseos, preocupaciones
6 intereses de por medio.
II.— C on ten ido id e a l é h isté ric o d e la cien cia. —
Lo expuesto nos dice la necesidad en que estam os de fijar,
antes de continuar, el concepto ideal de la ciencia y lo
que vulgarm ente se entiende por tal. Vulgarm ente ciencia
no es otra cosa que conjunto de conocimientos sobre un
objeto cualquiera; pero y a sabemos que esta idea no con*
forma con la verdadera deñnición, por la sencilla razón
de que en ese conjunto ]o mismo puede haber conocimien*
tos erróneos que verdaderos, dudosos que probables, y
ios erróneos y dudosos quedan excluidos de la ciencia,
mientras que el concepto ideal es el que hemos expuesto
al defínir la ciencia. A sí, pues, distinguiendo entre el con
tenido ideal y el histórico, encontramos que cn el primero
sólo entran conocimientos verdaderos y evidentes, en tanto
que en ei segundo entran otros conocimientos de orden
inferior m ás ó menos opinables. E l contenido histórico
nos dice que la ciencia hasta hoy constituida es manifes
tación de la naturaleza limitada de! hombre, al mismo
tiempo que el contenido ideal viene á llenar la constante
aspiración de la inteligencia humana de que llegue un día
en que pueda exclusivam ente constituirla con conocí*
mientes verdaderos y evidentes.
ARTÍCULO III
F o r m a d e la e la n e ia .
j._ F o r m a q u e d e b e r e v e s t ir el c o n o c im ie n to
p a r a s e r c ie n tífic o .— A l hablar de la forma de la cien
cia, !a primera cuestión que se nos ocurre es averiguar qué
*7
C
— 41$
forma debe revestir el conocimiento para ser científico, y '
esto porque hablando del sistema indicamos que no todo
conocimiento era científico p o r la forma, pero allí dijimos
que el sistema era la forma de la ciencia; luego podemos
con testar á la pregunta formulada, que los conocimientos,
para ser científicos, han de ser sistem áticos en la forma.
E l sistem a es, Ante todo, desenvolvim iento de la unidad
en las partes que contiene, y viceversa, reducción de los
elementos de la variedad en la unidad. £1 concepto pri*
m ero es el verd ad ero del sistema^ ei segundo lo forma*
mos a posteriori^ y en el orden cronológico e$ anterior en
nuestra mente al otro. Prueba de lo que decim os es que
la naturaleza m aterial forma un sistema, pero nosotros no
Je conocem os de una vez en su general contenido, antes
bien empezamos conociéndole por partes hasta llegar á su
totalidad ó unidad compuesta, siendo el hecho que el sis
tem a de la naturaleza existe ^ntes que el hombre forme su
concepto. A h o ra bien; la ciencia, para ser verdadera, es
necesario que sea reflejo de la realidad, pero la realidad
se presenta ordenada y sistematiz¿>da; luego (a ciencia ten*
drá que ser en su forma ordenada y sistematizada. ¿Cuá*
les serán, pues, las leyes formales de la ciencia^ L as mis
mas del sistema; unidad, variedad y armonía. £ s , pues,
necesario que la unidad, variedad y armonía, sean las
condiciones ostentadas por la ciencia en su forma.
II.--¿ L a c ie n c ia e s u n a 7^ L a ciencia es una, esto es,
no h a y más ciencia que la ciencia. Suele preguntarse por
algunos acerca de la unidad de la ciencia, y decir: ¿Cuál
es esa ciencia única? Estos no ven que desde el momento
en que diésemos nombre á (a ciencia, dejaría de ser la
ciencia considerada en general, p ara convertirse en la
ciencia B ó C; luego nosotros podemos hacer ía anterior
añrmación: «la ciencia es una». L o que sea ciencia caerá
dentro de ella, (o que no lo sea caerá fuera.
III.—S e n t id o s e n q u e s e p u e d e d e c ir q u e la c ie n
c i a e s u n a —E l contenido de la ciencia es el conocimien*
to, y en éste distingue el análisis los términos sujeto,
objeto, y una relación entre ambos; tenemos, pues, que bi
considerar en ella las unidades subjetiva, objetiva y
armónica. L a ciencia ea una con respecto al sujeto, porque
es una la Inteligencia en cada hombre y de la misma da*
turaleza en todos ios hom bres, 6 sea de la misma especie.
La ciencia es una con respecto al objeto, porque la reaii'
dad se presenta como un todo armónico, con unidad com
positiva. P or OItimo> la ciencia es una con respecto á la
relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento, por
que la cognoscibilidad es una, si bien se manifiesta como
activa en el sujeto y com o pasiva en el objeto: de donde
también nace la necesidad de un conocimiento que sea
principio de presuposición y de dcmostrncíón de todos los
4emás conocimientos, y que sea de tal naturaleza, que su
sola enunciación no deje lugar á duda, no pueda demos
trarse ni necesite tal demostración, el cual da, en último
término, encadenamiento unitario á los diversos aspectos
y manifestaciones de la ciencia, y realmente este conoci
miento existe com o principio de la ciencia y de la cog
noscibilidad del ser, según tendremos ocasión de ver.
I V .- ¿ Q u é c l a s e d e u n id a d e s l a q u e c o r r e s p o n
de á la c ie n c ia ? —M^s ^qué clase de unidad es la de la
ciencia^ ^Será la de simplicidad? N o, porque ésta niega
la composición, y negaría, por consiguiente, el sujeto y
el objeto. ^Será la de composición? Aunqxie realmente á
elU dice relación en último análisis, sin em bargo, no sería
propio llamarla así. unidad á que aquí nos referimos
ao es otra que la genérica; en efecto, la realidad forma
un género supremo, el sujeto otro y la relación de éste á
aquélla otro, que tiene su apoyo en el primer principio de
conocimiento, desaparecido el cual toda relación cognos*
citiva es van a y quimérica.
V .—¿ L a c ie n c ia e s v a r ia ? —L a segunda condición,
casi ley, que encontramos en el exam en de la forma de la
ciencia es que sea v a ria , sin contradecir la unidad de que
antes hemos hablado. E n efecto, la ciencia es varia, y
lejos de contradecir esta condición á la unidad cientíñca la
comprueba, pues la unidad genérica sería incomprensible*]
sin la variedad. Exam inando la variedad de la ciencia, y
sin entrar por supuesto en las ciencias particulares, en*
Gontramos que, para determ inarla, lo prim ero que teñe-
A\os q u cliacer es atender al elemento esencial de la cien
c ia, al conocimiento, y dentro de éste á sus elemento»
sujeto, objeto y relación. La variedad de la ciencia, por
razón del objeto, se determ ina teniendo en cuenta \o%
itspectos de cognoscibilidad con que éste se puede hacer
presente ante el sujeto, y como éstos son diferentes, pues
to que unas veces se presenta com o Aecho, otras como
ser con sus propiedades esenciales, y otras como hecho
en relación con el ser de que es manifestación, ó bien bajo
el aspecto individual, compuesto y absoluto, claro es que
la ciencia se presenta v a ria , y de ta] modo, que si damos
nombres á estas variedades, tendremos las denominaciones
de las ciencias particulares respecto á la ciencia considc*
rad a en unidad ó com o genérica.
V I.—¿ C ó m o d e t e r m in a r e m o s la v a r ie d a d de U
c ie n c ia ? —E n consideración al sujeto, la variedad de U
ciencia la podemos determinar recordando las fuentes de
conocimiento que el mismo tiene, y aun cuando hemos
dicho que para conocer no existe m is que una potencia
cognoscitiva, es lo cierto que, abstractamente, podemoc
hacer la dicha división de fuentes: experiencia, razón y
entendimiento, ora en consideración á que se sirve espe
cialmente de la sensibilidad p ara ponerse en comunicación
con ei mundo externo é interno sensible, ora por ser
objeto inteligible en sí y poder ejercitarse directamente,
y a por necesitar del auxilio de la experiencia para que 1^
dé el dato, elevándose luego al conocimiento general y
abstracto. A sí, pues, podríamos encontar una ciencia ex-*
perlneatat, otra racional y otra relativa á las dos ante'
riores, 6 sea hi8tórico*racional.
Cabe también hallar variedad en la ciencia en conside*
ración al sujeto y objeto en relación, porque en realidad
no se da una ciencia que se componga sólo de la cognos-
oibilidad entrando como pasiva, ni de la cognoscibilidad
entrando como activa; de modo, pues, que atendiendo á
la variedad del sujeto y del objeto en reláclón, resultará
que la ciencia es, d ideal, 6 representativa, ó intelectual,
según sea la fuente y aspecto del objeto que entre en la
relación.
V II.—L a a r m o n ía en l a c ie n c ia .—L a ciencia es una,
pero también varia, y como la segunda condición no niega
la primera, si que más bien es su expresión, de ahí que 2a
ciencia sea, propiamente hablando, armónica. E sta arm o
nia es aplicable lo mismo al sujeto que al objeto. armo*
nía del objeto consiste en que cada aspecto de congnosci-
bilidad del objeto esté en relación con los otros modos y
con la totalidad del objeto, y por esto es posible pasar de
un modo de cognoscibilidad á otro. L a armonía del sujeto
es evidente, pues tanto en una fuente como en otra de co
nocimiento, entra la cognoscibilidad como activa y es
realmente una !a potencia cognoscente. Pero donde mejor
se ve esta armonía es examinando las ciencias en relación
al tercer elemento del conocimiento, y sobre todo al pri
mer principio de presuposición y demostración cientíñca.
VIH.—¿ E x is t e c o n t r a d ic c ió n e n t r e la t e o r ía y la
p r á c t ic a ? —E n la v id a ordinaria se cree que son opuestas
la razón y la práctica, y no es así, pues no puede haber
contradiccióa entre una y otra, porque ía experiencia es
la misma inteligencia, pero percibiendo e) objeto mediante
los sentidos, y la razón es la misma inteligencia obrando
sobre las ideas de las cosas, De suerte que aquí no hay
más que muchas veces los datos suministrados por los sen*
tidos (Ó por no estar bien empleados ó^por estar enfermos)
no están exactamente conformes con la realidad, 6 tam
bién que las comparaciones hechas por la razón no sean
legítimas como sanción á no haber aplicado sus leyes. Que
la cíencid es armónicamente una, se prueba igualmente
teniendo en cuenta que esa oposición de que se habla vul-
garm ente entre la teoría y ]a práctica es más aparente
que real, y es debida á los múltiples obstáculos que opone
la m ateria para representar 6 modelar sensiblemente la
idea; puesto que es cierto, que si teóricam ente concebi
mos una rueda de mil pifiones de engranaje, pero de un
milímetro de diám etro, quizá no se pueda construir, ma»
será evidente que esto sucederá, 6 por falta de habilidad
en el industrial 6 por im perfección de la m ateria, no se
guramente porque la divisibilidad de la m ateria no sea
real hasta ese punto. esto indica contradicción entre la
especulación cíentíñca y la realidad? E n buena lógica, lo
que indica es m ayor perfección del pensamiento que de la
m ateria. L a armonía de la ciencia explica perfectamente
el error de los que añrman existir contradicción entre la
teoría y la práctica, al mismo tiempo que nos dice las es«
trechas relaciones que existen entre todas las ciencias
particulares.
IX .—¿ P o d r ía n t o d a s la s c ie n c ia s c o n s t r u ir s e den-
t r o d e la u n id a d to ta l d e la c le n c la ? ^ S e g ú n esta ar>
monía, ^podrían todas las ciencias construirse dentro de
la ciencia total y una? Por nuestra parte añrmamos que
sí. Claro es que esto no es posible m is que com o aspira
ción de la inteligencia humana, no como hecho realizado,
pues hasta el presente sólo se han hecho ensayos enciclo
pédicos con escaso resultado, y siempre sin conseguir io
que se pide en la pregunta, puesto que en ia m ayoría de
ios casos los autores que han escrito enciclopedias se han
sujetado á ibrmas ó condiciones puramente externas y
arbitrarias, como lo es la forma alfabética, y no en modo
aJguno á ias condiciones metódicas que debe reunir U
ciencia, y que son las que propiamente podrían constituir
la unidad armónica que se pide.
X .—¿ E n q u é c o n s is t e el a r t e d e 2a c ie n c la ? '- S i la
ciencia reuniera todas las condiciones de fondo y forma
que hemos exammado, díHamos que era bella, 6 sea una
ciencia artística. A h ora bien; el arte en ia ciencia no puede
consistir en otra cosa que en procurar reúna las condicio
nes de fondo, verdad y certera, y de que en su forma sea
sistemáticamente una^ v a ria y arm ónica, procurando al
mismo tiempo cuidar de la expresión, no precisamente
para que sea ñorido el lenguaje y v a y a recargado con todo
género de figuras de dicción, pues éstas deben estar ex*
cluídas de ia ciencia, sino para que sea correcto, castizo
y claro, y que sin descender á la vulgaridad ni obscurc*
cerse con un tecnicismo erudito que á nada conduce, se
díga con sencillez lo suñciente para que sea entendido el
pensamiento del autor por los lectores si se expone en
forma escrita, Ò por el oyente si se expone en forma oral.
ARTÍCULO IV
I.—¿ L a c ie n c ia e s o b r a q u e s e n o s o fr e c e he>
c h a e s p o n tá n e a m e n t e ? —L a ciencia es una ob ra de
conocimientos verdaderos y ciertos; si se tratase sólo de
conocimientos sin la exigencia de que fuesen científicos,
claro es que muchas T e c e s se nos podrían ofrecer espon-
táneamente, y com o consecuencia, nosotros podríamos
decir con verdad que la ciencia era espontánea; mas sien
do condición stnc qua w n que sean verdaderos y cierto»
en su fondo y sistematizados en su íorm a, es evidente
que precisa intervenga la reñexión libre para la formación
de la ciencia. Necesítase, en efecto, el empleo de nuestras
facultades, y esto con arreglo á sus propias leyes, es decir,
conforme al método; de modo, pues, que si se nos p re
guntara si la ciencia es obra que se nos ofrece hecba es
pontáneamente, contestaríam os que no, puesto que es
obra de la libertad humana, no hija de la fatalidad.
II.— N e c e s id a d d et m é to d o e n la c ie n c ia .—L a
ciencia es obra de la libertad, y como aquí sólo tratamos
de la que es dado formar al hombre, ésta 9crá hecha por
la libertad humana, pero reuniendo evidentemente las
condiciones de fondo y forma. No obstante ser libre el
hombre en la formación de la ciencia, no se crea por esto
que ha de ser arbitraría, antes bien, se ha de construir en
conformidad, ó mejor, siguiendo las leyes de las faculta
des que se ejercitan para su adquisición, y como el me*
todo es el ejercicio de una actividad, según las leye s de
la misma, síguese que el método es necesario y de la
m ayor im portancia para la ciencia. Podría acontecer, por
ejemplo, que tuviésemos muchos conocimientos, pero si no
estaban metodizados no habría ciencia. £1 método es
cierto que no da verdad por sí mismo al conocimiento,
mas sí contribuye á darle certeza. Un conocimiento falto
de método puede ser verdadero, pero no podemos tener
la seguridad de que es cierto en la m ayor parte de los
casos, lo cual prueba que la verdad de un conocimiento
puede existir aun cuando el sujeto no se dé cuenta de
ella; mas cuando se trata de la certeza, y a es necesario
que el sujeto vea esa verdad com o tal 6 mediata 6 inme
diatamente^ para cu ya vísta necesítase que esté bien de>
terminada, es decir, metódicamente determ inada, la reía*
ción para v e r la conformidad. Además» el método da
forma al conocimiento, y sin él no puede hacérsele siste*
m átlco, pues el sistem a es la forma del método.
lll.—¿D e q u é m a n e r a d e b e m o s e m p le a r el m é
t o d o p a r a q u e s e c u m p la n la s c o n d ic io n e s d e
fo n d o ? —L a s condiciones de fondo son la verdad y ia
certeza, y como nosotros hemos dicho que el método ne-
cesita un punto inicial, un conocimiento, no sólo verda
dero, sino que también evidente en sí mismo, el cual sirva
de b^se de presuposición y demostración, y un punto de
llegada, ó sea el conocimiento más completo dcl objeto
de cada ciencia particular, y si se trata de la ciencia total,
que en último término, nos dé á conocer á Dios; seráj
pues, preciso que el método se emplee comenzando por el
punto inicial (que, como hemos visto, no puede ser otro
que el principio de contradicción) hasta llegar al punto de
llegada, que puede ser el conocimiento de la proposi*
ción siguiente: «Dios existe y es creador y conservador
de todo cuanto es y no es 1^1>.
JV. — M o m e n to s en la c ie n c ia .—A l conocer las
cosas en el orden cronológico, lo prim ero es v e r qué son
con relación á nuestra inteligencia, para lo cual aplicare'
mos esta potencia con arreglo á sus leyes. Pero la inteli
gencia no se conforma con v e r qué son las cosas con rela
ción á ella; aspira á saber qué son en sí mismas; mas esta
aspiración no puede realizarla sin que se cumpla el pri-
m er momento. Cumplido éste, podemos preguntarnos: ¿Y
esto que pensamos ser las cosas es tal como lo percibi-
mos? ¿E s lo mismo para nosotros que para los demás
hombres? E n tercer lugar se comparan los dos momentos
anteriores, 6 sea, se averigua la conformidad 6 disconfor
midad entre lo pensado y la cosa pensada» y el conoci
miento resultante, si h a y conformidad, es el cientíñco;
luego los momentos son tres: v e r qué son las cosas con
respecto á nosotros, momento analítico; 2."^, v e r qué son
en sí mismas, momento sintético; y 3.% com parar los dos
momentos anteriores para ver si existe conformidad, mo*
mentó constructivo.
V .—¿En q u é o r d e n h a b r á d e c o n s t r u ir s e la c ie n
c ia ? —Expuestos los tres momentos de la ciencia, cabe
preguntar: ¿En qué orden ha de construirse? es decir,
¿cuáles son las relaciones del orden cronológico y lógico
de las direcciones de la ciencia? L as direcciones metódi
cas y a dijimos que eran la analítica y la sintética, las que
en el orden cronológico se dan como quedan expuestas;
pero lógicamente consideradas, la dirección sintética es la
primera y superior, y Isr analítica es la última é inferior;
mas estas direcciones, sólo abstractam ente consideradas,
pueden darse solas, no sucediendo así en la construcción
de ia ciencia, que necesitan ir y van de hecho siempre
unidas en la obra del conocimiento, porque si la síntesis
responde en primer término al orden de ta realidad y el
análisis al orden subjetivo, sin em bargo, lo que sea verda
dero objetivam ente tiene que serlo subjetivamente, y al
contrario, para que entre en la ciencia, pues y a hemos
consignado en otra ocasión que los conocimientos cientí
ficos han de ser verdaderos objetiva y subjetivamente.
ARTÍCULO VI
I.—P u n to s d e v is t a s e g ü n lo s c u a le s s e p u e d e
d e t e r m in a r l a c ie n c ia y c u á l d e b e m o s s e g u ir .—E l
contenido de la ciencia puede determinarse de dos modos
distintos, esto es, según sea el punto de partida, la uni
dad ó la variedad. S i partim os de la unidad para v e r la
variedad de la ciencia, la determinación reviste el car¿c>
ter de división, y sí, por el contrario, vam os de la varie
dad á la unidad, reviste* el carácter do clasificación, por
que dividir es tanto como separar lo unido por la natura
leza ó por el arte, y a sea material ó intelectualmente,
mientras que clasificar es tanto como colocar, cn grupos
genéricos ó especifícos, lo específico ó individual, teniendo
en cuenta un carácter ó cualidad común. L a cuestión^
pues, está ahora en saber cuál de estas dos formas det>e'
mos emplear, y si podremos clasificar la ciencia sin conocer
cu áles son las ciencias particulares. Desde luego, que la
última parte de la cuestión no se puede cumplir sin antes^
saber cuáles son las ciencias particulares, porque muy
mal las podremos colocar dentro de uno ú otro grupo,
^n antes conocer por lo menos sus caracteres peculiares;
pero como lo prim ero es conocer las ciencias particulares,
de ahí que sigam os el medio de la clasiñcacióa para de*
terminar las ciencias.
II.— P rln o ip a le d c la s íflo a c lo n e s q u e s e hart h e ch o
d e l a s c ie n c ia s .—Muchas y m uy variadas clasificado*
nes se han hecho de las ciencias, según el punto de vista
desde el cual cada autor, al tratar de esta cuestión, ha
partido: en la im posibilidad de exponerlas todas, be aquí
á continuación las clasiñcaciones que han tenido mayor
éxito, por ser cuestión que interesa £ la L ógica, pues el
encadenamiento que se dé á los conocimientos para esta
blecer la ciencia, constituye por sí y a una lógica, y de la
clasiñcaclón que se dé á las ciencias depende mucho el
encadenamiento que se dé á los conocimientos dentro de
cada una de ellas.
L a prim era clasificación de las ciencias que tuvo algún
éxito fué la de Bacón. E ste filósofo clasifica todas ias
ciencias en tres grandes grupos: L a h is te ria , la FiUsoftA
y la Poesía, que refiere respectivam ente á las tres fu en-
r
- 435 - - ,
Lm HItiQrt«.
i.—R a z ó n d e l e s tu d io d e l g é n e r o h is t ó r ic o .—Ex>
puestos los tres géneros cientiñcos, tenemos que exami-
marlos uno por uno, con el fin de conocerlos mejor y
poder colocar en ellos, no sólo l a s ciencias particulares
actuales, sino también toda cicncia particular que se forme
en Jo sucesivo y poderla sistematizar mejor, con arreglo al
método que corresponda á su género. E l primer género
'científico que se presenta á nuestra consideración en el
orden cronológico es la Historia.
11.— E tim o lo g ía d e la p a la b r a hi8toH a.--*La Histo
ria trae su nombre de la palabra griega historia
cu yo significado literal es información^ investigación, tuh
rración, etc., y de aquí se dice que 1a Historia es !a narra»
ción de los hecbos, de los sucesos, y cuando la referimos
al hombre, la narración de ]os hechos llevados á cabo por
el hombre.
IM .^ ¿B a 8 ta l a s im p le n a r r a c ió n d e i o s h e c h o s
p a r a q u e la h is t o r ia s e a g é n e r o c ie n tífic o ? —Pero no
basta, para que la H istoria sea género científico, la sim»
pie narración de los hechos; esto sólo nos dice un carác*
ter de la Historia y no ciertamente el esencial, ‘ sino más
bien el formal. L o s hechos pueden estar aislados, sin co
nexión entre sí, y aun estando relacionados, la conexión
puede ser tan superficial, que sólo se refiera al espacio ó
al tiempo, enlace que no es suficiente para formar el gé-
ñero científíco Historia.
IV .—D e m u é s tr e s e q u e e l c o n o c im ie n to d e lo s
h e c h o s p u e d e s e r c ie n tífic o .—A l llegar á este punto
nos encontramos con dos opiniones completamente opues-
tas; la una que dice: la Historia no es cicncia, porque los
hechos no constituyen ciencia; mientras la otra, por el
contrario, reduce toda la ciencia Á U Historia, 6 sea á los
hechos. ^Cuál de éstas será» pues» la verdadera? Dicen los
primeros que la Historia es arte» pero nótese que una
cosa es el fondo de la Historia y otra la form a 6 manera
de exponerla. Claro es que la form a podrá ser muchas
veces artística» pero esto también puede acontecer cn las
ciencias racionales. ^Nosotros qué condiciones hemos cxi>
gido para la ciencia? Hemos pedido, en primer término,
que Jos conocimientos sean verdaderos y evidentes» direc
ta 6 indirectamente, y en segundo, que estéi\ ordenados
de tal modo que formen un organismo. L a Historia se
compone de conocim ientos experimentales, los cuales
pueden ser, sin género de duda, verdaderos y evidentes»
puesto que tenemos criterios para comprobarlos; por con
siguiente, el contenido de la Historia cumple con las
condiciones de fondo de la ciencia; de suerte que por este
lado no hay inconveniente en que pueda ser ciencia. I>os
conocimientos experim entales también pueden ordenarse
sistemáticamente, cumpliendo las leyes de la facultad
cognoscitiv'a, auxiliada de la sensibilidad; luego tampoco
por esta parte hay Inconveniente cn que la Historia pueda
ser ciencia.
L a segunda opinión hemos dicho que reduce toda la
ciencia á los hechos; la ciencia humana*~diccn—no se
compone más que de hechos» por ser lo único que pode*
mos conocer con la experiencia, única fuente de conoci
miento. E stos son los positivistas. ^Podemos nosotros
aceptar esta opinión? N o, porque y a hemos dicho que
podemos conocer las cosas en si mismas mediante la razón,
si bien no intuitivamente, com o creen algunos» pero si
mediatamente y yendo de ios hechos y fenómenos á las
propiedades y de éstas al ser; luego tampoco es cierto
que toda ciencia se reduzca á la H istoria. A sí, pues, re
sumiendo, concluimos diciendo: la Historia es ciencia» no
la .única» pero si un género cientiñco.
V .—M a t e r ia y fo r m a d e la H isto ria .—Decim os que
la Historia ha de teaer sus conocimientos, no aisladas,
sino ordenados 6 sistematizados, es d ecir, que es un siste
ma de conocimientos experimentales; pues bien» esto nos
dice cuál ha de ser su m ateria y su forma. L a materia es
el conocim iento experim ental; U form a es el orden siste-
m ático de estos conocimientos; pero el sistem a tiene dos
formas, pues 6 v a de la unidad á la variedad, 6 de ésta á
aquélla; la primera dirección no cabe en la H istoria, por^
que ios hechos son individuales y h a y que ordenar varios
para lle g a r á la unidad; luego la sistematización histórica
va de la variedad á la unidad, y por consiguiente su
dirección metódica propia para construirla será el análisis,
y el razonamiento adecuado e) inductivo hasta llegar á
las grandes síntesis que nos dan medios para conocer las
leyes históricas.
V J.—O b jeto d e la h is t o r ia .—Necesitamos ahora ver
cuáles son los elementos para constituir ia ciencia históri
ca, y nos encontramos con que ante todio necesita un ob*
jeto . ^Cuál será? L as manifestaciones de la realidad, ósea
los hechos; de modo que el género histórico conoce toda
la realidad bajo ei aspecto fenoménico; así, pues, los he
chos objeto de la Historia, lo mismo pueden ser manifes*
tación del espíritu que de la materia. E n el primer caso y
tratándose de nuestro ser, nos servim os de lo que los es*
colásticos llaman observación Interna; en el segundo, y
tratándose de lo que no somos nosotros, nos servim os de
la observación externa.
S e ha supuesto que la Historia no puede conocer las
oaanifestaciones de toda la realidad, porque si forma parte
de la realidad ia substancia absoluta, la experiencia no
puede conocer á ésta; pero preguntamos: ^cómo se hace la
historia de un bombre? Por sus hechos, por sus obras; y
si todo cuanto es, es causado por la substancia absoluta,
a] estudiar esa obra hacemos la historia de su autor. Lo
que acontece es, que no podemos conocer á Dios por nin*
gún seatido, p ero lo podemos concebir sintiendo y cono-
cíendo sus obras.
V ir —S u je t o d e Ja h is to r ia .—Pero el elemento obje
tivo no constituye sólo la Historia. Fórm ala también el
sujeto y su fuente de conocimiento la experiencia, sin que
por esto neguemos que interviene la razón; antes bien es
necesaria para ia sistem atización de ios hechos» la cua) no
puede hacerse sin que ésta intervenga .comparando, y aun
á veces deduciendo, como cuando aplica á ios hechos la
ley genera], inducida de la com paración de los mismos,
con la potencia que produciéndoles se realiza.
V III.—C o n c e p t o d e ia H isto ria .— La experiencia
nos da un orden de conocimientos á que suele llamarse
representación y sin duda porque pueden ser muchas veces
presentados de mil modos ante el sujeto, y sobre todo,
porque nos presentan á la realidad tal y como es ella en
sus manifestaciones; pero esto realmente no tiene impor*
tan d a alguna para nuestro estudio; lo que aquí conviene
es recoger cuanto llevam os dicho en este capítulo, y defi*
nir Sa Historia como el géfiero científico que narra e l cono
cimiento verdadero, cierto y sistematizado de los hechos de
la rea lid a d obtenido po r la fuente experiencia y confir^
mado p o r la razón.
IX .—D iv is ió n d e i g é n e r o h i s t ó r i c o .~ S i el género
cieotíñco historia narra el conocimicnto verdadero, cierto
y sistematizado de los hechos de !a realidad y la realidad
cabe dividirla primeramente en los dos grandes miem*
bros de material y expiritual, también cabe que hagamos
de la Historia esta prim itiva división en historia de los
hechos físicos ó seiisibles y en historia de los hechos es
pirituales ó producidos por los seres espirituales; y asi en
el primer grupo encontraremos la historia de los hechos
ó manifestaciones de todos los seres que constituyen el
mundo sensible, y dentro de ella la conocida generalmen
te con el nombre de H istoria natural, que tal como indi*
c a su nombre, debería referirse á la narración de todos los
hechos de la naturaleza, pero cu yo alcance no es otro,
hoy por h o y, que el de la narración de los conocimientos
verdaderos, ciertos y sistematizados de los hechos; 6 bien
del globo terráqueo, y de ahi la G eología, ciencia inclui
da en la Historia natural; 6 bien de los caracteres de los
seres inorgánicos que constituyen el globo, y de ahi la
Mineralogía; y a de las plantas, y de ahi la Botánica; ya
de los animales, y de ahí la Zoología. Bien se ve que al
lado de la historia de nuestro globo cabe todavía una his-
toria de todos los astros y seres de los espacios intersíde-
rales, la cual estaría incluida igualmente dentro del miem
bro Historia de la naturaleza material, mas ésta aun no
está hecha, y lo poco que de ella tiene el hombre averi
guado, v a confundido dentro de la Astronom ía con asun
tos que corresponden realmente á la N om ología, como
sucede h o y con la Física y la Química, que aun no se han
despojado de todo lo histórico para ser lo que deben ser,
ciencias nomológlcas, de los hechos de los seres de la na*
(uraleza sensible, la primera, y de las combinaciones de
los dichos seres, la segunda. L a historia de la realidad es
piritual está por hacer, y es de suponer que ti hombre no
la hará, pues sólo puede conocer y someter á su considera
ción los hechos de su espíritu, que obra en esta v id a uni
do al cuerpo; pero he aquí que da origen asi á la Historia
humana, que n arra los hechos realizados por el hombre.
X .—V a lo r d e l c o n o c im ie n to h is tó r ic o .—E l valor
de los conocim ientos históricos depende, bien de la dis
posición de los sentidos (según estén sanos, enfermos, 6
sean aplicados adecuada ó inadecuadamente á su objeto
propio), si se trata de los hechos percibidos mediante la
sensibilidad; bien del objeto mismo del conocimiento, cuya
cognoscibilidad puede ser m ayor 6 menor; bien, por últi
mo, de los estados en que se halla la conciencia, si se
trata de la observación de los hechos de nuestro espíritu-
E s, pues, el conocimiento experim ental relativo, y sólo
adquiere la certeza cuando se cumplen todas las condicio-
4 LI
C A P ÍT U L O 111
L * F ilo so fía.
A R T ÍC U LO I
D«flnlolón d e la Filosofía.
(i) D eáokl^n dada por D. Joao Maonel Ort( 7 Lara. Véase la pá-
fin a 33 de sa In ir^d u c ciS n á la M etáfiHea.
una inclinación subjetiva. E n este grupo hay otra& defini
ciones, en las que sólo se atiende al resultado del conoci*
miento; asi, h a y quien ia defìne «doctrina de la ciencia».
H egel la identifica con la L ó g ic a , y los positívIstaB
generalmente la hacen depender del conocimiento experi-
«ncntal. E n tre muchos pensadores experim entalistas de
nuestros días, se la considera com o ¡a gem rdlización de
la experiencia', pero ^qué sería esa generalización nías que
una ampliación de la experiencia? L a Filosoíla no puede
ser lo que opinan estos autores, porque únicamente se
ocupa de las ideas de lo permanente y general de las
cosas, y estas ideas son adquiridas por la razón. Herbert
Spencer la hace consistir en la unidad del saber, y para
llegar á esta conclusión se ñja en las condiciones de for
ma del conocimiento, haciendo la siguiente gradación:
saber no unifícado (conocimiento vulgar), saber parcial*
mente unificado (conocimiento científico), y saber com
pletamente unificado (conocimiento filosófico). Otros ex
per ¡menta listas, apoyándose en que es frecuente d ecir que
todas las ciencias tienen su filosofía, dicen; «En resumen,
la Filosofia w es más que un punto de vista p a rticu la r de
toda ciencia». L a l'ilosofia no es ni todas las ciencias, ni
tampoco una ciencia particular; es, sí, un género cienti-
ñco, una realidad lógica, intermedia entre la ciencia y las
ciencias particulares.
ÍV-
N osotros hemos tomado también la palabra ciencia
com o término de unidad; pero como los pensadores á Ja
moda quieren que la ciencia sea t\ saber de la experiencia,
en oposición al saber de la razón 6 de la Filosofia, tendré-
mos que elloft admiten igualmente un término de uni
dad, e l saber, que se determina en saber experim ental ó
ciencia, y en saber racional 6 Filosofía, y poniéndolos en
relación, resultaría la ciencia filosòfica Ófilo so fía científica.
Com o se v e , aqui sólo hay dos cuestiones; una de nombre»
que no tenemos prurito en sostener, y otra de hecho, la
cual nos prohibe conceder la razón, de acuerdo con la
7
realidad» puc6 llámese conocimiento racional, llámese saber
unificado, no tiene el error que tendría el reducir todo el
saá/r á sólo el conocimiento experimental.
V .—S u je t o y o b je to d e la F ilo s o fía .—Hemos exa
minado los grupos extrem os de las definiciones de la Filo*
sofia, y en ninguno hemos encontrado una aceptable, y es
que p ara que sea buena ha de constar de elemento subje
tivo y objetivo; así, pues, en este párrafo debemos averi
guar cuál sea el objeto y sujeto de la FilosoíÍn, para poder
con base segura dar un concepto exacto de este género
científico.
L a Filosofia, decimos, es una entidad lógica entre la
ciencia y ias ciencias particulares; pero para ser tal, nece*
sita un objeto y un sujeto de los conocimientos que la
componen. ¿Cuál es el objeto de la Filosofìa? N o es posible
presuponer un objeto do la Filosoíla, porque seria necesa-
,rÍo probar aquí su existencia, y es precisamente la F ilo
sofia la que demuestra su objeto. ^Cuál pues, el objeto
de la ciencia? L a realidad cognoscible, hemos dicho. A hora,
si nosotros dijéramos que era idéntico el objeto de los tres
géneros clcntíficos, entonces caeríamos en la inexactitud
de los que definen á la Filosofia objetivamente; pero no
hacemos esto, sino que distinguimos á la Filosofìa de los
otros géneros cicntíficos, en que conoce la realidad bajo
un aspecto peculiar su yo , esto es, en que conoce á las
cosas en sí mismas y en sus propiedades constitutivas, en
lo que puede 6 debe ser la realidad. ¿ Y cuál es el elemento
subjetivo que conoce tal objeto del género científico F ilo
sofia? La razón; pues he aquí que ésta es ta fuente ade
cuada para el conocimiento filosófico» y como cuando la
fuente de conocimiento es la ra^ón, el conocimiento resul
tante está constituido por ideas de lo que son las cosas
en sí mismas con sus propiedades esenciales, es decir, de
lo que es el ser de las cosas; la Filosofía estudia, mediante
la razón» las razones últimas de Jo que es el ser y las pro*
piedades permanentes de las cosas, A s i que» en definitiva»
«9
r
ARTÍCULO II
D iv isió n d o la P llosofici.
I —D iv is io n e s m á s n o t a b le s q u e s e h a n h e c h o
d e la F ilo s o fía .—S u e x a m e n .—Hntre las muchas divi
siones que se han hecho de la Filosofìa, nos encontramos,
en primer término, con que los antiguos dividían las cien
cias fílosóficas en unas que tenían por objeto la actividad
humana, y en otras que trataban de las cosas, colocando
entre las prim eras á la L ógica y á la É tica, y entre las
segundas á )as M atem áticas, á la Física y á la Metafísica.
Comentando esta división K leutgen , en su obra Defensa
de la F ilo sfia antigua, dice que se fundaba en el ñn á
que se ordena la Filosofía, puesto que el entendimiento
especulativo se dirige á Ja contemplación de (a verdad, y
que el entendimiento práctico ordena á la operación todas
las cosas que conoce. Pero qué, ¿acaso la L ó g ica no es
una ciencia derivada de la Psicología? ¿ Y ésta no tiene á
su vez su base en la Metafísica? E s, pues, esta división in-
exacta, porque menciona como miembro paralelo uno que
y a está incluido en otro. Adem ás, ^qué bases de división
de un género científico son esas que estriban en atender
al objeto de la actividad humana y á las cosas? Pues qué,
^no aon también objeto de ía actividad humana las cosas?
A poco que reflexionem os, se observará cuán imposible
es que admitamos una división fundada en tales bases.
Platón, según refiere Cicerón, ( i) y San A gustín en su
C iu dad dt D ics {2) dividieron la fílosoíia, en Filosofia rta¿,
rati<mal y m oral, para lo cual tuvieron en cuenta que
la Filosofla estudia su objeto, 6 com o cosa real ó como
ser de razón, cu ya s propiedades se derivan de la conside
ración de la mente misma, ó por Ottimo, como término de
la voluntad. L a Filosofía así dividida tomó en las escudas
los nombres respectivos de M etafísica, L ó g ica y É tica.
A t reflexionar sobre la anterior división, se nos ocu
rre esta pregunta: que las fílosoíias m oral y racional
no son reales^ si no Ío son, cóm o se las llam a ciencias?
L a É tica, com o la L ógica, son reales, y por tanto son tales
ciencias; lo que h a y aquí es una mala interpretación, y
es, que los que han hecho esta división se han ñjado en
un punto de vista falso p ara dividir el género cientiñco
F ilosofía, cual es et de considerar sólo al objeto de Ja F i
losofía y no al sujeto, objeto y relación, com o era debido,
y adem ás de esto, el no haber tenido en cuenta más que
el aspecto considerado por la facultad cognoscente.
cuando precisamente, sí nosotros podemos form ar una
cicncia lógica, es porque, y en cuanto, podemos encon
trar un objeto real que forme el contenido Ó fondo de su
estudio, el cual no es otro que la ley intelectual, la cual
y a hemos visto que existe y en qué consiste; luego esta
división no ea admisible.
Tam poco lo es, por las mismas razones, la que con
San to Tom ás de A quino ha sido admitida en tas escuelas»
y que consiste en fundar la división de la FilosoíTa en cua
tro modos de orden, es decir, que según esta t eorfa, se puede
dividir la Filosofía en cuatro miembros, fundándose en la
diversidad del orden que el entendimiento considere en
las cosas á que atiende, ó que ha sido establecido en las
cosas creadas por su Creador. D e este parecer es O rti y
ARTÍCULO III
SI a te m a s filo s ó fic o s .
I.—R a z ó n d ei e s tu d io d e lo s s is t e m a s fllosófJ*
COS.—E l conocimiento ñlosófíco,com o todo conocimiento
científíco, debe hallarse formando sistema lógico para
constituir las ciencias fílosóñcas, y como este conoci*
miento es racional, en contraposición al histórico, tendrá
que ser desenvolvim iento de un conocimiento fundamen
tal en otros conocim ientos en él comprendidos, esto es, ir
de la unidad á la v'aríedad, y com o el sistema es la forma
principal que debe adoptar toda obra que entre dentro
del género científíco Filosofía, de aquí la razón ó m otivo
p ara dedicar este artículo al exam en reflexivo de los sis
tem as fílosófícos, tanto más cuanto que el mejor medio
r
C A P ÍT U LO IV
FilotoKe de la Historia.
’•
'• \ \ .*
A
r^fLN-
s V : : '■
Sí
.- á
' S
Zhsé. t - - . é á íiila ^
IN D IC E D E MATERIAS
P igg .
A l lecto r............................................................................................................... 5
P re U m io A ics............................................................................................................ 7
U B R O PR IM ER O
GEN EH T^L^
S E C C IÓ N P R IM E R A
C A P ÍT U L O L — E x a n e o d el cooocer....................................................37
C A P ÍT U L O I I .— Elem eotos del c o n o c e r .............................................4 1
S E C C IÓ N S E G U N D A
EL COKOCnOBHTO
C A P ÍT U L O L -^ X n t a r it le x ii del co o o c im le a io ..................................... 5 1
C A P Í T U L O I I .— E i p e c í e i á e conocÍi&j<D to j T uJo r l ^ i c o dd
m iftm o ..........................................................• • • 57
S E C C IÓ N T E R C E R A
LA ISTBUCBKaA CWOOEÜIXy
C A P ÍT U L O I — E l peDUr..................................................................... 6 í
C A P ÍT U L O I L — L * a le o c iá n ......................................................................... 7 0
C A P ÍT U L O 2I L — L a p e r c e p c i d D .......................................................... 7 5
C A P ÍT U L O I V . ^ L a deCerm inacida y su s m t á i o t ..........................7 9
Articulo I.— La detemiaaci^ÍD........................................................79
Artioalo II.—L a abstracción. . .............................................. 81
Arti0ll9 lll.—I a geaeralisaci^D ..................................................... 84
CAPÍTULO V.— Ei concepto.............................................................87
CAPÍTULO VI.— L t í categoría»........................................................ lo o
Ariíciilo I.—L&s ca(a^rÍAs cq geberal...................................l o i
ArtiCttlO II.— Examen de cada una de l&s c a tea r ía « . . . 115
CAPÍTULO VK .— Los predicable« 6 cate^orecaas....................... 127
CAPÍTLXO VIII.— L oí tírm i d o s ...........................................................136
CAPÍTULO IX.— E ljü id o .................................................................... 154
CAPITULO X .—La proposición.......................................................161
Arlíolilo I.— La proposici^o en sí m ism a............................. 161
ArtÍCUll>ll>— La< proposiciones eo retacan. . . . 171
CAPÍTULO XL— E l raciocinio......................................... ^ . i$ i
CAPÍTULO XIL— La argnmeniacidD..................................................187^
Artículo I.—L& indnccidn.....................................................^ . i8 S
Artículo II.— ArgatoesUdj^D dedactÍTa....................... ..... . 197
Articulo III—DÍTisi^n del silogism o............................. * . »17
AHÍ Dillo IV.— SÍ}og:Ísmo demostradvo........................................ 82$
Articulo V.— Argomento^ probables......................................... 331
CAPÍTULO XI n . —Razonamieo tos f a ls o s .. : ............................. 347
Articulo I.— Soñsmas derivados de lo s prejoicios. . . . 349
Artículo II.—SoAsceas ladscUros............................................... 253
Artículo III.—Sofismas dedactlvos................................... . 255
SECCIÓN CUARTA
iJi LEY
LIB R O SECU ND O
ÍA Ó G lG T i E S P E C lK k
SEC C IÓ N S E G U N D A
c m t b u o l o g Ia
SECCIÓN TBRGEBA.
£ L MÉTODO
LIBRO TERCERO
la Ó G lC T C O E la K C IE N C IA
SECCIÓN ÚNICA
COKSlDBRACI<>K DE LA C m fO A
C A P ÍT U LO n . — L a H i s t o r i a ..........................................................4 4 0
C A P ÍT U LO I I L — L a F í l o s c f l a .........................................................445
A r t i c a lO I.— D e f i n i d l a d e l a F i l o M Í i a ................................. 4 4 5
A r t lC H t c II.— IM W si^ n d e l a F i l o s o f í a .....................................451
A r t i c a lO III.— S is te m a s ñlo9<5fÍcos............................................ 4 5 $
C A P ÍT U LO I V . — F i l o s o f í a d e l a H i s t o r i a ......................................4 6 5
FE DE ERRATAS
I 2Q 7 respeto respecto
tJ 9 1 u,
153 5 tonado tom&da
201 *7 y 28 fra m isa * fira 4M h 40f
255 *5 dieiU 9i ú d dUtupt
260 34 de los «D los
2^5 35 de U s de los
6 V lUmabsD U llanabän
31*
322 $ t y 32 cofuthayeo coDsUiiiye
:<-- M.
?íí'
4 *
V.
A » 'í
'Jt- 1- •
• .í
< »/
.f r
'• * ' J *.• w »%
I
'j
*)v
,'V, . t
y>
■ n^.f4
* /•
i-
'. . v V ,
£■
• ' -SI*
> , '•
'«**'
<“^ V .
''.V* •«
V '.. í;
' V'
h->
' rr
L a p resen te o b ra e sta rá de v en ta en lus
p rin cip ales lib re ría s do E spaña.
P a r a la v e n ta a l p o r m ayor, los libreros d i
rig irá n sus pedidos al A utor.
B
*V _ *
!►
* •.
• *•'.
W6Lt-'\ *«T
'*j
~ • «•
-.--r