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CAT£DftÍT!CO m S i k M H U USUA ASttKATUkA

UNIVERSIDAD LiTERARift D E VALEKCIA

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VALENCIA
SBTABtEClMlBKTO TIPOORÁriCO POHlHECR
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LÓGICA F U N D A M E N T A L
OBRAS D E L MISMO AUTOR

A p v n t b s p a r a u n o s p r o ls o ó M £ N O S á l a M e t a f í s i c a : s e ­
gunda edición.— Un tomo en 4.“ menor, 5 pesetas.
M e ta fís ic a : segunda edición.— Dos tomos en 4.” me­
nor, 20 pesetas.
M u r c i a d u r a n t e l a e d a d m e d ia (Memoria).
L a e d u c a c ió n d e l a v o l u n t a d (Discurso).
D e qu£ p u e b l o s ss »A e l p o r v e n i r (Discurso de aper­
tura).

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D. PSDRO MARÍA LÓPEZ Y M ARTINEZ

C A T E D R Á T IC O N U M E R A R rO

D£ LA MIdMA ASiQNATUnA

U N IV E R S ID A D L IT E R A R IA D E V A L E N C IA

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£STA IL£C D I1£H T0 TIPO O K A nCO DOH&KBCH
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quUn H réterta todo$Íot <?#r^
C&Mgu4 {« Ia léf.

8e fouHd9T<iTé com o eUnd«ttit*o


0j« m p ltiT qn4 n o v a y a
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AL LECTOR

C ontra nuestros deseos damos d la publicidad esta


obra, cu yos materiales fueron recogidos eu su m ayor
parte con el ánim o de aum entar nuestro pequeño caudal
cognoscitivo y con el de corregir nuestros P r o le g ó m e n o s
A LA M e t a f í s i c a para el dia en que publicásemos la tercera
edición; mas< habiéndosenos encargado la explicación
de la asignatura de L ó g ic a fu n d a m e n ta l, desde principio
de curso han sido tan reiterados y tan cariñosos io s rue­
go s que nos han dirigido nuestros alum nos oficiales, gran
parte de los libres y no pocos padres, q u ^ . aun ^u^ndp
siem pre con el tem or de no poder acertar, líos hem os
decidido por fin á publicar, si bien de una m anera com ­
pendiada, los estudios que tenem os hechos acerca de la
L ógica fundam ental, aprovechando para ello gran parte
de los m ateriales de los Prolegómenos á ¡a M etafísica, sin
otra m ira que la de evitar los m últiples errores que los
alum nos cometen involuntariam ente al tom ar los apuntes
<ie i as explicaciones orales dei profesor, y la no menos
Legitima de com placer á los alum nos aprovechados, los
cuales desean siem pre m edios más exactos que lo s apun­
tes para aprender bien las verdades de las ciencias que
cursan. * *
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PRELIMINARES

I.—E tim o lo g ía d e l a p a la b r a L Ó G IC A y a c e p c io ­
n e s u s u a le s d e la m ls m a .^ L a palabra lógica se deriva
de la griega logiké (Xqtxf]), h áb il en e l rasonar^ que está
compuesta de la raíz U g (X«7)> que significa d iscu rrir, dis*
cernir y ratonar, y del sufijo iJho (ixo), que expresa aptiUid^
cafacidad\ de suerte que etim ológicam ente, lógico quiere
decir apio p a ra razonar, p a ra discernir, que puede dis­
currir.
£ 1 uso corriente emplea esta palabra casi siempre con
el signiñcado de orden> de enlace riguroso en el razonar,
de consecuencia ó deducción exacta y de claridad 6 luz
en U expresión y comprensión de las ideas; as( vem os acon­
tece en las frases siguientes: < £ s ]ógico en sus ideas; se
expresa con gran lógica>; que es como si dijéramos: las
ideas que tiene son legítim a consecuencia de los principios
que substenta ó de la doctrina que predica; c$ hombre de
ideas ordenadas; se expresa con orden y claridad ta)> que
todos comprendemos ]a verd ad de lo que dice.
I I .^ C o s a s q u e d e b e m o s c o n o c e r a n t e s d e d e fi­
n ir la L ó g i c a fu n d a m e n t a l.—^Basta el significado eti*
mológico y la acepción corriente de U palabra lógica para
definir la ciencia, objeto de esta obra? No, puesto que para
definirla es preciso sab er qué es lo definido, el térm ino su­
perior en que está contenido y la razón que lo diferencia
de todo lo demás contenido con él en el término superior
com(ín, ó lo que es io miso)0> cuál es el objeto y sujeto de
la 16gica y cuál el género próxim o clentíñco en que se
halla incluida. A h ora bien, se nos dirá: pero antes de co*
nocer toda la L ó g ica, ¿cómo es posible conocer el obje­
to propio de la misma? ¿No sería más conveniente de^nirla
después de estudiada? Á (os que así discurran les contes­
tarem os por adelantado, que si efectivam ente eso parece
ser lo más rigurosam ente m etódico, es'porque no se tiene
en cuenta que la L ógica es y a una ciencia formada y , por
consiguiente, que aquí no vamos á investigar una ciencia
nueva y desconocida para todo el mundo, sino que lo que
vam os á hacer, es á exponer la L ó g ica con el método d i­
dáctico que creem os m ás adecuado para que la aprendan
los que la desconocen; luego cabe empezar por la defini­
ción de la misma y , en consonancia con ella, desenvol­
v erla del modo más claro para que, en su aprendizaje, se
v a y a siempre de lo conocido á lo desconocido; por eso,
para comprender la definición, determinaremos primero
el objeto, el sujeto y e] género científico en que se halia
f incluida la L ógica, y luego la definiremos con definición
real.
in.—'O b je to d e la L ó g i c a fu n d a m e n ta l.—^Cuál es el
objeto de la Lógica fundamental? A n tes de contestar á
esta pregunta precisa que contestemos estas otras cues­
tiones: ¿qué es objeto de una ciencia? ¿á qué damos el
nombre de objeto m aterial y á qué el de objeto formal de
una ciencia?
Damos e! nombre de objeto en general, á todo aquello
que cae bajo la acción de los sentidos ó que es término de
cualquiera de nuestras facultades> y llamamos objeto de
una ciencia á todo lo que la misma considera, examina ó
estudia, el cual, condderado en sí mismo, es lo que cons­
titu ye el objeto m aterial d e la ciencia; mientras que aque­
lla razón especial ó punto de vista desde el cual lo estudia
la ciencia, es lo que constituye el objeto formal de la
misma; así, por ejemplo, si se trata de la M ecánica, su
objeto material es e] movimiento, y su objeto formal es
ese mísmc> movimiento considerado desde el punto de vista
de sus aplicaciones y leyes.
Aplicando esta doctrina al caso presente, ^cómo deter­
minaremos e) objeto m ateria! y formal de la Lógica fun­
damental» que es lo que constituye su objeto total 6 pro­
pio? Observando nuestro interior conocer, nos encontramos
con que la aspiración constante y la necesidad suprema
de nuestra facultad intelectual es alcanzar la verdad; y
como quiera que ésta no consista en otra cosa que en la
conformidad de lo conocido por la inteligencia con lo que
es realmente la cosa conocida, y el hombre no conozca
por intuiciones y evidencia inmediata sino un número H«
mítadísimo de conocimientos, constituyendo, en cambio,
la Inmensa m ayoría de su caudal cognoscitivo las conse*
cuencias ó inferencias que saca mediatamente, gracias á
demostraciones más 6 menos complejas que realiza su inte­
ligencia, de ahi que el hombre, para conseguir ia verdad
en los conocimientos que obtiene por la demostración»
haya investigado é investigue sin tregua la naturaUsa y
leyes la potencia con que conoce^ la s cosas conocidas por
ella y la disposición a rtific ia l g m debe d a r 4 sus operado^
nes p a ra que lo conocido conforpu con lo cognoscible hccho
presente en la relación de conocimiento; y como ordenar las
operaciones intelectuales Á conocer con verdad los cono­
cimientos que adquirimos Ó que inferimos de otros ante­
riores, es discernir y discurrir^ por eso sin duda gran
número de lógicos han dicho que el objeto material de
ta L ógica son las cosas conocidas por el entendimiento»
objeto que es común Á toda ciencia, puesto que toda cien*
cia tiene por objeto conocer las cosas que exam ina, y que
el formal ó propio es la disposición O orden que el enten­
dimiento pone en esas cosas conocidas para favorecer el
conocimiento. Pero se nos ocurre preguntar: qué aten­
derá ei entendimiento para poner orden en las cosas que
conoce con la ñnalidad de conseguir la verdad? ¿A\ caprl-
— IO —

cho <5 á la naturaleza de la inteligencia y valor lógico de


la misma y de sus principios 6 leyes? Parece lo racional
que sea á esto último; luego no podemos admitir el indi-
cado objeto de la L ògica, y en consecuencia> entendemos
que si eS hombre ha formado la ciencia lógica porque al
v o lv e r la inteligencia sobre si misma se ha conocido en su
naturaleza, al mismo tiempo que ha visto ]o que conoce,
cómo conoce y cóm o debe ordenar lo que conoce para
conocer con verdad y certeza, el céjtto m aterial de una
lógica fundamenta!, es decir, de una lógica que nos da fa
base ¡nconmobible p ara conocer con verdad y certeza, y
el cim iento para asentar todas las ciencias sólidamente, no
puede ser otro que conocimiento d i la naturaleza y le~
yes de la inteligencia y e l de lo conocido p o r ella , que es
propio también de la Psicología, así com o su objeto form al^
que es el que la distingue de las demás ciencias, debe ser
el conocimiento de la inteligencia conociendo y e l d el orden
que debe ponerse en e l ejercicio de su actividad conforme á
sus leyes natura/es, puesto que, sólo cumpliendo su ley,
obtiene la inteligencia por sanción la verdad, como vere­
mos oportunamente.
IV .— F in p r o p io d© la L ó g ic a .—N o h a y que con­
fundir el objeto de la L ó g ica con el ñn que la misma se
propone, com o es m uy general hacer, pues realmente son
cosas diferentes. E l fín de esta ciencia es aquel m otivo
que ha llevado al hombre á construirla, es decir, esa aspi>
ración y necesidad constante de la inteligencia humana
de alcanzar la verdad que le ha sostenido en las arduas y
fatigosas investigaciones que ha tenido que llevar á cabo
para form arla y que hoy sostiene para hacerla cada vez
más perfecta. E n una palabra, el ün propio de la Lógica
consiste en dirigir la facultad cognoscente de suerte que
conozca fácil y ordenadamente con verdad y certeza para
llegar al ideal de la ciencia, que es el de que se com ponga
exclusivam ente de conocimientos verdaderos y ciertos.
V .—S u je to d e l a L ò g ic a fu n d a m e n ta l.—L a L ó g i­
ca, en cuanto obra de nuestra actividad reflejares evidente
que no puede tener otro sujeto que el hombre, pero si»
como acabamos de exponer, el objeto formal de la Lógica
es el conocimiento de la inteligencia conociendo y del
orden que pone en el ejercicio de su actividad en cumplí*'
miento de sus leyes, y su fin dirigir la facultad cognos-
cente de suerte que conozca fácil y ordenadamente con
verdad y certeza para llegar al ideal de la ciencia, y si,
como añrma la Psicotogia, la facultad que tenemos para
conocer es la misma inteligencia en toda su complejidad,
por evidente se deduce que para averigu ar cuál sea el
sujeto de ia L ó g ica fundamental, lo que hay que hacer es
determinar cuál sea la fuente p o r medio de la cual la inte>
ligencia humana llega al conocimiento del tai objeto; y
tenemos que, como oportunamente verem os, la intelígen-
cia se conoce á sí misma haciéndose refleja, esto es, siendo
ella misma objeto de su propio conocer, y comparando
las ideas que va adquiriendo de lo que conoce hasta llegar
á determinar lo que es, y de aquí discurriendo hasta des­
cubrir las leyes de su ejercicio y ordenando en razón á
ellas sus propias operaciones; y como cuando asi conoce
la inteligencia se llama razón, de ahí que e) sujeto de la
Lógica fundamental sea la fuente razón apoyándose en los
datos que le da la experiencia íntima ó conciencia, como
nos dice la Psicología.
VI.*—F ilia c ió n c ie n t ífic a d e la L ó g i c a fu n d a m e n ­
ta l.—E l objeto que hemos señalado á la Lógica funda*
mental siendo, com o es, una realidad de cuya existencia
certifica la Psicología, prueba y a la posibilidad de la exis«
tencia de una ciencia que conozca sistemáticamente el tal
objeto; si á esto agregam os que la inteligencia puede cono-
cerse á ef misma y se conoce de hecho, y que al cono-
cerse puede ordenar sus actos del mismo modo que orde­
na los de las demás facultades, y por último que, ejercida
como razón, sistematiza todos estos conocimientos que
hemos señalado constituyen el objeto propio de la Lógica
fundamental, parece lo natural que dñrmemos: L a Lógica
es una ciencia real.
A h ora bien, ¿qué clase de ciencia es la Lógica funda­
mental? Para contestar á esta pregunta debem os íijarnos
en que su objeto y sujeto están determinados por la Psico*
logia» ]a cual, al analizar las fuerzas del principio vital
humano, encuentra como una de ellas la inteligencia é
investiga su naturaleza así como Jos modos de su ejercicio
Jlamados fuentes de conocimiento; por tanto, desde este
punto de vista la Lógica fundamental se deriva inmedia­
tam ente de la Psicología, así com o ésta se deriva á su vez
de ia M etafísica, que es una ciencia ñlosófíca unitaria;
luego la Lógica fundamental e s una ciencia psicológica
que, cual la Psicología» pertenece al género científico Filo*
soíTa.
Mas es muy general en todos los lógicos, que al llegar
á este punto se dividan, diciendo unos que es ciencia y no
pocos que en realidad no es más que un arte; siendo sin
em bargo y a más extendida la opinión de que la Lógica es
ciencia y arte. ¿Cómo resolverem os nosotros esta cuestión?
Fijándonos en el objeto y en el sujeto de la misma, que
es la única base real á que h a y que atender. E l objeto de
la Lógica» como el objeto de toda obra bija de la inteli*
gencia, no es precisam ente lo que por sí la hace ser cien­
cia ó arte» sino el modo de estudiarlo, según sea especula­
tivo ó práctico; ahora bien; tratándose de la Lógica, lo
único que podemos exigir por parte del objeto para que
ella pueda ser ciencia» es que sea real.¿El objeto de la L ógica
lo es? S í, puesto que y a hemos dicho que Jo ñja la Psico»
logia; pero todavía más; aun cuando lo redujésemos al
orden que la inteligencia pone en sus actos, éste es un
objeto real, cu ya existencia estaría en nuestra mente, como
la de todos los seres de razón cuyo fundamento lo tienen
en la realidad, porque la razón los ordena en conformidad
á la realidad á que se reñeren; luego por parte del objeto
no hay inconveniente en que la L ógica sea ciencia.
Veam os a hora si lo es también con respecto al modo que
tiene el sujeto de estudiar el objeto lógico, y nos encon«
tramos con que formamos conocimientos verdaderos, cier-
tos y sistematizados» no s6(o acerca del ejercicio de la inteli­
gencia cumpliendo sus leyes, sino también con referencia
á cada uno de lo s procedí re ientos que la inteligencia mis*
ma ordena para conocer la v'erdad, como son las defini­
ciones, divisiones» hipótesis, clasificaciones, demostracio­
nes inductivas y deductivas, etc., etc,; lo cuál prueba que
la Lógica es ciencia racional especulativa; m as como al
mismo tiempo, de estas especulaciones deduce ó induce
preceptos que, aplicados por las demás ciencias, condu>
cen á la verdad» de ahf que tenga también un carácter se*
ñaladamente prácticc] pero esto no quiere decir que sea un
arte, sino únicamente que es una ciencia especulativa y
práctica que instruye á la inteligencia al par que la educa.
La L ógica fundamental, pues, es una ciencia racional,
especulativa y práctica, cu yo género científico próximo
superior es la l'ilosoíla, y cu ya especie es la Psicología.
V ii.—D e fin ic ió n d e la L ó g ic a fu n d a m e n ta l.—Muy
diversas deñniclones se han dado de la Lógica, según el
objeto y fín que se la ha atribuido. Nosotros, habiendo fija*
do el objeto, sujeto, ñn y género próxim o en que se halla
incluida, podemos y a contestar á la pregunta que nos ha*
ciamos arriba: ^qut es la L ógica fundamental?. Es la
Cía filosòfica d trivada d i la Psicologia^ que impestiga^
mediante la raeJn apoyada en los datos de la experiencia
intimay e l conocimiento de la inteligencia conociendo y e l
del orden que debe poner en e l ejercicio de su actividad, con­
form e á sus leyes naturales, con e l fin de obtenery como san-
eiÓHy la verdad y rea liz a r la ciencia (l).

(O £ J g r a o A ri(t< ítele $, a o obst& P te d a c í p t o c o n q u e e s c r ib ió sb


¿ J f K ü , DO 6¡6 ¿efi& icióQ de l a L ò g ic i ; d eten n i n cnrtfc*
ter cÍefi(f(ico e n la s C títg o r U s , e a U H erm eneÍA j en lo s j
« a r i c t e r p r ic t ic o e o l a D U U etU ü y e n U S tfìftU a .
Ocerón U define: «Ars veri e( falsi 41iceputrix et ia4ex». El arte
— u —

Decimos que: E s una ciencia filosófica porque, como


hemOB visto , la Filosofía es su género próxim o y superior;
continuando: Que investiga y mediante la rosón apoyada en
los datos de la experiencia intim a, porque todas las cien­
cias fìlosófìcas son adquiridas por la fuente razón j y adc*
más la L ó g ica, com o ciencia derivada de la Psicología,
tom a sus datos de la experiencia íntima. A gregam os: E l
conocimiento de la inteligencia conociendo^ y e l d el orden
qv4 debe poner en e l ejercicio de su actividad^ conforme á
sus leyes naturales, porque este es el objeto propio de la
Lógica, y con lo cual la distinguimos de las dem ás cien­
cias. Term inando con las palabras: Cm e l fin de obtener^
como sanción y la verdad y re a lisa r la ciencia, pues estas
palabras señalan la razón Ó m otivo que llevan al hombre á
construir y á estudiar la ciencia Lógica.
V IÍI.—O r ig e n d d la L ó g ic a y d e n o m in a c io n e s q u e
h a r e c ib id o d u r a n te au d e s a r r o llo h is t ó r ic o .— La
L ógica, considerada como ciencia humana» esto es, como
obra artiñcial de nuestra facultad cognoscente, tiene su

ccQ que 9C discieroe lo verdadero de Ío falso. NQ«»(ro compulriota


S ao Isidoro en sn» Etim«U%ias U delioe: cL& ciencia de ¿el^iiir, iovesti-
y díseqrrir, U ctial eo»eftt á discernir, foodada e o ratooes, lo ver^
daderod« !o falso», (Scieotlam deñoieodi, icquiríeodí ec dis$ereodÍ quaed
ocet dispntaodo qaoemadBiodan vera « fah is diiadiceatnr).
AÍdrich la deliDe: cArto del rasoDamíeoto». W hatel; dice de eUa que
es t i mríe y U <ienei» ¿ t i rasfinamU nU. Aldrid), com o Tenoe, no reco-
aoce en U Lògica rait q u t sn carácter práctico, mientras qoe W balely
la reconoce su carácter eipeonlativo y práctico» qoe segdn hemos visto le
conviene. (A lex. Bain., TV. it< C^mfiniré, 1 .1 , p i g , 4 3 ). Los Id ¿icos de
Port-Royal defiaieron la X«d^ca cCleocia de las operaciones del eipí*
ritn en la ínrestipiclófi de la verdad». HamíliOD define la Lògica «óen*
ti», de las le je s del pensamiento en tanto e a cnanto es tal peas amiento»,
separando, por consigaience, de la Lógica todo lo qae de cerca 6 de
lejot se refiere á la materia del conocimiento; así pnes, no coBsIdera
más qne la forma comían 7 universal del conocimieoio, ignorando todo
lo qne se refiere i la verdad 6 falsedad de las proposiciones mismas, y
&oe qae en Lógica, todo lo qoe no es contradictorio ea verdadero. El
^ s c íp u lo de Haltnil’.on, Mansel, define la Lógica diciendo ^ n e e s/tf
origen natural en la reflexión de U facultad intelectual
sobre sí misma y sobre sus propios actos, puesto que la
facultad cognoscente sólo entonces advierte que á las cosas
que conoce puede ordenarlas y disponerlas á su voluntad^
.y por consiguiente sólo entonces puede ocurrírsele dispo­
ner y organizar sus operaciones á un ñn, el que tiene la
Lógica, por ejemplo; de aqu( que la L ó g ica, com o ciencia
completamente formada y separada de las demás ciencias,
apareciera y a m uy tarde si se com para con otras del mis-
mo género. En efecto, la L ógica, como tal, no fué conocida
hasta Zenón, uno de los representantes de la escuela de
E lea, si bien con carácter m uy im perfecto, puesto que
todavía no presenta más que el desarrollo de la D ialécti'
c a . Sócrates la hace adelantar, pero en la escuela socrá-
tica es llamada M ayéutica ó arte de concebir y producir
el pensamiento, la cual fué dividida después en E u ristica
6 arte de investigar la verd ad , y en D idáctica ó arte de
enseñar la verdad. Platón dictó no pocas reglas sobre Ló*
gica, pero para este ñlósofo no era esta ciencia otra cosa
que e l arte de preguntar y responder, llam ándola D ia l é c ­
t ic a . Aristóteles, filósofo insigne y discioulo el más no-

table de Platón, que florece en el siglo IV* antes de Jesu-

£Í4neÍA tít U* U y tt /tr m a U t del ftn ta m ie n to , fondiado»« p«r« ello en


l u d«>ctrÍDM de so ma«sCro. A n g la ii e é ttítm fo r^ in t. pttr Lels
Lltrd, Ed.). Stutrd M ili U define; CuneU^ d t U t o p trtu U n ft d tl
tspíritu q u t e o tu itrn m á ia (tfiin a cU n d< U prueh», uociaodo i U
L ¿^ ca lo$ principios de Ia «TidcBcU y los métodos de sa íavesti^aci^Q
dentfficA.
Balo, e a so L S g U e in d u e titf^ d td a e ttv ^ coosider« i la
como ufiA cieocÍ& abstracta y U^ríca; 2.^ , como la ciencia pricü c*
de la prueba d de la evide&da; y 3 .^, como qo sistcn a de métodos
asxj]lares propíos para secnadar la iavestigací^a de la verdad. El
P. Zeferinu Ck>DsáIe<, por dltJmo, la deñue: L a fo fu U ttd de d h c u r r ir
r u ta m tn U refíriéaóose á la lógica eo ( ^ e r a l , y la l^^ica con ocleacia
dice f t UH háhitp adquirida fU i n ^s I t U y tí d t l re<ta réci»-
4ini0, medittnU las euoUs u d irig id a 4Í tm iendim im io á U f t í e ñ i n 9
d4teubrimieHi9 d t la verdad.
cristo, enseñó la L ógica com o ciencia y a perfecta, puesto
que fundiendo, com parando y sistematizando los elemen­
tos dispersos en U ñlosofía anterior, así com o los ensayos
más 6 menos afortunados hechos con anterioridad» creó
el organism o cientiñco conocido con el nombre común de
Organón ó de AnaliticOy compuesto de los cinco libros
llam ados de Predicam entis, de Interpretacicney de A n a li-
ticis, de Topicis y t\ de Sopkisticis eienekis. E n el pri*
mero de ellos trata de las cosas que pertenecen á la simple
percepción; en el segundo, de las cosas que pertenecen al
juicio; en el tercero, dñ la demostración; en el cuarto, de
los instrumentos dialécticos y de los lugares comunes, y
en el quinto, de lo s soñsmas y su refutación.
E s de tal índole la im portancia de la obra de Lógica
de A ristóteles, que en dos mil años apenas sufrió modiñ-
cación alguna substancia], y Reíd y K an t, que todo lo
sometieron a! escalpelo de su crítica, no pueden menos de
elogiarla grandemente. H e aq u ila s palabras de estos pen­
sadores:
D ice Reid: «Hace más de dos mil años que Aristóte^
les ñjó las reglas de la Lógica; pues bien, ellas han sido
invariablem ente reproducidas por todos los ñlósofos pos*
tenores> ( i ) . K a n t añade: < S e,v e que la L ó g ica posee el
carácter de una ciencia exacta hace muchísimo tiempo,
pues no se ha visto en la necesidad de retroceder ni un
solo paso desde Aristóteles. Y lo más notable es que no
ha podido d a r un paso m ás, y que, á lo que parece, ha
sido perfecta y acabada desde su nacimiento» (2).
M ás tarde se dió á la Lógica el carácter de arte que
expone las leyes de la Inteligencia, y de ahí que recibiera
las denominaciones de Canónic<i y Metodología.
Durante el período de dominación de la Escolástica,

( l ) O b fu de Aristóteles pnesU s en castellano por 1). Patricio de


Ascárace: L$gic^, X. I, p. 1 4 .
(8 ) Idem idecD, p á fio a citaba.
fué extrem ándose más y más el carácter que se la daba de
formal y se la llamó A rs cogitandi y A rs universalisy en
vista de considerarla com o ciencia de aplicación á todas
las demás ciencias. Siguiendo esta misma tendencia el ma*
llorquín Raimundo Lulio, llegó á escribir su famosa M á­
quina d íi pensar^ denominada A rs magna.
En 16 20 el inglés Fran cisco Bacon publicó el Novum
Organum, que fué la primera modificación esencial que se
realizó en Lógica desde tiempos de Aristóteles, dando así
entrada en la demostración á ja inducción, que habiendo
sido sólo iniciada por A ristóteles, pero no desarrollada,
apenas si se hizo caso de ella después, salvo lo que de ia
misma expuso con bastante detención y conocimiento de
causa Santo Tom ás.
Desde este momento empezaron á dibujarse en el
campo de la L ó g ica d os tendencias tan irreconciliables
que, no obstante los esfuerzos hechos después por el esco»
cés Bain para armonizar estas tendencias, escribiendo su
Lógica inductiva deductiva, y algunos otros que han pre-
tendido im itarlo, todavía no se ha llegado á este feliz re*
sultado de escribir una L ó g ica que dé unidad y exacto
desarrollo á todas las direcciones de la lnteUgencÍ& en la
investigación de la verdad.
Fundándose en las distinciones que se han hecho de la
L ó g ica ttitcorica y práctica, se la ha llamado Lógica pura,
ciencia que estudia las leyes de la verdad; Lógica a p li­
cada, arte que da reglas al pensar. Apoyándose en el mis­
mo fundamento, se la ha dado los títulos de Ciencia de las
form as del pensamiento, de D octrina de la ciencia y d*e
D isciplina d el espíritu. D elboeuf la llama A lg o ritm ia ló­
gica, pues entiende que es d a ciencia d éla forma abstrae*
ta de toda ciencia»; con igual razón la identifican no
pocos lógicos modernos con las matemáticas, llamándola
matemática d el pensamiento.
Finalm ente, teniendo en cuenta la razón de que es una
preparación úiW p ara entrar en el estudio de otras ciencias,

y
..'t
ia llaman Propedéutica^ esto es» preparación para ulte río-
res estudios. Fijándose en e$te mismo sentido, Enrique Jo sé
V aron a, filósofo cubano y discípulo de Bain» dice que la
L ó g ica no sólo es la norma de la inteligencia, sino que
muchas veces llega á ser la kigien t d ii e sp iri tu (x).
IX .—D iv is io n e s p r in c ip a le s d e la Lc3grlca.—M uchas
y m uy diferentes divisiones se han hecho de la Lógica»
según los puntos de vista desde los cuales ha sido consi­
derada por los lógicos.
U na de las divisiones más generalizadas es la que
admite una Lógica natural y otra a rtific ia ly diciendo que
es la primera aquella que practica instintivamente el hom­
bre cuando conoce con verdad y ordena todas las opera­
ciones del pensar á ese fín sin darse cuenta de ello, puesto
que la facultad cognoscente se dirige naturalmente á su
ñn. E sta lógica es común, tanto al hombre sabio como al
ignorante, y fundándose en su existencia, no son pocos
los hombres de ciencia que creen inútil, si es que no per­
judicial, el estudio de la ciencia lógica ó artiñclal, igno*
rando todos estos señores que así hablan» que la inteligen­
cia no siem pre va derecha á su fín, sobre todo cuando se
halla guiada por preocupaciones y prejuicios» y que si en
los asuntos sencillos de la v id a basta la lógica natural»
para la ciencia es insuficiente. Constituye la lógica artifi­
cial, según los que hacen esta división, el conjunto de co­
nocimientos que, expuestos en la cátedra ó en el libro y
aprendidos por nosotros, nos enseñan á ordenar las ope­
raciones de nuestra facultad cognoscente para conocer
con verdad y certeza.
;Podem os admitir esta división de la Lógica? No, por*
que toda lógica artificial tiene que ser natural en razón á
que su objeto tiene que ser real, y aun cuando en cierto
modo creado por la inteligencia, si no lo crease en vista
de !a realidad, sería completamente inútil; así como tam -

( i) C o o fe tc D C Í M filos<5licas ( L ¿ g i< a ) . H a b a n a » iS 3 o .
bién porque sus preceptos los obtiene la inteligencia del
conocimiento de su naturaleza misma, bajo pena de incu­
rrir en error. L a división que de la L ò g ica hizo A ristó te­
les puede deducirse de su Organón^ al cual se añade la
introducción á las Categcrias de Porfirio, y es la siguiente:
CategoríasyHérnteneia, P rim eros analíticos, Últimos ana­
líticos ^ Tópicos y Refutaciofies de los sofistas.
L o s lógicos antiguos posteriores á Aristóteles, gene­
ralmente exponian la Lógica en form a de breve compen­
dio, como preparación á todas las demás ciencia«, y la
daban el nombre de Sum nlae y el de Lógica minor^ sir­
viéndose de ella como de Introducción para poder cono­
cer las cuestiones contenidas en la Lògica mayor.
Siguiendo la tradición escolástica» la L ógica se ha
dividido en uiente y docente ( l) . Llam an lógica docente á la
que da reglas para definir, dividir y raciocinar, que son
las operaciones que deben ser reguladas por la Lógica,
según los que dan esta diTisión¡ y llaman lógica utente á
la que aplica las reglas á los actos mismos de deñnir,
dividir y raciocinar, aplicación en que consiste el uso, y
de ahí el nombre que le dan.
Entre los lógicos m odernos es m uy general dividir la
L íb ic a en Dialéctica^ C ritica y Metodología^ á cuyas par­
tes suelen añadir no pocos la Grem àtica. L a D ialéctica es
la parte que dedican á exponer el discurso de la razón y
&US preceptos; C rítica la parte en que exponen cuanto
concierne á la verdad de nuestros conocimientos y las
razones en que se funda la certeza; la M etodología la
parte en que exponen los métodos y procedimientos que
puede seguir (a inteligencia en la adquisición de la v e r­
dad, y la G ram ática la parte en que se expone lo refe­
rente al lenguaje como signo del pensamiento.
Otra división m uy notable se ha hecho de la Lógica
por el P. Cornoldi que hemos visto sigue M ercier, y e s la

0) O m Lftrt: pág. 2 4 , edici^^ad«! 18 8 5 .


siguiente: i.* parte, causa eficiente de ia ló g ic a , que ese)
mismo entendimiento; 2.*, causa material^ en donde se-
estudia todo lo referente á los términos y proposiciones, y
lo concerniente á la definición y división; causa form al^
que trata del silogismo, y 4 / , causa final^ que trata del co>
nocíiniento de la verdad y de la adquisición de la ciencia.
Siguiendo la tendencia experim entalista, no obstante
sus propósitos de dar Igual importancia á la inducción
que á ia deducción, Baín divide la L ó g ica en cuatro par*^
tes, con arreglo á las cu atro opera9iones que él llama
fundamentales ó esenciales, y son: I . * , aquella en que
estudia todo lo concerniente á la observación^ en la cual
comprende á la experimentación; 2 / , la definición en la
cual incluye la abstracción; 3 / , la inducción^ y 4.^, la de-
ducción.
X . —N u e s t r a d iv is ió n d e la L ó g ic a fu n d a m e n ta l.
- ^ L a definición que hemos dado de la Lógica fundamen«
tal nos indica las razones que debemos tener en cuenta
para dividirla. E n efecto, si el objeto propio es conocer
que sea la inteligencia conociendo y el orden que debe
poner en el ejercicio de su actividad conforme i. sus leyes
naturales, y su fin es obtener la verdad y poder realizar la
ciencia, cabe considerar en la L ógica fundamental una
parte prim era en la cual se exponga la naturaleza de la
inteligencia en si misma considerada como causa eficiente
de todo conocimiento, el conocimiento en si mismo, la
forma de esa misma inteligencia, ó sea la inteligencia cono­
ciendo y las leyes que rigen ese ejercicio; una parte
segunda en la cual se manifieste el orden que debe poner
la inteligencia en sus operaciones para, conformando con-
sus leyes, obtener la verd ad, la cual debe ser estudiada
también junto con las ideas que le son afines y opuestas;
y en último lugar, una tercera parte en la cual se exatni*
nen las condiciones de existencia de la ciencia como resul­
tado práctico del estudio de las dos partes anteriores.
E n consecuencia, dividim os la L ógica fundamental en
tres partes: á la primera le damos el nombre de L ó o i c a
GENERAL, que estudía U inteligencia en toda su complejidad,
esto es, en su ser y forma, en su vida <5ejercicio, compie*
tando este estudio con el estudio paralelo del lenguaje
articulado que le expresa y le sigue com o cuerpo de sus
operaciones espirituales, concluyendo esta parte con el
examen de la ley en general y de la intelectual en par­
ticular que naturalmente se deduce de la m ateria ante­
rior. A la segunda parte la llamamos L ó g i c a e s p e c i a l , la
cual investiga el orden que debe poner ia inteligencia en
sus acto s para conseguir siem pre conocimientos verdade­
ros y ciertos, y al efecto, en ella se examinan la verdad y
certeza con las cualidades opuestas del conocimiento, los
criterios 6 normas seguros para conseguir certiñcarnos de
que nuestros conocimientos reúnen ó no las cualidades de
verdaderos y ciertos, y últimamente los procedimientos
que debe seguir la inteligencia en la investigación y enun­
ciación de los conocimientos para contribuir á su m ayor
evidencia. A la te r c e r a y última parte la llamamos L ó g i c a
Dz LA ctEKCiA, y en ella estudiaremos las condiciones gene­
rales de toda ciencia desde el punto de vista lógico, su
clasificación general y determinación de cada uno de sus
géneros.
X I.—M é to d o q u 0 d e b e s e g u ir s e en e l e s tu d io d e
la L ó g ic a fu n d a m e n ta l.—Hem os visto que la Lógica
tiene un objeto propio que estudiar y que éste es real, por
cuya razón hemos dicho también que era una ciencia reai
que tenía que exam inar ese objeto en sí y en su forma; y
como el tal objeto es la inteligencia misma conociendo y
ordenando sus actos con arreglo á sus leyes, resulta que
la inteligencia ha de accionar sobre sí misma para poderse
dar cuentasde que conoce, qué es lo que conoce y cómo
debe conocerlo; por consiguiente, precisa que en la Ló*
gica, la inteligencia, que es propiedad permanente nuestra
y de la cual de ordinario no tenemos más que conciencia
habitual, la convirtam os en inteligencia refleja hasta que
— 22 —
f
sepamos qué conocem os y qué disposición conviene que
demos á nuestros actos de conocimiento y á lo que cono*
cemos, A sí, pues, el orden ó método que nos ex ig e el es­
tudio de la Lógica es el siguiente: que analicemos qué e&
el conocer y cóm o es el conocer» qué és el conocimiento
y cóm o son nuestros modos de conocim iento; de todo lo
cual inferiremos las leyes intelectuales; después determi-
naremos ias cualidades del conocimiento, las normas ^
medios de probar la verdad, los procedimientos que puede
y debe seguir en cada caso la inteligencia para conocer
con verd ad, concluyendo en una última síntesis por la con­
sideración del organismo científico; puesto que sólo de este
modo llegaremos á convencernos de que la L ó g ica tiene
su base en el orden real del ser y que nuestra inteligen­
cia no es la que crea ni la que pone nuestros actos vitales^
sino la que, com o verdadera luz de la vida, ilumina y guía
i. nuestra voluntad para que pueda decidirse á poner 1q&
actos con libertad y acierto.
A sí, pues, el criterio que debe guiam os en el estudio
de la L ógica, es analizar y sintetizar hasta exponer todo el
contenido de la misma para que no sólo vean los que la
aprendan sus conclusiones ciertas, sino también el enlace
que las mismas tienen con sus verdaderos antecedentes;
así reflexivam ente adquirirem os el conocimiento de la in*
teligencia en toda su complejidad esencial y formal, y de
la manera que la debemos ejercitar para que, siguiendo á
su naturaleza, llegue hasta la realidad, la perciba y nos dé
com o fínal la verdad, que es la que satisface nuestra aspi>
ración suprema intelectual, confirmando de este modo, oue
no cabe en la vida r e a lla separación entre una lógica pura
Jo rm a l ó especulativa y una lógica práctica ó aplicada.
L a lógica debe estudiar, no sólo la forma ó leye s for*
males del pensamiento, com o pretenden Hamilton y su dis*
cípulo Mansel, sino también conocer la materia del pensa*
miento, modo únlpo de conseguir evitar las exageraciones
del idealismo y del experim entalism o, entre cu yo s extre-
moa debemos encontrar la verdadera ciencia de la vida
real.
X l[. —P la n q u e d e b e m o s s e g u ir e n e l e s tu d io d e
la L ó g ic a fu n d a m e n ta l.—Teniendo en cuenta el méto*
do expuesto y la división que hemos hecho de ia Lógica
fundamental, he aquí ahora el plan que adoptamos para
su exposición y enseñanza: E l todo lógico lo distribuimos
en tres libros. E n el primer libro, llamado L ó g i c a g e n e ­
r a l , desenvolvem os en la prim era sección todo lo refe­
rente á la inteligencia en sí misma considerada hasta
llegar á su definición y determinación de sus fue rites; en
la segunda el conocimiento, sus elementos y especies; en
la tercera la inteligencia conociendo, esto es, la forma
de la inteligencia, sus funciones, operaciones y expre*
sión de las mismas p or medio del lenguaje articulado, que
es como el cuerpo del pensamiento, y en ]a cuarta la ley
en general y las leyes intelectuales en especial. E n el se­
gundo libro, llamado L ó g i c a e s p e c i a l , examinamos en tres
secciones todo el contenido del objeto formal de ]a L ó g i­
ca; dedicamos la prim era al estudio de las cualidades del
conocimiento; k segunda al desarrollo de los criterios, y
la tercera al de los métodos ó procedim ientos intelectua*
les que puede seguir la facultad cognoscente en la adqui­
sición y comunicación de los conocimientos de la realidad.
E n el tercer libro exponemos la L ó g i c a db l a c i e n c i a ,
investigando en una sola sección cuanto atañe á la consi­
deración de las condiciones generales de ^a verdadera
ciencia, á su definición, clasificación y determinación de
cada uno de sus géneros desde el punto de vista de la
Lógica. E n uno y otro libro las secciones las dividimos en
capítulos, estudiando en cada uno de ellos una sola cues*
tión desde t c ^ s sus puntos de vista concernientes á la
Lógica, y cuando una cuestión encierra nuevas cuestio*
nes que merecen ser solucionadas aparte, los capítulos
están divididos en tantos artículos com o subcuestiones
encierra la contenida en el capítulo; finalmente, los capí-
tulos y artículos están divididos en tantos párrafos cuantos
son los aspectos de la cuestión que incumben á la Lógica
6 al m ayor esclarecimiento de la cuestión que se debate.
X lll.—R e la c io n e s d e la L ò g ic a c o n l a s d e m á s
c ie n c ia s .— L a filiación científíca que expusimos de la
L ógica, nos dijo cuáles son las relaciones íntimae de ge-
nealogta que tiene con la Psicología y M etañsca, asi como
también las de hermandad» que guarda con la É tica y Es>
tética, hasta el punto de que la Psicología, Lógica y Ética
¿orman una sola asignatura en los planes de estudio de
segunda tnstñunzz.
E n efecto; la Psicología le sirve de punto de partida,
como ia Metafísica sirve de base y fundamento á todas las
ciencias ñlosóíicas. M as no se reducen á esto sus relacio­
nes íntimas, sino que se extienden éstas á todas las cien­
cias en general, puesto que expone los principios y pre­
ceptos que han de aplicarse á cada ciencia en particular»
y cada una de éstas recibe de la L ó g ica el método que
las constituye com o tales, y que las da claridad en el
fondo de sus demostraciones, y orden en su forma ó p ro ­
cedimientos; de aquí la razón de que desde el tiempo de
A ristóteles se la venga llamando: Ciencia ¡a s ciencias;
ó r gano y nervio de toda ciencia; y A rte por excelencia,
pues en verdad, todas las ciencias particulares que poda*
mos encontrar en el campo científico, todas encuentran en
la L ógica un poderoso auxiliar para constituirse y organi­
zarse con arreglo á su propio carácter; y así sean ciencias
experimentales Ó de hecho, ñlosóñcas ó de ser, fílosóñco-
históricas ó de le y , reciben de la L ó g ica los preceptos
para observar, experim entar y analizar debidamente, para
generalizar con prudencia, clasifìcar con orden é inducir
legítimamente, ó para sacar con rigor las consecuencias
que la realidad indica están c o n ten id a en principios y
razones universales, siendo, por tanto la L ó g ica, como
dice m uy bien un autor, el andamio indispensable para
construir toda ciencia humana.
X IV .—U tilid ad q u e tie n e p a r a e l h o m b r e el e s t u ­
d io d e la L ó g ic a .—L a M gica> no sólo e$ útil al hombre
de ciencia por el hecho de las relaciones que dejamos con­
signadas en el párrafo anterior que tiene con las demás
ciencias y por la excelente preparación que da á la inte­
ligencia para conocer; es también útil en gran extrem o
porque, así com o la moral cuando se convierte en virtud,
da orden y enlace á nuestros actos, la L ó g ica en nuestra
conducta cognoscitiva e$ medio indispensable para la vida
de relación espiritual, porque vigoriza á la inteligencia á
la manera que la gimnasia vigoriza al cuerpo, depura el
medio en que se desenvuelve el espíritu del mismo modo
que la Higiene depura los alimentos sólidos, líquidos y ga-
seosos del cuerpo, y es la moral de la Inteligencia al igual
que la É tic a lo es de la voluntad. £1 que es Ilógico en su
conocer, alcanza el erro r como consecuencia ineludible, y
el que incurre en erro r, lo más seguro es que practique el
vicio, y el vicioso no sólo quebranta la salud de su espí>
ritu apartándolo del bien, sino que, juntamente, propor*
ciona la corrupción ó desorganización de su cuerpo, apar­
tándolo de la salud y el vigor.
Mas si tal utilidad tiene la L ó g ica y , por tanto, tal
interés despierta para todo hombre, sea cualquiera el or­
den de la vida del mismo en que nos fijemos, tiene una
utilidad particularísim a, hasta el punto de convertirse en
necesidad imprescindible, para todo aquel que se dedique
á ]as tareas cientíñcas, sean racionales ó experimentales,
puesto que en la ciencia es donde más resaltan los servi*
d o s de esta ciencia. E n efecto, ella da á nuestra facultad
cc^noscente la preparación necesaria y el hábito conve-
niente para los trabajos especula tiv os j señalando el cami­
no de la verdad y el origen del error, descubriéndolo aun
cuando se halle encubierto con el ropaje brillante con q u e
lo suele presentar el sofisma; por tal razón, la Lógica es
llamada con justicia PROPEDÉtmcA *Ó preparación de la ju ­
ventud para Ja ciencia; por eso también S ó cra tes pudo
\L

llam arla dm de les dieses^ y Cicerón, ponderando su pape!,


decir que manaba y se derram aba po r todas la s partes de
la sabiduría.
N o es cierto, com o se ha dicho con no poca ligerexa,
que la L ó g ica, con sus innumerables preceptos, esclavice
y apague la expontaneídad y el genio en la facultad cog>
noscente, puesto que asi como la gimnasia no hace al
cuerpo más pesado en sus movimientos, sino que, por el
contrario, con sus ejercicios lo hace más ligero, así tam-
bíén la inteligencia, con el ejercicio á que la somete la
i,*. L ó g ica verd ad , adquiere más desarrollo educativo, y con
P él una m ayor disposición y habilidad, y cuando á fuerza
de repetir los mismos actos en conformidad á las normas
6 preceptos naturales suyos> aparece en ella como una
segunda naturaleza, que sin violentar á la innata, sino se-
cundándola, conoce con tal seguridad y firmeza que ne
tiene y a el peligro aquel que tiene ia inteligencia del
ignorante ó sabio desconocedor de la ló g ic a , de que las
pasiones, los extraños inñujos y ias limitaciones y debili-
dades de la misma le induzcan á error.
X V .—C a r á c t e r q u e d a m o s a l e s t u d io d e la L ó ­
g ic a fu n d a m e n ta l.—L a L ó g ic a , entendemos nosotros
que no es útil á la inteligencia humana por el solo hecho
de la ilustración que le da acerca de su naturaleza y leyes
y del orden que puede poner en sus actos, sino m uy e s­
pecialmente también porque es la única ciencia que puede
y debe educarla, y como lo que más importa á la juven­
tud es educar sus facultades, habituándolas á su trabajo
propio, con el ñn de que nunca deje de realizarse con la
m ayor facilidad posible, de ahí que el carácter que debe*
mos dar especialmente á la l ó g ic a es el de educativa de
la inteligencia humana.
UílllMinllMnilllllItlMÍlMtllíjIJIIIIIIIIIIIIIlilUlÍNIINIIIINIIIiriMM
^vvv.»^ ..v^v- .. , . • %> . . » . y . > . v v v N ~ ^ “r

LIBRO PRIM ERO

ta Ó G IC T ^

SECCIÓN PRIMERA

LA INTELIGENCIA EN $f MISMA CONSIDERADA

C A P ÍT U L O I
E xam «« d«l con ocer.

I.—R a z ó n d el p la n .—Kstimamos que la ciencia es un


organismo de conocimientos, pero no de conocimlentoB
cualesquiera, sino de conocimientos que reúnen ciertos y
determinados requisitos; por consiguiente surge inmediata­
mente en nuestro pensamiento la cuestión: ^cuál es el cono-
cimiento científico?, cuestión que necesitamos resolver en
U Lógica para conseguir el ñn que la misma se propone;
mas para solucionarla necesitamos antes investigar qué es
conocer^ esto es, cuál sea la facultad mediante la que se
obtiene el conocimiento. A h ora bien; para definir la facul­
tad de conocer haciendo ciencia, necesitamos estudiar
antes reflexivam ente toda la complejidad de la facultad en
d misma; de ahí que debamos empezar por exam inar el
conocer.
ll»-^C o9as q u e h e m o s d e e s t u d ia r en e l c o n o c e r .
•~ E l estudio del conocer que nos digese qué era el cono-
T I

cer, esto es, su esencia, no eeríaun conocimiento completo,


porque con esto no se le conocería en todos sus aspectos;
es necesario, por tanto, que se estudie qué es el conocer y
cómo es el conocer, 6 sea la esencia y ia forma del cono­
cer para obtener un conocimiento com pleto del objeto
material y formal de la Lógica, y poder afirm ar que culti­
vam os una ciencia educativa de la inteligencia humana.
III.—¿Q u é e s e l c o n o c e r c o n re la c ió n at q u e
c o n o c e ? —En la esfera m aterial, el artista se sirve del dia­
mante para pulir el diamante; de igual modo en la esfera
dei conocimiento debemos servirnos del conocer y cono­
cimiento para estudiar el conocer y conocimiento; así,
pueS| valiéndonos de los conocimientos que y a poseemos,
siquierá sean vu!gares muchos de ellos, y elevándonos á
(a esfera refiexiva, nos encontramos con que el conocer
puede ser considerado en relación al que conoce y á lo
conocido, 6 lo que es lo mismo, que puede ser considera­
do: primero, en relación a l sujeto, y segundo, en reía*
ción al objeto; por tanto, la prim era cuestión que nos
toca resolver es averiguar qué es el conocer con respecto
á nosotros y á los demás hombres. £)e suerte que en esta
cuestión lo que tenemos que estudiar es la parte que,
tanto nosotros como los dem ás hombres, tomamos en la
obra del conocimiento y de la cual partim os aquí, por
convenir así al m étodo que nos hemos impuesto como
más propio para estudiar la L ógica fundamental, y no en
modo alguno porque sea la prim era verd ad científica que
alcanzam os, según el dicho de D escartes, puesto que aun
cuando el entimema Vo conosco^ luego existo^ sea cierto
que sirve para ¿firm ar nuestra existencia, también lo es
que lo mismo puede afirm arse ésta con la proposición,
igualmente particular. Yo siento, ó con aquella otra, To
quierOy que son verdaderas y suponen del mismo modo la
existencia p revia de un sujeto sensitivo y volitivo.
A h o ra bien; si nos proponemos conocer tanto el pro*
pio conocer com o el de los demás, porque de lo semejan*
te se puede añrm ar Jo sem ejante, debemos partir, 6 del
hecho del conocimiento, esto es, del resultado de conocer,
6 de ia posibilidad que (lay para su realización^ tanto
más, cuanto que nunca nos hallamos en un nuevo estado
potencial de conocer, sino quedantes bien, siempre estamos
en aptitud de poder conocer, tal se v e aún en los estados
de sueño, sonambulismo, ipnotismo, catalepsia, etc., de
los cuales, después de v o lv er al estado de vigilia el sujeto
que pasa por ellos, suele acordarse. Podemos, por consi-
guíente, partir del hecho singular ye puedo conocer^ yo co^
no2Co, con lo cual, no sólo afirmamos la posibilidad del
conocer, sino también el conocimiento. Quizás alguien nos
objete que estas proposiciones yo coficscoy yo puedo conocer,
pueden ser negadas; y efectivam ente así es, puesto que
puede haber quien diga yo no conozco esto ó lo otro y yo no
puedo conocer esto ó aquelh\ pero nótese que el que esto
diga, añrma que conoce que no conoce^ que conoce que no
puede conocer ta l 6 cual cosa y es decir, que conoce su ig-
norancia y la limitación de sus fuerzas cognoscitivas y ,
por tanto, añrma la posibilidad del conocer y del cono*
cimiento y el hecho del mismo.
IV .—¿E l c o n o c e r e s u n a p r o p ie d a d d e l e e r q u e
o o n o c e ? —Tócanos en este lugar empezar á ñ jar los carac*
teres y notas que nos den cuenta de qué es el conocer,
coa lo cual lo distinguiremos de todo lo que é) no es, y
«ikanzarenios el concepto que apetecemos,
Cuando decimos yo conozco^ no se nos ocurre confun­
dir el conocer con nosotros mismos y añrm ar que vale
lo mismo decir yo conozcoy que yo soy ser, puesto que, si es
verdad que y o so y un ser que conoce, también lo es que
y o soy un ser que siente, que quiere, que se mueve, que
v iv e , en una palabra; por tanto el conocer no es nuestro
ser ni siquiera nuestra vid a, aun cuando sí sea una pro­
piedad de la misma, ni tam poco el conocer es únicamente
«I espíritu, como parece dar á entender D escartes cuan­
do añrma que la esencia del espíritu es el pensamiento,
«ino que e a realidad el conocer es algo que nos pertenece,
porque podemos adquirir el conocimiento, y si podemos
adquirirlo es porque tenemos la aptitud, la propiedad de
conocer; asi, pues, el conocer es algo que nos pertenece,
y como lo que pertenece á un ser com o suyo es propie­
d a d suya i podemos concluir diciendo que el con ocer es
una propiedad d el ser que conoce. D e modo, que el pri­
mer carácter del conocer que nos da su exam en refiejo,
es el de ser un2. propiedad d el ser que conoce,
V .—C a r a c t e r e s d e la p r o p ie d a d d e c o n o c e r .—
^Es suficiente el decir que el conocer es una propiedad
dei ser que conoce para que podamos distinguirlo de las
demás propiedades que pertenecen al ser cognoscente? No,
porque esta no es la única propiedad que se puede atri*
buir 6 decir del ser que conoce. Vém onos, por conse*
cuencia, obligados á investigar los modos 6 maneras que
tiene esta propiedad de manifestarse, y al seguirla exam i­
nando notamos que en todos los momentos de nuestra
existencia estamos en potencia para conocer, siquiera no
nos demos cuenta de ello ni conozcamos efectivam ente,
bien porque la repetición constante dei conocer h a ya
hecho en nosotros habitual este ejercicio, bien porque si
hemos tendido á conocer, la relación con el objeto no se
h a ya llevado á cabo, pues esta propiedad no se toma h o y
para perderla mañana, sino que es una propiedad esencial
ó permanente del sujeto que conoce; luego otro de los
caracteres del conocer es el perm anente en el ser que
conoce, de suerte que y a tenemos que el conocer es una
propiedad permanente', mas com o al mismo tiempo el aná*
lisis nos dice que esta propiedad permanente es variable
en su ejercicio, porque se aplica sucesivam ente en el tiem*
po al conocimiento de vario s objetos, tenemos que agre*
g a r que el conocer es una propiedad permanente y varia»
ále; pero como nuestra lengua tiene palabras adecuadas
p ara expresar las propiedades que tienen los caracteres
señalados á la de conocer, diremos que el conocer en
cuanto propúdüd permanmU del ser que conoce, se llama
po sibilidad 6 potencia; que en cuanto esta posibilidad se
ejercita por razón de la aptitud para realizarse que le
compete, se llama activa>\ luego el conocer es w z p r c p if-
dad permanatU^ v a ri oblé y activa. A h o ra bien; siendo la
propiedad de conocer una posibilidad activa, podemos
llamarla potencia activa, y en consideración á que se
ejerce sobre varios objetos, debe l l a m á r s e l a p u e a
en Psicología llamamos facultad á la aptitud 6 capacidad
d i un ser p e r medio d¿ la cu a l rea liea ciertos y ditirm i~
nados actos d¿ que es causa p ró xim a , mientras que dijl-
rnos era patencia la m ism a aptitud ó capacidad en cuanto
es fu erza ó poder pa ra rea liza r algo y pero sin tener en
cuenta s i lo realiza ó no (l).
VI.— D em o8tracl<^n d e q u e la fa c u lt a d d e c o n o ­
c e r e s d e r e la c ió n .—Y aquí surge inmediatamente una
nueva cuestión, cual es la de que reñriéndonos al hombre,
á quien tomamos como punto de mira para hacer esta in*
dagación, todo el ser del cognoscente no se resuelve en
conocer, sino que tiene otras propiedades de las cuales
podemos, por un sencillo razonamiento, venir á decir lo
mismo que hemos dicho d é la de conocer, esto es, que son
facultades; debemos, por consiguiente, ir m ás allá, buscando
nuevos caracteres que ñjen cuál sea propiamente la facul*
tad de conocer.
Y ya por lo que llevam os dicho, á poco que reflexio­
nemos, encontraremos que la simple aptitud de conocer
se actúa aobre a lgo que, aun cuando sea el mismo ser del
cognoscente en la relación de conocim iento, se toma en
sentido objetivo, saliendo, por tanto, fuera de sí; y com o á
la facultad que sale de sí para ejercerse sobre otro se la
llama facultad de relación y claro está que el ser cognos­
cente conoce por medio de una facultad de relación^ 6 sea
que el conocer es e l ejercicio de una facu ltad de relación.

(O Véase Dq«s(ra 2.* iáici6o, t, 11, pág. 34.


V il.—T é r m in o s e n t r e q u ie n e s s e v e r if ic a e l c o ­
n o c im ie n to y c u á l d e e l lo s e s e l q u e c o n o c e .—Toda
relación supone tres cosas> pues la relación, considerada
en su sentido más general, denota el orden de una cosa
á otra; la relación es en sí como el modo por el cual una
cosa dice respecto á otra; por consigt)Íente, para que h aya
relación se necesita: i.**, un sujeto ó ser que se reñera á
otra cosa; 2.^ una cosa ó término á que el sujeto se re*
ñera, y 3 A el fundamento 6 razón por el cual el sujeto se
reñere ai término ú objeto de la relación, que no puede
ser otra cosa que ei a lgo coMÚn que existe entre el su*
jeto y el objeto, y por el cual el primero se refiere al se­
gundo. D e suerte que toda facultad de relación, como
hemos dicho que es la de conocer, supone un sujeto, un
objeto y un fundamento de la relación; asi es que, en el
conocer, hay necesidad de dos térm inos entre quienes se
dé la relación de conocimiento, el sujeto y el objeto y un
vínculo de unión entre am bos, que es propiamente la re­
lación.
L o s térm inos dichos entran con m uy diferente carác­
ter en la relación, pues aun cuando digamos el conoci­
miento de ambos términos, únicamente lo decimos por>
que, como hemos visto, para que exista la relación co g­
noscitiva se necesita que exista entre los dos términos
algo de común; por lo demás, estos dos términos entran
en ella desempeñando m uy distinto papel, puesto que el
sujeto obra en ella com o activo y es e l único que conoce,
mientras que el objeto es el recibido .Ó conocido, y por
tanto su papel es puramente pasivo, esto es, se deja ver
ó aprender por el sujeto.
V III.—¿ A q u é d a m o s el n o m b r e d e s u je t o y á q u é
el d e o b je to ? —Tom am os aquí la palabra sujeto, confor­
me á lo que expresa su etimología subjectum^ con el sig­
nificado de todo aquello que contiene en s i alguna propiedad
esencial ó accidental ^ ^ que es susceptible de producir ó re-
c ib ir alguna m odificación; de donde se deduce que el su^
jeto puede ser principio de acciones y también término
de e^las, 6 sea que puede recibirlas; por esta razón se dice
que h a y sujetos activos y pasivos; activos cuando son ellos
ios que producen alguna modificación, y pasivos cuando
son los que la sufren ó padecen.
L a palabra objeto la tomamos aquí en el sentido de
todo aquello á que se refiere un sujeta, de todo aquello á que
se d irig e una de nuestras facultades; de suerte que el obje«
to siempre tiene en relación con el sujeto el carácter de
pasivo^ pues aun dado el caso de que lo conocido sea el
mismo sujeto, sin em bargo, entra en la relación como ob '
jeto recibido ó aprehendido por la actividad cognoscente.
IX .—N o m b re q u e r e c ib e la r e la c ió n e n t r e el c o ­
n o c e r y lo c o n o c id o .—E l vinculo de unión entre el su­
jeto y el objeto del conocer es propiamente la relación
cognoscitiva en la cual consiste el conocimiento, p o r cuya
razón toma el nombre de cognoscibilidad^ y es una pro­
piedad común á todas las cosas, en cuanto que todas las
cosas, en cuanto tales seres ó modos que al ser se refieren,
pueden ponerse en relación de conocimiento, y a como
sujetos, y a como objetos.
D e fin ic ió n d e l a c o g n o s c ib ilid a d .—L a cognos­
cibilidad, como alg o común á todas las cosas, podemo0
definirla diciendo que es aquella propiedad 6 p o sib ilid a d
que tienen la s cosas de conocer^ s i es en ellas activa^ j de
Manifestarse a l conocer d el cognoscente increado ó creado^
dejando ver lo que ellas son en su realidad, s i se da en ellas
como pasiva ó receptiva.
X I,— M o d o s d e e n t r a r la c o g n o s c ib ilid a d en la
re la c ió n c o g n o s c it iv a .— E sta propiedad generalísima
de la cognoscibilidad, según la definición que de la misma
dejamos consignada, entra en la relación de dos modos,
como activa y como receptiva ó pasiva. L as cosas en que
se da como activa se llaman sujetos de la relación de co­
nocimiento, y por lo tanto seres cognoscentcs; aquellas
en que se da com o receptiva, se llaman objetos del cono*
cimicnto: he aquí que la cognoscibilidad, según el carác­
ter con que se presente en las cosas> asi determinará si
éstas son sujetos, objetos 6 sujeto objetos del conocim ien'
to; deduciéndose, por tanto, que el sujeto como activo es
el que conoce y el objeto como receptivo es lo conocido.
X II.—D iv isió n d e la r e a lid a d en c o n s id e r a c ió n
á la c o g n o s c ib ilid a d .—Según lo anteriormente dicho,
cometió un error .11erbert Spencer al dividir tod a la reali»
dad en cognoscible é incognoscible^ divistdn que no pode­
mos admitir, porque ^cómo nos habla este ñlósofo de la
realidad Incognoscible, si lo que se pudiera llamar así no
podría ponerse en relación de conocimiento, ni con su inte­
ligencia ni con ninguna otra? ^por d^nde ha averiguado
su existencia^ pues qué, ('esto no supone además el absur­
do de que existiese alguna cosa desconocida para la inteli­
gencia que la hubiese creado y ordenado á la existencia?
N o h a y. ni en el orden real ni en el posible, fuera del
inñnito real, que asimismo se conoce, cosa alguna cuya
existencia no suponga alguna causa inteligente» y a que
no próxim a, por lo menos remota; por tanto, la dicha
división no tiene fundamento alguno racional. L o que hay
sobre esto, es que para unos entendimientos son ¿ n o c id a s
unas cosas y para otros otras, siendo siempre muchas
más las que desconoce cada uno que las que llega á cono*
cer, porque no llega la inteligencia del hombre á ser uní*
verscrl, ni por consiguiente la de todos reunidos i ser
ioñnita; así que en rigor, ta realidad para la inteligencia
humana puede ser dividida en conocida y desconúciduy mas
nunca en cognoscible é incognoscible^ puesto qu&cn último
extrem o toda realidad es conocida por el entendimiento
divino.
XIII.—D iv is ió n d e l a r e la c ió n e n t r e el s u je to cog>
n c s c e n t e y e l o b le to c o g n o s c ib le .— Hemos dicho
que en la relación del conocer h a y dos términos que jue*
gan distinto papel; mas puede suceder tam biéo ^ue se dé
la dicha relacidn con sólo el término sujeto, esto es, que
«I término activo sea al mismo tiempo receptivo^ y enton­
ces {o que acontece es, que no siendo en realidad más
^ue uno e! término, para los efectos de la relación co g­
noscitiva son dos, en cuanto éste se pone en relaci/)n con*
sigo para conocerse á sí mismo com o objeto, como hace­
mos al presente, que para conocer lo que sea nuestra inte*
ligencia !a ponemos en relación consigo misma. Otro caso
puede acontecer y es, que tanto el sujeto com o el objeto
de la relación cognoscitiva sean juntamente activo^eap^
tivos, sin ser un mismo ser, com o cuando Em ilio y A n to ­
nio se conocen mutuamente.
Divídese, pues, la relación del conocer en unilateral^
refleja y reciproca. E s unilateral, cuando el ser que hace
de sujeto es distinto del ser del objeto y entra en la rela­
ción sólo como cognoscente, mientras que el objeto entra
como cognoscible ó receptivo. Ejem plo: el hombre estudia
la ncrturalesa. Sujeto cognoscente. el hombre; objeto cono­
cido ó receptivo, la natura lesa. L a relación es rcfieja,
cuando sujeto y objeto son el mismo ser, pero entrando
en la relación de un modo activo cuanto sujeto y de un
modo receptivo ó pasivo en cuanto objeto. Ejem plo: yo
we conosco como pensante- sujeto agente que me
conozco á mí mismo; el me ó y o en acusativo hacc de
objeto pasivo, que es lo conocido por el yo en cuanto
tiene la propiedad de pensar. P or último, la relación
cognoscitiva es recíproca» si el sujeto y objeto que entran
la relación están en ella juntam cote como c o g n o scen te . *
y cognoscibles, esto es, á la vez que conoce el sujtito al
objeto, éste conoce al sujeto, y á la inversa, á la v ez que
^1 objeto es conocido por el sujeto, conoce al sujeto que
le conoce. Ejem plo: yuan y Antonio se conocen, en donde
Juan y Antonio son activo-recepUvos.
X IV .—C r ít ic a d e l a d e fin ic ió n ^‘c o n o c e r e s po*
n e r s e el s e r In te lig e n te en r e la c ió n c o n la r e a li­
d a d e x t e r io r á él^.—Expuestas las reflexiones anterio­
res, ¿qué valor tiene la definición? ^Conocer es ponerse e l
se r inteligente en relación con la rea lid a d exterior d él?
Xinguno. Por lo pronto, en esta definición se incurre en
un círculo vicioso, porque inteligente equivale á cognos­
cente; así es, que la anterior definición dice lo mismo que
esta otra: Conocer es ponerse e l ser que conoce en relaciórt
con la realidad exterior d él. Por lo tanto, en la definición
entra el definido y se com ete lo que los lógicos llamaiv
una petición de principio, ó se pretende explicar una cosa
con la cosa misma. Y si prescindimos de esta falta lógica^
y observamos que en la tal definición no se exige, para
que se produzca el conocimiento, otra circunstancia que
la de que el cognoscente se ponga en relación con la cosa
conocida, tampoco podremos admitirla, porque no sólO’
nos ponemos en relación con las cosas para conocerlas, sr
*^ue también la propia observación interna dice á cada
cual que se puede poner en relación con las cosas, y a para
am arlas, y a para sentirlas, etc., etc. Adem ás, que como^
antes hemos dicho, no sólo conocemos lo exterior á nos-
otros, sino que también nos conocemos á nosotros mismos.
Im porta, por consiguiente, desechar esta definición que
tanto se ha generalizado y aun vulgarizado.
X V . 'C a r a c t e r e s q u e d istin g u e n Á la fa c u lt a d
d e re la c ió n d e l c o n o c e r d e la s d e m á s f a c u lt a d e s .—
Acabam os de v e r que no es suficiente para distinguir el
conocer, decir que es facultad de relación; de modo que
tenemos que seguir buscando notas distintivas, y en esta
averiguación hallamos^ que en tanto la cosa conocida da
su cognoscibilidad, en cuanto se hace presente como cog*
noscible al sujeto que con su actividad cognoscente ia ve.
L a presencia de la cosa conocida ante el sujeto, no la
decimos aquí en el sentido de que el objeto cognoscible
entre dentro del sujeto cognoecente, ni tampoco en aquel
otro de que realmente el sujeto pase al objeto; no, p ara
esta presencia es suficiente con que se pongan en relación
la actividad cognoscente del uno con la posibilidad de ser
conocido del otro, y para esto, ciertamente, no es necesa-
- n —
rio que se compenetren materialmente uno y otro, y sí
umc2mente que se comuniquen á la manera que el espíritu»
que es incorporal^ lo puede hacer viendo intelectuaímente
lo que el objeto pone de manlñcsto al ser penetrado por
la actividad cognoscitiva del sujeto.
E l carácter de ser el conocer una relación de presen^
•cia tampoco es suñciente distintivo; porque, por ejemplo,
${ colocamos dos trozos de madera el uno frente al otro,
es evidente que podemos d ecir que están en relación de
presencia, mas no por eso se conocen; pero si nos ñjamos
un poco más en to que acontece en la relación de presen­
cia del conocer, no sólo encontraremos que el cognoscente
ve ante sí á lo conocido» sino que además lo v i com o d is­
tinto de él y de lo que no es la cosa conocida, separando no
pocas veces los aspectos diversos del objeto cognoscible,
y he dqui y a una nota característica y diferencial de la
facultad del conocer, que no encontrarem os en las otras
rebciones de presencia, á cuya nota llamamos distinción.
X V I.—D efin ic id n de) c o n o c e r .—Por el análisis he­
cho dcl ser de nuestra facultad cognoscente considerándola
como propiedad y como actividad de nuestro ser, resulta
en síntesis que podemos deducir la siguiente deñnición: e l
ronour es la fa cu lta d de relación de presencia y distinción
propia d cl Yo yp o r v irtu d de ct^o ejercicio se consigue obte­
ner e l conocimiento de la realidad.
X V II.—E x te n sió n d e lo s t é r m in o s ser» c o g n o s c i­
b ilid ad y c o n o c e r.'-'P e ro aquí surge la cuestión: ^basta
dónde alcanza la cognoscibilidad? Ó formulada de otro
modo: ^vale lo mismo d ecir ser que cognoscibilidad? T odas
h s cosas son cognoscibles, porque ñgurémonos que hu>
biese cosas que no fuesen cognoscibles— y aquí tomamos
la palabra cosa en el sentido de cuanto tiene $er ó puede
tenerle,— es decir, que no pudiesen entrar en la relación de
conocimiento, ¿por dónde ni cómo sabríamos que tales
cosas eran seres ó que existían? Cuando decimos que una
cosa es, no hacemos más que añrmar que la conoce*
mos, de un modo incompleto quizá, pero manifestamo»
siem pre un conocimiento con esta afirmación. D e suerte
que, en realidad de verdad, la esfera de la cognoscibili­
dad» en el sentido en que la hemos explicado, es tan ex*
tensa como lo es el ser, porque aun cuando ea cierto que
muchos seres, los más> no se dan en relación cognoscitiva
respecto al hombre, sin em bargo, con respecto al enten-
dimiento creador, todas las cosas se dan en relación de
cognoscibilidad.
N o obstante lo anteriormente expuesto, téngase pre­
sente que no vale lo mismo decir ser que conocer, porque
no son término^ que se convierten entre si, ni el conocer
es toda la cognoscibilidad, sino un aspecto de ella, pues
el conocer es el ejercicio de una propiedad activa que s f
ejercita d¿ un 7Hcdo variable^ poniéndose en relación de
presencia y distinción con e l objeto del conocimiento^ y
que se dice de algunos de los seres, pero no es ni todo el
ser, ni aon siquiera la única propiedad del ser, puesto
que éste tiene otras muchas propiedades además de la de
conocer, cosa que la más ligera observación nos proba­
ría, si fuese necesario; pero que au a sin esto comprénde­
le , por la razón sencillísima de que la realidad existe,,
entre ó no en relación de conocimiento con la inteli­
gencia del hombre, pudiendo decir que porque uno existe
conoce y no á la inversa, que se es ta! ó cual cosa por­
que se conoce. T o d o conocer presupone la existencia»
mas no toda existencia presupone el conocer.
P ero si la cognoscibilidad es común á todas las cosas
que existen, ¿cuál será la extensión de los términos ser y
cognoscibilidad? L a misma, como consecuencia lógica de
que si el ser se extendiese más que la cognoscibilidad, no
habría ¡dea de otra realidad que de aquella que de un
modo com pleto ó incompleto conociese la inteligencia;
y como para ésta la restante realidad perm anecería por
com pleto ignota y sin tener idea alguna suya, sería como
si no existiese, pues sobre ella no podríamos pensar ni
hablar. S i fuese cierto que U extensión del ser era m ayor
que la de la cognoscibilidad» aun habria más; sucedería
que para toda inteligencia» Incluso la infinita, siempre exia-
tiría algo ignoto y no susceptible de ser conocido, y por
tanto, el absurdo de algo creado y no susceptible de ser
conocido por el entendimiento que lo creó, y en cuanto á
la inteligencia humana, ]a contradicción de hablar de una
realidad de que no tiene ni puede tener idea, pues si la
tuviera y a la conocería de algún modo. E n conclusión:
podemos decir que el ser es más extenso que el término
conocery en cuanto que éste» como facultad activa» no se
da más que en el ser infinito y en aquellos seres finitos
que están dotados de inteligencia, y que la cognoscibili­
dad, lazo común al sujeto y objeto del conocimiento» es
tan extensa como lo es ei ser.
X V lll.—R e fu ta c ió n d e la d o c t r in a d e H e g el y
S p e n c e r .—Hegel» continuador de esa pléyade de filóso­
fos alemanes que se llaman K an t, F lch te, Schelling» et­
cétera, y el más metafisico de todos ellos, al ver» sin duda,
que la extensión de ia cognoscibilidad era igual á la del
ser, Identiñcó al ser con el conocer, diciendo: L as cosas
reciben e l ser en e l momento q w son conocidas. E sta doc­
trina, que después de todo es lógica en su sistema idealis*
ta, cae por su base con sóló tener en cuenta que el ser •es
antes que el conocer, y no precisamente lo contrario, que
las cosas sean porque son conocidas; no, las cosas son co«
nocidas en cuanto existen. H ege^ al identificar el ser con
el conocer, echó también en olvido que el ser» además de
la propiedad del conocer» tiene otras muchas. E l ser no
es únicamente conocer, antes es otras muchas cosas más»
y sólo porque es tales cosas es cognoscente 6 cognoscible,
aegún se manifieste la cognoscibilidad como activa ó conv>
receptiva. Razones que escaparon al genio perspicaz de
tan eminente filósofo, con la circunstancia de que, ni aun
la lengua» pudo inducirle á tal error» pues jam ás conocer y
U r expresaron la misma idea ni fueron sinónimas. Parmé-
nides, filósofo griego, había dicho y a sobre cuatrocientos
sesenta años antes de Jesucristo, que el ser y el conocer
eran una misma cosa. ^Cómo? Afirm ando que el ser es;
el no ser no es. D el ser pueden predicarse todas las cosas,
del no ser no puede predicarse cUgc, y claro es que no
siendo sino el ser, el pensamienU y la palabra no son otra
cosa que el s tr, y de aqui también que diga que el ser es
une y único y porque no siendo el nc ser^ no encontrare­
mos nada que se añada al ser 6 que Je determine. E n suma:
todo lo que es, es el ser absoluto, y todo Ío que no es. es
la nada absoluta.
(La doctrina anterior es verdadera? Reflexionem os.
1.'’ ^Todo lo que es, es ser absoluto? No. Prueba: nos­
otros somos; (pero cómo? Finitos. 2.^ £1 ser de las cosas
que nos rodean y el nuestro no es puro ser, sino ser
participado accidentalmente de las mismas. Prueba; em*
pezamos á ser y dejamos de ser. 3.^ N o es cierto que todo
lo que bajo cualquier respecto no es, sea la nuda absoluta.
Razón: todas las cosas que han sido y dejaron de se r, y
las que son y serán en lo futuro, pero que ahora no son,
^carecen de toda realidad? Claro que no.
H a y otros ñlósofos que no identificando al ser con el
conocer, dividen, sin em bargo, la realidad en cognoscible
é incognoscible. H erbert Speocer, que es el principal de
ellos, no nos explicará nunc¿ cómo y por qué nos habla
d e una realidad que es incognoscible. S i es así, ^por dónde
ha tenido conocimiento de esa realidad ignota? Porque
una de dos: Ó la conoce ó no la conoce. S i no la conoce,
¿cómo sabe que existe? Y si sabe que existe, ¿acaso no
conoce y a algo de elia? X o s explicamos perfectamente que
los positivistas, dado su sistema de no adm itir más fuente
de conocimiento que la experiencia, nos digan que no po­
demos conocer más que !os hechos y fenómenos; pero no
que digan, que todo lo que oo son hechos y fenómenos
son cosas incognoscibles, pues sería mejor que dijeran,
cosas que nos son desconocidas.
C A P ÍT U L O II
E le m e n to s d e l c o n o e e r .

1.—A s p e c t o en q u e d e b e n t o m a r s e c a d a u n o d e
lo s t é r m in o s d e la r e la c ió n d e l c o n o c e r .—L a cog*
noscibilidad es una propiedad común á todas las cosas á
que sirve de lazo, de fundamento, para que se verifique U
relación del conocer. Y a hemos dicho en otro lugar, que
en toda relación precisan dos térm inos entre quienes se
dé este lazo de referencia. A h o ra bien; uno de estos tér<
minos ha de ser referente y el otro referido, pues si los dos
fuesen 6 referentes ó referidos no habría relación, porque el
uno no diría respecto ó referencia al otro. £ n la relación
del conocer acontece lo roismo; la cognoscibilidades el fun-
damento por el que uno de los términos se refiere al
otro, y éste es referido á aquél, y esto aun cuando los
dos términos sean uno solo y único ser, porque en este
caso lo que sucede es que este ser entra en la relación de
conocer bajo los dos aspectos de referente y referido,
presentándose la cognoscibilidad com o activa en el tér­
mino referente, que por eso se llama sujeto ó agente, y
como receptiva 6 pasiva en el referido, por lo cual se le
llama objeto de la relación. ¿De qué nos serviría nuestra
facultad de conocer, si no hubiese objeto cognoscible?
Evidentemente que de nada: he aquí por qué es necesario
que haya un cognoscible pasivo á la vez que un cognos*
cente activo. Pero según digirnos hablando de la división
de la relación, puede ocu rrir y ocurre, que los términos
se den en un solo y único ser, formando una relación*
cognoscitiva refleja; por ejemplo, y o conozco mi propio
conocer. A q u í sucede que el sujeto entra en la relacIÓti
dos veces, pero en la prim era entra como sujeto capaz de
conocer, y en la segunda como objeto que tiene la pro­
piedad llamada inteligencia, que se hace presente á la
propiedad 6 aptitud que el mismo sujeto tiene de CO'
nocer.
II.-* E le m e n to s u b je tiv o .—Hemos visto en el capí-
tuio anterior de un modo general cuántos y cuáles son
los elementos del conocer. Tócanos ahora examinarlos
uno por uno> y al hacerlo^ daremos principio por el sujeto»
y a que es el más importante, aun cuando no el más ex­
tenso, y y a que su afirmación es una verdad que, no obs­
tante ser particular, es innegable.
S i en este momento nos preguntásemos quién conoce
en el hombre, tendríamos que contestarnos categórica­
mente; pero esto no lo podemos hacer todavía. L o Onico
que con lo reflexionado hasta aquí podemos hacer ca pre*
guntarnos: ^qulén conoce en mi? Y cada cual, al hacerse
esta pregunta, contestará: K»; palabra concreta de la per­
sonalidad. Pero que com o lo mismo podemos decir: yo
quiero, yo siento, no explicam os más la cuestión, nos
quedaremos sin saber quién conoce en nosotros. £1 Yo
no sólo es sujeto del conocer, si que también lo es de
otras muchas propiedades que á la actividad de )a natura­
leza humana se atribuyen. Importa, pues, determinar lo
slgnifícado por la palabra yo, c o a el ñn de averiguar cuál
sea el elemento subjetivo del conocer.
III.—¿ E s e l c o n o c e r fa c u lt a d espIrltualP^-Presén*
tase aquí la cuestión de saber los elementos que compo*
nen al Yo, ó mejor, de si el Vose compone de elementos;
mas esta cuestión no la podemos resolver en la Lógica;
corresponde hacerlo á la Psicología. E sto no obstante»
cabe que hagamos aquí algunas observaciones á ñn de
com prender mejor el objeto propio que nos incumbe.
L a cuestión trae divididos á los autores. A sí vemos
que, mientras unos son partidarios de la unidad del Yo,
considerándole como formado por el cuerpo del hombre
(los materialistas), ó como espíritu solo (los idealistas), los
otros son partidarios de ia dualidad y admiten ia coexla*'
tencia de los doa elementos— espíritu y m ateria— en el Yo
(los espiritualistas). N o obstante tales divergencias, resulta
que los materialistas hablan de! ospiritu> aun cuando digan
que es producido por la materia, así como los idealistas
hablan de los cuerpos, á pesar de no admitir más realidad
que la del espíritu; de donde, por lo menos, se deduce la
necesidad de la existencia m oral, permitásenos !a frase,
tanto de la materia cocao del espíritu en el Yo. Sin juzgar
nosotros aquí cosas que con más base se resuelven en la
Metafisica, tengamos en este instante como cosa probada
la existencia del espíritu y de la m ateria, y observem os que
el conocer nos lo atribuimos como una facultad espiritual
y no corpórea, y que si decimos yo c<moscOy yo siento, es
porque el Yo comprende dos elementos, el espíritu y el
cuerpo. E l Yo humano, ha dicho el P. Zefcrino González,
no es el alma sola ni el cuerpo solo; el Yo humano es la
persona humana, y la persona humana es el supuesto, el
individuo que resulta de la unión substancial del alma con
el cuerpo ( l) . A sí, la proposición^f» conozco, la decimos en
cuanto somos espíritu, porque en cuanto tales conocemos,
y la proposición ^<7 siento la podemos decir de nosotros,
porque sentimos en cuanto cuerpo sensible unido al espí*
ritu, Una razón sencilla y al alcance de todos prueba esta
afirmación. N osotros podemos hacernos este razonamien­
to: « Y o conozco mis ideas, aspiraciones. etc>. ^Para esto
he necesitado del auxilio de mis sentidos? No; luego por
este lado encontramos que no es el cuerpo el que conoce.
Podemos continuar el razonamiento y decir: «H ay ciegos
de nacimiento y sin em bargo éstos tienen idea de la luz».
A su modo es verdad , pero al ñn y á la postre es un cono­
cimiento de la luz c o s| material; luego también por este
lado es el espíritu del hombre el que tiene la propiedad de
conocer las cosas m ateriales. A h ora bien; sucede con fre­
cuencia que tenemos necesidad de la materia para conocer.

(i ) W é ttt P. ZeferiAo Gon<ál«s, FÜ9Sfifia elm entítiy tomo 1, p á ^ A


400 , tercets e4ÍÍd<$fi.
sobre todo, los conocimientos que á lo sensible se refieren,
y para rectificar otros en que para nada han tomado parte
los sentidos, porque como tales hombres no somos espíritu
puro; y así cuando esto sucede, el Yo lo empicamos como
Ja unión substancial de los dos elementos, espíritu y cuerpo;
razón que demuestra, por otra parte, la necesidad del con­
curso de ambos elementos en la obra del conocimiento
humano. Quizá, fijándose en esto, Bonald ha dicho que el
hombre es una inteligencia servida por órganos.
IV .—¿,C ó m o s e lla m a la fa c u lt a d q u e tie n e el YO
p a r a c o n o c e r ? —D el párrafo anterior se desprende que
conocemos en cuanto somos espíritu; pero se nos ocurre
preguntar: ^Toda la actividad de nuestro espíritu se reduce
á conocer? ^No h a y en nuestro espíritu otras actividades^
E n este punto de la Filosofìa, los pensadores han presen­
tado sus sistemas, reduciendo unos todo el espíritu al
pensar (D escartes), á la inteligencia (Bonaid), haciendo
otros depender la propiedad de conocer de otras más
prim arias, como de la sensibilidad^ (los m aterialistas, em-
piristas, sensualistas y hasta positivistas), ó de la voluntad,
como Schopenhauer, notándose que en todos estos siste­
mas entra una facultad como prim aria; empero dejemos
esta cuestión, que la Psicología resuelve (i)« y veamos
mediante qué facultad conoce el Yo.
Hemos dicho que conoce el Yo en cuanto espíritu;
luego el espíritu tiene la facultad de relacim^ presencia y
distinción y de la que hablamos en el capítulo primero.
c’Q ué nombre especial le daremos? E l sujeto Y o , cuando
conoce, realiza á modo de una lectura en el objeto que
conoce; por consiguiente, nada m ás lógico que, en confor­
m idad con esta operación que realiza, llamemos á esta fa­
cultad inteligencia i nombre que se deriva de la palabra
latina intelligentia^ formada á su vez del verbo inteltígOy
ÍSt ere, leer en e l interior, penetrar los objetos: denomina*

(i) auestr» M e f / i s u ^ , 2 .* edlci 6 n, (. II, p ip . 25 .


clÓJi que por otra parte se ha hecho común y usual y para
todos expresa la facultad de conocer.
V .—¿ L a In te lig e n c ia e s d e la m is m a n a t u r a le z a
en t o d o s to s e e r e s e n q u e r e s id e ? —Cuando de la m*
teligencia se trata, suelen presentar los autores la siguiente
cuestión: ^La inteligencia es de la misma naturaleza en
todos los seres en que existe^ ^Será su esencia la misma
en todos los hombres, ora se la considere limitada» ora
ilimitada? Cuestiones son estas que «corresponde resolver
á la Psicología y á la M etafísica; asi es que únicamente
las resolvem os aquí de un modo incompleto y valiéndonos
de esta espccie de indagación reflexiva que vam os ha>
ciendo acerca de la inteligencia en sí misma considerada,
mediante los conocimientos que todos poseemos y de los
especiales adquiridos al estudiar la Psicología elemental.
^Cómo podría realizarse la comunicación cognoscible en*
tre los hombres, sí la propiedad que éstos tienen p ara cO'
nocer no fuese de la misma naturaleza? L a experiencia«
desde luego» nos dice que la comunicación entre las inteli*
gencias de distinta naturaleza no podría realizarse, puesto
que los seres que las poseyesen no podrían entenderse,
como acontece cuando el medio de comunicación llam ado
lenguaje es desconocido para alguna de ellas, pi^esto que
lo que para una inteligencia fuese verdadero, para otra
tería íalso y no habria medio de que dos inteligencias se
conocieran y comprendieran, desapareciendo, por último,
la unidad del conocer humano; luego ia naturaleza de !a
inteligencia es por lo menos idéntica en todos los hom­
bres, y no decimos en todos los seres inteligentes porque
i la L ó g ica no incumbe p asar de la primera afirm ación,
dado su objeto.
A h o ra bien; en la mente de todos está que nosotros
no podemos conocer, como Individuos, todo lo que puede
conocer la humanidad, com o conjunto de todos los indivi­
duos y generaciones» esto es, como especie ni como tal
todo, lo que es po»ble conocer, ó sea la realidad entera,
puesto que ni vivim os tiempo para ello, ni aun cuando v i­
viésemos, podríamos agotar toda la cognoscibilidad. jPero
cómo hemos afirmado tan de ligero que la inteligencia es
de la misma naturaleza en todos los hombres, sí la propia
experiencia nos dice i todos que mientras m uy pocos son
los genios, son muchos los que no pasan de la categoría
de medianías? E s verdad que esto nos muestra la más su*
perñcial observación, pero también el razonamiento más
vu lgar nos dice que, sin ser de la misma naturaleza la fa­
cultad cognoscente en todos los hombres, serla imposible
el conocimiento. Y no se crea que aquí h a y contradic­
ción entre lo que dice la experiencia y (o que afírm a la
razón, no; lo que hay es que la inteligencia se manifiesta
en los se-'es ñnitos inteligentes con diversos grados de
intensidad en su desarrollo, por la razón de ser tales seres
finitos; de ahí que unos sean genios, otros talentos y la
generalidad medianías; así en el ser infinito la inteligencia
es infinita y no caben grados, mientras que en los hom­
bres es limitada y puede darse con m ayor ó menor inten­
sidad, y por eso pudo decir Santo Tom ás, con verdad, que
el entendimiento humano era á modo de una chispa de la
divin a inteligencia, pero nada más que una chispa, á se­
mejanza del entendimiento increado.
V I.—¿ L a in te lig e n c ia p e r m a n e c e In m u ta b le en
« I s e r In te lig e n te ? —E s evidente, que si la inteligencia
variase'd e naturaleza, como v a ría de intensidad, la comu­
nicación de los estados del Vo en el hombre no podría
realizarse. Por otra parte, á poco que se reflexione, se
comprenderá también la imposibilidad de la memoria y de
la identidad individual, si la inteligencia variase en su
naturaleza con el tiempo y en el tiempo; pero como esto
no sucede; pero como nuestra memoria nos hace presente
en todo momento que h o y com o a y e r somos tales é idén­
ticos, y como esto nos lo comprueba la propia observa­
ción íntima, deducimos que la inteligencia permanece
inmutable en su naturaleza, realizándose y mai;iifestándose
sin embargo en hechos sucesivos y diferentes, llamddoB
conocimientos, explicándose de este modo cdmo lo que
ayer era evidente y cierto, h o y también pueda serlo, así
como también que vayam o s desechando» á medida que
nuestra inteligencia se ejercita más y más, muchos cono-
cimientos erróneos que teníamos por verdaderos.
L a inteligencia, pues, no varía en su naturaleza esen*
cial, aun cuando sí accidentalmente en la intensidad de su
ejercicio, adquiriendo, conforme se va educando, m ayor
intensión cognoscitiva y por tanto m ayor perfección en
los conocimientos que adquiere.
VII.—R e la c ió n y d istin c ió n e n t r e l o s té rm in o s
R A ZÓ N , E N T E N D IM IE N T O , IN T E L IG E N C IA y E X ­
P E R IE N C IA .—T ócanos y a exam inar si las palabras ra-
ióny ínttndimientoy inteligencia y experiencia significan ó
no algo distinto; y , en efecto, aun cuando no faltan filó­
sofos que crean, siguiendo al vulgo, que son sinónimas, sin
embargo, estas palabras expresan algo diferente^ sí bieo
no facultades distintas, com o también h a y quien crea;
pues cuando á la facultad cognoscente se i a llama
ligencia y realmente nos referim os á la facultad en toda su
complejidad, sin distinción de aspectos ó puntos de vista
en ella; cuando la llamamos rosón, es porque nos referimos
i la facultad cognoscente en cuanto investiga lo esencial
de las cosas, moviéndose mediante comparaciones de una
idea á otra, de unas percepciones á otras, valiéndose de
procedimientos analíticos y sintéticos más ó menos fáciles,
n)ás ó menos complejos, hasta inferir lo ap«*tecÍdo. L a de­
nominamos entendimiento^ especialmente cuando, reñrién­
donos al conocimiento abstracto, queremos indicar que ha
sido obtenido poniéndose en relación de presencia la in­
teligencia con la manifestación del ser y elevádose á
la idea pura de la dicha manifestación, ó por intuición di-
tecta ó por abstracción y generalización; así, por ejemplo,
cuando percibim os el perfume de la rosa y prescindiendo
de los demás caracteres de !a rosa, formamos la idea del
tal perfume. Decimos con propiedad que hemos obtenido
un conocimiento por la experiencia cuando nuestra inte-
ligencia se vale del auxilio de los sentidos, tanto externos
com o internos, p ara conocer U realidad exterior sensible
6 nuestra propia naturaleza corpórea, á fuerza de percep*
ciones parciales» 6 bien cuando directamente y haciéndo*
se la inteligencia refleja, vuelve sobre sí misma y observa
el paso de sus ¡deas ante su propia conciencia, á lo cuat
se da también el nombre de experiencia íntima.
Debemos observar aquí, que no obstante esta signifí-
cación de los términos razón, entendimiento y experien-
cia, no expresan, sín em bargo, facultades distintas, sino
más bien aspectos 6 mo^os distintos de funcionar la facul*
tad inteligencia llamados de conocimiento^
Otra observación tenemos que consignar aquí, y es,
que la experiencia, que hemos llamado fuente de conocí*
miento, sólo es tal fuente en cuanto auxilia poderosa*
mente á la facultad espiritual inteligencia para su obra
del conocimiento del mundo sensible, puesto que sería
imposible de otro modo que nuestra inteligencia lo cono*
ciese, dada buestra vida actual^ resultante de la unión del
espíritu y del cuerpo, que hace imposible que nuestra in>
teligencia conozca lo material sin e( ejercicio de las po­
tencias sensibles, y aun que se despierte su actividad para
conocer lo simple é inmaterial.
VIH.—E le m e n to o b je tiv o d e l c o n o c im ie n to ; su
e x te n s ió n .—Y a sabemos quien conoce en nosotros y
p or qué facultad; pero aquí se presenta la siguiente cues­
tión: <Qué conoce el ser inteligente? ¿Cuál es el objeto del
conocimiento? L a cognoscibilidad es ia propiedad común
á toda realidad, á todo ser, en cuanto receptiva ó suscep­
tible de ser aprehendida por una inteligencia; por consi*
guiente, todo cuanto existe, sea cualquiera el modo de su
existencia, tiene la propiedad ó la capacidad de entrar
en la relación cognoscitiva, como objeto, y por tanto de
ser conocido; de suerte que se puede afirmar con ver*
dad, que el objeto del conocimiento es el ser^ sus propie­
dades y m a n ife sta d a s ó hechos y la s relaciones de éstos
con su causa e l ser. L a extensión, pues, del objeto dei cono­
cimiento es la más amplia, sin que esto quiera decir que
efectivamente la inteligencia humana h a ya llegado á c o ­
nocer todo io que es posible conocer, ni mucho menos
todo lo que constituye el objeto del conocimiento.
IX .—¿ P u e d e el h o m b r e c o n o c e r a l s e r In finito?
— E n el objeto de! conocimiento, tal como lo dejamos
explicado, entra lo mismo el ser fínito que el ínñnito, es
decir, toda la realidad. A h o ra bien; ^puede el hombre,
como sujeto de conocimiento, ponerse en relación de cog*
Qoscibilidad activa con un objeto inñnito^ O bien, ¿puede
«1 hombre conocer al ser absoluto é infinito? Y como inii-
nito quiere decir sin límites, y lo absoluto significa sin
dependencia ni subordinación, los positivistas dicen: ^Cómo
es posible que el hombre, ser finito, se ponga ch relación
de conocimiento con un ser Infinito? ¿Cómo conocer al ser
absoluto, si no puede en trar en la relación de identidad y
distinción á que se reduce el conocimiento? Pero nosotros*
recordando que la relación de conocimiento consiste en
ponerse el sujeto en relación de presencia y distinción
con el objeto, creemos se incurre en erro r al negar que
pueda verificarse esta relación; pues el hombre puede
conocer al ser infinito y absoluto, tanto más cuanto que
hablamos del ser infinito y absoluto, y al hablar no lo
hacemos por otra cosa que p o r haber establecido la rela­
ción dcl conocer con dicho ser. Bien es. verdad que este
conocimiento no es completo; bien es verdad que para
llegar á ¿1 no hemos ido directamente, sino mediante las
cosas finitas y relativas, es decir, por medio de una induc­
ción y abstrayendo y no sumando; pero ello es que tene-
Q10S una idea de é\, y esta idea, aun cuando sea un cono*
cimiento incompleto, es tal conocimiento; porque, ¿acaBO
no son la m ayoría de nuestros conocimientos incompletos?
Por otra parte, también h a y necesidad de tener en cuenta
- 4
— so ­
que, para hacerse prestnte un objeto anté el sujeto cog*
noscente, no es preciso que lo haga materialmente, sino
que basta con que el sujeto lo v ea á la manera que él
puede verlo, formándose una idea de él, y esto es lo que
hace el hombre respecto á lo inñnito; lo concibe, pero no
lo comprende en su esencia 6 ser puro, porque para ello
necesitaba ser infinito como él; por lo demás, no debemos
olvidar que para los efectos de nuestro conocimiento el
ínñnito se nos hace presente medíante sus obras, 6 sea
mediante los seres creados por él, y estas obras, como
ñnítas que son, bien pueden ponerse en relación perfecta
de cognoscibilidad con un sujeto ñnito, como lo es nuestra
inteligencia.
SECCION SEGUNDA

EL COKOCIMIEKTO

C A P ÍT U L O I

N fttu r ftlc z a 4%\ c o n o e im l a n l o .

I.—R a z ó n d e l p ia n .'-'E x a m in a d a la facultad cognos*


cente en su ser, tócanod investigar el producto de la acti­
vidad de la misma llamado conocimÍ4nt0i%\ solo atendemos
á su fondo f y pensamiento sí atendemos á su forma 6 modo
de formularse en nuestra mente y expresarse por medio de
la palabra.
II.—F u n d a m e n to d e la r e la c ió n d e c o n o c im ie n to .
—^La primera cuestión que se nos presenta ai querer 5ja r ea
qué consiste el conocimiento es la de determ inar cuál sea
el fundamento de la relación que se establece para cono­
cer entre el sujeto que conoce y el objeto conocido, porque
si en eite lugar nos preguntásemos qué es el conocimiento,
no podríamos contestar otra cosa sino que era el resultado
de conocer, y como el resultado de conocer no es más que
una relación entre dos términos, de los cuales el uno es
referente y el otro referido, es necesario que entre esos
dos términos exista algo de común, pues de lo contrario
el uno no podría decir respecto ó conexión al otro bajo
aingún concepto; ahora bien, este algo común que existe
entre los términos de la relación del conocer, es el funda­
mento que hace posible la relación del conocimiento, ó
precisando más, la misma esencia de la relación cogn osci­
tiva, que, considerada en si> no es otra cosa que lo que
hablando del conocer hemos liamado ccgnoscibilidady en
virtud de la que y por la que cabe que la facultad C0gn08'
cente, com o activa, aprehenda lo que manifiesta el objeta
como receptivo pasivo, llegándose p or su medio á obtener
el cmocimiento 6 idea de lo que e$ el objeto.
111.— N e c e s id a d d e l o s t é r m in o s r e la c io n a d o s y
d e l fu n d a m e n to d e la re la c ió n p a r a q u e p u e d a
p r o d u c ir s e e l c o n o c im ie n to .— P o r lo expuesto en el
párrafo anterior resulta que el conocimiento no es ni lo&
términos relacionados, ni tampoco lo que hace posible
que el uno se ponga en relación de presencia y distinción
con el otro, sino más bien la vista de esa relación entre
los términos referente y referido verificada por el prime*
ro> gracias al hecho de darse en él la cognoscibilidad
ac tiv a. L o mismo nos acontece cuando comparamos do 9
objetos en magnitud y decimos que son iguales, pues la
relación no está expresada ni p or la magnitud del uno ni
por la del otro, sino por el resultado de la comparación
de las dos magnitudes. Todo lo cual dice en puridad, que
para que se dé el conocimiento son igualmente necesarios
el sujeto, el objeto y el fundamento de la relación del
conocer, pero siendo producto propiamente el conoci­
miento de la relación que entre ambos términos se esta­
blece.
E n tre las escuelas se suscita una controversia no des­
preciable sobre si el conocimiento es obra del sujeto 6
del objeto, ó si lo es juntamente del objeto y sujeto; así
es, que mientras los idealistas atribuyen el conocim iento
exclusivam ente al sujeto, los m aterialistas diccn que es
obra del objeto. E sto se explica, porque mientras lo s
prim eros opinan que el sujeto crea al objeto, los segundos
no admiten más existencia que la de la materia para
quienes muy bíen puede ésta conocer.
Para nosotros todas las cosas tienen su existencia,,
pues aun cuando éstas sean únicamente obra de la razón,
siempre tienen su fundamento más 6 menos próxim o en
la realidad. L a imaginación tampoco crea nada nuevo;
antes bien, en las creaciones de sus tipos sigue á las con*
cepciones de la inteligencia tomando los detalles con que
las da vida de la realidad existente. Y en último extre*
tno, si los seres que forja la razón, de consuno con la ima*
ginación, no tienen otra existencia, tienen la q u e lea da
la mente que los concibe, porque existen en ella; por con>
siguiente^ son de algún modo, y en siendo, y a pueden ser
objeto del conocer; luego si hemos de ser consecuentes
con nuestra razón, habremos de afirm ar, apartándonos de
ias exageraciones idealistas y m aterialistas, la existencia,
tanto del sujeto'com o dei objeto, en la relación cognos-
citiva.
Otra prueba de que se necesitan ambos términos para
que se produzca el conocimiento, es que, dada una cosa
ó fenómeno ante vario s sujetos, ó no todos reciben su
presencia del mismo modo, sino que más bien cada uso
suele apreciar un aspecto distinto del objeto en cuestión,
ó todos convienen, por el contrario, en que es de tal ó
cual manera, en que es de tal ó cual naturaleza; lo prime­
ro no podría suceder si, como pretenden los materialistas,
el sujeto no fuese necesario para la obra del conocimiento,
mas la diferencia de apreciación demuestra la parte activa
que toma el sujeto; lo segundo tampoco podría acontecer
si, como pretenden los idealistas, fuese el sujeto solo el
que formase el conocimiento prescindiendo de lo cognos­
cible del objeto hecho presente, puesto que el hecho de
convenir todos los sujetos en que el objeto es de una tal
manera, es prueba de que la cognoscibilidad receptiva fué
percibida y no la pueden negar. H e aquí por qué tienen
razón los lógicos cuando afirman que el conocimiento es
una obra svbjetwO’ Objetiva ó activc^rectpHva. Pero si el
sujeto y objeto soa términos necesarios para que se rea­
lice el conocimiento, no lo es menos el fundamento de la
relación entre ambos, esto es, la cognoscibilidad, el algo
común entre el cognoscente y e! cognoscible que hace
posible que el prim ero diga respecto a) segundo cuando
9 t ponen en relación de presencia y distinción.
IV .—¿E n q u é c o n s is t e p r o p ia m e n te e l c ó n o c í-
m le n to ?-^ E n conformidad, pues» con la doctrina expuesta,
podem os deñnir y a e i conocimiento diciendo que cierta
m anifestación por la cu al se hace presente d nuestro espt»
ritu algú n objeto en v irtu d de la cognoscibilidad activa de
la inteligencia que la fo rm a y de la cognoscibilidad recep­
tiva d el objeto que se le ha kecko presente en relación de p re­
sencia y distinción.
V .—N a tu r a le z a y o o n te n ld o d e l c o n o c im ie n t o .—
E l conocimiento, tal y com o lo acabam os de diñnir, vemos
que no es otra cosa que una m anifestación de lo cognos­
cible del objeto formada por la facultad cognoscente en
presencia del objeto y presente á nuestro espíritu; no es»
pues, ni el sujeto ni el objeto que intervienen en ia relación
cognoscitiva y que quedan siendo lo que son, indepen^
dientes del conocimiento; por consiguiente, h a y necesidad
de reconocer que el conocimiento contiene la unión y
relación de la presentación de la«cogno8cibiIidad objetiva
y la de la representación ó vista espiritual de la tal cog*
noscibilidad objetiva; y com o quiera que en todo análisis á
que sometamos et conocimiento encontrarem os ese con-
sor ció entre la cognoscibilidad receptiva del objeto y la
propiedad de conocer del sujeto, resulta que es indudable
que la naturaleza del conocimiento es esencialmente com-
positiva', por esta razón podemos y debemos, dada la limi­
tación de nuestra inteligencia, exam inar el conocimiento,
tanto en su parte objetiva como subjetiva, concluyendo
p or considerarlo en su unidad orgánica, pues si no lo
hacemos así, nunca conoceremos su verdadera naturaleza,
y el conocim iento que de él tengam os no será exacto.
V I .—U n id ad d e l c o n o c im ie n to .— E l conocimiento
consiste, pues, en la maniíestación Ó Idea que subsiste en la
inteligencia de lo cognoscible del objeto en cuanto se dis­
tingue délo manifestado á la inteligencia ó de lo ideado p o r
elld y se confunde con ]a relación entre ]os dos términos;
dsí, no llamamos conocim iento ó idea de un objeto al hecho
de presentar á otro el mismo objeto para que sepa lo que
es, pero si se lo describimos, deñnimos ó enunciamos por
alguno de sus rasgos, le decimos que le damos el conoci­
miento ó la idea del tal objeto; de aquí que todo conoci­
miento tiene que tener una base ideal y un fundamento
real, aun cuando este último &ea el acto intelectual mismo,
como acontece con los seres de razón. U n a base ideal, que
no es otra que Ja idea que se forma la inteligencia de lo
conocido como activa; un fundamento real, el objeto mismo
que se hace presente y que ha de servir para la prueba y
contraprueba de la verdad de lo hecho presente al sujeto
en e l acto de conocer. V ese, por tanto, que el conoci­
miento es uno, pero uno con unidad com positiva, en la
cual se dan los elementos objeto y fundutrienio de iu
relación de preseftcia y distinción entre los dos prim eros;
ahora bien, sólo en el caso en que llamemos conocimiento
únicamente á la relación, podemos decir que el acto de
conocer es simple en absoluto, pues ese elemento es in­
analizable, y por eso se dice que e l acto del pensamiento es
«imple y no puede confundirse con lo% actos compuestos
á t lo m aterial y orgánico, como ia sensación.
V IL —P o s ib ilid a d y r e a lid a d d e l c o n o c im ie n t o .—
E l conocimiento, en cuanto manifestación ante el cognos­
cente de la inteligibilidad ó cognoscibilidad pasiva de la
realidad de los objetos, puede considerarse como posible
de realizarse y com o efectivamente realizado.
E l conocimiento en c u a n t o e s inagotable para
la inteligencia humana, puesto que se refiere á toda la
realidad, la cual puede hacerse presente ante nuestra in*
teligencia, siquiera ésta conozca siempre relativa y limi­
tadamente, dado que en todo caso más allá de edos cono­
cimientos limitados que obtenemos, queda la posibilidad
de que la realidad, aun no presentada, se haga presente á
la actividad de la inteligencia humana.
E l conocimiento efectivo es para el hombre todo lo
contrarío del conocimiento posible, esto es, limitado y
circunscrito á sus fuerzas intelectuales y á los estudios
que lleve ácab o , según la ley necesaria del trabajo y del
descanso que rige á toda actividad humana, límites que
si son estrechos comparados con lo inñnito» son amplia-
bles hasta lo indefinido, com parados con nuestra contin­
gencia, por c u y a razón, no obstante los intentos hechos,
¿.un no ha habido quien los señale, lo cual prueba nuestra
afirmación de lo inagotable, que es el conocimiento p csi‘
ble que se hace presente á la inteligencia humana, á modo
de infinito; he aquí, pues, el alcance de la frase: « £ i hom­
bre no se acuesta nunca sin haber aprendido algo nuevo».
V lll.—¿E l c o n o c im ie n to e s u n a o b r a p r o g r e s iv a ?
— distinción que hemos hecho del conocímieñto en
posible y efectivo y los caracteres que distinguen la natu­
raleza de los mismos, nos indican que el conocimiento
efectivo, ó sea el que el hombre forma, gracias á su inte­
ligencia, es una obra eminentemente perfectible y pro*
gresiva, puesto que á medida que la facultad cognoscente
v a por grados, dándose cuenta cada vez más exacta de la
relación entre lo que le es presente del objeto y lo que es
propiamente en su realidad el tal objeto, el conocimiento
se va reforcnando, precisando y aclarando, hasta conver­
tir el conocimiento v u lg a r en reflejo y el reflejo en cien’
tifico.
E n el mismo grado en que el sujeto cognoscente exa­
mina y analiza, condensa y resume los múltiples aspectos
que puede percibir de lo Inagotable dei objeto cognosci­
ble, el conocimiento se va ampliando, enriqueciendo é
iluminando hasta e! punto de no haber paradoja alguna
en afirm ar frente y paralelamente al aforismo n ih il novum
sub scie, que todo es nuevo bajo el sol cuando se trata
del conocimiento efectivo; puesto que concedida ab aetemo
á todas las cosas la p o sib ilid a d 6 aptitud de que sean
cognoscibles siempre que se hagan presentes á la inteli*
geacia, el conocim iento crece, se aumenta y perfecciona
í medida que aplicam os la actividad intelectual á la pre­
sencia de lo cognoscible con m ás intensidad y m ayor ha*
bltuación.

C A P IT U L O ü
E sp e e lM d e c o n e c im le n to y v a le r léQ ieo d e l m is m e .

I.—B a s e s d e c la s tflo a c ló n d e l c o n o c im ie n t o .—
^ 6 m o clasiñcarem os los oonocimientos? L a mejor clasíñ-
cación que puede hacerse de una cosa entendemos ser
aquella que eafá fundada en la naturaleza misma de la
cosa que se clasiñca. D e modo, que si en último extrem o
el conocimiento viene á ser la relación misma de presen­
cia y distinción que se establece entre el sujeto y el objeto
del conocer, á estos elementos deberem os atender para
cUsiñcar los conocimientos; luego las bases de clasiñca-
ción de los conocimientos no pueden ser otras que el
sujeto, el objeto y la relación.
II.—C lad lftc a c id n d e l c o n o c im ie n to c o n a r r e g lo
al o b je to d e l m ism o .^ < Q u é divisiones podemos hacer
del conocimiento por razón del objeto? E sta es la prim era
pregunta que se ocurre al considerar este elemento del
conocer, y si observam os un poco, notaremos que el fun-
<iamento de esta división especial debe estar en la cog­
noscibilidad del objeto, y al efecto, considerando ésta,
encontramos que la cognoscibilidad receptiva del objeto
puede entrar de diversos modos en la relación del cono«
cer, y puesto que unas veces los objetos presentan al su>
jeto cognoscente su aspecto fenoménico, y otras y casi
siempre después, su aspecto permanente de aeres de pro­
piedades primordiales, claro es que con arreglo á estos
niodos tenemos y a dos órdenes de conocimientos en con*
sideración at objeto: uno, el conocimiento del objeto en
sus hechos; otro, el conocimiento del objeto mismo y de
sus propiedades caracteríatlcaa; de donde resulta, en bue-
na razón, el conocimiento fenomènico y el de ]aa cosas en
s i 6 nouménico, como la llamó K an t, y al cual nosotroB
il&mzxnoi esencial; pero como adem ás sucede que entre el
hecho y el ser de que es manifestación aquél, existe reía«
ción estrechísima» al conocimiento de la tal relación se
llam a nomológico ó de ley.
)ll. — C la s ific a c ió n d e l o s c o n o c im ie n t o s co n
a r r e g lo a l e u je to .—Y a hemDt clasiñcado al conocimien­
to en vista de los aspectos con que se nos presenta ei
objeto en la relación de conocimiento; pero como el su­
jeto tom a parte, y parte m uy activa, en la obra del mis*
m o, h a y que atender también al sujeto cuando se trate de
hacer una buena clasiñcación, y al querer investigar los
m otivos de clasificación que en él h ay, nos encontramos
con la cuestión de examinar cuántas son las facultades de
conocimiento que, por lo que hasta aquí llevam os mani­
festado, no podemos resolver de otro modo que diciendo:
dóto existe una facultad cognoscente, y por tanto, sólo
bay una facultad para obtener el conocimiento, que es
la inteligencia, oportunamente explicada. Pero no obs^
tante ser ia facultad cognoscente una, para el objeto que
nos proponemos y que en este párrafo se dilucida, pode­
mos encontrar en ella m otivos en qué fundar la división
de! conocimiento, no siendo éstos, ciertam ente, el reco*
nocer funciones en la inteligencia, puesto que apenas exis­
ten dos autores conformes en el nümero de las miscuas»
siendo de tal modo esta disconformidad, qu& mientras hay
quien considera once funciones, sin explicar por qué no
h a y una más Ó menos, no falta quien reduce la inteligen­
cia á la unidad de la conciencia; pero sí encontraremos
los m otivos de división, atendiendo á lo que comúnmente
se llam an fuentes de conocimiento, que aon tantas cuantas
hacen ^ Ita p a ra con ocer los aspectos que en el párrafo
anterior acabam os de reconocer en Ja cognoscibilidad del
objeto, esto es, una fuente cognoscente para percibir las
cosas en su ser y propiedades, otra para conocer Jo acci*
dental y fenocnéaico, y otra para v e r t\ aspecto norooló'
gico. A h o ra bien; como el ser y propiedades de las cosas
no lo podemos conocer sino después de largos razona­
mientos, la razón será una d e las fuentes de conocimiento.
Como el fenómeno lo conocemos valiéndonos tanto de la
experiencia extern a como de Ja interna, la experiencia
será otra fuente de conocimiento. Y como, por álUmo, la
relación entre el fenómeno y el ser es un conocimiento
abstracto y se dice que se obtiene por el entendimiento,
éste también será una fuente de conocimiento. Atenién<
d o n o 9 , pues, á estas tres fuentes, los conocimientos podrán
clasiñcarse en racionalesy €Xperimentales é in teligibles 6
absiractos. Téngase presente que cuando decimos que los
conocimientos experimentales son percibidos por la íacul«
tad cognoscente, auxiliada de la experiencia externa 6
interna, no queremos decir que sea diferente entonces de
la facultad que conoce, pues siempre es la misma inteli­
gencia; pero también debe tenerse en cuenta, que con
ello no confundimos la sensibilidad con la inteligencia,
pues la sensibilidad cognoscitiva no es más que el medio
auxiliar por el que la inteligencia se comunica con el
mundo sensible.
IV.— C la s ific a c ió n d e l o s c o n o c im ie n t o s te n ie n ­
d o e n c u e n ta l a r e la c ió n d el c o n o c im ie n t o .—L o s
conocimientos se clasifican teniendo en cuenta la reía*
ción del conocimiento, según sea lo que representen del
objeto; asi, considerando que cuando conocemos los hechos
lo que hacemos es aprehender de su cognoscibilidad úni*
camente su aspecto individual, es claro que podremos
entonces llamar á estos conocimientos individuale 5 \ pero
si nos fijamos en que todo conocimiento esencial percibi­
do por la razón después de largas meditaciones y com pa­
raciones, nos hace presente en la relación de conocimiento
aquello por Ío que los seres se incluyen y determinan
dentro de los conceptos universales llamados géneros, en
una palabra, el algo común y general de las cosas, pode-
mo8 llamarles conocimientos idtales y también geiUraUSy
y por últimOf si medíante el entendimiento percibimos de
la cognoscibilídád del objeto U relación que guarda con la
causa de 8u producción, tendrem os que este será un cono­
cim iento comfttísto^ pues realmente nos hace presente el
enlace entre lo particular y concreto, que es el hecho, y
lo general y permanente, que es el ser que le ha producido.
V .—O rd en d e l o s c o n o c im ie n t o s r e s p e c t o á su
p r o d u c c ió n e n e l tie m p o .—E l orden de los conoclm ien'
tos enumerados al div'idir el conocimiento no es tempo­
ralmente aquel con q u e quedan consignados, pues al ha­
cerlo, sólo hemos atendido a l artifìcio de una buena
clasifìcación, fundada en los elementos mismos de lo que
se clasifìcaba. £ 1 prim er conocimiento que se da siempre
en todo humano ser, con arreglo á lo dicho en los dos
párrafos anteriores, es el experimental^ dado que la sensi­
bilidad hace las veces de despertador de la actividad es*
pi ritual; después sigue ei abstracto., 6 sea la noción ó idea
que de lo sensible saca el entendimiento; luego continúa
el conocimiento racional^ llegando alguna vez el hombre,
ppr este medio, á conocer la esencia de las cosas, y por
último, también suele acontecer que, completado el cono­
cimiento del fenómeno y de (a esencia, lleguemos al co ­
nocimiento unitario ó en totalidad de una cosa; de suerte
que se necesita, para obtener el conocimiento integro^
conocer al objeto en todos sus aspectos y por medio de
las fuentes de conocimiento adecuadas; así, pues, todo
otro conocimiento será Incompleto.
V I.—V a lo r ló g ic o d el c o n o c im ie n to .—Siendo el
conocimiento cierta manifestación por la cual se hace
presente á nuestro espiritu algún objeto en virtud de la
cognoscibilidad activa de la inteligencia y de la receptiva
del objeto, que se conoce, resulta que el conocimiento es
una manifestación interna que el sujeto forma del objeto,
la cual subsiste en Ja facultad intelectual^ sin confundirse
en absoluto co n io manifestado del objeto ni con el sujeto,
— 6 l —

pero teniendo con Io representado correspondencia más 6


menos exacta; y he aqui que> $egún sea esta correspon-
dencía» asi será m ayor 6 menor el valor lógico del conoci­
miento.
D e esta consideración deducimos: primero, que dada
la naturaleza com positiva dcl conocimiento, éste no puede
formarse á capricho del sujeto, sino que su aparición en
la mente depende dcl hecho de que exista entre los ele-
mentos que hemos v isto lo constituyen, ecuación ó corres*
pondencia exacta: así, para escuchar una m elodia lo opor*
tuno es aplicar los ofdoa y después la inteligencia á los
datos que den los sonidos que la forman» pero no tapar«
nos los oídos y abrir mucho los ojos. E l ejemplo prueba
que hay necesidad de un medio ó principio para conocer
y que el objeto interviene con sus condiciones en ia obra
del conocimiento.
Segundo, que puesto que la anterior deducción es in­
dudable, la lógica resulta que tiene un objeto propio y
real que estudiar: el conocimiento como manifestación
ptfsible de la cognoscibilidad de todos los seres en sí y en
en sus manifestaciones, y el de las leye s que rigen á esta
misma cognoscibilidad, así como la parte que U inteiigen*
cia pone en la formación del conocimiento; por esta razón
la Lógica, ciencia de objeto propio» se aplica á todas las
ciencias y es su Órgano y nervio interior, á la vez que el
andamiaje para construir todas las otras ciencias.
Tercero y último, que la lógica no exam ina y analiza
2o que sean los seres en sí ó en su realidad fuera de la
mente humana, objeto que corresponde á la Metaílsica,
sino ei conocimiento ó correspondencia que tiene la ma­
nifestación interior presente al sujeto con la cognoscibili­
dad receptiva del objeto conocido; distinguiéndose asi
perfectamente la verdad lógica de la ontològica Ó metafì­
sica, y por tanto, es patente el error de H egel al identi­
ficar el ser y la idea, y por consecuencia la Lógica con la
Metafísica.
SECCIÓN TERCERA

LA INTELIGENCIA CONOCIENDO

C A P ÍT U L O 1
El iiMMir,

L— R a z ó n d el e s tu d io d e l p e n d a r e n e s t e lu g a r.
^^Conocemos y a la facultad cognoscente en su esencia
por medio de este exam en reñejo que venimos haciendo;
pero como para conocer una cosa no basta verla en So
que es en sí, sino que además se necesita averiguar cócao
es, 6 sea su forma, de ahí que aquí debamos tratar de la
forma del conocer, y como esta es llamada pensar^ he ahí
la razón de que la primera cuestión que en este lugar
surja en nuestro pensamiento sea preguntam os qué es el
pensar; pero como para resolver ésta conviene averigu ar
la etimología de la palabra pensary los sentidos en que ha
sido tom ada, sus diferencias y relaciones con el conocer
y sus propiedades cuantitativas y cualitativas, de ahí que
empecemos esta sección averiguando la etimología del
pensar y luego sigamos haciéndolo con las demás cues*
tiones, hasta lle g a rá resolver qué entendemos por pensar.
il.—'E t im o lo g ía d e la p a la b r a p e n s a r .—E s cosa co*
r ríen te emplear ia palabra pensar lo mismo por el rústico
4^ue por el científico, io cual prueba que la idea expresada
por esta palabra es patrimonio de todos, siquiera no se
p r e s ó te á todas las inteligencias igualmente clara y bíen
determinada. Exam inando el origen de esta palabra por
todos usada, nos ervcontramos con que unos autores la de-
ri van del verbo latino fendeoy e star pendiente, y otros
del verbo pondo, pesar cosas m ateriales. L a prim era eti­
mologia significa que nuestras relaciones dependen de
nuestra inteligencia, y por eso aquellas relaciones en que
no interviene nuestra inteligencia, no las consideramos
como nuestras y rehuimos su responsabilidad.
L a etimología de pondo sólo puede tomarse aquí en un
sentido metafórico si la queremos aplicar aí pensamiento,
y entonces dará á la palabra e) sentido de pesar, medir^
tal como se desprende de la frase: «He pesado las razones
en pró y en contra y me d e c id o ..., empleada en vez de
«He pensado las razones en p ro y en contra»... D e ahf>
pues, que la palabra pensar la hayan derivado de pondo,
pero como hemos visto» ésta no se puede tom ar en sentido
propio, y lo que se ha hecho es establecer una comparación
entre el peso y el pensar, el cual, después de todo, viene á
hacer en el orden cognoscible lo que el peso hace en el
orden sensible, puesto que efectivam ente el pensar desem­
peña en el orden espiritual lo mismo que la acción de la
gravedad en las cosas m ateriales, dado que pesa y aquilata
el conocimiento.
III.—S e n t id o s e o q u e s o le m o s e m p le a r l a p a l a ­
b ra p e n s a r .—Con los datos etimológicos no tenemos su­
ficiente para formarnos (dea del pensar, por cu ya razón
tenemos que seguir exam inando los sentidos en que ha
sido tomada esta palabra, no sin notar una vez m ás que es
patrimonio de todos, lo mismo del rústico que del hom­
bre ilustrado.
E sta palabra es empleada en todos los órdenes del es­
píritu, cosa íácil de probar sí nos fijamos en que al hablar
de una obra artística solemos decir que su pensamiento es
bueno ó malo, que su forma es completa ó deficiente.
Cuando se trata de aigo del orden moral sucede lo mismo;
así, es frecuente decir: «Buen pensamiento tuvo Fulano ai
edificar este asilo». Sin em bargo, donde más frecuente­
mente se emplea es en el orden intelectual, y donde pro-
piamente, i nuestro modo de v e r, debe erDplearse. Así,
pues, recogiendo estas observaciones, tenemos que el pen*
sar representa ei elemento intelectual en todos los órdenes
de ia vida á que Jo aplicam os, siendo el pensamiento la
expresión del conocim iento en el orden intelectual
I V .- - ¿ S e In d e n tiflc a n e l p e n s a r y e l c o n o c e r ? ,—
S i buscamos las opiniones de los tratadistas, encontrare-
mos: l.% á los que hablan del pensar en cada página y lí*
nea, pero sin decirnos lo que es; á los que confunden
el pensar con el conocer usando am bas palabras indistln*
tamente; y 3.^, á los que distinguen el pensar del conocer,
diciendo que el prim ero es el conocer actividad y el se­
gundo el conocer propiedad
N osotros no podemos seguir á ninguno de estos trata>
distas, en prim er lugar, porque no creemos huelgue la
p a l a b r a a n t e s bien, debe ser representativa de algo;
en segundo, porque creem os que en las lenguas no exis­
ten palabras sinónimas en absoluto, y por consiguiente que
en algo se han de diferenciar pensar y conocer, y en ter­
cer lugar, porque aun cuando se diferencian en algo pen­
sar y conocer, ese algo no es precisamente que el uno sea
una actividad y el otro una propiedad; luego para poder
distinguir el pensar y el conocer, procede que, así como
hemos examinado reflexivam ente el conocer, veam os ahora
las propiedades que nos presenta lo que con exactitud
podemos llamar pensar.
V .—C a r a c t e r e s d el p e n s a r .—A l modo que con
acierto decimos muchas yo puedo conocer yy o conoz^
coy también decimos yo pmedo pensar, yo pienso ^ sin que
por esto se nos ocurra confundir eJ pensar con nuestro
propio ser, sino que lo que damos á entender es que en
nosotros existe la propiedad de pensar, como d ig irnos
existía la de conocer, y y a que sabemos que el pensar es
una propiedad nuestra, no satisfaciéndose la razón con
esto, tenemos que ir raás allá y averigu ar los caracteres
que tiene esta propiedad para distinguirla de las otras pro*
piedades que se dan en nuestro ser y que no son ella, 8i*
guiendo en esto la naturaleza de nuestro conocer, que es
siempre relación de presencia y distinción y esto cs> que
une sin confundir y distingue sin separar, y nos cncon*
tramos con que esta propiedad es permanenU en nos*
otros» pues en cualquier momento de nuestra existencia
en que nos reconozcamos com o cognoscentes» podemos
repetir lo misn\o: yo puedo pensaryyo pienso; de suerte que,
al igual del conocer, no es una propiedad que perdamos
hoy y adquiram os mañana, sino esencial á nuestro ser.
Cuando decimos que pensamos, observam os que medi­
tamos en algo y que este algo puede ser m uy diferente,
ó bien todo lo que no somos nosotros, 6 bien nosotros
mismos y nuestros estados; de suerte, que s¡ es verdad
que es una propiedad permanentey también lo es que, en
cuanto á los objetos á que se refiere, es variab le; de
donde resulta, por una parte, que el pensar, al referirse á
varioSy dice respecto á ellos, y p or consiguiente establece
relación; por otra, que se actúa 6 mueve 4 ellos, y por
consiguiente que el pensar es activOy y como toda pro­
piedad activa que se pone en relación con varios, es una
facultad de relación y he aquí que el pensar es una facultad
de relación que supone un término referente y un térm i­
no referido, un sujeto pensante y un objeto pensado; asi,
pues, y a podemos rectificar la frase corriente: «^*En qué
piensas? E n nada>. E sta contestación no es exacta; cuan­
do así hablamos lo hacemos en sentido ñgurado, pues
siempre que pensamos, pensamos en algo, esto es, cuando
haya pensamiento hay objeto pensado, y en realidad lo
que acontece cuando contestam os que estam os pensando
en nada no obstante nuestra m editación, es que sólo
pensamos en objetos v ag o s, indeterm inados y sin inte«
rés, y claro, al no poderlos señalar, decimos impropia­
mente que pensamos en nada\ de aquí que la relación del
pensar por parte del objeto 6 término á que hace refe­
rencia, no sólo sea propiedad nuestra, sino que lo es tam-
bíén de todas las cosas, porque todas las cosas pueden
ponerse en relación de pensamiento; sin em bargo, no se
v a y a á creer por esto que tcxlas las cosas piensan, no,
porque la m ayor parte de las cosas entran en la relación
de pensamiento com o término referido, ó sea pasivamente,
mientras que sólo los seres espirituales entran com o tér­
minos activos ó referentes. Todas las cosas pueden ser
pensadas; sólo el ser intelectual activo puede pensar.
Hemos dicho que en la relación del pensar entraban
dos términos con m uy diferente carácter, pero puede su­
ceder que pensemos en nuestro propio pensar, y aun en
este caso vem os que, en cuanto pensantes, somos los que
establecem os la relación ó hacemos la referencia, y en
cuanto pen&ados, somos pasivos; todavía m ás, puede ocu*
rrir que pensemos en otro sujeto que á su vez sea pensan­
te; !uego la relación del pensar puede ser ttnilaU ral,
re fle ja y recíproca^ com o vim os era la del conocer
Pero la relación del pensar sólo es pensada por el su­
je to en cuanto el objeto le es presente como pensable;
ahora bien, al ver el sujeto á lo pensado, lo ve de modo,
que si de una parte la relación une al pensante y á lo
pensado, de otra queda el sujeto siendo el que aprehende y
el objeto lo aprehendido, esto es, que la relación del pen-
sar, no sólo es de presencia ó de suma de los elementos,
sino que al mismo tiempo es de distinción entre ambos
elementos, evitando asi la confusión sin separarlos.
Resulta, pues, de! examen reflejo que acabamos de
hacer del pensar, que éste es una propiedad de nuestro
Y o , y una propiedad que tiene los caracteres de ser, po-
tcncia activa y fa c u lta d de relación de presencia y distin­
ción', y como estos son los caracteres que hemos señalado
al conocer, parece ser que tienen razón aquellos fllósofos
que identiñcan el conocer y el pensar: interésanos, por
tanto, averigu ar si existen, no obstante las semejanzas que
acabamos de señalar, algunas diferencias por las cuales
podamos distinguir el pensar de lo que é( no sea.
VI.—¿E n q u é c o n s i s t e l a d ife r e n c ia e n tr e e l p e n ­
s a r y e l c o n o c e r ? —£ 1 pensar y el conocer hemos dicho
que diferencian á pesar de las íntimas relaciones de iden­
tidad que e{ exam en de sus caracteres nos ha dado: vea­
mos, pues, si efectivam ente esa diferencia consiste, como
-se ha dicho por algunos tratadistas, en que el pensar es
actividad y el conocer propiedad.
L as palabras actividad y propiedad no son por lo
pronto correlativas entre sí, pues la palabra propiedad con
respecto á la palabra actividad es un térm ino absoluto
que sólo $e refiere y d ice orden á un sujeto, que es el que,
com o tal, tiene propiedades: el término actividad , por el
contrario, expresa co rrelació n , pues supone siempre ia
existencia de un algo, el poder ó ia potencia, y como las
potencias son propiedades, resulta que la palabra actividad
es correlatÍv*a de las propiedades potenciales; luego no se
puede dar una actividad sin que al mismo tiempo sea pro­
piedad de un sujeto; por otra parte, y a hemos visto que
tanto el conocer como el pensar son propiedades y a cti­
vidades, y por cierto que ambas pertenecen y se atribu­
yen con razón al mismo sujeto: he aquí porqué decim os
con igual verdad: Ye puedo ftn s a r y pienso\ Yo puedo co­
nocer y conozco.
V si no es suficiente p ara distinguir el pensar del
conocer, y por tanto, pensamiento y conocim iento, el
decir que el uno es actividad y el otro propiedad, ¿cuál
será la diferencia? Y contestam os: buscando la nota que
caracteriza más propiamente al pensar y al conocer, la
encontraremos.
£ n efecto, no existe un algo sin que éste se manifieste
de algún modo. Pues bien, existiendo el conocer, como lo
hemos dejado dicho que existe, claro es que de alguna
manera se ha de manifestar, ó lo que es lo mismo, alguna
forma ten d rá, y esta form a no es otra que e! pensar. M ás
claro, el conocer es la esencia y el pensar es su forma.
Así, cuando decimos conocer nos referim os á la esencia de
— 6S —
U propiedad que conoce, y cuando decimos pensar nos
referim os á la form a ó modo de m anifestarse la propiedad
de conocer; lo mismo que cuando decimos tengo un cono­
cim iento, nos referim os á ]a esencia del resultado de cono*
cer, y cuando decim os tengo un pensamiento, nos referí*
mos á la forma del resultado de conocer. E n una palabra,
el conocer es adquirir ideas y el pensar el modo de adqui­
rirlas y ordenarlas. H e aquí, pues, la distinción y relación á
la vez entre d pensamiento y el conocimiento. Porque fijé­
monos bien; supongamos que tenemos esta frase: <ES hom ­
bre es un anim al racional». A quí nos da el análisis un
conocimiento y un pensamiento, y los que confunden estos
términos, unas veces dirían que había un pensamiento y
otras que había un conocimiento, Jo prim ero que se Jes ocu­
rriera. P ara nosotros, en esta proposición hay un conoci*
miento que está constituido por las ideas significadas, y un
pensamiento, expresión de este conocimiento: en el caso
presente, expresado en forma de juicio; en otros casos
puede ser expresado en forma de raciocinio, y también de
un simple concepto. Son, pues, t) pensar y el conocer in*
separables y dados en la relación de form a á esencia.
V il.^ D e fin ic ió n d e l p e n s a r .—Determinada la carac­
terística que distingue al pensar del conocer, así como
fijadas las condiciones que los relacionan íntimamente,
podemos y a decir qué sea el pensar, y deduciendo su defi*
nición de los caracteres expuestos: tenemos, que pensar
es la form a de la fa c u lta d de nlación^ presencia y dis^
tinción^ p o r v irtu d de la cual se lle g a á m anifestar in ­
ternamente e l conocimiento como pensamiento.
VIH.—E x te n s ió n d e l c o n o c e r y d e l p e n s a r —
D el exam en que cabam os de hacer y de la definición
dada, se deduce que no existe separación posible entre
el conocer y el pensar y que, p o r tanto, ambos se dan
en la unidad de lo que hemos llamado Inteligencia, sien^
do el conocer la esencia de la potencia y de la activi­
dad Inteligencia y el pensar la existencia ó manera espe-
cial de existir de la misma, por virtu d de cuya compene*
tración pensar y conocer son de una misma extensión, es
uno el ser de la fuerza intelectiva y no se puede dar el
caso de un conocer sin un pensar que lo manifieste y Io
determine, ni tampoco de un pensar que no sea un modo
de scr 6 de realizar un conocer.
IX.-—¿ E x is t e a lg ü n o r d e n d e p r e c e d e n c ia e n t r e
et c o n o c e r y e l p e n s a r ? - 'S e dice por algunos trata*
distas de L ó g ica que el conocer precede en el orden racío*
nal y real al pensar, á la m anera que la m ateria precede
i la forma> pero que en el orden cronològico se dan en
unión recíp roca y complementaría. E sto s autores se fun­
dan, para hacer tal afirm ación, en que al pensar no crea­
mos un conocer, sino que lo suponemos y a dado; mas
nosotros, ateniéndonos á la doctrina que hemos expuesto,
tanto del conocer como del pensar, estimamos que el
conocer y el pensar se dan en la relación en que se en­
cuentran la esencia y la existencia en el orden real, pues
¿un cuando concibamos á la esen da com o recibiendo á la
existencia, sin em bargo, en el orden real actual la una no
se da sin la otra, puesto que no se concibe un conocer sin
un pensar, ni un pensar sin un conocer, y a se trate del
orden real y a del cronológico, por la misma razón que no
«s posible un ser sin un modo ó manera de ser.
X .—M o m e n to s q u e p u e d e n d is t in g u ir s e e n n u e s ­
tra a c t iv id a d c o g n o s c it iv a .—A l estudiar la inteligen*
cia en sí, Timos que era una propiedad y una actividad
considerada en su esencia, y ahora en el presente capítulo
hemos visto que el pensar, que es su forma, es también
una propiedad y una actividad. U na propiedad porque se
predica del hombre en cuanto espíritu, pero como la po>
demos predicar siempre, añadíamos que era una propiedad
permanente, esto es, una potencia subjetiva. A gregam os
que era una actividad, porque el análisis que íbamos ha­
ciendo nos daba el hecho, no sólo do que podía ponerse
en ejercicio, sino también de que se ponía realmente,
realizándose en hechos llamados conocim ientos y pensa*
nalentos. A h ora bien; en la actividad cognoscente pueden
darse dos momentos capitales, uno el de aplicación ó mo­
vim iento de la facultad cognoscente al objeto que se
quiere conocer ó que se nos hace presente, sin buscarlo,
en relación cognoscitiva; y otro el de la aprehensión de lo
cognoscible del objeto. A l prim er momento le llamamos
momento funcional ó directriz, y al segundo operativo 6
regresivo.
•' X I.—D iv is ió n d o lo s m o m e n t o s d e la a c t iv id a d
^ c o g n c á c e n t e .—£ 1 prim er momento, el funcial, podemos
H subdívidirlo, en consideración á un análisis detenido, en
* tres submomcntos, llam ados atención ypercepción y deter-
winación\ en el momento operativo el análisis refíejo en­
cuentra también m otivo para distinguir tres submomentos
ú operaciones que reciben el nombre de concepto^ ju ic io y
raciocinio. He aquí, pues, la m ateria, que junto con el len­
guaje articulado que expresa las operaciones dichas, expon*
dremos en los sucesivos capítulos y artículos de la presente
sección.

C A P ÍT U L O II

L e a te n e l6 n .

I.—S e n tid o s d e la p a l a b r a a te n c ió n .—L a atención,


que viene á ser el instante inicial del hecho de la direc^
ción de la facultad cognoscente al objeto, puede tomarse
en diversos sentidos. Etim ológicam ente atención significa
dirigirse hacia» á t a d y tendere^ cu yo significado, tomado
en sentido material, se refiere al espacio; así es que si lo
admitimos, habremos de darle una aplicación más amplia
y tom arlo en un sentido m etafórico para aplicarlo al
orden Intelectual. £1 uso vulgar aplica la palabra atención
con especialidad á los hechos de la esfera de la v ista y
del oído. (Pero esto es cierto? ^Es que la atención no puede
aplicarse más que al orden de los objetos materiales? No,
ia prueba es clara, porque e) mismo lenguaje común
is dice lo contrarío en las frases: «No atiende á razo*
nes>. «Atendió á mis consejos». E n las cuales no se emplea
la atención, ciertamente, en el sentido de referirse á obje-
tos dcl espacio que se perciban por los sentidos, sino que
en ellas se refiere al orden ideal.
Respecto á los autores, encontramos que muchos de
eilos no han comprendido bien el sentido de Ja palabra
atención; así, unos la consideran com o función intelectual
é inmediatamente dicen que es un conocimiento; otros
como facultad intelectual; no faltando, por último, quien
afirme que es una función de la voluntad. D e aquí ha
resultado lo que era natural, esto es, que ninguno dé ellos
haya fijado bien su sentido y dado la definición propia
para desenvolver la naturaleza de la misma y explicar su
gran importancia lógica.
II.—D e fin ic ió n d e la a t e n c ió n .—L a atención, como
se desprende de los signiñcados de esta palabra, expresa
siempre dirección, pero no únicamente en el orden del
espacio materia], sino también en el orden del conocí*
miento; sin em bargo, com o signiñca dirección, implica
ejercicio; luego también pertenece á la actividad, y esta
actividad da por resultado el tender á conúcer\ por tanto,
es evidente que Ja atención se refiere al modo de moverse
la inteligencia para conocer, y com o el pensamiento de
desenvuelve en el tiempo, la atención se refìere al tiempo
y corresponde al prim er momento de cada estado del pen­
sar, esto es, de cada manifestación del conocer. D e aquí
so deduce que podemos decir: L a aitnción es e l momento
in icia l de aplicación de nuestra fa cu lta d cognoscente á la
consideración de la cognoscibilidad d el objeto, 6 el momento
primero de obrar de la potencia cognoscitiva por el que
ésta se d irige á conocer.
III.— D iv isió n d e la a t e n c ió n .—L a esfera de la aten­
ción no puede ser otra que Ja del conocer, y com o pode­
mos conocer el ser, los hechos y la relación entre los
hechos y el ser que los p^-oduce, claro es que también po­
demos atender á estas tres esferas de lo cognoscible, y ,
por tanto» teniendo en cuenta las tres fuentes de conoci­
miento con que se perciben por el sujeto cognoscente, di*
\*idir la atención: en racional^ sí aplicam os la fuente
ra?6n al conocimiento de lo que es en sí el ser del objeto
cognoscible; 2.^ ea sensible 6 experim entaly si aplicamos
)a fuente experiencia á conocer los hechos del objeto cog*
noscible, y 3.^ en intiligiblC y sí aplicam os la fuente enten­
dimiento al conocimiento de la ley de producción de los
hechos 6 á ¡as relaciones de los hechos con el ser que los
produce.
Adem ás, sí tenemos en cuenta que al conocer puede
ocurrir, ó que miremos y procuremos conocer voluntaria­
mente, 6 que miremos y conozcamos sin darnos cuenta de
que queremos hacerlo; sí e$ lo primero, claro está que
hemos atendido 6 dirigido la facultad á conocer con de­
terminación propia de nuestra voluntad, mientras que sí
es lo segundo, evidente es también que atendemos espon­
táneamente; por lo tanto, dada esta consideración, es le­
gítimo dividir la atención en voltm taria y espaniánea. E sta
división nos prueba la falsedad notoria con que algunos
filósofos añrman que la atención es un acto de la volun­
tad. S í fuera cierto que la atención es un acto de la vo*
(untad, cuando no ejerciésemos nuestra voluntad y no nos
determinásemos á conocer, no habría atención, y sin em*
bargo, muchas veces atendemos y percibimos lo c o g n o S '
oíble aun contra nuestra propia voluntad, como sucede en
todos aquellos casos en que nos preocupa una idea, en los
cuales, involuntariamente seguimos atendiendo á la idea
que nos m artiriza, quizá por la fuerza con que se hace pre*
sente al sujeto la cognoscibKidad de la misma, existiendo
ocasiones en que esta atención intensa y tenaz se con­
vierte en monomanía.
\ IV .—N o m b r e s q u e s u e le r e c ib ir la a t e n c ld n .—La
atención suele tom ar diferentes nombres, según la especie
F
de conocimiento á que se aplique; así, se llama txperimen^
ta ly racional é inteligible, cuando se aplica á estas clases
de conocimientos que reconocim os al hablar de U dívi-
sión del conocimiento y al hacer la división de la atención
en el párrafo anterior.
L a atención tom a los nombres especiales: contempla-
ciÓH, en los casos en que se aplica a! conocimiento racional;
el de tnedilación, cuando se aplica á la consideración de
los conocimientos inteligibles, y el de observación, en los
casos en que se atiende á los conocim ientos experim en­
tales.
V .—C o n d io io n e s q u e d e b e r e u n ir la aton olO n.—
Las condiciones de la atención, que tan útil es en (a esfera
del conocimiento, son varias, las cuales procuraremos
ñjar mediante bases con el ñn de que nos sea más fácil su
comprensión y retención. L as bases á que atenderemos
son la cualidad, la cantidad y la relación entre la cantidad
y la cualidad de la atención.
S i tenemos en cuenta la cualidad de la atención, ia
primera condición que debe tener la atención es que la
facultad cognoscente sea aplicada de un modo adecuado á
la naturaleza del conocimiento que se pretende conseguir;
así, por ejemplo, inútil sería que para v e r un paisaje apli­
cásemos los oídos en vez de los ojos, como para apreciar
la melodía de una pieza musical seria contraproducente
abrir mucho los ojos y taparse los oídos con algodones;
la segunda condición es que sea directa^ es decir, que se
atienda desde luego á la cognoscibilidad del objeto que se
v a y a á conocer, porque de lo contrario se consumirá
inútilmente andando vaga y errante, sin conseguir llegar
á su término.
£ n cuanto á 2a cantidad» la prim era condición es qife
sea una en su dirección y une e l objeto d que se aplique y
pues la atención dividida entre muchos objetos sería una
verdadera distracción y no nos serviría para conocer con*
veníentemente á ninguno de ellos: sabido es el proverbio
que dice: que mucho abarca poco aprieta, y vale más
atender á pocas cosas p ero mucho, que no á muchas pero
poco; la segunda condición consiste en atender con toda la
energía suficiente hasta lleg a r a l conocimitnto que nos Jul-
yam os propuesto; así, por no hacer uso de esta condición,
sucede muchas veces que el conocimiento que adquiri­
mos de las cosas es muy superficial, lo cual, sí satisface
nuestra curiosidad, no llena las necesidades de la ciencia.
L a unión de las condiciones de cualidad y cantidad
nos dan la modalidad de la atención, ó sea la condición
correspondiente á !a tercera base, la cuai se enuncia di­
ciendo que la atención debe ser durable^ sostenida y única^
puesto que, como la atención se da en el tiempo y en ella
se m aniñesta,sí no fuera durable, sostenida y siempre la
misma, no produciría fruto alguno y sólo sería una curiosi­
dad más ó menos oportuna, pero siempre insuñciente para
el conocimiento verdadero y cierto de la realidad de lo
cognoscible.
E n conclusión, la atención ó momento inicial hacia el
•t
¿ conocimiento del objeto cognoscible p o r la potencia cog*
^ noscitiva es lo que más se debe tener en cuenta para prc-
curar que el conocimiento verdadero llegue á conseguirse.
Cuídesela y cultívesela con esmero hasta alcanzar que de*
^ penda por entero en todo trabajo intelectual de la direc-
;í ción de una voluntad sana y amante de la verdad, pues
,I ésta será la mejor medicina contra el erro r, y a que no se
nos ocurra servirnos de ella para ap artar de nosotros ios
efectos que en nuestro espíritu producen muchas enferme­
dades ítsicas, y , sobre todo, para sanar de las tendencias
al suicidio y otras monomanías que se suelen hacer dueñas
de ia inteligencia humana apagando su luz.
C A P ÍT U L O lll

L a |i 9r c « p Q ló ii.

I.—E tim o lo g ía d e la p a l a b r a p e r c e p c ió n .—E l st-


gundo instante de! hecho de la dirección de la facultad
cognoscitiva al objeto cognoscible es la perctpciÓH^ pala*
bra de origen latino, en cuya lengua empléase el verbo
perciperé con el significado de percibir, equivalente á ver
al principio las cosas, por hallarse compuesto de p er y
capto. E n este sentido la tomamos aqui, pues no de otro
modo sucede en el momento del percibir intelectual, por*
que en este segundo instante el objeto es visto prim era­
mente sin determinar, de la misma manera que la vista,
luego que se dirige á un objeto, lo v e sin concretarlo en
sus limites, hasta que después va distinguiendo sus contor*
nos y determinándolo por sus notas 6 caracteres.
II.—S e n tid o fi d e la p a la b r a p e r o e p c ld n .—Suele
acontcncer con la percepción lo mismo que con la aten-
ci6n»que el uso común la empleá sólo en el orden sensible;
mas es evidente que la percepción tiene otros sentidos, tal
com o se v e en las frases: «He percibido la bel 2eza>. «He
percibido la verdad de esta proposición*. E n cu yas frases
la percepción está empleada en el orden intelectual.
L a percepción también ha sido considerada de distinto
modo por los autores. U nos la han empleado en sus obras,
pero sin decirnos lo que es; otros la consideran como una
función intelectual; alguien com o una facultad de la inte­
ligencia; varios, por último, afírman que hay una percep­
ción interna y otra e x te rn a , sin antes definirlas; por
supuesto, confundiendo e) auxilio de los instrumentos
sensibles con la verdadera percepción de la facultad cc^*
noscen teó vista intelectual. Ninguno de estos pensadores
ha comprendido 2a natureleza de la percepción, pues el
instante perceptivo, ní es todo el conocimiento ni un co--
nocimiento, sino un momento del ejercicio de U facultad
cognoscente para conocer, mediante el cual y con otros
momentos se llega al conocimiento.
Ilí.—D e fin ic ió n d e la p e r c e p c ió n .—E l cognoscente
se ha dirigido al objeto por aquel primer momento que
hemos llamado aUnción, y como se ha dirigido á un algo
(un ser, una propiedad 6 un hecho), seguidamente ese
objeto es p ircib id o 6 viste de una manera 6 de otra por el
cognoscente. He aquí, pues, que la percepción es caracte­
rizada, por un lado, com o parte de una dirección, y por
otro, com o hecho que al orden intelectual se reñere; luego
para nosotros la percepción, considerada com o pertene*
cíente á la dirección de la inteligencia al objeto cognoscible,
no puede ser otra cosa que aquel segunde instanU d in c -
triz d t la actividad cognoscente en et que vemos e l ^ je to á
que hemos atendido.
L a atención y la percepción danse, pues, según la
i^nterior definición, en relación de causa á efecto. L a esfera
de acción de la percepción es tan grande como lo es la
del conocer y la de la atención, porque si no fuera tan
extensa, habría un efecto sin causa, y el conocimiento es
el efecto que resulta de haber atendido, percibido y deter­
minado; luego importa á la Lógica conocerla bien para
aplicarla convenientemente Á la concurrencia oportuna
con los demás instantes del conocer y pensar activo, á fín
de conseguir el conocimiento.
IV .—D iv isió n d e l a p e r c e p c ió n .—L as especies de
percepción son las mismas que las de la atención, y así
tenemos una percepción racionáis una sensible ó exper i*
mental y una inteligible^ según la fuente de conocimiento
que apliquemos á la percepción de lo cognoscible del
objeto, dentro de cu yas clases de percepción cabe esta­
blecer subdivisiones si atendemos á los varios aspectos
que las mismas pueden presentar á nuestra facultad cog«^
noscente; así, si nos fíjamos en !a percepción experim en­
tal, la podemos dividir en interna y externa, según que lo
percibido sean los estados internos del sujeto medíante la
experiencia intima, 6 la naturaleza externa y la de! propio
cuerpo por el ejercicio de nuestra sensibilidad ílsica. T o d a­
vía, si quisiéram os seguir subdividíendo cada una de
éstas, podríamos hacerlo, atendiendo al sentido 6 instru­
mento de que se valiese la facultad cognoscitiva para rea­
lizar la percepción; fundándonos en esto, decimos que hay
percepciones wxwtf/ív, auditivas, tacti/es, etc., etc., según
nos sirvam os de la vista, el oído 6 el tacto para reali­
zarlas.
V .—C o n d ic io n e s d e (a p e r c e p c ió n .—L a s condicio­
nes á que debe sujetarse la percepción para llegar al ceno*
cimiento exacto del objeto, podemos dividirlas en genera­
les y especiales, según que se refíeran á todas las percep**
clones ó á determinadas percepciones.
L as condiciones gene/ales de la percepción las pode*
mos determinar teniendo en cuenta las de Ja atención, que
es el instante que Ja antecede y la causa. £ n efecto, la
primera que se ofrece á nuestra consideración es que teda
percepción debe ser exacta, esto es, que no se debe perci*
bir ni más ni menos de io que sea el objeto que vam os á
conocer, considerado cualitativa y cuantitativamente; la
segunda es que sea clara, es decir, que se v ea lo co g nos <
cible del objeto atendido con tal luz y determinación, que
no haya en ella vaguedad ni ílimitacíón alguna, porque
si no ia percepción resultaría confusa; tercera que sea firm e
y lo intensamente suficiente para que se pueda fíjar el
conocimiento de lo percibido.
L as leyes especiales para obtener rectas percepciones
de los objetos son diversas, según la clase de percepción
de que se trate; asi, si nos referimos á Ja percepción ex pe*
rim ental externa, debemos tener en cuenta que nuestras
primeras percepciones son de los objetos que impresionan
á los aparatos term ínales Ó sentidos llamados externos, y
aun cuando es indudable que podemos conocer con ver­
dad y certeza los objetos sensibles que impresionan á
nuestros 6 r e x t e r n o s , también lo es que muchas
veces son falsas las percepciones que por el canal de los
sentidos llegamos á obtener; de ahí se deduce la necesi*
dad de procurar cumplir los siguientes preceptos en estas
percepciones! primero, v e r sí los sentidos reúnen las con-
dícíones que se exigen para que puedan tomarse como
criterios de verd ad ; segundo, percibir prim ero aquellas
cualidades características del objeto sensible que lo dis*
tingan de todos los demás de su género y especie; terce-
ro , percibir después las cualidades del objeto cognoscible
que tenga comunes con los demás objetos, prefiriendo
siempre las esenciales á las accidentales y las necesarias
á las contingentes; cuarto, nos interesa exam inar sí las
percepciones parciales que obtenemos por medio de los
sentidos contradicen d no los principios evidentes, univer*
sales y necesarios; si los contradicen, no debemos admi*
tirlas, por llevar y a un evidente indicio de falsedad: sí no
los contradicen, desde luego debemos adm itirlas como
exactas percepciones de lo cognoscible de los objetos
sensibles, en tanto no se demuestre lo contrarío.
S i se trata de la ptrctpción experÍM (nta¡ intemay que,
com o se demuestra en la Psicología, es la conciencia pro­
piamente dicha, debemos tener en cuenta las siguientes
condiciones: primera, que al percibir nuestros estados ínti*
mos apliquemos las condiciones generales de la atención
y percepción, puesto que el objeto cognoscible por la ex«
periencia interna está constituido por nuestros propios co*
nocimíentos, voliciones y sentimientos; segunda, que en
la percepción de nuestros conocimientos lógicos, morales
y estéticos, debemos tener en cuenta los conceptos de
verdad» bondad y belleza absolutas, para conocer si son
verdaderos, buenos y bellos; y tercera, que la conciencia
lógica, si se reduce á percibir sus propios estados de co*
nocimiento, es infalible, porque es su propio y único juez
en ese conocimiento, y Dios, que t&l naturaleza le ha dado,
indudablemente ha querido que sea así.
— 79 —
Ultimamente, tratándose de las percepciones racional
é inUlectuals debemos procurar que, además de cumplir
las condiciones generales y especiales á toda percepción,
se cumplan también las leyes esenciales y formales que r i­
gen á la facultad cognoscente.

CAPÍTULO IV
L a tfat«rm lnacé6n y * u t m M lios.

ARTÍCULO I

L a <1« te r m in a c ió n .

¡.^ S e n t i d o s d e l a p a la b r a d e te r m in a c ió n .—E l
tercer instante de la dirección funcional de 2a actividad
•cognoscente es la determinación.
L a palabra determinación etimológicamente se deriva
<le la latina determinatio, que signiñca stn ala r lim iU s d
las Msas en e l tiempo y en e l espacio, pero se emplea tam>
bién por el uso en el orden ideal, signiñcando lo mismo.
E l Diccionario de la Academ ia de la lengua la da el sig-
niñeado de resolución; por eso, sín duda, al hecho de
resolverse un individuo á hacer una cosa, se le llama de-
terminación. O tro de los sentidos en que más comúnmente
se la toma» y el que nos dice algo para nuestro objeto^ es
el de distinguir unas cosas de otras después de haberlas
percibido, esto es, el de especificar las cosas, concretáo*
dolas y aclarándolas.
II.^ C o n c e p t o d e la d ete rn n in a c ió n .—L a facultad
cognoscente se ha dirigido mediante la atención á la apre*
hensión virtual de la cognoscibilidad del objeto, y ha llega­
do i p ercib irlo por el siguiente instante, la percepción', pero
hasta aquí resulta que no h a y nada pensado concretamen-
te. Necesita todavía la (acuitad cognoscente detenerse un
instante para orientarse en medio de esa vaguedad y com-
— 8o —
plejidad con que se presenta ]a cognoscibilidad del objeto,
por Jo general á la primera percepción; necesita, pues,
especificar, d istin g u ir y tomar uno de los mil aspectos
con que el objeto se le presenta, si es que ha de obtener
aun cuando no sea más que una simple idea del objeto á
que se está aplicando, tanto más si, com o es Jógico, esta
idea ha de ser el concepto ó Mcion in telig ib U del objeto
que se pretende conocer.
He aquí, pues, que este instante de la activad cognos­
cente con rAzón se llama deUrminación\ por consiguiente,
si querem os dar una deñnición de la misma, diremos que
es t i terctr instante d el móntente fim cional de la facultad
cognoscente en e l que es distinguida la manifestaciárt inte-
lig ib li d el objeto cognoscible. L a determinación dase, por
tanto, con Ja atención y percepción, en relación de efecto
á causa.
IIJ.—D iv is ió n d e la d e te rm ln a c ió n .*^ A lg u n o s pen-
sadores dividen la determinación en analitica y sintética,
según que la distinción y expeciñcaclón se haga yen d o de
las partes al todo, ó de la unidad del todo á sus partes.
E sta división no tenemos inconveniente alguno en adoii*
ti Ha, siempre que se entienda que es verificada por U
fuente razón atendiendo á los elementos reales de lo
determinado, es decir, que es hecha subjetivamente con-
form e al modo real en que se puede aclarar y concretar
el objeto del conocimiento.
IV .'^ ^ o n d ic lo n e s d e la d e t e r m in a c ió n .—L a deter*
minación, com o la atención y percepción, tiene sus con*
diciones; pero »en do ella el resultado de atender y perci­
bir, claro es que sus condiciones no pueden ser otras que
Jas mismas de la atención y percepción combinadas. Tan*
to es esto así, que h a y autores que explican la determí*
nación diciendo que es la repetición de actos de atención
y percepción, y en efecto» atendiendo al mismo objeto con
atención adecuada y directa, enérgica y una, y percibiendo
lo atendido de tal modo p o r la fuente adecuada y con
todos los requisitos que exigen los prcceptoe de la per-
cepción> se consigue distinguir y concretar al objeto aten­
dido y percibido, lo cual es Denar el ñn de la determina­
ción.

ARTÍCULO n

L& abstracción.
I.—L a a b s t r a c c ió n c o m o a u x ilia r d e la d e te r ­
m in a c ió n .—L a s cosas se nos presentan por entero cuan­
do á ellas atendemos y las percibimos por primera vez, es
decir, que la cognoscibilidad deS objeto empieza por ha­
cerse presente al sujeto en su unidad vaga é indefinida, y
esto de tal modo, que la prim era percepción, sin que fuese
determinada, no nos serviría para la obra de la ciencia; y
como, por otra parte» nuestro conocer efectivo es limitado
en todos los sentidos que lo consideremos^ resulta que
sólo podemos conocer en un principio por partes, hasta
que conseguimos distinguir, d esenvolver y aclarar la per­
cepción v ag a é indefinida, y luego, sumando y relacio­
nando, aprehender el conocim iento total; de ahí se des­
prende ia razón de que la naturaleza misma de nuestra
facultad cognoscente satisfaga esta necesidad natural, con­
siderando aisladamente lo que se presente unido en lo
cognoscible presente á nuestra mente, esté 6 no separado
«n la realidad, y á este acto por el cual considera la facul*
tad cognoscente aisladamente los elementos de lo cognos*
cible, es á lo que se 2lama aóstracción, acto propio de la
facultad en cuanto se m anifiesta com o entendimiento.
II.—'¿E n q u é c o n s is t e l a a b s t r a c c ió n ? — L a abs­
tracción, segün lo dicho en el párrafo anterior, consiste,
bien en el acto por virtud del cu al el entendimiento
aprehende, y a un hecho de entre varios, y a una propie*
dad de entre varias, prescindiendo siempre de todos los
demás hechos y propiedades; bien, por el contrarío, en el
acto por el cual nuestro entendimiento aprehende sepaca-
damente de sus propiedades y hechos á las su b stan c^ í 6
al ser de las cosas; por donde vem os que realmente no es
la abstracción una facultad cognoscitiva, sino más bien
un acto del cual se vale la inteligencia para regular y
precisar ei conocimiento, no siendo tampoco un conocí*
miento, puesto que por ella no hacemos más que descom>
poner mentalmente la percepción prim itiva con el objete
de operar únicamente sobre el dato que queremos cono«
cer de un modo especial.
E s la abstracción tan natural á nuestro modo de co-
nocer parcial, que, como indica la más ligera observa­
ción, hasta los instrumentos de que se vale nuestra facul­
tad intelectual para conocer el mundo sensible, proporcio­
nan sus datos abstractam ente; asi, la sensibilidad por la
vista no nos da más que el color de los cuerpos, por el
oído el sonido, por el olfato el olor, por el gusto el sabor, y
así sucesivamente hasta el punto de haberse dicho que e l
cuerpo humano es una m áquina de abstraer (l).
Ui.—¿ L a a b s t r a c c ió n s e p a r a y d iv id e lo u n id o ?
— E l acto propio de la abstracción no es separar, ni mucho
menos d ivid ir, las propiedades y hechos abstraídos; lo que
hace la abstracción es considerar aisladamente un hecho,
una propiedad, una substancia ó un ser, prescindiendo de
todo lo dem ás con que se halla unido en la naturaleza» por
cu ya razón consideramos aisladamente atributos que son
una cosa misma con la cosa en quien residen, como prO'
piedades esenciales; por ejemplo, cuando hablamos de la
sim plicidad ó de la u n idad de Dios como si fuesen algo
real distinto del S er inñnito, no hacemos otra cosa que
abstraer.
IV .—D iv isió n d e la a b s t r a c c ió n .—L a abstracción
se da en !a realización de la obra del conocimiento; por
consiguiente, para dividirla de un modo que nos sea útil
al objeto lógico que aquí nos proponemos, atenderemos

?•) LtiOfcigBiere^ <UpkiUs^pkte tur Íes prituip&s de t intelli’


gmce, ll.'PsickpicgU de t «¿y/rafíiV«.—Queymt.
al sujeto, al objeto y ai modo de veriñcar el conoci­
miento.
Fijándonos en el sujeto que abstrae, tenemos que éste
puede abstraer natural ó espontáneamente 6 con delibe*
rado propósito para determinar más y más la percepción
de lo cognoscible de! objeto, ñjando en él toda la \ut inte­
lectual; por eso, en consideración al sujeto y por el modo
con que la origina, dividimos la abstracción en espontánta
y en vo litiva ó re jiija . L a prim era tiene su origen en e!
modo natura! de percibir la facultad cognoscente; la se­
gunda es originada por la determinación libre de nuestra
voluntad de conocer aisladamente cualquiera de los aspec­
tos que nos interesan de un modo especial de lo cognos­
cible de) objeto.
Como quiera que al abstraer podemos ñjarnos bien
en la forma^ prescindiendo de la m ateria á que informa ó
viceversa, bien en una de las propiedades del ser, sin tener
en cuenta ni á éste, ni á las dem ás propiedades; ora, ñnal*
mente, en un concepto universal con respecto á otro que
lo es menos; cabe que en consideración al objeto abstraído
dividamos la abstracción: en abstracción de la ferm a de la
m ateria y abstracción de la m ateria de su fo rm a ^abstrae^
ción de un atributo con respecto d otrcy y abstracción de
conceptos universales con respecto d los conceptos particula­
res; sirvan de ejemplos: primero, la consideración de la
fu erza en sí misma; segundo, la del colcr en la raza; ter­
cero, la de la inm aterialidad en el espíritu, y cuarto, la
de la substancia en el hombre, prescindiendo de si es
viviente 6 orgánica, de si es anim al racional ó mineral.
Por último, atendiendo al modo de realizar el cono­
cimiento, puede dividirse eo sim ple y compuesta^ según
que se investigue por el entendimiento y ante la cognos­
cibilidad vista en una prim era percepción, ó por Ja facul­
tad cognoscente ejercida com o fuente razón ante la con*
sideración de un juicio 6 de varías percepciones, tal y
como ocurre cuando juzgamos de nuestra propia inteli*
gencia, distinguiéndola de la voluntad, puesto que en este
caso consideramos aisladam ente por el entendimiento dos
propiedades, que enlaza por !a operación juicio la fuente
de conocimiento razón.
V .—V e r d a d e r a a b s t r a c c ió n Id g ic a .—L a verdadera
abstracción lógica no consiste, pues, en realizar un análisis
ó anatomU del objeto cognoscible, separándolo en partes
reales y considerando luego una de esas partes; tampoco
consiste, como dice R e y , en un análisis de nuestras ideas
por el cual hagamos perder á éstas una 6 más determ ina­
ciones que las individualizan y contraen á objetos deter*
minados, no; realmente la abstracción lógica» instrumento
au xiliar de ia determinación, es aquel acto del entendi­
miento que, en presencia de lo cognoscible del objeto
atendido y percibido, considera independientemente las
distintas fases del prisma con que en las prim eras percep­
ciones se ha hecho presente á nuestra cognoscibilidad
activ a lo receptible 6 cognoscible del objeto; así, pues, la
condición que debe reunir la abstracción para cumplir su
función lógica, es la de abstraer del objeto atendido y
percibido aquellas fases, cualidades ó propiedades que
m ejor nos lo caractericen y determinen, contribuyendo á
darnos un conocimiento preciso y claro del mismo.

ARTÍCULO III

L « ff« n « r a liz a c ió n .

L —R a z ó n d e l p la n .—L a actividad cognoscente tiende


por medio de la abstracción á ñjar, poniéndolas de relie ve ^
las múltiples apariencias fenoménicas de las percepciones, y
al electo, considera aisladamente el elemento común; pero
como con esto sólo no daría unidad y orden á lo percibido,
que ea la aspiración corf&tante de nuestro espíritu, con lo
abstraído forma un concepto general aplicable por exten-
sióná todos los dem ás seres de naturaleza idéntica ó análoga
al que presenta lo abstraído; de suerte que, según lo que
acabamos de decir» en nuestra actividad cognoscente sigue
á la abstraccidn del entendimiento un acto que tiende á
dar unidad á lo múltiple de (as fases que presentan las
percepciones consideradas individualmente, y á este acto
e s al que llamamos en ñ los o fía generalización] luego lo
principiado á determ inar y aclarar por la abstracción se
termina y com pleta por la generalización; por tanto, el
método más elemental nos exige que exam inem os aqui
esta función de nuestro entendimiento.
II.—N a tu r a le z a d e ia g re n e ra llz a c id n .—L a genera­
lización tiende siempre en la obra del conocimiento huma­
no á dar unidad á lo abstraído ó considerado aisladam ente,
consiguiendo de este modo hacer cada vez más inteligi­
bles las percepciones; así, pues, podemos definirla diciendo
que consiste en aquella propiedad d el entendimiento por
v irtu d de la cual forma^ con los caracteres comunes abstraí­
dos de percepciones anteriores^ un concepto gen eral unita^
rioy aplicable por extensión á todas la s cosas ig u a les 6 se­
mejantes á aque,llas otras de que fu é abstraído.
Supongamos, por vía de ejemplo, que hemos percibido
varias veces los fenómenos de ebullición del agua, y que
al abstraer sólo hemos considerado aisladamente el hecho
de que en todos y cada uno de los casos observados, el
agua en el momento de empezar á h e rvir llega á una tem ­
peratura de cíen grados, y que después, teniendo en cuen­
ta esta igualdad del fenómeno abstraído, lo aplicamos por
extensión á todos los casos en que el agua se pueda en­
contrar á la misma tem peratura de cien grados, diciendo:
e l agua^ siem pre que alcance la tem peratura de cien g ra ­
dos', entrará en ebullición', ¿qué es lo que habremos hecho
en este caso? Generalizar, es decir, extender lo abstraído
en veinte casos, por ejem plo, á todos los casos idénticos ó
análogos.
III.—M o d o s d e r e a liz a r n u e s t r a fa c u lt a d c o g n o s -
-cente la g e n e r a lls a c ld n .—L a generalización la efectúa
de dos modos nuestro entendimiento, espontánea y re fle x i­
vamente\ espontáneamente, cuando sigue loa impulsos de
su natural obrar, tendiendo á encontrar lo uno en medio
de lo múltiple, el orden en la variedad de loe fenómenos
percibidos, y en la aplicación de las ideas á lo experimcn-
tado> pues constituye el conocimiento implícito de nues­
tra inteligencia; de aquí que á menor experiencia exista
m ayor generalización natural en nuestros conocimientos,
y que á m ayor experiencia corresponda menor generali*
zación, puesto que en tal caso sólo se v a generalizando lo
que realmente es general. E l entendimiento también ge­
neraliza reflejamente del mismo modo que abstrae, pero
esto sólo lo hace cuando se propone averiguar las leyes
de producción de los fenómenos que ha percibido con
exactitud. En ambos casos el entendimiento generaliza del
mismo modo, y p<ir tanto la función generalizadora es de
la misma naturaleza y tal cual la hemos explicado en e\
párrafo anterior.
IV .—M a te r ia d e la g e n e r a liz a c ió n .—La generaliza^
ción no constituye por sí sola conocimientos, sino que pone
orden, peso y medida en el m aterial y a percibido por la
fuente experiencia ó por lo hecbo presente á nuestra fa*
cuitad cognoscente en el orden ideal, agrupando lo múl­
tiple é individual en lo homogéneo, yendo de lo inferior
á lo superior, aumentando de este modo la cantidad de
Questros conocimientos, ó sea su extensión, ai mismo
tiempo que disminuye su comprensión ó caracteres indi*
viduales, y>)os coloca en grupos especíñcos y genéricos»
que forman una jerarquía ideal iluminada con facilidad
por la luz intelectual.
L a materia, pues, de la generalización la constituyen
las percepciones experim entales y racionales. H e aquí por
qué hemos considerado á la generalización, del mismo
modo que á la abstracción, de instrumento poderoso del
instante directriz determinación.
V .—V a lo r ló g ic o d e la g e n e r a liz a c ió n .—L a genera­
lización como acto regulativo del entendimiento tiene un
papel que cumplir, de no excasa importancia^ en la deter­
minación de las percepciones de nuestra facultad cognos»
cente, pues es la que las ordena unificándolas; y como
de esta determinación 6 distinción de lo conocido depen­
den la claridad de los conceptos» el poder llev a r á efecto
con exactitud la com paración del juicio y luego razonar
con seguridad de acierto hasta llegar á dem ostrar y cons>
tituir el conocimiento científico, se com prende cuán im­
portante es que al aplicarla la sujetemos á la única con­
dición que ie puede servir de norma y que se formula:
No gencralisar sin oítíes haber atendido y percibido^ cum-
pliendo la s leyes de la atención y percepción.

CAPÍTULO V

El c o n c e p to .

1.— E tim o lo g ía d e la p a la b r a c o n c e p t o .—»El con­


cepto es la primera de las operaciones de la facultad cog*
noscentc con relación al tiempo. L a palabra concepto se
deriva de las latinas cum y capio^ tomar con, en sentido
muy semejante al de la palabra percepción. E n realidad de
verdad, en la operación concepto la actividad cognos­
cente toma virtualm ente y en unidad ia noción intelec­
tual de lo cognoscible del objeto presente ante ella.
He aquí por qué decimos nosotros que no es lo mismo
formar el concepto de una cosa que deñnir la tal cosa,
puesto que el concepto, como resultado de haber atendido,
percibido y determ inado el objeto cognoscible, no nos da
más que la vista en unidad de tal objeto, pero nada m ás;
mientras que toda definición supone por lo menos un jui­
cio, si no es un raciocinio, como acontece la m ayor parte
de las veces.
£ l concepto, com o primera operación de la actividad
cognoscitiva, es un conociiaiento total y conglobado de)
objeto que manlñesta espontánea ó reñejamentc ante núes-
tra mente la existencia del mismo objeto; de suerte,* qvie
el concepto responde propiamente á ese sentido en que
tomamos generalmente la noción de una cosa^ pues sabido
es que se entiende por tal> la ligera idea que nos formamos
de las cosas> ia idea que queda de las cosas al aprenderlas
sin detenido examen nuestra facultad cognoscente, es
decir» un conocimiento elemental é im perfecto de lo oog*
noscible de Sos objetos.
II.•^ D e n o m in a c io n e s q u e s e h a n d a d o á lo s c o n ­
c e p t o s .- '£ ( concepto ha sido denominado de m uy dife*
rentes maneras, según los significados que se le han atri­
buido, el origen de que se le ha derivado y la misión
que se ha dicbo que cumple en la obra del conocimiento;
asi» vem os se le llama noción^ cognición, intuición, repre-
sentación, idea^ concepción, aprehensión cognoscitiva, ele­
mento prim ero d el ju ic io y m ateria próxim a d e l ju ic io y
término del pensamiento, nombres que expresan con acierto
el hecho de que el concepto es, en realidad, el primer ele*
mentó que debe tener en cuenta (a crítica para juzgar de
la verdad de nuestros conocimientos y no, com o añrma el
ilustre ñlósofo K an t, el juicio; puesto que si el juicio, se*
gún dice precisamente el mismo ñlósoío alemán, es d a
operación en virtud de la cual percibimos y añrmamos
una relación entre dos términos>, claro está que lo pri*
mero que tenemos que conocer para hacer U tal añrma*
ción, son los dos términos ó conceptos que entran en Ja
relación del juicio. He aquí, pues, la razón del gran valor
que la L ó g ica da i la operación concepto y la necesidad
de que lo exam ine en este lugar.
III.—D e fin ic ió n d e l c o n c e p t o .—Teniendo en cuenta
la doctrina expuesta en los dos párrafos anteriores, ya
podemos contestarnos á la pregunta que desde Juego se
formula nuestro pensamiento. ¿Qué debemos entender por
concepto? A qu ella prim era operación de la actividad cog'
noscenie por la cual aprehende la cognoscibilidad del
Jeto presente ante e lla en unidad.
- 89 - i
%
IV.—B d se d d e c la s ific a c ió n d e l o s c o n c e p t o s .—
La clasifìcación de los conceptoe es fácil realizarla con ‘
exactitud, sí atendemos i. los elementos que nos da el
análisis reflejo de lo que es estd operación de nuestra a c ­
tividad cognoscente, y como al exam inar nuestra razón el
concepto, encuentra que en é! entran de una parte el su*
jeto que aprehende la cognoscibilidad del objeto, de otra
un objeto que se hace presente com o cognoscible recep­
tivo y , finalmente, un modo de representación formado
por el cognoscente en vísta de lo cognoscible dcl objeto,
debemos adoptar las siguientes bases: el objeto del
mismo concepto; 2.*, el sujeto, y 3.*, su modo de represen­
tación.
V .—C la s ifíc a o tó n d e lo s c o n c e p t o s t o m a n d o c o - 1
m o b a s e e l o b je to d e lo s m ism o s.--H a b la n d o d e l ob- 4
jeto del conocimiento, digim os que podía serlo toda reali* «
dad Ó el ser; pero el ser presenta á Ja inteligencia tres '
fases Ó aspectos cognoscibles principales, ó se presenta
como tal ser con sus propiedades es^enciales, ó realizándo* \
se en hechos y siendo modificado por fenómenos, y a ha*
ciendo presente la relación entre esos hechos y fenóme­
nos con el ser mismo de que son manifestación ó que los
causa; de aquí que los conceptos los podamos clasificar
desde luego en fenoménicos^ si nos dan el conocimiento de
los hechos, en esenciales 6 nouménicos si nos hacen pre­
sente la esencia ó ser de las cosas, y en nomológicos si
nos hacen presentes las leyes de producción de los hechos,
como se ve en los siguientes ejemplos: am argo, racional^
justo.
J.os krausistas también han clasiñcadc los conceptos
atendiendo al objeto en conceptos de str^ com o m ineral, ^
planta, hombre. D ios; de esencia, como material, espiri­
tual y racional, y á tfo rm a , como m ayor, menor, cuadra- ^
do, plano, redondo, puesto que podemos considerar en el \
elemento objetivo de los conceptos su ser, su esencia y su ■
forma\ ahora bien, como no se da en la realidad un ser sin

%
esencia, ni una esencia sin su form a respectiva, 6ino unU
das é indivisas en la com plejidad del ser real actual, de
ahí que también se combinen entre sí estos conceptos y
se puedan distinguir nuevas clases, como cuando decimos
H buíno de Antoniot en donde tenemos un concepto com*
piejo de esfncia, ser y form a y )a última expresada por el
modo de ser Antonio y la esencia por la palabra bueno,
V I.—C ta d in c a c ló n d e l o s c o n c e p t o s t o m a n d o p o r
b a s e e l s u je to .—Atendiendo al sujeto, podemos clasiñ-
c a r los conceptos de dos maneras; 6 bien teniendo en
cuenta la fuente de conocimiento que interviene en su for­
mación subjetiva» 6 bien atendiendo á su modo directo ó
indirecto de adquirirlos.
En consideración á la fuente de conocimiento^ se clasí-
ñcan: en experim tntaleSy si los adquirimos por medio de la
experiencia, com o los conceptos de lo atnargOy\o durOy lo
sonoro y lo suave de las cosas; en raciona/es^ si los obte­
nemos mediante la fuente denominada razón, com o los
conceptos de unidad, sim plicidad y substantividad de las
cosas; y en intelectualesy si nos servim os para su consecu«*
ción de ia fuente llamada entendimiento^ tal com o suce*
de con los conceptos de blancttra, ju s tic ia y bondad.
Desde el punto de vista de su modo directo Ó indirec>
to de adquisición, se clasifican loa conceptos que podemos
form ar de ias cosas en doa grupos: conceptos inm ediatos
y conceptos mediatos. L o s conceptos se llaman inmediatos
6 intuitivos cuando el objeto del conocimiento se une él
mismo á la facultad cognoscente» ó al menos tiene tal cla­
ridad su cognoscibilidad, que engendra en la inteligencia
la manifestación representativa de lo que él es; así vemos
sucede con el concepto de ser. Tom an ul nombre de con­
ceptos mediatos aquellos que son adquiridos por nuestra
inteligencia mediante el conocimiento de otros conceptos:
tal sucede con el concepto de substancia^ por ejemplo.
L o s conceptos mediatos se pueden clasificar á su vez en
propios ó idénticos y analógicos; son propios aquellos que
adquirimos mediante otros conceptos de igual naturaleza
que los que conseguimos, y analógicos cuando entre los
que adquirimos y los que nos sirven de medio sólo exis*
ten ciertas semejanzas, pero nunca la identidad.
VII.—C la s if ic a c ió n d a lo s c o n c e p t o s to m a n d o
p o r b a s e el m o d o d e r e p r e s e n t a c ió n ,—S í atendemos
al modo de representación de los conceptos, notamos que
podemos distinguir una clasiñcacíón referente á la can ti-
dad y otra referente á la cualidad.
En consideración á la cantidad que representan los
conceptos, los clasiñca mos en trascendm tales, aisolutos.
relativos, generales é individuales.
Damos el nombre de conceptos trascendentales á todos
aquellos que representan las cosas por ciertos caracte*
res que pertenecen á todos los seres de la naturaleza, sin
excepción alguna, siendo su contenido simple y su exten­
sión tan dilatada, que pasa tod as las categorías y repre­
senta todo lo que es^ com o el concepto de la verdad me>
tafisica, que se identiñca con el ser mismo de las cosas.
Damos la denominación de conceptos absolutos á los que
nos dan la idea de una cosa exclusiva y única sin referen­
cia á ninguna otra cosa com o dependiente ó subordinada
á ella; tal es, por ejemplo, el concepto de Dios, el abs­
tracto de belleza, etc. Llam am os conceptos generales á
todos aquellos que expresan notas ó caracteres referentes
en común i las diferentes especies de un género ó á los
individuos de una misma especie, tomando en el primer
supuesto el nombre particular de conceptos genéricas y
en el segundo el de específicos^ caliñcándoios en ambos
casos con el de universales', así, por ejemplo» el concepto
viviente es general y genérico; general^ porque expresa la
cualidad de la vida común á géneros, especies éíadivíduos;
genérico^ porque es un género respecto á sus inferiores,
animales, plantas y á cuantas especies de seres vivo s se
puedan distinguir; el concepto racional^ por su parte, es
especiñco porque sólo se puede predicar con verdad de
sus ínfenores los individuos. Por último, consideramos
como in dividuales todos aquellos conceptos que nos re­
presentan Á las cosas con todas las determinaciones y
concretaciones que nos dan á conocer exclusivam ente al
supuesto 6 uno numéricamente considerado; por ejemplo,
Antonio, el caballo lucero, etc.
E n consideración á la cualidad del m odo de represen­
tación, cabe clasificar los conceptos en concretos y abS“
tractos, en propios é impropios^ en adecuados é im decuadcs
y en positivos y negativos.
•Los conceptos concretos representan una nota con«
cebída en unión im plícita con el sujeto á que pertenece,
por ejemplo, el concepto de lo sonrosada de un rostro. Los
conceptos abstractos, por el contrario, hacen presente á
la facultad cognoscente una nota cualquiera indepen­
dientemente del sujeto Ó sujcttos á que pertenece, como
cuando decimos: E l sabor^ el arom a y el color son acci-
dentes.
L o s conceptos son propios cuando las notas con que
representan á las cosas pertenecen realmente á las mismas
cosas representadas, haciéndolas presentes al cognoscente
tales y como ellas son, por lo cual estos conceptos también
se llaman adecuados. Son impropios 6 analógicos los con*
ceptos, cuando en lugar de darnos á conocer el objeto que
representan, con arreglo á las notas que le convienen
realmente, nos lo hacen presente de una m anera defec*
tuosa, valiéndose de caracteres semejantes 6 análogos á los
que él posee en la realidad, por cuya raz6n se llaman
también estos conceptos inadecuados. L o s conceptos
tivos representan en nuestra inteligencia á sú objeto por
medio de notas que en realidad le pertenecen de un modo
maniíiesto, tal como se v e en los conceptos la /us, la vida.
L o s conceptos negativos, á la inversa de los anteriores,
son Sos que dan á conocer el objeto por la eliminación de
las notas que le faltan 6 que exclu ye; así, por ejemplo, v e­
mos acontece en los conceptos de fr ió , tinieblas, muerte y
T-.'I Iifiv

— 93 —
no-ser, que son la neg&ción del caior, de la de la vida
y del ser.
He aquí la clasiñcación fundamental que puede hacerse
de los conceptos teniendo en cuenta los elementos ñlosÓ-
ñco8 de ]os mismos; pero todavía cabe descender al deta-
lie en esta clasificación, sin más que ír combinando las
bases mencionadas y cada uno de los grupos á que hemos
llegado al exponer la clasiñcación con arreglo á cada una
de las bases; mas esto y a no tiene interés alguno para !a
Lógica fundamental, y por consiguiente, sólo en los casos
particulares en que interese debe hacerse.
VIH.—D e p e n d e n c ia y d e te r m in a c ió n d e lo s oon~
c a p t o s .—Los conceptos son referibles unos i otros, dado
que los relativos á una misma categoría forman en su con ­
junto una especie de escala graduada en la cual puede
verse la derivación de los unos respecto de los otros, Sin
em bargo, no son recíprocos ni es indeñnida su derivación;
antes al contrario, podemos llegar á un concepto el cual
no sea derivado de otro, tal como el de ser. A si, cuando
un concepto lo queremos explicar por otro referente á la
misma cosa, se dice que cometemos una petición de prin*
cipio, y realm ente no conseguimos la explicación que
pretendíamos.
Siendo cierto que unos conceptos se derivan de otros,
tendremos necesidad de llegar á conceptos prim eros que
no sean explicados por otros, si es que pretendemos ex*
plicar los efectos por sus verdaderas causas y llegar á la
posesión de la verdadera ciencia en todas sus manifesta*
ciones. A hora bien; ^existe un medio para determ inar cuá­
les sean los conceptos prim eros y poderlos enunciar? S í,
porque para formar un juicio necesitam os dos conceptos,
para un raciocinio tres, cu yo tercero enlaza á los dos que
contiene el juicio, y m uy bien los tres conceptos del racio ­
cinio pueden reducirse á dos, elevándonos de lo menos
«xtenso á lo más extenso; así, en el grado más bajo de ia
escala encontramos !a substancia individual, que no se
m r-

enuncia 6 dice de ningún sujeto anterior, y sobre la cual


todos los predicad os vienen á reposar; inmediatamente
por encim a está la especú que se dice de los individuos;
por encim a de la especie encontram os todavía el géntre
que se dice de las especies, y en los mismos géneros pode­
mos distinguir varios, de los cuales unos son próxim os 6
inmediatos á las especies, otros interm tdiarios 6 subal­
ternos dependientes de otros más generales» llamados
géneros supremos, que son conceptos generalísimos de
los cuales se derivan los demás. Supongamos, por ejem­
plo, que tenemos Sos conceptos espiritu y m ateria, si­
guiendo el procedimiento de elevarnos de lo menos ex­
tenso 6 lo más extenso; podríamos reducirlos á un solo
concepto más extenso que ellos y encontraríamos la rea li­
dad. Efectivam ente, dentro del concepto de realidad está
comprendido cuanto existe, pero aun este mismo concep­
to tan extenso puede reducirse á otro más extenso, cual
es el concepto de ser^ que no sólo se refíere á cuanto
existe actualm ente, sino también á cuanto pueda existir»
por lo cual decimos que es el concepto más extenso y el
primero de lodos, necesario é indispensable para pensar y
hablar. Decim os que es el prim ero de todos» no porque
reflejamente sea el primero que adquiere nuestra facultad
intelectual» no, sino porque en el orden lógico ó del co*
nocimiento se tiene que presuponer este concepto en todo
pensamiento» dado que es el más universal de todos, y no
hay realidad alguna ni puede haberla sín que de ella se
pueda decir de algún modo el concepto ser.
IX __ L a c o m p r e n s ió n y la e x te n s ió n e n io s c o n ­
c e p to s» —L a palabra comprensión tomada en un sentido
general quiere decir la acción y efecto de comprender, pero
reñriéndola á los conceptos ó ideas que nuestra mente
forma de la cognoscibilidad de las cosas» signiñea el nú*
mero de caracteres que los connotan, ó el número de ca­
racteres con que nos da un concepto el conocimiento del
objeto á que se reñere; así, por ejemplo» sea la idea abi-
— 95 —
tracta hombre, sí exam inam os to que esta idea representa
encontraremos en ella diferentes caradores 6 netas obte­
nidas por abstracción y generalización de los individuos
humanos que hemos percibido en la vida real; pues bien,
esas notas que comprende y que lo distinguen, es lo que
se llama comprensión de esta idea 6 concepto.
L a palabra extensión generalmente la tomamos en el
sentido de la propiedad que tienen los cuerpos de tener
unas partes fuera de otras y de ocupar en consecuencia
un iugar m ayor ó menor; pero aplicada á los conceptos,
quiere decir el número de individuos á que pueden apli­
carse, de que pueden predicarse con verd ad ; de modo que,
según este signiñcado, ia e:^tcnsión de (os conceptos e x ­
presa la denotación de los mismos ( l) ; así el concepto
hombre es aplicable á todos los aeres individuales presen­
tes, pasados y futuros de naturaleza animal racional, y
por consiguiente es un todo lógico que se halla y puede
hallarse realizado, que se extiende y puede extenderse Á
toda clase de individuos que tengan naturaleza humana
como individuos 6 supuestos personales.
£ 1 concepto es, pues, más 6 menos comprensivo, según
encierre m ayor 6 menor número de notas cualitativas que
den á conocer el objeto a l cuál representa en la inteligen­
cia; y el concepto es más ó menos extenso según se apU«
que ó pueda aplicarse á un número más ó menos considc'
rabie de seres; de suerte que la comprensión y la extensión
de los conceptos com paradas entre si, se dan en relación
inversa, puesto que se com prende á prim era vista que á
medida que aumente el número de notas connotantes Ó
características de un concepto, ha de disminuir el número
de seres que reúna tales cualidades, asi com o también es
evidente que á medida que aumente la denotación 6«núme-
ro de individuos á que podamos hacer aplicación de un
concepto, es porque habrá disminuido su comprensión ó

( i) D e D O ta r « t la d ic a r , a n a o c ia r ,
'1

— 96 —

número de cualidades que se exigen para incluir las cosas


en tal categoría.
En el siguiente ejemplo se v e perfectam ente la relación
inversa que existe entre la comprensión y extensión de un
concepto.

lisiB ii h «itu»¡ú ... S E R ... íiim u 4e «»^tuiíi.


Concepto el más extenso de todos y el menos com­
prensivo, porque no hay cosa de quien no se pueda pre­
dicar de algún modo y no tiene más que un carácter«

S ü B S 'l 'A N a A

Concepto menos extenso y más comprensivo que el


anterior, puesto que sólo se puede aplicar á los seres que
subsistan en sí como en su sujeto y tiene, además del de
í^ ^ e l carácter de existir en sí.

V IV IE N T E

Concepto aún menos extenso y mucho más compren-


sivo que los anteriores, pues no se puede predicar de más
seres que de los que tienen vida y> en cambio, el número
de caracteres se ha aumentado con todos los que se exi­
gen para que una substancia sea viviente.

A N IM A L
Concepto menos extenso que el anterior, no pudiendo
predicarse y a más que de los seres animados, y en cambio
se ha hecho mucho más com prensivo con los caracteres
que se exigen para que una cosa se pueda llam ar animal.

HONÍBRE
Concepto menos extenso, aplicable sólo á lo s seres ra­
cionales, y aumentada su comprensión con el carácter
esencial que se exige para que una cosa sea hombre.
liiiiii it eiteum ... A N T O N IO ... l i i i i i i it («i|»re»iii.
Concepto ef menos extenso porque &ó2o puede predi­
carse de un ser numéricamente considerado, y el más com­
prensivo de todos porque reúne el máxímun de notas
connotantes que puede encerrar un concepto.
X .—C o m p a r a c ió n d e l o s c o n c e p t o s b a jo l a r e ­
la ció n d e s u c o m p r e n s ió n .—Atendiendo á la compren­
sión de dos conceptos, éstos pueden ser idénticos ó divtrs&s;
dos ó más conceptos son idénticos cuando tienen el mismo
contenido ó connotación, como vemos sucede con los con­
ceptos hombrey anim al racional y ser immano\ y dos ó
más conceptos son diversos, si tienen diferente connota-
ció ó un número distinto de caracteres, como acontece
con los conceptos hombre, an im al y planUt.
L o s conceptos diversos pueden ser á su vez compati­
bles é incompatibles entre sí, según sean sus notas compa­
tibles ó excluyentes; así los conceptos de líquido y de
dulce^ no obstante tener sus notas diferentes, son, sin
embargo, compatibles, porque cabe que un liq u id o sea
dulce, puesto que las notas de ío líquido y de lo dulce no
se excluyen; pero no sucede asi con los conceptos de
liquido y gasecsOy que tienen notas excluyentes ú opues-
y por consiguiente son incompatibles.
La incompatibilidad ú oposición entre los conceptos
puede producirse de cuatro m aneras, á saber: por contra­
diccióny por privación y por contrariedad y por relativida d
entre ellos.
La oposición contradictoria de los conceptos es, en
realidad de v*erdad, la única incompatibilidad radical de las
cuatro clases que hemos distinguido, puesto que en ella los
dos términos de la contradicción, para que s6a tal, no han
de tener nada común entre si, el uno es el ser^ el otro es
la nada, el uno la luz y e) otro las tinieblas; por consi­
guiente, sólo se puede decir que dos conceptos son contra*
dictoríns cuando el uno es precisamente la negación del
_ 7
r ^
c
otro» como pasa con los conceptos just& y no justo, m oral
y no m oral, ser y no ser.
L a privación consiste en la carencia de una perfección
que corresponde á un sujeto según su naturaleza ( l) ; as(,
por ejem plo, la sordo-mudez en el hombre. N o es> por
tanto> la privacidn sinónima de negación ó ausencia de
una propiedad de un ser á quien no le corresponde por su
naturaleza; en la idea de privación se sobreentiende la po-
sición ó estado de un sujeto hecho para tener aquello de
que se díce que se halla privado', en consecuencia, entre la
posesión de una perfección por un sujeto de naturaleza
adecuada y la privación de esta misma perfección, existe
una oposición p riva tiva .
E n ia oposición por contrariedad los conceptos con ­
trarios pertenecen á un género común y forman los dos
puntos extrem os de una serie de elementos reunidos bajo
un mismo género. Supongam os, por ejemplo, que dispo­
nemos mentalmente todos los grados de temperatura en
una serie, la escala dcl termómetro; pues bien, en esa
serie el frío y el calor son los dos extrem os contrarios.
He aqui por qué decimos que existe oposición contraria
entre cosas que no pueden coexistir en un mismo sujeto,
tal como la salad y la enfermedad, la bondad y la
maldad.
P o r último, cuando entre dos conceptos h a y cierta
contraposición ó aproximamíento, se verifica el cuarto
modo de la oposición llamada oposición de correlación,
que es la forma más m itigada de la incompatibilidad entre
los conceptos diversos; sírvanos de ejemplo la relación
entre los conceptos de p a d re é hijo y la de cognoscente y
cogHùsciâle.
X I.—V a lo r ló g ic o d e lo s c o n c e p t o s .—Desde el
punto de vista lógico, el concepto resulta que es un ele­
mento del juicio con el carácter particular de desempeñar

(1 ) V é ftse o o e s t r a M ftú p tU c , 3 .* e d ic ió n , to m o I , p á g . ) 6 l .
* €0 Us proposiciones que expresan á los juicios las fun­
ciones de sujeto y de predicado, puesto que el objeto pen­
sado que se enuncia de otro objeto y el objeto pensado
del cual se enuncia 6 dice el primero> son los dos concep­
tos que entran en el juicio.
E l concepto, que es vago é indeñnído en cuanto á los
límites de su comprensibilidad objetiva y universal en
cuanto á su subjetividad 6 modo de ser en la inteligencia
que lo forma, no es ni puede ser considerádo aisladamente
como verdadero 6 com o falso, dado qtte el sujeto cognos*
cente, al mismo tiempo que ha formado el concepto, no
ha podido compararlo con lo realidad que representa en
nuestra mente, y , por consiguiente, ver si conforma 6 no
con la realidad conocida, lo cual se consigue obtener
cuando se realiza la operación juicio, puesto que sólo en­
tonces e) sujeto cognoscente puede ver en relación la ma­
nifestación presente al espíritu y la cognoscibilidad del
objeto hecha presente, y comparando decir si existe con­
formidad ó no, y en consecuencia, sí hay verdad ó false­
dad en lo aprehendido ó conocido.
Así, pues, si bien es verdad que el concepto en si
mismo y como manifestación en unidad del objeto cog­
noscible, no se puede decir ni verdadero ni falso, como
elemento del juicio y por las funciones que desempeña
en las proposiciones, que son la expresión del juicio, po­
demos afirm ar que es el antecedente lógico y necesario del
juicio, puesto que sin que se entiendan y aprehendan los
términos que ha de enlazar el'juicio, éste es imposible, y
como sin juicio y sin raciocinio sería imposible no sólo ia
ciencia sino también sabernos como seres cognoscentes,
he aquí cuán grande es para ia Lógica el valor de los con­
ceptos y cuánto le importa el estudio de su naturaleza.
... lo o —

C A P ÍT U L O V I

La»

1.- - R a z ó n d e l p ia n .» H e m o s dicho que los conceptos


eran la m ateria prim era del juicio; por lo tanto, sirven de
base á todo argum ento y le preceden, pues entender los
términos es cosa naturalmente anterior á su unión me*
diante los juicios y los raciocinios, que son los que cons-
titu yen lo expresado por los argumentos, de otro modo
no podríamos saber nunca lo que se une; ahora bien, ¿cuál
es el contenido de los conceptos^ L o s conceptos nos ha­
cen presentes á las substancias de la naturaleza en rela­
ción con las diversas determinaciones que nosotros las
atribuim os, por habérnoslas presentado así lo cognosci­
ble de las mismas, ai hacerse presente á la inteligencia
medíante la relación cognoscitiva.
E l estudio de los conceptos desde el punto de vísta
de su contenido da origen á una primera cuestión llamada
de las caUgorias\ así como el estudio de la relación entre
los d o s ‘ términos del juicio, da origen á dos cuestiones
contenidas en las siguientes preguntas: ¿Dt qué naturale­
za es ia relación entre los dos términos? ^Cómo el atributo
es predicable del sujeto? l i e aquí, pues, la razón de que
desenvolvam os en este lugar las cuestiones lógicas de Us
categorías y de los predicables Ó categorem as. L a prime­
ra cuestión la subdividimos, para su mejor estudio y más
fácil comprensión, en dos artículos; en el prim ero exami­
namos las categorías en general, determinando todo lo
concerniente á su naturaleza y número; en el segundo las
analizamos una por una, ñjando todo lo concerniente á la
naturaleza peculiar de cada una de ellas y su valor lógico.
— lOI —

ARTÍCCTLO I

Las cat«8t>na8 «n Benoral.

[.- - E tim o lo g ía d e la p a la b r a c a t e g o r ía .—La pala­


bra categoría procede de la griega kategoria (i;
que signiñca literalmente acusación^ pero desde tiempos de
Aristóteles se emplea en Lógica en el sentido de a tribu '
ftáfi 6 fredicanunto.
En efecto, la naturaleza de un sujeto, al ser analizada
por la facultad cognoscente, es susceptible de acusaeiones,
^ decir, de que se diga de ella lo que es Ó contiene, (o
cual, en sum a, no es otra cosa que atribuirle 6 predicarle
lo que es; y como á todo sujeto son atribuibles v arias de*
terminaciones deducidas del análisis de su propia natura*
leza, y estas determ inaciones no son más que las notas
que se pueden d ecir del sujeto, ó, sí se quiere, otras tan­
tas acusaciones que del sujeto pueden hacerse, de ahí que
á los conceptos que expresan estas determinaciones Ies
demos el nombre de categorías.
II.—¿ Q u é d e b e e n t e n d e r s e p o r c a t e g o r í a s ? —Co­
nocerla verdad de un conocim iento es juzgar si el concep­
to formado por nuestra facultad conviene con la realidad
<le lo conocido, cu ya principal y completa expresión es
dar la defínición esencial ó real del objeto, pero la defíni*
ción de una cosa se obtiene por vía de descomposición ó
análisis m ental de la misma cosa, el cual verifica la razón
descomponiendo el objeto definido y refiriéndole en segui­
da como i su sujeto, bajo la fo rm a de acusación 6 atribu ­
ción, los elem entos que resultan de la descompoMCión de
su contenido. A h ora bien; como esas realidades conteni­
das en el objeto cognoscible son el material del que la
actividad cognoscente form a nociones generales abstrae*
tas, atribuibles á los determinados sujetos que tienen idén­
tica 6 en algún modo semejante naturaleza, resulta que en
realidad podemos definir las categorías diciendo que son
¿OS conceptos universales de la s cosas guiy como géturos
supremos y se pueden p red ic a r de a lg ú n sujeto.
Cada categoría es, pues, una idea general que contiene
bajo ella varias ideas relacionadas con ella, pero meno$^
generales, las cuales forman una serie <5colección ordena*
da bajo la primera, que es la categoría predicable del &u>
jeto ; tal vem os sucede en el siguiente ejemplo de la cate­
goría substa ncid.

SUBSTANCIA

m aterial. CUERPO . inm aterial


(Gènere n M tc r a e ),

anim ado. V IV IE N TE . . , . inanim ado


(DlferfB«}«). (G^MrOaBb4lKrmo). (DÍ(Vr«»<k .

sensible ANIMAL insensible


(DifcrCDcU). (Oímto sab«U«fao). (DiírKiKÍá).

racional HOMBRE irracional


( D ifc s M c U ) . <E»^Í«>.

ANTONIO

lll.-* 8 e n tld o s en q u d p u e d e n t o m a r s e l a s c a t e -
g o r í a s .—En el fondo las categorías no son otra cosa que
conceptos representantes de lo cognoscible de las variar
clases de seres 6 realidades que constituyen el mundo
ñnlto tomado en su más amplía signíñcación; por coosc*
cuencla, las categorías son conceptos que corresponden á
divisiones del ser real actual fínito, existiendo en todas las
categorías algo en que convienen y algo en que se dife­
rencian; convienen entre sí porque toda categoría es con­
cepto de alguna realidad existente fuera de nuestra mente,
de un algo ó cosa; se diferencian porque, al mismo tiempo
que son lo anterior^ toda categoría signiñca y representa
un ptodo de s€T especial. L a cantidad y cualidad» por ejem­
plo» convienen en que son conceptos de realidades exis­
tentes actualmente en las cosas, pero se diferencian en
que expresan modos de ser m uy distintos.
L a s categorías» por tanto, pueden tom arse en dos sen­
tidos, que conforman perfectam ente con Jo dicho; así» 6
bien se entiende por tal el género supremo de una clase de­
terminada de conceptos, 6 bien la serle de géneros y es*
pecies que se contienen y colocan bajo un género supremo.
E l primer sentido coincide con la definición que hemos
dado de las mismas; el segundo conforma con la defini«
ción que daban los escolásticos cuando decían que cate­
gorías eran series de generas y especies contenidas bajo un
género supremo.
IV .•^ F u n d a m e n to d e la e c a t e g o r í a s .^ L a s catego­
rías, según la definición que de las mismas hemos adoptado,
entrañan unidad y multiplicidad, puesto que forman un
compuesto ordenado y sistematizado» en el cual» cada c a ­
tegoría incluye y representa un modo especial de ser» esto
es» una determinación del ser común» tom ado en su más
general abstracción, objeto de ia Metafísica general; por
consiguiente, el principio de las categorías no puede ser
otro que el ser metafísico» pues las categorías no pueden
ser otra cosa que conceptos genéricos de las determ ina­
ciones del ser tomado en toda su extensión. L a s categorías
no son, por tanto» meras nociones intelectuales sin funda-
monto niguno en la realidad, sino conceptos universales
que expresan determinaciones del ser que tiene su exis*
tencia fuera de la mente que tales conceptos forma en
vista de la realidad del ser hecha presente en la relación
cognoscitiva.
K an t y Rostnini, si bien derivan las categorías del ser^
lo hacen en cuanto éste sirve para expresar las formas
generales del juicio y las relaciones posibles del predicado
con el sujeto; es decir, que estos autores derivan las cate*
gorías del ser que verifica y expresa las formas del juicio
y las relaciones posibles entre sujeto y predicado, que es
un ser de razón, mas no del ser real, com o hemos dicho y
probado nosotros. H egel también admite com o principio
de las catagorías el ser; pero como este filósofo ídentifíca
el ser y la idea de nuestra mente, resulta que para Hegel,
el verdadero fundamento de las categorías es la idea-ser,
que es al mismo tiempo realidad é idealidad, objeto y su*
jeto* ser y no ser. Gioberti dice que D io se s el fundamento
y principio de las categorías, siendo £ l la primera de ellas,
puesto que PA es el que crea fuera de sí á las categorías
segundas. P ara Aristóteles, San A gustín, A lb erto Magno,
San to Tom ás y la m ayor p arte de la escolástica, el i$er que
sirve de fundamento y principio de las categorías es el ser
real, el ser que se realiza y actúa en (as cosas fìnitas.
V .—C a r á c t e r c o n q u e e s tu d ia l a L ó g ic a l a s c a t e ­
g o r ía s .—S i las categorías no son en su fondo más que
conceptos de las varias clases de seres que constituyen el
mundo ñnito, según hemos manifestado oportunamente,
parece lo natural que fuesen estudiadas por la M etafísica,
mas no por la Lógica; y en efecto, la M etafísica discute
las categorías en su realidad objetiva, esto es, las exam ina
p or parte de su esencia, atributos, propiedades y relacio­
nes, mas según son en las cosas y según las ofrece la natu­
raleza misma del ser.
A hora bien; si tenemos en cuenta que aquí estudiamos
la Lógica fundamental y que las clases de seres á que se
reíieren las categorías son los objetos que dan ocasión á
que la actividad cognoscente forme los conceptos, (os jui­
cios y raciocinios por medio de los cuales el hombre llega
á conocer con verdad y certeza, y por consiguiente á
construir la ciencia, no debe extrañarnos que aquí se estu­
dien las categorías, mas no al modo con que lo hace la
Metailsica, considerando el ser segün se da en las cosas,
sino considerando ese mismo ser de las cosas según es
aprehendido por nuestra facultad cognoscente, esto es, aquí
estudiaremos las categorías com o nociones generales y
abstractas formadas por nuestra inteligencia y sujetas á
una determinada clasificación que nos da el m aterial p ró ­
ximo para lo8 juicios y el rem oto para los raciocinios.
V I.—In v e s tig a c ió n d e c u á le s s e a n i a s c a t e g o r ía s .
—Todo lo que es susceptible de ser pensado por nuestra
actividad cognoscente, lo es á título de sujete 6 de a tri-
(míe, por tanto podem os decir que el sujeto y el atributo
forman dos conceptos que abrazan dos grandes clases 6
categorías que representan todos los objetos del pensa­
miento, por c u y a razón decimos que estas son las dos
primeras categorías.
En efecto, en el pensamiento humano cabe distinguir
dos conceptos fundamentales: el uno representa aquello á
que conviene Ío que se dice de las cosas, el atributo, y es
el sujeto; el otro es el atributo mismo ó lo que se dice de
las cosas. E n el mismo A ristóteles vemos que un sujeto,
en cuanto es susceptible de atribuciones, y un atributo,
en cuanto puede decirse de un sujeto, se llaman cate­
gorías.
E l sujeto puede ser, y a una cosa individual, y a una
cosa concebida como realizable en una multitud indeñni-
da de tipos individuales; pero la cosa individual no puede
ser más que sujeto, porque lo que es individual es porque
subsiste en sí como en su sujeto y , por consiguiente, no
necesita estar adherido & otro, y lo que no necesita estar
adherido á otro se llama substancia; he aquí, pues, la
razón de que se le llame substancia in divid u al, en cambio
lo concebido como universal,especie 6 género, puede ser:
6 sujeto 6 atributo, y por esU razón se le lUm a sítbstan-
fia abstracta 6 universal. L a substancia individual se Dama
también substancia prim era y la substancia abstracta ó
universal es llamada substancia segunda.
Los atributos que se dicen 6 predican del sujeto le
pueden pertenecer de una manera absoluta 6 de una ma*
ñera relativa, es decir, independientemente de alguna otra
co&a ó dependiendo de una relación que el sujeto tenga con
otros seres. L o s atributos que convienen á un sujeto visto
en si mismo, esto es, de una manera absoluta, pueden ser:
determinaciones de cantidad, que siguen á la m ateria del
sujeto; de cualidad, que siguen á la forma de ia 8ub$tan>
cia; de lugar y tiempo, que denominan á la substancia
como medida extrínseca; de acción y de pasión, que de­
nominan al sujeto por el efecto que produce ó por la causa
agente que en él produce la acción; y ñnalmente, deter*
m¡naciónes de situación y estado, comprendiendo bajo
este término el estado activo y el pasivo del sujeto. Los
atributos que se predican relativam ente de la substancia
6on los que indican algo que está en el sujeto diciendo re­
ferencia á otra cosa, como cuando decimos: A lejandro fu é
h ijo de F ilip c , todos los cuales entran en la categoría de
relación.
Dedúcese, pues, de todo lo anteriorm ente dicho que
las categorías se reducen á las siguientes:
1.^ La substancia, que es lo que expresam os con los
conceptos hombre, m ineral, planta^ Antonio~
2.* L a cantidad que es lo que significamos
cuando medimos á la substancia m aterial: ejemplo, me&a
de siete palm os.
3 / L a relación (sf»« “C), que expresa todos los atribu'
tos relativos y el respecto ó referencia á otra cosa, como
lo cognoscible respecto al cognoscente.
4.* L a cualidad (zoióv), que es la que damos á entender
cuando decimos: rostro moreno, manos blancas.
w

5 * E l lugar fw^), que es lo que significamos cuando


decimos: in la calle y en casa.
6 / E l tiempo {toú), que revelam os con las paUbras:
kajf, ayer, mañana, en este instante^ etc.
7.* L a accida 6 disposición expresada por el verbo
activo Intransitivo, com o tiemblo atengo v il edo. E stas ac-
cionss, que no pasan necesariamente á un objeto exterio r,
engendran con su continuidad un estado permanente, el
hábito; por eso algunos lógicos consideran á estos estados
como una nueva categoría.
8.^ £ 1 estado pasivo intransitivo como en los
ejemplos: hallarse bien, encontrarse m al; esta categ<iría
expresa un estado ó hábito, no un acto.
9.* L a acción transitiva activa (coulv), que es lo que
significamos cuando decimos: k e rir, golpear á alguien.
1 0 / L a pasión (<¿9x»v), por último, que expresamos
cuando decimos: fu la n o ka sido herida^ golpeado^ etc.
V i l —L a s c a t e g o r í a s s e g ú n K a n t.—K an t admite
doce categorías, de ias cuales considera como principales
cuatro, que son: la cantidad^ la cualidad, la relación y la
modalidad^ que deriva del ser que hace oñcio de cópula
eo el juicio.
L a cantidad contiene bajo de si la unidad, la muche*
dumbre y la totalidad. L a cualidad contiene la realidad, la
negación y la limitación. L a relación incluye las categorías
de substancia y accidente, de causa y efecto y la de comu-
alón ó reciprocidad. P or último, la modalidad comprende
la posibilidad *é imposibilidad, la existencia y no existen­
cia. la necesidad y contingencia.
N o pueden admitirse las categorías kantianas: primero,
porque las deriva del ser que hace de cópula en el juicio,
el cual solamente nos dice que una cosa es ó tiene exis*
tencia en otra, esto es, sólo afirm a la conveniencia ó des­
conveniencia entre un predicado y un sujeto, prescindien­
do de su modo de ser real y de los conceptos respectivos
de estos modos en nuestra mente; así, si decimos Antonio
fs moreno, la p^tlabra no expresa o tra cosa sino que el
color moreno conviene á Antonio, pero no nos dice si es
substancia 6 accidente, cualidad, relación, estado, etc. Se*
gundo, porque para K an t las citadas categorías son con*
ceptos que el entendimiento forma á p r io r i é indepen-
dientemente dei ser de las cosas que conoce y , por tanto,
de las fuentes de conocimiento, experiencia y razón apli­
cadas á la aprehensión de la cognoscibilidad de la realidad
objetiva. T ercero, porque no reúnen !as condiciones indis­
pensables á toda claslñcaclón categórica, y com o una de
ellas es que toda categoría ha de estar fundada en la rea*
i Idad y la negaciÓHy que es una de las categorías de K an t,
es un ser de razón que, com o tal, no tiene fundamento en
la realidad, claro está que no podemos admitir las cate«
gorías kantianas. Cuarto, que la categoría rea lida d deri*
v ad a de la más general de cualidad, es un concepto tras*
cendental que, dada su naturaleza, se halla embebido en
todos los demás, como sucede con el concepto de ser.
Quinto y último, porque otra de las condiciones de (as
clasificaciones es que un térm ino no esté incluido en otro
y en la cUslücaclón kantiana se falta á esta regla, puesto
que se admite entre las categorías de la modalidad á la
níyexistencia, y , una de dos, ó esto quiere decir que se
exclu ye únicamente á la realidad actual, en cu y o caso
coincide y se identifica la w-existencia con \z posibilidad,
que es otra de las categorías de la n^odalldad, ó quiere
decir exclusión de toda realidad, comprendiendo también
la posible, y entonces se confunde é identifica con la im ­
posibilidad, que es también una de las categorías admi­
tida por K an t entre las correspondientes á la modalidad.
V í i r — L d 6 c a t e g o r í a s s e g ú n R o sm in l.—Kosmini
adoptó, en su tratado del ser y de la división de las cate*
gorías, el mismo principio y fundamento para estos con*
ceptos categóricos que había admitido K an t, puesto que
ajusta 8U división y consideración del ser al orden ó res*
pecto del predicado al sujeto; orden que, según él, debe
— lo g —
ser determinado por ia d i v e « a eípecic de identidad que
media entre ei v aio r del su je to y el v alo r del predicado.
En conform idad, pues, á esta doctrina admite tres clases
6 géneros de categorías, á'Sf^ber:
1 .‘ Categorías ontológic/is^ que son: la realidad^ la
idealidad y la m oralidad.
2.* Categorías dialécttciis^ que son: // p r i dicado èqui
valente a l sujeto^ com o el ìm nbre es an im al racionah <1
ideal antecedente^ como el koinbre es a lgo posible conti»'
gente-, el condicional p rim iro de la esencia^ como Antonio
es scr racionaly la relación esencialy como sucede entre el
principio y el término, entre la causa y el efecto; lo esen-
c ia l 6p arte de la esencia qn t no es lo principal^ asi vemos
sucede en, el hombre es auim al; lo consiguiented la esen­
cia, tal es todo lo que pertenece á la integridad del su>
jeto; lo propio que se sigue de la esencia, no según ésta
es común, sino según que es especifica 6 de una natura­
leza dada; lo occidentaL tal como en este ejemplo, algu­
nos hombres son negaros; y por último, la relación re a l
accidental, com o e l kofnbre ama.
3.* C ategorías ideológicas^ las cuales no son p ara R os­
mini otra cosa que ios conceptos universales en cuanto
significan y expresan los diferentes modos de la enuncia*
bilidad universal, esto es» los cinco universales que trae
Porfirio.
X o es posible admitir la anterior clasificación de las
categorías: primero, porque las categorías ontológlcasque
admite scn Insuñcientes p ara clasificar y determinar todas
las determinaciones del ser real y , además, envuelve una
clasiñcación v*aga, confusa é incompleta. Segundo, porque
la categoría realidad debe ser excluida, en razón á que es
un concepto trascendental que coincide con el de ser y ,
por consiguiente, es fundamento y principio de las cate­
gorías» pero no una categoría dependiente de un concepto
^Lás general. Tercero, porque las categorías dialécticas
^ ideológicas se refieren al ser copulativo, que une al pre-
dícado con el sujeto, mas no al ser real, en el cual positi­
vamente tiene su fundamento, uuesto que las tales catego­
rías signiñcan la reldcíón en tre el predicado y el sujeto y
no representan de ningún m odo los géneros supremos de
las cosas ó las razones ob jetivas que expresan e! modo
con que unas cosas son predicadas de otras, m otivo por el
cual la Lógica estudia las categ-orías.
. IX .—L a s c a t e g o r ía s s e g ú n K r a u s o .—L as catego-
[>. rías son consideradas por el ñl^isofo alemán Carlos Kris>
tián Federico Krause como e^:encias fundamentales de
todo ser, y pone á su frente el stTy que es la primera y úU
tima palabra de toda ciencia. E l ser, para K rause, presen-
ta tres fases correspondientes á \ iU s is , a n iiifs fs y sltUfsrs
de la filosofia alemana, y son e l ser en sí mismo ó como
todo, el ser en su contenido ó co*mo conjunto de partes y
y el ser en sus relaciones con su contenido Ó como la
armonía del todo con sus partes; en el primer caso es uwy
en el segundo va rio y en el tercero un organismo 6 la ar-
moffia del todo con las partes.
K rause admite tres grandes grupos de categorías en
consonancia con estos aspectos en que considera el ser.
£ n las categorías de la U sis admite tres nuevos grupos;
categorías de la esencia, categorías de la form a y cate­
gorías de la existencia, puesto que, según 61, podemos
indagar: i.®, ío que es el ser; 2.®, como / j, y la unión
de la esencia con la forma, ó sea su existencia.
L as categorías de la esencia son, según este autor, la
unidad de la cscncia^ la scidad ó propiedad y la oinneidad
ó totalidad, segün que pensemos á la esencia com o idén­
tica consigo misma ó como siendo todo lo que es; ahora
bien, si pensamos unidas la seídad y omneídad, resulv^a ia
arm onía de la estncia.
L as categorías de la forma resultan de pensar á lU
forma determinada por la unidad, que es lo que da la uni-'
form idad, debajo de la cual podemos pensar la forma
según que el ser « r dirige á sí mismo ó según que se com«
\y'

n
prende á si mismo; de donde resultan las categorías de
re loción ^ hábito 6 dirección y de contención ó capacidad
de recibir en sí mismo ío que es; así como de !a unión de
la relación y contención resulta la tercera categoría de (a
form a, ó sea la a rm ó la de la form a.
L a existencia, según K rau se, resulta de la posición de
U esencia, viniendo á ser la forma de la esencia, ó lo que
es lo mismo, la existencia es la esencia puesta. exis*
tencia es una, como lo es la forma, bajo cu ya unidad se
dan la identidttd de la existenciay la totalidad de la exis-
tencia y la arm enia de la existencia, que son las tres cate­
gorías de la existencia.
Considerando el contenido del ser, ó sea la antitesis,
admite como categorías la determinación y exclusión, la
identidad y diferencia, la unidad y m ultiplicidad, la afir-
maciÓH y negación, lo in terio r y exterior, e l lim ite y la
magnitud, t\ p rin cip io y el fin , la condición y e l complemen-
to; cuyas categorías, como se v e á primera vista, resultan
de considerar al ser según su contenido de partes opues­
tas entre las que supone oposición de contradicción y , en
efecto, no sólo admite Krause las anteriores categorías
de la antítesis, sino que también deduce otras de conside­
rar al ser en oposición consigo mismo, puesto que admite
hecho de que en todo ser existen dos atributos opuestos:
el uno se refiere á los fenómenos pasajeros y el otro á la
esencia permanente; las catagorías que con respecto á este
aspecto de la antítesis admite, son: el ser y no ser, la ittmu-
tabilidad y el cambio, la eternidad y el tietnpo, potencia
y la actualidad^ la acción y la reacción, la fu erza y la ten­
dencia, el fin y e l m edio, el bien y el m al, que, según él,
expresan la evolución interior ó relación del ser con los
fenómenos que realizan su esencia.
E n la tercera fase del ser, ó sea la síntesis, en lo que
el ser se relaciona con las partes de que consta no h a y y a
o/osición, sino superioridad dei todo á las partes ó trans­
cendencia, y por consiguiente relación de subordinación
de Ids partc$ al todo. L a s categorías que K rau sc admite
consiguientes á esta relación son: superioridad € in ferio ri­
dad^ continente y contenido, todo y partes, semejanza y con­
traste yp rin cip io y consecuencia^ causa y efecto, ley y ke-
cko, relación de iodo con todo, organism o, plenitud^ perfec­
ción y belleza, cu yas cinco últimas dice que pertenecen al
todo y a constituido« como todo y como partes.
H e aquí expuesto á grandes rasgos, cuanto de esencial
encierra la teoría de las categorías expuesta por Krausc.
^'Puede admitirse? A n tes de contestar á la pregunta reñe*
xionemos acerca de cuái es el verdadero papel de las cate*
gorías en !a obra del conocimiento humano, y luego vea*
mos si las categorías que acabam os de consignar cumplen
esta misión.
E l oíicio que> según nuestra opinión, debe reportar .*)!
hombre la L ógica, es ordenar las representaciones que de
!a cognoscibilidad de las cosas reales tiene nuestra facul*
tad cognoscente, y aun si puede i las mismas cosas, para
que haya entre ellas aquel orden según el cual pueda
nuestra inteligencia referir unas á otras y llegar á cono*
cer su naturaleza por medio de la definición y la división,
fín con el que precisamente inventó las categorías el ñló-
sofo de Estagira» como añrm a su traductor Saint*Hilaire.
L as categorías de K rau se no satisfacen esta exigencia
de la lógica: primero, porque no se fundan en el ser real
significado por Jas palabras, y en cambio de construye todo
un sistem a, tomando como base un $er ideal, como hicieron
K an t y H egel; segundo, porque no distribuye los géne­
ros y especies de los conceptos de las cosas bajo las
supremos géneros en que están contenidos, según nos in*
dican lo s modos de ser del ser real, y en cam bio se
construye un sistema de categorías sobre cada cosa en
particular, aun cuando carezca de ser real» com o lo es la
antítesis ó contradicción en el contenido del ser, por ejem*
pío; tercero, porque las categorías no dividen el concepto
d e ser según que sea expresión de la esencia, de la form a
— 113 —
d i ¡a esencia y de la existencia, corno se desprende de
este sistema, sino más bien, según el modo con que en
Ules géneros conviene á la cosa el acto de existir. Cuarto^
porque la L ógica, como tenemos y a consignado» conside­
ra las categorías com o conceptos generales reñejos, que,
como géneros supremos, se predican de las cosas confor*
me ai modo de ser conocido por nuestra facultad cognos­
cente; así, en la categoría de cantidad la L ó g ica considera
la razón de género, que es puram ente lógica y Ja atribuye
á todas las cosas materiales que se colocan debajo de la
cantidad, como sujetas A peso, número y m edida. E n el
organismo categórico de K rau se ocurre precisamente lo
contrario, pues sus categorías son únicamente m etafísi'
cas y no se proponen más que el ser, sin cuidarse de poner
orden en los actos de la facultad cognoscente, que es lo
que incumbe á la L ógica. Finalm ente, en las categorías
lógicas no puede entrar el ser intinito, pues esto sería
tanto como hacerlo vario y comunicable, como lo son los
conceptos genéricos que se predican de sus inferiores, y
un inñnito de tal naturaleza es un absurdo, puesto que ó
no existe (lo que es una demencia no admitir), ó de existir
tiene que ser único y no puede estar en otro, ni como en
SQ sujeto ni formando parte de él, porque todo ello im**
plica límites; pues bien, K rau se incluye en sus categorías^
no sólo al ser universal, sino a) infinito. Luego contesta-
mos á la pregunta que nos hacíamos al principio de estas
reflexiones: que ías categorías krausinianas son inadmi­
sibles.
X .—R e q u is ito s In d is p e n s a b le s p a r a q u e u n a c o s a
p u e d a s e r c o lo c a d a en a lg u n a d e la s c a t e g o r ía s .—
Para que una cosa pueda ser colocada en alguna de las
categorías que hemos admitido y que examinaremos en
el artículo siguiente, se necesitan los requisitos siguientes*.
I * Que sea algo real y no un ser de razón. 2.° Que la
cosa sea finita, pues el S er infinito no se puede predicar
de cosa alguna, porque es el puro ser, fuente de todo ser
y en maaera alguna en él se dan modos de ser ni ordena-
cidn 6 subordinación á otros seres. 3.^ Que sea una ó que
tonga una sola esencia, porque cada predicamento no se
puede hacer más que en un sentido; así los conceptos
accidentâtes médico^ orador no pueden entrar en una cate­
goría com o predicamentos, pues expresan, el prim ero ai
sujeto que posee la ciencia de la m edicina y la ciencia de
la medicina; el segundo a! sujeto que posee la oratoria y
el arte oratorio, y ninguno se puede predicar de otro
sujeto en concepto de género, que es lo que seria nccesa*
rio para poder entrar en las categorías. 4.^ Que la cosa
sea com pleta y no parte suya, como planta, hombre, ani­
mal, etc.; porque si es una parte sólo puede ser predica-
mento de su todo y la categoría se predica de sus infe­
riores. Por último, el 5.® requisito es que sólo puede po­
nerse en categoría aquello que sea género ó especie, en
razón á que las categorías son conceptos generales que,
com o géneros supremos, se predican de algún su¡eto, y
por consiguiente, son una serie ó coordinación de especies
debajo de un primer género; por ^eso se colocan directa­
mente en su respectiva categoría todas aquellas cosas que
están debajo de género, mientras que las diferencias espe­
cíficas sólo entran en atribución categórica de un modo
indirecto, y eso en cuanto dividen los géneros y son las
que con los géneros constituyen las especies. L o s concep­
tos equívocos, ó de dos sentidos, y tos análogos, como
quiera que no tienen razón de género ni de especie, no
pueden tam poco entrar en ninguna categoría.
X I .—U tilid ad d e l e s tu d io d e l a s c a t e g o r ía s en la
L ó g ic a .—L o s conceptos que intervienen en nuestros pensa­
mientos aparecen á prim era vista innumerables, mezclados
y arrojados en el espíritu, m erced, muchas veces, á la ca*
sualidad de las circunstancias que nos presentan á su objeto
en la naturaleza; im porta, pues, á la facultad cognoscente
poner orden en ese caos, si es que ha de conocer más
allá del concepto conglobado de las cosas, y si es que ha
m m m .

<le formar con sus conocimientos la cicncía, que exige en


su fondo conocimientos verdaderos y ciertos y en su for­
ma unidad en medio de la variedad de las cuestiones que
encierra-
Ahora bien; las categorías son una especie de inventa­
rio genera] y ordenado de todas las nociones que nuestra
facultad cognoscente form a de las cosas finitas, las cuales
son el único objeto adecuado á nuestro conocer actual;
por consiguiente, huelga ponderar la utilidad que para el
hombre tiene el estudio de las categorías y m uy especial*
mente para el hombre de ciencia. He aquí, pues, una vez
más reconocida la grandiosidad de la obra de Aristóteles
al sistematizar y dar á conocer esta materia con exactitud
matemática en su inmortal Lógica.

A R T Í C U L O XI

E x a m e n d e c a d a u n a d e la a c a t« ffo r la e .

r —L a c a t e g o r ía d e s u b s t a n c ia ; s u n o c ió n .—La
substancia, segün su etimología sub y estáte es lo que está
debajo de algo. Considerada com o concepto universal que
se refiere á uno de los modos de ser el ser> puede decirse
que es la idea de ser existiendo en sí; es decir, que el con*
cepto de substancia expresa para nuestra inteligencia el
laoáo de ser una cosa sin estar adherida á otra, como si
fuera su sujeto; luego y a que no podamos definirla en ra­
zón á que no está contenida en un género supremo, pues­
to que ella lo es, daremos su noción, teniendo en cuenta
carácter que la distingue, y diremos que es substancia
«todo aquello que existe de tal modo que no necesita
^ t a r adherido á otro, com o si fuera su sujeto ( l ) , conte­
niendo implícitamente á sus inferiores los géneros y espe­
cies que la están subordinados».
Decimos en la noción de la substancia que contiene

< t) V é a s e D u «stm Mtíafitiea, 2 . * táiáóü, 1 . 1. 19 7 .


impHcitame>ite à sus inferiores los géneros y especies qur
la están subordinados y porque la L ò g ica considera á la
substancia como un coacepto genérico» el supremo de su
jerarquía, y el género es un todo confuso que contiene
implícitamente á sus inferiores ó partes ios géneros subal­
ternos y las especies que le están subordinadas.
II.—D iv is ió n d e la s u b a ta n c la .—E l concepto de
substancia puede ser considerado por nuestra facultad
cognoscitiva, 6 bien dándose realizado y concretado ene i
ser individual real actual» tal como en Antonio, luna^ 6
bien formando una Idea abstracta y universal, expresión
de un todo lógico predicable de $us inferiores, como liojn-
ò ri, árbol\ de aquí que dividam os á la substancia en indi-
vid u a l y genèrica. A ristóteles llamó á la Individual subs­
tancia p r intera y á la genérica substancia segunda (x).
D e la anterior doctrina se deduce: primero, que la»-
substancias genéricas pueden predicarse ó decirse de las
substancias individuales, mas no que las individuales pue-
dan predicarse de las genéricas ni de ellas mismas, en
razón á que si lo más universal puede decirse de lo me*
nos que le está subordinado ó que le conviene, no asi lo
m enos universal de lo más que no le está subordinado y
puede no convenirle. A sí, podemos decir: P ilip o es hombre^
pero no, e l hombre es F ilip o , ni tampoco F ilip o es A le-
ja n d ro . Segundo, que las substancias genéricas pueden ser
sujetos lógicos ó susceptibles de que de ellas se predique
algo, mas no sujetos físicos ó que tengan accidentes adhe*
ridos, puesto que las entidades lógicas, como son los
géneros y especies, no pueden tener accidentes, lo cua^
conviene únicamente á las substancias individuas ó con*

( i ) A ristóteles defíoe U sobstaocia primera'. «A quello q ae no tieoe


M r eo sD)eto ni se dice 6 predica d el s a je lo » , 7 l!acD^ substancia según'
dú i cAqneU a qué d o lieoe s e r en n in jd n snjetOi pero se dice de algiln

sujeto». Véanse U $ obras de A ristóteles tradacídas por D , P atricio <W


A i-'íra te , Lógica» 1 . 1 , p á g . X17.
— li; —
tretas; por esta razón podemos decir el anim al es viviente^
pero no el vivientt es asuly porque el accidente azul no
corresponde más que á ciertos seres individuales que pue*
den ser ó no \'ivos.
MI—p r o p ld d a d d s d e Ja s u b s t a n c ia c ó m o categO '*
ría ló g ic a .—L as principales propiedades lógicas de la
substancia categórica podemos reducirlas á las siguien-
tes: I." Na tener contrario como tal substancia^ pues por la
misma razón de que su naturaleza consiste en no estar
inherente en algíjn sujeto, no puede excluir otra cosa del
sujeto. 2 } E x c lu ir la s partes de la substancia^ com o el
brazo y el alma en la substancia hombre; el tronco y las
ramas en la substancia árbol; la substancia como tal subs­
tancia no tiene ni más ni menos. 3.* E x c lu ir la subs-
tOHcia infinita^ porque la substancia com o tal categoria
significa un concepto general que, com o género supre*
fno, se puede predicar de alguna cosa como sujeto, y
esto repugna á la substancia inñmta, que es exclusiva y
única y no se puede decir más que del único ser infinito,
de Dios, pero en el sentido de identificarse con e’ ser del
mismo, no como un predicado real distinto. 4.* No ex istir
en otro como en sujeto de su in feren cia , propiedad que es
cQmún á toda clase de substancias, sean individuas, sean
•genéricas. 5.* S ervir de sujeto á cosas contrarias aun
cuando no a l misino tiempo, com o la salu d y la enferme­
dad, el amor y el odio en el alma. Por último, la 6.* con­
siste en que /<J categoría de substanciay como ta ly no puede
¡er predicada más que de los géneros y especies que la
están subordinados.
I V .^ L a c a n tid a d c o m o c a t e g o r ía ; du d e fin ic ió n .
^ L a cantidad puede ser considerada, bien según su ser
f^^l> es decir, tal com o se da en las cosas cuantitativas,
bien según los conceptos que de la misma forma nuestra
Ocultad cognoscente. Considerada como tal ser ó modo de
actual, es la misma extensión de las substancias mate*
íules y consiste en aquella propiedad prim aria de los
— u8 —
cuerpos por virtud de )a cual quedan distribuidos en par*
tes distintas numéricamente consideradas, colocadas una»
fuera de otras» coexistentes y unidas por la continuidad.
A hora bien, considerada la cantidad del segundo modo,
que es el que interesa á la L ógica, la cantidad es «»qud
accidente real por el cual queda la substancia material
distribuida en partes numéricamente distintas y en cons«'
cuencia sujeta á peso, número y medida».
A sí, por razón del accidente real de la cantidad, deci­
mos de la substancia m aterial que es una p lu ra lid a d de
parU 5 \ la extensión loeal\ la im penetrabilidad mediante U
cual un cuerpo exclu ye á otro del mismo lugar que el
ocupa; la d iv isib ilid a d ó aptitud p a ra ser d ivid id a en par­
tes', y como consecuencia de todo lo anterior, la mensura-
bilidady pues de la extensión ó distribución en partes
cuantas de las substancias m<)teriales deduce nuestra raigón
que puede ser medida por una de sus partes y tomada
com o norma ;>ara medir á otras substancias también nía*
teriales, á la manera que el número es medido por la
unidad.
V .—C l a s e s d a c a n t id a d .—Considerando lacantida<i
en general, podemos distinguir dos clases, á saber: una
material y dim ensiva, otra espiritual, de fuerza ó perfec*
ción. La primera es la que hemos deñnldo y da origen i
la extensión de los cuerpos; la segunda es la que lleva con*
sigo la idea de perfección, de dignidad ó superioridad rc'
lativa. Ejemplo de la prim era tenemos en la propo&iciórí
<E 1 cuerpo A es m ayor que el cuerpo B>; ejemplo de la
segunda es esta otra; « L a bondad divina es muy grandc>.
L a cantidad categórica Ó primera, que es ia que aqui
nos importa, puede ser á su vez ptrmaitcnte y sucesiva', la
cantidad permanente es aquella cu yas partes existen simul'*
tánea mente, como una m esa, y sucesiva aquella cuydS
partes existen unas en pos de las otras, como el movi­
miento y el tiempo. T an bien podemos* dividir la cantidad
categórica en continua y discreta, siendo la primera aquc'
lia cu yas par(es están u n i d a s y circunscritas por límites
comunes, tal com o una lineay una superficie y un cuerpo;
llamamos cantidad discreta á la que consta de partes se­
paradas 6 d i^ re g ad as, aun cuando existan simultánea-
mente, por no haber entre ellas términos que las unan,
tal como en la cantidad cinco duros y en general en el
número.
V I.—P r o p ie d a d e s d e la c a n tid a d c a t e g ó r ic a .—
La cantidad categórica reúne las propiedades siguientes:
prim ero, que no tiene coirtrario propiamente dicho, en
razón á que la contrariedad envuelve actividad de uno de
los contrarios contra el otro, como en la y las tinieblas y
el calor y el frio y y la cantidad extensiva es inerte en su
naturaleza; segunda, que no es susceptible de más n i de
menosy y esto que á primera vista parece una paradoja, lo
veremos claro si nos ñjamos en que, si es cierto que una
cantidad puede ser m ayor ó menor en medida que otra
cantidad con quien se com pare, no se puede decir con pro­
piedad que una cantidad es más extensión ó cantidad que
otra en naturaleta, y tercera, que es e l fundamento de las
relaciones de igualdad y desigualdad de la s cosasj puesto
que tenicndp en cuenta la cantidad de los cuerpos, deci­
mos que son iguales, m ayores y menores ó desiguales.
V il.—L a r e la c ió n ; s u c o n c e p t o .—E n un sentido
generalísimo se llama relación a l orden 6 respecto que una
cosa dice 4 otra; y relativas, aquellas cosas cuyo ser es de
algún modo en orden á algo; por tanto en toda relación po­
demos distinguir un sujeto^ que es k cosa que se reñere ó
dice respecto á otra, un término que es la cosa á la que
dice orden ó referencia el sujeto, y un fundamentOj que es
la razón por la cual se reñere el sujeto al término y en \o
que consiste propiamente la relación: así, por ejemplo, el
sol es semejante á la s estrellas^ el sol es el sujeto, estrellas
el término, el tener Juz propia uno y otras y el ser astros,
t i fundamento de la relación de semejanza.
V lll.—C l a s e s d e r e la c ió n .—L a relación entre el su>
jeto y el termino puede existir con independencia de la
facultad cogooscente que la percibe, sólo en el modo de
percibirla nuestra ra;;ón> que compara un término con
otro, 6 sólo $e encuentra en uno de los términos, ponién*
dola en el otro nuestra mente; de ahí Id existencia de las
relaciones reales, lógicas y m ixtas. Decimos que hay re­
lación real entre dos cosas cuando el respeto ú orden de
la una á la o tra lo encontramos en la misma naturaleza
de las cosas, tal como la relación del cuerpo g ra ve con
respecto á su centro de atracción. H a y relación de razón
ó lógica entre dos cosas cuando al com pararlas nuestra
razón pone en ellas cierto orden: tal acontece cuando re­
ferimos el al anim al en concepto de especie que
incluimos en su gènero. Y existe relación m ixta entre dos
cosas cuando el orden ó respecto que hay en una de ellas
lo pone la razón en la otra, como cuando aplicamos el or­
den de la vida d el hombre i b de !as ftaeiones.
Para que existan las relaciones reales, c u y a existencia
ha sido neg^ida con tra toda razón por algunos fílósofos, sé
necesitan los requisitos siguientes: que el sujeto de la
relación sea real; 2.®, que el término exista realmente, y
3.^ q u e el fundamento Ó razón del orden del sujeto al
término exista realmente también: faltando cualquiera de
estas condiciones la relación no puede ser rea!; ahora
bien, independientemente de nuestro conocer existen en
la naturaleza cosas que se refieren unas á otras, com o el
padre respecto al hijo, el escultor con respecto á ia esta­
tua, etc.; luego es ridículo negar la existencia de las reía*
ciones reales.
Ld relación real se divide á su vez en predieam ental
y trascendental. L a relación predieamental ts aquel acci-
dente re a l cuya naturaleza consiste en e l orden re a l y con­
tingente que una cosa dice á otra^ distinto realmente d íl
sujeto en que existe. E sta relación es la que constituye,
como su mismo nombre lo indica, la categoria de relación.
L a relación trascendental consiste en el mismo orden
— 121 —

real de una cosa á otra, incluido en la misma naturaleza


de la cosa referente^ y consiguiente, se identifica con
el sujeto mismo de la relación, tal com o vem os acontece
«n las relaciones de la parte al todo, de la inteligencia al
objeto cognoscible; y com o esta relación se encuentra en
ioáof. los seres, con cu ya esencia se identifica en la reali­
dad, por e&a razón tom a e! nombre de trascendental.
Refiriéndonos ahora á sólo la relación predicam ental ó
categórica, tenemos que cuando los dos e?;trcmos de la
relación se refieren recíprocamente el uno al otro, enton*
CCS la relación tom a el nombre de mutuai como vemos su«
cede en la relación entre el padre y el hijo, y en el caso
en que sólo uno de los extrem os ó términos dice relación
al otro y no viceversa, la relación se llama ««í/a/ír«/,
como acontece en la relación de subordinación de las
criaturas á Dios> y en la de la ciencia á su objeto.
IX .—C a u s a s d e la r e la c ió n c a t e g ó r ic a .—L o s fun­
damentos reales ó causas que dan origen á las relaciones
reales predica menta les son tres: primera, la tm idad y el
nùmero^ esto es, la conveniencia y Ja discrepancia en al­
guna cosa, cómo entre dos caballos bayos, y entre uno
negro y otro blanco, que entre los dos prim eros tenemos
la nota de color en la cual convienen, y entre los dos se­
gundos en que precisamente por tener la nota del color
distinto hay discrepancia. E sta causa de la unidad y del
número da origen á las relaciones de identidad y d iv e rs i­
dad^ de igu aldad y desigu aldad y á las de semejanza y
desemejanza^ según que la conveniencia ó desconveniencia
sea entre términos que tienen la misma ó distinta natura­
leza, la misma ó distinta cantidad y la misma ó distinta
cualidad. A s í, entre dos hombres, hay identidad $i aten­
demos á que tienen la misma naturaleza, entre dos super­
ficies de un metro hay igualdad porque tienen idéntica
cantidad y entre la tierra y la luna hay semejanza porque
tienen figura esférica.
Segunda, la acción y pasión^ que dan origen respec-
tivamente á las relaciones de causa y efecto, pues toda
cosa que dice respecto -á otra por razón de su obrar, esta-
blece una relación de acción con respecto al que obra y
de pasión con res^pecto al que sufre la acción. A si suceda
en la relación de pa d rt i. k ijo , que es de acción con res-
pecto al padre y de pasión con respecto al hijo.
Y tercera, la m edida y lo mensurabUy que da origen á
Ins relaciones que resultan en las cosas del hecho de reci-
bir unas su determinación específica de otras, como las
potencias ó facultades que reciben la determinación espe­
cífica de sus objeto$ respectivos, el m ovim iento de su tér-
mino> la facultad cognoscente de lo cognoscible de la
realidad, la imagen de su original.
X .—P r o p ie d a d e s d e l a re la c ió n c a t e g ó r ic a .^
D e la naturaleza de la categoría de relación se deduce;
Prim ero, que w tiene contrario, puesto que significa refe­
rencia de un término á otro, y por consiguiente implica
actividad, y en Ío contrario se da la actividad y pasivi­
dad; así en un mismo sujeto pueden existir muchas y
m uy diversas relaciones sin que se destruyan entre si; tal
vem os sucede con una persona que puede referirse á otras
en ra2Ón de h ijo y de nieto y de padre y de hermano. Se*
p
fun do, que no es susceptiblí de recibir aumento n i distni-
i9
nuciÓHy lo que quiere decir^que una relación, como tal
relación, no lo es más ni menos que otra, sino que es tal
relación; ahora bien; su fundamento ó causa podrá ser
m ayor ó menor, pues no h a y Inconveniente en que au*
menten los motivos por los cuales, por ejemplo, dos cosas
convengan en el color blanco, pero siempre la relación
en este caso será de semejanza. T ercero, gué entre ¿os ex-
iremos de ¡a relación hay sim ultaneidad de naturaleza y
de conocimientoy lo que quiere d ecir, que ía relación real
predieamental ó categórica no puede existir ni conocerse
sino eiíistiendo el orden ó respecto entre los dos términos
y conociendo los dos extrem os que abarca. A si, no se con­
cibe un padre sin hijo, un algo idéntico sin cosa á que sea
'S w . . ■ s

— 12 3 —
idéntica, un algo semejante sin aquello á que se asemeja,
y tampoco que conozcamos estas relaciones sin conocer
los términos entre quienes se dan.
X I.—L a cu & lld ad ; s u c o n c e p t o .—L a cualidad modi­
fica como accidente á !a substancia por parte de ia for*
ma, al contrario de la cantidad» que la modiñca por parte
de la m ateria; por esta causa la cualidad se encuentra no
sólo en las substancias m ateriales, sino que también en las
espirituales.
S i pensamos en un hombre precisamente en cuanto es
una substancia, independientemente de su naturaleza, po­
demos considerarlo como capaz de tener herm osura, de­
formidades, salud y enfermedades, cualidades todas que
modiñcan i su substancia en si misma, puesto que la dan,
siquiera sea momentáneamente, determinados estados que
antes no tenia;tam bién podemos co n sid erará ese hombre
teniendo ciencia 6 ignorancia, virtudes 6 vicios, en cuyo
caso vem os que estas cualidades modifican á su substan­
cia porque alteran ó cambian sus operaciones; luego po­
demos deñnir la cualidad diciendo que es t i accidente
que ntodificct d la substancia en s i misma ó en sus opC’
raciones, disponiéndola y determ inándola de un nuevo
modo (i).
Decimos en la definición que es e l accidente que rnodi-
fica á la substancia en s í misma ó en sus operacionesy por*
que sólo lo que modifique á la substancia 6 á sus opera­
ciones es cualidad, no 2o que intrínseca 6 extrínseca*
mente la relacione co^i otra substancia, la mida 6 la
sitúe. Y agregamos: disponiéndola y determinándola de un
nuevo modoy porque realmente es el accidente que afecta
á la naturaleza misma de la substancia y la da algún nue­
vo modo de ser como tal substancia 6 sujeto de acciden-

( 1 ) A rls t^ ie lts U d « 6D e : «ftqael a c c Í d « D t e en virtu d del cual $on>os


lÍAmiido$ íu a U s» . San ToauU : «Aqnel accidente 6 modo q ee dispon« 6
m odifica á la so b staacla».
tes, afectando, por consiguiente, en primer lugar á ia for*
ma de la substancia.
XH.—C la s e s d e c u a lid a d .—Coatro clases de cuali­
dad fueron distinguidas por los escolásticos. E n la prim e-
ra clase comprendieron el hábito y la disposición, en la
segunda la potencia y la Impotencia, en la tercera la pa­
sión y la cualidad pasible, y en la cuarta la forma y ia
ñgura.
E l hábito es una cualidad más Ó menos arraigada en
el sujeto, mediante la cual se halla éste bíen ó mal dis­
puesto, ó en su naturaleza ó en sus potencias, respecto de
la operación; así, la sa lu d una cualidad mediante la cual
la naturaleza que la tiene se halla bien dispuesta á des*
arrollarse; la futbilidad es otra cualidad que coloca á las
potencias en situación de ejercer su operación propia con
suma facilidad. E sta misma cualidad se llama disposición
si se puede rem over fácilmente del sujeto, por hallarse en
él poco arraigada, esto es, por no haber constituido en él
como una segunda naturaleza.
potencia está ¿onstituída por las facultades de acción
y resistencia en el sujeto, según que admiten diferentes
grados de fuerza, y disponen á la substancia para obrar y
para resistir, de modo que es el principio próximo del
obrar y resistir del sujeto. E stas mismas facultades se
llaman impotencias cuando tienen algún defecto ó débil i'
dad. A sí, á la memoria del joven se la puede llamar po­
tencia y á la del viejo impotencia.
L a pasióHy considerada como cualidad, es la alteración
sensible producida en la substancia» la cual conserva el
nombre de pasión si procede de una causa transeúnte ó
fugaz, corao p a lid ez producida por el miedo, y recit>e el
nombre de cu alidad pasible^ cuando la alteración en que
consiste procede de una causa permanente, tal como la
p a lid iz producida por la enfermedad, el olor de la naranja
causado por su madurez, etc.
Por último, llámase fig u r a y fo rm a la cualidad que
resulta de la determinación ó especial disposición que po­
seen las substancias por razón de su cantidad. Hn ias cosae
naturales esta cualidad generalmente toma el nombre de
fig u ra ', así decimos: la fig u ra kuw ana, la fig u ra arbórea;
en cambio, tratándose d é la s cosas artiñcíales, estacuali-
dad se llama forpta, com o la fo rm a d el relaja la form a de
la casa.
L a s cualidades, teniendo en cuenta la naturaleza de las
substancias, de las cuales son un accidente, se dividen más
generalmente en cualidades fís ic a s 6 sensibles-, intelectuales
y m orales. Son físicas todas aquellas que modiñcan á la
substancia m aterial produciendo en ella una alteración
cualquiera, como el calcr, )a cohracióH^ la disgregación^ la
madures. Son intelectuales todas aquellas que afectan á las
substancias intelectuales, como la ciencia. Y ñnalmente,
son morales las que, cual la virtud, el vicio y la justicia
modiñcan la operación de la voluntad.
XIII.—P r o p ie d a d e s d e la c u a lid a d .'-C o m o quiera
que un sujeto puede ser modiñcado cualitativam ente en
sentido opuesto, de ahí resulta que unas cualidades pue­
den excluir á otras en el mismo momento del sujeto, y
por consecuencia, que la prim era condición Ó propiedad
que atribuimos á la cualidad es la de que puede tener ccH'
írario'y así vem os que la enfermedad exclu ye á la salud,
el vicio á la virtud y viceversa, pero en distintos momen­
tos de la substancia estas cualidades contrarias pueden
darse en ella. Como consecuencia de la anterior propiedad
de la cualidad, deducimos la segunda, que consiste en ser
susceptible dem ás y de menos', así, vem os que cabe tener m ás
Ó menos calor, y tener la virtud ó el vicio más 6 menos
arraigados. Por último, es propiedad su ya se rv ir defunda­
mente á las relaciones, de sem ejanza y desemejanza', por
esta razón solemos decir que los hombres son semejantes
por su figurOy por su virtu d 6 por su ciencia.
X IV .—E i lu g a r d ó n d e , s u n o c ió n ó Im p o rta n c ia
c o m o c a t e g o r í a .^ L a categoría del lugar dónde (»d ).
consiste en la determínacsóci de la substancia material por
el lugar que ocupa con arreglo á su naturaleza extensa en
el espacio engendrado por la extensión de otras substan­
cias materiales; ast> cuando decimos tal cosa está aquí, allá,
acullá, no hacemos otra cosa que determ inar á la tal cosa
por el lugar que ocupa como tal substancia extensa.
E l concepto que hemos dado de la categoría del lugar
dónde, nos demuestra que es de suma importancia su cono­
cimiento, tanto más, cuanto que nuestros conocimientos
sensibles, que son los que constituyen nuestro más abun­
dante caudal cognoscitivo, son los que necesitan más de
ella para poder ser determinados claros y precisos.
X V .^ E l tie m p o ó la c a t e g o r ía c u á n d o ; su c o n ­
c a p t o y v a l o r l ó g l c o .^ L a categoría de tiempo («o*»)?
ó el tiempo cuando tiene lu g a r algo, consiste en la deter*
minación accidental de los seres mudables en orden á las
mudanzas sucesivas que en su durar ó existir realizan, y
por medio de las cuales se mide el tiempo de sus dura*
c iones. A sí, por ejemplo, tal cosa pasó ayer y tal otra será
mañana.
Interesa al lógico conocer la modiñcación accidental
del tiempo, porque la m ayor parte de lo s conceptos que
entran á formar el conocimiento humano se reñeren á las
manifestaciones de los seres fínitos, todos los cuales se
nos dan á conocer bajo la relación de Ja categoría de
tiempo, y el concepto ó idea de tiempo entra p recisa­
mente en la formulación ó enunciación del primer prin­
cipio de conocimiento, llamado de contradicción, el cual
e s base de presuposición cientíñca y le y de nuestro co*
nocer.
X V I.-v U a a c c ió n ó d is p o s ic ió n y al e s t a d o p a s i-
v o -ln tr a n s ltlv o .-* K s ta s dos categorías apenas si tienen
importancia. L a acción ó disposición, que es expresada por
el verbo activo-intransitivo, determina en el sujeto ó subs­
tancia individual á fuerza de su acción inmanente, un cierto
estado permanente que se llama hábito y que da origen á
— 12 7 —
la cualidad llamada así, importante en tal caso, pues llega
á dar ua modo de ser especial a) sujeto.
E l estado pasivo-intransitivo (^X%K'ì)y llega á determinar
al sujeto en cierta disposición 6 manera de estar» que tam­
bién puede producir hábito^ como sucede en la disposición
ó modificación que recibe una persona ó cosa por razón
de los trajes, adornos, arm as, pinturas, tic .y á t que se ro­
dea ó viste.
X V I I .- 'L a a c c ió n t r a n s it iv a y l a p a s i ó n . ac­
ción transitiva modifica á la substancia ó sujeto con el
ejercicio de la potencia ó facultad que tiene para producir
algo, como curar á alguien, enseñar Á alguien.
L a pasión y com o categoría, implica todo lo contrarío
que la acción transitiva, esto es, toda mutación ó modifica­
ción causada p o r otro y sufrida por el sujeto que la recibe
y en el que es un accidente, com o se ve en los ejemplos:
soy amado, soy aborrecido, eres herido, él es golpeado.

C A PÍT U I-O V il
L a* p rM iic ab lM á 6«t«gQ r#m as.

I.—R a z ó n d e l p la n .—Tener ciencia de una c o » no


«9 precisamente conocer esta cosa, sino conocer también
las razones intimas y extrínsecas por las cuales la tal cosa
debe ser lo que ella es y no puede ser otra cosa que lo
que es; de modo, que no es suficiente que hayam os cono­
cido que es el concepto y las categorías que lo ordenan y
expresan en unidad armónica, sino que necesitamos toda­
vía averiguar cuáles son las relaciones necesarias ó con-
ttngentes con que unos conceptos se refieren á otros antes
de que los unamos mediante la operación llamada juicio;
de aquí que sea de la más alta importancia para nos­
otros, que escribim os una L ó g ica fundamental, examinar
los casos en que el enlace en tre el predicado y el sujeto
^8 necesario y aquellos otros en que es contingente, esto
es, cuando no puede menos de suceder que el predicado
se redera al sujeto y cuando esta referencia puede ser y
dejar de ser.
II.—C o n c e p t o s u n iv e r s a le s ló g ic o s .—Hablando d«
la c!aslíicación de los conceptos, uno de ]os miembros que
distinguimos, teniendo en cuenta la cantidad de los miS'
mos, fué el de conceptos universales. ¿Pero en qué consiste
e! universal? E n síntesis general tenemos que la palabra
universal signiñca una cosa que dice relación 6 refe­
rencia á muchas cosas que son menos extensas que eiUt
esto es, relación de uno á muchos.
E sta relación de uno á muchos puede veriñcar&e de
tres modos: I.^, á manera de representación, como un
nombre 6 concepto que signiñca ó representa ante nues­
i> - tra facultad cognoscente muchas cosas; 2.^, á la manera
que una causa se reñere á los diferentes efectos que pro­
duce 6 puede producir» y 3.®, por ser una realidad objeti­
va que puede hallarse en muchas cosas á la vez y de las
cuales puede predicarse propiamente; el prim ero se llama
universal por representación, el segundo universal p o r ra*
zón su causalidad y el tercero u n iversal p o r razón dt
la naturaleza d i la s cosas. E l último universal constituye
el u niversal lógico, el cual definimos: una naturalesa aptct
p a ra existir tn muchos y ser predicada con verdad de ellos.
A hora bien; ¿cuántos son los universales lógicos^ Para con*
testar á esta pregunta tenemos que resolver antes esta
otra cuestión: ¿Cuántos son los modos de relación del
predicado con el sujeto?
III.—M o d o s d e p r e d ic a r d e u n a s u b s t a n c ia aU
g u n a c o s a . — Ciertas realidades y ciertos caracteres co­
rresponden á la substancia ó sujeto de tal manera que no
pueden faltar en ella bajo ninguna consideración ó aspec­
to de los muchos que podamos tener en cuenta; tales son^
por ejemplo, los car;icteres de las cosas que constitu*
yen su esencia especíñca, es decir» las propiedades reales
que hacen que ias cosa;: sean tales cosas y no otras distin'
ta, como cuando hablando dcl hombr« decimos de él la
euiim atidad y racionalidad formulando el juicio: E l hom­
bre es un animal racional» en cu yo ejemplo» la anim ali-
dad y racion alidad son predicados esenciales del sujeto
hombre» los cuales no podemos d ejar de referirle sin des­
truirlo.
E xisten otros atributos que aplicam os necesariamente
á la substancia, no porque la constituyan en tal esencia,
como sucede con los anteriores, sino porque están ligados
á ella indisolublemente y traducen y desenvuelven su p er­
fección constitutiva. E stos atributos toman el nombre ge­
neral de propiedades naturales de las cosas, y en L ógica
se les llama lo propio^ de) griego iíüon y del latín pro~
priumy porque es lo que sigue Á la esencia, no en aquello
que tiene de común con otras, sino en lo que la es espe-
cíñco ó constitutivo, como tal ser: así, en el ser inteli­
gente lo propio es bntekdsr.
P or último, en las substancias existen determinados
atributos que pertenecen á las mismas y que tienen en
ellas su existencia inherente, pero sin guardar con las mis­
mas otros lazos que el de una relación real de adherencia
contingente. E stos atributos son llamados accidentes.
He aquí, pues, que el análisis nos dice que existen
tres modos de pertenecer un carácter ó atributo á la
substancia, y por consiguiente, tres maneras diferentes
de predicar ó decir los atributos de la substancia; luego
los predicables de la substancia parece indudable que son
la esencia, lo propio y el accidente. A h ora bien; la esencia
tal y como nuestra inteligencia llega á conocerla, no e sla
esencia individual de los seres concretos y singulares,
sino más bien la esencia representada por conceptos uni­
versales y abstractos, manifestación en nuestra inteligen­
cia de muchas cosas de las cuales se puede predicar. E n
una palabra, lo que conoce nuestra facultad cognoscente
«s la esencia especificaj puesto que la especie designa el
conjunto de notas abstractas y universales que constitu*
• •T I«

y en una esencia tal y corno la concibe el espíritu humano;


mas ciertas de las notas constitutivas de una especie la
convienen a] mismo tiempo que & otrae especies, y á las
entidades idgicas que representan esas notas comunes ó
que se pueden predicar de varias especies, se las da el
nombre de especies genéricas 6 simplemente géneros. E x is ­
ten otras notas especíñcas que pertenecen en propiedad
á la esencia de las cosas y la diferencian de las otras espe*
cíes que no son la suya, y cada una de estas notas consti*
tu ye una diferencia especifica^6 simplemente una diferen­
cia. Luego en el predicado esencial se distinguen á su
vez tres predicables esenciales: el género y la especie y la
diferencia especifica.
£ n deñnltiva, pues, los conceptos universales lógicos
que se pueden decir del sujeto en concepto de predicables
6 categorem as son cinco, á saber: el género, la especie, la
diferencia, lo propio y el accidente.
IV.—¿E n q u é c o n s is t e e l g é n e r o ? —E l género, con ­
siderado en el terreno de la L ó g ica, es un concepto uni-
versal que se dice de muchos inferiores diferentes en espe­
cie y de los cuales se predica esencialmente, expresando
aquella parte de la esencia en que convienen las cosas de
!as cuales es predicable. E l género, pues, expresa la cir*
cunstancia de ser muchas especies iguales en un carácter
general y , por lo mismo, su representación en nuestra fa*
cuitad intelectual es una idea universal abstraída y gene*
ralizada y cu yo fundamento lo tiene en la realidad misma
de las cosas; tal vem os sucede con el género animal^ que
es un concepto que expresa una naturaleza que se encuen*
tra en muchas y diferentes especies, cuales son las de ma­
míferos, aves, peces, moluscos, etc., indicando respecto á
ellas aquella parte de la esencia en que todas las especies
á que se reñere convienen, com o es la anim alidad.
V .—D iv isió n d el g é n e r o .—Hl género puede dividirse
en supremo, si no tiene sobre sí otro concepto genérico á
que esté subordinado, com o el de substancia; en género
mediey si tiene sobre sí y bajo sí á otros géneros, como el
concepto viviente, que es un género que tiene sobre sí al
de substancia y debajo de 8Í á los géneros animado é in^
Animado; y en infim o si debajo de sí no tiene más que es-
p«cles como el género anim al. Tan to Sos géneros medios
cotno ios ínfímos llevan el nombre común de subalternos
puesto que todos ellos están incluidos y subordinados á
su género supremo.
V I.—L a e s p e c ie : s u n o c id o y d ife r e n c ia d e l gé-
nero.—L a palabra especie expresa un concepto universal
manifestación de un algo que conviene á muchos indi­
viduos, de los cuales se predica 6 atribuye de una manera
esencial y completa.
L a especie expresa dos relaciones: una de sujeción al
género, puesto que siempre supone un concepto más uni­
versal en el que se halla i ocluida, y otra de superioridad
eon respecto á los individuos de que se predica, y por
cuya razón es propiamente un concepto universal.
L a especie se asemeja al género en que se atribuye ó
dice del sujeto de un modo necesario ó esencial; mas se
diferencia de él, porque Índica toda la esencia de los infe­
riores, com o cuando decimos: Antonio es kombre\ que al
predicar de Antonio la especie kofnóre, indicamos que
este individuo es un anim al racional, 6 sea todo lo que
constituye su esencia; el género, por el contrario d o sig-
niñea al predicarse del sujeto más que aquella parte de la
esencia en que convienen varías especies, y no aquella
otra en que unas especies se distinguen de otras, com o si
decimos: e l hombre es viviente; aquí el género viviente sólo
indica que el hombre es una de las especies vivientes, mas
no toda su esencia an im al racional.
VIL— L a d ife r e n c ia e s p e c ífic a : s u n o o ld n y d is tin ­
c ió n d e la e s p e c ie .—A si como en las esencias de los
seres h a y algo por lo que unos convienen con otros y al
concepto de ese algo común se llama gfénero, así, tambiént
en las esencias de los seres existe algo por lo que éstas se
diferencian y distinguen unas de otras» y al concepto de
este algo característico de cada especie de esencias es á
lo que con propiedad se da la denominación de difítencia
especificó', por consiguiente, ia diferencia específica» con-
siderada como un concepto universal de nuestra facultad
cognoscitiva» no es otra cosa que «el concepto de aquella
realidad que, conviniendo á muchos inferiores de los que
se puede predicar de un modo esencial y necesario» ex>
presa adjetivamente la parte de la esencia por razón de )a
cual unas especies se distinguen de otras». A sí, cuando
decimos: Antonio es rodenal^ predicamos del individuo*
Antonio la racionalidad esencialmente, porque la raciona*'
lidad pertenece á la esencia humana y , por tanto, á todos
los individuos de la misma, y expresamos por este predi-
cado aquello en que la esencia humana se distingue reaU
mente por su esencia de las dem^s especies incluidas en el
género próxim o animal^ con las cuales conviene al mismo
tiempo por lo común que de las mismas expresa el dicho
género; y aun cuando la racionalidad es parte esencial y
substancial del hombre, sín embargo, se predica por medio*
de un término que gram aticalm ente tiene forma de adje*
tivo (ra c io n a l) porque la diferencia es concebida como
algo que se añade al género para constituir con él la es*
pecie ó esencia completa, tal como se ve en el ejemplo
siguiente: e l hombre es un anim al racicnal, donde la pala*
bra<7ff/Mtf/expresa el género, ra cim a l la diferencia que
separa á la especie hombre de las demás especies del gé>
ñero animal, y las palabras anim al racional unidas indican
la esencia metafísica completa del hombre (1).
D e lo dicho resulta, primero que los inferiores de la
diferencia, en cuanto universal lógico, son los mismos que
los de la especie» esto es, los individuos; segundo, que el
género y la diferencia a) predicarse de sus inferiores con*
vienen con Ja especie, en cuanto á la cosa significada.

(1 ) Véa«« BuesUa M etaJisuA, 3.* t . II» p á f . S.


pero se diferencian por el modo de significarla; pues mien­
tras e] género y la diferencia aisladamente expresan de
una manera im plicita y ccmfítsa toda U naturaleza de
.aquello á que se reñeren, la especie la expresa de una ma>
nera cla ra y completa. A sí, vemos en las proposiciones
Antonio es a n im al, Antonio es racional, que los predica­
dos anim al y racional, en tanto se verifican del sujeto An~
ionio, en cuanto signiñcan de una manera im plicita y vaga
toda la naturaleza humana, y por consiguiente la especie;
por eso la prim era proposición es verdadera en cuanto
equivale á decir Antonio es una cosa que tiene anim ali­
dad, porque el hombre es una de las cosas que tienen
animalidad, y lo que decimos de esta proposición decimos
de la segunda, lo cual se explica porque el género y la
diferencia no espresan más que parte de la esencia.
V IU .^ M a n e r a s d e d eo irfie lo p r o p io d e l s u je t o y
cu án d o s e c o n s id e r a c o m o u n iv e r s a l ló g ic o .— Un
4lgo se puede propio de un sujeto: primero» porque
le conviene al todo del sujeto, pero no solamente á él,
como cuando decimos racionalidad que conviene á todo
ttombre pero no sólo al hombre; segundo, porque le con­
viene solamente, pero no al todo de que forma parte el
sujeto; así, el ser abogado conviene á sólo el hombre pero
no á todo hombre; tercero, porque le conviene al todo y
»lam ente, mas no siempre, tal como el corner^ que convie-
fie á todos y á solos los animales, pero no siempre; y
cuarto, porque le conviene al todo, solamente y siempre,
como el ser apto pa ra ser virtuoso que conviene á todo
bombre, á, sólo el hombre y siempre.
Lo propio un predicado universal cuando se dice de
Algún sujeto en cuanto le conviene al todo, solamente y
siempre, pues únicamente lo que de tal modo se puede
decir de un sujeto es predicado necesario y puede ser una
^ lid a d que dimane natural y necesariamente de los prin*
ripios constitutivos esenciales de esa cosa, aunque no es
parte de su esencia; así, pues, podemos deñnirlo diciendo
que €8 e l concepto de una cosa que conviene á muchos y á
cuyas esencias sig u e rrecesariamente sin ser parte de ellas.
L as propiedades pueden distinguirse realmente de it
esencia á pesar de que en ella tengan su fundamento y raí?,
y entonces se llaman propiedades reales 6 físic a s, como
las facultades locomotrices y sensitivas que se distinguen
realmente del principio vital racional humano, ó sólo pode*
cnos distinguirlas de la esencia con sólo distinción de razón^
las cuales se identifican .por parte de su realidad con la
esencia de que son atributos; como las razones de fin ito y
de lim iiadcy que se conciben como atributos del hom­
bre» y éstas se llaman propiedades lógicas.
IX . — Cl a c c id e n te c o m o u n iv e r s a l ló g ic o .— £ i
accidente com o universal lógico es «ei concepto de todo
aquello que conviene á muchos y se puede predicar de
ellos com o algo que acompaña Ó sigue á sus e^nciaa de
un modo contingente»; así en la proposición Ju an es va-
líente, el predicado valiente no constituye parte de la
esencia ni ñuye de ella ó la acompaña necesariamente,
sino que la sigue contingentemente; por lo cual el acci*
dente conviene con el predicado propio en que no es U
esencia ni parte de la esencia, pero diñere de él en que
no es algo que acompañe necesariamente á la esencia»
esto ea» por su contingencia.’
X . — P r o p ie d a d e s d e lo s u n iv e r s a le s .—D e la na-
turaleza de los cinco universales expuesta en los párrafos
anteriores se deduce como prim era propiedad de los mis*
m os ia predicabilidad, pues dado que son conceptos de
realidades que se encuentran en muchos, llevan en su na-
turaleza la aptitud ó capacidad para ser atributos de
aquellos inferiores en los cuales se encuentran; la segunda
propiedad que se deduce de su naturaleza es que pres­
cinden d el tiempo cuándo y d el lu gar en que^ pues las
naturalezas ó realidades en cuanto universales no se
circunscriben ni limitan á un determinado tiempo ni á un
lugar fijo.
X I.—R e a lid a d d a l o s u n iv e r s a le s .—L a naturaleza
misma es el fundamento de la realidad de los cinco unj>
versales 6 categorem as que acabam os de exam inar; en
efecto, la realidad cognoscible, que se hace presente á
nuestra cognoscibilidad a ctiv a en el acto de conocer, nos
presenta realidades comunes que se hallan positivamente
en varios seres á un mismo tiempo; así, por ejemplo, la
realidad racionalidad la vem os existir y producir sus efec­
tos en muchos individuos llamados, por ejemplo, Juan,
Antonio, Diego, etc., existiendo en todos ellos acompaña*
da y seguida por propiedades necesarias ó contingentes
que diferencian á esos individuos, pero siendo ella en todos
de la misma naturaleza; he aqui, pues» como los universa­
les son algo reai fuera de la facultad cognoscente que se
los hace presentes por medio de conceptos abstractos»
dada su propiedad de considerar una realidad sin tener en
cuenta la percepción de las diferencias individuales que la
acomparían en la realidad en que se da fuera de nuestro
conocer. A h ora bien; como á las realidades así concebidas
y representadas es á las que llamamos naturalezas unlver*
sales, y asi es com o existen en la realidad y nos represen­
tamos las naturalezas gémro\ especie^ diferencia especifica^
propio y accidentey conocidas generalmente con el nombre
de predicables 6 categorem as, concluimos que Jos cinco
universales ó predicables son reales porque tienen natu­
raleza objetiva, no al modo d élos individuos» sino existien­
do en vario s individuos á la vez y siendo presentes á nues­
tra facultad cognoscente, com o algos comunes á varios en
los cuales se realizan positivamente.
X lí.—U tilid ad d e l c o n o c im ie n t o d e l o s universa**
l e s ló gico s.*—P o r muchos son consideradas las cuestio­
nes que á los universales se reñeren como valdias ó me­
ros pasatiempos, debidos i las sutilezas de los ñlósofos;
mas sí nosotros tenemos en cuenta que todas nuestras
ideas, Á excepción de las puramente singulares (que cier­
tamente son las menos en la ciencia), se hallan revestidas
de algunos de los caracteres de universalidad que acaba*
mos de exponer, y que en todo juicio» que es el acto
principal de nuestra facultad cognoscente, se añrm a 6
niega del sujeto el predicado necesariamente bajo alguno
de los modos contenidos en los cinco u n i v e r s a l e s , es­
pecie, diferencia^ propio 6 accidente, comprenderemos cdmo
los universales tienen más im portancia de lo que se crec
generalmente, y cdmo es imposible prescindir de ellos en
toda Ldgica, y sobre todo en la Fundam enta!, que ha de
ser la que nos prepare para toda ciencia, incluso la misma
lógica.

C A P ÍT U L O V III

L o* lé rm ln o s .

I.'—R a z ó n d e l p la n .—Ciertam ente que el hombre


puede conocer muchos objetos que forman parte del
orden de la naturaleza sin recurrir al auxilio del lenguaje
articulado 6 externo del pensamiento, puesto que una
observación no muy profunda nos dem ostraría que el
niño posee un tesoro de conocimientos del orden experi­
mental antes de llegar á comprender y emplear la lengua
materna, y aun todos los adultos nos podemos dar cuenta
de conocim ientos que llegam os á percibir mediante el
ejercicio de la facultad sensible, sin que tengamos voca*
Mos ó palabras con que expresarlos; pero tam poco es me­
nos evidente que todos esos conocim ientos son embrio­
narios y rudimentarios, y que cuando la reflexión los aclara
y determina, los v acía en una palabra ó en una proposi­
ción; de aquí la exactitud de Rousseau al observar que
para crearse la palabra se necesitó la palabra, y la de
Bain al afírmar que <todas las verdades consideradas en
la Lógica son expresadas por palabras» ( i) , pues real-

( 1) Alez. B a í q , D é d u e t i ' ^ e t indH C tivC x t r A d n c c Í < 5 Q f r a n e e » «


de Compairé, 1 . 1. pá^. S8.
O le n te ]os conocioiientos rudimentarios y em brionarios
sensibles no pueden ser m aterial lògico.
£ 1 m aterial lògico entero tiene su medio de expresión
en el lenguaje articulado, y es tal la intima relación que
existe entre éste y el pensamiento, que apenas concibe
uno cómo se puede pensar sin la palabra, puesto que ésta
viene á ser á manera de espejo en el cual podem os v e r el
pensamiento en proyección y en escorzo.
A h ora bien; hasta aquí hemos expuesto cuanto se re­
fiere al concepto 6 idea» primera operación de nuestra
actividad cognoscente, y por consiguiente la materia pró«
xima del juicio, que á su vez es la operación fundamental
de nuestro conocer activo; luego antes de p asar adelante
debemos exponer los medios de expresión articulada que
tenemos p ara enunciar y comunicar nuestros conceptos»
que, como vem os, son el término 6 palabra articulada,
si bien nos limitaremos á su consideración Lógica ó estu*
dio de [os mismos en relación con los conceptos, evitando
asi, además deí mal empleo de las palabras, los errores
que de tal uso pueden resultar.
II.—¿Q u é d e b e m o s e n t e n d e r p o r té r m in o ? —Los
gram áticos suelen dar el nombre á,t palabra^ voz y dicción
ó vocablo á la sílaba ó reunión de silabas que expresan
una idea cualquiera, sea de esencia, accidente, estado ó
relaciones de cualidad» acción ó pasión, recibiendo en Ló*
gica la tal palabra, voz, dicción ó vocablo el nombre de
término y por ser lo que expresa á cada uno de los extre>
raos del juicio entre los cuales se da la relación que cons-
tituye el juicio.
III.—¿Q u é e s lo q u e e x p r e s a e l té rm ln o ? '^ L o s
términos ó palabras expresan objetos, pero no tal y como
son propiamente en la realidad ni tampoco exclusivam en-
te conceptos puros subjetivos, sino que propiamente los
términos son la expresión de las cosas ta! y como las co­
noce nuestra facultad cognoscitiva. N o tienen, pues» razón
Stuard Mili ni Bain al pretender que las palabras expre*
san directam ente el objeto, y aun cuando algo más apro-
xim ado á la verdad, tam poco está en lo cierto Hobbes
al decir que un nombre es una palabra escogida á caprí-
cho para que sirva de señal y puefla suscitar en nuestra
mente un pensamiento igual al que hayam os tenido antes,
y que dicho á otros pueda ser para ellos signo del pensa*
m iento que ha tenido en su facultad cognoscente el que
habla; pue^ las palabras 6 términos no se forman á capri*
cho siempre, ni mucho menos es suficiente que pronun­
ciemos una palabra inventada á nuestra voluntad para que
el que la o ye pueda comprender nuestro pensamiento; y la
prueba es que, cuando esto hacemos, Ja explicamos antes,
poniéndola en relación con algún objeto que y a tienen
conocido aquellos á quienes nos dirigimos; he aquí por
qué repetimos que los términos expresan á los objetos tal
y como son conocidos por nuestra facultad cognoscente,
esto es, el término es signo del pensamiento y del objeto
del pensamiento. L o s términos no representan únicamen>
te la idea Ó concepto de nuestra inteligencia, pues si de­
cimos W , esta palabra envuelve atributos que convienen
a2 sol mismo y no á su idea, y asi decimos de él que gira
hacia la costelación de Hércules, que calienta, que ilumina
y que es uno de loa agentes que más contribuyen al des*
arrollo de la vida vegetal y animal. L a palabra sa l tam*
poco expresa directamente al astro del día, porque soo
muchas y muy diferentes las ideas que representa esa
palabra en la facultad intelectual humana; por eso encon­
tram os el fenómeno de que, m ientras para algunos habi­
tantes de M adagascar representa el Ojo del día, para los
indios A lgcnquines el sol es el marido de la Luna; que
m ientras el sol era para los antiguos un astro movible
que girab a alrededor de la tierra, para los hombres pos-
teriores á GalÜeo y Copérnico es un centro de atracción
potentísimo del ^stem a planetario del que forma parte Id
\ ierra; luego vem os que el término so l representa al mismo
sol, pero en cuanto es conocido por nuestra inteligencia.
— 139 —
IV .—D o b le fu n c ió n d e l le n g u a je ; p a la b r a In te rio r
y p a la b r a e x t e r io r .—E l lenguaje articulado Hena una
doble función» puesto que, ó bien es fórmula mental á que
amoldamos nuestros conocimientos de una manera habitual
Órefleja antes de comunicarlos a) exterior, llamando á esta
fórmula p a la bra interior ó vtrbo m entaly ó bien, al querer
comunicar nuestros conocimientos, tenemos que hacerlos
más visibles y exteriores y los vaciam os en el molde de
los llamados vocablos gram aticales, prolongando así por
el sonido articulado la palabra interior y con ella el pen*
samiento mismo; así, pues, el lenguaje en sus dos funciones
expresa el pensamiento y , por consiguiente» el estudio de
las lenguas es un medio indispensable para discernir cuál
sea el pensamiento natural de la humanidad acerca del
mundo que queremos conocer, siendo para tal ñn las
lenguas un capital cognoscitivo que contiene acumu­
lado el pensamiento de las generaciones que las han ha­
blado.
V .—C o n s e jo s q u e s e d e d u c e n d e la d o b le fun>
c ió n d e l le n g u a je y d e la n a t u r a le z a d e c a d a u n a
d e e s t a s f u n c io n e s .—Como si queremos comunicar á
otros nuestro propio conocimiento por medio del lenguaje
e]£terior» lo prim ero que nos vem os obligados á hacer es
am oldarlo á los vocablos gram aticales de la manera más
adecuada para que sea exacta representación de la forma
interna ó palabra interior^ es evidente que lo que más nos
importa es v igilar la prim era formulación del conocimiento
mediante la p a la bra interna,, que es la que lo constituye
en pensamiento; é importa tanto más esta prim era amol*
dación interna del conocimiento en pensamiento, cuanto
que si uno mismo no se da cuenta clara de su propio pen­
samiento y lo reviste dándole el organismo adecuado de
ia expresión, no habrá «medio alguno de que nuestros se­
mejantes puedan llegarlo á entender. E l que concibe con
claridad, con claridad se expresa^ y á la inversa, el que
obscuramente formula su pensamiento por medio de la pa­
labra interna, obscuramente lo comunicará á sus semejan­
tes por medio de la palabra externa.
E n todo objeto de estudio interior existe siem pre un
término cu ya importancia es capital, el cual es la c lave de
todas Us dificultades del sujeto.
E l signo que lo da i conocer consiste en que todas las
cuestiones que surgen se concentran alrededor de este
término, apareciendo en todos los instantes del curso de
la discusión Ó de la exposición; pues bien» el término que
\o exprese al exterior es el sujeto ó el predicado de la tesis
que se ha de establecer ó proponer á U discusión, y sobre
el cual es preciso poner todo nuestro cuidado para cxpo:
nerlo con la m ayor claridad posible.
Pudiera suceder que el conocimiento ó idea que se
trata de revestir, prim ero por la palabra interior y des*
pués por la exterior, fuese original y que no hubiese en el
lenguaje corriente una expresión que lo tradujese de una
manera adecuada; en tal caso existen dos medios legíti­
mos para resolver !a dificultad; ó bien crear un término
nuevo, ó bien emplear» en una accepción nueva, un térm i­
no y a usado; ahora bien, en el primer caso h a y que ate­
nerse para la creación del nuevo término á las leyes de la
filosofía del lenguaje y de la gram ática de la lengua en
que se inventa, y en uno y otro caso es preciso prevenir
toda interpretación equivocada del pensamiento que se
expresa, y a por una declaración» y a por un contexto in­
discutiblemente claro.
V I —L a s p a r t e s d e l d is c u r s o y l a s c a t e g o r ía s .—
[.os objetos del pensamiento y los conceptos que los re­
presentan los redujimos á diez categorías, y como hemos
dicho que el lenguaje es expresión del pensamiento, y
que los térm inos expresaban á las cosas ponocidas por
nuestra inteligencia, parece que lo s términos ó palabras
podían reducirse también á diez grupos ó categorías, á
Imitación de los conceptos que expresan; y en efecto,
muchos gram áticos clasifican las partes del discurso en
diez grupos; mas estas partes del discurso que reconocen
los gram áticos no responden, en verdad, de una manera
exacta á las categorías; sin embargo, los diez grupo$ de
términos hechod por los gram áticos reflejan los rasgos
esenciales de las categorías que hemos admitido.
La prim era categoría, el sujeto 6 esencia de la cua>
se dicen los atributos, está representada en el lenguaje
por lo que los gram áticos llaman nombres sustantivos,
com o en los ejemplos: yuan es mcrenoy la v irtu d es buena.,
la m agnitudes una cantidad; las palabras Juan^ virtu d y
m agnitud en los anteriores ejemplos npmbres sustan*
tivos para los gram áticos; pues para muchos autores e}
sustantivo designa, y a una substancia, y a un accidente
considerado sustantivadamente; mas ni la virtud ni el
grandor son en sí mismos tales substancias ni tampoco
accidentes sustantivados, sino esencias 6 algos que respon­
den á la pregunta ¿qué es esto 6 lo otro?; por esta raz6n
el sustantivo de los gram áticos es de naturaleza confusa é
indeterminada.
L a esencia que hace de sujeto en los juicios puede ser
considerada ó como un algo abstracto y universal, d como
un algo individual y concreto en un individuo reai actual.
L o s gram áticos admiten un articulo definida, el cual tiene
el ofício de diferenciar á la esencia individual de la abstrae^
ta, reemplazando muchas veces á la esencia individual por
una palabra llamada pronom bre personal, de p ro y nc-
mine, en lugar del nombre. También admiten un ar^
Üculo indefinido^ c u y o ofìcio es designar á una esencia
iadívidual, pero en medio de la multiplicidad de indi­
viduos colocados bajo la esencia abstracta y universal;
así vem os sucede cuando decimos un perro es un anim al
carnivoro, en donde la palabra perro^ que comprende á
toda la especie al ir determinada por un^ expresa el indi­
viduo perro entre U multitud de la especie; por eso I0&
ñlólogos llaman á este artículo genérico.
I ^ s determinaciones cuantitativas y cu alitativas atri-
buidas por el predicado al sujeto 6 esencia, que oportuna-
mente ilamamod categorías de cantidad y cualidad, las
expresa el lenguaje articulado por palabras que llaman los
gram áticos nombres adjetivos: ejémplos; la piel es ro ja y
el plomo espesado. E n estos ejemplos, los términos roja y
pesado son determinaciones cualitativas de las esencias ó
sujetos piel y plomo.
Cuando las esencias no son consideradas en sí, sino en
las relaciones de unas con otras, surgen entre ellas múlti­
ples referencias que exigen también su correspóndiente
expresión, y he aquí como á su vez 2a categoría de relación
tiene sus términos para expresarse y á los cuales los gra*
máticos dan el nombre áe preposiciones y conjunciones.
L as categorías referentes á la acción y á la pasión 6
á una disposición relativa á la acción ó á la pasión, en­
cuentran 8(1 expresión en la palabra llamada por los g ra ­
máticos verbo y y a transitivo, activ o ó pasivo, y a intran­
sitivo , activo ó pasivo: ejemplos: quemar á alguno, gol*
pear á alguno, estar en pie, me hallo bien, so y virtuoso,
esto es, estoy sujeto á recibir el estado ó hábito de obrar
bien.
L as categorías de tiempo y lugar vim os eran concep*
tos de determinaciones reales de tiempo y lagar que in­
dicaban un modo tem poral y especial que afectaban á la
acción y estado de las substancias ó sus modos; pues bien;
estas son expresadas en el lenguaje por los términos lla­
mados por los gram áticos adverbios^ especie de adjetivos
verbales. E n efecto, las cosas vistas en sí mismas como
algos no dicen relación á las circunstancias de lugar y
tiem po, pero la acción de los seres corporales, que el
verbo expresa, es siempre una realidad ligada ¿ un punto
de! espacio y á un momento del tiempo; de aquí la razón
de la existencia de los adverbios de tiempo y lugar en el
lenguaje articulado, llamados también adjetivos verbales^
porque modifican lo expresado por el verbo.
Como lo importante en las cosas es su ser^ propiedades
y manifestaciones que realiza, y eso (o expresa el lenguaje
por el sustantivo y el adjetivo y el verbo ^ de ahí que los
materiales esenciales de) lenguaje sean el sustantivOy el
<tdjetivo y el verbo.
Por la comparación anterior vem os que si bien existe
alguna relación entre las categorías y la$ partes del dis­
curso que, por ejemplo, se admiten p or nuestra Academ ia
de la Lengua, sin em bargo existen sus diferencias, que
nos explicaremos fácilmente ú tenemos en cuenta b s si­
guientes observaciones:
£ 1 sustantivo no expresa precisamente de un modo
necesario la substancia, pero sí una esencia, un algo, lo
que la cosa es, sea substancia, sea accidente, sea una abs­
tracción del entendimiento, puesto que aun en este último
caso es un algo que existe en et acto intelectual; mas
como la esencia en el sentido directo y principal de esta
paiabra es una substancia, he aquí la razón del por qué !a
primera categoría se expresa corrientemente en gram ática
por el sustantivo.
En tesis general, el atributo ó lo que se dice del sujeto
ó esencia, es una determinación accidental del mismo, y
por esta razón se dice con bastante exactitud que el ad­
jetivo expresa una determinación secundaria atribuible al
sujeto; pero sin em bargo, en las definiciones esenciales
vemos que el atributo de la proposición expresa en todo
ó en parte ta esencia del sujeto, y por consecuencia en
tal caso el atributo lógicam ente considerado es un sustan­
tivo, como acontece en estos ejemplos: E l hombre es un
anim al racional; el lucero es un caballo; en los cuales et
atributo anim al racional expresa ta esencia completa del
hombre, y et atributo caballo to á i la de lucero.
V II.—E l v e r b o ; ¿ e x is t e un s o lo v e r b o ? —A t llegar á
determinar en qué consiste el verbo, generalmente no se
ponen de acuerdo tos gram áticos y ñlólogos; así, encontra­
mos que mientras p ara unos el verbo no es otra cosa que
et lazo de unión entre el atributo y et sujeto, para otros es
— 14 4 —
la palabra que expre&a la acción activa y pasiva, el kacfr
y el padecer; no faltando los que dicen que expresa el ser
en la exlsiettcta, porque, agregan, hacer equivale á ser
haciendo, sufrir á ser sufriendo.
Por nuestra parte afirmamos que el verbo ser puede
tener, en efecto, un sentido sustantivo y un sentido w-
pulativo', pues 6 expresa la existencia actual de una cosa y
su naturaleza 6 esencia sustantiva, tal como vem os en
estas proposiciones: el mármol esy y o scy^ Dios es¡ el ser
tiende al bien; en las tres prim eras el verbo ser es un atri*
buto que expresa algo tan íntimo á las cosas como su
existencia actual, y en la tercera su misma naturaleza
subsistente; ó expresa únicamente el lazo lógico entre un
predicado y un sujeto. Ejem plo: Antonio justo ( i) . Mas
de esta afirmación no se deduce que el verbo ser sea el
único verbo y que todos los demás verbos sean formal­
mente el verbo ser acompañado de una atribución; pues
según esto, hacer significaría ser haciend<f\ s u frir, ser su­
frien d o; golpear yser golpeando.
E s verdad que en todos los casos dichos y en cuantas
acciones podamos expresar, se presupone la existencia
actual, pues no podemos pensar ni sentir sino siendo;
pero de ahí no se deduce en modo alguno que las a c '
cioaes y estados expresen formalmente la existencia del
agente. L as acciones hacer^ s u fr ir y golpear expresan
directamente el ejercicio de una actividad, y al cognos*
cente que las v e ó enuncia sólo le dicen de una manera in^
directa é implícita que existe el ser que las ejecuta, en ra­
zón á que sabe que la capacidad de obrar es un atributo
del ser que actualmente existe. L a significación, pues, más
corriente del verbo es la acción^ no vista precisamente
como algo abstracto que se define, la cual se expresaría
por un sustantivo, sino la acción con creta, realizada,
realizándose Ó p o r realizar.

( j ) V¿««e nuestra M tto /h ic a t t. 1, p ág. 26.


E n conclusión, el verbo, fuer& de aquellos casos donde
tiene un valor copulativo lògico^ expresa, 6 i a actualidad
por excelencia, que es la existencia actual, 6 la acción
f r e í d a , ejercitándose ó por ejercitar, y a transitivamente,
como lo hacen los verbos transitivos activos y pasivos,
y a intransitivam ente, como vem os lo veriñcan los verbos
intransitivos y pasivos; v . g r., dormir., yacer. H e aquí,
pues, la razón de que ñlosóñcamente podamos decir que
el verbo expresa la acción de dos modos, ó bien como
acto prim ero, cuando nos enuncia solamente el existir, y
esto lo hace el verbo ser empleado como sustantivo, ó
bien como acto segundo, que nos enuncia el obrar del ser
existente, su acción, y esto se expresa por los demás ver­
bos qnii reconocen los gram áticos.
V lIl.-^ S Ig n ifíc a c ld n a b s t r a c t a d e lo s n o m b r e s y
d e r iv a c ió n d e l a s f o r m a s d el Id io m a .—Cuando núes-
tra facultad intelectual se halla atendiendo y un objeto
corporal cae por prim era vez bajo su acción aprehensiva
cognoscitiva, percibe un algo como subsistente; mas la
percepción que queda en nuestra mente por esta primera
atención y percepción es un todo indeterminado, que
después, por los esfuerzos del Instante funcional determi-
Dación, se especi5ca y aclara, á fuerza de consideraciones
aisladas d é lo s distintos aspectos que encierra, com o lo
brillante, lo seco, lo Ifquido, etc. ( l ) ; ahora bien; cada
una de estas consideraciones, cada uno de estos esfuerzos
en que consideramos un atributo con independencia del
sujeto en que se da 6 puede darse, es un abstracto; y
como lo percibido aisladamente por estas abstracciones
es un algo que podemos predicar 6 atribuir al objeto que
cayó en conjunto bajo la atención de nuestra facultad cog­
noscente; de aquí que en puridad todo predicado ó atríbu*
to de un sujeto es un concepto abstracto y , por consi*
guíente, los nombres con que en el lenguaje articulado

( l) Puní Re^OftDd: F r i á t á t L f g ift ie ev^lMti^nhU, ptfg« 10 .


expresamos estos conceptos, tienen una signífícación abs*
tracta.
S í analizamos los nombres compuestos de las ienguas
actuales y después nos remontamos al origen de los mis-
m os, nod encontraremos con que las formas prim itivas, es
decir, sus ratees, expresan sin excepción atributos ó pre­
dicados abtractos, siendo h o y una cuestión resuelta para
la ciencia filológica el hecho de que las raíces primitivas
expresan conceptos abstractos, los cuales, aplicados al
concepto genérico de substancia, primer fruto de la abs-
tracción de nuestro entendimiento, han engendrado las
prim eras formas del lenguaje hablado. A s í, considerando,
p o r ejemplo, palabra castellana ioác, procede de una
palabra sanscrita voka, c u y a raíz verbal es vraçe, que sig­
nifica lacerar, ra sg a r. E sta palabra voka significa, por
consiguiente, lo que rasga, lo que lacera, y aparece en
griego bajo la forma de lyios, en latín de lupus, en gótico
de v u lf y en castellano de M o.
L a palabra sanscrita andaja-s significa algo salido de
un huevo y se aplicaba á todo lo que &alía ó procedía de
un huevo, com o la palabra griega otónos expresa simple*
mente algo que vuela y la predicaban como nosotros ha­
cem os con la palabra ave, de lo que tiene alas, de todo lo
que vuela. L a raíz sanscrita da, significa d a r, y de ahí que
al que da ó entrega se le llame dador, y que á lo dado ó
entregado se le denomine don. S i los nombres loáo, ave y
don expresan hoy un sujeto determinado, e l lobo, e l ave y
e l don, es debido evidentemente al hecho de que un tra­
bajo ulterior ha restringido su significación á estas de­
signaciones exclusivam ente; pues los niños mismos nos
dan una prueba de lo anteriormente afirmado con su em­
pleo de nombres genéricos para designar los objetos cuyos
nombres concretos no conocen.
L o s nombres propios mismos, que parecen á primera
vista como una prueba contra la anterior doctrina, si los
examinamos con alguna detención observarem os que fue­
ron primitivamente nombre$ comuncs> los cuales $e aplica*
ban á las personas com o atributos 6 predicados abstrae-
tos. E l nombre F ilip p o , por ejemplo, tenemos que está
formado de las palabras filos^ amigo, amante, y de h ip fcs,
caballo, que probablemente se atribuiría primeramente á
un individuo que tuviese grande añcidn á los caballos. Lo
mismo acontece con el nombre Celidofiia, de C fli y donia^
don d^t ciehy con que se denominó á la V irgen M aría por
algún cristiano fervoroso. H o y mismo se suelen predicar
de los individuos verdaderos nombres abstractos en razón
de alguna cualidad ó disposición que en el mismo se da, y
que con el tiempo puede m uy bien p asar á ser nombre
propio, y hasta apellido; no de otro modo se formaron
muchos de nuestros nombres y apellidos durante el perío­
do de la Reconquista de España.,
Teniendo esto en cuenta, bastará á la inteligencia so ­
meter las raíces de los términos al mecanismo de las
diez categorías que hemos reconocido, y poner en acción
ciertos procedim ientos de multiplicación y combinación
con las form as que salen de esas raíces para que aparez­
can todos los tesoros de nuestras lenguas, las más ricas;
y 8i luego combinamos las diversas categorías entre eUa»;,
su riqueza se habrá centuplicado, pues nacerán nuevas
formas; así, del solo hecho de aplicar la segunda categoría
á ia primera, tenemos que de hombre s^ form a hum cw\
ahora bien, si á los anteriores medios naturales agrega­
mos los de composición de palabras nuevas, y la amplia
facultad de haccr uso de las metáforas, tendremos las
lenguas con todas sus riquezas y perfecciones actuales.
JX .^ C o m p r e n s ió n y e x te n s ió n d e lo s t é r m in o s
y r e la c io n e s d e s u b o r d in a c ió n e n t r e e llo s —Cuanto
digimos acerca de la comprensión y extensión de los con­
ceptos tiene aplicación exacta ¿ la comprensión y exten>
sión de los términos que son lu expresión de los conceptos;
por eso damos el nombre de (érminos comprensivos á
todos aquellos que expresan el atributo Ó atributos co-
muñes que connotan al concepto y lo colocan en una
clase, y llamamos térm inos extensos Á todos aquellos que
expresan el número de individuos á que se puede aplicar
el concepto de que son manifestación, lo cual se llama su
denotación. A sí, en la clase de cuerpos esféricos pode­
mos considerar los cuerpos que tienen esa ñgura, y esa es
su extensión, 6 podemos considerar el algo real 6 nota
que, considerado por nuestro pensamiento, los une, como
2a form a esférica, y esa es su connotación 6 comprensión.
E n los términos, como en los conceptos, encontramos
que la comprensión y la extensión de un término se dan
siempre en sentido inverso, lo que quiere decir que, á me­
dida que un térm ino es más rico en comprensión, es má&
pobre en extensión: así, e) término hontbre denota todos
los individuos de U especie humana y connota sus atribu­
tos, que son la anim alidad y racionalidad; si á este tér­
mino lo comparamos con el término varón, éste resulta
m ás rico en comprensión ó notas, pero más pobre en de*
notación, puesto que se extiende á menor número de
individuos; si lo com param os con anim al, éste es más ríco
en extensión, pues denota más individuos, pero es más
pobre en comprensión, puesto que expresa menos notas.
X . — C la s ific a c ió n d e lo s t é r m in o s .—>Los concep­
tos los clasificamos teniendo en cuenta tres bases: á
saber: en consideración á su objeto^ á su sujete y á su
modo de representación', pues bien; como íos conceptos soft
lo expresado por los términos, nada más natural que si
queremos hacer una clasiñcación real de los términos,
atendamos para ello á las mismas bases á que atendimos
al clasiñcar los conceptos. Fijándonos en el objeto, teñe*
mos que las palabras pueden expresar, ó el ser, como A n ­
tonio, D ios, m ineral, plan ta; ó los hechos y fenómenos, ma~
nifestación d el ser, com o encarnado, grande, activo; ó la
relación entre los hechos ó fenómenos y los seres, de que
son manifestación; de aquí que admitamos términos de
ser ó esencia, de hechas ó fenómenos y nomológicos ó de
ley, Teniendo en cuenta el objeto» también cabe clasifi­
car los términos en términos <le ser, que son los que e x ­
presan preferentemente la existencia, como Dios, 7 uof$, el
oro, etc.; de esencia, como espiritu al, material^ y de
form a, com o vem os en los términos m agnitud, cuadrado,
redondo\ ahora bien, com o generalmente, respondiendo á
ia realidad, los conceptos suelen ser á la vez la representa-
ción de la esencia y la forma que se dan juntamente en la
realidad, de ahí que existan términos que expresan esencia
y forma juntamente, com o sucede con el término Cesar,
que expresa una y otra, esto es, el individuo realizado.
L o s términos, tomando como base el sujeto de los con­
ceptos que expresan, se clasifican: en experimentales, si sig­
nifican objetos conocidos por medio de la fuente expe­
riencia, com o salada', en racionales, si denotan objetos
conocidos m edíanle la fuente llamada razón, como unidad,
bondad y causa, y en intelectivos ó abstractos, si la fuente
empleada para el conocimiento de los conceptos que e x ­
presan es el entendimiento, como lo blanco, \o ju sto y lo
bello.
L o s términos, atendiendo a! modo de representación, se
pueden clasificar, bien por su cantidad, bien por su cuali­
dad. Considerando la cantidad de los términos, los clasifi­
cam os en trascendentales, absolutos, relativos, generales
é individuales 6 singulares.
Térm inos trascendentales son todos aquellos que e x ­
presan un concepto aplicable i todo lo existente y aun á
lo posible» si bien no de un modo idéntico, como vem os
sucede con los términos ser, cosa y objeto.
Damos el nombre de términos absolutos á los que e x ­
presan un concepto por sí mismos, sin necesidad de refe­
rirse á otros, como hombre, mineral., plantar, y llamamos
términos relativos á todos aquellos que enuncian el con­
cepto de una cosa con referencia ó dependencia á otra
cosa, com o k ijo , padre, criado.
Son términos generales los que expresan conceptos
IS O —

d e co&as referentes á una especie ó género; y llamamos


térm inos in d iv id u a o s 6 singulares á los que “expresan con­
ceptos de cosas tomadas en todas sus notas 6 determina­
ciones atributivas» esto es, en su m ayor comprensión, como
e l caballo lucero, Antonio.
L o s términos generales se clasíñcan á su vez en gené­
ricos, espicificos y analógicos. Un término general 6 uni­
versal toma el nombre especial de genérico cuando expresa
una idea común á muchos, diferentes en especie, y de los
cuales se puede decir de un modo propio y esencial» como
el término anim al; un término general es específico cuando
expresa toda la esencia común á varias cosas 6 individuos
y de los cuales se predica de un modo esencial» como el
térm ino racional, y un término general se denomina ana­
lógico cuando se dice de todos los individuos de su ex*
tensión refiriéndose á ellos de un modo semejante mas no
idéntico» como cuando decim os el término ser de todas
las cosas existentes. L o s términos genéricos y específicos,
por expresar siempre predicados atribuibles á un sujeto»
pueden ser unívocos y equívocos; los términos genéricos y
específicos son unfvocos cuando se aplican en el mismo
sentido á todos los individuos de su extensión, como mu­
jer^ hombreyplanta, m aterial; y los términos genéricos y
específicos son equívocos cuando expresan con una misma
flexión ó forma gram atical cosas diferentes, pudiéndose
tom ar en varios sentidos, como el término perro, que
signiñca á la vez un animal y una costelación» y el término
vegAy que signiñca un apellido, un campo de regadío y
una estrella.
Finalm ente, por razón de la cantidad, los términos
pueden ser clasificados en complejos é incomplejos; son
complejos aquellos que expresan dos ó más conceptos,
como sahioy lucero; son incomplejos los que significan un
solo concepto ó idea, como árbol^ lunnbre.
Atendiendo á la cualidad del modo de representación,
los términos los podemds clasiñcar: Z.^ en negativos si
— 15 1 —
expresan el concepto con un vocablo gram aticalm ente ne­
gativo» y en afirm ativos si lo expresan con una palabra
gramaticalmente positiva, como vemos en los términos
inmortal y 'mortal; estos términos pueden expresar con­
ceptos de cualidad distinta á la que tienen gram atical-
mente considerados; así, m ortal expresa una idea negativa
no obstante ser gram aticalm ente una palabra afirm ativa,
é inmortal^ por el contrario, indica un concepto afirma­
tivo, no obstante su forma gram atical negativa: 2.^ en
concretos y abstractosy según que expresen un concepto de
alguna cualidad unida á un sujeto, 6 sólo un atributo aisla­
damente considerado, com o blanco y blancuray pues, cuan­
do decimos el primero» aun cuando y a es un abstracto,
por aplicarse inmediatamente á un sujeto,se considera, sin
embargo, como concreto» puesto que es una blancura que
no se considera aislada, y prescindiendo del sujeto en quien
reside, sino adherida á algo en lo cua! tiene su existencia
positiva, mientras que cuando decimos blancura la consi'
deramos en sí misma, es decir, prescindiendo de aquello en
que pueda residir ó tenerla como carácter: 3>^, en directos
y reflejos, según expresen conceptos directos ó reflejos;
así» los términos substancia y hombre son directos, y los
términos de género y especie son reflejos; y 4.^, algunos
autores clasiñcan también á los térm inos en ccUigoremáti*
eos y sincatígoremáticosy los cuales son llamados por
Mr. E lie Blanc partes m ateriales y partes form ales del
discurso. U n término es categorem átíco cuando tiene por
sí mismo sentido perfecto en la frase y puede desempe­
ñar et papel de sujeto 6 atributo, como pasa con los tér>
minos Antonioy árbol y mineral', y un término se llama
sincategoremático si no tiene p or si solo sentido completo
y necesita unirse á otra palabra para expresar algo con
sentido perfecto; así, los términos todo, ninguno, a l­
guno, etc., son verdaderos términos sincategorem áticos,
pues sólo uniéndose i otras palabras, á las cuales deter­
minan, expresan un sentido acabado.
X I.—P r o p ie d a d e s d a lo s t é r m in o s q u a d e b e m o s ^
t e n e r p r e s e n t e s e n la L ó g ic a .—X^s términos, segúa di-
gimos, expresan los conceptos que forma nuestra facul*
tad cognoscente de los objetos á que atiende,* como ele­
mentos prim eros que son dcl juicio; pues bien; en vir­
tud de la relación que uno de los extrem os 6 conceptos
incluye con respecto s i otro» resultan como propiedades
de l0€ términos, puestos en relación mediante el juicio, la
suposición^ la Apelación^ la ampliación^ la restricción y la
cUimacióny de las cuales interesan estudiar á la Lógica la
suposición y apelación y correspondiendo á la Preceptiva
literaria el resto de las propiedades mencionadas.
L a suposición es !a colocación de un término ó pala*
bra en lugar 6 representación de alguna cosa respecto de
la cual se forman juicios ó enuncian proposiciones verda­
deras.
L a suposición puede ser ó m aterial 6 form al. supo­
sición es m aterial cuando la cosa expresada por el térmi­
no e s el mismo término colocado en representación de
algo, como en la siguiente proposición: José es un nombre
propio; y la suposición es form al en los casos en que el
término se pone en lugar de la cosa significada por él,
como si decimos: D iego (el individuo) e s virtuoso. L a su ­
posición form al puede ser sim ple si el término se toma en
su signiñcado inmediato solamente, mientras que si al
mismo tiempo abraza el signiñcado mediato, entonces la
suposición toma el nombre de rea l, la cual suele recibir
también los nombres de absoluta y personal.
£ s to tiene lugar en Jos términos que úgniñcan concre­
tos accidentales, cu yo signiñcado inmediato es la forma
dominante, y el mediato el sujeto denominado; así en las
proposiciones: lo ólonco es un accidente^ lo blanco es finito t
el término blanco de la primera se toma por su signiñcado
inmediato, que es la blancura; pero en la segunda expresa
!a blancura y al sujeto que la tiene, pues de los dos se
verlñca ó dice e) predicado finito.
L a auposición de los términos puede ser también coUc^
tívay distributiva y disyuntiva. L a suposici«5n es colectiva
cuando e) término se pone por muchas cosas tomadas co*
lectivamente, como ios ju ra do s son doce; es distributiva
cuando lá posición del térm ino es tomado por todos y
cada uno de sus signiñcados, tal com o en el hombre es
mortal; y es disyuntiva cuando el término se pone por
alguno de sus significados; así, cuando decimos: algunos
hombres son prudentes, el término hombre sólo se toma en
alguno de los significados que puede tener.
Conviene, pues, que para conocer ia suposición que
corresponde á los térm inos tengamos en cuenta las reglas
siguientes:
1 / Cuando un término v a acompañado de signo uni>
versa!, la suposición será colectiva ó distributiva, según
la naturaleza ó condición del otro término; asi, en todos
los jueces del tribunal son tres, la suposición es colectiva,
y en todos tos jueces del tribunal son hombres, la suposi­
ción es distributiva.
2.^ Cuando el término v a determ inado por signos par­
ticulares, c o o ^ son alguno y ciertos, algunos, etc., la supo­
sición es disyuntiva, y es y será confusa 6 clara según Ja
condición y exigencia del otro término.
3.* En toda proposición afirm ativa, el predicado, aten­
dida su naturaleza y condición, tiene suposición disyun­
tiva, aun cuando sea término común y universal: en la
n egativa, el predicado supone siempre distributivamente.
A si, para que la proposición todo hombre es m ortal sea
verdadera, basta con que el hombre sea una de las espe*
d e s que muere; pero p ara que sea verdad que e l hombre
no es planta y precisa que el predicado exclu ya al sujeto de
todas las especies que comprende ó le son subordinadas.
Llám ase apelación en Lógica el modo con que el pre­
dicado se refiere y afecta al sujeto de la proposición. L a
e l a c i ó n , como la suposición, puede ser m aterial y fo r*
*nal\ es material cuando el predicado se refiere al sujeto
en razón de su significación material; y es formal en el
caso en que el predicado se reñera al sujeto por parte de
la forma significada por éste; así, en las proposiciones: E l
abogado toca e l piano; e l abogado defiende a l reo, tenemos
en la prim era una apelación material» porque el predicado
se reñere al sujeto abogado, por su significación material»
que es la de individuo humano» y en la segunda existe
una apelación formal» porque el predicado reo se reñere á
abogado, porque la defensa de éste es propia del hombre
por parte de la abogacía, que es la forma denominante de
éste.
L a apelación debe sujetarse á las dos reglas siguientes
para que h a ya verdad en la relación entre los dos extre>
mos de una proposición: i . ‘ Siem pre que el sujeto de la
proposición sea un término concreto, la apelación esmate>
rial en rigor lógico. 2.^ L o s numerales prim itivos, si se
predican ó aplican á nombres sustantivos, tienen apela-
ción m aterial y formal á la vez; pero si se aplican á nom­
bres adjetivos, sólo tienen apelación material, es decir,
que en el primer caso multiplican la forma y el sujeto que
la tiene, y en el segundo sólo multiplican el sujeto; así, si
decim os los hombres eran nueve, el numeral nueve multl*
plica tanto la materia com o la forma de hombres.

C A P ÍT U L O IX
E l Juicio .

I. — E tim o lo g ía d e la p a l& b ra Ju ic io .—E l juicio


puede considerarse Ó como acto puramente interno de la
actividad cognoscente, y se llama propiamente ó
en cuanto este mismo juicio es expresado por palabras, y
entonces se llama proposición; así, pues, en este capítulo
tratarem os del juicio en sf mismo y en el siguiente de la
proposición y sus propiedades.
^Qué será el juicio? S i lo deñnimos p o r su relación con
la atención, percepción» determinación y concepto, ten­
dremos que será el resultado de haber atendido, percibí-
do, determinado y formado conceptos, pero es evidente
que esto no sería contestar á la pregunta sino de un modo
indirecto, porque así no dábamos á conocer la verdadera
naturaleza de esta operación.
La ju ie io es una de las que con más frecuencia
se emplean, lo mismo por el rústico que por el hombre de
ciencia, pero no todos con igual acierto, sin em bargo de
que todos lo hacen en el sentido de algo que ai conocU
miento se reñere. L a palabra ju ic io se deriva de las lati­
nas ius y diceríy declarar el derecho, lo pertinente á cada
objeto. Claro es que aquí no puede esta palabra tener tal
signiñcado tomado al pie de la letra, pero sí tomándolo
ampliamente en el de dar á cada cosa sus propiedades.
II.—£ le m e n to 3 d el ju ic io .—Mas para decir de una
cosa sus propiedades, es preciso que éstas se comparen
con ka cosa á que se atribuyen, á ün de v e r si la convie­
nen ó no; luego en el juicio hay una comparación y una
relación, en la cual habrá, por una parte, un concepto
referente y otro referido, y por otra, el vínculo de la
relación; es claro, por tanto, que los elementos del juicio
son tres: dos conceptos llamados, el uno sujeto, ó el con­
cepto de aquello de que se dice algo, y el otro atributo 6
predicado, ó el concepto de aquello que se dice de algo
y un vínculo que los une, esto es, la añrmación ó nega­
ción de la homogeneidad entre los dos prim eros bajo cier­
to aspecto.
lil.— D e fin ic ió n d e l ju ic io .—E l juicio, por lo pronto,
es un acto de la facultad cognoscente y no de la voluntad,
como algunos escritores han dicho, confundiendo el asen­
so intelectual con el consentimiento volitivo; y es un acto
intelectual, porque sólo consiste en relacionar, y a sea un
ser con sus propiedades, y a los seres entre sí, ó bien,
por último, propiedades con propiedades, mediante el vín ­
culo que se ve entre unos y otros conceptos. A h ora bien;
aquí lá actividad cognoscitiva obra sobre una materia
que y a posec> cual es la de los conceptos 6 ideas que se
comparan, pues sin éstos no sería posible la comparación;
así es, que podemos deñnir el juicio diciendo ser aquella
operación de la potencia cognoscitiva, en v irtu d de la cual
la razón determ ina la relación existente entre conceptos
ó ideas previam ente comparados. D e modo, pues, que el
carácter propio de esta operación no está en los concep-
tos reldcionados, $¡no más bien en la determinación de la
relación que lleva á cabo la razón después de compararlos.
IV .—B a s e s d e c la d lflc a c íó n d e lo s Ju lclo d .—Defi*
nido el juicio, se nos presenta la cuestión de su claslñca*
ción» en la cual andan divididos los autores, sin duda por
no haber buscado bases ñjas y racionales p ara llevarla á
cabo. N osotros resolverem os esta cuestión recordando
los elementos del juicio» con arreglo á los cuales podemos
establecer las siguientes bases generales de clasiñcación;
I .* , lo s conceptos en sí mismos considerados; 2 .* , la rela­
ción existente entre los conceptos, y 3 los conceptos
relacionados.
V .* ^ C Ia siflc a c ió n d e lo s Ju ic io s c o n a r r e g lo á lo s
c o n c e p t o s c o n s id e r a d o s e n s í m is m o s .—Clasificamos
los conceptos por razón de su objeto en conceptos noumé-
niccs ó esenciales, fenoménieos ó de keclUfS, nontológicos ó
de ley, de ser, de esencia, de fo rm a y de esencia fo rm a l
por razón del sujeto en experimentales^ racionales, intelec­
tuales, mediatos é inmediatos, y por razón del modo de
representación en trascendentales, absolutos, relativos y
generales, individuales^ genéricos, específicos, concretos,
abstractos, positivos, negativos, propios, im propios, adecua­
dos i inadecuados. A h o ra bien; acabamos de v e r que en
todo juicio entran dos conceptos; por consiguiente» para
clasificar el juicio con arreglo á los conceptos que en el
mismo entran, examinaremos los conceptos que contiene,
y según sean éstos» así lo colocarem os en este ó el otro
grupo» pudiéndose formar tantas clases de juicios, seg(ís
ae comprende á primera vista, com o juicios podamos for­
mar combinando dos á do$ los conceptos de una misma
clase y luego lo s de dbtinta clase. A s í, por ejemplo, si po«
nemos en relacidn un concepto de ser con otro de ser^
tendremos un juicio de se r con ser^ como e l hombre es un
ser\ si ponemos en relación un concepto de esencia mate­
rial con otro de esencia formal» tendremos un juicio de
esencia m aU rtal con esenciaform al^ como si decim os: A h*
tonie es bueno; y ñ na Iraente > si relacionamos un concepto
particular con uno general tendremos un juicio de concep­
to individual con general, como en este ejemplo: D iego es
hombre. De lo anteriormente dicho se deduce que las c)a*
des de juicios que se pueden distinguir teniendo en cuenta ,

los conceptos que entran á formarlos son m uy numerosas,


pero fáciles de fíjar aplicando la doctrina expuesta.
V I.—C la e iflc a c ló n d e lo a ju ic io s c o n a r r e g lo á la
re la c ió n .—L a segunda base de clasífícación de los jui*
cios es la relación entre los conceptos del mismo; pero
como esta relación puede ser considerada en su cualidad,
cantidad y modalidad, resulta que la segunda base de d a-
tíñcación de los juicios se subdivideá su vez en otras tres,
cuales son: la cualidad, cantidad y modalidad.
Atendiendo á la cualidad de la relación, vemos que
puede ocurrir, ó que la relación desde un punto de vista
dado sea existente, en cu yo caso el juicio será afirmativo»
6 que no exista la tal relación, y entonces el juicio es
negativo; ejemplos: el agua es disolvente; el agua no es
dulce.
E n consideración á la cantidad de la relación con que
se unen los conceptos en los juicios^ éstos se clasíñcan en
categóricos^ hipotéticos y disyuntivos. E l juicio es categó­
rico cuando la relación entre los conceptos es tal, que los
enlaza total y completamente en un aspecto definitivo;
ejemplo: la justicia es una virtud. E s hipotético cuando la
relación une á los conceptos subordinándolos bajo cierta
condición; ejemplo: el hombre, en cuanto espíritu, conoce.
Y es disyuntivo en el caso ta que la relación une á ios
conceptos distributivamente; si la relación se veriñca del
todo con las partes y de éstas entre sí, enumerándolas
como contenido del todo, entonces el juicio toma el nom«
bre de disyuntiva copulativo', ejemplo: el cuerpo se com*
pone de tronco, cabeza y extremidades; pero si esta re)a*
ción es de! sujeto con alguno de ios miembros del predica*»
do, entonces toma el juicio la denominación de disyuntivo
scjuntivo; ejemplo: los ángulos son rectos, obtusos ó
agudos.
Atendiendo á la modalidad de la relación, tenemos
que ésta puede unir á lo s conceptos: indicando que es
posible su unió^, y entonces se llaman los juicios proble­
máticosy com o si decimos: Antonio es sabio; 2.*, expre­
sando que es existente la referencia entre los conceptos, y
entonces se llaman los juicios asertóricos'y ejemplo: César
fué cónsul; y 3.^, indicando que un concepto conviene al
otro necesariamente, y entonces el juicio se denomina apo-
díctico, como el hombre es racional, en cu yo ejemplo ve­
mos que U racionalidad conviene necesariamente á hom­
bre, puesto que es parte de su esencia. Luego los juicios
por razón del grado con que la relación une á los con­
ceptos, son: problemáticos, asertóricos y apodíctlcos.
V II.—C la s ific a c ió n d e lo s Ju ic io s te n ie n d o en
c u e n ta lo s c o n c e p t o s r e la c io n a d o s .—L a tercera base
de clasiñcacíón dijimos que era la de los conceptos mù­
tuamente referidos, en la cual podemos distinguir la ex­
tensión y comprensión relativa de los conceptos, compa­
rando uno con otro medíante la relación.
L o s juicios, atendiendo á la comprensión de los con­
ceptos relacionados, se pueden clasíñcar en idénticosy ana­
líticos y sintéticos. S e llama idéntico un juicio cuando sus
dos conceptos son d é la misma comprensión, v , gr.yyo
so y yo', en este ejemplo el sujeto y el predicado tienen la
misma connotación ó iguales determinaciones. E s analítico
el juicio en el caso en que el concepto que hace de predi-
cado esté contenido en el sujeto y lo explique, v . g r ., el
hombre es racional\ aquí el concepto hombre, que hace
de sujeto, es más comprensivo que el concepto racional y .
está explicado por racional. Y es el juicio sintético, si el
concepto referido 6 predicado no está contenido en la
comprensión 6 notas esenciales del sujeto, sino que es una
idea más com prensiva que se le agrega; v . gr., el hierro
es m ortífero y en cu yo ejemplo al sujeto se agrega la *-
nota de m ortífero, que no está comprendida en la esencia
del hierro.
Desde el punto de vista de la extensión de los con-
ceptos, mutuamente relacionados, los juicios se clasiñcan
en totales 6 universales, particulares y toto-particulares.
E s total el juicio en que todo el concepto del sujeto puede
referirse al concepto predicado; ejemplo: todos los hom*
bres son mortales. S e llama particular el juicio cuando la
referencia del sujeto al predicado es solamente parcial;
ejemplo: algunos europeos son españoles. Y el juicio es
A
toto^particular sí toda la extensión del sujeto en cada
una de sus partes se reñere a2 predicado; ejemplo: todos
y cada uno de los europeos son hombres.
Teniendo en cuenta la comprensión y extensión com ­
binada de los conceptos relacionados, clasiñcamos !os
juicios en equivalentes, subordinados, coordinados y exclu ­
sivos. Los juieios son equivalentes si sujeto y predicado
tieaen la misma extensión y comprensión, pudiendo pasar
el predicado á ser sujeto y el sujeto á ser predicado sin
que se altere el valor cuantitativo y cualitativo del juicio;
ejemplo: todo lo pesado es material, ó bien, todo lo mate*
rial es pesado. Subordinados, cuando ambos conceptos tie*
nen distinta extensión, teniendo el que hace de sujeto
menos que el que hace de predicado, y subordinándose
todo el primero a! segundo; ejemplo: todos ios animales
son orgánicos. Coordinados si se contienen parcialmente
tujeto y predicado, excluyéndose en parte, pero tenien­
do que ir el sujeto acompañado de alguna determinación
restrictiva; ejemplo: algunos triángulos son equiláteros. Y
exclusivos si ambos conceptos se excluyen mutuamente
por razón de su extensión y comprensión; ejemplo: la línea
recta no es curva.
Fijándonos en la cantidad y cualidad que presentan
los juicios, cabe, por último, clasificarlos en afirm ativos
w tivirsales, negativos universales^ afirm ativos particulares
y negativos particu lares, com o se v e en los siguientes
ejemplos: todo hombre es mortal, ningún hombre es pía-
neta, algún hombre es bueno, algún hombre no es bueno.
VIII.—L u g a r d el ju ic io e n n u e s t r a v id a In telectu al.
— E l juicio es el acto central hacia el cual convergen
todos los pasos de nuestra facultad cognoscente, no exls*
tiendo en realidad acto mental que no concluya en el jui*
cío. Y a hemos dicho que los conceptos eran el material
próximo que preparaba para formar el juicio, pero además,
todos los actos abstracto$ de la inteligencia considerando
independientemente un atributo del objeto conocido, no
son otra cosa que pasos hacia el juicio. A sí, por ejemplo»
si considero aisladamente esta ó la otra cualidad sensible
del papel en qge escribo y que mis sentidos perciben, tal
com o la forma plana, el color blanco, la satlnación, etc.»
no hago otra cosa que ir preparando el juicio, puesto que
cada uno de estos actos lleva aparejada la aprehensión de
alguna cosa subsistente en el papel, al cual la Incorporo»
diciendo de él los atributos que he considerado abstracta*
mente. Concebir un carácter abstracto ó un atributo y
decirlo de alguna cosa es juzgar, com o ver la relación
entre varios juicios es también juzgar. En consecuencia, el
juicio representa en nuestra vida mental el punto céntrico
al cual se dirige toda la actividad cognoscitiva, y del cual
parte toda ciencia cuando es verdadero y cierto.
C A P ÍT U L O X '

L a p ro p M fe lé n .

I.—R a z ó n ò d i p ia n .—Exam inado el juicio en su natu>


raleza y en su importancia para la ciencia como acto in>
terno de la actividad cognoscente, debemos estudiarlo
también en su manifestación externa por medio de la pa*
labra articulada; y como la forma externa que reviste y
la que con m ayor exactitud lo expresa es la proposición,
de abt que en este capítulo hablemos de la proposición»
considerándola primero en si misma y segundo en sus
relaciones.
ARTÍCULO I
« L a p r o p « e l e J d n e n 01 m l « m a .

J.—¿E n q u é c o n s is t e la p r o p o s ic ió n ? —L a propo>
si ción se define generalmente diciendo que es ¡a expresión
de un ju ic io , mas en realidad, la proposición es altamente
enunciativa y , por consiguiente» para nosotros consiste
ttí la palabra ó reunión de palabras que atribuye ó enuncia
una cosa de otra. E ste parece ser el sentido de Aristóteles
cuando dice que la proposición es una oración enuncia-
tiva, pues enunciar es alirm ar ó negar alguna cosa de otra.
Decimos en la definición de la proposición que enuncia
y no que significa^ porque todo nombre significa algo,
mas no todo nombre enuncia alguna cosa; un imperativo
signiíica algo» pero no enuncia; una plegaria significa algo
indudablemente, pero no enuncia; puesto que ni el nom-
bre por si solo» ni el im perativo, ni la plegaria afirman ni
niegan una cosa de otra; asi, cuando decimos: VeU^ signifi­
camos un mandato, pero no enunciamos ó atribuimos una
cosa» como si decimos: ¡Ok^ cielos! suplicamos, pero no
afirmamos ó negamos una cosa.
L a proposición, teniendo en cuenta que todo juicio ha
t II
de ser nccesariàmente verdadero 6 falso» según la relación
afirmada corno existente sea 6 no real, cabe definirla
también diciendo que es «una oración que expresa una
verdad ó un error*.
U.—e le m e n to s d e la p r o p o s ic ió n .« T o d a proposi­
ción, considerada en relación con e! juicio interno de 2a
mente, de que es expresión articulada externa, consta de
dos extrem os ó elementos, llamados términos, y de una
palabra que expresa la relación entre los términos. E l
término del cual se enuncia algo, se llama su jííc; el que
indica lo afirm ado ó negado del sujeto, tom a el nombre
de predicado y y el verbo que enuncia el algo del sujeto,
recibe en L ó g ica la denominación especial de cópula; así,
en la proposición la virtud és wt hÁbitc, el término virtu d
es el sujeto, el término hábito el predicado y el v*erbo es
ia cópula. N o siempre, sin em bargo, van expresos los tér*
minos indicados, puesto que en algunas proposiciones el
predicado va incluido en el verbo, y entonces recibe éste
el nombre de %>erbo airibidivo, tal como se ve en la p rop o­
sición Antonio vacila.
Ili.— C la s ific a c ió n d e l a s p r e p o s ic io n e s p o r su
c o m p le jid a d .— L a prim era distinción que cabe hacer en
las proposiciones es desde el punto de vista de su comple­
jidad, y teniendo en cuenta ésta, podemos considerar dos
grandes grupos, que son el de las sim ples y e! de las
compuestas. Proposiciones simples son aquellas que contie­
nen una sola vez el sujeto y la atribución, y compuestas Ó
complejas las que contienen en sí varias proposiciones
diferentes unidas las unas á las otras.
iV .—B a s e s d e c la s ific a c ió n d e la s p r o p o s ic io ­
n e s ió g :lc a s s im p le s .—En la proposición lógica simple,
podemos considerar cuatro cosas: la m atíria, 6 sea el
modo de relación entre los término? predicado y sujeto:
la m odalidad, que se refiere i la cópula ó modo de enun­
ciar el atributo con referencia al sujeto| la cantidad^ que
se refiere a¡ sujeto de la proposición; y 2a cu alid ad ó re-
r
(ación que la prc»posicÍón guarda con la realidad obje­
tiva, y la conveniencia 6 desconveniencia del predicado
con el sujeto. D e modo que podemos distinguir cuatro
bases de clasiñcacidn de las proposiciones lógicassim -
ples« á saber: ia m ateria, la modalidad, la cantidad y la
cualidad de las mismas.
V .—C la s ific a c ió n d e l a s p r o p o s ic io n e s te n ie n d o
en c u e n ta s u m a te r ia .—Entendem os aquí por m ateria
el lazo de dependencia que existe anteriorm ente á la enun^
ciación del juicio entre el objeto designado por el predi*
c a d r y el objeto que significa el sujeto. E sta m ateria 6
relación puede ser necesaria 6 contingfttíe y posible 6 im^
posible; de aqui que clasiñquetnos las proposiciones en
necesarias, contingentes, posibles é imposibles. U na pro>
posición es necesaria si el predicado conviene al sujeto de
una manera esencial 6 no puede convenirle de otra manera
que como le conviene, tal como en las proposiciones e l
hombre es racional, e l orden de factores no altera elproduc
to, e l todo es m ayor que la parte. L a proposición es contin-
gente si el término que hace de predicado conviene ó re­
pugna al sujeto de un modo contingente, es decir, cuando
la relación existente entre predicado y sujeto puede ser
ó no ser; tal vemos sucede en las siguientes proposiciones:
e l hombre es sabio, e l so l calienia la piedra\ el conoci­
miento de la verdad de estas proposiciones está subordi­
nado á .una prueba de hecho, á una investigación por vía
de observación ó. de experiencia. L a proposición posible
ti el predicado no conviene actualmente al sujeto, pero
no envuelve imposibilidad su conveniencia considerada
en absoluto, v . g r., todo hombre es blanco. L a proposición
es im posible cuando el predicado repugna absolutamente
al sujeto, hasta el punto de que In relación, desde el punto
de vista que se predica, es irrealizable, como en la pro­
posición e l hombre es m ineral.
V I .- 'C la s if ic a c ió n q u e h a c e K a n t d e l a s p r o p o s i­
c io n e s a te n d ie n d o á s u m a t e r i a .- K a n t clasíñc(Ti las
proposiciones, que nosotros hemos llam ado necesarias /
contingentes, en am U ticas y sintéticas y siendo las prime­
ras aquellas en que el predicado está contenido en la
esencia del sujeto de manera que el espíritu puede sepa-
rarlo por un simple análisis, y son sintéticas todas las de-
más que no reúnen las condiciones de las anteriores (1).
G ran parte de los filósofos modernos han seguido esta
clasificación en los juicios, y como el juicio analítico es
tenido por idéntico en el fondo á la proposición de mate-
ria necesaria, se ha llegado casi universalmente á no mi­
ra r como necesarias mas que las proposiciones en las
cuales el atributo puede ser sacado por la vía de la des­
com posición ó el análisis de la esencia del sujeto, resul­
tando, en consecuencia, que una proposición que no reúna
estas condiciones no podrá ser eregída en afirmación ver­
dadera universalmente para todos y en todo tiempo.
A h o ra bien; K an t mismo no tiene inconveniente
alguno en manífestnr que la m ayor parte de las proposi*
clones fundamentales de las ciencias matemáticas y meta­
físicas, no son analíticas según su sentido, sino sintéticas,
ta! como las proposiciones: L a ¿inca rccta es más corta
que toda otra litua\ todo lo que lle g a á e x istir exige una
causa: fórmula que da ai principio de causalidad; por donde
vem os que precisa reducirse á esta alternativa, ó discutir
y establecer los caracteres de necesidad y universalidad
d e la cicncia fuera de los límites de la observación, como
dice el positivismo; ó mantener estos caracteres como son.

( i ) H e «qní 1m palabrts de Kaot: «Eq iodos los juicios eo q n ese


coocibe la reUcidn de nosoj^to ó na predicado, eita r«laciéa es posible
de dos naneras: 6 el predicado B pertenece a l snjeto A , como a l; o
coa tenido eo él, 6 R es compleuuneme extrafio al concepto A, si bieo se
halla eolasado coa él; en e) primer caso IJamo al Jnicio analítico, en el
secundo sintético. Los juicios analíticos son, pues, aquellos e& que ej
enlace de) sujeto eo s el predicado se concibe por identidad; f aquellos
cuj'o enlace es ú a identidad, deben llamarse juicios sÍoté(Ícos».*>Cr/*
íieo d e U R a t¿ n f u r * , >67.
^ r o r ^ tener por eso confianza, y este es el sujetivlscno
Kantiano.
V il.—C la s ific a c ió n d& la s p r o p o s ic io n e s n e c e s a ­
ria s .—E n realidad lo que hay es que existen dos clases
de proposiciones necesarias 6 cognoscibles por ellas mis*
mas; las de la primera clase son aquellas en ]as cuales la
definición del sujeto despeja el predicado; las segundas
son aquellas proposiciones en las cuales la defíniclón del
predicado desenvuelve y da á conocer al sujeto, p o r üonde
vemos que, no fiólo son proposiciones de materia necesa*
Ha las analíticas, sino que también pueden serlo las sintéti­
cas, con tal que sean cognoscibles por sí mismas ( l) .
E l primer género de proposiciones necesarias ó cog­
noscibles por sf mismas abraza todos los casos en que et
predicado expresa completa ó parcialmente la definición
del sujeto, v . gr., el animal es una substancia animada
sensible. E sta definición total comprende las siguientes: i - í
f/ an im al es animado sensible, que expresa la diferencia
esencial; e l anim al es una substancia^ que expresa una
parte de la definición, el género.
£ 1 segundo género de proposiciones necesarias abraza
todas las proposiciones en que la definición del predicado
pone de manifiesto al sujeto, no pudiéndose colocar en
esta clase ninguna de las proposiciones en que se predi­
que la especie ó la diferencia especifica del género; as^, las
proposiciones calgün animal es hombre, algún animal está

(I) «Las proposiciofies de materia n^eesaría fa«ron llaioftdM por


AxUl^t^Ua za&'aOió» EscoUsticos )&s lUmarOD profifsitU p t r s f
m«¿us tiieitidi f e r u , u n ^ tc ^ qac s t conocen por ellas
mismas. Las proposiciones á que nosocroi hemoa dado el nombre de
propovetooes de ePntingentt, las llamaba Aristóteles
7 los Escolástico« las dcDomioabaap r p f^ ñ tia p * r cceid tn t, m ^dus dietn-
d i p er seeidtHS. Despn^s se han denomioado las proposlcloDes de mate*
ría necessjia pr^p49ÍiÍ9neg á p rie ti^ racianAles, p tir a s, ébsplMtiUy M f
tti/íiica$, por oposición á las á p*fteriori, empíricas condicionales
y fCtícas».—Mercier: Logiqui, 103.
dotado de razón», no son nccesariamente verdaderas per
si mismas, sino contigentemente, esto e$, si existen hom'
bres. L as proposiciones que entran en esta clase son to*
das aquellas en que el predicndo expresa una propiedad
natural del sujeto, y a que esta propiedad pertenezca al
sujeto absolutamente, y a que le pertenezca disyuntiva­
mente, V. g r ., el hombre tiene la facultad del lenguaje; el
anim al es racional 6 Irracional, el número es par ó impar;
en todos estos ejemplos vemos que la definición del pre*
dicado no se puedo hacer sin poner de manifiesto el sujeto
y ]a conexión necesaria del predicado con ei sujeto. Sin
em bargo de lo dicho, no es requisito para que una propo­
sición entre en la segunda clase de proposiciones necesa­
rias, el que la defínición misma del sujeto entre como tal
en la del predicado; basta con que un elemento cualquiera
d e lo s que se encuentran en conexión intrínseca con el
^ • sujeto entre en el predicado; así^ en la proposición «ei trián-
V guio ¡sóceles es un afígura de tres lados», aquí el predicado
no contiene la defínición del triángulo isóceles, pero si la
defínición dcl triángulo que es comprendida en la deñni­
ción del triángulo isóceles.
V lll.—C la s ific a c ió n d a l a s p r o p o s ic io n a e a t e n ­
d ie n d o á s u m o d a lid a d .—S i tenemos en cuenta el mede
con que el predicado se reñere al sujeto, cabe distinguir
tres grupos de proposiciones en relación con la modalidad
de los juicios, que son: proposiciones problemáticas, aser*
tórícas y apodícticas. L a proposición probUntática enuncia
que es posible que el predicado convenga al sujeto ó que
es posible que ei predicado no convenga al sujeto, v .g r., es
posible qut ciertosplanetas tengan habitantes. L a proposi-
ción es asertórica cuando enuncia que el predicado con*
viene ó no al sujeto de hecho, v . gr., Ju an es moreno. La
■proposición es apodlctica cuando enuncia que e) predi'
cad o conviene necesariamente ó repugna del mismo modo
ai sujeto, V. gr.: E s preciso que haya en e l mundo una causa
prim era: repugna que e l mundo se haya dado la existencia.
r
L a forma de unión entre predicado y sujeto puede ser
también absoluta y modale y de aquí las proposiciones
absolutas y modales. Kn las proposiciones absolutas hay
simple enunciación del predicado, sin expre&ar el modo
con que conviene Ó repugna a) sujeto; así vemos acontece
en la proposición e l hombre es racional. E n las proposi­
ciones modales se expresa el predicado significando el
modo con que conviene a] sujeto, como acabamos de ver
en la$ problemáticas, asertóricas y apodícticas.
IX .—C la s ific a c ió n d é l a s p r o p o s lc io n e s p o r ra z ó n
d e )a c a n t id a d .—L as proposiciones, teniendo en cuenta
la cantidad del sujeto, se clasifican en universales, parti­
culares, singulares é indefinidas. L a proposición universal
enuncia que alguna cosa pertenece á todos lo$ sujetos de
una idea ó que no pertenece á ninguno de ellos; como todos
los hombres son m ortales. L a proposición p a rticu la r
enuncia que algo conviene ó no á un sujeto, ó que no
pertenece ¿ todos los sujetos, v . gr., algún hombre es pru*
dente. L a proposición sin g u la r es aquella en que se enun­
cia un algo que conviene á un individuo, com o Ju an es
virtuoso. P o r último, la proposición es indefinida cuando
enuncia la conveniencia del predicado á un sujeto sin indi­
car por signo alguno si el sujeto es tomado en su totalidad
ó en una parte solo de su extensión; tal como en la propo­
sición: « E l hombre es itellgente» H ay culpables.
L a cantidad de las proposiciones indefinidas se deter«
mina atendiendo al predicado, de este modo: si el predi­
cado es en m ateria necesaria, la proposición indefinida
corresponde á la universal; si es en m ateria contingente,
equivale á la particular.
X . —C la s ific a c ió n d e la s p r o p o s ic io n e s ten ien d o
e n c u e n ta la c u a lid a d .—Por razón de la cualidad, las
proposiciones pueden clasificarse, ó bien teniendo en cuen-
ta si el predicado conviene ó no al sujeto, ó bien conside­
rando la naturaleza de la relación que expresan.
S i atendemos á la prim era consideración, las proposi-
ciones pucdea colocarse cn dos grandes grupos; á saber:
el de las afirm ativas y el de las negativas, debiendo adver­
tir desde luego que no toda proposición que lleva nega*
ción es n egativa en L ógica, así com o también que no
todas las que presntan una form a gram ática! afirm ativa
lo son en realidad. L a proposición es afirmativa^ si enun­
cia que el predicado conviene al sujeto y que, por conse­
cuencia, debe serle unido; así vem os sucede en la propo­
sición: el oro es un m eta!. L a proposición es rugativa^ sí
enuncia que el predicado no conviene al sujeto, y por
consiguiente, que debe serle separado, á cu yo efecto Ja
palabra ó término negativo debe afectar á la cópula; ejem­
plo: la ley no manda cosas perniciosas, donde la palabra
no Indica que todo lo ptm icioso debe excluirse del man­
dato de la ley.
L a s proposiciones, teniendo en cuenta la naturaleza de
la relación que expresan, se clasifican en verdaderas y
falsas; son las proposiciones verdacUras cuando la relación
que enuncian es exacta ecuación ó conformidad con la
realidad de lo que expresan, y son fa lsa s aquellas propo­
siciones que, por el contrario, afirman ó niegan una rela­
ción que no conforma con la realidad de las cosas á que
se refieren.
X I .—C la s ific a c ió n d e l a s p r o p o s ic io n e s c o m ­
p u e s t a s .—De las proposiciones compuestas se han hecho
muchas y muy variadas clasificaciones; nosotros, siguiendo
á los principales lógicoS) admitimos las seis clases siguien­
tes: Proposiciones compuestas copulativas, disyuntivas,
condicionales, causales, relativas y dlscretívas.
Proposición ccfu la iiva ó conjuntiva es la que contiene
dos ó más simples unidas por medio de alguna partícula
copulativa, y puede constar de muchos sujetos y predica­
dos, ó de muchos sujetos y un solo predicado, ó de un
solo sujeto y de varios predicados; ejemplo: la substancia
es creada é increada. P ara que las proposiciones copula­
tivas sean verdaderas, precisa que lo sean todas y cada
on¿ de las proposiciones simples que contienen, como su*
cede en el ejemplo expuesto, porque existen substancias
que son creadas y !a substancia divina, que es increada.
Proposición disyuntiva es la que une varias proposi­
ciones simples por medio de una conjunción disyuntiva;
Cal como en la siguiente: e l áU ^oó existe por s i ó ha red*
hido laexisU n cia. L a verdad de esta proposición estriba en
que entre los extrem os de la disyunción haya una oposi*
ción tal que no s e d é término medio, y además en que no
existan más extrem os que los señalados.
L a proposición se llama condicional cuando añrma ó
niega alguna cosa con relación á otra, que ,es la condi­
ción; por tanto, en la proposición condicional h a y que
distinguir dos partes ligadas por la conjunción si] la pri>
mera, que encierra la condición, se llama antecedente", la
segunda, que e$ lo añrmado 6 negado, se llama conse>
cuente; v . gr., s i e l estudiante estudia aprenderá la lec­
ción. P ara la verdad de esta proposición basta con que el
consecuente sea una consecuencia legitima del antecedente.
C ausal es la proposición que contiene dos ó más sim­
ples ligadas por una palabra que designe causa, como
porqueyp o r razón de^á fin de que, etc. L a verdad de la
proposición causal exige que el antecedente sea verdade­
ramente la causa ó la razón de la existencia de lo que ex­
presa el consiguiente; en faltando esto, la causal es falsa,
aun cuando las simples que contiene sean verdaderas;
V. g r., el hombre es capaz de progreso porque es racional
y libre. E n tre las proposiciones causales se suelen colocar
las reduplicativasy que son aquellas en que el sujeto 6 el
predicado se hallan modificados por una partícula redupli*
cativa, V . g r., el mal, como ta l m al, no es objeto de la vo­
luntad.
R elativas son aquellas proposiciones que expresan una
relación, como sucede en la siguiente: ta l vid a , ta l muerte.
La verdad de éstas depende de la exactitud con que se
establezca la relación.

i
Proposición discretiva 6 a d virsa tiva es la que encierra
varios juicios diferentes separados por una partícula ad­
versativa, tal com o, sin embargo^ piro^ ntds', v . g r.: el
sabio no es rico en metálico, pero lo es en ciencia. L a ver>
dad de esta proposición depende de la verdad de las sim>
pies y de la oposición que entre ellas pongamos.
X il,—P r o p o s ic io n e s c o m p u e s t a s a n c u a n to al
s e n tid o , au n c u a n d o a p a r e z c a n c o m o s im p le s en
s u e x p r e s ió n g r a m a t ic a l.—^Entre las proposiciones que
p or su sentido son compuestas y por su expresión grama­
tical aparecen como simples, podemos citar cuatro clases,
á saber: las exclusivas^ las exceptivas^ (as campara i ivcts y
las d is i Uvas.
I.^s proposiciones que enuncian que un atributo no
conviene más que á un solo sujeto, se llaman exclusivast
porque excluyen del sujeto á otros; así, la proposición; sólo
D ios es amable p o r s i mismo, encierra esta otra: no existe
más que Dios que sea amable por si mismo.
L as proposiciones que añrman ó niegan alguna cosa
incluyendo excepción, se llaman exceptivas^ porque siem-
pre las acompaña la excepción de algún inferior de este
sujetoj tal vemos en ia proposición: todos los justos, ex­
cepto D ios, pueden caer alguna vez; Uonde está compren­
dida ésta: Dios no puede dejar de ser justo.
Se llaman proposiciones comparativas^ las que enun*
cian la conveniencia ó deeconvenieacia comparando en
sentido de más ó menos, v . gr.: la sabiduría vale más que
las riquezas; el mayor de los males es ofender á Dios.
P o r último, proposiciones desitivas son todas aquellas
que enuncian que una cosa ha comentado á ser ó dejado
de ser tal cosa; por ejemplo: el mundo comenzó ha miles
de años; el mundo acabará dentro de miles de años; pues
am bas encierran en reaüdad dos juicios.
E stas cUatro clases de proposiciones serán verdaderas
si lo son los juicios que encierra su doble sentido; por eso
no se debe contestar si ó no á las cuestiones que se nos
I I . .1. M I I

propongan por medio de una de estas proposiciones, sino


que importa antes distinguir los sentidos que encierran, y
contestar en consecuencia de lo que quieran decir.
X IIL—¿Q u é d e b e m o s t e n e r en c u e n ta p a r a co»
n o c e r e i s u je t o y e i a tr ib u to d e l a s p r o p o s ic io n e s ?
—No es siempre fácil conocer, sobre todo en ciertas pro­
posiciones, cuál es el sujeto y cuál es el atributo, pues en
U vida ordinaria del lenguaje no se presentan tan orde
nadas y claras como en ei ilbro y en la cátedra; para
evitar este inconveniente debemos atender, ante todo y
sobre todo, al sentido de la enunciación, y descubrir de
quién 8c afirma 6 niega y qué és lo que se afirma 6 niega,
y todos ios términos 6 palabras que signifiquen aquello
de que se afirm a ó niega son el sujeto, y todo lo que se
afirma el atributo; ahora bien; el atributo 6 lo afirmado
puede estar expresado por una palabra distinta del verbo
y enlazado al sujeto por el verbo copulativo; pues bien,
entonces toma propiamente el nombre de predicado y y
cuando está expresado por r/ verbo y aun cuando lleve
complemento para expresarlo completamente, se debe Ha-
mar atribulo. E n las proposiciones com plejas, lo primero
que se debe atender es á buscar la proposición simple
principal, y en ella averigu ar después el sujeto y el atri­
buto, cambiando, si es preciso, el verbo activo en pasivo.

ARTÍCULO II
L a i p r o p o s ic ió n « « # n r e la c ió n .

1.—R e la c io n e s q u e p u e d e n e s t a b l e c e r s e en tre
la s p ro p o sic io n e s.-^ A S com parar unas con otras las
proposiciones, puede suceder, ó que tengan el mismo sen­
tido y valo r lógico, ó que afirm en y nieguen respectiva­
mente una misma cosa desde el mismo punto de vista, ó
bien, por último, que, com parados su sujeto y predicado,
tengan ambos la misma extensión y comprensión. E n el
primer caso, habrá entre ellas relación de equivalencia y
Us proposiciones serán equivalentes; en el segundo exis­
tirá entre ambas oposición y Ids proposiciones tttitioptu s-
tas\ y en el tercero podrá convertirse el predicado en
sujeto y éste en predicado, y tendremos que las proposi­
ciones serán coftwrtibUs.
l l.^ V a lo r ló g ic o d ei p r e d ic a d o en ia s p r o p o s ic io ­
n e s a f ir m a t iv a s y n e g a t iv a s .—P ara poder aprender
con provecho la equivalencia, oposición y conversión de las
proposiciones, conviene que antes averigüem os el valor ló­
gico dei predicado de Jas proposiciones afirm ativas y ne*
gativas en compafaci<5n.
L a comprensión y la extensión del predicado están en
una proposición afirm ativa en razón inversa de la que tie-
nen en una negativa; así> en la proposición añrm ativa el
predicado es tomado según toda su comprensión y sólo
en una parte de su extensión; por el contrario» en la pro*
posición negativa el predicado se tom a según toda su ex­
tensión y sólo en parte de su comprensión. E n eí ejemplo
e l cerollo es un veriebrado, digo que el caballo tiene todas
las notas comprendidas en la idea de vertebrado, las con*
sideremos colectiva ó distributivam ente, pero de ninguna
manera añrmo que el caballo sea el único vertebrado; por
el contrario, si digo e l pesno es m am ífero y expreso por una
parte que no h a y pez alguno que pueda colocarse entre
los mamíferos; de modo que tomo toda la extensión del
predicado, del cual excluyo en absoluto á los peoes, pero
al mismo tiempo no niego que pueda tener algunas de las
notas que tienen los mamíferos, como, por ejemplo» la ani-
malidad, el movimiento, etc.
Respecto de las proposiciones afirm ativas y negativas»
conviene también advertir que los lógicos las representan
teniendo en cuenta su cantidad de universales y particu'
lares y su cualidad de añrrnativas y negativas, mediante
las letras A , £» I, O, que se recuerdan fácilmente con los
versos siguientes;
Á seritA , negat B , sed universalittr ambo;
A serit I, negat O, std p a riicu la riter ambo.
w

E s u combinación da lugar á cuatro proposiciones, dos


universales y dos particulares, es decir, universal a6rma*
tiva, que es representada por A ; universal negativa, que
lo es por E ; particular añrm atlva, que es expresada por I,
y particular negativa, que lo es por O.
III.—R e la c io n e s d e o p o s ic ió n y s u b o r d in a c ió n
e n tre l a s p r o p o s ic io n e s .—E xiste oposición propiamen­
te dicha entre dos proposiciones cuando añrman y niegan
una misma cosa desde el mismo punto de vista; a$f, aun
cuando fueran sub&tancialmente los mismos el sujeto y el
predicado de do$ proposiciones, pero la una fuera afirma­
tiva y la otra negativa, no resultará la verdadera oposi­
ción si la identidad no es absoluta y perfecta; por eso sí
uno dijese; europio ís blancoy e l europeo no es blanco en
su cabellot no habría verdadera oposición, puesto que los
predicados no son idénticos.
Para que haya, por tan to, verdadera oposición entre
dos proposiciones, son preciaos los dos requisitos siguien*
tes: primero, que las dos proposiciones tengan idéntico
sujeto y predicado, sin perjuicio de que varíen en cuanto
á su cantidad; segundo, que una de las proposiciones com*
paradas sea negativa y 1^ otra añrm ativa. E n faltando
cualquiera de las anteriores condiciones, no existe verda*
dera oposición, sino que más bien lo que habrá es una ver*
dadera subordinación, com o sucede entre las proposiciones
que teniendo el mismo sujeto y predicado, sólo varían en
la cantidad, estando la particular subordinada á la uni*
versal.
De lo anteriormente dicho $c deduce que únicamente
resultan tres clases de oposición al com parar proposicio­
nes afirm ativas y negativas, que teniendo igual sujeto y
predicado, difieren en cantidad y cualidad, á saber: la ew -
tradictoria, que aparece en la comparación de proposicio­
nes que difieren en cantidad y cualidad, como en la com*
paración de las proposiciones A y O, y en la de E é 1; U
contraria^ que resulta de la com paración de proposiciones
univ'ers¿Ie$ que djñeren en U cualidad, como cuando se
comparan las proposiciones A y E ; y ia subcontraria^ que
resulta de la comparación de proposiciones particulares
que diñercn en cualidad, com o sí comparamos proposicio­
nes I y O. •
He aqui el cuadro esquemático con el que gran parte
de los lógicos dan á conocer estas relaciones lo más grá­
ficamente posible.

A
Todo boa* K ÍB ^n bom*
bit ee C O N T R A R IA S brc tt
okorul. Monal.

O. ^
(/> Vi
< G
z K W
K >
U r
H D IC H
h) w
< a?
D
z>
Vi w

Alfúo boa* Alg4a bo«i*


bre tt SU BC O N T R A R IA S bre ao e t
BOfUl. nert«l.

I O

IV .- -R e q u is it o s q u e s e d e b e n t e n e r e n c u e n ta
p a r a c o n o c e r la v e r d a d ó fa is e d a d d e l a s propoal'*
c lo n e s o p u e s ta s .—A l considerar el valor de las propo­
siciones dadas en relación de oposición, debemos tener en
cuenta las condiciones siguientes: 1.^ Las proposiciones
contradictorias, consideradas en conjunto, no son verda­
deras ni falsas; pero consideradas separadamente, resulta
que si la una es verdadera, la otra es falsa; si la una es
falsa, la otra es v'erdadera; en consideración á que la una
es la negación de la otra, no sólo de (a cualidad, sino tam ­
bién de la cantidad; de aquí que de U verdad de la una
legítiniamente se in fera la falsedad de la o tra, y do la fal­
sedad de una pueda inferirse la verdad de la otra, pues
realmente no se da término medio posible entre las con*
tradictorias; así, 6 todo hombre es mortal ó algún hombre
no es m ortal; ó bien <ningún hombre es m ortal», ó bien
«algún hombre es mortal».
E n las proposiciones singulares ó Individuales, la con-
tradicción y la contrariedad son una misma cosa, tal como
se v e en Antonio está ctqui, Antonio no está aqu i. Lo mismo
acontece cuando se trata de una le y general que depende
de un solo acontecimiento, como en las leye s de causali*
dad; pues un solo hecho bien observado basta para probar
una relación de causa á efecto; asi, si se descubre un me­
tal nuevo y se logra su fusión á un determinado grado de
temperatura, se puede afirm ar de una manera general que
la fusión del metal se conseguirá siempre á la misma tem­
peratura, y claro es, que aquí la contrariedad y la contra-
dicción son la misma cosa. E l metal se funde ó no se íunde
á la misma tem peratura, porque la uniformidad de la natu«
raleza prohíbe toda suposición intermediaría, como, por
ejemplo, que ciertas partes de un mismo metal entren en
fusión á tal temperatura y las otras no.
L a oposición de contradicción ofrece también la ven*
taja lógica de substituir una universal que se niega por
una particular. Ejem plo: si no es cierto que todos los
hombres son justos» lo es que algunos hombres no son
justos; y ^ no es verdad que ningún hombre es justo, lo es
que algunos hombres son justos.
2^ A l considerar el valor de las proporciones con­
trarias» puede sentarse la ley general siguiente: L as con»
trarias lio pueden srr jam á s verdaderas en conju^Uo, mas
pueden ser fa lsa s ambas proposiciones. N o pueden ser ver­
daderas las dos proposiciones contrarias á la vez, porque
entonces )o serían las contraciictom Sf y y a hemos visto la
imposibilidad de que tal suceda; así, sí es verdad que todo
hombre es mortal, no puede serlo que ningún hombre es
m ortal, pues no Lo es que algún hombre no sea mortal.
Pero de que una proposición sea falsa no se deduce que
su contraria sea verdadera, pues la verdad puede encon­
trarse en una proposición intermedia colocada á igual
distancia de ambos extrem os; p o r eso si digo: todos los
hombres son fabricantes, ningún hombre es fabricante,
ambas son falsas, pues caben entre am bas los extremos
igualmente distantes: algún hombre es fabricante, algún
hombre no es fabricante.
3,* L a s proposiciones subcmtrariasy dada su particula­
ridad y no obstante su diferencia de cualidad, á la inversa
de las contra r í a s , ser ambas verdaderas^ mas nunca
ambas fa ls a s ; así, si es verdad que algún hombre no t i
sabio, y si es falso que algún hombre es inmortal en
cuanto al cuerpo, no lo es que algún hombre no es inmor­
tal en cuanto al cuerpo. E n las proposiciones subcontra-
rias se debe tener en cuenta que del hecho de que una de
ellas sea falsa se deduce legítimamente que la otra es ver­
dadera; pero del hecho de que ia una sea verdadera no se
deduce en manera alguna que la otra sea falsa ó verda-
dera.
L as proposiciones subcontrarias en realidad sólo tie>
nen entre sí una oposición Imper feotísima, hasta el punto
de que en realidad no existe entre ellas otra oposición que
en la cualidad de ambas; que la una es añrm ativa mientras
Ja otra es negativa, y la prueba de lo que decimos la tcne*
mos en que caben térm inos medios entre ambas proposi­
ciones si atendemos á su sentido, y esta es la razón de
que ambas puedan ser verdaderas.
V .—R e q u is ito s p a r a c o n o c e r la v e r d a d ó fai**
s e d a d d e la s p r o p o s ic io n e s s u b a lt e r n a s ó a u b o r-
d in a d a s .—I ^ s proposiciones particulares 1 y O puestas
en relación con sus correspondientes universales A y £»
hemos visto Jejos de indicar oposición, expresaban
una verdadera subordinación) y que por esta razón se las
llama sabalUrnas^ esto es, que están incluidas en la exten-
síÓn de sus respectivas universales y , por tanto, han de
seguir su condición; así, pues, para v e r la verdad ó false­
dad de las mismas, nos atendremos á las leyes siguientes:
L a verdad de la s proposiciones universales im plica y
ccntiefie la de sus subalternas correspondientes; pero w la
verdad de las subalternas contiene ni^ p o r consiguiente, im^
plica la de las universales respectivas; así, si es verdad que
todo cuerpo es pesado, maniñestamente también lo es que
algún cuerpo es pesado, pero de que un cuerpo es azul no
se infiere que todos Jos cuerpos son azules.
L a fa lsed a d de las proposiciones pa rticu la res subordi­
nadas im plica la fa lsed a d de ¡a u n iversal suballernante;
pues si es falso que algún vegetal es inmortal seguramente,
también lo es qae todo veg etal es inmortal, en razón á
que la universal abarca en su extensión á la particular;
mas, por el contrario, la fa lsed a d de la u n iversal no con­
tiene n i im plica la fa lsed ad de sus particulares subalternas^
porque si es falso que todo hombre es sabio, de ahí no se
sigue la imposibilidad de que algún hombre sea sabio.
D e lo anteriormente dicho se deduce: que hay casos
en los cuales son verdaderas las dos proposiciones subal­
ternas, y otros en que ambas son falsas; que si la universal
es verdadera, la subalterna es verdadera; que si la univer-
sal es faJsa, la subalterna puede ser verdcra ó falsa; que si
la particular subalterna es falsa, su universal también lo es;
y que si la particular es verdadera, la universal puede ser
verdadera ó falsa.
L as anteriores leyes se infieren dei hecho de que
cuando el predicado es esencial, lo que se dice del todo
corresponde á las partes; mientras que si es accidental, éste
puede corresponder á una parte del todo sin que corres-
ponda á las demás, ó aJ conjunto com o tal, sin que por
eso necesariamente corresponda á cada una de sus partes.
\2
V t.—L a o p o s ic ió n e n tr e Ja s p r o p o s ic io n e s m o ­
r a l e s . —L a oposición entre las prcposicionea llamadas
problemáticas, ascrtóricas y apodicticas, de que hemos
hablado en el párrafo VIH del prim er artículo de este
capítulo, y que por algunos ñiósofos no es admitida, se
pone de m anifesto por el siguiente esquema:

h o a b r t e« HI b o n b r« K

afcetar^kmeat« C O N T R A R IA S im p o & ib ie ^ q < k i

ra e lo t u l. r M Í O f li l.

Crt
G
'i ?
I> IC
ra
z
>
w

ET h o n W e c * E l h o * e V e «»
qoe *M S U B C O N T R A R IA S
n« $*arMiowtl.

V II.— E q u iv a le n c ia d e la s p r o p o s i c i o n e s . L a s
• proposiciones son equivalentes siempre que sean idénticas
en su sentido y en su valor lógico, aun cuando diñeran en
su expresión; así, por ejemplo, vemos sucede con las pro*
posiciones: todo hombre es mortal; no hay hombre que
no sea mortal.
L as proposiciones se pueden hacer equivalentes por
m uy diferentes que sean entre sí. L as proposiciones que
son entre sí contradictorias se hacen equivalentes antepo«*
niendo una negación al sujeto de una de ellas; así, la pro*
posición todo hornee es sabio^ es contradictoria de esta
otra: algún hombre no es sabio; para hacerlas equivalentes,
t> a 9 ta a n t e p o n e r a l s u j e t o de l a p r im e r a la negación na y
decir: no kombrt es sabiox y queda e q u iv a le n te e n el
s e n t id o á la s e g u n d a .
Dos proposiciones universales que díñeren sólo en la
cualidad, se hacen equivalentes posponiendo la negación
al sujeto después de la cópula; ejemplo: todo hombre es
sabioy ningún hombre es sabio, se hacen equivalentes
•diciendo: fodc hombre es no sabio.
Para hacer que dos proposiciones subalternas sean
•equivalentes, hay necesidad de colocar la negación antes
y después del sujeto de una de ella; así, $i decimos todo
hombre es sabioy a lg ú n hombre es sabio, para hacerlas
equivalentes colocarem os una negación antes y después
del sujeto de la primera y dirá: KO todo hombre no es
sabio, que equivale á la segunda en su sentido.
L as proposiciones subcontrarias no admiten equiva­
lencia, porque si se antepone la negación al sujeto se hace
equivalente á la contradictoria, y si se pospone resultará
idéntica en los términos y no equivalente á la o tra sub*
contraria.
L as reglas de la conversión se exponen compendia-
■das en el siguiente versículo:
P ra^ contradic: post contra: prae postque subalier.
L a c o n v e r s ió n , s u c o n c e p t o y m a n e r a s d e
lle v a r la á c a b o .—Dase el nombre de conversión en las
proposiciones á la mutación del sujeto en predicado y
del predicado en sujeto, conservando la verdad de la pro*
posición convertida, Ó bíen, com o dice Bossuet, en la
transposición de los dos términos de la proposición, con*
servando ella su verdad.
Para llevar á efecto la conversión, sin com eter error,
conviene ante todo tener en cuenta: primero, la extensión
del sujeto; segundo, que el predicado en las proposiciones
afirm ativas es particular y en las negativas es universal.
aquí deducimos: 1.^, que la proposición universal nega>
tiva es convertible, porque los dos términos son univer­
sales. E j.: ningún tnineral es capas de funciones vitales..
Convertida: ningún ser capas de funciones vitales es m ine­
ra l. 2.° L a proposición particular afírm ativa, es también»
convertible, porque tiene los dos términos de la rñisma
extensión. E j.: algunos hombres son justos. Convertida: a l­
gunos justes son hombres. 3,® L a proposición universal
afirm ativa también puede convertirse, pero con la condi­
ción de que al pasar el predicado al puesto del sujeto se
le preceda de un signo que lo particularice. £ j.: todos Us
hombres están dotados de sensibilidad. Convertida: ciertos
seres dotados de sensibilidad son hombres*
E n los dos primeros casos la conversión ea perfecta y en
el tercero im perfecta, exceptuando el caso de lasdeñnicio^
nes esencialea, en donde el deñnido es igual á la deíinición.
E j.: todo hombre es un anim al raeional. Convertida: todo'
anim al racional es un hombre.
D e modo, pues, que, según lo anteriormente dicho, las
maneras de convertir son propiamente dos: una conser­
vando la cantidad de la proposición llamada simple^ y
otra variando esta cantidad, ó aea haciéndola particular
de universal que era antes, y se llama accidental; pero aun
podemos admitir una tercera manera llamada por contra*
posición, que consiste en conservar la cantidad haciendo'
indeñnidoa los términos por medio de )a negación que se
les antepone, tal como vem os sucede en el siguiente cjem>
pío: todo hombre es anim al; convertida: todo no anim al es
NO hombrr'y que, com o se v e, no da gran claridad para la
certeza que se exige en ia ciencia.
L a conversión que corresponde á cada una de las*
proposiciones se recuerda Üícilmente por lo s siguientes*
versos;
Fbci sim pliciter conz'ertitur. E v a p e r accid.
A s t o per contrap.'y sic f it conversio tota.
Que quiere decir que la E y la I de F eci admiten conver­
sión simple, la E y A de E va por accidente y la A y O dc^
A sto por contraposición.
C A P ÍT U L O X I
E l ra c io c in io .

I.—R azó n d d l p la n .—Tener un concepto, e$ nada


-para la grandiosa obra de la ciencia. La posesión de cien
•conceptos 6 de millones de ellos, con ser mucho, sigue
«iendo nada si no los referimos; pero establecer relaciones
«entre los mismos de dos en dos, como hacemos por el juicio,
llegando á obtener verdades evidentes en si mismas alguna
vez, y a es algo; pero sin em bargo, ^qué sería la ciencia
humana si, siendo como es la potencia cognoscitiva limi­
tada» no pudiese obtener otras relaciones que las que
obtiene por el simple juicio? Contestamos sin vacilar: ra­
quítica, y a que no imposible. L a humanidad podría enva*
necerse cuanto quisiera poseyendo innumerables verda*
d es aisladas, afirmaciones de semejanza 6 desemejanza
«ntre los conceptos que por Ja operación juicio consiguiese;
mas todo sería inútil si estas relaciones no se podíao uní>
6 c a r sistematizándolas; no tendría otra cosa que millones
de caracteres de imprenta combinados entre sí dos i dos,
pero sin enlace entre estas combinaciones que Ies diera la
•unidad necesaria para form ar un lazo armónico que e x ­
presara una ciencia cualquiera. Afortunadamente, la facul­
tad cognoscitiva puede ir á ese más allá. L a facultad inte­
lectiva, no sólo alcanza ideas y las compara dos á dos,
formando juicios, sino que también enlaza estas relaciones
<0 juicios, sacando de unas verdades otras, más com pletas y
aun más evidentes muchas veces, hasta tal punto, que
por esta nueva operación que se presenta á nuestra con­
sideración podemos conocer todo lo ñnlto é inñnito, sí
bien no llegar á comprender toda la realidad infinita en
'SU pura inteligibilidad.
II.— E tim o ló g ía d e la p a la b r a r a c io c in io .—E sta
tercera operación que nos da las relaciones mediatas é
indirectas de las cosas es el taeiocinioy llamada asi de ra-
ticcinaticy palabra latina empleada por Cicerón en el sen­
tido de discurso y por V a rrò n en el de demostraáán. En
efecto, mediante esta operación es posible d isc u rrir acer­
ca de las cosas, dim ostrar el enlace, la relación entre las
cosas más distintas y heterogéneas, y comprobar como
)o creado es una obra armónica, unida á sa creador como
el efecto i. su causa, pues mediante ella vem os la nece­
sidad racional de que todo ser contingente, fugaz y tran­
sitorio, tenga por origen prim ero una causa inmutable:
por eso á esta operación se la ha llamado también raso-
fuxmimío, discurso lógico y conclusión.
III.—E le m e n t o s q u e e n c u e n tr a e l a n á lis is en el
r a c lo c I n lo .^ A I exam inar esta operación encuentra el
análisis, en prim er lugar, varios juicios que se relacionan,
y en segundo, conceptos que de dos en dos entran en los
juicios; luego existen en el raciocinio, de un lado una ma*
teria próxim a, que son los juicios, y de otro una m ateria
rem ota, que son los conceptos; pero es claro, estos juicios
no se dan aislados, sino en relación y a de causalidad, y a de
condicionalidad, ora de semejanza, ora de disyunción, cuya
relación constituye propiamente el raciocinio, 6 sea el ele­
mento formal y característico. D e suerte, pues, que los
elementos del raciocinio son, en definitiva, la materia^
(juicios y conceptos), y la fo rm a y ó sea la relación que se
establece entre los juicios antecedentes y la conclusión»
que es el consiguiente.
iV .—D efin ició n d el r a c io c in io .— E xplicada k eti­
mología de la palabra raciocinio y analizados los elemen­
tos que en esta operación de la potencia cognoscitiva en«
tran, podemos definirlo com o e l acto sim plicisim o de la
ííctividad cognoscente por e l que de dos ó más ju icio s rela ­
cionados entre s i deduce un nuevo ju ic io llam ado consi*
guíente. E l siguiente ejemplo comprueba la anterior deñ>
niclón. S i tenemos estos dos juicios: « E l hombre ama !a
belleza», «El hombre conoce la belle za >, nosotros pode*
p_.<

mos descubrir la relación entre ambos, valiéndoaos de un


tercer término y decir después de haberlos enlazado: «El
hombre ama ia belleza porque la conoce». .
V .—E le m e n to c a r a c t e r ís t ic o d el r a c io c in io y 8U
d ife r e n c ia d el ju ic io y d e l c o n c e p t o .—Hemos dicho
en la definición que el raciocinio es un acto sim plicisim o
<U la actividad cognouentí^ porque considerado formal­
mente no e$ otra cosa que la misma relación entre los jui-
cios antecedentes y el juicio consiguiente, es decir, eXlOio
lógico de los juicios, que ponemos en parangón con el jui­
cio que inferimos; y com o este lazo es simplemente la vis­
ta intelectual de aquello en que convienen ó en que des*
convienen, de ahí que no obstante sus elementos, el racio-
cinlo, como tal acto interno de la razón, sea simple; así,
pues, el raciocinio es propiamente un juicio, diferencián­
dose de él únicamente en que asi com o en el juicio los ex­
tremos son conceptos, en el raciocinio los tales extrem os
son juicios; por eso se le ha deñnldo: un ju ic io de ju icio s
que dice, respecto dcl juicio, la misma relación que éste
díce respecto de2 concepto, ó sea que el concepto es la
preparación del juicio, y el concepto y el juicio lo son
del raciocinio; por esa razón no se puede realizar sin haber
formado conceptos y juicios.
V I.—D iv isió n d e l r a c io c in io .— K 1raciocinio, aten ­
diendo á la cualidad de su conclusión, se divide en añrma-
tlvo y negativo; se llama afirm ativo aquel que concluye
con un juicio afirm ativo, y negativo el que concluye por
un juicio negativo; diferencia que más se refiere al, objeto
que á la inteligencia, pues el acto intelectual es siempre
positivo.'
S i atendem os á la m ateria del raciocinio, éste se puede
dividir en inm ediato Ó bitneptbre y en mediato 6 trimefnbrey
según que ^ número de términos de que se infiere e! con­
siguiente sean dos ó tres.
£ 1 raciocinio inmediato se compone de dos proposi­
ciones que tienen lo€ mismos conceptos, de )a$ cuales la
unft es consocuencía dirccta de la otra, y por tanto, está
contenida en ella; asf, por ejemplo: to á o slo s animales son
orgánicos, luego algunos animales son orgánicos. E l racio­
cinio inmediato consiste, pues, en averigu ar las relaciones
posibles que contiene una relación dada entre d os concep­
tos ó ideas, ó más claro, en saber qué juicios pueden infC'*
rirse de otro y a conocido, de modo que el raciocinio in­
mediato es una operación explicatí\*a, como dijimos que )o
era el raciocinio en general, en la que se desenvuelve el
contenido dei juicio y en tal sentido, existe razonamiento
aunque no h aya una verdad nueva en la conclusión, siem-
pre que su conexión con el antecedente esté legítimamente
precisada.
L o s requisitos para averiguar qué juicios pueden infe*
rirse directamente de un juicio y a conocido, son los que
expusimos al hablar en las proposiciones de los requisitos
ique debíamos tener en cuenta para conocer la verdad de
las proposiciones opuestas contradictorias, contrarias, sub-
contrarias y subordinadas ó subalterrtas, párrafos I V y V
del artículo II del capítulo X , y lo que expusim os sobre
ia equivalencia y conversión en el mismo artículo.
Hemos v isto que el raciocinio inmediato inñere ó saca
el consiguiente de la com paración inmediata de los dos
conceptos ó ideas del antecedente; mas estas conse*
cuencias inmediatas son m uy escasas, porque, com o tene­
mos repetido, el conocer directo nos es lo menos común;
d e ab( que necesitemos con frecuencia de un concepto
que nos sirva de intermediario para v e r la relación que no
vemos inmediatamente, y cuando esto sucede tenemos los
raciocinios mediatos, los cuales consisten en averigu ar ias
relaciones posibles entre dos extrem os medíante uno ter­
cero, cu ya relación con cada uno de io s prim eros vemos
desde luego, y en el que la relación resultante se expresa
por un nuevo juicio llamado consiguiente. Ejem plo: si te­
nemos los conceptos conocidos m ineral y pesada y que-
rem os averiguar si tienen relación entre sí, los referiremos
aisladamente á un tercer concepto>tal com o m atirial^ y sí
K relacionan con él desde el mismo punto de vista, tam ­
bién se relacionarán entre sí; y en efecto« haciendo lo
dicho, tenemos: que todo m ineral es 'm aterial, y que iod9 lo
m aterial es pesado; luego podemos concluir: todo m ineral
es pesado.
V il.—F u n d a m e n to s ó p r in c ip io s d e l ra c io c in io .
—E l acto de la actividad cognoscente consiste, en reali-
dadf en enunciar una relación de pertenencia de un predi­
cado á un sujeto; pues bien; cuando esta relación no se ve
á la sola presentación de los extrem os ante nuestra co g­
noscibilidad» hay precisión de descomponer estos concep­
tos, de establecer sucesivam ente entre ios elementos de
la descomposición comparaciones paríi hallar las relacio­
nes de evidencia inmediata que puedan existir, marchando
así paso á paso; y cuando ni aun de este modo encontremos
esas relaciones, estableceremos previam ente las que tie*
nen esos conceptos con otros llamados conceptos medios,
y que nos sean conocidos con evidencia, hasta conseguir
percibir la relación que no se había visto clara en un prin­
cipio. A h ora bíen; el concepto que nos sirve de interme­
diario en este proceso mental» puede expresar, y a una
cualidad contingente, y a una propiedad natural ó una
nota esencial del sujeto. E n el primer caso, los juicios que
vayam os formulando son contingentes y tienen v alo r s o ­
lamente dentro de lo s límites de la observación, y la
conclusión no podrá tener un valor científico concluyente
absoluto; porque, en efecto, no se llega & la ciencia de una
cosa sino cuando es conocida la razón por la cual esa cosa
es necesariamente tal cosa; en el segundo caso, los juicios
que se forman son de m ateria necesaria, y se extiende más
allá de los hechos observados, y el juicio concluyente que
se infiera es extrictam ente científico si se dedujo legíti­
mamente; de aquí, pues, que en el raciocinio científico
exista una relación necesaria y universal entre el sujeto y
la propiedad enunciada del sujeto y representada por el
concepto medio, cu ya ley formulan los lógicos por el si­
guiente principio:
Lo que cm vüne d uh sujeto tomado abstractamente y ,
pot consecuencia^ universalmente, conviene á todos los infe-
riores de este sujeto (quid quid die itur de subiccto, dicitur
de omni sub eo contento) y á la inversa, lo que no convie­
ne á un sujeto tomado abstracta y universalmente^ no se
puede afirm ar de los inferiores de este sujeto.
Ejem plo; supongamos que se trata de demostrar el
teorema aritm ético: un número terminado en cero es di­
visible por cinco. Como no vem os á primera vista la reía-
ción entre la propiedad de ser divisible por cinco y el
suj eto un número terminado en cero , empezando el análi­
sis vem os que un número terminado en cero, sea el que
quiera, es igual á una cierta suma de decenas que cada
decena es igual á cinco multiplicado por dos, es decir, ud
múltiplo de cinco; por consiguiente, un número terminado
en cero es igual á una suma de partes cada una de las cua­
les es divisible por cinco; pero el todo es igual á la suma
de sus partes; luego un número terminado en cero es
divisible por cinco; luego todo número terminado en cero
es divisible por cinco.
E n este razonamiento vemos que entre el sujeto un
número term inado en cero y el atributo d ivisible po r cinco,
existe una relación necesaria, pero que no se ve á prime-'
ra vista por el sujeto cognoscente.
L o mismo acontece en el caso siguiente: si podemos
dem ostrar que un ser capaz de reflexión, y por consi­
guiente, que todo ser capaz de reflexión exclu ye la com­
posición de partes, y si después podemos hacer v e r que el
alma humana está comprendida en la clase u n iv e r s i de
los seres capaces de reflexión, estaremos en el derecho de
concluir que el alma humana exclu ye toda composición
de partes materiales.
C A !>ÍTU LO X I!

La s r^ u m e n te e lú rt.

/.—¿Q u é d e b e m o s e n t e n d e r p o r a r g u m e n ta c ió n ?
—No es raro dar a( raciocinio el nombre de argumenla-
ción; pero realmente la argumentación es para el raciocí-
nio lo que la proposición es para e] juicio; y así como el
raciocinio se compone de juicios, la argumentación viene
í ser un sistema de proposiones expresivas del raciocinio;
en consecuencia« se puede definir la argumentación dícien*-
do que es <)a enunciación exterior de) acto interno de la
razón humana, llamado raciocinio».
II.—C o s a s q u e s e d e b e n d is t in g u ir en t o d a a r ­
g u m e n ta c ió n .—E n toda argumentación h a y necesidad
de distinguir: i.^ , la proposición que se trata de investi­
gar ó de establecer por medio de la argum entación, la
cual recibe el nombre de cuestión ó tesis, que si se la con*
sidera como inferida de las proposiciones que la sirven de
antecedente, tom a el nombre de conclusión; y 3.®, las pro­
posiciones de las cuales se saca la cuestión 6 tesis que se
llaman prem isas.
III.—L e y e s g e n e r a le s á q u e s e h a lla s u je t a t o d a
a rg u m e n ta c ió n .—En toda argumentación debemos tener
presente: i.^ , que de una premisa verdadera nunca se in­
fiere legítimamente una conclusión falsa. 2 \ q u ed e una
premisa falsa cabe Inferir accidentalm ente una cosa ver-
dadera, com o si decimos: todos los emperadores romanos
estuvieron en España, luego Trajano estuvo en Espai^a.
3**^iqueel antecedente» como tal, debe ser más claro ó
mejor conocido que el consiguiente, pues es el único medio
de que podamos llegar ¿ c o n o c e r la verdad de éste por
virtud de la relación que tiene con t i antecedente.
IV .— D iv isió n d e la a r g u m e n ta c ió n .—Nuestra fa­
cultad cognoscente, al indagar el conocimiento conclu-
yentc, puede seguir dos caminos, 6 bien buscar el enlace
d e lo desconocido con lo conocido, elevándose de los efec­
tos á las causas, 6 bien conociendo el principio 6 conoci­
miento universal, descender desde él legítloiamente hasta
llegar á lo particular. Kn el primer caso la argumentación
se llama iníüictiva, en el segundo deductiva.
E n la argumentación inductiva, el sujeto cognoscente
busca relaciones elevándose desde el juicio particular
com prensivo á otros sucesivamente menos comprensivos
y cada vez más extensos, hasta llegar á las verdades uni­
versales. E n la argumentación deductiva, se v a de lo más
á lo menos en extensión y de lo menos á lo más compren­
sivo, desde el término universal á sus aplicaciones legíti­
mamente aplicables á los casos particulares. L a argumen­
tación inductiva es la más propia para desenvolver y
conñrmar los conocimientos de observación, tendiendo á
comprobarlos en la piedra de toque de las verdades nece­
sarias y universales de los principios. E l procedimiento
deductivo se aplica a! análisis de las ideas de razón y , por
tanto, á los conocimientos ^el orden racional, y descen­
diendo desde el conocimiento principio, desde lo universal,
v a á conñrm ar 2a verdad de*los mismos, llegando á la rea­
lidad p articular concreta, viendo en ella cóm o se verifica
el supuesto hipotético que siempre acompaña á los prime*
ros principios.

ARTÍCULO 1

L a in d u c c ió n .

I .- 'D e s c r ip c ió n d e{ p ro c e d im ie n to in d u c tiv o de
n u e s t r a m e n te .—Hechos: el químico observa un dia y
otro que el cuerpo hidrógeno e s iocoloro, inodoro, insí­
pido y com bostib^, con llama m uy pálida y m uy calurosa,
que es 14^4 veces m is ligero que el aire y que 22*326 li­
tro» de hidrógeno pesan dos gram os, y reconoce que el
hidrógeao es una substancia á quien se adhieren todos es­
tos accidentes. También observa e) gas cloro^ que le pre­
senta las cualidades 6 accidentes de tener un color ama­
rillento) un olor sofocante, que es irrespirable, que tiene
una densidad de ¿ ‘44, un peso especíñco de 35^5 veces
mayor que el del hidrógeno, y que 22*326 litros de cloro
pesan “ I gramos.
Después, el químico poné en presencia estos doa gases
y observa: que tienen entre si gran tendencia á un i r "
se, Ó sea que hay entre ellos lo que se llama afin idad
qum ica, hasta el punto de que, bajo (a acción de la luz so­
lar, se combinan con explosión, resultando el ácido clor>
hídrico, y que un volumen de hidrógeno y un volumen
de cloro dan combinados, bajo condiciones determinadas
de temperatura y de presión, dos volúmenes de gas clor-
hidríco. E n seguida observa que el compuesto resultante
de ia combinación posee á au vez sus propiedades carac­
terísticas, como son, por ejemplo, atacar los metales, for­
mar sales m uy caracterizadas, combinarse con el vapor
de agua de la atmósfera, formando una solución incolora»
que tiene un sabor áccido, etc., etc.
Hasta aquí los hechos, los cuales, observado« por el
quimico, lo llevan á inferir que el hidrógeno y el cloro
tienen la propiedad de combinarse en la proporción de un
volumen de cloro y uno de hidrógeno; 35*5 gram os de
cloro y un gram o de hidrógeno, desprendiendo una canti­
dad, también determinada, de calor, y forman así el ácido
clorhídrico; concluyendo de aquí que siempre que se pon«
gan en presencia el cloro y el hidrógeno en las condicio­
nes iadicadas se combinarán del mismo modo, formulan­
do en consecuencia la le y de la combinación química del
cloro y del hidrógeno.
l i . - - A n á lis is d e l p r o c e d im ie n t o In d u c tiv o .— L a
observación ha permitido al quimico percibir en el becbo
complejo de la coo^inactón del cloro y del hidrógeno» el
fenómeno de que se unen en pixiporciones rigurosamente
definidas de peso, volumen y desprendimiento de calo r, y
que puestas e$tas coadiclones de peso y de volum en, ta
co m b in a d la tiene lugar; mientras que cuando estos requi-
sitos faltan, la combinación es incompleta, pues la canti*
dad que exista en exceso de uno de ellos no se combina.
L a observación de todos estos hechos es lo que consti«
tu ye la base de la inducción.
Con la ayuda de diferentes métodos y medios, 2a mente
del químico puede asegurarse de que ninguno de los acci­
dentes variables de la combinación forman la razón sufi­
ciente de la misma> pues todo lo que no es invariablemente
ligado á la substancia misma, no puede ser razón del fenó*
meno observado; de donde concluye que 2a combinación
tiene por razón suñciente la substancia ó naturaleza mis­
ma de los cuerpos combinados al ponerse en presencia el
uno del otro, y ella es, dadas las condiciones exigidas, la
manifestación de una de las propiedades naturales de las
tales substancias.
Hasta aqui ilega la inducción propiamente dicha ^pues
desde el momento en que ha sido reconocida la propiedad
de combinarse que tienen el cloro y el hidrógeno, no que­
da que hacer otra cosa sino sacar las aplicaciones, lo que
constituye y a un verdadero procedimiento deductivo; así>
pues, la prim era etapa de la inducción consiste en elevar«
se de lo particular conocido, no siempre m uy deñnido, á
una ley universal, que explique, determine y aclare los
casos particulares; he aquí la razón de que se h aya dicho
que ia inducción en la prim era etapa prepara un término
medio universal y que en la segunda, como hace aplica*
c iones de este término medio» es una verdadera deduc*
ción silogística.
Continuando el análisis del procedimiento inductivo,
vemos que, una vez asegurado el químico de que e) cloro
y ei hidrógeno se combinan en proporciones definidas de
peso y volumen, puede continuar sus investigaciones y
asegurarse también de que el hidrógeno se combina con
otros cuerpos, por ejemplo, con el oxígeno y con el azuíre,
llegando á v e r que el hidrógeno y el oxígeno v a a á la
combinación en proporciones también determinadas de
peso y volumen, representadas por la fórmula H^O, y lo
mismo puede asegurarse de la combinación del hidrógeno
y del azufre, concluyendo» ñnalmente, por asegurarse,
que todos ios cuerpos gaseosos se combinan guardando
proporciones definidas de peso y volumen, y enconsecuen*
cia, establecer la le y general. Luego dentro del procedi­
miento inductivo caben grados hasta llegar á los términos
más universales.
l l l —C o n c e p to d© l a in d u c c ió n .—D el análisis y des­
cripción que acabam os de hacer de la inducción, pode­
mos ya sacar las notas características de la misma y dar
su concepto, diciendo que es «aquel procedimiento inte­
lectual que separa de los múltiples accidentes que acom«
paftan á una ó v'arids substancias, aquellas propiedades
que tienen con ellas un enlace necesario, constituyendo
con la idea de las mismas la base p ara formular una ley
general y permanente de la naturaleza».
IV .— M o m e n to s d e l p ro c e d lrn le n to in d u c t iv o .^
El universo es un conjunto de seres materiales que produ­
cen por doquiera multitud de efectos, pero todos estos
seres forman un conjunto armonioso de substancias dota­
das de propiedades distintivas y naturalmente inclinadas
á presentar ciertos fenómenos; de donde resulta el espec­
táculo m aravilloso é innegable de la combinación de le­
yes especiales y permanentes en la naturaleza, que dan
como producto el orden natural que tanto admira á toda
razón que quiere v e r y comprender. A hora bien, nosotros
distinguimos, entre las propiedades de una substancia,
aquellas que constantemente la siguen y la constituyen en
su esencia, llamadas por esta razón propiedades esenciales^
de aquellas otras que no tienen con la substancia otra cosa
de común que el hecho de coincidir con ella por ir adhe­
ridas á ella com o á su sujeto y á las cuales las llamamos
<^tÍHgenUs. Hecha esta distinción y establecidas las pro*
fi€ d a d is esenciales ó naturales > concluimos q u e donde
quiera q u e Jas condiciones requeridas se den, Jas propieda*
des esenciaJes manifestarán su presencia y los fenómenos
q u e ellas condicionan se producirán; l u e g o en dcfínitiva
podemos distinguir dos momentos en el procedimiento in*
due t ivo.
En el primer momento inductivo, investigam os el he­
cho de poner en claro la existencia de una conexión natu«
ral entre un fenómeno que se produce y la substancia á ia
cual este fenómeno es inherente. E n el segundo momento,
eregimos en le y general aplicable á todos y en todo
' tiempo, la conexión natural que hemos observado. L a in-
* ducción discierne, pues, de entre los múltiples accidentes
asociados á una substancia, cuales son los que tienen el
carácter de propiedades esenciales, y prescindiendo délos
que no son mas que simples accidentes contingentes, dicta
en fórmula concisa y breve la le y aplicable á todos los
s. casos particulares comprendidos legítimamente en las mis*
mas condiciones.
V .—F u n d a m e n to d e )a in d u c c ió n .— A l hacernos
presente el cómputo de casos aislados donde un fenómeno-
es observado, obtenemos una noción colectiva de hecbos
'f de una misma d a se , pero no Ja base p ara añrm ar 2a le y ge*
l* neral de que siempre en tales circunstancias se repetirá el
mismo hecho, si á esto no agregam os el conocimiento dis*
tinto de que la colección de hechos se produce invaria­
blemente, porque existe una conexión necesaria entre la
propiedad que los produce y la substancia á que es inhe*
rente esta propiedad; por consiguiente, eS fundamento de
la inducción cientíñca no está en e! simple cálculo de los
casos aislados donde el fenómeno ha sido observado» ni
en 1« creencia instintiva y ciega en la estabilidad de las*
iey es de la naturaleza; puesto que la creencia instintiva 7
ciega no puede engendrar certeza en los seres reflexivos
sobre el fundamento de su asentimiento, tampoco puede
tener su fundamento en la sabiduría de la Providencia,
— 19 3 —
puesto que la inducción es precisamente ei procedimiento
cientifjco que nos da la prueba directa de U existencia de
un Dios, cu ya sabiduría y potencia presiden el orden uni­
versal.
E l fundamento de Ja inducción está en el principio de
que toda combinación arm ónica y estable de aconteció
mientos ó de elementos múltiples, variables é indepen»
dientes los unos de los otros, encuentran su razón suñ*
dente ó causalidad en la naturaleza misma del ser que
manifíesta la corubínación observada, y no en una coinci­
dencia fortuita de accidentes contingentes, y com o la na­
turaleza de los seres ó esencia de los mismos ( 1 ) es inmu­
table ó necesaria desde el momento en que el que induce
llega á distinguir que tal ó cual acontecimiento es debi­
do á una propiedad esencial, puede formular la le y gene­
ral del caso inducido.
Kn la naturaleza que nos rodea encontramos á cada
paso elementos m últiples, cambios incesantes que ninguna
necesidad antecedente nos los hace solidarios, los cuales
realizan por su acción un conjunto armonioso y estable, por
ejemplo: el de los organismos vivos. He aquí un hecho que
exige su causa suñciente, cu ya causa debe dar cuenta no
sólo de Jos efectos múltiples que concurren al fìn total, sino
también, ante todo, del concurso mismo, esto es, de la con­
vergencia de los efectos particulares á la realización del
efecto total y del concierto de acción de los elementos que
lo realizan. Y como para darse cuenta de semejante hecho
sólo existen dos explicaciones* posibles, ó bien la interven­
ción continua de una causa extrínseca é inteligente en el
juego de los elementos, ó bien la existencia, en el seno de
cada naturaleza, de un principio estable de ñnalidad in­
trínseca, que llamaremos inclinación de naturaleza, que
mantenga y disponga en el orden querido los elementos
y las operaciones para la realización del efecto total.

r (1) V é u e nveetra M t/., tomo I, 56.

. ---------
L a prim era hipótesis no pedemos admitirla, porque
exclu ye el obrar propio de cada ser; precisa, pues, con­
cluir diciendo que existe una tendencia natural en el
objeto á manifestar el fenómeno observado, y que hay ne>
cesidad de reconocer que el objeto tiene la propiedad
natural de manifestar el fenómeno observado y , claro, re*
conocido que los seres en su modo natural se inclinan
hacia un fìn determinado, su modo regular y constante de
actividad se explica, esto es, tenemos el fundamento para
reconocer !as leyes de la naturaleza, pues ésta o b rari
constante y uniformemente con arreglo á su modo natural
de ser.
V I.—C l a s e s d e In d u c c ió n .—E l hecho de haberse
confundido por personas doctas la experiencia con la in*
ducción, nos lleva á distinguir dos clases de inducción
llamadas completa é incompleta. Ijl inducción es completa
cuando procede empezando por observar todos los hechos
Ó fenómenos singulares hasta llegar á establecer la ley
general, como por ejemplo, si los astrónomos han ido
observando uno por uno los planetas M ercurio, Venus,
)a T ierra, M arte, Júpiter, Saturno, U ran o, y Neptuno,
p ara l l ^ a r á establecer que los planetas reciben ia luz
del sol. L a inducción es incompleta cuando se añrma
alguna le y ó algún predicado universal en virtud de algu*
nos hechos particulares, por fundarse en la razón suñ^
ciento de producción de los mismos.
Como se comprende á primera vísta, la inducción com*
pleta es la más segura y la que encierra por sí misma
m ayor certeza cientlñca; mas hay que convenir en que es %
la menos frecuente, y por consiguiente, la menos fecunda
para la ciencia, puesto que, si como añrma Pascal, para
establecer una añrmación universal no hay otro medio
legítimo que «la general observación de todos los casos
diferentes, por no bastar haber visto un fenómeno produ­
cirse en cien elementos, ni en mil ni en todo otro núme*
ro , por grande que sea, porque si queda un solo caso por
«xaminar, este solo caso bastará para echar á bajo la ley
general», se comprenderá que el número de nuestras ín*
ducclones habría de quedar reducido á las completas, y
éstas son tan limitadísimas» que bíen podemos decir que la
inducción sería, dentíficam ente hablando» inútil» pues no
«xiste ni existirá quien se atreva á jactarse de haber ob­
servado todos los casos de aplicación de una ley desco­
nocida que h aya establecido por inducción incompleta.
Cuando se trata de inducciones que proceden de las espe*
cies al género ó de los géneros inferiores a( género supe­
rior, no suele ser tan difícil la enumeración y comproba­
ción completo; pero cuando se trata de inducciones que
proceden desde los hechos singulares, que son precisa­
mente los que conducen al descubrimiento de leyes y
principios generales más fecundos de !a ciencia, entonces
Ja enumeración completa de los hechos es imposible.
L a experiencia he dicho que suele ser confundida fre-
cuente mente con la inducción y , sobre todo, con la com­
pleta, sin em baído, son cosas distintas. L a experiencia no
es más que la percepción de los fenómenos singulares sen­
sibles mediante los sentidos, sí es que se trata de la exter­
na, ó de los estados de nuestro V o , sí es que se trata de la
«xperiencia interna; así, pues, ni la experiencia externa ni
la interna son !a inducción, aun cuando reconocemos que
la inducción presupone á la experiencia y por ella empieza;
pero también debe reconocerse que la inducción es algo
más, tal como la comparación, la abstracción y la genera­
lización, sin las cuales no podríamos recorrer las dos eta­
pas que hemos señalado en la inducción.
V II.—D iv isió n d e la In d u cciórt Irtco m p leta.—La in-
<iucción incompleta puede subdi vid irse á su vez en d iru ta
y^nca/^^íVtf.Ladirectaesla misma inducción incompleta tal
y como se acaba de exponer, esto es, la que de la obser­
vación de varios hechos idénticos com probados com o pro­
ducido« por una propiedad natural de una substancia
en virtud del principio de causalidad, formula la conclu-
8i6n general 6 Jey. L a inducción analógica ó indirecta es
aquella que, examinando hechos no idénticos, pero sí sem e­
jantes, sirve de rastro cooductor para llevar á los hom­
bres sagaces y á los que no son genios á realizar nuevos
y fecundos descubrimientos; tal, por ejem plo, aconteció á
Franklin, que tomando como punto de partida la semejan-
za que existe entre las chispas que saltan de las máquinas
eléctricas y las que saltan de las nubes, casi dió origen &
la ciencia de la electricidad metereológlca.
Desde luego que ia inducción analógica tiene un valo r
m uy controvertible y que, por consiguiente, su papel cien-
tíñco es m uy inferior a l de la inducción directa; mas esto no
empece p ara que, aplicada con cuidado y con rigo r lógico^
sea útil en muchos casos, no dando á sus conclusiones
otro v alo r que el que se concede á la probabilidad, hasta
tanto que por el procedimiento de la inducción directa ó’
por la argumentación deductiva se compruebe su valor
efectivo; pues de no hacerlo así, dará origen á erroreff
gravísim os, sobre todo en la actualidad, en que el positi­
vism o y el materialismo, habiendo tomado como cuestión
de moda el empleo de los procedimientos inductivos, lo s
manejan sin saber cuándo y cómo deben emplearse y cuán­
do y cómo son legítimos elementos cientíñcos. 1.a dlscre*
ción y la sobriedad en el que la maneje y el tener pre­
sente que en las conclusiones nunca se debe ir más allá de
donde los hechos observados y las analogías en que se
fundan permitan, pueden ser garantías de acierto en las
inferencias inductivas.
V llL —V a lo r log^lco d el p r o c e d im ie n t o in d u c tiv o '
y 8U8 r e q u is ito s .—L a s leyes descubiertas p o r el proce­
dimiento inductivo y comprobadas sólo por el mismo p ro-'
cedimiento, entrañan una certeza física, que es la que co­
rresponde á las mismas leyes naturales, mas no la certeza
m etafísica, que es la que se funda en el ser mismo de las-
cosas y , por consiguiente, en la imposibilidad absoluta.
P ara que las leyes Inducidas sean ciertas, y por consi-
guíente nos sirvan para la ciencia, precisa que el que ma*
neje este procedimiento se atenga á las condiciones si*
guíenles:
I.* A ntes de concluir 6 inferir la ley general que rige
Jos fenómenos investigados, es necesario observar con
todo cuidado, sin prejuicio alguno y atendiendo con inten­
sidad y unidad al m ayor número de hechos idénticos» y £
AO ser posible esto, al de análogos,
i 2.* Exam inar escrupulosamente cada uno de estos
f .hechos en sí mismos, en sus relaciones con otros idénticos,
^ semejantes 6 análogos, sujetándolos á una experimentación
' amplia y variada hasta poder ver la propiedad natural de
i. las substancias que los producen.
'1 3 .* Hecho lo anterior, se puede concluir formulando
la ley, pero procurando que esté en relación con el ñn
> clentíñco de la inducción iniciada y que no tenga más
extensión que aquella que corresponde á los hechos que
• son idénticos ó perfectamente semejantes, con exclusión
{ d e los demás, que sólo deben servir para la analogía y
I cu yas conclusiones no se pueden tom ar como verdaderas
hasta que no se comprueben por otros medios.

ARTÍCULO II

A r g u m e n t a c ió n d d d u c tlv ii.

I.—F o r m a fu n d a m e n ta l d e ta a r g u m e n t a c ió n d e -
4 d u c tiv a .—L a argumentación deductiva tiene su forma
fundamental de expresión en el silogismo, en la cual siem­
pre figuran tres térm inos, siquiera no haya más que
dos proposiciones expresadas, por lo cual el silogismo
^ también es la forma propia del raciocinio mediato, y se
I llama esta form a asi, porque la palabra silogismo se^deri-
^ va de las dos gríegas syn y que signiñcan dar
vueltas alrededor del discurso,
l' ll.-* E ]e m e n t0 8 d e l s ilo g is m o .—S i analizamos cual*
. «quiera razonamiento de los que los lógicos llaman silO'
— 19 8 —

gísmo, en él encontraremos: i." , una proposición que ex­


presa el extrem o 6 término más general de los dos, cuya
relación se busca y que en ella se compara con un ter­
cero llamado término medio; 2.^, una proposición que
contiene al otro extrem o, cu ya relación se busca y en la
cual se com para con el término medio; 3.®» una proposi­
ción que expresa el enlace ó relación entre los extrem os
comparados con el término medio. D e loa dos extrem os
dichos) ei primero se llama térm ino mayor y la proposi­
ción que lo tiene se llama prem isa mayor; el segundo
extrem o es el término menor y y la premisa que lo contiene-
se llama prem isa menor; la proposición en que se ponen
en relación los dos extrem os m ayor y menor se llama
eonclHsiÓHy y en ella el término menor hace de sujeto y e l
m ayor de predicado.
L o s juicios en que se comparan los términos m ayor
y menor con el término medio, constituyen la materia
próxim a; los términos mismos comparados la m ateria re­
mota; la forma está expresada por el enlace lógico de lo
expresado por las premisas con lo expresado por la con­
clusión) es decir, por el modo de estar contenido lo par*
ticular en lo universal, lazo que se suele expresar por la
conjunción luego. De aquí se deduce qué una de las condi­
ciones primeras del silogismo consiste en que una de las
premisas sea ítiás general que la conclusión; de lo contra­
rio el silogismo no podría ser rigurosamente deductivo.
H e aquí ahora la fórmula del silogismo con arreglo i
los elementos que nos ha dado su análisis:

M es P ^ P r e u iia mayor.
S es MsPrecDisa meoor.
S es P^CooclQsitfn.

E n esta fórmula S y P representan respectivam ente


los dos términos extremos deí raciocinio llamados menor
ó sujeto y mayor ó predicado^ y M el término medio cofw
quien se comparan los dos primeros.
III.— C o n c e p to d a l s ilo g is m o .—E l silogismo es, por
su m ateria rem ota, un razonamiento mediato y deductivo
que saca la relación desconocida entre dos ideas de la com*
paración sucesiva de Jas mismas con un tercer concepto.
Por su m ateria próxim a, es una argumentación deduc*
tiva en la cual de dos proposiciones se deduce una con*
cluslón, expresando en uno y otro caso por su forma el
lazo lógico de lo particular con Jo universal.
IV .—F u n d a m e n to d e l s ilo g is m o .—E n tanto reco>
nocemos que hay Jazo lógico que demuestra ta identidad,
semejanza Ó no semejanza entre dos ideas ó conceptos en
cuanto descubrimos que convienen ó no, con un tercer
concepto ó idea; por tanto, el silogismo apoya su razona»
miento en el priaclpio de identidad y en su complemento
obligado el de contradicción ó repugnancia, así como
también en el de continencia ó razón suñclentc. £ 1 prín*
cipio de identidad se formula: «Dos cosas iguales á una
tercera son iguales entre sí» ¡Q uae sunt eadetn uni iertioy
$unt eadem inter st)y y su complemento el de repugnan­
cia: «Dos cosas de tas cuales Ja una es igual á una tercera
y la otra no, no son iguales entre sí* {Quorum alterum con-
g ru it uni tertioy altírum vetó nofiy ea in ter se non coieve-
niunt); y el de continencia ó razón suñciente: « I ^ que se
afírma de una idea debe afirm arse de las ideas en ella con­
tenidas, y lo que se niega de una idea debe negarse de las
ideas que contiene» (Dictum de <mniy dictum de nullo).
V .—V a lo r d é l s ilo g is m o c o m o a r g u m e n t a c ió n ló ­
g ic a .— A lgun os autores no conceden v alo r á la argumen*
tación silogística, porque encuentran en ella un vicio de ori­
gen, y para probar esta afírmación ponen el siguiente ejem­
plo: «Todos los hombres son m ortales, Antonio es hombre;
luego A nton io es m ortal». Y dicen: «¿Cómo dar por v e r­
dadera Ja premisa m ayor si todavía no se ha probado?
Porque si hasta aquí es verdad que todos Jos hombres
mueren, puede venir mafíana uno que haga excepción á la
regla general». S i no fuese una cosa seria la ciencia, di-
riamos que los que tal añrman esperan la venida del far*
macéutico que nos ha de traer la droga de la inmortalidad
fìsica; mas contentémonos con exam inar la fuerza del ar*
gumento y veam os hasta qué punto tienen razón. 51 la
proposición «todo hombre es mortal» se basara sólo en la
experiencia, claro es que tendrían en qué apoyarse los ta>
les autores, porque en realidad de verdad, de la expe­
riencia únicamente podemos hablar hasta el momento
presente; mas no tienen razón desde el m om ento en que
ia proposición m ayor á que nos venim os refìriendo tiene
un valor racional» además del experim ental, que no de*
pende en nada de la experiencia; asi, pues, no h a y incon*
veniente en añrm ar, no y a que los hombres han muerto,
sino que morirán en lo sucesivo, porque así lo exige la
naturaleza física humana; de modo, que hayam os obtenido
por inducción ó por deducción la proposición, la verdad
de la misma ha sido establecida por la razón; pues y a he­
mos visto, hablando de! procedimiento inductivo, que éste
e s algo más que la experiencia y ese algo m ás es ia obra
que pone la fuente razón en el tai procedimiento.
Como argumentación explicativa, el silogismo tiene
p o r característica el lazo lógico de las premisas con la
conclusión, y como estas premisas las supone y a dadas
prescindiendo de su v alo r para los efectos de su informa»
ción en razonamiento, claro está, que su verdad depen>
derá, además de la legitim idad del enlace de las premisas,
del v alo r lógico que tengan las premisas y a dadas; así,
por ejemplo, si digo: todo hombre es sabio, Ju an es hombre;
Juego Juan es sabio» el razonamiento está perfecto en
f;* cuanto á su forma y la consecuencia rigurosamente sacada;
mas el valor de la conclusión depende del que tengan las
premisas en las cuales debe estar contenida, y com o la
m ayor es falsa, la conclusión puede ser falsa, y solamente
podría ser verdad era por una circunstancia extraña al
razonamiento.
Stuard M ili supone que en el silogismo existe una
con$ts.ntt pítíciárt de frineipiO y pues para él la consecuen­
cia es una inferencia de lo particular á lo particular y que,
por consiguiente, la conclusión no está incluida en las
premisas. L a conclusión en toda la argumentación silogís­
tica propiamente dicha, debe estar incluida implicitamente
en las premisas, y sólo en cuanto se hallan unidas por el
lazo lógico, mas no cuando estén separadas; por consi*
guiente, la prem isa m ayor y menor, que contienen los e x ­
tremos com parados con el medio para los efcctos del ra-
zonamlentoi no pueden ser consideradas más que como
datos para plantear el lazo lógico del cual únicamente
cuida esta argumentación, coadyuvando así al descubri­
miento de nuevas verdades; por eso le ha llamado Bro-
chard nervio de ¡aprueba^ pues aun teniendo y a la cuestión
ó tesis, h a y que buscar el principio que la explique, ó sea
el término medio, que corresponde siem pre á la causa ó
razón suñciente de la conclusión.
V I.—L e y e s d e l silo g ism o .* —D e la naturaleza del ra ­
zonamiento deductivo se deducen las leyes que So rigen; las
cuales, si bien con algunas ligerísimas variantes, se con*
servan desde Aristóteles, que y a las determinó con gran
precisión. E stas reglas son tas siguientes;
1 / Los términos d el silogism o deben ser fres, e l medio,
e l m ayor y e l menor. (Terminus esto triplex, medius, ma-
iorque m lnorque).
2.* Les términos no pueden tener mayor extensión en la
eonclusiánqtie en la s prem isas. hos quam praemi-
sae conclusio non vult).
3 * E l término medio debe tomarse universalmente p o r
lo menos en una de la s prem isas. (A u t semel aut Iterum
medius generaliter esto).
4.* E l término medio no debe entrar en la conclusión.
(Nequaquam medium caplat con clu so fas est).
$.* Prem isas afirm ativas no pueden engendrar conclu­
sión negativa. (Am bae affirmantes nequeunt generare
negantem).

\ ■ ;j

)
<>.* D e dos prem isas negativas nada se concluye. (Ütra*
que si praemís&a neget» nihil índe sequetur).
7 * Dos prem isas particu lares no dan conclusión algu ­
na^ (Nihil sequitur geminís exparticularibus unquam).
8 * L a conclusión sigue siem pre á la prem isa más d¿*‘
b il ó de rango inferior fPeiorem sequitur semper cooclusio
partem).
V II.— E x p lic a c ió n d e la e r e g la s d e l s ilo g is m o .
— Hemos v isto que el silogismo se ha de ajustar á ocho
leyes si ha de concluir ó deducir legítimamente en su ex-
presión, dada su caracteristica de ser un lazo lógico que
aproxim a los extrem os cu ya relación es mediata; de
estas ocho leyes cuatro se reñeren á los términos ó mate­
ria rem ota y cuatro á los ju icio s 6 m ateria próxima.
Decimos en prim er lugar que los términos deben ser
tres, el mayor» el menor y el medio, porque si sólo hubiera
dos, el raciocinio sería inmediato, y si hubiese más de tres»
el cuarto destruiría la unidad de comparación de los extre­
mos que se desean com probar con el medio, y por tanto
el raciocinio perdería su punto de apoyo en los principios
de identidad, repugnancia y razón suficiente.
Establecem os en segundo lugar, que los términos no
pueden tener más extensión en la conclusión que en las
premisas, porque, de lo contrario» se daría el absurdo de
deducir de lo menor lo m ayor, y aun cuando en apariencia
siguiese habiendo tres términos, en rigor habría más de
tres; además salta á los ojos que nadie tiene el derecho de
extender el resultado de una comparación más aUá de los
límites en que se veriñ ca la comparación.
E n tercer lugar, decimos que el térm ino medio debe
ser tomado á lo menos una vez como universal, porque
como término de comparación necesita ser tom ado um­
versalm ente, por lo menos ea la premisa m ayor; si no, no
podría ser intermediario entre los dos extrem os; pues ya
dijimos que el razonamiento consiste en hacer v e r que un
atributo« perteneciendo á un término medio, tomado abS’
tracta y univeraalmente> pertenece, por v(a de consecuen­
cia, á un inferior de este térm ino medio, esto es, al sujeto
de la conclusión; por tanto, es preciso que por lo menos
una vez se tome como universal. Supongamos, por ejem-
pío, que el término medio es tomado en ambas premisas
en una acepción particular; podrá hacerse con suma faci­
lidad que la parte de extensión en que se toma en cada
una de ellas sea m uy diferente; y ^qué resultará? pues
que habrá cuatro términos, en lugar de los tres que exige
la prim era le y .
E n cuarto lugar, decimos que en la conclusión no debe
entrar el término medio, porque es el que sirve de lazo
de unidad para averiguar la relación que existe entre
Jos dos extremos, y la relación que entre ellos resulte es
]a que se debe poner en la conclusión, y de entrar el tér­
mino medio en ella y a no resultaría la relación de los ex*
tremes, y por consiguiente, se faltaría á la fínaüdad del
sitogismo.
E n quinto lugar, se dice que las premisas afirm ativas
00 pueden engendrar una conclusión negativa, y la razón
es clara, si la produjesen quedaría destruida la com para­
ción llevada á efecto en las premisas y la comprensión de
los extrem os en ellas establecidos. Adem ás, si dos cosas
convienen con una tercera, en aquello en que convienen
repugna que no convengan entre sí.
E n sexto lugar, del hecho de que dos ideas no conven­
gan con una tercera no se tnfíere con seguridad que con­
vengan entre sí, ni tampoco que no convienen; de ahí que
digamos en la sexta regla que de dos premisas negativa»
nada se concluye, ni la identidad de los e;ctremosni su di­
ferencia.
E n séptimo lugar, debemos tener en cuenta, que al
compararse un término medio en dos premisas particula­
res pueden ocurrir los tres casos siguientes: i.^, que las
dos premisas particulares sean negativas; 2.°, que sean
^ rm a tiv a s , y 3.* que la una sea afirm ativa y la otra ne*'
ga tiv ¿. E n ninguno de los tres cdsos es posible una con­
clusión lógica.
Cuando las dos premisas son particulares y añrmatl-
vas, loB términos que en ellas entran son todos particula­
res; los dos sujetos lo son p o r el hecho de que Jas premi­
sas son particulares 7 la extensión particular de los
mismos es lo que hace que las llamemos así; los dos predi*
cados también lo son, porque ya dijimos que en las propo*
siciones afirm ativas el predicado se toma en parte de su
extensión, y como hemos dicho que para que e! silogismo
lleve á una conclusión es preciso que e! término medio sea
tomado universal mente por lo menos una vez; se deduce
que de dos premisas añrm ativas particulares no se des­
prende conclusión alguna. En el caso en que una de las
premisas sea añrm ativa y la otra negativa, pero ambas
particulares, resultará que existen tres términos particu*
lares, que son; el sujeto de las dos premisas, el predica*
do de la premisa añrm ativa y un solo término universal,
el predicado de la premisa negativa, el cual lo es porque
en las premisas negativas el predicado es universal; ahora
bien; este término universal debe ser uno de los extrem os,
porque los extrem os deben entrar en la conclusión, puesto
que cuando una de las premisas es n egativa, la conclusión
es negativa y porque el predicado de la conclusión es uni­
versal; luego el predicado no puede ser término medio;
luego en un silogismo tal no habría un térm ino medio
universal; luego en deñnitiva no habría conclusión. E n el
caso en que ambas premisas fuesen particulares negativas,
y a sabemos por la sexta regla la razón que existe para
que no den conclusión.
E n o ctavo lugar, tenemos que la le y octava dice: la
conclusión sigue siempre á la parte más débil, lo cual
quiere decir: t.^ que si una de las premisas es negativa, la
conclusión también lo será; y 2.^, que si una de las premi-
sas es particular, la conclusión también debe serlo. La
prim era parte de la le y se explica por la razón siguiente:


r

8i el término medio, visto en toda su universalidad, ex*


d u y e un atributo dado, cada uno de lo s Inferiores com ­
prendidos en esta extensión universa] del término medio
debe excluir igualmente el tal atributo; así, si digo: «todo
ser racional es hombre; el perro no es ser racional; luego
el perro no es hombre», como el término medio niega el
atributo racional del perro, el perro queda excluido en ia
conclusión de los seres que tiene Ja racionalidad, que son
los hombres. L a segunda p arte de la regla octava, se prue­
ba recordando los casos que dijimos podian ocurrir al cO'
mentar la regla séptima: las dos premisas pueden ser,
negativas ambas, añrm ativas ambas, afirm ativa una y ne­
gativa la otra. E n el prim er caso y a sabemos que no hay
conclusión posible. E n el segundo caso, tenemos que todos
los términos, menos el sujeto de la universal, son parti­
culares, y sólo el sujeto de la universal es término univer­
sal; pero éste debe ser el térm ino medio, el cual alguna
vez hay que tom arlo en sentido universa!; luego no pue­
de ser ninguno de los extrem os; luego la conclusión tiene
que ser particular porque se tiene'que dar entre extrem os
particulares. E n el tercer caso existen en !as premisas dos
términos universales, uno de los cuales debe ser el térm i­
no medio segóD la regla tercera; el otro es uno de los e x­
tremos, pero necesariamente el predicado de la conclusión;
en consecuencia el sujeto de la conclusión tiene que ser
particular. Y decimos que el término extrem o, que es uni­
versal en las premisas, no puede ser más que predicado
de la conclusión, porque siendo una de las premisas ne­
gativas, la conclusión es negativa, y como la conclusión
negativa exige un predicado universal, de ahi que el ex­
tremo tomado universalmente en las premisas tenga que
ser predicado en la conclusión.
VIII.—A l c a n o e d e la s r e g la s d e l s ilo g is m o .—Toda
conclusión deducida con arreglo á las ocho leyes de! silo­
gismo, cu ya razón y explicación acabamos de d ar, será
una conclusión lógicamente deducida de las premisas an-
te ceden tes, justa y correcta, pero aun á pesar de eso pue*
de m uy bien no scr verdadera; pues y a díjlroos oportuna­
mente que una cosa es, en el silogismo, la conexión lógica
entre el antecedente y el consecuente, y otra la verdad
del consecuente; veam os la razón de ello. D e la exactitud
en el cumplimiento de las reglas silogísticas resulta que,
«dadas ciertas cosas, alguna otra cosa se deduce necesa*
ríamente de las cosas dadas, por e! solo hecho de ser ellas
€Oncedidas>; m as, com o se comprende á primera vista, la
conexión necesaria entre las cosas concedidas como datos
y la cosa que se deduce, no prejuzga de la verdad 6 fal­
sedad de las cosas dadas, ni de la verdad 6 falsedad de Eo
deducido; he aquí, pues, que l«r conclusión de un razona­
miento irreprochable, bajo el punto de vista lógico, pue­
de ser en sf misma considerada verdadera ó falsa; y he
aquí por qué también conviene que para juzgar de la ver­
dad y falsedad de una conclusión obtenida por el silogis­
mo» nos atengamos á las leyes siguientes:
I.* S i ¡a s prem isas d el silogism o (que son ios datos
que se dan) sm verdaderasy la conclusión^ lógicamente de-
ducida^ también lo será ( E x vero non sequitur nisi verum);
puesto que la conclusión se limita á añrmar las relaciones
percibidas en las premisas; y si ellas han sido vistas en las
premisas verdaderas, no puede haber erro r al expresarlas
en la conclusión. Consecuencia: que premisas verdaderas
no pueden lógicamente conducir á una conclusión falsa,
y por tanto, es legítimo refutar una teoría teniendo en
cuenta sus conclusiones falsas.
2 / S i ambas prem isas sonfa lsa s 6 por lo menos una, la
conclusión será generalmente fa ls a , pero puede ser pof
accideníe alguna vez verdadera. (E x falso sequitur quid-
libet). L a razón de esta ley está en que una proposición
relativa, por falsa que sea, mirada en alguno de los aspec'
tus de la relación que expresa, puede encerrar alguna
cosa verdadera, por virtud de que, dada la limitación de
nuestro conocer, no hayam os visto de dónde puede salir
una conclusión verdadera. Consecuencia: puesto que un
antecedente falso puede tener un consecuente verdadero,
no bastará para afirm ar la verdad de una doctrina que
alguna de sus consecuencias sea verdadera.
JX .—F o r m a d e l s ilo g is m o ; s u s fig u r a s .—Llámanse
formas del silogismo las diferentes combinaciones que
pueden recibir los términos y las proposiciones en la cons­
trucción del razonamiento. Y toman el nombre especial
de ñguras del silogismo las posiciones distintas que el
término medio puede tener en las premisas con respecto á
los términos extrem os.
Las figuras del silogismo son cuatro> puesto que sólo
caben cuatro combinaciones con respecto al término me­
dio, y aun podemos ag regar que la cuarta fìgura no es
más que la inversión de !a primera, y por lo tanto, que en
rigor las ñguras no son más que tres.
E n la primera fìgura, que es 2a típica, el término me*
dio hace de sujeto en la premisa m ayor y de predicado
en la menor; ejemplo: todo konibre es substancia; Juan es
hotnbre\ luego Juan es substancia. E n la segunda el térmi­
no medio es predicado en ambas prem isas; ejemplo: sólo
e( hombre tiene el lenguaje articulado; este ser tiene e l
lenguaje articulado; luego este ser es hombre. E n la terce­
ra el término medio es sujeto en ambas premisas; ejemplo:
la palabra es propia del hombre; {^ palabra se da en este
ser; luego este ser es hombre. En la cuarta, por último,
el término medio es predicado en la m ayor y sujeto en la
menor; ejemplo: todo trabajo supone esfuerzo^ el esfutr-
20 es activo; luego el trabajo es activo.
La cuarta ñgura que, com o hemos dicho antes y po­
demos ver por el ejemplo indicado, no es más que la
primera invertida, es, sin em bargo, la que con más fre­
cuencia se usa. E sta fìgura, que no fué mencionada por
Aristóteles, recibe el nombre de galénica por haberla
defendido con entusiasmo el célebre médico y filósofo
Galeno.
L as cuatro figuras se recuerdan fácilmente por el si*
guiente verso mnemotécnico que traen los lógicos:
Sub fra t\ tum prae-prae-, iumsitó-sub; <Unique prae-sub.
L a palabra sub signiñca sujeto, de subiectum, y la pala­
b ra p r o i indica el predicado, á t praedicaiunt.
H e aquí la disposición esquemática de las cuatro ñgU'
ras:

1/ F IG U R A 3 .‘ F IG U R A

A FIR M A TIV A NEG A TIV A A FIR M A TIV A N EG A TIV A

M es P M 00 es P M es P M 00 es P
$ es M 8 es M M ea $ M es S
S e< P 8 s o es P $ es P S 00 es P

2 .* F IG U R A 4 .* F IG U R A

A FIR M A TIV A N EG A TIV A AFIRM ATIV A N EG A TIV A

P es M P 00 es M ' P es M P 0 0 es M
- M 1-^
S «s M S es M ^ M es 8 M es $
—M \ M—
$ í» P S 00 es P \ S es P S no es P

X .—V a lo r d e la s fig u r a s d el s ilo g is m o y r e g la s


q u e d e b e m o s t e n e r p r e s e n t e s p a r a c o n c lu ir Jeg ítl-
m á m e n te .—L a manera más natura) de averiguar dlscur*
sivam ente si un término está incluido en otro, es buscar un
tercero de una extensión intermedia; v e r si está incluido
6 no en el de m ay o r extensión y luego investigar si el de
menor extensión está incluido en e ¡ tercero buscado, con­
cluyendo con la inclusión ó no inclusión del término me­
nor en el m ayor: pues bien, este es el procedimiento que
sigue ia primera de ias figuras que dejamos consignadas;
de aquí la regla de la primera fígura: L a may^r debe ser
u n iversal y la m en ^ afirm ativa.
Cuando la extensión del término medio escogido es
m ayor que la de los dos extrem os que se comparan, no
podemos inferir que el extrem o menor esté incluido ea la
extensión media, que aqui está expresadafpor el término
mayor; el único caso en que podremos sacar algo es cuan*
do una extrem idad esté incluida en ei término medio y la
otra no; por eso este procedimiento se separa mucho de)
modo natural de deducir, y esto es lo que acontece en la
segunda ñgura y de aquí su regla: la maycr dib& ser uni­
versal y itna de la s prem isas negativa.
E n la tercer ñgura se busca para realizar la compara*
ción de los extrem os un término que es de menor exten*
sión que ambos extrem os; por consiguiente, ninguno de
los extrem os puede estar incluido en el medio, sino en
una parte de su extensión; luego no podrán los extrem os
incluirse entre sí, ni añrm arse com o escluídos, como no
sea parcialmente; he aquí por qué de esta ñgura se ha
dicho que es ininteligible y por qué todas sus conclusiones
deben ser particulares y debe atenerse al precepto siguien­
te: L a prem isa m ewreH la tercera fig u ra debe ser afirm a­
tiva y la conclusión particu lar.
L a cuarta ñgura es contraria al ñn de la comparación
que encierra el silogismo para probar su conclusión, pues
buscar una extensión m ayor que la m ayor de los extre-
nios y una menor que la menor, no puede ser sin que el
término medio se fraccione en dos y aparezca ocupando
las dos extrem idades; mas para evitar esta irracionalidad
de su disposición, los lógicos la corrigen por medio de la
conversión de sus proposiciones, sujetándola á la regla
siguiente: S i la prem isa mayor es afirm ativa, la mpior es
universal: s i la metior es afirm ativa^ la conclusión es p a r­
ticular; en los modos negativos la mayor es universal.
X I.—M o d o s d el s lio g ls m o .—Modos del silogismo son
las distintas maneras en que pueden estar dispuestas las
proposiciones del mismo segün su cantidad y cualidad.
Atendiendo á ia cantidad de las premisas, tenemos
que éstas pueden estar dispuestas de cuatro maneras di­
ferentes en cada figura>y como estas son cuatro» y a tene-
u
— 210 —

mo6 dieciséis modos; en efecto, en Cdda fìgura cabe: l.^


que Us dos premisas sean universales: 2.^, que ambas sean
particulares; 3 A que una sea universal y otra particular,
y 4 ”, que haya una m ayor particular y una menor uni­
versal; por consiguiente, resultarán tantos modos con res-
pecto á U cantidad como combinaciones se pueden hacer
entre las cuatro vocales A , £ , ly O, que representan á las
proposiciones según su cantidad y cualidad.
A h o ra bien; com o quiera que cada una de estas com*
binaciones cuantitativas puede dar lugar á cuatro dispo-
sicíones diferentes desde el punto de vista de la cualidad,
según sean las dos premisas afirm ativas, las dos negativas,
U m ayor afirm ativa y la menor negativa 6 la m ayor
negativa y la menor añrm ativa; resultará que, hablando
absolutamente, tendremos sesenta y cuatro modos posi*
bles en el silogismo.
X II.—M o d o s c o n c lu y e n te s d e l s ilo g is m o .—A c a ­
bamos de decir que los modos posibles del silogismo son
sesenta y cuatro; mas no todos ellos concluyen legítim a­
mente; en efecto, dos proposiciones negativas 6 dos pre­
misas particulares con sujeción á ías reglas 6.® y 7.* no
dan ninguna conclusión; por tanto los modos E E , EO ,
0 0 > II, 10 tienen que ser excluidos de los modos conclu*
yentes. D el mismo modo, la regla 5.* exclu ye á los modos
A A E , .AAO, y la 8 * exclu ye á los modos A E A , E IA ,
A I A , A O E , cu yas excepciones multiplicadas por cuatro»
dan el total de los modos que no concluyen legítimamente,
contándose adem ás alguna otra excepción; de suerte que
en realidad los modos concluyentes quedan reducidos á
19 , los cuales se recuerdan p or los siguientes, versos com-
puestos con palabras del latín bárbaro:
BARfiARA, CniARtMT, D arii, FsRio; (Baralipton,
Calemes, Dimaris, Fapesm o, Frtsisom erum );
Cesare, Carnestres» Festine, Baroco\ Daraptí,
Felapton^ Disnmis, Datisi, Bocardo, Ferison.
Cada una de estas palabras, con sus tres prim eras vo-
<al<is» representa la cantidad y cualidad de las Cres propo­
siciones de un modo silogístico; así, D a rii representa un
silogismo A l l de ia primera íigura, que consta de una pre-
misa universal añrm ativa, de una premisa particular añ r­
m ativa y de una conclusión particular añrmativa.
De estos 1 9 modos concluyentes del silogismo, pcrte-
necen á la primera figura, según la ley que la rige, los
modos B arbara y Celarent, D a rti, F erio ; á la segunda los
modos Cesare, Camestres, Festino, Baroco\ á la tercera
los seis modos Daraptiy Felapton^ D isam is, D atisi, Bocar-
de, Ferison; y 5 la cuarta los cinco modos Baralipt<m,
Cálemes, D im aris, Fapesmo, Fresisom orun.
X tll.—M o d o s c o n c lu y e n te s d e la p r im e r a fig u ra .
— Entre los modos concluyentes de la primera figura
tenemos á B arbara , que consta de dos premisas uni­
versales afirm ativas, y conclusión universal añrm ativa.
Ejemplo:
T o 4 o $ lo s k a m b r ít s o n d iH lts ',
T o d o s lo s r t y t s s o fi kom bru",
L u e g o to d o s lo s r e y t s l o o d ib iU s .

E n segundo lugar, el modo C elarent , que consta de


una premisa m ayor universal negativa, una premisa menor
universal afirm ativa y una conclusión universal negativa.
Ejemplo:
N ic ig á n h o m b re es p lt & U ;

T o d o s lo s f á b r ic B d te s s o n h om b res;
L n e f o n io g d o f a b r lc u o ie c i p U o t a .

E n tercer lugar, el modo D arii , que coosta de una pre-


znisa m ayor universal añrm ativa, una particular añrmativa
y una conclusión particular añrm ativa. Ejemplo:

T o d o l o ^ o e ío r t t le c e e l á n im o e s bneuo^
E l beoho d e d a r Umosnsi fo rt a le c e e l i o i n o :
L u e g o e l becbo d e d t r lira o sc u e s b u e o o .

E n cuarto lugar, el modo K erio , que consta de una


premisa m ayor universal negativa, una premisa menor
particular añrm ativa y una conclusión particular negativa.
Ejemplo;
N i n g i i o m ío « r a l e s h om br« ;
A lg ^ D M se re s s o n m m erailea¡

L M g o t l ^ n o s ser« s n o s o n h o n b r « s .

X iV .'- M o d o s c o n c lu y e n te s d é l a s e g u n d a fig u r a .
— L o s modos legítimos de 2a segunda ñ gura son: E n p ri­
mer lugar, Cbsake, que consta de una premisa m ayor uni­
versal negativa, de una premisa menor universal afirma­
tiva y de una conclusión universal n egativa. Ejem plo:
N io g d n m in e r a l e stá d o t a d o d« p e D ia m ie a to ;

T«>do b o n b r e e s tá d o t a d o d e p easa cnieato;


L a e g o a lo g ú n h o m b r e t i m in e r a l.

E n segundo, el modo C amestres, el cual consta de un;^


premisa m ayor universal y añrm ativa, de una premisa
menor universal y negativa» y de una conclusión universal
y negativa. Ejemplo:
T o d o h o m b r e e s t m í o d i J;
K i n ^ n i » p l i n t a e s m c io n a l;
L u e f o n i a ^ a a p la n t a e« b o m b r e .

E n tercer lugar, el modo F estino , que tiene una premisa


m ayor universal negativa, una premisa menor particular
añrm ativa y una conclusión particular n egativa. Ejemplo:
N i a g a a a s n b s u n c ia c o r p ^ e a es s im p le ;
E l e s p ír it u h n m a n o es sí copie;
L n e ^ o e l e s p ir it n h u m a o o n o es s a b it a n c i a c o r p ^ r t a .

E n cuarto y último lugar está el modo B aroco, el cuaf


consta de una premisa m ayor universal afirm ativa, de una
menor particular negativa y de una conclusión particular
negativa. Ejemplo:
T o d o s lo s p o e ta s c a n t a o l a b elle za;
Algni&os h o m b re s n o c& cus la b e lle ta ;

L u e ^ o L íe n n o s h o m b r e s a o so n poe tas.

X V .—M o d o s c o n c lu y e n t e s d e la t e r c e r a fig u ra .
— En la tercera figura digimos que había hasta seis modos:
el primero es Dar a pti , el cual tiene las dos premisas uni-
versales y añrm ativas y la conclusión particular afirma-
liv a . Ejemplo:
T o 4 o s lo 9 h o m b r e s s o a se n sib les;
T o d o s Io< h o m b r e s s o u s e re s t í v ic o tes:
L t i e ^ o a l ^ D o s s e re s v iv ie n c e s s o n se fislb le s .

E\ segundo, D i s a m i s , en el cual la premisa m ayor es


particular añrm ativa, k menor universa! añrm ativa, y Sa
conclusión particular añrm ativa; por donde se v e que es
>el mismo modo anterior sin más que invertir la primera
{»remisa. Ejemplo:
A J A D O S h o m b r e s s o n im p re s io n a b le s ;
T o ^ o s lo s h o m b r e s s e n se n s ib le s;

L a e ^ a lg o D o s se re s s e o s ib le s s o n im p re s io n a b le s .

E l tercer modo es D a t i s i , que no es más que una va- *


riante de Us formas regulares del silogismo, y consta de
una premisa m ayor universal añrm ativa, de una menor
particular añrm ativa y de una conclusión particular añr­
m ativa. Ejem plo:
T o d a s U s v ir ta d e a s e a U u d s b le s ;
A l g n a a v ir t u d es h á b ito ;
Loe^ U guBO # h á b it o s s o n la u d a b le s .

E l cuarto modo es F e l a p t o n , que e$ el modo contra-


puesto dei anterior y que se compone de una m ayor uni*
versal n egativa, ana menor universal afirm ativa y la con­
clusión particular negativa. Ejemplo:
K ÍB ^ Ú Q c a b a llo e s p l a c í a ,

T o d o s lo s c a b a llo s so o s o líp e d o s ;
L n e g o a lp U D O s s o líp e d o s n o s o n p la n ta s .

El q u in to m odo es B o cardo , e n e l c u a l la m a y o r e s
u n a p a r t ic u la r n e g a t iv a , la m e n o r u n a u n iv e r s a l a ñ r m a t iv a
y l a c o n c l u s i ó n u n a p a r t i c u l a r n e g a t i v 'a . E j e m p l o :

A l g u n o s c u e r p o s n o lie d te n ;
T o d o c o e r p o es su b sta n cia ;

L n e ^ a l g a b a s snbstaD cias n o sie n te s.

Por ú ltim o , e l s e x t o m odo es F ercso n , que t i e n e la


a n a y o r u n iv e r s a l n e g a t iv a , la m e n o r p a r t ic u la r a ñ r m a t iv a
TT

— 214 -
y là conclusión particular negativa, el cual es contra-
puesto á F e l a p t o n y , por consiguiente, una pequeña va­
riante del modo regular FeüIo. Ejem plo:
N io g iÍ Q p e c a d o r a d r a d a á D io s ;

A l g ú n p c c t d o r es f ila t o io ;
L u e ^ a lg ü o á^ dsofo n o a^rad^ á D io s .

X V I .- M odod c o n c lu y e n t e s d e la c u a r t a figu ra.


— L o s modos concluyentes de la cuarta ñgura son )08 si­
guientes: H] primero B ar> lipton, que contiene las dos pre­
misas universales añrm ativas y la conclusión particular
afirmativo. Ejemplo:
T o d o » lo s re y e s s o n h o m lr« s ¡
T o d o s l o t h o m b r e s s o n m o r U le s ;
L s e g o a lg u n o s m o r ta le s s o n re je s .

£1 segundo es C a l e m e s , que consta de la m ayor uni­


versal añrmativa« de la menor universal negativa y de la
conclusión universal negativa. Ejemplo:

T o d o s lo s h o m b r e s s o a se o slb le s ;
N i n g d n s e r s e o s ib le e s p la n ta ;
L n e g o n io g n o a p l« n t ii es h o m b r e .

E l tercer modo es D i m a r is , q u e tiene la m ayor afir­


m ativa y particular, la mer\or universal afirm ativa y la
< conclusión particular afirm ativa. Ejemplo:

A l g n a o s e s p ír it u s s o n h om b res;
T o d o s ]<js h o m b r e s so & r a c io n a le s :
L u e g o a lg u n o s r a c io n a le s s o q e s p ír lt o s .

E l cuarto modo de esta fígura es F apesmo, el cual


tiene la m ayor universal añrm ativa, la menor universal
negativa y la conclusión particular negativa. Ejemplo:
Todos los hombres son seres vivientes;
Niagúo ser vivieote es pied/A;
Loego las piedras bo soq hombres.
E n quinto y último lugar, pertenece i esta ñgura el
modo PRCSISOMORUU, en que la premisa m ayor es univer*
m m

— 2 15 —
sal negativa, la menor particular añrm ativa y la conclu­
sión particular negativa. Ejemplo;
Nmgc^D o ifio e s 6 16 m í o ;
A lg n o o s ñ^ dsofos s o n m alo« ;
L a « g o algfQ QOS m a l o s a o sod oiños.

X V Ji.'- M a n e r a d e r e d u c ir tos m o d o s d e la s t r e s
ú ltim a s f ig u r a s á lo s d e l a p r im e r a .—L o s quince modos
de las tres últimas ñguras son reducibles á los cuatro de
la primera, bien por la conversión sim ple 6 p er áccidtns
de una ó de* dos de las premisas, bien por la trasposición
de lugar de una de ias premisas, y a, por último, mediante
la reducción a d im possibile. Y a sabemos en qué consiste la
conversión de las proposiciones; por lo tanto, sólo tenemos
que hacer presente aquí en qué consiste la trasposición
de Jas premisas y la reducción a d im possibile. L a traspo­
sición de las premisas consiste en cam biarlas de lugar,
poniendo las unas en el puesto que ocupaban las otras. La
reducción a d im possibile se realiza tomando la contradic­
toria de la conclusión de un silogismo imperfecto, y , com­
binándola con una de las dos premisas concedidas, inferir
la contradictoria de la otra premisa concedida.
En cuanto al modo de la primera ñgura á que son re-
ducibles ios quince casos concluyentes de las tres últimas,
indicado por la consonante inicial de la palabra res­
pectiva que expresa cada uno de los tales casos; así como
la manera de hacer la reducción la señalan las letras con­
sonantes que siguen á cada una de las vocales indicadoras
de las proposiciones de cada caso. E l memorialín que los
lógicos admiten para indicar la operación que hay que
hacer en cada caso para la reducción es el siguiente:
S vu lt sim pliciter verti\ P vero p er aecid.:
M vu lt trasponi ; C p er im possibile duci.
En este memorialín la S expresa, cuando sigue á la vo­
cal indicadora de una proposición, que ésta debe ser con­
vertida simplemente', la P que se haga la conversión por
accidente, A fq u e s e trasponga la proposición, y Ja C
que se haga la reducción a d im possibile. Ejem plo: Supon*
gam os que se trata de reducir el modo C a m e s t r e s á un
modo de la primera fìgura; como este caso empieza por !a
inicial C, debe reducirse al modo C e l a r e n t ; la m anera de
llevar á cabo esta reducción la indican las letras M , 5 , S
que siguen á las vocales A , B y E ; por consiguiente, en con­
formidad á lo dicho, la proposición univ*ersa( afìrmativa
tiene que trasponerse y las dos universales negativas tíe*
nen que convertirse simplemente.
V eam os ahora esto prácticamente:
T o d o s lo s r e j e s s o n h o m b re s ;
Silogistoo
N ÍD g ijQ D io s e s h om b re;
CASS&Tftfi»
L n e g o D in g ú n D io s es rey.

Reducido h iiD S ú o h o m b r e es D io s ;
á T o d o s l o s r e y e s s o s h om b res;
ClLA K II<T Lu e g :o n i a g i i n r e y e s D io s .

A h ora reduzcamos el modo B ocari>o de la tercera


fìgura al modo B arbara de ta priroera, y como la primera
O v a seguida de C, tiene que hacerse a d impassibile'.
A l g n a o s c u e r p o s s o s ie o u o ;
Silogismo
T o d o c u e rp o es suhst&Dcía;
BOCAK&O
L v e g o a lg u n a s s u b s ia a c ia s do sle n te o .

Redaddo T o d a sobstaDCÍA sie o te;


i T o d o c u e r p o es su be tao cla:
B arbara L o e g o to d o c u e r p o sieote.

X V tlI.—U tilid ad d e l e m p le o d e la fo r m a s ilo g ís tic a .


— E l empleo de la forma silogística es tan útil para la de­
mostración de la verdad de los conocimientos humanos,
sobre todo, cuando no se exagera ni violenta, que evita la
obscuridad en las discusiones, lleva fácilmente al acuerdo
i, los que discuten de buena fe, es breve, evita repeticío«
n e sy divagaciones en las exposiciones de doctrina y no se
dan las omisiones voluntarias. En la vida pública y pri­
vada, en la enseñanza, en el estudio solitario, en la litera*
tura, en la tribuna y en la prensa el olvidó de la forma de*
ductiva é inductiva del razonamiento, es la causa de in«
convenientes innumerables que casi siempre llevan al
error y no pocas veces hasta insultar á la razón.

ARTÍCX^LO lU

D Jv le ló n d d ] s ilo g is m o .

I.—B a s e s d e d iv is ió n d e l s ilo g is m o .—E l silogismo


puede ser considerado, ó bien desde el punto de vista de
$u extructura ó forma de expresión, abstracción hecha de
la verdad ó falsedad de las premisas del mismo, ó bien en
consideración á l a verdad ó falsedad de las dichas premi­
sas, y supuesta la extructura del silogismo conforme á las
leyes silogísticas expuestas oportunamente.
II.^ D iv is ió n d e l s ilo g is m o t e n ie n d o en c u e n ta su
dxtru ctu ra ó fo r m a .—Considerando exclusivam ente la
forma del silogismo, cabe dividirlo en informe y form ado.
El silogismo toma el nombre de inform ado cuando carece
de la disposición ordenada ó dialéctica de su materia, so*
gún lo dicho hasta aquí del silogismo. E l silogismo esfo r*
mado en todos aquellos casos en que reúne el orden y
disposición dialéctica de su materia, consignado en lo hasta
aquí dicho sobre el silogismo en general.
E l silogismo formado se subdivide á su vez en simple,,
si sólo consta de tres proposiciones simples, y en eompues-
to si entra en su formación una ó más proposiciones com ­
puestas. E l silogismo »m plc es el conocido generalmente
con el nombre de silogismo categórico.
E l silogismo compuesto admite ser subdividi^o en hi-
petético ó condicional, conjuntivo, exclusivo y dilem a.
III.— E l s ilo g is m o c a t e g ò r ic o y su s v a r ie d a d e s . —
S ilo g is m o c a t e g ó r ic o e s a q u e l q u e c o n s t a d e d o s p r e m is a s
q u e a f ir m a n ó n i e g a n c a t e g ó r i c a m e f t t e y , p o r ta n to , e s el
m is m o q u e n o s h a s e rv id o de o b je tiv o p a r a e x p o n e r la
n a t u r a le z a y l e y e s d e l s ilo g is m o e n g e n e r a l.
L a s variedades más notables del silogismo categórico
son las formas llam adas por los lógicos m tim em a, epique-
rem aysorites y polisilogism o.
E l entimema es un silogismo que calla una de las pre­
m isas por sobrentenderse fácilmente del contexto de Us
proposiciones enunciadas, ó por ser ella demasiado clara
y poderse sobrentender con facilidad; a$í> por ejemplo, si
decimos: i sois portugueses^ luego sois ibéricos; en donde se
sobrentiende la premisa m ayor «los portugueses son ibé­
ricos». E l entimema es .un silogismo perfecto en la mente
del que lo produce (in fninte)^ pero es defectuoso en su
enunciación; asi, que no consta en su enunciación más
que de una premisa llamada antecedente, que puede ser
la m ayor ó la menor, y de la conclusión. E s conveniente,
por tanto, esta forma de argum entar cuando se quiere
evitar la monotonía y el fastidio consiguiente al oyente 6
lector, porque dejándoles algo á su discreción se les inte>
resa más en el discurso Ó libro, pero también se necesita
gran prudencia en su empleo para no caer en la obscurl-
dad y en el peligro de que se saquen consecuencias erró­
neas.
E l epiquerema, de epi Je ir o , poner la mano í/í, es un
silogismo alargado, en el que á continuación de cada pre­
misa dudosa se pone su prueba. £ 1 epiquerema, en reali­
dad, no es más que un silogismo ampliñcado, en razón á
que demuestra con premisas dudosas y se necesita que á
continuación de cada premisa se ponga su prueba corres*
pendiente, evitándose asi que el ánimo quede vacilando
entre dar 6 no su asenso á las conclusiones que se le
van enunciando. V éase un ejemplo de argum entar con
epiquerema: «Los habitantes de las montañas son sobrios,
porque su género de vida así los ha acostumbrado; pero
Juan es montañés, porque hace su vida entre ias breñas
cortando maderas; lue'go Juan es sobrio».
£ 1 sorites, del griego si/ros, kas^ es también un silogis*
m o alargado en el que hay una serie de proposiciones.
dependiendo la legitimidad de la conclusión del perfecto
encadenamiento de las premisas y de que la conclusión
salga de la primera y última proposición que compongan
este silogismo. E l procedimiento que se puede seguir en
este modo de argum eatar puede ser de dos modos> puesto
que para sacar la conclusión podemos seguir dos caminos:
ó ir comparando en la serie de proposiciones el término
menor con el inedio, en cuyo caso le llamaremos sorites
directo, ó com pararem os el término m aycr con el medio y
le llamaremos sor]tes regresivo.
He aquí un ejemplo del sorites directo: «Los alumnos
son hombres, los hombres tienen deberes, el que tiene
deberes debe cumplirlos librem ente; luego los alumnos
deben cumplir libremente sus deberes».
De suerte que en este modo de sorites, el predicado
de la prímcrn proposición es sujeto de la segunda, el pre*
dicado de la segunda sujeto de la terccra> y así sucesiva-
Diente, constituyendo la conclusión el sujeto de la primera
(término menor), y el predicado de la última (término
mayor) en relación.
He aqui ahora el mismo ejemplo desarrollado por un
procedimiento regresivo: « E l que tiene deberes debe
cumplirlos libremente, el hombre tiene deberes anejos á
sus derechos» los alumnos son hombres; luego los alumnos
deben cumplir sus deberes». E n este sorites regresivo se
observa que el sujeto de la primera es predicado de la se-
gunda, el sujeto de )a segunda predicado de la tercera, y
que en todas ellas el término m ayor (deberes), que es el
predicado de la conclusión» se v a comparando con el tér­
mino medio, y la conclusión la constituyen el sujeto de la
última, que entra com o sujeto (término menor) y el sujeto
de la primera, que entra como predicado. E ste modo si-
logístico equivale á tantos silogismos simples cuantas sean
premisas simples menos una.
E l poH silogisvto (muchos silogismos), consiste real-
ntente en una serie de silogismos, en la cual cada una de
■y?

las conclusiones veriñca la funci<^n de premisa del süogis*


4TI0 siguiente de la serie. Ejemplo:
T o d o s e r CApaz d e r e fle x l<5o e s n o s e t r a c io n a l;

E l a lm a h n m a D a re fle x io n a ;

L n e g o e l c im a A u m a n a t t u n s e r r a t io n a l.

T o d o «er n c l o o a l es p o r n a to r n lc ^ a e s p ir it a a l;
£ 1 a lm é h$ íiH an4 e r u n t e r r a e U n ú l ’,
L a e g o e l A Ím s A u m a rta e s ^ o r n o t u r s le t a e tfirU u 4 l%

T o 4 o s e r e s p ir it u a l p o r n a t u r a le z a es im p e re c e d e ro ;
F . l a lm a h n m a n a es p o r n a t u r a lt t a t j p ir i/ a a i;
I ^ e g o e l a lm a A tím o fta t s p a r n a i u r a l / i a im p erg eedíra-

T o d o ses im p e r e c e d e r o p o r n a t u r a le z a n o pa«d< s e r a n iq u ila d o ;


£ 1 a lm a A u m a n a es p a r n a tu r a le a a im perecedera',
. L s c g o e l a lm a A v m a r ta n c p iu d e s e r e n i^ u U a d a .

T o d o s e r q u e n o p u e d e s e r a u iq u lla d o v iv i r á u n a v id a in te rm in a b le ;

£ l a lm a A u m o tta n e p u e d e s e r a H Í g u ila d a \
L u e g o e l a lm a h u m a n a v iv i r á n o a v id a I n te r m in a b le .

IV .—S ilo g is m o h ip o tético ,' s u n a t u r a le z a y con ­


d ic io n e s .—£ 1 ítilogismo hipotéiico 6 condicional, consta
de una premisa m ayor condicional, con su antecedente j
consiguiente» de una menor categórica y de una conciu*
sión que siempre sigue á la menor, pero que debe estar
contenida en la m ayor. Ejem plo:
S I e t a lm a h o m a n a es s im p U , e lla es in m o r t a l;
P e r o e l a lm a h u m a n a e s sim p le ;

L u e g o <1 a lm a h u m a n a e s in m o r t a l.

Todo et interés del silogismo hipotético está en la pr^*


misa m ayor, pues la m ayor equivale á una proposición
afirm ativa absoluta desde el momento en que en ella no
hay otra cosa que la afirmación de una conexión necesa­
ria entre la condición y el consiguiente; así, en el ejetnplo
puesto, la m ayor: si el alma humana es simple es inmor*
tal, equivale á esta otra: toda- alm a humana sim ple es in-
• m ortal. D e esta doctrina se deduce que el silogismo hipo­
tético, para concluir bien, se ha de atener á las dos leyes
siguientes: i.* afirmado el antecedente ó condición en la
premisà menor» hay que afirmar el consiguiente 6 propo-
sicién condicionada en la conclusión. 2 / , negado e] con­
siguiente en la premisa menor, hay que negar el antece­
dente 6 condición en la conclusión, pero no porque se
fliegue en la menor el antecedente hay necesidad de ne­
gar también el consiguiente en la conclusión. Ejemplos:

S i s o ij h o m b r « s o is r a c io n a l;
fo rm a a 6 r n a t iv a
S o is h o m b re ;
L u e g o s o is ro c io D a l.
legítima

S i Sois v a le n c ia n o so la e sp añ o l;
fo rm a D egaiiv&
N o s o is e sp a fio l;
le g ítim a
L q e g o n o s o is v a le o d a n o .

S i s o is y a le o c ía D o s o is e sp afio l;
fo rm a c e g a t ív a
N o s o is T a le o d a n o ;
ile g ít im a
L u e g o DO s o U e e p a ü o l.

La Última forma, como afirma la regla 2 / , es una cons­


trucción viciosa que no da conclusión legítima como aca­
bamos de v e r, pues bien puede uno no ser valenciano y
sin embargo ser español.
V .^ S IIo g ls m o c o n ju n tiv o .—E l silogismo conjuntivo
consta de una premisa m ayor conjuntiva 6 que tiene una
conjunción, tomando el nombre especial de copulativo si
la conjunción que lleva la m ayor es copulativa. Ejem plo;
Níngfin hombre puede ser libre y negar la libertad huma­
na con razón, pero Antonio es libre; luego Antonio no
puede negar la libertad humana con razón, E ste silogismo
se reduce con facilidad al silogismo hipotético; así el an­
terior ejemplo lo podemos exponer en forma hipotética
diciendo: S i A nton io es libre no puede negar ccn razón
!a libertad humana, es asi que es libre; luego Antonio no
puede negar con razón la libertad humana.
V I.—S H o g ism o d isy u n tiv o ; su n a t u r a le z a y c o n ­
d icio n es . ^ £ l silogismo disyuntivo consta de una premisa
cnayor disyuntiva, de una menor categórica y de una
conclusión que sigue á la menor, pero con cualidad con*
traria; ejemplo: Todo acto coñacicnte es moralmente bueno
6 malo, es así que el estudiar la lección w es malo; luego
el estudiar la lección es un acto moralmente bueno. Para
que el silogismo disyuntivo concluya bien, precisa: 1 que
no «e dé medio entre ios extrem os de la premisa disyun*
tiva; 2.°, que 8i se aíirma en la premisa menor un término
de la disyuntiva, se nieguen todos los restantes en la con­
clusión, y si se niega en la premisa menor uno de los tér­
minos de la disyunción, es necesario que se afírmen dis­
yuntivamente los restantes en la conclusión.
VII.—S ilo g is m o e x c lu s iv o .—E l silogismo exclusivo
consta de dos premisas exclusivas, por cuya razón lo colo­
cam os entre los silogism os compuestos, pues debido á
esta causa de ser las premisas exclusivas, todo silogismo
d e esta clase equivale á dos silogismos simples, uno añr-
m ativo y otro negativo. Ejem plo:

1)« lo s se re s d e e ste r a s a d o e l « p i r i t u t l es a o U m e o te lib r e ,


K s a sí, q n e e n tr e lo a aeres d e U c r e a d l o s e n s ib le s o U n ie a ie e l hom bre
e s e s p ir itu a l;
L u e g o ¿ t lo s se re s d e este m a n d o s o la m e n te e l h o m b r e e s U b re .

E l ejemplo anterior se divide en los siguientes silogis*


mos simples:

E l s e r e s p ir i tna{ ea lib r e ;
1 ,^
E l h o m b r e es e s p ir it u a l;
A ñ r m a iiv o .
L u e g o e l h o m b r e es U b re .

L o s seres q u e d o s o a e s p ir it u a le s a o s o n U bres;
2.'*
L o s s e re s in f e r io r e s a l h o m b r e d o s o n e s p ir itu a le s .
N e g a t iv o .
L u e g o lo s aeres in fe r io r e s a l h o m b r e n o s o o lib r e s .

V lll.— El d ile m a ; su n a t u r a le z a y c o n d ic io n e s .—
E l dilema es un silogismo compuesto, que consta de una
premisa m ayor disyuntiva con dos miembros que son an­
tecedentes de otras tantas premisas hipotéticas menores,
cuyos consiguientes deben ser conclusiones que no pueda
admitir el adversario, terminando con una conclusión ge­
neral que niega todos los extrem os de la disyuntiva.
— 22 3 —
Sirva como ejemplo de dilema el argumento que desde
antiguo se viene oponiendo á los escépticos:
' Ó q a e no » a b e s , 6 d o » a b e» q n « a o »&besi
S: s tb « 8 q o e n o sab es* a l ^ s a b e s ;
Si no sabes q a e s o s a b e s , Dada sabes;
LQeg:o e n n n o y o tro c a s o a ñ r o i a s te m e r a r ia m e a te q n e o o s a b e s n n d a .

Esta form a silogística puede tener una premisa m ayor


con dos 6 más miembros disyuntivos; en este caso se pon­
drán tantas premisas menores hipotéticas como miembros
6 extremos tenga la m ayor, y según sea el número de
éstos así se llamará d i tema, tr i tema, tetralem a ^ etc.
E l dilema es un arma m uy peligrosa, sobre todo
cuando es empleada por hombres de ingenio, pero falaces;
así que» para precaverse contra ella y p ara usarla en de­
fensa de ia verdad, conviene saber poner la premisa
mayor disyuntiva, procurando que realmente los términos
de la disyunción sean exclusivos y que comprendan todos
los casos posibles, para que nunca tenga el adversario ca­
llejuelas por donde poder escapar; de no hacerlo asi, ten*
dremos, que muy fácilmente esta argumentación se con*
vertirá en sofisma.
Las reglas á que debe sujetarse el dilema para concluir
bien y llenar su papel en la demostración de la verdad, son
Ids siguientes: i * L a premisa m ayor ha de expresar todos
los términos de la disyunción sin admitir término medio
entre ellos. 2 * L as premisas hipotéticas deben ser conclu­
yentes en sus consiguientes, y expresar una relación ne­
cesaria con sus antecedentes-

A R T Í C t ’ L O IV

S ilo g is m o d o m o s tr a tiv o .

I.—D iv isió n d e l s ilo g is m o te n ie n d o en c u e n ta su


«materia.—Oportunamente dijimos que el silogismo que
con arreglo á su forma era perfecto, podía no serlo en
todos los casos si atendíamos á su materia, pues el hecho

L
de ser perfecto en la forma no implica que sea verdadero
en su fondo, porque para v e r la verdad del silogismo
es preciso atender á las premisas ó m aU ria del mismo é
inquirir la verdad de éstas» que es de la que se ha de de­
ducir la verdad de la conclusión: y com o la prueba que
de esta verdad pueden darnos los silogismos, 6 bien es
plena, 6 bien parcial, de aquí que el silogismo» teniendo
en cuenta su materia, se divida en demostrativo 6 apodic-
tieo, probable y erróneo 6 sofistico.
Los silogismos que dan prueba plena ó apodíctlca en­
gendran en nuestro espíritu la certeza; los probables sólo
nos dan conclusiones opinables y los soílsdcos el error.
II.—N o c ió n d el s ilo g is m o d e m o s t r a t iv o .—Llámase
silogismo dem ostrativo 6 apodíctico aquel que además de
estar formado legítimamente» consta de premisas necesa*
rias, verdaderas y evidentes» hasta el punto de verse sin
duda alguna la verdad lógica de la conclusión implícita­
mente incluida en la de las prem isas; de suerte que, según
ésto, todo silogismo en el cual st den aplicadas todas las
leyes silogísticas á premisas verdaderas y evidentes» cons
tituye una demostración cientíñca.
III.— D iv is io n e s d e la d e m o s t r a c ió n .— Diferentes
divisiones han hecho los lógicos de la demostración según
el diverso aspecto que han tenido en cuenta; nosotros»
atendiendo al número de silogismos que la componen, la
dividim os en sim ple y compuesta, fijándonos en el punto
de partida de la demostración, en a p rio r i , a posterior i y
circular', y , por último, teniendo en cuenta si es inmediata
6 mediata ó si se sirve de circunstancias intrínsecas ó ex­
trínsecas, en directa é indirecta y en absoluta y relativa-
IV .—L a d e m o s t r a c ió n s im p le y la c o m p u e s ta .'^
L a demostración es simple cuando consta de un solo silo*
gism o, cu yas premisas son verdaderas y su certeza es
vista sin necesidad de comprobación. E s compuesta la de­
mostración cuando consta de varios silogismos enlazados
entre sí» y también aquella otra en la que una de las pre-
u n

misas es una proposición compuesta 6 que incluye y su-


pone otro silogísroo de premisas más inmediatas y eviden­
tes. Ejemplo:
L o que se oatre DeceúUi ollmeQUrs«;
L a p ! á a u le a u tie :
Luego U pUfit» necesita «UmeDtafse.

E n este ejemplo la premisa menor supone otro silo­


gismo más inmediato y evidente, cual es «Lo que v iv e
se nutre, la planta vive, luego la planta se nutre»; de modo
que aqui tenemos una demostración que, aun cuando es
simple en sus términos, es compuesta en su sentido cnun*
ciativo, puesto que incluye implícitamente más de un silo­
gismo.
V.—D e m o s tr a c ió n “ a p rlo rÍ„ y ^a p o 8 te r ío r l„ .—
La demostración es a p r io ri siempre que el término medio
<k que nos servim os para la com paración es anterior en la
realidad al objeto que tratamos de demostrar» y reúne
además el requisito de ser la causa y razón suñciente de
lo que intentamos poner de m aniñesto. E sta demostración,
como se v e, v a siempre de Ja causa at efecto. Ejemplo:
L o que'tiene Ubertad encapas de elegir;
El hombre tleoe libertad;
L uego ei hombre es capaz de elegir,

En este ejemplo se demuestra que el hombre puede


elegir en virtud de que posee la razón suñciente del acto
para elegir, que es la libertad; por consiguiente» en esta
demostración se procede manifiesta mente de la causa al
efecto ó d cl ser á sus propiedades.
L a demostración es a posU riori cuando maniñesta ó
prueba la causa por el efecto, bien sea éste real y distin­
to de la causa» bien sea un efecto que no tenga más exis­
tencia que la que le da nuestra mente al concebirlo; mas
en ambos casos el térm ino que se tom a como medio de
comparación es posterior en el orden del ser a) objeto que
se trata de demostrar; así, cuando probamos que Dios exis­
te, porque existe el mundo con tales ó cuales caracteres,
dcmosirs^Ttios iZ/osU rrori, puesto que realmente existen
seres que presuponen una cdusa absoluta y eterna; y cuan­
do examinando la perfectibilidad y moralidad del hombre,
conduim os por añrm ar que el hombre tiene naturaleza ra­
cional y libre, también demostramos <í posteriori.
E sta división de la demostración en a p r io ri y a pos-
terio ri está fundada en la naturaleza misma del modo de
proceder nuestra facultad cognoscente, según acabamos
de v e r aJ explicar cada uno de los términos de la división;
sin em bargo Aristóteles no la adm itía y en cambio decía
que la demostración conforme i. la naturaleza se dividía en
q w (hóti) y porque {dióti). L a demostración que consiste
en probar que alguna cosa es por el hecho de ser, que es\
la demostración porque es la que pone en evidencia la
causa próxima de la cosa probada, la razón propia por la
cual la cosa es tal cosa. E sta dem ostración se ha llamado
también intrinseca ú obsUnsible. Como se puede compren­
der desde luego, la división que acabamos de consignar
de Aristóteles y que los modernos lógicos no admiten, en
el fondo tiene muchas semejanzas con la que hemos lla­
mado a p r io r i y a posteriori^ pues no ^ i s t e término me­
dio entre ambas, y las dos divisiones tienen su fundamen^
to en la naturaleza misma de la demostración.
Algunos lógicos admiten también la demostración
sintulianfo que, por ser casi la misma que hemos denomi­
nado a p r io r i, citamos aquí. E sta demostración consiste
en p robar una cosa por otra que no es distinta de ella,
sino que se concibe únicamente como anterior á la pri­
mera; asi, la demostración de la existencia de D ios inten­
tada por San Anselm o mediante la idea del ser soberano
más perfecto, es un ejemplo de esta clase de demostra­
ción.
V I.—D e m o s tr a c ió n c ir c u la r .—L a demostración cir­
cular, llamada también regresiva, parte de un hecho de
existencia evidente, pero cu ya naturaleza sólo nos es co ­
nocida de un modo confuso hasta llegar á conocerla dis-
— 227 —
tmtamenÈe, siguiendo después» y apoyados y a en este
<onoc¡miento, hasta concluir en un conocimiento más claro
y evidente de los fenómenos de que se partió.
Esta prueba es muy natural al hombre» pues la inteÜ-
gencia humana» en las condiciones naturales que la cons*
tituyen, está obligada á remontar del efecto á la causa
antes de poder descender de la causa al efecto y darse
cuenta de éste por aquélla. L a inteligencia en su marcha
habitual describe á manera de un círculo, pues vuelve en
cierto modo al punto de partida, sí bien con más luz y
distinción en el conocimiento; sin em bargo, no debe en
modo alguno confundirse esta prueba con el circulo vicio-
Sût pues sólo se incurre en él cuando se intenta dem ostrar
una premisa por la conclusión que tiende á demostrar 2a
misma premisa.
Ejem plo: U n sujeto es acom etido por una enfermedad
cuyos síntomas no concuerdan con los conocidos de las
enfermedades estudiadas; el médico ignora qué enferme­
dad será aquélla» pues está en la presencia de fenómenos
que le son desconocidos; el camino natural que ha de se*
guir» dado el modo de conocer de nuestra inteligencia, es
examinar bien los hechos» averiguar si algún ser extraño
al organismo del paciente los produce» á cpyo efecto ana-
iízará las excrecencias; si el microscopio le da la presen*
cia de una bacteria desconocida, y a tiene un indicio de
que hay un ser en aquel organismo que ha podido pro*
ducir la enfermedad; pero esto no debe satisfacerle, sino
que debe coger las bacterias que sospecha son la causa é
inocularlas en animales inferiores y v e r si producen en
ellos los mismos síntomas que en el enfermo, y si así suce^
diese y a tendrá averiguada la causa de la enfermedad;
luego cabe que siga haciendo estudios acerca de si la a c ­
ción que produce el microbio es mecánica» traum ática 6
química, basta llegar ¿ conocer la acción que produce.
He aquí, pues, un ejemplo de prueba circular, pues prim ero
vamos del hecho á la causa y luego de la causa al hecho;
mas como se habrá podido comprender, la prueba circular
«s un com plejo de las pruebas a posteriori y a p rio ri.
V II.— D e m o s tr a c ió n d ir e c t a é in d ire o ta .—L a de­
mostración atendiendo á sus circunstancias extrínsecas«
puede distinguirse en directa é indirecta. La demostración
es directa, cuando consta de premisas que contienen la
causa eñclente de lo que se añrma 6 niega en la conclu­
sión. V . gr. si decimos: lo que siente vive; el hombre
siente; luego el hombre v iv e . S e puede decir que las de­
m ostraciones a p r io r i y a posteriori y circular y son di ree*
tas, puesto que todas ellas muestran que la conclusión está
contenida en las premisas, que el predicado pertenece á
repugna al sujeto de la conclusión, y la m ayor parte de
los teorem as de Geometría pueden considerarse como«
ejemplos de demostraciones directas!
L a demostración indirecta comprueba 2a verdad de la
tesis que se quiere poner de m aniñesto, haciendo ver el
absurdo que resultaría admitiendo lo contrario de lo que
afirmamos.
E sta demostración se funda en que no siempre es po*’
sible exigir directam ente el asenso de nuestra inteligencia
á una conclusión, sino después de haber desechado la prO'
posición contradictoria de la misma por imposible de ad*
mitir, puesto que, com o dijimos oportunamente» dos con­
tradictorias no pueden ser falsas á la vez, y la Imposibilidad
de la una añrm a la posibilidad de la otra; de ahí el adagio:
e x vero non seguitur n isi verum . A sí, si decimos: S í el
hom bre no fuera libre, no sería responsable de sus actos,
y no siendo libre resultaría absurda la le y positiva y la
ie y moral, que lo hacen responsable de sus actos, pero*
estas leye s son necesarias; luego el hombre es libre.
E sta demostración ha recibido también los nombres
de po r imposible y de reducción a t absurdo. Desde luegOr
esta prueba es m uy inferior á las directas, mas no deja por
eso de tener su importancia m uy sei^alada para reducir i
lo s contrarios, pues se funda en la regla de las contradice
tortas: duae contradictoriae nequeunt is s í s i m ui verat aut
sim ulfalsa<.
VIH.—D e m o stra c ió n a b s o lu ta y r e la tlv a .^ T o d a
demostración propiamente dicha es válida de una manera
absoluta para todo el mundo, pues si reúne los requisitos
de tal el asenso intelectual, sin excepción, lo obtendrá,
dado que, como se demuestra en la Psicología y nosotros
hemos consignado ya> la inteligencia es de la misma na­
turaleza en todos los hombrea, siquiera sean distintos los
grados de su desarrollo; así, pues, resulta absurdo hablar
de demostraciones para un individuo determinado, ad
Jiominen, que es la relativa á ciertas y determinadas cir>
cudstancias contingentes, por cuya razón se la ha llamado
también relativa.
2X.—L e y e s d e l a d e m o s t r a c ió n .—L o s anteceden*
tes, datos ó prem isas de una demostración pueden sernos
conocidos d e d o s modos: directa c innudiatamente,
como sucede con los conocimientos llamados primeros
principios, que luego que nos son enunciados por proposi­
ciones de cuyos términos conocemos ei signiñcado, vemos
su verdad con evidencia inmediata; por eso se llaman
frin cip io s y axiomas indemostrables^ y ios escolásticos ios
principios p er se notas y dignidades; 2.®, m ediata'
mentep o r e l enlace cotí otras cosas (ex a liis), como sucede
con la m ayor parte de los conocimientos que adquirimos,
que para asegurarnos de su verdad y certeza tenemos que
enlazarlos con otros conocimientos evidentes en $í míS*
mos y con los cuales guardan una relación E re c ta y ne*
cesaría. D e lo que acabamos de exponer y de cuanto
hemos dicho de la naturaleza y clases de demostración, se
deduce que en toda demostración es necesario Itegar á
una ó más proposiciones verdaderas, ciertas y «videntes
en sí mismas, y por tanto, que no necesiten demostrarse,
las cuales sirvan de base á toda la demostración y con­
tengan la razón suñciente de la certeza que debe acompa­
ñar á la demostración cíentíñca.
A h ora bien; com o las demostraciones son obra de 1»
inteligencia y ésta es consciente y v a acompañada de 2a
potencia libre llamada voluntad, podemos, atendiendo á
las mismas leyes de nuestro conocer, ñ jar los preceptos á
que debe sujetarse toda demostración para no d ivagar y
conocer su existencia y posibiirdad en cada caso. He aquí
ahora las principales leyes á que debe sujetarse toda de-
m ostración cíentííicR:
I Lo qm intentemos demostrar^ dibe ser de ta l natU'
raleza qut no excedes la s fu erzas de nuestra potencia cog-
noscenie, n i los conocimientos que y a tenemos. L a primera
parte de la regla quiere decir, que si nuestras fuerzas in­
telectuales son ñnitas, no pretendamos conocer infinita-
mente, sino fínitamente, incluso lo inñnito; la segunda
parte expresa que desconociendo completamente una cien>
cia, es imposible demostrar la verdad de sus conocimíen*
tos más difíciles, asf com o también que sin conocer bien los
antecedentes necesarios, no debemos empeñarnos en ave*
riguar los consiguientes, y por lo tanto, que si para co­
nocer el A lgebra se necesita la A ritm ética, por ésta de­
bemos empezar.
2 * L a cosa que se trata de demostrar debe proponerse
con todos aquellos datos que nos la expresen clara y distin­
g u ida; por eso la gran cuestión en todo problem a 6 teo­
rem a es su planteam iento, en el cual no se debe o*mitir
deñnición ni explicación que sean necesarias para aclarar
e) sentido de la proposición que se trata de demostrar.
3 / E n toda demostración es necesario em plear prem i­
sas verdaderas, ciertas y evidentes. E n las demostraciones,
sobre todo cuando son de alguna extensión, es imposible
que todas y cada una de Jas premisas sean evidentes por
sí mismas; pero el alcance de la regla no es tan extenso
tampoco; lo único que quiere decir es que haya algunas
y que éstas sean precisam ente las prim eras, y que las de­
más premisas que no sean evidentes por sí mismas tengan
conexión necesaria con aquellas que lo son» pues por este
enláce se hdcen verdaderas, ciertas y evideates» aun
cuando no lo sean por si solas desde el momento en que
vemos la conexión necesaria que tienen con las que lo son
eo si mismas.
Dz modo que, según esta ley, todas las demostraciones
particulares que form an parte de una ciencia, deben for­
mar una cadena de premisas verdaderas, cu yo prim er es­
labón esté formado por premisas que no necesiten demos-
(ración, bastando que una de las premisas particulares sea
probable 6 falsa para que se rompa la cadena y no haya
verdadera demostración y por consiguiente ciencia.
He aqui la razón del por qué las verdaderas demostra­
ciones son menos numerosas en la ciencia de lo que vu lg a r­
mente se cree, pues son pocas las demostraciones en las
que todas ias premisas son ciertas ó directa ó mediatamen­
te, principalmente si son de alguna extensión, y no es que
exijamos que en toda demostración se empleen los silogis*
mos demostrativos tal y como los analizamos en Ja L ógica y
sin hacer uso más que del categórico regular, lo cual se­
ría monótono é imposible; pero sí pretendemos y quere­
mos, y esto sí que es posible, que las diferentes especies
de argumentación que se empleen se usen siguiendo las
reglas que dejamos consignadas para toda demostración
cientíñca, es decir, que atendiendo al fondo del argumento,
no se razone con premisas ó proposiciones que no sean
verdaderas, ciertas y evidentes, inmediata ó mediata­
mente.

A R T ÍC U L O V

A rg u m e n to « p ro b a b lé s .

I. — N a t u r a le z a d e l a r g u m e n to p r o b a b le .—A sí
como la demostración es causa de la ciencia yel argumento
probable sólo produce la opinión ó asenso opioativo; pues­
to que es un rasm xm ienio en e l que las premisas^ ó tedas
ó fa r t i de ella s ^ no son vtrda diras, ciertas y evidenti5,
sino imicaminte posibles.
L o s principales argumentos c u y a conclusión no pasa
los límites de la probabilidad, son el cntim im a, la inducción
analógica^ el ejemplo y ciertas inferencias sacadas de las
estadísticas y del cálculo d i probabilidadis.
!l.—El e n tim e m a c o m o a r g u m e n t a c ió n p ro b le m á *
t ic a s e g ü n e l s e n tir d e A r is t ó t e le s .— A ristóteles dice
que el entimema, silogismo abreviado que y a conocemos,
es un silogism o sacado de premisas verosím iles 6 de cier-
tos indicios que no son reconocidos como propiedades
esenciales del sujeto á que se refieren» sino que son más
bien circunstancias accidentales que ie anteceden ó siguen.
E sto s razonamientos son m uy frecuentes en la vida ordi-
naria y sólo pueden darnos cierta opinión ó probabilidad
de que sea la cosa io que indican los indicios; tal se ve
acontece en los siguientes ejemplos:

El ssfrimienio ten p la <1 c4ricter;


que hombre ha safndo);
L nego este hombre tiene el cat¿eter templado.

Un tinte bilioso es seüal de no carácter triste;


(E s así que este hombre es bilioso):
Luego este hombre tieoe un carácter tnste.

E n estos ejemplos las premisas menores que hemos


encerrado dentro de paréntlsis suelen sobrentenderse; por
eso los lógicos los llaman entimemas y hacen de este sÌlo>
gismo un silogismo aparte.
E s m uy general que todo aquel que especula ó discu*
te, ñjindose en la irreflexión Ó credulidad de otro, pase en
silencio 6 se calle las premisas probables de sus argumen^
tos con la esperanza de pasarlas por ciertas; asi que, ge-
neralmente, se empleen mucho los entimemas cuando se
demuestra con premisas probables.
L o s silogism os en los cuales las premisas no son más
que probables, son frecuentemente cortados; mas el hecho
á t que sean cortados es una circunstancia puramente
accesoria; lo que realmente ofrecen de interesante es la
razón por la cual el hombre quiere enunciarlos de una
manera cortada, y esta es la falta de certeza de su premi­
sa sobrentendida.
111—P r o b a b ilid a d a n a ló g ic a .—Hablando de la in­
ducción, expusimos que existía una clase llamada analógi-
la cual no nos llevaba a ia certeza como ia inducción
cientiñca; en efecto, ia analogía es á la inducción cíentíñca
lo que el entimema es al silogismo rigurosamente cien*
tífico. E s un razonamiento de la misma naturaleza que la
inducción propiamente dicha, pero c u y a conclusión sola­
mente esprobablty efecto de servirse de observaciones que
no tienen con lo que tratamos de comprobar más que re­
laciones de semejanza, jam ás de identidad.
Ejemplo: Siguiendo métodos de concordancia y de di*
ferencla, se ha iiégado á probar que la causa natural del
cólera es la acción patógena del bacilus comas^ llegándose
á este resultado por la inducción propiamente dicha, y la
fazón explicativa del cólera está conocida de una manera
cierta.
He aquí ahora otra enfermedad^ el cáncer, cu ya natu­
raleza está mucho menos conocida. E l cáncer presenta
una porción de síntomas análogos á otras enfermedades
que se sabe tienen un origen infeccioso; se presume, pues,
que tiene un origen microbiano, p ero perentoriamente no
se puede establecer en absoluto cuál sea esa especie de in­
dividuos micro-orgánicos que la producen; así, pues, esta
presunción es una conclusión únicamente analógica, pro­
bable, que tendrá m ayor ó menor grado de verosimilitud
según sean m ayores ó menores las semejanzas entre !as
manifestaciones mórbidas del cáncer y los síntomas de
otras enfermedades reconocidas como infecciosas (la tu*
berculosis, por ejemplo), y á medida que los rasgos di*
vergentes entre el cáncer y las otras sean menores ó ma­
yores, sin que pueda ia analogía franquear los límites de
la probabilidad por mucho tiempo que pase hasta tanto
que no se conozca áa naturaleza intima de la afección can-
cerosa; pudiendo disminuir, no obstante sus grados de
probabilidad, si por el contrario se llegase á demostrar
que las divergencias se acentuaban y nos llevaban de una
manera manifiesta á una naturaleza diversa de la sospe*
chada, en cu yo caso ]a analogía perdería de un golpe
todo 8u valor.
IV .—A b u s o s q u e p u e d e n c o m e t e r s e en el e m p le o
d e la a n a lo g ía .—Ni en la vida ordinaria, ni en la litera­
tura, donde no se exigen condiciones tan estrechas para
pensar como se exigen en la ciencia, se ha abusado de un
nv>do tan escandaloso de la inducción analógica, como se
ha usado y abusado dentro del campo cientíñco; y eso
que el ideal de los hombres de ciencia es desechar todos
lo i conocimientos que no reúnan las condiciones de ser
verdaderos, ciertos y evidentes; puesto que se han abierto
lod ojos á todas las semejanzas, aun ias más rem otas, y se
han cerrado con prejuicio á todas las distinciones y aun
diversidades, prestándose el asenso intelectual á conclusio*
nes inductivas problem áticas, que quizá no han alcanzado
ni siquiera este grado de verosimilitud. ¿Cuántas veces
no han sido tomados en la ciencia por verdaderos razona­
mientos, lo que no han sido más que metáforas, y se ha
substituido un enlace n a tu ra l>, base necesaria de una ley,
por lo que no ha sido más que un lazo lógico que el espí­
ritu ha establecido, por la comodidad del pensamiento, en­
tre dos caracteres contingentes ó fortuitos?
Un ejemplo del prim er modo de abusar de la inducción
analógica, lo tenemos en los evolucionistas y transformis-
tas, los cuales, ñjándose en la analogia que existe entre
ciertos estados de la vida em brionaria del feto humano,
y ciertos caracteres estables de los animales inferiores en
su estado de adultos, añrm an, con exigencia de que se le»
crea, que el embrión humano se identiñca pasajeramente
con el de los diferentes tipos de la escala zoológica.
Mas como se v e á primera vista, la inducción ea dema­
siado atrevida. S e han acordado de las sem ejan m , pero
han olvidado Ids diferencias esenciales. ^Si ias semejanzas
observadas en un momento dado tenian por razón sufi­
ciente k identidad de naturaleza del embrión humano y
del tipo animal, á que se le compara, cómo se dan después
las diferencias tan notables que á ellos mismos les hace
esclamar que no existen y a esas semejanzas? E s verdad
que existe una analogia parcial entre el fecto y los de-,
más animales y aun del hombre adulto com parado con los
demás animales; pero de esta analogía parcial no pode­
mos pasar á la identidad absoluta, sin que se pruebe que
tienen identidad de naturaleza el hombre y 2os animales
inferiores.
Otro ejemplo del abuso de la analogía por el uso de
metáforas es el que emplean frecuentemente los soció­
logos positivistas, los cuales asimilan las sociedades á lo»
organismos vivientes. E stá m uy bien que se com pare una
sociedad á un organismo en el cual todos Jos órganos son
solidarios y las funciones convergen á realizar el bienes­
tar del conjunto; pero lo que no está y a ni medianamen­
te bien es que se erijan en conclusiones cientíticas Jas de­
ducciones subjetivas que de esta comparación metafórica
entre un abstracto y un concreto podamos sacar, pues
esto sería sencillamente un soñsma.
V .—B 1« je m p lo .—E l procedimiento inductivo, sea cien­
tíñco, sea analógico, v a del hecho á su razón suñciente
natural, en busca de su ley de producción y por vía de
consecut^ncia á la universalidad de sus aplicaciones. E l
ejemplo, por el contrario, es un procedimiento en el que
se va de un caso particular á otro caso particular, pero
de una manera conjetural, porque le falta la certeza para
poder apoyarse en una le y natural. H e aquí un ejemplo
del ejemplo.
Supongamos que y o , para evitar que un alumno mío
abandone los libros y salga suspenso, lo llamo y le digo;
«Fulano de tal, un joven de su misma edad de V . que
había hecho el grado de Bachiller con notable aprovecha-
miento, llegó aquí y el prim er mes, siguiendo la buena
costumbre que tenia de estudiar todos loa días cuando es­
taba al lado de sus padres, asistía á clase, sabía las lec­
ciones y alcanzaba las notas m ás brillantes; pero he
aquí que, instigado por un mal com pañero, dejó un día de
asistir i clase por irse de gira; al día siguiente, como no se
habia aprendido la lección, no se atrevió á ir á clase, y al
día tercero» como no sabia qué lección iba» tampoco ia
aprendió; asistió Á d ase, fué preguntado y no supo qué
contestar; le dió un poco de vergüenza y prometió no
volverlo á hacer; pero no pasaron muchos días cuando su
com pañero le volvió á instigar para otra falta á clase;
faltó también dos días y las lecciones tampoco se estudia­
ron; no faltó la instigación del com pañero por tercera vez
y y a se estuvo ocho días sin asistir á clase, siguiendo así
hasta que, perdiendo el hábito del estud io y delcumplimien*
to del deber, acabó por perder el curso en Junio por faltas
de asistencia y en Septiembre por no saber las asignaturas;
pero he aquí que al curso siguiente y a no sólo perdió las
asignaturas por no estudiar, sino también la vida por ha*'
ber perdido la salud en los devaneos á que se había entre«
gado al abandonar los libros y el cumplimiento de su
deber. A sí, pues, si V . no quiere que le ocurra lo que al
jo ven de quien le he hablado, no se separe del camiuo del
estudio ni de su obligación de asistir i oíase, y procure
sobreponerse á la sugestión de los malos compañeros.»
L a fuerza del anterior ejemplo está en este razonamieo'
to implícito: L a naturaleza colocada en idénticas condicio-
nes, obra de idéntica manera; es así que usted está coloca-
do en idénticas condiciones que el joven que fué extra-
\*iado por un mal compañero; luego si usted se coloca en
las mismas condiciones que él, usted acabará como él.
E ste ejemplo concluiría con certeza y no tendría ré­
plica si la naturaleza humana no fuese racional y libre y ,
en igualdad de circunstancias, tuviese que obrar del mis^
mo modo» es decir> como obran las causas fatales de la
naturaleza, y si además la naturaleza humana fuese en
todos los individuos sometida á las mismas condiciones de
actividad. A sí, tenemos que asisten á nuestras clases jó v c '
nes aplicados que, no obstante las incitaciones continuíi'
das de los compañeros poco estudiosos, no abandonan
sus hábitos de trabajo y de asistencia á clase.
Vemos, pues, que el ejemplo es un argumento que no
concluye de una manera cierta y absoluta, sino únicamen­
te de un modo verosímil Ó probable.
P!n el argum ento ejemplo podemos distinguir tres espe­
cies llamadas a par i, a fo rtio r i y a contrario.
E l ejemplo a p a r i se funda en una razón de semejan­
za y de igualdad entre el hecho propuesto como ejemplar
y el hecho que de él s« pretende inferir, tal como se ve
en el siguiente:
Si el movimiento elíptico de traslación de la T ierra al*
rededor del sol produce las estaciones; a pa ri\ el movi-
miento elíptico de Júpiter producirá el mismo fenómeno.
E l ejemplo a fo rtio r i ^ se funda en estar estrechamente
ligado por una le y común el hecho que se propone y el que
nos sirve de ejemplar; así vem os sucede en el siguiente;
S i el oro español está en depreciación en los m ercados
extranjeros; a fo riio rix la plata española lo estará más.
E l ejemplo a corteario, consiste en partir de dos he­
chos contrarios para concluir Ó deducir de uno de ellos lo
contrario de lo que y a se ha concluido del otro. V . gr.:
S i es un hombre de ciencia el que investiga la verdad
y certeza de lo que conoce; a contrario: será un soñsta el
que procura encubrir la falsedad con el ropaje de la ver-
^ d y de la certeza.
E n tre los argum entos del ejemplo pueden colocarse
los llamados a sim ile, a vírosim iie, a contrario scnsu, ab
^fcsitis, a maiorem y a d íninusy que, como bus mismos
nombres Indican, son variedades del ejemplo.
V I.—U s o a b u s iv o d el e je m p lo .—E s tan frecuente el
uso abusivo del argumento ejem plo, que es m uy fácil verlo
comprobado en la vida corriente. E s tan frecuente pa&ar
de un cafo observado á otro cualquiera sin tomarse la
molestia de referirlos antes uno y otro» por medio de la
inducción á una causa común, que nos atrevem os á consi­
derar el fenómeno como una de las causas que más erro*
res ha producido en el campo del saber humano, pues
añrm ar con certeza del segundo caso lo que se ha visto
convenir accidentalmente ai primero, es dar un salto lógico
que la ley intelectual no permite sin caer en error. E l
adagio antiguo: aá uno dhce omnes^ que aprueba estos
errores» de todos es conocido como un verdadero sofisma,
mas no obstante, como dice Bénard ( l ) , todos nos parece*
mos á aquel inglés que habiendo desem barcado en Calais
de F ran cia y habiendo hallado que au hostelera era rubia,
escribió: «las mujeres de este país son rojas>. Cn efecto,
el vicio del argum ento ejemplo está tan arraigado en el
hombre, que aun en los más doctos tiene por auxiliares á
todas las malas pasiones del corazón, y así se observa que
si en una corporación existe un hombre vicioso, con li*
ge reza juzgam os á ia corporación de inmoral; que si en un
libro descubrimos una leve falta, que sin duda involun*
tarlam ente se escapó al autor, consideram os todo el libro
como plagado de errores y faltas, y as(, á este tenor, todos
los asuntos de la vida humana son juzgados con harta fri'
voli dad y falta de fundamento.
V IL —L a s e s t a d ís t ic a s y e l c á lc u lo d e p r o b a b i­
lid a d e s ; s u s r e la c io n e s c o n la irid u cció n .—L a s esta*
dísticas, cuyo uso es hoy tan frecuente, se refieren al ejfift-
ploy hasta el punto, de que las podemos considerar como
unos registros de casos más ó menos semejantes. L a s esta*
dísticas, en efecto, inventarían los hechos; la frecuencia
con que se producen; las coincidencias y circunstancias

(1) B éojird, P r ie it d t P h iU u p k itf p á g . 3 5 6 ,


que los rodean, y todo con la esperanza de descubrir los
indicios reveladores de b u s lazos naturales con la propie-
dad 6 raz6n suñciente de la producción de los mismos. He
aquí un ejemplo:
Durante dos siglos y en un número de doscientos mi­
llones de niños se ha estudiado la parte que corresponde
á cada uno de ambos sexos y se ha notado que ei número
de niños y niñas es sensiblemente el mismo, sin que se
note excepción á esta regla ni en ningún país ni en nin­
guna época; mas considerados en la proporción de ciento,
se ha visto en todos los países y en todas tas épocas que
hay un ligero aumento en favor de los nacimientos de
varones, pues por cada to o niñas se dan 1 0 4 6 1 08 niños.
A quí vem os que la fíjeza en ia relación aproxim ada
entre los nacimientos masci^llnos y femeninos, y la supe­
rioridad ligera de los primeros sobre los segundos, se da
lo mismo en los países del Norte que en los meridionales,
en todas las razas, en las ciudades y en el cam po, entre
los ricos que entre los pobres; y seguidamente nos p re­
guntamos: ¿ y cómo puede suceder esto sino estando suje*
tos á una Sey todos estos fenómenos? ^cuál es esta ley?
Casi espontáneamente nos damos cuenta de que debe
existir una razón suñciente de estos fenómenos en la na­
turaleza de las cosas, pero no sabem os ni adivinam os á
qué propiedad natural de los agen tes de este mundo
puede referirse esta le y misteriosa, y por tanto, nos vemos
reducidos á poner de relieve todas las circunstancias que
creemos tienen una Inñuencla cualquiera sobre el fenóme­
no observado.
He aquí, pues, el papel de la estadística: anotar minu­
ciosamente las circunstancias en que cada fenómeno tiene
lugar, su concurso y repetición, agrupando los resulta*
dos de estas observaciones, comparándolas entre sí.
De !a estadística, tal y com o la hemos explicado, es
át donde parte el cálculo de probabilidadeSy el cual tiene
por objeto preveer los acontecimientos que consideramos
fundadamente sen la expresión de una ley; pero de una
ley compleja, resultado de leyes elementales, de la cual
no se ha llegado todavía á determinar su juego combl-
nado.
L a observ'ación de los acontecimientos y las tablas de
sus coincidencias, tal com o las dirige la estadística, conS'
tituyen el m aterial de la inducción cíentíñca, pues y a sa­
bemos que la observación es el estado inicial de la induc*
ción.
Dem ostrar cuál es, entre las circunstancias múltiples
de un complejo observado, la que constituye la razón su­
ñciente naturai del complejo, es el ñn, el punto de llegada
del procedimiento inductivo; mas para llegar á este ñn es
preciso comenzar por observar, y mientras se ignora de
dónde puede salir la cxp lica^ ón natural de las cosas ob­
servadas, es necesario aum entar el campo de observación,
agrupar loa hechos, notar sus coincidencias y sus variado^
nes, pues tanteando estos múltiples acontecimientos, puede
presentarse un r a y o de luz que se calcule nos lleva á ia
explicación de la le y de producción, y entonces debe em-
pezar el procedimiento inductivo para v e r si es cierta Ó
no la hipótesis.
VIH.—H e c h o s á q u e s e e x tie n d e n l a s e s ta d ís tl-
c a s ; BUS c o n d ic io n e s .— estadísticas preparan los
m ateriales para la inducción científica, tanto del orden
físico, como del m oral y social.
Tratándose de la naturaleza fìsica, las estadísticas for­
man tablas de tem peraturas m áxim as, medias y minimas;
toman en cuadros las alturas, longitudes y latitudes, los
vientos reinantes con sus velocidades y fuerzas sobre las
nubes y lluvias, etc., preparando así el m aterial para que
las inducciones cientíñcas formen las ciencias clim atológi'
cas y metereológicas.
E n los dominios de las ciencias morales y sociales, hay
necesidad de tener siempre en cuenta la parte que pone
la libertad humana en ios hechos, pero sin olvidar Cam-
poco que ia inteligencia y la voluntad son de la misma
naturaleza en todos los hombres y que, por consiguiente,
cabe ei acuerdo entre ellos sobre su conducta moral y , por
tanto, que las estadísticas pueden testimoniar y testim o­
nian, en los grandes números de hechos humanos, una con s'
tancia relativa, pues las dos facultades dichas, como se
prueba en Psicología, tienen su ñnalidad natural, y libre­
mente tienden á cumplirla luego que la conocen; así las
estadísticas consignan el número de habitantes de un país,
los hectolitros de trigo producidos, las m ercancías que se
importan y exportan, las sentencias dadas por los tribu>
nales, el número de reincidentes y de reincidencias, los na*
cimientos, las defunciones, los matrimonios, ete., etc. Los
resultados que dan estas estadísticas no constituyen toda­
vía la ciencia, ni mucho menos, pero son un instrumento
importantísimo, primero p ara calcular, más 6 meaos
aproximadamente, ciertos resultados; segundo, para indu*
cir cientíñcameate y hacer avanzar la ciencia.
La primera condición que debe reunir toda estadística
para ser ú tllá ia ciencia, es que sea completa. E n efecto,
trátese de fenómenos naturales ó sociales, hay necesidad
de abrazar todos los factores que se hallen en el caso de
poder concurrir á la producción del fenómeno observado,
pues de no, es m uy posible que ia razón suficiente esté en
los factores de que no se hizo caso, y por consiguiente,
que se dejaron de consignar.
L a segunda condición consiste en que las estadísticas
sean mtnuctcsíis, esto es, que consignen con rigurosa
exactitud todas las condiciones de la producción de cada
uno de los fenómenos. D e suerte que las estadísticas frac*
mentarias y parciales son inútiles para la ciencia, puesto
que generalmente suelen hacerse después de prejuzgada la
cuestión, y por tanto, se forman y a con el prejuicio de ir
¿ parar á una ñnalidad dada, no consignándose en ellas
más que aquellas circunstancias antecedentes ó concomi­
tantes de un fenómeno á cuya influencia queremos atrí-
16
— 242 —
buír ia causa de su producción. Ejem plo de este vicio en
la formación de las estadísticas encontramos en las alega­
das por Lom broso p ara la comprobación de su teoría
acerca de los crim inales natoi.
IX-—O b je to y fu n d a m e n to d el c á lc u lo d e p ro ­
b a b ilid a d e s .—Son objeto det cálculo de probabilidades
los hechos ó fenómenos que resultan scr producto maniñeá'
to de una le y ó conjunto de leyes, confusamente entrevis­
tas, pero cu yo carácter especíñco no ha sido posible de­
terminar todavía, ni por inducción directa ni por induc*
ción analógica.
E l fundamento del cálculo de probabilidades está en
el convencimiento que tenemos de que los hechos que
ocupan nuestra atención están regidos por leyes natura«
les, cu yo convencimiento nos produce la creencia de que
ios acontecimientos no observados se reproducirán en las
mismas condiciones y con la misma frecuencia que loa co­
nocimientos observados; es decir, que, reflexionando en
la permanencia de la naturaleza de las cosas, creemos que
el porvenir s« asemejará al pasado, así como el pasado
fué igual al presente en lo esencial.
Ejem plo: Hemos adquirido la experiencia de que en
las provincias dcl S u r de España llueve cuatro días por
cada mes, y casi espontáneamente añrmamos que en lo
sucesivo sucederá igual.
E n el presente caso consideramos como cosa cierta
que, en el porvenir como en el pasado, dadas las mismas
condiciones geográficas y climatológicas, lloverá por tér­
mino medio cuatro días al mes; esta inferencia general no
es una probabilidad, sino una certeza obtenida por induc­
ción analógica; mas la probabilidad se produce cuando se
trata de aplicar (a le y no bien conocida á los casos parti­
culares; así, si sabiendo por U experiencia que sólo llueve
unos cuatro días al mes nos preguntásemos: ^lloverá ó no
lloverá el domingo próximo? Claro es que con certeza no
nos atreveríam os á contestar que sí ni que no, pero no
obstante, nos contestamos que no. ¿Por qué nos hemos
inclinado más á este extrem o de la alternativa? Porque
calculando los diasque llueve y los que no llueve y siendo
muchísimos más los que no llueve que los que ilueve, lo
más probable es que w llueva.
No conociendo la resultante del concurso de las cau>
sas múltiples que pueden producir ios hechos de que llue­
va 6 no llueva en tal día, nos vem os reducidos á estudiar
en parte la ac9Í6n de cada uno de los elementos de que
puede depender la caída 6 ausencia de la lluvia.
E xisten elementos que pueden producir la lluvia y
existen elementos que se oponen ti que llueva: si consi­
deramos los primeros, nos conducirán á creer que llove­
rá; si consideramos los segundos, nos llevarán i creer que
no lloverá; pues bien, á medida que examina nuestra in*
teligencia unos y otros y los com para, encontrará en unos
más valor que en otros ó Igual valor; si unos tienen más
valor, su afírmación se inclinará del lado de ellos y acaba-
rá por añrm ar que llueve 6 que no llueve, pero siempre
de un modo problemático; pero si hay igual valor, ten­
drá motivos equilibrados y no se inclinará á ningún ex­
tremo. E i resultado objetivo de estos motivos opuestos es
la probabilidad; el efecto que esta resultante 6 probabiH*
dad produce en el sujeto pensante, es la propensión á creer
ó no creer que el hecho se realizará, y esta propensión es
la opinión subjetiva, la conjetura y en una palabra.
X .—P r o b a b ilid a d m o ra l y p r o b a b ilid a d m a te -
mátiCH.-^Considerada, pues, la probabilidad en el sujeto,
vemos que lleva á la inteligencia al asenso en un sentido 6
eo otro según el juicio que la misma se haya formado de
los m otivos eo pro y en contra; de aquí que á esta opinión
subjetiva probable se la h a ya llamado probabilidad moral,
y que la deñnamos diciendo que es «la razón que el sujeto
tiene para creer que sucederá ó no sucederá un hecho en
lo futuro, 6 que existió ó no existió en el pasado
L o s matemáticos atienden á la probabilidad objetiva,
es decir, consideran los m otivos mismos que pueden influir
en el acontecimiento probable, y representan á iosm otivoe
que favorecen la realización del acontecimiento por un
número, que es el numerador del quebrado, y á los moti­
vos en contra, sumados con los favorables los represen
tan por otro número que hace de denominador. Ejem plo:
S e trata de un dado cúbico, el cual y a sabemos que tiene
seis caras» de ellas dos son blancas y las cuatro restantes
tienen señalados por puntos negros el uno, el dos, el tres
y el cuatro; al arrojarlo sobre la m esa, ¿qué cara quedará
encima? ^una de las blancas 6 una de las negras? E l cálculo
de las probabilidades nos dice que h a y dos caras blancas y
cuatro negras, de mOdo que h a y más m otivos en favor de
que quede encima una negra que una blanca, y por consi­
guiente nuestra inteligencia dirá que Jo probable es que
salga una negra; y esto es lo que llamamos probabilidad
moral; pero el matemático representa esta probabilidad
del modo siguiente;-^’-esto es, cuatro sextos, es decir, el
número cuatro representa las caras del dado que tienen
tantos, y que indican los m otivos en favor, y el denomi«
nador expresa los casos en contra, que son doSj más el de
favorables, que son cuatro; de aquí que la probabilidad
mateoaática h a ya sido definida: «una fracción cu yo nume*
rad or es el número de casos favorables, y cu yo denomi­
nador es el número total de casos favorables y adversos,
supuestos todos como posibles». A s í, por ejemplo: en
nuestra loteria de N avidad, si los billetes son 3S.OOO y
el premio m ayor uno, su probabilidad matemática será
“ ¿cw“
Cuando la probabilidad matemática de un acontecí*
miento es igual á un-^ el número de m otivos favorable*
es igual al de suertes desfavorables, y por consiguiente»
moral y matemáticamente existe duda absoluta de que el
hecho se realíce 6 se h a ya realizado. Cuando la probabili-'
dad matemática es igual á la unidad, límite superior de
esta expresión-J-aasi, el número de motivos desfavorables
<s completamente nulo y existe certeza absoluta de que
el acontecimiento se realizará 6 de que se ha realizado.
Cuando la probabilidad matemática es igual á cero» límite
inferior de los diversos valores, el número de motivos fa-
vorables es nulo y existe certeza absoluta de que el acon­
tecimiento designado no sucederá 6 no sucedió, 6, en otros
términos, de que el acontecimiento contrario se realizará
ó se realizó. Por último, cuando la probabilidad es m ayor
que un se dice que el acontecimiento es probable por­
que existen más razones para creer que se veriñque que
para creer lo contrario; mas al contrario, en el caso de que
sea menor que un ^ , el caso no es probable sino simple*
mente posible, pues h a y más razones en contra que en pro.
X I.—P r in c ip io s g e n e r a le s e le m e n ta lfs lm o s d e l cál»
'Guio d e p r o b a b ilid a d e s .—E l hecho ó fenómeno que se
calcula como probable ó improbable puede ser sim ple y
compuesto'» puede no tener más que una sola causa ó puede
tener muchas, y a independientes, subordinadas, siendo
cada una suñciente para provocar la aparición del acon­
tecimiento; de aquí 2a necesidad de tener en cuenta cier­
tos principios generales y elementales para no incurrir en
<rror al hacer el cálculo de probabilidades. .
E l principio de la probabilidad sim ple se enuncia: L a
probabilidad de un acontecimiento sim ple es la relación
d el número de casos favorables a l número tctal de casos
supuestos igualm ente posibles. Y a hemos visto por el
ejemplo del dado cúbico la razón de este principio.
Cuando se trata de un acontecimiento compuesto de
vario s hechos» pueden presentarse dos casos: ó que no
dependan unos de otros, ó que haya relación de depen*
dencia entre ellos. P ara el prim er caso se ha formulado
<1 siguiente principio: L a probabilidad de un acontecimien­
to compuesto de varios hechos simples, ya rimultáneos, y a
sucesivos, debidos respectivam ente á causas independien­
tes, es ig u a l a l producto de la s probabilidades sim ples de
2os acontecimientos tomados aisladamente.
A sí, por ejemplo, $i tenemos dos urnas« la una con 15
bolas negras y 12 bUncas, la otra con 30 negras y 8 blan­
cas, al sacar una bola de cada una de las urnas ¿sacare*
mos dos bolas blancas? ¿cuál será k probabilidad? La
probabilidad para sacar bolas blancas será la siguiente;
X V a = ^/ioi8 = ^ M3 ; 6 bien, si sacamos dos veces
seguidas una bola de la primera urna« pero volviendo i
m eter la primera bola, sacada antes de saca rla segunda^
¿sacaremos dos bolas blancas? L a .probabilidad en este
caso será la siguiente: X 7»-
E l tercer principio se reñere al caso en que se trate
de investigar la probabilidad matemática de un aconteci«
miento compuesto de hechos simples dependientes los
unos de los otros, y se formula asi: S i dos acontedmUn-
Us sim ples son ligados entre s i de modo que la suposicióM
de la realisadón del prim ero influye en la p o sibilida d dt
que se realice e l segundo, se tendrá la p o sibilida d del
aconiecimiento compuesto^ m ultiplicando la probabilidad
d e l p rim er hecho por la pro b ab ilid a d del segundo, tomado
en la hipótesis de que ka sucedido e l prim ero.
Ejem plo: sean 1 2 el número com pleto de m otivos de
probabilidad» tanto en pro com o en contra» para que se
realice el hecho compuesto B B \ y supongamos que en
este número 12 h a y 4 m otivos favorables para que se
realice el hecho B . Supongamos ahora que en los 4 m oti'
vos favorables H B existen 2 m otivos favorables para que
se realice B '; es claro que será la probabilidad del
acontecimiento com puesto B B ’ ; p ero la probabilidad del
prim er acontecimiento B es V is, y la probabilidad de que,,
habiendo tenido lugar el prim er acontecimiento, el segun­
do B ’ tendrá también lugar e$ » porque entonces, de­
biendo existir uno de los m otivos de los 4 favorables al
primer acontecimiento B , no se deben considerar más que
estos m otivos 6 suertes.
A sí, pues, la probabilidad de que se realice el hecho-
compuesto B B ' será V u - V iiX V i.
Ilp il II.

— 247 —

La probabilidad total se sujeta al siguiente principio»


cuarto de los que admiten los matemáticos: Cuando un
acontecimiento sim ple puede ser realizado p o r varias cau­
sas independientes la s unas de la s otras, suprobabilidad total
es igu a l á la sum a de la s probabilidades de la acción de
cada una de sus causas tomadas aisladamente.
Ejem plo: supongamos una urna que contiene 3 bolas
blancas» 4 encarnadas y 5 negras; si sacamos una bola
lU. sacaremos encarnada 6 blanca? L a probabilidad será
ia siguiente: V i s + ‘ 1 2 = ’ lií-
X lI .^ V a lo r ló g ic o d e U e c o n s e c u e n c ia s s a c a d a s
del c á lc u lo d e p r o b a b ilid a d e s .—L as consecuencias in­
feridas del cálculo de probabilidades no pueden tener
otro alcance 6 valor lógico que el que legítimamente se
desprenda de los datos en que se funde este cálculo; así»
si los datos son ciertos» Jas conclusiones inferidas legíti­
mamente también lo serán» y si loa datos no son más que
opinables, las inferencias, por m uy legítimas y rigurosa­
mente que se hayan obtenido, no pueden tener otro valor
que el de la opinión 6 probabilidad.
Ejemplo: si en nuestras provincias suponemos que
llueve por térm ino medio 4 dias por cada 30, en un quinqué-
oio se puede calcular que llueve días; lo cual e x ­
presaríamos así: si es cicrto que en nuestras provincias
del S u r llueve 4 días por cada 30, en cinco años Ílo-
verá 243 días más de dia.

a ^ P ÍT Ü L O X III

B e z o n a m le n lo t

I>—L a fa la c ia , e l s o f is m a y e l p a r a lo g is m o .—Se da
en general el nombre de fa la c ia á todo razonamiento v i­
cioso ó ilegítimo, y a provenga su error del fondo ó de Ja
forma del mismo, y a sea debido á ciertas presuposiciones
tn que uno suele inspirarse antes de juzgar. L a falacia
toma el nombre de sofisma cuando el erro r es expuesto
p or conclusiones falsas revestidas con las apariencias de
la verdad y de convicción fícticía, gracias á la sutil ma­
licia deí que las empica; esto es, los soñsmas son razona­
m ientos en los que con forma legítima se pretende mali­
ciosamente hacer pasar el error y la mentira por la verdad.
L a falacia, por último, tom a la denominación de paralo*
gisfftOy cuando las conclusiones falsas son enunciadas por
ignorancia dcl que las expresa.
Dejando á un lado la cuestión de la buena ó mala fe en
la producción del razonamiento falso» por ser cuestión
que corresponde apreciar i la moral al estudiar ía respon­
sabilidad del error» y ateniéndonos i lo que incumbe á la
Lógica» nosotros llamaremos en lo sucesivo soñsma á todo
razonamiento que no conduzca lógicam ente á una con­
clusión cierta, ó por lo menos probable.
II.—B a s e s d e c la s ific a c ió n d e lo s s o f is m a s .—E l
erro r puede deslizarse con suma facilidad» bien en las pre^
misas» bien en el enlace lógico de un razonamiento; de
ahí que no nos sea posible estudiar al detalle todas las
maneras del erro r y , por tanto, que nos veam os obligados
á limitarnos á aquellas form as que sorprenden más fácil­
mente la razón mejor organizada.
L o s soñsmas, ó provienen de ciertas presuposiciones ó
prejuicios en que uno se inspira y á veces aferra antes de
razonar, Ó nacen de la falsedad del razonamiento con que
nuestra actividad cognoscente induce (observando é in­
terpretando) Ó dcduce de ligero; por consiguiente» las
bases fundamentales en que podemos apoyarnos p ara cla­
siñcar todos los razonamientos falsos ó soñsmas son tres:
Prim era, los p reju icio s Ó conocimientos corrientes admi­
tidos como dogmas» que no se discuten y que uno no
desconfía de ellos, pero que, sin embargo, son añrmaciO'
nes erróneas ó cuando menos equivocas; segunda» la
inducción acompañada de errores de observación y de in-
terpretaci6n, y tercera la fa lsa deducción obtenida á con*
«ecuencía de la precipitación al sacar las consecuencias.

ARTÍCULO \

S o f la m a s d o r iv a d o » d d ]0 9 p r e ju ic io s .

I.—S o f is m a s o r ig in a d o s d e l o s p reju icio s.-^ H n


todas las esferas de la actividad cognoscente $e dan soña-
mas causados por los prejuicios; así es, que los encon-
tramos en el orden especulativo y en el práctico; unos r e ­
ferentes al Individuo« otros á la familia y no pocos á la
sociedad; ios encontramos en las ciencias experim entales
y en las racionales, en la religión y en la ñlosofta.
E s evidente, por tanto, que no nos es dado pensar en
enumerarlos todos; así, pues, nos limitaremos á enumerar
aquellos que se reñeren especialmente á la ñlcsofla, y
contra los cuales no suele uno ponerse en guardia de or*
diñarlo.
He aquí los soñsmas principales que, fundados en pre*
juicios ñlosóñcos, son admitidos como verdades absolutas:
1.® Sen tar como principio que H orden lógico debe
u trespon d ír a l orden cntológico, la s ideas 4 la s cosasy ha
solido ser un dogma preconcebido que ha conducido á
?7.uchos al panteísmo. E s verdad que la idea debe corres*
pender á la realidad; mas de aquí no se sigue que siempre
corresponda; y por consiguiente, que todo lo que es en la
mente lo sea en la realidad de las cosas.
2.* Desechar como fa lso lo queparece inconcebible ó im ­
posible de im aginar. Partiendo de este prejuicio, se ha ne­
gado la existencia de los antípodas, el misterio de la T ri-
Qidad y que la tierra girase alrededor del s o l Realmente
en este prejuicio se confunde lo que parece inexplicable
con lo que es falso 6 absurdo; lo que no es m ás que una
impotencia subjectiva, con lo que es una contradicción
que entre elementos presenta el objeto, y que nos*
otros no acertam os á coordinar,
3.^ Prejuicio m uy generalizado es entre los filósofos
repu diar wkf ó z*arios medios de conocer y declarar después
incognoscible, de una m anera absoluta^ lo que no se puede
conocer po r e l único medio cognoscente que se admite. Así,
por este prejuicio, los positivistas, que no admiten más
fuente de conocim iento que la experiencia, declaran que
más allá del fenámeno 6 hecho todo es incognoscible, y
los racionalistas, que no admiten más que la fuente raz^n,
niegan que podamos tener otro conocimiento que aquel
que nos da directamente nuestra razón.
4.^ E n la ñlosofía de la naturaleza es m uy común el
siguiente prejuicio: L a naturaleza procede siem pre p o r la
v ía más corta 6, como lo enuncia Boerhaave: L a sim plici*
dad es e l signo de la verdad. E n el fondo, este prejuicio
es una máxima verdadera, pues en realidad Ja naturaleza
es la obra de la sabiduría infinita, y cuanto más llega á co­
nocerla nuestra inteligencia, más descubre en ella ese
orden que es la fiel expresión de Ja inteligencia infinita»
pero hay sofisma en suponer que conocemos siempre los
medios más simples para llegar á un fin; así, vem os que
hasta no hace mucho se ha creído io más sencillo admitir
que la tierra estaba fija y que el sol era el que circulaba
alrededor de la tierra; es más, esto es lo m ás sencillo tO'
davia para el hombre inculto, y sin em bargo nada más
erróneo ante la ciencia moderna.
5.® E l hombre es naturalmente bueno. He aquí un pre­
juicio que> tomado en su sentido recto, es cierto» pues
el hombre no es una excepción en la obra de la naturales»
y del mismo modo que los animales encuentran en su na­
turaleza todos los elementos de su bienestar, y en lo que
son» son buenos» así el hombre en lo que es» es bue*
no; pero de aquí no se deduce que siempre obre bien»
com o se ha dicho» ni que siempre tienda al bien, como
se ha querido probar; así es» que al deducir del ante^
rior prejuicio el siguiente se ha cometido error. 6.® E l
kctnbre tiene derecho á la expansión independiente de sus
fuerzas y á una lib ertad sin trabas, y, p o r consiguiente, la
autoridad que pretende corregir ó p reven ir los estravios,
no es la a u x ilia r, sino la enemiga del hombre. E ste pre­
juicio» no obstante su fundamento en el anterior, es senci«
llámente un soñsma, pues según prueba la ciencia, funda'
da en la historia y observación de los niños, que crecen
y se desarrollan á nuestra vista, los hombres nacen con
tendencias diversas, frecuentemente contradictorias, sien­
do ellos mismos los obreros que labran su felicidad 6 su
desgracia, según que su libre albedrío obedezca en un sen­
tido 6 en otro esas tendencias y , claro es, los hombres
desde este punto de vista contrastan con el animal, que
ha de obedecer ciegamente á su ñn, en el que encuentra
(odas las condiciones de su bienestar. £ 1 hombre está es*
puesto á (altar, es decir, á hacer mal uso de su libertad;
por consiguiente es justo que tenga socorros y apoyos
exteriores para m archar por el camino recto y no ceder
á la tentación y apartarse de todo lo que sea contrario
i su fin. D e aqui la necesidad de las trabas que impone
la autoridad. L a autoridad y la libertad no se excluyen,
antes se enlazan, siendo la primera au xiliar necesario de la
segunda.
De los anteriores prejuicios se han deducido otros dos
á cuál más encantador á primera vista, y que son el 7.^ y
8.^ E l primero se enuncia: E l pueblo es soberano y dueño
absoluto de sus destinos sociales. E l segundo: Todos los
hombres son iguales.
E n realidad, si todos los hom bres conocieran el bien y
á él guiaren sus pasos; si no se atuviesen más que á su
inteligencia para conocer el bien y su voluntad fuera
enérgica para no aplicarse más que á practicarlo; si todos
los hombres tuviesen la suficiente energía para sacrlñcar
el goce de la pasión por la austeridad de la virtu d, la
sociedad humana podría constituirse espontáneamente sin
tiecesidad de soberano, y si le venía en mientes tenerlo,
éste tendría que estar sometido á los que le hubiesen ele*
gido; mas desgraciadam ente nos apegamos demasiado
desde nuestra infancia á lo que nos mandan nuestras pa*
siones y muy poco al bien> y es necesaria la autoridad y
la soberanía de los que la representan.
Todos los hombres somos Iguales en especie, pero en
las condiciones físicas y en el desarrollo m oral é intelec­
tual somos muy diferentes, y de ahí que para ios efectos
d e nuestro modo de ser actual es como si fuésemos pro­
fundamente desiguales.

ARTÍCULO II

S ofism A fl In d u ctiv o * .

I.—S o f is m a s d o ir>ducción.—L o s sofismas que pue*


den resultar del procedimiento inductivo, ora que atenda*
mos á sus preliminares, ora á las interpretaciones inducti*
vas» y a á las inferencias propiamente inductivas, los
reducimos á tres grupos: sofismas de observación, soñsmas
d e interpretación y soñsmas de inferencia inductiva.
II.—S o f i s m a s d e o b s e r v a c ió n .—>Ya sabemos que el
punto de partida de la inducción es la observación; ahora
bien, esta observación no puede ser de cualquier modo;
ha de ser una observación en la que se atienda, perciba y
determ ine cumpliendo todos los preceptos que dimos para
estas funciones de la actividad cognoscente; mas he aquí,
que no siempre se preocupan los hombres de ciencia del
cumplimiento de estos requisitos» y por concluir pronto
cometen los siguientes soñsmas:
l.^ E l de v e r lo que se quiere ver y no ¿o que es la cosa
vista. E ste soñsma de observación es m uy frecuente
entre los hombres de ciencia poco escrupulosos^ que más
por el afan del nombre ó del m edro personal, que por el
natural deseo de conocer lo desconocido, queriendo pro­
bar sus hipótesis aventuradas, no observan, sino que in-
i'entan las percepciones, viendo lo que quieren ver y no lo
<^ue la realidad les presenta.
2.® E l segundo soñsm a de observación consiste en »<7
'ter lo que no se quiere ver, no obstante estar presente en re-
loción cognoscitiva á la inteligencia. T a l es el sofisma que
cometemos cuando preocupados con un prejuicio, no vemos
<n las cosas que observamos más que aquellos caracteres
que convienen á lo que queremos probar, y desechamos
todos aquellos otros que expresan disconformidad con
nuestra idea, siquiera sean más esenciales.
Como se comprende desde luego, estos sofismas se
completan y suele incurrírse en los dos al mismo tiempo.
Ejemplo: H ace y a algunos años que los biólogos, siguiendo
ei mov'imiento producido por Schwann, no quieren v e r en
)a célula otra cosa que el organism o primordial de todos
los organismos; así es, que, sugestionados por este pre­
juicio, en cuantas células examinan al microscopio no ven
más que los rasgos que presentan comunes, olvidando Ó
despreciando lo que encuentran en ellas diferente, y asi,
llegan á la extraña conclusión de que lo homogéneo en­
gendra á lo heterogéneo; que de células primor^iiales idén­
ticas deben nacer multitud cuasi inñnlta de tipos especí-
ñcos diferentes en los dos reinos animal y vegetal.
ill— S o f is m a s d e in te r p r e ta c ió n .—A un dado el caso
de que se haya atendido bien al objeto y se haya visto lo
que éste presenta en su cognoscibilidad, no siempre se
saben ó se quieren traducirlos hechos observados: en este
caso la observación es completa, pero la explicación que
se da no es la recta, bien por no estar convenientemente
preparada nuestra inteligencia, bien porque damos Ja in­
terpretación sugestionados por el espíritu del sistema á
que nos hemos añilado. E n el primer caso tenemos una fa­
lacia debida á la ignorancia, la cual se evita, com o toda
falacia, aprendiendo lógica y aplicando sus reglas con toda
escrupulosidad en el acto de conocer. E n el segundo se
comete realmente un sofisma.
Kn las ciencias físicas es corriente el afirm ar que la
energía mecánica y la calofifíca Se substituyen mutuamen*
te siguiendo una le y rigurosa de equivalencia. A sí, siem*
pre que un trabajo mecánico m odifica el equilibrio moU'
cular de un cuerpo, el gasto del trabajo mecánico va se-
guldo de una cantidad de calor proporcional al trabaje»
dispensado; por el contrario» siempre que una cantidad de
calor ejerce su acción sobre un cuerpo, produce trabajo
mecánico. A h ora bien; lo que se ha establecido rigurosa-
mente para el calor, cabe que se diga con toda probabl-
lldad que puede darse en todas las otras formas de la
energía corporal, en el mundo inorgánico ó en el orgáni­
co, en los vegetales 6 cn los animales; y así puede decirse
que ¡a s form as de la energía corporal túnen un equivalente
mecánico.
Pero de lo anteriorm ente dicho, que es legitimo lógi­
camente considerado, no se deduce que las energías cor­
porales, comprendiendo en ellas las que se desenvuelven
en las substancias nerviosas, y que se acom pañan, y a de
sensación, de pasión y de movimiento espontáneo, y a de
pensamiento y voluntad, no son más que fu erz a s tnecáni“
caSy pues esta consecuencia es debida á una interpretación
sofistica.
En las ciencias históricas, m orales y jurídicas se co>
mete el soñsma de interpretación siem pre que se juzga de
ias costum bres, instituciones y legislación de una época
dada por Ja comparación que hacemos con las costum*
bres, instituciones y legislaciones de una época posterior;
tal com o si juzgásemos las costumbres, instituciones y
legislación de los visigodos por lo que son las actuales.
I V .^ S o f i s m a s d e in fe r e n c ia in d u c tiv a .—Hablando
de la inducción, dijimos que distinguíamos en ella dos ins­
tantes, uno primero que estaba constituido por el número
de observaciones de hechos que tuviesen un lazo necesario
con una propiedad natural Ó necesaria que se considerase
com o su razón suficiente por lo menos, y otro aquel en
el que se ¡nfeda la ley general; pues bien, cabe que en este
último instante de la inducción se tengan en cuenta todas
las observaciones y denominaciones y que se induzca úni­
camente la relación necesaria que los hechos observados
tienen con su verdadera causa 6 razón suñciente, ó tam*
bién que únicamente tengamos en cuenta aquellos hechos
que convienen con !a ley que de antemano nos propone­
mos establecer, dejando los dem ás que la contrarien; aho­
ra bien, siempre que hagamos lo prim ero, habremos indu­
cido eon certeza; siempre que se haga lo segundo, se
comete un soñsma de inducción. Podría citarse, como
ejemplo de este soñsma, la le y inducida por Lombroso
acerca del criminal nato, en !a cual ha cometido soñsmas
de observación, de interpretación y de Inferencia, pues no
ha querido tener én cuenta más observaciones que las que
le han dado m ayores semejanzas, desechando las que per­
judicaban su hipótesis; i las prim eras las ha dado un al­
cance y signiñcado que no tenían, y ha inducido, por con*
siguiente, con falsedad.

ARTICULO UI

S o f i s m a s d e d u c t iv o s .

i.—C la s ific a c ió n d e lo s s o f is m a s d e d e d u c c ió n .
—Todos los sofismas que no hemos enumerado en los
grupos anteriores, y que nacían de la argumentación pro­
piamente deductiva, ó bien traen su error de las palabras
empleadas y se llaman s<?Jismas de dicción, ó bien nace su
error del raciocinio mismo deductivo interno, y entonces
se llaman sofismas de pensamiento.
II.—S o f i s m a s d e d lccló n .'^ R eclb en el nombre de so*
ñsmas de dicción todos aquellos argumentos deductivos
cuya falsedad depende, ó bien de haber alterado, cambiado
ó vuelto el signiñcado de sus palabras, ó bien de tomar
en sentido diferente el que conviene propiamente á las
'’m a *- - ■ ■ -

— 456 -
palabras. L o s principales sofìsmas de dicción citados por
ios lógicos son e i equívoco, ia anfibología, la composi-
ción, la división, el acento y la figura de dicción.
Ul.—El e q u ív o c o .—E ste sofisma consiste en emplear
en el razonamiento una palabra con significación doble;
por eso, sin duda, Aristóteles le da el nombre de húmoni--
m ia. L a diversidad de significados de una palabra puede
verificarse» bien porque la palabra signifique cosas dife­
rentes, como la palabra vinoy que es á la vez verbo y nom<
bre sustantivo, bien porque tenga dos significados, uno
propio y otro m etafórico, y a , por último, porque signi­
fique una cosa en sentido directo y otra en sentido indi­
recto en virtud de la relación que esta cosa tenga con la
significada directam ente, como cuando en sentido dirocco
llamamos^^i^r^a á la que cierra la entrada de los edificios»
é indirectamente damos el mismo nombre á la oposición,
porque es el requisito que h a y que ganar para poder en­
trar en ciertos cuerpos del Estado. Ejem plo: E n el firma­
mento existe una costelación llam ad a perro\ es así que el
perro ladra; luego en el firmamento existe una costelación
que ladra.
IV .—L a a n fib o lo g ía .— sofisma anfibológico con­
siste en una argumentación en la cual se emplea una pala­
bra ó una proposición, y aun todo un silogismo, en un sen­
tido vago é indefinido. Ejem plo: Todos los ciudadanos
deben defender los intereses de la patria; es así que la pa*
tria debe ponerse en estado de defensa; luego todo ciuda*
daño debe tom ar las armas. E l anterior ejemplo equivale
á decir que porque en toda sociedad debe haber armonía
todos los miembros deben hacer lo mismo, ó si se quiere»
más gráficam ente, que porque en toda orquesta es nece­
saria 2a uniformidad, todos los músicos deben tocar el mis­
mo instrumento.
V .—L a c o m p o s ic ió n .—E l sofisma de composición
consiste en pasar del sentido compuesto al dividido, esto
es, en afirm ar de varias cosas tomadas en conjunto lo
que solamente es cierto cuando se toman estas cosas sepa-
radamente [transitus asensu diviso ad compositum}. Ejem ­
plo: Jesucristo dice, según el E vaogelio : «Los ciegos ven,
los cojos caminan derechos, los sordos oyen ». E stas afir­
maciones no pueden ser verdad sino tomándolas separa­
damente, puesto que un ciego puede sanar y ver, y lo mis­
mo un cojQ y un sordo pueden curar y andar derechos y
oir, pero no tomadas en conjunto» pues mientras los hom­
bres sean ciegos, cojos 6 sordos, no verán, no andarán de*
rechos, ni oirán.
V I.—L a d iv is ió n .—E l soíisma de división afirma se-
paradamente cosas que no son v'erdad, sino tomadas con*
jontamente {transitus a sensu composito a d divisuni)\ por
eso en este argum ento falaz se pasa ilógicamente del sen­
tido dividido ai compuesto. Ejem plos: E l nuevo es un nú*
mero, pero cuatro y cinco son nueve; luego el cuatro y ei
cinco son un número. E s verdad que el n u tvi es un núme­
ro, pero no lo es que el cuatro y el cinco, que componen
al nufve, sean separadamente un número, sino dos, pues
cada uno de ellos forma por sí un número distinto, y to­
mados conjuntamente forman otro número diferente.
VM.—El a c e n t o .—E l soñsma de acento (prosodia) es
inslgnificanCe como argumentación falsa; sin em bargo, lo
citamos para que se tengan en cuenta los diferentes signi*
fìcados que pueden tener ciertas palabras según lleven ó
no acento y según la silaba en que lo lleven. L o s antiguos
citaban el siguiente ejemplo, que es un verdadero calam*
bur: Tu es qui es, qui es est requies\ ergo tu es requits. En
castellano también tenemos palabras que se prestan á es­
tas equivocaciones, pero aun sin eso no hay qoe olvidar
cuánto cambia el sentido de la frase según sea el tono eon
que se pronuncie. Sirvan de ejemplos las palabras dé del
verbo óap y de preposición; s i conjunción condicional y s i
advervlo afirm ativo; amó del verbo am ar y amo adjeti­
vo, etc., etc.
VIH,—F ig u r a d e d ic c ió n ,—E l sofisma de figura de
dicción consiste en tornar corno sinónimas palabras que
si bien tienen una flexión igual, y por ello se enuncian de
la misma m anera, sin em bargo expresan cosas distintas.
Ejemplo: L a existencia de M arti es fabulosa; luego el
planeta M a rti no existe. También pueden servir de ejeni*
pío las palabras suficienti y amanti, que suenan lo mistno
y sin embargo expresan estados muy distintos, pues el
primero es pasivo y el segundo activo.
IX .—S o fla m a s d d p e n s a m le n t o .—Los principales
sofismas de pensamiento, llamados también de cosa, son:
i l d i accidintiy el de transite de lo absoluto á lo rila tivo ^ la
ignorancia d i la cuestión ^ la petición de principio^ el so­
fisma d i consecuencia y de fa ls a causa y e! de interroga­
ción.
X .—S o fis m a d e a c c i d e n t e .« E l soñsma de acciden*
te se comete cuando se confunde lo que es accidental con
lo que es esencial y , generalmente, supone sin razón que
sujeto y predicado tienen todos sus atributos en común;
asi es que toma al predicado com o teniendo una extensióo
igual al sujeto, cuando en realidad no es igual. Ejemplo:
E ! hombre es especie; es así que A nton io es hombre;
luego Antonio es especie.
X I.—T r á n s it o d e Jo a b s o lu to á lo re la tiv o y v ic e ­
v e r s a .—E ste sofisma (transitus a dicto sicundum quid
dictum sim pliciter) consiste en inferir de una verdad
absoluta otra relativa que i o es únicamente bajo cierto
aspecto y viceversa, y también cuando se pasa del sentido
hipotético al absoluto; de suerte que en este soñsma se
confunden lastimosamente la afirmación absoluta con una
que es limitada con relación al tiempo, al lugar, al modo
y á la relación. Ejemplos:

E l c a ire t i lu e g o d ie n te s d o s o d b la n c o s .
L o q o e c o a p r á s t e i s a y e r Ío c o m e r é is b o ; ; «s a s ( q o e « y e r c o m p ra s*
te ís c a r n « c r n d a ; 1062*0 b o y c o ra « ré ís c a r n e e r a d a .
Si e l p e c A d o r do h a c e p e a lte D c ia «e c o D d c a a r i; e s a s í q u e J a & a eb
p e c a d o r; loeg*o s e c o n d e n a r á .
En e i primer ejemplo se pasa indr^bídamente de] sentí
do absoluto al relativo; en ei segundo del sentido restrin­
gido al absoluto, y en el tercero del sentido hipotético al
absoluto: los tres son igualmente inadmisibles.
XII.—Ig n o r a n c ia d e la c u e s tió n .—E l sofísma de ig*
norancia de la cuestión (ignoratio elenchi)y 6 ignorancia
que tiene e! sujeto de Sa cuestión de que se trata» es de tres
especies: ó el razonamiento prueba demasiado^ 6 no prue-
ba bastante, ó prueba una tesis distinta de la que se quiere
probar.
Se probaría demasiado» por ejemplo, si se estuviese
discutiendo en una asamblea si se debía hacer tal ó cual
guerra» y un diputado dijese que .toda guerra es injusta;
pues en ese caso no se discute la guerra en general, sino
en particular.
Se probaría de menos, por ejemplo, si en la misma
asamblea uno probase que la tal guerra era conveniente «
porque tendría buenos resultados p ara el país, pues lo
O
que hay que p ro b ares si la guerra en este caso particular Ì
es justa.
Se probaría al lado una tesis distinta sien esa misma
asamblea un tercero sostuviese que precisa trabajar por ]a
grandeza de la patria» y , por lo tanto, que era preciso
hacer la guerra, pues h a y otros medios m uy diferentes al
de la guerra por medio de los cuales se puede engrande*
ccr at país sin perjudicar á tercero.
X Ifl.—P e tic ió n d e p rin c ip io .—E l soñsma de petición
de principio consiste en repetir en vez de probar» ó en dar
pf)r razón de lo que aseguramos el mismo aserto con pa*
labras diferentes.
En la petición de principio, A ristóteles distingue cinco
formas: x.*, cuando se empieza por suponer probado lo
mismo que se trata de comprobar; 2.*» cuando se supone
probado el todo, siendo así, que una parte de este todo
está'to davía por probar; 3 *, cuando se supone probada
lina parte de lo que es preciso probar en totalidad;
4.*, cuando se divide en partes el todo que &e intenta pro­
bar y uno las supone ordenadas la una después de la otr¿,
cada una de las partes del todo que hay que demostrar;
cuando se supone establecido un punto de doctrina
que está ligado necesariamente al principio en cuestión (l).
£ 1 circulo tficioso es realmente un tarado o de este so-
físma, y consiste en probar dos proposiciones, la una por
la otra recíprocamente, como si alguno probase que Platón
era discípulo de Sócrates, porque Sócrates había sido
maestro de Platón; por donde se v e, que se toma como
principio para probar precisamente lo mismo que v a uno
á demostrar; así, D escartes prueba la veracidad divina
por la evidencia, y la evidencia por la veracidad divina.
X IV .—Et c o n s e c u e n te .—E l sofisma de consecuente
(F a lla d a conuquantis^ natt síquiíur) tiene lugar cuando se
arg ljye como si hubiera reciprocidad ó ilación entre cosas
• que realmente no la tienen, como cuando en el silogismo
condicional se pasa de la negación del antecedente á la
negación del consiguiente, que no es recíproco del ante*
cedente. Ejem plo: S i el perro ladra, se agita; es así que
no ladra: luego no se agita.
X V .—S o fis m a d e f a l s a c a u s a .—E l soñsma de falsa
causa {non causa p ro causa) es un soíisma deductivo en
el que se confunde la coexistencia Ó la sucesión de los
fenómenos con la relación de causalidad: cum Iioc, erg(^
propter ó bien posi hoc, erg o p ro p k r hoc^ que es como
si dijéramos, porque el acontecimiento B se da al mismo
tiempo que el A , el acontecimiento A es causa del B , ó
porque B se ha dado inmediatamente despues que A , éste
es causa de B.
E l hecho de que en Francia y en Italia h aya coincidí*
do el aumento de criminalidad, sobre todo de los jóvenes,
con el aumento de la instrucción primaria, ha hecho que
se atribuya la causa de la criminalidad á la instrucción:

(O Tàficas, vil!, 13.


íHfH koc trgo p ro p u r koc; pero esto es evidentemente
un soñsma» pues en Inglaterra desde el 18 7 0 , que se esta­
bleció la Instrucción prim aria obligatoria, ha disminuido
la criminalidad y á ella se atribuye con razón la dismínu*
ción de la misma; io que h a y cn este ejemplo es, primero,
que no se tiene cn cuenta la verdadera causa, que está en
las doctrinas disolventes propagadas al mismo tiempo que
h instrucción, y segundo, que se confunde Ja condición con
la causa j 6 la causa p a rc ia l con la causa iúta¡\ como
cuando se dice por ejemplo: las perturbaciones cerebrales
se acompañan de perturbaciones intelectuales; luego el
pensamiento es una función del cerebro.
X V I—S o f is m a d e i n t e r r o g a c i ó n .- E l soñsma inte­
rrogativo» reúne varias cuestiones no solidarías entre sí,
como si exigiesen una respuesta única; por eso se le lia«
maba pluriutn interrogatio, muchas preguntas en una;
de modo, que sea la respuesta que fuere, nunca puede ser
adecuada á la pregunta. Ejemplos: ¿Por qué habéis matado
i vuestra mujer? La interrogación supone resuelta una
cuestión previa. ¿Has matado á tu mujer?
¿Conoces á tu padre? Sí; ¿conoces a) que está detrás
de la puerta? No; es así que el que está detrás de la puerta
es tu padre; iuego no lo conoces.
X V II.—M a n e ra d e e v it a r lo a p a r a lo g is m o a y a o -
fl8m as.~-Com o el paralogismo procede de nuestra igno­
rancia, lo evitarem os siempre que no tengamos e! prurito
de raciocinar sobre materias que no entendemos, sin pre­
pararnos convenientemente para contraer el hábito de
reflexionar detenidamente antes de juzgar.
Para combatir los soñsmas estudiaremos con detención
las palabras empleadas por el ad versario; ñjaremos con
exactitud su v a lo r, y no le consentiremos que lo varíe en
el curso de la argumentación.
£ 1 paralogismo puede ser excusable cuando las causas
de nuestra ignorancia sean inevitables; pero esto no es lo
general, pues siempre que uno se engaña, ó hay ignoran-
— 262 —
eia, 6 precipitación en el juicio» 6 pasión que embarga c)
ánimo, no dejándole v e r las cosas sino poi' el lado agrada*
ble; y estos tres casos se pueden evitar no formulando jui*
ció en el primero» deteniéndose y reflexionando antes de
em itir juicio alguno en el segundo, y dominando las pasio*
nes en el tercer caso» yendo siempre al juicio sin prejuicio»
ni pasiones dominantes.
L o s sofismas» como siempre encierran malicia» en todo
caso deben ser refutados, reduciéndolos á alguna de las for­
mas regulares de argumentar que dejamos consignadas, y
aplicándole todas las reglas de forma y fondo que dimos
oportunamente, quitándoles todas las locuciones inciden*
tales que encumbran la verdadera disposición» extensión y
comprensión de lo s términos» y con seguridad que conse­
guiremos poner de m anifesto su error.
SECCION C l’ARTA

LA LEY

CAPÍTÜLC:) I
L a le y mn g « n « ra 1 .

I .^ E t im o lo g ía d e la p a la b r a le y .—L a palabra ley,


etimológicamente considera da > no nos dice nada que pue­
da indicamos su signiñcado, pues se deriva de la latina
¿tx, palabra simple que nada exclarece, así como si la
buscamos en griego, de donde á su vez se deriva la lati­
na, también eos encontraremos con una palabra simple
(vo^ot)> que igualmente no nos dará ningún dato
explicativo, pues es igualmente simple.
II.—D e fin ic ió n d e l a le y en s u s e n tid o m á s g e n e ­
ral y a b s t r a c t o .—E n el lenguaje vulgar, generalmente
se entiende por le y la norma de los actos sociales, y por
leyes sociales los preceptos á que debemos sujetar nuestra
actividad volitiva en su ejercicio; también, y hablando de
lo3 fenómenos naturales, dcclmoa que están sujetos á leyes,
y en general, alK donde se manlñesta una actividad pro­
duciendo hechos 6 fenómenos, allí se dice que existe una
ley. A hora bien; la actividad manifestada no es más que
el ejercicio de una potencia, y por consiguiente la ley, en
su sentido más general y abstracto, no será otra cosa que
l<t relación de la potencia á la actividad.
III.—E le m e n t o s ú e la ley.—Pero como la potencia
representa algo permanente y la actividad algo que muda,
'I
la (ey tendrá estos dos elementos, uno permanente y otro
mudable; elementos que debemos tener en cuenta para el
examen completo de toda ley, especialmente para expll*
carnos el fenómeno de que toda ley admita variación en
algo y en algo sea permanente.
IV .—C la s ific a c ió n d o la s la y e s a t e n d ie n d o á la
r e a lld a d .^ IIe m o s dicho que existe la le y allídonde exis*
te una manifestación de una potencia, y como toda reali­
dad es manifestación de una potencia, y como todos los
seres reales pueden reducirse á dos grandes grupos, el de
ios espirituales y e! de los m ateriales, la tey se maniñesta
\*aria y puede clasiñcarse de un modo primario, en consi­
deración á la realidad, en leyes del espíritu y de la ma­
teria. M as com o las leyes de la m ateria no son indepen­
dientes, sino que se dan en relación con las espirituales,
de ahí la existencia de las leyes cntológicas comunes á los
seres de la realidad entera que se estudian en la M etafísica
gen eral.
N o obstante la relación en que se dan (as leyes espiri­
tuales y materiales bajo la superior unidad del ser inñ­
nito, acto puro y fuente de toda ley, bueno es notar
que las leyes espirituales y materiales se diferencian esen*
cialmente, puesto que las primeras son obligatorias, pero
exigidas á seres libres que bajo su responsabilidad pueden
cumplirlas 6 no, y las segundas son ñjas, mas por io mis­
mo cumplidas íatal y necesariamente.
V .—E s p e c ie s d e le y e s e s p i ritu al e s . « D e ja n d o á un
lado las leyes materiales y ateniéndonos á las espirituales,
que son las únicas que á la L ó g ic f importan, ^cómo deter­
minaremos sus especies? Teniendo en cuenta las potencias
y actividad del espíritu, contestamos. Y como nosotros
reconocemos en el espíritu humano (que es á lo que se
llama alma) las tres potencias sensibilidad, inteligencia y
voluntad, que realizamos, según vem os en nuestros esta­
dos de conciencia, también habremos de reconocer tres
clases de leyes, que con arreglo á estas facultades llam s'
m m m

— 26s —
remos tsUücas 6 de la sensibilidad^ lógicas ^ de la inteli*
gencia y voliivi>as 6 de la voluntad.
A hora bien; de estas leyes sólo examinaremos en el
capítulo siguiente las intelectuales» por ser las que incum­
be conocer á la L ógica, dado su objeto y ñn señalados
oportunamente» sin que esto quiera decir, en modo algu­
no, que en el acto intelectual no entren las demás leyes
del espíritu, pues entendemos que en todo acto espintual
pone el espíritu el sello de su individualidad» que es indi­
visible en su esencia, pero v ario en sus actos; por esto
cuando se posee la verdad se dice que se posee la belleza
y la bondad.

C A P ÍT U L O II

intelectual««.

i.—¿ E x is te n r e a lm e n te la s le y e s in te le c tu a le s .—
Vamos, pues, á estudiar las leyes de la ¿acuitad cognos­
citiva, y la prim era cuestión que se nos presenta es a v e ­
riguar si tienen ó no existencia necesaria» y tenemos que
si cada hecho intelectual fuese distinto á los demás, sin
estar sujeto á una le y , resultaría; i.®, que por lo que res­
pecta á nosotros no podríamos enlazar» ordenar ni recor­
dar conocimiento alguno como tal» porque éstos estarían
sujetos á distintas leyes y no habría modo de relacionar­
los y de considerarlos como idénticos, semejantes ó de­
semejantes; y 2 .^ que por lo que hace á los demás espíri­
tus, como los conocimientos de cada hombre estarían
sujetos á diferentes leyes» no podría establecerse el co­
mercio intelectual, que á todas luces vem os se establece,
pues cada hombre tendría que v iv ir encerrado y reducido
á su propio pensamiento, y no podría comunicarse con sus
semejantes» dado que no tendría norma en que apoyarse
para admitir el conocimiento de las demás ni com o v e r­
dadero ni como falso. Es» pues, necesaria la existencia de
— 266 —

las leyes intelectuales, á las cuales h a y que sujetarse si


nuestros conocimientos han de reunir las condiciones cien*
tíñcas de ser verdaderos y ciertos.
II.—L e y fundsim dntal d e la In te lig e n c ia .— ¿Cuáles
son, pu<^s, las leyes intelectuales que tanto nos importa
conocer? A s i como en las leye s de todo país existe una ley
fundamental que se llama constitución, así también, y de
un modo parccido, existe para la inteligencia una ley fun­
damental que, como la Constitución, se divide y subdivtde
en otras leyes que en la misma se fundan ó apoyan. Esta
ley fundamental se formula: Conoccr y pe*isdr la s cosas tal
y ccmo ellas son en la rea lida d y ta l y como es nuestra in­
teligencia. Cuando falta el paralelismo entre el modo de ser
presente lo cognoscible y la manera de ejercitarse nuestra
inteligencia, no puede tener lugar el con ocin ^nto vcrda*
dero y cierto, pues como relación recepíivc-activaf re*
quiere, ante todo, que se ejercite la actividad del que co-
noce en razón de lo que el objeto ofrece com o cognoscible.
III.—D iv isió n d e la le y fu n d a m e n ta l d e la fn teli-
g e o c ía .—E n la le y hemos dicho que entran dos elemen­
tos, el uno permanente y el otro variable, el primero
referente al scr y propiedades esenciales de las cosas, y el
segundo al hacer ó modo de manifestarse las mismas;
luego la ley fundamental de la inteligencia enunciada po­
demos dividirla en consideración al elemento permanente
y al mudable.
En consideración al prim er elemento, tenemos una
nueva ley que formulamos asi: Conocer y pensar la s cosas
como ellas son en su ser^ y conocer y pensar la s eosas
según es la naturaleza de nuestra inteligencia. S í nos lija-
*mos en el segundo elemento, com o éste dice relación al
tiempo, por tratarse de hechos que se realizan unos en
pos de otros, nos encontraremos con una nueva le y inte­
lectual que formulamos: Conocer y pensar la sucesión de
los keckos como se produciendo en e l tiempo y según el
ejercicio sucesivo de nuestra actividad cognoscente.
Pero la división más importante de la ley general in-
telectual no es la anterior. P ara llegar á ella debemos
tener presente lo que digimos que era el objeto cognosci­
ble y lo que es la inteligencia, y recordar que el objeto
cognoscible puede hacerse presente en su ser 6 esencia^
en sus hechos 6 fenómenos y en su relación del ser al
hecho ó fenómeno, así como también que el conocer era
la esencia de la inteligencia y el pensar su ^forma^ y ten­
dremos que la división más importante de la ley funda*
mental intelectual será en leyes objetivo-subjetivas rel.v
tivas al modo de presentarse la cognoscibilidad á la inte­
ligencia» y en leyes subjetivas puras, relativas á la esencia
y forma de la inteligencia^
Las leyes objetívo<subjetivas son las siguientes: la pri­
mera y más fundamental es la relativa i la unidad con que
e l objeto cognoscible se presenta á 1a inteligencia, aun
cuando sea de una m anera implícita reconocida 6 supuesta,
cuya unidad persiste á través de todas sus manifestacio­
nes en el tiempo y en el espacio, y como cuando la unidad
persiste de este modo se üama identidad, de ahí que la pri*
mera ley sea la de la Identidad, que expresa que cada tér­
mino debe ser concebido igual consigo mismo, substractum
de todo pensamiento que la fuerza del hábito nos lleva á
olvidar, porque mediante esta ley no aumenta la extensión
de nuestros conocimientos; mas gracias á ella crece nues­
tro pensamiento en precisión é intención, y se puede for­
mular así: lo que se asevere bajo una form a debe (utptarsc
bajQ cualquiera otra. U na vez que ha sido admitida la
existencia de lo cognoscible, surge la necesidad, dado que
la relación de conocimiento «s de distinción, de diferenciar
el objeto cognoscible de los demás objetos y del mismo
sujeto, por donde vem os el modo de oposición; luego la
segunda le y es la de contradicción^ que se íormular e l ser
excluye a l no ser a l mismo tiempo.
Después que U inteligencia ha visto la presencia del
objeto, y establecido las relaciones de semejanza y dese-
— 268 —
mcjanza, como los objetos se presentan á su consideración
bajo multitud de aspectos, hay necesidad de relacionar lo«
conceptos y ver sus relaciones de subordinación, y he aquí
que la inteligencia necesita en tercer lugar armonizar; y
esta es la le y llamada de la razón suñciente, que se for­
mula: nada sucede sin que haya una razón p a ra que sea
a si más bien que de otro modo. Por donde vem os que lo
prim ero que tiene que hacer la inteligeacia, es establecer
la existencia de !o cognoscible (nuestra primera idea es la
de serj; lo segundo, distinguirlo de lo que no es él (com­
parar el ser con el no ser; de ahí la ley de contrariedad);
y tercero, armonizar y subordinar los hechos y fenórne*
nos á su causa el ser (principio de razón sufíciente).
l ^ s leyes subjetivas puras son: una referente á la esen*
cia ó al conocer; otra referente á la forma, Ó sea al pensar.
L a ley del conocer se formula: Conocer la s cosas apli*
cando todo e l poder de la inteligencia según su esencia es-
piritu a L L o que quiare decir que la inteligencia conside­
rada en sí, es una fuerza agente y discretiva, y que, como
tal, se debe aplicar á la aprehensión del objeto cognoscible.
L a ley formal ó del pensar se expresa así: Pensar las
cosas en su unidad^ variedad y arm onia, atendiéndolas^ per­
cibiéndolas y determ inándolas y form ando acerca de ellas
conceptost ju ic io s y raciocinios, que ea el modo natural de
desenvolverse y manifeatarse la potencia inteligencia.
IV .—C a u s a s p o r l a s c u a le s s e In frin g en e s t a s le*
y e s .—£ s muy frecuente, cuando se desconocen las 2eyes
intelectuales, atribuir la falta de su cumplimiento á la no
existencia de las mismas, cosas que ciertamente son muy
diferentes. Donde h a y una manifestación de un poder,
allí hay una ley, y allí donde hay una ley, existe la nece­
sidad de cumplirla bajo pena de sanción, de tal modo,
que todo cuanto la potencia en relación con la actividad
puede, debe exigirlo (derecho), así com o la actividad en
relación con 2a potencia está obligada á cumplir todo lo
que la potencia puede (deber); por eso se dice que la ac-
m m m

— 269 —
tivídad se halla siempre con la potencia en* relación de
débito. Se dirá que entonces la m ayor parte de las leyes
no se cumplen, pues no siempre conocemos cuanto pode-
moSy y lo que ocurre es que, como hemos consignado an ­
tes, las leyes intelectuales, á pesar de su carácter obliga*
torio, son, sin em bargo, cumplidas libremente por el sujeto
espiritual, y ,c la ro es, que por lo mismo, éste en ocasiones
no las cumple; unas veces por su ignorancia acerca de Jas
mismas; otras» no obstante su conocimiento, por malicia
del mismo.
Que las leyes intelectuales no se cumplen las más de
las veces por ignorancia de las mismas, lo comprueba el
hecho de que los hombres de educación esm erada ejerci­
tan mejor su inteligencia que el rústico, pues conocen
con más perfección sus leyes, en tanto que el hombre
sin instrucción, como desconoce dichas leyes> ó no las
cumple, ó si las cumple, es por la natural tendencia de la
inteligencia á su ñn, la verdad. D e aquí se deduce, que si
para la vida sencilla es suñciente el natural desenvolví*
miento de la inteligencia, para hacer una vida cíentíñca
necesitase el conocimiento y cumplimiento de las leyes
Intelectuales. L a ley no se Umita á dar un consejo; ñja ei
precepto y prescribe la obediencia como consecuencia de
su necesidad; lo único que se puede d ecir en contra es
que, como libres, podemos faltar á esa ley; pero, claro,
siempre estaremos sujetos á su frirla sanción correspon*
diente á nuestra responsabilidad en su cumplimiento 6 in*
cumplimiento.
V .—S a n c ió n d e l a s le y e s I n t e le c t u a le s .« E s ver­
dad que somos Ubres en el cumplimiento de las leyes in*
telectuales, mas por lo mismo tenemos el deber de cum­
plirlas, y por consiguiente» síguese que en su cumplimien­
to 6 Incumplimiento contraerem os responsabilidad, así
como también que habrá su sanción debida, positiva ó ne­
gativa, según que se cumplan ó no. L a sanción positiva
que obtiene el que cumplimenta las leyes intelectuales,
— 2 ;o —
es alcanzar la verdad y la certeza, la posesión de la cien^
cia; por el contrario, la sanción negativa y penal es el
error, y si de éste hacemos aplicación consciente cn la
vida> entonces incurrimos y a en responsabilidad moral,
porque conscientemente buscamos contrariar el fin para
que nos han sido concedidas las facultades anímicas; así
todo el que produce soñsmas, consciente y libremente va
derecho al erro r y su responsabilidad moral es manifiesta;
de ahí que el mejor medio contra el erro r producido por
paralogismo 6 soñsma sea et conocimiento de la Lógica,
verdadera moral de ia inteligencia.
LIB RO S E G U N D O

i^ ^ Ó G lG T K

SECCION PRIMERA

CUALIDADES DEL CO>JOCIMIBNTO

r —R a z ó n d el p lan .—Después de hab«r hablado de In


facultad cognoscente 6 ínteligeacia> dei conocimiento y
de los modos de realizarlo, nada más natural que nos de-
diquemos en esta sección á investigar las cualidades c a ­
ra cteristi cas del conocimiento científico, que son {^verdad
y ia entesa^ asi como de las cualidades opuestas, en razón
á que nuestro fín es ír á la ciencia, cuyo contenido no es
otro que el de conocimientos que reúnan las cualidades
necesarias para ser científicos, y como éstas son la verdad
y la certeza y las contrarias la ignorancia y el error^ nada
tan oportuno como tratar aqui de las mismas, si hemos
de cumplir la misión de la ló g ic a .

C A P ÍT U L O I

L a v a rd a tf.

l- ^ ¿ L a v e r d a d e s e n s í un s e r ? —Empezando por la
primera cualidad que se nota en el conocimiento científi­
co, nos encontramos con que el lenguaje usual nos dice
- 272 —
desde luego que )a verdad no es algo que subsista en %U
ni tam poco que sea una propiedad esencial de un ser, que
le dé la naturaleza de tal ser y lo distinga de los demás
seres, pues antes bien, las frases: «Cuanto dice es ver«-
dad», «Expresa ideas verdaderas», « L a verdad no se cae
de su boca» y otras por el estilo, demuestran que ]a ver*
dad es una cui^lidad que sólo se aplica con exactitud al
conocimiento: pero no es menos evidente que las expre-
siones> también corrientes: «E s hombre veridico», «He
aquí una moneda de oro verdadero», etc., parecen dar <i
entender que la verdad es una cualidad del ser. E s lo
cierto y positivo que» á poco que uno reflexione, obser*
v a rá que á un hombre se le llama verídico cuando lo que
dice está conforme con lo que piensa; que la moneda es
oro verdadero en cuanto el material de que se compone
está conforme con la idea que tenemos de lo que es el
oro, la cual idea á su vez en tanto será verdadera en
cuanto exprese exactamente lo que es el oro en su esen­
cia, 6 sea en su realidad; de donde resulta que la verdad
no ea en si un ser con independencia del conocimiento
ni de Jos seres que llamamos verdaderos» sino más bien
una cualidad de la relación entre una inteligencia y la
cosa conocida, 6 entre una cosa y la idea típica de la in­
teligencia que la ha producido.
ir.—C la s e s d e v e rd a d -—P or lo dicho en el párrafo
anterior vem os que ia experiencia nos díce que la deno­
minación de verdaderos se atribuye, y a á los objetos en
sí mismos si dicen relación de conformidad á la idea tí*
pica del entendimiento que los produce, ya á los conceptos
que nuestra inteligencia forma de (as cosas, y a también á
los signos ó palabras de que nos valem os para expresar
los conceptos ó ideas que tenemos de las cosas; ahora
bien, fundándose en estos aspectos, se divide la verdad en
metafísica^ lógica y m oral.
L a verdad m etafísica es la realidad misma de las cosas
en cuanto en su esencia se adecúan 6 conforman con la
idea de la inteligencia que las ha producido» y por consi*
guíente, esta verdad es una propiedad trascendental de
los seres, y aun cuando sea en sí un ente de razón, debe
estudiarse en la Metafísica, pues en relación con nuestra
inteligencia se identiñca con el ser aiismo de cada ser.
La verdad m oral es también en sí una ecuación de
conformidad entre el juicio interno (verbo mental) y ei
lenguaje con que la expresam os al exterior; y como cuando
ocurre esto decimos que el hombre es sincero, ytraz ó
verdadero moralmente, de ahí que el estudio de esta verdad
corresponda á la É tic a y no á la Lógica» á la cual, por
exclusión de la verdad m etafisica y m oral, vemos que sólo
la corresponde estudiar la verdad lógica, que es la que
lleva su nombre.
ül.—N o c ió n d e la v e r d a d ló g ic a .—L a verdad lógica
consiste en la conform idad6 ecuación éntrelo conocidofor
e l sujeto y lo que la s cosas Conocidas son en la rea lida d (l);
puesto que en tanto llamamos verdadero á un conocimien-
to, en cuanto es la expresión exacta de la realidad obje-
tiva hecha presente á nuestra mente en la relación cog­
noscitiva; de modo que en puridad e" una cualidad de la
relación de conocimiento (la de la c<iiil(n midad). H e aquí
la razón de qu6 con bastante exacti^uil í^e haya llamado
también á la verdad lógica verdad de conocimiento, ver-
dad subjetiva i pues la parte que pone el sujeto en la obra
del conocimiento ha de conform ar con lo que es el ob;eto,
y v e r d a d p o r q u e está en el sujeto á modo de forma,
pues es cualidad de relación.
IV.— M ed id a d e Ja v e rd a d ló g ic a .—De cuanto de­
jamos consignado en los tres párrafos anteriores se deduce
que la razón propia y el carácter distintivo de la verdad
consiste en ]a relación de identidad entre alguna cosa y
una inteligencia: ahora bien; si la verdad lógica no resulta
sin que lo que conoce la inteligencia conforme con lo que

(1/ Santo Toois «ieñoe U verdad «aduuoíU n i tt intelUetu*.

h
es la cosa, ¿cuál será la medida de la verdad de nuestros
conocimientos? Desde luego salta á la v ista que no puede
ser otra cosa que la s eosas tnismast es decir, lo que ellas
sean en sí y ellas realicen propiamente, 6 lo que es lo
mismo, lo que hemos llamado verdad metafísica; así como
la medida de la verdad metafísica está en las ideas tipos
de la inteligencia que las h aya producido.
V .« D iv is ió n d a l a v e r d a d ló g ic a .—L a verdad ló­
gica, que hemos dicho es una cualidad del conocimiento,
reviste una doble forma» según m ire al sujeto ó al objeto
del mismo, y se llama á la primera verdad subjetiva y á
la segunda objetiva^ consistiendo la subjetiva en que el
conocimiento conforme con las leyes de la inteligencia, y
d e aquí el dicho: cSe discurre bien cuando se cumplen las
leyes intelectuales», aun cuando h aya equivocación por lo
erróneo de los datos; pero como es fácil adivinar, no
basta discurrir bien» es decir, tener la verdad subjetiva;
necesitamos también la verdad objetiva, la cual consiste
en la adecuación de lo conocido por el sujeto con lo que
en la realidad es el objeto, porque de no ser esto así, vivi­
ríam os en un mundo ideal subjetivo, y nuestra ciencia no
^ í sería conforme al objeto, sino conforme á las que m uy bien
•. pueden ser quim eras del sujeto.
V I.—¿E n q u é o p e r a c ió n d e la a c t iv id a d co g n o s-'
c e n t e s e d a p r o p ia m e n te la v e r d a d .—L a verdad de
conocimiento sólo se encuentra con pertección y propie­
dad en la operación de nuestra mente ilam ada juicio,
puesto que si conocemos un objeto, Ja pluma, por ejemplo,
por mucho tiempo que hablemos de ella sin atribuirle cosa
alguna» sin atrevernos á decir qué es ni qué no es, á nadie
se le ocurrirá decir que estamos en la verdad ó el error;
mas desde el instante en que enunciemos la plum a es, ya
habremos dicho un conocimiento verdadero ó erróneo,
pues la convendrá ó no ia existencia actualmente á la
pluma; si existe efectivamente, nuestro conocimiento será
verdadero; si no, falso.
Más claro; la verdad lógica es una cuaHdad propia-
loente de la relación cognoscitiva; pero como ésta no la
vemos sin formular un juicio, siquiera sea in mente, esta
cualidad no está propiamente en la operación, concepto 6
idea simple, 6 sea en la simple percepción de un extremo
del juicio, sino en la comparación exacta de los dos extre­
mos; así, la verdad puede darse implícitamente en los
conceptos 6 ideas, pero nosotros no podemos decir que
son verdaderos ó falsos sin antes atribuirles algo.
La misma definición prueba la exactitud de cuanto
venimos diciendo, puesto que si consiste en la ecuación de
twesir/z /acuitad cognoscente con la cosa conocida^ la ecua­
ción puede existir que la añrmemos Ó no, pero no la po­
demos afirmar, y por consiguiente, decir que h a y verdad,
sin que nuestra mente realíce la comparación de lo visto
con lo que es percibido.
Los que sostienen que en los conceptos ó ideas puede
existir propiamente la verdad y «l error, fundándose en e(
hecho de que existen conceptos ó ideas tales que real­
mente la implican, deben tener cn cuenta que se refieren
á conceptos ó ideas com puestos que podríamos llam ar e x ­
presión de un juicio y aun de varios juicios, en cuya
razón se funda el hecho de que una sola palabra 6 tér­
mino exprese toda una proposición, tal como si decimos:
m urió, César.
V Ji.—V e r d a d q u e s e e n c u e n tr a en lo e c o n c e p ­
to s 6 Id e a s c o n s titu id o s p o r u n a s im p le p e r c e p c ió n .
—Cuando nuestra facultad cognoscente se pone en rela­
ción cognoscitiva con algCn ser y lo percibe, sin afirmar
ni negar, la percepción es verdadera, pues la verdad que se
encuentra en la simple percepción es la interna manifesta­
ción de la inteligibilidad dcl objeto, sin afírmación ni nega­
ción alguna respecto á sus atributos ó á su existencia real;
puesto que no es por parte del sujeto más que mirada 6
aprehensión intelectual de lo hecho presente del objeto;
por consiguiente, el modo ó razón imperfecta de verdad de
que es susceptible la sim ple percepción, acompaña siempre
al concepto ó idea que obtenemos de algún objeto.
VIII.—¿ P u e d e d e c ir s e q u e u n a p r o p o s ic ió n e s
m á s v e r d a d e r a q u e o t r a ta m b ié n v e r d a d e r a ? —
Consistiendo la verdad del conocimiento en la ecuación 6
conform idad de lo conocido por el sujeto con lo que es la
cosa conocida, no cabe ni más ni menos, pues 6 existe 6
no existe la conformidad; si existe hay verdad; si no existe
no h a y verdad; porque entre el ser y el no ser de una
cosa no cabcn grados intermedios; luego sólo en un sen*
tido impropio se puede decir que una proposición es más
verdadera que otra también verdadera; por ejemplo, por
referirse la proposición prim era á un objeto más perfecto
ó noble, ó por haber visto con más claridad la ecuación;
pero y a se ve en ambos casos que lo que se tiene en cuenta
para añrmar ese más ó menos, no es precisamente la cuaU*
dad de la relación del conocimiento» que es lo que debiera
tenerse en cuenta si los grados afectaran á la verdad
misma.

C A P Í T U L O II

El e r r o r .

1.—L a f a ls e d a d .—Como contraria á la idea de verdad,


aparece en nuestra mente la idea de falsedad; y así como
l'*- vim os que la verdad no aparecía ni era en realidad en si
un ser, sino una cualidad de la relación de conocimiento,
la falsedad no es tam poco en si un ser, sino una cualidad
de la relación de conocimiento, pero una cualidad neg¿'
tiva, es decir, el polo opuesto de la verdad en la relación
d e conocimiento; por eso el uso corriente la aplica en b s
relaciones todas de la v id a en que interviene la inteligen­
c ia para calificar las relaciones cognoscitivas, en que no se
da la Terdad ó acuerdo de conformidad entre lo que es la
cosa y lo que una inteligencia dice que es. E s cierto que
m rn m

- 277 —
frente á las expresiones: hombre verídico, oro verdadero,
se dicen las no menos frecuentes: hombre falso, oro falso,
Us cuales parecen indicar que hay hombres falsos en sí, y
oro falso en si; mas si nos detenemos un poco y examinamos
el sentido, verem os que lo que quieren decir estas dos fra­
ses últimas» es que existen hombres que no dicen verdad,
que hay algo que nos parece oro, pero que no lo es en
realidad; luego la falsedad consiste en la no conformidad
entre lo conocido y lo que son propiamente las cosas
conocidas.
II.—C l a s e s d e f a ls e d a d .—E n consideración, pues, á
c\at cosas contradictorias tienen atributos opuestos, pode­
mos dividir la falsedad, lo mismo que la verdad, en false­
dad metafisica, lógica y m aral, puesto que donde quiera
que se dé una especio de verdad, en faltando ella se da $u
opuesta la falsedad de la misma especie.
La falsedad m etafisica consiste en la no conformidad
de la esencia ó naturaleza de las cosas con la idea-tipo de
la inteligencia que las ha dado el ser; por consiguiente, esta
falsedad se identifica en rigor con el no ser de las cosas, 6
sea con la nada absoluta, la cual, en cuanto niega 6 exclu*
ye toda realidad, no tiene ecuación con las ideas del H a­
cedor, y por consiguiente en rigo r no existe, pues lo que
no es algo no tiene atributos ni puede tener existencia;
í 6[q se puede hablar de la falsedad metafisica tomándola
«n un sentido impropio y secundario, esto es, con relación
í nuestra facultad cognoscente; asi decimos que hay fai-
Kdad metafìsica en algunas cosas cuando por sus condi*
ciones dan lugar á que nuestra meo le formule juicios fai-
dos, tal como cuando á un pedazo de cristal le llamamos
diamante fa lso y ó á un pedazo de latón ora fa is o , pues los
caracteres del uno y del otro han inducido á juzgar que
<ran diamante y oro no siéndolo efectivamente.
falsedad m oral resulta de la falta de conformidad
«ntre lo que se dice y se piensa, á cu ya falsedad se da e)
nombre de m entira.
— 278 —

L a falsedad lógica 6 de conocimiento consiste en h


falta de ecuación ó conform idad entre lo conocido por la
inteligencia y lo que las cosas conocidas son en U rea*
lidad.
ill.—¿ C ó m o 80 lia m a p r o p ia m e n ta en la c ie n c ia la
fa ls e d a d ló g ic a *?.—P ara que exista la verdad de cono*
cimiento 6 lógica, que es la que importa á la ciencia hu*
m ana, precisa que haya adecuación entre lo conocido por
el sujeto y lo que es el objeto; cuando esto no sucede he­
mos dicho que hay falsedad; pero ^que es esta falsedad
sino la equiv'ocaciónde nuestra facultad, que no aprehende
la cognoscibilidad del objeto tal y como es ella?; luego
el conocimiento resultante es equivocado, propiamente
crrófiíQ', luego la falsedad lógica ó de conocimiento no e&
otra cosa que lo que llamamos en la ciencia error.
IV.—N a tu r a le z a d el e r r o r .—P o r lo expuesto en los
párrafos anteriores« y sobre todo en el último, vemos que
el error es lo contradictorio á la verdad lógica; así es
que el error es indefinible por términos positivos, y por
eso hay que explicarlo siempre por la verdad como á todo
lo opuesto á lo positivo, que se explica mejor por la ne-
gación de su término opuesto positivo, por cu yo motivo
exponemos la naturaleza del error diciendo que es toda
aprehensión intelectual de la s cosas, no ta l cual ellas soh^
sino COMO le ha p a r id do d la fa cu lta d cognoscente que son.
V .—¿ E n q u é o p e r a c ió n d e la a c t iv id a d c o g n o s^
c a n t e s e d a p r o p ia m e n te e l e r r o r ? —D e la naturale­
za del erro r se deduce que, com o la verdad lógica, reside
propiamente en la operación de nuestra mente llamada
juicio, y sólo impropiamente en los conceptos ó extremos
de la operación juicio. N o existe en las cosas objeto de
nuestro conocimiento, porque éstas son lo que son, y en
lo que son en su esencia sirven de medida para nuestra
verdad lógica, según dijimos oportunamente, y claro está
que 8i sólo cuando vem os que lo conocido por la inteli*
gencia no es lo que es la cosa, decimos que hemos conoci'
óo con erro r, «1 erro r no puede estar más que en el cono­
cimiento adquirido. N o existe el erro r de un modo propio
en los extrem os de! juicio ó conceptos, salvo cuando éstos
sean y a juicios, porque el erro r es negación de convenient
cia entre io conocido y la cosa conocida, y esto no se ve
hasta tanto que no se formula el juicio interno. Decimos,
por último, que el e rro r sólo se puede decir impropiamen­
te de los conceptos ó ideas que son resultado de )a per*
cepción y no dcl juicio, porque los conceptos ó ideas,
percibidos con alguna imperfección, p or cualquier círcuns>
tancia, tienden á originar un juicio erróneo; pero no ha­
biendo añrmación ni negación, tampoco h a y propiamente
error; luego es una especie de error por accidente, como
dice el P . Zeferíno González, lo que si acaso Jes corres­
ponderá.
V i—O rig e n d e l e r r o r .—E n los conocimientos de evi*
dencia inm ediata, el objeto lleva siempre consigo el mo*
tivo de la evidencia y es im posible no verlo 6 dudar; pero
los conocimientos que no son evidentes por sí mismos tie­
nen tal complejidad, que U inteligencia, para poder des*
cubrir las relaciones que contienen, se v e obligada á
descomponerlos y á com parar sus elementos con otros
intermediarios, con los cuales v e más clara y exacta la r e ­
lación necesaria^ p ara poderlos conocer con verdad y
certeza tal y com o son; de modo, pues, que la verdad 6
error de estos conocimientos mediatos, que son casi el
total de nuestra riqueza cognoscitiva, depende de ia exac>
titud y cuidado con que la inteligencia descubra y esta­
blezca la conexión entre los anillos separados.
A h ora bien; el elemento activo con que contribuimos
á la obra del conocimiento es la inteligencia, y ésta en to­
dos los sentidos que 2a consideremos es limitada; y como
ella es la que da la forma según ia que nos asimilamos lo
conocido en la percepción, cabe que al poner algo de lo
suyo» por ejemplo, la inierprHaciófty haga mal uso de su
actividad y no induzca ó deduzca bien y aprehenda algo
que no convenga con la cosa conocida, y por consiguiente,
conozca con error.
L a debilidad intelectual por una parte y la pereza de
la voluntad por otra, hacen que el hombre pase frecuente«
mente sobre los intermediarios obligados de sus razona­
mientos; que realizando análisis incompletos y establecien*
do conexiones desprovistas de evidencia, saque de premi*
sas no comprobadas debidamente, conclusiones precipita*
das 6 atrevidas, en las cuales la evidencia no existe como
garantía de la verdad.
E l error, pues, tiene un origen remoto y wnopróximo\
el remoto está en la naturaleza intelectual, que no le per*
mite hacerse presente en cognoscibilidad inmediata y evi*
dente la realidad entera en todo su contenido, y de ahí
que s6lo le sea dado conocerla parte por parte y , salvo
muy pocos caso s, conocerlo todo con evidencia mediata 6
con la que nace de la demostración.
E l origen próxim o lo encontramos, según hemos visto
p or la explicación anterior, en ]a debilidad intelectual y
en la pereza volitiva, que en complicidad con la intellgen*
cia, precipitan la enunciación del juicio, siendo así la fuente
fecunda de todos los prejuicios que invaden y asfixian á
nuestra inteligencia, saturándola de errores.
E n tre las causas particulares que circunstanciadamen­
te pueden contribuir á que aparezca el error, podemos
citar: las distracciones de que adolecemos, el predominio
de alguna otra facultad sobre la inteligencia, especialmen*
te la sensibilidad; el dogmatismo á que nos conduce la falta
de ejercicio de nuestra inteligencia, dejando que piensen
por nosotros y que no sólo nos den el pensamiento hecho,
sino también 2a lógica, olvidando en nuestra m iseria inte*
lectual el axiom a <amlgo del m aestro pero más amigo de
la verdad» (amicus Plato, sed m agis amica veritas)\\^s
preocupaciones y prejuicios que, con otras circunstancias
múltiples que influyen en nuestra vid a, pueden hacer á la
inteligencia incurrir en error.
Por poco que im conocimiento se aparte de la evlden*
cia inmediata, no podemos llegar á descubrir s6 verdad
sin la ayuda de la reflexión de nuestra inteligencia; de
ahí que una de ias causas que más contribuyen al error
sea U irreñexión con que conocemos, guiándonos sobre
todo por las fuerzas de nuestras pasiones, de las cuales
solemos ser juguetes cuando no hacemos uso de la reñe>
xión, siendo muy comunmente origen de esta irreflexión
el amor desordenado á nosotros mismos, amor propio que
nos avasalla siempre con sus industrias y tiranías, causan­
do en nosotros ese montón de ilusiones que nos colorea
las cosas á nuestro gusto y nos hace v ivir en un mundo
fantástico, muy distinto del real.
VII.—R e m e d io s c o n t r a e l e r r o r .—Puesto que el
error es producido por la forma con que la inteligencia en
su complejidad aprehende la cognoscibilidad de^ objeto
con quien se pone en relación de presencia y distinción,
el remedio más general para evitar todo error en núes*
tros conocimientos es apirear la facultad cognoscitiva al
objeto cognoscible« cumpliendo sus leyes y fortiflcándola
con el ejercicio habitual del conocer reflejo, en el que
h inteligencia sea al mismo tiempo faro que se ilumi>
n ey disipe las sombras que pueden p royectar las pasiones
ó fuerzas desordenadas del apetito.
O tro remedio importantísimo para evitar el error es
reflexionar, es decir, conocer que conocemos, no ir al
conociíniento sin darnos cuenta de qué es lo que vamos á
conocer y de que nosotros somos los que estamos cono­
ciendo a lg o ; que no somos nosotros, ni lo que quie­
ten nuestras pasiones, ni lo que quieren las fuerzas que
interior y exteriorm ente nos impelen, sino que es nuestra
inteligencia, que como activa conoce algo, riéndose á sí
misma como sujeto que está realizando el conocimiento.
Gran parte de las veces no conocemos con verdad, ó
porque no queremos buscarla, ó porque no la amamos.
Sucede lo primero cuando al cpnocer no aportamos
<ii examen más que una atención auperñcial y perezosa;
cuando Auestro orgullo nos hace v e r que baata una mira*
da nuestra para conocerlo todo y bien; cuando vamos aS
conocimiento por van a curiosidad; cuando nos contenta*
mos con una hipótesis por la gran razón de que somos
sus autores, y por último cuando juzgam os de las cosas,
más por io que convienen con nuestros intereses, que por
lo que ellas son en sí mismas, llevando, p or tanto, al cono­
cim iento nuestras simpatías y antipatías.
Sucede lo segundo cuando, preocupándonos poco de
la verd ad, llevam os á la ciencia las mismas divisiones de
la vida social y política, estableciendo campos y partidos,
aportando á la discusión de los conocimientos el cspHtu
de secta si somos discípulos, y el de la vanidad si habla­
mos por cuenta propia y sin andadores; cuando gustamos
de hipótesis nuevas y brillantes y nos molestan las teorías
porque son viejas, y sobre todo cuando cedemos á las
doctrinas corrientes y atrevidas por el fútil temor de
que nos caliñque de anticuados y atrasados la masa in­
docta; luego el mejor remedio contra todos estos erro­
res lo encontrarem os en que nuestra voluntad, hacién­
dose fuerte, v a y a unida á la inteligencia, no vacilando
jam ás en su am or á la verdad , que es ei mismo bien.

CAPÍTULO m

Lm c « rta z a .

—G r a d o s d a a d iie r e n c ia d a la in te lig e n c ia hu­


m a n a á io s c o n o c im ie n t o s .—P ara que el conocimiento
sea cientíñco no basta que sea verdadero; es preciso tam­
bién que estemos seguros de que lo es, ó m ejor, que nos
demos cuenta refleja de que loa conocimientos son ver'
daderos para que los podamos sistematizar; así es, que el
conocimiento verdadero debe ser para nosotros tal, y
además, saber el por qué lo es, condición á la cual llaman
los lógicos cerUsa.
A hora bien; la verdad, que es la aspiración constante
de toda cicncíft y el objeto formal de la L ó g ica, puede po­
seerla nuestra inteligencia, Ó de una manera clara, crítica
y racional, ó de una manera imperfecta, ó bien ignorar
siia posee ó no; de ahí que nuestra mente pueda encon­
trarse en tres estados diferentes con respecto á la percep­
ción de la verdad: ó sabiendo que la posee, estada de cer-
ieza, 6 dudando que la posee y , cuando más» viéndola
con probabilidad, estadú de duda y opinión', bien, por úl­
timo, desconociendo que conoce, estado de ipiorancia.
l l .^ L a Ig n o r a n c ia ; s u c a r á c t e r ; c a u s a s y rem e>
dios.->H ablando del objeto del conocimiento, digimos que
podía s e r b toda la realidad, incluso el ser infinito, de
modo que en este sentido el objeto coghoscible es inñni*
to, en tanto que nuestros medios de conocer son ñnitos;
así es que nuestro sujeto no puede agotar jam ás la cog«
noscibilidad, ó sea tener presente en el cam po iluminado
de ia relación cognoscitiva U realidad toda; ahora bien,
toda realidad que se nos haga presente por el acto de
conocer, podemos decir que la conocemos, sabiéndola más
ó menos perfectamente, pero toda la restante para nos*
otros es ignorada y nuestra inteligencia no puede acerca
de ella afirm ar, negar, dudar ú opinar; la ignora\ luego la
ignorancia ao es otra cosa que aquel estado negativo en
que se encuentra la inteligéficia respecto d las cosas que no
se kan puesto eon e lla en relación de presencia y distinción.
L a ignorancia, pues, tiene un carácter movible en sus
límites, porque nuestro conocer efectivo es indefinido y
sin límites fijos, elevándose desde la primera noción de la
realidad que conoce hasta la riqueza inmensa que supone
la posesión de la ciencia, y aun en el conocimiento de
cada objeto varía desde conocer un solo aspecto hasta el
conocimiento de todos, siendo, por lo tanto, la ignorancia
variable desde el desconocimiento absoluto de un objeto
hasta el desconocimiento de uno solo de los aspectos del
mismo objeto, y desde el desconocimiento de toda reali*
dad hasta ir estrechando los límites de lo desconocido;
por eso la ignorancia se ha podido llamar iotai y parcial
según que se desconoce en absoluto el objeto 6 se desco­
noce sólo cn parte.
L a ignorancia, por tanto, tiene una causa general en
la relación de desigualdad que existe entre el objeto cog*
noscible y los medios limitadísimos de nuestra facultad
cognoscente; mas también existen causas particulares que
producen la ignorancia en el sujeto cognoscente, tales
com o la pereza de nuestra voluntad, que no mueve á la
inteligencia á conocer; el excesivo predominio de la sen-
8ibiiidad> que no deja á la inteligencia percibir todos los
aspectos del objeto cognoscible, y la general desaplica*
cí6n dei individuo á todo lo que implique atención soate*.
nida 6 la m ás ligera fatiga.
L a ignorancia no debe confundirse en modo alguno
con el error, pues m ientras la prim era es carencia de co­
nocimiento, el segundo es conocimiento cuya relación no
está bien constituida, puesto que Ó atribuimos á una cosa
algo que no le corresponde, 6 le negamos lo que le corres­
ponde ó pertenece. L a ignorancia supone falta de ejerci­
cio en la inteligencia, limitación en el número de nuestros
conocimientos, en tanto que ei error implica ejercicio de
nuestra actividad cognoscente, pero falta de la cualidad
verdad; mas ú atendemos al resultado definitivo para la
ciencia, como quiera que el erro r es conocimiento ilegí­
tim o, acaba por no darnos á conocer el objeto, y por con­
siguiente, ]a realidad que se propone representar la
ciencia y es tan desconocimiento de! objeto como lo es la
ignorancia, si bien el e rro r es mucho más perjudicial por­
que el desconocimiento de la ignorancia deja á la inteli­
gencia /am quam tabula rasa inqua n ih il est scripiunty en
cambio la ignorancia que resulta del erro r la llena de
prejuicios que cada v ez nos alejan más de la realidad.
£1 único medio que tiene el hombre pard evi(ar la ig ­
norancia es la instrucción de la facultad inteligencia; pero
con la inatruccifijn sola es m uy fácil caer en error y por
consiguiente obtener ta ignorancia que nace de conocer
con error; así es que para conseguir ir alejando cada vez
más la ignorancia, conviene también que la instrucción
vaya acompañada de la educación de la misma inteligen­
cia, ó sea de la habituación de esta potencia á conocer,
cumpliendo todas las leyes del conocer y pensar.
11).—L a d u d a ; s u c a r á c t e r , d iv is ió n y c a u s a s .—L a
facultad intelectual, a! con ocerse ve precisada algunas v e-
ces á no añrm ar ni negar cosa alguna acerca de lo cono>
cido, por no tener razones que le inclinen ni en pro ni en
contra; á este estado de equilibrio ó reposo de nuestra
actividad cognoscente se llama <¿Uí¿a.
Caracteriza á la duda el hccho del reposo ó indiferm -
cia de la potencia cognoscitiva entre dos direcciones di*
ferentes y opuestas, entre añrm ar ó negar un atributo de
un sujeto, una relación cognoscitiva, en vista de no tener
razones maniñcstamente preponderantes para decidirse por
una ú otra cosa.
£ l estado de equilibrio que constituye la duda pueble
nacer, ó de que las razones en pro y en contra para afir­
mar ó negar la relación se contrarresten y destruyan mu­
tuamente por tener un valor de credibilidad igual, y de
que realmente, conociendo los extrem os, no tengamos mo­
tivo alguno ni en pro ni en contra para referirlos. Kn el
primer caso la duda se llama positiva; en el segundo ne­
gativa. ^
Ejemplo de la duda positiva: Dos personas igualmente
respetables me escriben de Murcia, dlciéndome que se ha
presentado alU una enfermedad que produce inñnidad de
invasiones, y que sospechan sea la triquinosis: pero mien­
t a s la una me dice que sus efectos son mortales, la otra
me afirma que es de efectos benif^nos. ¿L a enfermedad
• presentada en M urcia con caracteres de triquinosis, pro-
■ w "
• c *

duce gran m ortandad 6 poca? Como no tengo más datos


que los que me han facilitado estas dos personas, que para
mí merecen igual credibíltdad, mi concestación es: /o dudo.
Ejem plo de la duda negativa: T engo en mi mano un
bastón del cual no sé más que es de madera; si se me pre*
gunta qué clase de madera tiene, tengo que contestar
que lo dudo, porque de! bastón no conozco más que aque-
líos caracteres que me indican que el bastón es de made­
ra, pero no razón alguna en pro ni cn contra para decir
cuál sea la clase de madera de que está compuesto.
Por lo dicho de la duda negativa y por el ejemplo que
hemos puesto de la misma, se ve que esta duda no se puede
confundir con la ignorancia, com o se pudiera creer á pri­
mera vista, pues al dudar negativam ente conocemos los
hechos; lo único que desconocemos son los caracteres 6
m otivos para añrm ar una circunstancia que nos pregunta­
m os ó se nos pregunta.
L a duda también puede ser metódica 6 sistemática; es
metódica, aquella que somete á examen las proposiciones
cu ya verdad buscamos, y pesa y mide el valor de las prue­
bas; m ientras que es sistem àtica ó excéptìca^ como algunos
la llaman, cuando niega por negar la posibilidad de conse­
guir la certeza, dudándose, no por falta de m otivos, sino
sistem áticam ente, porque partimos del hecho absoluto de
que no existe la certeza.
D e una y otra de estas dudas puede abusarse y se ha
abusado no poco, pues en la primera se funda el método
cartesiano, que llevó á D escartes al absurdo de suponer
que el principio de la ciencia er^ el ego cogito y ergo sum',
y o pienso, luego soy.
L a duda tiene dos causas generales: primera, la imposi­
bilidad de conocerlo todo; la segunda, la superficialidad
con que conocemos la m ayor parte de las veces; por con­
siguiente, la duda, siempre que nazca de nuestra precipita­
ción al conocer, tiene remedio, el cual consiste en cono­
cer con la detención y Constancia necesarias.
tu -

IV.—L a o p in ió n , c a r á c t e r y c a u s a d e ta m ism a .
—ük opinión es aquel estado de nuestra actividad cognos*
cente en que asiente á una cosa como verdadera por
tener en su apoyo ra?:ones más 6 menos poderosas, pero
temiendo equivocarse. E ste asenso y el recelo que le
»compaiSa es muy variable, pues lo presta nuestra inte>
lígencia, como hemos dicho, en vista de razones más 6
menos poderosas y , claro está, según sean éstas, así será
más 6 menos ñrme el asenso intekctua^; luego el carácter
de la opinión es la variabilidad, pudiendo ocupar la distan*
cia que medía desde la duda hasta la certeza, acercándose
más ó menos á estos extrem os, según las condiciones de
los fundamentos en que se apoya. L a opinión es causada
por los razonamientos probables; por consiguiente, tendrá
siempre un valor relativo al de la fuerza de los argumen*
tos probables que la producen, mas nunca llegará á ser
estado de certeza si, lo que es opinable, no se demuestra
por los razonamientos concluyentes, sean inductivos ó de­
ductivos.
V .—N a t u r a le z a d e la c e r t e z a .—Cuando la inteli­
gencia ante un conocimiento no duda ni tiene recelo
ilguno de que conforma con la realidad ó cosa á que se
reñere la inteligencia, se adhiere á la verdad de dicho
conocimiento, afirm ándola con convencimiento de que
ha conocido bien, este estado d< nuestra inteligencia es
io que se ha llam ado certeza; por consiguiente podemos
decir que certeza es aquél estado de ¡a fa cu lta d cognos-
cente por v irtu d d e l cual se adh iere firm em ente y sin e l
fnencr recelo de equivocarse d la verd a d de uh conocí-
mentó.
La certeza, por tan to, no se refiere más que á la per­
cepción intelectual de la verdad. Balm es ha dicho: «La
certeza es para nosotros una feliz necesidad; la naturaleza
^os la impone, y de la naturaleza nadie se despoja. La
certeza que preexiste á todo exam en no es ciega; antes
por ei contrario, ó nace de la claridad de la visión inte-
lectuàl (nosotros Ja IJamamos percepción intelectual) 6
de un instinto conforme á la razón (nosotros añrmamos
que ó de la lue intelectual misma): no es contra Ja razón,
es8 u b ase> . Cuando discurrim os, nuestro espfritu conoce
la verdad por el enlace de Jas proposiciones; dicho con
más cJaridád, por la luz que se reñeja de unas verdades
á otras; luego, según esto, podemos decir, que Ja certeza
consiste en saber que eJ conocimiento es verdadero y en
estar seguros de ello.
L a certeza se caracteriza, com o vem os, por la inva*
ri abili dad de su adhesión á la verd ad de un conocimiento,
á la inversa de los estados anteriores, ignorancia y opi*
nión que tantos grados pueden recorrer en sus manifes*
taciones-
V I —D iv isió n g e n e r a l d e la c e r t e z a .—Puede ocu­
rrir y ocurre que unas veces, para averiguar si un conoci­
miento es verdadero, no necesitemos referirlo á otro an­
terior, com o acontece con el principio: <E1 todo es mayor
que una de sus partes é igual á todas ellas», mientras que
otras haya necesidad de referir los conocimientos á otros
y a ciertos^ para asegurarnos de su verdad; os evidente,
por tanto, que la certeza se puede dividir en inmediata y
mediata 6 demostrada, según que el conocimiento se pre*
sente por sí mismo, con tal luz, que arranque nuestro asen*
timiento intelectual sin vacilación alguna, ó por el contra­
rio, tal asenso proceda de la seguridad ó luz que le da la
demostración. L a certeza también suele llamarse cbjetiva
y subjetiva y atendiendo á la claridad con que se presenta
)a verdad de los conocimientos, y según provenga esta
claridad del objeto ó del sujeto que conoce.
V il.— D lv isld n d e l a c e r t e z a o b je tiv a . ^ L a certeza
objetiva la dividimos á su vez en Metafísica, fìsica y mo­
ral. L a certeza es m etafisica cuando el asenso con que se
adhiere la Inteligencia es originado por la esencia de lo
conocido, pues ha podido ver que la conexión ó repug­
nancia entre el predicado y el sujeto es inmutable y nece-
saria. La certeza es fis ic a cuando In adhesión del aujcto
cognoscente nace de la consideración de que las leyes de
la naturaleza son constantes y uniformes. Será, por últi*
mo, moral la certeza cuando estribe el asenso intelectual»
6 en lá$ leyes morales á que obedece generalmente la na­
turaleza humana, 6 en el testimonio de otros hombres.
L a certeza m oral es más im perfecta que la fìsica y ,
desde luego, que la metafísica, pues aun cuando no se ve*
rifique la conexión entre el predicado y el sujeto del co­
nocimiento, cu ya verdad se añrm a, no por eso se trastor­
nan ni las leyes físicas, como pasaría si se tratase de la
certeza física, ni se destruye Ja esencia com o ocurriría en
la certeza metafìsica; sin em bargo, en algunas ocasio­
nes la certeza moral v a acompañada de tales circunstan*
cias que equivale á la certeza física; así, por ejemplo, !a
existencia de Pekín, que no la conozco más que por Jo
queme han dicho los hombres, es para mi tan cierta como
que un cuerpo abandonado I s u peso específico se dirigirá
á su centro de atracción.
Vlll.— E le m e n t o s d e la c e r t e z a s u b je tiv a .— Tenien­
do en cuenta que la certeza es un estado del sujeto en que
se adhiere á la verdad de un conocimiento sin recelo algu­
no de equivocarse, cabe distinguir en ella, considerándola
aisladamente del objeto á que se adhiere, dos elementos:
el uno la adhesión y el otro la falta de recelo 6 descon-
^ n za. £ 1 primer elemento es positivo, puesto que es de­
cisión hacia, mas el segundo es negativo, pues consiste
precisamente en que no aparezca en la facultad ni ia más
pequeña sombra; por consiguiente, con arreglo al primer
elemento, cabe e{ más y el menos en U adhesión; con
arreglo al segundo no cabe el más y ei menos porque, en
el raomento que hubiese ia más pequeña sombra de recelo,
desaparecía la certeza; así, pues, atendiendo al primer ele­
mento de la certeza» 6 sea tomándola parcialmente, pode­
mos dividirla en grados, según sea el grado de adherencia
pronto., impetuoso, firmisiffUfy etc.
IX .—¿ E x is t o la c e rte z a ?--< H a sU qué punto es po*
sible pnra el hombre adquirir la sugurldad de que su co*
nocimiento conforma c o a la realidad de las cosas conoci­
das, y por consiguiente, la certeza? E sta es la cuestión
más debatida por los filósofos, y en c u y a solución está in­
teresada no sólo la Filosofía, sino que también toda la cien­
cia. Desde la antigüedad los pensadores han presentado
diferentes soluciones, las cuales pueden reducirse á tres,
según lo que nos dice la Historia de la Filosofía. L a pri­
mera es la de los escépticosy que renuncian á conocer la
verdad, por no poder el hombre identiñcar su pensamiento
con las cosas mismas para adquirir la certeza de sus co*
nocímlentos. L a segunda la han dado los dogmáticos, que
afirman es posible conocer la verdad con entera certeza» y
á los cuales objetan los escépticos; ¿cómo sabemos nos­
otros que las cosas son tales como las pensamos? Entre
estas doa direcciones opuestas, los criticistas presentan la
tercera solución, y dicen que no podemos conocer las co'
sas como son en sí mismas, que sólo podemos tener cono­
cimiento aubjetivo de ellas en virtud de ciertas formas
a p rio r i. V em os, pues, que el primer sistem a niega la
posibilidad de cerciorarnos de la verdad, y con ello hace
imposible toda ciencia; que el segundo afirm a la posi­
bilidad de conocer la verdad con certeza y hace posible
toda ciencia, mientras que el criticism o, afirmando sólo
la verdad subjetiv'a, como los escépticos, hace imposible la
certeza y la ciencia, porque en resumen viene á negar la
posibilidad de com probar la verdad al negar el objeto.
X . —S o lu c ió n q u e d e b e d a r s e á la cu estión .--'
¿Cuál de estas soluciones será la verdadera? He aquí (a
cuestión que desde luego se presenta á nuestra considera*
ción. D e estos sistemas, á primera vista el que más halaga
es el dogmatismo, que hace posible todo conocimiento
verdadero; pero dejándonos de toda pasión, nosotros de*
bemos examinar el problema y v e r qué resultado da su
estudio. ¿De dónde procede la duda? L o i escépticos dicen

Á
^ue se origina de no poder confrontar nuestro conocí-
miento con Us cosas, efecto del dualismo que existe en la
relación de conocimiento entre el sujeto y el objeto, pues
son dos seres.
A lo cual contestamos: primero, que no es cierto que
en todo conocimiento haya este dualismo de seres, puesto
que hay algunos conocimientos, como los reflejos, en que
el sujeto es á la vez objeto del conocimiento y á cuya
verdad no pueden menos de asentir estos filósofos. Segun­
do, que lejos de ser un defecto la dualidad, es necesaria
precisamente para que se realice la comparación del cono*'
cimiento con la cosa conocida, pues sólo puede haber
comparación entre dos términos, y asi se v e en el conoci­
miento reflexivo, que aun cuando es uno el ser, éste se
compara consigo mismo, porque necesita entrar una vez
como término referente y otra como término referido. Y
si los escépticos no se atreven á negarse á sí mismos, por­
que son sujetos de su duda, tampoco pueden negar la de­
más realidad, porque en esa dualidad del conocimiento no
se necesita la ídentiñcación, y s( únicamente que lo cog­
noscible de las cosas pueda hacerse presente ante la facul­
tad cognoscente del sujeto, y como la cognoscibilidad es
el lazo común que se da en el término referente y en e!
término referido del conocimiento, precisamente en esa
cognoscibilidad está el elemento unitario necesario para
que se realice la com paración y comprobación de la v e r­
dad; así, pues, sin lleg ar al extrem o de la exageración de
ios dogmáticos ni quedarnos en el término medio de la
verdad subjetiva de los criticistas, afirmamos qut es posible
obtener la verdad con certeza eo muchas ocasiones, y la
comparación hacerse mediante el lazo común al sujeto y
*objeto de! conocimiento, que e? }a cognoscibilidad, cuya
comparación, una vez realizada por la inteligencia reñeja,
deja en ella la convicción de que existe la ecuación de la
relación de conocimiento, y á elU se adhiere sin recelo al­
guno de equivocarse.
K esp ccto á los fundamentos secundarios que presentan
los escépticos, para probar cómo no es posible llegar á la
certeza de nuestros conocimientos dada la falacia de los
medios de que nos tenemos que valer para conocer, con-
testamos: ninguno de los medios de que se sirve la intcli''
gencia para conocer, engaña p o r sí mismo; quien se engaña
es la inteligencia por no cumplir sus leyes 6 no aplicar los
medios convenientemente» según veremos al hablar de los
criterios.

CAPÍTULO !V

C i • • 6 « |) f l c l t n i o .

I.—¿ A q u é s e d a el n o m b r e d e e s c e p tic is m o .
— L a palabra escéptico se deriva de la griega skeptikós
(laxmcM;), que Significa literalmente el que tiene la costum*
bre de exam inar, mas e) uso corriente ha dado á esta pala­
bra un sentido muy diferente, pues la emplea para signi­
ficar la negación de la verdad; asi cunndo se dice: Fulano
es un escéptico, se quiere decir que es un hambre que no
cree en nada.
E n ñlosofía se entiende por escepticismo la disposición
de la inteligencia á no adm itir coshi alguna com o cierta»
por estar persuadida de que no la es posible alcanzar la
verdad; así, pues, el escepticismo consiste propiamente en
la suspensión que la mente hace de su asenso á la verdad
de nuestros conocimientos.
II.—D iv isió n d el e s c e p t ic is m o .—B 1escepticismo se
divide en total ó absoluto y cn parcial ó relativo. E l es-
cepticismo absoluto, llamado por los griegos (óf«»«), estu>
por, imposibilidad de hablar, fué sustentado por PirrÓn y
la nueva Academ ia, y consiste en sostener que Ja mente
se halla imposibilitada de decidir alguna cosa. E l escepti'
cismo p a rcia l es el que duda en este ó aquel orden de ver>
<lndes, pero que siempre admite algún orden de verdades.
lll.—¿ P u e d e a d m it ir s e el e s c e p t ic is m o a b s o lu to ?
—£ 1 escepticismo absoluto es inadmisible y no existe en
realidad, Ninguna persona de sano juicio puede dudar ni
lia dudado de las verdades que su conocer le ha presen­
tado con evidencia irresistible, pues á ellas se inclina la
inteligencia con una fuerza natural muy superior á todos
tos soñsmas humanos, y por esa razón todos ios que se
han llamado escépticos y han negado la posibilidad de
toda verdad, han vivido olvidándose de su doctrina, y
han obrado como quien está persuadido de que posee la
verdad; sirva $inó de ejemplo la vida'"del mismo Pirrón,
que di6 nombre al escepticismo^ y véase lo que dice
Hume en su obra Tratado de la natnralesa humana sobre
«y modo de v iv ir, no obstante ser escéptico. Ningún es­
céptico absoluto puede probar la legitimidad de su duda,
pues si lo intentara habría de apoyar su demostración en
premisas ciertas; mas ^cómo podían hacer esto sin ir con-
tra sí mismos, dudando, como dudan, de todo^ Por eso re*
sulta que es imposible discutir con los escépticos, pues no
cabe discusión en que no se admita algún principio 6 ver-
dad inconcusa del que proceda la que se intenta demos-
trar, y ellos no lo admiten.
£ s tal la falacia del escepticismo absoluto, que siempre
se halla en contradicción consigo mismo, puesto que mien­
tras por un lado niega que la raz6n pueda pronunciar jui­
cios ciertos, por otro se sirve de la razón para probar á
los dogm áticos la ilegitimidad de los medios de conocer;
porque cuando dudan de la verdad no tienen más remedio
que estar ciertos de su duda; que es un hecho interior de
que da testimonio la conciencia, y reconocer la veracidad
de (a conciencia, que da testimonio de la propia duda, y
conñar en este testimonio como medio seguro de obtener
Is verdad, equivale á reconocer la verdad que reconoce
el que está cierto de su duda.
Por último, aun cuando los escépticos absolutos nega-
el testimonio y la veracidad de la conciencia cuando
— 294 —

les asegura que dudan, no por eso su doctrina podria sos*


tenerse, porque rechazado el testimonio de la conciencia,
desaparecería también la duda, que $6Ío puede ser perci­
bida por medio de ella.
iV .^ ¿ P u e d e a d m itir s e en t e s i s g e n e r a l el e s c e p ­
t ic is m o p a r c ia l? —E l escepticismo parcial niega la ten­
dencia natural de nuestra facultad cognoscente á la v e r­
dad y los medios 6 criterios de la misma en algún orden
de nuestro cooocer. Pueden contarse entre los escépticos
parciales, bien los que niegan el testimonio de los sentidos,
bien los que niegan el del consentimiento común, y a los
que no admiten el de la autoridad humana.
En realidad, del escepticismo parcial al escepticismo
úbsoluto es m uy fácil el paso, puesto que desechado el
criterio de la evidencia (al que se reducen todos los cri­
terios) en cualquier orden de conocimientos, no hay razón
para admitirlo en los demás órdenes.
L o s etcépticos parciales admiten sin repugnancia como
verdadera la propia existencia y dan com o razón el he­
cho de que en favor de ella milita un m otivo que no se da
en ningún otro caso, á saber: la identidad del sujeto que
conoce con la cosa conocida; mas esta razón no es la
verdadera, y la prueba es que cuando afirmamos las reía*
ciones de nuestra conciencia, no es la tat identidad entre
el cognoscente y lo conocido lo que mueve i nuestra in­
teligencia á dar su asenso á la verdad, sino la evidencia
lucidez y precisión con que loa fenómenos internos se le
ofrecen á la misma inteligencia, sin que nos paremos en
muchas ocasiones á ver si el sujeto que piensa se identifica
con el que hace la comparación, como sucede en todos los
conocimientos de evidencia inmediata de nuestra concien­
cia directa.
Dicen los escépticos parciales, que cuando se trata de
alirm ar la realidad externa, hay necesidad de comparar
con ella [a representación de nuestra mente, y que esta
comparación es imposible porque ho hay medio de pasar
aujeto conocedor á las cosas conocidas y v e r como
ellas son en $t. M as desde luego se comprende que esta no
es una raz6n bastante á probar su aserto, pues de la mis­
ma manera que tenemos un medio para que la cognoscibl*
lidad de las cosas llegue hasta la facultad cognoscente»
dei mismo modo lo hay para que nuestra mente compare
si lo que ella conoce es lo que son las cosas ó no, y ese
medio no es otro que el mismo que h a y para que ese
mundo se ponga en relación con nuestro conocer» la cog­
noscibilidad. Adem ás, la facultad cognoscente humana no
sólo v e á las cosas en si> sino también en los principios,
razones y causas que las explican.
V .—E l e s c e p t ic is m o c r/ tíc c k a n tia n o ; s u r e fu t a ­
ció n .—K an t, en su C rítica de la razón p u ra , duda de la
veracidad de la razón hasta el punto de negar al hombre la
posibilidad de conocer todo lo que pasa ios límites de la
experiencia, pues dice en e) prefacio de la prim era edición:
«Tiene la razón humana el singular destino, en cierta es­
pecie de conocimientos, de verse agobiada por cuestiones
de índole tal, que no puede evitar porque su propia natu­
raleza ias crea, y que no puede resolver porque á su al­
cance no se encuentra», (i). E n otro lugar del mismo pre­
facio continúa: «No entiendo por esto (por crítica de la
razón pura) una crítica de (os libros y de los sistemas,
sino la de la propia facultad de (a razón en general con­
siderada en todos los conocimientos que puede alcanzar
sin valerse de la experiencia» (2). N o se extiende, pues,
según esto, el escepticismo de K an t más que al noúmeno^
como él mismo dice, ó sea á la esencia de las cosas; pero
cuán errónea sea esta doctrina se comprende fácilmente
con sólo leer toda la obra citada y v e r cóm o se vale de
la misma razón para probar que la razón no puede cono*
cer con certeza; luego ei mismo K a n t aprovecha la inte-

(I) Critica de U ra*áMfiura, tradaud<Sa de D. José Ptrojo, pá^. 125.


(3) M e o Ídem» 12 8 .
Ugibilidad <le la raz(3n y admite corno cierto el resultado
negativo de su critica.
V I.—'L a d u d a m e tò d ic a y s u s m o d o s.—Descartes,
en su D iscurso sobre e t método y en sus M editaciones, dice
que es conv*eniente una duda en la que, sin negar absolii*
tamente al espíritu humano la facultad de alcanzar la ver­
d ad y sin negar tam poco las verdades y a conocidas, $e
investigue si las que ya conocemos con certeza natural
6 espontánea son tales como nosotros Us conocemos.
A esta duda universal y condicional se la ha llamado
duda hipotética, y también duda metódica^ por haberla
proclamado Descartes con objeto de llegar á un conoci­
miento filosófico y cierto de U verdad.
L a duda metódica puede ser de dos m aneras, p a rti­
cu lar y universal, la particular, llamada también modera-
da, queda reducida á la investigación de algún fundamento
para esta ó la otra verdad, c u y a evidencia no vem os in­
mediatamente; duda que es legítima y conveniente; sien­
do m uy natural, por otra parte, que la razón emplee la
duda hipotética en algunos casos como preliminar para la
investigación de la verdad, sobre todo cuando quiera de­
sechar prejuicios ó pasiones; así vem os que muy frecuen­
temente la usan en la ciencia todos los hombres que
aman la verdad sobre todo.
L a duda universal ó llam ada también inmoderada^ es la
que no perdona verdad alguna, ni aun las que son evíden*
tes por sí mismas, como el principio de contradicción; ésta
es propiamente la que empleó D escartes, no sin servirse,
para llegar á ella, de verdaderos argum entos de escéptico
absoluto.
V{|.—¿ P u e d e a d m it ir s e l a d u d a m e td d lc a d e D e s ­
c a r t e s c o m o c o n v e n ie n te p a r a lle g a r á la v e r d a d e ­
r a c ie n c ia ? — E s antifilosófico todo procedimiento que va
contra la naturaleza, y se v a contra la naturaleza de nues­
tra facultad cognoscente siempre que se deje de asentir á
los objetos propios de los sentidos y á los principios ó á
axiomas del saber, pues é«ta no puede poner en modo
alguno en duda, ni aun por vía de hipótesis, lo que se ie
presenta con evidencia, pertenezca al orden que pertenez­
ca el conocimiento, salvo los casos anormales de demencia,
delirio, sueilo, etc., y aun en ellos si de despierta la con­
ciencia, lo que v e lo afirma, porque lo experim enta posí*
tivamente en su interior de ese modo,
L a duda metódica universal, comprensiva basta del
principio de contradicción, acaba por llevar al escepticis­
mo absoluto; porque una v t t desechado el principio de
contradicción como dudoso, toda certidumbre vendría por
tierra. En efecto; en van o se esforzó D escartes por salir
de su duda universal, pues sólo llegó á establecer como
principio de la ciencia el Cogito, ft g o sum, «pienso, luego
soy», pues com o sabemos, la conciencia no es otra cosa
que la misma facultad pensante que conoce reñexivamen-
(e sus mismos actos, y si la facultad cognoscente fuera
capaz de tom ar por verdadero lo que es falso, por ejem­
plo, el principio en que afirmamos todo es mayor qtu
<ualquiera de sus portes^ mal podríamos fiarnos de eíla
cuando percibe el hecho interno yo pienso.
O se reconoce el m otivo y razón suficiente para asen­
tir á esta verdad en la evidencia objetiva que tiene este
becho interno de conciencia, y en este caso y a tenemos
que es Innecesario dudar de las cosas que se manifiestan
¿ nuestra facultad cognoscente con claridad Irrefraga*
ble, 6 se niega Ó finge negar el derecho que tiene la razón
para asentir á tales cosas, y entonces la conciencia y a no
puede certificam os de ese hecho interno, que pensamos
y existim os y puesto que este hecho no tiene otro título,
para que 3e prestem os nuestro asenso, que el de ser e v i­
dente; más aún; si dudáramos deí principio de contradic­
ción, tendríamos que dudar de $i al mismo tiempo que
pensamos existim os, puesto que si el ser y el no ser no se
excluyen al mismo tiempo, ^qué inconveniente hay para
pensar y no pensar, existir y no existir al mismo tiempo?
SECCION SEGUNDA

c r it e r io l o g Ia

C A P ÍT U L O I
L q » e riH río » « n g e n s r a l.

I.—R a z ó n ddl p ían .—L a verdad y la certeza son la


característica del conocimiento cíentíñco; mas ^c6mo po'
dremos saber cuál es el conocimiento humano verdadero y
cierto? ¿Cómo podremos distinguir el conocimiento cierto
del erróneo? ^ ó m o del opinable y falaz^ Para resolver to­
das estas cuestiones, basta con que podamos contestar á
esta pregunta: ¿Existe algún medio de distinción Ó discer­
nimiento entre unos y otros conocimientos? L o s iógicos
dicen que sí; que para asegurarnos de la verdad de un co>
nocimiento tenemos las seguridades que nos dan los crite*
ríos; así, pues, estudiada la verdad y su opuesto el erro r y
los estados en que se puede encontrar la facultad cognos*
cente con respecto al reconocim iento de U verdad, co-
rrespóndeoos aquí averiguar cuáles son esos medios de
que nos hablan los lógicos.
— E tim o lo g ía d e la p a la b r a o rlte rio y n o c ió n d e
(08 c r it e r io s .—L a palabra criterio se deriva de la griega
crisis (xpíat') juicio, que á su vez se deriva del verbo griego
crtHo (x^ívib) juzgar. E n castellano esta palabra criterio se
emplea en el sentido de algo así como norma 6 regla j ‘ui-
cío» exam en 6 discernimiento, de donde se deduce que
criterio, para nosotros, no puede ser otra cosa que ei me­
dio de que nos servim os para discernir y distinguir la
verdad dcl error en los conocimientos que adquirimos
mediante nuestras fuentes de conocimiento.
III.—D iv isió n d d lo s c r it e r io s .—A l definir el crite«
rio hemos dicho que es et tntdio; ^pero acaso existe un
•olo medio para esto^ No> porque según sean los conoci­
mientos y según los elementos que hayam os de distinguir
en el objeto, así serán los medios; luego como éste no es
uno solo, para dividirlos tenemos que fijarnos en una base
real, y ninguna otra encontraremos más segura que aten>
der ál objeto de los criterios; y como lo que se discierne
por ellos es la verdad y la certeza, bien podemos dividir­
los primordial mente en criterios de la verdad y en crite­
rios de la certeza. Por no reconocer esto que acabamos de
hacer, muchos filósofos, al llegar á este punto, han come*
tido grandes errores, pues nada perjudica tanto á una di-
visión como no estar bien deslindados sus miembros, cosa
que sucede siempre que no se adopta una base real para
dividir, y sí una base artificial que no tenga más funda­
mento que la apreciación subjetiva del que divida.
IV .—C r it e r io s d e la v e r d a d j s u e n u m e r a c ió n .—
r«os criterios de la verdad, conforme á lo que hemos dicho
de los criterios en general, no son otra cosa que los moti­
vos y medios de que se vale la facultad cognoscente para
discernir y distinguir los conocimientos verdaderos de los
que no lo son; de suerte que deberán scr tantos cuantos
medios legítimos tengamos para conocer las cosas en to ­
dos sus aspectos, puesto que siendo la verdad ecuación ó
conformidad entre lo conocido por el sujeto y lo que son
las cosas conocidas en la realidad, esta verdad no puede
alcanzarse de otro modo que aplicando la fuente adecua­
da para conocer cada uno de los aspectos bajo los que
pueda hacerse presente la realidad al sujeto cognoscente.
A sí es, que será verdadero un conocimiento fenoménico
cuando haya sido aprehendido por la inteligencia, auxilia­
da debidamente, ora por ]a observación externa, ora por
Sa Interna, <5 más propiamente, auxiliándose debidamente
•de la sensibilidad externa é interna, llamada experiencia,
y de la conciencia; un conocimiento esencial \o será cuan­
d o haya sido percibido por U mismA inteligencia, discu-
rriendo de una idea á o(ra idea, de un juicio á otro juicio,
esto es, por la fuente razón; y un conocimiento fwmológico
io será cuando haya sido obtenido abstrayendo lo singu*
lar y concreto y generalizando conforme á la ley intelec­
tual por medio de la fuente entendimiento. D e modo que,
abreviando, podemos decir que los criterios de la verdad
son: 1.% los sentidos, que son los que nos sirven de instru-
mentos para ponernos en relación con e! mundo sensible;
2.^, la conciencia, criterio por el que conocemos los esta>
dos psicológicos del Yc\ 3.®, la memoria; 4.®, el consenti­
miento común, y 5.°, la autoridad humana.
V .—C r it e r io s d e la c e r t e z a ; s u e n u m e r a c id n .—
L o s criterios de la certeza no pueden ser otros que aque­
llos que pongan á nuestra facultad cognoscente en condi­
ciones de juzgar con seguridad que son verdaderos los
conocimientos obtenidos, puesto que para nosotros no hay
otros conocim ientos ciertos que aquellos que son eviden­
tes por sí mismos ó por demostración; luego segün esto,
ios criterios de la certeza son la evidencia y la demos-
traclón.

C A P ÍT U L O II

C rite rio d e lo s eentU ee*

I. —¿Q ué c o m p r e n d e m o s a q u í b a jo la d e n o m i­
n a c ió n d e sen tid o s?*—Bajo la denominación de menti­
dos comprendemos aquí todo el organismo sensible, y por
consiguiente lo s sentidos externos, llamados también cor­
porales, y los sentidos internos, com o son el sensorio co­
mún, la estim ativa ó sentido v'ital y la imaginación ó fan*
tasía.
— 301 -
il.—O bjeto y fin d e lo s sen tid o s. —E l objeto gene-
ral de los sentidos, como se prueba en la Psicología, es lo
singular y sensible de los cuerpos; esto no obstante, cad<i
uno de ellos tiene como objeto propio alguna modÍlica>
ción determinada del cuerpo que los impresiona; así el co-^
lor impresiona al sentido de la vista, el sonido al oído, ek
saóor al gusto, el olor al olfato, los m atices separados de
estas impresiones al sensorio común, y la representación
interna con form as adecuadas á las exteriores á la im agi-
nación.
E l ñn de los sentidos consiste: 1.^, en transmitir por
todo el organismo y á sus centros las impresiones de los
cuerpos exteriores que con sus cualidades y hechos nos
afectan, ad virtiéndonos de lo que es útil y dañoso á nues­
tro organismo y sirviéndonos por tanto para la conserva­
ción de nuestra v id a Individual y especíñca; y 2.^, cn su*
ministrar i. nuestra inteligencia m ateria para las concep­
ciones intelectuales, sirviendo de realidad intermedia en­
tre el mundo exterior y nuestra alma, pues los sentidos,
como ventanas d el alma^ ponen en comunicación, hasta
cierto limite, lo exterior con lo interior y viceversa.
111.—L o s se n tid o s c o n s id e r a d o s lò g ic a m e n te .—
Los sentidos.que comunican á nuestra naturaleza corpó­
rea con el mundo exterior, ponen también á nuestra ía*
cuitad cognoscente en comunicación de conocimiento
con ese mundo exterior, por donde resulta que son medio
de conocimiento, y por consiguiente, que la L ógica tiene
que estudiarlos bajo este aspecto. Como medio de cono-
cimiento, los sentidos externos reciben y transmiten a)
sensorio común ó centros nerviosos la acción de las natu­
ralezas corpóreas sensibles que recibe separadas el senso-«
fio común y conserva y reproduce después la imagina­
ción con formas sensibles adecuadas á las de espacio y
tiempo exteriores, en las cuales aprehende la facultad es­
piritual Inteligencia lo hecho presente de las naturalezas
corpóreas si las atiende; la misma imaginación determina

/i Or
.^ r r

— 302 —
y concreta los estados 6 dctos cognoscitivos de la facul*
tad intelectual, dándoles formas adecuadas á las de espa­
cio y tiempo, y las transmite y comunica al organismo
Mnsible humano, gracias á su continuidad con el sistema
nervioso. Tienen, pues, los sentidos, como fuente auxiliar
del conocer, un carácter primeramente receptivo del
dato m aterial que ofrecen para la formación del cono*
cimiento, dato cu yo v alo r depende, en primer lugar, de
que no falte la continuidad entre el medio natural, los
sentidos externos y los sentidos internos, sensorio comúa
y fantasía, y en segundo, de la comprobación que hace­
mos con dicho dato al compararlo con la realidad de que
procede mediante el ejercicio de toda nuestra actividad
intelectual.
IV .—C o n d ic io n e s n e c e s a r ia s p a r a q u e lo s se n ti­
d o s p u e d a n t o m a r s e c o m o c r it e r io s d e v e r d a d .^
De lo dicho en el párrafo anterior se deduce que los senti­
dos, tanto externos com o internos, son criterios de verdad,
ó mejor, pueden contribuirá la obtención de conocimientos
experimentales verdaderos, siempre que sean empleados
en las circunstancias siguientes: 1.^, que se hallen en su
estado natural, tanto por parte del Órgano como por parte
del medio y la distancia á que se hace uso de ellos, si se
trata de los externos; 2.*, que su testimonio se halle en
relación con la naturaleza del objeto.percibido; 3 A que el
testimonio de los sentidos sea constante y uniforme;
4.*, que no h aya oposición entre el testimonio de difered*
tes sentidos; 5 / , que la razón sea ia que los dirija conforme
á estas condiciones, consolidando su ejercicio, y 6.*, que el
alm a esté atenta al dato que presentan para el conoci­
miento. L o s sentidos de tal modo aplicados, son los me*
dios de que se vale la inteligencia para conocer los cuer­
pos, los cuales, con sus propiedades, impresionan á lo$
órganos de los sentidos y son la causa próxim a de las
sensaciones del Yo.
V .—V a lo r ló g ic o d e la s e n s a c ió n .—K 1 dato que
ofrecen los sentidos para la obra de! conocimiento, mien­
tras no es más que la modiñcacidn que la acción de los
cuerpos produce en los sentidos del organismo humano,
se llama im presión; luego que ha modiñcado al Y o hu­
mano por haber atendido á ella nuestra alm a, se llama
sensación, la cual, considerada en su aspecto afectivo 6
emocional, ts subjetiva y variable^ pues esa afección puede
ser placentera ó dolorosa aun dándose las mismas circuns­
tancias objetivas y las intermediarias sensibles de comu­
nicación; así lo am argo puede emocionar agradable*
mente, no sólo porque se haya habituado nuestro sentido
del gusto, sino también porque lo perciba nuestra inteli­
gencia como conveniente; por donde vemos que la sensación
es algo m ás que un fenómeno m odiñcativo de nuestro or­
ganismo y de nuestro y o ; es también representación que
nos advierte la existencia de algo que con sus cualidades
nos afecta; luego la sensación, considerada adecuadamente,
no es mera afección subjetiva, sino que es también repre>
sentación que contiene una relación determinada con ios
objetos materiales, la cual, aprehendida por la inteligencia
en relación de presencia y distinción, es la condición del
conocimiento que alcanzamos de los cuerpos y de sus
cualidades.
E ste aspecto representativo, que tiene toda sensación
de las cualidades de los cuerpos, es lo que constituye el
carácter y v alo r lógico de la misma, pues él es el que
suministra lo s datos para la formación de los conoci­
mientos experimentales, tales como el de (a modificación
de nuestro organismo mediante la acción de lo exterior,
dato necesario, que por su condición fatal no engaña,
pues se limita á llamar la atención dei espiritu; otro dato
ts la relación que guarda con las cualidades de los cuer­
pos que con su acción dieron el aviso^ el cual suministra
la materia sobre que ha de obrar la inteligencia para
formar el conocimiento. D e modo que la sensación es un
estimulo que por e* primer dato despierta la inteligencia.
y es la ocdaión de su ejercicio, y por el segundo suminis­
tra ia materia, para que la inteligencia se ponga en rela­
cidn de conocimiento con lo material sensible.
VI.*—Im p o r ta n c ia l ó g ic a d e l s e n tid o In te rn o im a ­
g in a c ió n .—L a imaginación conserva esta sensación y la
reproduce, pudiendo llegar á formar una copia de toda la
realidad sensible interior y exterior en que vivimos» va-
liéndose de imágenes, tipos» símbolos ó exquem as; y de
este modo la sensación, que es fugaz y pasajera, queda ñja
y puede detenerse la atención intelectual en su contempla«
ción cuanto sea necesario p ara hacérsela presente y per>
cibir cuanto representa. H e aqui la razón de que se haya
admitido uoa memoria sensible á diferencia de la intelec­
tual, siendo asi que no es más que el resultado del funcio*
namiento natural de ia imaginación ( l) .
V em os, pues, que la imaginación tiene la importancia
lógica de hacer aprovechables las modificaciones fugaces
de las sensaciones para la obra del conocimiento; ahora
bien, para que sus representaciones tengan el valor de
datos que representan la realidad y no el de ilusiones y
apariencias, es preciso que la inteligencia reñeja com^
pruebe de continuo las representaciones que le ofrezca»
contrastándoliis cuantas veces sea necesario con la obser­
vación del mundo exterio r, distinguiendo los elementos
que la sensación ofrece unidos.
V il.—¿ P o d e m o s t e n e r s e g u r id a d d e la v e r d a d de
J o s c o n o c im ie n t o s o b te n id o s m e d ia n te l o s s e n ti­
d o s ? —Con respecto á las cualidades de los cuerpos y sus
modiñcaciones, el testimonio de los sentidos es criterio
seguro de verdad, siempre y cuando se cumplan las con­
diciones que hemos expuesto, y además apliquemos al
dato sensible la actividad cognoscente con las condicio^
nes que señalamos al hablar de la atención, percepción y
determ inación, y Sa razón ea clara; si nos equivocásemos

(s) V^&M soe^tr* M ets/itiea^ X. II, pág*. 64


cuando juzgam os de U s cosas sensibles percibidas por los
sentidos c o a arreglo á las condiciones indicadas, semejante
error no sería y a de nuestro modo de juzgar, sino del modo
de ser nuestra naturaleza humana; pero nuestra natura*
leza inteligente no tendría finalidad natural si, obrando
con arreglo á sus leye s, no pudiese alcanzar la verdad,
que es la exacta correspondencia entre lo visto por el
cognoscente y lo que es el cognoscible.
P or otra parto, resulta que el testimonio de los senti­
dos acerca de su objeto propio es claro, manifiesto y evi*
dente, imponiéndosenos hasta el punto de no poderlo
poner en duda de una manera seria y formal; pues es la
única razón que podemos señalar de la certeza con que
asentimos á ciertas verdades, tal como si alguno me pre­
guntase por qué es blanco el papel en que escribo, le diría
que porque así me lo testifican mis sentidos visuales, que,
gracias á Dios, están buenos, y las mil observaciones y
comprobaciones que he hecho me han dado el mismo re­
sultado.
E s error muy extendido el creer que los sentidos nos
engañan con frecuencia. L o s sentidos realmente ni se en­
gañan ni pueden engañarnos, pues hablando con propie­
dad, siempre perciben y representan los objetos de la ma­
nera que deben percibirlos y representarlos en virtud de
las circunstancias que acompañan su ejercicio y según el
estado de los mismos; por consiguiente, el error procede
de la facultad cognoscente, que no examina debidamente
aquellas condiciones antes de juzgar de lo venido por el
canal sensible; así, dice Brochard, que el erro r es resultado
de un acto de generalización de nuestro entendimiento»
mientras que las fuentes experiincia y tazón son infali­
bles, y el P. J a net afirma, por su parte, que el error reside
tn las inducciones sacadas de los datos de los sentidof,
Qo en los sentidos.
— 306 —

C A P ÍT U L O lll

c o n d o n cia.

I.—D iv e r s a s a c e p c io n e s en q u e h a s o lid o y su e­
le t o m a r s e la v e z c o n c ie n c ia .—A l tratar de la divi­
sión de los criterios dijimos que la conciencia era un cri­
terio de verd ad, pero reservándonos hablar de ella de un
tnodo especíat en este capítulo, dada 6u innegable impor­
tancia; así como para conocerla reflexivam ente, con el ña
de comprender m ejor las cuestiones lógicas que su estudio
envuelve.
jCoQciencial H e aquí una palabra usada con mucha
frecuencia en e! com ercio de la vida y en diversos sentí*
dos, de tal modo, que es común oír las expresiones: <No
tiene conciencia de (o que hace»; «habla sin conciencia de
lo que dice»; ces un hombre sin conciencia»; <Fulafioe$
un artista concienzudo»; «se falló el pleito á conciencia»,
por decir: «No tiene conocimiento de lo que hace»; «ha­
bla sin saber lo que dice»; «es un hombre Inmoral»; «fa­
lló el pleito en justicia». E stas expresiones d a n á enten­
der que la*palabra conciencia suele ser tomada como
sinónima de conocimiento, y según sea este conocimiento
del alma, del mismo conocimiento, de los actos con rela­
ción al bien, de la belleza, de los principios jurídicos, etcé*
tera, etc.; asi se la puede llamar conciencia psicaUgicA^
lógica y m oral, estética, ju ríd ic a , etc.
II.—E tim o lo g ía d e l a p a la b r a c o n c ie n c ia .—Atea*
diendo al origen etimológico, observamos que (a voz con­
ciencia se deriva de las palabras latinas y scire, queÜ*
teralmente significan saber, de modo que, en considera­
ción á la etim ología, tener conciencia es lo mismo que sé-
propiamente- M as como uno no dice sólo que tiene
conciencia de lo que conoce ser, si que también dice: tenge
conciencia de lo q u t hago, de lo que siento, quiero, y ^

I
otras muchas cosas que de] yo se pueden decir, claro es
que legítimamente podemos afirm ar que la esfera de la
conciencia se refiere no sólo al conocer, sino que más bien
á todas las esferas de la vida en que somos parte activa
Ó pasiva y en que nos reconocemos como tales agentes ó
pacientes.
A h ora bien; nosotros examinaremos aquí Cínicamente
la conciencia de! conocimiento« que es la que importa al
lófico, pero expondremos también algunas investigaciones
que son propiamente psicológicas, dado que tenemos ne­
cesidad de determinarla en su naturaleza para comprender
8u alcance cognoscitivo y valor lógico, tanto más cuanto
que empezamos por ella el estudio y no por la Psicología.
III.— C a r a c t e r e s d e la c o n c ie n c ia .—L a conciencia
no es nuestro ser mismo, sino algo que de él se dice; así
lo comprueba la frase: m i conciencia me manda que cjecuU
la ju sticia y evite la injusticia', y prueba esta frase, que es
una propiedad ó a!go que al ser pertenece y no el mismo
ser, porque si no, en ella no se emplearla el posesivo mi^
y y a es sabido que los posesivos se emplean para referir
las propiedades á los seres de quienes se dicen.
E sta propiedad es permanente en el ser de quien se
dice, esto es, se da siempre en el ser consciente. No que­
remos decir con esto, com o pudiera creerse, que el ser
consciente se dé cuenta de un modo constante y sin in­
terrupción alguna, de que posee tal propiedad, no, pues
por lo que hace al hombre, la propia observación le de­
muestra que no es así, porque no es en nosotros perma­
nente el sabernos como tales conscientes, es decir, como
conscientes reflejos, cosa que únicamente podríamos afir*»
marla si, sin interrupción, nos diésemos cuenta de ella, lo
mismo en el estado de vigilia que en el de sueño, en la
embriaguez que en !a locura y en e( éxtasis que en el
eetupor, en los cuales, por lo general, no aparece ésta, y
aun en la vigilia suete suceder que se veriñque como una
«specie de adormecimiento de }a conciencia, por la aten^
ci6n ñja y tenaz con que nos solemos dirigir al conoci*
miento 6 contemplación de un objeto. M as no se crea
tam poco que deje de existir porque en el estado A ó B
deje de ejercerse, no, y la prueba es que, en esos mismos
estados de sueño parcial, sonambulismo, catalepsia, éx*
tasis, demencia y otros, suele ocurrir á veces que se des­
pierte con una actividad tan enérgica, por lo menos, como
en el estado de vigilia; cosa que ciertam ente no acontece­
ría si la conciencia no fuese propiedad permanente del ser
conociente. E l fenómeno de que la conciencia no se mani-
ñesta constantemente, se explica con facilidad si se tiene
en cuenta que la m ayor parte de las veces se queda como
adorm ecida, ó porque no nos lijamos más que en el objeto
del conocimiento, sin atender á que somos el sujeto del
mismo (conciencia directa ó habitual como la llaman los
escolásticos), ó porque la actividad del espíritu no se ejer'
cita; y así como no deja de pertenecem os el pie porque no
estemos andando, tampoco deja de pertenecem os la cofi*
ciencia porque no se dé en acto.
L o que acabam os de exponer nos lleva á reconocer
en la conciencia el carácter de manifestarse de un modo
variablcytn cuanto que es varia en su ejercicio; de suerte
que la conciencia es, al mismo tiempo que una propúditi
perntanenie, una propiedad mudable en su ejercicio, y no es,
com o alguien ha dicho, e l alm a misma, sino que más bien
es algo que al alma pertenece; pero como las propiedades
que son permanentes y variables en su ejercicio se Maman
potencias ó facultades, !a conciencia es una potencia que
podemos reconocer en el hombre, potencia que, no obs-
tante pertenecer al orden cognoscitivo si la consideramos
subjetivam ente, por sus aplicaciones, Ó sea objetivamente
considerada, lo mismo se refiere al orden cognoscitivoqu^
a l urden volitivo y sensible, pues todos los hombres pode*
mos com probar en nosotros que son verdad las frases.'
Tengo conciencia de m i error, tengo conciencia de mis se-
tos y tengo conciencia de m i dolor.
Una potencia que se ejerce sobre varios se llama fa c u l­
tad, mas toda facultad establece una re)ación de presencia
con el objeto sobre que se ejerce; luego la conciencia es
una facultad de relací(!5n de presencia.
Pero no es esto solot la conciencia, como U inteligen­
cia, es relación de distinción, porque los términos objeto y
sujeto del conocimiento que Mamamos consciente no se
confunden, aun cuando no sean más que un solo ser>elcual
entra en la relación consciente como activo y rcaptivo\
así, por ejemplo, en el hecho de conciencia «conozco que
conozco», es lo mismo que si dijéramos: y o me reconozco
como sujeto del conocimiento que adquiero; por donde se
ve que la inteligencia se reconoce á sí misma como sujeto
d elacto q u e ejecuta al conocer. S ¡ decimos «conozco que
sieato», también es un hecho de conciencia mediante el
cual el alma se reconoce como sujeto que conoce su propio
sentimiento, que es el objeto sentido y conocido por é!, y
en el cual; com o en el anterior, no h a y otra cosa que el
ejercicio de la inteligencia, conociéndose como sujeto a c ­
tivo que conoce el sentimiento que «ufre el Yo en cuanto
sujeto pasivo; por donde se v e que la conciencia no es una
nueva facultad del espíritu, sino la misma inteligencia,
pero puesta en ejercicio de un modo especial, cual es el
de darse á sí misma en relación de presencia ante si^ por
virtud de la cual relación se conoce á sí misma como cog­
noscente de tal ó cual cosa, pues aunque dos piedras pue­
den estar presentes la una á la otra, no se dan ante sí
mismas, ni la una recibe la presencia de la otra estándose
presente ante sí, ni la otra es conocida por la que pudiera
hacer de cognoscente; y esto que decimos de las piedras,
lo decimos de los seres inferiores al hombre, por lo cual
no debemos afírm ar que tienen conciencia, dado que no
tenemos ningún dato positivo para afirm ar que se hagan
presentes ante sí mismos, conociéndose como tales suje­
tos de conocimiento.
IV.—¿ C ó m o p u e d e d e fin ir s e la c o n c ie n c ia ? .—T ó -
•*r* —

- 3 10 —
canos ahora, elevándonos sobre lo q u e nos ha dicho h
experiencia, averiguar c6mu se definirá la conciencia; y
nos encontramos con que para unos la conciencia es /a
fa c u lta d de ser y estar en s(; para otros la fa cu lta d de ser
y estar sobre s i y y para algunos la facu ltad de ser y estar
por sí.
N ótase en todas estas definiciones, que convienen en
que la conciencia es una facultad de relación, suponiendo,
p or tanto, un sujeto y un objeto, que puede ser e! mismo
consciente 6 algo fuera del mismo, 6 por último, la rela­
ción que se establece entre dos seres conscientes; en lo
que no convienen es en cuál sea la clase de esta relación»
puesto que en la prim era definición se indica que la con­
ciencia es una relación de continencia expresada por la
preposición en, y aun cuando éste sea un carácter de la
relación consciente, es lo cierto que no es e! primero,
porque no obstante estar como conscientes presentes á
nosotros mismos, también com o individuos estamos den-
tro de la especie y el género; en tanto que en la segunda
deñnición se expresa la relación de conciencia con la pa-
iabra sobre^ que en sentido metafórico quiere decir pre­
caución y prevención, ó como si dijéramos estar sobre
aviso, estar prevenidos', pero como se comprende á la más
ligera meditación, nu es éste un carácter distintivo de la
co n c ien c iA , porque entonces la conciencia directa ó habi­
tual no sería conciencia. La tercera definición expresa la
relación con la palabra fo r , que indica causalidad, y aun
cuando la conciencia es una relación de causalidad, no es
la única; por tanto, no debe ponerse com o característica.
E l P. Z efe riño González define la conciencia diciendo
que es la percepción experim ental de algún estado interno y
modificación ó afección presente de nuestra alm a ( i) . Esta
deñnición indica que la conciencia es una relación de
presencia y cosa que es verdad, pero también lo es, que

( 1) F i l 0t 9f i ü E U m ení^l, tomo I, p á ^ . 2 1 5 , tercera edicldo.


éste no es su dnlco carácter, y adem ás esta deñníción
peca por lo v ag a y poco determinante de su objeto y
sujeto, puesto que en realidad todo conocimiento es per*
cepcíón y relación de presencia.
E l D r. Donadiu y Puignau, siguiendo á la m ayor
parte de los escolásticos, y con especialidad á Santo Tom ás,
entiende por conciencia en general el acto del entendi­
miento, en virtud del cual el alma conoce sus propios
actos. N osotros tam bién creemos que la conciencia no
es una nueva facultad intelectual, sino la facultad cog>
noscitiva, que y a hemos explicado oportunamente, pero
manifestada con un carácter especial que nos hace darla
esta denominación; y ta prueba de nuestra afirmación está
en la investigación que hemos hecho en el párrafo ante*
rior, en el cual hemos encontrado que la conciencia, se­
gún los conocimientos conscientes examinados y el modo
de obtenerse éstos, tiene todos los caracteres de la ínteli-
gencia, y además et especial de hacerse presente ante si
en el acto de conocer; luego la conciencia no puede ser
para nosotros otra cosa que la inU ligencia misma en
cuanto tiene la propiedad d f hacerse presente ante s i c^mo
tal sujeto cognoscente de los conocimientos^ voliciones y sen­
timientos de que e l alm a es sujeto estivo ó receptivo.
V .—D iv isió n d e la c o n c id n c ia .—De la definición
anterior se deduce que la conciencia tiene dos objetos:
uno los conocimientos, voliciones y sentimientos ó modi­
ficaciones activas ó pasivas que afectan al alma, experi­
mentándolas, sintiéndolas y queriéndolas; otro, el sujeto
de esos fenómenos llamado sujeto pensante ó simplemente
Yo; puesto que la conciencia no sólo nos dice e! dolor, ale­
gría, conocimiento ó volición, sino que se da en nosotros.
De esta consideración se deduce la división más fundamen­
tal de la conciencia en directa y refleja.
Damos el nombre de conciencia directa á la que se
concentra y fija principalmente en el fenómeno Interno,
y de una manera Imperfecta en el sujeto del tal fenómeno
hasta el puato de pasar éste muchas veces desapercibido;
por ejemplo, si asisto á la explícacióa de ua maestro y me
llega á interesar, concentro y fíjo toda la atención de mi
actividad en los conocimientos que me v a comunicando,
y puedo llegar hasta olvidar que yo so y el que le está
oyendo; á esta conciencia llamaban los escolásticos ha­
bitual. En cambio denominamos conciencia reñeja á la
que se ñja en que ella es el sujeto que está haciéndose
presente los fenómenos tales Ó cuales internos que le mo­
difican, como por ejemplo, si oyendo tocar una pieza en
el piano, me fijo principalmente en que y o so y el que
estoy oyendo con agrado ó con disgusto la tal pieza.
V I.—¿ E 3 am pM able la c o n c ie n c ia e n g r a d o s ? * *
L a conciencia, que es una propiedad cualitativa de nues­
tra inteligencia é ingénita en ella, se ejercita solicitada
por objetos Interiores y exteriores que se le hacen pre­
sentes, algunas veces sin darse cuenta de ello, ó por lo
menos confusamente, y otras de un modo reflejo é intenso,
según hemos visto en el párrafo anterior; así es que en
este sentido reconocemos grados en la misma, variando
éstos desde la directa ó más obscura hasta la re/leja ó
más clara. E n el sentido de que no cabe que en un mo­
mento ni en todos los momentos de nuestra existencia
temporal tenga la conciencia presentes ante s i todas las
cosas y conocerse como sujeto cognoscente de todos los
actos que, cual espíritus unidos á un cuerpo, podemos co­
nocer, sentir y querer, pues en un momento dado, ni
nuestra inteligencia puede tener igual riqueza de datos
presentes, ni la reflexión de todos io s momentos durante
nuestra existencia es igual tampoco, ni, ñnaln^ente, aun
cuando la conciencia sea en todos los hombres de la
misma naturaleza, se d a en todos ellos con la misma in­
tensidad.
V il.-^ ¿C u á n d o e s la c o n c ie n c ia c r it e r io In falib le
d e verd ad ?— conciencia tiene como objeto propio las
modificaciones activas ó pasivas que afectan al Yo y
existencia del mismo Fb, corno sujeto de ellas, por cuya
razón la conciencia es la Inteligencia misma presente ante
s{ en relación cognoscitiva, en la cual se ve como sujeto
cognoscente de las dichas modiñcaciones y de si misma, y
en esta vista sintética y analítica no es posible el error,
puesto que no puede haber percepción sin que h aya sujeto
real que v ea y sin que lo experimentado 6 v'lsto no envuel­
va alguna rea lldad por parte del sujeto que lo experim enta,
pues la nada no se ve ni experimenta, por más que el objeto
que representa no exista realmente fuera del acto reflejo;
conocer que conocemos un conocimiento, conocer que sen­
timos un sentimiento y conocer que queremos y que al
mismo tiempo no existan ni el conocimiento, ni el senti­
miento, ni la volición^ es tanto como admitir lo inconci­
liable y lo contradictorio; luego podemos concluir añr-
mando que la coociencia es criterio infalible de verdad
siempre que se trate de las percepciones de su objeto
propio; en razón á que ningún otro conocimiento puede
dársenos con más claridad y evidencia, ni cosa alguna
nos es más íntima, presente y manifiesta que los fenóme­
nos que en nuestro Yq se realizan, siendo á la vez sujetos
y objetos, como efectivam ente lo somos; además, tratán­
dose de los juicios de la conciencia, ella es la única y últi*
ma razón que podemos señalar con respecto á su verdad;
así, si se me pregunta por qué razón afirmo y aseguro que
verdaderamente en el momento actual estoy pensando en
la Importancia del criterio de conciencia, no puedo expo­
ner otra razón que la siguiente: porque experimento y
conozco íntimamente estos fenómenos.
E s cierto que en los estados de sueño, demencia y de­
lirio, la conciencia suele despertar de tal modo que forma
juicios, los cuales no suelen corresponder siempre á la
realidad exterior: ¿deduciremos de aquí, como hacen mu­
chos. que la conciencia es criterio falaz que suele indu­
cirnos á error? L a conciencia, aun en esos estados, es cri­
terio infalible en lo que se refiere á su objeto propio, pues
W - •

— 3U —

eJ que sueña 6 delira no se engaña a( juzgar que como


tal sujeto está conociendo que conoce, siente 6 quiere»
sino que su engaño lo realiza cuando añrm a que esos
hechos internos pertenecen á tal 6 cual objeto exterior;
pero 2d tal afirmación no pertenece y a á la conciencia,
sino á ia nz6ci. U n sujeto puede soñar que está viendo un
gran salón en el cual se celebra una sciré; que éi se v e
com o sujeto de tal visión, es Infaliblemente verdad; que
la visión que él tiene corresponde á la realidad, esto ya
depende de que antes de dorm irse Ío haya visto ó no, tal
y com o se le hace presente en el momento del ensueño;
luego la conciencia no engaña en cuanto á su objeto pro>
pió, que e$ la percepción de los estados internos como sU'
jeto de los mismos.
L a conciencia, se ha dicho también que no puede ser
criterio de verdad, porque en algunas ocasiones induce al
hombre á formar juicios contradictorios, como por ejem­
plo, siempre que un mismo objeto nos hace experimentar
sensaciones, voliciones ó conocimientos opuestos, ta! como
el calo r y el frío, la simpatía y !a antipatía, el conocerlo
y el desconocerlo; sin em bargo, nada más lejos de la ver­
dad que la presente acusación contra la conciencia. Lo
mismo las sensaciones que las voliciones y conocimientos
que caen bajo la esfera de acción de la conciencia, no son
contradictorias en cuanto estados de nuestra conciencia;
K'.
kt pueden serlo, sí, las cosas á que se reñeren; mas com o es­
tados puramente subjetivos, todos son estados internos y
tienen la misma naturaleza; asi el agua fría y la caliente
objetivam ente tendrán grados de calor diferentes, puesto
que mientras la fría puede no tener ninguno y alcanzar hasta
la temperatura de nuestro cuerpo sin que la llamemos ca­
liente, la caliente puede llegar hasta la evaporación y
siempre la llam arem os caliente; mas consideradas una y
otra con respecto al sujeto que experimenta las sensacio­
nes, tan fenómeno sensación es para él la que produce la
fría como la caliente, como tan fenómeno volitivo es amar
LV^
á una co$a como aborrecerla, y como tan conocer es ponerse
en relación de presencia y distinción con ei aspecto A de un
objeto como con su opuesto B ; y como para que hubiera
verdadera contradicción en la conciencia sería preciso
que ésta añrmase de los estados, que soa su objeto p ro;
pío, cosas contradictorias topándolas bajo el mismo punto
de vista, y esto no resulta, de ahi que no sea cierto que
la conciencia nos lleve á la formación dejuicios contradic*
torios, y que pueda reconocerse sintiendo al mismo tiempo
la sensación del calor del agua callente y la del frío del
agua fría, ea razón á que no obstante la simplicidad del
espíritu humano éste encierra uaa multiplicidad operativa
C3si inñnita.

C A P ÍT U L O IV

L * riMinoH«.

l —Razórt ddJ p la n .—E l conocimiento humano se ob­


tiene en el tiempo, porque e s el resultado del conocer que
K ejerce en el tiempo, esto es, adquiriendo unos conocí«
mientes después de otros y no todos á la vez, y como la
ciencia no se forma de solo el conocimiento de un mo-
cncnto, sino de conocimientos pasados, presentes y aun
futuros, precisa que para llegar á la verdad de esa ciencia
baya un medio de enlace, criterio á su vez de verdad, que
nos haga presentes la unidad de lo cognoscible y dcl que
conoce, y este medio lo tiene la naturaleza humana y es
conocido con nombre de memoria. H e aqu(, pues, la
razón de que estudiemos en este lugar la memoria como
criterio de verdad.
H .~ ¿Q u é e s la m e m o ria ? —Cuando estudiamos la
conciencia dejamos consignado que es perpioninti en su
®*encla; así, pues, es de razón afirm ar que, aun después
de )a muerte, ó sea de la separación del espíritu y cuerpo,
espíritu dei hombre debe ser consciente, porque la
— 3 16 —
m uerte, tomándola en su sentido propio> no es más que la
desorganización del cuerpo, el término de la vida del
cuerpo, y la conciencia pertenece al espíritu, que no pe­
rece. y no se nos arguya que no siempre estamos presen*
te$ ante nosotros, porque esto sucede á consecuencia de
ejercerse (a conciencia sobre varios objetos, y por tanto
ser mudable en su ejercicio; asi es que la vem os manifes­
tarse en hechos que se llaman de conciencia» y como unos
no son otros, porque estos hechos se dan el uno á conti-
nuación del otro, claro es que la conciencia se maniñesta
en el tiempo y en hechos sucesivos, y p or lo mismo ha de
dar por resultado que, no obstante ser permanente, haya
momentos en que esté como adormecida y que en unos
hechos aparezca con más intensidad que en otros. A s í
vem os sucede en los estados del sueno, embriaguez y
otros, en los cuales parece que ha desaparecido la con­
ciencia, y sin embargo no ea así, porque si esto fuese v e r­
dad, tan pronto seríamos seres conscientes com o incons*
ciehtes, tan pronto seríamos seres espirituales como
dejaríamos de serlo. ¿ Y sería posible, una vez perdida,
recobrarla? A ! decir que la conciencia se da en hechos su­
cesivos, afirmamos también de ella la continuidad^ porque
es una propiedad de la Inteligencia que se ejercita en he­
chos sucesivos. A h ora bien; el tiempo, que es el medio
general en que se manifiestan los hechos de la conciencia,
tiene dos partes separadas por el límite m óvil é instantáneo
akora^ que son el antes y el después^ e! pasado y e l futuro;
así, pues, habiendo considerado á la conciencia com o mu«*
dable en el tiempo, tendrá que guardar relación con las
direcciones que en el tiempo se han reconocido por los
autores, es decir, con el pasado y con eí porvenir. Y ¿cómo
llamaremos á la conciencia en relación con el pasado? Más
claro: ¿cómo llamaremos á la propiedad de traer ante s í 6
i presente el pasado? Creemos que i esta propiedad que
nc^ hace presente lo que fué, el nombre m ás propio que le
conviene es el de memoria^ de memoraría hacer perma-
nente, hacer alto. De modo que, siendo lógicos, debemos
contestarnos á U pregunta qué es la memoria: «Memoria
es la conciencia del pasado».
Examinando las definiciones que de la memoria se han
dado, nos encontramos con ésta: «Lti facultad de repro­
ducir y reconocer los conocimientos ya pasados». E n e))a
se notan dos objetos, uno reproducir los conocimientos
pasados: otro, volver á conocer los conocimientos pasados.
A dviértese á primera vista en esta definición, que en los
dos oficios atribuidos á la memoria se supone la conciencia,
porque ^xómo volverem os á.producir y cóm o volverem os
á conocer los conocimientos y a adquiridos, si no nos re-
conocemos á la vez el mismo é Idéntico sujeto que tuvo
aquellos conocimientos? ¿ Y esta Identificación puede ha­
cerse sin estar presentes ante nosotros, y sín que aquellos
conocimientos que se recuerdan se den ante no&otros
como presentes en otro tiempo? Claro que no. no se
llama á esta propiedad conciencia? Si; luego la definición
que acabamos de exam inar, y que con pequeñas diferencias
dan los escolásticos, no es exacta. A g rega n los que dan
esta definición, que la memoria así definida es la memoria
sensitiva, por ser común á los animales y al hombre y por
necesitar de órganos para ejercitarse. N o negaremos nos­
otros que muchos de los estados traídos á presente por la
memoria hayan sido percibidos la primera vez mediante el
empleo de las facultades sensibles, y por tanto, mediante
facultades orgánicas; pero tampoco se nos podrá negar
con verdad, que el único principio vita! del hombre es el
alma y que, por consiguiente, de ella dependen, mediante
sus potencias, todos los hechos que al hombre se atribuyen;
ni tampoco se atreverá nadie á negarnos, á poco que piense,
que es condición sine qua non para recordar que lo que se
recuerda se b aya hecho presente ante nuestra inteligen-
cia, y como esto sólo se realiza cuando la Inteligencia se re­
conoce á sí misma como cognoscente, ó sea en cuanto es
tal conciencia, de »hi que por lo que se refiere al hombre
sólo pueda éste recordar los hechos de conciencia, y a sean
de] orden sensible, y a del Intel^ible, y a del volitivo;
ahora, si en consideración á los órdenes de hechos que se
pueden recordar se la quiera llamar sensible, inteligible
y volitiva, nosotros no tenemos inconveniente alguno,
siempre que se entienda que la memoria en si misma con*
siderada, 6 mejor, en cuanto subjetiva no es más que
la conciencia del pasado. S i queremos una prueba de esto
que afirmamos, en la experiencia podemos encontrada á
poco que nuestro pensamiento analice. Hagam os pasar por
delante de nuestra vista una porción de objetos distintos
y sin conexión entre sí, que se detengan cada uno de ellos
ante ía retina no más que el tiempo necesario para que se
pueda verificar la impresión visual de todos ellos, y ocurrirá
q u e á la hora únicamente podremos recordar los'objetos de
que nos hayam os d^do cuenta haberlos conocido antes;
pero si aconteciese que alguno de los objetos sostuvo más
tiempo la atención del espíritu (el suyo y el del siguiente),
el objeto que pasó después ante ios ojos no será recor*
dado. ¿Por qué? Porque el espíritu no se dió entonces
cuenta de él, y ahora no puede reconocerse como sujeto
de un conocimiento que no tuvo, ó que, si tuvo, le pasó
desapercibido, y por tanto no se ve á sí mismo como
Aujeto de él.
III.—¿ E x is t e a lg ü n té rm in o o p u e s to á la memo*'
r ía ? ; s u n e c e s id a d .—La conciencia en relación al tiem*
po, no sólo se refiere al pasado, sino que también al porve>
nir, esto es, al tiempo despuéi\ y ^cuál será el nombre que
demos á la conciencia con relación al tiempo futuro? Cuan*
do averiguam os algo que en io futuro ha de suceder, se
dice que prevem os; luego á la conciencia de lo futuro po*
demos llamarla p revisió n.
IV .— E s f e r a d e a c c ió n d e la m e m o ria y d e la
p r e v is ió n .—La esfera de acción de la memoria y previ­
sión es m uy amplía, y a se las considere subjetiva ú obje*
tivam ente, puesto que lo mismo se recuerdan y se pue-
den prever los hechos del orden sensible, que los del
inteligible y volitivo; \o mismo los fenómenos que caen
bajo la acción de la sensibilidad, que los de la inteligencia
y voluntad, pnr cuanto el espíritu se da cuenta, medíante
la conciencia, de ser la causa rem ota de los estados del
Yey trátese del orden sensible, inteligible ó volitivo.
V. - Im p o r t a n c ia ló g ic a d e la m e m o ria y d e la
p re v isió n .'—Para v e r la importancia que Ja memoria
tiene en* la obra del conocimiento humano, no tenemos
más que formularnos la siguiente pregunta: sería el
hombre lanzado á la vida sin memoria^ después ver todo
su alcance, y al contestarnos nos diríamos que el hombre
sin memoria sería en la v id a un ser completamente nuevo
cn cada uno de los instantes en que, sufriendo una mu­
danza ó estado nuevo, no pudiese en lajar el pasado con
el presente. E i hombre, sin esa conciencia del pasado,
perdería la relación de la unidad de lo cognoscible con la
unidad del sujeto cognoscente; ai borrarse todos los esta-
dos anteriores de la presencia del sujeto cognoscente, se
perdería la ilación de los conocimientos adquiridos como
verdaderos en los sucesivos conocimientos, y no nos sería
posible jam ás servirnos de conocimientos medios para
descubrir la verdad de los desconocidos; por eso ia me­
moria influye poderosamente sobre todas las facultades
humanas, pero en ninguna com o en la inteligencia, ya
que es cierta propiedad de la misma, y en la voluntad,
dependiendo nuestra responsabilidad, no sólo del hecho de
que en nosotros se dé la voluntad libre, sino también de
que tengamos ó no memoria, porque, ¿qué pena se iba á
imponer al que á cada momento $e considerara como
otro y otro ser distinto, sin saberse á sí mismo que había
sido alguna vez los anteriores? ¿No sería un hombre en
tales condiciones un verdadero idiota?
L a previsión no es menos importante y necesaria para
la obra del conocimiento humano, como prueban las e x ­
presiones dcl uso corriente: «El que adelante no mira,
atrás se queda». « E l hombre v iv e de recuerdos y e&*
pera o zas». T riste seria por dem ás la vid a del hombre sí
no pudiera traer á presente y anU sí un poco de ese
insondable abismo para ei ser humano que se lUma pt>T’
ven ir y y si valiéndose del pasado y presente no pudiera
sem brar en juventud, para la vejez, todo aquello que
es bien material y moral y que asegura la vida. L a expe*
riencia misma, por otra parte, nos enseña que el hombre,
en sus primeros años, alimenta su espíritu ^e esperan­
zas, en tanto que en sus últimos v iv e , más que del pre*
sente^ de sus recuerdos. E l hombre sin ninguna previ­
sión, sería casi tan desgraciado com o el hombre desme­
moriado; á cada paso se encontraría casi completamente
nuevo. ¿Qué más? Algunas ciencias sólo consisten en Ja
previsión de ciertos hechos, com o acontece con la A s­
tronomía y Meteorología.
V I.—L e y e s d e l a m e m o r ia y d e la p r e v is ió n .--
L a memoria y la previsión se dan en nosotros indepen*
dientemente de la voluntad, no obstante que su ejercicio
dependa muchas veccs de ella, com o la Inteligencia, de
que son un modo de ser, existe á pesar de la voluntad;
así, pues, la memoria y 1« previsión están sujetas á la ley,
para ñjar la cual habremos de atender tanto al sujeto
como al objeto de las mismas.
S í nos fijamos en el objeto, observam os que los hechos
con relación al tiempo son anteriores-y pcsUriores^ esto es,
sucesivos, y también sim ultáneos ó que se dan al mismo
tiempo; en el primer caso resulta que la memoria y previ­
sión con arreglo á los hechos que nos presentan ó traen i
presente, están sujetas á la Uy de sucesióuy y en el segundo,
á 2a ley de sim ultaneidad. L o s hechos presentados por la
memoria y previsión, sobre todo si son los adquiridor por
la experiencia, también pueden darse en relación con el
e ^ a c io y puetfen ser considerados como continuos 6
coexistentes, según los consideremos en seríes los unos al
lado de Jos otros ó juntamente ocupando un espacio dado;

i
— 321 - -
de dqul también las leyes objetivas de continuidad y
existencia; de donde, para ser lógicos, habremos de reco ­
nocer que los objetos de la realidad exterior se enlazan
por medio de relaciones de sucesión, simultaneidad y co­
existencia, á las cuales h a y que agregar la relación nece*
saria que existe entre la causa y su efecto ó la razón
sufìciente y el hecho ó fenómeno, llamada relación de
eausalidad.
L a conexión ó vínculo que existe entre los objetos de
la memoria y de la previsión puede ser efectivo entre ellos,
y entonces so le llama vinculo natural, y puede ser aròi^
trario y es decir, debido al orden que en esos objetos pon­
ga libremente nuestra facultad cognoscente; así, pues, se-
gún esta nueva distinción, si el vínculo de unión entre los
objetos es natural, la le y se llam ará natural ó de los con’
trastes, y se formulará así: «Conocido un objeto se recuer­
da el análogo, y conocido un objeto se recuerda el con-
trario». S i el vínculo es arbitrario, 6 puesto á nuestra
voluntad, entonces la le y objetiva sólo depende y a de
]a$ relaciones de tiempo y espacio en que se den los
objetos que recordam os ó prevem os mediante el vínculo
artificial, y la podemos formular: «Conocido un objeto de
dos que se suceden en el orden temporal ó de dos que se
dan al mismo tiempo, se recuerda cl sucesivo ó ei simui-
Une o. L o s objetos que se enla;?an en el espacio produce;i
recuerdo».
Ejem plos: Supongam os que hemos estado en un jardín
donde hemos visto dos rosales con magníficas rosas que
nos llamaron la atención por su hermosura; si por una ca­
sualidad ó voluntariam ente traemos á presente que en
nuestra visita al jardín encontramos al rosal A , recorda*
remos seguidamente, 6 quizás al mismo tiempo, que vimos
el rosal B ; que si las rosas del primero eran encarnadas,
ias del segundo eran de té, etc.
S i se trata de un salón en el cual hemos contemplado
un mueble que nos ha llam ado la atención, siempre que
— 322 —
nos hacemos presente este mueble, recordam os todos los
objetos que coexistían con é! en el salón y de los cuales
también nos dimos cuenta por estar contiguos. Por úl­
timo, 8i conocemos (os objetos siguiendo un orden alfabé­
tico, siempre que recordam os el primero de la serie, se«
gukdamente se nos hacen presentes todos los demás.
Generalm ente todas las leyes objetivas se dan unidas,
y asi contribuyen á la recordación juntamente las leyes
de causalidad, sucesión, simultaneidad y coexistencia.
Respecto al sujeto, tenemos que com o sólo caen bajo
la acción de la memoria y la previsión los estados de la
conciencia que se rofíeren al pasado y al porv'enir, á los
estados de conciencia se han de referir las leye s subjeti«
v a s de la memoria y de la previsión, y por tanto á ellos
hemos de atender pvira formularlas.
L o s estados de conciencia pueden ser semejantes ó
desemejantes, opuestos y contradictorios; por consiguien­
te, si asociamos las ideas desenvolviendo esas relaciones»
resultará que los estados semejantes producirán recuerdo
y los desemejantes olvido; de ahi que la le y subje(iv;i la
formulemos: «Los estados análogos de nuestra conciencia
producen recuerdo». «Los estados contrarios producen oÍ*
vid o*.
A sí, por ejemplo, durante el estado de vigilia es muy
diñcil recordar lo que aconteció durante el sueí^o; en
un estado de alegría todos ios ratos pasados alegremente
acudcn á nosotros, en tanto que cuando nos añijen las
penas acuden á nuestra mente los recuerdos de estados
de dolor, hasta el punto de considerarnos lo s más desgra*
ciados del mundo.
La unión de ias leyes objetiv'as y subjetivas constitU'
yen las íeyes su b jetive^ jetiva s de la memoria y de la pre-
visión, que constituyen la ley propiam ente racional que,
fundada cn la unidad com positiva del objeto y en ía uni*
dad de nuestro espíritu, á pesar de todas las distinciones
del tiempo en que vive, explica la asociación de las ideas,
— 32 5 •
no s6\o eoo lazo artlüclal y abstracto, sino con las co­
nexiones reales que los objetos tienen entre sí en la
realidad.
Vil.—¿ L a m em o ria e s criterio se g u ro d e v e rd a d ?
- L a claridad con que la memoria nos trae á presente los
conocimientos que hemos adquirido^ nos hace admitirla
como un medio 6 criterio de cuya veracidad no puede du­
darse: l A porque la memoria enlaza los conocimientos»
atendiendo exclusivam ente á la continuidad de los esta­
dos del pensamiento y al acuerdo exacto de lo pasado
con lo presente, y la memoria dejaría de ser lo que es si
no trajera á presente los conocimientos adquiridos, tales
como la inteligencia los obtuvo; 2.^ porque la memoria no
se puede impugnar com o tal testimonio de verdad sin
incurrir en contradicción, pues sin ella no podría uno
negar ni añrmar el predicado del sujeto, pues cuando
uno fuese á decirlo del sujeto^ éste estaría y a olvidado y
la expresión de un juicio sería imposible; luego el hecho
mismo de com parar un conocimiento nuev'o con uno ante­
rior y decir que le corresponde, verdaderam ente «upone
ya que admitimos que es criterio «eguro de verdad la
memoria, pues sólo en virtud de ella está presente toda­
vía el conocimiento del sujeto y del objeto, que es ante­
rior á la comparación.
A hora bien; la memoria no cabe duda que puede
recordar conocimientos que en sí sean cuentos ó patra­
ñas, pero los recuerda así porque así los conoció nuestra
inteligencia; de modo que lo que habrá que hacer es pro­
bar por otros medios si los conocimientos recordados son
verdaderos ó falsos; al criterio de la memoria no le eoni'
pete más que darnos la seguridad de que, lo que en el
momento actual nos presenta como recuerdo, fué así
conocido en el tiempo á que se reñere, y en esto que la
compete, la memoria es criterio seguro, pues si no el re*
cuerdo dejaría de ser recuerdo y el conocimiento presente
fto sería de la memoria, sino de la inteligencia, que erró*
- 324 -
fieamente lo tom aba como y a adquirido. Ejem plo: R e ­
cuerdo que a y e r v i un cuadro de Murillo; podré dudar
de que el cuadro sea de Murillo, pero de que lo v í y lo
tom é por un cuadro Murillo, no puedo dudar sín
negar mi razdn.

C A P IT U L O V

E l c o n i« n lim Í« n lo c o m ú n .

I.—N a tu r a le z a d e l c o n s e n tim ie n to c o m ú n .—En-


tendemos por consentimiento común ia propiedad inna<
ta que tiene la Inteligencia humana de asentir con fírme-
za á la verdad de ciertos conocimientos aun antes de que
éstos se los presente en relación refíeja. E n realidad de
verdad, el consentimiento común es la misma luz natural
de la inteligencia que la inclina y mueve á la adhesión de
la verdad contenida en ciertos conocimientos desde el
instante eit que éstos son aprehendidos y por consiguiente
antes que la descubra el análisis racional en la relación
refleja.
Generalmente, esta tendencia espontánea de la Inteli­
gencia es llamada sentido c o m ú n algunos la dan también
la denominación de asentimiento común. N osotros la lla>
mamos consentimiento común^ porque en realidad no es un
sentido y sino una propiedad de la misma inteligencia,
propiedad que consiste en la adherencia Ó tendencia á la
verdad del conocim iento, en asentir con otros á la v e r­
dad de determinados conocimientos; luego la conviene
más el nombre de consentimiento común.
II.—C o n o c im ie n to s v e r d a d e r o s q u e r e a lm e n te
c o r r e s p o n d e n al c o n s e n tim ie n to com U n .—L o s cono-
cimientos á los cuales asentimos como verdaderos en vír>
tud del consentimiento común, son varios y pertenecientes
á los órdenes sensible, intelectual y moral. He aquí algu-
nos ejemplos: Los cuerpos que vemos, existe» realmente

j
- .U 5 —
fiu ra de ruìsotros; f i mundo sensibU es una n a lid a d exte­
rio r à nosotros: D ios debe ser reverenciado; los hijos deben
respetar á sus padres; lanzados a l acaso muchos caracteres
de im prenta, no resultarán ordenadosy form ando una com-
posición del pensamiento humano.
L as anteriores proposiciones obligan eá la in!e'igeQC¡i
humana á que m adhiera á su v*erdad, y por consiguiente
á asentir con confianza en que son verdaderas, sin que
preceda una demostración racional explícita.
It í.-'E le m e n t o s q u e c o n t ie n e el c o n o o Jm ie n to
c o m ú n .—Todos los conocimientos verdaderos que, como
tales, corresponden al consentimiento común, envuelven
una evidencia mediata fácilmente perceptible por medio
del raciocinio, la cual obra de una manera confusa é im­
plícita sobre nuestra facultad cognoscente, arrancándola
su adhesión: ahora bien; como esa evidencia mediata,
mientras no se demuestra, es confusa y su luz no es suñ-
ciente para que nuestra inteligencia se adhiera con la
fuerza que ío hacc, precisa que, adem ás de esa luz, admi­
tamos que á nuestra inteligencia es innata ó connatural la
inclinación ó propensión espontánea de asentir á los cono­
cimientos verdaderos del consentimiento común, tal como
silo hiciera con certeza absoluta.
E sta especie de innatismo dei consentimiento común
es lo que le da el carácter de resistencia á toda innova­
ción en los conocimientos que consideramos como verda­
des comunes, m ientras que el elemento primero ó luz con­
fusa que Se acompacia, que hace que con suma facilidad y
espontaneidad la razón v ea la verdad que contienen,
como elemento racional que es, impele al consentimiento
común á no quedar estancado, y de ahi que muchos de los
conocimientos que se han tomado como verdaderos sin
discusión, por creerlos pertenecientes á él, hayan sido
arrojados de la verdadera esfera del consentimiento común.
Encuéntranse, pues, en el consentimiento común dos
elementos: uno, la tendencia natural de ta facultad intelec*
tudl á asentir á la verdad de ciertos conocimientos de
evidencia confusa é implícita; otro» el rnclonal, que es esa
misma evidencia conjuga ¿ im plícita y que fácilmente des* ^
cubre el raciocinio.
IV.‘^ ¿ P u e d e a d m iU rse la t e o r ía d e la o sc u d ia
e s c o c e s a s o b r e el c o n s e n tim ie n to c cm U n ?—L a es*
cuela escocesa, y especialmente Tom ás R eíd, ha sostenido
que el asenso á las verdades dcl consentimiento común,
procede de un instinto espontáneo y ciego de la natura­
leza. Nuestro filósofo Balm es, siguiendo en esta cuestión á
la escuela escocesa, sostiene que el criterio del consentí*
miento común w es más que una inclinación necesaria de
¡an atu raliza, un ctsenso procedente d el instinto intelectual.
E s cierto que toda facultad tiende naturalmente á su
ñn propio, y la inteligencia se adhiere naturalmente á su
íln propio la verd ad; mas nótese que la inteligencia no ^
una facultad ciega, sino al contrario, facultad que es luz que
ilumina todas nuestras relaciones en cuanto caen bajo su
mirada, y , por consiguiente, es incompatible con ella lo
ciego y lo instintivo; ella se adhiere fuerte y espontánea­
mente á la verdad de las proposiciones del consentimiento
común, porque en ellas existe implícita una evidencia que
quizás ve ella antes de hacerse completamente reñeja, la
cual constituye lo que hemos llamado en el párrafo ante­
rior el elemento racional; por esta razón toda proposición
que no contenga este elemento queda excluida de las
llamadas de consentimiento común.
V .—C o n d ic io n e s q u e d e b e n re u n ir lo s c o n o c i­
m ie n to s p e r te n e c ie n te s a l c o n s e n tim ie n to co m ú n
p a r a s e r v e r d a d e r o s .—D e la naturaleza y elementos del
consentimiento común se deduce, que para que un cono*
cimiento verdadero se pueda decir que corresponde á la
esfera del consentimiento común, es necesario que reúna
las condiciones siguientes:
I.* Que su verdad sea constante y verdaderam ente
común, esto es, que asientan á ella todos los hombres que
estén en el uso normal de su facultad intelectual en todos
los tiempos y lugares.
2 * Que lo que se da como de] consentimiento común
sea conform e con la razón, esto es, que ñ o la contradiga.
3.^ Que el asenso á estos conocimientos proceda de ia
propensión naturíil de nuestra inteligencia y de la luz de
la razón, y por tanto, excluimos el asenso que trae su ori­
gen de las pasiones, preocupaciones ó ignorancia del
sujeto.
4 / Que estos conocimientos lleven en sí tal luz impU*
cita> que ei asenso sea espontáneo.
V I.—¿E l co n se r)t i m ie n to com U n e s c r it e r io s e g u ­
ro d e v e r d a d ? —E l asenso á los juicios del consentimiento
común, está fundado de una parte en la Inclinación na*
tural de la inteligencia humana á la verdad, y de otra en
la evidencia implícita que contienen los tales juicios; de
aquí que no tengamos más remedio que admitir, 6 que los
juicios propiamente pertenecientes al consentimiento co-
mún son verdaderos, ó que la inteligencia va naturalmente
contra su finalidad propia y que la evidencia no es un
criterio de certeza; como lo último es absurdo, hay que ad­
mitir lo primero. M erced á la luz natural que acompaña
á este criterio, llamado también r^zón práctica, cada in*
dividuo reco ge del medio social y condensa en su interior
un conjunto de observaciones que, generalizadas espon­
táneamente, las con vierte en máximas y reglas prácticas
de conducta, de que son un ejemplo la rectitud del ra*
zonar del niño, que sorprende y m aravilla en muchas oca
siones, y los correctivos que pone á los dislates y sueños
de los ideólogos utópicos.
VU.—¿ R e a lm e n te e l c o n s e n tim ie n to c o m ü n In d u ­
c e á e r r o r ? —N o pocos ñlósofos aseguran que el consen­
timiento común no puede considerarse como un criterio
de verdad, puesto que lejos de asegurarnos de la verdad
de nuestros conocimientos, lo que hace es inducirnos en
no pocas ocasiones á tom ar como verdaderos conocimien­
tos que cn realidad son falsos, y al efecto citan los casos si>
guientes: Que los hombres son inducidos por la misma
propensión innata de la naturaleza intelectual á juzgar
que los colores, olores, sabores, e tc., $e hallan realmente
en los cuerpos; siendo asi que los ñlósofos demuestran
que los colores, olores, sabores y demás cualidades no es­
tán en los cuerpos, sino cn el sujeto que los siente. 2 ° Que
si alguna proposición existe que pueda llamarse del con*
sentimiento común, ésta debiera ser «Dios existe», y sin
em bargo no es así, puesto que existen hom bres com o los
ateos que niegan su existencia.
E n primer lugar hemos de ad vertir que para nosotros
no todos los conocimientos que se tienen como del con­
sentimiento común So son realmente, sino únicamente
aquellos que reúnen los elementos y condiciones que he*
mos indicado oportunamente. E n segundo lugar, dcci*
mos que cuando se añrm a que los colores, olores, sabo­
res y demás cualidades perceptibles por los sentidos, se
hallan en los cuerpos, se afirma un juicio det consenti­
miento común, pero realmente mal expresado, puesto
que ío que se quiere decir no es que nuestras sensaciones
del color, sabor y olor estén en los cuerpos, sino que las
cualidades de los cuerpos son las que producen esas m o '
díñcacíones en nuestros sentidos; así com o cuando de­
cimos que los colores, sabores y olores se dan en el
sujeto, lo expresam os ma!, pues debiéram os decir: las
sensaciones del color, sabor y olor se dan en el sujeto.
P o r lo que hace á los que añrm an que ninguna verdad
debiera pertenecer al consentimiento común como la de que
Dios existe, y sin em bargo es negada por los ateos, contes­
tamos: que no porque h a ya hombres imbéciles, dementes
6 en cualquier otro estado anorm al de su inteligencia que
nieguen que Ja conciencia es un criterio de verdad, por
eso deja y a de ser éste un criterio seguro, pues lo mismo
tratándos^dc las verdades propiamente dichas del consen­
timiento común, no porque haya algunos hombres que lo
mcguen, y a por eso pierden su universalidad; por lo de­
más, negamos que existan ateos convencidos de que no
existe Dios, pues todavía no ha podido ninguno probar
con certeza la no existencia de Dios; su inteligencia lo ig-
norará si existe 6 no, mas esto no daña al consentimiento
común, pues el que añrma los juicios del consentimiento
común no puede ser absolutamente ignorante, antes bien,
tiene que empezar por conocer el juicio á que 8C adhiere
4u inteligencia y , por lo menos, vislum brar la evidencia que
lleva implícita, y en cuanto á los ateos prácticos, sabido
es que no se meten á negar ni afírm ar sí existe 6 no existe
Dios; su norma es obrar como si no existiera, porque así
conviene á sus pasiones.

C A l'ÍT U r.O V I

L a a u to rid a d h u m a n a .

l.*->Noclón d e l c r it e r io d e la a u to r id a d h u m an a.
— La m ayor parte de los conocimientos que obtiene el
hombre, son debidos á la ciencia ajena; pocos, m uy pocos,
son debidos á la ciencia propia; es decir, que el gran cau«
dalde conocimientos que supone poseer una mediana c u l'
tura en los momentos actuales, no podría adquirirlos por sí
solo ningún hombre, aun cuando dispusiese de una vida
temporal doble de la que por término medio hoy tiene; he
¿hí por qué si para las demás necesidades do la vida huma­
na se necesita la solidaridad de los hombres, para la vida
de la ciencia es absolutamente indispensable, pues si es
verdad que os más preferible el testimonio propio que el
ajeno, y por eso decimos que el hombre no escarmienta
jamás en cabeza ajena, también lo es, que la m ayor parte
de los conocimientos los tenemos que tom ar de nuestros
semejantes, aun cuando sea dajc ciertas condiciones, gracias
á lo cual es posible el progreso de la ciencia; ahora bien»
llamamos criterio de la autoridad humana á ¡a s roseras ó
motivos qué nos inducen á d a r crédito d los conocimientos
que no adquirim os p í^ ciencia propia.
!].—¿ A q u é d a m o s eC n o m b r e d e te s tim o n io y á
q u é e l d e t e s t i g o ? ^ £ l testimonio cons iste en U mani­
festación 6 referencia de! conocimiento que admitimos
como ajeno, 6 no investigado y obtenido por nuestros
medios subjetivos de conocimientof mientras testigo ts
la persona que nos maniñesta ó reñere los conocimientos
no investigados por nosotros mismos.
MI.—D iv isió n d e l te s tim o n io .—E l testimonio pode­
mos dividirlo: atendiendo á su objeto, á U fuerza d virtud
con que mueve nuestro asenso intelectual, y á su forma de
expresión. Atendiendo á su objeto, el testimonio se llama:
dogmàticoy cuando nos refiere alguna doctrina 6 verdad
cientíñca á la cual damos asenso por el dicho de otros,
como por ejempto, sí asiento á la verdad siguiente que me
ha dem ostrado un matemático, la tierra gira alrededor del
sol y de su eje; histérico^ cuando lo que nos comunica son
conocimientos sobre hechos ejecutados por el hombre 6
por cualquiera otro ser; asi, por ejemplo, la H istoria uni­
versal no es más que un testimonio que nos reñere los
hechos m ás culminantes realizados por el hombre.
Atendiendo á la fuerza con que mueve nuestro asenso
intelectual, se divido en auiénticoy probable^ incierto ò du’
doso y fa lso . E l testimonio es auténtico si se nos presenta
con tal evidencia que exclu ye todo tem or de error; pro­
bable, si deja en nuestra inteligencia algún pequeí^o temor
de que no sea cierto; incierto ó dudoso, sí deja á nuestra
mente en reposo por tener tantos m otivos para admitirlo
como para no admitirlo, y falso, si presenta evidentes se*
ñales de ser erróneo ó contrario á la verdad.
Atendiendo á su forma ó manera de estar expresado,
se divide el testimonio: en narración, si el testigo nos lo
presenta por medio de la palabra; rum or, si corre de
boca en boca y el testigo presencial es desconocido; tra-
diciòn ora l y cuando cl testimonio es transmitido oralmenti?
por una serie de testigos de generación en generación
hasta llegar á nosotros; documento, si el testimonio está
consignado por escrito total 6 parciaJmentc; y monumento^
cuando el testimonio consiste en una obra más 6 únenos
permanente y más 6 menos artística, levantada para con*
tígnar el hecho ó por la cual puede venirse en conocimien-
to de éU si no se hizo exprófeso.
IV.— D iv isió n d e l o s t e s t ig o s .—<Los testigos, que,
como hemos dicho, son las personas que nos comunican
el testimonio, se pueden dividir en inmediatos 6 presen­
cialesy y mediatos 6 de oídas. E l testigo es inmediato,
cuando ha presenciado 6 investigado por sí el conocí'
miento que comunica; y es mediato 6 de oídas, cuando
habla por referencias de otro, bien porque á él se lo ex-
pitearon, bien porque lo leyó y \o cuenta 6 comunica por
su parte tal y como lo adquirió.
V .—L a a u to r id a d y la fe . - L a autoridad podemos
considerarla en el testimonio impropiamente, y en e! tes*
tigo propiamente. L a autoridad considerada en el testi*
monio, consiste en la luz intrínseca ó extrínseca que ro­
dea á lo que se nos presenta por otros, la cual despierta
ó ño despierta nuestro asenso intelectual.
L a autoridad considerada en el testigo consiste en la
idoneidad, moralidad y dignidad del mismo que nos pre*
senta el testimonio y que hace que nuestra inteligencia
asienta ó no á lo que nos da á conocer.
L a fe consiste en el asenso que presta nuestra inteli-
gencia al testigo por razón de la autoridad que el mismo
tiene ante nosotros. L a fe, generalmente, es dividida en
divina y humana. E s divina cuando creemos lo que nos
dice Dios, que dada su dignidad y fuerza moral, ni puede
engañarse ni engañarnos; y es humana siempre que asen­
timos ó damos crédito al testimonio de ios hombres
ñando en su imparcialidad, idoneidad, m oralidad y dig*
nidad.
V I.— C o n d ic io n e s q u e d e b e r e u n ir e] t e s tig o p a ra
q u e s u a u to r id a d d e s p ie r t e n u e s t r o a s e n s o In te le c ­
tu a l á lo q u e t e s tim o n ia .—L a dutoriddd del testigo
€stá: en que sea im parcial^ esto es, sincero, que haya
observado el hecho con absoluta im parcialidad/sin prejui>
cios de época 6 de sistema, transmitiéndolo sin pasión, sin
' interés alguno particular, sino el desinteresado de su
am or á la verdad; 2.^« en que sea capas^ esto es, comp«'
tente para poder conocer el conocimiento de que nos tes­
timonia; 3 . en que \yayapodido v e r la verdad y enterarse
de ella; por eso un hombre acostumbrado á v e r por el te­
lescopio tiene más competencia para darnos á conocer
lo que se ve por e! telescopio que toda una población
y aun generación que no haya mirado más que una sola
vez, y 4."^, que el testigo sea veraz^ esto es, que sea probo
y honrado y que n o h n y a n a d a que le obligue á mentir.
E stas cuatro condiciones indican cómo la Lógica, para
conceder fe á la autoridad de los testigos, ex ig e antes
que se les pese y mida por su cualidad más bien que por
su cantidad, y cóm o realmente la L ógica es la moral de
la inteligencia.
V il.—C o n d ic io n e s q u e d e b e r e u n ir el te stim o n io
p a r a q u e le d e m o s n u e s t r o a s e n s o In te le c tu a l.—Lo
que se nos atestigua debe reunir ciertas condiciones para
que nuestra razón pueda admitirlo como verdadero, todas
las cuales compendiamos en las siguientes: prim era, que
Sfa posible y no contradiga el principio de contradicción
ni ninguna de las leyes positivas de la realidad; segunda,
que por lo menos sea probable* dadas determinadas cir*
cunstancias, las cuales es imprescindible tener en cuenta
si se realizaron ó concurrieron, y tercera, que sta rea l ó
se compruebe después mediante testigos y por testimonios
sucesivos. Algunos lógicos citan, además, multitud de re­
glas que no tienen aplicación sino á caeos m uy particula­
res: de entre éstas m erece citarse, sin embargo, la siguiente»
que tiene aplicación á los hechos sen»bles: Q%ti e l Ustimo-
Hto sea sensibUy público y d i im portancia suficiente para
llam ar la atención de los que lo presenciaron (i).
Cuando ei testimonio toma el nombre de tradición,
exige, además de las condiciones dichas, las siguientes, si
es que queremos que nuestra raz6n le preste su asenso:
primera, que sea del dominio de muchos testigos cn las va-
fias líneas de personas oriundas de los primeros testigos;
segunda, que sea constante mediante una serie de testigos
que comience en el hecho y prosiga hasta nosotros sin in­
terrupción, y tercera, que sea unánime ó, por lo menos,
que esté de acuerdo en lo esencial al través de todos Jos
testigos inmediatos y mediatos. Concurriendo todas estas
circunstancias, la tradición presenta m otivos de credibili­
dad, pues es imposible que engañaran los prim eros testi*
gos, que los intermedios fuesen engañados por aquéllos^
ni que éstos pudiesen ni quisiesen engañar á los sucesores.
S i una tradición es conservada religiosamente por toda
una nación, incluyendo á los hombres doctos de ella; si al
mismo tiempo se diere el caso de que por lo menos en lo
U n cia l de la misma, era conservada por otras naciones
distanciadas de la primera; si fuera celebrada desde muy
antiguo con ñestas y juegos públicos; si por añadidura
concordase con monumentos públicos, sepulcros, piedras
<Qiliarias, ediñcios, monedas, joyas, estatuas, pinturas y
utensilios, vestidos y arm as, claro está que todavía ten­
dría mucho m ayor crédito la tradición, llegando á ad­
quirir más m otivos de certeza que ios que tiene en su
esencia.
Respecto de la interpretocíón del testimonio, también
caben reglas, pero es imposible reducirlas á un número
reducido, y por otra parte, esto y a es objeto de ciencias
R e c ia le s com o la critica histórica y la Hermenéutica^ que
Apoyándose en Us reglas fundamentales dadas aquí, des­
cienden á cada caso particular.

(l) Véa«« al P. Zeferino Goozáles, £ . , 3.* edid^D, t. 1, 240.


VI|{.—V a lo r d e Ja a u to r id a d h u m a n a c o m o cri*»
t o r io d e v e r d a d .—L a autoridad humana com o criterio
de verdad ea inferior por su naturaleza á los criterios pre­
cedentes, puesto que éstos son internos at sujeto, y el de
la autoridad es externo, pues los cottocimientos que nos
reñere nos vienen ó los recibimos de otros, y en tat sen­
tido, tiene el v alo r de ser un medio que nos sirve para
suplir los límites de ía observación propia, no excediendo,
por tanto, en su v alo r lógico al que tiene la observacióo
propia, pero desde luego debiendo ser admisible como tal
criterio para los conocimientos que no han podido ser
observados por nosotros.
L a autoridad hurnana, cuando se trata de hechos y
reúne tos requisitos que hemos señalado para los testigos
y el testimonio mismo, es un m otivo de juicios verdade­
ros y ciertos; asi vemos que la experiencia misma nos en­
seña que muchas veces nos dicen otros lo que después
v'emos por nosotros mismos ser verdadero; que nosotros
hemos referido, y estamos dispuestos á referir á los de*
más ñelmente, los hechos que hemos presenciado. Por
otra parte, de no d a r asenso alguno al criterio de la auto*
ridad humana, siendo com o es m otivo de juicios verda*
deros y ciertos, nos llevaría al absurdo de no poder te*
ner uno seguridad ni aun siquiera en la familia á que perte-
nece, pues por autoridad humana lo sabemos. N egar, pues,
que et testimonio de tos hombres, dados ciertos requisi*
tos, es una norma 6 regla para formar juicios verdaderos»
es hacer imposible la vida de solidaridad humana y echar
por tierra las verdades más fundamentales y necesarias
de la religión y la sociedad.
E n cam bio, cuando la autoridad humana no va acom*
pañada de las condiciones señaladas para ser un medio
f^cguro de verdad, lo más que puede producir es asenso
opina tivo ó probable, cu yos grados de probabilidad va*
riarán según los hechos de que se trate, circunstancias
que reúnan y condiciones del testigo; por tanto, el testi*
monio de la autoridad humana y a en estas condiciones
puede recorrer, en el asenso que le debe prestar nuestra
mente, desde el estado de la duda basta el último grado de
los que puede determ inar el cálculo de probabilidades.
autoridad humana, cuando se trata de conocimien­
tos científicos y artísticos, y siempre que los testigos y el
testimonio que se nos da reúnan los requisitos exigidos,
debo tom arse por las personas desconocedoras de los
dichos conocim ientos como base de juicios verdaderos.
Pero si trata de cosas doctrínales 6 cíentííicas que no
reúnen todos lo s requisitos exigidos al testimonio y al
testigo, e! testimonio concordante de varios peritos en la
ciencia sólo puede servir de regla 6 m otivo para un jui­
cio probable.
A sí, si y o , ignorante en las ciencias físicas, veo que
todos ios entendidos en física no sólo me dicen que los
cuerpos se dilatan por el calor, sino que lo prueban, aun
cuando y o no penetre toda la fuerza de sus argumentos,
ese conocimiento será para mí verdadero y cierto; pero
sí veo que los astrónomos, al hablarme de la naturaleza
de la atmósfera solar, sólo hacen hipótesis, porque no obs*
tante sus buenos deseos y am or á la verdad, no tienen
medios (por lo menos hasta hoy) para exam inar todo su
contenido, lo que me dígan de su naturaleza será para mí
únicamente probable.

C A P ÍT U L O \ 'II

L a aviclancla.

i.—¿Q u é a s la e v id e n c ia ? —L a evidencia, llamada


también criterio objetivo de la certeza, considerada en sí
misma, es la cla rid a d ó lu sem que se presenta ante nuestra
facu ltad cognoscente la cognoscibilidad d e l objeto que se
ofrece á ella como término de su virtu d cognoscitiva^ siendo,
— 33^ '
por tanto, la causa generadora del descanso que experi-
menta nuestra mente ante la verdad conocida como tal.
L a evidencia, pues, conviene primariamente á ]a verdad
que se trata de conocer, y secundariamente, y á modo de
ex consecuenti, se reñere y atribuye á la inteligencia que la
percibe; por esta razón, sin duda, el S r. O rti I-ara la
identiñca con el mismo ser 6 entidad del objeto conocido.
ll.~ D lv Í 8l<5n d e la e v id e n c ia .— evidencia, en con­
sideración «1 que podemos referirla ai objeto que se trata
de conocer ó á In inteligencia que conoce, se divide cn ob­
jetiv a y subjetiva. L a evidencia objetiva consiste en la
aptitud del objeto pnra hacerse presente al sujeto cognos-
cente con tal viveza y lucidez, que le obliga á un asenso
vehemente é irresistible de que es taU y como lo conoce.
E sta evidencia es, pues, la luz de la inteligibilidad del ob­
jeto que se presenta ostensiblemente de tal manera ava­
salladora, que no deja ni la más pequeña duda al sujeto de
que conoce con verdad; de aquí que la evidencia objetiva
sea invariable, como lo son los objetos mismos en que
existe.
L a evidencia subjetiva consiste en la luz innata con
que la inteligencia percibe, espontánea ó conscientemen­
te, con viveza y claridad los objetos dotados de evi'
dencia. L a evidencia subjetiva varia según e! grado de
poder y energía intelectual de que se hallen dotados los
sujetos que conocen. A s í, lo que es evidente para una
inteligencia cultivada no lo suele ser para una inculta; lo
que no tiene ni la más ligera sombra de duda para el ge*
nio, suele presentar muchas y muy densas para las inteli'
gencias poco poderosas.
L a evidencia, teniendo en cuenta si necesita ó no ser
dem ostrada, se divide en inmediata y m ediata. E s intne-
diata cuando basta percibir los extrem os del juicio para
conocer con toda claridad la conveniencia ó repugnancia
entre el predicado y el sujeto, entre la cualidad y el
ser 6 substancia de quien la decimos ó excluimos, como
cuando decimos: ser y e l no ser se excluyen a l mismo
tiempo.
Existe, por el contrarío, evidencia mediata, cuando
para descubrir la conveniencia 6 repugnancia entre una
cualidad y la substancia, entre dos cualidades 6, en ge­
neral, entre dos ideas, precisa que comparemos los ex tre­
mos con un medio para hallar la conveniencia 6 repugnan-
cía entre los primeros» como cuando decimos: e l hombre
es m ortal en cuanto a l cuerpo. L a evidencia mediata
nace, pues, de la demostración y y de ella hablaremos
aparte, pues es el segundo de los criterios que hemos
admitido de la certeza, necesario sobre todo para la cien*
cia> dado que los conocimientos de evidencia inmediata
son los menos, y casi todo el caudal científico so com­
pone de conocimientos cu ya verdad y certeza h a y que
demostrar.
III.—F u n d a m e n to d e l a e v id e n c ia .—Nuestra inteli­
gencia afirm a 6 niega la conveniencia entre dos extremos
cuando vista la relación existente, de hacer lo contrario,
identificaría lo contradictorio, y este conflicto acaba por
DOdejarle lugar á duda alguna, dejándola en el reposo que
constituye la certeza; por consiguiente, el punto de apoyo
de toda evidencia, incluso la misma inmediata, está en el
principio de contradicción; pues aun cuando parezca una
paradoja que por una parte el principio de contradicción
sea para nosotros tal principio, porque es evidente con
evidencia inmediata, y por otra la evidencia sea criterio
de verdad porque tiene su base y punto de apoyo en el
tal principio, sin em bargo, no existe tal petición de prin*
cipio si nos fìjamos en que una cosa es la causa ó m otivo
que nos mueve al asenso, y otra cosa es la causa que nos
maniñesta cuál es el tal m otivo; pues bien, el prim er prin>
cipio de contradicción nos dice que la evidencia es el
motivo que nos lleva á prestar nuestro asenso á tales ó
cuales verdades, y por tanto, es su fundamento y punto
de apoyo.
IV .—¿C u á n d o e s c r it e r io a b s o lu to d e c e r t e z a la
e v id e n c ia ? —Siem pre que en el objeto resplandezca coa
viveza la verdad y la inteligencia la v ea con claridad, el
asenso que le preste nuestra mente no puede menos de
ser ii^ a lib le y moHvado\ por consiguiente, cuando la evi­
dencia sea juntamente objetiva, subjetiva é inmediata, no
podremos menos de considerarla como un criterio ,infali*
ble de certeza.
V .- - L a d e m o stra c ló n .-^ H e m o s dicho antes que la
evidencia mediata nacte de la d^wcsfración^ y en efecto
asi es, puesto que no se v e con claridad ni se presenta
ostensiblemente la verdad dei conocimiento en la evi­
dencia mediata, sino después que se ha relacionado con
otros conocimientos cu ya verdad es evidente inmediata­
mente 6 que por un anterior faciocinio y a nos son eviden*
tes. A h o ra bien; ia demostración no es otra cosa que
aquel razonamiento ó serie de razonamientos lógicamente
enlazados, por medio de los cuales, partiendo de una ver-
dad evidente, se maniñesta la verdad de los conocimieo-
to s no evidentes en sí mismos.
V I.—¿ L a e v id e n c ia q u e d a i a d e m o s tr a c ió n es
s ie m p r e la m is m a ? — L a evidencia mediata ó demostra­
da, á la cual llegamos por e) raciocinio ó demostración,
admite variedad de grados, los cuales esdiftcil determinar
con exactitud, pues varían segün que la proposición á que
se reñere esté más ó menos próxim a al principio evidente en
sí mismo, que sirve de base á la dem ostración; en razón i
que los conocimientos de evidencia mediata, en tanto se
hacen evidentes á nuestra mente en cuanto ésta conoce me*
diante otros conocimientos que le son más ciertos, que tie*
nen conexión necesaria con algún conocimiento evidente
inmediatamente; asi, pues, á medida que una proposición se
aproxim a al principio que le sirve de base para demostr^f
su verdad, gana en evidencia, porque la conexión es más
inmediata y más sencilla la operación demostrativa, y
nuestra íacultad puede evitar mejor cualquier descuido y
hacerse imposible que h a ya un mal enlace que no se h aya
visto; mas cuando, p or ei contrario, nos alejamos de la base
del raciocinio que nos sirve de medio demostrativo, éste
se va haciendo cada vez más complejo y cada vez se va
disminuyendo más la claridad y seguridad de la evidencia^
porque, ¿quién es capaz de asegurar que cn un proceso
demostrativo en que entren muchos raciocinios no hay
posibilidad de d ejar algún cabo sueUo y que la cadena se
rompa por allí^
D e modo, pues, que podemos deducir de lo anterior-
mente dicho:
1.^ Que hay una evidencia mediata equivalente i la
inmediata, la cual basta un sencillo razonamiento para
ver que está enlazada necesanamente con la inmediata,
como por ejemplo si decimos: e l hombre tiene una eausa
rtaly esta proposición de evidencia mediata se puede
decir que tiene casi la evidencia inmediata, porque basta
un sencillo razonamiento para ver su conexión con esta
otra que es de evidencia inmediata; la nada hopuede pro­
ducir un efecto rea ly como vemos en e2 siguiente razona*
miento: <La nada no puede producir cosa alguna real; es
asi que el hombre es algo real; Juego el hombre no puede
haber sido producido por la nada, sino por una causa real*.
2.^ Que bay una evidencia mediata que, por Implicar
largos y complicados razonamientos para verla» sólo será
equivalente á la inmediata cuando los nexos del razona-
miento se hayan examinado uno por uno y no quepa la
menor duda de que de este examen no escapa ninguno.
Vll.'^^CasQS e n q u e la e v id e n c ia m e d ia ta c o n s ­
titu ye m o tiv o s e g u r o d e c e r t e z a .—L a evidencia cons­
tituirá, pues, con arreglo á lo dicho en el párrafo anterior,
criterio seguro de certeza, en los dos casos en que hemos
dicho puede ser equivalenie á la certeza inmediata, pues
entonces producirá en nuestra mente la intuición clara»
viva y enérgica de la identidad ó repugnancia del predi­
cado con el sujeto, y la inteligencia no podrá menos de
— M <> —

darle su asenso y descansar en la verdad de la proposi*


ción. N egar que esta evidencia es un criterio de certera
para nuestra facultad intelectual» equivaldría á negar toda
certeza, la posibilidad, sobre todo, de que el hombre pue­
da constituir la ciencia humana, y , !o que es más grave
todavía, negar que la facultad intelectual humana tenga
aptitud natural para dirigirse á conocer la verdad, que es
su fin propio.
En cuanto á la evidencia mediata, obtenida por largos
y complejos razonamientos, en los cuales no se ha podido
6 no se ha preocupado uno de seguir un orden rigurosa­
mente lógico, no puede tener para nosotros otro alcance
que el de una opinión más ó menos aceptable, según sean
los m otivos de credibilidad que represente.
VIII.—¿ L a e v id e n c ia p u e d e c o n s i d e r a r s e c o m o
e l c r it e r io á q u e s e r e d u c e n t o d o s lo s d e m á s que
h a s t a a q u í h e m o s e n u m e r a d o ? —L o s ñlósofos han pre*
tendido reducir los criterios de !a verdad y de la certeza
á la unidad, y al efecto» han buscado uno que sea la raíz
y el fundamento de los demás. A sí vem os que este crite­
rio es para D escartes «!a idea clara y distinta do una
cosa>; para Malebranche y G eoberti, lo constituyen las
razones eternas de la inteligencia divina; para Rosmini,
i l tuie i<kal\ paraG allupì, U conciencia; Jacobi» ñlósofo
alemán, recurre á los afectos instintivos para que sirvan
de norma de la verdad; V ico entiende que el criterio
único es <la acción del entendimiento causando la ver­
dad»; Lamennais cree que el criterio exclusivo de la
verdad es el consentimiento común humano; en cambio
Beautin cree que es la divina revelación; Huet lo pone
en la fe divina, y por último, encontramos que para gran
n ú m ^ o de ñlósofos» el criterio único á que se pueden re*
ducir todos los hasta aquí estudiados» es el de la evlden*
cia, que acabam os de exponer.
Que todos ios criterios no pueden reducirse á «la idea
clara y distinta de una cosa», como pretende Descartes,

ji
es indudable» porque ciertamente la idea no es más que
la manifestación de un objeto en la mente, y , como tal,
subjetiva y , por tanto, por sí sola no puede engendrar
certidumbre acerca de la realidad exterior á que se reñere,
pues si eso fuera así tendrían razón los que afírm an que
todo lo que es idea es real, como le sucede á Hegel.
L a teoría de Malebranche y la de Geoberti, que miran
i la intuición de Dios como principio de la ciencia y del
criterio de la verdad, se refuta con sólo pensar en que al
hombre no le es dado conocer á Dios por intuición, sino
tnedlatamente; esto ee, yendo de los efectos á las causas,
^ Bea de un modo a posU riori.
L a afirmación de V ico de que el principio de todo cri­
terio es la acción del entendimiento causando la verdad,
queda desechada con sólo tener en cuenta, que !a verdad
es una cualidad de la relación de conocimiento, que con­
s t e en que sea exacto lo que piensa el sujeto acerca del
objeto y , por consiguiente, que el entendimiento, al cono­
cer, en Jo que pone como activo, es en lo que puede pro*
ducir error; luego la acción del entendimiento no puede
servir de norma infalible de verdad y , por consiguiente,
ser base y raiz de todos los demás crileríos.
E l criterio de Rosmini, e l ente ideal^ no podemos to­
marlo tampoco como fundamento de los criterios de v e r­
dad, porque para llegar á él necesitamos antes una base
segura de que podemos conocer con verdad y certeza,
pues no es Idea innata, sino adquirida y por medio de la
feRexión.
Respecto á Jaco b i, que pone en el instinto del cora­
zón el criterio de la verdad, bástanos con la más ligera
observación para convencernos de que no hay cosa en el
hombre tan mudable com o 2os afectos é instintos, que,
por otra parte, son cicgos y necesitan de la luz de la razón
y del verdadero criterio para ordenarse á su objeto.
Coniüderar á la conciencia como el único criterio de
verdad, como hace Gallupi, es un e rro r que fácilmente se
demuestra, con sólo recordar que sólo es criterio de ver­
dad cuando se trata de conocimientos reñejos y que, por
consiguiente, no puede ser criterio universal» 6 sea para
juzgar de la verdad de toda clase de conocimientos.
L a doctrina de Lamennais mirando al consentimiento
común de los hombres, como óníca regla segura é infali­
ble de juicios ciertos, hasta el punto de poseer la certeza
en orden á los principios y hasta en orden á la realidad
de nuestra existencia, gracias á este criterio, es también
falsa: en primer lugar, porque el consentimiento común no
puede ser criterio primero y único de verdad, puesto que
él mismo supone necesariamente otros criterios, y Sa prueba
es ciara; los hombres no asienten á una proposici<3n ver*
dadera que se les comunica si antes no la perciben me*
diante sus sentidos, bien oyendo las palabras del que se la
comunica, bien leyendo sus escritos; luego sin la presupo*
sición del criterio de los sentidos, no cabría el del consen*
timiento común; en segundo lugar, no puede decirse
criterio único aquel que no puede aplicarse á toda clase
de verdades, y sabido es que el criterio del consentimiento
común no tiene fuerza de tal más que para las proposi’
ciones que reúnen las circunstancias que indicamos opor*
tunamente. |6ueno estaría que no asintiésemos á conocí'
mientos cu ya verdad es evidente con evidencia ínme*
diata, hasta tanto que no viésemos si todos los hombres
asentían!
Con respecto á la opinión de Beautin y Huet, encon­
tram os igualmente ser un erro r adm itir como único crite­
rio de verdad la revelación divina 6 la fe divina, puesto
que ambas presuponen otros criterios en el hombre, cuales
son: el de los sentidos,]a conciencia y la evidencia, en ra*
zóná que naturalmente no aparece en nosotros la íe divina
ni podemos dar crédito i. la revelación sino oyendo^
viendo, leyendo, discurriendo y , en una palabra, cono­
ciendo. Adem ás, ¿quién es el que espera ó necesita de la fe
divina para asentir á una porción de verdades como la»
siguientes: y o siento y existo; y o pienso y existo; los án*
gulos de un triángulo son tres; etc.
En último lugar declam os que muchos filósofos ase­
guraban que todos los criterios se podían reducir á uno
y que éste era ia evidencia. ¿Realm ente la evidencia es la
base y fundamento de todos los demás criterios? V eá-
mosto:
L a evidencia podemos tom arla en dos sentidos, 6
bien significando exclusivam ente Ja claridad y lucidez
con que vem os la conexión del predicado con el sujeto
en las proposiciones verdaderas, 6 bien toda verdad que
se presenta con claridad y lucidez á nuestra inteligencia,
ya sea que esta verdad exprese la relación entre un pre­
dicado y un sujeto, y a sea que se refiera á un hecho ó
fenómeno Ó á un ser distinto. E n el primer caso» la evi­
dencia no tiene más alcance que el de un criterio parti­
cular que se reñere á cierta clase de conocimientos v e r ­
daderos» como son los expresados p or ciertas proposiciones,
y claro está, en este caso no puede ser único» ni funda­
mento y raíz de todos; mas tomada la evidencia en el
segundo sentido, y a se reñere á todo conocimiento, y
puede ser norma de todo asenso de la inteligencia á la
verdad que contenga el tal conocimiento, puesto que si
lo meditamos un poco encontrarem os que no aseguro
estar cierto de que pienso sino porque experimento con
toda evidencia que en mí se da el pensamiento; que si afir­
mo que el papel sobre que escribo es suave, es porque expe­
rimento Ó percibo evidentemente con toda claridad y luci»
dez que el papel sobre que ap oyo mi mano es suave. Ea
decir, que no h a y conocimiento á cu ya verdad asinta­
mos con firmeza absoluta, si su verdad no se presenta á
nuestra mente con toda claridad y lucidez, ó sea como
verdad objetiva evidente.
A hora bien; si un criterio , para que pueda ser único,
universal y base de ios demás, ha de poderse aplicar á todo
conocimiento verdadero, de modo que pueda ser m otivo
de que asegure la facultad intelectual su verdad, no cabe
duda que la evidencia tomada ea el último sentido es el
criterio primario y único de verd ad, sin el cuat no se
explican los demás criterios; y esto es tanto más cierto
cuanto que y a vim os oportunamente que la base y funda*
mentó de U evidencia, es el principio de contradicción»
norma 6 criterio último á que en definitiva h a y que ape­
lar, puesto que si toda la certeza de la ciencia sale de la
certeza de los conocimientos verdaderos y evidentes en si
mismos, y éstos son los principios y todos ellos tienen á
su vez su fundamento en el de contradicción, claro está
que en último análisis la norma 6 criterio de la certeza ha
de ser el principio de contradicción, e l ser y e l no ser se
escluyen a l mismo tiempo^ que es el más universal por con­
tener Us ideas más universales y las primeras que apare­
cen en nuestra facultad cognoscente, si no refleja espon*
táneamente.

C A P ÍT U L O \ 1 II

L a c rític a .

L ^ R a z d n d el p la n y e x te n s ió n q u e v a m o s á d a r
á e s t e e s tu d io .—L a m ayor parte de nuestros conocí*
mientos científicos los alcanzam os y poseemos mediante el
auxilio de libros escritos por otros; y claro está, estos co­
nocimientos no pueden ser seguros p ara nosotros, sino coo
dependencia de su autenticidad y del sentido genuino que
expresan.
H e aquí, pues, la razdn de que estudiemos aqui algu*
ñas nociones respecto á la autenticidad de los libros y ^
la interpretación, como complemento de lo expuesto acer*
c a de los criterios de verdad y certeza, y de sus caracte**
res y aplicaciones.
Claro es, pues, que no tratarem os aquí ni de la crítl*'
ca gen&ral, ni de la histórica, ni de la estética, ni de la
literaria> siao únicamente de la que podemos llam ar en
cierto sentido crítica hermenéutica, esto es, d ecap arte de
ta critica histórica y ñlológica que se reñere at discerní*
miento ó juicio recto de la autenticidad y sentido de los
libros pertenecientes á épocas y autores anteriores d la
época en que se juzga.
U.—A u te n tic id a d d e lo s lib r o s .—L a autenticidad de
los libros se re&ere á estos dos puntos: primero, si lo es-
cribió realmente el que se dice ser su autor; segundo, si no
contiene ninguna mutilación ó interpolación; de modo,
que al hablar de ta autenticidad de un libro habrá que re-
solver las cuestiones siguientes^ quién es propiamente el
autor del libro, y si está éste tal y com o lo escribió el
autor.
P ara resolver estas cuestiones, la crítica propone com o
principales las siguientes reglas;
1.* E l testimonio de autores contemporáneos y más
próximos á la época del escritor, es preferible, en igualdad
de circunstancias, al de escritores posteriores; ahora bien;
puede suceder que un libro se haya publicado, primero,
sin el nombre del autor, ó que se le haya publicado po­
niéndole fingido el nombre de! autor por razones especia­
les, aunque después conste por documentos fidedignos
quién fué el verdadero autor que apareció anónimo ó con
nombre ageno; en ambos casos se tendrá presente la re­
gla siguiente: S i en códices antiguos un libro se atribuye
i otro autor diferente del que aparece como ta l, puede esto
tenerse p o r indicio problable dequ e e l libro no es auténtico;
d no ser que m ilite en contra alguna g ra ve razón.
2.* Cuando todos los escritores contemporáneos y poste-
rieres tienen p o r genuinam eníe perteneciente á un autor un
lib?rOy no cabe suponer lo contrario.
3.* E l heckc sólo de que algunos contemporáneos no
ntendonen a l autor d el libro, cuando otros escritores ig u a l­
mente contemporáneos i próxim os a l autor lo mencionan^
no es suficiente motivo pa ra negar la autenticidad del
libro. L a razón de esto está en que el hecho del silencio no
prueba nada ni en contra ni en favor, pues el que calla
ni otorga ni niega.
E n el argumento negativo cabe distinguir tres partea:
X.^Que todos los contemporáneos é inmediatos guarden
silencio acerca dcl libro 6 suceso en cuestión; en este caso
habrá que atender á las circunstancias intrínsecas dei
libro y del que se supone autor para v e r si es auténtico d
no. 2.* Qae a lia d o del silencio de algunos contemporá-
neos exista el testimonio positivo de otros también con '
temporáneos; en este segundo caso no se puede negar la
autenticidad del libro 6 hecho histórico, por la razón que
hemos dado antes, de que el que calla ni afirm a ni
niega; de modo que todo queda reducido á considerar la
veracidad de lo s testigos que afirman. 3.* Cuando el tes*
timonio de los contemporáneos es uniforme en lo substan>
cial, pero algunos discrepan 6 guardan silencio acerca de
alguna circunstancia accidental 6 secundaria, en este caso
el hecho principal es indudable y el libro también se debe
tener por auténtico.
4,* E n e l casa de que un libro contenga opiniones y sen­
tencias contrarias á la s contenidas en otras obras que p a ra
nosotros son genuinamente d el mismo autor, e l lib ro no
debe tenerse p o r auténtico ó po r lo menos debe sospecharse
que hubo interpolacionesy á no ser que conste po r otra parte
que e l autor mudó de opinión sobre aquella m ateria, en que
diverge de su modo de perisar anterior.
5 S i en un lib ro se hacen alusiones d cosas ó personas
posteriores á la muerte d el autor á quien se le atribuyeydebe
tenerse éste po r perteneciente á otro autory ó po r lo menos,
hay que a d m itir que ha su frid o interpolaciones ó adiciones
posteriores.
6.* L a d iversid ad de estilos entre un libro que se atri­
buye á UH autor y otro ú otros que positivamente le pertene­
cen, es UH indicio m ás ó menos probable de fa lta de auten­
ticidad; pues no basta la diferencia de estilo para negat*
w

en absoluto que una obra pertenezca á un autor determi­


nado, en razón á que e! estilo, di en algún modo puede de>
cirse que es el hombre, también varia mucho en un mismo
autor, según la materia que escriba y según v a y a siendo
su cultura, y hasta según su edad.
7.® Siem pre que en los antiguos códicesfa lte a lgo d i h
que se encuentre en ¡as posteriores, debe tenerse como un in*
dicio probable de interpolación; a si como^ po r e l contrario,
siempre que en ¡os códices antiguos se lea algo que no se en-
cuentra en los nuevos, es un indicio seguro de que ka habi'
do mutilación en e l libro.
n i.—C a s o s s n q u e un lib ro p u e d e lla m a r s e a p ó ­
c r ifo .—E n tres sentidos puede llamarse apócrifo un libro:
cuando si se reñere á una colección legislativa no
contiene las leyes sancionadas y promulgadas por autori­
dad competente; 2.^, cuando contiene narraciones extra*
vagantes acerca de religión, moral ó ciencia, y 3.^, cuan*
do se ignora Ó es dudoso ei autor de) Ubro.
IV .—H e rm e n é u tic a ; r e g la s p r in c ip a le s p a r a c o m ­
p r e n d e r é In te r p r e ta r e l s e n tid o d e lo s lib r o s y la
m e n te d e l o s a u t o r e s .—L a Hermenéutica es la parte
especial de la critica que, como indica la derivación eti*
tQOlógica de la palabra hermenéutica, averigua ó explica lo
que ha querido decir el que habló ó escribió. A si, pues,
al interpretar et sentido de una obra deben tenerse en
cuenta las palabras y la doctrina del autor, ó sea Ío que
él expresó y lo que quiso expresar, es decir, su mente; de
* aquí que Ja interpretación deba ser juntamente g ra m a ti­
ca l y doctrinal.
L as reglas principales que debemos tener en cuenta
para la interpretación son las siguientes: i . ‘ E l intérprete
debe conocer el idioma en que esté escrita la obra que se
interpreta. 2.* L as palabras de un escritor deben tomarse
en su sentido obvio 7 literal mientras no conste por al­
gún otro medio que fué diferente la intención del autor.
3 / L as palabras del autor se deben interpretar en armo-
nía con las opiniones y afecciones del mismo, y no en
consonancia con nuestros deseos, sistem as ú opiniones
acerca de Ja cuestión que se interpreta; para lo cual nada
más (¡til que leer Ja vida del autor y el prólogo de la obra,
si es que lo tuviese, pues esta lectura nos suministrará
datos para conocer las intenciones, opiniones y afecciones
del autor; así como la naturaleza y objeto del libro, el sis­
tem a que sustenta, ei grado de inteligencia, la educación
que Jta recibido> el sentimiento que le anima y el ñn que
se propone. Y 4.^ S i en una obra encontramos opiniones ó
doctrinas discordantes 6 contrarias, debemos procurar
conciliarias, atendiendo á ios párrafos que anteceden y
á los que siguen. S í no obstante hecho Jo anterior, no
fuera posible concordar la doctrina, se deberá tener como
del autor la opinión sostenida por éste coo posterioridad,
especialmente si la em ite hablando exprofeso de la misma
materia.
SECCIÓN TERCERA

EL MÉTODO

C A P ÍT U r.O I

E l m ^lodo « n g e n e r a l.

I.—R a z ó n d el p la n .—( onocemos ya la facultad inte*


lectual en su esencia, el conocer, y en su forma, el pen-
t&c, el conocim iento y sus cualidades» el pensamiento en
sus operaciones y su expresión mediante el lenguaje, y las
leyes intectuales, y ^in embargo» aun no podemos entrar
en el estudio de la ciencia fin de la lógica» porque para
levantar el edificio de la misma necesitamos» además de
tener elaborados sus materiales» colocarlos en él con cierto
orden,pues st no, ^de qué nos servirla tener todos !os pro­
blemas, teoremas y axiomas para construir las matemá­
ticas, si no sabíamos el orden en que debían colocarse? He
aquí, pues, !a razón de que en esta parte de la Lógica
dedlquenios una sección á la investigación de la función
ordenadora llamada método.
II.—E tim o lo g ía d e la p a la b r a m é to d o .—L a pala-
bra método tiene etimológicamente un significado figu­
rado, porque las palabras tngtá y ÍMdós (|ut^ y
donde se d eriva, significan camino para, camino hacia, en
caminp, y claro es que, tomado literalmente, éste no es el
verdadero sentido que damos al método; sin em bargo, nos
da una idea aproxim ada de lo que es, puesto que viene á
decirnos que el método es el camino que nos lleva, que
0^8 pone en dirección para adquirir las verdades de la
ciencia. L a palabra mètodo, tomada tei este amplio aentidOv
pcrtcncce al pensamiento común, es decir, es conU da la
persona que no se sirve de ella.
III.^ S e n tid o c o r r ie n t e d e la p a la b r a m é to d o .—*
¿Qué se entiende por método cn el uso corriente, y a que
tan frecuentemente se suele usar esta palabra por la gene-
ralidad? A n te todo h a y que tener cn cuenta que nos re­
ferimos con ella á una actividad. E l que no hace no puede
obrar por si ni dejar de obrar, cuando se le Impulsa coo
método. Con esta palabra también damos á entender cier­
tas relaciones de orden y subordinación de las cosas,
como cuando decim os: «Hace todas sus cosas con mé*
todo», en lugar de decir: «E jecuta todas sus cosas con
orden», y a sea éste de prioridad en la importancia de las
cosas, y a sea de prioridad en el tiempo. D e suerte que,,
para el uso corriente, la palabra método tiene siempre un
significado de orden y subordinación.
I V —D efin ició n d el m é to d o .—En el orden científico
no son pocas las deñniciones que se han dado del método^
si bien cn su m ayoría deficientes, ora por el sentido par­
ticular á que se las ha restringido, ora por no haber ex*
presado en ellas la verdadera función del metodo; así no
es extraño encontrar quien lo deñna: «La dirección que
debe darse á la inteligencia humana para la adquisición y
enunciación de la verdad«. Y claro, al encontrarnos cor^
esta deHnición, to primero que se nos ocurre es preguntar
á los que la dan: ^Cuái es esa dirección qi»e debe darse í
ta inteligencia humana? Cosa á ta que ciertamente no con-
testan. O tros definen el método: «La aplicación artística de
nuestros medios de conocer i la adquisición y enunciación
de la verdad». Y aquí también se nos ocurre preguntar:
^Cuál es esa aplicación artística? Nosotros, que y a hemo&
expuesto las leyes de la inteligencia, no caeremos en el
deíecto que censuramos sí tenemos en cuenta que cuando
una actividad, corúo la inteligencia, se ejerce con arreglen
á sus leyes, obra ordenadamente y tiene por último resul-
tad o la verdad como sanción positiva, no el error. De
suerte, pues, que podemos deñnír el método en un sentido
general, diciendo que es e l ejtrcieio de toda actividad se­
g ü n sus leyes. E sta definición tiene, sobre scr exacta, ia
ventaja de ser general, puesto que se reñere igualmente
al orden de ejercicio de toda actividad y , además, consta
de género próxim o y ültlma diferencia, requisitos lógicos
de que debe constar toda buena definición.
V .—F u n c ló n q u e d o b e llenatr e l m é to d o en la
c ia n c i a.'-^^Qué función llena el método en la ciencia? £ 1
método se reñere lo mismo á lo esencial que á lo formal
del conocimiento. L o s conocimicotos científicos han de
reunir las condiciones esenciales de ser verdaderos y cier­
tos en si mismos, pero formalmente han de aparecer en­
lazados, constituyendo un sistema. Pues bien; el método
llena en la ciencia la función de dar en lo esencial certeza
¿ los conocimientos, y en la forma la de darles el enlace
con que se deben presentar en la misma. Decimos dar cer*
tezaá los conocimientos cientiñcos, porque para conseguir
que la ciencia sea cierta, es necesario principie p or v e r .
dades eviden tes Ia s cuales sírvan de base i la demostra­
ción de todos los conocimientos que ia componen, y que
no se admita uno sin que por evidencia propia ó demos­
trada esté probnda su verdad. Añadim os que en !a forma
su función es enlazar pa ra sistem atizar, porque precisa
que todos los conocimientos de la ciencia estén formando
un encadenamiento total y armónico, que es el sistema.
V I.—D iv is ió n d el m é to d o to m a d o e n t o d a s u e x ­
te n sió n .—En cuanto á Us divisiones que de) método po­
demos hacer, no tenemos más que fijarnos en la deñnición
dada, averigu ar después las leyes con arreglo i las cuales
pueden obrar las actividades, y y a tendremos los métodos
realmente posibles, y com o dijimos que las leyes eran di­
visibles, en primer lugar, en espirituales y en físicas ó ma­
teriales, tendremos un método fisic o y otro espiritual',
pero también dividimos las leyes espirituales en sensibles,
volitivas é intelectuales; luego también tendrem os que
subdi vid ir el método espiritual en sinsibie, m oral é inie-
lectual 6 lógico. D e los anteriores métodos únicamente nos
incumbe estudiar en la L ógica el método intelectual.
V il.— D e fin ic ió n d el m é to d o In te lec tu al.—Elm éto*
do intelectual ó lógico no es otra cosa que e l ejercicio de
nuestra actividad intelectual con a rreglo á sus propias
leyes.
VKI].— C o n d lc ío n e e d e l m é to d o In te le c tu a l.—E l mé­
todo necesita sus condiciones para poder cumplirse, y
éstas son un punto de partida y otro de llegada. E l punLo
de partida ha de ser un conocimiento verdadero y evi­
dente, porque de no ser así, todo cuanto sobre él funde­
mos sería á lo sumo hipotético, y la ciencia no se com­
pone de hipótesis. Pero si la ciencia tuviese sólo punto de
partida y no punto de llegada, no tendría objeto alguno,
y entonces cabría que nos preguntásem os cuál sería su
razón de existencia. I ^ s ciencias tienen por fín un objeto,
á conocer el cual se dirigen, y este conocimiento explica
cumpüdatnentc la razón de la existencia de las mismas;
asf, pues, la segunda condición de) método es dirigirse
desde el punto de partida al conocimiento completo y
general del objeto cientíñco, que es su punto de llegada.
P o r eso en la ciencia Pneumatologia, por ejemplo, des­
pués de estudiar el espírítu del hombre y de )os demás
seres fínitos que tienen tal naturaleza, nos elevam os hasta
el conocimiento de ua espíritu absoluto, principio y causa
de todo espíritu fínito, sin el cual no se explican.
IX .—D Iv isló n e s de) m é to d o In te le c tu a l.—E l método,
pues, se mueve entre estas dos condiciones, y de aquí las
direcciones metódicas llamadas por los an alítica y
sintética, á las cuales suele agregarse una tercera llamada
constructiva, que es un compuesto de las dos anteriores.
A sí, la dirección analítica se realiza cuando nos elevamos
desde el punto de partida a) de llegada, y la sintética en
el caso en que partiendo del punto de llegada, de deduc*
ción tn deducción lleguemos á explicar todos los casos
particulares contenidos en la ciencia; pero como quiera
que ei análisis no nos da más que hechos aislados» aspee-
tos parciales de un todo, y éstos sean siempre conoci­
mientos incompletos, de ahí que no sea posible llegar á
poseer la ciencia con la dirección pura analítica; y como
por o tra parte no sea dado al hombre empezar por cono­
cerlo todo con verdad y certeza, sino que tenga sólo
algunos, m uy pocos conocimientos verdaderos y ciertos»
de ahí que tampoco pueda siempre descender desde el
punto de llegada Ó desde el conocimiento total á explicar
cada uno de Jos particulares contenidos en la ciencia por
deducciones puras. He aq u ila razón de la dirección cons*
tructiva ó compuesta.
O tras divisiones se han hecho del método intelectual
teniendo on cuenta diversos puntos de vista, las cuales
conviene conocer en una Lógica fundamental como es
esta. Teniendo cn cuenta el modo de conocer, dividen los
lógicos el método: en experimental., si se hacc uso de la
fuente de conocimientos experiencia para conocer el ob­
jeto, por consiguiente» sus procedimientos son la obser­
vación y el experim ento; en lògico Oracional., si se emplea
Id fuente de conocimiento razón; y en tradicional ó d i
autoridadj si se toma la autoridad del género humano
como auxilio eñcacísimo de la razón para conocer la
ciencia.
Atendiendo a] punto de partida, muchos dividen el
método cn em pírico, psicológico, idealista, oniológico^
ecléctico, tradicionalista y escolástico^ según sea el princi­
pio ó principios de donde parten las escuelas fítosóficas, el
empirismo, el psicologismo, el idealismo trascendental» el
ontologismo, el eclecticismo, el tradicionalismo Ó el esco­
lasticismo.
Finalm ente, teniendo en consideración el ñn que se
pretende conseguir con el método, se ha dividido en
todo de invención ó de descubrimientoy en método cientificú S
23
— 354 —
didáctico y en método demostrativo, según se propone
la adquisición de Sa ciencia, la comunicación de esta
ciencia á o tro ó la demostración de !a misma, E l primero
consiste en el proceso (i orden que sigue la facultad cog*
noscente en la adquisición é investigación de la ciencia;
e! segundo en el modo con que debe regularse y expo­
nerse ia ciencia y a adquirida, para transm itirla y comuni­
carla á los demás, y el tercero consiste en persuadir á
otros de la verdad de los conocimientos que tenemos.
E ste áJtimo lo llaman también didascàlico si se emplea en
la enseñanza: apologético cuando se empica para defender
la verdad contra los ataques de sus enemigos, y polèmico
cuando tiene por fin impugnar directamente el erro r por
medio de una controversia hablada Ó escrita.
X .—P u e d e n a d m itir s e t o d a s e s t a s d iv is io n e s del
m é to d o In te le c tu a l.—Que empleemos la fuente de cono­
cimiento experiencia ó razón ó que admitamos el criterio
de la autoridad humana com o un poderoso auxiliar de la
razón, siempre resultará que conoceremos, ó analizando ó
sintetizando, y mejor todavía analizando y sintetizando;
así, que al método empírico se le llama con razón analitico,
y al racional puro sintético. E l Psicologismo no pasa de
ser un método sintético que, partiendo de una Idea tras'
cendental, llega hasta lo compuesto ó fenoménico, pues
parte dei Yo y va al conocimiento de todas las cosas. Igual­
mente son sintéticos los que, partiendo de la idea univer*
salísima de ser, pretenden sacar de ella el conocimiento
de todas las cosas, como son los ontólogos. Los idealistas
trascendentalistas pretenden sacar de la idea indetermi*
nada de ser toda la realidad inteligible; por consiguiente»
bíen merecen que se les diga que siguen un método sinté*
tico. Y en cuanto á los escolásticos» sabido es que ó bien
van de io varío á lo uno y de aquí á la variedad ó á la
inversa, y , por consiguiente, que en verdad está compren­
dido su método en el tercer miembro de la prim era divi*
sión, esto es, en la dirección constructiva.
í.y*

Respecto á la división ¿e l método atendiendo al fin,


bien $e v e que éste no cambia su naturaleza, la cual con­
siste, como dijimos, en ir de lo simple á lo compuesto 6
viceversa, y de uno y otro hace uso la inteligencia, y a in­
vestigue 6 regularice lo investigado, y a persuada i otros.
Luego sólo admitimos la división del método intelectual
en analíticot sintético y constructivo, no obstante que, por
razón de su importancia, consideremos oportunamente los
métodos especiales de enseñar y aprender,
X I.—L o y e s g e n e r a le s d e l m é to d o in te le c tu a l.—
Como el fin del método es la ciencia y ésta sólo se ínte­
gra de conocimientos verdaderos y ciertos, para obte­
nerlos, debemos dar cumplimiento á las leyes siguientes;
l-‘ , todas nuestras fuentes de conocimiento se deben aplí»
car ordenadamente á la presencia de lo cognoscible:
2.*, debe procederse de lo que nos es más conocido á lo
que nos lo es menos; 3.*, en este proceso se debe marchar
por grados, esto es, de suerte que cada una de Us con-
clusiones se siga inmediatamente de sus principios próxi­
mos. y 4.*, se debe procurar que sea manifiesta la cone­
xión entre todos los grados de la serie progresiva de los
conocimientos verdaderos, de tal modo que evite la inter­
polación de proposiciones ó conocimientos que no estén
enlazados con el anterior verdadero.

C A P ÍT U L O II

M étodo o n o h tio o .

I —¿Q u é s e d e b e e n t e n d e r p o r a n á lis is ? —I-a pa­


labra análisis se deriva del verbo griego anolyo (¿vaXjw),
^ue literalmente significa d eslig a r, soltar. En el sentido
corriente entendemos por análisis, en correspondencia con
el sentido etim ológico, toda descomposición ó desmenu-
«m iento mental ó real.
II.—N o c ió n á e l m é to d o a n a lít ic o .— De los sigm ií'
cades anteriores y de lo que indicamos al dividir el mé'
todo intelectual en analítico y sintético» se deduce riguro­
samente que método analítico no es otra cosa que el pro*
cedimiento que sigue nuestra facultad Intelectual cuando
aspirando i conocer los hechos ó fenómenos, tal como se
ofrecen á su cognoscibilidad, los descompone en Jas p ar­
tes reales ó mentales que contienen para elevarse á lo sim­
ple de Jos mismos y poderlos conocer en sus razones uni*
versales.
A s í, pues, cuando en la ciencia, bien la Investiguemos,
bien la enseñemos ó demostremos, partimos de lo con­
creto y efectivo, que es complejo en sí mismo, y vamos
á lo general y simple» que representa la complejidad de lo
real, seguimos el procedimiento analítico« llam ado método
analítico; por eso se ha dicho que el análisis es el antece-
dente cronológico de la síntesis, puesto que parece, á
nuestro modo natural de ser, más propio este procedi­
miento para los comienzos de la investigación que la sin**
tesis; por esta razón, también van de lo com puesto á lo
simple, de lo particular á lo general, y se llaman analíticasr
todas aquellas ciencias en que se parte de los hechos con­
cretos para explicarlos y para concluir en la formulación
de proposiciones generales y enunciar sus leyes, tal como
vem os sucede ^n la Botánica, la Zoología y demás ciencias
experimentales.
IM.—D iv e r s o s n o m b r e s q u e s e h a n d a d o a l m é­
t o d o a n a lít ic o .—E l método analítico ha recibido dis­
tintos nombres según los puntos de vista desde los cua­
les se le ha considerado; así, se le llama: induítivo, porque
aplica el razonamiento inductivo, que y a explicamos en
otro lugar, para llegar á su fín; ascmUnígy porque mar­
ch a de lo menos extenso á lo más extenso, subiendo á la
cima de lo general desde lo individual; em pírico, porque
su proceder natural es observar y experimentar; intuitivo^
porque parte de las percepciones directas de los hechos
iit conciencia y de las percepciones de los sentidos; ex p li-
catÍ7>o, porque di Uta y desenvuelve toda la complejidad
del objeto que mediante él se está conociendo; ap^sU riori,
porque va del efecto á la causa; é inventwo^ porque real­
mente el pensamiento suele muchas veces v e r la realidad
cognoscible del objeto 6 sus relaciones, de U s que se
cree estar m uy lejos» gracias á esta descomposición men­
tal ó real que efectúa de lo cognoscible.
IV .—P u n to s d e p a r t id a y d e lle g a d a d e lo s m é^
t o d o s a n a lític o y s in té t ic o .—£ 1 análisis y U síntesis,
direcciones del método intelectual que se da en la realidad
unificado en la dirección que hemos lUmado constructiva,
pues es la que compenetra am bas direcciones, tienen pun*
tos de partida y de llegada distintos. E l análisis porte de
U observación ó percepción de los hechos ó fenómenos
de conciencia y de U s percepciones de los objetos tal
como se nos ofrecen en su presentación, com o cognosci­
bles á la facultad cognoscente, y de este punto de partida
llega hasta el examen com pleto del contenido de esos
objetos, hechos ó fenómenos, como baae para cuestionar
acerca de su causa ó razón suficiente. L a síntesis, por el
contrario, parte de )a ley 'general á que se llega por el
análisis, enlazando bajo el principio general á los mis-
TQos materiales de donde parte* el análisis; por esto era
exacto el esquema de Bacón al representar el análisis y
la síntesis por una doble escalera de subida y bajada: en
la base de la escalera de subida se hallan los hechos,
punto de partida del análisis; en el vértice, Us verdades
generales término del análisis y punto de partida de la
síntesis; y en la base de la escalera de bajada» las conse^
cuencias» término de la síntesis.
V .—O p e r a c io n e s a n a lít ic a s .—P ara indagar el mé­
todo analítico el enlace de los hechos con sus leyes, ó sea
para inferir cuál es su causa» asienta los hechos que la
experiencia y la observación le ofrecen, realizando, al
<fecto, abstracciones y no pocas transformaciones entre
« ,y . .

f .

términos equivalentes, como sucede en el álgebra, y to*


mando com o base estos hechos que afírma, induce el
conocimiento de sus leyes por virtud de procedimiento»
empíricos.
V I.— M é to d o s In d u c tiv o s .—L a Inducción que se pro*
pone dem ostrar, 6 bien que entre dos hechos que se acom*
pañan Ó se suceden, existe algo m ás que una simple caits-
eidencia; 6 bien que el uno es causa del otro; ya que ambos
son efectos de una causa cómún\ y a determinar en último
análisis la natur&Ieza de la causd inferida y puesta en
evidencia la le y de su actividad , que es en lo que consis­
te, como dijimos oportunamente, el ñn de toda inducción^
necesita emplear ciertos procedim ientos que han sido lia*
mados métodos indiutivos.
E stos métodos son, según Stuard-M ill y Baín: el mé*
todo d e concordancia, llamado por Bacán Tabulae prae^
sentiae; el método de diferencia, en Bacón Tabulae abseu'
íiacy y el método de variaciones concomitantes, equiva­
lente a l tabulae graduum 6 ccm parationis ba conia no.
A d em ás, debemos tener en cuenta e l mètodo de los resi-
dúosy pequeña van an te del de diferencia, y el compuesta
que resulta del empleo de los tres primeros.
E stos métodos no son siempre necesarios para verifi­
car la inducción, y la ratón es clara; muchas veces basta
una sola observación para revelarnos coincidencias, nexos
ó enlaces bastante complejos y lo suñciente mente armòni'
C 0 9 para justiñcar de un vuelo una conclusión inductiva;
asi se comprende, com o dice M ercier, que el abate Hauy^
al dejar caer por casualidad un pedazo de cuarzo y ver
que se había roto, siguiendo las leyes de la Geometría,
viese de un solo golpe toda una ley. Sin em bargo, no &e
crea por esto que la inducción es lo más frecuente que se
realice así; lejos de esto, lo corriente es que la inducción
concluya después de observaciones, experiencias y contra­
pruebas m uy frecuentemente repetidas, y aun así, no
siempre con éxito satisfactorio, por cu ya razón deben em-
ptedrse los m étodos dichos; y he aquí la razdn de que los
examinemos uno por uno.
VIL— M é to d o d e c o n c o r d a n c ia .—E l método de con­
cordancia consiste en la aplicación de la regla siguiente:
cuando veamos que un fen6meno> cu ya naturaleza que­
remos determinar se produce en varios casos diferentes
y en todos ellos presenta una sola circunstancia común,
esta circunstancia común es la razón suficiente del fenó­
meno Ó causa de que se produzca. Ejem plo: Supongamos
que queremos exam inar la naturaleza del fenómeno del
paso del agua por los tres estados de sólida, liquida
y gaseosa, que son los tres estados en que se nos suele pre­
sentar, prescindiendo de una multitud de circunstancias
que suelen acompañar á los cambios de estado del agua»
notamos que en los tres no se da más que una circunstan­
cia común que intervenga, y ésta es la acción def calor
sobre el agua; pues bien, esta es la causa de los cambios
de estado del agua, y concluimos formulando la ley gene­
ral: e l agua cambia de estado p o r ta acción del calor. Si
iuego observam os que eí mismo fenómeno $e produce en
todos los cuerpos bajo la circunstancia comán de la
acción del calor sobre los mismos, concluiremos infiriendo
la ley más general que ia anterior: L a acción d el calor
sobre los cuerpos tiene la propiedad natural de hacerlos
pasar d el estado sólido a l liqnido, y d el estado liquido at
estado gaseoso.
D e modo, que según este método inductivo, sí A , B , C,
dan origen á los fenómenos A ’ B ’ C y A , B , I), á los fe«
nómenos A ’ , B ', D ’ y A , C, E , á los fenómenos A ’ C E ',
en el prim er caso es m uy posible que A ' tenga por causa
y a A , y a B , y a C; en el segundo caso el fenómeno A ' per­
siste en la ausencia de C, y en el tercero el mismo A ' per­
siste en la ausencia de B ; luego no puede ser causa de A*
tnás que A ; luego A es la causa de A ’ . De aquí la regla:
Posita causay sequitur efectus; puesta la causa, se sigue el
efecto; pues se realiza la le y de Identidad con que se pre­
senta ea d acto de conocer el objeto al sujeto (lo que se
reconoce bajo un aspecto debe reconocerse bajo otro cual­
quier aspecto); por eso se llama.también le y de concor­
dancia.
V ill.^ M é t o d o d e d if e r e n c ia .—Cuando los fenóme­
nos coexístcn, pero no se v e que tengan relaciones de
cau&alidad, se emplea el método de diferencia, que se
ap oya en el principio siguiente: «Si suprimida la circuns­
tancia que tomamos como causa por el método de con*
cordancia, el fenómeno que estudiamos deja de producirse,
es legítim o inferir que Ja circunstancia suprimida es la
causa total ó parcial del tal fenómeno>. Ejem plo: S i tenemos
un pájaro en una caja de la cual se puede extraer única­
mente el oxígeno» y observam os que al ser extraído este
gas el pájaro muere, es legítimo inferir que el oxígeno es
por lo menos uno de los elementos necesarios para la vida
del pájaro. P o r eso este método de prueba inductivo ha
sido llamado también procedimiento p er txclusionts H
reiectiorus debitas.
E n general, se puede presentar como esquema para
todos los casos el siguiente: Supongamos que el caso com­
plejo A , B , C, D , da los fenómenos A ', B ', C ’, D '; y que
eJ caso complejo A , B , D , da los fenómenos A \ B ', D',
ía desaparición del fenómeno C por consecuencia de la
desaparición de C, es la prueba de que esta C es la cau­
sa de C ’ . Svbloio causay toUitur effeetus; quitada la causa,
desaparece el efecto.
IX .—M é to d o d e l o s r e s id u o s .—E l método de los
residuos es el mismo método de diferencia, ligeramente
modiñcado y c u y a le y se formula así: Cuando se elimina
de un caso complejo la parte que sabem os proviene de
ciertos antecedentes y a determ inados por inducciones
previas, e! resto de los fenómenos que se dan en el caso
complejo es causado por ios otros antecedentes. A sí, si
A , B , C dan A ’, B ’, C^ y suponiendo que por inducciones
anteriores sepam os que del conjunto de fenómenos A ’, B ',
C ’, los A* y C son debidos á las causas A y C, podemos
inferir legítimamente que B ’ e$ causado por B.
Ejemplo: Sabem os que la inteligencia, la sensibilidad y
la voluntad son la causa de muchos de ios actos morales
que realiza el hombre; pero otros, com o los arrebatos é ím­
petus, tendencias al vicio, etc., suponen otras causas, es de­
cir, son residuos que suponen los antecedentes del tem­
peramento y de los malos hábitos.
X .—M é to d o d e l a s v a r ia c io n e s c o n c o m it a n t e s .
—*£1 método de las variaciones concomitantes se emplea
cuando no son posibles las eliminaciones, ni se puede apli­
car el procedimiento de concordancia; se funda en el prin­
cipio: cuando las variaciones graduales de un fenómeno
corresponden á los grados de variación de un antecedente
dado, es señal de que existe entre los doa un lazo de cau­
salidad inmediato- ó mediato; variante causa, v a ria íu r
cffcctus; variando la causa, v a ria el efecto.
Existen casos en los cuales es imposible aplicar los pro­
cedimientos inductivos de concordancia y diferencia, los
cuales han sido observados con agudeza por Stuard-M ill.
Esto sucede cuando se trata de una causa permanente de
la naturaleza, tal como la acción del calórico ó la atracción
de la tierra.
Ejem plo; Supongam os que varaos á estudiar si el aire
es pesado: Cogemos un baróm etro y lo llevamos sobre di­
ferentes alturas, y observamos que á medida que ascende­
mos en la atmósfera, la columna de mercurio desciende y
que á medida que descendemos la columna de mercurio se
eleva; de aquí inferimos que el nivel de la columna de mer­
curio varía con la presión atm osférica, y que por conse­
cuencia el aire tiene la propiedad natural de ser pesado.
XI.—M é to d o in d u c tiv o c o m p u e s t o .—Generalmen­
te no se emplean aislados los procedimientos anteriores,
sino que para asegurarse más en las investigaciones se
suele hacer uso de todos ellos, siempre que es posible, y
« conducta que aconsejam os se debe seguir, pues si un

'5 '

iv íi'
».

- ^62 -
solo procedimiento nos da seguridades com o uno, some>
tiendo el fenómeno al estudio de los tres principales mé­
todos inductivos, tendrem os triple garantía de que es
verdadera la conclusión, y si con ninguno de ellos se ha
podido llegar más que á la probabilidad, con los tres pro­
cedimientos la probabilidad también se habrá aumentado,
y acaso con alguno de ellos descubriremos el lazo que no
hubiéramos encontrado con los otros. E sta acumulación
de los métodos inductivos es lo que propiamente ha reci­
bido el nombre de mètodo inductivo compuesto.
Un ejemplo notabilísimo del empleo acumulado de los
tres métodos principales de concordancia, diferencia y
variaciones concomitantes, lo encontram os en la investí'
gacíón hecha por Pasteur sobre la generación espontánea.
Supongamos que partim os de la hipótesis de que la
producción espontánea de los organism os v iv o s tiene por
causa la presencia de los gérm enes que lleva en suspensión
el aire atm osférico. Som etiendo la hipótesis al procedi*
miento de concordancia, se exponen al aire Jibre vasos
con líquidos fermentables, y se encontrará que en todos
los líquidos en que los supuestos gérmenes han podido caer,
las producciones espontáneas de organismos t í v o s han teni'
do lugar; luego por concordancia podemos decir que lo»
gérm enes que lleva el aire en suspensión son la causa de
los gérmenes vivo s que aparecen en los líquidos prepa-
rados al efecto.
Sometiendo la misma hipótesis al procedimiento de
diferencia, sustraem os á los liquidos fermentables de la aC'
ción del aire atm osférico, y si se llega á probar que los
líquidos encerrados en los vasos permanecen indeñnida-
mentc inalterables, sin que en ellos aparezcan los orga*
nismos viv o s, como !o probó Pasteur, tendremos Ja cíW*
traprueba por el método de diferencia de que los gérmenes
que ISeva en suspensión el aire atmosférico son la causa
de los organism os v iv o s que aparecen espontáneamente
en los líquidos fermentables.
-• —
E n tercer lugar, todavía cabe una m ayor prueba, cual
ts averiguar si aumenta el número de organismos vivos
que aparecen espontáneamente en los líquidos en propor­
ción al número de gérmenes que existen en la atmósfera,
y para ello se van exponiendo los vasos con los líquidos
fermenCablr^s á la acción del aire de las c u e v a sy á la del
que se respira en las casas, en las calles, en las montunas,
etcétera, y se nota que á medida que el aire atmosférico
es más puro, en los líquidos &e van encontrando menos or­
ganismos viv o s, hasta llegar A las altas cimas de los mon­
tes» donde observam os que los líquidos expuestos sin gér­
menes, pasado un tiempo indefinido, no los adquieren;
luego también podemos concluir» por el método de ias va ­
riantes íonc^mitanUSt que la causa de los organismos v iv o s
que aparecen espontáneamente en los líquidos es debida
á los gérmenes que las capas más bajas del aire atmosférico
duelen llevar en suspensión; y aun si extendemos !as prue­
bas anteriores á los demás cuerpos» acabarem os por negar
que exista la generación espontánea, y concluiremos di­
ciendo: Es propiedad natural d el ser vivo nacer p e r v ia de
repróduecióH de seres anteriores vivos.
Generalmente no se suelen emplear todos los métodos
inductivos, pero si es m uy frecuente el empleo combinado
del método de concordancia y del de diferencia, llevando
del primero la eliminación inductiva y del segundo la su­
presión de la circunstancia que se considera como causa,
á c u y a combinación se la ha llamado método de concordan^
eia y diferencia^ cu ya regla es la siguiente: «Sí dos ó más
casos en que ocurre el fenómeno que se estudia tienen
una circunstancia común, mientras que dos 6 más casos en
que no ocurre el tal fenómeno no tienen de común más que
el hecho de su ausencia, la circunstancia en que difieren
las dos series de casos es la causa total ó parcial del fe>
nómeno. A s í, por ejemplo, en V alencia es malsano el
viento que pasa por los arrozales, eliminando de él» por el
cnétodo de concordancia, todas las circunstancias quecam -
bían, sin que cambien sus efectos morbosos» como son su
temperatura, velocidad, grado hidr orné trico, e tc., se llega
á concluir que al pasar por los arrozales se lleva en sus­
pensión una porción de gérmenes que se desprenden de
las aguas estancadas y fermentadas; si además se suprime
esta circunstancia por el método de diferencia y se nota
que el Tiento que viene del lado donde no hay arrozales
es saludable hasta el punto de disminuir las fiebres, se
concluyo, sí cabe, con más fuerza que el aire que pasa por
los arrozales es insano.
X II.—C o n Sd joB q u e s e d e b e n t e n e r e n cu en ta
p a r a la a p lic a c ió n en g e n e r a l d el m é t o d o a n a lí­
tic o .—Kn toda investigación que exija el empleo de la
dirección m ctódica análisis, el rigor científico pide que an­
tes de emprender el exam en de la cuestión nos democ
cuenta exacta de la naturaleza de la misma, puestoique
un solo objeto puede presentar varias cuestiones á resol-
ver, y segün sea la que tratem os de conocer, así deben ser
los medios que empleemos £ n efecto; acerca de un mis­
mo objeto podemos pretender averiguar su esencia, cuá­
les son sus propiedades esenciales ó accidentales y cuáles
son sus relaciones especiales con otros seres.
Planteada la cuestión, interesa, en prim er lugar, des-
<;omponcr el objeto de que se trata en todas sus partes
reales ó mentales, en sus elementos y en sus principios,
para considerar todo esto aisladamente, ñjando únicamente
la atención en todo lo que se reñere á la cuestión que se
quiere conocer, dejando aparte todo lo demás, en segundo
lugar conviene m uy mucho que al exam inar cada uno de
io s elementos no se pierdan de vista las relaciones que
guardan unos con otros y con el todo de que forman par­
te, modo único de evitar las ideas inexactas y erróneas
sobre el objeto que se estudia.
C A P ÍT U L O III

El m é to d o s in té tic o y le u n id o d d e m éto d o .

I.—¿Q u é s e d e b e e n t e n d e r p o r s ín te s is ? —L a pa*
labra síntesis q ae se deriva de Us dos g riegas syn y tiike-
mi (rjv y ti&TÍju) significa etimológicamente potur con, c^npo-
ner, y de aquí que $e entienda en el uso corriente por
síatcsis la reunión en un todo de varias partes que tienen
entre sí alguna relación, ó la composición de un todo por
la reunión de sus propias partes.
1[.—N o c ió n d e l m é to d o s in té tic o .—D e 2o dicho
acerca del signiñcado etimológico y del sentido en que
corrientemente se toma la palabra síntesis, se desprende
que clentíñcamente el método sintético no es otra cosa
que la dirección que sigue la facultad intelectual, cuando
para conocer procede de Ío simple ó general á lo com>
puesto ó particular, desde los principios de los objetos,
presentes por su cognoscibilidad ante nosotros, al conocí-
atiento de lo que es lo singular, hecho presente en la
felaci6n de conocimiento.
E l método sintético, á la inversa dcl analítico, des>
ciende de lo simple y universal á lo particular, de los prin-
cipios á las consecuencias, de la ley general de la natura-
Ie2a á los hechos naturales, de los principios racionales ¿
los conocimientos particulares; por eso cuando en la cien­
cia aplicamos el procedimiento metódico de p artir de los
conocimientos generales evidentes en sí mismos, llamados
principios necesarios, y nos esforzamos en combinarlos
para deducir relaciones nuevas, la ciencia es sintética 6 '
deductiva, y por esta razón, esta dirección metódica del
ejercicio de nuestra facultad cognoscente es la propia de
todas aquellas ciencias que, como Us racionales puras, su
principal objeto es deducir lo s conocimientos particulares
cantenidos eo los principios, leyes generales y verdades
generales: tal vem os sucede en la Geom etría, en la Mecá­
nica racional y en 2a misma L<)gica.
I I I . — N o m b r e s q u e h a r e c ib id o e l m é to d o sin ­
t é tic o .—L a dirección m etódica sintética, como la analítica,
ha recibido diversos nombres según los diversos aspectos
que en la misma se han considerado; de aquí que se le
h a ya llamado: procedimiento deductivo, pues de las leyes
generales saca consecuencias particulares; procedimiento
descendente, porque de los principios, que son la cim a, va
á lo particular, que es la base de la escala descendente;
procedimiento compositivo, porque de lo simple va á las
consecuencias que son compuestas; sintético, porque con*
densa en !a unidad de los principios la complegidad de los
objetos; apriori^ porque demuestra el efecto por su causa;
racionaly porque su procedim iento es tom ar como punto
d e partida los principios formados por la razón; de ahi
que los idealistas hayan dicho que este método es el único
aplicable á las ciencias racionales; y expositivo, doctrinal
ó de enseñanza, porque deduce con inflexibilidad y rigor
lo que añrm a.
IV .—O p e r a c io n e s s in t é t ic a s .—Tiene lugar el pro­
cedimiento sintético cuando explicam os los efectos por
sus causas, 6 cuando partiendo de !os axiomas explicamos
los objetos individuales y , m uy especialmente, cuando
empleamos e) raciocinio yendo de una verdad general á
una particular por medio de 2a deducción; así, pues, la
operación deducción es la esencial del método sintético;
en una palabra, su procedimiento interno, que partiendo ^
de la percepción de las ideas que la razón especulativa
ve con evidencia, deduce los casos particulares en ellas
contenidos; por consiguiente la síntesis ha sido llamada
con propiedad método racional y método especulativo.
V .— M é to d o s r á e lo n a la s.-^ L o s métodos racionales
son todos aquellos que tienen, com o hemos dicho cn eí
p árrafo anterior, por procedimiento interno y esencial la
operación llamada deducción; son ejemplo de los mismos
tos empleados en ias matemáticas y en la Metafísica. L o s
métodos racionales se componen de axiom as y de/ínicic-
ttes qut representan los datos y resultantes generales de
los análisis hechos anteriorm ente, 6 bien de principios ob­
tenidos por intuiciones evidentes de los extrem os que los
componen y de divisiones, subdivisiones y demostrado-
nes, formas generales que exponen los conocimientos
científicos. E n una palabra, podemos considerar como
métodos racionales Codos los procedimientos que, sea
cual fuere su forma, sacan por vía de deducción las con­
clusiones contenidas en los conocimientos generales; pro­
cedimientos que hasta no ha mucho fueron tenidos por
gran parte de ñlósofos y no filósofos, como los únicos legí­
timos en la ciencia, no obstante haber reconocido ya
Aristóteles que la deducción cronológicamente no es una
operación prim itiva; mas, en honor á la verdad, hemos de
reconocer que hasta Bacón todos los pensadores dieron
ia prim ada en sus lógicas al procedim iento deductivo
sobre el inductivo, quizás por el hecho solo de que A r is ­
tóteles no se cuidó más que de desenvolver hasta en sus
más mínimos detalles todo 2o relativo á la deducción, pues
aun reconociendo, como reconoció, Santo Tom ás de
Aqulno la Importancia de la experiencia y la legitimidad
de la verdadera inducción, sin em bargo, también atendió
con especialidad al procedimiento racional deductivo.
V I.—A n t e c e d e n t e s n e c e s a r io s p a r a el e m p le o
del m é to d o a in té t1o o .-* L a síntesis empieza, dijimos en
otro lugar» allí donde termina el análisis. £ l procedi­
miento sintético necesita como antecedentes que haya co­
nocimientos generales verdaderos y ciertos para sacar las
conaecuenclas en ellos contenidas; por lo tanto, para que el
método sintético realice su papel Importante en la ciencia,
es preciso no sólo que se apliquen las leyes lógicas á
la marcha que debe seguir la inteligencia hasta sacar las
conclusiones legítimas contenidas en los antecedentes, sino
- 368 -
también que se amplíen mucho las legítimas observaciones
y experiencias de que parte la inducción, para que au-
menten Jas inferencias legítimamente inducidas y conoz­
cam os Ids c&usas y conocimientos universales que expli-
can á la realidad, de los cuales ha de partir todo método
deductivo.
V II, — C o n s e jo s q u e e s c o n v e n ie n t e te n e r en
c u e n t a p a r a e l e m p le o d e t o d o m é to d o sin té tic o « ^
E l procedimiento sintético exige, en primer lugar, que se
comience por exponer las nociones y definiciones de las
palabras y cosas que sean necesarias y convenientes par.t
esclarecer la cuestión, así com o también establecer los
principios evidentes en si mismos ó legítimamente demos«
trados que sean el fundamento explicativo de lo que se
quiere conocer; en segundo, que los conceptos generales
y comunes á muchos géneros y especies se expongan antes
d e descender á la exposición de los particulares y con>
cretos, que sólo representan á sus respectivos objetos. La
razón de estos consejos está en que el procedimiento de­
ductivo sólo puede concluir legítimamente, descendiendo
de lo general á lo particular, yendo de la unidad que con­
densa la complejidad de lo particular á la consecuencia
concreta contenida.
VMI.—V a lo r ló g ic o d e lo s r e s u lt a d o s d el m é to d o
s in té tic o .—Como el método sintético deduce inflexible­
mente y con gran rigor de los conocimientos generales
los casos particulares contenidos en ellos, resultará que si
esos conocimientos de los cuales saca las consecuencias
son verdaderos y evidentes, las consecuencias, que son los
resultados de este método, también serán verdaderas y
evidentes; mas nótese una cosa, y es que puede ocurrir
que esos conocimientos que, p or ser generales siem pre han
de ser abstractos, sean abstracciones no vivificadas en la
realidad, meras quimeras de nuestra mente, ^qué resultará
entonces^ pues que legítimamente las consecuencias dedu­
cidas serán también casos puramente inteligibles ó abstrae-
r

tos que no tendrán realidad alguna. Im porta, pues, evitar


este escollo ayudando al procedimiento sintético con el
analítico para que nos dé el medio de que los antecedentes
de la síntesis sean tal y co.mo suponemos que ^ n en la
realidad; de donde resulta que si la síntesis es la contra­
prueba del análisis, éste es á su vez como un modo de
prueba de la síntesis.
IX .^ U n id a d d e lo s m é to d o s a n a lít ic o y s in té ­
tic o .—E n la realidad de la v id a de nuestro conocimiento
y en la realidad de la ciencia no se dan completamente
aisladas estas dos direcciones del método intelectual que
nosotros hemos considerado por separado, para mejor
llegar á conocerlas. E n efecto, el análisis y la síntesis se
siguen en el desenvolvim iento de nuestra inteligencia, y
así» después de haber atendido y hecho presente á nosotros
lo cognoscible, empezamos por distinguir (análisis) y ase*
mejar (síntesis), compenetrándose análisis y síntesis en lo
complejo de lo real exterior á nosotros y en la unidad de
nuestra Inteligencia consciente, por donde en todo acto
suyo encontramos un análisis, al verse como sujeto y ob-
jeto , y una síntesis, al verse Idéntica consigo misma.
E n la realidad de U ciencia acontece lo mismo, pues
la ciencia está integrada por conocimientos científicos, y
el proceso que sigue la mente en el conocimiento cÍ£ntí>
ñco es comenzar por los hechos que son objeto de la e x ­
periencia, de los cuales s e d e r a á los principios generales
por medio de la inducción, 6 sea analizando, y descendlen«
do luego, de los principios 6 verdades generales inferi­
dos y vistos por el análisis, saca de ellos los casos parti­
culares que contienen, Ío cual es sintetizar. Claro está»
que sí consideramos aisladamente cada una de las ciencias
particulares, encontrarem os en ellas exigencias de proce­
dimientos particulares metódicos, no sólo por los modos
de estudiarlas, sino también por el hecho de proponerse
cada una objetos formales de estudio distinto. A sí, las
físicas pedirán con preferencia el empleo del análisis, por
tratarse de hecbos externos cu yas causas tenemos que in­
quirir primero, mas Íueg;o hay necesidad de sacar del co*
nocimiento de esas causas investigadas por análisis el co*
nocimiento cientiAco de ios objetos de la experiencia;
luego acaban las ciencias Hsicas por necesitar procedí*
mientos sintéticos. L a Geom etría, por el contrario, es
ciencia cu yo objeto formal es abstracto, y desde luego
puede empezar partiendo de los axiom as y principios»
sacando por procedimientos deductivos las conclusiones
que mediata 6 inmediatamente se enlazan necesariamente
con ellos» mas el ünal es emplear el análisis, para com­
probar que tienen su raíz aquellos antecedentes en la rea­
lidad y que no son una pura abstracción.
síntesis sin el análisis es una obra de imaginación»
un producto dcl ingenio» com o lo sería una geometría en
# la que el análisis no entrase para nada, porque si no se
comprueba por algo que dé el análisis, no se sabrá si repro«
duce la realidad» pues la realidad no existe porque nosotros
la inventemos, y no la conocemos por innatismo» sino por
el ejercicio de la actividad cogn oscitiva. Et análisis sin la
síntesis es á su vez un almacén de datos para la ciencia,
pero no es ciencia, es desorganización, desorden, y en el
desorden no hay vida ni h a y ciencia. L a ciencia resulta del
conocimiento analítico y sintético de lo real, que es com­
plejo ó em pírico ideal, esto es, conocido porque se presenta
y porque la inteligencia form a la idea de lo que se le hace
presente; luego el método intelectual es el compuesto de
ambas direcciones ó el método llamado por algunos cartS'
iructivo.
X .—¿C u á l 68 e l rn éto d o g e n e r a l d e la F ilo so fía ?*^
£1 objeto de la ñlosofía es lo esencial y permanente de todo
ser» esto es» lo que es en sí la realidad entera» mas este
conocimiento no puede obtenerse p or presentación directa
de la realidad en sí misma ante nuestra inteligencia; luego
para que nosotros la conozcamos necesitamos verla en
los primeros principios y razones últimas que la expliquen.
Ahord bien; una de esas razones, (a causa de toda
realidad» es Dios, y para llegar i É l no podemos hacerlo
sino yendo de los efectos á las causas» esto es, siguiendo
un procedimiento a fostcrtari, que es analítico; luego si
por una parte la Filosofía exige el procedimiento sinté­
tico por el hecho de explicar su objeto desde Jos princi-
pios y últimas razones, por otra parte exige el empleo de
procedimientos analíticos, no s 61o para obtener alguno
que otro dato, sino para llegar á establecer verdades tan
evidentes y de tan evidente fecundidad cíentíñca como la
de que Dios existe y es causa y fuente de toda vida, sin
contar con que todos los principios cu yo alcance explica y
apiica á toda realidad tienen como antecedente cronoló­
gico inferencias inductivas, muchas de ellas espontáneas,
gracias á la evidencia con que se ve el nexo 6 enlace
entre los extrem os de la relación ofrecida al conocer hu*
mano.
Pecan, pues, contra Jas ciencias ñlosóñcas dos tenden*
dencias igualmente exageradas, que han luchado y siguen
luchando por la exclusiva en el campo cientíñco, que son:
el idealismo y el empirismo. £1 uno, partiendo de ia in-
tuicí<5n del Absoluto, saca de esta intuición prim era el
conocimiento sintético dei Universo» y com o aquella in ­
tuición no es real, el resultado obtenido es un inteligible
abstracto, no es el universo real. E l otro» contentándose
coa sólo la observación de los hechos ó fenómenos orde­
nados, y llegando, cuando más, al conocimiento de las
causas materiales inmediatas, prohíbe el conocimiento de
lo que esté fuera de la fuente de conocimiento experíen-
cia, acabando también por no darse cuenta de toda la
realidad y por deducir verdades generales, que tampoco
se realizan si las llegamos á contrastar por medio de una
demostración rigurosa.
*
i i• rV*. '

— 37 2 - -

C A P ÍT U L O IV

M ólodos « sp se ia l« « .

I.— R ^ ó n d e l p la n .—A l dividir el método intelectual


por el ñfíy dijimos que el método cientíñco se dividía en mé'
todo de invención 6 descubrimiento, en método cientifieo S
didáctico y en método demostrativo^ llamado también d i’
dascálicOy apologético y polém ico, pero que todos estos mé­
todos en realidad estaban incluidos dentro de la divísiórv
del método intelectual en analítico, sintético y analitico*
sintético ó constructivo» por lo cual no los examinábamos
especialmente. A h ora bien, considerando que Ja ciencia y a
construida cabe, 6 enseñarla ó aprenderla, puesto que si no,
no tendría objeto ninguno, se han distinguido por los 16-
gícos dos métodos especiales llamados mètodo p a ra enseñar
ó de doctrina y método pa ra aprender (> de d iscip lin a , que
entendemos es conveniente dar á conocer en todo aquello«
que Jes es característico, pues son útiles,tanto para los que
se han de dedicar mañana á la enseñanza, como m uy elpe-
cialmente para todos los que en una ú otra esfera nos de*
dícamos al aprendizaje de Ja ciencia; he aquí, pues, la
ra^óa de que una vez exam inados los métodos analítico
y sintético y la unidad de ambos, asi com o sus esferas de
aplicaci6p, en tos dos artículos siguientes expongamos«
los métodos llam ados de enseñanza y de aprendizaje de
la ciencia.

ARTÍCULO I

Mdtodo parft 6n«en«r.

I.—¿ E n q u é c o n s is t e el m é to d o p a r a e n s e ñ a r ? —
\í\ método para enseñar, conocido también con el nombre
clásico de método didascàlico, y con el vu lgar de fnétodo
r

maestro, consiste tn aquel procedimiento que facilita


y aclara la comunicación de tos conocimientos verdaderos
i todos aquellos que> careciendo de ellos, los quieren
aprehender, así com o enseñar no es otra cosa que m ani­
festar 6 m ostrar á otro> mediante la palabra hablada ó
escrita 6 por cualquier otro medio, las cosas sabidas para
que, auxiliando á su razdn natural, pueda, sirviéndose de
«Ha, aprenderlas.
II.—¿Q u ié n c a u s a la c ie n c ia en e i d is c íp u lo ? —
De lo anteriorm ente dicho se deduce que, sea ei que
quiera el procedimiento que adopte el m aestro para en­
señar, no es él quien causa en t i discípulo la ciencia, sino
que es el discípulo mismo quien se la causa y la posee,
aprendiendo lo que se le enseña y viendo la verdad 6 fal­
sedad de (o aprendido con su propia inteligencia. E l maes­
tro es p ara el discípulo, com o dice muy acertadamente
Santo T om ás de Aquino, k> que el médico es para el eil-
(ermo; puesto que del mismo modo que el médico no cura
por sí la enfermedad del cliente, sino que, intérprete de
las fuerzas vitales de su naturaleza, las auxilia con los me­
dios más convenientes para que venzan á las contrarias
que destruyen la vida, así el maestro, intérprete y minis­
tro de las fuerzas intelectuales del discípulo, las ayuda
con los medios más adecuados para que su inteligencia se
haga de la ciencia que se le enseña 6 pone de maniñesto,
puesto que y a dejam os consignado al hablar de la inteli­
gencia, que el sujeto cognoscente está siempre en poten­
cia de conocer, y ahora agregam os que esa potencia se
perfecciona con el acto de saber, el cual realiza el discí­
pulo m ediante la luz natural de su inteligencia avivada y
guiada por el saber del verdadero maestro.
III.^ -T e o ría d e P la td n , A v e r r o e s y K r a u s e s o b r e
el p u n to a n te r io r .—Platón, A v e rro e s y Krause sostie­
nen acerca de la enseñanza una doctrina muy diferente á
la que hemos expuesto en el párrafo anterior, fundándo­
nos en ei verdadero punto de vista de la cuestión. Platón
suponía que e) alma del hombre, existente aó aeterno,
conoce todas las cosas en una vida anterior á su unión
con el cuerpo, las cuales quedan grabadas en ella, pero
obliteradas ú olvidadas por la dicha unión actual, y que,
por consiguiente, p ara alcanzar en esta vida la ciencia no
tiene que hacer o tra cosa sino recordar lo que olvidó
cuando se unió al cuerpo; por tan to, que todo lo que tic-
ne que hacer el maestro se reduce á favorecer ese recuer*
do, es decir, se rv ir de despertador, como las sensaciones
é impresiones sensibles despiertan todo ese mundo d t ideas
que á loa cuerpos se reñeren.
A v e rro es, partidario de la existencia del alma univer-
sal y única, dice que todos los hombres entienden con
una sola inteligencia, la cual no pertenece á ninguno de
ellos en particular, y por consiguiente que la ciencia no
pertenece á ninguno de ellos singularmente. E sta teoría la
dedujo el filósofo árabe de la panteísta, que considera á la
ciencia como una manifestación de la inteligencia inñoita
en el hombre.
L o s krausistas entienden que la ciencia es anterior en
cada hombre á su propio pensamiento, y que el pensamien­
to no hace otra cosa que sacarla por reflexión de allí
donde se manifiesta el ser infinito y absoluto, en lo cual
consiste la ciencia humana.
Resulta, pues, que el papel del maestro, según las
teorías platonianas, no es más que el de un despertador de
la ciencia existente y a en el discípulo y que, según los
panteístas, averroistas y krausistas, el m aestro no es más
que un mero espectador de las manifestaciones de la
ciencia absoluta en el hombre.
tN
(Pueden admitirse estas doctrinas? Desde luego que si
nos fijamos en la verdadera función del maestro, señalada
en el párrafo anterior, en cuanto nos dice nuestra con*
ciencia íntima, cuando aprendemos lo que se nos muestra;
7 en la individualidad de nuestra /acuitad intelectual, asi
com o en que nuestros conocimientos, lejos de ser los re­
veladores del ser infinito y absoluto, son los que nos
llevan á él, comprenderemos que son absurdas todas esta^
doctrinas.
(V.—P r o c e d im ie n t o m e tó d ic o q u e d e b e s e g u ir s e
p a r a e n s e ñ a r á o t r o s la c te n o la .—Según nuestra opi*
nión> el discípulo adquiere con actos propios de su intelí*
gencia lo que el m aestro sabe y le enseña, á no ser que
el discípulo sea á modo de un tubo de cristal por el cual
pasa el líquido sin m ojarlo, 6 lo que llama el vulgo un
Uro\ de aquí, pues, deducimos que el método que el
maestro debe seguir para enseñar su ciencia á los discí­
pulos debe ser el mismo seguido para adquirirla, con
objeto de que deje en la mente de los que aprenden la
misma seguridad de certeza que existe en la del maes*
tro; pero con la diferencia siguiente: que al enseñar
el m aestro no tiene que rectiñ car caminos mal andados,
investigaciones mal hechas, consecuencias deducidas ilegí­
timamente, etc., sino que conocido y a el camino de la
verdad de la ciencia, debe m ostrárselo al discípulo fácil,
llano, claro y seguro, evitando en la exposición todo lo
que contradiga tales condiciones.
N o es cierto, pues, lo que se suele afirm ar por muchos,
que el método de enseñanza es el sintético y el de adqui­
sición de la ciencia el analítico; ya hemos dicho que la
ciencia se adquiere tanto analizando como sintetizando;
es m ás, las inducciones tienen su prueba en la deducción,
como añrma un filósofo lan partidario de la inducción
cual Bain; ahora, es cierto que si e2 maestro tuvo necesi"
dad muchas veces, para adquirir la ciencia, de hacer ensa­
y o s y más ensayos, tentativas y más tentativas, y reco­
rrer estos y los otros caminos, al enseñar no debe mostrar
lo que no conduce á la verdad , sino, como decimos antes,
presentar el camino líbre de obstáculos é iluminado, de
suerte que la inteligencia del discípulo v e a con claridad y
seguridad los antecedentes y consecuentes; mas esto no
quiere d ecir en modo alguno que se prescinda del análi*
r
sis ni de la síntesis, com o dicen otros, sino lo siguiente:
Que U ciencia que se enserie se exponga siguiendo todos
los procedimientos xUi/es que se em plearon en 'adqui­
rirla, pero enlazados y ordenados de modo que auxilien
á las fuerzas intelectuales de los discípulos, no torturándo­
las sino llevándolas de lo más sencillo á lo más compll*
cado, que es lo que vigoriza por la habituación á las fa­
cultades intelectuales.
V .—P r e c e p to s d el m éto d o p a r a e n se ñ a r.—En
conformidad á la doctrina expuesta, los preceptos que todo
maestro debe tener en cuenta para enseñar son los si­
guientes: I.®, exponer y fijar el sentido de los términos
obscuros 6 anfibológicos si es que se sirve del lenguaje
para enseñar, y los instrumentos Óaparatos de que se sirva
sí es que enseña una ciencia práctica; 2.^ debe exponer
la cuestión que se proponga resolver ante la mente de los
discípulos con suma claridad, sin que falte ningún dato;
3.°, si la demostración de So que ensena presupone co­
nocimientos ó axiom as que son punto de partida, éstos
los explicará en todo su alcance y valor probatorio;
4.**, la doctrina la expondrá de manera que los discípulos
no sólo vean la verdad de la conclusión, sino también con
mucha precisión la conexión que ésta tiene con los prin-
cipios si ha partido de ellos, ó con los datos antece*
dentes si ba procedido por inducción, procurando en
último lugar la contraprueba de la deducción, esto es, ó
descendiendo por medio de la deducción de los principios
á las consecuencias ó ascendiendo desde los hechos á las
razones necesarias hasta inferir la le y general, en la que
encuentren su prueba los hechos; que el m aestro en»
señe ios elementos, que son com o la semilla que bien sem­
brada produce la abundante cosecha de la ciercia en la
mente del discípulo; lo que quiere decir que el maestro
debe evitar la prolijidad farragosa que obscurece el cam­
po de observación limitadísimo dcl discipulo y le confun­
de las cuestiones principales con las secundarías. Nada
perjudica tanto á la enseñanza como el prurito de la eru­
dición de que se suele usar y abusar; 6 .° y último, que
el maestro sepa cuáles son las fuerzas intelectuales de los
discípulos y las ponga en el verdadero camino» auxílián*
dolas en eS aprendizaje de la ciencia por medio de sus
aclaraciones y planteamientos adecuados de las cuestio­
nes para que estén á su alcance.

A R TIC U LO n

M étodo p a r a « p ra n d e r.

I.^—¿E n q u é c o n s is t e el m é to d o p a r a ap re n d e r?*—
E l método para aprender, llamado también de disciplina,
<onsiste en aquel procedimiento que debemos seguir para
Uegar á poseer mentalmente la ciencia que se nos enseña
^ comunica.
II.—M e d io s d e q u e p u e d e h a c e r u s o e s t e m é to d o .
—P ara nprcndcr una ciencia 6 un arte con un método
adecuado á la m ateria del aprendizaje, cuenta la inteligen­
cia humana con los siguientes medios: el estudio;
2.®, los maestros; 3.®, la lectura; 4.®, e( trato con los
doctos; 5.^ los apuntes 6 notas; 6.®, la disputa; y 7.®, el
lenguaje articulado. L o s seis últimos medios los cita don
Juan Manuel O rti y L ara ( l ) , como productores de Opimos
frutos; mas entendemos que sin el primero serían com ­
pletamente inútiles» pues y a lo hemos dicho hablaodo dcl
método para enseñar; el discípulo se ha *de causar á si
mismo la ciencia; el m a s tr o sólo le puede guiar y ayudar.
III.—E] e s tu d io .—£ 1 estudio es ei medio indispensable
para aprender; el conocimiento no se puede realizar sin
ia aprehensión de lo cognoscible del objeto veriñcado por
la actividad de la inteligencia, y para ello se necesita
atender, percibir y determinar lo percibido, y esto es

(1 ) Lá fica, f ú í f . 5 0 0 .- » M a d r id , 1 9 S 5 .
•- -
dirigir la facultad cognoscente á conocer, y dirigirla &
conocer y conocer atendiendo, percibiendo y determi­
nando y viendo el concepto; luego el juicio 6 la relación
entre los conceptos 6 ideas, y aun raciocinar para descu*
brir relaciones m ediatas, es estudiar. E s m ás; esas maravi«
llosas inspiraciones de los gepios no se presentan en las
inteligencias incultas, en las inteligencias á las cuales con«
sume la miseria de la inercia, sino en los hombres de acti-
vldad intelectual extraordinaria, 6 como da á entender la
frase del uso corriente, en las im aginaciones volcánicas.
E l estudio exige dos condiciones: atender mucho y
atender á solo un objeto. N o se olvide que el que mucho
abarca poco aprieta. L o s ram os del saber son muchos, y
en los tiem pos en que nos hallam os sería locura intentar
saberlo todo, y mucho más quererlo saber todo de una
vez. E s muy conveniente, por tanto, ñjar las ciencias i
que hemos de dedicarnos, midiendo las fuerzas con que
contamos y las energías que exigen para ser debidamente
poseídas.
IV .—L o s m a e s t r o s .'—L o s m aestros son el segundo
medio en importancia que encontram os para aprender.
E l m aestro no sólo es la persona que nos dirige su pala*
bra, haciendo llegar á nuestros oídas los términos 6 soni­
dos articulados en que vierte sus ideas, juicios y racioci­
nios; lo es también el que produce y reproduce ante
nuestra contemplación los fenómenos para que veamos
su génesis y proceso. E i m aestro señala el camino; nues­
tra inteligencia para aprender no tiene más que marchar
p o r él; los m aestros iluminan el camino de la ciencia; los
que aprenden no tienen más que abrir los ojos de la inte*
ligencia y estudiar )o que claro y descllrado se les presen­
ta; mas para que esto sea tal y como lo decim os, es preciso
que los maestros sean doctos, prudentes y amantes» ante
todo y sobre todo, de la verdad, y que los discípulos ten­
gan amor al trabajo que suele proporcionar la reflexión
sostenida p ara entender lo que se les muestra.
— 379 —
V .—L a ie c t u r a .^ S ig u e á los m aestros en importan­
cia, como me<iÍo para aprender, la lectura» porque con
ella no sólo podemos aprender de boca de 2os maestros
presentes las saludables investigaciones que llevan á cabo
y comunican directam ente á sus discípulos, sino también
la doctrina que enseñan los que están lejos en el espacio
y en el tiempo, puesto que consignada en caracteres es­
criturarlos, puede llegar á todos los lugares y conservarse
integra ai través de los tiempos y siempre estar á nuestra
disposición para, por medio de la lectura, hacernos presen­
te lo que consignaron. L o s buenos libros son los monu*
mentos en que se contiene la ciencia y la sabiduría ate*
sorada por los m ayores ingenios; son los oráculos que nos
contestarán, siempre que los consultemos, con las ver*
dades que ios hombres han adquirido lenta y laboriosa­
mente ai través de los siglos, ó que fueron obtenidas por
felices inspiraciones del genio.
£ l procedimiento de aprender por medio de la lectura,
sin embargo» está sujeto á las siguientes condiciones: i.*.
leer con ánimo exento de toda preocupación ó prejuicio
acerca del autor y sus opiniones; 2.% leer los m ejores auto­
res sobre cada materia; 3.*, leer y penetrar en estos libros
el juicio del autor de tari modo que se v ea y comprenda
el sentido ó mente del autor, com o si á él lo estuviésemos
oyendo; 4.*, com o quiera que el que aprende no se halU
en condiciones para poder elegir los buenos libros, no sólo
porque digan la verdad, sino también porque la expon­
gan en las condiciones didácticas que á nuestra cultura
intelectual c o n v e n g a , / V a que nos asesoremos d éla s
Personas doctas è im parciales acerca d el orden que debe­
mos se g u ir en nuestras lecturas, y S**> reposadamen­
te y deteniéndose para meditar y asimilarse lo que se lee.
VI.—E l t r a to o o n l a s p e r s o n a s d o c t a s .—No sólo in­
fluye en nuestros conocimientos el maestro que nos dirige
ó el escrito que leemos; influye todo cuanto nos rodea,
basta ese elemento impalpable que se llama éter en
— 380 —
cualquiera de sus estados; pero con e&pecialidad por lo
que se reñere á la cultura intelectual, tiene una inñueacia
directa, no por insensible menos importante, el trato con
los hombres doctc»s. E n efecto; la conversación con el
hombre de ciencia sobre m aterias que él domina equivale
á U lección que pudiéramos recibir del mismo en su clase;
pero si se quiere, más amena y más sencilla, por lo misino
que es espontánea y no cuidada, y desde luego más apro-
vechable para ei que aprende, porque le es más práctica.
Más aún; $in este trato se perderían las sentencias que los
sabios deslizan en sus conversaciones y que son el fruto
sintético de largos y prolijos estudios, las que conviene
siempre guardar para enriquecer nuestros conocimientos
y hacerlos cada vez más completos y cientíñcos.
V l l . ^ L o s a p u n t e s ó n o ta s .—E l tom ar apuntes de lo
que se o y e ó lee y se teme olvidar, es complemento de uti­
lidad indiscutible para el estudio» puesto que despierta la
actividad intelectual y la hace tom ar posesión de lo que
c ree v'erdad, de la manera que le parece m ás inteligible»
medio que da más permanencia á lo conocido, puesto
q u e el apunte es siempre un extracto ó nota que nuestra
inteligencia tom a de lo oído ó leído y juzgado como lo
m ás substancial y necesario, lo dual indica que la mente
ha hecho su yo lo anotado en la forma que le habla mejor
á su conocer; de aquí el dicho corriente: Escribiendo h
¡su ió n se aprendí m ejor. Tiene, por último, este medio el
valor de ñjar cuanto escaparía á la flaqueza de nuestra
memoria y poderse meditar á solas ^ detenidamente lo
que en un momento de irreflexión ó de poca ñjeza nos
pareció perfecto y verdadero.
V U r—L a d is p u ta .—Damos el nombre de disputa
hecho de contender dos Ó más personas sobre una propo*
«ición dada, defendiendo una el pro y la otra el contra
bajo la form a de discurso.
N o debe confundirse la disputa con ía discusión, puesto
que discutir es tanto como exam inar ó in vestigar atenta

i
- 38 1 “
y particularmente una cuestión cualquiera hasta en sus
(nás menudos detalles, lo cual puede realizar una sola per>
sona; por esta razón en matemáticas al desarrollo de un»
fórmula y comprobación de la misma» se llama discusión.
La disputa, atendiendo á su íorma, podemos dividirla
en común, socrática y silogistica. Llám ase disputa común
i la que se sigue generalmente en la conversación y trato
entre los hombres, tanto en la vida privada como cn la
pública, siempre y cuando haya oposición en lo que se
ventila. Recibe el nombre de disputa socrática aquella en
que se contiende haciendo preguntas con cierto artificio,
de modo que parezca que se 7a consultando al contrario,
pero en realidad con el objeto de irle sacando todas aque*
lias concesiones que poco á poco y sin dificultad lo lleven
á confesar la verdad que se defiende. L a disputa silogís*
tica, por fin, es aquella en la cual se procede por una y
otra parte en forma silogística no interrumpida, hasta el
punto de que el sustentante sienta la tesis por medio de
un silogismo y el argumentante le arguye por medio de
silogismos y entimemas rigurosos, replicando el prim ero,
valiéndose también del silogism o. E sta form a de disputa,
si es bíen llevada conduce rectamente á su fin, mas por $u
mismo rigor en la forma apenas si se usa hoy fuera de los
ominarlos y oposiciones á canongías. E n cambio la dis­
puta socrática es m uy útil y conveniente» sobre todo si
«1 que interroga es hombre de ingenio y posee la verdad
de la cuestión desde todos sus aspectos.
L a disputa es m uy útil siempre y cuando se sostenga
entre hombres de buena fe, de un am or probado á la ver«
dad y que ambos sostengan 6 admitan idénticos princi*
piosciertos y evidentes, puesto que en tales casos por
medio de ella se investiga la verdad de la proposición
conirovertida, ó se la desecha por errónea; mas aguzando
«n uno y otro caso las fuerzas de la inteligencia. E n los
demás casos no debe hacerse uso de la disputa, puesto*
no siempre es cierto que de ella brote la luz.
IX .—L a le n g u a .—E( último de los medios citados de
que debemos echar mano para aprender, es la lengua» 6
sea la expresión articulada ú oral de los conceptos, la
cual viene & ser en medio de su variedad de sonidos, en
las diferentes naciones y aun regiones, la imagen 6 sím­
bolo de cierta especie de sociedad intelectual en la cual
todos los hombres poseen buen número de verdades co­
munes. P o r eso el que averigua ó investiga el significado
de las palabras de un idioma es como si aprendiera !a ver*
dad del pueblo que lo habla, á cu yo sentir unánime nadie
h a y que se oponga.
X .—C o n d ic io n e s d e l m é to d o p a r a a p re n d e r.—Al
hablar de cada uno d^ (os medios de que nos podemos
se rv ir para aprender, hemos expuesto sus respectivas con­
diciones; pero cabe tener presentes las dos generales
siguientes: x.*, debemos tener espíritu de fe para lo que
nos enseñan los doctos y prudentes mientras no se pruebe
que es erróneo; 2.*, lo aprendido debemos meditarlo y
organizado en nuestra inteligencia para comprobar su ver­
dad por los medios señalados oportunamente.

C A P ÍT U L O V

Procadim lente» eim lllare« del método.

I.—¿A q u é d a m o s e l n o m b re d e p ro c e d im ie n to s
a u x ilia r e s d e l m é to d o ? —Reciben el nombre de auxi­
liares del método ciertos procedimientos racionales que
por su índole especial tienen relaciones íntimas con el
método y sus diferentes especies, pues realmente soo
medios de expresión del mismo ó las distintas form as de
que se vale para expresar el orden que imprime á la
ciencia. E stos procedimientos son la observación, la ex fe-
rimeniacióny la hipótesis^ la definición^ la división, la cl<^
sificación, e l p la n , e l sistema y la teoría, \oz ex-
pondremos en los siguientes artículos.
ARTÍCULO 1

La o b « a r v « c lò n .

(.—¿Q u é s e e n tie n d e p o r o b s e r v a c ió n ? —Là palabra


observación, derivada de la latina cbserxttUiOy significa el
acto y efecto de observar, y en el orden científico se em­
plea para expresar la operación de (a facultad cognoscente
medíante la cual inspecciona deliberadamente un objeto,
becho ó fenómeno, con el fin de conocerlo con verdad y
certeza.
II.—D iv is ió n d e la o b s e r v a c ió n .— L a observación
puede dividirse, atendiendo al objeto observado, en Inter-
oa y externa. L a observación es interna cuando lo obser-
vado es un hecho ó fenómeno de nuestra conciencia, y
t$exísrna cuíTiáo lo observado son los objetos externos ó
sus hechos ó fenómenos. Tanto una observ'ación como
otra son el primero y más importante procedimiento del
método analítico, pue^ realmente es el antecedente del
procedimiento inductivo.
III.—N e c e s id a d d e la o b s e r v a c ió n p a r a la o b r a
de la c i e n c i a . « E l conocimiento científico no se adquiere
sólo con atender, percibir y determinar una vez lo perci­
bido; se necesita adem ás que nos apoderemos de esta
percepción; que la dirijamos, que la repitamos cuantas
veces sea necesario, con el ñn de que todas sus partes
teagan el mismo grad o de luz; hay necesidad de realizar
todas Us percepciones parciales que la percepción total
observada puede tener, y de hacer una inspección intui­
tiva de la riqueza de pormenores que encierran todos los
objetos, aun aquellos que el hábito nos hace más familia-
t*e8, pues la ciencia no puede contentarse con los resulta*
dos generales que pueden sacarse de percepciones espon­
táneas, confusas é indeterminadas; únicamente puede llegar
á construirse partiendo de conocimientos bien determina­
dos en su contenido comprensivo y exten ávo.
L*

— 384 —
IV .—A c t o s q u e p e r fe c c io n a n la o b s e r v a c ld n m e­
t ó d ic a . —L a observación metòdica no es un procedimiento
simple; compórtese de actos de atención, percepción^ deter^
m inación, an álisis y aun síntesis.
L a repetición de los actos de atención avivan y acia-
ran cada vez más la percepción del objeto; las perccpcio
nes repetidas pueden hacernos ver lo que en una primera
vísta se escapó á nuestra consideración; los actos de deter-
minación nos dan el contenido del objeto limitado y des­
envuelto en su comprensión y extensión; el análisis re­
gistra las partes del objeto, y la síntesis restablece la
totalidad del objeto.

ARTÍCULO ü
Lft experimentación.

I.—N o c ió n d e la e x p e r im e n ta c ió n .* -L a experímeo*
tación es el procedim iento que sigue nuestra facultad
intelectual cuando opera sobre los fenómenos Ó hechos
obser\ ados, m odificándolos y presentándolos en todas sus
fases para conocer prácticam ente y de un modo indu-
dable su naturaleza y leyes de producción.
Jl.— N e c e s id a d q u e lle n a i a e x p e r im e n t a c ió n .~
Bacón dice: «Los secretos de la naturaleza se maniliestan
m ejor bajo el fuego y el hierro de la experiencia que en
«1 curso tranquilo de sus operaciones ordinarias».
efecto, no siempre que observam os conseguimos el resul­
tado cientíñco que se propone el método; de ahí la necesi-
dad de m odificar el 'fenómeno en muchas ocasiones, des­
componiéndolo» ó combinándolo con otro ú otros pdfft
Interrogar á los objetos deí conocimiento» instigarles y
atorm entarles si es preciso hasta que nos manifiesten lo
que son y cuáles son sus leyes. Así» pues» Sa experimenta­
ción es un procedim iento analítico que viene á completar
á la observación, del mismo modo que aquélla completa
y hace más precisas las simples percepciones.
L a experim entación, por otra parte, completa y con*
firma Us conjeturas de la simple observación; pues el ex^
perimento suele dar el resultado sospechado por la obser*
vación, trátese de la investigación que se trate, asi las
que recaen sobre la naturaleza fisica, como las que se re­
feren al fondo de nuestra conciencia.
L a experim entación extiende el dominio de la inteli­
gencia sobre la naturaleza, convirtiendo en objeto de
percepción cosas que le estaban absolutamente negadas;
puesto que sirviéndose de los aparatos inventados por
ella misma, puede Hogar, en )a investigación del fenómeno
mediante ei experim ento, á profundizar hasta donde nun>
ca habían llegado ios ojos del cuerpo y hasta donde
no podían llegar los del espíritu, valiéndose sólo del ins-
trumento cuerpo; así vemos acontece h o y en los experi­
mentos que lleva á cabo la experimentación valiéndose
del instrumento microscopio.
III.—R e la c ió n y d ife r e n c ia e n tr e la o b s e r v a c ió n
y e x p e r im e n ta c ió n .—D é lo dicho en el párrafo anterior,
se desprende que la observación y la experim entación se
asemejan en que am bas son procedimientos del método
analítico y en que se proponen aum entar los medios para
que nuestras percepciones de los objetos, hechos ó fenó­
menos nos lleven al conocimiento verdadero y cierto de
su naturaleza y leyes. Mas ambos procedimientos se dife*
rendan, pues la observación tiene por objeto los hechos ó
fenómenos tal y como se producen, mientras que !a expe*
rimentación tom a corrK> objeto esos mismos hechos ó
fenómenos, pero modificándolos ó combinándolos á volun*
tad. L a observación tiene que estar atenta para aprovechar
la producción de los hechos ó fenómenos; U experim en­
tación se apodera del hecho ó fenómeno y lo detiene
para exam inarlo bajo todas las fases que él presente ó que
le hacemos presentar mediante lo s experimentos.
IV .—¿ P o d e m o s h a c e r u s o en to d o m o m e n to d e
la e x p e r lm e n t a o ( ó n ? « £ l raciocinio inductivo no siem*
prc puede hacer uso del procedim iento de la experimeii>
tación, pues no siempre los objetos de la naturaleza y sus
hecbos ó fenómenos se prestan á que nos apoderemos de
ellos, los modifiquemos y combinemos; asf, por ejemplo, la
caída det ra y o no es hecho que podamos realizar en los
gabinetes de experimentación á nuestra voluntad; el fenó­
meno de las auroras boreales tampoco podem os someter*
lo á experim ento en los gabinetes metereológicos, y asi
otros muchos, todos los cuales sóio pueden y deben &o*
m eterse á nuestras atentas y repetidas observaciones en
los momentos en que se produzcan; luego sólo debemos
servirn os de Ía experim entación cuando la naturaleza del
objeto que investiguemos por análisis nos permita reprodu*
cirio á voluntad con idénticas condiciones á las que tiene
cuando se da en la naturaleza.
V .— M o d o s d e v e r if ic a r la e x p e r ím a n ta c ló n .^
L a experinteiiiaciÓH se puede realizar, com o decía Bacón,
por variación, producción, traslación, inversión, compul­
sión, aplicación, copulación y á la suerte.
E l experim ento por variación puede hacerse de tres
maneras: i.* Practicando sobre objetos análogos lo que se
ha hecho con un objeto determinado; ejemplo: si ei agua
entró en ebullición á los cien grados en un puchero de
barro, v e r si entrará también en uno de hierro, 2.* Pro*
bando si causas diferentes al parecer, pueden producir
efectos semejantes; ejemplo: así como si con un cristal ha«
cemos converger los rayos del sol sobre un punto de un
cuerpo aumentan su tem peratura, probar si haciendo con*
v erg er los ray o s de la luz eléctrica sobre un punto de un
cuerpo, aumentan su tem peratura. Y $.% probando qué re­
sultará en el objeto que se trata de estudiar por un cambio
de su cantidad; ejemplo: si un litro de agua entra en ebu*
Ilición á los cien grados, probar si en el mÍ$mo caso dos
litros de agua entrarán en ebullición á la misma tempera*
tura.
L a producción d e l txperim tnto consiste en repetir el
mismo hecho 6 fenómeno varias vece«, ó c n darle m is ex­
tensión. Ejemplo de lo primero: destilada una vez el agua,
•destilarla varias c o n ci fin de ver si sale más pura. Ejem ­
plo de extensión: experim entado que el calor dilata el
yerro« probar si dilata ia»plata.
E l experimento por trásiación se verifica fíem preque
intentamos hacer por medio del arte lo mismo que hace la
naturaleza, 6 siempre que hacemos por un arte lo hecho
por otro arte. Ejem plo: los ensayos que se han hecho
para cristalizar el carbono puro.
L a inversión del experim ento se realiza siguiendo un
tnismo proceder sobre hechos distintos y opuestos, 6
sobre procederes opuestos referentes á un mismo orden de
hechos.
E l experimento por ccmpulsión tiene lu gsr cuando se
^e lleva tan adelante, que desaparece la propiedad cono*
cida y determinada de un objeto. Ejemplo: el bacilus
(d microbio del cólera) introducido en el'o rgan is­
mo del hombre, llega cn su acción hasta producirle la
muerte; introducirlo en vario s caldos hasta que su acción
sea inofensiva p<ira el organism o humano.
L a aplicación experimento tiene lugar cuando se
aplican sus resultados á alguna cosa conveniente, hasta ver
-si su uso frecuente confirma los hechos ó fenómenos.
E l modo llamado copulación consiste en combinar los
'procedimientos que, considerados aisladamente, son inefì*
caces para el resultado que apetecemos, con el ñn de ave*
ríguar si realizan el fenómeno.
L a suerte tenemos que rechazarla como modo experi*
mental no obstante citarlo Bacón, pues si el experimento
tó hace á voluntad, la suerte no está á nuestra disposición.
W T ;' ■■

— 388 —

A R T ÍC U L O III

L a hlpóteald.

I.—N o c ió n d d ia h ip ó t e s is .—L a hipótesis (1) es uir


procedimiento en el que se admite provisionalmente ur>
juicio 6 juicios probables ó dudosos, como verdaderos, corv
el ñn de dem ostrar un fenómeno Ó serle de fenómenos.
II.—¿ C u á n d o d e c im o s q u e s e v e r if ic a ]a h lp ó te s ls? ‘
—V eriñ car una hipótesis es hacer ver que lo que hemos
tomado provisionalmente como juicio ó juicios verdaderos
que explican el fenómeno ó fenómenos de que no nos pO'
díamos dar cuenta, es la causa real del tal fenómeno 6 de
los tales fenómenos; y como la noción de causa esmásslm*
pie y más general que la noción de los fenómenos de los
cuales pretendemos darnos cuenta» también podemos de-
c ir que veriñ car una hipótesis es m anifestar Ja identidad
parcial ó total de un fenómeno complejo con otros íenó-
menos más simples y generales.
IIJ.—¿En q u é c o n d ic io n e s p o d r á e m p le a r s e leg/^
t lm a m e n te la h ip ó t e s is e n l a c le n c la ? -< E n muchas
ocasiones las verdaderas causas de los hechos ó fenóme­
nos que observam os y experim entam os son inaccesibles á
la experiencia y á la demostración, porque se hallan muy
apartadas de todo lo que sabemos; pues bien, en tales ca*
sos es justo acudir á la conjetura ó á la hipótesis para ha*
llar ese térm ino que nos explique los hechos ó fenómenos
que de ningún otro modo podemos explicarnos; mas no se
crea que por esto podemos lanzarnos á conjeturar capri-
chosamente, no; existen límites y condiciones que debemos
tener en cuenta si es que queremos que nos sean útiles
para la verdadera ciencia y no para la charlatanería; y
éstos son: prim ero, que lo que se supone como hipotético

(1) La pnUbrA bip^Mis m deriva d« U griega kypoíMtsu


q u e s ig o ific A •B p o tic i^ n .
- - 389 —
fìO sea absurdo en si mismo ni contradiga los conocimien­
tos y a adquiridos con evidencia, y <^ue sea exigido por la
necesidad 6 inspirado por el genio. Segundo, la hipótesis
no debe quedar abandonada una vez admitida provisio­
nalmente, sino que debemos establecer la identidad total,
à por lo menos parcial, del. hecho 6 fenómeno que quere­
mos explicar con otro hecho 6 fenòmeno anterior más sim-
pie y más general, el cua!, com o término de comparación,
no debe ser una concepción pura subjetiva, sino un hecho
rtai, una verdadera causa, hasta que veam os si se verifi^
<a Ó no» y en caso deque se verifique, admitirla, y en caso
contrario, desecharla. T ercero, conviene fijarse mucho en
no tomar como hipótesis el hecho mismo que se pretende
explicar, pues esto equivaldría á explicar lo mismo por lo
mismo (ídem per ídem), que es como si nos empeñásemos
en demostrar que vino emborracha porque tiene ¿a v ir ­
tud de em borrachar. ’
IV .—M e d id a d e i a p ro b n b illd a d d e u n a h ip ó te­
s is.—Hablando del silogismo, dijim os que una consecuen­
cia podía ser verd adera aun cuando el antecedente no lo
fuese; pues bien, un hecho puede m uy fácilmente dar la
explicación provisionalmente de otro hecho sin reunir las
condiciones de una teoria científica. Una hipótesis sólo
podrá admitirse en la ciencia con el rango de teoría
cuando se demuestre que es la razón suficiente y necesa­
ria de la existencia de una serie de fenómenos. Cuando
esto no suceda, la hipótesis no puede tener otro valor que
<l que tiene todo lo opittable 6 probable m ientras no se
demuestra.
L a probabilidad de la hipótesis está en razón directa
d t los hechos que explica y en razón inversa de los incon­
venientes que levanta, siendo tanto más improbable cuan­
tas más ficciones tenga que admitir para vencer las difi­
cultades y complicaciones que levanta.
V .^ P a p e l d e la h ip d ta s ís en la s c i e n c ia s filo ­
s ó f ic a s y en la s h is t ó r ic a s .—L a hipótesis es un factor
obligado de toda investigaci<5a científica, pues aun cuando
sea una aspiración quitar de la ciencia humana todo lo
que sea opinable y dudoso y mucho más en las ciencias
íilosóñcas, sin em bargo el hombre no siempre puede ex*
pitearse todos los hechos ó fenómenos, aun cuando lo
desee ardientemente, dada su limitación.
E n las ciencias ñlosóñcas racionales, nuestra inteligen­
cia considera ciertos datos enteram ente simples, derlas
relaciones evidentes por sí mismas; y en seguida snpont
que, combinando estas relaciones entre sí, percibirá tal 6
cual relación nueva; por ejem plo, e l diámetro es igu a l á
dos radios; la verificación de esta suposición consiste en
haccr v e r que la proposición enunciante de esta relacióo
se identiñca con ciertas proposiciones anteriores más sim­
ples» ó en deducir la proposición más com pleja, que quere­
mos explicar, de la más simple por la que se ha de expli­
car; por eso en las ciencias racionales la prueba de U
verdad de las hipótesis y la demostración del hecho 6
fenómeno para cu ya explicación se admitió, se confunden.
E n las ciencias históricas ó experim entales, por el con*
trario, nuestro conocer empieza por observar ciertas coin*
cidencias de hechos complejos, supone en seguida que tales
y cuales de estos hechos tienen entre sí una conexión na*
tural, mejor, que el fenómeno de estas coincidencias es
una propiedad de una substancia dada, y cn seguida, em­
pleando los métodos analíticos, se prueba si la suposición
es cierta ó no.
Sea cualquiera la ciencia de que se trate, la hipótesis
es siempre un factor necesario de la investigación cienti*
ñca, y su papel esencial es siem pre el mismo: suponer des*
pués de observar para que se compruebe después lo su­
puesto, pues la hipótesis es un procedim iento del método
analítico que se encuentra bajo todos ios métodos par­
ticulares.
ARTIC ULO IV

Lci d e fin ic ió n .

K—¿Q u é d e b e m o s e n t e n d e r p o r d efin ic ió n ?—En ti


uso corriente, siempre que se contesta, á la pregunta ¿qué
es tal COSA?, se dice que se deñne; sin em bargo, esta acep­
ción que le da el uso no es rigurosamente exacta, puesto
que al contestar á la pregunta indicada, muchas veces lo
hacemos, 6 explicando la cosa dando de ella una ó varias
noticias que no la distinguen bien de todo lo que no es
ella, 6 sólo exponiendo uno de los caracteres que, por
perteneccrle á ella sola, la distinguen de otros objetos,
pero que, no obstante, no nos dice lo necesario para saber
que es propiamente la tal cosa; en estos dos casos la con­
testación debe llamarse concepto 6 noción, nunca definición.
Realmente la definición es la explicacihi <U lo que es
w a cosa pensada po r nosotros; ahora bien, lo que sean las
cosas no se determina por su cantidad, sino por el núme*
ro de propiedades esenciales que tienen; y com o el ntime*
ro de propiedades que tienen las cosas se llama compren­
sión de ias ideas que las maniñestan á nuestra inteligencia
y de los térm inos ó palabras que las expresan, resulta,
en definitiva, que las definiciones contenidas en una pro*
posición ó serie de proposiciones, no son otra cosa que la
expresión de lo que nosotros pensamos que son las cosas
tn si mismas; de aquí que se haya dicho que la definición
es e l desarrollo verbcU de la comprensión de una idea.
II.—E le m e n t o s d e la d e fin ic ió n .—L a definición ex-
presa no sólo una aclaración subjetiva de nuestras ideas
y conceptos, sino que enuncia también lo esencia) del ob­
jeto de nuestras ideas ó de la cosa pensada; la definición
por tan to, un juicio en el que el predicado enuncia la
«en cia del sujeto, esto es, un juicio recíproco; de aquí que
ios elementos de la definición sean: primero, el definido ó
término presente que tratam os de explicar por no ser
claro para la inteligencia; segundo, el elemento definente,
6 sea ei térm ino que contiene á lo definido com o género
proximo su yo y el cual expresa lo común de la esencia
del definido; y tercero, el elemento determinante del defi­
nido, el cual expresa la diferencia específica, fijando y se­
parando al definido de entre sus congéneres 6 seres de la
misma esencia específica, con los cuales podríamos con-
fijndirlo; este último elemento se enuncia por la extruc­
tura de la proposición recíproca en que consiste la defi­
nición.
Por los elementos expuestos de la definición, se ve
que cuando se define no h a y necesidad de exponer toda
la comprensión de lo definido, en razón á que al expresar
el género supremo próxim o en que se halla contenido el
definido, exponemos y a la cualidad superior común á loi
vario s inferiores, y al expresar la diferencia esencial expo­
nemos la cualidad diferencial y determinamos la esencia
de lo definido, distinguiéndolo de sus iguales en género, lo
cual basta para conocer á una cosa científicamente, ó, Ío
que es lo mismo, con arreglo á las leyes Intelectuales de
identificación y oposición y , por consiguiente, con verdad
y certeza. Por otra parte» dado caso que pretendiésemos
desenvolver en las definiciones toda la comprensión de )o
definido, no podríam os llegar á conseguirlo, pues sería
una obra interminable exponer uno por uno los múltiples
atributos que presentan ó pueden presentar á nuestra in­
teligencia ios objetos que ia misma llega á conocer.
III.—L ím ite s d d l a d e fin ic ió n .— D el mismo modo
que uno no puede dem ostrarlo todo, bien porque de de*
mostración en dem ostración acabaría p o r Jlegar, más
tarde ó más tem prano, á los conocimientos verdadero«
con evidencia inm ediata, bien porque se nos oculten los
términos de enlace con esos conocimientos evidentemente
verdaderos en s( mismos, del mismo modo tam poco puede
uno definirlo todo, puesto que definiendo, definiendo, lie*
gariamos á un gén ero supremo, que sirviendo de base
para deñnír á sus inferiores, él mismo no podría definirse
por no tener un género superior á él, en el cual estuviese • *
<ontenido.
Tampoco es posible analizarlo todo, porque más 6 me-
nos pronto es preciso, analizando, analizando, llegar á up
punto en que lo material 6 lo intelectual no admitan un
análisis ulterior; por la misma razón es imposible definirlo
todo en el orden descendente, puesto que en llegando á
los individuos de las especies, aquí ya no cabe hallar una
diferencia especíñca y , por tanto, no se puede deñnir.
Consecuencia de la anterior doctrina es que los límites
de la deñnición los señala la naturaleza de la misma defini­
ción, y , por consiguiente, la definición es un procedimien­
to que sirve p ara determ inar la jerarquía de nuestros con­
ceptos, desde e! m ásu n iv e m l y extenso, el de ser, hasta
el más comprensivo y concreto, el de puesto <)ue
el primero carece de género superior y el segundo de
diferencia especíñca, límites ambos que constituyen los
datos de la razón y de la experiencia» como fuentes reales,
cuya asimilación por parte del sujeto se expone en forma
de deñnición, división y demostración.
IV.— M a n e r a s d e e x p o n e r lo s c o n o c im ie n to s Q u e
no s o n d e fin ib le s .—‘L o s conocimientos universales y
im p les que no pueden subordinarse á otros más extensos
en los cuales estuviesen incluidos como en su género, son
en realidad principios de los demás conocimientos á ellos
subordinados y constituyen el núcleo alrededor del ouai
se ordenan todos los demás conocimientos que contiene
la ciencia, sirviendo de datos ó antecedentes lógicos que
f «xplican con su verd ad y certeza todo el contenido de­
mostrable de las ciencias. E stos conocimientos, pues, son
expuestos en las ciencias en forma de principios, axiomas^
postulados, aforism osy sentencias, etc.
Los datos que presenta la sensación á nuestra mente
p ^ a que percibamos el objeto, no pueden reducirse á
formas lógicas^ en razón á que todavía no son conocí-
mientos, sino únicamente m otivos ocasionales 6 estimula*
ciones para que nuestra inteligencia conozca la realidad
exterior.
L as percepciones individuales y concretas en las cua­
les no cabe distinguir todavía diferencias espccíñcaa, no
pueden deñnirse tam poco, pues les falta el tercer elemento,
de que debe constar toda deñnición; p o r consiguiente,
exigen para su exposición en la ciencia ciertas formas es­
peciales, las cuales no son otrns que ¡as fnumfracg<»us y
descripcionts que se presentan com o datosprim eros, crono^
lógicam ente considerados, para la obra del conocimiento.^'
L a s enumeraciones y descripciones se repiten constante­
mente y sirven de base para la ampliación de nuestras ex­
periencias y generalizaciones, m erced á lo cual 1^ razón
discursiva halla en esa multiplicidad la unidad para po­
derse orientar y ñjar la jerarquía de todos nuestros coo-
ceptcs ó ideas.
V .—C l a s e s d e d e fin ic ió n .—L a s deñnictones propia­
mente dichas podemos clasiñcarlás en nominales y reales*
L a deñnición es nom inal cuando únicamente explica el
sentido de las palabras. L a deñnición es re a l cuando ^
enuncia la naturaleza de lo deñaido. |
L a deñnición nom inal puede subdividirsc en etimoló­
g ic a y convencional', la prim era explica el sentido de las
palabras, atendiendo á la signiñcación que tienen en la ,
lengua de donde se derivan; la segunda explica el valor
de Us palabras, atendiendo al sentido en que se las toma |
por la generalidad de los que las emplean, y aun por el * ]
que se las da generalmente en la ciencia ó arte en que se \
las deñne. T j
Tan to Us definiciones nominales etim ológicas como ^
las convencionales, tienen por objeto poner en claro nues­
tras ideas ante nuestra inteligencia y ante la de aquellos
á quienes se las comunicamos, previniendo así la multitud
de equivocaciones á que de lo contrario daríam os lugar;
por eso la deñnición nominal viene á constituir *eS eje de
r
la comprensión, el punto de partida obligado de toda in-
vestigación, pues es de riguroso método intelectual que
fijemos antes de investigar qué es lo que se intenta saber.
La deñnición r^(z/ puede dividirse en esencial y des*
criptiva; la deñnición reai es esencial cuando enuncia la
oaturaleza dei deñnido conocida por la inteligencia, y esta
es propiamente la deñnición, puesto que deñnir una cosa
es decir 4 enunciar lo que la tal cosa es, y decir lo que
una cosa es no es otra cosa que exponer la naturaleza de
la misma cosa» su esencia. He aquí la dcñnictón que nos
convendría poder establecer siempre como base de las cien­
cias; mas esto no es posible en todos los casos, puesto que
no siempre nos es dado con ocerla naturaleza intima de las
cosas y mucho menos, como pretenden algunos, por per­
cepciones inmediatas y hasta im tintivas, io cual no quiere
decir, en modo alguno, que no podamos llegar á conocer la
ciencia, sino únicamente que este ñn lo alcanzamos por
grados y m uy lentamente, puesto que la razón llega, con
ayuda de la inducción, á discernir, entre Jas cualidades de
una cosa, Us que son necesarias y las que no lo son, de­
finiendo entonces la cosa por una 6 varias de las propie­
dades necesarias ó esenciales en ella encontradas, y estas
deñnición es son las que han sido llam adas naturales.
Deñnicióa descriptiva es la que explica el objeto de­
finido exponiendo los elementos componentes del mismo,
como, por ejemplo, si para dar á c on ocerá otro el gas oxí­
geno decii'..os que es un gas incoloro, inodoro. Insípido,
rcspirabU, corburente, etc., etc.
L o s lógicos admiten también una clase de deñnición
ilamada genética 6 causal, la cual consiste en explicar ei
definido poniendo de maniñesto su origen 6 causa eficien­
te, como sí explicamos el polluelo por la engalladura del
huevo de donde sale.
Finalmente, podemos dividir las definiciones, si aten­
demos al procedimiento intelectual que siguen para dar á
conocer lo deñnido, en analíticas y sintéticas^ a p rio ri y a
;.y

pósteri(/ri. L as deñnicíonea analíticas realmente se lóenti«


fícan con las descriptivas, pues siguen ese procedimiento
en ia explicación del deñnido; las definiciones sintéticaB
constan de género próxim o y última diferencia, y equiva­
len á un raciocinio deductivo de evidencia inmediata; laji
defínicioncs a p r io r i equivalen á las sintéticas y las a pos­
teriori siguen el mismo procedimiento que las analíticas.
V).—L e y e s d e l a d e fín ic ió n .—L a deñnícióo tiene dos
objetos principales que cumplir; uno exponer lo que es lo
deñnido; otro dar claridad á nuestras ideas.
Atendiendo al primer objeto de la definición, debe­
m os tener presentes la s tr e s leyes que siguen: i * Dos
tosas opuestas no pueden ser definidas la una p o r la otra,
en razón á que son simultáneas, y toda definición» para
expresar la esencia de lo deñnido, se ha de apoyar ea
algo anterior, com o es el género próxim o; por eso la vidá
y la muerte no se pueden deñnir lá una por la otra. 2.*
Los diferentes miembros de una definición rea l no pueden
ser definidos e l uno p o r e l otro, en razón á que deben ser
opuestos entre sí. Por esta causa, si dividimos el cuerpo
humano en cabeza, tron co y extrem idades, la cabeza no
se puede definir por ninguno de los otros extrem os de la
división. 3.* Una cosa no se puede d efin ir por e lla mistna
n i p o r ninguna cosa que le sea posterior. No lo primero,
porque sería dem ostrar ó explicar ídem p t r idem. Moliere
ridiculiza esto diciendo: Opium fa c it dorm ir6, quia kaM
virtutem dorm itivam . N o ¡o segundo, porque subordina­
mos el definido á una cosa posterior, y como la deñnicióD
es una especie de dem ostración, no puede depender su
claridad Ó verdad de algo posterior desconocido que pre­
cisamente queremos demostrar por sus causas; luego toda
deñnición que expresa al definido por sus efectos, es mala.
A tendiendo al segundo objeto de la defínición, deben
tenerse cn cu én talas siguientes leyes: 1 E n la definu
ción no debe en tra r e l definido, puesto que éste es lo que
querem os esclarecer precisamente con la definición. 2.*
Deben evitarse los términos metafóricos y ambiguos\ sólo
se emplearán palabras cu yá signiñcación no deje lugar á
duda. Y Debe ser concisa; lo que quiere d ecir que se
evite todo lo que sea superñuo y embarazoso para Ja cla­
ridad de la deñnición, mas noque sea precisamente breve.
Por últiroo, debemos tener en cuenta un precepto que
se reñere á ambos objetos de la defmición y que lo for*
muíamos así: L a definición y e l definido deben ser conver­
tibles', lo que quiere decir que ia deñnición y el deñnido
ban de ser dos expresiones diferentes de una mi$ma cosa»
6 que el predicado de Ja proposición que expresa la deñ-
oición ha de ser recíproco del sujeto, y , por consiguiente,,
equivaler á él para poder ponerse en su lugar; por eso decía
Pascal que «debe substituir siempre mentalmente la de­
finición á lo deñnido».

A R TÍC U LO V

La d iv isió n .

!•—¿Q u é 68 la d iv is ió n ? —D ividir és tanto com o ma*


oitestar las diversas form as á que se extiende el elemento
genérico de Ja cosa deñnida; por eso consideramos á Ja
división como el complemento de hecho de la deñnición;
pues no basta, en verdad, que definiendo tracem os con
exactitud los límites de ia cosa y la circunscribamos para,
de este modo, distinguirla; todavía conviene separar ios
muchos elementos que en el fondo de ella existen realmen­
te separables, Jo cual conseguimos dividiéndola. E s, por
^nto, la división e l procedimiento racional que desarrolla
extensión de una cosa en cuanto conocida.
II.—E le m e n t o s y lím ite s d e la d ivisión .-^O e Ja de*
^ c ió n dada de la división se deducen los elementos que
1» constituyen y son: i.®, lo divisible ó el objeto cu ya ex­
tensión se quiere conocer; 2 ,“, la razón que tengamos para
dividirlos, 2a cual se toma de la definición del objeto div i­
able, que es la que expresa el contenido dei mismo, y Jas
cosas sólo se dividen por razón àe su contenido, y 3.^
los miembros de la división, que indican la extensión real
de lo divisible.
I.os límites de la división los encontram os en ia exten­
sión m ayor 6 menor que tiene lo cognoscible. E l límite
máximo está en los cfonceptos simples y más universales
que, siendo el máximum de extensión, sirven de principio
de división sin ser ellos divisibles, pero son el fundamento
de la división; y el límite mínimo está en lo individuai,
que carece de extensión.
III.—C l a s e s d e d iv is ió n .—P ara determ inar la claslfi*
cación de la división hay necesidad de atender á la natu«
raleza del objeto divisible; así, si éste es un /ode de clemeo'
tos similares ó desimilares que integran un conjunto
(totum), la división toma el nombre de in teg ra l ó de parti­
ción, y los miembros de la división $e llaman partes inte­
grantes; si el objeto divisible es una idea ó concepto
general que puede considerarse com o un todo lógico
(cmnej, distribuible en los conceptos menos generales que
le están subordinados., entonces la división se llama
lógica,"^ los miembros que resultan toman la denomÍnaci<^
de partes subjetivas 6 inferiores. E sta división se subdivide
á su vez en deductiva, que tiene por antecedente á la de­
finición y la sigue completándola; y en clasificación, cuyo
antecedente es la inducción Ó el procedimiento a pós-
teriori.
Por último» si el objeto divisible es un todo racional
susceptible de distinciones racionales mediante la abstrae-
ción y el análisis de sus diversos aspectos, la división se
llam^ racional y sus miembros propiedades.
IV .—F u n d a m e n to d© ia d ív lsíd n ld g lc a .« - E l fun­
damento de ia división lógica no está sólo eo la distinción
de las partes, sino en la distinción de partes con subordi'
nación á un todo, de tal suerte que resulte la pluralidad
subordinada á la unidad, y de este modo cada parte no
queda aislada, sino unida al todo lógico mediante el Us^o
común que las retiene á todas dproxífnadas, cu yo lazo
es la unidad con que á lo dividido lo percibe nuestra
facultad cognoscente. E sto s puntos de vista desde los
cuales puede nuestra mente considerar los todos lógicosr
son los siguientes: E l concepto genérico dividido en
sus especies, porque el género se integra con la variedad
de sus especies; 2.^, el concepto genérico distinguido por
sus diferencias, porque la suma de las diferencias con los
géneros da la variedad de las especies; 3-% el concepto de
substancia diferenciado por los accidentes opuestos que
en ellas pueden darse, porque es imposible que cualidades
opuestas existan en un mismo sujeto y al mismo tiempo;
y 4.^, el accidente por la variedad de substancias en que
puede hallarse, porque es imposible que un accidente,
^endo el mismo numéricamente considerado, se halle al
mismo tiempo en muchas substancias ([).
V .—R e g la s d e la d iv is ió n .—L as leyes clásicas de la
división deducidas de su acepción esencial, son: 1.*, que sea
completa, lo que quiere decir que los miembros de la divi-
. sión integren la extensión del todo dividido, para lo cual
es necesario proceder del carácter más general que ten-
t ga lo dividido al que lo es menos, del género superior
^ i los subordinados, del género próximo á las especies, de
las especies á los Individuos, etc.; 2.*, la división debe ser,
á ser postóle, p o sitiva; io que nos indica que los miem­
bros de la división, cualesquiera que sea su número, han
de Excluirse mutuamente, de modo que e! uno no esté
comprendido en el otro, y 3.*, la cla rid a d exige que se
guarde orden en la distribución progresiva de la s partes^
asi como la concisión en su enunciación^ en tanto en cuan^
to no perjudique la expresión cla ra de los miembros de lo
dividido.
VI.— C o d lv ls fo n e s y s u b d iv is io n e s —Como quie*
que los objetos divisibles pueden considerarse bajo dis-

(O n .* edidóa, pág*. i2i.


tintos aspectos, cabe dividirlos paralelamente según los
tales aspectos; de ahi las codivisionts^ que no son otra
cosa que U s distintas divisiones colaterales que pueden
hacerse de una misma co sa, según los diferentes puntos
de vista que presenta. También puede ocurrir que Jo$
miembros de una división sean á su vez distribuibles, por
presentar diferentes aspectos; pues bien, á estas nuevas
divisiones se les da el nombre de subdivUioiuSy las cuales
podemos explicar diciendo que son nuevas divisiones de
lo s miembros de una división anterior.
E n las codivisiones no existe subordinación alguna
entre los miembros de las diferentes codivisiones ni en>
tre estas mismas. Entre las codivisiones, para que sean
ex actas, io que debe existir es coordinación.
En las subdivisiones, por el contrario, las difereú’
tes divisiones están subordinadas á la división primera, y
los miembros de las subdivisiones deben estarlo aS miem*
bro subdividido, por estar contenidas en su extensión.
Tan to las codivisiones com o las subdivisiones están
sujetas á las leyes dadas para la división en generali y <
unas y otras toman el nombre de dicotomáticds si cons­
tan de dos miembros, y politóm icas sí constan de raU í
de dos.

A R T ÍC IX O v r

L e e la e lflo A c io n .

I.—N a t u r a le z a d e l a c la s ific a c ió n .—L a clasíñct-


ción es un procedimiento racional au xiliar del método que
oon las deñnicioneB y divisiones contribuyo á realizar el
ñn del método en la ciencia. L a clasiñcación, conside­
rada en sf misma, consiste frt la distribución ordenada y
Cómpleta en grupos, llam ados clases ^de los cmccptos ó idc&s
generales obtenidos p o r inducción^ p a ra lo cu al tomamos
como base los caracteres comunes y mutuas relaciones de
los objetos á que se refieren los dichos conceptos.

i
L a clasiñcacíón precedida de la abstracción como
aailisis subjetivo de nuestras ideas» y de ia comparación,
halla analogías entre los objetos» y en consecuencia une
y distingue com o la defínición» y acaba por coordinar lo
múltiple dentro de lo uno; por eso el resultado de nues­
tras abstracciones» comparaciones y generalizaciones, lo
clasiñcamos, reuniendo las cosas análogas y loe individuos
semejantes en especies» las especies semejantes en géne>
ros, y los géneros sem ejantes en un género más supremo;
luego la clasiñcacíón pone también orden jerárquico en
nuestros juicios é ideas.
ti.—P r in c ip io s ó fu n d a m e n to s d e l a c la s ific a c ió n .
^ L o s principios ó fundamentos de toda clasifìcación»
según lo que acabamos de exponer» son dos; el primero
lo encontramos en la comparación que realiza nuestra
razón con todos los conceptos de nuestra mente» y el
segundo en el hecho de que los caracteres que presentan
ios conceptos com parados at subordinan unos á otros:
sin estos dos principios no sería posible que nuestra mente
realizase sus clasiñcaciones.
III— D iv isió n d « l a c t a s lf ic a c id n .^ L a clasificación,
como procedimiento racional, puede hacerse» bien tenien­
do en cuenta el conjunto de caracteres que aproximan
unos á otros á los seres reales en virtud de sus múltiples
y respectivas semejanzas, en cu yo caso recibe el nombre
át dosificación natural, bien, al contrario, teniendo en
cuenta com o punto de partida, para la ordenación de los
grupos, uno solo de los caracteres comunes, aquel que
nuestra mente toma como el más fundamental para su
propósito, y ^ to n c e s recibe el nombre de clasiñcacíón
fo'üflciol. P o r los caracteres expuestos se v e que las cla­
sificaciones artiñciales son más fáciles y variadas» gracias
á la libertad en que dejan al sujeto clasiñcador para la
elección del carácter 6 caracteres tomados como base;
sin embargo, esto tiene sus inconvenientes y es causa de
Is disparidad de clasificaciones que se notan en los expo-
26
sitores de una misma ciencia, todo lo cual se obviaría si
siempre se procurase tom ar com o base de las cla&iñcacíO'
nes lo s caracteres reales y los que fuesen más salientes
y esenciales.
L a s clasifícaciones también podemos dividirlas en em-
p íric a s y Msua/cs ó prácticas. E n tre Us prim eras podemos
citar las alfabéticas^ que so a independientes de la natura*
leza de los objetos» puesto que en ellas sólo se toma ea
cuenta una circunstancia accidental, cual es t i orden coa
que hemos aprendido los caracteres dcl alfabeto» y así se
clasíñcan á los objetos teniendo cn cuenta la letra con que
empieza su nombre, empezando por los que principia su
nombre por A y continuando por los que empiezan por
las demás letras. E n tre las segundas podemos citar (as
medicinales, económicas, geográfícas» jurídicas, etc. Rey
divide también las clasiñcaciones en espontáneas y volmh
tartas, diciendo que !as prim eras son aquellas que orde­
nan los conocimientos al paso que se v an adquiriendo y
generalizando, entendiendo que esta operación es de*
bida á un mecanismo oculto é instintivo de la inteligc^
cia, y que las segundas, que son las metódicas y científí*
cas, son las que ordenan las ideas en vista del valor
com prensivo y extensivo, desenvuelto y fijado por la de­
finición y división lógicas.
Realmente esta división no tiene razón de ser» pues
ambas clases de clasificaciones son una sola en el pro­
cedimiento; lo único que las puede distinguir es que las
llamadas voluntarias se realizan en vista de las deñní’
ciones y divisiones de lo clasificado, y las otras son ante*
riores á las defíniciones y divisiones.
IV .—C o n d lc lo n e d d e l a c la s ific a c id n .—Toda clasí-
fícación debe atenerse á los siguientes preceptos: I.%pro*
cu rar que los caracteres tomados como base de la clasifi­
cación sean los más importantes y salientes y los más sen­
cillos de conocer; 2.^, ordenar los grupos de modo que no
estén incluidos unos en otros.
A R T Í C U L O VII

I E l Alaterna.

t.^ R a z ó rt d e l p ia n .—Por el hecho de haber estudia-


do el conocimiento y sus cuüHdadcs, y a tenemos los mate*
ríales para la ciencia, y por el hecho de haber examinado
> el método y sus auxiliares, la deñnición, división y clasiñ-
* cací6n, tenemos también los medios para clasiñcar los ma-
* teriales y colocarlos en el ediñcio cientíñco; pero como
, se comprende á primera vista, aun nos hace falta dar á
ectos materiales una forma adecuada para el dicho edifì­
cio, la cual conseguimos por medio del sistema^ que al
mismo tiempo tiene la importancia lógica de hacer sÓUda
la cadena de la demostración.
I II.—S e n t id o s en q u e e s to m a d a la p a la b r a s is t e ­
ma.—L a palabra sistema se deriva directamente de las
dos griegas syn y titkem i (oúv y TÌtìr,}iv), que signiñcan com*
posición, poner cm ; pero claro es que los objetos que
en esta composición entran han de tener un fondo y un
Aspecto ordenado; de suerte que sistema, etimológicamen­
te, expresa colocación ordenada de las cosas. No es la
palabra sistem a de las empleadas por todos; lejos de esto,
observamos que sólo la usan las personas que han recib i'
do cierta instrucción. E l sentido en que se la emplea, ge-
Aeralmentc diñere m uy poco ó nada del etimológico, pues
^cnpre que se reúnen varias cosas para la consecución
de un ñn, y al cual contribuyen de algún modo, se dice
Hue hay un sistema; como por ejemplo, i la combinación
de varias fuerzas para d a r una resultante que veriñque
UD movimiento cualquiera, se llama por los mecánicos
sistema de fuerzas. N o se aplica esta palabra en un or-
d«n solo, en el intelectual por ejemplo, sino en todos los
‘^fdenes; así la vem os empleada en las artes, y en la in­
dustria, y decim os: el sistema t a l ó cual de pintura, el
esterna de riegos de V alencia, el sistema tal 6 cual de ex­
tracción de minerales, etc., etc. E n su sentido generali^
dícesc el sistema de todo conjunto de reglas 6 principi
sobre alguna m ateria, pero cuando están enlazadas entre;
si. Claro es que aquí no nos referim os á ninguno de estos-
sistem as y si al intelectual 6 lógico.
IM.—D e fin ic ió n d e l s i s t e m a .—Con atender únicar
mente á la etim ología, no es sufíciente para que demos la
definición ó explicación de la naturaleza del sistema;
cesitamos también tener en cuenta los demás sentidos que
dejamos consignados, y así podremos decir que sisteau«
e s «el desenvolvimiento del contenido de un conocimiento«
en los conocimientos parciales que en él se contienen, 6 la i
reducción á 2a unidad de los conocimientos percibidotf
aisladamente para venir á constituir un todo orgánico^yi j
Sistem atizar un conocimiento será, pues, desenvolverte^) 1
en otros en él contenidos, ó por el contrario, reunir los.^1 •
conocimientos aislados referentes á un mismo objeto y jí i
iorm ar con ellos un todo.
IV .—D iv isió n d e l s is t e m a .—Heñnido el sistema, no« ^ ]
encontram os con que para dividirlo necesitamos tomar
bases fijas, y como en realidad, por lo que hemos dicha (y
dei sistema, éste no es más que un instrumento del méto* *]
d o, atendiendo á las direcciones metódicas podemos di*
vidirlo en analitico y sintético, segón que examinemos los ¡
conocimientos aislados y los unamos en armónico todo, à ^
que vayam os de la unidad de un conocimiento al desen* •
volvim iento de todos los en él contenidos. También,
com o es natural, cuando se sistematiza siguiendo compo*
sitivam ente las dos direcciones, el sistema se llama cons* <
tructivo.
Realm ente, la división más importante dei sistema es
la que se puede hacer del mismo, teniendo en cuenta l¿s
fuentes de la actividad cognoscitiva, en experiinenial, ra-
cicnal é inU kctual propiamente dicho, según que se siste­
maticen conocimientos de hechos aislados, de ío perma­
nente y esencial ó de ideas abstractas.
V ,—C o n d ic io n a s d e l s is t e m a .—De la deñnición que
•dejamos expuesta, dedúcese que el sistema ha de reunir
ciertas condiciones que se desprenden fácilmente de cuan*
to dejamos consignado. I.a primera de estas condiciones
es la unidad, la cual ex ig e un conocimiento del que sean
desenvolvimiento otros secundarios. I.a segunda es la va ­
riedad, que indica el desenvolvimiento efectivo de estos
conocimientos. Por último, la tercera es la arm onía, ó s e a
el estreclío enlace entre todos los conocimientos de! todo
del sistema y cada uno de los particulares que entran en el
mistno, el cual contribuye á darnos el conocimiento com**
pleto del objeto.
V I.-~ E le m e n to s q u e In te g ra n e l s is te m a .—Los
elementos que integran el sistema no pueden ser otros
<1^6 los que integran el conocimiento» tratándose como
K trata del sistema lógico» y como los del conocimiento
el sujeto y el objeto» éstos dos serán también los del
sistema; así, que no es suficiente conseguir que las sistema*
tisaciones de los conocimientos sean subjetivas» sino que
también es necesario que sean objetivas, es decir, confor*
n^es con la realidad, y como ésta es ordenada natural-
laente, el sistema también debe serlo en cuanto al objeto.
De aquí nacen la clasificaciones que se hacen cn la Histo*
rU natural, las cuales pueden ser, 6 fundadas en un vínculo
pwesto por la naturaleza, 6 en virtud de uno elegido por
hombre voluntariam ente, y de aquí que se las llame i
unas naturales y á otras artiñcialcs, en conformidad al
O fácter en que se apoyan.

ARTÍC U LO VIII

La teo ria.

L*—C o n c e p to d e la t e o r ía .—L a palabra teoría se


deriva de la griega tkío ria que significa contínt*
plúcióny txpeeulación, 2a cual es tomada por el uso co­
rriente y entre los filósofos en varios sentidos. N osotros
entendemos por teoría e l cm junto ordenado de un àeri&
nùmero de conocìmienios referentes d un objeU>\ por eso li
teoria es considerada corno una parte integrante de k
ciencia» (a cual suele constar de varias teorías referentes
á los diversos problemas <5 cuestiones que acerca del
objeto de la ciencia pueden originarse.
teoría pone orden jerárquico en los conocimientos,
á la manera que ]a clasiñcación lo pone en nuestras idea^
constituyendo así un todo perfecto acerca de cada una
d e las cuestiones ó problemas; siendo en todo caso de un
orden especulativo el cual reconoce el sentir corrieote,
puesto que siempre contrapone lo teórico á lo práctico.
IL—M o d o d s o b r a r l a s t e o r ía s en la c ie n c ia y sus
r e la c lo o e s c o n e l m é to d o .—L a discusión de U verdad
d e un conocimiento, se realiza presentando ordenadamen-
te todos los conocimientos verdaderos y ciertos que ex­
plican el primero, registrando y Tiendo los enlaces de los
generales con los particulares y del conocimiento eo
cuestión con cada uno de los presentados para explicarlo;
he aquí, pues, el proceder de la especulación, y por cofì'
siguiente el modo de realizarse las teoHas. E n consecuen­
c ia, podemos añrm ar que la teoría entraña un cierto nú­
mero de conocimientos enlazados entre sí mediante la
común referencia de todos al objeto que pretende explicar;
por esta razón la teoría es un auxiliar del método, en
cuanto contribuye al orden que éste lleva á la ciencia, y
como él, concurre á precisar, distinguir y ñjar el sentido
y naturaleza de las cuestiones; por esta razón la teoría
exige el em pleo de las leyes metódicas en lo que atañe al
conjunto particular de conocimientos que constituyen
cad a teoría.
III.—D ife r e n c ia e s e n c ia l e n tr e la t e o H a y el sis­
t e m a .—L a teoría, com o el sistema, aspira á Ja unidad
exigida por la razón humana; pero se diferencia esencial­
mente del sistema porque mientras e) sistema idea é im­
pone e&a unidad al conocimiento, ñjándose en los lazos

J
— 407 —
comunes de los casos reales, ella encuentra en el objeto
el fundamento de la unificación; pues siempre se re 6ere i
un solo objeto, á un solo aspecto, á una sola cuestión.

ARTÍCULO IX

EJ p ia n .

I.—¿ P o r q u é e s t u d ia m o s a q u í e l p la n ? —L a pala-
bra f/ a n también dice relación á orden y es corriente
emplearla en la ciencia. N os corresponde, por tanto» exa>
minar brevem ente el plan en esta sección» que bemos des-
tinado al método.
II.—¿Q u é s e e n tie n d e g e n e r a lm e n te p o r p la n y
qué e s p a r a n o s o tr o s ? —£ n el lenguaje vu lgar vemos
empleada la palabra plan como algo común al pensamien-
to. A s íe s frecuente o ir: «Tengo pensado mí plan*; «tengo
planteado el asunto»; «he meditado el plan de ataque y
lo creo de excelentes resultados>; «me parece bien su
plan». £ s claro que en todas estas frases nos referimos á
un orden de colocación, y a sea de nuestros conocimien­
tos, y a de las partes de un conjunto ó de un todo. E l plan»
por tanto, en la ciencia no puede ser otra cosa» según el
sentido que hemos visto tiene la palabra, que el orden y
disposición que damos á las partes en que real ó mental­
mente se puede dividir la ciencia. Ejem plo: S i se trata de
la Historia» la distribución que hacemos de la misma en
edades, épocas y períodos, y dentro de estas partes la
distribución que» con arreglo al método, se hace en na­
ciones, reinados ó años, etc., etc.» asi como de esta obra
lo ha sido la distribución en libros, secciones, capítulos, ar­
tículos y párrafos.
E s, pues» preciso el plan en la ciencia, com o com ple­
mento material del método» si, como es natural» hemos
de aspirar á que la parte conocida de la ciencia contri­
buya al conocimiento de Jo aun desconocido.
lll— D istin c ió n e n tr e m é to d o y p la n — Si ahora tra*
tásemos de hallar una diferencia entre el plan y el méto­
do, la encontrada moa ñjándonoa en que el método se re*
flere siempre á la le y de las cosas, mientras que el plan
hace relación al orden de cclocacióct de las partes en que
se pueden dividir 6 considerar divididas las cosas que
caen bajo el ejercicio de una actividad; además, el pri-
mero es más subjetivo y el secundo m ás objetivo si cabe.
E l método mira más al orden que la inteligencia debe
seguir en su ejercicio al conocer, y e l plan nos dice cómo
debemos disponer el objeto del conocimiento en confor-
midad al método adoptado. D e suerte, pues, que uno y
otro contribuyen m uy poderosamente á la finalidad de la
potencia cognoscitiva, esto es, á obtener la verdad.
iiiiiitiiiiiiinriiiriMiiniiiiiiiiiiiiiiiiiMiiiiiiniMiiiiiiinMiiiimirri
VS <»\ \ \ \\*NV*V\ \ Vs

LIB R O T ER C ER O

LÓGICA DE LA CIENCIA

SE(X!IÓN ÚNICA

CONSIDERACIÓK DE LA CIENCIA

C A P ÍT U L O 1
L a elen e ift « n 9«n « r« l.

L—R a z ó n d e l p la n .—L a Lógica fundamental no ten­


dría ñnal (dad alguna si, com o dijimos oportunamente, el
hombre no se propusiese, por necesidad de su naturaleza
inteligente, construir la ciencia humana para llegar á cono­
cer con verdad y certeza cuanto le sea posible de la reali­
dad; puesto que si la L ógica tiene por objeto conocer la
verdad de todo conocimiento, las ciencias tienen por objeto
conocer con vcrd¿id su respectiva materia; luego la ciencia
debe aer estudiada en la. L ógica desde el punto de vista
de su valor lógico; luego aquí debemos dar á conocer ias
condiciones generales de la ciencia considerada como
entidad lógica, y por consiguiente cuanto se refiere al
artificio de su definición, clasificación y determinación
de cada uno de sus géneros.
ARTÍCULO I

C o n c e p to d e Ift c ie n c ia .

I.—E tim o lo g ía d e la p a l a b r a c ie n c ia .—A nte todo


importa que ñjemoá la etimología de la palabra ciencia, y
al hacerlo así tenemos que, si acudimos al griego, cncon*
trarem os varias palabras al parecer sinónimas, que pue>
d ea referirse á U ciencia, siendo la que dice algo más
aproxim ado al objeto de la misma 'ípistcme que
signiñca literalmente orden, colocación, pero ios griegos
la empleaban con el significado de saber, de habilidad;
mas com o se v e, la etimología no nos dice lo que sea
la ciencia esencialmente, pero sí nos da á entender una
condición de la misma, esto es, que la ciencia no es un
agrupamiento cualquiera de conocimientos» sino que han
d^ estar éstos dispuestos con cierto orden.
II.—S e n t id o s e n q u e e s t o m a d a l a p a la b r a cien*
d a . —S i atendemos al pensamiento común, nos encontra-
mos con que éste la usa en el sentido de acumulación de
conocimientos, dándole carácter especialmente cuantita*
tivo y prescindiendo casi p o r completo dei cualitativo) y
así es frecuente oÍr llam ar hombre de ciencia al que po-
see muchas noticias, conocimientos, etc., siquiera sea un
erudito á la violeta.
E n el pensamiento cientiñco se notan divergencias no-
tables én trelo s autores, habiendo filósofos que ni siquiera
la explican. L a m ayor parte, sin em baído, dan de ella U
siguiente deñnición: «Serie de verdades relativas á un
objeto, enlazadas entre sí y subordinadas á un principio*
Deñnición que tiene un sentido metafórico, puesto que la
verdad del conocimiento humano no se da en si misma,
sino en la relación deJ conocimiento; por consiguiente,
podría rectiñcarse esta deñnición, diciendo: «Serie de co-
nocimlentos verdaderos». Pero como de nada serviría que
los conocimientos fuesen verdaderos si ei sujeto no lo
sabía, porque Sa ciencia es una obra refleja, habría precU
sión de añadir: « y ciertos». E sto np obstante, tendríamos
que como por la mera colocación sucesiva de hechos no
llegaríamos á formar ni aun la ciencia experimental, por-
que además es necesario exponer las relaciones de causa-
lidad, condicionalidad, finalidad, e tc ., en verdad no es
suñciente la palabra ^ ^ w p a r a expresar dichas relaciones.
Adem ás, en la definición que examinamos se dicc que
deben estar las verdades ^subordinadas á un principio»;
pero... jcuál es este principio? E n la definición no se men­
ciona; así^ pues, esta definición tan generalizada no es
admisible, por faltarle las condiciones de exactitud y
daridad.
III.— M a t e r ia d e la c ie n c ia .—Viéndonos obligados á
dar el concepto de ia ciencia, expondremos antes la ma*
teria y forma de la misma, con el fin de ver si lo podemos
dar con acierto.
L a m ateria de la ciencia la componen los conocimien­
tos, no integrándose, por tanto, ni de sentimientos ni de
voliciones, lo cual no quiere decir en modo alguno que los
conocimientos que componen la ciencia no tengan relación
ni con ia sensibilidad ni con la voluntad, no; únicamente
significamos con esto que la ciencia se integra con los c o ­
nocimientos como tales conocimientos, prescindiendo de
si son conocimientos referentes á T o liclo n es ó á senti­
mientos.
IV.—¿ T o d o c o n o c im ie n t o p u e d e s e r m a t e r ia d e
la c ie n c ia ? —Hem os dicho que la materia de la ciencia
son los conocimientos, pero se nos ocurre preguntar:
^Todo conocimiento puede ser m ateria de la ciencia^ No,
porque el conocimiento, para ser científico, ha de reunir
las condiciones de ser verdadero y cierto; luego el cono-
miento que integre la ciencia, ha de ser verdadero y
cierto por lo que se reñere al fondo de la ciencia y esen*
cía de los conocimientos. Pero aquí se nos ocurre una
nueva duda, según lo que acabamos de decir: ¿En la
üC

actualidad la ciencia $e compone solamente de conocimien­


tos verdaderos y ciertos, y , por consiguiente, cicntíñcos?
E sta duda se resuelve fácilmente contestando que no,
puesto que en la m ayor parte de las ciencias que conoce­
mos h o y encontramos muchos conocimientos opinables^ 6
cuando más verdaderos, pero no evidentes. E sto tiene su
explicación, pues desde el momento en que el hombre
alcanzara el punto limite de la cien cia, poseería Paciencia
absoluta; de donde podemos deducir que la ciencia es
ampliable indefínldamente» pero que hoy por hoy no está
constituida de sólo conocimientos propiamente píentíñcos.
V .—F o r m a d e la c ie n c ia .—P o r lo que respecta á la
forma, la ciencia no ha ser una simple acumulación de co«
nocimíentos, siquiera éstos sean verdaderos y ciertos, sino
que han de estar organizados, siendo conveniente que se
presenten sistematizados con arreglo á un plan y mediante
un método adecuado; todo de ta! suerte, que se pueda
decir con verdad que la ciencia es por su forma un orga­
nismo, y aun un sistema de sistemas. Hasta tal punto debe
llegar la trabazón entre los conocimientos que la compon*
gan, que tío falte ningún eslabón de la cadena que formen.
V I.—D e fin ic ió n d e la c ie n c ia .—Sabido cuál es el
fondo y la forma de la ciencia, siquiera sea del modo ge­
neral con que acabamos de exponer estos elementos, ya
podemos explicar la naturaleza de la misma, diciendo que
es un organismo de conocimitntos verdaderos y ciertos re-
ferentes á un objeto^ ó bien la organización ntedianíe e l m¿’
todo y en consideración d un plan de los conocimientos ver­
daderos y ciertos referentes á un objeto.
V ]J.—C o n fo r m id a d d e n u e s t r a d e fin ic ió n d e la
c ie n c ia c o n la d a d a p o r o tro d filó s o fo s .—Nuestra
definición, adem ás de ser lógica deducción dcl aspecto ob­
jetiv o y subjetivo de la ciencia, se funda en la naturaleza
real de la misma y concuerda con loque de ella pensó A ris­
tóteles, pues sabido es que la hacia consistir en hallar lo
uno en medio de lo múltiple, ó en establecer, por medio de
ta inteligencia, e! orden en la m ultiplicidad indefinida y
caótica, ante U prim era imprcBÍón de los fenómenos. E ste
caricter de unidad también lo reconocen Platón, S^n
Agustín y Santo Tomás^ puesto que están de acuerdo cn
que la ciencia es cognitio r e i per causam, conocimiento de
las cosas por sus causas ( l) ; sólo que esta unidad la ponen
estos autores cn las causas que explican á las cosas.
Dugas reconoce igualmente la unidad de la ciencia y su
realidad cuando añrma que «la ciencia ea una determina-
ción de la realidad concretada con la ayuda de las cate­
gorías abstractas del número, de la extensión y dcl mo­
vimiento», y cuando dice «que la ciencia es á la realidad
lo que la fórmula de una cu rva e s á su trazado». (2). Los
anteriores modos de entender la ciencia, sin embargo,
presentan todos ellos el inconveniente de no atender más
que ai fondo, olvidando las condiciones de forma, que es
lo que nosotros hacemos al decir que es la organisación
mediafite e l método y en cmsrderactón á un plan.
VI)].—¿E n q u é c o n s is t e el p r o g r e s o d e l a c ie n c ia ?
—E s natural, considerando lo que dejamos dicho, que unos
conocimientos sean superiores á otros en el orden lógico;
así es que podemos establecer grados de conocimiento y
decir: para el hombre h a y un conocimiento superior, el
(ientifico\ uno inferior, que se llama vulgar^ y uno ínter*
medio, nominado reflexivo, cu yo orden cronológico es
del ordinario ó vulgar al reñ exivo y de éste al científico;
de modo, pues, que el progreso de la ciencia consistirá, á
nuestro modo de v er, por un lado, cn ir convirtiendo los
conocimientos vu lgares en reflejos y éstos en científicos,
y por otro, en aumentar cuantitativam ente el caudal de
los conocimientos verdaderos y ciertos.

(1) VéM« L » y ia C'u m c ís , 3.* « d ic ié o , t. I, p¿^. 169, d « l


r . Z GoDUUe«. *
(2) D a ^ s : RcVHe P kih fo p h i^ u t d t Ift Praneg ef de Í É tr a tt f tr ,
M fiif ¿ O c f l r e , 1 $ 9 5 , p i f . 375.
Preséntase en este punto la cuestión de si el hombre
puede llegar al límite de la ciencia» es decir, de si puede
llegar á conocer toda la realidad con verdad y certeza. £ l
hombre no sólo puede ser considerado como individuo»
sino que también en colectividad; asi> pues, a! lado del pro-
greso científíco individual habrá que poner el progreso
indefinido que realiza la especie humana.
A h ora bien; ¿hasta qué limite pueden llegar uno y otro
progresos Y contestamos sin vacilar: hasta donde alcance
el poder cognoscitivo de la naturaleza humana; de suerte,
pues, que la solución de la cuestión queda reducida á saber
hasta dónde alcanza la naturaleza humana. Y aun cuando
la Psicología es la que tiene los datos suñciente» para co-
nocer la naturaleza del hombre, por los hechos de) mismo»
de todos conocidos, podemos decir reflexivam ente aquí
que el hombre en todas sus manifestaciones es limitado« y
como ia ciencia es una de las manifestaciones de éste,
evidentemente el hombre no puede llegar á conocer toda
la ciencia, y a sea considerado individualmente, y a como
especie. E l hombre puede y debe hacer progresar la
ciencia cuantitativa y cualitativam ente, ts cierto, pero
debe limitarse á esto, y no fatuamente aspirar al conocí-
miento de la ciencia absoluta» pues será el camino más
seguro para emplear estérilmente sus fuerzas cognoscití*
vas, sin conseguir dar un paso más en el progreso de la
misma, y sí, por e( contrario, salirse del medio propio de
su acción intelectual, infringiendo la le y de la potencia
cognoscitiva y alcanzando por premio la sanción negativa ^
ó sea el error.
IX —¿ D e b e m o s c o n o c e r lo to d o sin e s p e c ia liz a r
n a d a ? '—P ara contestar á la pregunta con que encabe­
zamos este párrafo, precisa distinguir si se trata de cien*
cías experimentales ó racionales. Porque si se trata de \Z9
primeras, la misma naturaleza limitada del cognoscente
nos dice que los hechos deben estudiarse separadamente,
pues los sentidos no pueden percibir más que los hecho»
aislados, no en síntesis, mientras que tratándose de las
ciencias racionales y a varía el procedimiento, y casi sietn-
pre el cognoscente va del conocimiento uno al conoci­
miento vario . A h o ra bien; lo humano se da el caso
da que el conocimiento sea exclusivam ente enciclopédico,
é sólo experim ental 6 sólo racional^ No; lejos de esto, no
se da conocimiento experimental sin la intervención de la
razón, ni racional sin que en algún modo deje de ínter*
venir 2a experiencia ó se particularice el conocimiento
enciclopédico. A sí, pues, afirmamos, contestando á la
pregunta formulada, que es neccsarío obtener conoci­
mientos armónicamente especialistas y generales unitarios.
X .—¿ E x is t e u n a c ie n c ia u n iv e r s a l, 6 s ó lo h a y
c ie n c ia s p a r t ic u la r e s ? —L a ciencia, tal como Ja hemos
considerado, es exclusivam ente humana; pero si conside­
ramos como sujeto de ella á Dios, entonces tomará el
carácter de absoluta. E l ideal del hombre, claro es, serla
alcanzar esta ciencia, pero no es posible, dada la natura­
leza ñnita de su inteligencia. L a ciencia no se da hecha al
hombre, antes bien tiene que form arla con los elementos
que él mismo se labra. Pero al hacer estas consideracio­
nes, se nos presenta la cuestión iniciada en la segunda
pregunta. ¿Existe una ciencia tipo? O más claro. ¿Existe
una ciencia general, ó sólo existen ciencias particulares?
V erdad es que no se ha encontrado una ciencia tipo á la
cual se ajuste el hombre para iormar las ciencias particu­
lares; pero si no tuviésemos el concepto de una cienda
general, ¿qué valor tendría para nosotros esta palabra^
De modo, que si existen ciencias particulares, como la
más vu lgar observación nos prueba, también existe, si no
una ciencia tipo, sí una ciencia general que puede servir
de base y explicación de las particulares, y á su conoci­
miento tiende & preparar esta sección.
— 4 lO —

a r t í c u l o It

C o n te n id o d o I« c ló n e la .

I —C o n o c im id n to s q u e dntr&n en e J c a m p o c ie n ­
tífico . ^ E xam in ad o el concepto de la ciencia, parece que
deberíamoe exam inar en este lugar &u clasiñcación; ma$
si bien esto es verdad, también lo e$ que conviene antes
aclarar la deñnición que hemos dado de la ciencia, estu­
diando sus elementos, 6 sea el fondo y forma de la misma.
£1 más importante de estos elementos es, sin duda a]gu*
na, el fondo 6 contenido; así es que por éste empezaremos
el examen.
ciencia se integra sólo de conocimientos; así, pues,
los conocimientos constituyen el fondo de ia ciencia. Pa­
rece muy sencillo comprender lo que dejamos expuesto,
y así sucedería efectivam ente si el alma fuera sóio inteli­
gencia, si no tuviese otras facultades, la sensibilidad y Ja
voluntad, las cuales no dejan de reñejarse en todo acto
espiritual; de modo que es conveniente repetir una wtz
más que la ciencia no se compone de sentimientos y de
voliciones y sí de conocimientos, y esto es tan verdad, que
á veces suele ocurrir que la inlluencia de las tales facuU
tades hace extraviarse á la inteligencia» y que en vez de
conseguir la verdad consiga el error. Por esto conviene
evitar para la inteligencia que estas Influencias adquieran
demasiado predominio, buscar conocimientos verdaderos
y ciertos^ de tal modo que siempre sea la luz de ia razón
la que guie y no ia que sea guiada, procurando ai mismo
tiempo no m atar el recíproco y natural Influjo de las otras
facultades espirituales, porque entonces vivirem os en un
subjetivismo puro, lejano á toda realidad.
E s, pues, necesario desterrar de la ciencia todo io que
sea error en primer lugar, y luego las opiniones y proba*
lidades, hasta tanto que no sea dem ostrada su verdad.
L o s conocimientos que forman el contenido de la ciencia
r
han d t ser verdaderos y ciertos con evidencia; y a que no
sea posible siempre la inmediata, <¡ue! o sean con la mediata
6 dem ostrada, para lo cual es suficiente la aplicación recta
de los criterios de verd ad y certeza que dejam os consig*
nados en la críteriologia, y que las facultades tomen cn la
obra del conocimiento el papel que á cada una Je corres^
ponda, sin que haya perniciosos deseos, preocupaciones
6 intereses de por medio.
II.— C on ten ido id e a l é h isté ric o d e la cien cia. —
Lo expuesto nos dice la necesidad en que estam os de fijar,
antes de continuar, el concepto ideal de la ciencia y lo
que vulgarm ente se entiende por tal. Vulgarm ente ciencia
no es otra cosa que conjunto de conocimientos sobre un
objeto cualquiera; pero y a sabemos que esta idea no con*
forma con la verdadera deñnición, por la sencilla razón
de que en ese conjunto ]o mismo puede haber conocimien*
tos erróneos que verdaderos, dudosos que probables, y
ios erróneos y dudosos quedan excluidos de la ciencia,
mientras que el concepto ideal es el que hemos expuesto
al defínir la ciencia. A sí, pues, distinguiendo entre el con­
tenido ideal y el histórico, encontramos que cn el primero
sólo entran conocimientos verdaderos y evidentes, en tanto
que en ei segundo entran otros conocimientos de orden
inferior m ás ó menos opinables. E l contenido histórico
nos dice que la ciencia hasta hoy constituida es manifes­
tación de la naturaleza limitada de! hombre, al mismo
tiempo que el contenido ideal viene á llenar la constante
aspiración de la inteligencia humana de que llegue un día
en que pueda exclusivam ente constituirla con conocí*
mientes verdaderos y evidentes.

ARTÍCULO III
F o r m a d e la e la n e ia .

j._ F o r m a q u e d e b e r e v e s t ir el c o n o c im ie n to
p a r a s e r c ie n tífic o .— A l hablar de la forma de la cien­
cia, !a primera cuestión que se nos ocurre es averiguar qué
*7

C
— 41$
forma debe revestir el conocimiento para ser científico, y '
esto porque hablando del sistema indicamos que no todo
conocimiento era científico p o r la forma, pero allí dijimos
que el sistema era la forma de la ciencia; luego podemos
con testar á la pregunta formulada, que los conocimientos,
para ser científicos, han de ser sistem áticos en la forma.
E l sistem a es, Ante todo, desenvolvim iento de la unidad
en las partes que contiene, y viceversa, reducción de los
elementos de la variedad en la unidad. £1 concepto pri*
m ero es el verd ad ero del sistema^ ei segundo lo forma*
mos a posteriori^ y en el orden cronológico e$ anterior en
nuestra mente al otro. Prueba de lo que decim os es que
la naturaleza m aterial forma un sistema, pero nosotros no
Je conocem os de una vez en su general contenido, antes
bien empezamos conociéndole por partes hasta llegar á su
totalidad ó unidad compuesta, siendo el hecho que el sis­
tem a de la naturaleza existe ^ntes que el hombre forme su
concepto. A h o ra bien; la ciencia, para ser verdadera, es
necesario que sea reflejo de la realidad, pero la realidad
se presenta ordenada y sistematiz¿>da; luego (a ciencia ten*
drá que ser en su forma ordenada y sistematizada. ¿Cuá*
les serán, pues, las leyes formales de la ciencia^ L as mis­
mas del sistema; unidad, variedad y armonía. £ s , pues,
necesario que la unidad, variedad y armonía, sean las
condiciones ostentadas por la ciencia en su forma.
II.--¿ L a c ie n c ia e s u n a 7^ L a ciencia es una, esto es,
no h a y más ciencia que la ciencia. Suele preguntarse por
algunos acerca de la unidad de la ciencia, y decir: ¿Cuál
es esa ciencia única? Estos no ven que desde el momento
en que diésemos nombre á (a ciencia, dejaría de ser la
ciencia considerada en general, p ara convertirse en la
ciencia B ó C; luego nosotros podemos hacer ía anterior
añrmación: «la ciencia es una». L o que sea ciencia caerá
dentro de ella, (o que no lo sea caerá fuera.
III.—S e n t id o s e n q u e s e p u e d e d e c ir q u e la c ie n ­
c i a e s u n a —E l contenido de la ciencia es el conocimien*
to, y en éste distingue el análisis los términos sujeto,
objeto, y una relación entre ambos; tenemos, pues, que bi
considerar en ella las unidades subjetiva, objetiva y
armónica. L a ciencia ea una con respecto al sujeto, porque
es una la Inteligencia en cada hombre y de la misma da*
turaleza en todos ios hom bres, 6 sea de la misma especie.
La ciencia es una con respecto al objeto, porque la reaii'
dad se presenta como un todo armónico, con unidad com­
positiva. P or OItimo> la ciencia es una con respecto á la
relación entre el sujeto y el objeto del conocimiento, por­
que la cognoscibilidad es una, si bien se manifiesta como
activa en el sujeto y com o pasiva en el objeto: de donde
también nace la necesidad de un conocimiento que sea
principio de presuposición y de dcmostrncíón de todos los
4emás conocimientos, y que sea de tal naturaleza, que su
sola enunciación no deje lugar á duda, no pueda demos­
trarse ni necesite tal demostración, el cual da, en último
término, encadenamiento unitario á los diversos aspectos
y manifestaciones de la ciencia, y realmente este conoci­
miento existe com o principio de la ciencia y de la cog­
noscibilidad del ser, según tendremos ocasión de ver.
I V .- ¿ Q u é c l a s e d e u n id a d e s l a q u e c o r r e s p o n ­
de á la c ie n c ia ? —M^s ^qué clase de unidad es la de la
ciencia^ ^Será la de simplicidad? N o, porque ésta niega
la composición, y negaría, por consiguiente, el sujeto y
el objeto. ^Será la de composición? Aunqxie realmente á
elU dice relación en último análisis, sin em bargo, no sería
propio llamarla así. unidad á que aquí nos referimos
ao es otra que la genérica; en efecto, la realidad forma
un género supremo, el sujeto otro y la relación de éste á
aquélla otro, que tiene su apoyo en el primer principio de
conocimiento, desaparecido el cual toda relación cognos*
citiva es van a y quimérica.
V .—¿ L a c ie n c ia e s v a r ia ? —L a segunda condición,
casi ley, que encontramos en el exam en de la forma de la
ciencia es que sea v a ria , sin contradecir la unidad de que
antes hemos hablado. E n efecto, la ciencia es varia, y
lejos de contradecir esta condición á la unidad cientíñca la
comprueba, pues la unidad genérica sería incomprensible*]
sin la variedad. Exam inando la variedad de la ciencia, y
sin entrar por supuesto en las ciencias particulares, en*
Gontramos que, para determ inarla, lo prim ero que teñe-
A\os q u cliacer es atender al elemento esencial de la cien­
c ia, al conocimiento, y dentro de éste á sus elemento»
sujeto, objeto y relación. La variedad de la ciencia, por
razón del objeto, se determ ina teniendo en cuenta \o%
itspectos de cognoscibilidad con que éste se puede hacer
presente ante el sujeto, y como éstos son diferentes, pues­
to que unas veces se presenta com o Aecho, otras como
ser con sus propiedades esenciales, y otras como hecho
en relación con el ser de que es manifestación, ó bien bajo
el aspecto individual, compuesto y absoluto, claro es que
la ciencia se presenta v a ria , y de ta] modo, que si damos
nombres á estas variedades, tendremos las denominaciones
de las ciencias particulares respecto á la ciencia considc*
rad a en unidad ó com o genérica.
V I.—¿ C ó m o d e t e r m in a r e m o s la v a r ie d a d de U
c ie n c ia ? —E n consideración al sujeto, la variedad de U
ciencia la podemos determinar recordando las fuentes de
conocimiento que el mismo tiene, y aun cuando hemos
dicho que para conocer no existe m is que una potencia
cognoscitiva, es lo cierto que, abstractamente, podemoc
hacer la dicha división de fuentes: experiencia, razón y
entendimiento, ora en consideración á que se sirve espe­
cialmente de la sensibilidad p ara ponerse en comunicación
con ei mundo externo é interno sensible, ora por ser
objeto inteligible en sí y poder ejercitarse directamente,
y a por necesitar del auxilio de la experiencia para que 1^
dé el dato, elevándose luego al conocimiento general y
abstracto. A sí, pues, podríamos encontar una ciencia ex-*
perlneatat, otra racional y otra relativa á las dos ante'
riores, 6 sea hi8tórico*racional.
Cabe también hallar variedad en la ciencia en conside*
ración al sujeto y objeto en relación, porque en realidad
no se da una ciencia que se componga sólo de la cognos-
oibilidad entrando como pasiva, ni de la cognoscibilidad
entrando como activa; de modo, pues, que atendiendo á
la variedad del sujeto y del objeto en reláclón, resultará
que la ciencia es, d ideal, 6 representativa, ó intelectual,
según sea la fuente y aspecto del objeto que entre en la
relación.
V II.—L a a r m o n ía en l a c ie n c ia .—L a ciencia es una,
pero también varia, y como la segunda condición no niega
la primera, si que más bien es su expresión, de ahí que 2a
ciencia sea, propiamente hablando, armónica. E sta arm o­
nia es aplicable lo mismo al sujeto que al objeto. armo*
nía del objeto consiste en que cada aspecto de congnosci-
bilidad del objeto esté en relación con los otros modos y
con la totalidad del objeto, y por esto es posible pasar de
un modo de cognoscibilidad á otro. L a armonía del sujeto
es evidente, pues tanto en una fuente como en otra de co
nocimiento, entra la cognoscibilidad como activa y es
realmente una !a potencia cognoscente. Pero donde mejor
se ve esta armonía es examinando las ciencias en relación
al tercer elemento del conocimiento, y sobre todo al pri­
mer principio de presuposición y demostración cientíñca.
VIH.—¿ E x is t e c o n t r a d ic c ió n e n t r e la t e o r ía y la
p r á c t ic a ? —E n la v id a ordinaria se cree que son opuestas
la razón y la práctica, y no es así, pues no puede haber
contradiccióa entre una y otra, porque ía experiencia es
la misma inteligencia, pero percibiendo e) objeto mediante
los sentidos, y la razón es la misma inteligencia obrando
sobre las ideas de las cosas, De suerte que aquí no hay
más que muchas veces los datos suministrados por los sen*
tidos (Ó por no estar bien empleados ó^por estar enfermos)
no están exactamente conformes con la realidad, 6 tam­
bién que las comparaciones hechas por la razón no sean
legítimas como sanción á no haber aplicado sus leyes. Que
la cíencid es armónicamente una, se prueba igualmente
teniendo en cuenta que esa oposición de que se habla vul-
garm ente entre la teoría y ]a práctica es más aparente
que real, y es debida á los múltiples obstáculos que opone
la m ateria para representar 6 modelar sensiblemente la
idea; puesto que es cierto, que si teóricam ente concebi­
mos una rueda de mil pifiones de engranaje, pero de un
milímetro de diám etro, quizá no se pueda construir, ma»
será evidente que esto sucederá, 6 por falta de habilidad
en el industrial 6 por im perfección de la m ateria, no se­
guramente porque la divisibilidad de la m ateria no sea
real hasta ese punto. esto indica contradicción entre la
especulación cíentíñca y la realidad? E n buena lógica, lo
que indica es m ayor perfección del pensamiento que de la
m ateria. L a armonía de la ciencia explica perfectamente
el error de los que añrman existir contradicción entre la
teoría y la práctica, al mismo tiempo que nos dice las es«
trechas relaciones que existen entre todas las ciencias
particulares.
IX .—¿ P o d r ía n t o d a s la s c ie n c ia s c o n s t r u ir s e den-
t r o d e la u n id a d to ta l d e la c le n c la ? ^ S e g ú n esta ar>
monía, ^podrían todas las ciencias construirse dentro de
la ciencia total y una? Por nuestra parte añrmamos que
sí. Claro es que esto no es posible m is que com o aspira­
ción de la inteligencia humana, no como hecho realizado,
pues hasta el presente sólo se han hecho ensayos enciclo­
pédicos con escaso resultado, y siempre sin conseguir io
que se pide en la pregunta, puesto que en ia m ayoría de
ios casos los autores que han escrito enciclopedias se han
sujetado á ibrmas ó condiciones puramente externas y
arbitrarias, como lo es la forma alfabética, y no en modo
aJguno á ias condiciones metódicas que debe reunir U
ciencia, y que son las que propiamente podrían constituir
la unidad armónica que se pide.
X .—¿ E n q u é c o n s is t e el a r t e d e 2a c ie n c la ? '- S i la
ciencia reuniera todas las condiciones de fondo y forma
que hemos exammado, díHamos que era bella, 6 sea una
ciencia artística. A h ora bien; el arte en ia ciencia no puede
consistir en otra cosa que en procurar reúna las condicio­
nes de fondo, verdad y certera, y de que en su forma sea
sistemáticamente una^ v a ria y arm ónica, procurando al
mismo tiempo cuidar de la expresión, no precisamente
para que sea ñorido el lenguaje y v a y a recargado con todo
género de figuras de dicción, pues éstas deben estar ex*
cluídas de ia ciencia, sino para que sea correcto, castizo
y claro, y que sin descender á la vulgaridad ni obscurc*
cerse con un tecnicismo erudito que á nada conduce, se
díga con sencillez lo suñciente para que sea entendido el
pensamiento del autor por los lectores si se expone en
forma escrita, Ò por el oyente si se expone en forma oral.

ARTÍCULO IV

El p rim e r p rin cip io d « la cien cia

I.—¿Q ué s e d e b e e n ten d er p o r p rim er principio


d e ta c ie n c ia ? ¿Q ué p o r punto d e p a rtid a ?—Ha sido
muy general confundir ci primer principio de la ciencia
con ei punto de partida de la misma, dando esto lugar á
controversias y desacuerdos entre filósofos y autores más
6 menos clentíñcos. £1 primer principio de la ciencia,
siendo ésta, como debe de ser, un organismo de conocí*
mientes verdaderos y ciertos, no puede ser otra cosa que
Aquel conocimiento que sirva de base y de apoyo incon*
movible, en el cual y por el cual todos y cad a uno de
tos conocimientos contenidos en la ciencia funden su ver­
dad ó encuentren ios medios para poderla dem ostrar. E¿
punió d i pa rtid a de la ciencia, como indican las palabras
de que nos servim os, nos dice el consentimiento comün,
que no puede ser otra cosa que aquel conocimiento de
que partamos ó por el que comencemos ia ciencia.
^5e distinguen el primer principio de conocimiento y
el punto de partida de la ciencia? Evidentem ente que 'Sí,
[W-
11
k'

por la scncilla y casi espontánea reñexión que nos ha UC'


vado á decir lo que son uno y otro; el examen reflejo nos
lleva también á distinguírlosf y notamos, en primer lugar,
que aquél es base y ap oyo de todo conocimiento cientlfl-
co, mientras que éste es sólo un conocimiento por el que
empieza cada cicncía, sín que en él se apoye toda la cien>
cia, sino únicamente ios conocimientos particulares que
él pueda contener, siendo, como es, también un conoci­
miento particular. Claro está que com o este punto de
partida es un conocimiento que ha üe form ar parte de la
ciencia, ha de reunir las condiciones de ser verdadero y
cierto.
Jl.—¿ E x iste un p rim er c o n o c im ie n to verdadero
y c ie rto , punto d e p a rtid a d e la c ie n c ia ? —Mas al
llegar á este momento de la cuestión no podemos menos
de preguntarnos: ¿Pero existe un primer conocimiento
verdadero y cierto, punto de partida de la ciencia? Des-
cartes y sus discípulos de un lado, y K rause y los suyos
de otro, resuelven la diñcultad, que en este momento se
presenta á la mente, de un modo afirm ativo, si bien di-
ciéndonos los prim eros que éste es Ía verdad: « Y o pienso,
luego existo», y los segundos, que es la percepción total
y prim era del YOf antes de toda distinción; por donde se
ve que y a h a y discrepancia entre estos filósofos. Real*
mente no podría resultar otra cosa de una afirmación tan
rotunda. Veam os por qué.
Hemos llegado, reflexionando, ¿ consignar en 2o que
llevam os dicho, que la ciencia en su unidad es, más bien
que una realidad, la aspiración constante de nuestra facul-
tad cognoscitiva; que hoy no existen más que ciencias
particulares, á Pascuales sólo una ciencia general, como la
Metaflsica, puede darles unidad, realizando ía armonia
por medio del principio de presuposición cientíñca que
ella estudia y determina en todo su valor; por consiguien­
te, para resolver la cuestión presente, parece lógico que
los m encionados autores, al buscar el punto de partida
de la ciencia, se hubiesen fìjado en esto, y nos hubiesen
dicho, 6 que el punto de partida que nos señalaban era de
la ciencia A 6 b, 6 que era de la ciencia general y primera
en el orden lógico; es asf que no lo han hecho, luego y a
empezaron por no cumplir un deber elemental lógico,
como es el de que se sepa cuál es el objeto del conocí*
miento sobre el que se v a á operar. M as no exageremos
las cosas: supongamos que se han referido á la Filosofía
(como así parece resultar en efecto), y viniendo á cuentas
nos encontramos con que tanto el punto de partida de Ja
ciencia de los cartesianos com o e) de los krausistds, es
una verdad particular, á !a cual no se llega ciertamente sin
antes haber obtenido otras, razón por la cual no los admi*
timos ni como prim eros principios ni tampoco como puntos
de partida del conocimiento ñlosóñco, pues realmente por
ellos no se puede empezar Ja ciencia ni aun Ja misma
Psicologia, y eso que son conocimientos que caen dentro
del objeto, de esta ciencia, en virtud de que para llegar
al conocim iento del precisa conocer antes los térmi­
nos que entran en el K<?, cómo se reaüea el conocimiento,
y qué es el conocimiento.
L a s gram áticas de las lenguas no se han escrito ni po­
dido escribir hasta tanto que éstas no se han hablado y
formado, como tampoco es racional una preceptiva lite­
raria sin que la haya precedido la producción de obras
literarias, pues lo mismo se puede decir de la preceptiva
científica, que no puede hacerse sino después de realizada
ia obra científica. A h ora bien; si se quieren fíjar precep­
tos para los que en lo sucesivo cultiven la ciencia y con­
tribuyan á su construcción progresiva, sólo deberá aten­
derse á lo esencial y permanente en la misma, no á lo
accidental, transitorio y temporal; por consecuencia, si
hemos dicho que la ciencia en su contenido ha de estar
constituida por conocimientos, y que éstos han de ser
verdaderos y ciertos, importa aquí que averigüem os el
principio en virtud del cual pueda verse y demostrarse,
siempre que sed necesario, su verdad y certeza» pero no
interesa ciertam ente tanto saber qué verdad particular ha
de ser la prim era en ia que y p o r la que se comienza la
exposición de cada una de las ciencias, pues esto es cir*
cunstancial y peculiar á ]as condiciones de método y plan
que se siguen en cada una de ellas para conseguir hacerlo
con mejor acierto y facilidad, y de aquí el que sea útil
consejo el de ir de lo conocido á lo desconocido y de ío
fácil á lo difícil.
Queremos decir con todo esto, que es esencial á la
ciencia un primer principio de conocimiento, el cual, al
mismo tiempo que la dé unidad, la explique, iluminándola
con su evidencia y confirmándola con su inconmovilidad;
que ese punto de partida de que hemos hablado, y que
los cartesianos elevan á la categoría de principio, no es
absolutamente necesario, ni el mismo para todas las cien­
cias, y que tampoco es exacto que esa percepción directa
del Yo de los krausistas pueda ser la primera verdad por
U que empecemos el estudio de la Filosofìa, siquiera sea
la Filosofía del Yo, pues la experiencia nos dice que no
obstante no haber nada más próximo al Yq que el Yo mis-
m o, es posterior su percepciói) á la del mundo externo ó
H0’y0\ luego más bien debería empezarse por el cono­
cimiento de esas percepciones y llegar á la causa que
ias produce. M as tam poco se hace esto, pues eso es
bueno para empezar hoy la construcción de la ciencia
psicológica; pero estando muchos de sus conocimientos
y a adquiridos y com probados, lo que conviene, para ex-
ponerla y enseñarla, es buscar el método y plan más ade*
cuados, á fín de que sin dejar ningún conocim iento du'
doso se llegue á dar á conocer todo el objeto de la cien­
c ia con verdad y con certeza, que y a el tal plan y el tal
método nos Indicarán cuáles son las verdades partícula'
res por las que debemos empezar la ciencia particular de
que se trate.
III.-^N ecesidad que a x iste p a r a ta c ie n c ia de un
c o n o c im ie n to c\ue s e a p r im e r p rin c ip io d e a p p y o
y d e p r e s u p o s ic ió n c ie n t ífic a .—E l espírítu humano
propende, por modo irresistible de su naturaleza simple,
á la unidad en todo aquello que cae bajo la acción de su
actividad cognoscitiva; y del mismo modo que en el orden
del ser, de la consideración de los seres mudables y limi­
tados se e lc v a - á la consideración de un S er Supremo«
causa de todos los seres, en el orden de la inteligencia, de
los conocimientos singulares se eleva á otros conocimien­
tos generales, y de estos á otros más universales, hasta
llegar á uno que, siendo evidente en sí mismo, á todos los
relaciona y á todos los hace posibles, pudiendo desde él
descender lógicamente á todos los conocimientos particu­
lares.
L a ciencia es imposible sin unidad, com o vim os opor­
tunamente, y la urtídad de la ciencia no se puede dar sin
que los conocimientos singulares estén comprendidos en
los universales y los universales en los generales, y éstos,
á su vez, estén apoyados en un primer conocimiento, prin­
cipio de todo conocimiento humano, evidente para todos,
y en el cual se apoye y funde toda la certeza con que
aseguremos que los conocimientos que constituyen la
ciencia son verdaderos; así, pues, precisa para la obra de
la ciencia humana, un conocimiento primer principio de
todos los demás conocimientos humanos, ai modo que la
Metafísica demuestra que es necesario que exista y que
existe un primer S e r Supremo, pero con la diferencia de
que el primer S e r es causa eñciente de todo ser que no
sea É l, y el prim er principio de conocimiento de la cien­
cia humana sólo es fundamento, apoyo ó base de presu'
posición cientíñca de todo otro conocimiento.
IV.—C o n d ic io n e s q u e d e b e re u n ir e l p r im e r p rin ­
c ip io d e c o n o c im ie n to d e la c ie n c ia .—E l primer prin­
cipio de la ciencia para ser tal y llenar la función de ser
base y fundamento inconmovible que la de unidad y el
sello de la certeza, debe reunir las siguientes condiciones:
l / , ser un conocimiento verdadero y evidente por slm is*
mo, esto es, indemostrable; pues si no, aquel conocimiento
evidente de que nos valiésem os para dem ostrarlo sería el
verdadero principio y no éste; 2.*, servir de fundamento 6
ap oyo para v e r la verdad y certeza de todos los demás
conocimientos cicatlñcos, lo cual quiere decir que, des­
truido él, queden destruidos los demás, y que añrmado él,
puedan añrm arse todos los demás por el enlace de apoyo
en que están con él; 3.^, que tenga presuposición cíentíñca
universal, es decir, no que directam ente con él se demues­
tre la verdad de todo conocimiento, sino que toda demos-
tración presuponga su existencia, y 4 / , que en él se den
las leyes del conocer humano, condición que casi es ocioso
mencionar, pues las tres prim eras condiciones no se po*
drían dar sin esta.
V .—'¿C u á l e s e l p r im e r p rin c ip io d e c o rto c lm íe n -
to ?— {Pero cuál es el prim er principio de conocimiento?
A n tes de contestar á esta pregunta satisfactoriamente, hay
que resolver y conocer otras muchas cuestiones, como la
de S fr y m ser, ía esencia y la existencia, etc., etc., todas
las cuales son y a propias de la Metafísica. Pero esto, no
obstante, aquí podemos desde luego enunciarlo, dado que
es una verdad evidente en sí misma que no necesita de*
mostración, y que, p or su simple exposición, se comprende
que, falseado él, quedaría toda la ciencia sin base fija y
vacilante al primer soplo de la duda. E ste principio se
llama principio de contradicción, y se formula; «Una cosa
no puede ser y dejar de ser al mismo tiempo», en el cual
se da 2a ley de la identidad, que es infecunda por sf sola,
y Ja de la oposición, que unida á la anterior y á la ley
de la razón suficiente, nos da la base para que todo cono­
cimiento humano en el que se hayan cumplido estas tres
leye s sea verdadero.
r
ARTÍCULO V

El m étod o e n la cien cia.

I.—¿ L a c ie n c ia e s o b r a q u e s e n o s o fr e c e he>
c h a e s p o n tá n e a m e n t e ? —L a ciencia es una ob ra de
conocimientos verdaderos y ciertos; si se tratase sólo de
conocimientos sin la exigencia de que fuesen científicos,
claro es que muchas T e c e s se nos podrían ofrecer espon-
táneamente, y com o consecuencia, nosotros podríamos
decir con verdad que la ciencia era espontánea; mas sien­
do condición stnc qua w n que sean verdaderos y cierto»
en su fondo y sistematizados en su íorm a, es evidente
que precisa intervenga la reñexión libre para la formación
de la ciencia. Necesítase, en efecto, el empleo de nuestras
facultades, y esto con arreglo á sus propias leyes, es decir,
conforme al método; de modo, pues, que si se nos p re­
guntara si la ciencia es obra que se nos ofrece hecba es­
pontáneamente, contestaríam os que no, puesto que es
obra de la libertad humana, no hija de la fatalidad.
II.— N e c e s id a d d et m é to d o e n la c ie n c ia .—L a
ciencia es obra de la libertad, y como aquí sólo tratamos
de la que es dado formar al hombre, ésta 9crá hecha por
la libertad humana, pero reuniendo evidentemente las
condiciones de fondo y forma. No obstante ser libre el
hombre en la formación de la ciencia, no se crea por esto
que ha de ser arbitraría, antes bien, se ha de construir en
conformidad, ó mejor, siguiendo las leyes de las faculta­
des que se ejercitan para su adquisición, y como el me*
todo es el ejercicio de una actividad, según las leye s de
la misma, síguese que el método es necesario y de la
m ayor im portancia para la ciencia. Podría acontecer, por
ejemplo, que tuviésemos muchos conocimientos, pero si no
estaban metodizados no habría ciencia. £1 método es
cierto que no da verdad por sí mismo al conocimiento,
mas sí contribuye á darle certeza. Un conocimiento falto
de método puede ser verdadero, pero no podemos tener
la seguridad de que es cierto en la m ayor parte de los
casos, lo cual prueba que la verdad de un conocimiento
puede existir aun cuando el sujeto no se dé cuenta de
ella; mas cuando se trata de la certeza, y a es necesario
que el sujeto vea esa verdad com o tal 6 mediata 6 inme­
diatamente^ para cu ya vísta necesítase que esté bien de>
terminada, es decir, metódicamente determ inada, la reía*
ción para v e r la conformidad. Además» el método da
forma al conocimiento, y sin él no puede hacérsele siste*
m átlco, pues el sistem a es la forma del método.
lll.—¿D e q u é m a n e r a d e b e m o s e m p le a r el m é ­
t o d o p a r a q u e s e c u m p la n la s c o n d ic io n e s d e
fo n d o ? —L a s condiciones de fondo son la verdad y ia
certeza, y como nosotros hemos dicho que el método ne-
cesita un punto inicial, un conocimiento, no sólo verda­
dero, sino que también evidente en sí mismo, el cual sirva
de b^se de presuposición y demostración, y un punto de
llegada, ó sea el conocimiento más completo dcl objeto
de cada ciencia particular, y si se trata de la ciencia total,
que en último término, nos dé á conocer á Dios; seráj
pues, preciso que el método se emplee comenzando por el
punto inicial (que, como hemos visto, no puede ser otro
que el principio de contradicción) hasta llegar al punto de
llegada, que puede ser el conocimiento de la proposi*
ción siguiente: «Dios existe y es creador y conservador
de todo cuanto es y no es 1^1>.
JV. — M o m e n to s en la c ie n c ia .—A l conocer las
cosas en el orden cronológico, lo prim ero es v e r qué son
con relación á nuestra inteligencia, para lo cual aplicare'
mos esta potencia con arreglo á sus leyes. Pero la inteli­
gencia no se conforma con v e r qué son las cosas con rela­
ción á ella; aspira á saber qué son en sí mismas; mas esta
aspiración no puede realizarla sin que se cumpla el pri-
m er momento. Cumplido éste, podemos preguntarnos: ¿Y
esto que pensamos ser las cosas es tal como lo percibi-
mos? ¿E s lo mismo para nosotros que para los demás
hombres? E n tercer lugar se comparan los dos momentos
anteriores, 6 sea, se averigua la conformidad 6 disconfor­
midad entre lo pensado y la cosa pensada» y el conoci­
miento resultante, si h a y conformidad, es el cientíñco;
luego los momentos son tres: v e r qué son las cosas con
respecto á nosotros, momento analítico; 2."^, v e r qué son
en sí mismas, momento sintético; y 3.% com parar los dos
momentos anteriores para ver si existe conformidad, mo*
mentó constructivo.
V .—¿En q u é o r d e n h a b r á d e c o n s t r u ir s e la c ie n ­
c ia ? —Expuestos los tres momentos de la ciencia, cabe
preguntar: ¿En qué orden ha de construirse? es decir,
¿cuáles son las relaciones del orden cronológico y lógico
de las direcciones de la ciencia? L as direcciones metódi­
cas y a dijimos que eran la analítica y la sintética, las que
en el orden cronológico se dan como quedan expuestas;
pero lógicamente consideradas, la dirección sintética es la
primera y superior, y Isr analítica es la última é inferior;
mas estas direcciones, sólo abstractam ente consideradas,
pueden darse solas, no sucediendo así en la construcción
de ia ciencia, que necesitan ir y van de hecho siempre
unidas en la obra del conocimiento, porque si la síntesis
responde en primer término al orden de ta realidad y el
análisis al orden subjetivo, sin em bargo, lo que sea verda­
dero objetivam ente tiene que serlo subjetivamente, y al
contrario, para que entre en la ciencia, pues y a hemos
consignado en otra ocasión que los conocimientos cientí­
ficos han de ser verdaderos objetiva y subjetivamente.

ARTÍCULO VI

C lft6<ncacl6n d» 1«. clan clA .

I.—P u n to s d e v is t a s e g ü n lo s c u a le s s e p u e d e
d e t e r m in a r l a c ie n c ia y c u á l d e b e m o s s e g u ir .—E l
contenido de la ciencia puede determinarse de dos modos
distintos, esto es, según sea el punto de partida, la uni­
dad ó la variedad. S i partim os de la unidad para v e r la
variedad de la ciencia, la determinación reviste el car¿c>
ter de división, y sí, por el contrario, vam os de la varie­
dad á la unidad, reviste* el carácter do clasificación, por­
que dividir es tanto como separar lo unido por la natura­
leza ó por el arte, y a sea material ó intelectualmente,
mientras que clasificar es tanto como colocar, cn grupos
genéricos ó especifícos, lo específico ó individual, teniendo
en cuenta un carácter ó cualidad común. L a cuestión^
pues, está ahora en saber cuál de estas dos formas det>e'
mos emplear, y si podremos clasificar la ciencia sin conocer
cu áles son las ciencias particulares. Desde luego, que la
última parte de la cuestión no se puede cumplir sin antes^
saber cuáles son las ciencias particulares, porque muy
mal las podremos colocar dentro de uno ú otro grupo,
^n antes conocer por lo menos sus caracteres peculiares;
pero como lo prim ero es conocer las ciencias particulares,
de ahí que sigam os el medio de la clasiñcacióa para de*
terminar las ciencias.
II.— P rln o ip a le d c la s íflo a c lo n e s q u e s e hart h e ch o
d e l a s c ie n c ia s .—Muchas y m uy variadas clasificado*
nes se han hecho de las ciencias, según el punto de vista
desde el cual cada autor, al tratar de esta cuestión, ha
partido: en la im posibilidad de exponerlas todas, be aquí
á continuación las clasiñcaciones que han tenido mayor
éxito, por ser cuestión que interesa £ la L ógica, pues el
encadenamiento que se dé á los conocimientos para esta­
blecer la ciencia, constituye por sí y a una lógica, y de la
clasiñcaclón que se dé á las ciencias depende mucho el
encadenamiento que se dé á los conocimientos dentro de
cada una de ellas.
L a prim era clasificación de las ciencias que tuvo algún
éxito fué la de Bacón. E ste filósofo clasifica todas ias
ciencias en tres grandes grupos: L a h is te ria , la FiUsoftA
y la Poesía, que refiere respectivam ente á las tres fu en-
r

tes de producción intelectual, U memoria, la razón y la


im aginación. L a H istoria comprende la H istoria natu­
r a i y la H istoria social, en las cuales están contenidos á
su vez todos (os hechos que se producen en el mundo en
los cuerpos celestes, en la tierra, etc., la Historia ecle­
siástica, literaria y política, L a F ilo so fia contiene la 1 eo-
logía, las M atem áticas, la Filosofía de la naturaleza, ia
Metafísica y la Filosofía del hombre. L a Filosofía del
hombre considera al hombre bajo tres aspectos: i.^, el
bombre en general; 2.®, el cuerpo humano, y 3.®, el espí­
ritu humano; siendo los conocimientos teóricos y prác­
ticos relativos al hombre igualmente confundidos. L a
Poesia, como obra de 2a Imaginación, contiene todas las
obras del dominio de la ficción, de la fábula y de la in­
ventiva.
L a clasificación baconiana, com o primera distribución
de todas las obras dcl espíritu humano en forma de siste­
ma, merece elogios, mas eso no es obstáculo para que no
la podamos adm itir, por ser sus líneas de determinación
vagas é insuficientes. E s imposible fundar una clasifica*
ción general de las ciencias en un solo elemento del cono*
cimiento»sin que venga la confusión y puedan incluirse unos
grupos en otros, como sucede con esta clasificación, fun­
dada sólo en el sujeto, además de confundir lastimosamente
las fuentes de producción de los conocimientos, pues si lo
es la razón, no lo son la imaginación ni la memoria. Sin
contar además con que se confunde la teoría con la práctica
en toda ia clasificación. *
D ’ A lem bert, al clasificar las ciencias, con serva ios
tres grupos principales de BacÓn, introduciendo en las
divisiones de éstos grandes reformas. A sí, la FilosoíÍa, que
tiene por objeto la naturaleza, comprende en sus subdivi­
siones las M atem áticas, la F ísica, la Biología y las A rtes
más científicas, com o la Medicina, la Agricultura y la M e­
talurgia.
L a Historia natural, que es una subdivisión de ia H iS'
toria, contiene la Mineralogia, la M eUrcologia, laGeogra*
fid, y el e&tudlo de las plantas y de los animales.
L a ciencia dal hombre se divide en dos partes: la Lágt*
ca y la M oral. L a L ó g ica comprende el arte de pensar, la,
mnemotecnia y el lenguaje. L a Moral es, ó general, y con­
sidera á la virtud en si misma, 6 particular, y entonces
com prende todo el estudio de las leyes 6 de la jurispru*
dencia.
E sta clasiñcacíón es Inadmisible por la misma razón
que ]o es la baconiana, puesto que se funda en los mismos
principios, y como en aquélla, se confunden la teoría y la
práctica.
L a Enciclopedia metropolitana francesa, que comenzó
en 1 8 1 5 , dividió las m aterias en cuatro partes, llamándo­
las ciencias pu ras, ciencias compositivas, ciencias aplicadas
é históricas. L as ciencias puras tas dividía en dos catego­
rías: ciencias/íír»í<í/^j (Gram ática, Lógica, R etórica, Mate­
máticas y Metaflsica), y ciencias reales (Jurisprudencia, Mo­
ral y Teología). L as ciencias com positivas las dividía en
M ecánica, Hidrostática, Pneumática, O ptica y Astrono­
mía, es decir, casi todo lo que hoy llaman filosofìa natu­
ral. L as ciencias aplicadas las dividid asi; F ilo so fia expe­
rim ental (magnetismo, electricidad, calor, luz, Química,
Acústica, M etereología y Geodesia), B ellas artes, A rtes úti­
les é H istoria natu ral con aplicaciones á la medicina. Por
fìn ia historia comprendía la Historia humana, la Biografìa,
la G eografía, U L exico grafla y demás de la misma índole.
E sta clasifìcación, aun cuando muy confusa, quiere
responder al modo con que el sujeto estudia las ciencias,
y de ahí su inexactitud y que muchas veces no se sepa en
qué miembro se ha de colocar una ciencia, sin contar con
qúe tiene el gran defecto de no considerar á los estudios
históricos com o científicos, y en cambio incluir en (a cien­
cia, no [os principios del arte que det>en colocarse, sino á
las bellas artes y á las artes útiles, y esto prescindiendo de
otras razones más profundas, en gracia á que las ^ p u esta s
I ' ' w . U „ ,¡ p i l i ,I.Il

- 435 - - ,

bastan para desechar la tal clasificdclón, anticicntiñca


cual ninguna.
E i Dr. A rn o ltt, en la obra de F i su a quc publicó cn
tn 18 2 $ , distribuyó cn cuatro clases las principales cien­
cias, conforme á las cuatro grandes categorías de leyes
que rigen á Ía naturaleza: la F ísica, la Química, la V id a y
el Espíritu, considerando á las m atem áticas como una
ciencia que sirve de prelim inar á todas las demás, por ser
la ciencia de la cantidad y de la medida. Todas las cien­
cias dan nacimiento á las artes.
K l mismo Dr, Nell A rn o ltt cn su ob ra Vues sur le pro-
grès ku/HCifn, que publicó más tarde, señaló con precisión
un nuevo orden de grupos de las ciencias y de las artes,cía*
siñcando aquéllas en concretas y abstractas, y diciendo que
Us prim eras son las que estudian las cosas y las segundas
las que estudian los fenómenos.
E sta clasiñcación y la anterior tienen el inconveniente
de no lijarse más que en un aspecto de la cuestión, pues
sólo se atiende al sitjeto, y de ahí que el mismo autor en
poco tiempo adoptase dos clasiñcaciones tan diferentes»
no obstante tener en cuenta siempre los aspectos que
considera el sujeto.
Augusto Comte, en su obra Curso de filo so fía po siti-
va, presenta una clasifícación general de las ciencias y
una subdivisión detallada de cada una de ellas. Primera^
O ten te admite la distinción de las ciencias en abstractas y
concretas. L a s ciencias abstracta« son consideradas por
éste como el fundamento del conocimiento y las somete á
una clasiñcación metódica con arreglo á los principios
generales de la simplicidad y de la independencia. Coloca
^n el prim er rango á las matemáticas, cu yas verdades
son las más generales de todas y las más independientes
de las verdades de las otras ciencias, dependiendo todas
las ciencias de ellas. L a s m atem áticas en sus divisiones
dan lugar á^la ciencia del número, que es la parte más «
abstracta, y que contiene la A ritm ética y el A lgeb ra, U t
y
ciencia del espacio, (ieometría» y la del movimiento, Mecá«*
nica racional. L a ciencia que A u gusto Comte coloca en el
segundo lugar jerárquico, es la Astronom ía, que estudia las
leye s de la gravitación, debiendo esta situación á la sím-
plícídad de sus leyes, que no implican más que las mate*
máticas, en tanto que la Física» que viene después, impUca
y a la gravitación. Después vienen en orden metódico U
Química, 2a Biología, y la Sociología; el lugar de cada
una de ellas y las subdivisiones de las mismas, que llegan
hasta las ciencias particulares, se regula por los mismos
principios.
E sta clasiñcación, prescindiendo de la exclusión que
hace de la Psicología y de alguna o tra ciencia importante^
no podemos adm itirla en sus principios, porque es un
e rro r creer que existen ciencias tan absolutamente Idea­
les que puedan en absoluto prescindir de la realidad y , por
consiguiente, que sean una pura abstracción, 6, por el con*
trarío, que sean puramente concretas y prescindan en ab*
soluto de los conocimientos generales y abstractos, siendo
asi que la ciencia se mueve entre los limites que imponen
los datos concretos que da la sensación, y de los que par*
te el conocimiento experim ental, y los conocimientos ge-
neralfsimos y simpHcisimos m áxim os en su extensión, que
siendo evidentes en sí mismos, en ellos nos hemos de apo­
y a r p ara conñrm ar las verdades particulares de la ciencia
real.
H erbert Spencer, en su obra intitulada L a clasifi-
caeim de ¡a s ciencias, las agrupa en abstractas, concretas y
en abstractO'COHCretas, diciendo que Us prim eras consisten
en el estudio de una propiedad separada del objeto; las
segundas, en el estudio de los seres con todas sus propie*
dades, y k s terceras, en el estudio de una propiedad refe*
rida á un objeto, ó en el de un objeto por una de sus pro-
piedades. E sta clasiñcación, aun cuando no tuviera el
inconveniente de ser arbitraria y no referirse más que i
4a consideración de cómo ha llevado á cabo el sujeto la
r — 437 —
obra del conocimiento, tendría el inconveniente de no ser
fácil la colocación de las ciencias particulares dentro de
estos tres géneros, pues si se trata de la Psicología, por
ejemplo« nosotros la colocaríamos entre las ciencias con­
cretas; pero los materialistas« que no ven en e) alma más
que un fenómeno de la m ateria, la colocarían en el grupo
óc las abstractas. P o r otiA parte, la Cosmología no se
sabría dónde colocarla« pues sí se atiende á que su objeto
es real« los m aterialistas (a colocarían de hecho entre Jas
concretas', mientras que los que, como nosotros« la consi­
deraran como real en cuanto al objeto« pero como abstracta
en cuanto al modo de estudiarla, la colocarían entre las
abstracto-concretas.
N o pocos autores, para clasifìcar la ciencia, atienden á
tos objetos de la realidad« y dicen: «En la realidad hay
que considerar al mundo« al hombre y á Dios; por consi*
guíente, la ciencia bien puede clasiñcarse en ciencias cos­
mológicas, antropológicas y teológicas». Pero, ¿acaso el
hombre no forma parte del mundo? Indudablemente que
sí; luego ni esta clasiñcacíón es exacta« ní aun prescin*
diendo de que no es admitida por los que niegan la real¡>
dad de alguno de estos términos« puede ser cierta, porque
uno de sus miembros está Incluido en el otro. Igualmente
inexacta que la anterior es la clasificación en ciencias teo-
la ic a s« pneumáticas y cosmológicas« porque sólo tiene
por baso un elemento del conocimicnto, el objeto« causa«
en verdad« de la inexactitud de la m ayor parte de las cla­
sificaciones y divisiones que se han hecho de la ciencia«
sin contar con que espiritual es el objeto de la pneumato-
logía« com o lo es el teológico. D e modo, que si nosotros
queremos acertar, lo mejor es que huyamos del escollo y
adoptemos como base general de clasificación los elemen­
tos del conocimiento, atendiendo por igual al sujeto, ob­
jeto y relación del conocimiento,
III.—C la s ific a c ió n d e la c ie n c ia to m a n d o p o r
b a sd l o s e le m e n to s d e l c o n o c im ie n to .— Atendiendo,
pues, en primer término al objeto del conocimiento, verno»
que éste $e puede presentar bajo los aspectos de kecha, de
ser, y de hecho cn relíición con el ser que le produce y de
cu ya existencia es man i test ación; luego conforme á este
elemento, tres serán también los aspectos de la ciencia.
Atendiendo al sujeto» tenemos que en él se dan tres fuen*
tes ó modos de conocimiento relativos á los tres aspectos
que toda realidad puede presentar, y son respectivamente
la experiencia, la razón y el entendimiento; así que segúa
predomine una de estas fuentes, la ciencia se llamará ex«
perim ental, racional é intelectiva. Pero el sujeto y el
objeto no darían por resultado el conocimiento si no se
pusiesen en relación; luego nosotros tenemos, como última
base de clasiñcación, que atender á esta relación y ver
com o la experiencia es la fuente que percibe al fenómeno
y al hecho; la razón, al ser; y el entendimiento, á la rela­
ción entre el fenómeno ó hecho y el ser de que es mani­
festación; y si queremos dar nombres á estas ciencias»
verem os que ningunos más á propósito que los de loa
géneros científicos H isU fria, F ilo so fia y F ilo so fia dé la
Historia-, respectivam ente, pues es evidente que ninguno
de estos elementos de clasiñcación constituye ciencias
particulares. A sí es que, de la base generai de clasiñcación
sujeto y objeto en relación, lo que tenemos no son tres
ciencias particulares, sino tres géneros cientiñcos, dentro
de los cuales están incluidas todas las ciencias particulares.
I V .• '¿ E s e x a c t a la c la s ific a c ió n d e la c ie n c ia en
F ilo s o fía , H is to r ia y F ilo s o fía d e J a H is to ria ? —La da*
siñcación de la ciepcia en los tres géneros que acabamos
de considerar es exacta, por la sencilla razón de no estar
un miembro incluido en el otro, y de que cualquiera ciencia
particular que el hombre forme ó considere cabe dentro
de ella. E sto no quiere d ec ir, volvem os á repetir» que
baya una ciencia humana puramente racional ni exclusi­
vamente experimental» sino únicamente que predomina
una de estas fuentes de conocimiento; así, en las ciencias
rimen tal es que predomina el hecho, co serian cien*
cías si los hechos percibidos aisladamente no fuesen orde*
hados y sistematizados por la razón^ y lo mismo aconte^
ceda si se tratase de las ñlosófícas en que predomina ]a
razón, que no podríamos prescindir en ellas en absoluto
de la experiencia, sucediendo así en la práctica, hasta el
punto de que en la propia Metafísica, ciencia racional
pura, incluimos muchos conocimientos, para cuya adqul*
sici^n nos sirve tanto ia experiencia extern a como inter­
na. E n cuanto a l tercer género cientíñco» no hay para qué
decir que si bien predomina el entendimiento, se necesita
el concurso de las otras dos fuentes, puesto que el enten*
dimiento toma el dato experimental de la tf'uente experien­
cia, lo depura después haciendo precisión de su ssngulaH'.
dad, materialidad, etc.,.y comparando seguidamente todos
los casos idénticos y similares, induce la ley, no cesando
aqui siempre su obra> sino que casi siempre desciende in­
mediatamente á los casos particulares y ve si la ley tiene
aplicación.
V»— R e la c ió n d e p r io r id a d e n tr e lo s g é n e r o s
c ie n tífic o s.—E stos tres géneros cientíñcos que acabamos
de reconocer, se dan con relación al tiempo en el orden
siguiente: prim ero el histórico, puesto que en prim er lugar
se obtiene el conocimiento sensible; segundo el ñlosófico,
apareciendo las ciencias ñlosófíco-históncas, cuando están
formadas las de los dos géneros prim eros; pero ios mismos
géneros, en consideración á su importancia lógica, se dan
en relación de prioridad en opuesto sentido; así las cien­
cias supecíores son las ñiosófícas, después las históricas, y
por último las ñlosóílco*históricas, mas éstas nunca se
pueden dar sin la constitución de los otros dos géneros.
C A P ÍT U L O II

Lm HItiQrt«.

i.—R a z ó n d e l e s tu d io d e l g é n e r o h is t ó r ic o .—Ex>
puestos los tres géneros cientiñcos, tenemos que exami-
marlos uno por uno, con el fin de conocerlos mejor y
poder colocar en ellos, no sólo l a s ciencias particulares
actuales, sino también toda cicncia particular que se forme
en Jo sucesivo y poderla sistematizar mejor, con arreglo al
método que corresponda á su género. E l primer género
'científico que se presenta á nuestra consideración en el
orden cronológico es la Historia.
11.— E tim o lo g ía d e la p a la b r a hi8toH a.--*La Histo­
ria trae su nombre de la palabra griega historia
cu yo significado literal es información^ investigación, tuh
rración, etc., y de aquí se dice que 1a Historia es !a narra»
ción de los hecbos, de los sucesos, y cuando la referimos
al hombre, la narración de ]os hechos llevados á cabo por
el hombre.
IM .^ ¿B a 8 ta l a s im p le n a r r a c ió n d e i o s h e c h o s
p a r a q u e la h is t o r ia s e a g é n e r o c ie n tífic o ? —Pero no
basta, para que la H istoria sea género científico, la sim»
pie narración de los hechos; esto sólo nos dice un carác*
ter de la Historia y no ciertamente el esencial, ‘ sino más
bien el formal. L o s hechos pueden estar aislados, sin co­
nexión entre sí, y aun estando relacionados, la conexión
puede ser tan superficial, que sólo se refiera al espacio ó
al tiempo, enlace que no es suficiente para formar el gé-
ñero científíco Historia.
IV .—D e m u é s tr e s e q u e e l c o n o c im ie n to d e lo s
h e c h o s p u e d e s e r c ie n tífic o .—A l llegar á este punto
nos encontramos con dos opiniones completamente opues-
tas; la una que dice: la Historia no es cicncia, porque los
hechos no constituyen ciencia; mientras la otra, por el
contrario, reduce toda la ciencia Á U Historia, 6 sea á los
hechos. ^Cuál de éstas será» pues» la verdadera? Dicen los
primeros que la Historia es arte» pero nótese que una
cosa es el fondo de la Historia y otra la form a 6 manera
de exponerla. Claro es que la form a podrá ser muchas
veces artística» pero esto también puede acontecer cn las
ciencias racionales. ^Nosotros qué condiciones hemos cxi>
gido para la ciencia? Hemos pedido, en primer término,
que Jos conocimientos sean verdaderos y evidentes» direc­
ta 6 indirectamente, y en segundo, que estéi\ ordenados
de tal modo que formen un organismo. L a Historia se
compone de conocim ientos experimentales, los cuales
pueden ser, sin género de duda, verdaderos y evidentes»
puesto que tenemos criterios para comprobarlos; por con­
siguiente, el contenido de la Historia cumple con las
condiciones de fondo de la ciencia; de suerte que por este
lado no hay inconveniente en que pueda ser ciencia. I>os
conocimientos experim entales también pueden ordenarse
sistemáticamente, cumpliendo las leyes de la facultad
cognoscitiv'a, auxiliada de la sensibilidad; luego tampoco
por esta parte hay Inconveniente cn que la Historia pueda
ser ciencia.
L a segunda opinión hemos dicho que reduce toda la
ciencia á los hechos; la ciencia humana*~diccn—no se
compone más que de hechos» por ser lo único que pode*
mos conocer con la experiencia, única fuente de conoci­
miento. E stos son los positivistas. ^Podemos nosotros
aceptar esta opinión? N o, porque y a hemos dicho que
podemos conocer las cosas en si mismas mediante la razón,
si bien no intuitivamente, com o creen algunos» pero si
mediatamente y yendo de ios hechos y fenómenos á las
propiedades y de éstas al ser; luego tampoco es cierto
que toda ciencia se reduzca á la H istoria. A sí, pues, re­
sumiendo, concluimos diciendo: la Historia es ciencia» no
la .única» pero si un género cientiñco.
V .—M a t e r ia y fo r m a d e la H isto ria .—Decim os que
la Historia ha de teaer sus conocimientos, no aisladas,
sino ordenados 6 sistematizados, es d ecir, que es un siste­
ma de conocimientos experimentales; pues bien» esto nos
dice cuál ha de ser su m ateria y su forma. L a materia es
el conocim iento experim ental; U form a es el orden siste-
m ático de estos conocimientos; pero el sistem a tiene dos
formas, pues 6 v a de la unidad á la variedad, 6 de ésta á
aquélla; la primera dirección no cabe en la H istoria, por^
que ios hechos son individuales y h a y que ordenar varios
para lle g a r á la unidad; luego la sistematización histórica
va de la variedad á la unidad, y por consiguiente su
dirección metódica propia para construirla será el análisis,
y el razonamiento adecuado e) inductivo hasta llegar á
las grandes síntesis que nos dan medios para conocer las
leyes históricas.
V J.—O b jeto d e la h is t o r ia .—Necesitamos ahora ver
cuáles son los elementos para constituir ia ciencia históri­
ca, y nos encontramos con que ante todio necesita un ob*
jeto . ^Cuál será? L as manifestaciones de la realidad, ósea
los hechos; de modo que el género histórico conoce toda
la realidad bajo ei aspecto fenoménico; así, pues, los he­
chos objeto de la Historia, lo mismo pueden ser manifes*
tación del espíritu que de la materia. E n el primer caso y
tratándose de nuestro ser, nos servim os de lo que los es*
colásticos llaman observación Interna; en el segundo, y
tratándose de lo que no somos nosotros, nos servim os de
la observación externa.
S e ha supuesto que la Historia no puede conocer las
oaanifestaciones de toda la realidad, porque si forma parte
de la realidad ia substancia absoluta, la experiencia no
puede conocer á ésta; pero preguntamos: ^cómo se hace la
historia de un bombre? Por sus hechos, por sus obras; y
si todo cuanto es, es causado por la substancia absoluta,
a] estudiar esa obra hacemos la historia de su autor. Lo
que acontece es, que no podemos conocer á Dios por nin*
gún seatido, p ero lo podemos concebir sintiendo y cono-
cíendo sus obras.
V ir —S u je t o d e Ja h is to r ia .—Pero el elemento obje­
tivo no constituye sólo la Historia. Fórm ala también el
sujeto y su fuente de conocimiento la experiencia, sin que
por esto neguemos que interviene la razón; antes bien es
necesaria para ia sistem atización de ios hechos» la cua) no
puede hacerse sin que ésta intervenga .comparando, y aun
á veces deduciendo, como cuando aplica á ios hechos la
ley genera], inducida de la com paración de los mismos,
con la potencia que produciéndoles se realiza.
V III.—C o n c e p t o d e ia H isto ria .— La experiencia
nos da un orden de conocimientos á que suele llamarse
representación y sin duda porque pueden ser muchas veces
presentados de mil modos ante el sujeto, y sobre todo,
porque nos presentan á la realidad tal y como es ella en
sus manifestaciones; pero esto realmente no tiene impor*
tan d a alguna para nuestro estudio; lo que aquí conviene
es recoger cuanto llevam os dicho en este capítulo, y defi*
nir Sa Historia como el géfiero científico que narra e l cono­
cimiento verdadero, cierto y sistematizado de los hechos de
la rea lid a d obtenido po r la fuente experiencia y confir^
mado p o r la razón.
IX .—D iv is ió n d e i g é n e r o h i s t ó r i c o .~ S i el género
cieotíñco historia narra el conocimicnto verdadero, cierto
y sistematizado de los hechos de !a realidad y la realidad
cabe dividirla primeramente en los dos grandes miem*
bros de material y expiritual, también cabe que hagamos
de la Historia esta prim itiva división en historia de los
hechos físicos ó seiisibles y en historia de los hechos es­
pirituales ó producidos por los seres espirituales; y asi en
el primer grupo encontraremos la historia de los hechos
ó manifestaciones de todos los seres que constituyen el
mundo sensible, y dentro de ella la conocida generalmen­
te con el nombre de H istoria natural, que tal como indi*
c a su nombre, debería referirse á la narración de todos los
hechos de la naturaleza, pero cu yo alcance no es otro,
hoy por h o y, que el de la narración de los conocimientos
verdaderos, ciertos y sistematizados de los hechos; 6 bien
del globo terráqueo, y de ahi la G eología, ciencia inclui­
da en la Historia natural; 6 bien de los caracteres de los
seres inorgánicos que constituyen el globo, y de ahi la
Mineralogía; y a de las plantas, y de ahi la Botánica; ya
de los animales, y de ahí la Zoología. Bien se ve que al
lado de la historia de nuestro globo cabe todavía una his-
toria de todos los astros y seres de los espacios intersíde-
rales, la cual estaría incluida igualmente dentro del miem­
bro Historia de la naturaleza material, mas ésta aun no
está hecha, y lo poco que de ella tiene el hombre averi­
guado, v a confundido dentro de la Astronom ía con asun­
tos que corresponden realmente á la N om ología, como
sucede h o y con la Física y la Química, que aun no se han
despojado de todo lo histórico para ser lo que deben ser,
ciencias nomológlcas, de los hechos de los seres de la na*
(uraleza sensible, la primera, y de las combinaciones de
los dichos seres, la segunda. L a historia de la realidad es­
piritual está por hacer, y es de suponer que ti hombre no
la hará, pues sólo puede conocer y someter á su considera­
ción los hechos de su espíritu, que obra en esta v id a uni­
do al cuerpo; pero he aquí que da origen asi á la Historia
humana, que n arra los hechos realizados por el hombre.
X .—V a lo r d e l c o n o c im ie n to h is tó r ic o .—E l valor
de los conocim ientos históricos depende, bien de la dis­
posición de los sentidos (según estén sanos, enfermos, 6
sean aplicados adecuada ó inadecuadamente á su objeto
propio), si se trata de los hechos percibidos mediante la
sensibilidad; bien del objeto mismo del conocimiento, cuya
cognoscibilidad puede ser m ayor 6 menor; bien, por últi­
mo, de los estados en que se halla la conciencia, si se
trata de la observación de los hechos de nuestro espíritu-
E s, pues, el conocimiento experim ental relativo, y sólo
adquiere la certeza cuando se cumplen todas las condicio-
4 LI

nes: de que sea cognoscible el objeto en aquello que se le


quiera observari de que ]os sentidos estén sanos y sean
aplicados oportunamente y á su objeto propio, y por fin»
de que el sujeto no esté* distraído y se dé cuenta de lo
percibido û observado. Con esto, y con sistematizar estos
conocimientos liasta formar un todo orgánico, el conocí'
miento experim ental será científico y tendrá el valor pro­
pio de una ciencia com probada, y a que no el valor abso>
luto de los conocimientos racionales evidentes en sí mis-
mos.

C A P ÍT U L O 111
L * F ilo so fía.

A R T ÍC U LO I

D«flnlolón d e la Filosofía.

I —E tim o lo g ía d e la p a la b r a filo s o fía .—L a palabra


ñlosofía tiene su origen en las dos griegas fiío s
amante, amigo, y sofia ( 9o«ía), sabiduría; de suerte que
literalmente quiere decir: amanté de la sabiduría.
II.—O rig e n h is t é r ic o d e la m ism a .—E l origen histó­
rico de esta palabra compuesta fué debido á la modestia
de Pitágoras. L o s antiguos designaban con el nombre de
sojt (sabios) á los que se dedicaban á investigar las causas
de la realidad; pero como al investigar las causas de la
realidad tropezasen con grandes dificultades, y no slem-
pre consiguiesen el objeto propuesto, aun después de ha>
ber brillado los siete sabios de G recia, se dice que Pit^-
goras, fundado en estas dificultades, crey ó era presuntuoso
el nombre de sabio, y al ser preguntado por Leonte, rey
de los Filiacros, acerca de cuál era su profesión, contestó
que la de filósofo^ naciendo de aquí el que en jo «sucesivo
se llamase ñióaofo al que se dedicaba á c o n o c í las causas
y razones últimas de las verdades de la ciencia. A sí, pues,
la etimología no nos da otro dato acerca de lo que sea la
ciencia ñlosóñca, que ei ocasiona) de su formación, 6
cuando m ás, nos dirá que para estudiar )a Filosofía se
necesita tener mucho am or al saber.
III.— ¿Q u é s e e n tie n d e en e l u s o c o m ü n p o r filo ­
s o fía ? —Hn e) uso corriente no es de una acepción general
)a pa)abra ñ)osofla. Se necesita tener cierta cuitara para
em plearla; así, cuando y a se tiene algún grado de instruc­
ción, se )a usa para calificar el conocimiento 6 las cosas á
que éste se reñere. Profundizando m ás, observam os, que
unas veces se la reñere principalmente al objeto del cono*
cimiento, como cuando se díce: <Este es un asunto ñlosó-
fico de trascendencia», en el caso en que para su cono­
cimiento no se haya empleado la percepción sensible.
O tras veces tiene un sentido puramente subjetivo, y se
refíere especialmente al empleo de la razón; así, cuando
obtenemos un conocimiento en cu ya percepción ha inter­
venido exclusivam ente la razón, se dice que es íilosóñco;
p or donde y a vem os que el sentir genera! nos dice que
la fuente de conocimiento de la Filosofía no son los sen-
tidos, sino la razón. Fundándose en el prim er sentido, se
ha dicho, no sin m otivo justiñcado, que la ñlosoña «es la
ciencia de las cosas suprasensibles», es decir, de las cosas
que no se perciben mediante el auxilio de los sentidos;
mas esta deñ^iición no es rigurosam ente exacta, porque
esto, si es un carácter de la Filoso Ha, no es ciertamente
el que nos da á conocer la naturaleza de esta ciencia,
pues no es su carácter especíñco, y cuando se deñne algo
conviene que sea por sus caracteres esenciales.
IV .—E x a m e n d e a lg u n a s d e fin ic io n e s d e la filo ­
s o fía . “ Atendiendo al pensamiento científico, no encon­
tram os, ciertam ente, menor conñisión, y son tantas las
deñnido nes diferentes que sobre este género científico se
han dad 9, que para $u mejor examen nos vem os precisa­
dos á reducirlas á tres grupos, colocando en el prim ero las
objetivas, en el segundo ias subjetivas y en el tercero las
obj eti vo-Bubj e ti vas.
w I p iJ I

L as primeras determinan la Filo&oiìà por los objetos


de la realidad, y asi Cicerón !a deñne de este modor Rf»
rum divinarum et hum anarum, causarumque, quibus kae
res coniinentur scienña: «Ciencia de la» cosas divinas y
humanas y de las causas en las cuales estas cosas se con­
tienen». Peca esta defínición por demasiado v ag a y
extensa. S i todas las cosas las estudiase la Filosolia, en>
tonces sería la ciencia universal y Una. E s verdad que la
Filosoíla estudia todas U s cosas, pero bajo cierto aspecto;
además, esta defínición se anticipa, porque da por supuesto
que h a y cosas divinas y humanas. N o es, sin embargo,
errónea esta defínición del todo, pues en cierto modo la
Filosofía estudia todas las cosas, pero bajo un solo aspecto,
como es el de conocer sus causas ó razones últimas, lo que
en ellas es permanente. O tra definición objetiva que ha
tenido gran boga y ha gozado de simpatías entre los esco­
lásticos modernos es la siguiente: c Filosofìa es el conocí'
miento cierto y evidente de D ios, del mundo y del hom­
bre , hasta donde puede ser adquirido por la razón
humana» ( l) . E sta defínición tiene el inconveniente de dar
por supuesta la existencia de los objetos que estudia> pero
demos por buena esta circunstancia; ^acaso el hombre no
está dentro del mundo? He aquí como, y a que otra cosa
no, tiene el deíecto de citar por separado un miembro
que y a está incluido en otro.
L a s defíniciones del segundo grupo determinan la F i ­
losofìa, fíjándose sólo en el sujeto; así^ para unos es «la
ciencia del Yo humano y de sus facultades». Defínición
defectuosa, porque entonces quedaría la Filosofía redu­
cida á nosotros mismos. San A gustín la define amor sa-
pientiaty el amor á la sabiduría, defínición etimológica que
nada dice de lo que es la ciencia y que sólo se refíere á

(i) D eáokl^n dada por D. Joao Maonel Ort( 7 Lara. Véase la pá-
fin a 33 de sa In ir^d u c ciS n á la M etáfiHea.
una inclinación subjetiva. E n este grupo hay otra& defini­
ciones, en las que sólo se atiende al resultado del conoci*
miento; asi, h a y quien ia defìne «doctrina de la ciencia».
H egel la identifica con la L ó g ic a , y los positívIstaB
generalmente la hacen depender del conocimiento experi-
«ncntal. E n tre muchos pensadores experim entalistas de
nuestros días, se la considera com o ¡a gem rdlización de
la experiencia', pero ^qué sería esa generalización nías que
una ampliación de la experiencia? L a Filosoíla no puede
ser lo que opinan estos autores, porque únicamente se
ocupa de las ideas de lo permanente y general de las
cosas, y estas ideas son adquiridas por la razón. Herbert
Spencer la hace consistir en la unidad del saber, y para
llegar á esta conclusión se ñja en las condiciones de for­
ma del conocimiento, haciendo la siguiente gradación:
saber no unifícado (conocimiento vulgar), saber parcial*
mente unificado (conocimiento científico), y saber com­
pletamente unificado (conocimiento filosófico). Otros ex­
per ¡menta listas, apoyándose en que es frecuente d ecir que
todas las ciencias tienen su filosofía, dicen; «En resumen,
la Filosofia w es más que un punto de vista p a rticu la r de
toda ciencia». L a l'ilosofia no es ni todas las ciencias, ni
tampoco una ciencia particular; es, sí, un género cienti-
ñco, una realidad lógica, intermedia entre la ciencia y las
ciencias particulares.
ÍV-
N osotros hemos tomado también la palabra ciencia
com o término de unidad; pero como los pensadores á Ja
moda quieren que la ciencia sea t\ saber de la experiencia,
en oposición al saber de la razón 6 de la Filosofia, tendré-
mos que elloft admiten igualmente un término de uni­
dad, e l saber, que se determina en saber experim ental ó
ciencia, y en saber racional 6 Filosofía, y poniéndolos en
relación, resultaría la ciencia filosòfica Ófilo so fía científica.
Com o se v e , aqui sólo hay dos cuestiones; una de nombre»
que no tenemos prurito en sostener, y otra de hecho, la
cual nos prohibe conceder la razón, de acuerdo con la
7
realidad» puc6 llámese conocimiento racional, llámese saber
unificado, no tiene el error que tendría el reducir todo el
saá/r á sólo el conocimiento experimental.
V .—S u je t o y o b je to d e la F ilo s o fía .—Hemos exa­
minado los grupos extrem os de las definiciones de la Filo*
sofia, y en ninguno hemos encontrado una aceptable, y es
que p ara que sea buena ha de constar de elemento subje­
tivo y objetivo; así, pues, en este párrafo debemos averi­
guar cuál sea el objeto y sujeto de la FilosoíÍn, para poder
con base segura dar un concepto exacto de este género
científico.
L a Filosofia, decimos, es una entidad lógica entre la
ciencia y ias ciencias particulares; pero para ser tal, nece*
sita un objeto y un sujeto de los conocimientos que la
componen. ¿Cuál es el objeto de la Filosofìa? N o es posible
presuponer un objeto do la Filosoíla, porque seria necesa-
,rÍo probar aquí su existencia, y es precisamente la F ilo ­
sofia la que demuestra su objeto. ^Cuál pues, el objeto
de la ciencia? L a realidad cognoscible, hemos dicho. A hora,
si nosotros dijéramos que era idéntico el objeto de los tres
géneros clcntíficos, entonces caeríamos en la inexactitud
de los que definen á la Filosofia objetivamente; pero no
hacemos esto, sino que distinguimos á la Filosofìa de los
otros géneros cicntíficos, en que conoce la realidad bajo
un aspecto peculiar su yo , esto es, en que conoce á las
cosas en sí mismas y en sus propiedades constitutivas, en
lo que puede 6 debe ser la realidad. ¿ Y cuál es el elemento
subjetivo que conoce tal objeto del género científico F ilo ­
sofia? La razón; pues he aquí que ésta es ta fuente ade­
cuada para el conocimiento filosófico» y como cuando la
fuente de conocimiento es la ra^ón, el conocimiento resul­
tante está constituido por ideas de lo que son las cosas
en sí mismas con sus propiedades esenciales, es decir, de
lo que es el ser de las cosas; la Filosofía estudia, mediante
la razón» las razones últimas de Jo que es el ser y las pro*
piedades permanentes de las cosas, A s i que» en definitiva»
«9
r

el sujeto de (a Filosofía cs el ser racional, y el objeto lo


permanente y esencial de las cosas.
V I.—D efin ició n d e la F ilo s o fía .—Reuniendo el ele­
mento subjetivo y objetivo del conocimiento ñlosóñco, te­
nemos, que la Filosofía e l conocimiento verdadero, cierto
y sistematizado de lo perm anente y general de la realidad
en sus últim as causas y prim eros principios, adquirido por
la luz de la rosón. E sta defínición confirm a la frase del
uso corriente: «Todas las cosas tienen su Filosofía». Y la
no menos usada: cTodo tiene su lado serio en la vida».
V il.—F o n d o y fo r m a d e la filo s o fía .—De la ante­
rior deñnición se deduce, que tanto la Filosofía como la
ciencia tienen sus condiciones de fondo y forma. E n el
fondo ha de estar constituida por conocimientos verdade*
ros y ciertos, y en la forma, los conocimicntos que entren
en ella han de estar enlazados entre si, de tal modo que,
con arreglo á un método y plan, formen un encadenav
miento sistemático qué nos Ueve al organismo completo
de la ciencia, tal como en ía realidad se presentan todos
los seres dependientes del S er creador, formando con É l
un todo armònico, en el que fA es un principio que á todo
ser da existencia y explica, y en el que ÉÌ es manifestado
y dado á conocer por los dichos seres, que son su obra.
V lll.—¿Q u é r e la c ió n e x is te e n tr e l a h is t o r ia y la
filo s o fía ? —Conocido el género histórico y el filosófico»
^qué relación existe entre uno y otro?; ó m ás concreta­
mente, ¿qué relación existe entre el conocimiento experi­
mental y el racional? Y a hemos dicho que el conocimiento
racional no es opuesto al experim ental, ni éste á aquéU
E s más: podemos afirm ar, sin tem or de equivocarnos, que
el uno se completa con el otro en la vida humana, y que
son tan necesarios el uno como el otro, y realmente no
se presenta una ciencia que sea exclusivamente racional,
ni mucho menos exciusiv*amente experimental. H e aquí,
pues, como la Historia se relaciona estrechamente con la
Filosofía, pues ésta es el complemento de aquélla, dán*
r
•dole ios criterios seguros para el conocimiento de sus v e r­
dades, y contribuyendo á darle la forma sistemática que
ha de ostentar para ser tal ciencia. Adem ás, si tanto á un
género científico como á otro ios consideramos en razón
de prioridad, nos encontramos con que hemos dicho darse
en el orden cronológico, primero la Historia y después la
Filosofía, y ene) orden lógico, prim ero la Filosofìa y des­
pués la Historia.

ARTÍCULO II

D iv isió n d o la P llosofici.

I —D iv is io n e s m á s n o t a b le s q u e s e h a n h e c h o
d e la F ilo s o fía .—S u e x a m e n .—Hntre las muchas divi­
siones que se han hecho de la Filosofìa, nos encontramos,
en primer término, con que los antiguos dividían las cien­
cias fílosóficas en unas que tenían por objeto la actividad
humana, y en otras que trataban de las cosas, colocando
entre las prim eras á la L ógica y á la É tica, y entre las
segundas á )as M atem áticas, á la Física y á la Metafísica.
Comentando esta división K leutgen , en su obra Defensa
de la F ilo sfia antigua, dice que se fundaba en el ñn á
que se ordena la Filosofía, puesto que el entendimiento
especulativo se dirige á Ja contemplación de (a verdad, y
que el entendimiento práctico ordena á la operación todas
las cosas que conoce. Pero qué, ¿acaso la L ó g ica no es
una ciencia derivada de la Psicología? ¿ Y ésta no tiene á
su vez su base en la Metafísica? E s, pues, esta división in-
exacta, porque menciona como miembro paralelo uno que
y a está incluido en otro. Adem ás, ^qué bases de división
de un género científico son esas que estriban en atender
al objeto de la actividad humana y á las cosas? Pues qué,
^no aon también objeto de ía actividad humana las cosas?
A poco que reflexionem os, se observará cuán imposible
es que admitamos una división fundada en tales bases.
Platón, según refiere Cicerón, ( i) y San A gustín en su
C iu dad dt D ics {2) dividieron la fílosoíia, en Filosofia rta¿,
rati<mal y m oral, para lo cual tuvieron en cuenta que
la Filosofla estudia su objeto, 6 com o cosa real ó como
ser de razón, cu ya s propiedades se derivan de la conside­
ración de la mente misma, ó por Ottimo, como término de
la voluntad. L a Filosofía así dividida tomó en las escudas
los nombres respectivos de M etafísica, L ó g ica y É tica.
A t reflexionar sobre la anterior división, se nos ocu­
rre esta pregunta: que las fílosoíias m oral y racional
no son reales^ si no Ío son, cóm o se las llam a ciencias?
L a É tica, com o la L ógica, son reales, y por tanto son tales
ciencias; lo que h a y aquí es una mala interpretación, y
es, que los que han hecho esta división se han ñjado en
un punto de vista falso p ara dividir el género cientiñco
F ilosofía, cual es et de considerar sólo al objeto de Ja F i­
losofía y no al sujeto, objeto y relación, com o era debido,
y adem ás de esto, el no haber tenido en cuenta más que
el aspecto considerado por la facultad cognoscente.
cuando precisamente, sí nosotros podemos form ar una
cicncia lógica, es porque, y en cuanto, podemos encon­
trar un objeto real que forme el contenido Ó fondo de su
estudio, el cual no es otro que la ley intelectual, la cual
y a hemos visto que existe y en qué consiste; luego esta
división no ea admisible.
Tam poco lo es, por las mismas razones, la que con
San to Tom ás de A quino ha sido admitida en tas escuelas»
y que consiste en fundar la división de la FilosoíTa en cua­
tro modos de orden, es decir, que según esta t eorfa, se puede
dividir la Filosofía en cuatro miembros, fundándose en la
diversidad del orden que el entendimiento considere en
las cosas á que atiende, ó que ha sido establecido en las
cosas creadas por su Creador. D e este parecer es O rti y

(O A ctd ., Ub. I, fi. 6 .


(2) L ib . X I c*p. x x r v .
r
L a ra , el cual dice: « £ i orden que considera el fìlòsofo es
cuádruple; uno el que hace la razón en las cosas que con*
tiderd, V . gr.: cuando las dispone en forma de silogism o;
otro> el que la razón considera establecido por Dios, como
es el orden de la naturaleza; otro, el que hace la razón en
los actos de la voluntad, com o el orden de la prudencia,
d é la templanza, etc.; y otro, finalmente, el que hace ia
razón en las obras de la$ artes mecánicas» como una nave,
una máquina de vapor» (l). Corresponden á estos cuatro
órdenes, en conformidad al parecer de las escuelas: la L ó ­
gica, al primero; la Física y la M etafísica, al segundo; es«
tudiando la P'ísica la naturaleza corpórea sujeta á mu>
danza, y la M etafísica ia razón en las cosas espirituales y
«levadas sobre el movimiento; estudiando la Moral el ter*
cer orden, ó sea las costumbres, y el cuarto orden lo es-
tudian las ciencias mecánicas, las cuales están fuera de la
Filosofía. D e suerte que, según esta división, la Filosoíla
propiamente comprende la Lógica, la F ísica, la Metafísl*
c a y la Moral ó É tica; pero desde luego sd ve que es
inexacta esta división, además de lo expuesto al comentar
la hecha por Platón y San A gustín, por lo dicho acerca
de la división de los antiguos, y es que á poco que se
profundice, lo mismo la Lógica que la Moral, tienen su
base en la Psicología, y ésta se halla dentro de la Meta­
física, cosa que ha comprendido hasta el mismo Ribot,
cuando d ice que de la Filosofìa se ha derivado la P sico­
logía, como verdadera ciencia positiva que tiene h o y in­
dividualidad propia.
E n el eminente purpurado P. Z. González, divide la
Filosofía (2) en subjetiva y objetiva, comprendiendo la
primera la L ógica, la Antropología ó Psicología y la Ideo-
y*la segunda la Ontologia, Cosmología, Teodicea y
M oral Hs verdad que si atendemos al conocimiento, ^ ^ e

(1) V éaie I n tr v d u e c lÓ H á l a M e U f ì t i c a ^ d« O rti y Lara, pá^ . 26.


(2 ) F iU s^ fí^ eUmetUal, t o o o I, págr. 47, tercera «dicl^n.
es el que cabo y al ñn integra toda ciencia, podíamos di­
v id ir la Filosofía en subjetiva y objetiva, porque son ele­
mentos reales que entran en éste; pero también es evidente»
q ue en ta 1ca so o 1Vid ariam os el eiem en to cara c teríst Ico y6 sea
Ja relación entre el sujeto y el objeto; luego aun conside­
rando que nuestro sabio com patriota se hubiese ñjado en
esto para hacer la división que se discute, resultaría que
no era exacta; mas no ha sucedido así tampoco.
A l comienzo de la página citada en Ja nota, dice: «De
lo que acabam os de exponer en orden á la idea y deñnl*
ción de la Filosofía, fácil es inferir que, en nuestra opi­
nión, aquélla debe dividirse en F ilo so fa subjetiva y Filo­
sofía objetiva». A h ora bien; él considera á la Filosofía
como ecnocimüntc cierto y evidente y pero relaiiva-mente
general, de D ios y d el mundo y del hombre, adquirido por
la s fu erz a s propias de la rasón humana. De modo, pites,
que aquí lo que hay es que él se ha dicho: el sujeto de U
Filosofía es el hombre, porque sólo el hombre tiene la
fuente de conocimiento razón; luego la Filosofia que estu­
dia al hombre, com o es la Psicologia, porque se ocupa del
alma humana, la Lógica que expone las leyes y el orden
con que la inteligencia realiza la investigación cíentíñca,
y la Ideología que trata del origen, naturaleza y forma­
ción de las ideas, bien puede llamarse subjetiva\ y la otra,
que considera á los demás seres, como son el mundo y
Diós, esa debe llamarse objetiva y porque en relación de
conocim iento con nosotros entra como objeto; mas si
esto ha pensado como aparece, más propio hubiera sido
que Sa hubiese dividido en Filosofía del Yo y del No-yo.
D e todas suertes, la división no la podemos admitir,
por la sencilla razón de que tan objetiva es la Filosofía
subjetiva como la objetiva, pues tanto una como ótra
^ c ^ n de objeto del conocimiento, y tanto una cbmo otra
socL reales y m uy reales, y por último, que los términos
d e ta subdivisión de la Filosofía subjetiva están compren­
didos dentro de los términos de la subdivisión objetiva.
r
porque el hombre está dentro del mundo, y por consi­
guiente la Antropología dentro de la Co&melogia.
Wolf» que separó á la Física y á las Matemáticas de
la Metafisica, divide á la FilosoíÍa en Teorética y práctica;
gubdividiendo la prim era en Ontologia, Psicología, Cos­
mología y Teodicea, y U segunda en E tica, Política, D e­
recho N atural y de Gentes. N otará el lector, que en esta
división se citan com o miembros separados vario s que
están incluidos en otros, exactam ente lo mismo que acon­
tece con las anteriores que hemos exam inado, faltando á
la regla elem ental en L ógica, de que los miembros que se
consideren en una división no deben estar incluidos unos
en otros, porque entonces sucedería que pasaría lo mismo
que si dividiésemos el cuerpo del hombre en cabeza, tron­
co, extrem idades, cráneo, c ara y narices: ^tentatis risum?
L a Cosmología y T eodicea no son más que partes en que
se subdivide, ó m ejor, en que se puede subdividir la
M etafísica propiamente dicha ú Ontologia, como la llama­
ron las escuelas; la Psicología es uno de los miembros tn
que se puede subdividir la A ntropologia, que á su vez es
una parte en que se puede subdividir la Cosmología. ¿ Y
qué son 2a Política, el Derecho Natural y el de Gentes, sino
partes de la Etica^ ¿ Y qué es la E tica, sino una ciencia
comprendida en la Psicología? T o d a ciencia podrá llevar­
se á la práctica y tener su arte, como el D erecho Político
tiene su arte política, pero francamente nunca hemos
comprendido que pase de ser una división artificial, sin
fundamento real, eso de ciencias teóricas y prácticas. T o ­
das las ciencias en cuanto ciencias son especulativas, en
cuanto á sus aplicaciones más ó menos inmediatas, son*
prácticas sin duda alguna.
Pero si antirreal y antilógica es la división que acaba*
mos de examii^ar, no se queda atrás la de Beck. S e ­
gún este autor, la Filosofía se divide en teorética y p rá c ­
tica; la prim era se subdi vida en Filosofía formal ó L ógica
y M etafísica, y ambas se pueden dividir en Filosofía ideal,
que comprende la Ontologia, y cn Filosoíla rea^, que
com prende la Psicologia^ Cosmologia y Teodicea. Lo
cierto es que si las divisiones tienen por objeto aclarar cn
2a ciencia el estudio, en ésta necesitábamos de un intér­
prete para com prenderla, porque es lo que se dirá el
lector: ¿cómo si la M etafísica estudia el ser y lo perma*
nente de las cosas, la Ontologia, que es la Metafísica
pura, es ideal y no real? E s a misma duda se nos ocurre y
asi la consignamos para que el buen juicio del lector la
aclare diciendo: no es admisible esta división. M as siga*
mos; la Filosofía práctica se dIvMe en Filosoíla de! D ere­
cho, Filosofía moral y Filosofía del arte, y aquí se nos
ocurre preguntar; ;dónde está esa práctica de la Filosofía
dcl Derecho? ;Desde cuándo se ha vuelto práctica la F ilo ­
sofía de la moral, la del arte y la de lo que á este señor le
acomode? Bueno, que se diga que la moral es práctica,
que el arte es práctico, ^pero que la Filosofía de todo
esto es práctica? Hasta la más v u lg a r concepción de la
Filosofía lo rechaza cn el sentido que aquí se le da.
Exam inarem os, por último, la división de Schultze, el
cual considera 2os siguientes términos: L ógica, Psicología,
Filosofía práctica, M etafísica, E stética é Historia de la
Filosofia. E sta división ofrece la novedad, adem ás de tener
los inconvenientes de estar incluidos todos sus términos
en ei de Metafísica, de considerar la H istoria de la F ilo ­
sofía com o perteneciente al género filosófico, siendo así
que pertenece al género H istoria, porque en ella no se
estudia el ser y sus propiedades generales ó esenciales,
sino las manifestaciones del pensamiento a c ^ c a del dicho
V bjeto.
L o s krausistas, atendiendo á que todo lo que entra
en ]a relación de conocimiento com o objeto puede estar ó
dentro del mistno Yo cognoeccnte 6 fuera de él, dividen la
Filosofía en estas dos grandes esferas: Filosófía del Yo y
Filosofía del No-yo, subdivídiendo una y otra en conslde*
ración al aspecto que considere el sujeto cognoscente en
r

«1 objeto conocido, y así, tanto en la Filosoria deí Vo


como en la del No-yo, admiten una Metafísica, una Histo­
ria, una Filosofía y una Filosofía de la Historia, según
estudie a! objeto en unidad y antes de toda distinción;
en 2o variable, ó sea en lo que se maniñestan las cosas; en
lo permanente, y en la relación de lo variable y fenomé­
nico ó histórico á lo permanente. Pero si esta división
fuera cierta, resultaría que entonces la Filosofía no sería
un género cientíñco tal como lo hemos considerado, y
sobre todo, que sería tan movediza esta división, que lo
que para unos fuera No-yo, para otros sería K<?, pues es
indudable que para cada uno, todo lo que él no fuera,
incluso los demás hombres, sería No-yo^
II.—N u e s t r a d iv is ió n d e l a P llo s o fía .—Y si ninguna
de estas divisiones es buena, ¿cuál será la división que
nosotros demos de ia Filosofía? Hemos dicho en otra oca­
sión, que lo mejor para encontrar una división ó clasiñca*
ción que admitan, ó por lo menos puedan admitir todos
por lo razonable, es buscar bases sólidas é igualmente
reales para todos, y para esto nada mejor que buscarlas
en e( mismo objeto que se divide; así, pues, si aquí lo que
tenemos que dividir es el género cientíñco Filosofìa, lo
más acertado será atender á éste y ver qué elementos hay
en él, conforme á los cuales se puedan considerar miem*
bros verdaderam ente separables; y como hemos dicho
que la Filosofìa era e l conocimiento verdadero, cierto y
sistematizado de lo permanente y general de la rea lida d en
sus últim as causas y principios, adquirido po r la tus de
la razón, así como también que las condiciones metódicas
de toda ciencia sistematizada eran la unidad, variedad y
armonía, claro es que á tal objeto y condiciones debemos
mirar, y atendiendo al objeto, vemos ser éste uno, lo p er­
manente y general de las cosas; luego en consideración al
objeto no cabe dividir. E l sujeto es uno también, porque
una es la fuente de conocimiento; luego tampoco en consi*
deración á él cabe dividir la Filosofía. Pero si nos atene­
mos á las condiciones metódicas, encontraremos que )a
podemos dividir en Filosofía un itaria, v a ria y armónica,
6 sea una Filosofía que considera su objeto como uno en
su más abstracta generalizacidn y denotación, preacln'
diendo del estudio del mismo en tales ó cuales seres; otra
que lo considera como general, pero mirando á la reali­
dad, y otra que lo considera como una, que se maniñesta
en lo varit? real. A l primer miembro se le llama Metafísica
ú Ontología; al segundo corresponde ese conjunto de cien*
cias en que se subdivide el primero, como son la Cosmo­
logía y las ciencias comprendidas en ésta, la Antropología
y las ciencias contenidas en ésta y )a Pneum atología y
U s ciencias comprendidas en la misma, y al tercero, si
hoy existiese una ciencia que verifícase esta armonía, le
llam aríam os Nomología de la manifestación de la M eiafi-
sica y de las ram as de la misma. Por lo que á nosotros
atañe más inmediatamente, la Antropología se subdivíde
ea Som atología y Psicología; la Psicología, por su parte,
en Estética, Lógica y Ética.

ARTÍCULO III

SI a te m a s filo s ó fic o s .

I.—R a z ó n d ei e s tu d io d e lo s s is t e m a s fllosófJ*
COS.—E l conocimiento ñlosófíco,com o todo conocimiento
científíco, debe hallarse formando sistema lógico para
constituir las ciencias fílosóñcas, y como este conoci*
miento es racional, en contraposición al histórico, tendrá
que ser desenvolvim iento de un conocimiento fundamen­
tal en otros conocim ientos en él comprendidos, esto es, ir
de la unidad á la v'aríedad, y com o el sistema es la forma
principal que debe adoptar toda obra que entre dentro
del género científíco Filosofía, de aquí la razón ó m otivo
p ara dedicar este artículo al exam en reflexivo de los sis­
tem as fílosófícos, tanto más cuanto que el mejor medio
r

para combatir el erro r c$ conocer bíen el sistema en que


se desliza.
II.—D IsU n c ió n e n t r e d o c t r in a y s is te m a .—E n el
uso corriente es común confundir doctrina y sistema; asi
se ve emplear estas palabras como sinónimas, cuando en
verdad la doctrina no constituye un sistema ñlo&óñco, pues­
to que cn todo caso díce algo distinto» porque expresa
más, pues dice referencia á las creencias individuales, estén
6 no ordenadas, de suerte que formen un organismo;
mientras que el sistema supone siempre la colocación de
los conocimientos en forma de organism o, con un desen*
volvim iento armónico de la unidad á la variedad, si se
trata del racional, 6 de la variedad, á la unidad si se tra­
ta del experimental. P or esto acontece que no todos ]os
ñlósofos son fundadores de sistemas, pero sí todos tienen
una doctrina ó conjunto d i reg la s y preceptos conformes á
un sistema ñlosóíico 6 religioso. E n una palabra: la doc­
trina expresa un conjunto de creencias, estén ó no siste­
matizadas, y el sistema expresa la forma como se organi*
za el conocimiento 6 conjunto de conocimientos sobre un
punto cualquiera de la ciencia, ó sobre una ciencia entera.
L a palabra doctrina se reñere á la esencia del conoci*
miento y ía palabra sistema & la forma.
III.—D istin c ió n e n t r e e s c u e la y s is t e m a filo s ó fic o .
— Tam bién á los sistemas fílos^ñcos suele dárseles el
nombre de escuelas ( i) , y no obstante ser estrecha la re­
lación entre escuela filosófica y sistema, h a y una diferen­
cia m uy m arcada, porque el sistema filosófico se refiere
especialmente al orden determinado que se da á ios co ­
nocimientos filosóficos, mientras que eí nombre de escue­
la se aplica al conjunto de los que siguen una doctrina,
no obstante que varíen algo el sistema, y aun sigan dis*
tintos. L o s sistemas hallan aii unidad en el pensamiénto
( i ) EscoeU , á t \ UtÍA fcAfita y del g ritg o T/oXt), nombre que se
d&bft á U s TftCftciunes y á lai h o r u de recreo, porque en ellas se eoa>
sa^rabafi á loa trabajos del espirilTi.
tná$ general ó indeterminado de la escuela» 5 e puede de­
c ir que la escuela es la que da el principio y el método,
m ientras que el sistema da el desarrollo individual al
principio; así, dentro de la escuela escolástica'se encuen­
tran tantos y tan distintos pensadores y tan diferentes
sistemas^ y dentro de la escuela experimental baconiana
cab en los sistem as de L ocke y Berkeley.
IV .—C o s a s q u e s e d o b e o t e n e r en c u e rita p a r a
jU 2 g a r d e ta v e r d a d d e un s is t e m a .—A l examinar un
sistema y dar sobre él nuestra opinión, es muy fácil que
meamos seducidos» 6 bien p or el número de adeptos, 6 bíen
por la brillantez con que éste sea expuesto, ó y a también
I>or su duración 6 vitalidad en el tiempo; mas téngase eo
cuenta, que ninguno de estos medios es e! más convcnien^
te para juzgar de la verdad de un sistema. N o lo es el nú­
mero de adeptos, porque se trata de cuestiones racionales
y en éstas el número puede ser un indicio de verdad, pero
nunca un criterio absoluto; no así tratándose de hechos,
porque entonces cuanto m ayor sea el número de testigos»
m ayor prueba tendremos. N o es buen medio la brillantez
en la exposición» porque muchas veces ésta suele ser la
mejor manera de revestir la falacia, el error. Y por último,
no justifica la verdad de un sistema el que dure más Ó
raenos, primero, porque e( número de años no viene á ser
o tra cosa que la multiplicación de los adeptos 6 discípu*
los; y segundo, porque esto puede depender en muchas
ocasiones de que dure en los hombres más ó menos tíem*
po una pasión ó preocupación. E l criterio más seguro para
juzgar un sistema ñlosófico, es ver si reúne la verdad ob­
je tiv a y subjetiva, empleando para ello los criterios más
adecuados para com probar las verdades racionales, libres
de todo prejuicio de escuela, sistema y creencia, pues la
verdad debe ser el único fín de la investigación de todo
hombre científico que se estime com o hombre honrado y
d e saber probado.
V . —B a s e s d e c la s lfic a c ld n d e lo s s is t e m a s filo *
s ó f Jc o s .—L o mismo cuando trata de cU siñcar los sis­
temas que cuando se trata de cualquiera otra clasifícacidn,
encontram os que los autores no andan muy en armonía^
y es que generalm ente no se adoptan unas mismas bases»
sobre todo, por no ñjarse en si las hay ó no fundamenta^
les. Conociendo nosotros este escollo, para obviarlo no
tenemos más que hacernos esía sencilla reñexión: e l sis-
tema no es, en suma, otra cosa que un conocimicnto
unitario que se desenvuelve en los particulares que con­
tiene, 6 á la inversa, varios que se enlazan orgánicamente
en uno; luego á lo s elementos del conocimiento debemos
atender para clasiñ caile fundamentalmente. De modo»
pues, que el m otivo más general para dar nombre á ]o&
sistemas, es atender á los elementos dcl sistema; esto, sin
em bargo, no quita que pueda clasiñcársele también, aten*
.diendo: 1.°, á las circunstancias ocasionales 6 accidentales^
de aparición de los sistemas, y 2,®, al nombre del autor,
pero advirtiéndolo y no tomando estos aspectos com o
e&encialcs. A sí, pues, para hacer una clasiñcacíón adecúa-
da de los sistemas, atenderem os primero á Itfs elementos
constitutivos de todo sistema, y segundo á los aspectos
bajo ios cuales puede ser considerado.
V I.—C la s ífíc a c ió n d é l o s s is t e m a s filo s ó fic o s cor>
a r r e g lo á lo s e le m e n to s d el c o n o c im ie n to .—E l ele*
mentó constitutivo de todo sistema, es el conocimiento, y
en éste hay que distinguir el sujeto, el objeto y la rela­
ción; de modo que, según esto, la primera base se subdi*
vide en otras tres. Por consiguiente, podremos clasificar
el sistema con arreglo al sujeto, objeto y relación del co­
nocimiento, y form ar géneros de Jos mismos.
L o s sistemas filosóficos, por razón del sujeto, pueden
ser: unitarios, si se ha empleado para su formación la in­
teligencia en su unidad; racionalistas, si dan la preferencia
á la razón, y sensualistas, cuando han tomado com o nor­
ma la sensibilidad. Estos, á su vez, pueden componerse y
dar lugar á nuevas especies de sistemas.
L o s sistemas ñlosóñcos, por raz 6n del objeto, pueden
cUsiñcdrse teniendo en cuenta uno de los tres aspectos
bajo los cuales puede considerarse la cognoscibilidad en el
mismo; as(, el que añrma la posibilidad de conocer las
cosas en sí, se llama realista y por algunos nouménico\ el
que dice que sólo pueden conocerse los hechoSf^^m ^ff/c^,
y el que admite que las cosas se conocen en sí, mediante
la interna relación del fenómeno con el ser que lo produ­
ce, nomológico. L o mismo éstos que los anteriores pueden
com binarse entre sí y dar lugar á nuevos nombres de sis­
temas.
D esde el punto de vista de la relación del sujeto y ob*
jeto, cab&^dar nombre á los sistem as por el conocimiento
resultante; así, al conocim iento de la esencia de las cosas
por la razón, se llama idea l, y el sistem a de tales cono-
oimientos, idealista; el de los fenómenos por la expe*
riencia, rípreseni<uionista ó positivista, y eí que añrma
ei conocimiento de la ley entre ei (enómeno y el ser, in-
U U ctualista.
V lí.—C la s ific a c ió n d e lo s s is t e m a s a te n d ie n d o al
r e s u lt a d o d el o o n o o im ie n to .—Pero los sistem as ñlosó-
fíeos no se han de fundar sólo en el elemento lógico; es
necesario que conformen con la realidad. Por eso á todo
sistem a dei:>e apreciársele también en sus resultados, y
como tenemos que unos llegan á concebir la realidad como
una, se les llam ará tnonistasy los cuales, á su vez, pueden
recibir distintas denominaciones, pues si esta realidad es
la substancia absoluta, se llamarán panieistas^ que según
sea substancia espiritual ó m aterial, así serán pan teístas
espiritualistas ó ponteistas m aterialistas. Otros, en el des­
envolvim iento de un sistem,a, admiten la existencia de la
dualidad de substancias, bien afirmando la previa existenda
eterna de una de ellas con el carácter de ínñnita causa
creadora de cuanto es, ha sido y será, bien siendo ambas
eternas. E stos sistem as reciben, en general, el nombre de
du alistas i porque reconocen la existencia del espíritu y
de !a materia, y según reconozcan 6 no la substancia in-
fmiU» se les llama dualistas teístas ó dualistas atios. Pero
también h a y sistemas que admiten la substancia infinita,
y dentro de ella d espíritu y la m ateria, y éstos se lla­
man sistemas armóniccs.
V III.—C la s ific a c ió n d e Jo s s is t e m a s filo s ó fic o s
a te n d ie n d o á c ir c u n s t a n c ia s e x t r ín s e c a s .—Las cla­
sificaciones que se han hecho de los sistemas, atendiendo
á las circunstancias ocasionales de su aparición y al nom-
bre de sus autores, no nos dicen nada acerca de U doctrina !
que contienen, y por tanto, no tienen importancia alguna '
para nuestro objeto; así, tenemos que por la circunstancia '‘J
de explicar A ristóteles paseando en sus jardines, se le
llamó á su doctrina Filosofla peripatética', á la de Platón
académica^ por haberla enseñádo este ingenio en el Gim>
nasio, y estoica á la de Zenón, por haberla dado á conocer
tan notable m oralista en el Pórtico. ¿Dice esto algo? íío ,
pues sólo se expresa una circunstancia extraña al sistema
filosófico. L o mismo sucede cuando se tiene en cucnta el
nombre del autor, com o cuando se dice Filosofía aristoté­
lica, tomista, kantiana, etc., etc.; pues en estos casos se la
denomina con el nombre de los autores que más brilla­
ron; mas como estas denominaciones no nos dan un rayo de
luz para clasificar los sistemas, de modo que los grupos
formados sean admitidos por todos los autores, de ahi
que no los admitamos como base segura de clasificación.

C A P ÍT U LO IV

FilotoKe de la Historia.

I .— R a z ó n d e l e s tu d io d e l a F ilo s o fía d e la H isto ­


r ia en e s t e lu g a r .—Exam inadas la Historia y la Filoso-
ÍÍa, el objeto .de este capítulo no puede ser otro que el
examen reflejo del género científico Filosofía de la Histo­
ria, nom bre que no es el propio por no poder inv*ertirse,
pues entonces expresaría una ciencia p&rticular, cosa muy
distìnta ciertam ente de io que ae quiere expresar con
nombre consignado. H a y un nombre que expresaría con
más propiedad este género científico, y es el de Nomolo'
gia\ pero el uso ha hecho que se de ia preferencia ai de
FiioaoiÍa de ia H istoria. Nosotros, que pretendemos ante
todo que ios lectores nos entiendan, seguiremos denoml'
nando á este género científico, tal com o quiere el uso,
porque en úitsmo caso, el nombre no hace á Ía cosa, tanto
m ás cuanto que, ai enunciarse con este título, todos lo»
hombres á quienes se dirige una ciencia de esta naturale2&
saben la idea que se quiere expresar.
11.—O b je to c o g n o a c ib le d e la F ilo s o fía d e la H is­
t o r ia .—L a Filosofía de la H istoria, como ios otros géne-
ros científicos, necesita ante todo un objeto cognoscÍbie,eÍ
cual no es otro que ia realidad entera, com o lo es tam­
bién de ia Historia y de la Filosofía, pero no considerada
del mismo modo, y sí sólo bajo el aspecto nomológico, 6
sea el hecho en relación con el ser de que es manifesta*
ci 6n; más claro todavía, la relacidn entre lo fenoménico y
io permanente. D e modo que la cuesti<1n generai en este
género científico es conocer cóm o manifiestan ias cosas lo
que ellas son. Y com o la relación entre la esencia y el
fenómeno constituye la le y , de aquí que la Filosofía de ia
Historia tenga por objeto conocer la ley de producción
de los hechos, por cu ya razón hemos dicho en otra oca­
sión qttd antes de conocer este género era preciso exam i’
nar fe H istoria y la Filosofía, puesto que, antes de cono­
cer la ley, es necesario conocer el fenómeno y las propie­
dades que le dan origen, ó lo que es lo mismo, los términos
que entran en !a relación llamada (ey.
IlL— F u e n te d e c o n o c im ie n t o d e la F ilo a o fía de
la H is to r ia .—E ste género científico, que es el compuesto
de la Historia y de la Filosofía, y que, com a acabamos de
ver, es el que aprecia la relación entre la esencia y los he­
chos, no puede tener otra fuente de conocimiento que una
unitaria entre la experiencia y la razón, fuentes respecti­
v a s del hecho 6 fenómeno y del ser; y esta fuente, en
efecto, no es otra que el entendimiento propiamente dicho,
por medio dei cual obtenemos los conocimientos genera­
les y abstractos,
IV .—C o n c e p to d e la P llo 8o ría d e la
L a Fllosolía de la Plistoriá, pues, con arreglo á su objeto
viene á ser <Ia ciencia que expone la ley de producción
de los hechos»; y por lo que hace al sujeto, <la ciencia
que expresa la sistematización de los conocimientos ge­
nerales y abstractos»; de suerte que, uniendo uno y otro
concepto, tenemos que Filosofía de la historia es género
científico que tiene p o r objeto e l conocimiento verdadero,
cierto y sistem atisado de la s leyes, po r v irtu d de la s cua­
les los hechos son m anifestación de la esencia de la s cosas,
aprehendido p o r e l entendimiento. Decim os en esta deñni­
ción las leyes por virtu d de la s cuales los hechos son la
manifestación de la esencia de la s cosas, porque el conocí'
miento de éstas es el v'erdadero conocimiento general y
abstracto, objeto propio de este género cientíñco. Cono-
cido por e l entendimiento, en razón á que sólo por esta
fuente se obtienen los conocimientos generales y abs­
tractos.
V .^ F o n d o , fo r m a y m é to d o d é l a F ilo s o fía d e la
H is to ria .—L o s elementos de toda ciencia son: el fondo 6
contenido, la forma y método. ^Cuál será el fondo de este
género cientíñco? E l conocimiento, como cn toda ciencia.
A h ora bien; el contenido de este género en algo se ha de
distinguir de los conocimientos contenidos en los otroa
géneros, pues de lo contrario, alguno estaría incluido en
el otro; y en efecto, sus conocimientos no son racionales
puros, ni experim entales puros, sino generales, abstractos
Ó intelectuales, cu ya forma es la abstracción y generaliza­
ción. E s común entre Jos positivistas tomar el conocimien­
to generalizado como producto exclusivo de la experiencia,
sin que esté apoyado en la esfera de la razón ni poco ni
3o
mucho. Peto no hay tal: las generalizaciones del entendi­
miento deben basarse en la experiencia y en la razón, en
el hecho y en ei ser, lo mismo en las ideas racionales que
en las percepciones de la experiencia. D cl cumplimiento
de estas condiciones depende el valor cientíñco de los
conocimientos intelectivos, que por un lado tienen que
estar conformes con la idea y por otro con el hecho,
tanto en el sujeto com o en el objeto. N o basta una sola
verdad para el conocimiento generalizado, por ejemplo, ¡a
d e la experiencia; se necesita también la de la razón. As(,
supongamos que se trata de la le y de la caída de los cuer­
pos, la cual podemos conocer experim ental y racionaN
mente. S i la conocemos únicamente por medio de la
experiencia, siem pre nos quedará la duda de si habrá
algún cuerpo que (a quebrante; pero si la conocemos tam­
bién mediante la razón, ésta nos dirá que ningún cuerpo
puede quebrantarla ¿ Y por qué^ Porque la experiencia no
nos suministra más que el dato singular, concreto y con^
not&do; pero el salto, la inducción del caso particular al
general, éste no lo puede dar más que el espíritu por me-
dio del entendimiento, que puede y a com parar la idea
pura, despejada de (os caracteres singulares que la deter­
minan en el hecho.
Desde el punto de vista de la forma, ios conocimien*
tos intelectivos deben estar sistem atizados, esto es, las
leyes que son el objeto de este género cienlífíco deben
constituir un todo con unidad, variedad y arm onía, hasta
el punto de que este género cientíñco sea el que explique
la le y de todo efecto, ó mejor. Ja relación del ser creador
con lo creado, de! producente con lo producido.
Respecto al método, el que corresponde á la FilosoíTa
de la Historia es el intelectivo^ y dentro de éste el experi­
mental y racional, ó mejor, la dirección metódica llamada
constructiva 6 compuesta de las dos direcciones, analítica
y sintética.
V I.—A p lic a c io n e s y l e y e s d e l p e n s a m ie n to filo -
s ó f ic o .—Resulta, pues, de todo esto, que este género
científico tiene estrechísimas relaciones con los otros dos;
que estas relaciones son tales, que realmente las ciencias
filosóficas y 2as liistóricas son las componentes de (as filo-
sófic0*históricasf y por último, que precisa la prioridad
de constitución de aquellos géneros científicos p ara for­
m ar éste, y que por consiguiente, ei género Filosofía de
la Historia sólo progresa cuando'^ ia Historia y 2a Filo­
sofía han progresado.
Otra apliaación que podemos hacer es formar la F iU - ;
sofìa de la H istoria de la Filosofìa^ ó sea que podemos.*
formar una ciencia que estudie cómo se ha producilo y ^
produce el pensamiento ^filosòfico con arreglo á las 2eyes
intelectuales y no al azar.
L a s leyes dei pensamiento filosófico pueden reducirse
á ias dos siguientes: 2.*, conocer el pensamiento en sí, y
]uego v e r las manifestaciones de éste; 2 / , relacionar y ver
si en cada manifestación de! pensamiento v a formulada la
verdad con arreglo á las leye s del conocer y pensar. Cien«
cia U t i l í s i m a , sobre todo para recoger las muchas enseñan*
zas que para el hombre resultarían de presentar en grandes
síntesis cuantos sistemas filosóficos han ideado los autores
d e todos 2os tiempos, y sí ha sido en las circunstancias
tales ó cuales de tiempo y lugar.

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Zhsé. t - - . é á íiila ^
IN D IC E D E MATERIAS

P igg .

A l lecto r............................................................................................................... 5
P re U m io A ics............................................................................................................ 7

U B R O PR IM ER O

GEN EH T^L^

S E C C IÓ N P R IM E R A

LA IKITUGEMaA EN SI MISMA CONSIDERADA

C A P ÍT U L O L — E x a n e o d el cooocer....................................................37
C A P ÍT U L O I I .— Elem eotos del c o n o c e r .............................................4 1

S E C C IÓ N S E G U N D A
EL COKOCnOBHTO

C A P ÍT U L O L -^ X n t a r it le x ii del co o o c im le a io ..................................... 5 1
C A P Í T U L O I I .— E i p e c í e i á e conocÍi&j<D to j T uJo r l ^ i c o dd
m iftm o ..........................................................• • • 57

S E C C IÓ N T E R C E R A

LA ISTBUCBKaA CWOOEÜIXy

C A P ÍT U L O I — E l peDUr..................................................................... 6 í
C A P ÍT U L O I L — L * a le o c iá n ......................................................................... 7 0
C A P ÍT U L O 2I L — L a p e r c e p c i d D .......................................................... 7 5
C A P ÍT U L O I V . ^ L a deCerm inacida y su s m t á i o t ..........................7 9
Articulo I.— La detemiaaci^ÍD........................................................79
Artioalo II.—L a abstracción. . .............................................. 81
Arti0ll9 lll.—I a geaeralisaci^D ..................................................... 84
CAPÍTULO V.— Ei concepto.............................................................87
CAPÍTULO VI.— L t í categoría»........................................................ lo o
Ariíciilo I.—L&s ca(a^rÍAs cq geberal...................................l o i
ArtiCttlO II.— Examen de cada una de l&s c a tea r ía « . . . 115
CAPÍTULO VK .— Los predicable« 6 cate^orecaas....................... 127
CAPÍTLXO VIII.— L oí tírm i d o s ...........................................................136
CAPÍTULO IX.— E ljü id o .................................................................... 154
CAPITULO X .—La proposición.......................................................161
Arlíolilo I.— La proposici^o en sí m ism a............................. 161
ArtÍCUll>ll>— La< proposiciones eo retacan. . . . 171
CAPÍTULO XL— E l raciocinio......................................... ^ . i$ i
CAPÍTULO XIL— La argnmeniacidD..................................................187^
Artículo I.—L& indnccidn.....................................................^ . i8 S
Artículo II.— ArgatoesUdj^D dedactÍTa....................... ..... . 197
Articulo III—DÍTisi^n del silogism o............................. * . »17
AHÍ Dillo IV.— SÍ}og:Ísmo demostradvo........................................ 82$
Articulo V.— Argomento^ probables......................................... 331
CAPÍTULO XI n . —Razonamieo tos f a ls o s .. : ............................. 347
Articulo I.— Soñsmas derivados de lo s prejoicios. . . . 349
Artículo II.—SoAsceas ladscUros............................................... 253
Artículo III.—Sofismas dedactlvos................................... . 255

SECCIÓN CUARTA
iJi LEY

CAPÍTULO L*^La le j e o g;eoeral. 263


CAPÍTULO It.— Leyes intelectuales. 26$

LIB R O SECU ND O

ÍA Ó G lG T i E S P E C lK k

SECCIÓN PRIM ERA


CUALIDADES DEL COKOaHlK^rTO

CAPÍTULO I.— U verdad................................................................ 571


CAPÍTULO IL —E l error.....................................................................276
CAPÍTULO I tl.— La certóía................................................................ 2S*
CAPÍTULO IV .—E l excepticismo. • ...............................................292
?igt.

SEC C IÓ N S E G U N D A

c m t b u o l o g Ia

CAPÍTULO I .^ L o s criterios eo ^eoeral...................................... 298


CAPÍTULO II.—Criterio de ios sealidos........................................ 300
CAPÍTULO IIL— La coaeieocit.......................................................... 306
CAPÍTULO IV .^ L a memoria.............................................................. 3^5
CAPÍTULO V.— El cooM&ticDÍeato común................................... 324
CAPÍTULO VI.— La autoridad bnmaoa........................................... 329
CAPÍTULO VIL— La evidcftcia........................................................... 335
CAPÍTULO VIII.— U crítica.................................................................. 344

SECCIÓN TBRGEBA.
£ L MÉTODO

CAPITULO I. •El método en ^ o e r a l.........................................349


CAPÍTULO IL* •Método a n a l í t ic o ................................................355
CAPÍTULO l l l . »El método siotético y )a anidad del método. 365
CAPÍTULO IV.. •Métodos esp eciales............................................... $72
Artícalo I.- •Método para enseñar. . ................................... 372
Artictflo II.* •Método para apreadcr......................................... 3 7 7
CAPÍTULO V. ProcedimieiiCos aoxülares del método. . . 382
Artículo I.- •La observacilo........................................................383
Articulo II.- •1.a experimentación..............................................3S4
Articulo III. - L a b i p ^ t e a i s ............................................................. 3^^
Articulo IV.- •La definiddn .......................................................... 3 9 >
Articolo V.- < L a dÍTÍ»<5n .............................................................. 3 9 7
Artículo VI. •L a clasiBcaclón.......................................................4 ^
Artículo Vil. -E l sistem a................................................................4<^3
Artículo Vili. -L a teoría.................................................................. 4^5
Articulo IX.< -E l plan......................................................................407

LIBRO TERCERO

la Ó G lC T C O E la K C IE N C IA

SECCIÓN ÚNICA
COKSlDBRACI<>K DE LA C m fO A

CAPÍTULO I.— La d e s d a en general . 409


Artículo I.—Concepto de la ciencia, 410
A r t íc u lo IK — C o n t e n id o d« U d e o c ia ..................................... 4 1 6
A r t íc u lo I I I .^ F o r m a de U c le o c ia .......................................... 4 1 7
A r t í c u l o IV .— E l p r im e r p r i o c i p i o d e U c ie D c ia . . . . . 423
A r t íc u lo V .—0 m é to d o e n U c i « o d a ................................... 4 2 9
A rtiO U iO V I . — C lfts lfie a e id Q d e l a c ie n c ia .................................431

C A P ÍT U LO n . — L a H i s t o r i a ..........................................................4 4 0
C A P ÍT U LO I I L — L a F í l o s c f l a .........................................................445
A r t i c a lO I.— D e f i n i d l a d e l a F i l o M Í i a ................................. 4 4 5
A r t lC H t c II.— IM W si^ n d e l a F i l o s o f í a .....................................451

A r t i c a lO III.— S is te m a s ñlo9<5fÍcos............................................ 4 5 $
C A P ÍT U LO I V . — F i l o s o f í a d e l a H i s t o r i a ......................................4 6 5
FE DE ERRATAS

PiOIlU Ü 9KA d :c z D B S t DB<U t

I 2Q 7 respeto respecto
tJ 9 1 u,
153 5 tonado tom&da
201 *7 y 28 fra m isa * fira 4M h 40f
255 *5 dieiU 9i ú d dUtupt
260 34 de los «D los
2^5 35 de U s de los
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