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4/7/2017 “Se agota la creación estética correlativamente a un sistema en crisis, que la sustenta”

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CULTURA (/SECCIONES/CULTURA) //// 18.05.2013

“Se agota la creación estética correlativamente a un


sistema en crisis, que la sustenta”
Crítica aparecida en la revista Nuevo Hombre, donde Nicolás Casullo analiza Santos Vega de Carlos Borcosque.

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Revista Nuevo Hombre CINEEl cine argentino especula con las mistificaciones
SANTOS VEGA. Dir. Carlos Borcosque. Guión: Arturo Pillado Matheu. Música: José Larralde. Actores: José Larralde, Ana María Picchio, Walter
Vidarte, Juan Carlos Galván. Cine: Iguazú.
Tal vez amparados por una transcendencia cultural ajena (la revisión de la historia argentina a través de documentación nunca antes mencionada
y un nuevo enfoque político- ideológico de las alternativas básicas de independencia-dependencia) ciertos films argentinos se ubicaron como una
nueva oportunidad en el mercado. Son aquellas películas que eligen, como asunto para ser tratado estéticamente, personalidades o
acontecimientos de nuestro pasado.
En la previa selección, ya gravita, de por sí, la instrumentación ejercida por la propia ideología del sistema:
1) La interpretación de los hechos, en lo decisivo, marginará la importancia de lo social-colectivo del pueblo en sus determinadas situaciones
históricas. En su lugar: la figura, la “individualidad” totalizadora –el héroe- define el transcurso de los procesos de una manera categórica y
excluyente. Se distorsiona su significado. Pasa a ser mito. Lo sucedido se entenderá, entonces, a partir de un principio –“ese hombre”- que
acapara las actuaciones de una sociedad.
2) Por otra parte, y a causa de lo anterior, lo acontecido pierde el poder de mostrar las ideologías que lo atraviesan. La historia argentina-
establecida, oculta, en cada una de sus etapas, los reales intereses del poder económico-político que la domina, y la denomina.
3) Las cronologías oficializadas pasan por encima de los resortes movilizadores de los hechos, y aquellos proyectos que se hayan opuestos a la
estrategia del poder serán también personificados, mistificados como “antihéroes”. En resumen: el pasado nacional pasa a ser cuestión de
algunos “hombres” contra otros “hombres”.
El cine pretende recuperar figuras, imágenes, momentos de aquella biografía social argentina. Pero sin cuestionar, sin ni siquiera acoplarse a
trabajos de revisión ya hechos, sin exigirse un más alto conocimiento de las causas, motivos y fines que desarrollaron cada proceso. El cine toma
historia fetichizada, personaje fetichizado (de origen social o de origen literario) y los lanza al mercado, usufructuando esa política acrítica y
manipuladora del sistema, que cimentó particulares interpretaciones.
Santos Vega no se diferencia, al respecto, de otros films similares. El protagonista es extraído de la obra de Rafael Obligado, y pasa a las
secuencias fílmicas portando una serie de injertos que van, desde una semejanza con la temática del Martín Fierro (persecución de la justicia,
peligro de ser enviado a los fortines) hasta una cercanía que ronda el Hombre de la Esquina Rosada, Borges (dos “guapos” y una mujer en un
baile, con principio de duelo). De la realización se destaca la voz (cálida, honda, medida y penetrante) de Larralde, mediante una serie de
canciones. Lo mejor y único nivel rescatable. Después todo resulta: esquematismo, solemnidad cercana a lo ridículo, alta artificialidad, mal
manejo de lo episódico lineal.
Lo importante es considerar entonces el fenómeno del presunto “cine histórico” que recrudece últimamente. El proyecto comercial juega con la
taquilla y con la incapacidad (o habilidad) de asumirse el tratamiento –catalogado como estético- de los “monstruos” de nuestra patria, ya sean
literarios, ya pertenezca a la historia político-militar. Una faena que debería exigir un compromiso, que en los resultados resulta inexistente. Y que
se evidencia mucho más, como ausente, como desentendiéndose, hoy, luego de ciertos aportes importantes de investigadores. Esto es: la
reconstrucción de una historia argentina real. No ya paralela ni subterránea. Y una necesidad de que esa historia sea expresada, mostrada,
precisamente por la situación político-social que vive el país, en la actualidad. Una interpretación que coherentice un pasado con la denuncia de
un presente. Que haga inteligible los orígenes, los fundamentos que fueron conformando el espectáculo histórico al cual hoy asistimos como
protagonistas y testigos. Es evidente que las siete u ocho realizaciones de los últimos tres años no llegaron a las pantallas de los cines con ese
propósito, ni para cumplir con ese aporte.
Podría considerarse que peca de inocencia reclamarle a un cine inserto en los intereses y proyectos del sistema, habilitado para ser visto como
espectáculo de masas, una posición de autenticidad en el tratamiento al mensaje. Teniendo en cuenta la censura, la persecución represiva, la
imposibilidad de medios con que se desarrolla y crece el cine político, el cine crítico, el cine de los artistas que intentan participar en el proyecto
de cambio social, no suena contradictorio que el otro cine sea precisamente lo que es, aunque también pueda llegar a padecer determinadas
penurias. Pero ciertas dificultades financieras del cine oficial no son producto de un compromiso estético-ideológico obstaculizado, prueba de
ello es que las realizaciones que se concluyen, que llegan a la sala de exhibición, exponen lo que exponen.
Hacer hablar a la historia es adentrarse de lleno en la elección política, en las opciones ideológicas. Basarse en los manuales de la escuela
primaria, en  las imágenes e ideas cristalizadas por el poder dominante (“el gaucho” en Santos Vega, por ejemplo) es hacer política, vehiculizar
ideología, desde lo institucionalizado. Sucede que desde ese lado, ya se agota la creación estética correlativamente a un sistema en crisis, que la
sustenta. Las formas incluyen sus contenidos. Los contenidos marcan sus propias formas. Nada se escapa de una interpretación del mundo que
fenece. Ni siquiera los habilidosos, los que tienen o consiguen medios.
Nicolás Casullo
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