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Masculinidad tóxica

Juan Pablo Neri Pereyra

La buena gente hace un daño enorme. Y por supuesto, el peor daño es conceder tanta importancia a
la maldad. Es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es encantadora o aburrida.
(Oscar Wilde)

¿Masculinidad tóxica?

Hay una serie larga de cuestiones, problemáticas, contradicciones, en el presente cuyo


abordaje resulta fundamental. Por lo mismo, una de las tareas críticas centrales es poder dar
cuenta cuándo se abordan cuestiones fundamentales de la manera errónea. Retomando una
cita de T.S. Elliot, que hace algunos días fue empleada por S. Zizek en otra reflexión, “el
mayor pecado es hacer lo correcto por las razones equivocadas”. Y, ¡vaya!, no cabe duda
que esta es la manera en cómo opera la ideología dominante en el presente. El pensamiento
crítico tiende a ingresar, recurrentemente, en zonas de confort donde las contradicciones
fundamentales, si bien logran ser identificadas, son abordadas de la manera equivocada.
Esto deriva, desafortunadamente, en sentidos comunes bienintencionados, pero a la larga
disfuncionales en su propósito “disruptivo”.

Una problemática, indudablemente fundamental, pero cuyo abordaje tiende últimamente a


cometer el pecado de “hacer lo correcto por las razones equivocadas” es la cuestión del
género y las relaciones de poder en el marco del orden patriarcal. En este caso, me interesa
una discusión particular, que en las últimas semanas se ha convertido en trend (tendencia),
y que tiene que ver con la “masculinidad tóxica”. Si bien no me refiero en este caso a la
publicidad de Gillete, no cabe duda que es una expresión popular de lo que está sucediendo
en el “establishment”, y de cuáles son las directrices que se le imponen al debate. Por lo
tanto, la tarea crítica que corresponde es desentrañar estas directrices, evitando la
celebración precoz y la adhesión apresurada.

El problema con la celebración precoz de propuestas aparentemente disruptivas es que, en


el mediano plazo, “juegan la función de ilotas de este régimen”, retomando las palabras con
que Lacan interpelaba severamente al movimiento estudiantil de Mayo del 68. La
contradicción se halla en el goce romantizado, ergo contra-ilustrado. El abordaje fútil y
errado de cuestiones fundamentales. Básicamente, lo que sucede con tantas cuestiones
fundamentales, cuyo abordaje acaba concediéndole más al sistema, que poniéndolo
debidamente en cuestión. Sobre todo reproduciendo la lógica hegemónica de la apología de
la agencia del sujeto individual, como frontera absoluta de las determinaciones
estructurales.

Un ejemplo de cómo se establecen direcciones para el abordaje de la cuestión de la


“masculinidad” es el informe de la American Psychological Association (APA) titulado
“Harmful masculinity and violence. Understanding the connection and approaches to
prevention”. ¿Por qué es importante discutir este texto? Si bien este informe no inaugura la
manera en cómo el establishment aborda la problemática de la masculinidad y la violencia
que caracteriza en gran medida a las relaciones de género, no cabe duda que es una muestra
de a dónde va la cuestión. El diagnóstico de la APA sienta las bases para entender y “tratar”
la masculinidad tóxica en el presente, entendiéndola como una problemática o
contradicción principalmente cultural e individual. Es decir, el establishment de la
psicología convierte un problema que deriva de las estructuras sociales, económicas y
políticas, en una patología individual y un malestar cultural plausibles de ser “tratados”.

Veamos, entonces, cuáles son los aspectos problemáticos de la inclusión de esta temática
entre las preocupaciones “progresistas” de la APA. El informe inicia con una afirmación
problemática, sobre que la socialización masculina, en la que se definen los ideales de
“masculinidad”, exigiría: “dureza, estoicismo, heterosexismo, actitudes de autosuficiencia y
falta de sensibilidad emocional y de empatía”. De hecho, en otra reflexión sobre esta
temática, S. Zizek plantea la pregunta juiciosa sobre ¿qué hace de estas características
esencial y exclusivamente masculinas? En efecto, esta afirmación pareciera sugerir, por
ejemplo, que la feminidad se caracterizaría por lo opuesto (delicadeza, serenidad, co-
dependencia y empatía). Paradójicamente, retornamos a un terreno espinoso en el que
nuevamente es posible apuntar, desde la ciencia, características propias de cada sexo.

Éste no es un razonamiento novedoso. Por ejemplo, parte de la ideología dominante en el


presente tiene que ver también con la imaginación de sujetos inherentemente “buenos” o
libres de contradicciones, quienes estarían justamente “resistiendo”, desde su virtud, a la
brutalidad y el estoicismo occidentales. De hecho, el propio informe de la APA se refiere a
la problemática de la masculinidad como “occidental”. Siguiendo este razonamiento
dominante, existiría una masculinidad tóxica, propiamente cultural, que bien podría
“tratarse” a partir de inspirarse en otras formas culturales subalternas y benevolentes que
estarían al margen de estas contradicciones. Si no somos capaces de identificar el ejercicio
ideológico profundamente reaccionario de este razonamiento entonces estamos condenados
a la catástrofe.

Por ejemplo, el informe de la APA, al atribuirle estas cualidades o características a la


masculinidad tóxica occidental, coincide en lo substancial con la tesis de, por ejemplo,
Niall Ferguson en “Civilización: Occidente y el resto”, sobre que el auge de la civilización
occidental se habría debido, en gran medida, a estas mismas cualidades: estoicismo, sentido
de competencia y poca empatía con “el resto”. En ambos casos, es decir, el diagnóstico de
la APA y la argumentación de Ferguson, estas cualidades serían propias de occidente,
mientras que lo no occidental sería cándido, carente de coraje y más “empático” –además
de “femenino”–. (Paradójicamente, éste el mismo razonamiento con el que, en el presente,
opera una parte importante de los sectores progresistas de la sociedad). Y, sin embargo, el
auge de las economías capitalistas en la China y la India, y el repliegue de las grandes
potencias de occidente (Estados Unidos con Trump, Gran Bretaña con el Brexit, por
ejemplo) demuestra todo lo contrario. Al igual que en el caso de Fukuyama, la
argumentación de Ferguson, para este caso particular, se muestra endeble cuando se la
confronta con la realidad. Y, sin embargo, parece ganar vigor en el sentido común, incluso
de las propias izquierdas.

Por otra parte, otra cuestión a preguntarse es ¿son estas características inherentemente
negativas y, por lo tanto, causas fundamentales de personalidades tóxicas y dañinas? ¿Por
qué deberíamos automáticamente condenar el estoicismo o las actitudes de autosuficiencia?
En este punto me interesa resaltar otra de las afirmaciones del informe, sobre que todas
estas características, entendidas como inherentemente propias de la masculinidad tóxica
occidental, derivarían en la propensión a la violencia y la agresión. “La agresión puede
producirse cuando un hombre experimenta estrés derivado del fracaso auto percibido para
estar a la altura de las expectativas masculinas (discrepancia) o cuando mantiene
expectativas normativas masculinas (disfunción)”. Lo que acá se pone en juego es la
exigencia de ser “sujeto” y, claramente, la alternativa sería, simplemente y desde un
enfoque conductista, evitar serlo o dejar de serlo. O sea, evitar las exigencias de ser un
sujeto en el marco de los códigos sociales existentes.

Este razonamiento, bastante propio del discurso dominante de la psicología, y que además
resuena innegablemente con la ideología individualista y narcisista dominante, bien puede
contrarrestarse con la alusión a la histeria. Siguiendo a Lacan, es en la histeria o el discurso
histérico que se halla la posibilidad de una política radical, toda vez que el sujeto se plantee
las preguntas correctas. Esto no quiere decir, de ninguna manera, un ejercicio de
introspección, sino todo lo contrario: asumir que existen causas/motivos más importantes e
insignes que el individual. Y, la posibilidad de histerización se halla únicamente en el
encuentro del sujeto con las exigencias del “gran Otro”, cuando éste último es además
severo e inexorable. Por ello, la propuesta de evitar estas exigencias a partir de formas
terapéuticas que permitan cambios en la actitud y el carácter de los sujetos varones es, en el
fondo, engañosa y peligrosa. Supone que la socialización del sujeto, es decir su encuentro
con las estructuras sociales y las normas y exigencias de ésta (empezando por la autoridad
paterna), debería ser esencialmente más complaciente.

¿Por qué es ésta una propuesta peligrosa, en el sentido que puede derivar en afectar más al
sujeto, y en la irresolución de las contradicciones de fondo sobre las que se funda la
violencia y opresión en las relaciones de género? En este punto retomo la idea problemática
y conservadora de la APA, de “tratar” la masculinidad tóxica. Siguiendo lo señalado por
Zizek, patologizar la masculinidad es un ejercicio profundamente ideológico. En efecto, si
entendemos a la ideología como aquello que nos previene de abordar las contradicciones
sociales en su verdadera complejidad, tratar a la “masculinidad tóxica” como un malestar
cultural e individual que puede ser asistido terapéuticamente es justamente lo que hay que
evitar. Nuevamente, rescatando la crítica del psicoanálisis a las nociones de asistencia
propias de la psicología: existen causas o designios más importantes que el individuo y el
escudriñamiento de su sola existencia miserable, o la búsqueda de algún sentido primigenio
de virtud.

¿”Tratar” la masculinidad tóxica?

El diagnóstico de la APA identifica factores de riesgo, que estarían en el origen de la


masculinidad tóxica, y realiza un listado de acciones que podrían llevarse a cabo para
“tratar” esta problemática.

Factores de riesgo Estrategias de prevención

- Educar a los padres para evitar castigos físicos y


humillación a los niños.
- Violencia en casa, en la relación con los pares y la - Educar a los padres para que le aseguren un
comunidad. ambiente saludable y emocionalmente “nutritivo”.
- Pobre cohesión familiar. - Identificar y tratar la angustia psicológica
- Poca asistencia ante situaciones traumáticas o de precipitada por la socialización del rol de género.
estrés. - Promover relaciones sociales que “decrezcan” la
- Rechazo social por parte de los pares. aceptación por parte de los adolescentes de los roles
- Poco control en el desarrollo de conductas. de género.
- Normas sociales que condonan la violencia y - Crear campañas de marketing diseñadas para
dominación masculina. modificar los códigos de masculinidad.
- Programas multinivel para una correcta
“integración” de los varones en la sociedad.

Fuente: American Psychological Association.

Lo primero que debería llamar la atención es, nuevamente, el ejercicio de la APA de


“patologizar” la masculinidad. De la misma manera que sucedía con la homosexualidad,
hace algunas décadas, ahora la masculinidad es un problema de orden psicológico/cultural,
que puede ser abordado terapéuticamente y a través de políticas públicas (y privadas)
concretas. Esto es, la “masculinidad tóxica” impediría la buena integración y
funcionamiento de los varones en la sociedad. Nuevamente nos encontramos con que la
sociedad es funcional –ergo, no es el problema de fondo– sino una serie de códigos
culturales y malestares psicológicos. Entonces, la tarea que se impone es la “reintegrar” de
manera funcional a los varones en la sociedad.

¿Cuál es el problema con este planteamiento? El ejercicio de “tratamiento” propuesto por la


APA es exactamente el mismo que con otras problemáticas (criminalidad, consumo de
drogas, etc.): evitar la discusión seria sobre los fundamentos estructurales de determinadas
contradicciones sociales y, en todo caso, abordarlas mediante paliativos que de ninguna
manera ponen en entredicho al orden social. Por lo tanto, se trata de problemáticas
“inconexas” que pueden resolverse desde la dimensión individual, incluso cuando se las
proyecta socialmente. En contrapartida, debería resultar notorio que buena parte de los
“factores de riesgo” señalados en el informe son el resultado de contradicciones sociales y
estructurales, y que tienen que ver directamente con la experiencia de los sujetos
determinada por su lugar en el sistema de desigualdad. Es decir, lo que la crítica de la
“masculinidad tóxica” realizada por la APA no concede es que, de manera general, los
factores de riesgo que señala están íntimamente relacionados con la experiencia de clase de
los sujetos y la violencia estructural característica del sistema de desigualdad.

Considerando esto, el abordaje psicológico no es más que un ejercicio más, propio del
establishment, de alejar la atención de las problemáticas de fondo. Y, sus estrategias
aparentemente benevolentes, son en realidad bastante problemáticas, no sólo por su
capacidad de interpelar al sentido común de la gente, sino por su planteamiento de fondo.
Al no ponerse en entredicho el orden social, en parte se trata de alternativas para sujetos
cuya experiencia de clase les puede permitir “cuestionar” su masculinidad tóxica y
transformarla. Son estrategias que pueden funcionar, en alguna medida, para las clases
favorecidas. De hecho, en el presente es posible observar a los varones de las clases
favorecidas llevar a cabo ejercicios teatrales y ocurrentes de “deconstrucción”. ¡Y lo que es
más! Esto, al parecer, se ha convertido en un performance solicitado por sus contrapartes
femeninas (masculinas y otras), también de experiencia de clase favorecida, como nuevo
ritual de apareamiento que, además, reproduce el orden social. En suma, son estrategias
diseñadas para promover un razonamiento y prácticas profundamente individualistas
y narcisistas en los sujetos.

Por último, el aspecto quizás más problemático de esta nueva lectura desde el
establishment, es la puesta en cuestión de determinadas cualidades consideradas
inherentemente masculinas y occidentales, y la propuesta de una transformación
diferenciada del proceso de subjetivación de los varones. Es decir, una transformación de la
manera en cómo se “integran en la sociedad”. Nuevamente, esta propuesta no es novedosa
y, de hecho, corresponde ampliamente con el momento actual del capitalismo. Otro
ejercicio similar, profundamente ideológico y catastróficamente eficaz, que lleva a cabo el
capitalismo tardío en el presente es el auge de las “autoridades complacientes”.

A diferencia del fordismo clásico, por ejemplo, hoy en día se espera que la autoridad
patronal sea complaciente, al punto que para el sujeto explotado y oprimido (es decir la
inmensa mayoría) resulta sumamente dificultoso identificar al enemigo. Al enemigo de
clase. En consecuencia, el encuentro del sujeto con la autoridad es castrante, pero en
nuevos términos, a partir de una instrumentalización perversa del goce. La idea de que, para
hacer productivos a los empleados, se los condiciona de tal forma que sientan la necesidad
de retribuir. La explotación capitalista, en el presente, es worker-friendly.

Lo mismo sucede en otros ámbitos sociales. Por ejemplo, las experiencias de educación
diferenciada, en las que un grupo selecto de infantes puede acceder a formas “alternativas”
de formación que, sin embargo, no los preparan para enfrentar la realidad social. Algo
similar sucede con toda la política complaciente del orden social actual. El trato
condescendiente para con el “otro”, el subalterno exotizado y concebido bajo cánones
paternalistas, como inherentemente bueno, empático, comunitario y un largo etcétera. Y,
siguiendo lo discutido hasta este punto, también se traduce en la esencialización de un
sujeto femenino sobre todo victimizado, incapaz de las contradicciones masculinas, ergo,
pasivo y cándido. Todos estos ejercicios ideológicos, profundamente violentos, castran al
sujeto, lo vuelven impotente, y lo transforman en un objeto de deseo del orden dominante.

Por ello, una vez más, me parece que una pregunta necesaria en este respecto es ¿Por qué
deberíamos cuestionar actitudes como el estoicismo, el coraje y la compulsión a la
autosuficiencia, como automáticamente tóxicas y dañinas, además de exclusivamente
“masculinas”? Pero, ¡vaya!, no dejemos de celebrar las publicidades progresistas de Gillete
o de Nike y su inconmensurable aporte a la cuestión que estamos discutiendo.

No, no es un tema de “deconstrucción”

Por último, es también importante notar que este diagnóstico de la APA no inaugura una
discusión, ni siquiera introduce nociones nuevas. Buena parte de lo que he venido
problematizando ya forma parte del sentido común. Y, de hecho, corresponde en gran
medida con el discurso y las expectativas del feminismo del establishment. No cabe duda
que existe una relación violenta, y que cada vez encuentra la manera de tornarse más
abyecta, entre géneros. No cabe duda, además, que esta relación se traduce en la
manifestación de la abyección de los propios sujetos. Por ello, justamente, resulta urgente
problematizarla más allá de la angustia individual y cultural.

Un ejemplo de cómo estos ejercicios hegemónicos, enfocados en la dimensión individual,


puede derivar en desvirtuar iniciativas potencialmente más críticas, es lo que sucedió con el
movimiento #MeToo. Este movimiento inicia discutiendo, no sólo la problemática de los
abusos sexuales –no sólo a mujeres–, sino y de manera paralela la injusticia social. Se
trataba de un movimiento también que ponía sobre la mesa, la discusión sobre las
problemáticas sociales de fondo. Sin embargo, a partir de los escándalos al interior de la
élite hollywoodense, se transformó en una plataforma para la denuncia de escándalos
sexuales, enfocada estrictamente en el bienestar de la clase media/alta blanca de Estados
Unidos y en la victimización. La propia Tarana Burke, fundadora del movimiento a finales
de los años 90, rechazó en varias oportunidades esta confusión, señalando que su trabajo
estuvo esencialmente dirigido a “las jóvenes negras y morenas de las comunidades urbanas
e indígenas […] mujeres cuya pobreza e impotencia las hicieron presa fácil” de la
violencia.

Uno de los problemas con #MeToo, en el presente, así como con toda la discusión sobre
“masculinidades toxicas”, es que en la actualidad sirven más para proteger a los sectores
favorecidos de la sociedad, de la abyección característica de los sectores subalternos. Por
ello, no deberíamos embelesarnos tan rápidamente con las demostraciones masivas de
indignación y protesta, cuando en el fondo, las problemáticas sociales y estructurales están
siendo ampliamente omitidas. Algo similar ocurrió en Brasil, por ejemplo, con el masivo
movimiento #EleNao que, si bien tenía una intención que merecía ser apoyada, no logró
interpelar a los sectores populares. Empero, es allí, en los sectores subalternos, donde los
roles de género, las “masculinidades” y “feminidades” son cotidianamente vividas con
mayor “toxicidad”. En ese sentido, en el presente, sobre todo en los espacios
socioeconómicos favorecidos, el rechazo a la masculinidad tóxica se traduce, en gran
medida, en un rechazo renovado del sujeto subalterno abyecto. Y, es además un rechazo
profundamente individualista y narcisista.

Por ello, no basta con los clamores naifs y bobos por la “deconstrucción”, cuyo uso del
concepto es además sesgado y simplista. No se trata de problemáticas que se puedan
resolver simplemente invocando la coherencia de la agencia individual. Los sujetos que
mejor pueden corresponder con estas nuevas exigencias son, generalmente, aquellos cuya
experiencia de clase se los permite. Aunque esta no es una afirmación generalizadora, o que
pretende eximir de responsabilidad a las élites, no es posible eludir la problemática social
de fondo. La interpelación al sujeto varón, en este caso, no deja de ser histérica pero, como
he venido insistiendo, se trata de un discurso histérico cuyas posibilidades de radicalizarse
se ven limitadas. Este discurso histérico, apropiado por las clases medias/altas, deja de ser
un reclamo contra la negación cotidiana de la subjetividad de las mujeres a través de las
distintas formas de violencia (estructural, simbólica), incluyendo la violencia cotidiana del
patriarcado, y pasa a ser un reclamo por una relación sexual “deseable”, así como por
proteger espacios de poder a partir de la victimización.

[Acá, de hecho, se halla otra paradoja fascinante. Si bien, como he notado, existe un
ejercicio ideológico de patologizar a la masculinidad tóxica “occidental”, en realidad
deriva en una política diferenciadora de rechazo al sujeto subalterno “no-occidental”. El
sujeto multicultural no-occidental, romantizado por izquierdas y derechas, no existe. Lo
que existe es el subalterno, abyecto, desprovista de autoestima por el lugar que ocupa en el
sistema de desigualdad. Este sujeto subalterno “real” es, además, portador de la
“masculinidad tóxica” incluso en lo que respecta a sus tradiciones y manifestaciones
culturales. Por lo tanto, la crítica de la masculinidad tóxica occidental acaba siendo un
ejercicio, desde occidente, de repudio del sujeto subalterno abyecto no-occidental.]

Lo anterior, siguiendo a W. Roseberry, es un buen ejemplo de cómo el lenguaje de la


contención (de la disidencia y la resistencia) no sólo está determinado por el propio proceso
de dominación, sino que además es continuamente domesticado por éste. Y, la
contradicción que conlleva a esta domesticación es, en todo momento y movimiento, la
contradicción estructural de la desigualdad. La cuestión de la clase.

Todos estos apuntes conllevan a afirmar que no se trata de una problemática cultural. Ergo,
no puede ser resuelta a partir de procesos de “deconstrucción discursiva”, ni con la sola
proposición de cambios “culturales”. De hecho, ni siquiera se trata de una cuestión de puro
empoderamiento individual, en particular en lo que respecta al rechazo individual de la
contraparte masculina tóxica. La solicitud de “deconstrucción” tiene, a su vez, una
profunda carga ideológica que también debería ser ampliamente discutida.

Éste es, por ejemplo, el oportuno argumento de Amia Srinivasan en su artículo “¿Alguien
tiene derecho al sexo?”. Srinivasan señala que, si bien es indudable que la violencia contra
las mujeres por hombres que creen que se les debe sexo (incels en inglés) es totalmente
inaceptable y condenable, la manifestación de ésta debería abrir el debate sobre cómo se
construye el deseo sexual socialmente. A saber, sobre cuál es la política que opera detrás
del deseo sexual (a quiénes deseamos y a quiénes rechazamos). Y, justamente por la
compulsión a la defensa de la agencia individual (empoderamiento y rechazo de la
violencia como hecho individual-cultural), esta es una discusión que ha sido
deliberadamente descuidada en muchos espacios feministas.

No es suficiente el sólo rechazo de la abyección de los sujetos, como simple hecho cultural,
sino que se hace urgente la discusión sobre cuáles son las problemáticas sociales que están
en el origen de esta abyección. No basta con solicitar más corrección política, o cambios
espontáneos de actitud. No basta tampoco con toda la política de victimización, sobre todo
cuando ésta opera en el marco de relaciones de poder en las que el sujeto victimizado ya se
halla favorecido. Toda esta política deconstruccionista tiende a ser sumamente elitista,
individualista y narcisista, y reproduce relaciones de poder y opresión.

Referencias

American Psychological Association, “Harmful masculinity and violence. Understanding


the connection and approaches to prevention”, disponible en:
https://www.apa.org/pi/about/newsletter/2018/09/harmful-masculinity

Niall Ferguson (2012) Civilización: Occidente y el resto. Buenos Aires: Debate.

Riley, Rochelle (2018), “#MeToo founder Tarana Burke blasts the movement for ignoring
poor women”, en Detroit Free Press, disponible en:
https://www.freep.com/story/news/columnists/rochelle-riley/2018/11/15/tarana-burke-
metoo-movement/2010310002/

Roseberry, William (1994) “Hegemony and the Language of Contention” En Gilbert


Joseph y Daniel Nugent (eds.) Everyday Forms of State Formation: Revolution and the
Negotiation of Rule in Modern Mexico, pp. 355-366. London: Duke University Press.

Srinivasan, Amia “Does Anyone Have the Right to Sex?” en: London Review of Books,
Vol. 40 No. 6 · 22 March 2018, pp. 5-10.
Zizek, Slavoj (2019), “‘Traditional masculinity toxic?’ New universe of subtle corruption
emerges”. Disponible en: https://www.rt.com/op-ed/448682-traditional-masculinity-toxic-
universe/

Zizek, Slavoj (2019), “Roma is being celebrated for all the wrong reasons”. Disponible en:
https://blogs.spectator.co.uk/2019/01/roma-is-being-celebrated-for-all-the-wrong-reasons-
writes-slavoj-zizek/

Zizek, Slavoj (2019), “Toxic masculinity can be heroic, and here are the women that prove
it”. Disponible en: https://www.independent.co.uk/voices/toxic-masculinity-paedophilia-
homeland-gillette-heroism-slavoj-zizek-a8773096.html

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