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Sócrates y Platón, ¿Para qué filosofar?

Juan Luis González Díaz

gonzalezd.juanl@gmail.com

Si nos remontamos a una definición etimológica de la filosofía, nos


encontraremos con que se traduce como “amor a la sabiduría” o en otros
casos como “amor al saber”, sin embargo, Ferrater Mora en su diccionario de
filosofía hace la aclaratoria de que “los griegos —inventores del vocablo
'filosofía'—· distinguían con frecuencia entre el saber en tanto que
conocimiento teórico, y la sabiduría en tanto que conocimiento a la vez
teórico y práctico, propio del llamado sabio”1, en ese sentido, la filosofía
puede ser entendida para el contexto griego, sin que esta sea
necesariamente una definición, como la búsqueda de un conocimiento con
aplicaciones prácticas en la vida de aquel que lo posee o en el entorno del
que forme parte.

Por su parte, el filósofo francés Émile Bréhier, explica que en aquel entonces
la filosofía se definía, no por la diferencia con otros especuladores, sino por
la relación y por las diferencias que guardaba con los sofistas y los oradores,
siendo el descubrimiento de una nueva forma de vida intelectual que resulta
inseparable de la vida social2.

Si bien existieron escuelas que pretendían seguir las enseñanzas socráticas,


el hecho de que el mismo Sócrates nada haya escrito, nos impide
acercarnos directamente a su pensamiento, sino por medio de relatos de sus
contemporáneos entre los que podemos incluir a Platón, Jenofonte o
Aristófanes; éste último siendo señalado como uno de los acusadores de

1 José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, (Ediorial Sudamericana Buenos Aires). P.661
2 Émile Bréhier, Historia de la Filosofía, tomo primero, (Editorial Sudamericana Buenos
Aires). P.303
Sócrates durante la defensa del filósofo ante el tribunal democrático que le
sentencia a muerte3.

Los diálogos escritos por Platón han sido divididos posteriormente en los
apologéticos, los cuales fueron escritos bajo la indignación inmediata de la
muerte de Sócrates y reflejan con mayor fidelidad el pensamiento de éste
último, los idealizados y finalmente los diálogos tardíos de la vida de Platón,
en los cuales se tiene a Sócrates como expositor máximo de la doctrina de la
Academia.

El pensamiento de Sócrates y Platón parte de una relación inseparable entre


el conocimiento y las acciones, en ese sentido Nicolás Abbagnano escribe
que para Sócrates “la búsqueda de sí mismo es al propio tiempo búsqueda
del verdadero saber y de la mejor manera de vivir: en otras palabras, es a la
vez investigación del saber y de la virtud. Saber y virtud se identifican, según
Sócrates. El hombre no puede tender más que a saber lo que debe hacer o
lo que debe ser; y tal saber es la virtud misma”4.

Contrario con lo que se suele pensar, el autor añade que ésta concepción de
la filosofía no supone una renuncia a los placeres para poder llegar a ser
virtuoso, sino que por el contrario, quien verdaderamente sabe, podrá
escoger el placer mayor, que no es otro que aquel que no puede causarle
daño o dolor, y que sólo ese placer, es el placer de la virtud; mientras que los
placeres del momento, si son dañinos, solo podrán ser elegidos por quienes

3 Durante el diálogo Apología de Sócrates, (18 b – 18 c) el filósofo afirma que “Pero lo son
más, atenienses, los que tomándoos a muchos de vosotros desde niños os persuadían y me
acusaban mentirosamente, diciendo que hay un cierto Sócrates. sabio. que se ocupa de las
cosas celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y que hace más fuerte el
argumento más débil (…) Lo más absurdo de todo es que ni siquiera es conocer y decir sus
nombres. si no es precisamente el de cierto comediógrafo” Ésta es una referencia al escritor
de comedias Aristófanes, el cual en su obra Las Nubes, describe a Sócrates caminando por
los aires y justificando que “nunca podría investigar con acierto las cosas celestes si no
suspendiese mi alma y mezclase mis pensamientos con el aire que se les parece”.
4
Nicolás Abbagnano, Historia de la Filosofía Volumen 1, (HORA, S.A. BARCELONA), P. 60
ignoren la existencia de mejores placeres; y por tanto, ésta búsqueda no es
una renuncia de la vida humana, sino una incansable búsqueda de la vida
humana perfecta5.

Esta relación entre el saber y el actuar en consecuencia de lo que se sabe se


plantea en el Alcibíades II, donde nos plantean el escenario en el cual
Alcibíades se dirige al templo a hacer su plegaria a los dioses cuando
Sócrates le plantea la siguiente interrogante: “¿no crees que se necesita
mucha prudencia para evitar pedir sin damos cuenta grandes males
creyendo que son bienes, y que por su parte los dioses estén casualmente
dispuestos a dar lo que se Ies pida? Por ejemplo, cuentan que Edipo pidió a
los dioses que sus hijos dirimieran la herencia con la espada, y así, pudiendo
pedir con sus plegarias un alejamiento de los males presentes, consiguió con
sus imprecaciones6 males añadidos (…)?”7. Esta pregunta desencadenó una
reflexión en la que llegada a un punto más avanzado se afirma que la forma
más sensata para la plegaria es asegurarse que lo que pedimos sean
verdaderos bienes, y no desear males pensando que son bienes; y se afirma
además que la mayoría de las personas está equivocada en cuanto a lo que
es un bien debido a que confían irreflexivamente en su opinión o creencia, y
que por tanto, si los dioses les cumplieran sus plegarias, estas personas
recibirían más daño que beneficio8.

En este diálogo se observa una de las caras más radicales de la virtud


socrática, según la cual resulta imposible alcanzar la virtud y por tanto ser
buena persona sin saber lo que son propiamente cosas como el bien o la
virtud. Sin embargo, en el Menón, Platón nos abre la puerta a que una
opinión o creencia pueda ser acertada, y que si bien es cierto que un hombre
5
Nicolás Abbagnano, Historia de la Filosofía Volumen 1, P. 60
6
Imprecar: Proferir palabras con que se expresa el vivo deseo de que alguien sufra mal o daño
7
Platón, Alcibíades II, (EDITORIAL GREDOS) 138 c
8
Platón, Alcibíades II, 146 d – 146 e
de bien debe ser necesariamente un hombre útil, un hombre puede ser útil
sin ser sabio siempre que opine correctamente sobre el asunto donde
pretende ser de utilidad9.

El enfoque mostrado en el Menón, nos indica que solo hay dos cosas que
son capaces de hacernos virtuosos, una es la sabiduría, entendida como se
ha dicho antes como un conocimiento que tiene aplicaciones prácticas, y la
otra, es tener una recta opinión referente al buen obrar, sin embargo, esta
recta opinión no tiene la garantía de estabilidad que ofrece un auténtico
saber.

Es en este aspecto donde podemos afirmar la necesidad del ejercicio


filosófico, pues si el amor busca la belleza, como afirma platón en los
diálogos donde aborda su teoría de las ideas, y solo se puede buscar algo
que no se tiene, pues de lo contrario la búsqueda sería inútil, como se deja
ver en el diálogo10, la filosofía se hace necesaria como la búsqueda de un
saber que nos permita vivir mejor, evitando una existencia impersonal en un
continuo obrar irreflexivo, y siendo por contrario auténticamente dueños de
nosotros mismos.

9
Platón, Menón, (EDITORIAL GREDOS) 97 a – 97 c
10
Platón, Menón, 80 e
Referencias

Abbagnano, N (1994) Historia de la Filosofía. Barcelona: Hora, S.A.

Aristófanes (1968), Madrid: E.D.A.F

Bréhier. E (1956), Historia de la Filosofía. Buenos Aires: Editorial


Sudamericana

Ferrater Mora. J. Diccionario de Filosofía. Buenos Aires: Ediorial


Sudamericana

Platón (1985), Apoligía de Sócrates. Madrid: Gredos

(1992), Alcibíades II. Madrid: Gredos.

(1987), Menón. Madrid: Gredos

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