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Para luchar contra esta hipérbole se creó hace años la Asociación Pedagógica Francesco
Tonucci, que los pasados días 1, 2 y 3 de junio celebró en Granada su tercer encuentro
nacional bajo el estimulante título de “La escuela y la educación que queremos”.
Abrió la presidenta de la asociación, Mª del Mar Romera, conocida por estas lides por
dar nombre a un pujante colegio de La Cala del Moral. Y expresó diversas pistas
aportadas por niños y niñas para mejorar la escuela, la mayoría tan sensatas como que lo
que se enseñe esté relacionado con lo que ya se sabe, que haya animales y plantas que se
puedan tocar y que el profesorado solo enseñe lo que le gusta, porque se le nota que
disfruta.
El programa indicaba que el siguiente ponente era Miguel Ángel Santos Guerra
pero éste, a modo de Marlon Brando en la ceremonia de entrega de los oscars de 1972,
envió a su amiga Elena, que leyó un precioso cuento, del que aprendimos que amar no
se puede conjugar en imperativo.
La jornada concluyó con la sorprendente actuación del mago Migue, auténtica estrella
local, que demostró que se encuentra igual de a gusto mostrando su arte con los niños
que con sus madres.
La cuota feminista la puso Amparo Tomé. Desmontó el tópico de que los niños son más
activos (¡cómo no van a serlo, si ocupan el 80 % del patio!), criticó que la transgresión
de niños que juegan a “cosas de niñas” esté más castigada que la transgresión de niñas
que juegan a “cosas de niños”. En la construcción de la identidad, sostuvo, no puede
eliminarse lo femenino, a no ser que se ampute la personalidad. Rechazó divinizar la
maternidad, manifestando que es igual de maravilloso ser mujer y madre, que ser mujer
y no serlo y criticó especialmente las presiones por la belleza con el fomento de la
cirugía.
Juan Vaello avisó del peligro de la queja como sistema de trabajo, que acaba
instalando la pasividad. Hizo apología del trabajo en equipo, compartiendo soluciones y
opuso la “o” de obligatoriedad, que genera pasividad, con el resto de vocales: atención,
empatía, interés y utilidad.
Por sorpresa apareció José Antonio Marina, que animó a aprovechar el momento
que un niño nos dice “mira lo que hago”, porque nos demuestra que ha mordido el
anzuelo pedagógico. Y nos avisó del peligro que tenemos los que trabajamos en
educación de hacer demasiadas preguntas al alumnado, so pena de que nos pase como a
aquel maestro que le preguntó a un niño qué eran los artrópodos y el discente le
contestó “ojalá yo tuviera las mismos problemas que tiene usted”.
La jornada del sábado terminó con una excelente sesión de gimnasia emocional a
cargo de José Luis Bombela. Comenzando por las tres “haches” de honestidad,
humildad (“el ego es un cabrón” –sic-), y hechos, abogó por utilizar el autorrefuerzo
frente al autolátigo. Una puesta al día de las teorías de Ellis, tan amena y útil como
histriónica.
Siguiendo con ciencia, José Luis García Pérez, experto en células madre, explicó
de manera sencilla los últimos avances en el tema, aclarando que el establecimiento de
dogmas de fe es lo más peligroso que se puede hacer en ciencias, porque cierra las
puertas a investigaciones posteriores. A todos nos dejó dudas: la mía giraba en torno a
la posibilidad de crear orientadores y orientadoras para los mermados equipos de
orientación a partir de células madre.
Quedaba una mesa redonda con los expertos, pero el encuentro, aún habiendo sido
de un enorme nivel, había dejado de lado un aspecto importantísimo de la escuela: la
diversidad. No puede haber una escuela que queremos si no es para todos y todas. Ese
fin de semana era mágico, no cabe duda, porque de entre los presentes emergió un padre
que, de imprevisto, tomó sitio en la tribuna y fue la voz de su hija. Las hermosas
palabras de Lara, en boca de su padre, fueron un recorrido sintético por todo el
encuentro, enhebrando frases de unos y de otros, haciendo un resumen perfecto,
reclamando otra escuela, pero a la vez criticando el olvido de la organización de esos
niños y niñas que, como Lara, tienen necesidades educativas especiales.
Ahora sí, el encuentro estaba completo y las últimas palabras de todos estuvieran
mediatizadas por la subida de la tensión emocional y por el deseo de una escuela
inclusiva para todos y todas. Que ya está bien que todo cambie para que todo siga igual
(¿escribiría Lampedusa otra frase?).
Fue un encuentro sin otro lugar común que la mención a la película de Aristaráin.
Donde los ponentes fueron presentados por niños y niñas. Donde los asistentes fuimos
recibidos con flores. Donde los participantes eran agasajados con una bolsa de canicas,
para no perder jamás la ilusión. Donde no se habló del ambiente laboral, sino en cómo
hacerlo mejor.