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V. Álvarez Palenzuela
CAPÍTULO 18
“Reforma Eclesiástica y Renovación Espiritual”
La historiografía tradicional relacionó directamente este movimiento con el papa
Gregorio VII (1073-1085), de allí el nombre de “reforma gregoriana”, sin embargo, a pesar
de su enorme relevancia, la complejidad del proceso se extendió más allá de su
nacimiento y su deceso. Por lo tanto, este proceso desarrollado entre los siglos XI y XII
queda mejor representado bajo el rótulo de “reforma eclesiástica romana”, ya que no es un
papa específico el que le otorga su sentido, sino la voluntad de los distintos círculos
eclesiásticos de la cristiandad occidental, que a partir del 1050 dotará a Roma de la
suprema dirección y gestión de la vivencia religiosa cristiana.
En la concepción medieval, la Iglesia no se articulaba simplemente con fines
organizativos, sino como vía de acceso a la divinidad a través de los sacramentos en los
que era [la Iglesia] la intermediación imprescindible. Las esferas individual y eclesial eran
indisociables.
La construcción feudalizada de un poder universal en la Iglesia romana se manifestó en
la emergencia de la soberanía papal, lo que generó un conflicto inevitable con la gran
esfera del dominum mundi, el Imperio germánico.
En los primeros decenios del siglo XI, la dignidad papal estuvo en manos de las
grandes familias romanas. La decidida intervención real tenía un nítido sesgo moralizador
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sobre el clero, sin embargo, la capacidad de juicio sobre la limpieza del clero del
emperador, no tuvo apoyo unánime. A la muerte del papa Clemente II, algunas voces se
levantaron a favor de restituir a Gregorio VI, quien se consideraba que había sido
destituido inválidamente ya que nadie podría juzgar al papa, postura que luego será de las
más radicales en los Dictatus Papae de Gregorio VII, en 1075.
León IX tuvo como primeras medidas eclesiales, reformas contra el nicolaísmo y la
simonía, y continuos viajes por diferentes puntos para promover la moralización del clero y
defender las elecciones canónicas de las dignidades eclesiásticas. La actuación papal se
universalizaba.
El sur de Italia se iba unificando a manos de los normandos, y preocupado por esto, el
papa decide convocar a las fuerzas imperiales para hacerles la guerra, ayuda que no
llegó, y León IX decidió atacar de todos modos. La refrenda terminó en desastre para las
fuerzas papales y la captura del sumo pontífice. El conjunto de la Iglesia no estaba
preparado aún para un paso que más adelante llevaría a las Cruzadas (no había todavía
una teorización eclesial positiva de la guerra).
Desde cautiverio, León decidió enviar una embajada a Bizancio con el objetivo de
salvar el conflicto entre el cardenal Humberto y el patriarca bizantino Miguel Cerulario,
misión que fracasó por la intransigencia del cardenal latino, y ambos se excomulgaron
mutuamente, lo cual sólo se entiende a la luz de la extensión de la Iglesia occidental sobre
el sur de Italia, en base al falsa Donación de Constantino (documento falso datado en el
siglo VIII, de los francos, según el cual ese dominio era cedido a Occidente por el primer
emperador cristiano).
A la muerte del papa León IX en cautiverio, el nuevo nombramiento, una vez más, fue
bajo tutela del emperador, Enrique III. Así Víctor II, hombre de confianza del emperador,
tras la muerte de éste, aseguró la coronación de su heredero, Enrique IV. Sin embargo, a
la muerte del pontífice, se cerró un época en la que la fortaleza del poder imperial había
proporcionado un control más o menos firme sobre la sede apostólica. La creciente
corriente Reformadora en Roma comenzaba a distancia sus horizontes del concepto
imperial. La inestabilidad generada por la muerte de Víctor II dio lugar a una aceleración
del desarrollo de perspectivas en choque sobre Imperio y Papado, instituciones que hasta
ese momento habían actuado simbióticamente.
4.4 El conflicto con Enrique IV: El choque entre dos visiones universalizadoras
Los nobles germanos no tardaron en arrastrar a Enrique IV a una nueva intervención,
centrada en el nombramiento de un arzobispo alternativo, desafiando claramente las
disposiciones papales. A partir de ese momento los acontecimientos se aceleraron, en
1076 el monarca convocó a reuniones de prelados en Worms, en las que depusieron al
pontífice bajo los cargos de romper la paz de la Iglesia, usurpación de solio y abuso de
autoridad, a lo que Gregorio VII respondió despojando al monarca de su condición real. La
decisión pontificia afectó el delicado equilibrio de fuerzas en el Imperio, dejando de
favorecer al emperador.
La lucha entre germanos y Roma condujo a la guerra civil, escenario incómodo para el
papa, pues debía decidir entre reintegrarlo a la Iglesia [a Enrique IV] o mantenerlo como
opositor. Las armas se inclinaban a favor del rey, pero el pontífice volvió a elegir deponer
al monarca, lo que hizo que Enrique IV diera el paso definitivo, depuso por las armas a
Gregorio VII y eligió en su lugar a Clemente III; y la postura real quedó reforzada al morir
en batalla el máximo exponente del reformismo entre los nobles germanos. Finalmente,
Gregorio VII muere, excomulgado, en el exilio.
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Del lat. pallium.
1. m. Prenda principal, exterior, del traje griego, a manera de manto, usada comúnmente sobre la túnica.
2. Capa o balandrán.
3. Insignia pontifical que da el Papa a los arzobispos y a algunos obispos, la cual es como una faja blanca con cruces negras, que
pende de los hombros sobre el pecho.
4. Especie de dosel colocado sobre cuatro o más varas largas, bajo el cual se lleva procesionalmente el Santísimo Sacramento, o
una imagen. Lo usan también los jefes de Estado, el Papa y algunos prelados.
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5.2 Recuperación papal e impasse imperial: La acción de Urbano II (1088-1099)
Urbano II siguió con la línea gregoriana, pero de un modo mucho más suavizado en las
formas, y con posturas menos radicales frente a los opositores, lo que permitió limar
asperezas, hacer retroceder en sus posturas a la nobleza germana, retornar a Roma con
tranquilidad y recuperar terrenos que habían sido presa efectiva de la dominación
germánica.
Durante su pontificado la gestión eclesial dio un paso más hacia la centralización del
gobierno, la curia romana adquirió carta de naturaleza, siendo, por primera vez,
efectivamente nombrada en una bula de 1089 como equivalente a las cortes reales o
imperial; el colegio de cardenales aumentó su importancia. Además, las finanzas fueron
reorganizadas para hacer frente a los nuevos cometidos de un gobierno que aspiraba a
ser general sobre la cristiandad. En cuanto a lo espiritual, el pontífice estimuló el monacato
benedictino.
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Luego de largo y costoso asedio, fue tomada la ciudad, pero los latinos pelearon sin
ayuda bizantina, no por desinterés de los orientales, sino por una confusión de
contingentes. Esto no fue entendido así por los occidentales, particularmente por
Bohemundo, ya interesado en guardar para sí el control de la ciudad que, según el
acuerdo suscripto en Constantinopla, debía ser devuelta a Bizancio. Sin perjuicio de esto,
una vez desaparecido el peligro inicial de perder la reciente conquista, comenzaron a
aflorar las diferencias internas de los latinos, máxime que ya había muerto el legado papal,
dejando acéfala la dirección. Sin líder superior, incómoda ante los ritos cristianos
orientales, enemistada con Bizancio y sin homogeneidad interna, la expedición papal
quedó presa, al igual que las siguientes Cruzadas, de las incongruencias propias de los
grupos nobiliarios que la componían.
Estos problemas produjeron un impasse, finalizado por la presión de los guerreros de
base de continuar hacia Jerusalén (y allí quedó Bohemundo reconocido, de facto, señor
de Antioquía). La marcha hacia la ciudad santa fue rápida, sin detenerse a afectar a los
grupos musulmanes intermedios. En julio de 1099, Jerusalén fue tomada por asalto,
masacrando a sus defensores, masacre derivada de la exaltación religiosa (profundizada
por las penas sufridas en el trayecto desde Europa). El lugar santo retornaba a los
cristianos luego de 461 años (Urbano II murió antes de recibir la noticia).
6.4 Las consecuencias territoriales del primer movimiento cruzado: la presencia latina
en Ultramar4
La conquista de Jerusalén tuvo más razón en la obsesión que una consideración
estratégica, una vez allí se vieron rodeados de un litoral hostil, y una presencia fatimí 5
amenazadora al sur. Asegurada la conquista, la mayoría de los cruzados cumplió y retornó
a Europa, pero los que se quedaron comenzaron a organizarse en distintas unidades
políticas, de las que la principal fue el Reino de Jerusalén.
Los dirigentes cruzados eligieron a Godofredo de Bouillon para entregarle el gobierno
de la ciudad, quien declinó el título de rey, aceptando el advocatus Sancti Sepulcri
(protector del templo recordatorio de la pasión y muerte de Cristo), asumiendo la función
laica de defensa de patrimonio eclesiástico, práctica generalizada en Occidente,
expresando a la vez la indefinición de su poder. Tras la muerte del legado papal y la
ruptura de hecho con Bizancio, la Cruzada se había vuelto autónoma en la práctica
(aunque seguía presente una conciencia de vinculación con la Iglesia, sobretodo en lo
relativo a Jerusalén).
La temprana muerte de Godofredo y la aceptación del título de rey por su hermano,
Balduino I, pusieron fin a la indeterminación y condujo hacia la senda de la configuración
de una entidad política feudal. Expansión y consolidación territorial, y cohesión interna
mediante vinculaciones de vasallaje respecto del nuevo rey. La decidida acción del
monarca llevó a la conquista de una amplia salida al mar, doblegando prácticamente la
totalidad de núcleos costeros palestinos. Hubo otras unidades políticas cristianas que se
formaron, pero siempre estuvieron bajo la sombra del Reino de Jerusalén.
La liberación de la ciudad santa produjo el surgimiento de un núcleo feudal cristiano,
cuyo mantenimiento sería el leitmotiv de las siguientes Cruzadas.
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Nombre generalizado que dieron los europeos a todos los territorios conquistados en Oriente Próximo
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Del ár. fatimi, perteneciente o relativo a Fátima.
1. adj. Descendiente de Fátima, hija única de Mahoma. Apl. a pers., ú. t. c. s.
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