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La corriente filosófica característica del siglo XIV es conocida generalmente con el nombre
de “movimiento nominalista”; tiene como representantes a Duns Escoto – 1266-1308 y a
Guillermo de Ockham [1285-1349]; es la expresión intelectual de la disgregación interna de
la cosmovisión y del orden social, político, económico y religioso de la baja edad media en
la que el pensamiento escolástico entró en crísis y comenzó su decadencia; en él se esconde
una solapada tensión entre platonismo y aristotelismo acerca de la concepción del
conocimiento humano, sus fuentes y sus alcances; y es precursor de la corriente conocida
como empirismo inglés. Desde el punto de vista filosófico, el voluntarismo y el
nominalismo deshacen el claro ordenamiento del ser y de los valores. La doctirna de la
primacía de la voluntad y del amor y una concepción extrema de la libertad de Dios se
entrelazan con la negación del genuino conocimiento conceptual de la esencia, asunto
conocido como “cuestión de los universales”; con estos supuestos el orden de la creación ya
no ofrece al hombre un apoyo y marco fiables.
1.2 Renacimiento1
1
Cf. Joseph Marechal, Precis d’histoire de la philosophie moderne. Tome Premier: De la renaissance a Kant.
Ed.
2
Descleé de Brouwer. Paris 1951, 37-38.
Cf. Alberto Elena, Nicolás Copérnico, Thomas Digges, Galileo Galilei: Opúsculos sobre el movimiento de
la tierra. Ed. Alianza. Secretaría de Educación Pública. Madrid 1983.
Por un lado, como una especie de vértigo, se apodera del hombre el pensamiento
acerca de la inmensidad, casi de la divinidad de este mundo. Por el otro, el hombre, que ha
perdido su clara y precisa ubicación en el universo e igualmente su evidente y familiar
albergue en la fe común de la Iglesia, una a causa de la reforma luterana, busca obtener, en
ese entonces, solamente a partir de sí mismo, en la auto-conciencia y auto-certeza del sujeto
pensante, un terreno firme y un seguro punto de partida para el conocimiento filosófico.De
este modo se disponen ya los planteamientos de la filosofía moderna. Sin embargo, pasará
todavía mucho tiempo, hasta que estas ideas se formulen filosoficamente. El renacimiento
es una época de gestación y de búsqueda; es un tiempo de audácia conquistadora, de
vitalidad exhuberante, de autoconfianza pionera, que casi desconoce barreras y obstáculos;
son años de inestabilidad de las doctrinas y de las formas de vida, de grandes contrastes
entre conquistadores, soñadores, místicos y santos, de investigación que sienta las bases de
la era de las ciencias y de la técnica; son tiempos propicios también para la especulación
audaz, frecuentemente imaginativa, fantasiosa y mística, para el heroísmo ascético y
misionero en el que el impetu creativo repercute en el terreno de lo religioso. De la plenitud
plurifacética de la vida espiritual del renacimiento se describen y caracterizan brevemente
tres dimensiones que son filosoficamente importantes para el tiempo sucesivo: el
humanismo, la reforma protestante, la emergencia de la nueva ciencia de la naturaleza. 3
3
Cf. Joseph Marechal, Precis d’histoire de la philosophie moderne. Tome Premier: De la renaissance a Kant.
Ed. Descleé de Brouwer. Paris 1951, 1-55.
destacan Marsilo Ficino (1433-1499) para quien el hombre es una especie de Dios, y Pico
de la Mirandola (1463-1494) que afirma la capacidad singular que tiene el hombre de
conocer a sí mismo.4
Pese a las dificultades y tensiones particulares, durante la edad media se había logrado en
buena parte crear en Europa un ordenamiento cultural y social solida y jerárquicamente
estructurado, al que correspondía una concepción diferenciada del mundo, que tenía en
Dios el fundamento supremo de su unidad; pero al final la edad media se agrietó la unidad
del imperio, se desmoronó la unidad de la iglesia católica y se derrumbí el feudalismo
corporativo; con la reforma se rompió definitivamente la unidad de la iglesia de occidente;
y de este modo cesó también en el marco de la cultura occidental la identidad del
cristianismo con la única iglesia socialmente constituida; a partir de este momento, surgen
confesiones diferentes, y corresponderá al invidividuo decidirse por la pertenencia a una o a
otra, o bien, cosa bastante frecuente, a su respectivo señor, rey, príncipe o duque.5
4
5
Cf. E. Coreth / H. Schöndorf. La filosofía de los siglos XVII y XVIII, pp. 17-19.
6
Cf. E. Coreth / H. Schöndorf. La filosofía de los siglos XVII y XVIII, pp. 12-13.
Cf. Joseph Marechal, Precis d’histoire de la philosophie moderne. Tome Premier: De la renaissance a Kant.
Ed. Descleé de Brouwer. Paris 1951, 40-41.
El movimiento de la reforma estaba motivado originalmente por una preocupación
auténticamente religiosa; ante las distorsiones externas y el deterioro de lo cristiano se
sentía la urgente necesidad de retornar al Evangelio puro, aunque en el transcurso del
tiempo este afán primigenio cobrara poco a poco tintes meramente políticos. Desde el punto
de vista objetivo a raíz de la reforma la comprensión de lo cristiano se desplaza de la
Tradicion a la sola palabra de la Escritura, de la Iglesia visible a la justificación y la gracia
del individuo, del magisterio eclesial a la sola fe personal, y esto basado únicamente en la
comprensión de la fe del individuo orientado por la sola Escritura; y por ende, en general,
de la doctrina de la fe previamente dada de modo objetivo a la conciencia cristiana de la fe
y de la gracia subjetivamente concebidas por parte de cada creyente. Aquí se anuncia en el
terreno religioso ya el giro moderno hacia el sujeto que en el pensamiento filosófico
emergerá con mayor claridad y radicalidad.
Además del retorno a los clásicos en el humanismo, otro insólito suceso de amplias
consecuencias en la época del renacimiento y determinante en la historia de la filosofía es
el surgimiento de las nuevas ciencias de la naturaleza; la creación de la nueva ciencia de la
naturaleza es una de las mayores empresas del renacimiento y la de consecuencias
sumamente amplias; se elabora una concepción nueva del conocimiento; esta nueva
concepción de la ciencia plegada al respectivo método de observación y experimento se
convertirán en uno de los impulsos centrales del mundo moderno, en uno de sus rasgos más
sobresalientes y singulares; ejercerán de aquí adelante sobre el filosofar, obligándolo a
tomar en cuenta los problemas que le propone e inspirándole mucho de su actitud metódica,
sentará las bases para una técnica de eficacia considerable que modificará el aspecto de la
existencia humana y favorecerá igualmente un modo nuevo de mirar el mundo. Nombres
relevantes en este campo son los astrónomos y físicos Nicolás Copérnico (1473-1543),
Tycho Brahe (146-1601), Juan Kepler (1571-1630), Galileo Galilei (1564-1642), Isaac
Newton, física moderna (1643-1727), Willian Harvey, demostración de la circulación de la
sangre, (1628-), Peter Henlein, inventor del reloj de bolsillo.7
7
8
Cf. E. Coreth / H. Schöndorf. La filosofía de los siglos XVII y XVIII, pp. 13-15.
Eugenio Imaz, Utopías del Renacimiento. Tomás Moro: Utopía. Tomaso Campanella: La ciudad del sol;
Francis Bacon: Nueva Atlántida. Ed. FCE. México 1941.
Desde el punto de vista de la filosofía del derecho, la preparación de la filosofía
moderna tiene como representantes a Nicolás Maquiavelo, fallecido alrededor del año
1527, defensor del absolutismo; a Tomás Moro, fallecido alrededor del año 1535, difusor
del utopismo; a Hugo Grocio, fallecido hacia el año 1645, defensor del derecho natural y
del derecho positivo. La mayoría de las corrientes del pensamiento político actual tienen en
la época del renacimiento sus precursores: pensamiento de un poder despiadado en los
pueblos nacionalmente desgarrados y perjudicados en la distribución del poder
(Maquiavelo); apelación a un derecho vinculante para todos, significativamente, en las
naciones prósperas, dedicadas al comercio (Grocio); la idea de un Estado “total” moderno,
que decida como señor sobre el derecho, la moralidad, la religión y la esfera privada
(Hobbes).
La teoría política: En el campo de la filosofía política las reflexiones de los
primeros pensadores renacentistas tienden a asegurar la paz y el afianzamiento del poder
estatal, debido a las guerras confesionales y civiles de la época. Un Estado Ideal es el que
proyectan Tomás Moro [1478-1535], con su obra “Utopía” (Del óptimo Estado y de la
nueva isla Utopía”, un ejemplo de perfecta comunidad política, y Tomás Campanella
[1568-1639], con su obra “La ciudad del sol”, quien merece mención especial porque, a
pesar de una teoría sensualista del conocimiento, establece en la línea de San Agustín, y
como hará después Descartes, la certeza de sí mismo que tiene el que duda. Nicolás
Maquiavelo [1469-1527] se ocupa de cómo el príncipe puede mantener el poder al margen
de cualesquiera consideraciones éticas, particularmente en su obra “El Príncipe”. Jean
Bodin [1529/30-1596] acuña el concepto de soberanía para designar la independencia del
poder estatal que compete al gobernante. Con la llegada del Renacimiento, resurge Platón
en la obra de Nicolás de Cusa, en la Utopía de Tomas Moro, en la Ciudad del Sol de Tomás
de Campanella, e influye fuertemente en Descartes, Malebranche y Leibniz, y después de la
revolución kantiana, nuevamente en los grandes románticos alemanes, y en la aurora del
siglo XX en Husserl y Bergson.
2.1 Nicolás Maquiavelo [1469-1527]
Thomas Hobbes nació en 1588 en Malmesbury, Inglaterra. Fue hijo de un párroco rural
anglicano. Fue un científico polifacético. Ejerció la política y trabajó en la filosofía. Pasó
buena parte de su vida, veinte años, en Francia. Estudió las filosofías de Descartes,
Gassendi, Mersenne y otros. Se enfrentó a estas corrientes desarrollando su propio sistema,
principalmente en su obra “Elementa Philosophiae”, que consta de tres partes: De corpore
(1655), De homine (1658), De cive (1642). De mayor relevancia fue su doctrina del Estado,
expuesta en la obra Leviathán del año 1651. Murió en Londres en 1679.
Doctrina del Estado y Teoría Política: Hobbes expone su doctrina del Estado y su
teoría política primero en su obra “El ciudadano”, y después, con mayor acritud y
esmaltada de ataques al Estado y a la Iglesia en su famosa obra intitulada “Leviathan”,
editada en 1651. El nombre está tomado de un monstruo mitológico, que en el Antiguo
Testamento designa a las potencias imperiales hostiles de Asiria y Babilonia según Isaías
27,1 y el salmo 74,14, y que a Hobbes le sirve como nombre para designar la
monstruosidad del Estado.
Concepciones centrales: La convivencia humana en los comienzos está regida por
la ley fundamental de la lucha de todos contra todos. Cada uno tiene que combatir y
defender sus derechos y aspiraciones contra todos los demás. Para asegurarse de que exista
un cierto orden en la inevitable convivencia humana, los hombres se coaligan mediante
tratados y pactos. De este modo se llega a la formación de una sociedad humana, cuyo
origen es el pacto, el acuerdo. Aquí aflora ya la teoría pactista, que más tarde será elaborada
por John Locke y otros, pero específicamente por Juan Jacobo Rousseau como la doctrina
del “contrato social” o contrato de la sociedad. En la exposición detallada Hobbes y
Rousseau discrepan profundamente. Hobbes aboga por un poder ilimitado del Estado, toda
vez que el derecho estatal llega tan lejos como lo requiera el bien de la comunidad. Pero el
bien común exige un Estado que encarne la unidad de la voluntad de todos los ciudadanos y
que posea un poder incondicional sobre todos sin excepción. Sólo un Estado con poderes
absolutos puede garantizar la paz, el orden y la seguridad jurídica. De acuerdo con la forma
de gobierno de su tiempo, Hobbes reclama el poder absolutista para el Estado, aunque tal
poder sólo se da mediante el traspaso pactado de los derechos de los individuos al Estado y
mediante la subordinación de los mismos a la autoridad estatal. El Estado viene a ser un
organismo artificial que, como los organismos naturales, hay que entender de un modo
puramente mecánico y que el gobernante ha de manejar como el técnico maneja una
máquina.
Observaciones críticas: Todo esto parece una contradicción flagrante: el poder del
Estado deriva de la vinculación pactada por los particulares, a pesar de lo cual le
corresponde un dominio ilimitado; de una parte, al Estado se le denigra como un monstruo
de poder; y, de otra, se reclama para él una autoridad absoluta. El carácter contradictorio de
la filosofía política de Hobbes llamó ya la atención de sus contemporáneos. Hobbes es un
personaje de transición. La dirección espiritual que él representa llegará a su pleno
desarrollo, en forma clara y consecuente, con los representantes principales del empirismo
inglés, que son John Locke y David Hume.
Con su obra Moro creó la imagen de una comunidad ideal que él contraponía ásperamente a
todas las condiciones sociales y estatales de su tiempo. Reclamaba el final de la explotación
de las clases inferiores, la producción comunal por la participación de todos en el trabajo, la
pensión de los ancianos, el libre acceso de todos a la educación y a los bienes espirituales.
Es Moro un temprano crítico del capitalismo y precursor del socialismo que surgirá en el
siglo XIX.
2.3 “Utopía”
En esta obra Moro describe un Estado Ideal y ejemplar, en el que la tolerancia religiosa y la
comunión de bienes son el fundamento de la felicidad y la tranquilidad social, frente a los
egoísmos y luchas religiosas que por entonces ensangrentaban Europa. Está redactado en
forma de relato novelesco, que pone en boca de Rafael Hithlodeo, pero es una clara alusión
a las circunstancias sociales, económicas y políticas de Inglaterra. Los terratenientes
sustituían el cultivo de cereales por el de pastos para tener ovejas, cuya lana les
proporcionaba mayores ingresos. Esto tenía por consecuencia la expulsión de los
campesinos de sus tierras, los cuales tenían que dedicarse a mendigar o robar. Esta
situación inspiró a Moro a una reforma completa del orden económico y social, que refleja
en su Utopía.
Utopía – ou tópos – o sea – no hay tal lugar – es una isla descubierta en uno de los
viajes de Américo Vespuccio. No existía en ella propiedad privada. El oro y la plata
carecían de estimación y se empleaban para los utensilios más corrientes. Las tierras eran
cultivadas por turnos de habitantes, que cada dos años cambiaban su trabajo en el campo.
Nadie estaba ocioso. Solamente trabajaban seis horas, bajo la vigilancia de unos
magistrados llamados sifograntos. Dedicaban el tiempo restante a la lectura y la distracción,
cultivando sobre todo la filosofía y las ciencias naturales. Todos eran creyentes y rendían
culto a Dios, paro cada uno lo hacía conforme a la manera que prefiriera. Su religión
consistía en unos pocos principios racionales, que se reducían a afirmar la existencia de un
Dios creador y providente, la inmortalidad del alma y premios y castigos en la otra vida.
Solamente se prohibía enseñar doctrina contraria a la providencia divina y la inmortalidad.
Esto ha hecho considerar a Moro como precursor del deísmo y del naturalismo religioso.
Sin embargo, más bien presenta el alma como naturalmente cristiana y preparada para
recibir el mensaje del Evangelio.
3. Conclusión.
El hombre no hace utopías de vez en cuando. Es el hombre, en efecto, un ser utopiante por
naturaleza; un ser que vive en permanente tensión entre lo que ya es por esencia y por
historia y lo que está llamado a ser; es apertura ilimitada, que sólo puede ser colmada por el
ser infinito. El hombre es apertura hacia el ser, la verdad y el bien sin más. Por eso el
hombre vive preguntando por el ser de las cosas intentando dar respuestas que colmen su
sed interrogante. En cuanto ser utopiante el hombre se encuentra en permanente sueño de
un mundo feliz en el que todos los valores deseados se cumplan plenamente.
Puesto que según Descartes la inteligencia “es la cosa mejor repartida del mundo”
(Discurso I, al comienzo), lo único que se necesita es aplicar el método adecuado para
alcanzar un conocimiento verdadero y cierto. La lógica tradicional no aporta, según él, nada
al incremento de nuestros conocimientos. Por este motivo no merece la estima de
Descartes. En las Reglas para la dirección del espíritu, Descartes se aplica al método de las
matemáticas y da instrucciones sobre cómo se debe avanzar de una forma cuidadosa y
metódica partiendo del saber básico, intuitivo y evidente, hasta llegar a un saber más
completo. En el capítulo segundo de su obra “Discurso del método” Descartes presenta
cuatro reglas fundamentales, que constituyen el núcleo elemental del procedimiento
reflexivo. Primera: Sólo se ha de considerar como verdadero y cierto el conocimiento
seguro y evidente. Segunda, enseguida cada problema ha de descomponerse en tantas partes
como sea necesario para encontrar su mejor solución. A esta exigencia de análisis, sigue,
como regla tercera, la norma de la síntesis del saber con los elementos y piezas más
sencillas y fáciles de conocer. Finalmente, regla cuarta, el fruto de los tres primeros pasos
es la totalidad de los elementos exigidos por un conocimiento amplio, universal.
Todo el saber, que Descartes quiere fundamentar de nuevo, lo compara con un
árbol. Su raíz es la metafísica, su tronco la física, las ramas son representadas por la
mecánica, la medicina y la ética. A estas tres últimas ciencias, que el hombre necesita para
su vida, tiende todo. Pero ello supone que nosotros, a través de la ciencia de la naturaleza,
podemos llegar a ser “maestros y poseedores de la naturaleza” (Discurso 6,2). Todo
depende de la raíz. Por lo que Descartes echa los nuevos cimientos de la metafísica.
Durante ese tiempo de revisión de todas las convicciones teoréticas se necesitan unas reglas
para la vida práctica, y Descartes las compendia en el capítulo tercero de su obra el
Discurso del método. Estas reglas prácticas constituyen una biografía estilizada y una
“moral provisional”, unida a una visión panorámica de las principales doctrinas filosóficas:
de entrada desea respetar la religión así como las leyes y costumbres de su patria, y
gobernar su propia vida de conformidad con las ideas razonables de las personas de
inteligencia de su entorno, y quiere asimismo no contraer ninguna obligación que más tarde
pudiera impedirle puntos de vista mejores. La máxima segunda aconseja seguir una línea
recta en los casos dudosos de la orientación emprendida. Y como punto tercero, hay que
limitar los deseos a las posibilidades, si de verdad se quiere llevar una vida feliz.
Cuando Descartes forja sus meditaciones sobre la “filosofía primera”, se está
refiriendo a la designación aristotélica de la metafísica. En estas meditaciones Descartes no
pretende presentar un saber listo y completo a la manera “sintético-deductiva” de la
geometría; quiere señalar más bien “en forma analítica” el camino que conduce a un saber
completo, es decir, verdadero y cierto. Y el punto de salida del procedimiento es la duda
radical sobre las opiniones que se tienen desde joven y que a menudo se han demostrado
falsas. Para proceder con seguridad Descartes sólo quiere considerar como verdadero lo que
se demuestra cierto e indudable. Esa duda metódica, que le es posible al hombre sobre la
base de su libertad, no es un capricho sino un proceder fundado, y por ende racional, que
incluye el que las leyes de la inteligencia continúen intocables.
Al igual que el antiguo escepticismo, Descartes se remite a los engaños de los
sentidos y a las fantasías de la imaginación, para desenmascarar como engañosas las
percepciones sensibles. Con ello, sin embargo, sólo se pone en tela de juicio lo existente en
su forma concreta, pero no los elementos básicos que integran todas las imágenes de la
imaginación y sus leyes esenciales, que son objeto de las ciencias matemáticas.
Pero Descartes quiere eliminar cualquier duda imaginable, y supone por ello la
existencia de un genio maligno, de un dios o demonio embustero casi omnipotente, que nos
engaña incluso en los contenidos matemáticos que con percibimos con claridad y precisión.
Por entonces había ciertamente teólogos convencidos de que ocasionalmente Dos mismo
podría inducir a error al hombre para llevar a término su ordenamiento salvífico. Descartes
era, además, del parecer de que todas las leyese esenciales de la creación estaban sujetas a
libre disposición de Dios, que podía cambiarlas a su voluntad. Ahora bien, en el supuesto
dicho de que todo lo que se ha creído hasta el presente sea falso, ¿cuál puede ser el
fundamento del verdadero saber? Si en todo puedo engañarme o ser engañado, el engañado
no dejo de ser yo.
La auto-certeza del espíritu – el “cogito”-: “Y así, después de haber sopesado todas las
cosas de un modo más que suficiente, llego finalmente a la conclusión de que la frase ‘Yo
soy, yo existo”, siempre que la pronuncio o la pienso, es necesariamente verdadera”
(Método II, 3). En el Discurso y en los Principios, Descartes utiliza la fórmula que se ha
hecho famosa de “pienso, luego existo”, expresando con ella que todo acto de pensamiento,
que es como decir de la conciencia, incluye la certeza de la propia existencia. No se trata,
sin embargo, de la conclusión formal de un principio general, por el que el pensamiento
supone un sujeto en el caso concreto, sino de una idea inmediata en la que se descubre de
manera concomitante el axioma general: el juicio inmediato de la conciencia, pronunciado
interiormente cual palabra del entendimiento en acto de juzgar.
Una vez demostrada la existencia de mí mismo, Descartes explica la naturaleza, la
esencia de ese yo. Esta demostración no se puede hacer mediante definiciones tradicionales.
Ha de sacarse, explicitarse, tematizarse, de aquello que se conoce como cierto sin duda de
ningún género. Y por lo que respecta a la definición de mi misma naturaleza, en la medida
en que hasta ahora se podía conocer, lo único que queda es esto: “El pensar es lo único que
no puede separarse de mí… Hablando con puridad yo no soy, pues, más que un ser
pensante…” (Med. II, 6). Por tanto, la esencia del hombre, en la medida en que se muestra
como indudablemente verdadera en la inmediata auto-seguridad de la conciencia, consiste
en ser una res cogitans: “un ser que duda, ve, afirma, niega, quiere, no quiere y que también
se imagina y percibe algo figuradamente” (Med. II, 8). Con el concepto, pues, de la
cogitatio, del acto de pensar, se entienden todos los contenidos de la conciencia, aunque
sólo en la medida en que a mi conciencia pertenecen. La autoconciencia el espíritu es el
fundamento y punto de partida de cualquier conocimiento ulterior.
En sentido estricto, la noción de substancia establecida por Descartes se aplica sólo a Dios.
Sólo Dios es substancia. El hombre, sus pensamientos, las partes de su cuerpo, deberán ser,
respectivamente, un ente particular. El hombre debe ser entonces un ente particular que es a
la vez un modo de pensamiento (=idea) y un modo de extensión (= cuerpo). El hombre
consta para Spinoza de alma y cuerpo. También para él como para Descartes, en cuanto
cosa material el cuerpo pertenece al ámbito de la extensión (extensio), mientras que, en
cuanto algo espiritual, el alma pertenece al ámbito de la conciencia (cogitatio).
No hay aquí dualidad, como sostenía Descartes, porque la extensión y la
conciencia son atributos de la substancia divina. El atributo divino de la extensión no
significa que Dios sea en sentido estricto, es decir, formalmente hablando, extenso; es
simple e infinito. Por eso en cuanto atributo de Dios es también simple, infinita y por lo
mismo igualmente indivisible. Pero es la razón por la cual el ser de Dios se desarrolla y
explicita en un mundo formalmente extenso. En sentido estricto, es decir, cuantitativamente
extensos son solamente los modos particulares de la extensión; en su respectiva extensión
son limitados. Estos modos finitos son las cosas materiales. Por el hecho de que estos
modos finitos derivan del atributo divino de la extensión infinita y la expresan de modo
accidental, el ser divino no se incrementa ni se enriquece. Entonces también el ser finito,
extensamente limitado es una sección proveniente de la extensión virtualmente infinita de
Dios, y se distingue de las demás cosas materiales por la negación de ulteriores extensión, e
igualmente de la extensión infinita de Dios mismo.
En su concepción paralela de los modos de ambos atributos Spinoza mezcla la
concepción ontológica, según la cual cada cosa particular es a la vez idea y cuerpo, con la
concepción epistemológica, para la que cada idea posee un objeto material, que se llama
cuerpo o cosa. En cuanto algo corporal y material, el cuerpo humano es un modo finito del
atributo de la extensión. Está unido al alma que en cuanto espiritual es un modo del atributo
del pensamiento. Entre los diversos atributos existe correspondencia perfecta. En la
sucesión lógica y en el orden de los conceptos se refleja perfectamente la secuencia y el
orden de las cosas en el plano ontológico. Así se expresa el paralelismo estricto entre
pensar y ser así como la correspondencia de la relación lógica de razón y conclusión con la
relación real de causa y efecto. Esta correspondencia en nuestro pensamiento no se
fundamenta en una influencia de las cosas sobre nuestro pensamiento, mediada por ejemplo
por la percepción sensible. Pues no hay obrar alguno del cuerpo sobre el espíritu, ni del
espíritu sobre el cuerpo. No hay dualismo, sino paralelismo, porque los atributos de la
extensión y del pensamiento expresan de modo diverso la idéntica substancia de Dios; en la
unidad originaria de Dios queda superada semejante dualidad. Por ende entre cuerpo y
alma, que son modos de la extensión y del pensamiento, también hay identidad original;
son aspectos diversos de la misma realidad: es la misma cosa, expresada mediante dos
modos. A este paralelismo se le conoce también como teoría de la identidad psico-física.
4.2 El ocasionalismo de Malebranche.
Situado entre Locke y Hume, Berkeley radicaliza el planteamiento lanzado por Locke
superándolo claramente, pero combinándolo con una interpretación idealista. Según el, el
dato sensible que el empirismo asienta como punto de partida del conocimiento, es de suyo
ambiguo y ambivalente, es decir, abierto a cualquier tipo de interpretación, incluso
contradictorias, no puede interpretarsse solamente de modo materialista, sino también
espiritualista. Es esta la interpretacion de Berkeley.
Tiene como obra fundamental su “Ensayo sobre los principios del conocimiento
humano”. El fundamento de su pensamiento estriba en un empirismo que berkeley asume
en lo esencial de Locke, y esto se manifiesta ya claramente al comienzo de su obra donde
niega absolutamente todo tipo de idea universal abstracta. Ataca la existencia de ideas
universales en el sentido platónico, toda representación de contenidos abstractos y
universales: un hombre jamas puede ser representado de modo universal , sino solamente
esta o aquel individuo determinado, particular.
Según Hume, la conexión causal entre causa y efeco nunca se puede intuir a prior;
es decir, no se puede descubrir mediante un análisis del concepto de causa. De una cosa
nunca procede con necesidad analítica otra cosa como su efecto. Con ello se opone Hume al
principio analítico del racionalismo, desarrollado sobre todo por Leibniz. Intenta
demostrarlo desde la diversidad real de causa y efecto. Esa diversidad real condiciona
también la diversidad lógica. Un concepto no está contenido en el otro, y por tanto tampoco
se puede deducir del mismo analíticamente. Una piedra cae al suelo cuando se la deja libre.
Y eso es algo que no puede deducirse del concepto de piedra: ¿por qué no se mueve hacia
arriba o en cualquier otra dirección? Si ello ocurriera, o simplemente pudiéramos pensarlo
(imaginarlo), no habría ninguna contradicción lógica con el concepto de piedra; estaría sólo
en contradicción con los hechos observados empíricamente. Otro tanto cabe decir de los
distintos procesos naturales, cuya necesidad no se intuye a priori sino que sólo puede
comprobarse a posterior, partiendo de la experiencia. Y sólo a la experiencia hemos de
atenernos. Pero, ¿qué ofrece la experiencia? ¿A partir de qué hechos de la experiencia
obtenemos el conocimiento de una conexión causal de las cosas? Según Hume, lo único
que nosotros experimentamos es una sucesión regular de manifestaciones: siempre que
suelto una piedra o cualquier otra cosa, cae al suelo; cada vez que pongo un recipiente con
agua al fuego, el agua se calienta y hierve. De ahí nace el hábito de representarnos tales
fenómenos en una sucesión temporal.
La crítica de Hume al concepto de causalidad sera retomada por Kant; para éste
como para Hume,la causalidad es una necesidad subjetiva, no objetiva, aunque para Hume
esto significa una necesidad psicológica que descansa sobre la mera costumbre o
habitualidad,mientras que para Kant, por el contrario, significa una necesidad lógica de
nuestro pensamiento/conocimiento, necesidad que radica en la estructura apriórica del
entendimiento, en los concepto puros del entendimiento.9
9
Cf. Emerich Coreth, Einführung in die Philosophie der Neuzeit. Band 1. Rationalismus – empirismus –
Aufklärung. Ed. Verlag Rombach Freiburg i. Br. 1972, pp. 129-130.
Y nos hemos acostumbrado, habituado, a esa afección / impresión, a la constante
conexión de esas impresiones. Y es esta constumbre la que nos lleva a atribuir las
propiedades, que aparecen en una conexión constante, a un sostén y soporte común; es
decir, que bajo las propiedades perceptibles suponemos una substancia que nos es
desconocida. Pero tal suposición es completamente injustificada desde el punto de vista de
la realidad de los hechos, de los datos de la experiencia sensible externa e interna, toda vez
que jamás podemos percibir o constatar sensorialmente una substancia.
4.7.3 Conclusión
5. La ilustración
La ilustración es un paso ulterior del mismo desarrollo que siglos antes tuviera su expresion
en el humanismo y en el renacimiento; en efecto, ya entonces se trataba de un
descubrimiento del mundo y del hombre, una liberacion de las potencialidades naturales y
humanas y un atención especial al mundo; de aquí brotó la nueva ciencia natural que
progresó mediante la aplicación del metodo matematico particularmente en la física y en la
astronomía, provocó una transformacion rotunda de la imagen del mundo y favorecio un
10
Cf. E. Coreth, Einführung in die Philosophie der Neuzeit, pp. 130-132.
crecimiento de la cultura material. Este nuevo espiritu metodico y cientifico tiene su
expresion filosocia en el pensamiento racionalista y empirista, que a pesar de su contraste
tienen brotand de la voluntad comun de una neofundamentacion crítico-metódica de la
filosofía.
Desde el punto de vista material, del contenido de sus concepciones básicas, del
contenido del pensamiento y de la actitud de la ilustración, se puede sintetizar en dos
palabras clave: liberalismo y deísmo. Acerca del primero, el progreso de la humanidad
exige libertad de la ciencia y de la educacion, y ésta exige libertad de la razón. Por tanto, es
carateristico del tiempo de la ilustracion la fe en la omnipotencia de la razón y el reclamo
de la autonomia de la razón.
6. E. Kant
Es una de las obras más importantes de la literatura filosofica universal. En ella Kant
plantea el problema fundamental: cómo es posible la metafísica como ciencia. Razón pura
significa “razón teorética” o especulativa. Hay que responder a la pregunta, ¿qué puedo
saber? Se trata de la tarea de obtener y de asegurar un saber, un conocimiento. Es la razón
en su funcion teórica. En el lano especulativo, esta facultad tiene que evidenciar su
capacidad pura, anterior a toda experiencia. La palabra “crítica” tiene aquí el sentido de
distinguir, cribar, enjuiciar, separar, distinguir...para poner de manifiesto los limites, los
alcances y posibilidades de esta potencia cognoscitiva. 11
Estética transcendental: en esta parte Kant se ocupa del conocimiento sensible desde el
punto de vista del espacio y del tiempo, formas puras a priori de la sensibilidad externa e
interna.
Lógica transcendental: en este apartado Kant trata de las leyes del entendimiento
y de la razón. Esta parte se subdivide en dos, a saber, analítica trascendental, en la que
Kant estudia la inteligencia con las categorías o conceptos puros del entendimiento, versa
pues sobre el pensamiento de la ineligencia, y la dialéctica trascendental, en la que el
autor analiza la razón con las ideas trascendentales: Dios, alma y mundo/ Dios, libertad,
inmortalidad, versa entonces sobre la facultad suprema, de la razón pura; es la parte más
ampia y extensa de la obra, 400 páginas; aquí se ocupa Kant de su verdadero problema: la
cuestion de la posibilidad de una metafísica especial.
11
Cf. Norbert Fischer, Kant und der Katholizismus. Stationen einer wechsalhaften Geschichte. Freiburg i. Br.
2005.
6.2 “Crítica de la razón práctica” ( 1788)
Se trata aquí tambien de la razón pura, pero no al margen de la experiencia, como en el caso
de la razon pura teorética, sino en cuanto práctica, es decir, en la medida en que debe
definir un comportamiento ético y darle unas normas, para el comportamiento moralmente
correcto, pero sobre, todo ontologicamente bueno. En esta obra Kant responde a la pregunta
qué debo hacer. En esta obra Kant ordena sus investigaciones a la busqueda de los
fundamentos de las normas que rigen y orientan la actuación práctica-moral, para justificar
la obligatoriedad y valor universal vinculante. También aquí se trata de una razón pura que
desde si misma tiene que determinar un deber moral con un pensamiento ajeno a la
experiencia. Se trata de uan fundamentacion de la etica general y de un nuevo intento de
fundamentacion de la metafísica desde la obligatoriedad de lo moral, y por ende mediante
la fe práctica, no con ayuda del saber teorético.
En cuanto a la fundamentacion de la ética, según Kant las leyes morales tienen que ser
universalmente válidas, obligatorias para todos los hombres y todas las acciones, y
necesarias en el sentido de una obligatoriedad incondicional. La universalidad y la
necesidad no pueden sacarse nunca de la experiencia, sino solo a priori de la razón pura
ajena a la experiencia. La actuacion práctica y moral no está determinada por un saber
teorético, ni las normas obligatorias del obrar pueden establecerse mediante el
conocimiento y la ciencia. Pero si existen el deber y el obrar morales, esto se debe entonces
a una autofundamentacion autonoma, mediante una autolegislacion de la razón pura. Y a la
ley etica formal absolutamente obligatoria le denomina el imperativo categórico: obra de tal
modo que la maxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio
de una legislacion universal. Su ética es formal, autónoma, del deber. Un rigorismo ético
que ya en su tiempo se consideró demasiado estrecho.
Su obra ejercio infuencia amplia y profunda, suscitó muchos enfrentamientos; abrió muchas
cuestiones que motivaron la reflexion del idealismo; su pensamiento filosofico esta
motivado por el deseo de recuperar y mantener a unidad en la pluralidad; deja
contradicciones fundamentales sin resolver, que se convierten fuerzas motrices de la labor
filosofica subsiguiente: las relaciones entre vision y pensamiento, entre razon pura y razon
práctica, entre sujeto y objeto, para alcanzar un supremo, absoluto punto de unidad y un
fundamento originario de todo (Fichte, Schelling y Hegel).
7. G. W. F. Hegel
7.2 Obras
1807: Fenomenologia del espiritu. 1817: Enciclopedia de las ciencias filosoficas. 1821:
Lineas fundamentales de la filosofia del derecho.
7.3 Valoracion
Hegel fue un genial metafisico, porque no solo constituye a Dios en “objeto unitario y
único de la filosofofía”, sino que llega a afirmar que “la filosofía es teología, y que el
ocuparse de ella, o más bien en ella, es para sí culto divino.” 12 Su pensamiento ejercio
influencia considerable en la filosofia, en la teologia, en la ciencia del derecho, en las
ciencias historicas.
12
Lecciones sobre filosofía de la religión I. Madrid 1984, p. 4.
8. Balance de la modernidad
En este deseo común, hay ya, sin embargo, para el racionalismo un problema
fundamental. Efectivamente, la autocerteza primordial y originaria, el “Ego cogitans” puro,
de la que arranca Descartes jamás se ofrece inmediatamente en sí misma como objeto, sino
que se da siempre y sólo atemáticamente coimplicada en la ejecución del conocimiento
objetivo, motivo por el cual primeramente debe explicitarse por medio de la reflexión. Con
mayor razón las “ideas innatas” del entendimiento; tampoco éstas se dan directamente ni
son inmediatamente localizables, sino que son postuladas o requeridas especulativamente
como condición del acto de conocer. Luego la pretendida inmediatez del planteamiento se
torna problemática; semejante inmediatez se revela de suyo como mediada, a saber, por la
reflexión del pensamiento, cuyo valor hay que fundamentar y asegurar ante todo.
Pero también esta inmediatez puede revelarse como mediada en el decurso del
desarrollo de los problemas, a saber por el sujeto cognoscente mismo. Se pondrá de
manifiesto cómo ya en la distinción de Locke entre “sensation” y “reflection” la autonomía
del sujeto es el centro de atención; con mayor razón en la distinción entre cualidades
sensibles primarias y cualidades sensibles secundarias, en la que se vuelve problemática la
inmediatez de los contenidos ofrecidos, recibidos sensiblemente motivo por el cual reclama
una depuración crítica. El problema se agudiza en Bekeley, para quien las percepciones
sensibles se disuelven en meros contenidos de la conciencia espiritual, y con mayor razón
en Hume, para quien lo dado sensiblemente, consideraso en inmediatez abstracta, pierde
todo valor ontológico y toda conexión ontologica. El mundo cognitivo se disuelve en una
pluralidad de sensaciones o afecciones sensibles. Esto muestra que el mundo, tal como lo
experimentamos y entendemos realmente, no puede reconstruirse desde la simple
inmediatez de los datos sensibles. La inmediatez se revela después de todo como mediada
por el sujeto cognoscente de tal modo que se convierte en fenómeno para el sujeto.
Y este problema conduce a Kant, cuya cuestión trascendental se pone como tarea
recuperar reflejamente la inmediatez por la mediación del sujeto. De este modo logra una
superación crítica tanto del racionalismo como del empirismo, trata de alcanzar una síntesis
nueva entre pensamiento y experiencia, concepto y percepción sensible y obtiene así un
terreno completamente nuevo en el pensamiento filosófico. Esto fue posible solo porque el
racionalismo, de cuya tradición Kant mismo proviene, experimenta en el empirismo una
corrección crítica a través del retorno determinante a la experiencia sensible, porque él
recupera la experiencia en su justa dimensión y valor contra el pensamiento puramente
racional, aunque incurriera, luego, en otra reducción de la misma. De este modo, Kant llega
a una superación crítica tanto del racionalismo como del empirismo, busca llegar a una
nueva síntesis de pensamiento y experiencia, concepto y percepción sensible, y adquiere así
un terreno completamente nuevo para el pensamiento filosófico. Esto le fue posible porque
el racionalismo, de cuya tradición proviene Kant mismo, sufrió en el empirismo una
corrección crítica en virtud del recurso decisivo a la experiencia sensible, aunque le
devuelve su valor contra el pensamiento puramente racional, pero incurriendo también en
una nueva reducción y parcialidad.