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EL COMPROMISO

Todos los enamorados sueñan con amar y ser amados, de manera total y para
siempre. Pero todos sabemos también que hay una gran diferencia entre “desear”
amar y entregarse de esta forma y “prometer o comprometerse” a tal entrega y amor.

Esto se debe al hecho de que los seres humanos sólo podemos ser verdaderamente
conscientes de lo que sentimos y pensamos cuando lo podemos expresar mediante
las palabras y los gestos.

CANTAR DE LOS CANTARES


2, 8-10.14.16A; 8, 6-7ª

La voz de mi amado.
Mirad: ya viene, saltando por los montes,
brincando por las colinas;
mi amado es una gacela, es como un cervatillo.
Se ha parado detrás de mi tapia;
atisba por las ventanas, observa por las rejas.

Mi amado me habla así:


«Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí.
Paloma mía que anidas en los huecos de la pena,
en las grietas del barranco, déjame con tu figura.

Mi amado es para mí y yo para él.


Ponme como sello sobre tu corazón,
como un sello en tu brazo.
Porque el amor es fuerte como la muerte;
el celo, obstinado como el infierno.
Sus saetas son saetas de fuego.
Las grandes aguas no pueden apagar el amor
ni los ríos arrastrarlo.

Con todo, el poder de las palabras y los gestos de amor no es suficiente para
garantizar que vamos a ser siempre fieles a lo prometido. Es muy fácil prometer el
cielo y la tierra en un arrebato de entusiasmo y después olvidarlo o sentir que no
podemos cumplir con nuestra palabra.

En cambio, cuando una persona está dispuesta a declarar su amor frente a testigos
demuestra claramente que lo que dice ha sido pensado y decidido con plena
conciencia. Y si además esta declaración de amor se hace frente a Dios y apoyada
en su gracia, es decir, cuando la pareja pide en el matrimonio, que Jesús mismo
venga a ser la fuente y garantía de sus promesas, entonces el compromiso humano
de amor se transforma en alianza garantizada por Dios mismo y para siempre.

De esta manera el amor se vuelve compromiso y el compromiso se vuelve el mejor


gesto de amor que podemos ofrecerle a quien amamos. Con él le aseguramos que
no estamos jugando; que puede entregarse confiado(a) pues aun cuando nos
sintamos flaquear en nuestra capacidad de cumplir nuestras promesas, Dios mismo
saldrá en nuestro auxilio y nos ayudará a ser fieles y coherentes con el amor
prometido.
Cuando en cambio una pareja se va a vivir juntos sin haberse hecho esta declaración
se crea entre ellos una situación anormal de inestabilidad en la cual ninguno de los
dos puede estar seguro del grado en el cual el otro ha comprometido su corazón y
su existencia con él o con ella.

Resumiendo, podemos por eso decir que el compromiso explícito ante Dios y la
comunidad ayuda a la pareja en los siguientes aspectos:

Como base que crea la confianza necesaria para que la pareja pueda entregarse de
corazón y cuerpo sin sentir que está poniendo en riesgo su vida.

Ayuda a la pareja a tomar conciencia de cada uno ha sido escogido y aceptado tal
cual es. Esta aceptación es la base fundamental para la seguridad emocional que
cura y previene posibles celos, dudas en la relación y que facilita la entrega.

Pasados los años, el compromiso sirve de faro permanente que establece entre la
pareja el objetivo al cual apunta su amor. Así, aunque haya errores cada uno sabe
a qué le ha apostado en su amor y se esforzará por ser coherente.

El compromiso consolida el “nosotros” que da origen emocional y legalmente a la


institución de la familia. Gracias a él la pareja será reconocida pública y socialmente
como una entidad legítima de derechos y deberes.

Con el hecho de aceptar el compromiso del otro damos libremente el derecho a


nuestro cónyuge a que apele a nuestro amor y promesas. Así me pongo al servicio
de sus necesidades y le garantizo que al reconocerlo como “mi esposo”, “mi esposa”,
haré todo lo posible por protegerla(o) de la indiferencia, la soledad o el abandono.

Lo más profundo y único de cada persona es su emotividad. Si alguien nos abre por
tanto la puerta de su corazón y pone en nuestras manos el tesoro sagrado de sus
afectos, lo único digno y responsable es corresponderle con nuestro compromiso y
decisión por agradecer cada día esa entrega. Al mismo tiempo prometer con la
ayuda de la gracia divina, cuidarla, respetarla y celebrarla con toda la valentía, la
delicadeza y el empeño de la cual seamos capaces.

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