La opinión es ciertamente una fuerza fluctuante, poderosa, que influencia con
ahínco el pensamiento y favorece o desfavorece un sistema social dominante. Por ello decidí nombrar este corto artículo como apuntes a un tema digno de numerosos ensayos académicos, de muchas conversaciones. Probablemente todos en nuestras vidas hayamos oído infinidad de discursos que se refieren al territorio. En nuestras localidades, incluso, se institucionalizaron discursos de gobierno respecto a la sociedad y sus relaciones, pero, ¿realmente conocemos y nos reconocemos como parte de un territorio, es decir, soy un habitante? Sin esta contextualización es infructuoso hablar de desarrollo como proceso histórico que implica, entre muchos otros elementos, una fuerte movilización de las estructuras, como señalaba Antonio García en su libro ¿Comunicación para la dependencia o para el desarrollo? (1980. p. 254) a tal punto de señalar “el problema del dominio social y el estado de las cosas en la consciencia histórica que se tiene como habitante, o ciudadano de un territorio” (p. 241).
El desconocimiento como habitante posibilita y alienta la institución de imaginarios
y la permanencia de mitos alrededor de nuestras formas de construcción como sociedad, sumado a la cantidad de instituciones, teorías e infraestructuras que luchan por impedir la descolonización de los territorios que llaman subdesarrollados. Por ello, además de la concentración del poder y las relaciones, la rigidez y el monopolio de estructuras, la instalación de un pensamiento de inferioridad e incapacidad en las mentes de las personas es de los mecanismos más efectivos para crear y alimentar el analfabetismo social.
La fuerza crítica de una sociedad nace y se desenvuelve en la comprensión de sí
en el territorio para que haya autonomía y más que eso soberanía. Algunos señalan el camino del desarrollo local, endógeno, humano, para el cambio social, causando ya una confusión de conceptos y términos, pero para ser más directos en la práctica son preocupantes las acciones irreflexivas que suceden en nuestros territorios (tan solo considerar la falta de voluntad política, interés social y la “incapacidad” de asociación sin banderas por mencionar algunos casos). Desde mi punto de vista, desarrollo local no engloba de ninguna manera el desarrollo endógeno, pues este último es un modelo. El término desarrollo local ha sido cooptado por las teorías clásicas que consideran al territorio como localmente productivo para insertarse en unas dinámicas exógenas. Hablar de endógeno es por lo tanto reconocerme como sujeto en un territorio, comprender cómo este se comporta en ese sistema exógeno y saber para dónde voy.
Necesitamos un desajuste social en la forma como nos hemos venido entendiendo
y como nos han contado, animados por la vasta experiencia histórica con la que cuenta América Latina y a la cual debemos volver constantemente. Sin este desmontaje y desaprendizaje colectivo será muy difícil modificar las condiciones históricas de dependencia y disfuncionalidad que, entre otras cosas, son las que han permitido y prolongado la guerra en un país tan rico y golpeado como Colombia.
No podemos esperar a que se legalicen normas ni proyectos multinacionales para
establecer políticas que serán difíciles de mantener sin distorsión en el tiempo, debemos expresar un cambio estructural y espiritual en la cultura de aquello que debe ser estipulado. A la falta de políticas, al monopolio y la incapacidad del Estado frente a dinámicas económicas, a la crisis de gobernabilidad y credibilidad estatal abogo por la cultura, que es en últimas la que trasciende a los gobiernos. Definitivamente esta no es la sociedad que se idealiza en los papeles oficiales.
Esta tarea no se le puede atribuir ni a un gobierno, ni a una institución en especial,
es un compromiso colectivo que empieza con uno personal, un proceso sinérgico que involucra a todas las regiones, a todos los sectores porque la sociedad es un entramado de relaciones, no una serie de partes. En cuanto al comunicador, si antes su función era entendida como mera acción de informar, es necesario pasar por la comprensión de la responsabilidad social a la que es llamado y alentar a la academia para que esta que es más o menos neutral, convoque, lidere y acompañe procesos de liderazgo en los territorios.
Referencias bibliográficas
García, Antonio. 1980. ¿Comunicación para la dependencia o el desarrollo?
Cuarta parte: comunicación social y desarrollo latinoamericano. Editores Asociados Cía. Ltda. Diguja No. 384 y América. Quito, Ecuador.