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El 99% de los hombres: la masculinidad como masa de maniobra

Danilo Assis Clímaco


Entrevistadora: no eres el típico rapper machista…
Rincón Sapiência: Mira, no es que yo quisiera ser una persona
desconstruida, es que las minas te obligan a pensar en ello

Es interesante que las autoras con mayor proyección en América Latina hoy, Rita Segato y Silvia
Federici -como en el Perú Rocío Silva- propongan al feminismo repensar la cuestión de los hombres. En
realidad, siempre hubo por parte de gran parte del feminismo una preocupación por la inmensa mayoría de
hombres que, profundamente comprometidos con el patriarcado, sufren por él mucho más de lo que lo
disfrutan. Que hoy esta preocupación salte al primer plano del feminismo es indicativo de que los hombres
estamos no solo con serias dificultades para salirnos de la trampa de la masculinidad que nos armaron,
sino que estamos arrastrando las mujeres hacia ella.
Una investigación de Rosana Pinheiro-Machado entre electores jóvenes de Bolsonaro en un barrio
popular de Porto Alegre nos trae un ejemplo nítido y triste de ello. En el último lustro, ocurrió allí algo inédito:
las chicas jóvenes, “minas” como se reconocen y son reconocidas, habían dado un paso hacia adelante,
reivindicando un espacio propio. Si las mujeres siempre habían tenido una importancia social en los
espacios jóvenes del país, en general asumían cierta jerarquía que permitía a los hombres -los “manos”-
tomar la primera plana de los movimientos -sea en la organización de grupos políticos, sea en la de los
bailes de hip-hop o funk-. Sin embargo, en los últimos años muchas de las minas pasaron a cuestionar el
machismo de sus compañeros y a reivindicar un espacio para expresar sus aspiraciones. Muchas de ellas
-como las exitosas raperas Mc Carol, Karol Conka o Tássia Reis- se identifican sin tapujos como feministas.
Esta fuerza de las mujeres era evidente en los grupos focales mixtos organizado por Pinheiro-
Machado: las minas se mostraban desenvueltas, debatían mucho entre sí y lograban una mirada propia
hacia sus problemas como jóvenes, pobres o mujeres. Los hombres parecían intimidarse frente a ellas,
pero en los grupos focales sólo de ellos, sí se abrían y entonces llegaban a afirmar que su voto en Bolsonaro
era una reacción a la fuerza que las mujeres habían adquirido en la favela.
Ahora bien, y esto nos parece de primera importancia: estos jóvenes que votaron por Bolsonaro si
bien lo admiraban, también lo temían: se mostraban preocupados por como el nuevo presidente del país
habla sobre racismo y parecían conscientes que su política de mano dura auemtnaría la violencia policiaca
en sus barrios. Por lo tanto, los jóvenes evaluaron los riesgos que suponían por un lado la mayor autonomía
de las mujeres y, por otro, un incremento de la violencia policiaca y racista y optaron conscientemente por
defenderse del primer peligro.
Podríamos cogitar que, pese a que el fortalecimiento de las minas necesariamente confronta a los
manos en algunos aspectos de su vida, estos podrían haber apoyado a las mujeres en sus procesos,
reflexionando sobre la forma como ejercen machismo y dialogando con ellas y otros hombres sobre los
temas pertinentes para todos y todas tanto con respecto a las relaciones de género, como con respecto a
la construcción de una sociedad común positiva para toda la colectividad. De hecho, algunos jóvenes -
como el rapero Rincón Sapiência citado arriba- dieron este paso. Pero la gran mayoría eligió lo contrario.
Desde nuestra perspectiva, que los manos opten por sabotear a las minas sabiendo que se exponen
a un peligro eminente nos muestra la masculinidad actuando como un mecanismo que enajena el hombre
de sí mismo, impidiéndole de percibir sus propios afectos y aspiraciones y de interactuar junto a sus pares
-masculinos- y con su comunidad para pensar sobre su vida y actuar en ella de forma pertinente.
Sin embargo, nos parece fundamental entender que esta adhesión excesiva a la masculinidad se
debe a procesos más externos que internos. Hay fuerzas externas que buscan que los varones se
identifiquen con formas de masculinidad que distancian los hombres de sí y de sus comunidades. Son
verdaderas políticas de masculinización. A nivel mundial, nos encontramos con toda una cultura de masas
expresada en antihéroes juveniles -desde Rambo hasta el Lobo de Wall Street de Leonardo di Caprio- que
están muy distantes de la imagen del padre de familia que había sido la mayor referencia masculina antes
de los años 80. El hombre actual no debe tener una responsabilidad hacia un empleo, hacia una familia y
hacia las instituciones sociales. Más bien, debe construir una vida de acuerdo a deseos irreflexivos que
expresan una potencia que es en realidad fugaz.
A nivel nacional, los medios audiovisuales reproducen este ethos masculino juvenil y rebelde -en
Brasil, mediante películas como Ciudad de dios o Tropa de elite-, mientras a nivel de la vida en comunidad
tenemos el avance de las iglesias neopentecostales que se basan en la homofobia y en una rígida jerarquía
de género, recibiendo asesoría internacional mediante grupos como Con mis hijos no te metas.
De esta forma, los hombres jóvenes de América Latina, que ven su inserción en la vida nacional
obstaculizada por la gran explotación en el mercado de trabajo y por el racismo, terminan por identificarse
con una masculinidad empobrecida, para lo cual exigen que las mujeres se pongan en una condición de
subordinadas. La violencia de género es un paso necesario en este camino: cualquier signo de autonomía
de las mujeres es entendido como una amenaza al proyecto de masculinidad precarizada.
La masculinidad se transforma, así, en el primer mecanismo estratégico de contención de las luchas
de los pueblos contra el avance de un capitalismo colonizador, de máxima explotación del trabajo de las
personas y sus territorios. En Brasil, desde que Bolsonaro gobierna, ha aumentado el número de líderes
sociales asesinados, se viene articulando una nueva jubilación que llevará a la miseria millones de ancianos
y fueron permitidos el uso de pesticidas canceríginos condenados por la ONU, entre otras tragedias.
A los hombres nos cabe pensar que nuestro compromiso con la masculinidad no hace daño solo a
nosotros -que lo hace, y no poco-, sino hacia nuestros proyectos vitales en tanto comunidad o sociedad.
Nos resta responsabilizarnos y contribuir a la responsabilización de los compañeros, siendo conscientes
que nuestra lucha no es sólo entre nosotros, pero también contra élites económicas asociadas a grupos
religiosos que ven en la inestabilidad de los hombres la principal forma de combatir la existencia de
comunidades fuertes, capaces de pensarse, debatir y decidir lo mejor para su vida. Las mujeres son hoy
las grandes creadoras de una nueva y autónoma política, nos toca con urgencia aprender con ellas.
Para concluir, nos preguntamos: ¿Quiénes son las élites que comandan este proyecto colonizador
capitalista y buscan masculinizar al máximo el 99% de la población masculina? Bolsonaro y sus comparsas,
desde luego que no. Sobrevivieron políticamente por décadas mediante el apoyo de grupos paramilitares
muy inestables, que con un pie en las instituciones de seguridad pública y otros en el crimen organizado,
están siempre a un paso de entrar a la cárcel o al cementerio. Algunos de los ex policías que apoyaron
directamente al senador Flavio Bolsonaro, hijo de presidente, fueron recientemente encarcelados por el
asesinato de Marielle Franco y es probable que F. Bolsonaro termine preso, si no por este crimen, sí por
otros que se le investigan. Todos ellos son ejemplos de una masculinidad rebelde impulsada por las élites
mundiales, hombres infantilizados afirmando una empobrecida virilidad. Que un grupo tan escatológico
llegue a gobernar la 8ª economía mundial es un indicativo de cuán poderosa es la verdadera élite.
Entoncces, ¿quién conformará esta élite? Pues hombres en general mucho más tranquilos, algunos
quizás incapaces de cometer violencia directamente, respetuosos de determinadas reglas y costumbres,
capaces también de expresar una masculinidad afectiva. Michael Corleone, el hijo que se dirigía hacia el
Senado de EEUU no fuera que debió salvar la vida de su padre, es un ejemplo cristalino de esta élite. Muy
raras veces pierde el control, pero si necesario, puede serenamente orquestar la muerte de todos sus
adversarios. Y, si entre estos hay un hermano desatento, tampoco habrá como salvarlo. La masculinidad
más peligrosa no se ostenta ociosamente, su avasalladora violencia es sutil. Pero somos muchas y muchos.
Otras formas de vivir llegarán.

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