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Africa y la migración

Angel Guerra Cabrera


La Jornada

La migración de subsaharianos y maghrebíes hacia España y otros países de Europa se


manifiesta de manera explosiva, sin que las medidas policiales y represivas puedan
detenerla. La tragedia que refleja es de mucho mayor envergadura que la encarnizada
represión por parte de Madrid y Rabat contra los negros africanos que recientemente se
lanzaron a saltar desde el lado marroquí la doble valla instalada por el gobierno español
en la frontera de Ceuta y Melilla con el reino alauita. Ambas ciudades, por cierto,
simbólicas de la nostalgia colonial que sienten muchos políticos españoles desde que su
gigantesco imperio fuera destrozado por las revoluciones de independencia de América
Latina. La inusual trascendencia pública adquirida en esta ocasión por el intento de
cruzar las vallas se debió a su repetición multitudinaria, a que la acción de las fuerzas de
seguridad cobró más de una docena de muertos y a que escenas de los repudiables
hechos aparecieron en las pantallas de televisión.

Hace años que centenares mueren en la larga travesía hacia Europa, ya sea en algún
punto de Africa -de hambre, de sed, asesinados por delincuentes o por los propios
traficantes de indocumentados- o ahogados al naufragar las precarias pateras. Contra
otros muchos se cometen abusos cotidianamente como los que ahora se han dado a
conocer.

La causa de este drama está enraizada en la historia de explotación del capitalismo en


Africa. Desde la trata de esclavos, que produjo con sangre y lágrimas de millones de
seres humanos las bases de la riqueza de que hoy disfrutan las así llamadas democracias
occidentales, pasando por el saqueo sistemático de sus riquísimos recursos naturales,
hasta las acciones para doblegar a los nacientes Estados africanos después del proceso
de descolonización. Hace 45 años Patricio Lumumba fue asesinado en el Congo con la
complicidad de tropas bajo bandera de la ONU, que supuestamente cumplían allí una
misión pacífica y humanitaria. El resultado fue la tiranía de Mobutu, que a diferencia de
Lumumba sí era un gran demócrata, merecedor de la confianza de las naciones
civilizadas. Son incontables las intrigas divisionistas, asesinatos de líderes populares y
golpes de Estado fraguados por estas en Africa. El apartheid, conviene recordarlo, fue
apoyado mucho tiempo por casi todas las potencias europeas y por Estados Unidos. Con
el auspicio de Washington se llevaron a cabo las invasiones de Angola por tropas
racistas surafricanas, que sólo pudieron ser rechazadas por la acción internacionalista de
Cuba al llamado de Agostinho Neto.

Las políticas neoliberales fueron impuestas a rajatabla en el continente negro. Sobre la


pobreza y el desamparo ya existentes, ellas han conducido a la creciente falta de
oportunidades de educación, de empleo y de atención sanitaria. Han ocasionado la
despoblación de vastas zonas agrícolas por la progresiva desertificación, los bajos
precios impuestos a sus productos y las guerras genocidas para apoderarse del coltán, el
petróleo, los diamantes y otros valiosos recursos. Añádanse la pandemia de sida y las
cada vez más mortíferas y frecuentes hambrunas. ¿Qué se puede esperar si no es que
multitudes desesperadas traten de escapar de ese infierno en que ha sido convertida la
tierra de sus ancestros? Los africanos carecen en su mayoría de los mínimos vitales,
pero en los miserables suburbios de las grandes urbes creados por la desertificación y la
disolución de las agriculturas históricas no faltan jóvenes educados con expectativas ni
tampoco la llegada ocasional de la electricidad y con ella del bombardeo consumista de
la televisión. Si no pueden alcanzar ese espejismo emigrando hacia la acomodada
Europa, con suerte encontrarán algo que llevarse diariamente a la boca como otros que
ya lo lograron. Porque esta fuerza de trabajo es indispensable para el capitalismo
desarrollado. Por su condición ilegal es fácil pagarle salarios de miseria que presionan a
la baja la remuneración del resto de los trabajadores.

Las potencias ricas a expensas de la pobreza de gran parte de la humanidad ni siquiera


cumplen con el compromiso adquirido de dedicar un 0.7 por ciento de su PIB para la
ayuda al desarrollo de aquella. Como afirmó un importante diario europeo: “La presión
sobre Europa por los inmigrantes se incrementará de manera tan dramática que
estaremos totalmente doblegados.” Siembra vientos y recogerás tempestades.

aguerra12@prodigy.net.mx

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