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impacto.
Pero es importante reconocer que los códigos empleados por los
artistas a menudo no son tan claros e inequívocos como los de otros
campos de la comunicación. Puede que, de hecho, la ambigüedad
controlada sea una de las características de gran parte del arte
occidental desde el Renacimiento. No es insólito que los mensajes
se reciban de manera confusa, distorsionada; incluso pueden
transmitir lo contrario de lo que se pretendía (por no mencionar los
tipos de confusión creativa y mediocridad que pueden acompañar la
producción de obras de arte). Para agravar estos problemas, están
las contingencias históricas de los códigos y los inevitables
prejuicios de quienes los descifran. Con tantas variables, hay un
amplio margen para la exégesis y el sustento está pues garantizado
para muchos trabajadores de la industria de la conciencia.
Si bien el producto en discusión parece ser bastante resbaladizo, no
es en modo alguno inconsecuente, como los funcionarios culturales
desde Moscú a Washington dejan claro cada día. En ambas capitales
se reconoce que no sólo los medios de comunicación de masas
merecen ser controlados, sino que también aquellas actividades que
normalmente están relegadas a secciones especiales en la zona
posterior de los periódicos. El New York Times llama a su sección de
fin de semana "Arts and Leisure" [Arte y Ocio] y cubre bajo ese
epígrafe teatro, danza, cine, arte, numismática, jardinería y otras
actividades ostensiblemente inofensivas. Otros periódicos incluyen
esos temas bajo títulos igualmente inocuos, como "cultura",
"entretenimiento", o "estilo de vida". ¿Por qué deberían prestar
atención a estas aparentes trivialidades los gobiernos y, para este
asunto , las grandes empresas que no estén en la industria de la
comunicación? Creo que lo hacen por una buena razón. Han
entendido, a veces mejor que la gente que trabaja en los trajes de
sport de la cultura, que el término "cultura" camufla las
consecuencias sociales y políticas resultantes de la distribución
industrial de la conciencia.
La conducción de la conciencia se extiende por doquier no sólo bajo
dictaduras, sino también en sociedades liberales. Hacer tal
afirmación puede sonar extraño porque, de acuerdo con el mito
popular, los regímenes liberales no se comportan de este modo. Tal
afirmación podría también malinterpretarse como un intento de
quitarle importancia a la brutalidad con que la conducta
predominante se ve reforzada en los regímenes totalitarios, o como
una justificación de que una coerción de idéntica perversidad
también se practica en otros lugares. En las sociedades no
dictatoriales, la inducción y el mantenimiento de una manera
particular de pensar y ver se debe realizar con sutileza para que
tenga éxito. Mantenerse dentro del rango aceptable de puntos de
vista divergentes debe percibirse como lo natural.
Dentro del mundo del arte, museos y otras instituciones que
organizan exposiciones juegan un papel importante en la
inculcación de opiniones y actitudes. En efecto, habitualmente se
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