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DESGRABADO 1
Sartre:
Cogito cartesiano: “pienso, existo” à con carácter irreflexivo. “Cogito sum: esto es verdadero
todo lo que dure mi pensar”. Ahí parece una duración, pero esa duración es instantánea. No
hay complejidad dialéctica entre pasado, presente y futuro dentro del cogito, no hay fractura
temporal. Es temporal en la duración, pero no se temporaliza, no hay temporalización, no
admite la serie temporal.
Cogito sartreano: Aquí aparece la serie temporal, no es instantáneo. Aparece el cogito
pre-reflexivo (tomado de Husserl). El cogito tiene una estructura doble: la irreflexividad siempre
está deslizada en el pasado; no es que no está presente, está, es contemporánea del cogito
reflexivo, pero sólo se puede dar cuenta de la irreflexividad en un momento posterior,
reflexivamente. Por ejemplo, un cogito reflexivo tiene la siguiente estructura: pienso que percibo
o que muevo mi mano derecha, es decir, soy consciente de algo, conciencia de un algo, y, a su
vez, soy consciente reflexivamente de esa c onciencia. Pero intrínseco a este cogito reflexivo
hay otro no-reflexivo, que estaba ya dado cuando yo movía la mano sin reflexionar sobre ello.
En otras palabras, la idea de Sartre es que siempre hay conciencia, todo el tiempo, y todo el
tiempo es irreflexiva (sólo cesa con la muerte). Es decir, hay una conciencia transversal, que se
da siempre que hay una conciencia no-trasversal, vertical, una conciencia reflexiva, una que se
toma por objeto a sí misma, remitida a otro objeto que es una situación del mundo.
Soy consciente de tener abiertas mis manos y ahora mirarlas. Buenos, entonces, tengo la
conciencia de la conciencia de las manos, ésa es la estructura diádica reflexiva. El paso a la
reflexión es necesario para la constatación del fenómeno de ser. Para constatar el fenómeno
de ser hay que ya estar en la reflexión, pero el dato reflexivo tiene la complejidad de contener
una conciencia transversal (una conciencia pre-reflexiva) que siempre está allí con la reflexiva,
pero a su vez no es objeto de sí misma.
Conciencia tética o posicional de objeto: La conciencia del mundo, de algo, es una
conciencia tética o posicional de objeto. La conciencia reflexiva es una conciencia posicional,
pero toma por objeto a la propia conciencia. En la reflexión, lo que se toma por objeto ya es una
conciencia. La reflexión implica dos conciencias: la que reflexiona y la reflexionada (objeto de
esa conciencia de segundo orden), siendo no-reflexiva respecto de sí misma, es decir,
no-posicional, no-tética, r especto de sí misma mientras era conciencia del algo de cada caso.
[Acá agrego algo de información:
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiacontemporanea/Sartre/Sartre-Ser
-Para-Si.htm
La parte de nosotros que va más allá de las cosas es la subjetividad, la conciencia. Que seamos cogito
implica en la filosofía de Sartre al menos lo siguiente:
Nos elacionamos intencionalmente con las cosas: las queremos, detestamos, conocemos,
recordamos, deseamos, imaginamos...
Somos conscientes de nosotros mismos: este ser conscientes al que se refiere Sartre no es el
conocimiento que de modo temático, explícito, podemos alcanzar de nosotros mismos; en realidad,
piensa Sartre, en esta forma de captarnos a nosotros mismos nos captamos como objetos, no como
sujetos; sin embargo existe un conocimiento más básico de nuestra subjetividad: antes de cualquier acto
de reflexión o de conciencia temática de sí mismo, la conciencia tiene cierta noticia de sí mismo (a esta
consciencia la denomina “cogito prerreflexivo” o “conciencia no-tética de sí” ): miramos un paisaje, pasa
un tiempo y recordamos haberlo mirado; cuando vivimos en este recuerdo somos conscientes de
nosotros mismos de forma temática, nuestro tema, el objeto de nuestro conocimiento, es nuestro haber
contemplado el paisaje, como en la vivencia primera nuestro tema era el paisaje mismo; pero cuando en
esta vivencia primera nuestra atención estaba dirigida al paisaje, también, aunque de un modo indirecto,
éramos conscientes de estar mirando el paisaje; éste ser conscientes de nosotros mismos cuando
mirábamos el paisaje es una forma de autoconciencia y es una dimensión fundamental del “cogito
prerreflexivo”. Ya desde sus primeros escritos, desde la época de “La trascendencia del ego”, Sartre
considera que esta presencia de la conciencia a sí misma es un rasgo básico del para-sí: “el modo de
existencia de la conciencia es ser consciente de sí misma”.]
Tras una totalidad, ¿Cómo tengo presencia al esto? Para eso, tengo que distinguir entre esto
que no es aquello. Hay negación. Entonces, lo primero que hay que ver es que la presencia al
ser implica la operación de la negación. Si no hubiera, además del ser, la nada, no habría
presencia al ser, o sea, que el ser no aparecería. O sea, que el dato originario me entrega un
ser negado: esto no es aquello, o, esto no es todo, pero también, esto no soy yo. Junto con el
dato del esto descubro una conciencia del esto. Esa conciencia del esto es díada con el esto.
Hay conciencia de esto, pero la conciencia de esto es un objeto complejo que sólo puede ser
presentado como reflexión por una segunda conciencia que ahora toma por objeto a la primera
y dice: hay conciencia de esto. En ese sentido, si hay conciencia de esto, hay conciencia de la
conciencia de esto (y así hasta el infinito). Hay un esto siempre y es como el objeto que está
implicado, ese esto h ay otro esto que es esa conciencia de esto, que era no-reflexiva. Antes de
la reflexión ya había una conciencia que se convierte en objeto de la conciencia reflexiva,
pero ella misma no era objeto. ¿Qué era entonces? Era la nada de ser que acompaña al
ser para que haga presente. Esa nada de ser, ese para-sí, es la negación del ser, ésta no
es masiva, es siempre cualificada: esto no es aquello, yo no soy esto o yo soy tal o cual
cosa. Siempre hay negación.
Entonces, desde que hay pregunta por el ser h ay negatividad, entonces ya no se puede estar
frente al ser sin la nada de ser que hace posible la presencia del ser. La estructuración del ser y
la nada. : eso se articula como conciencia reflexiva de una conciencia pre-reflexiva. Lo originario
es la pre-reflexiva, conciencia de algo, esa conciencia no es reflexiva, no se toma a sí misma
como objeto, pero, en el dato reflexivo que es inevitable, porque sin el paso a la reflexión no
hay filosofía, entonces, el comienzo del método filosófico es: conservar auténticamente en la
reflexión adecuada el dato originario, que era la conciencia pre-reflexiva del algo en cuestión,
es decir, que es la manifestación del ser de cada caso.
Doble estructura de la conciencia: pre-reflexiva, reflexiva, y la intencionalidad de la conciencia
que remite a lo que no es conciencia, que es ese algo.
Toda conciencia tiene en su seno esta estructura transversal, es decir, no-posicional o
no-tética. No se pone a sí misma como objeto, es una conciencia no-objetual. Tiene un objeto,
que es el algo. Pero a su vez, en el dato, ella aparece reflexionada dentro del par
reflejo-reflejante. Allí es objetual, ahí la conciencia se toma como objeto de sí. Entonces, este
movimiento es lo que llama el profesor “la díada” , que es la estructura con la que aparece el
comienzo de la reflexión filosófica. El dato originario, la reflexión filosófica, sería esta díada. El
fenómeno de ser se presenta con esta estructura.
os está abriendo el objeto de esa reflexión, como un dato de la
La reflexión filosófica n
experiencia. El fenómeno es algo que se experimenta. Hay una experiencia de conciencia, una
experiencia del algo como objeto de conciencia, de la conciencia como trasversal a sí misma
de un modo no-objetual, y reflexiva de un modo objetual.
El ser y la nada están distribuidos en esta díada originaria: 1) conciencia, nada, para-sí, 2) algo,
ser, en-sí. Lo que ocurre es que en la estructura del para-sí vamos a encontrar diversas
dimensiones del en-sí. Esto a su vez contiene una conciencia reflexionante y una conciencia
reflexionada. Esta conciencia, respecto de la o tra, es un objeto, por lo cual podría también ser
tomada como una modalidad del en-sí.
Precisamente, la adecuación está en que si yo miro en los ojos de otro, ahí lo que tengo es un
algo objetual en los ojos. La mirada es imaginaria. Entonces, yo sólo puedo tener un mixto
adecuado c uando yo acepto que como conciencia perceptual soy un para-sí, como conciencia
imaginaria de la mirada ajena soy un en-sí, para el para-sí ajeno. O sea, que el para-otro es
ya de por sí un mixto entre el en-sí y el para-sí. Nada más que uno lo tengo como imaginario
y el otro como real, a través de la percepción. Quiere decir que hay mixtos adecuados y mixtos
falsos.
Mixto adecuado: aquellos que combinan modos distintos de ser, pero respetando la estructura
originaria de la díada y los diferentes modos de conciencia (perceptual, memorístico,
recordatorio, imaginario, significativa). Diferentes modos de la conciencia que hay que respetar
en la descripción fenomenológica.
La modalidad de la conciencia no es reductible al ser en-sí. Toda identificación que
hagamos así es un falso mixto. Todo falso mixto es alimento de la mala fe, que es el
autoengaño, es decir, el ocultamiento de mi libertad. Cualquier filosofía que no reconozca la
estructura de la nada, de negatividad o de la conciencia de ser que le adjudicamos a esta
modalidad llamada “humanidad” es una filosofía de mala fe. Es una filosofía comprometida con
la mala fe toda filosofía que rechace esta inevitable condición de libertad que es asociable al
dato originario. Porque el dato originario me entrega un ser libre, injustificado, que no puede ser
reducido a nada porque ya él es la nada d e lo demás. Es la pura relación, es la pura separación
del ser vivo, el existente es eso. Somos existentes porque hay una separación que nos
atraviesa, constituyéndonos. Esa separación o escisión originaria es des-comprensión del ser.
Eso es la existencia humana: la nada de cualquier ser, una pura negación, un movimiento,
una diáspora, una fuga, una diseminación que no tiene ninguna consistencia propia, sino la de
aquello que niega en el modo en que lo hace. Eso es la libertad, eso es el ser humano. No
tiene esencia: toda esencia va a ser una construcción posterior. No tiene naturaleza: su
naturaleza es no tenerla. Por eso debe asumir su propia nada de ser y definirse
constantemente, al no tenerse nunca plenamente, porque en su autodefinición, la nada de ser
debe siempre estar a distancia de sí, porque si suprime la distancia, se vuelve ser en-sí. La
conciencia vive todo lo que vive separada de sí misma, porque toda cosa es una conciencia de
esa cosa para la experiencia consciente. Así que si tengo una emoción determinada, estoy
alegre, pero soy consciente de estar alegre, esa conciencia de estar alegre es la suficiente
distancia, para mi ser alegre no sea el algo solamente, sino conciencia de algo. La conciencia
es un hecho que no agrega nada al hecho. Por eso, ser consciente del ser no le agrega ser al
ser, no le agrega sustancia, solamente hace que ocurra, que haya ser. La conciencia no puede
agregar sustancia alguna a nada, porque ella misma no tiene ninguna sustancia. Es sólo la
aparición de lo que aparece. Este es el ser del hombre.
Desgrabado 2:
Para Sartre, esta es la descripción del dato originario con el que se encuentra el filosofar. La
pregunta filosófica más básica es la apertura a un dato. ¿Cómo se nos manifiesta ese dato? El
más originario de todos es la conciencia de sí como teniendo conciencia de un algo en sí que
no es ella misma. Ahí tenemos el dos, la díada.
Esa conciencia de sí en el dato originario no es una conciencia reflexiva. Es fundamental
entender que para Sartre la conciencia es no-reflexiva, la conciencia originaria. O sea, en el
dato originario tenemos la díada, en la díada tenemos una conciencia no-reflexiva de sí, y como
“conciencia” hay que entender lo que entendió Husserl “intencionalidad”, hay un algo
intencionado por la conciencia cada vez.
¿Podemos ir más allá de este dato? ¿Podemos ir a algo más originario aún? ¿Qué podría ser
ese algo más originario aún? No es posible. No se puede fundar la díada en algo más
originario, más básico y fundamental, porque ir a algo más originario que esto sería romperla.
Y si sucede eso, nos encontraríamos con el algo por sí mismo, el algo sin nada más.
Tendríamos dos cosas, si las separamos, por un lado tendríamos el algo, por el otro
tendríamos una conciencia que sólo tuviera relación consigo misma.
Dicho de otro modo, por un lado, tendríamos el en-sí de lo que antes era el algo, y por el otro
lado, tendríamos el en-sí de lo que antes era la conciencia (“en-sí” porque ahora estaría sin
relación con nada que no sea ello mismo). Serían, por ende, dos “algos” , pero cada algo s ería
sin relación con nada más. A un algo lo caracteriza como “nada”, “la conciencia”, y al otro algo
lo caracteriza como “ser” . Entonces allí tenemos la nada-el ser o el ser-la nada. La díada no se
puede romper, porque si lo hiciéramos, tendríamos ya un dato ininteligible. No se puede romper
la díada porque el dato originario ya se da a su vez con ese aspecto. Él no puede concebir un
dato que fuera sin relación, un comienzo sin relación con nada, o sea, un Uno (de Plotino), el
ser en-sí sin relación ni siquiera consigo mismo (precisamente, se puede concebir porque
aparece ante algo o alguien).
Si queremos ser verdaderamente originarios, no podemos eliminar que el dato está siendo
dado, eso nunca lo podremos eliminar, porque eliminar eso es eliminar también el que también
sea un dato. Con el darse de algo cualquiera, aún cuando queramos que ese algo sea todo,
hay algo más, el hecho de que se ve. B uscábamos lo originario, teníamos el ser no relacionado
con nada, es decir, concibámoslo parmenídeamente como el todo, el ser uno, y que no hay otra
cosa que él. Llamémosle ahora “todo” (ya no hay otra cosa que él). Pero el todo se está dando,
así que podríamos decir que hay algo más que ese todo: el hecho de que el todo se da. Es
decir, hay una relación entre el todo y el darse d
e todo ( ya se ve la díada).
¿Por qué hay negación? Si este d arse del todo fuera lo mismo que el todo, sería parte de él y
ya no sería el darse del todo. Para poder pensar el darse de la totalidad debo concebir que el
hecho de darse es algo distinto de lo dado en el darse. En conclusión, además de lo dado (el
ser, el todo, el uno) está el hecho de darse lo dado. Es decir, además del ser, hay el darse del
ser. Pero para que el darse del ser siempre sea lo otro del ser (porque si no, sería parte del ser
y otra vez no sería el darse del ser) , entonces para tener siempre algo que sea lo otro que el
ser.
¿Qué es lo otro que el ser? Es un no-ser. El ser se da porque esto que llamamos “la negación
del ser” o “la nada del ser” à la c onciencia. Esa nada de ser que hace posible que el ser se dé.
Esa nada de ser que es aquello en lo que consiste el darse del ser. Es decir que en la díada
tenemos dos polos y una relación entre ellos. Para Sartre, la nada de ser se concibe como
conciencia.
No se puede ir más allá de la díada: Al tratar de ir más allá de la díada sería ir a un punto
originario, que sería el ser, la totalidad, el uno, pero vimos que al querer concebir eso, no
podíamos eliminar el hecho de que estábamos concibiéndolo.
La pregunta originaria es una que nos lleva a la pregunta por el ser, el hacer patente la
pregunta por el ser rebota en aquello que hace que la pregunta por el ser sea posible, y ahí
vamos a encontrar por el ser que interroga, que es nada más que el darse del ser.
Pensar y ser (misma pregunta de Parménides), pero Sartre no dice que pensar y ser son lo
mismo, sino que son complementarios, que constituyen la díada originaria. El dos, para ser tal,
esta díada, tiene que concebirse además del ser, una conciencia de ser.
El movimiento de la reflexión. Si teníamos el ser y lo otro del ser, que era el darse del
ser, y el darse de ser no se diera a su vez a sí mismo ¿cómo sabríamos de todo esto?
Por eso, el darse del ser d ebe darse a su vez a sí mismo, porque de no hacerlo, no
tendríamos noticia del darse del ser.
No hay el ser sin el darse del ser. Pero también el darse del ser debe darse a su vez a
sí mismo, porque si no se diera a sí mismo, tendríamos el problema de que algo
aparece como parte del fenómeno y no tiene relación alguna con nada. Es el núcleo
mismo de la conciencia. Es decir, la estructura de la reflexión, pero además de ella,
debe haber algo previo, más originario que no es reflexivo, y es que: tengo el todo, el
darse del todo (la nada, lo otro del ser) y este mismo darse del todo que se da a sí
mismo como siendo el darse del todo. Y ahí tengo la díada. Es decir, el darse del
todo era la nada, lo otro del ser. Ahora, la nada debe darse de algún modo para sí
misma, porque si no se diera a sí misma, si no fuera testigo de su propio ser el dato del
ser, entonces necesitaría a su vez otra instancia que se la dé a ella, y así
sucesivamente. Ese es el movimiento de la reflexión. S i la reflexión puede darse es
porque primero hay un darse originario no-reflexivo, que es la base del movimiento
reflexivo posterior. Sin esa auto-relación no podría haber pregunta por el ser.
La conciencia, por más que se pueda pensar como impersonal, ella tiene una
mismidad, una ipseidad, en algún punto, si no, ya deja de ser otra vez testigo del darse
del ser, que dijimos que era. Si no hubiera mismidad, siempre pudiera ser otra que ella
misma, pero en un sentido radical. Si no advirtiera continuidad, tampoco habría esta
conciencia pre-reflexiva. Es decir, la conciencia es continua consigo misma. Para que
esto sea realmente una conciencia, este darse del ser, debe poder decirse a sí misma
que es ella y no otra, aunque su ser consista todo nada más que en ser justamente la
manifestación de lo otro que ella misma, esto es, el ser en-sí. Si el para sí no es otra
cosa que el darse del en-sí, ¿cómo ese para sí se identifica consigo mismo, ya que
cada en-sí es otro? Además de el darse de la tiza, el darse del pizarrón, el darse de mí
mismo, de la situación, etc., te estás dando a vos mismo como instancia en donde todo
eso se da. Ese “yo mismo” es la conciencia de ser Samuel Cabanchik, la conciencia de
ser un yo que está hablando: todo cae dentro del en-sí, consiste en ser conciencia de
mí, del yo, y pasa a ser objeto. Todo pasa a ser el ser en-sí con el cual se relaciona esa
conciencia. Luego, paradojalmente, cuando esa conciencia se presenta en términos
enteramente originarios, se vuelve impersonal. ¿Por qué? Porque todo lo personal que
ella puede adquirir pasa al lado del otro. El “yo” mismo es un objeto para Sartre, porque
la conciencia, retrocede y dice “bueno, tengo ahora el darse de un yo, el yo (Samuel
Cabanchik) que está hablando”. Para que la conciencia pueda relacionarse con ella
misma siendo ella misma y no otra conciencia, empleará el “ser para-otro”.
¿Por qué la díada? Porque si no, sería el uno y eso falsificaría el fenómeno de una u
otra manera, o sería el tres, el tres al infinito de la reflexión, que es un falso infinito. Es
decir, cuando uno quiere ver como originario, se vuelve falso infinito. La reflexión
genera un infinito. No hay problema con eso mientras no queramos hacerle jugar un
papel originario. Si le damos un papel originario, fracasamos, porque se cae, no se
sostiene. Para que se sostenga, debe haber algo no-reflexivo q ue a su vez sea
conciencia.
Lo humano:
En Sartre: para-sí e s el ser del hombre, en el fenómeno de ser l o que tenemos es el
ser y el hombre.
En Heidegger: el ser del ser que hace la pregunta por el ser es el ahí del ser.
En Sartre, seres humanos: poseen la condición esencial de ser conciencia
no-reflexivas como siendo conciencias de lo otro de sí. Es decir, como dice Sartre en la
estructura de la díada: conciencia de ser que a su vez es conciencia de sí de un modo
no-temático, no-tético, no-representativo.
El humanismo sartreano es su filosofía de la conciencia. Y la filosofía de la conciencia
es el modo en que Sartre responde a la pregunta originaria propia del filosofar.
La díada como respuesta sartreana a la pregunta por lo originario, por el comienzo del
filosofar, por el dato o punto de partida, Para eso se vale del método fenomenológico,
con esta díada como horizonte fundamental, y el núcleo de esta díada termina siendo
los diversos modos en que se relacionan el para-sí y el en-sí. El para-sí como el modo
de ser propio de la conciencia; el en-sí como el modo de ser propio de darse el ser a la
conciencia. [Parece contradictorio con lo dicho antes] Cada uno de nosotros es esa
conciencia de la que habla la díada. Este fenómeno de ser, que explica también el ser
del fenómeno. Es decir, conciencia, dato y ser en-sí.
El para-sí nunca puede ser en el modo del en-sí. Quiere decir que siempre existe a
distancia, que existir para él, o sea, para el para-sí, ser es existir, existir es darse
siempre en otra parte que en la que uno se encuentra. Es decir, que lo propio del para
sí es darse siempre a distancia de sí. Es una negatividad. El para-sí no puede ser otra
cosa que la negatividad del ser y de ser sí mismo. O sea, es una nada de ser, pero es
una nada de ser que se nadifica todo el tiempo. Es una nada ya nadificada. Por lo
tanto, la conciencia o para-sí no es un “yo” (para Sartre el “yo” es un objeto).
Hay conciencia de darse la clase (conciencia no-reflexiva de sí), pero mi dato
consciente es que yo estoy dando la clase. Entonces no-reflexivamente hay un darse
de la clase por parte de mi ser consciente de dar la clase (en forma no-reflexiva). Al
tomar eso como objeto de otra conciencia nueva (ahora sí, reflexiva), y digo: “yo estoy
dando la clase”. Esto es una segunda conciencia, una conciencia de segundo grado,
que es reflexiva, y que toma como objeto la díada originaria, que era el modo en que yo
era consciente de estar dando clase, sin un yo. Yo era consciente de dar mi clase, sin
la reflexión “yo estoy dando la clase”. No era inconsciente, simplemente yo no tenía un
posicionamiento, no lo había tomado como un tema de mi atención, o de mi reflexión, la
situación de estar de estar dando clase; estaba viviéndolo. Lo originario se vivía como
esa díada: conciencia de estar dando clase, pero de un modo no-reflexivo. De golpe
reflexiono y digo: “yo estoy dando clase”, poniéndose como objeto, recién ahí aparece
el “yo”.
Recuperar la reflexión originaria, la reflexión pura de la filosofía como demostrar que
sería un autoengaño pensar que ahí ya estaba el “yo”, de entrar à El “yo” aparece por
la reflexión. Originariamente no había un “yo”, había una conciencia de dar clase, casi
impersonal. De golpe, al reflexionar la conciencia, dice: “yo estoy dando clase”. Y se
identifica con el “yo”: pero eso invierte la relación originaria en la que el “yo” no estaba
presente en la conciencia no-reflexiva. Después, en la reflexión, la conciencia se toma
a sí misma como objeto y se convierte en un “yo-para-sí”. Pero ese “yo” ya es un objeto
trascendente, porque ya ahora hay conciencia de ese “yo”, hay una duplicidad: la
conciencia que reflexiona y la conciencia reflexionada.
Entonces la conciencia siempre está en fuga para sí misma: nunca puede ella
tenerse a sí misma, por eso siempre existe a distancia de sí, porque si quisiera suprimir
la distancia, debería suprimirse a sí misma, y es imposible suprimir la distancia y seguir
siendo conciencia, precisamente porque la conciencia es justamente eso: una
distancia, una fuga permanente, una ausencia permanente, pero que sin embargo es
testigo de su propia fuga, de propio ausentarse, de su propio vacío.
Buena fe: la gente (sincera) que vive de acuerdo a esta condición de la estructura.
Mala fe: la gente que desconoce esa estructura. Pero la existencia tiene esa estructura
tal que ella misma no puede no ser de mala fe.
La mala fe es una condición inevitable de la existencia. La conciencia
inevitablemente se confunde, de una u otra manera, con los proyectos de dejar de ser
esa conciencia. (Esto es similar al dasein de Heidegger, en la que la inautenticidad del
dasein es una condición necesaria de él, o sea, es parte de la estructura existenciaria
del dasein el caer en una forma entitativa y desconociendo la diferencia ontológica).
Cogito pre-reflexivo sartreano: esta estructura de ser conciencia de sí de un modo
no-reflexivo mientras se es conciencia de un algo que no es ella misma. Es un cogito
temporal, porque no se puede aislar en el instante, porque ya el modo de ser de la
conciencia o del para-sí es ser lo que no es (por ejemplo, el ser pasado, no ser lo que
se es hacia el pasado, y ser lo que no se es hacia el futuro ß ya no podemos
identificarnos con mi pasado, pero no puedo des-solidarizarme enteramente de él: en
mi existencia estoy afectado de mi pasado y también de mi futuro).
Por eso el modo propio del para-sí es un ser temporalizado, un ser que se temporaliza.
La conciencia es temporal. Entonces, esta conciencia de sí como siendo conciencia
de algo que no es ella misma se aplica a la relación del presente con el pasado y
el del presente con el futuro. Por ende, la temporalización es una estructura propia
del cogito sartreano (a diferencia del cogito cartesiano, que es uno puramente reflexivo
y se vive como instantáneo). Entonces, es al contrario, por el hecho de que el cogito no
es originariamente reflexivo, que entendemos mejor que hay una temporalización dada
ya, que ya cuando el cogito se quiere recuperar como una reflexión, como una
presencia a sí, descubre la ausencia de sí, el derrame temporal hacia el pasado y hacia
el futuro. Es decir, la conciencia sartreana es una conciencia ya temporalizada. El
estado de yecto ( de Heidegger) está presente constantemente en el modo de darse la
conciencia a sí misma. Se descubre como ya yecta, arrojada en el mundo. La
existencia comienza por ser la advertencia de que uno ya está allí, o la contingencia
bruta de padecer el existir. No tengo más remedio que hacer algo con la existencia que
ya descubro que está en curso y me corresponde. Ya está en curso, ya la advierto
como desplegándose, tiene una orientación, un sentido. Ahora, todo eso que yo
descubro y despliego es algo que debo comprender en el distanciamiento consciente,
es decir, del cogito pre-reflexivo. Luego, la conciencia es una nada que todo el tiempo
separa al existente de sí mismo y de todo lo que le rodea.
Libertad: Es proteger esta nada de ser, de que sea colonizada por ningún “esto” en
particular (similar al planteo de la diferencia ontológica de Heidegger).
(DIF. H y S) Heidegger rechaza identificar al dasein con la conciencia. En todo caso, la
conciencia puede ser en cada caso el modo en el que el dasein caídamente se
reconoce a sí mismo, como un ente en particular.
(DIF. H y S) El lenguaje: En Sartre, en el ser para-otro. Mi ser lenguaje es una
dimensión del ser para-otro. En Heidegger el habla, la estructura del habla, concibe
como prpio de la estructura de aquel ser que se pregunta por el ser (en el caso de
Sartre de la conciencia no reflexiva de algo, el modo de darse el ser) es la estructura
del habla (mientras que en Sartre la conciencia aparece como algo mudo, algo
silencioso, o como algo fuera del lenguaje).
Ser para-otro: fenómeno de ser propio del otro. Tengo conciencia de pertenecer a lo
visible, o sea, la conciencia de sí, como siendo conciencia de algo que no soy, que no
es ella misma, la conciencia de ser solamente ese particular darse del ser en cada
caso, ese darse de lo otro que es ella misma se descubre originariamente como siendo
parte de lo visible. Ahí tiene una experiencia, la conciencia, de su propia
objetividad. Es decir, la conciencia no pertenece nunca al ser del objeto en la díada.
Siempre es la nada de ser del objeto, siempre es lo otro de cualquier objetividad. La
conciencia de x puede ella misma vivirse como objeto-para solamente porque descubre
que ella misma pertenece (porque es cuerpo), se siente vista, se sabe vista, se sabe
parte de lo visible.
Díada como la estructura, la forma correcta de entender el dato originario. Por eso
rechaza los mixtos (los falsos o malos mixtos que eran mezclas del ser en-sí y del
para-sí, como Dios, las conductas de mala fe, que es tomarme siempre por un en sí,
cuando soy un para sí, desconociendo mi propia libertad).
Estructura del valor: “Cada uno cuando elige a un hombre, elije a todos los hombres”.
El valor es el objeto del para-sí en tanto deseo. El para-sí es una estructura que tiene lo
faltante, la falta y lo fallido. Es decir, cada quien, cada para-sí es un ser al que le falta
algo. ¿Qué le faltaría a cada para-sí para eliminar la estructura o la tensión de la
díada? Le faltaría identificarse con un ser en sí, suprimir la distancia. ¿Cómo podría
hacer eso? Una vez que ya se es conciencia de ser, hay que suprimir la distancia esa
que es la conciencia de ser. Por eso, uno debiera ser idéntico a un objeto que la
completara a la conciencia y suprimiera la distancia. Es decir, fusionarse con el todo. Si
la conciencia pudiera totalizarse, suprimiría la distancia esa del darse del que hablamos
en la díada. Entonces, eso sería propiamente lograr la satisfacción (diría en términos
de deseo). El deseo es el movimiento por el cual el para-sí busca totalizarse,
completarse satisfaciéndose con un objeto que no es otra cosa que él mismo. ¿Qué es
lo que busca el para-sí como objeto último de su satisfacción? Su propia totalidad. En
ese sentido, vemos al para-sí como deseo cuando vemos que él es una tensión
permanente de querer suprimir esa distancia que lo corroe, que lo tiene siempre a
distancia de sí, y quiere su satisfacción. El para-sí es visto como un deseo, como un
movimiento, como una fuerza que quiere totalizarse, que quiere autosatisfacerse, que
quiere lograr para-sí el en-sí, que quiere juntar el para-sí y el en-si. , estos dos polos de
tensión propios de la díada que quieren ser de golpe suprimidos, superados por una
nueva forma, un nuevo modo de ser, que a la vez sea para-sí y en-sí. Y esto para
Sartre es imposible, excepto, por ejemplo en la obra de arte (página 30 desgrabado
número 2)
Ser para-otro y la mirada: Cuando yo veo al otro, cuando nosotros nos estamos
viendo, como objeto de percepción, lo que tenemos son ojos del otro lado; y en tanto
ojos, son como Las Meninas como objeto, son objetos como cualquier otro, rostros,
cámaras. El objeto cámara de vigilancia, como objeto, es un objeto. Los ojos de los
otros (y para los toros, los míos también) son objetos de percepción. Para que haya
otro yo debo imaginarme al otro en esos ojos. Diferencia entre objeto de la percepción
(ver) y objeto imaginario (imaginar). Entonces, cada rostro del otro, que no sería más
que un objeto para mí, es, en realidad, una mirada, cuando en realidad la mirada como
tal no es un objeto perceptual, sino que es un objeto imaginario mezclado con el
perceptual. (Por ejemplo, al verme en el espejo no me siento visto, siento que soy yo el
que mira, no puedo sentirme visto por otro, ni por mí). Hay algo en el mundo de la
sensibilidad propia del para-sí corporal (porque el para sí es un para sí encarnado, una
conciencia carne), en esa dirección ocurre el objeto perceptual es vehículo de
objetalidad mía para otro. Por ende, para Sartre no es lo mismo ojos y mirada, como
tampoco ver y mirar. Tener los ojos de otro rostro como objeto de percepción no es lo
mismo que tenerlos como mirada. Cuando el otro es mirada, yo soy objeto, cuando
el otro es rostro que percibo, yo soy sujeto. Ésa es la diferencia. Junto al cogito de
la propia conciencia está el cogito del ser para otro. En mi propia dimensión irreflexiva
soy a la vez conciencia de, soy a la vez eso y objeto para otro, en el mismo nivel
originario. No es ningún “yo”, es un “yo” que ya ahora como objeto de reflexión se
descubre objeto para otro, en un segundo nivel. Originariamente, la conciencia de sí es
objeto para otro también, a la vez. Eso pretende Sartre, que la relación con la mirada
es originaria.
El solipsismo se vuelve informulable sólo cuando me doy cuenta de que la dimensión
de para otro se sostiene de esa posibilidad de tocarse lo perceptual con lo imaginario.
Mi propio ser se vuelve objeto imaginario al identificarse con la mirada del otro. Esa
construcción del otro como un algo que está asociado a una percepción, pero que no
se reduce a ello, es propiamente la capacidad que el para-sí puede tener de
objetivarse. ¿Cómo puede un para sí objetivarse? Sólo imaginariamente, o por
saber puro (El “yo” mismo es un objeto imaginario y mi identificación un “yo” tiene que
tener un compromiso imaginario).
¿Qué es el valor? El valor sería lo fallido. Sería lo propiamente aquello que no siendo
ningún hecho, no siendo ningún objeto de percepción, es como la especie de
acompañamiento imaginario de la vida del para-sí. Es decir, el para-sí como deseo es
una fuerza que quiere satisfacerse en un objeto que lo complete y ser en-sí y para-sí.
El valor, si se pudiera realizar, sería eso, sería ese completamiento, esa totalización.
Pero como eso inevitablemente falla, porque la conciencia siempre está, el valor es lo
fallido, lo irrealizable. Sin embargo, nos afecta: cada cosa que hacemos, cada proyecto
que comenzamos en el mundo o que sostenemos allí, pone al objeto de su satisfacción
o de su sentido, aquello que hace que ese proyecto sea ése proyecto, lo pone como
valor. Por ejemplo, al mismo tiempo que elijo ser profesor de Filosofía y ser profesor
de Filosofía se me vuelve un valor. Es un valor porque es un objeto de mi satisfacción,
pero al mismo tiempo se puede sostener como si fuera un valor para todos. No porque
quiera que todos sean profesores de Filosofía, sino porque considero que para todos
eso debiera ser un objeto valioso, más allá de que ese no sea su objeto de satisfacción.
En otras palabras, el objeto de mi satisfacción sea valioso (donde “valioso” es distinto
de decir que es objeto de satisfacción). Es como si para justificar mi existencia, mi
proyecto de ser en el mundo, yo quisiera convertir siempre en valor mi objeto de deseo.
Como objeto de goce, el modo que cada quien goza de algo, eso ya se escapa del
valor. El valor es como el modo más equilibrado en que un para-sí puede vivir, el que
sus objetos de deseo sean valiosos, para la mayoría, para todos.
Humanismo en Sartre: sólo puede aspirar a ser valor el objeto que no vuelve
imposible la continuidad de la existencia misma del para-sí. Es decir, en última
instancia, la conciencia de ser libre, de saber que ese objeto nunca concreta. Y eso
rebota sobre la nada de ser que uno no es. Por eso no es un humanismo del buen
hombre, de una esencia, del desarrollo de un concepto, sino de entregar de nuevo a la
construcción de la propia potencia de existir todo lo que es dado predicar de un
existencia, de modo que ese existente de golpe se vuelve responsable, aún de aquello
que no tiene nada que ver como proceso causal (Por ejemplo, soy responsable de ser
argentino, aunque no es mi elección haber nacido en la Argentina. Eso es algo que me
ocurrió, pero igual soy responsable. No puedo evitar responsabilizarme de todo lo que
se me pudiera atribuir o que yo me pudiera atribuir, porque no hay escapatoria de
sostener lo de la libertad que se es, por el sólo hecho de ser conciencia y la cuestión de
la díada.
DESGRABADO 3
La díada como tesis fundamental del “humanismo” de Sartre. Rechaza los “falsos
mixtos”, pero vimos también la potencialidad de los mixtos es propia de la condición del
para-sí, del ser como tal en su vínculo de en-sí-para-sí.
Filosofía de Sartre cómo búsqueda de lo originario. Si aceptamos que la filosofía se
caracteriza por ser esa pregunta por la totalidad, por el fundamento, vemos que Sartre
es fiel a esa condición. Por eso que nos llevaba a la díada como imposibilidad del uno y
del tres.
Ese dualismo sartreano es más bien una polaridad interna a la tensión del interrogante
filosófico, que si fuera la totalidad, la filosofía como tal, o bien, se identifica con el todo,
o bien, está de más. Si, en cambio, fuéramos por el lado de esa apertura hacia lo que
llamamos “un falso infinito” , el de la reflexión en el lugar de lo originario, la pregunta
filosófica ni puede empezar. Entonces, las condiciones que Sartre veía para el ejercicio
de una ontología, pareciera ser una respuesta a las condiciones del pensar filosófico:
núcleo de la filosofía de Sartre, que de golpe ve en esto el núcleo de su humanismo.
LO HUMANO:
Wittgenstein (en el Tractatus) se llama a esta “forma lógica”, pero de la forma lógica
se dice que es inefable, que no puede ser dicha, que se sustrae a todo representar. El
hecho de que el mundo es mi mundo, eso es inefable. Es decir, están los hechos
intramundanos, la totalidad de lo que hay, y está el hecho de que esa totalidad sea una
totalidad que me es dada (al menos en la representación). Eso no es un hecho en el
mundo. El hecho de que haya algo en lugar de nada, ese hecho no pertenece a algo.
Es decir, el hecho de la contingencia de que haya, es de que haya, es distinto de qué.
Hay hechos del mundo (hay bancos, hay personas, Raquel sentada arriba del banco
tal, etc.). Pero hay algo que no es un hecho del mundo, que no es una respuesta a qué
es lo que hay, sino al hecho de que hay à Hay: esa contingencia, esa facticidad (y que
no podemos pensarla eso también como para del ser, parte de lo dado, que es lo
propio del ser el darse, que es lo propio del mundo el manifestarse, ya que eso nos
volvía al uno.
El acto es algo distinto de aquello que es separable de él. En ese sentido, no es
posible concebirlo en esos términos. Hay un hecho que se da en el mundo, el mundo
se da, el mundo aparece, l mundo es representado, el ser es abierto, el ser es
manifestado. Pero a su vez, no forma parte de lo manifestado.
Se da à En-sí
Es dado à Para-sí
El darse del mundo o el darse del ser à eso no es parte del ser, es algo distinguible del
ser.
Sartre: la conciencia sartreana àla nada de ser que es manifiesta a un ser, y que sin
embargo, ella se relaciona consigo misma.
Heidegger: el dasein à el ahí del ser, el darse del ser, el manifestarse del ser, pero en
él sí el manifestarse forma parte del ser, en el que es el propio ser que se manifiesta,
pero a condición de decir que ese ser no es ningún ente, es decir, la nada de ser la que
hace posible la aparición del ser. “El dasein es el movimiento mismo del ser que se da”,
y ahí pone al ser como un sujeto, pero a condición de no ser ningún ente, ningún hecho
del mundo.
Wittgenstein: Forma lógica à esa bisagra entre lenguaje y mundo, pero que no es ni
lenguaje ni mundo. (Similar a Heidegger y creo que Sartre)
¿Por qué “en tanto que subjetiva”? porque allí hay alguien que afirma. La verdad no
está en el mundo sin que haya un para-sí que la haga visible.
Sartre busca una teoría de la verdad adecuada a su teorización entre el ser y la nada.
La verdad es una dimensión objetiva del ser, que sólo aparece por el proyecto que el
para sí es en el seno del ser. El ser en-sí no requiere de la verdad. El verde del
pizarrón, que es lo que pertenece al ser en-sí, no es ni verdadero, ni falso. Ahora bien,
el juicio “el pizarrón es verde” no pertenece al ser en-sí y sin embargo es una
objetivación de mi aparición como ser consciente ante el ser en-sí testificando “el
pizarrón es verde”. Yo soy testigo del mundo y la verdad es mi testimonio.
O sea, cada vez que verifico una verdad logro hacerme parte del Ser. Como por
ejemplo, “La visión de Galileo se convierte en ley” à Una ley física es una verdad de la
naturaleza. Pero, como dijimos, la verdad no es de los hechos, sino de la
representación de los hechos; y decimos, a su vez, que eso es una ley.
Un en-sí-para-sí. El Ser la verifica todo el tiempo. Todo el tiempo el Ser verifica la
gravedad newtoniana, la caída libre de los cuerpos, verifica la física de tal o cual
manera. Es decir, forma parte del Ser la verdad. Pero, al mismo tiempo, ha surgido de
los libres proyectos, ha sido construida por la investigación. Entonces “la visión de
Galileo se convierte en ley” à ahí tenemos el en-sí-para-sí. Quiere decir que por la
verdad, yo admito, me hago cómplice de participar en el Ser. Pareciera que ahí hay un
camino de conciliación, porque de alguna manera supero la separación. Soy como el
creador del Ser, pero en realidad yo sé que eso es objetivo, que no es creado desde la
nada por mí.
Separación-no separación. Goce: “Esta irritante y voluptuosa proximidad sin distancia
del para-si respecto de lo que no es él, es precisamente el goce” De golpe aparece el
goce. Gozar de una cosa es crearla cuando es, iluminarla y hacerse reflejar por ella lo
que se es en la dimensión del en-sí. Es estar tan presente ante ella como se está ante
uno mismo, y si sin embargo, ser distinto de ella. El goce es la unidad rechazada, que
asedia como un fantasma a la dualidad. El goce es no ser más que aquello de lo que
gozamos, y sin embargo, no ser aquello de lo que gozamos. Es el esbozo mágico de la
apropiación identificadora en la proximidad absoluta.”
Otro aspecto del humanismo sartreano à La verdad es un asunto nuestro. La
verdad no es la pura presencia del ser ante sí mismo. Requiere de mí, requiere de mi
testificación, de mi trabajo verificador, requiere incluso de mi invención, de mi
capacidad de formular hipótesis. Por lo tanto, es una responsabilidad humana que la
verdad del Ser advenga al ser. Y ahí otro aspecto del humanismo sartreano. La verdad
es un asunto nuestro. Pero no es un asunto nuestro sin el Ser. Es un asunto nuestro en
el Ser, porque de esa forma convertimos al ser en un asunto nuestro. Nos hacemos
cargo. Eligiendo el camino de la verdad nos comprometemos. ¿De qué nos hacemos
cargo? De darle la posibilidad a la existencia de que la verdad, como dimensión
objetiva, aparezca. Sin nosotros no hay verdad, pero la verdad no es un producto sólo
nuestro, de nuestra libre invención. En la vida imaginaria teníamos una conciliación del
en-sí y el para-sí. Ahora tenemos otra, en la vía del conocimiento.
Para-otro. Verdad en el juicio. Para ambos lados encontramos que el para-sí puede
reconciliarse con el en-sí, y eso implica la dimensión de para-otro. Como por ejemplo,
con la mirada. Pero ahora vemos en el caso de la verdad, porque sólo hay verdad en
el juicio, y el juicio es una objetivación del para-sí a
sumiendo su responsabilidad
por el en-sí f rente a otro para-sí. En una palabra, el juicio se formula para contárselo
a alguien.
HEIDEGGER
Pregunta filosófica es la pregunta por la totalización, por el todo, por el fundamento, por
el ser, por lo uno à la tendencia a agotar la cadena de razones para cada cosa, buscar
una razón más profunda, buscar una regla que ya no resulte de la aplicación de otra,
que se imponga por sí: es decir, buscar un principio que a su vez no se deduzca de
otro, no se subordine a otro, es buscar un conocimiento sin supuesto, auto-contenido,
no dependiente de ninguna cosa externa.
Es decir, la búsqueda da de una respuesta que haga sistema en donde la respuesta
misma sea totalizante, sea la totalidad de lo que es dado saber como verdad de aquello
que se buscaba como pregunta: la pregunta por lo originario, la pregunta por aquello
que ya no se subordinaba a ninguna otra cosa, la necesidad de un saber
auto-contenido, auto-justificado. Esto es que haga sistema (una filosofía será
perfectamente sistemática si logra que nada significativo quede afuera y que nada
quede desvinculado. Eso quiere decir que el sistema se completa).
Heidegger: hay que reabrir la pregunta por el ser. La historia de la filosofía a la
pregunta por el ser ha respondido con un ente. Incluso sea el ente tó ón, el ente-todo, o
el ente-uno, todo ello va en lugar del ente en la medida en que se positiviza el ser. El
error de la filosofía es haber creído que había una adecuación entre la pregunta por el
ser y el entregar como respuesta el sistema. Pero justamente es al revés: el sistema no
puede ser la respuesta a la pregunta por el ser. En efecto, eso siempre va a ser un
ocultamiento o un cierre de la pregunta por el ser, porque el sistema es positividad: es
la totalidad de los hechos, la totalidad de las ideas, la ecuación del “pensar como
idéntico al ser” de Parménides. Cualquiera de estas respuestas cierran el camino.
¿Pero esto es constitutivo, se inevitablemente así? Para Heidegger sí.
La tarea del pensar, el camino del pensar como algo distinto de la historia de la
filosofía. La historia de la filosofía a la vez es la historia de la apertura y el cierre de la
pregunta por el ser. O que se historizaliza en la historia de la humanidad es la historia
del ser en su abrirse y cerrarse, en su des-ocultarse y ocultarse. Esto es algo
estructural del ser. Aparece y eso le ocurre al ser como condición inevitable, pero
contingente a la vez. Es así no es que deba ser así, porque para que deba ser así uno
tendría que tener un fundamento independiente desde el cual deducir esta cuestión.
Heidegger y la Fenomenología: volver a las cosas mismas. La filosofía debía volver
a las cosas mismas, y debía hacerlo como fenomenología, como estudio del fenómeno,
es decir, de la aparición del ser en tanto ser. Eso es lo que intentaba mantener abierto
en el interrogante filosófico. Se trata de preguntar eso, de reabrir el ser. Para eso,
utiliza el método de la analítica existenciaria del modo de ser del ser que pregunta por
el ser.
Dasein: ser-en-el-mundo, expresión para dar cuenta de la estructura del modo de ser
propio del dasein.
Heidegger como no-filósofo. Por el lado de la filosofía, tal cual se da en la historia de
la filosofía, vamos a seguir obturando el pensar del ser. Hay que llegar a un más allá de
la filosofía. Es otra la tarea. El pensamiento de ser es otra cosa que filosofa, si por
filosofar se entiende justamente lograr la definición de un método y de un criterio de
verdad aplicable al objeto más básico de estudio (o al más amplio). Porque siempre
eso va a ser otra vez sistema, va a ser obturación de la apertura de la pregunta. ¿Qué
clase de pregunta es esa? La pregunta por el ser es inmediatamente
reconducida a la pregunta por el ser del ser que hace la pregunta por
el ser.
Para mantener esa pregunta en su estatuto originario se requería que el ser fuera
la “nada”, porque si no el ser se volvería algún ente en particular, y Heidegger está
criticándole a la filosofía que haya identificado al ser con algún ente en particular,
aunque este ente fuera la totalidad de lo que hay. No dejaría de ser entitativo. Pero
entonces, para que sea un no-ente tiene que ser una no entitividad, a la que podemos
llamar “nada” .
Pero en una segunda etapa del pensamiento de Heidegger, se hace cargo de esta
inevitabilidad, a lo que lleva la pregunta por el ser es a la nada. Y luego tenemos una
tercera etapa, que podríamos identificar en esta idea heidggeriana de la tarea del
pensar.
Operación hermenéutica, modo en que asume la fenomenología. La operación que
hace es una hermenéutica: el ser está siempre ya abierto previamente en una
pre-comprensión por parte de aquel que se hace cargo de la pregunta por el ser. Es
decir, el sentido del ser está siempre subyacente a la apertura de la pregunta por el ser.
Siempre hay ya un sentido pre-cursado dado a interpretación. Por eso es un giro
hermenéutico. Ya hay un sentido dado, pero a su vez es ocultado. Por eso la filosofía
es el ejercicio que explicita esa pre-compresión. Esa pre-comprensión implica que el
status de la verdad no es una verdad de la representación de la adecuación de un
concepto con aquello a lo que se aplica, sino con algo que él pretende más
fundamental y básico y que está dado ya en la propia existencia.
Existencia à éx-tasis, en esa situación de ser el lugar temporaliza extático en el
que se manifiesta el ser. ¿Dónde buscar el ser? En su sentido ¿Dónde buscar su
sentido? En la pre-comprensión, en lo que ya está pre-cursándose cuando surge
el interrogante filosófico. Éste no puede pretender llevarnos a ningún comienzo,
porque nunca hay un punto cero para el filosofar: siempre es un estar
cursándose del sentido, de lo abierto. Entonces, lo que debe hacer la filosofía es
dejar ser al ser, es dejar que se manifiesta el sentido pre-comprendido.
Verdad à entendida como des-ocultamiento del ser o como dejar ser al ser. Esto
ocurre en virtud del dasein, es decir, de que el ser se da. Además del ser, está el darse
del ser q ue descompleta al ser y lo vuelve no-ente. Por eso, en una segunda etapa,
identifica al ser con la nada en la primera, porque inevitablemente se trataba de
mantener abierta la pregunta. Y para que la respuesta sea el hecho de que la pregunta
está abierta, o sea, la respuesta está en el hecho de la pregunta más que en un
contenido específico. La pregunta por el ser responde adecuadamente cuando rebota
sobre sí misma. Por eso la reflexión se centra luego en el modo de ser de aquel que
hace la pregunta por el ser.
Diferencia ontológica: distinción entre lo que es del ente y lo que es del ser. Al ser
pertenece esa pre-comprensión, al ente es lo que en cada caso toma consistencia de
entidad respecto de esa pre-compresión, pero siempre hay que llevar a toda esa
entificación a aquel sentido del cual proviene. ¿Para qué? Para seguir manteniendo
abierto el sentido del ser. à Una respuesta para una cuestión práctica, que es cómo
estar a la altura del envío del ser cada vez, del sentido del ser, ver cómo se pone la
vida del dasein a la altura de eso: escuchar al ser, dejar ser al ser. Hay una verdad y un
sentido que no proviene de algo identificable con “conciencia”, “sujeto”, sino que
proviene de un sentido subyacente que se da, que es la facticidad originaria à es un
factum que no se puede reducir a nada, no se puede recudir a conceptos, no se puede
deducir de ningún concepto ni de ningún orden conceptual: no es ninguna cosa de la
razón, pero tampoco de algo que se le oponga a la razón y se diferencia de ella. Es el
ser en su historializarse.
Rasgo propio del ser y del ser que pregunta por el ser: el juego del abrirse y del
cerrarse, del ocultarse y del des-ocultarse. Por eso el ser tiene una historia esa historia
es ocultar y des-ocultar, por eso la diferencia ontológica. El ser se entifica y allí se
aliena y se olvida en la entidad, pero la entidad en cada paso permanece lo que por la
abertura hacia el ser que no es. Para eso, una educación del pensar. Esa educación
debe hacer salir al pensar de la filosofía misma. Por eso nos encontramos con la
condición del problema originario, del límite gramatical del problema: el intento de
pensar el no pensar, pensar el no pensamiento, y al mismo tiempo aceptar que
hay algo ya abierto, pre-ontológico, algo pre-cursado, y sin embargo, recuperado
de algún modo. (Quiere hacer algo del tipo de lo que Hegel hizo, pero sin cerrarlo, o lo
que Spinoza hizo pero sin sistematizarlo à cómo hace Spinoza para siendo un modo
finito hablar en nombre del Dios infinito; cómo hizo Hegel siendo el espíritu subjetivo,
sin embargo, haber conciliado el espíritu subjetivo con el objetivo en el Espíritu
Absoluto)
Desgrabado 4:
Heidegger propone llevar a filosofía más allá de la metafísica (ya que ésta siempre nos
da dado una interpretación de lo que es el ente, cerrando así la pregunta por el ser). En
ese sentido, para él, en lugar de mantener abierta la pregunta, la filosofía ha cerrado la
pregunta al responder: “el ser es el ente tal”, o “tiene tal característica entitativa”, es
decir, reducir el ser a un ente en particular. Heidegger intenta recuperar el supuesto
vigor perdido en la interrogación filosófica por el ser.
En ese sentido, hay un esfuerzo de mantenerlo abierto, vigilante de que no se
vuelva a cerrar por ninguna respuesta. En ese sentido, cualquier referente que tenga
alguna objetalidad, cualquier respuesta que ponga al alcance de la pregunta por el ser
a un ente, a un objeto o a un referente, es cerrarla, es desviarla, es distorsionarla à
entonces, la pregunta por el ser no puede sino rebotar sobre sí misma.
Ser que hace la pregunta por el ser à aquel que hace la pregunta está mentado como
un referente ausente, como un referente que nunca puede determinarse, porque si
dijéramos “el hombre”, de inmediato volveríamos a cerrar la pregunta por el ser. Pero
ahora, aunque ya no del lado de un horizonte de trascendencia, ya no de un lado de un
ser supra-humano o de algo previo llamado “la vida”, tendríamos algo llamado “el
hombre”, pero ésta tampoco podría ser la respuesta adecuada a la pregunta por el ser,
porque nuevamente volvería a hacer del ser un referente, a una objetalización, que
estaría cerrando la pregunta misma por el ser.
En ese sentido, para mantener abierta la pregunta por el ser, entonces, además
de remontar la pregunta sobre sí misma, no debe en ningún momento ubicarse
ningún objeto, ningún referente como origen de la pregunta, como generador de
la pregunta. Entonces, ahora la pregunta por el ser es la pregunta por el ser de
aquel que hace la pregunta por el ser.
Primero, volvamos a encontrar el horizonte de la pregunta fundacional de toda la
filosofía antes de que se cerrara en tal o cual respuesta específica. La historia de la
filosofía es la historia de la metafísica. Por eso, volvamos a abrir la pregunta, pero
ahora, la pregunta por el ser, para no cerrarse nuevamente, para mantenerse
abierta, es la pregunta por el ser de aquel que se pregunta por el ser. Entonces,
como decíamos, la pregunta por el ser se transforma en la pregunta por el ser de aquel
de que hace la pregunta por el ser, y ésta, a su vez, no puede ser respondida por
ninguna objetalidad, por ningún referente. Por ejemplo, no puede ir como respuesta: “el
hombre”.
Dasein: es el ahí-del-ser.
“Evento” o “acontecimiento” (ereignis): palabra que usa como si fuera algo más
originario que cualquier polarización o dicotomización posible. Es decir, entre ente y
no-ente, entre sujeto y objeto, entre hombre y mundo, entre vida y espíritu, cuerpo y
alma. En cualquier dicotomización tiene que haber algo que es más profundo, más
originario, que es el régimen que busca siempre Heidegger: la búsqueda de lo
originario, el páthos de lo originario. Y bueno, nombra al evento, al acontecimiento,
pero como no atribuible a nada ni a nadie.
La verdad del ser à es el despejo del ser à el despejo del ser es la existencia à es la
verdad del ser à es el despejo del ser.
“El hombre, antes de hablar, tiene que escuchar la palabra del ser, porque eso es lo
que hace posible que su palabra no sea una palabra de publicidad, una palabra vana,
una palabra falsificadora, ocultadora en el peor sentido de la palabra”.
“Sólo de la esencia del hombre se deja decir la existencia” Esto es, sólo del modo de
ser humano, pues sólo el hombre ha tenido acceso al destino de la existencia” à Sólo
este tipo de ser, llamado “ser humano”, es una existencia.
Lo humano: lo otro del animal, lo otro de la naturaleza, lo otro del puro cuerpo, lo otro
de la máquina à lo otro no sé de qué cosa, pero el caso es que lo humano no proviene
de la existencia.
¿Qué es el hombre? Es el envío del ser ¿Qué es el ser? El despejo del ser. ¿Qué
es el despejo del ser? La existencia ¿Qué es la existencia? El ahí-del-ser ¿Qué es
el ahí-del-ser? La existencia, el despejo del ser, el envío del ser.
Lo abierto, el darse a sí (propio a lo abierto con este mismo es el ser ¿qué es el
ser? El darse a sí mismo, propio de lo abierto: esta esencia es el hala (¿?) la casa
de ser (…) lo que importa de la determinación de la humanidad del hombre como
existencia es que o es el hombre sino el ser como la dimensión de lo extático de la
existencia.
¿Qué es el ser? ¿se le atribuye a alguien? No se le puede atribuir a
nadie, porque es justamente lo que desborda o lo que resta. Nunca es
idéntico a nada en particular, a ninguna determinación, a ninguna
referencia, a ningún sujeto que es un objeto más, a ninguna
representación. Es el darse de.
¿Qué es lo propio de la filosofía? Preguntarse por el todo, por el uno o por el ser.
Pero el hecho de que se dé, el darse del uno, el todo o el ser, es otra cosa del todo, el
uno o el ser. Es decir, que lo propiamente ser que hay en esta referencia del hombre al
ente, del hombre al mundo, ahora aceptemos hablar en términos de esa dicotomía,
aunque después deberíamos tratar de descargarla, de perder el término.
El darse de la totalidad del ente lo otro del ente, pero no es un cualquier darse. Si bien
es un darse que nos remite a una facticidad originaria, en Sartre es mucho más
in-esencial, porque el ser podría no haberse dado nunca y no podríamos decir que no
es ser en-sí, o sea que en Sartre hay un realismo ontológico, porque no necesita ser
formulado, pues ocurre el acontecimiento de una presencia al ser y a eso llamamos
“conciencia” .
En Heidegger ¿Cómo se manifiesta esto mismo? Sí, efectivamente hay un darse del
ser, del uno, del ente, de la totalidad del ente. Ahora, el darse no es lo mismo que lo
dado. Ese es el acontecimiento, pero uno que no pertenece a nadie en particular.
Para permanecer “acontecimiento” no tiene que tener ninguna figura específica,
ninguna determinación específica, sino no permanecería acontecimiento, sería un ente,
sería una parte del todo, sería otra vez un no darse del todo, sino parte de lo dado.
¿Qué es lo otro de lo dado? Lo sustraído, lo que se sustrae. Entonces, ahora
simplemente lo que habíamos dicho del planteo sartreano, que es el darse del ser
en-sí, y eso es justamente el para-sí, el hecho de que el ser en-sí se presente, ahora
tenemos la respuesta “lo otro de lo dado” à Lo otro de lo dado es lo no-dado, lo
sustraído.
Lo sustraído: sólo puede ser captado, sólo se puede tener alguna noticia de ello
cuando hay también lo no-sustraído, es decir, lo dado. Algo debe darse para que lo
sustraído se dé con lo dado. Algo debe sustraerse para que lo dado se dé. Es decir,
que el juego del darse y la sustracción, el juego del aparecer y desaparecer, el juego de
ocultarse y des-ocultarse es esencial a lo acaece. Pero si uno ahora quisiera captar el
sentido de ese juego, arribaría a la historia de lo que acaece. Es decir, para que este
juego del ocultamiento y des-ocultamiento sea una fuente de la humanitas requiere que
sea el vehículo de un sentido, y eso es la historia del ser. Es la historia del sentido del
juego de ocultamiento y des-ocultamiento, que es posible proyectar, que es posible
interpretar en el “mundo del hombre”. Dicho de otro modo, la diferencia entre el hombre
y el animal la estábamos poniendo en que mientras que el animal tiene ambiente, el
hombre tiene mundo. Ahora, es propio del ser-en-el-mundo el tener una historia,
mientras que es propio del animal no tenerla, al estar sólo encerrada en el ambiente.
La diferencia entre el hombre y el animal à es que el hombre tiene capacidad de
habla y el animal no. No estamos hablando de la historia de la especie, sino una
historia de la humanidad, estamos hablando de la historia del ser humano.
Ahora, lo que Heidegger propone como giro es que la historia del ser humano es la
historia del ser. Entonces, ¿qué es el ser? El ser es eso no pensado, no-manifestado,
no dicho, en el darse a sí mismo del hombre a través de su ser temporal. Hay que ir a
buscar la verdad del ser en la historia del ser, y por eso requiero un giro hermenéutico.
Sólo a través de la interpretación, de la lectura, de la re-apertura del sentido oculto es
que puedo acceder al ser a través de su historia.
La historia del ser: la historia de ocultarse y des-ocultarse del ser, pero que en cada
caso ocurre con alguna conformación. Por ejemplo, cada vez que tenemos una
distinción dentro de la historia del hombre, lo que hay que buscar es la verdad de esas
capítulo de la historia del hombre en la historia del ser que habló en esa historia del
hombre à Es decir, buscar como a contrapelo de la historia aquello que la historia
ocultó al manifestar lo que manifestó.
Ejemplo de Marx en la distinción entre infraestructura y supraestructura. Hay una
supraestructura que es ocultante, y hay una infraestructura que es ocultada. Hay una
idea de deformación estructural en el modo en que transcurre la historia del ser
humano. O sea, no puede no haber inautenticidad, diría Heidegger, mala fe, diría
Sartre, ideología, diría el marxismo. Pero hay un orden oculto.
Se puede trascender la mala fe, no para ser de buena fe, sino para descubrir cuál es la
condición del existente detrás de esa mala fe.
Se puede trascender la ideología, pero no para vivir un mundo sin ideología
necesariamente.
Heidegger está muy próximo a eso à está diciendo que la verdad del ser hay que
buscarla en el juego del ocultante y des-ocultante. No podemos tener el despeje total,
porque eso sería como no tener acceso a lo que sustrae. Para que haya una potencia
sustraída debe haber una actualización en alguna parte. Despejar la verdad óntica,
acceder a la verdad ontológica. Todo eso se puede emparejar con la idea de que hay
infraestructura-supraestructura, que hay verdad-ideología o enmascaramiento.
El ser tiene una historia, que es la historia del ser (la hay que desplegar el interrogante
filosófico).
Anti-humanismo en Heidegger: se puede decir que es así porque le entrega toda la
potencia al ser sacándosela al ánthropos, y diciendo además que el ánthropos si tiene
alguna potencia, eso es así porque el ser se lo permite. Si hay acceso del ánthropos a
una naturaleza no animal, a una apertura del mundo, a un orden de verdad, es porque
el ser se lo permite.
Humanismo en Heidegger: Pero en la medida en que esta es la esencia más alta de
la condición humana, en que ésta es como escribir la historia verdadera por debajo de
la historia falsa, entonces podríamos decir que hay la presunción de un modo
superiormente humano para la existencia, que éste es estar a la altura del llamado
del ser, del acontecimiento, del evento, de la ereignis, que una historia de la
humanidad que fuera la historia del acontecimiento cada vez, sería habitar la
cercanía o en el medio del pensaràel habla plenaàla verdad del ser.
Existencia auténtica à un modo realmente humano de existir, algo que no tiene nada
que ver con la condición del ser vivo o del animal, de lo natural, de lo orgánico, algo
que es como de otro orden. ¿Cuál es el método? La hermenéutica, la interpretación,
leer los textos. Entonces, la historia como un texto abierto, entender el pensamiento
como una comunicación entre esos auténticos, entre estas existencias que se envían y
se leen cartas, las cartas del ser. Y ahí enfatizaríamos una lectura “humanista” a la
Sloterdyk.
Humanismo en Sartre: es un humanismo, pero uno paradoja, pues es un humanismo
debilitado, desflacionado, “la libertad no es más que hacer algo con lo que los otros han
hecho de nosotros”. O sea, el darse del ser al volverse autoconciencia se tiene a sí
misma de algún modo y se identifica con la libertad, pero a la vez se entifica (esto
desde el lado heideggeriano) y en ese entificarse, más allá de que Sartre quiera pensar
eso como lo otro del en-sí, en ese identificarse hay una especie de falsa soberanía de
la libertad humana o del ser humano. En otras palabras, es un humanismo, pero es uno
que se va debilitando a la larga, como en “estamos condenados a ser libres”. La
conciencia ingresa en la historia y ahí se debilita en el humanismo sartreano, pero
desaparece.
Humanismo en Sartre y Heidegger: Uno de estos es humanista y el otro es
anti-humanista, en algún sentido de “humanismo”, que es un sentido anti-tradición
humanista. Pero aún en ese sentido anti-humanista, el humanismo sartreano hay una
diferencia con un humanismo de otro orden, que es el presente en Heidegger. En rigor,
en Heidegger hay una subordinación del ánthropos que dice que no es esencial el
hombre, puesto que lo esencial es el ser. ¿Qué es el ser? Insiste con la pregunta,
porque al no poder entificarse de ningún modo, al no poder conceptualizarse de algún
modo, sin que de ese modo lo traicionemos, el ser no es más que una interpretación
que no requiere de ningún interpretador, el ser es la interpretación que está ya allí, sin
que todavía la interpreten. El ser es la apertura a la interpretación, el ser es
un sentido abierto que hay que interpretar.
Hay una especie de hipóstasis del ser en este lenguaje heideggeriano del ser, y no se
puede evitar esa hipóstasis porque la gramática la exige, pero luego debe el
pensamiento corregir lo que la gramática no pudo decir y el pensar al ser no como una
hipóstasis entitativa, sino como esa sustracción por la que es posible que haya sentido,
y por la que es posible que se manifiesta entitativamente el ser.
La potencia del ánthropos sólo se manifiesta cuando se retiene, el ser sería esa
potencia retenida, sería retenida pero no a voluntad. La potencia pertenece al ser,
en ese juego de ocultarse y des-ocultarse que sitúa al ser-en-el-mundo cada vez.
Sartre à no puede mantener abierta mucho tiempo una pregunta como qué es el ser,
porque nos puede responder que el ser es eso que es, es el en-sí que es, etc. Y
cuando quiere preguntar por el para-sí, dice que es la conciencia del ser que es.
Siempre estamos en esa limitación.
Heidegger à quiere ir más allá de eso, y ubicaría a la metafísica en el quedarse en eso,
no en el ir más allá de eso.
Es decir, que mientras para uno la metafísica es abrirse a lo originario, más allá
de donde nos autoriza la descripción fenomenológica, para otro, la metafísica es
no abrirse a lo originario, más allá de lo que se manifiesta en esa descripción
conceptual de la filosofía.
En otras palabras, mientras que para uno el método filosófico es lo que nos limita
en relación a la metafísica, para el otro, el método filosófico es lo que comienza
más allá de la metafísica.
DESGRABADO 5
EXTRACTOS DE HEIDEGGER
Entonces acá la noción moderna de sujeto, como par polar de sujeto-objeto, eso, es
ciertamente, Heidegger no lo admite, pues esa es una conceptualización equivocada à y ahí
aparece su formulación en el análisis existenciario del dasein, y así formula que “conocer” a
través de representaciones no es lo propio del existente.
Pensar: la verdad no es una correspondencia entre las representaciones del sujeto y el objeto.
La verdad es des-ocultamiento del ser del ente. El dasein, que es ese deíctico, que es el
ahí-del-ser, está en una situación en la que el ser se le oculta y se le manifiesta. Entonces, el
pensar es el procurar, el estar en ese estado de alerta o de escucha (aunque no dice que hay
que “callar”).
Diferencia Heidegger y Solterdky à Sloterdyk le reprocha a Heidegger no tener en cuenta el
proceso de hominización del hombre, no tener en cuenta cómo se fue produciendo la
humanidad. A eso lo llama desde el punto de vista antropológico “el proceso de hominización”.
Las afirmación de Heidegger no pretenden ser afirmaciones históricas o empíricas, sino
ontológicas. No está hablando de cómo es el hombre, sino que está hablando de las
condiciones de posibilidad del modo de ser de aquel ente que se pregunta por el ser. Y también
Heidegger la respondería que la propuesta de Sloterdyk sería como una continuación de la
entificación, pero no solamente la entificación porque hay una conceptualización del hombre,
sino que en su corporación filosófica hay la propuesta de la intervención deliberada y
consciente de producir hombre.