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Un análisis sobre la preocupante tendencia que existe entre algunos católicos que aman las

enseñanzas tradicionales e imperecederas de la Iglesia.

Sedevacantismo es una palabra muy larga que significa, literalmente, que la Santa Sede está
vacante. Actualmente, indica la creencia de que la persona que ocupa la silla de San Pedro no es
el Papa real, sino solamente un impostor sin ningún derecho a desempeñar el oficio papal.

La razón aducida por los sedevacantistas es que la crisis de la Iglesia está respaldada por el
Obispo de Roma. Afirman que por omisión o comisión, el Papa está promoviendo errores y
herejías como la nueva Misa, el ecumenismo, la libertad religiosa y la colegialidad. Los
sedevacantistas piensan que un verdadero Papa no puede ser responsable por una crisis de este
tipo.

Esta misma crisis ha producido también otro grupo, el de los neo-conservadores, que se
adhieren a todo lo que el Papa diga, por el simple hecho de ser el Papa. De este modo, son
llevados a aceptar las falsas enseñanzas provenientes del Concilio Vaticano II mencionadas
arriba.

Es muy interesante el hecho de que ambos grupos, tanto los neo-conservadores como los
sedevacantistas, emplean el mismo principio: “El Papa es infalible en todo, y lo que enseña es
verdad y es bueno.” La diferencia radica en cómo se aplica este principio (de la infalibilidad). Los
conservadores afirman que dado que Vaticano II obtuvo la aprobación papal, debemos aceptar
ciegamente sus enseñanzas, buenas y verdaderas, sin importar lo preocupados que podamos
sentirnos al respecto. Los sedevacantistas sostienen que como el Vaticano II promueve herejías,
su autoridad no puede provenir del verdadero Papa. He aquí el perfecto dilema: ¡o neo-
conservador o sedevacantista!

La solución del dilema radica en el principio mismo. La infalibilidad no es un pase universal para
absolutamente todo lo que salga de la boca del Papa o todo lo que diga Roma. Está limitada a
declaraciones específicas, que deben cumplir con ciertas condiciones determinadas para tener su
protección. Esta protección no aplica ni a los documentos del Concilio Vaticano II ni a la
legislación en torno a la Nueva Misa.

Monseñor Lefebvre, en su conocimiento de la política romana y sabiduría sobrenatural, conocía


los principales asuntos que tuvieron lugar durante el Concilio Vaticano II: presidió el Coetus, que
fue el grupo formado por los obispos en oposición a los modernistas provenientes de los países
del Rin. A diferencia de los sedevacantistas, el santo obispo no se escandalizó por la
tergiversación tan terrible que sufrieron la fe y la Misa bajo el nombre de ecumenismo. Luchó
como un león contra la Roma modernista, y sin embargo, reconocía la autoridad del Pontífice
romano. Actuó en la misma forma en que un niño bueno lo haría al resistirse a un padre que le
pide que robe, sin dejar por eso de reconocerlo como padre.

Algunos sedevacantistas objetan que los sacerdotes tradicionalistas (incluyendo a la FSSPX)


invocan a la persona del Papa diciendo “una cum” en el Canon de la Misa. Para ellos ser “una
cum” es tanto como decir “Amén” a las herejías promovidas por el Papa. En realidad, la
traducción más exacta del término es que rezamos por el Papa, como cabeza visible que es de la
Iglesia.

Por muy tentadora que pueda parecer a estas alturas la opción del sedevacantismo, debemos
resistirnos a caer en este error. Sin embargo, esto no significa que debamos alinearnos con los
neo-conservadores que toman cada declaración papal como cuasi infalible. Recordemos que en
la historia de la Iglesia ha habido santos y varones santos que han considerado necesario
resistirse al Papa sin llegar a convertirse en sedevacantistas. Esta es la razón por la que
Monseñor Lefebvre, aun con toda su oposición a la Roma modernista, nunca adoptó esta
postura, y le prohibió prudentemente a los sacerdotes de la FSSPX profesarla.

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