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América Latina y su «justicia politizada»

Estrada, Gaspard, Nueva sociedad, Junio 2018

América Latina tiene una larga historia de justicia politizada y de política judicializada. Con los
gobiernos y las legislaturas enfrentando una profunda crisis de credibilidad, la judicatura se ha
convertido en un actor importante. El problema es que, como lo demuestra el juicio a Lula da
Silva, muchos administradores de justicia están actuando como políticos antes que como
abogados o magistrados independientes.

En abril, el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se rindió a la policía para comenzar a
cumplir una sentencia de prisión de 12 años por corrupción pasiva y lavado de dinero. Fue el
último de una serie de arrestos y procesamientos de líderes políticos y económicos
latinoamericanos. La tendencia comenzó hace cuatro años con el estallido del escándalo de
sobornos del grupo brasileño Odebrecht. Pero si bien se necesita con urgencia una acción contra la
corrupción, el enfoque cada vez más politizado de estos procedimientos está colocando a toda la
región en una pendiente resbaladiza.

Con los gobiernos y las legislaturas de América Latina enfrentando una profunda crisis de
credibilidad, la judicatura se ha convertido en un actor importante en algunos países. En Brasil, por
ejemplo, figuras involucradas en la operación Lava Jato (una investigación en curso sobre la
corrupción a gran escala en la petrolera estatal Petrobras), como Deltan Dallagnol -el coordinador
del grupo de trabajo en el Ministerio Publico-, y Sergio Moro -el juez a cargo de la investigación-,
se han convertido en verdaderos actores políticos. Su influencia excede por mucho su papel como
abogados, magistrados o jueces de tribunales de primera instancia.

El problema real, sin embargo, es que funcionarios como Moro han transformado la acción judicial
contra la corrupción en una cruzada moral y política, por la cual están dispuestos a doblegar la ley.
Los magistrados de la Corte Suprema argumentan que, para poder encarcelar a Lula antes de la
campaña presidencial de 2018, Moro ha desobedecido las reglas del procedimiento penal y
manipulado los mecanismos de detención preventiva. Moro admite en su veredicto que está
condenando a Lula sin ninguna evidencia directa de un acto ilícito.

Enfrentar a políticos corruptos y líderes empresariales es el tipo de causa que generalmente


recibiría un amplio apoyo popular. Sin embargo, debido al enfoque activista de la judicatura, el
51% de los brasileños desaprueba las acciones de Moro, que incluyen la condena por corrupción
de Lula en 2017.

América Latina tiene una larga historia de justicia politizada y de política judicializada. Como dijo el
presidente mexicano, Benito Juárez, en el siglo diecinueve: «Para mis amigos, gracia y justicia;
para mis enemigos, la ley». Desafortunadamente, ese sentimiento sigue siendo muy popular en
gran parte de Latinoamérica en la actualidad.
En México, la oficina del procurador general de la Republica, que lleva meses acéfala, ha sido
reacia a perseguir a políticos cercanos al gobierno que, según el Departamento de Justicia de
Estados Unidos, estaban involucrados en sobornos relacionados con Odebrecht. Por el contrario,
la misma oficina ha realizado ansiosamente una investigación de lavado de dinero contra Ricardo
Anaya, uno de los candidatos presidenciales de la oposición.

Sin embargo, incluso cuando Anaya ha sido víctima del activismo judicial, uno de sus principales
asesores es Santiago Creel, que orquestó la acusación hace 13 años en contra del ex alcalde de la
ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, para evitar que éste se postule a la presidencia.

En otro ejemplo más de la politización de las investigaciones sobre corrupción, el presidente


peruano, Pedro Pablo Kuczynski, renunció en vísperas de un voto de destitución precipitado por
sus vínculos con Odebrecht, luego del lanzamiento de grabaciones de video que mostraban a
aliados clave tratando de comprar el apoyo de los legisladores de la oposición. Pero esos videos no
fueron expuestos como resultado de una investigación judicial independiente, sino más bien como
parte de una disputa política entre los hijos del ex dictador Alberto Fujimori sobre el control del
Congreso (y efectivamente sobre el país).

Pero Brasil es el que sirve de modelo por excelencia para los procedimientos judiciales impulsados
por motivos políticos. La mayoría de la opinión pública brasileña cree que la ex presidenta Dilma
Rousseff fue acusada por corrupción. En los hechos, fue acusada de usar una maniobra contable,
utilizada por presidentes anteriores sin mayores consecuencias, para reducir los déficits del
gobierno de manera temporal. Según un fiscal del ministerio público, Rousseff no cometió ningún
crimen de responsabilidad que justifique su destitución.

No se puede decir lo mismo del reemplazante de Rousseff, Michel Temer, que ha logrado evitar
dos intentos de juicio político comprando apoyo político en el Congreso. De hecho, hay
grabaciones de Temer que supuestamente autoriza pagos de silencio a Eduardo Cunha, un ex
presidente de la Cámara Baja que está en prisión por su participación en el escándalo de
Petrobras.

Aécio Neves, quien perdió las elecciones presidenciales ante Rousseff en 2014, será juzgado por
cargos de corrupción y obstrucción a la justicia. Pero los jueces a cargo de la investigación no se
han movido tan rápido como lo hicieron Moro y sus colegas en el caso Lula, a pesar de que el caso
Neves está respaldado por pruebas mucho más sólidas.

«La ley es para todos», declararon los partidarios de Sergio Moro. Están en lo correcto. Pero eso
significa que la ley también debe ser para Lula, quien ha sido víctima de una verdadera
persecución judicial, mediática y política en los últimos cuatro años. Es por eso que líderes
mundiales, académicos globales y ganadores del Premio Nobel de la Paz, incluidos el ex presidente
francés François Hollande, el economista Thomas Piketty y el activista Adolfo Pérez Esquivel,
firmaron varios desplegados en favor de Lula.
Nada de esto quiere decir que no sea necesario que la justicia enjuicie a los políticos y a otras
figuras poderosas por corrupción. Por el contrario, la operación Lava Jato ha dejado en evidencia
la relación incestuosa entre el dinero y la política en América Latina.

Pero cuando los jueces eluden el estado de derecho, lo debilitan. Y cuando esas tácticas sirven
para fines políticos, como lo han hecho en Brasil, los jueces ponen en peligro la democracia
misma.

En cualquier caso, la ola de activismo judicial que los escándalos recientes han estimulado hasta
ahora ha producido poco o ningún cambio real. En particular, no ha habido una reforma electoral
o de financiamiento de campaña, porque eso requeriría el apoyo de los agentes del poder político
y económico que se benefician del sistema actual. La declaración de Moro de que la operación
Lava Jato puede estar llegando a su fin ha debilitado aún más su incentivo para actuar.

Desde Brasil hasta México, quienes tienen la tarea de defender el Estado de Derecho están cada
vez más ejerciendo la administración de la justicia con fines partidistas. En un momento de
intensificación de la polarización política, este no es un buen augurio para el futuro de América
Latina.

Fuente: Project Syndicate

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