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Mi compadre Juan Valero

y la revolución

Capítulo 1

Yo estaba muy aburrido en Caracas porque no había podido conocer personalmente


al comandante Chávez y, mucho menos había logrado, que él leyera mi conferencia:
“¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar?”

Me había conseguido dos amigos comunistas, no de los comunistas de influencia


soviética, sino de una nueva versión «crítica» del comunismo. Ellos, al principio,
estaban dudando de ayudarme a conseguir trabajo, porque “un bolivariano
caudillista –como era yo- era un impedimento para desarrollar la lucha de clases”.

Cuando Chávez le dijo a los comunistas que él quería hacer una revolución ellos le
pusieron la cara más seria que tenían y le dijeron que no, “que primero había que
esperar a que se dieran las condiciones objetivas y subjetivas para…” entonces

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Chávez, los miró así como cuando él miraba con esa sonrisa espontánea y burlona,
y les dijo: “entonces yo voy a hacer la revolución sólo sin ustedes”. Y cuando años
después, Chávez ganó sólo la revolución, estos mismos comunistas le pidieron una
cita para que él los dejara -ahora sí- participar en la revolución. Pero como Chávez
no era bobo y sabía que ellos lo único que querían eran puestos en el gobierno,
entonces Chávez no los atendió, pero, sí ordenó que les dieran alguna cuota
burocrática en uno de los tantos ministerios que él se inventó. Y cuando estos
comunistas se dieron cuenta que ahora eran nómina de la revolución, pelaron sus
dientes y se compraron una franela con la imagen de Chávez y unas boinas rojas de
esas baratas que se conseguían en el centro.

Un día, uno de mis amigos comunistas «críticos» me invitó a tomar unas cervezas
en el centro, en un restaurante de italianos, donde no se vendía comida sino cervezas
y donde la gente jugaba cartas y dominó. Los italianos como siempre, tan blancos y
tan elegantes, cuando nos vieron entrar por la puerta, nos miraron como con cara de
ahí llegaron dos nadies. Nosotros éramos los únicos negros y bajitos de ese lugar.
Mi amigo comunista, estaba muy orgulloso de su identidad revolucionaria y
siempre hablaba duro con un tono de voz como la voz de Vito Corleone. Y me dijo
muy despacio: “colombiano te vamos a ayudar, pero olvídate de enseñar a Bolívar,
estamos de Bolívar hasta los huevos, volvete serio y apréndete de memoria nuestro
último manifiesto crítico de la revolución. Nosotros somos chavistas, pero
temporalmente, tenemos hombres en cada una de las partes del gobierno, pero no
porque nos interese trabajar, sino porque queremos ir ganando posiciones
estratégicas para cuando se den las condiciones objetivas y subjetivas. No hables
tanto colombiano que vos sos muy boquiabierto. Al principio no te van a pagar
porque primero te deben conocer, ya después con el tiempo si te haces querer, de
pronto te pagan, mientras tanto ve conociendo a la gente, colombiano, y vete
leyendo este manifiesto crítico de la revolución que lo acabamos de hacer”. Yo le dije
que bueno señor, que gracias por ayudarme y que sí me podía tomar otra cerveza,

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de esas que vienen en las botellas azulitas, y él me dijo que sí, pero que una no más
porque los revolucionarios no podíamos ser borrachos.

Un día yo estaba sólo por la noche en un hospedaje de un canal comunitario en


Caricuao pensando en una muchacha y mi amigo comunista me llamó y me dijo que
organizara mis maletas que nos íbamos para Guárico al otro día cuando saliera el
sol, que nos íbamos a encontrar en la estación del metro que se llamaba La rinconada.
Ya no me acuerdo porque esa noche yo tenía plata y me compré una botella de cocuy
del barato del que venden en una botella de plástico, de ese mismo Cocuy que me
había enseñado a tomar mi amiga Yakelin, entonces terminé borracho escuchando
unas canciones de Mercedes Sosa y escribiendo un diario que solo leían cuatro
personas.

Cuando salió el sol en Caricuao yo me levanté con un guayabo muy duro, pero no
se llamaba guayabo, sino ratón, porque en Venezuela uno no se levanta
enguayabado sino enratonado. No tenía con que desayunar entonces lo único que
tomé fue de esa agüita fría que sale en chorrito de una maquina cuando uno le
aprieta un botón. Iba muy triste porque a pesar de todo yo había vivido muy bueno
en Caracas. Me había conseguido una novia argentina pero que solo me duró una
semana porque ella se había ido para Venezuela era a pasear y no hablar de política
y yo nunca tenía un Bolívar para invitarla a nada. Me había conseguido unas buenas
amigas para beber y comer, que me ayudaron a vivir en Caracas. En seis largos
meses solo pude acostarme dos veces con una mujer, una vez con la argentina pero
ella se enojó porque yo no sabía follar, y con otra que era, para desventaja mía, muy
buena persona pero muy vieja. En ellas iba yo pensando triste, con mi única maleta,
y con un cuadro de Bolívar que yo cargaba para todos lados, para que la gente se
acabara de convencer de que yo era bolivariano. Pero ese cuadro me estorbó mucho
en el metro de Caracas y la gente que siempre se levantaba malhumorada para ir a
trabajar, porque ciertamente trabajar es muy maluco y por eso es que le pagan a uno,

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me miraban con rabia por mi cuadro de Bolívar. Pero yo me aferraba a él porque ese
cuadro de Bolívar era lo único de valor que yo tenía en la vida. Cuando mi amigo
comunista me vio llegar con el cuadro de Bolívar, se ofuscó, y me miró con cara de
este colombiano si es güevón. Me dijo sin disimular su enfado que el cuadro no iba
para Guárico que él me lo guardaba en su apartamento de revolucionario en
Caracas, y yo le dije que no, que yo ese cuadro no lo soltaba por nada del mundo, y
lo miré con cara de que yo no confío en usted. Él siguió enfadado, y apresuró el paso,
y yo lo seguí con mi cuadro y con mi maleta.

Yo estaba muy asombrado porque yo pensaba que en el Llano uno veía muchas
vacas, pero en este Llano solo había manga. En todo el camino no pude ver ni un
sólo animalito. Yo iba muy incómodo en el bus porque tenía una necesidad
apremiante de ir al excusado, pero todos los baños de las terminales de transporte
en Venezuela nunca tienen papel higiénico, es que ni pagando tienen. Y yo pensaba
muy afligido preguntándome a mí mismo qué carajos iba a dejar yo en el excusado
si lo único que tenía en la barriga era Cocuy y agua fría de chorrito. Mientras tanto
mi amigo comunista me hablaba de cómo el camarada Stalin no era tan malo como
decía la gente, que incluso el camarada Che Guevara admiraba mucho al camarada
Stalin, que incluso llevaba una estampita del camarada Stalin en su billetera en la
selva. Yo miraba a mí camarada amigo comunista con cara de filósofo preocupado
y él se alegraba porque yo estaba aprendiendo del comunismo, pero mi cara de
preocupado era porque yo quería ir a un excusado limpio y con papel higiénico. Al
rato yo no sé de donde saqué voluntad y le dije a mi amigo comunista qué por qué
este Llano tan grande no tiene ni una vaca y él me dijo: "¡Ay¡ colombiano usted si es
bruto, las vacas están en el Apure, en Guárico sólo hay maíz". Yo lo miré con
asombro y volví a mirar por la ventana del bus.

Frank David Bedoya Muñoz


Itagüí, 14 de agosto de 2016

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Capítulo 2

Cuando uno veía, por casualidad, a un presidente de una empresa grande en

Colombia, uno veía a un pavo real vestido de corbata, lentes oscuros, cabello rubio,
dientes blancos resplandecientes y una mirada de desdén por el resto del mundo,
que uno pensaba que a esos señores, solamente les hacía falta hacer milagros para
que los confundieran con dios. De esto me acordé cuando mi amigo comunista me
presentó al presidente de la Empresa Socialista de Riego Río Tiznados y a su equipo
de gerentes y asesores. Al contrario de los empresarios colombianos, los empresarios
venezolanos mostraban en sus atuendos y en sus poses, una espontaneidad, una
rudeza, una jovialidad tan esplendida que uno con ellos, sí que quedaba asombrado
de verdad; ellos, con unas características más de caudillos que las que tenían los
señoritos empresarios, hijos de papi, que se ven en Colombia. Claro está, que estos
empresarios que yo estaba conociendo en Guárico eran llaneros, chavistas y
revolucionarios. No digo que en Caracas no haya otro tipo de empresarios, igualitos
a todos los del narcicismo del capitalismo. Pero no, éstos que acababa de conocer
que eran pueblo pueblo; pueblo con plata. Ellos vieron llegar primero a mi amigo
comunista que me adelantó el paso, ellos lo respetaban un poco; no mucho, me
enteré después, pero si lo respetaban un poco, porque era un camarada de la ciudad,
cuota burocrática del chavismo. Mi amigo comunista me había dicho, antes de llegar,
que esos gerentes de la empresa socialista eran en jerarquía inferiores a él, pero que
ellos no lo sabían. Yo lo miré con asombro, pero luego me enteré que los que tenían
verdaderamente poder eran ellos y no se daban tantas ínfulas o por lo menos no se
la daban con la palabra. Así llegamos pues, yo llegaba arrastrando mi maleta y mi
cuadro de Bolívar, hasta que llegué donde los gerentes, estaban en un galpón, el día
era soleado, estaban echando bromas, y no como he dicho, en una sala de juntas
encerrados, sino como si estuvieran en una gallera, ellos me miraron y al verme con
ese cuadro de Bolívar, me vieron como cuando uno ve llegar un niño con un juguete,
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o sea que no me admiraron en ese primer instante como bolivariano, sino que me
vieron con afecto, porque me veían como un niño de cuatro años exhibiendo su
juguete predilecto. Yo les sonreí y les dije mi nombre, pero ellos nunca me lo
escucharon y desde ese instante me bautizaron “Colombia”.

Mi amigo comunista me hizo un recorrido por las instalaciones de la empresa, luego


me dejó solo a ratos para él sostener unas reuniones “secretas” donde yo no podía
estar. Y yo ahí calladito, en unas habitaciones que serían mi “vivienda” durante dos
largos años y medio (pero eso no lo sabía aún); estaba pues ahí yo desempacando
mis libritos, mis deshilachadas prendas y mi cuadro de Bolívar, que de tanto ajetreo,
el óleo seco en algunas partes del rostro del Libertador ya se estaba resquebrajando.
Mi amigo comunista finalmente, antes de irse, me iba indicando con cautela, quién
era quién en la empresa, “colombiano, aquel es peligroso, cuidado qué habla con él;
aquel otro es muy importante, se discreto con él; aquel otro es insignificante pero es
muy chismoso…. aquel otro es muy peligroso, etc.” me hizo tantas advertencias, que
yo me confundí y con los peligrosos no tuve cuidado y con los no peligrosos le temí
y me alejé de ellos, total que los confundí a todos, como se verá después, para suerte
mía; si yo le hubiera hecho caso en todo a mí amigo comunista, no hubiera durado
allá tres días, pero como fui yo, así como soy yo de desfachatado, y por eso mismo
allá triunfé. Mi amigo, camarada comunista, al otro día se fue, se regresaba para
Caracas, me dejaba instalado en lo profundo de los Llanos centrales venezolanos, en
la profundidad de la revolución. Yo sentí un alivio cuando mi amigo comunista se
fue, me tenía mamado, (no mamado de mamar) sino la palabra “mamado” que
utilizamos en Medellín para decir que otro lo tiene a uno cansado por su intensidad.
Ah pero antes de irse, me dijo en el lenguaje de su misterioso comunismo, que
teníamos que elegir un alias para mí, y me sugirió el alias: “Zamora”. Como yo ya
sabía quién era Zamora, no hay que olvidar que yo era historiador. Yo no quería que
me confundieran con el primer Zamora, entonces le dije que no, que Zamora no, que

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mejor: “Zamora II”. Él me miró con cara de desconsuelo y de ¿¡ay! de dónde me
sacaría yo a este colombiano loco?! No me dijo nada más y se marchó.

Tengo que decir en pocas palabras ¿qué era –cuando yo la conocí- la Empresa
Socialista de Riego Río Tiznados? ¿Cómo era esta empresa que sería mi hogar en
Venezuela durante dos años y algo más? Lo tengo que decir con pocas palabras,
porque el autor de ese cuento necesita que esto sea un cuento, no una novela, ni un
ensayo de un historiador lleno de argumentos, el autor de este cuento, necesita
contar esta historia con brevedad y con desfachatez, así como es él en esencia, antes
de ser historiador.

A los pocos días de estar en la empresa vi a un hombre caminando con una mirada
altiva, el ceño fruncido, un bigote que se cerraba en estilo candado, bien cuidado
como si fuera el de bigote de un francés, una mirada seria, mezcla entre un Don Juan
y un dictador. A este hombre le faltaba su brazo izquierdo, todo el brazo completo
no estaba desde el hombro, pero en su caminar, en sus movimientos este llanero
soberbio e imperioso se movía como si no le faltara un brazo. Este hombre se llamaba
Juan Valero, era el gerente general de la empresa.

Días después, conocí a otro gerente, éste era el gerente de producción, este casi no
se veía en la empresa, se mantenía en el campo, era un hombre robusto, con
características indianas, era astuto, jovial, escurridizo, un día por la ventana, que era
su oficina, la que nunca utilizaba, desde esa ventana me llamó, “¡Ey! ¡Colombia! Ven,
y me lanzó una bolsa pequeña, en su interior había un cepillo de dientes nuevo, y
una crema de dientes, nueva también”. Yo me quedé sorprendido. Este hombre,
caudillo de pura cepa, se había enterado de los penurias domesticas que yo vivía
ahí, que tenía un cepillo viejo que traía de Medellín, que ya era más base de plástico
que hilos para cepillar. Este gerente generoso y solidario con el colombiano se
llamaba Jean Carlos Díaz.

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Antes de que Chávez hiciera la revolución, en estos Llanos, los godos (es decir, los
de la IV República) habían construido una represa para darle agua a las tierras secas
del llano, así como lo hacían todos los godos, esta represa quedó incompleta en sus
canales de riego y sólo era pensanda para beneficiar a los mismos ricos hacendados
de siempre. Como Chávez amaba el llano y pensaba en todos los rincones olvidados
del país, ordenó reactivar la represa y terminar de construir los canales de riego, y
contrató a una constructora canadiense para que construyera un complejo
agroindustrial con los estándares de la más alta calidad productiva del mundo, con
nueve silos con la capacidad de acondicionar y procesar cincuenta y cuatro millones
de kilos de maíz. El lugar era hermoso, me dan ganas de acompañar este cuento con
fotografías del lugar, pero mejor no, para no distraer al lector, después agregamos
las fotografías en una edición conmemorativa del cuento.

Los llaneros siempre hablan como cantadito, en voz fuerte y como cantadito, como
si todo lo que hablaran fueran versos para una canción llanera. Hablaban poco,
hablaban o para echar bromas, o para estar en silencio, mejor de plano ya no
hablaban y lo miraban a uno con desdén, para luego volver a sonreír y volverle a
echar una broma a uno. Una de las bromas que más les gustaba jugarme era con el
verbo “coger” de coger alguna cosa, o esperar en carretera para que lo “recogiera”
alguien, y los antioqueños utilizamos mucho el verbo “coger” del significado
“coger” pero con total inocencia. Pero para los llaneros el verbo “coger” en
cualquiera de sus acepciones o contexto significa “copular”. Yo tuve que ir
eliminando paulatinamente de mi léxico el verbo “coger”. Los llaneros también,
cada vez que tienen una discusión, hablan como si estuvieran peleando, pero no
pelean de verdad, hablan como si se fueran a dar golpes, pero no se dan golpes, sino
que hablan así. Tenía razón, Fernando González, cada venezolano lleva en su alma
un dictador. A propósito de dictadores. Debo hacer un paréntesis en este cuento. Al
autor de este cuento, siempre le ha parecido que es más conveniente para un pueblo
tener un dictador de izquierda en el poder, que un presidente de derecha elegido

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por votos en una democracia. El autor de este cuento aprendió con Bolívar que la
democracia moderna es una farsa. Fin del paréntesis. Todos los comunistas e
intelectuales que llegaban a Tiznados, tarde o temprano, fracasaban. Yo no fracasé
porque yo intuitivamente había dejado mi ego de intelectual, guardado en mi maleta
con mis trapos, con mis libros y con mi cuadro de Bolívar. Yo, recién llegado a la
empresa, le presenté a todos -a obreros y a gerentes- una conferencia que titulé: “La
importancia geopolítica de la revolución bolivariana en el mundo”, allí saqué todas
mis dotes de cuentero y erudición, y fasciné a más de trecientos llaneros que me
escucharon alrededor de una hora en completo silencio y luego me aplaudieron
como si no hubiesen estado escuchando a un historiador colombiano, sino como si
les hubiera acabado de cantar Vitico Castillo. Después de eso instantes de gloria.
Juan Valero, con su altivez alzó la única mano que tenía y dijo fuerte: “Muy bien
todo lo que dices colombiano, admirable, te felicito… pero en el llano hay un dicho
que dice: colombiano que no la caga a la entrada la caga a la salida” y todos los
trecientos llaneros que habían allí se echaron a reír a carcajadas, tanta que hasta yo
me puse a reír. Yo, que soy un hijo de padre campesino, de abuelo campesino, y yo
que ya sabía, que por neurosis urbana, era un completo desastre para las tareas
físicas, que era intelectual, pero porque no sabía “coger no” tomar un martillo, por
eso era intelectual, decidí a provechar que estaba en una empresa agrícola, le pedí el
favor a los asesores cubanos que en las mañanas me enseñaran a labrar la tierra y
me enseñaran a sembrar. Así que yo por las mañanas era agricultor y para las tardes
dejé el historiador, así que por esa sola razón, triunfé con los llaneros, porque yo
antes de hablares “paja” como dicen ellos, yo lo que hice fue poner a trabar la tierra
como ellos. Un día me fui para el área donde sembraban tómate a cielo abierto, en
una planicie de doscientas hectáreas donde no había un solo árbol para hacer
sombra, cuando yo llegué el coordinador de ese espacio me dijo, como con un poco
de respeto por mi autoridad intelectual, y me dijo: “no, Colombia, usted no se ponga
a pasar trabajos duros, usted acá nos sirve como supervisor del personal”. Y yo le
dije que no, que de ni ninguna manera. Que yo iba a ser el trabajo duro como todos.

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Menos mal que en ese tiempo mi columna estaba sana y pude agacharme repetidas
veces, en esa inmensa planicie, bajo el sol inclemente del llano, plantando aquellas
plantulitas de tómate que nunca se irán de mi memoria. Otro día con Matute el jefe
de la cocina de la empresa y con sus cocineras, ya que me habían tomado afecto por
ser aquel “Colombia” loco, un día me puse a explicarles cuál era la diferencia entre
capitalismo, socialismo y comunismo. Ellos me miraban asombrados porque por fin
entendían eso. Pero luego Matute con su sonrisa lúcida y con su acento de llanero
me dijo: “¿Colombia pero de qué te sirve tanto, saber tantas cosas, si después te da
miedo ir a cazar de noche con nosotros a conseguir la comida que nos estamos
comiendo?”, se reía con afecto de mí, mientras me daba otra deliciosa arepa llanera.
Y yo aprendí ahí, que un hombre que no sea capaz de conseguir él mismo la propia
comida que se come, no sirve de nada, por más ilustrado que sea.

El presidente de la Empresa Socialista de Riego Río Tizando se llama Juan José


Jiménez, es un hombre gigante, sonriente, pero que cuando está bravo, hasta las
piedras se esconden, en el fondo es un hombre tierno, muy enamoradizo y muy
querendón de los amigos y de la familia. JJJ sí es el verdadero líder de esta región
del llano, en verdad tiene un alma de dictador, un dictador bueno de izquierda.
Pronto yo aprendí a quererlo y admirarlo, aunque le ocasioné algunas rabias. Un día
en una de la reuniones, el como buen caudillo sabía cuándo darme la palabra y
cuándo no, cuándo debía ocultarme, por bienestar de ellos y el mío además. Un día
que me dio la palabra, yo le dije delante de todo el mundo, que a mí me parecía una
injusticia que en esa empresa que era socialista, no había equidad para dormir, dado
que allá en las habitaciones en la empresa había tres tipos de seres humanos, según
durmieran, los seres humanos de primera categoría que tenían una habitación sola
para ellos con aire acondicionado, los seres humanos de segunda categoría que
dormíamos de a veinte en una habitación más grande con aire acondicionado (en
esta categoría me encontraba yo), y finalmente los ciudadanos de tercera categoría
que dormían en alguna litera en el corredor sin aire acondicionado). JJJ se paró

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furioso de la mesa porque yo me atreví a señalar ese defecto del socialismo y todos
temimos que ese gigante me echara a patadas de ese lugar, pero no, sólo defendió
airadamente, que poco a poco se irían acabando los privilegios, empezando por él.
Igual la discusión con el tiempo sirvió porque de la empresa desaparecieron los seres
humanos de tercera categoría y solo quedamos los de la primera categoría y los de
la segunda categoría.

JJJ era, o sigue siendo donde esté ahora mismo, un gran hombre noble, llanero
auténtico, un buen hijo de Chávez, y si tiene suerte llegará muy alto, un dictador de
izquierda, como aquellos, que está convencido el autor de este cuento, nos serían
más benéficos a nuestros pueblos, que los por ejemplo, demagogos cobardes
sinvergüenzas corruptos de derecha que hemos tenido en Colombia elegidos por la
democracia “pura”, que nos han conducido a tantas calamidades.

Yo decidí, desde que llegué a la empresa (julio de 2012) decidí que hasta el glorioso
día 7 de octubre de 2012, cuando Chávez triunfaría por última vez en las urnas, y
fuera proclamado, elegido nuevamente como líder supremo de la República
Bolivariana de Venezuela, yo, durante esos meses no me iba a preocupar por
conseguir trabajo, sino que me iba a dedicar a disfrutar de la vida llanera, de mi
aventura venezolana, por ahí escribí un diario, que tiene algún valor, pero aún
escribía como historiador serio, iba a disfrutar de una de las campañas
presidenciales más apasionadas de la izquierda en América Latina, la última
campaña presidencial del comandante Chávez.

Yo, creía que el día del triunfo de Chávez, en la noche del 7 de octubre, JJJ iba a hacer
una fiesta descomunal que duraría como 8 días. Pero no, para asombro mío, esa
noche en la empresa no pasó nada. JJJ con esa cara de serio que él ponía, me dijo:
“No, Colombia, mañana vemos como celebramos, recuerda que esta empresa es del
Estado acá no podemos estar “jartando” (bebiendo)”. Yo entonces sentí mi felicidad

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inmensa porque había ganado Chávez y como pude me fui a dormir. Pero al otro
día, cuando madrugué a donde Matute a desayunar, de las habitaciones a la cocina
y al comedor había como diez y siete cuadras, iba yo caminando cuando me paró en
seco, un conductor de la empresa, alegre, el más llanero de los llaneros, y llevaba
consigo una botella de “Chimeniao” un brandy barato, que no era brandy original,
sino una juagadura, mezcla de agua, colorante de brandy y mucho alcohol. Ese día,
el llanero me dijo: “Colombia que te vas a ir a desayunar, vamos celebrar el triunfo
del comandante”, yo no lo dudé y me monté a ese camión y en ayunas comencé a
tomar Chimeniao. Ese día increíblemente yo tenía en mis bolsillos como 800
bolívares, en billetes de eso verdes bonitos, de cincuenta bolívares, y todo ese dinero
nos lo compramos en Chimeniao. Era tanta la embriaguez al medio día que ya no
recuerdo muy bien el rumbo de los acontecimientos, al llanero que iba manejando
el camión y que me metió en el vicio del chimeniao, efectivamente días después lo
despidieron de la empresa por la falta grave de irse a beber con un colombiano y en
un carro oficial. Fue tanta la borrachera que nos fuimos para otra represa, que
quedaba a tres horas de la empresa, la represa de Calabozo que es inmensamente
bella como un mar. Era tanta mi irracionalidad, que yo que no sé nadar, me tiré a
“nadar” a la represa corriendo el riesgo de morir ahogado ebrio, o comido por un
cocodrilo; pero no, sobreviví; para fortuna de ustedes desconocidos lectores que
están leyendo este cuento años después. En la noche regresamos borrachos como
caballos asoleados aun en el camión, llegamos a uno de los pueblos cercanos, y allí
estaban todos los trabajadores de la empresa con JJJ celebrando. En el círculo más
íntimo de JJJ estaban tomando el mejor wisky. Yo, con una borrachera de un día, me
le acerqué a JJJ, y le dije delante de todo el mundo estas palabras: (las que me
contaron luego, que les dije, porque obviamente no me acuerdo de nada esa noche)
“¡¡¡¿Juan esta es la revolución socialista de ustedes!!!? ¿¡¡¡Ustedes los gerentes
tomando wisky y nosotros, el proletariado, tomando esta mierda de chimeniao!!!?
Cuenta la leyenda, que JJJ con mucha calma, le ordenó a sus escoltas que se llevaran
al colombiano a la empresa a dormir porque se había pasado de tragos.

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El 8 de octubre de 2012, yo me levanté con el más fuerte guayabo (ratón) de mi vida
y con la mayor vergüenza y el más grande sentimiento de culpa que pudo haber
tenido un ser humano en su existencia, me levanté muy temprano, me bañé, me
cepillé los dientes con mi cepillo de dientes que me había regalado Jean Carlos,
obviamente el tufo no se me quitó con la cepillada, y me dirigí muy lentamente, con
los pasos más lentos de mi vida, muy despacio, casi que caminando para atrás, hacia
la oficina de JJJ, eran las siete de la mañana.

Frank David Bedoya Muñoz


16 de Agosto de 2016

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