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TANGUEROS
REDACCIÓN
Daniel Antoniotti
José María Kokubu
Luciano Maia
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar
nº 13 - 2019
1
ÍNDICE
Presentación p. 3
Minucias tangueras p. 21
2
PRESENTACIÓN
R.L.
3
UN CURIOSO SONETO
DE JOSÉ GONZÁLEZ CASTILLO
1
Una vieja antología me hizo conocer este soneto, muy tanguero y popular. [R.L.]
4
SOBRE TIEMPOS VIEJOS
WASHINGTON BADO
5
Vivir es algo así como andar en una bicicleta; en el pedal que
sube está el presente y en el que baja, el pasado; al girar se produce el
movimiento que es el futuro. En las bicicletas mecánicas que usamos
para desplazarnos, podemos detenernos para hacer un alto, pero en la de
la vida eso es imposible; el movimiento es perpetuo desde que comienza
hasta que cesa. De todos modos hay algo que la bicicleta de la vida y la
mecánica tienen en común: no podemos pedalear hacia atrás. Por eso en
la vida no podemos recuperar el tiempo perdido; inevitablemente todo se
vuelve pasado y en nuestra mente se transforma en recuerdo y en olvido.
Esa es la razón por la que también se ha dicho que en la vida de
todos nada ha sido ni será: todo está siendo. Algo parecido pensaba
Borges cuando escribió “El otro” y se encontraba consigo mismo setenta
años antes sentado en el banco de una plaza. Mircea Eliade lo definió
como el mito del “eterno retorno”. Y así, también en nuestra mente, en el
mundo de las ideas, nos encontramos metidos en el espacio-tiempo de
Einstein, en el de la relatividad.
El movimiento es lo que asegura el equilibrio de todo, y en
nuestra vida el recuerdo de lo bueno y el olvido de lo malo es lo que
asegura el equilibrio de nuestra existencia; mientras la bicicleta esté en
movimiento, si sabemos conducirla, avanzaremos hacia el futuro, en la
dirección que elijamos. Pero no nos podremos detener. Si recordamos lo
bueno y olvidamos lo malo, ocurrirá que tendremos la sensación de que
todo+ tiempo pasado fue mejor. Nadie los expresó mejor que Jorge
Manrique, el poeta clásico español del siglo XV, en aquellos célebres
versos de las “Coplas a la muerte de su padre.”
Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
tan callando:
cuán presto se va el placer
cómo después de acordado
da dolor
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
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Todo esto puede parecer demasiado presuntuoso, si se trata de
comentar la letra de un tango. Pero en estos días he estado leyendo algo
de Einstein (sin entenderlo mucho, desde luego) y al mismo tiempo,
siguiendo mi afición tanguera, escuché “Tiempos Viejos” en la
inigualable versión de Gardel. Y eso me hizo pensar en lo de la bicicleta
que ya se me había ocurrido, no sé cómo. Relacioné todo y así fueron
surgieron los divagues que acabo de escribir.
Si a alguien le preguntan quién fue Francisco Canarozzo, seguro
que se queda con la boca abierta, pero si le dicen que con ese nombre
nació Francisco Canaro, en nuestro muy oriental San José de Mayo, el
28 de noviembre de 1888, es posible que por lo menos los más viejos lo
identifiquen con uno de los más grandes valores del tango y el que más
contribuyó a su difusión. También fue conocido como “Pirincho”,
porque dicen que nació con un copete como nuestro pajarito silvestre.
Era hijo de un italiano que, además de sepulturero, atendía los
faroles a queroseno del viejo San José de Mayo y que se mudó a Buenos
Aires, con su numerosa familia, buscando un destino mejor. Pero
terminó viviendo –como tantos otros– en un conventillo, cerca de la
Boca. Pirincho empezó a trabajar desde temprana edad; fue vendedor de
diarios, luego pintor de brocha gorda – y, como tenía alma de músico -
se fabricó un violín con una lata de aceite y un mango de palo, a
comienzos del siglo XX con lo que parece que consiguió tocar de oído
algo que sonaba como uno de los primeros tangos: “El llorón”. Pero
después consiguió comprarse un violín verdadero, aprendió música y se
relacionó con el bandoneonista Vicente Greco, otro de los pioneros de la
guardia vieja, con quien formó dúo y más tarde –incorporando a sus
hermanos que también se hicieron músicos– una de las primeras
orquestas que empezó a tener mucho éxito. Lo que siguió es historia
conocida: se hizo compositor, llevó el tango primero a los
“piringundines” y después a los grandes salones bailables de Buenos
Aires, al Armenonville, a los teatros de revistas y más tarde nada menos
que a París, donde, en el cabaret “Florida” –con los músicos vestidos de
gauchos como se lo imaginaban los franceses– el tango se volvió una de
sus músicas preferidas, que bailaban desde los “apaches” en los bajos
fondos, hasta los “gigolós” en las grandes boites, alternando con el
charleston de los locos twentys. Su éxito se patentizó en un célebre tango
“Canaro en París” de Scarpino y Caldarella cuando la noticia llegó al
Río de la Plata y alentó a otros a seguir su camino. En París y en Nueva
York, adonde viajó después, se encontró con Gardel y con su conjunto le
puso acompañamiento orquestal a los temas que, con la letra de Alfredo
Le Pera, llevaron al “Mago” al estrellato en sus películas sonoras, como
por ejemplo en el que fue uno de sus más grandes éxitos: “Silencio”.
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Francisco Canaro compuso innumerables temas musicales,
fundamentalmente tangos, milongas y valses que tuvieron un gran éxito,
pudiendo mencionarse y a modo de ejemplo: “Sentimiento gaucho”, que
utilizaba como cortina musical para sus presentaciones, “La última
copa”, “El tigre Millán” y muchos otros. Algunos de esos temas
identificaron definitivamente a sus intérpretes como “Se dice de mí”,
por Tita Merello o “Madreselva” por Libertad Lamarque. Este hermoso
tango en su versión orquestal fue galardonado por el Oscar, como
música de fondo de la célebre película “Il Postino”, que evocaba un
pasaje de la vida del poeta Pablo Neruda en Italia.
Sobre la música de la célebre marcha británica que recordaba la
vuelta de los soldados en la primera guerra mundial “Tipperary” (“It’s a
long way to Tipperary…”) compuso en 1932 un himno al club River
Plate argentino, lo que no dejará de sorprender a los uruguayos
peñarolenses, que mucho antes ya cantaban con esa música una letra que
decía: “Peñarol, tu grato nombre, / derrotado o vencedor: / mientras
quede un solo hombre, / ¡siempre viva Peñarol!” De todos modos el
fútbol uruguayo se tomó revancha de esa intromisión de Canaro, cuando
“Los Patos Cabreros” sobre la música de su tango “La brisa”
inmortalizaron la famosa letra de “Uruguayos campeones”. Hoy de “La
brisa” ya casi nadie se acuerda, pero “Uruguayos campeones” suena con
renovados bríos cada vez que el seleccionado celeste obtiene un gran
triunfo.
Dirigía su orquesta, en la que participaron músicos de la talla de
los hermanos Di Cicco, Mariano Mores, Osvaldo Pugliese, Carlos
Biagi, y cantores como Hugo del Carril, Ignacio Corsini, Carlitos
Roldán y muchos otros, pero nunca se le escuchaba tocar el violín, lo
que es explicable tratándose de alguien que comenzó a ejecutarlo de
oído, con un violín de lata fabricado por él mismo y que no tuvo mucha
escuela. Dicen que era malísimo como violinista y que sólo lo “rascaba”.
Pero también fue un permanente innovador, que no dudó en introducir
instrumentos de viento en su orquesta típica – como a partir de él se les
empezó a llamar a estos conjuntos - como la flauta y la trompeta y hasta
una batería, tal vez porque en su juventud, junto a René Cóspito, fue
uno de los primeros que cultivó el jazz en el Río de la Plata.
Aunque nunca perdió su popularidad, cuando el tango entró en su
mejor época, después de la renovación de Julio De Caro, en la década
de 1940, con Troilo, Pugliese, Fresedo, Di Sarli, Miguel Caló y tantos
otros de alto nivel musical, no faltaron los que lo acusaron de ser algo así
como el director de “la banda di Pignataro”. Pero, cuando parecía que se
apagaba, aparecía alguien como Marianito Mores para recuperarlo con
temas que se volvían inmensamente populares como “Adiós pampa
mía” o “Taquito militar”.
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Hasta que se apagó del todo el 14 de diciembre de 1964, en
Buenos Aires, no sin antes haberse nacionalizado como argentino en
1942, demostrándose aquello de que la nacionalidad no está sólo en la
cédula de identidad, sino también en el corazón de los que se sienten
agradecidos hacia aquellos que les abren el camino de su éxito en la
vida. De todos modos como un tributo a su patria de origen, su última
actuación se produjo en Montevideo, el 30 de noviembre de 1964 –poco
antes de su muerte– en el Palacio Peñarol. Una calle que lleva su nombre
lo recuerda cerca del Estadio Centenario.
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Y la gomina (recordemos la célebre “Brancato”) había
desplazado a las poéticas melenas novecentistas, para endurecer las
peinadas masculinas a lo Gardel o afirmar los cortes a “la cachetada”,
con lo que los más viejos disimulaban su calvicie, al mejor estilo del
cómico Parravicini o de Gabriel Terra, el presidente uruguayo devenido
en dictador, admirador de Gardel y para quien este cantara privadamente
en su residencia.
Y también al letrista y su solitario contertulio (“yo y vos solos
quedamos, hermano…”) les pasa lo mismo que a Manrique con aquello
de que “todo tiempo pasado fue mejor”; y piensan erróneamente que “los
muchachos de entonces” eran mejores que los de ahora (aunque por
cierto siempre fueron iguales) y que aquellas “minas fieles de gran
corazón” ya no animarían los bailes de Laura… (lo de las minas era un
término del lunfardo para designar a las mujeres de “los cafishos” que
explotaban a las prostitutas, que sin embargo los querían…) –
Y por último estaba la “rubia Mireya”, que ya no se podrá saber
quién fue, aunque en aquella época se formara “rueda pa’ verla bailar”.
Se la llevó con su recuerdo el letrista de “Tiempos Viejos”, Manuel
Romero, pero nos dejó para revivirla una vieja película dirigida por él,
con Santiago Arrieta y Hugo del Carril –que con su voz viril cantaba el
tango– y una inolvidable “Mecha” Ortiz, que la encarnó, con su belleza
y su voz grave, en un drama romántico que todavía recordamos, de
nuestras “matineés” en los viejos cines de barrio. El final trágico de
aquella mujer recorriendo las calles como una “mendiga harapienta”
redondea la fatalidad del tiempo –el Cronos implacable que se comía a
sus hijos en la mitología griega– que, en la visión tanguera más habitual,
castiga la opulencia, como una venganza inevitable de la pobreza sobre
aquellos brillos. (Como en “Vieja recova” otro célebre tango: “lo que
ayer fuera grandeza hoy mostraba sólo ruina”).
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Existe la versión de que “la rubia Mireya” fue una uruguaya,
Margarita Verdier, hija de franceses, que bailaba espléndidamente con
cortes y quebradas, bajo las glorietas iluminadas de “lo de Hansen”, un
lugar de “bailongos” de un alemán, en el Palermo viejo de Buenos Aires,
que fuera de los Anchorena, donde ahora está El Rosedal. Sería un
motivo más para sellar la unidad del tango entre las dos orillas del Río
de la Plata.
Rescatamos finalmente la figura enigmática del “loco Cepeda”, el
amante abandonado de “la rubia Mireya”. En la versión del tango por
Carlos Gardel y en otras posteriores, aparece como el “guapo Rivera”.
¿Sería así? La diferencia está en que el “guapo Rivera” es un personaje
inventado, pero el “Loco Cepeda”, fue uno verdadero, un legendario
poeta carcelario que componía versos y estilos y compartió “La gayola”
con Carlitos, en sus primeros tiempos, cuando andaba en malos pasos
por La Plata, de donde lo rescató su “vieja” y era conocido como “el
Pibe”, según reza la carátula de un viejo prontuario. Después de todo, es
más fácil arrebatarle la mujer amada a un poeta que a un “guapo”. Es la
diferencia entre un poema y un puñal.
“Tiempos viejos” tiene una letra simple, probablemente sin
ningún valor literario. ¡Pero cuántas cosas bellas y profundas se ocultan
en las expresiones más sencillas del alma popular! Tempus fugit – decían
los romanos– y “¡Todo se pasa!”, exclamaba Santa Teresa en uno de sus
arrebatos místicos…Todavía no existían las bicicletas….pero en la vida
nunca se pudo dar marcha atrás. Y por eso los recuerdos pueden
hacernos creer que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, como dijo
Manrique. Es curioso. Pero parece que fueran los poetas y no los físicos
–como Einstein– unos y otros hurgando entre las estrellas, los que
pueden descubrir las bellezas y las angustias del tiempo.
WASHINGTON BADO
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EL PAYITO SOLÁ Y UN TANGO “SALTEÑO”
AMIGO, TE RECUERDO
Yo te recuerdo, amigo
de la esquina del barrio,
de esa edad indefinida
donde el niño travieso
que en nosotros había
se quedó para siempre
en un hoyo pelota
o en aquel barrilete.
Yo te recuerdo, amigo
de esquina repetida
en el diálogo húmedo
de las noches lluviosas,
con tu voz de solapa
que levantaba el frío
y tus manos inquietas
en los bolsillos tibios.
Te recuerdo apurando
al hombre que empezaba,
el cigarrillo oculto
en tu mano ahuecada,
primer pantalón largo
que orgulloso llevabas;
y tu guiño coqueto
a aquella que pasaba.
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Te recuerdo contando
la aventura soñada,
embrión del hombre nuevo
que la vida esperaba,
con tu buril de años
para tallar con mañas,
destruyendo la imagen
que la esquina nos daba.
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No pude conseguir su letra, pero un artículo de Luis Borelli en El
Tribuno cita una parte: “Oí que en la estación / decías al chofer, / agarre
Pueyrredón / y pare al 106.”1 Tiene música de Humberto Paterson y letra
–decía– de Julio Díaz Villalba. Se puede escuchar en la Red. 2 De modo
que hay aquí una primera relación entre Salta y la música de esta
tempestuosa ciudad (y de otras, para que no se enojen montevideanos,
rosarinos, santiagueños…).
Más similitudes, al menos en mi cabeza loca. En Salta está la
quebrada del San Lorenzo; en esta Urbe tenemos el Riachuelo y, a modo
de pared, de “costa”, varias moles de babélicos edificios. En Salta tienen
su Recuerdo salteño; por estos lares, nuestro Nostalgias, tango que
escuché incluso en griego “en la tierra de Homero, / aquel tanguero
primero”, para batirlo en verso.
En el Buenos Aires (¿es masculino o femenino este sustantivo
propio?) de siempre hay conventillos. En Salta, además de conventos
muy importantes, también hay conventillos. Por ejemplo, muchos años
me alojé en un hotel que ya no existe, el Balcarce, ahora Refugio del
Chuña, que tenía habitaciones que daban a un patio.
1
Cf.: https://www.eltribuno.com/salta/nota/2013-12-15-1-42-0--pajarito-velarde-el-
muchacho-calavera. En Pueyrredón 106 está la casa museo de Pajarito, en Salta. En el
próximo artículo de este número transcribo la letra.
2
Cf.: https://www.youtube.com/watch?v=G_Vm66FD3uc.
14
PUEYRREDÓN 106,
TANGO PARA PAJARITO VELARDE
Oí que en la estación
decías al chofer:
“Agarre Pueyrredón
y pare al 106.”
Pensabas encontrar
los brazos de mujer
y aquellos labios rojos
donde poder besar,
gozando a tus antojos
la dicha y el placer.
Aquellos ojos mar
y aquellos labios miel,
que ansiabas por mirar,
que ansiabas por beber.
Mas se desengañó
tu espíritu al leer,
en un papel escrito
con letra de mujer:
“Perdona Pajarito,
cambié de parecer.”
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Cotorro amigo, tú me entiendes
y también lloras,
porque comprendes
que aquellas horas no volverán.
Se fue la luz, triste bulín de amor,
y solo sombras nos quedan ya.”
Y en tu desolación
los puños apretás
y está tu corazón
como otro puño más.
Y ante esa realidad
recuerdas con dolor
aquella frase suya,
la vez que te juró:
“Yo siempre seré tuya
y eterno nuestro amor.”
Y hoy puedes comprender
cómo ante una traición
se vuelven de cristal
las fibras del varón.
Y allí en tu soledad
la letra del papel
se te alza como un grito
obsesionante y cruel:
“Perdona Pajarito,
cambié de parecer.”
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UN “TANGO” DE JULIO HERRERA Y REISSIG
EL JUEGO
1
Este autor uruguayo (1875-1910), como se ve por sus fechas, nunca pasó de ser un
poeta joven. Admiro sus versos sublimes. Pero pregunto: ¿Cuál fue el mejor tango
canción de Gardel y Le Pera? Varias respuestas se darán pero para mí, Volvió una
noche. Justamente a ese tema se parece, en mi opinión, “El juego.”
17
PARTIDA DE NACIMIENTO
DE JULIÁN CENTEYA
18
AL FILÓSOFO Y POETA
19
En “Canción desesperada”,
“Infamia”, “Martirio”, “Uno”,
o en su “Justo el 31”
nos dejó su alma grabada.
“Yira Yira”, otra pegada
digna de toda alabanza
y, a modo de contradanza,
como en un abracadabra,
nos ha dejao “Sin palabras”
su tango “Tres esperanzas”.
MARIO ROJMAN1
1
Mario Rojman, llamado El Payador Urbano, es casi un abonado a estas páginas.
Siempre elogio su sitio (https://payadorurbano.wordpress.com/al-filosofo-y-poeta/) y
agradezco su permiso para publicar sus textos, de tan venerable poesía. Es
conmovedora su homérica mención de los eternos tangos de este vate del pueblo, que
fue a su modo un filósofo (quizás algunos tienen título de tal, pero ni una mínima parte
de su sabiduría). [R.L.]
20
MINUCIAS TANGUERAS
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El último encuentro fue allá por noviembre de este tortuoso 2018.
Mi amigo el cantor tomaba vino blanco; por mi parte, puesto que soy
muy dulce, pedí un moscato.
La foto la tomó una señora que estaba en la cola para las mesas.
Le agradecí y le pregunté su nombre. Como se llamaba Lucía y Pepe es
sinónimo de tango, le improvisé en mi anotador la siguiente copla:
No en vano te llamabas
solamente Lucía:
la luz fugaz de la foto
nos dio un pedazo de vida.
Ves, amigo lector, que como poeta dejo mucho que desear. Pero
la señora Lucía fue muy buena fotógrafa. Nosotros, como buenos
discípulos de Horacio y de Manuel José Castilla, brindamos y bebemos,
pues la vida es corta (Pepe, como buen oriental, tiene por delante unos
cincuenta años de vida). En cambio el cajero, en un segundo plano, ve lo
material del vil metal (me salieron dos versitos más).
Radulfus
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Con su telephonium mobile me envía varias fotos. Una de ellas,
el Muro de los Lamentos. Mis descaminadas reflexiones me llevan a
pensar que es un lugar muy apto para un tanguero. Por cierto, en una
visión estereotipada el tango es esencialmente llorón. Por otra parte, Mi
noche triste empieza: “Percanta que me amuraste.” En fin, nuestro
querido amigo lleva, con su presencia, el tango a las tierras de la Sacra
Biblia. Quizás en alguna vieja casa de esos sitios haya algún calefón.
R.L.
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Pero en el caso de la Piazza della Repubblica, en la gran capital
del Humanismo, coincidimos porque nos atrajo el llamado de lo atávico.
Luego comentamos recíprocamente que nos había sorprendido escuchar
música “nuestra.” En efecto un gitano granadino cantaba, al embrujo de
su guitarra, Por una cabeza, ante la atenta mirada de algunos
circunstantes.
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Mi pedido devino delirium tremens, cuando su mágica guitarra
nos hizo escuchar los aires celebérrimos del Flaco de Oro. No pude
resistirme a cantar –peor que nunca, tal vez– “Acuérdate de Acapulco, /
de esos amores, / María Bonita, María del alma.” Daniel Bonetta, sin
abandonarme del todo, con buen criterio se retiró unos pasos, para evitar
algo de semejante oprobio.
Pero a mi pesar me fui transformando en una suerte de Luna. La
Luna ya se sabe que es voluble y que acompaña a los enamorados (cierto
vate dijo que suele pasearse machada entre los montes). Pero no solo por
eso me identifiqué esa noche con ella sino también porque, al lado del
Sol, Serrao, yo era una especie de satelles, con mis malhadados cantos y
conversaciones. A la señora itálica, Maria Grazia, y al muchacho de
Nuevo México, se sumaron Giorgio, florentino que hablaba perfecto
español, y una aristocrática dama japonesa, cuyo nombre era imperial.
En efecto Michiko, atraída por lo pintoresco de la situación, se acercó.
La saludé con inclinación de cabeza pero le pedí besar su mano. Accedió
con una sonrisa y en unos cinco minutos le conté en inglés que conocía
su patria, que mi ciudad preferida era Kurashiki, la Venecia del Japón,
que había escuchado a Ranko Fujisawa y no sé cuántas sandeces más.
Me pidió la Señora Michiko que le dijera a Maria Grazia que era muy
elegante y bella; accedí con gusto.
En fin, como ves, carísimo lector, sin necesidad de vino me iba
poniendo cada vez más paciente del Dr. Rascovski. Ello fue notado
prudentemente por Daniel, quien se me acercó y me dijo en impecable
porteño: “Rolo, ¿para cuándo, joven? Teníamos que tomar un feca.
¿Quién te crees que sos vos, Chicote López?” Obedecí a tan sabias
palabras. Saludé a mis ocasionales gomías y al propio Serrao, quien
hasta me dedicó la ejecución del tema tan internacional: “¿Dónde estás,
corazón? / No oigo tu palpitar.”
“¡Qué noche, Rolo!”, parafraseando a alguien, pues había
contribuido a la amistad inter gentes mediante el gotán y las bellas
canciones hispanas: ¡nada menos que en Florencia, donde difícilmente
pueda volver!
Radulfus
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