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Ensayo sobre el discurso de Ingrid Betancourt

El conflicto armado en Colombia ha sido una problemática que ha venido

azotando el país desde 1960, caracterizado por el enfrentamiento entre el Estado, la

guerrilla, paramilitares, narcotraficantes y bandas criminales al margen de la ley. Unas

de sus principales consecuencias ha sido la violencia, la desigualdad, y alrededor de

siete millones de víctimas, entre ellas Ingrid Betancourt.

Ingrid Betancourt, es una política colombo-francesa, nacida en Bogotá en el año

1961. Es hija del político Gabriel Betancourt, y de Yolanda Pulecio, reina de belleza y

miembro de la cámara de representantes. Ingrid estudió en la escuela privada británica y

en el Instituto de Estudios Políticos de París, luego, regresa a Colombia en el año 1989,

coincidiendo con el asesinato del líder político Luis Carlos Galán. En 1994, ella realiza

su primera campaña política en contra de la corrupción, con un lenguaje tanto acertado

como polémico, y fue elegida diputada en la Cámara de representantes.

Desafortunadamente, el 23 de febrero del año 2002, esta mujer es secuestrada por las

Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC): una organización guerrillera al

margen de la ley de extrema izquierda, basada en el pensamiento ideológico del

marxismo y leninismo. Todo ocurrió cuando ella viajaba por carretera entre Florencia y

San Vicente, a pesar de que se le advirtió que no cruzaran por esa zona (por fuerte

presencia de las FARC) ella insiste en hacerlo, y firma un papel en el que ella asumía la

responsabilidad del viaje y sus compañeros que la acompañaban.

Así pues, ella relata esta experiencia como totalmente devastadora. Se trata de

un evento que deja daños tanto físicos, como emocionales, pues, ser víctima (como ella

lo menciona) significa ser vista y tratada como un objeto, un ser pasivo, sin criterio

alguno, sin voz y sin alma. Un sujeto sin identidad. De la misma manera, haber sido

víctima del conflicto de manera directa, significó para ella llegar a un lugar totalmente
sombrío: sin relojes, ni agendas, ni agua, ni luz eléctrica ni tampoco tiempo. Desde ahí

Ingrid sintió que su vida se había detenido, y que ya no era la misma persona de antes.

Le arrebataron su identidad, ella ya no era Ingrid Betancourt Pulecio, para los

guerrilleros ella era una secuestrada más, un objeto el cual podían manejar a su gusto,

por lo que le daban nombres despectivos tales como: “la perra”, “la cucha”, “la garza”,

“la carga”, entre otros muchos, que la hacían entender que ella no valía nada en ese

momento. Ahora bien, no solo se trataba de un trato inhumano, las condiciones en las

que se encontraban, el contexto, el lugar, también era deplorable. Era como un campo

de concentración –menciona Ingrid- rodeado de rejas con púas, en donde amontonaban

de manera absurda a los individuos en recintos enrejados o a veces los aislaban unos de

los otros a manera de castigo.

Por otro lado, el comportamiento de los guerrilleros hacía los secuestrados eran

de total violencia física y moral, pues lo que querían lograr era tener el control total y a

toda costa de sus víctimas. Esto lo hacían por medio de actos como: humillación

pública, fomento de peleas entre rehenes, distribución inequitativa de comidas, negación

de medicamentos, aislamiento como método de castigo, prohibición de hablar y cadenas

en el cuello. Asimismo, separaban a las madres de sus hijos de manera brutal, y los

aislaban completamente.

La muerte estaba en todas partes. Para ellos ya era lo “normal” que alguien fuera

dado de baja, por lo tanto, no sufrían con este hecho. Un claro ejemplo de esto, fue

cuando una guerrillera le cuenta a Ingrid, sin pena alguna, cómo matan a un compañero

suyo llamado Moster; ella dice que este hecho no le dolía pues “aquí todos vinimos a

morir. Otro ejemplo impactante, fue cuando el Mono Jojoy, una de las cabecillas de este

grupo armado, menciona que Ingrid tenía mucha suerte de tener alguien que aún se

preocupara por ella, acto seguido, le dice que a él le dieron la orden de abortar el bebé
de la Boyaca, es decir, a su hijo. Esto genera en Betancourt una reflexión muy profunda,

y se da cuenta de que aquí las víctimas no son solamente los secuestrados, sino que lo

son todos, hasta los guerrilleros. Ya que, de alguna manera, a todos se les había privado

de ser libres.

En contraste con lo anterior, Ingrid a raíz de todos estos eventos empieza a

comprender la importancia que posee el perdón y la resiliencia en situaciones como

esta. Ella se da cuenta de esto cuando uno de los guerrilleros le pidió disculpas por

haberla tratado de manera inadecuada. Ahí, es donde reflexiona, y manifiesta que “no

hay nada más fuerte que el perdón para detener la deshumanización”. ¿Qué quiso decir

con esto?, quiere decir que el perdón es una herramienta que ayuda a la sobrevivencia,

sirve para desatarse de las cadenas del odio y descargar todo el rencor y sentimiento de

venganza que el ser humano posee. Pedir perdón, y ser capaz de perdonar es aquello que

nos vuelve humanos. De la misma manera, Ingrid Betancourt también manifiesta en su

discurso que “solicitar ser perdonado es algo espiritualmente superior. Algo mucho más

valioso que perdonar porque tiene efectos re-humanizantes tanto sobre el agresor como

sobre el agredido. Se abre entonces un espacio para sanar y reaprender a confiar en el

otro.” Esto hace referencia a lo que llamamos por “Reconciliación”.

Luego de sufrir esta barbarie, Ingrid Betancourt llega a la conclusión de que en

Colombia el hecho de reconciliar y perdonar es sinónimo de debilidad o derrota; que

resulta impensable llegar a un acuerdo con la guerrilla, pues esto sería como traicionar a

la patria, a nuestras raíces. Es por esto que se requiere una transformación cultural y

espiritual. Manifiesta así, que es principal problema de Colombia es su idiosincrasia, es

decir, aquel conjunto de ideas, actitudes, formas de pensar, comportamientos, y

particularidades que caracterizan a los colombianos. A través de esta, que se mantienen

los esquemas deshumanizantes debido a los años de violencia que ha vivido el país. Es
necesario hacer un llamamiento al pueblo colombiano para que el país deconstruya

aquel pensamiento que impide hacer la paz con nuestro pasado. Así como Ingrid lo

menciona, reconciliar no significa olvidar, ni “borrón y cuenta nueva”, de hecho, se

trata de todo lo contrario, pues es necesario hacer memoria, aprender del pasado para así

convertir esto en sabiduría y evolucionar. Del mismo modo, propone que es

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