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Ensayo sobre el Movimiento Montanista

I. Introducción

En este ensayo se presentará el movimiento montanista desde una perspectiva

religiosa y política, señalando los factores y elementos doctrinales del movimiento a la

luz de los hechos y realidades sociales, políticas, económicas y hasta étnicas de los/as

primeros/as creyentes de este movimiento, especialmente en Frigia en el Asia Menor. Se

estudiará su impacto inmediato en su mundo de finales del segundo d.C., donde ya desde

bien temprano de su inicio comenzó a tener choques y diferencias con una Iglesia que se

iba tornando cada vez más estructurada, hasta su desaparición a mediados del sexto siglo

d.C. Se verá su legado a la historia de la Iglesia cristiana y su contribución a la Iglesia

moderna, especialmente en el área del Caribe, donde muchos de los movimientos y

carismáticos y pentecostales del siglo 20 conservan muchas tradiciones y características

del montanismo.

II. Contexto histórico, social y político del cristianismo del segundo siglo

Esta sección hará referencia al Asia Menor (AM) donde nace el movimiento

montanista. El territorio de AM juega un papel significativo en la historia del

cristianismo temprano. Wm. Ramsay le llama a esta región “el centro espiritual del

cristianismo” después de la década 70 del primer siglo d.C. y que fue desde allí que el

cristianismo se exparció más rápidamente y donde la mayor proporción de la población

fue afecatada (Huber, 1985, 21). Las comunidades de creyentes en el AM fueron

removidas geográficamente de las iglesias de Jerusalén, fueron rodeadas por el mundo

gentil, desarrollando unas costumbres más flexibles con los gentiles y donde las

influencias helenísticas se combinaron con las tradiciones de la iglesia de Jerusalén

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(Ibid). Un ejemplo de la tradición oral palestina se evidencia en la Didaché que enfatiza

el valor del liderato profético y que ayuda a explicar el gran aprecio que sentían las

comunidades en el AM hacia el ministerio cristiano (Ibid, 22). Durante el segundo siglo

hubo tres posiciones sobre la organización o gobierno de la iglesia: (1) Congregacional,

aceptado por Montano Priscila y Maximila, donde Dios derrama de su Espíritu, da dones

carismáticos y el sacerdocio es universal; (2) Presbiteriano, que fue aprovechado por los

gnósticos como Valentino que dividía a la iglesia en los gnósticos o espirituales y los no

gnósticos o de la mente (psychici); y (3) Obispado, especialmente monárquico

representado por Clemente de Roma (Wagner 1994, 122-6). Los testimonios cristianos

del segundo siglo como El Discurso de Diogneto, Atenágoras, Justino Mártir, la Apología

de Arístides y otros presentan una comunidad de fieles pobres, que carecen de todo, pero

que enriquecen a muchos, despreciados, con estructuras eclesiásticas no jerárquicas

basadas en la familia, optaban por los marginados, eran gentes sencillas, esclavos,

artesanos, campesinos despojados de sus tierras, viudas, huérfanos, extranjeros

desplazados de sus tierras y mujeres (Driver 1997, 44-6). También se caracterizaban por

la libertad del Espíritu con manifestación de dones carismáticos como la profecía,

milagros, sanidades y las lenguas (glosolalia), testimonio de lo cual daban Justino Mártir,

Ireneo en el siglo 2 y aun hasta Orígenes en el tercer siglo (Ibid, 48). Aun cuando se

aceptaban personas de alta posición, la proporción de personas de clases bajas era

desproporcionadamente alta (Ibid, 46). Durante el segundo siglo hubo persecuciones en

diferentes áreas del imperio, pero donde más arreció fue en el AM, donde hubo cuatro

grandes persecuciones durante el segundo siglo: bajo Trajano en el 112 d.C., Antonino

Pío en el 155 d.C. y Marco Aurelio en el 165 y 185 d.C.

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Paralelamente con este espíritu comunitario, el siglo segundo vio emerger

movimientos como el marcionismo que enfatizaba en Pablo y que formó un canon con el

evangelio de Lucas y diez epístolas de Pablo (dejó fuera las pastorales), grupos gnósticos

como los ebionitas por un lado y los valentinianos por otro. Estos movimientos fueron

catalogados más tarde como heréticos. Dentro de toda esa dinámica espiritual, a través

de un lento proceso que duró varios siglos, pero que tiene su germen durante la segunda

mitad del segundo siglo d.C., se va formando una visión de la autoridad espiritual de la

Iglesia como una institución jerárquica, tomando la forma del canon, del credo y del

episcopado romano (Ibid, 63). La relación de ortodoxia fue vista en relación a la opinión

de los obispos, el credo y el canon y no en la ortopraxis (Ibid, 64). Para mediados del

segundo siglo Roma ya había venido a ser el centro intelectual de la cristiandad (De

Soyres 1965, 37). Surge un conflicto entre la sucesión apóstolica que Roma enfatiza

contra la sucesión profética que promulgaba el montanismo con la evidencia de Agabo,

las hijas de Felipe, el paracleto de Juan, el Apocalipsis, el libro 4 Esdras y otros (Trevett

1996, 54-5). Los católicos aceptaban la profecía e inspiración como válidas, pero no de

la manera extática de los montanistas (Trevett, 253, n. 58). Aquí comienza a verse como

la jerarquía Católica comienza a estandarizar la forma de entender e interpretar las

Escrituras sobre quién tenía el derecho de hablar, donde eventualmente Roma se impuso

(Trevett, 134-6; Huber, 60). La jerarquía eclesiástica también se iba acomodando al

sistema y no quería ser vista como altisonante al imperio, por ello, cuando el avivamiento

montanista capturó la imaginación de las clases empobrecidas y marginadas del AM,

fueron vistos como desordenados y esto trajo temor al liderato católico (Trevett, 91, 141-

2; Rankin 1995, 183). El montanismo fue condenado por ajustarse a la autoridad del

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Espíritu y no a la de los obispos de la jerarquía eclesiástica (Trevett, 146). El

movimiento profético era ampliamente aceptado cincuenta años antes de la aparición del

montanismo, pero entre la profecía de Juan en el Apocalipsis y Montano, yace el

desarrollo y ministerio de la iglesia (resultando en la composición del canon, creación del

credo y el establecimiento del episcopado apostólico) y las manifestaciones del Espíritu

en protesta contra de esa estructuración por parte de los montanistas (Pelikan 1971, 107).

III. Historia del movimiento montanista

A. Nombres dados al movimiento. Existen varios nombres con los cuales

históricamente se ha asociado a este movimiento. Los y las creyentes del movimiento

gustaban de llamarse como la Nueva Profecía (NP), o como Tertuliano les llamaba los

espirituales, pero sus dtractores les daban otros nombres y epítetos tales como frigios y

catafrigios, derivados de Frigia, que era la provincia en el AM donde nació el

movimiento; montanistas por Montano su fundardor; priscilianistas, por Priscila una de

las profetizas fundadoras del movimiento; quintilianistas, por Quintilia otra de las

profetizas y líder luego del tercer siglo; pepusianista, de Pepusa, la localización de la

sede del movimiento; Tascodrugitae (“nose-peggers”); Artotyritae, por la supuesta

costumbre de comer queso y pan en la eucaristía; otros subgrupos posteriores fuern los

proculistas, aesquinistas y tertulianistas (De Soyres, 29-31; Trevett, 2).

B. Contextos geográfico, social y político de Frigia. La fecha de inicio del

movimiento oscila entre el 156 d.C. al 160 d.C., o un año después de la primera

persecución bajo Marco Aurelio en la que murió Policarpo de Esmirna (Hoornaert 1986,

113). Las ciudades más importantes para la NP lo eran Pepusa y Timión que ubicaban en

la región de Frigia. Se desconce las localizaciones exactas de estas ciudades, pero se cree

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que estuvieron ubicadas en lo que es hoy Bekilli en Turquía en las cercanías de lo que fue

la ciudad de Filadelfia (Trevett, 22). La región de Frigia fue añadida al territorio del AM

en el 116 a.C. Los efectos de esta anexión pueden resumirse así: La explotación del AM

por la Roma republicana trajo un profundo daño a los y las habitantes del país. El

sistema de impuestos a los campesinos llevado a cabo por agentes que deseaban obtener

las mayores ganancias para sus compañías, drenaron la provincia. Además, la presencia

de banqueros que prestaban a estos campesinos facilitó a la comunidad de préstamos

fáciles que a la larga cayeron en la práctica peligrosa de hipotecar su futuro por su

presente (Huber, 22). Los gastos que Roma aprovaba en favor de la provincia iban

dirigidos para la gloria del imperio que para el bien de los ciudadanos. Durante el

segundo y tercer siglos d.C., se reconstruyó un templo para la adoración del emperador

Caracalla y otros proyectos extravagantes, pero se hacía muy poco para aumentar el nivel

de vida de la mayoría de los ciudadanos. La civilación greco-romana consistía de una

civilización de ciudades de una cultura de clase alta que dependían del campo que

mantenía a esta clase alta, la cual a su vez, daba muy poco a cambio (Ibid). Esta

separación entre el gobierno y los frigios se acrecentó aún más por el hecho de que éstos

estaban situados en una alta colina, separados de las provincias occidentales por

montañas y ríos. En adición a eso, los frigios eran tenidos en baja estima por los romanos

(Ibid, 23).

Sobre la explotación de los campesinos por los romanos, Huber dice (p. 170, n.

15) que los habitantes de las ciudades de acuerdo a su hábito de almacenar suficiente

comida en el verano para que les durara todo el año, tomaban todo el trigo de los campos,

junto con la cebada, habichuelas y lentejas y dejaban a los campesinos con las cosechas

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de legumbres, de las cuales también habían tomado una buena porción para sus

proviciones en la ciudad. El campesino tenía que conformarse con lo que sobraba,

terminando con sus provisiones ya en el invierno, teniendo que alimentarse de bulbos y

raíces de plantas y árboles.

Otra característica del AM es el papel tan importante que jugaba la mujer en las

actividades religiosas como en la política. Las hazañas heroicas de la reina de los

“Homanadeis” y de una reina guerrera llamada Aba eran altamente estimadas. Las tribus

que habitaban las montañas de la región de Anatolia admitían a las mujeres como líderes

en casos de crisis. Esto explica la aceptación de las mujeres profetizas en el movimiento

montanista (Ibid, 23-4).

La década del 160 d.C. trajo una serie de catástrofes al AM, entre ellas plagas de

viruelas, peste bubónica y tifo. También las invasiones por el norte de los partos y los

eslavos. El reino de Marco Aurelio comenzó con terremotos que habían creado

sublevación y trastornos sociales. Debido a los problemas financieros creados por estas

plagas, invasiones y terremotos hubo que levantar más impuestos y el AM fue el blanco

favorito de unos impuestos particulares, creando revueltas y rebeliones populares. Por

esto vinieron las grandes persecuciones bajo Marco Aurelio y los blancos favoritos fueron

los cristianos (por eso la frase de Tertuliano “los cristianos a los leones”). La Nueva

Profecía era mal vista tanto por los sectores católicos como por los paganos y autoridades

civiles por sus manerismos y prácticas particulares. Cuando arreció la persecución, los

sectores católicos que querían armonizar con el imperio en estas circunstancias tan

adversas veían en la NP un grave problema (Trevett, 42-5). Los pobres y las clases bajas

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en Frigia eran los más afectados, por lo cual se creó un ambiente ideal para tornarse a

buscar las profecías del Apocalipsis (Ibid; Hoornaert, 114; Lane Fox 1987, 405).

C. Teología y tradiciones del Montanismo. Se cree que Montano, un convertido

del área de Ardabau en Frigia-Misia, fue el primer líder y profeta-patriarca de la NP.

Junto a él estuvieron dos profetizas, Priscila y Maximila que le sobrevivieron a su muerte,

quedando como líderes del movimiento. El montanismo fue un movimiento que

reaccionó a las continuas injusticias de las autoridades romanas (Driver, 62) que han sido

arriba descritas, y que se refugió en la vida del Espíritu y en las promesas quiliásticas del

Apocalipsis. No fue un movimiento producto del helenismo, ni del gnosticismo, ni del

ebionismo, sino una reacción hacia la simplicidad primitiva del cristianismo, con un

reclamo al cumplimiento de las promesas de Cristo a su Iglesia Espiritual (De Soyres,

107). Como aun reconocen sus críticos, los montanistas no fueron herejes intelectulaes o

de falsas doctrinas, sino que aceptaban la guianza del Espíritu en materia de disciplina y

orden en la iglesia, alegando que el Paracleto prometido en Juan14-16 los guiaría a toda

verdad. Debido a los acontecimientos que tuvieron lugar en el AM y a la inminencia del

retorno de Jesucristo, y al hecho de que vivían en las cercanías de Filadelfia, una de las

iglesias a la que Juan le escribe diciendo que Jesucristo retornaría pronto y que la nueva

Jerusalén descendería del cielo (Apocalipsis 3:7-13), el montanismo mantenía la

esperanza de la parousía.

Las tradiciones mantenidas por el montanismo pueden resumirse así: Creían en la

manifestación de los dones carismáticos, especilamente la profecía inspirada; la creencia

en la Trinidad, como reconoció mas tarde Tertuliano; la expectativa del inminente retorno

de Cristo, siguiéndole un reino milenial y físico en la tierra con todos los santos;

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practicaban los sacramentos del bautismo y la cena del Señor como el resto de las

iglesias; la mujer tenía participación activa en igualdad de condiciones que el varón,

conforme a Gálatas 3:28; debido a la inminencia del retorno del Señor y a las grandes

persecuiones, promovían el ascetismo riguroso, que siglos después se practicaría con

libertad en la cristiandad; como parte de su ascetismo, practicaban largos ayunos;

condenaba el recasamiento o segundo matrimonio, aun para los viudos/as y se

promocionaba el celibato; ningún obispo tenía la autoridad de perdonar pecados a

creyentes que habían pecado luego del bautismo; el martirio era el privilegio más alto y la

gloria más eminente que un cristiano podía aspirar y que escapar del mismo era un acto

de cobardía; aceptaban el sacerdocio universal de las y los creyentes en una nueva

dispensación del Paracleto, según Joel 2:28-32 (De Soyres, 107-9). La NP fue condnada

en el Concilio de Nicea en el 325 a.C. y algunas ramas del movimiento eventualmente se

tornaron hacia el sabelianismo y otras se unieron a grupos donatistas y novacianos. El

grupo fue finalmente destruido por Juan de Éfeso quien por orden del emperador

Justiniano en el 558 d.C. quemó el templo en Pepusa y profanó los huesos de Montano,

Priscila y Maximila (Trevett, 227-9).

D. Inscripciones y profecías. Las inscripciones que se consideran

definitivamente montanistas indican que la NP se extendió por Frigia, Misia, Galacia,

Lydia, Italia y Cartago (Tabernee 1997, 555). Con excepción de un par de inscripciones,

parece que no eran ciudadanos/as romanos ni que pertenecían a las clases aristocráticas

(Ibid, 557-8). De 128 inscripciones, 60 pertenecían a la ruralía y el resto a zonas urbanas

(Ibid, 563). Los cargos u oficios eclesiásticos de la NP que se han hallado en

inscripciones son patriarcas, arzobispos, koinonós, mystes, obispo, presbíteros varones y

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mujeres (Ammión, Aphiae), arzodiáconos, protodiáconos, diácono, lector, profetas,

profetizas viudas y vírgenes (Ibid, 587). Sobre las profecías escritas auténticas que han

sido encontradas se distribuyen así: diez (10) de Montano, cuatro (4) de Maximila y tres

(3) de Priscila, para un total de 17 (Huber, 218-222). Christine Trevett hace un análisis

bien amplio sobre las profecías de la NP y demuestra que “el espíritu profético de la NP

estba enraizado en las Escrituras, siendo su contexto vital el sufrimiento de la comunidad,

la persecución oficial y de cuidar la figura de Jesucristo ante grupos como los docetistas

(Trevett, 166).

IV. Testimonios en favor y en contra del montanismo

A. Críticos de la NP. Entre los críticos de la NP cuyos testimonios han quedado

preservados son: Apolinar de Hierápolis, Miltiades, el historiador, Apolonio, Serapión,

obispo de la iglesia de Antioquía de Siria, Eusebio de Cesarea, Praxeas el modalista

(según Tertuliano), Orígenes, Jerónimo y Agustín de Hipona, entre otros (Driver, 60).

Entre las críticas que le hacen al movimiento están: (1) la manera extática de profetizar es

demoniaca (Lane Fox, 408); (2) Un grupo llamado los Alogi al cual pudo haber

pertenecido Praxeas se oponía a la doctrina del Logos de Juan y el Apocalipsis que eran

las bases de la NP (De Soyres, 50); (3) Epifanio detestaba la doctrina del Milenio (Ibid,

77); (4) Algunos decían que Montano alegaba ser el Paracleto, pero el análisis de las

profecías indica que era un instrumento del Espíritu; (5) los excesos ascéticos como los

ayunos y el celibato fueron más tarde aceptados por la iglesia en general; (6) Orígenes

aceptaba la profecía, pero no a través de los labios de una mujer (Robeck 1985, 116,

Trevett, 175); (7) Apolinar rechazaba a Pepusa y Timión como lugares pequeños y

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Epifanio decía que los frigios eran gentes salvajes y bárbaras (Trevett, 49, 147); (8)

Hipólito condenó a la NP por el liderato de la mujer (Huber, 27).

B. Testimonios en favor de la NP. Entre los testimonios que aprueban el

movimiento están los siguientes: (1) Tertuliano, apologista de Cartago que aceptó las

enseñanzas de la NP para el año 207 d.C., dice: “la presencia del Espíritu en la NP

contribuyó a la dirección de la disciplina eclesiástica con énfasis en la pureza, a una

mayor precepción de las Escrituras, a la reforma del intelecto y a un mayor avance hacia

mejores cosas” (Hunter 1993, 229); (2) La pasión de Perpetua y Felicitas para el 203 d.C.

es para muchos críticos un testimonio de la NP en Cartago.; (3) Ireneo de Lión llevo dos

cartas a Eleuterio, obispo de Roma en el 177 d.C. para interceder en favor de la NP

(Quasten 1995, 280); (4) Aun el propio Juan Wesley decía que Montano era un verdadero

creyente, escritural y uno de los mejores hombres sobre la tierra (Cox 1995, 91).

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